Chapter 1: La reunión
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Piltover era uno de los reinos más importantes de toda la cadena de reinos que habitaban los continentes sur y norte, pues era uno de los mayores exportadores de tecnología más avanzada, esta servía para hacer de la vida de las personas lo más fácil y simple posible, desde la electricidad hasta un medio de transporte volador eran innovaciones que hacían de Piltover ''El imperio del progreso'' pero como en todo imperio que aparentaba fortaleza y perfección siempre había problemas, en este caso Piltover se enfrentaba a una crisis que afectaba tanto ha el cómo a los otros reinos que lo rodeaban, al parecer en los últimos 6 meses había habido robos de las mercancías tecnológicas Piltovianas las cuales eran para exportación a otros reinos, productos como fuentes de energía, piezas mecánicas y otros aparatos estaban desapareciendo de las aeronaves transportadoras sin explicación alguna. Ante esta problemática Jayce Talis, el emperador de Piltover un alfa dominante, había incrementado más seguridad en las embarcaciones y evitar los robos, pero a pesar de todos los esfuerzos nada parecía funcionar, pues las cosas seguían desapareciendo, lo cual causo el enojo de los diferentes reinos al no tener sus productos y esto dio como resultado en una reunión de emergencia de todos los soberanos de la gran cadena de reinos.
En la torre más alta del palacio de Piltover se encontraba una mesa redonda con 10 tronos los cuales tenían escudos de diferentes reinos tallados en la zona de la cabeza, estas estaban ocupadas por los 9 diferentes reyes de los respectivos reinos, todos habían llegado esa misma mañana a Piltover y aunque para algunos el viaje fue muy largo no pensaban en descansar, ahora había algo más importante que dormir y eso era el llegar al centro del problema y eliminarlo de una vez.
Las puertas del salón se abrieron dejando entrar al emperador de Piltover, Jayce Talis el cual vestía un traje negro con distintas medallas, broches de oro y una capa color roja la cual traía piel zorro blanco en el cuello y era sujetada por una cadena dorada y el escudo de Piltover sobre ella, junto a él caminando unos pasos detrás se encontraba su comandante y consejera, Caitlyn Kiramman, una omega dominante de cabello azul y ojos celestes la cual era la heredera de una familia muy poderosa en Piltover, ambos cruzaron por el gran salón ante la atenta mirada de todos los presentes, este llego a su asiento y haciendo una reverencia en forma de respeto la cual fue respondida por algunos, se sentó en el trono y así comenzar la reunión.
La tensión en el ambiente era palpable y las miradas se desviaron hacia el Emperador de Piltover quien, con expresión estoica, ya podía imaginarse la cantidad de quejas de los otros soberanos tenían para darle, por suerte o mala suerte, no tuvo que esperar mucho antes de que los líderes comenzaran a hablar; La mirada de Jayce se centró en la soberana de Shurima, una alfa dominante de ojos esmeraldas y cabello negro, la cual fue la primera en romper el silencio con una queja cargada de molestia y frustración.
— Talis, hace meses que nuestro reino está esperando las gemas energéticas que usted y su Imperio nos habían prometido, y aún nada ¡¿cómo un reino como Piltover puede permitir este tipo de cosas?!
En ese momento el rey de Jonia, un omega masculino, se unió a la conversación con una expresión igual de molesta
— Shurima tiene razón, es una molestia que no recibamos las mercancías a tiempo. ¿No pueden asegurar mejor las entregas? ¿No es eso su responsabilidad como emperador Piltover?
Pronto las voces de la mayoría de los soberanos empezaron alzarse de formas desordenadas, el ambiente se había convertido en un caos verbal, cada soberano parecía tener algo diferente que decir y cada palabra iba dirigida a Talis. La tensión en el salón era palpable, y se podía percibir algo más que molestia y frustración, algo más cercano a la furia.
Jayce que se había mantenido serio todo el tiempo, golpeo con fuerza la mesa exigiendo silencio, el cual se le fue concedido por lo demás, pues las feromonas que este dispersaba eran de furia y frustración, provocando una pequeña fatiga entre todos los presentes por las densas feromonas. La habitación quedó en silencio, los soberanos recuperaron la compostura y se mantuvieron en silencio con incomodidad. Los que estaban sentados más cerca del emperador se tensaron aún más, la mirada del alfa dominante tenía un brillo afilado y su voz se escuchó como el trueno en un día de lluvia.
— Sé perfectamente el problema que estamos enfrentando y sé que las entregas no se están llegando a tiempo e incluso sé que están desapareciendo, créanme que al igual que ustedes, yo también estoy disgustado por esta situación —. El emperador soltó un suspiro de frustración y su mirada se volvió hacia su derecha, donde se encontraba parada Caitlyn la cual era la única que se mantenía en calma en medio del mar de tensión, este le hizo una señal para que presentara un plan de seguridad más avanzando y de esa manera asegurar no solo la protección de las mercancías, sino de la seguridad propia de los reinos, este plan estaba logrando calmar y convencer a la mayoría de los presentes, pero la presentación se vio interrumpida por una de las tantas soberanas presentes.
La mano ligeramente alzada de la emperatriz de Noxus, pidiendo la palabra para poder hablar, llamo la atención de todos. La habitación permaneció en silencio por unos momentos, los ojos de todos estaban puestos en la emperatriz de Noxus, Mel Medarda, mientras esperaba a que le dieran permiso para hablar. Finalmente, Jayce asintió levemente, invitándola a hablar.
— ¿Emperador Talis, sé que está haciendo todo lo posible por resolver esta situación y como usted dijo ''Ha intentado de todo'' pero que pasa si este nuevo plan de seguridad que desea implementar no funciona?
La voz de la omega resonó en el salón con seguridad y seriedad, mirando fijamente al alfa frente a ella, esta pregunta, causo una pequeña conmoción entre todos los presentes, los cuales empezaron a susurrarse entre sí ante el cuestionamiento de Noxus. Jayce permaneció en silencio, su mirada fija en la mujer frente a él. Podía sentir el peso de la mirada de ella sobre él, como si estuvieran cuestionando su capacidad de resolver esta situación. Su mente comenzó a trabajar en alguna respuesta mientras el silencio se iba llenando con los murmullos de los demás soberanos.
Está al ver que el pelinegro se tardaba en responder su pregunta, sonrió ligeramente y mirando a todos dijo
— Yo he desarrollado otra hipostasis, además de haber encontrado a un culpable
La seguridad en su voz fue rápidamente notado. El hecho de que Noxus dijera eso era como haber escuchado el evangelio, ¿acaso ella ya había encontrado al culpable detrás de todo esto? La atención se volvió a posar sobre ella esperando a que está revelara al provocador de tantos problemas. La habitación quedó en silencio con una clara expectación
— Zuan
Las palabras de la emperatriz de Noxus resonaron en el salón, dejándolos momentáneamente en silencio. El nombre de Zaun había sido mencionado como el posible responsable de los robos en las entregas, pero eso solo había logrado sorprender a todos los presentes, incluyendo a Jayce, quien había estado escuchando atentamente a la mujer. Acaso ¿ellos habían oído bien? o les estaba empezando a fallar los oídos a todos, acaso la Noxiana había dado como responsable de esto a ¿Zaun?
Zaun era reino muy pequeño ubicado en la zona norte de Runatierra, en medio de Piltover y Ixtal. Un reino el cual era el principal exportador de alimentos para todos los reinos debido a sus fértiles tierras en la agricultura y sus climas perfectos en todo el año, un lugar en donde parecía que el calor, el agua y el frio iban a de la mano, pues nunca había ávido una escases de alimento en ese lugar por ningún tipo fenómeno. Este fue el primer reino en aparecer en todo el mapa del mundo y el primero no aceptar unirse al consejo de reinos como los otros, al ser tan rural y considerada muy antigua para la actualidad, era dificil tomar enserio lo que la Noxiana decía sobre que ellos eran los causantes de los robos.
— Emperatriz Medarda... está bromeando ¿no?
Dijo la soberana del reino de ''El vacío'' una omega encapuchada de cabello morado y ojos blancos, la cual al igual que todos se había quedado sorprendida, pues la acusación que la morena daba era como si estuviera diciendo que el cielo era hogar de demonios. No paso mucho para que el salón se llenara de murmullos ante las palabras de la Noxiana, la mayoría de los otros soberanos se veían confusos, ¿acaso tenían que creer esa acusación tan repentina? pero viniendo de Noxus era seguro que la acusación era por algo importante. La Medarda permaneció imperturbable ante las reacciones de los demás y su mirada se enfocó sobre la soberana de el ''El vacío''.
—No estoy bromeando, las pruebas apuntan hacia ese lugar.
—¿y cuales son esas pruebas?
Hablo está ves Jayce con una mirada seria hacia la omega. La pregunta de Jayce hizo que todos los ojos se posaran en la omega de tez morena, esperando una respuesta lógica a la situación actual, la Medarda se veía relajada, como si supiera y estuviera segura de lo que estaba diciendo, está se levanto de su asiento dejando a la vista su hermoso vestido blanco ajustado tradicional de Noxus el cual resaltaba todas sus curvas a la perfección, a posa lento se poso al costado de Jayce y dijo — Hay informes, pruebas y evidencia visual que apunta hacia ese lugar.— Señalo con un dedo al mapa sobre la mesa en dirección a Zaun.
— Perdón majestad pero lo que está diciendo, no puede ser cierto — Hablo la alfa soberana de Ixtal. — Ixtal es vecino de Zaun, toda aeronave o siquiera bote que podría salir de ahí, nosotros lo veríamos ¿si usted los acusa como los causantes de está crisis, entonces puede responder mi pregunta de ¿Cómo lo hacen? ¿no?
El salón permaneció en silencio una vez más, la soberana de Ixtal tenía un punto lógico, Zaun debía hacer la travesía a través del rio y cruzar el limite de los mares de Ixtal para poder llegar a Piltover y causar los robos, eso los haría ser vistos. Jayce miró a la alfa y luego mirar a la mujer a su costado. La Noxiana la miraba de forma seria pero con un brillo de confianza en sus ojos.
— Eso es por la magia —
Todos los presentes se miraron entre ellos de forma confusa, ni siquiera la asientes de Jayce, Caitlyn, pudo evitar mantener su expresión seria ante la respuesta de la Noxiana, esta estaba diciendo que Zaun, un lugar considerado como tierra rural y no desarrollado estaba involucrado con magia?
— ¿Magia?
Hablo Jayce mirando a la Noxiana igual de confundido que todos los soberanos
— Así es, están usando magia para teletransportar las mercancías a Zaun — Explico en tono calmado enfocando su mirada en todos los demas
El silencio que había reinado en todo el lugar se fue por la borda cuando una carcajada por la parte de la soberana de Ixtal se hizo presente, lo cual provoco que todos la miraran y otros se taparan las bocas por lo graciosa que se había vuelto la situación ¿magia? en que se había convertido la reunión de soberanos ¿en la hora del cuento para niños?. Pero a pesar de las rizas por parte de algunos incluso algunos consejeros que intentaban guardar la compostura, la Noxiana no se inmuto por ningún segundo, lo que dio a entender que lo que decía no era ni una clase broma.
— Lo siento pero no encuentro ningún motivo de risa sobre lo que dije, majestades
— Lo siento emperatriz, pero lo que dice es prácticamente un mito — dijo el soberano Targon
— ¿Un mito? Si eso fuera cierto, entonces explíqueme — Dirigió su mirada al soberano de Targon. — ¿La explosión que azoto Shurima y dejo a la emperatriz de allí encerrada, fue algo real? ¿O eso también es un mito?
La emperatriz de Shurima al escuchar eso, frunció el ceño, lo que le había pasado a su abuela era algo muy diferente de lo que estaban hablando ahora, pero fue interrumpida por Targon que la defendió diciendo que eso había sido un problemas real, causados por los túneles bajo tierra de Shurima. Mel no se callo y siguió hablando sobre distintos problemas que habían ocurrido en todos los reinos y hasta hoy en día no había algún tipo de explicación lógica. El salón se lleno de distintas voces las cuales ya estaban enojadas nuevamente ante el descaro de la Noxiana. Jayce se froto la frente mientras sentía el inicio de un dolor de cabeza.
— ¡SILENCIO! — Finalmente el alfa gritó con su voz de mando cargada de autoridad
Los gritos y voces altas se calmaron de repente, todos se dieron vuelta para ver a Jayce, que ahora estaba de pie
— Está discusión no nos lleva a nada, Mel que te hace creer que existe magia?
La mirada de la Noxiana se ubico sobre la de Jayce y con un señal llamo a su consejera, una beta de estura baja, la cual saco unos planos y libros los cuales los coloco sobre la mesa para luego darle un pergamino en la mano de la regente de Noxus
— Existen pruebas de magia alrededor de todo Piltover, hay sitios sagrados y antiguas tumbas que han aparecido en las tierras en los últimos años
— Majestad con todo respeto, eso se a probado que fueron rastros arqueológicos de historia de Piltover — dijo Caitlyn
— Entonces como explica las desapariciones y apariciones de algunos habitadas en los sitios sagrados con marcas extrañas en el cuerpo y me atrevería decir que esto es algo que tmb se a visto reflejado en otros reinos... todos estas marcas que aparecen coinciden mucho con las marcas que se vieron hace muchos años en los Zaunitas
El salón volvió a llenarse de susurros ante lo dicho por la Noxiana, Jayce miro a su derecha donde Caitlyn estaba en silencio y luego miro a la morena a su lado con expresión seria
— Si lo que dices fuera cierto... ¿Por qué Zaun estaría robando mercancía de Piltover y cual es su objetivo? No entiendo que ganan con esto
— No es lo que ganan Jayce es lo que pueden llegar a hacer. Hay pruebas desde antes de la fundación de los 10 reinos soberanos que la magia Arcana puede ser muy valiosa y destructora, ellos podrían destruirnos si quisieran.
El salón quedo en silencio nuevamente, si lo que ella decía era cierto, entonces técnicamente estarían al borde de la extensión. Los soberanos miraban a sus consejeros los cuales intentaban calmarlos de alguna manera pues ni ellos tenían respuesta para esto, pero al igual que había muchos preocupados tmb había otros que se negaban a creer, pues si Zuan quisiera destruirlos lo hubieran hecho hace siglos o es que acaso.. ¿se preparaban para algo mas grande?
Chapter 2: Decisión Tomada
Notes:
"La mente rara vez se doblega por la fuerza, pero se deja guiar por aquello que cree elegir."
— Rousseau
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El caos de las dudas entre si creer o no creer era algo razonable dentro de salón, pues habian puesto en juego la credebiliad de un mito, la mirada de la Noxiana hacia todos los presentes, logro que estos le devolvieran su atención a ella, la reina de Demacia que hasta el momento se había quedada callada al igual que otros, con una mirada seria levantado la mano para poder hablar
— Estas loca si crees que creeríamos lo que dices tan fácil, ni siquiera has mostrado una prueba solida de que Zaun tiene algo que ver con todos estos robos, ¿y magia? te das cuenta de lo ridículo que suena?
La morena con una sonrisa en su labios miro a la omega de piel pálida y cabello blanco, la joven gobernante hace un año que había subido al trono de Demacia, era joven lo cual la aria una presa mas fácil de tranquilizar si elegia las palabras correctas, pero dejaría envainada su espada para otra ocasión, pues aun no era el momento correcto
— No se preocupe preocupe por eso Majestad... pero me sorprende ese comentario viniendo de usted, se que aun es joven para el puesto pero para que una Demaciana diga y cuestione sobre la que la existencia de la magia es absurda cuando su propio reino se forjo gracias a piedras ancestrales, es un poco hipócrita no cree o es que acaso no conoce su historia?
La cara pálida de la albina enrojeció un poco el cual todos notaron, pues aunque era cierto lo que la noxiana decia, sabían que no le estaba dando una lección de historia a la mas joven sino que estaba dejando en claro su dominio si te atrevían a cuestionarla, lo cual era algo que caracterizaba a todos los Noxianos.
Jayce Talis que se había vuelto a sentar en su asiento pensativo, esbozo un suspiro cansado, mientras se sobaba la sien le dio Caitlyn una señal, a lo cual ella asintio y fue hacia hacia una cuarda la cual hizo sonar una campana indicando que el primer tiempo de la reunión había terminado por lo tanto venia un descanso de 30 minutos. El alfa de barba se levanto de su asiento y acercándose a la Medarda le susurro al oído con una voz ronca
— Hablemos —
La mujer asintió y le dio una señal a su consejera de que no los siguiera, ambos salieron del salón y se dirigieron al balcón del palacio el cual era custodiado por dos guardias para que no los molestaran, Mel miro al cielo el cual empezaba a tener unos sutiles colores en anaranjado avisando que el día estaba por terminar.
— sabes siempre me gusto el cielo de Piltover, muy reconfortante — dijo ella esbozando una pequeña sonrisa de labios, a lo cual su compañero solo suavizo su mirada recostándose un poco sobre el barandal de piedra del balcón.
— a donde quieres llegar con esto Mel?
Mel suspiro y dirigió su mirada hacia la ciudad, la noche pronto empezaria a llegar y los colores en el cielo iban cambiando, ella se cruzó de brazos acentuando mas sus curvas, a pesar de todo era hermosa a la vista, la morena miro de reojo al gran alfa a su lado
— son peligrosos
— Como sabes eso? por tu hipótesis de la magia? Mel ni siquiera nos has dado una prueba confiable de que exista
La mas baja miro a su compañero y puso una mano sobre la mejilla de el con una mirada suave pero seria
— hay cosas en el mundo que la ciencia no va a poder explicar Jayce, no seas ciego a algo tan obvio, has de pensar que soy tonta por creer que exista magia, pero si es real? podría ser un posible desastre solucionado, además si les logras quitar ese poder... Piltover podría ser mas grande que nunca
Jayce desvió la mirada un tanto inseguro por las palabras dichas por su pareja, está al ver que el dudaba de sus palabras suavizo mas su mirada y acercándose a el lo beso en los labios
— Es lo mejor Jayce ¿no quieres proteger Piltover? ¿protegerme a mi?
Dijo la omega mientras se recostaba un poco sobre el pecho del alfa buscando confort y seguridad en el, Jayce tomo su mano con delicadeza y la beso. Sabia bien que la lógica dictaba lo contrario a las palabras de la morena, pero en el fondo Jayce sabía que tal vez ella tenía razón, y que si existía esa posibilidad de magia entonces eso podría estar causando tantos problemas para Piltover. El alfa permaneció un momento en silencio y suspiro con cansancio
— Digamos que tú teoría es correcta ¿Qué propones que hagamos? —
[...]
— Una anexión?!
Dijeron todos los presentes al escuchar lo dicho por el alfa de cabello negro, el cual tenia una mirada seria en su rostro, este estaba sentado sobre su asiento y su costado su compañera la cual miraba a todos con una tranquilidad envidiable. Las palabras de Jayce habían provocado que la paz que se había formado en el receso se fuera por el caño, una anexión? a Zaun? era prácticamente un declaración de guerra, el solo pensar en anexar un reino era una tarea muy dificil sin importar de cual estuvieran hablando además de que era una forma de querer eliminarlo de la historia
— Majestad, Zuan no nos ah dado una razón lógica para dudar de ellos.. es mas ni siquiera perteneces al consejo de reinos, porque desde su fundación dejaron en claro que ellos no iban a estar del lado de nadie.
El comentario de la soberana de Shurima, hizo que el lugar se llenara de murmullo nuevamente, lo cual molesto a Jayce que dudaran de el y su capacidad para tomar decisiones.
— Créanme cuando les digo, que es lo mejor
— Y como sabemos que está decisión es suya y no es de la emperatriz Medarda? Sabemos que es su prometa pero estas decisiones se tiene que tomar con la cabeza no con el corazón
Hablo está vez la regente de Ixtal. Jayce suspiro tratando de calmarse, sabia que el convencer a los otros soberanos de está anexión no seria fácil pues al ser un consejo de reinos, la decisión tenia que ser unánime
— La decisión es mia, si lo que dice la emperatriz Medarda es cierto, la situación no solo afectaría a Piltover sino podría afectar a todo Runatierra, recuerden que es lo que dijeron nuestros ancestros al momento de iniciar este consejo hace siglos atrás ''Sea amigo o enemigo, si representa un peligro, todos estaremos de acuerdo en actuar.''
El silencio volvió a llenar el salón, las palabras del emperador eran ciertas pues en efecto si Zaun representaba un peligro para todos entonces debían actuar sin importar que, pero esa idea de actuar con la fuerza y sin pensarlo 2 veces era algo que nunca antes habían hecho en el consejo de reinos. Ixtal volvio a romper el silencio.
— ¿Y qué va pasar si todo esto son solo especulaciones?
— Entonces lo dejaremos libres y Noxus se culpara de todo
La respuesta de Mel dejo a todos callados, aunque desconfiaran aveces del juicio que podían tener los Noxianos, cuando se trataba de jugar con su orgullo y reputación, no habia nadie que los pudiera cuestionar.
— Se someterá a votación, el voto tiene que ser unánime...
Las cortinas del gran salón se cerrarón y las luces se apagarón, los primeros en levantar la mano fueron Mel y Jayce a los cuales se les apunto con un reflector de luz blanca, no pasaron muchos segundos para que los otros reinos levantaran la mano en señal de aprobación y así uno por uno hasta cumplir los 10 votos necesarios... la decisión había sido tomada, pero había algo por resolver ¿Zuan aceptaría?
Chapter 3: El comienzo
Notes:
"Quien con monstruos lucha debe tener cuidado de no convertirse él mismo en monstruo''
— Friedrich Nietzsche
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En medio de los mares del norte de los limites Ixtal y inicios de Piltover, se encontraba un reino bastante pequeño, Zaun, este está rodeado por una playa muy amplia el cual tenia un puerto hecho de madera de robles que crecían en el lugar, apenas se pisaba la zona se podía respirar un aire de tranquilidad y paz, los únicos ruidos que se podían escuchar eran el de las olas golpeando contra la arena una sobre otra, el de las cuchillas de piedra siendo clavadas en la tierra y los bugidos de los diferentes a animales que eran criados en el lugar. El día para los habitantes del lugar empezaba muy temprano, levantándose antes del alba para poder comenzar con sus tareas en la tierra y el pueblo, esa mañana parecía ser una como cualquiera pero las fuertes pisadas de uno de los mensajeros betas del pueblo llamaban la atención pues iba corrieron de forma muy rápida mientras pedía disculpas con las personas con las que se chocaba en el camino, este iba en dirección a un lugar en especifico y ese era la tienda del líder de el lugar.
— Lo siento, necesito pasar, disculpe!
Se escuchaba decir al beta de cabello marrón, el cual ya había salido del pueblo para empezar a cruzar el campo de los sembríos de trigo y otros cultivos. Pronto el joven beta llego a la tienda, soltó un gran suspiro mientras intentaba que el aire regresara a sus pulmones y miró de una forma tímida a los guardias presentes, este quiso entrar en la tienda pero el cruce de las lanzas de los guardias una sobre otra, le impidió el paso
— No puedes pasar, el heraldo está ocupado
Dijo uno de los guardias mas alto, el joven mensajero los miro de reojo y disculpándose ante ellos dijo:
— Vengo a darle un mensaje al heraldo, es importante
El mensajero rápidamente saco una carta de su bolso de cuero mostrándosela a los guardias, ellos se miraron entre si pero antes de responder, la voz suave y reconfortante de otra persona dentro de la tienda los interrumpió
— Déjenlo pasar
Dijo aquella voz, Los guardias sin objeción alguna levantaron sus lanzas que impedían la entrada permitiendo el ingreso del beta el cual agradeció adentrándose en la tienda. Al entrar el olor a incienso y hiervas medicinales se podía percibir por todo el lugar, en medio de la tienda se encontraba el Heraldo sentado cómodamente sobre unas almohadas mientras molía unas hiervas en un tazón y las guardaba en frascos, este dirigió su atención al beta que había entrado el cual al verlo se arrodillo en forma de respeto.
— Tengo entendido que vienes a dejarme una carta ¿verdad?
— A-Así es señor!
El beta levanto del suelo y alzo la carta que llevaba en su mano y la entregó al heraldo, este al verla se sorprendió pues tenia un sello grabado en cera dorada con el escudo perteneciente de Piltover, ellos nunca habían recibido carta de ellos o de algún otro reino ¿acaso había pasado algo con los alimentos que enviaban? o quizás ¿Querían mas cultivos?. El heraldo agradeció al mensajero por su amabilidad de traerle la carta y se despidió de el sin antes darle un racimo de hiervas medicinales ya listas para usarse, el beta volvió a hacer una reverencia ante la amabilidad de su líder y salió de la carpa dejándolo solo.
Una vez solo el omega miro la carta fijamente con algo de preocupación pero luego suspiro tratando de tranquilarse y abrió la carta con cuidado de no romperla, pero al empezar a leer solo bastaron los primeros párrafos para que su rostro calmado y sereno se llenara de sorpresa, ¿una visita de Piltover a Zaun? ¿por que? y aun mas ¿para que?. La carta ya no daba mas información, solo la fecha del día de la visita junto a la fecha de emisión del mensaje.
El heraldo se quedo con la carta en manos tras terminar de leerla, su mente estaba confundida por la información recibida, un emisario de Piltover vendría a Zaun, pero ¿Por qué se tomaría el tiempo de venir? ellos no eran un reino moderno como los otros que los rodeaban, no tenían conflictos políticos o si quiera un consejo regente como los demás, los propósitos exactos del motivo de la visita no eran claros, pero el solo hecho de que Piltover venga de visita a Zaun ya era algo extraño. El omega sacudió un poco su cabeza intentando enviar lejos todo tipo de pensamientos y guardo nuevamente la carta en el sobre.
Los habitantes del lugar seguían con sus actividades en los sembríos de forma normal sin preocupación alguna, el sol ya se podía verse por encima de las montañas y la temperatura estaba empezando a subir. El heraldo salió de su tienda y miro hacia el campo lleno de trabajadores, los cuales al verlo le sonreían y hacían una reverencia en respeto, a lo cual este respondía con la cabeza en forma de agradecimiento pero su mirada se poso en la alfa femenina que venia caminando hacia el con diferentes cosas para preparar las medicinas. Está apenas se acerco a el pudo notar por su aroma que algo estaba mal
— Sky, vamos a tener visitas
Esto llamo la atención de al alfa de rulos y mirando a su superior solo dijo
— Visitas? de quienes?
— Piltover... así que prepara todo porfavor
Sky no hizo mas pregunta y solo hizo una reverencia ante la petición de su líder
[...]
— Enserio crees que el que yo valla sea lo mejor, Mel?
Decía Jayce sentado en el borde de la cama mientras veía a su prometida poniéndose una bata de dormir para cubrirse, ella sonrió un poco para luego mirar a su pareja y sentarse junto a el
— Es lo mejor Jayce, además tu eres el emperador de Piltover ¿habría otra personas mejor calificada para ir? creo que no
Jayce suspiro soltando un poco su tensión, no estaba nervioso por ir a ese lugar, no es como si fuera la primera vez que va a visitar un reino pero la situación ahora era diferente lo cual lo dejaba un tanto intranquilo, no era un hombre que creía en la fantasía o la magia, tal vez de niño le emocionaba cuando su madre o sus abuelos le hablaba de los incontables mitos que existían en Runatierra pero ahora la situación era diferente, ir hacia Zaun hablar con el rey del lugar y pedirle que aceptara su propuesta de anexión ¿solo porque creían que ellos tenían magia y podían destruirlos? tan solo pensarlo le daba ganas de reír, pues sonaba ridículo.
— No, supongo que no.— Respondió finalmente el alfa pasando una mano por su rostro, no quería sonar desconfiado de su futura esposa pero era inevitable con todo lo que tenía en su mente sobre ese lugar y la razón por la que iba a ir. Mel al darse cuenta de la desconfianza de su alfa se recostó sobre el hombro derecho de él con un suave suspiro dijo
— Jayce, no debes de tener dudas, todo va a salir bien... tu eres el emperador de un imperio que es el soporte de mucho y lo haces por el bien de Piltover —
Añadió la morena con una sonrisa suave mientras posaba una mano en el brazo del alfa con tranquilidad y ternura, este sonrió y solo pudo mirar a la omega en silencio, aun tenia dudas sobre el tema pero prefirió ya no ponerlo en discusión, además era seguro que Mel tenia razón ella nunca se había equivocado en el momento de tomar acciones o dar consejos y era algo que le gustaba de ella, pero un sentimiento un tanto extraño se formaba en su pecho lo cual no podía descifrar que era exactamente... tal vez era pq estaba sobre pensando mucho pero aun así no podía evitar cuestionarse si estaba realmente haciendo lo correcto o no.
Chapter 4: La llegada a Zaun
Notes:
''El destino guía a quien lo acepta, y arrastra a quien se resiste.''
— Séneca
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El clima en el reino de Zaun era bastante agradable, el cielo que cubría el pueblo estaba disperso y no se podía ver ni un solo rastro de nubes, el solo apenas calentaba el lugar pero el viento tmp soplaba muy frio, un clima perfecto en otras palabras. El pueblo ya sabia que vendrían visitantes exteriores lo cual es cierta forma los emocionaba pues raras veces venia gente afuera pero entre todos los comentarios que se hacían el único que no parecía muy emocionado pro aquella visita era el Heraldo del lugar. Aunque Zaun no perteneciera al consejo de reinos y no tendría pq estar obligado a aceptar la visita de Piltover, ellos siempre recibían con brazos abiertos a cualquiera que quisiera visitarlos ya fuera una amenaza o no... lo cual era una ley que se seguía desde el día de la fundación de Zaun.
No estaba de mas por decir que al igual que el Heraldo al igual que todos los demás habitantes estaban curiosos por saber quien era enviado de Piltover para poder tratar el asunto de la carta, pero era seguro que tal vez seria un súbdito o quizás un ministro del emperador. No sabia por cuanto tiempo se iba a quedar pero sin importar el tiempo que se quedara el Zuan serian tratados con toda las hospitalidad del mundo, solo deseaba que su llegada no alborotara a su pueblo.
Esa mañana el omega castaño se había levantado un poco mas temprano de lo habitual aun estaba un poco soñoliento y algo cansando pues no había podido dormir de forma correcta durante toda la noche, no había podido dejar de pensar en la visita de Piltover ¿pero porque? ni si quiera el lo sabia, tenia un sentimiento muy extraño en su pecho como si algo fuera a pasar lo cual lo mantenía un poco frustrado, era un omega de 20 años, tal vez era joven pero desde niño había sido elegido para ser el siguiente líder del lugar por lo tanto había tenido un entrenamiento en liderazgo, medicina y resolución de problemas, lo cual dio como resultado el desarrollo de su madures desde muy temprana edad, pero aun teniendo todos esos talentos no podía comprender ese sentimiento que crecía dentro de el, lo cual lo ponía un poco nervioso; Al final decidió no hacerle caso y empezó alistarse para la llegada de Piltover, con ayuda de dos mujeres betas del pueblo se baño y cambio para estar presentable ante sus ''invitados'', se puso su túnica azul marino junto con unas correas blancas la cuales servían para ajustarla, está dejaba expuestos sus brazos y una gran parte de su cuelo y clavículas dejando ver su piel blanca y pálida, tenia unas marcas de cristales de colores en las manos que se extendían hasta el antebrazo, unas marcas muy características de los Zaunitas. con ayuda de su bastón en mano se levanto del asiento en donde las betas cepillaban sus cabello y se miro en el espejo de su tienda, no estaba tan acostumbrado a estar tan arreglado pero lo mejor era dar una buena impresión ¿no?
[...]
El viaje de Piltover a Zaun fue bastante largo, 5 días aproximadamente, pues Jayce y sus tropas iban en barcos ya que Zaun no tenia puertos para las Aeronaves, pero aunque para algunos esos días fueron interminables y ni hablar de las de tormentas que tuvieron que atravesar para Jayce esos días pasaron muy rápido, siempre se estaba mirando al espejo practicando lo que iba a decir ¿pero pq estaba tan nervioso? no era como si fuera la primera vez que conociera al rey de un reino, pero está vez se sentía diferente lo cual solo frustraba al alfa de cabello negros el cual se había vuelto a sentar sobre el mueble de su oficina bebiendo su tercer vaso de Whisky
Pero lo que le dio más dolor de cabeza fue el hecho que la emperatriz de Noxus había querido enviar un escolta Noxiano en su misión en Zaun, como si fueran niños pequeños que no supieran cuidarse, pero por obvias razones tenía que acatar lo que su futura esposa decía, pero por qué ella tuvo esa estúpida idea, no pensaba que Zaun fueran unos delincuentes peligrosos aunque al parecer ella pensaba diferente, ese hecho puso de especialmente de mal humor a Jayce, la única forma de estar un poco tranquilos fue con la compañía de su consejera y comandante, Caitlyn.
Caitlyn en cambio no se veía preocupada, incluso sonaba bastante optimista, la omega de largas piernas se encontraba cerca de él revisando algunos documentos, la mujer de ojos azules pudo notar la tensión del alfa y levanto su mirada del papel que leía
— Relájese Emperador, estoy segura que todo va a salir bien
Al escuchar esto Jayce pudo notar esa tranquilidad en la voz de la mujer, si bien era cierto que Caitlyn no era muy expresiva con sus emociones esta solía intentar calmarlo cuando el se ponía un poco tenso, algo común que ella siempre hacia desde que eran niños, habían crecido como hermanos durante toda su vida así que prácticamente uno era nada sin el otro.
Jayce suspiro aliviando un poco su tensión y dejando el vaso de whisky en la mesa se recostó sobre el sillón, se pasó una mano por la cara tratando de pensar con calma en esta locura que su prometida estaba haciendo y aun mas lo había convencido de hacer. El alfa miro su mano y observó el anillo que adornaban su anular izquierdo, un anillo de compromiso, era el símbolo de lo que prometían él y Mel y al mirarlo recordaba que solo faltaban pocos meses para que el y la Noxiana estuvieran unidos en matrimonio.
— Problemas en el paraíso?
Dijo Caitlyn sin quitar la vista de los documentos que leía. Jayce levantó la mirada y solo bufo cansado ante la pregunta de la omega
— algo así — ¿Estás leyendo las notas nuevamente?
— No me cambies el tema
Jayce se rio ante la respuesta de la omega y levanto los brazos de forma inocente demostrando rendición— Esta bien, me atrapaste —. La susodicha soltó una pequeña risa para luego dejar los papeles y mirar a Jayce
— Bien, que sucede?
El mayor bajo los brazos y miro a su amiga con un poco mas de preocupación
— No es nada solo que estoy algo tensionado por todo esto y encima de que vamos a un lugar para ver la magia? vamos Cait... amo a Mel, pero ahora que estamos camino a Zuan me suena aun mas ridículo y encima enviar a un escolta? nose... siento que algo no está bien
— A quien te refieres? a tu niñero de dos metros que está parado junto a la puerta? si.. yo tampoco diría que todo está bien
Jayce rodo los ojos ante el comentario sarcástico de la omega, aveces podía ser muy sarcástica lo cual le irritaba bastante, pudieron seguir hablando pero la interrupción del Noxiano entrando en la oficina los silencio. — El capitán del barco dice que ya vamos a llegar, emperador Talis — dijo el escolta mirando fijamente al moreno y luego cerrar la puerta.
— definitivamente vas a necesitar un deseo para que te logres alejar de el — dijo Caitlyn
— entonces dejemos que la magia nos ayude...
La habitación quedo en silencio unos segundos y luego ambos estallaron en risa por el comentario de Jayce, ambos se entendían... a su manera.
Luego de una hora, el barco llego al puerto de Zaun en donde primero bajaron las tropas Piltovianas con sus armas para recibir a su emperador el cual bajo del barco minutos después delante de Caitlyn y el Noxiano de nombre Darius. Al caminar por la playa un rato llegaron a un camino de piedra y a la entrada del pueblo, ahí había un omega de piel blanca y cabello rojizo, delgados con marcas de cristales en rostro y brazos; Vestía un atuendo tradicional Zaunita además de tener una expresión seria y relajada en el rostro.
— Buenos días piltovianos... antes de ingresar les pediré que dejen todas sus armas, en Zuan no están permitidas
— Disculpa?
Dijo Jayce mirando fijamente al pelirrojo frente a el
— Me temo que es una orden del Heraldo, una vez dejen sus armas podrán ingresar
Jayce no entendía el pq dejar sus armas y Heraldo? quien era ese?, el venían a ver al rey de Zaun pero al parecer no iban a ser bienvenidos si no acataban las ordenes de el, vio como Darius con una cara de enojo total quiso acercarse al omega para intimidarlo pero lo detuvo; No estaban en Piltover o Noxus, por lo cual solo les quedaría seguir las ordenes de ese tal Heraldo.
Chapter 5: El Heraldo
Notes:
"Nada es más difícil de ver con claridad que lo que tenemos justo frente a los ojos."
— Goethe
Chapter Text
Jayce junto a sus tropas empezaron a quitarse las armas que traían, pistolas, cuchillas, laceres, etc, lo cual formo una pequeña montaña de armas lo cual impresiono bastante al omega pelirrojo pues nunca había esa cantidad de armas; Todos terminaron de dejar las cosas en el suelo pero el único que faltaba era Darius, el cual no se había movido de su lugar por ningún segundo. Esto causo un poco de confusión en el pelirrojo el cual volvió a repetir que todas las armas así sean chicas o grandes tenían que quedarse fuera y aquel alfa de 2 metros traía en su espalda el hacha mas grande que había visto en toda su vida.
Jayce miro molesto a Darius el cual no se inmuto por ningún segundo ante su mirada, incluso parecía ignorarla lo cual molesto mucho al pelinegro, sabia que el no era de Piltover y por lo tanto no aria caso a sus ordenes pero el no querer cumplir una ley de un reino siendo el un visitante, era una total muestra de falta de respeto.
— Darius, haz caso a lo que dice el Zaunita y deja el hacha
El nombrado miro de forma seria al Talis y soltó un gruñido en desaprobación, no era su emperador, no era quien para darle ordenes
— no soy tu súbdito, no puedes mandarme
— No te estoy mandando pero es una falta de respeto a Zaun al no seguir sus ordenes
Ambos alfas se miraron de forma retante liberando feromonas muy densas las cuales empezaban a marear a otros alfas presentes, incluso betas. Huck al ver el comportamiento de ambos rodo los ojos, a el no le afectaba pues ya estaba marcado por su alfa, al parecer su líder tuvo razón en decir que seguro iban a ser como animales salvajes.
— Disculpen... pero si no dejan las armas, no entran
Volvió a repetir el omega lo cual solo provoco que el enojo de Darius aumentara y dejando a Jayce a un costado se paro frente al omega liberando sus feromonas para intimidarlo pero el pelirrojo solo seguía con mirada relajada
— Ya lo escuchaste ¿no? no entras... no querrás desobedecer las ordenes de tu emperatriz no?
Dijo Jayce, a lo cual alfa mas alto lo mirara de reojo, al final este levanto el hacha con su mano y Jayce se congelo por un segundo ¿no iba a hacer lo que pensaba no? este intento correr a detenerlo pero al ver como clavaba el mango del hacha en el suelo, sintió como su corazón volvía a latir nuevamente. Darius sin decir nada entro en lugar como si na hubiera pasado, Jayce no pudo evitar enojarse pero solo respiro y volvió a centrarse en lo que venia a hacer, no tenia tiempo para lidiar con el. El omega pelirrojo agradeció por su cooperación haciendo una pequeña reverencia para ahora si invitarlos a entrar.
Los soldados siguieron siguieron a su emperador pero ahora solo era silencio entre ellos, Jayce pudo notar como los habitantes los miraban con algo de tensión, lo cual solo aumentaba su inseguridad, el pelirrojo se para por un momento y se volteo mirando a todos.
— Agradezco que sigan las ordenes del Heraldo y a favor de todos, les doy la bienvenida a Zaun, si me permiten acompañarlos a la tienda del Heraldo estaré agradecido
Esto causo que Jayce hiciera una expresión seria, ¿una tienda? además ellos no querían ver a ese tal heraldo, necesitaba hablar con el soberano del lugar
— Haber omega creo que te estas confundiendo, yo no quiero ver a ningún Heraldo, quiero ver al rey de estas tierras... llévanos a su palacio
El omega miro al Piltoviano alzando una ceja y soltando un suspiro para poder mantener su rostro relajado
— Disculpe pero creo que no me explique, en Zaun el Heraldo es la persona con mas autoridad de todo el pueblo, es quien habla y decide por lo tanto es nuestro líder
La reciente información dejo a muchos de los soldados piltovianos algo sorprendidos pues no era de la costumbre que la figura mas importante no fuera un rey o un emperador. Por su parte Caitlyn no estaba nada sorprendida ya que por todos libros que tuvo acceso con anterioridad sabía como era el orden en Zaun, algo que claro... a Jayce le falto revisar.
— Lo siento, si ese es el caso, llévanos ante ese Heraldo...
El camino hacia la tienda del Heraldo era silencioso, mientras pasaba por todo el pueblo veía como muchos Zaunitas se les quedaban viendo a lo cual el intento sonreír pero cuando lo hacia algunos se escapaban, sobre todo niños, lo cual solo lo hizo sentir un poco de mal humor pues veía como Caitlyn se guardaba la risa, el clima era agradable no lo podía negar pero aun tenia ese sentimiento en el pecho que no lo dejaba tranquilo, su mente vago a quien seria el heraldo, tal vez un hombre anciano con arrugas o quizás una barba muy larga como en los cuentos de magos, el pensarlo le causaba mucha gracia pero no estaba para permitirse reír en un momento tan importante como esté. Luego de varios minutos y una camina muy larga, llegaron a la tienda del tan famosos Heraldo, está era mas amplia que las otras, no tenia algún lujo o siquiera algún diseño de que ahí vivía el soberano, nada, solo una tienda de color blanco.
Las cortinas de la entrada de la tienda estaban abiertas lo cual significaba que podían entrar, Husk dio una ultima reverencia y luego de marcho camino abajo hacia el pueblo. Jayce miro a su tripulación y les dio una orden de que esperan aquí, luego miro a Caitlyn quien iba a ser la que iba acompañarlo junto a... Darius, Jayce se guardo un rodeo de ojos y se encamino hacia la entrada de la tienda. Al adentrarse en el lugar el aroma a incienso y flores se hizo presente, aunque por fuera se veía como una tienda común y corriente por dentro era bastante agradable, había flores exóticas que adornaban el lugar junto con almohadas y algunos mantos con diferentes bordados tradicionales de Zaun lo cual le daba vista al lugar, se pudieron haber quedado observando la tienda por un rato mas pero las cortinas de la entrada posterior de la tienda se abrieron dejando ver a un chico de cabello marrón con puntas blancas, ojos avellana y piel pálida, este tenia un rostro serio pero al verlos en su rostro de formo una pequeña sonrisa.
— Bienvenidos Piltovianos, espero que su viaje halla sido agradable
El heraldo hizo una reverencia en forma de respeto el cual fue respondido por dos excepto uno, Caitlyn fue la primera en hablar
— Es un honor en conocerlo Heraldo, tengo el honor de presentar a su majestad el emperador de Piltover, Jayce Talis
La sala se quedo en silencio, se podía escuchar hasta el vuelo de una mosca, Caitlyn miro a Jayce un tanto confundida por su falta de respuesta ¿Acaso estaba rechazando la bienvenida del heraldo o.. pero cuando Caitlyn vio a Jayce, este tenia la boca medio abierta mirando fijamente al omega frente a el, en definitivamente... era el omega mas hermoso que había visto en toda su vida.
Chapter 6: Hermoso Omega
Notes:
"Lo esencial es invisible a los ojos."
— Antoine de Saint-Exupéry
Chapter Text
Jayce se quedó sin palabras, ni siquiera podía pensar en nada, se sentía hipnotizado por el peli marrón. Su mirada no podía apartarse del omega mientras este se paraba frente a el, sentía como su cuerpo le empezaba a temblar un poco por la rapidez en la que su corazón latía, sus manos apretaban su abrigo blanco con fuerza se sentía como un adolescente nuevamente, uno que acaba de ver a un omega por primera vez, tenía que controlarse. Caitlyn al ver que este no hablaba y el silencio se había vuelto incomodo y sofocantes, rápidamente tomo la palabra nuevamente.
— Debe disculpar a su real majestad, líder de Zaun... está un poco mareado por el viaje
Jayce al darse cuenta de que se había quedado mucho tiempo mirando al omega frente a el se puso muy nervioso saliendo de este momentáneo trance ¿Cómo era posible que se haya quedado mirando al líder de Zaun así?. El alfa sonrió de forma correcta y dio una reverencia al Heraldo mostrando respeto
— A-así es su alteza, espero me perdone por la falta de cortesía
Viktor que tmb se le había quedado mirando, tambien está algo sorprendido, pero no por la apariencia del alfa, si no pq quien estaba frente a el era el mismo emperador de Piltover ¿desde cuando, los reyes van ellos mismo a dar explicaciones sobre una carta? bueno al parecer ahora era de esa manera, tal vez los tiempos estaban cambiando mas rápido de lo que creía; Rápidamente alejo esos pensamientos de su cabeza y dándole esa misma sonrisa respondió nuevamente la reverencia del emperador.
— Ya veo... lo siento mucho, el único puerto que tenemos es de barcos, lamento las incomodidades su majestad Talis y porfavor llámenme Heraldo o Viktor si quieren, no acostumbro al apodo de ''Su alteza''
Viktor nunca fue criado como si fuera un rey, por lo cual el apodo de ''su alteza'' eran como términos desconocidos para su persona; Por otro lado Jayce no paraba de mirarlo con cierto afilo en sus ojos, noto como este era mas bajo que el, tal vez un poco mas de lo que había pensando, no mentía, era muy diferente a lo que el había pensado, ¿Pq nadie le había dicho que los omegas Zaunitas eran tan hermosos?. Viktor hablaba pero Jayce no lo escuchaba solo podía apreciar su belleza junto a todas sus facciones, la forma en que hablaba o incluso movía sus manos para explicar algo... ¿PERO QUE ESTABA HACIENDO? el está comprometido, ya tiene una omega, amaba a Mel y ella a el... tenia que dejarse de tonterías ahora, pero la voz de Cait lo saco de su prisión mental.
— Majestad ¿Va a explicarle el motivo de la visita al Heraldo?
MIERDA!, pudo decir en su cabeza, estaba tan absorto por sus pensamiento que se había olvídalo pq había hecho todo ese viaje, si los dioses querían llevárselo esté seria un buen momento. Jayce volvió a recobrar la compostura y volviendo a una expresión seria y neutral, o bueno lo intentaba, dijo
— Claro, perdóneme, Heraldo... he sido muy descortés. Nosotros venimos por el motivo de la carta que se le fue enviada hace días atrás por uno de nuestros mensajeros
El Heraldo asintió ante las palabras del alfa y invitándolos a sentarse en las almohadas en medio de la tienda, a los cual Jayce y Caitlyn aceptaron, excepto por Darius que se quedo parado todo el momento mirando de lejos, logrando que viktor le diera una mirada un tanto inspeccionaría, luego empezó a hervir una tetera de cerámica con agua y algunas hiervas de manzanilla, sobre la pequeñas sobre el carbón caliente que había en medio de las almohadas mientras escuchaba al alfa hablar sobre el motivo que los trajo a Zaun.
— Ya veo... entonces planean hacer una anexión entre Piltover Y Zuan ¿verdad?
Dijo Viktor mientras servía el té en las tasas de cerámica frente a ellos, este aspiro un poco del suave humo de la la manzanilla y luego tomo con cuidado el liquido dentro, Jayce y Caitlyn imitaron sus acción con mas cautela pues el té estaba demasiado caliente para que ellos lo bebieran
— Podría preguntar porque?
Esa pregunta no tomo tan de sorpresa a Jayce pues sabia que seguro le iban a preguntar eso ''— Pues pesamos que Zaun tiene magia y es peligrosa pro eso vamos a arrestar a cada personas en Zaun incluyéndolo a usted —'' CLARO QUE NO! no pensaba decir eso, además ni siquiera estaba preparado para esa pregunta y eran Piltover, el reino mas grande y prospero de Runatierra, ninguno de los otros reinos acostumbraban a negarse a sus daciones, si no fueran pq estas eran moralmente cuestionables, como el viajar a Zaun para ver ''la peligrosa magia'', estaba en duda. Por otro lado, Caitlyn que ya venia preparada como buena consejera respondió.
— Creemos que Zaun ha pasado demasiados siglos al margen de los grandes imperios. ¿No cree que ya es hora de mirar hacia adelante y modernizarlo? creemos Zaun merece estar a la altura de las grandes potencias de Runatierra.
El omega escuchaba atento las palabras de la Piltoviana y al terminar, asintió de forma cortés, Viktor se quedo unos segundos pensando y luego dio un suspiro, volvió a apoyar la tasa de té contra el suelo, Jayce lo miraba atentamente, era un omega muy diferente al resto, no había sentido el aroma de su feromonas en ningún momento, lo cual era un arma muy poderosa tanto para alfas como omegas pero a pesar de eso, tenia una mirada muy fría sin importar si estuviera respondiendo o no.
— Comprendo sus palabras, pero no creo que Zuan necesite eso, mi señor... hemos pasado muchas generaciones mandando cultivos toda Runatierra y nunca se han quejado por nuestra decisión de no pertenecer al consejo de reino... así que...
— Porque no lo piensa?
Dijo Jayce al ver la negativa del Heraldo. El susodicho lo miro y luego se levanto de su asiento, Jayce se tenso, ¿acaso lo había hecho enojar? ya se imaginaba siendo desterrado de Zaun, Mel lo mataría.
— Acompáñenme porfavor...
El heraldo salió de la tienda siendo seguido por los otros 3, este se dirigió hacia la pequeña colina junto a su carpa la cual subió con ayuda de su bastón.
— A donde quiere llegar con esto?
Pregunto Jayce al ver al omega mirando a la aladea
— Dígame Majestad, en lo que llego... se tomo un tiempo para ver el pueblo de Zaun? o solo fue de frente a buscarme a mi?
Jayce no entendía lo que el Heraldo quería llegar con todo esto, ¿Qué tenia que ver el pueblo? Jayce se voltio mirando el punto que el omega veía, el pueblo desde arriba se veía muy pequeño y era mucho mas humilde y muy atrasado que Piltover... no había el sonido de la bocina de los nuevos carros o las charlas en voz alta que la gente hablaba mientras caminaban, no había grades edificios, aeroplanos volando o oro... todo era paz ahí, se podían ver todas las tiendas blancas circulares, algunas mas grande que otras, formando un dibujo idéntico a las olas del mar, los diferentes adornos de cristales que colocaban en las tiendas y eran reflejadas por la luz del sol mostraba una hermosa pintura natural de luces de colores... lo único que se escuchaba eran los golpes de los picos arando la tierra o las risas de los niños jugando ¿pq recien notaba lo agradable que era Zaun?
— Dígame... no cree que es hermoso?
Dijo Viktor mirando fijamente a su pueblo con una pequeña sonrisa en su sus labios, su mirada ya no era tan fría como antes, ahora se podía ver ternura en ella. Jayce volteo ligeramente su cabeza en dirección a viktor al escucharlo decir eso, se quedo callados unos segundos admirando todo enfrente de el y dijo.
— Si... muy hermoso...
Chapter 7: Zaun: ¿Día 1?
Notes:
"La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia."
—Sócrates
Chapter Text
Se podían escuchar los suaves pasos de los Zaunitas saliendo de sus tiendas para irse a trabajar al campo, el sol aun no salía, lo cual significaba que solo la luz azul del cielo aun dormido los acompañaba junto a sus elementos para cosechar y plantar en en los huertos, el canto de los gallos anunciando la llegada del día ya se empezaban a escuchar, terminando de levantar a cualquier otro que siguiera dormido, entre esos dormidos se encontraba Jayce, el cual se cubría la cabeza con una almohada intentando callar el canto de ese horrible animal, como pensaba el, era demasiado temprano ¿no podían cocinarlo? Y dejarlo dormir? el sol ni siquiera había salido ¿Cómo era posible que hubiera tantas personas despiertas? no había logrado conciliar el sueño hasta altas horas de la noche debido a los gritos del regaño que Caitlyn le había dado la noche anterior ¿Pero porque? al parecer el había aceptado quedarse por 1 mes entero en Zaun, debido a una propuesta del Heraldo de conocer Zaun y así desistir a la propuesta de la ''Urbanización'' ¿Cómo todo se había vuelto mas dificil? el plan era quedarse 3 días, amanzanar al jefe del reino si se negaba a la anexión y ver si esa magia que los había traído existía... pero no estaba en sus planes que ese Heraldo fuera tan atractivo. Estaba volviendo a conciliar el sueño cuando una chirriante voz fuera de la tienda lo volvió a despertar.
—SEÑOR REY DE PILTOVER ¿ESTÁ DESPIERTO?
—Jinx!.. baja la voz, que tal si sigue durmiendo?
—durmiendo? pero si Michael ya canto 3 veces seguidas
Definitivamente Jayce se iba a matar en ese instante, el poco sueño que le quedaba había desaparecido por completo, todo por culpa de esos malditos gallos y no solo los animales, molestaban con todo su escandalo, levanto la cabeza de la almohada para ver las dos sombras en la entrada de la tienda, si esto era lo que todos en Zaun tenían que soportar, entonces debían de estar artos, tal vez el proyecto de Urbanización no se tan... - SEÑOR REY DE PILTOVER - el moreno se levanto rápidamente y se puso una de sus batas que estaban colgadas. La molesta voz continuo.
—SEÑO...
La puerta de la tienda de abrió rápidamente mostrando un Jayce con los ojos algo rojos y sobresaltado
—¡DEJA DE GRITAR! -
Los dos chicos que estaban ahí se sorprendieron al verlo salir de esa manera ¿Así se veía un emperador de un reino poderoso? el cabello a medio arreglar, rostro enojado y bata a medio arreglar?. El chico al costado de la omega llamada Jinx, le tapo rápidamente los ojos con una de sus manos al ver la forma tan poco ''presentable'' en la que se encontraba el alfa frente a ellos. Pero la chica llamada Jinx no estaba tan preocupada como el otro, esta no se impresiono para nada por la vista que tenia enfrente, solo se rio, saco la mano del chico que aun no la había soltado y lo miro de pies a cabeza con su risa aún más fuerte.
—Oh dios! el emperador de Piltover, el gran alfa... ¡no sabia que tenía un aspecto tan patético!
El comentario no pudo hacer que la risa del alfa mas joven se guardara pero intento disimular, pues la persona de la que su amiga hablaba estaba frente a ellos. Jayce intento mantener la cordura y calmarse un poco, pero por dentro estaba bastante enojado, no se esperaba para nada encontrar esta situación a primera hora de la mañana.
—¿Qué hacen aquí?
Preguntó el moreno volviendo entrar a la tienda acomodando su bata, siendo seguido por la peliazul y detrás de ella el alfa de cabello blanco, pero la pregunta lo tomo sorpresa
—¿Qué hacemos aquí..?
Este miro a la omega peliazul la cual se hacia la desentendida y miraba para otro lado y evitar la mirada seria que el moreno tenia sobre ella
—¿no le dijiste ayer?
—Pense que tu le ibas a decir!
—Y-yo?! se supone que Sky te di...
Un golpe fuerte sobre la mesa de madera de la habitación se escucho retumbar por toda la carpa, logrando que la ''pelea'' entre la omega peliazul y el alfa de pelo blanco se detuviera rápidamente
—agh... es muy temprano para escuchar a dos niños discutir, mejor díganme a que viene de una buena vez
—Vienen a enseñarles la vida y las costumbres Zaunitas majestad
Dijo Caitlyn entrando en la tienda, con un aspecto serio usando un uniforme de entrenamiento Piltoviano. Jayce la miro ¿de que mierda estaba hablando?, su mente tardo unos segundos en recordar todo lo que había pasado el día anterior... claro, el dio su aprobación para hacer ese estúpido recorrido, otra cosa a la que accedió solo pq una cara bonita se lo pidió, este día recien empezaba y ya era horrible.
—no crees que el emperador de Piltover se ve tonto Ekko?
—J-Jinx! está al frente tuyo, te puede escuchar!
La mirada de Jayce no hacia más que volverse mas dura, como era que estos niños podía tener la osadía de hablar de esa manera y en especial la chica llamada Jinx, esta era demasiado entrometida y desvergonzada, estaba por responder cuando sintió como Caitlyn se paraba a su lado con una mirada que decía ''si abres la boca te mato'' y el resto del pequeño grupo lo miraba en silencio, Jinx quería hacer otro de sus chiste pero Ekko mantenía su mano en la boca de la omega para que no dijera otra palabra.
Pasaron al rededor de 15 minutos cuando Jayce salió de la tienda ya arreglado, tenia un traje entrenamiento igual al de Cait pero en color negro con las mangas remangadas para mejor comodidad, Jinx estaba recostada contra uno de los palos de madera que sostenían las carpas aburrida mientras que Ekko lanzaba unas cuantas rocas ha un agujero en la tierra intentando que está entrara, cuando los vieron salir Jinx soltó un suspiro de alivio y se supone que las mujeres eran las que siempre se demoraban, que irónico.
Jinx no pudo evitar mirar al alfa frente a el y no era la única, pues todos los omegas y betas del lugar lo miraban fijamente sin poder disimular bien sus sonrojos; Jayce noto las mirada, su uniforme negro resaltaba sus músculos y su figura, aunque fuera un traje para entrenamiento, el como alfa lucia bien con todo lo que llevaba puesto, mientras salían de la tienda no pudo evitar ver hacia la tienda del Heraldo que estaba en la cima de la colina, por alguna razón esperaba verlo, pero rápidamente quito esos pensamientos, apenas lo conocía 1 día y ya le había causando muchos problemas, se iba a preguntar en donde estaba Darius, pero su pregunta se respondió cuando lo vio junto a la puerta de la tienda, media como 2 metros de altura y no lo había visto... ese hombre si que daba escalofríos. Un suspiro escapo sus mirada volviendo a mirar a los Zaunitas enfrente de el, quería terminar con esto rápido y volver para poder descansar y ordenar su mente.
—Bien por donde comenzamos?
Dijo Jayce a la omega llamada Jinx, ella lo miro y luego sonrió ¿ella tenia el poder? miro a Ekko el cual rápidamente se dio cuenta que ella no se pegaría al plan que Sky les había entregado en un inicio.
[...]
—S-SON UNOS SALVAJES!
Dijo Jayce entrando, en la carpa a medio caminar siendo seguida por Caitlyn que estaba muy tranquila, algo sudada y despeinada pero aun caminando, el pelinegro se tiro sobre la mesa bebiendo una jarra de agua entera ¿acaso los Zaunitas hacían todo esto?, para empezar la omega peliazul lo obligo a entrar al bosque y subir a un árbol para conseguir miel de un panal de abejas ¡ABEJAS! fue una suerte que ninguna lo picara pq estaban acostumbradas a los humanos, luego tuvo que dar de comer a gallinas y dos de ellas lo persiguieron porque querían mas comida, después arar un campo entero el solo y no olvidemos que lo hicieron pelear con una manada de lobos para conseguir una vara de madera, porque era la vara favorita de Jinx para las ovejas ¡QUE ELLA MISMA LANZO!.
—No seas exagerado Jayce - dijo Caitlyn tratando de calmar al más alto, su mirada también recorrió la escena que veía ahora - simplemente son formas de trabajo -
—Lo dice la que solo la hicieron sembrar trigo y pastorear unas ovejas!
Jayce se levanto de la mesa y miro a la canasta con pan y frutas que tmb estaba encima de la mesa, estaba cansado de correr y trabajar pero no nada de eso le quitaba lo hambriento que estaba.
—No se como ellos pueden aguantar todo esto y todos los días, enserio que están locos...
—Su majestad cuidado con lo que dice, lo pueden escuchar
—¿Y QUE SI ME ESCUCHAN?! ni siquiera nos entienden! no puedo esperar a irnos de aquí, no son mas que unos...
—Unos que majestad?
Dijo un omega de piel blanca y cabello castaño largo, entrando en la carpa con su típico bastón interrumpiendo la conversación de los dos Piltovianos
—Por favor termine lo que estaba apunto de decir majestad...
Chapter 8: Nuevo Problema
Notes:
"Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo."
— Nietzsche
Chapter Text
La respiración y el corazón de Jayce se detuvieron, se dio la vuelta y miro al dueño de esa voz, Viktor, el lugar se había envuelto en un silencio incomodo, Cait tenia su mano pegada en su frente en señal de frustración, lo único que pasaba por la mente de Jayce era –Mierda–.
— Somos unos que majestad? porfavor termine lo que iba a decir
— N-no! No iba a decir eso, yo no quería.. — Jayce tartamudeaba, maldición, él solo quería volver de una vez a Piltover, no quería hablar mal de ellos enfrente de Viktor, pero su lengua ya estaba tan floja y su mente tan cansada que no pudo controlarse
Jayce trago saliva nervioso, la presencia de viktor lo desconcertaba, no esperaba apareciera justo en ese instante, el omega tenia una mirada muy seria junto a una de sus ceja levantada, se acerco unos pasos mas, sus mirada viajaba todo su camino hasta llegar a los ojos de Jayce, la tensión se podía cortar con cualquier objeto filoso que hubiera en la tienda, mientras que los demás solo veía la interacción en silencio, Jayce abrió su boca para tratar de responder, aunque no sabía que diría ya que ni siquiera él sabía como terminar su oración.
— Yo... —
No podía responder, la mirada fría y analítica del omega le hacia sentir aún más nervioso, se preguntó pq un omega podía tener esa forma tan seria en su mirada, la mayoría de ellos eran dóciles y sumisos, bueno, los de Piltover lo eran, pero este Zaunita era completamente distinto, una parte suya sentía nerviosismo, pero otra... otra sentía que esa mirada era increíblemente hermosa, se sentía atrapado en ella pero rápidamente quito mirada, no podía permitirse estar pensando en eso.
— Me han contado que hoy fue su primer recorrido por Zaun, venia a ver como le había ido... pero veo.. que no fue tan agradable
Dijo Viktor volviendo a su mirada natural, sabia bien que el Piltoviano no la había pasado bien, pues todo lo que lo habían hecho hacer el día de hoy, no eran actividades de los Zaunitas o bueno... algunas no, tal vez el dejarle la tarea a Jinx no fue su mejor decisión pero logro divertirlo un poco y a muchos Zaunitas. Jayce suspiro y se apoyo contra una de las varas de madera que sostenían la tienda, estaba cansado, enojado y ahora Viktor aparecía de manera tan intempestiva a alborotarlo aun mas.
— no, como cree Heraldo? las gallinas... el campo, los lobos y las abejas fueron de lo mejor mejor
Su tono de irritación del era evidente en sus palabras. Viktor soltó una leve sonrisa ante el comentario sarcástico de Jayce
— Tal vez no elegí a la persona indicada para está misión, mis disculpas Majestad
Dijo el omega haciendo una reverencia en forma de disculpa, Jayce se irguió ante esa muestra de respeto haciéndolo sentir con cierto orgullo, no esperaba una disculpa por parte del Heraldo pero gracias a eso su orgullo que estaba al borde de romperse se alzo nuevamente, este iba a responder cuando Viktor lo interrumpió
— Por eso, seré yo el que se encargue de su recorrido a partir de mañana
Dijo con una sonrisa, la cual ni Jayce y Caitlyn pudieron asegurar si era, real o fingida; Sky la aprendiz de viktor la cual se había quedado afuera de la tienda escuchando todo, entro rápidamente en está al escuchar la decisión del Heraldo
— M-Mi señor no... creo que se buena idea, si gusta yo lo are no tiene que...
— No Sky, ya lo decidí, yo voy a hacer quien le enseñe Zuan al emperador de Piltover, claro... si le parece bien a usted su majestad
Las miradas se dirigieron rápidamente a Jayce el cual el orgullo que había sentido antes se le bajo de golpe junto a presión sanguínea ¿Víctor? ¿El iba a ser su nuevo guía? tenia que rechazarlo, a toda costada, sean buenas o malas las intenciones de ese omega no se podía permitir que el fue su guía, si ya era dificil para el tener solo unos metros cerca, como seria estar con el a solas por todo un maldito mes... además el tenia otra misión mas importante que estar seduciéndose con la apariencia del omega, Piltover confiaba en el, los 9 reinos confiaban en el... Mel confiaba en el, tenia que parar esto ahora.
— Si claro, me parece bien
Respondió Jayce con una sonrisa nerviosa, Caitlyn se quería tirar de la colina mas alta ahora mismo. Viktor asintió ante la respuesta del alfa y haciendo una ultima reverencia se retiro junto a Sky la cual no oculto para nada su mirada de molestia hacia Jayce, sin importarle si era un emperador o no.
Jayce los vio irse, quedándose por un rato mirando las cortinas de la entrada ya cerradas, no se había quedado mirando ahí pq viktor se había ido... sino porque sabia que cuando volteara a ver Caitlyn le vendría el regaño de vida ¿Acaso era su consejera o su madre?
[...]
— Mi señor pq hizo eso?!
Decía una alfa un poco molesta al omega de cabello marrón frente a el, el cual estaba sentado sobre las almohadas moliendo unas cuantas hiervas medicinales.
— ¿Por qué tu enojo Sky?
Respondió Viktor, sin perder la vista de su trabajo. Sky retiro por un segundo su vista de el tardando un poco en responder
— Solo.. no confió en ellos señor, ¿no le parece raro? que hallan venido de la nada y con un plan de Anexión? en todos nuestros años de historia nunca nos prestaron atención! porque vienen ahora?!
— Sky cálmate, no tienes que reaccionar así...
Viktor se levanto dejando el mortero a un lado, la suave mano de viktor se posó sobre la mano de su aprendiz, tratando de calmar la visible molestia y ansiedad que poseía la otra.
— Se perfectamente en que estas pensando... pero no podemos simplemente expulsarlos, Zuan no es un lugar en donde la guerra exista, recuerda que aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo...
La alfa de rulos castaños respiro profundamente intentando calmar su mente junto a la furia que la abrumaba, después de unos segundos volvió a hablar pero esta vez de manera algo mas calmada.
— entonces confías en él?
El omega soltó un suspiro suave acariciando la mejilla de la alfa tratando de calmarla aun más, siempre a sabido lo mucho que ella desconfiaba de los extraños e incluso se podía entender por que, ella no era de sangre Zaunita, pues había sido abandonada en la playa de Zaun durando la noche cuando era un niña de 6 años, pero ella como la mayoría de los Zaunitas estaban tan acostumbrados a vivir en el pequeño pueblo y era claro que sentía temor y desconfianza
— No nos han dado razón para desconfiar Sky...
Sky no pudo evitar rodar los ojos ante las palabras de su mentor, ella sabia que Viktor siempre hacia todo por el bien de todos en Zaun y aun asi era demasiado amable y confiaba en todo y todos demasiado fácil, no es que no apreciara la bondad de Viktor, solo que en ocasiones era un poco molesto
— Todo va a estar bien Sky ¿confías en mi?
Sky dudo unos segundo pero luego suspiro y asintió ante la pregunta del Heraldo
— Si confió en usted mi señor...
Viktor soltó una leve risa ante la reacción de su aprendiz y levanto un poco más su mano hasta la mejilla de la alfa, acariciando con delicadeza y dulzura sus pecas, para Viktor, el ver esas pequeñas manchas en el rostro de la morena se le hacia muy adorables, luego viajo su mirada hacia las marcas cristalinas que todos los Zaunitas tenían en sus cuerpos pero ella lo tenia el cuello, Sky se cubrió esa marcar que era las mas grande de todo su cuerpo un poco sonrojada, pero Viktor sonrió y dejo un beso en la frente de su aprendiz; La alfa suspiro un poco aliviada, no importaba si todo iba mal, ella confiaba en viktor, lo admiraba, el nunca la iba a dejar sola y todo lo que su Heraldo quisiera, ella lo aria sin desobedecer, el era su todo.
Chapter 9: Bienvenidos a Zaun
Notes:
"No es la riqueza lo que define a un pueblo, sino cómo decide no usarla."
— Fragmento del "Códice de los Pueblos Libres"
Chapter Text
La mañana en Zaun comenzó temprano como de costumbre, la misma rutina para los Zaunitas comenzaba una vez mas, levantarse antes del alba, agarrar sus materiales para el campo y despedirse de sus familias, el sol aun no se levantaba y la luz azul del cielo era quien los acompañaba, pero otra vez en una de las tiendas había silencio absoluto y esa era la de Jayce, el cual dormía profundamente si no fuera pq los cantos de aquel horrible gallo lo despertaban otra vez, habría sus ojos con pesadez, intentando acostumbrar a sus oídos a ese horrible canto nuevamente.
— Durmió bien Majestad?
Dijo una voz desconocida en frente de los pies de la cama. Aquella repentina voz lo alerto tanto que se sentó de una a la cama mirando por todas para ver de quien era
— Q-que haces aquí?
— Buenos días tmb para usted majestad
Dijo el Heraldo viéndolo fijamente, con una pequeña sonrisa. Jayce se incorporó nuevamente sobre si mismo calmando su respiración y bajando la alerta total en su cerebro ¿Cómo fue que entro? ¿acaso sus guardias no estaban afuera? se sentó en la cama aun confundido y sorprendido, aunque sus guardias lo hubieran dejado entrar ¿en qué momento llego ese hombre a su carpa? y por que no había escuchado nada? se llevo una mano a su cara para frotar sus ojos y quitar el sueño, era muy temprano y ya había empezado el día con el pie izquierdo. Jay levantó los ojos y vio la mirada del omega frente él, y no es que le desagradara al contrario era bastante agradable... pero tan temprano, no.
— Buenos días... ¿Cómo fue qu...
— Sus guardias, tmb tienen la misión de aprender sobre Zuan, lo cual supongo que están haciendo... ahora, solo faltaría usted
Jayce lo miro por un momento analizándolo de pies a cabeza, tenia su típica postura erguida junto con su túnica morada y su bastón, le molestaba esa mirada tan seria que siempre traía como si fuera superior a todo el mundo pero a la vez le parecía encantadora, su mente tardo unos segundo en procesar la situación ¿un omega entrando en el territorio de un alfa, sin compañía? acaso Viktor no sabia de las leyes básicas de lo que significaba eso? o es que buscaba algo mas?, una sonrisa se formo en los labios de Jayce; Se levanto de la cama, enrollando la manta en su cadera y se acerco al omega en frente quedando a centímetros de el, la diferencia de altura entre ambas partes era notoria pero Viktor nunca dejo su mirada neutral ni por un segundo.
— ¿entonces me estaba esperando Heraldo? ¿Tan preocupado estaba por mi? —pregunto Jayce con un tono serio pero un tono ligeramente coqueto que no pasó desapercibido a los oídos de Viktor, su sonrisa que antes se había desvanecido volvió a aparecer, los alfas de Piltover podían vivir en reino muy moderno pero eran tan anticuados cuando se trataba de seducir a un omega; Jayce se intento acercar mas pero el omega lo detuvo rápidamente con su bastón. Viktor rápidamente levantó su bastón del abdomen del alfa y levanto el mentón de este con un poco de brusquedad ocasionando un quejido proveniente del alfa.
—No se haga ilusiones majestad... solo cumplo mi promesa de acompañarlo en su recorrido, que por cierto usted está llegando 30 minutos tarde
El omega se alejo de Jayce un poco con el bastón. Jayce noto la sonrisa más marcada en el rostro de viktor, a pesar de su molestia no pudo evitar un pequeño rubor en sus mejillas al darse cuenta lo que estaba intentando hacer, estaba tratando de coquetear? por Hanna... ¿Qué le hizo ese omega?
Jayce se aclaró la garganta e intento recuperar un poco su "dignidad', él tenia un título que mantener a pesar de todo, cruzó sus brazos y se incorporó en toda su altura. Tenía que tratar de controlar un poco sus impulsos, pero su mente ya se había descontrolado...
— Lo estaré esperando afuera
Viktor se dio la vuelta y caminó hacia la entrada de la carpa, Jayce pudo ver un poco la piel de la cintura, hombros y pies del omega la cual no era cubierta por la tela de la túnica, una mirada breve pero que fue suficiente para recordárselo a su cuerpo.
— Cierto, encima de la mesa, le dejo la ropa que acostumbramos a usar aquí... será mas cómodo para usted... majestad.
Dijo sin voltearse para luego seguir su camino y salir de la tienda. Jayce se quedó un momento mirando la puerta de la tienda para luego desviar la mirada hacia la mesa con la ropa que había dejado el omega, camino hacia ahí y observo lo que tenía, una túnica blanca hasta las rodillas, la parte superior solo era cubierta por una tela cruzada dejando expuesto la mayoría de su torso, esto debía ser un chiste, un emperador como el? usando esa ropa? Se llevó ambas manos a la cara sin creerlo, ¿realmente tenia que usarlo?.
[...]
— Se tomo su tiempo, Alteza
Dijo viktor al verlo salir, rápidamente se fijo en la ropa que tenia el alfa, traía puesta la túnica pero tenia la parte de la falda acomodada dentro de sus pantalones marrones que había usado el día que llego a Zaun, no dijo nada pues por lo menos usaba la ropa. Jayce suspiro rondando los ojos, vio como el solo ya había salido y empezaba alumbrar una parte de Zaun, tal vez si se había demorado mas de lo esperado. pero en su defensa, siempre lo ayudaban con ropa del día a día.
— Entonces, por donde empieza su recorrido... Heraldo?
Viktor lo miro por un momento, mirándolo de arriba a abajo como si estuviera analizándolo, luego solo se giro y dijo
— Acompáñeme —
Viktor le volvió a dar la espalda y comenzó a andar sin más, no volteaba a ver al alfa para ver si lo seguía, encaminándose hacia el sendero que daba a los campos de cultivo de Zaun. El camino fue silencioso, el solo ya empezaba a calentar un poco Zaun pero no mucho, solo lo suficiente para poder disfrutarlo, Jayce miraba todas las tiendas por las que pasaban, estas estaban abiertas y se podía ver a las omegas Zaunitas junto a sus cachorros jugando o comiendo algo delicioso, había risas y unas cuentas voces hablando pero sin interrumpirse los unos a los otros, era raro, como su estos ya supieran que había alguien hablando y no quisieras interrumpirlo a pesar de estar en lugares diferentes, luego estaban las risas de los niños, los cuales corrían por toda la aldea; El no recordaba si alguna vez había corrido como ellos cuando era niño, recordaba que ría junto a Caitlyn al momento de jugar con algunos juguetes pero luego todo era entrenamiento y modales para convertirse en el futuro emperador de Piltover, por alguna razón mirar a esos niños Zaunitas lo... reconfortaba; La voz de viktor lo saco de sus pensamientos.
— Dígame como la pasó con Jinx ayer?
Las palabras de viktor hicieron a Jayce recordar todo lo que tuvo que pasar el día anterior, esa omega peliazul era todo un problema; Jayce bajo la vista y frunció un poco la ceño recordándolo todo, pero volvió su mirada hacia al omega frente a el.
— Fue... bastante incomodo y muy agotador —
— Puede ser sincero
— Esa chica está loca
Una pequeña sonrisa se formo en el rostro de Viktor, sabia bien por todo lo que el Piltoviano había pasado ayer y aunque tal vez no era lo mas acogedor que Zuan le pudo haber dado, se divirtió mucho al imaginarlos en esas situaciones, al parecer Powder lo había disfrutado mucho
— veo que Jinx se divirtió molestándolo
— no es gracioso Heraldo, me hizo correr por todo el maldito bosque —
Viktor simplemente dejó escapar un pequeño suspiro mientras seguían caminando intentando contener sus ganas de reírse; Jinx era un caos, que podía esperar, ella hacia lo que podía por divertirse, y si eso significaba molestar a cierto alfa de cabello negro por unos cuantos días, ella lo haría sin ningún problema, no le tenia miedo a las consecuencias a pesar que el mismo viktor la había castigado en diferentes ocasiones, era muy hiperactiva para ser una Zaunita. El camino siguió hasta llegar a una zona un poco más transcurrida en donde habían más personas, había un montón de puestos con diferentes cosas, algunos eran de frutas, otras de verduras, incluso habían unos que era de herramientas y algunas joyas, no había visto esa parte antes, estaba un poco alejada de las tiendas, había muchas personas llevando cajas y otras cosas pero rápidamente noto que en esos puestos las personas no pagaban al ''vendedor'' con monedas. La curiosidad era evidente en los ojos del moreno, ¿Si no era con dinero, entonces cómo intercambiaban los bienes y objetos? acaso no tenían oro? no, nada de eso, Zaun debía ser uno de los reinos con mas riqueza de toda Runatierra, los reinos siempre les envían cantidades de oro y joyas como pago por los alimentos que ellos les envían. Jayce se quedo unos segundos observando a la gente pasando y al intercambio de mano, pero sus pensamientos fueron detenidos por la voz de Viktor, quien ya estaba parada un poco mas adelante y lo observaba.
— Sucede algo majestad?
Viktor dijo con su característico tono serio en su voz. Jayce lo miro y se aclaró la garganta mientras caminaba un poco mas rápido
— Solo me sorprende que no utilicen dinero para pagar por las cosas
Viktor lo miro por unos segundos, luego devolviendo su mirada en dirección a donde se encontraban caminando.
— Ya veo... si, aunque no niego que Zuan es bastante rico en oro, no acostumbramos a usarlo como un método de pago o de poder.... todo es por el bienestar del otro mas por el beneficio, como ve los puestos del mercado intercambian cosas y agradecemos por eso.
— Y que hacen con el oro que les mandamos?
Viktor solo pudo soltar una sonrisa ante la pregunta, últimamente sonreía bastante por todo lo que el alfa hacia, era como un bebe que recien aprendía del mundo, según el, este siguió caminando como si nada antes de responder su pregunta.
— Lo usamos como forma de decoración o pintura
— Como?
— Puede que seamos un pueblo ''atrasado'' pero tmb nos gustan las cosas brillantes
El moreno vio la expresión de duda en el rostro de Jayce, era entendible, después de todo era común en otros reinos la manera en que usaban sus recursos, en todo Runatierra el oro era la moneda principal y la más preciada, era una de las cosas más codiciadas por las diferentes reinos, pero aquí lo usaban.... como si fuera un simple pedazo de mineral brillante?. El solo pensar en como se comportaban todos aquí... solo que hacia pensar ¿en verdad este pueblo poseía algo tan peligroso y destructivo?
Jayce intento alejar esos pensamientos, tenia que concentrarse, Mel le había dicho que este lugar podía ser peligroso y si ella lo decía era por algo, tenia que mantener la cabeza fría y no dejar que su visión se viera afectada por nada ni nadie. Jugó ligeramente con el anillo dorado en su dedo anular, sentía que si hacia eso, todas las ideas podrían volver a encajar. El heraldo se dio cuenta de eso.
—¿Usted tiene esposa majestad?
La pregunta lo tomo por sorpresa
—¿Le interesa mi vida, heraldo?
—Solo curiosidad, lo veo hace rato jugando con el anillo en su dedo
Jayce rápidamente se dio cuenta, que lo que decía era verdad, Caitlyn le había dicho lo mismo ¿Cuándo había agarrado esa mania?. Hiba a responderle pero se detuvo un instante. Viktor era un camino para poder lograr llegar al objetivo que buscaba ¿Si le decía que estaba comprometido, complicaría las cosas? trago saliva por instante cerrando los ojos. —Espero que Mel, no se valla a enterar de esto— Dijo para si mismo antes de hablar
—No tengo.. esto.. era de mi madre, me lo dio antes de fallecer. — Dijo de forma seria sin mirar al omega
Viktor lo miro por instante, analizando su respuesta, no había algún tipo de movimiento corporal que mostrara nerviosismo, nada. Al final solo se giro a seguir mirando al camino frente a el. Jayce por su parte ahogo un suspiro interno, ya no pensó si lo que había dicho estaba mal o bien, pero en definitiva. Tendría que quitarse el anillo por el resto del mes que quedaba.
Chapter 10: Fruta Agria
Notes:
''Gobierna al pueblo con virtudes y mantén el orden con rituales, y el pueblo tendrá sentido de la vergüenza y se corregirá ''
— Confucio
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El sol ya estaba alto cuando Jayce caminaba junto a Viktor por uno de los senderos principales de Zaun. El calor era suave, el tipo de calidez que no sofoca, pero que calienta los huesos con delicadeza. La brisa traía consigo el aroma de la tierra fértil y el leve dulzor de frutas maduras. A cada paso, el bullicio del mercado se hacía más cercano.
Jayce observaba en silencio cómo los habitantes saludaban al Heraldo con una naturalidad que lo descolocaba. No se inclinaban, no le ofrecían reverencias, ni siquiera bajaban la mirada. Al contrario, lo saludaban con sonrisas genuinas, bromas amistosas, incluso pequeños toques en el brazo. Viktor, lejos de incomodarse, respondía a todos por igual, como si no hubiera distinción entre su figura y la de los agricultores.
— ¿No deberían... mostrar algo más de respeto? —murmuró Jayce con tono bajo, más para sí mismo que para su guía.
Viktor no respondió. En lugar de eso, se detuvo ante un pequeño puesto de frutas donde una anciana beta trataba, sin éxito, de alcanzar unas cajas altas. Al verla, el Heraldo no dudó. Sin esperar que se lo pidieran, dejó su bastón a un lado y trepó con agilidad para ayudarla. Jayce lo observó en silencio, con los brazos cruzados y el ceño ligeramente fruncido. Algo en esa escena le resultaba... incómodo.
La anciana, agradecida, le dirigió una sonrisa a Viktor, pero luego giró hacia Jayce. Sus ojos se suavizaron al verlo. Con una dulzura que desarmó cualquier defensa, tomó su mano entre las suyas arrugadas y pronunció unas palabras en un idioma que Jayce no entendió:
— "Nek'tai, sa'hura vel et Em'Herad."
Jayce parpadeó, sorprendido. Miró a Viktor buscando una traducción.
— ¿Q-qué está diciendo?
Viktor, aun cargando una caja de manzanas, dijo.
— Que me ayudes.
Jayce bufó, pero aceptó el gesto de la anciana. La ayudó en silencio, aún confundido por su actitud tan amable. Cuando terminaron, la mujer rebuscó entre sus cosas y le entregó un pequeño envoltorio de hojas secas. Jayce confundido las acepto, pero al tenerlas en mano pudo notar que había algo dentro de ellas, lo abrió con cuidado, revelando un fruto anaranjado de aroma fuerte y dulzón.
— "Qen'tari," dijo ella, haciendo un gesto con la mano como si mordiera el aire
Jayce entendió. Dudó un momento, pero finalmente dio un pequeño bocado. El sabor lo sorprendió: ácido al principio, luego dulce, nunca antes había probado algo así. Sin darse cuenta, devoró las otras frutas que venían con él, arrancando una risa leve de la anciana y una expresión un tanto extraña de viktor, quién hubiera dicho que Jayce Talis, el emperador de Piltover, pudiera comer de una manera tan infantil.
— ¿Te gustó? —preguntó Viktor, divertido.
— No había comido nada, por eso... —respondió Jayce, limpiándose con torpeza el jugo de la fruta que había quedado en sus labios. Se sentía fuera de lugar. Agradeció con un titubeante intento de imitar el idioma antiguo, lo que provocó aún más risas en la anciana. Eso molesto un poco a Jayce ¿se burlaba de él? Pero no tenía un sentimiento de enojo, sino uno más de vergüenza, lo cual solo lo molesto más.
Antes de marcharse, la mujer se giró una vez más hacia Viktor. Le tomó el brazo y murmuró algo más, en ese mismo idioma extraño. Jayce notó cómo el Heraldo fruncía los labios, sorprendido, antes de soltar una risa suave.
— ¿Qué te dijo? —preguntó Jayce, ahora con genuina curiosidad.
— Am... que deberías comer más antes de desmayarte —mintió Viktor con una sonrisa de labios que ocultaba algo más.
El paseo continuó, aunque con una sensación diferente. Jayce no podía quitarse de la cabeza esa escena. Lo desconcertaba. Una parte de él se sentía... desplazada, era raro, pero no sabía como describirlo. En cada rincón del mercado, Viktor era detenido por un Zaunita distinto. Alguien necesitaba que cargara sacos. Otro pedía ayuda para mover herramientas. Incluso un niño lo jaló de la túnica para enseñarle un dibujo. Y Viktor atendía a todos, sin molestia, sin prisas. Como si no tuviera un rango, como si ser el Heraldo, no implicara poder, sino cercanía.
Jayce frunció el ceño, incapaz de contenerse por más tiempo.
— ¿Por qué lo haces?
— ¿A qué se refiere, majestad?
— A eso —dijo con fastidio, haciendo un gesto amplio—. A dejar que los plebeyos te traten como si fueras su sirvienta.
Viktor se detuvo en seco. Estaban ya saliendo del mercado cuando se giró con lentitud, y sus ojos, por primera vez, no mostraban paciencia, sino una chispa de molestia
— ¿Sucede algo con eso?
Jayce no respondió. El silencio se volvió incómodo. Finalmente, se cruzó de brazos y habló, con un tono que intentaba sonar superior.
— No es la forma correcta de gobernar. Un líder no se rebaja.
— ¿Cree que me rebajo, entonces? ¿Qué me dejo manipular por mi gente?
El alfa apretó la mandíbula. Se sentía desafiado. Pero Viktor no cedía.
— Dígame, majestad —continuó el omega, con voz calmada, pero firme—, ¿por qué cree que es digno del respeto de los suyos?
Jayce soltó una risa al escuchar la pregunta tan ridícula del omega
— Porque soy el emperador. Mi linaje ha gobernado Piltover desde siempre. He llevado a mi reino hacia la prosperidad. El respeto que recibo es merecido.
Viktor lo miró un instante... y luego asintió, aunque con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
— Si es así, ¿por qué le molesta tanto ver a un líder inclinarse ante su pueblo?
Jayce enmudeció. No sabía por qué le molestaba tanto. Tal vez porque nunca había visto algo así. Porque incluso su Padre, una mujer firme, jamás se había rebajado ante nadie.
— Esos trabajos deberías dejárselos a personas inferiores —dijo, molesto.
Viktor alzó una ceja.
— ¿Y qué me hace a mi superior a ellos? ¿Un título? ¿Una corona? ¿Haber nacido en la familia correcta? Dígame... ¿Usted construyó Piltover con sus propias manos? ¿Inventó cada máquina que usa su reino? ¿O solo heredó los méritos de otros?
— Yo soy quien toma las decisiones y guía a Piltover hacia la prosperidad... a diferencia tuya, que solo agachas la cabeza como un sirviente ante ellos.
El silencio que siguió fue espeso, casi incómodo. Pero Viktor no bajó la mirada. De hecho, dio un paso adelante, acercándose lo suficiente como para que Jayce pudiera ver el leve temblor de sus pestañas al parpadear.
— ¿Y está tan seguro de que lo sigue haciendo por su reino... o por usted mismo? Muchas veces el que guía es el que más ha olvidado como caminar, majestad
Jayce parpadeó, como si no entendiera del todo la pregunta. Pero no hubo más palabras. El Heraldo se giró sin decir nada más, retomando el camino entre los puestos. A su paso, los Zaunitas seguían saludándolo con sonrisas, como si nada hubiese pasado. Como si no acabara de poner en jaque las certezas de un emperador.
Chapter 11: Jugada
Notes:
"No hay hechos, solo interpretaciones."
— Friedrich Nietzsche
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—¡¿Quién se cree que es?! ¡No tiene nada! ¡Yo soy el emperador de un reino próspero! ¡No tiene derecho a hablarme así!
La voz de Jayce retumbó en el cuarto como un trueno contenido. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Sentía la rabia golpearle las costillas como un martillo. Pero debajo de todo eso... había algo más. Una punzada aguda, amarga y asfixiante: duda.
Nunca nadie le había hablado de esa forma. Nunca había tenido que justificarse. Él era el emperador de Piltover. Tenía un linaje glorioso, un país próspero, respeto, títulos, poder. ¿Por qué demonios le afectaba tanto lo que ese omega decía? Ese heraldo maldito lo había hecho tambalear, lo había dejado desarmado en medio de una plaza de mercado, y frente a campesinos, para colmo. No lo soportaba.
—Debe calmarse, majestad... —intervino Caitlyn con tono sereno, aunque sus ojos delataban que no compartía del todo su rabia—. Aún faltan más de cinco semanas para que regresemos.
Jayce desvió la mirada, apretando la mandíbula con fuerza con fuerza. Desde que volvieron del mercado, su mente no había tenido paz, y había terminado desahogándose con la única persona de confianza que tenía allí. Pero lejos de recibir comprensión, encontró más silencio. Silencio incómodo. Silencio reflexivo. Silencio que no aprobaba.
Pero cualquier intento de seguir despotricando se vio interrumpido por un sonido agudo, metálico, insistente: el tintineo de una campana. Ambos miraron en dirección al baúl de viaje que llevaba el sello imperial. Jayce lo entendió de inmediato. Mierda. Habían pasado tres días desde su llegada y no había hecho ni una sola llamada a Mel. Tres días. El tono insistente lo acusaba.
Caitlyn se acercó al baúl y abrió con cuidado. Sacó un pequeño dispositivo dorado, elegante y pesado, que vibraba en su palma. Un prototipo aún no lanzado al público, diseñado por los mejores científicos piltovianos para que el emperador se comunicara en privado desde cualquier punto del continente. Pero en ese momento, ese trozo de tecnología se sentía como una trampa.
Solo una persona más tenía un dispositivo gemelo: Mel Medarda.
Jayce soltó una maldición entre dientes.
—Será mejor que lo atienda a solas —dijo con un suspiro, sin poder esconder el agotamiento en su voz.
Caitlyn asintió, dejando el aparato en su mano sin decir nada más. Le dedicó una mirada comprensiva y salió de la tienda. Jayce se quedó unos segundos observando el objeto, como si fuera una bomba a punto de estallar. Luego activó el mecanismo con un leve giro, y al instante una figura etérea comenzó a formarse ante él. El azul del holograma dibujó el contorno de una mujer alta, de porte refinado y mirada aguda.
—Hola, querido —dijo Mel con una sonrisa perfecta, aunque su tono tenía un filo sutil que Jayce reconocía de inmediato: estaba molesta.
Él se aclaró la garganta, enderezó la espalda e intentó recomponer el gesto... pero sabía que no sería fácil explicar por qué se había "olvidado" de ella.
Jayce tragó saliva. El holograma de Mel lucía perfecta como siempre: su postura recta, su vestido impecable, el cabello recogido con elegancia y una sonrisa que no llegaba a los ojos.
— Hola, amor —respondió, esforzándose por sonar relajado—. ¿Todo bien en casa?
— Lo estaría si no hubiera tenido que esperar tres días para recibir noticias tuyas. —Su voz era suave, pero cada palabra llevaba filo—. Supuse que Zaun debía estar más... inhóspito de lo esperado. ¿O es que estás tan fascinado por sus campos que te olvidaste del Palacio?
Jayce apretó el puente de la nariz.
— Lo siento, han sido días intensos. Mucho que observar, mucha gente que conocer. Nada fuera de lo esperado.
Mel alzó una ceja con elegancia.
— ¿Y qué te ha parecido el Heraldo? Dicen que es bastante... peculiar.
El tono de su voz no cambió, pero Jayce supo que esa palabra escondía algo más.
— Sí. Es... diferente. Muy apegado a su gente. Humilde. —Se escuchó a sí mismo y se arrepintió en el acto.
La sonrisa de Mel se amplió apenas.
— Qué adorable. Un líder que ayuda a cargar cajas, ¿no es así? Me imagino que debe ser... refrescante, comparado con nuestros ministros que apenas se agachan para saludar.
Jayce la miró con el ceño ligeramente fruncido. ¿Cómo lo sabía Mel de como era viktor?.. el no le había contado, claro.... estaba Darius.
— Zaun es un lugar complicado, Mel. No tienen nada. La gente vive con lo mínimo. Es natural que él esté más... involucrado, este lugar no es precisamente eficiente —respondió, sin ocultar la irritación en su voz.
Mel ladeó ligeramente la cabeza, aún sonriendo. Esa sonrisa suya que podía ser tanto una caricia como una daga.
—Espero que esa "ineficiencia" no te haya hecho olvidar tu verdadera misión ahí.
Jayce volvió a mirarla, ahora con más firmeza.
—No, no la he olvidado. Pero no ha sido fácil. No hay registros, ni libros, ni estructuras arcanas como las que vimos en las ruinas de Noxus. Aquí... todo está vivo pero oculto. Es como si Zaun negara que alguna vez conoció esa clase de poder.
—No lo niegan, Jayce —dijo Mel, su sonrisa borrándose suavemente—. Lo entierran. Eso es lo que hace que valga tanto. Si encuentras rastros de magia Arcana ahí, serán más antiguos, más puros. Y, por tanto, más peligrosos. Pero también más útiles.
Jayce asintió, aunque en su pecho algo se removía. Una incomodidad persistente que no había sentido hasta estos días.
—Dime algo, Mel... ¿por qué estás tan segura de que la magia Arcana sigue aquí? ¿Qué te asegura que no estamos perdiendo el tiempo en este sitio olvidado?
Mel se quedó en silencio por un segundo. Bajó la vista apenas, lo suficiente como para parecer pensativa, pero no débil. Cuando volvió a alzar los ojos hacia él, ya tenía una respuesta perfectamente pulida.
—No lo sé con certeza —dijo con un tono suave, casi íntimo—. Pero... no es casualidad que Zaun haya permanecido ajeno a los avances del resto del continente, ¿no crees? Algo ocultan... piénsalo, el no rechazar tu propuesta, el no querer que vallan por Zuan solos, ellos poseen algo muy grande
ella se inclinó levemente hacia el, como si estuviera en carne y hueso frente a el
—Tú dijiste que Piltover necesitaba evolucionar, Jayce. Que ya no bastaba con engranajes y vapor. Esta podría ser la clave. Si hay algo aquí, si puedes entenderlo... podrás dominarlo. Podrás guiar a tu pueblo a una nueva era.
Jayce frunció levemente el ceño, pero no respondió. Había algo extraño en cómo lo decía. No eran pruebas, ni mapas, ni teorías... era una intuición demasiado segura, demasiado bien envuelta. Y, sin embargo, apelaba a lo que él más deseaba: Ser el Alfa del progreso
—¿Y si no hay nada? —preguntó, probando.
Mel sonrió con calma, cruzando las manos como si su respuesta ya estuviera escrita antes de que él preguntara.
—Entonces te llevarás el mérito de haber explorado lo que nadie se atrevió a tocar. Pero si hay algo... habrás sido el primero. El único. Y Piltover no solo te verá como emperador... te verá como leyenda.
Un leve silencio se instaló entre ellos.
Antes de que Jayce pudiera responder, Mel añadió:
—Tú decides, amor. Puedes irte ahora... o puedes abrir la puerta antes de que alguien más lo haga por ti.
— ¿Qué tengo que hacer? — dijo Jayce
— ¿Qué estas dispuesto a hacer para conseguirlo? ... sabes que te doy permiso, para que intentes todas las opciones.
Y con eso, cortó la comunicación.
[...]
La habitación en la que se encontraba Mel era amplia, con ventanales que daban al corazón de Piltover. La luz del atardecer teñía los vitrales con tonos dorados y rojos, reflejando sobre las paredes cubiertas de arte antiguo y tecnología moderna. A su alrededor, todo era silencio y control.
Mel permanecía sentada, aún mirando el aparato dorado que había usado para comunicarse con Jayce, sus dedos reposando sobre él como si pudiera absorber parte de su energía. Su expresión era tranquila, pero sus ojos brillaban con una intensidad fría, medida.
—Entonces, ¿seguimos con el plan, majestad, o ha cambiado algo?
Mel no respondió de inmediato. Seguía observando el dispositivo de comunicación sobre la mesa como si aún pudiese oír la voz de Jayce resonando en su interior. Su mirada, impecablemente serena, tenía un destello difícil de leer. Orgullo. Cansancio. Cálculo.
La beta al otro lado del escritorio alzó la miraba
—Seguimos —dijo finalmente. Su voz era baja, controlada, como el filo de una hoja envainada.
—¿Está segura? —preguntó la beta con cuidado—. Si el emperador comienza a dudar, si el Heraldo lo desvía...
Mel la interrumpió sin siquiera levantar la vista.
—Elora, Jayce no dudará. No si lo mantengo mirando hacia la gloria.
Se puso de pie, caminó lentamente hacia la ventana y se quedó mirando las torres doradas de Piltover, recortadas contra el cielo naranja. Su reflejo se dibujaba en el cristal: perfecta, inmóvil, insondable.
—Lo convencí de que Zaun podía esconder restos de magia Arcana — continuó — Pero esto no es algo que sea para el
La beta parpadeó, confundida.
—¿No es para Piltover?
Mel sonrió de medio lado.
—Piltover tendrá lo que le convenga tener. Pero esta magia... este fragmento de poder, no puede pertenecer a una nación como Piltover. No está hecho para ser compartido. Está hecho para ser controlado. Para ser... contenido.
Mel bajó la mirada un instante, los ojos entornados con una mezcla de desprecio y ambición.
—Los Zaunitas... tienen acceso a algo que no entienden. Lo tratan como si fuera parte del suelo que pisan, como si fuera una superstición, una fuerza sin nombre más que una herramienta a su alcance. Como si no fuera la reliquia más poderosa que ha tocado esta tierra desde la caída de los antiguos imperios.
Se giró hacia Elora, su silueta recortada contra la luz anaranjada.
—Ese tipo de ignorancia debería ser un crimen.
Elora bajó la mirada, asintiendo con suavidad.
—¿Y el Heraldo? —preguntó al cabo de un segundo, casi con desgano—. ¿Cree que podría interferir?
Mel soltó una risa breve, elegante, desprovista de preocupación.
—¿Viktor? No. Él está tan ligado a esa tierra como las raíces al barro. Es un omega. Y más aún, un idealista. Le importan demasiado los suyos como para mirar más allá de sus necesidades inmediatas. Un hombre así no ve el poder. Solo ve responsabilidad. Límite.
—¿Y si le habla a Jayce? ¿Si lo influye?
—Déjalo hablar —replicó Mel, alzando la ceja con aire desdeñoso—. ¿Qué puede decirle? ¿Qué los Zaunitas adoran algo que ni comprenden? Jayce escuchará, claro... es curioso, y algo ingenuo. Pero al final, seguirá mi voz. Siempre lo ha hecho. Él quiere grandeza. Yo solo tengo que mostrarle dónde encontrarla.
Elora cruzó los brazos, sus labios torcidos en una leve sonrisa.
—Entonces, ¿Cuál es el siguiente paso?
Mel se giró lentamente, el atardecer iluminando la mitad de su rostro, haciendo brillar el oro en sus joyas, pero no en sus ojos.
—Esperar. Jayce hará el trabajo sucio por mí. Seguirá el rastro. Tocará lo prohibido. Y cuando regrese, cuando piense que ha traído a Piltover un nuevo futuro... entonces, será mío
— Además no hará preguntas por ahora tiene la mente ocupada... con cosas más personales.
Mel dejó la copa a un lado, sus dedos acariciando el borde como si afinara una melodía invisible.
—El amor es un arma mucho más silenciosa que la guerra. Y también mucho más efectiva.
Chapter 12: El sauce
Notes:
"El mayor mal en el mundo es el mal cometido por nadie, es decir, por seres humanos que se niegan a ser personas."
— Hannah Arendt
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Eran alrededor de las tres de la mañana. Afuera, todo estaba en silencio. No se oía una sola voz, ni siquiera el zumbido de un insecto. La aldea dormía tranquilamente, hundido en una calma espesa, como si el tiempo se hubiera detenido por unas horas. Las pocas luces que quedaban eran apenas brasas apagándose entre tiendas cerradas y cobijas apretadas. Todos dormían.
Menos Jayce.
Estaba sentado en una silla algo incómoda, inclinado sobre la mesa de madera, con una copa entre las manos. Era agua. Solo agua. Pero en su cabeza, deseaba que fuera algo más fuerte, algo que pudiera nublarle la mente o quemarle el pecho. Vino, tal vez. Whisky. Cualquier cosa que lo distrajera del eco constante de una voz conocida.
"Hazlo por Piltover, Jayce."
"Eres el único que puede lograrlo."
"Tienes mi permiso para intentar todas las opciones."
Las palabras de Mel no paraban de repetirse. No eran nuevas. Ya las había escuchado muchas veces antes, pero esa noche... pesaban más. Quizás era el contexto. Quizás era que, por primera vez, dudaba de lo que antes daba por hecho.
Jayce soltó un suspiro largo y se frotó el rostro. Estaba agotado, pero el sueño no llegaba. Desde que había puesto un pie en Zaun, todo le resultaba extraño. El aire, las costumbres, las miradas. Y luego estaba él.
Viktor.
Ese omega testarudo, de voz firme y ojos que lo observaban como si pudieran ver más allá del título que cargaba. Lo había dejado desarmado en medio del mercado, sin alzar la voz ni empujar con fuerza. Solo con palabras. Solo con verdad. O al menos, con una verdad que Jayce no supo cómo negar. Él no intentaba convencerlo, ni seducirlo, ni halagarlo. Simplemente, lo desafiaba a mirar más allá de lo que conocía. A entender.
Jayce se levantó, incapaz de quedarse quieto por más tiempo. Salió de la tienda en silencio, respirando el aire frío de la madrugada. El cielo todavía estaba cubierto por un azul oscuro, pero ya insinuaba el amanecer.
Sin pensarlo, se alejó de la aldea, guiado por nada más que el deseo de no estar ahí. Siguió un sendero estrecho que se abría paso entre la vegetación, ignorando el camino de piedra. No sabía cuánto tiempo caminó, pero de pronto, el paisaje cambió.
No fue hasta que el aleteo de un Buho posando en las ramas de unos de los tantos árboles lo alerto, no había otra cosa más que árboles grandes y llenos de hojas, genial el día ni comenzaba y ya se había vuelto horrible, se había perdido ¿qué clase de pecado estaba pagando? Convencido de no quedarse ahí, siguio su camino esperando encontrar una salida, pero en vez de eso llegó a un pequeño claro del bosque, donde un gran sauce se alzaba en el centro. Era un árbol enorme, con ramas que caían como cortinas, lleno de lucierganas y en sus ramas había cintas de colores atadas en distintas alturas. Algunas viejas y desteñidas, otras nuevas, brillantes. Piedras con nombres tallados y flores vivas que formaban un pequeño círculo a su alrededor.
Jayce se quedó quieto, admirando por un rato el arbol, Había algo especial en ese lugar, no era mágico. Solo... humano. Se sentía como si estuviera entrando en un espacio ajeno pero importante. Íntimo. Real.
Una brisa suave agitó las cintas junto a las cortinas naturales del Sauce, y entonces una voz interrumpió el momento.
—¿Majestad?
Se giró de inmediato.
Era Viktor. Llevaba una túnica clara y sencilla. En su mano, una lámpara de aceite lanzaba una luz cálida sobre su rostro, que parecía más suave en esa penumbra. Su cabello estaba algo desordenado por el viento. Su voz había sido tan baja que casi se confundía con el susurro de las hojas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Jayce, con un tono curioso.
Viktor alzó una ceja, apenas divertido.
—Esa debería ser mi pregunta —respondió, acercándose un poco—. Este lugar es casi secreto... y no recuerdo que se le haya enseñado cómo llegar aquí.
Jayce bajó la vista, rascándose la nuca con torpeza.
—No podía dormir. Caminé sin pensar y...
—Te perdiste —concluyó Viktor.
Jayce soltó una risa breve, resignada.
—Sí. Me perdí.
—¿Te molesta si me quedo?
Jayce negó con la cabeza. No le molestaba. De hecho, le aliviaba no estar solo.
Ambos miraron el árbol en silencio.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Jayce al cabo de un rato.
Viktor tardó en responder. Su mirada seguía fija en el sauce.
—Un árbol de memorias —dijo por fin—. Venimos aquí a dejar cosas. Piedras, flores, cintas... para los que ya no están. Es nuestra forma de recordarlos.
Jayce asintió lentamente. Las respuestas de Viktor siempre eran firmes, a veces secas, pero esa vez sonaban más frías. Como si respondiera por responder. Tal vez aún estaba molesto por la discusión del día anterior.
—¿Tú has dejado algo aquí? —preguntó Jayce, en tono calmo.
—Sí...
El silencio volvió. Esta vez, más denso.
Jayce sintió una presión en el pecho. Sabía que debía disculparse. Pero no estaba acostumbrado. Nunca había pedido perdón por algo así. Tal vez por romper algo, o por un malentendido, pero nunca por lo que pensaba.
—Lo siento por cómo hablé ayer —murmuró, sin atreverse a mirarlo.
Viktor parpadeó, sorprendido por la disculpa. Pero su rostro volvió rápido a la calma. Su voz, cuando respondió, fue tranquila.
—Pensé que los emperadores no se disculpaban.
Jayce rio por lo bajo.
—No solemos hacerlo... pero creo que tú lo mereces.
Viktor lo miró en silencio. No había juicio, pero sí algo difícil de ignorar. Una verdad clara en sus ojos. El silencio se alargó. Incómodo. Jayce no dejaba de mirarlo, y Viktor lo notó al voltear de reojo. Casi podía imaginarse unas orejas de perro caídas y una cola escondida. Casi sonrió.
"Tierno," pensó, sin querer.
Suspiró y aclaró un poco la garganta antes de hablar:
—A mis padres —dijo en voz baja.
Jayce lo miró, confundido al principio. Pero luego entendió. Bajó la cabeza.
—No sabía...
—Murieron cuando yo tenía nueve años.
Jayce tragó saliva. No supo qué decir al principio. Miró al suelo.
—Lo siento —murmuró.
Viktor lo miró. Su expresión no era triste. Solo honesta.
—No tienes por qué. Ya no duele como antes. Fue hace mucho.
Volvió el silencio. Esta vez, uno tranquilo. Como si les diera espacio para respirar.
—Ahora entiendo por qué reaccionaste como lo hiciste ayer —dijo Jayce, sin mirarlo—. Yo... te juzgué. Sin escucharte.
Viktor cerró los ojos por un momento y respondió, en voz baja:
—No me ofendió que me cuestionaras.
Jayce lo miró, curioso.
—¿Entonces...?
—Me ofendió que no quisieras escucharme.
Jayce asintió despacio. Tenía razón. No sabía escuchar cuando alguien ponía en duda sus decisiones. Lo habían criado para mandar, no para ceder.
—Creo que sabe que no confío mucho en usted, ¿verdad? —dijo Viktor con firmeza.
Eso dejó a Jayce algo desanimado. Lo entendía. Era lógico. No todos los días llegaba un desconocido y decia que queria que tu reino fuera parte de el de él. Cualquier dudaria, Viktor no era tonto y eso lo ponia nervioso, al no saber como controlarlo o llegar a él.
—¿Puedo preguntar por qué...?
Pero Viktor lo interrumpió, con la misma claridad de antes:
—Fue desde que llegaron. Llegaste a Zaun con tropas, armados con artefactos que no entendemos, como si fuéramos criminales al borde de destruir el mundo.
Dígame, ¿cómo reaccionaría su pueblo si un grupo de "invitados" cruzara sus fronteras con las armas desenvainadas?
Jayce frunció el ceño. Tenía razón. Había llegado a ese lugar con miedo, no con respeto.
—No permitiría que nadie entrara así a Piltover. Me disculpo, Heraldo. Sé que no he actuado bien. Pero estoy intentando aprender cómo son las cosas aquí.
Creo que no empecé bien.
Viktor lo miró de frente.
—¿Y estás dispuesto?
Jayce lo miró, confundido por la pregunta. ¿Dispuesto? ¿A qué?
Viktor repitió, con una voz más seria:
—¿Estás dispuesto a dejar lo que conoces? ¿A soltar tu juicio? ¿A aprender... de verdad?
Jayce no supo qué decir al instante. Y entonces, las palabras de Mel volvieron a cruzarse por su mente.
"¿Qué estás dispuesto a hacer para conseguirlo?"
Cerró los ojos. Respiró hondo. Y cuando los abrió, lo miró con una decisión que no tenía antes.
—Sí —dijo con firmeza—. Estoy dispuesto.
Fue una elección.
Una línea que acababa de cruzar.
Viktor lo miró, sin saber lo que Jayce ya estaba empezando a considerar. Porque en algún rincón de su mente, una idea comenzaba a tomar forma.
Una idea peligrosa. Útil.
Viktor podía ser la clave.
Y aunque algo dentro de él gritaba que no lo hiciera, aunque una voz le pedía que no lo usara...
Jayce la calló.
Porque tenía una misión.
Y un Talis no dejaba que nada se interpusiera entre él y su objetivo.
Chapter 13: El pasado de un omega
Notes:
''Donde el amor reina, no sobra ninguna ley.''
— Platón
Chapter Text
El llanto de un bebé rompía el silencio de la noche.
Era tenue al principio, como si apenas tuviera fuerza. Pero fue creciendo, extendiéndose entre las casas dormidas, colándose por las rendijas de las puertas y entre las piedras del camino. Un llanto solo, pequeño... abandonado.
—¿Lo oyeron? —preguntó una voz.
Cuatro aldeanos salieron de entre las sombras, guiados por esa angustia. Cargaban faroles, y sus pasos eran apurados, torpes entre el barro y los matorrales. El sonido los llevó hasta el borde de la playa, donde un cesto de mimbre reposaba bajo un árbol, cubierto apenas por una manta deshilachada.
—¿Es un bebé...? —dijo uno, bajando la voz al acercarse.
Lo era. Y estaba solo.
Tenía la piel pálida, casi enfermiza, y un temblor constante le recorría el cuerpo. Su pierna derecha se doblaba de forma extraña, torcida desde la cadera, y su espalda parecía no poder sostenerlo bien.
Pero aún así... estaba vivo.
No dudaron. Lo tomaron en brazos y corrieron hacia el centro del pueblo, cruzando el umbral de la tienda más sagrada. Allí vivía el Heraldo, un hombre viejo, sabio, con los ojos gastados por los años pero con la voz aún firme. Junto a él, su esposa, una omega de manos suaves y mirada tranquila. Ambos se habían levantado segundos antes por el alboroto que habían escuchado minutos antes que ellos llegaran a la tienda donde ellos estaban. La mujer de unos 60 años al ver al bebé en los brazos de uno de los Zaunitas sintió como si su corazón latía con fuerza, ella lo tomó en sus brazos algo temblorosos, era tan pequeño, tal vez mucho mas que un bebe normal. La mujer miró a su esposo un poco preocupada acaso los dioses habían escuchado sus plegarias?
—Es una señal —murmuró el Heraldo, apenas rozando al niño con sus dedos—. Este niño ahora es de Zuan
Desde esa noche, lo llamaron Viktor.
Lo criaron como propio. Lo envolvieron en amor y conocimiento. Curaron su cuerpo, con aquella magia Arcana, que aun respiraba en la tierra, su pierna sanó, su espalda se enderezó. Y su corazón, desde siempre, latía al ritmo de ese reino.
Zaun le habló desde niño. En los árboles, en el agua, en las manos callosas de los campesinos, en los suspiros de quienes velaban a sus muertos. Él escuchaba. Siempre escuchaba. Y aprendía. A dar sin esperar. A guiar sin imponer. A ver el alma por encima del rango.
—Serás Heraldo algún día —le decía su padre, mientras le enseñaba a escribir símbolos antiguos sobre pergaminos
Viktor de 7 años rio ante el comentario de su padre
— Yo no podría serlo padre, no soy fuerte como tú... no podría guiar a Zuan
Su padre acomodo con cuidado los cabellos marrones detrás de la oreja de su hijo
— No necesitas ser fuerte para guiar a un pueblo, necesitas ser justo para que ellos te sigan a ti...
Viktor escuchaba a su padre, si había un hijo mas devoto que él, no lo conocía pero cada dia de sol en Zuan se hacia mas brillante con la compañía de su padre y madre.
Pero los días felices nunca duran.
Su padre murió una noche de invierno, acunando a Viktor mientras su voz se apagaba. Su madre lo siguió poco después, su cuerpo marchito sin la presencia del alfa al que estaba unida.
Y así, con solo nueve años, Viktor se convirtió en Heraldo.
Con miedo.
Con dudas.
Con el amor de sus padre que siempre lo acompañaban...
[...]
Un rayo de luz atravesó la tela de la tienda.
Viktor abrió los ojos de golpe, respirando con fuerza, el pecho agitado por la intensidad del recuerdo. Tardó unos segundos en ubicarse. La luz del sol ya se colaba entre los pliegues de la tela, más alta de lo que debería a esa hora.
Se había quedado dormido más de la cuenta.
Se incorporó de golpe, llevándose una mano al rostro, intentando despejarse. Su mente aún bailaba entre la sensación de los brazos de su padre y la voz serena de su madre. Pero ya no estaban. Solo quedaba él.
— Viktor! — Grito Sky altera al verlo levantarse del futon en el suelo, tenia algunas lagrimas en los ojos y lo miraba con un rostro preocupado
— Sky? q-qué hace aquí? — Dijo Viktor acomodando mejor sobre las suaves mantas
— Lo siento... solo que no te habia visto y ya son mas de las 8 de la mañana, pense que algo malo te había pasado
Viktor la miro un rato y luego sonrió, al parecer ella estaba muy asustada, por un segundo el recuerdo de Sky llorando cuando era niña le vino a su mente, no había cambiado mucho, seguía siendo la misma niña.
—Estoy bien —respondió con una sonrisa suave—. Solo tuve un sueño... largo.
Sky respiró aliviada, aunque las lágrimas en sus pestañas no habían terminado de secarse. Se acercó un poco más, como si necesitara comprobar con sus propios ojos que él estaba realmente allí.
—¿Quieres desayunar algo? La abuela Merit preparó pan dulce con avena. Dijo que es tu favorita asi que te traje un poco
—Gracias, Sky —dijo él, incorporándose del todo—. Solo dame unos minutos para alistarme
La chica asintió y se levantó del suelo pero antes de salir se quedo para viendo fijamente fuera de la tienda, su aroma a moras dulces de la alfa ahora eran un poco avinagradas, eso llamó la atención de viktor el cual la miró fijamente
— ¿Sucede algo Sky?
— El Piltoviano está aquí...
[...]
— Me disculpo por no haber iniciado nuestra mañana como siempre Majestad, pero me sentía algo indispuesto
Dijo viktor mientras servía una tasa de té herval en la tasa del moreno el cual agradecio y se llevo la tasa a la boca para beber con cuidado, la respuesta del omega lo desconcerto un poco ¿se sentia mal? tal vez fue por lo de hace unas horas , el viento era un poco frio en la madrugada
— Seguro fue por lo de la madrugada, lo siento, no me controle y lo retuve mucho tiempo
La respuesta de Jayce provoco un silencio en la carpa, Viktor sabia a que se refereria pero Sky que estaba al costado del Heraldo, no, y la forma en que lo dijo daba entender que ellos habian echo algo mas que hablar
— En... ¿la madrugada?
Dijo Sky, con el ceño apenas fruncido. Su voz sonaba casual, pero sus ojos decían otra cosa mientras se clavaban en Viktor. Este se aclaró la garganta, intentando mantener la compostura mientras sorbía su propio té.
—Su Majestad quiso decir que salimos a caminar —respondió con suavidad—. Lo acompañé un poco por el bosque. Nada más.
—Sí. No pude dormir —dijo, como si eso lo explicara todo—. El aire era frío y el Heraldo fue lo suficientemente generoso como para acompañarme.
Sky parpadeó. Lento.
—Qué considerado —murmuró, sin apartar la vista de Viktor—. Aunque extraño... él nunca sale tan tarde. Ni siquiera conmigo.
Viktor se tensó por un segundo, aunque lo disimuló al alisar una arruga invisible en su túnica.
—La noche estaba inquieta —respondió con calma—. Fue solo una caminata. Una conversación. Sky
—Ah... conversación —repitió ella, con una sonrisa que no llegó a los ojos—. Claro.
Jayce la miró, como si captara algo en su tono, pero no dijo nada. Solo bebió otro sorbo de té.
—¿Quieres un poco más? —ofreció Viktor, intentando desviar la tensión, pero Sky negó con la cabeza.
—Ya estoy llena. De hecho, no pensaba quedarme mucho. Solo vine a ver si estabas bien... pero veo que estás muy bien acompañado.
Viktor frunció el ceño.
—Sky, no es necesario que...
—No, no. Ya entendí —lo interrumpió ella, tomando la bandeja vacía del desayuno con un gesto brusco pero elegante—. Me voy. Seguro tienen muchas cosas que ver. Muchas cosas de que hablar... solos.
Y sin añadir una palabra más, salió de la tienda con paso firme. El sonido de los frascos de ceramica de la bandeja tintineando con fuerza al caminar.
Jayce dejó escapar un suspiro y se pasó la mano por el cabello.
—¿Dije algo que no debía?
Viktor se levantó con un suspiro.
—No, Su Majestad
—¿La lasti..— Fue interrumpido
—Veo que el día de hoy no trae el anillo de su madre
Dijo el omega cambiando de tema. Jayce se sorprendio, ¿el anillo de su madre? luego recordo, miro su dedo anular vacio, era verdad, desde la ultima conversación con Mel habia decidido quitarse el anillo, habia olvidado la mentira que le habia dicho a viktor. bedio un poco del té para tratar de calmarse y dijo:
—Si... tenia, temor de estrabiarlo o esuciarlo y por eso lo deje en la tienda...
Viktor aun con si semblante tranquilo solo asintio con la cabeza, tmp queria hacer muchas preguntas que fueran personales para el alfa, no estaban en una posición de hacerlo. Luego d eunos minutos viktor decidio levantar seguido por Jayce para comenzar el día. El aire se habia vuelto denso tras la salida de Sky. Pero Jayce no podia quitarse esa escena de la mente. No era tan tonto como para darse cuenta que... esa alfa estaba enamorada del Heraldo.
¿Se habia puesto celosa? era obvio que si.
A decir verdad la escena le pareció más una rabieta territorial que preocupación genuina. Y aunque no debía importarle, algo en él se sintió... satisfecho. Como si por un momento hubiese escalado al primer lugar en la atención del Heraldo. Por encima de esa niña.
Jayce bajó la mirada y sonrió apenas. No sabía por qué, pero le gustaba la idea. Tal vez demasiado.
Chapter 14: Semillas de campo
Notes:
"No poseemos la verdad, sino que somos poseídos por ella."
— Karl Jaspers
Chapter Text
El aire esa mañana olía diferente. Más limpio, más fresco, como si la tierra se hubiera bañado con la lluvia. Jayce caminaba detrás de Viktor por los caminos de tierra entre tiendas de tela y estructuras de madera. No había casas, solo toldos de colores que se movían con el viento.
No hablaban, pero no hacía falta.
— ¿Sabías que la niebla aquí no siempre es espesa? — dijo Viktor de pronto, sin girarse —. Cuando Zaun está en calma... el aire se despeja.
Jayce miró a su alrededor. El lugar no era lo que esperaba. Pensó que encontraría caos o pobreza, pero en su lugar había vida. Niños que jugaban, ropa colgada secándose al sol, el olor a pan saliendo de hornos de barro. Todo simple, pero lleno de calor.
Pasaron junto a una parcela de tierra entre las tiendas. Un anciano ayudaba a una niña a plantar algo con mucho cuidado.
-¿Son flores? -preguntó Jayce.
— Lavanda — respondió Viktor. — Sirve para calmar la tos. Y también para darle buen olor al pan. Aquí todo se aprovecha. Nada se tira.
Jayce bajó la mirada. Se sentía fuera de lugar. Como si sus botas limpias no pertenecieran a ese mundo de tierra y manos trabajadoras.
— Tu gente... vive distinto.
— Mi gente hace lo que puede con lo que tiene — respondió Viktor-. No buscamos dominar. Solo vivir sin perder lo que somos.
Siguieron caminando hasta llegar a un arroyo. El sol pegaba sobre el agua y hacía que las piedras del fondo brillaran con colores suaves.
— ¿Qué es eso? — preguntó Jayce, acercándose.
Viktor se metió al agua sin pensarlo. Se agachó y sacó unas piedras lisas de diferentes colores.
— Cuarzos — dijo. —El agua y la tierra los forman con el tiempo. Cada uno es diferente.
Jayce tomó uno morado, con vetas dentro. No era perfecto, pero tenía algo que le gustaba.
— ¿Tienen alguna función? ¿Son mágicos?
Viktor sonrió un poco.
— Todo lo lindo tiene que servir para algo?— dijo — Algunos los usamos para sanar. Pero la mayoría se dejan en el Árbol de las Memorias. Son para recordar a los que ya no están.
Jayce miró la piedra otra vez. Luego la guardó en su bolsillo.
— Entonces este... me va a recordar a ti.
Viktor lo miró, confundido. No sabía si lo decía en serio o solo por decir algo.
— ¿Por qué a mí?
Jayce dudó un segundo.
— Porque no quiero olvidar esto.
Viktor no dijo nada, pero su cara cambió un poco. Después siguió caminando. Jayce lo miro un rato y disimuladamente dejo aquella piedra entre las demas del suelo.
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— ¿No buscan dominar? Qué estupidez, es claro que solo miente
— Lose, es tan raro intentar descifrar lo que dice, y ni hablar de su acento jaja
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La luz del sol caía en haces tibios sobre el campo abierto, y en la distancia, una pequeña manada de caballos pastaba libremente cerca de un grupo de Zaunitas. Unos niños reían mientras les ofrecían trozos de manzanas recién recogidas de manzano. Los animales, aunque de imponente tamaño, se acercaban mansos, olfateaban las manos pequeñas y aceptaban las frutas sin miedo.
Jayce se detuvo a observar. El relinchar agudo de uno de los caballos le sacó una sonrisa. Había algo muy distinto en esa escena a lo que conocía. Nada de riendas de cuero pulido ni establos con suelos encerados. Aquellos caballos eran libres... y, sin embargo, parecían más cercanos a su gente que los domesticados que él montaba en Piltover.
— ¿Sabes montar a caballo? -preguntó Viktor, con una sonrisa ladeada, como si ya anticipara la respuesta.
Jayce respondió con su típica mezcla de orgullo y picardía.
— ¿Esa es tu pregunta? Soy el mejor jinete de Piltover.
— Ajá... — Viktor alzó una ceja — ¿Y alguna vez domaste un caballo que no haya sido bañado, peinado y llevado hasta ti por un sirviente?
— No debe ser muy diferente, un caballo es un caballo y yo he montado a los mejores corceles, desde los 6 años, tengo el mejor entrenamiento
— Ah, claro — interrumpió Viktor con fingida admiración
Jayce noto el sarcasmo y frunció un poco su ceño, se acomodó la camisa con dignidad y se acercó a un caballo negro de lomo robusto, los niños que estaban ahí dejaron de recoger las manzanas para mirar el espectáculo que se avecinaba
— ¿Vas a intentarlo con Kuro? -preguntó Viktor con un dejo de incredulidad, cruzándose de brazos —. Es el más terco de todos.
-Perfecto. Así nos entendemos.
El animal olfateó su palma... y luego le dio un suave empujón con el hocico que casi hizo perder el equilibrio a Jayce. Sorprendido, dio un paso atrás, pero el caballo, sin perder tiempo, dio un giro y comenzó a pastar tranquilamente en el lado opuesto, levantando la cola con una clara actitud de rechazo.
Jayce lo observó con incredulidad, su expresión un tanto avergonzada por la inesperada reacción del animal.
— ¿Así que así se juega, eh? — murmuró para si mismo, levantando una ceja y ajustándose la camisa con una ligera frustración. Luego, miró a Viktor, quien estaba disfrutando de la entretenida escena y por la actitud del alfa, sin decir nada.
Jayce dio un paso decidido hacia el caballo, esta vez con más determinación. Apretó la mandíbula y se acercó lentamente. El caballo lo observó de reojo, pero no hizo el mismo movimiento de rechazo de antes. Jayce aprovechó y con una rápida maniobra, puso su pie sobre una roca que estaba al costado y trató de montarlo. Pero Kuro en cuanto Jayce intentó subirse, el caballo giró nuevamente, dándole un empujón que lo hizo caer al suelo
— ¿Esto es parte de tu entrenamiento? Porque no te veo muy profesional — dijo Viktor mientras veía como Kuro seguía pastando con indiferencia
Las palabras de Viktor enojaron un poco a Jayce — ¡Eso fue intencional! — dijo Jayce, alzando un dedo — Una maniobra... experimental.
— claro
Jayce intento volver a montarlo, pero el caballo solo seguía haciendo lo mismo, ignorándolo, cambiando de dirección y relinchando cada que el moreno se caía como si estuviera riéndose de él.
Jeice Terminó en el suelo más veces de las que le gustaría admitir, con los niños riéndose, Kuro relinchando y Viktor claramente disfrutando la escena.
Jayce estaba Harto, un caballo se burlaba de él ¿Cómo siquiera le explicas eso alguien?
— Ya veo que tienes mucho "talento" para montar caballos salvajes — dijo Viktor, su tono lleno de sarcasmo — ¿Te gustaría que te diera algunos consejos, o prefieres seguir luchando con Kuro?
Jayce suspiró, frustrado, limpiándose un poco el polvo de la caída. Observó al caballo que lo había derribado, estaba de nuevo pastando tranquilo, mirando de vez en cuando a Jayce, como si el animal supiera perfectamente quién era el que mandaba en esa interacción, y no era Jayce. Los niños seguían riendo a carcajadas, y Viktor no hacía mucho para disimular su diversión, más bien parecía deleitarse con la situación.
— No es gracioso -dijo Jayce, con una mezcla de frustración y vergüenza. Escucho él relinche del caballo nuevamente logrando que sus ojos se afilaran, cerro los puños con fuerza y quiso ir hacia el caballo, pero antes de que pudiera moverse, Viktor ya se había acercado al animal.
Jayce observó cómo Viktor se acercaba al caballo con una calma que contrastaba con su propia torpeza de hace unos minutos. Sus movimientos eran diferentes. No había intento de imponerse, ni necesidad de probar nada. Solo presencia. Su mano se posó en el flanco de Kuro con la delicadeza de alguien que toca algo sagrado. El caballo levantó la cabeza, dejó de masticar y alzó la cabeza, sus orejas giraron hacia el omega, y luego... simplemente cedió ante el suave y gentil tacto.
— No se trata de que te obedezca — dijo Viktor, sin voltear —. Se trata de confianza. Él no busca un amo. Solo a alguien que lo escuche, aunque no hable.
Jayce guardó silencio. Miraba la escena frente a él como si le costara entenderla. Pero lo entendía. Muy en el fondo, lo hacía.
— ¿Cómo lo hiciste? — preguntó, esta vez sin el escudo de su arrogancia.
Viktor acarició el cuello del animal y al fin lo miró.
— Lo escuché primero.
Eso no tenía sentido, Viktor una vez que vio que el caballo se había calmado extendió una hacia Jayce invitándolo a acercarse, él aceptó la invitación, viktor toma la mano del moreno y la coloco sobre el lomo de este con delicadeza
— Solo deja que se acostumbre un poco a tu presencia -le dijo con tranquilidad.
Jayce miro como los niños que antes serían, volvieron otra vez con los caballos, alimentándolos y jugando con ellos, de la misma forma que Viktor le enseñaba a él. El Heraldo estaba enseñando y todo el mundo escuchaba.
El tono de Viktor era tan suave y calmado que Jayce pudo sentir como una especie de sensación nueva lo invadía. No sabía explicar por qué su corazón latió un poco más rápido en ese momento, el pelaje tibio del animal y la suavidad de la mano de Viktor lo distrajo por un momento, algo se movió dentro de él. No tenía nombre, pero se parecía mucho a la calma.
Alzó la vista y encontró los ojos de Viktor sobre él. Y aunque ninguno dijo una palabra, el mundo pareció detenerse un segundo. No era solamente el caballo el que empezaba a confiar
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— Él ya ha empezado a confiar en mí, estoy seguro
— ¿Entonces pronto te dirá lo que queremos saber?
— Estoy muy seguro que si linda
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Los días en Zaun se deslizaban con la lentitud. Jayce ya no contaba las horas, sino las veces que veía a Viktor. Y aunque cada visita comenzaba con una excusa distinta, él sabía que mentía. Especialmente a sí mismo, la mentira de aprender seguía en pie, Mel lo seguía llamando, querrá un informe detallado, de que era lo que pasaba aquí, cuando hablaba con ella en las noches le contaba todo lo que Viktor le enseñaba y ella se reía, pues sonaba ridículo ¿escuchar en donde no había sonido? Ni siquiera el profesor heimerdinger, decía cosas tan extrañas como ese omega.
Aquella mañana, Viktor lo llevó a una cabaña escondida entre árboles viejos y enredaderas. No era más que cuatro paredes torcidas y un tejado de madera, pero dentro, el mundo olía a hojas secas, humo suave y algo cálido.
— Esto es nuevo, pensé que aquí no tenían estructuras de madera — dijo Jayce mientras entraba dentro de la cabaña
— Es cierto, mayormente vivimos en las tiendas y las cabañas... solo las usamos para guardar los alimentos o algunas de las medicinas.
— ¿Esto es... tu consultorio o que? —preguntó Jayce con una sonrisa ladeada, mirando los estantes llenos de frascos, raíces colgadas, paños doblados con cuidado.
Viktor soltó una risa suave.
— Le decimos "el lugar de lo que Alivia"
Jayce lo miro de forma extraña, cada término que usaba Viktor muchas veces le daba gracia, tal vez era pq él aprendió el idioma español y por eso hablaba con un acento muy diferente, pero no podía evitar reírse.
Jayce se acercó a una mesa de trabajo donde había pequeñas piedras pulidas, flores secas y un mortero de cerámica agrietada.
— ¿Tú preparas todo esto?
— Algunas cosas sí. Otras me las traen. Aquí todos saben un poco. Sobre todo los ancianos, Yo solo organizo. Y a veces, reparto.
Jayce tomó una hoja grande y rugosa entre los dedos.
— ¿Y esto?
— sirve para los nervios — respondió Viktor—. Se hierve y se toma en infusión. Mi madre la usaba cuando no podía dormir. El sabor es horrible, pero funciona.
Jayce sonrió.
— ¿Y estas flores?
— Se llaman Zah'kemi ral'eh o tmb flor del Sueño, la usamos para adormecer el cuerpo cuando tenemos que coser alguna herida
Jayce sostuvo la flor entre los dedos con cierta curiosidad. Era pequeña, de pétalos amarillos intensos y centro rojizo, como si estuviera siempre a punto de estallar en color. Tenía un aroma punzante, casi eléctrico.
— ¿Y solo se la ponen encima? -preguntó, girándola con delicadeza.
— A veces — dijo Viktor, mientras ordenaba unas raíces secas en otro estante-. Pero también se mastica. Adormece la lengua. pero los niños las mastican por diversión
Jayce lo miró, levantando una ceja.
— ¿Tú lo has hecho?
Viktor sonrió de lado, sin responder. Jayce lo observó un segundo más, antes de reír entre dientes.
— ¿Qué? ¿Así se divierten por aquí? Masticando flores raras.
— Es mejor que quedarse dormido con vino barato — replicó Viktor, sin dejar de ordenar
Jayce no pudo evitar reírse ¿Qué Piltover tenía vino barato? ¿Ahora el Heraldo tenía sentido del Humor? El ambiente era cómodo, cada cosa que Viktor le enseñaba era como conocer un nuevo mundo, uno en donde las leyes y las coronas no existían, en donde todo era como un día de primavera, se preguntaba pq Viktor no se iba de aquí, Caitlyn que había entendido mejor el idioma que él en las pocas semanas le había contado que había sido abandonado aquí hace muchos años, él no era un Zaunita... tenía inteligencia suficiente para destacar en otros, ríenos.
— ¿Y nunca pensaste en irte? — preguntó sin pensarlo mucho —. Tienes un gran potencial para ser un médico reconocido, podrías tener un puesto importante en Piltover. Un laboratorio. Recursos. Respeto.
Viktor dejó de moverse. Por un momento, el silencio se instaló entre ellos. Luego, alzó la mirada.
— No quiero respeto de quienes no ven lo que soy — respondió —. Aquí, no soy un prodigio. Ni un sabio. Solo... soy útil. Y eso es suficiente.
Jayce bajó la mirada a la flor que aún sostenía. Apretó un poco los pétalos entre sus dedos ¿Por qué le había preguntado eso? ¿Quería llevarlo a Piltover? Qué estupidez, se regañó a sí mismo por haber dicho eso
— Nunca conocí a alguien como tú.
— Eso dicen todos los que se quedan más de una semana - replicó Viktor, con tono irónico.
Jayce sonrió.
Había algo en ese omega extraño que lo desarmaba poco a poco. Sin siqueira darse cuenta. No era un rey si quiera, pero hablaba como si hubiera gobernado todo el mundo desde antes de su creación. Se empezaba a sentir un poco ansioso junto a el. Tal vez se estaba enfermando.
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— Jaja ¿qué las plantas hablan? Suena cada vez más ridículo
— Si... Lose... Que locura...
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— Tira con fuerza, pero no tanto — decía Viktor, arrodillado a la orilla del río, mostrando cómo atar el anzuelo.
Jayce fruncía el ceño, tan concentrado que ni se daba cuenta de la risa contenida de los niños que lo observaban desde la orilla. Esa mañana se le ocurre la gran idea que llevarlo al río a ver a los pescadores, pero lo que el alfa no sabía es que el tmb aprendería a pescar. El río de Zaun no era profundo, pero la corriente . Los niños chapoteaban con los pantalones arremangados, los adultos sacaban peces con trampas tejidas a mano, y el aire olía a menta salvaje y piedra caliente.
Jayce estaba de pie, con una caña de pescar artesanal en las manos, mientras Viktor le explicaba por cuarta vez cómo lanzar correctamente.
— Mira — decía Viktor, paciente como siempre. — El truco está en el balance. Giras la muñeca así, no con todo el brazo...
— Ya, ya, lo tengo — interrumpió Jayce, tan confiado como torpe.
Tensó el hilo.
Giró la muñeca.
Y la caña voló entera hacia adelante, cayendo con un "plop" lastimoso en el agua. La cuerda se enredó en una roca. Jayce, que había dado un paso en falso, resbaló y cayó de espaldas dentro del río con un grito ahogado.
¡SPLASH!
El agua salpicó a todos los niños cerca, quienes estallaron en carcajadas.
Viktor se tapó la boca, intentando disimular su risa, pero fracasó miserablemente.
Jayce emergió, empapado, el cabello pegado a la frente, y una expresión de indignación tan ridícula que hizo que dos ancianas también empezaran a reír.
— ¿Te estás riendo de mí? — preguntó Jayce, nadando hacia la orilla.
— No, no, para nada — dijo Viktor, con una sonrisa traicionera — Solo estoy... apreciando tu técnica de pesca.
Jayce arqueó una ceja. Luego se alzó de golpe, saliendo del río, y caminó hacia Viktor con una calma peligrosa.
— Majestad... ¿qué hace? — preguntó Viktor, retrocediendo un paso.
— Solo quiero enseñarte una nueva técnica — dijo, y lo agarró del brazo sin darle oportunidad de escapar.
— ¡No, espera!
— ¡Demasiado tarde!
Y juntos cayeron al agua en un estallido de espuma y risas.
Viktor emergió tosiendo, empapado de pies a cabeza, con el cabello cubriendo por completo su rostro y su bastón flotando en el agua
Jayce lo miró, sin poder contener la risa. Viktor lo empujó suavemente hacia atrás con una mano, y Jayce fingió perder el equilibrio otra vez, cayendo de espaldas con un grito teatral.
Caitlyn que estaba por ahí con otros piltovionas aprendiendo la pesca, no se reia, pero miraba esa escena frente a ella con unos ojos un tanto analizadores y poco sutiles, su emperador estaba un poco... extraño.
Los niños aplaudían, los ancianos reían ante ese pequeño espectaculo, que hasta incluso en mismo heraldo no pudo evitar reir, algo que no hacia muy seguido, Jayce lo miro por un rato como si estuviera fotografiando cada aspecto del momento.
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— Debes de seguir buscando amor, no te dejes influenciar por él
— Si...No te preocupes Mel... solo me gano su confianza....
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— No sabía que las ovejas eran tan tercas — murmura Jayce, mientras una lo ignora por completo.
— Bueno, me recuerdan a alguien
Decía Viktor mientras se queda atrás con el rebaño y veía como Jayce intenta hacer que el más bebe volviera con las demás
Jayce lo mira por encima del hombro, alzando una ceja.
— ¿Estás insinuando algo?
— Yo no insinúo, afirmo.
La pequeña oveja baló, como si estuviera de acuerdo. Jayce suspiró, se giró de nuevo y trató de rodearla con los brazos para dirigirla al grupo.
— No sé cómo logran que estos bichos los escuchen.
— No lo hacen -dijo Viktor con una sonrisa torcida —. Solo las acompañamos
Jayce rio por lo bajo, y por un momento se olvidó de todo lo demás: de Piltover, de Mel, de los informes que aún debía enviar. Solo quedaban los campos, el viento, el calor suave del sol en la espalda, y Viktor caminando junto a él, calmado como si llevara siglos en esa misma pradera.
—¿Y cómo terminaste tú haciendo esto? — pregunta Jayce, tras un rato en silencio.
— ¿Lo de pastorear? — Viktor lo miró de reojo, pensativo— . Aquí todos lo hacen alguna vez. Pero a mí me lo enseñó mi padre. Cuando era niño y no quería dormir, me llevaba al campo. Decía que los animales te enseñan a observar. A esperar.
Jayce ladeó la cabeza, viendo cómo el rebaño se movía como una sola masa viva, lenta pero constante.
— Supongo que Piltover me enseñó justo lo contrario — murmuró.
— Sí -dijo Viktor con suavidad — Se nota.
Jayce soltó una carcajada, más relajada de lo que esperaba. Y, sin pensarlo demasiado, miró a Viktor con una sonrisa honesta.
— Gracias por enseñarme esto. No solo lo de las ovejas. Todo.
Viktor lo miró, el atardecer, dorándole los ojos, y asintió una sola vez, giro rápidamente su mira de vuelta a la oveja, sentía como si el corazón se le iba a salir del pecho, ¿acaso estaba enfermo? Tal vez mucha emoción en estos días lo estaba afectando.
— Gracias por querer aprender.
Dijo ocultando un poco su rostro entre su cabello, para siguieron caminando, sin prisa, mientras el cielo se volvía naranja.
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— ¿Entonces hoy encontraste algo importante?
— Hoy estoy algo cansado Mel, hablamos mañana
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Chapter 15: Fracturas
Notes:
"El que no es capaz de gobernar sus propios deseos está destinado a ser gobernado por otros."
— Epicteto
Chapter Text
La tienda estaba en penumbra. Las velas eran las únicas alumbraban el lugar, y el aroma de hierbas se mezclaba con el agua de la lluvia de ese instante. Caitlyn estaba sentada en la mesa de madera, revisando sus notas sobre el lugar y otras cartas que le enviaban de Piltover, Jayce entró en la tienda con una de tela llena de pan recién hecho en brazos.
-¿Pan de Jazmín? -preguntó, levantando la vista con una sonrisa irónica-. ¿En serio?
Jayce dejó la tela sobre la mesa con una expresión tranquila.
-No está tan mal si lo combinas con ese... ¿cómo le dicen? ¿Siro de Arce?
Caitlyn lo miró con curiosidad.
-¿"Siro"? ¿Desde cuándo hablas así?
Jayce parpadeó, confundido por un momento.
-¿Así cómo?
-Como un... Zaunita. Dices frases raras todo el tiempo últimamente. Hoy me dijiste "el que no observa, tropieza con su sombra" cuando no encontraba mis botas.
Jayce soltó una risa leve, se dejó caer sobre una de las mantas dobladas junto al fuego de la leña
Caitlyn lo observó con detenimiento.
-Últimamente, todo lo que dices tiene algo de él. Las palabras. tu personalidad. Hasta tu forma de caminar ha cambiado.
Jayce frunció el ceño, divertido.
- ¿A Quién te refieres con él? ¿A Viktor? No seas ridícula Cait y ¿a qué te refieres con mi forma de caminar?
-Sí. Antes ibas como si el mundo tuviera que abrirse a tu paso. Ahora parces más tranquilo, más pausado
- ¿Y eso es malo?
Hubo un silencio que se extendió. Caitlyn volvió a hablar, esta vez más seria.
-Jayce... ¿Aún te acuerda por qué estamos acá?
Él alzó los ojos hacia ella un poco fastidiado
-La magia Arcana -murmuró.
-Exacto. Magia. Poder. Progreso. Eso que tú y Mel, deseaban para proteger a todos...
Jayce suspiró, frotándose el puente de la nariz.
- Sí... lo sé. Pero llevamos semanas. Y no hay señales. Ningún artefacto. Ningún libro escondido. Ni una chispa de esa energía que tanto ansiábamos.
Jayce se quedó callado. Luego, sin mirarla, dijo:
-Tal vez no haya nada.
Caitlyn lo miró, sorprendida.
-¿Qué?
- Que Tal vez... no haya magia aquí - Volvió a repetir un tanto Aliviado
-¿Y lo dices con alivio?
Jayce la miró, no respondiendo de inmediato. Pero la duda estaba en sus ojos.
-No lo sé -admitió-. Este pueblo... no merece ser arrasado por ambición. Son gente es sencilla. Viven con lo poco que tienen, y lo cuidan como si fuera un tesoro. Si viniera Piltover... si viniera yo mismo, como era antes... destruiríamos todo esto sin pensarlo.
Caitlyn cerró su cuaderno. Lo estudió en silencio.
-Jayce... ¿Qué está pasando contigo?
El silencio que siguió no fue vacío. Estaba lleno de nombres no dichos. De decisiones no tomadas. -¿Y qué pasa con Mel? - dijo Caitlyn, rompiendo el hielo-. ¿Le vas a responder las llamadas que has estado ignorando?
Jayce tensó la mandíbula.
- Eh estado ocupado
- Mentira, siempre regresas a las 6 de la tarde... igual que todos
- A ver Cait y ¿qué quieres que le diga? Si a ti ni siquiera te agrada ella y no me digas que no... ¿Por qué tanto insistes con ella?
Cait miro al moreno un poco seria por lo que había dicho, era cierto lo que él decía, pero eso no significaba que tenía derecho a mentirle sin importar si ella lo hacía o no
- Dile la verdad Jayce
Él rio, sin humor.
-¿Cuál de todas? ¿La que dice que no encontré ni una pista de la magia? ¿La que admite que me equivoqué? ¿O la que confiesa que...?
Se interrumpió a sí mismo. Su voz tembló apenas. Caitlyn lo completó por él, en voz baja.
-¿Qué te estás enamorando de otra persona?
Jayce se quedó quieto
- No sé de qué hablas...
- Hay por favor Jayce, no puedes mentirme ¡LOS EH VISTO!
- ¡Pues viste mal, Caitlyn! ¡Aquí no pasa nada más que un intento ridículo de enseñanza!
El grito rompió el aire denso de la tienda. Jayce estaba de pie ahora, los puños cerrados, respirando con fuerza como si hubiera corrido hasta quedarse sin aliento. Había usado su voz de mando y Caitlyn había quedado tan sorprendida que no se movió, pero lo miraba con una mezcla de compasión y firmeza. Ella tragó saliva como pudo para dispersar el ligero temblor que su cuerpo había sentido
-¿Y eso es lo que crees de verdad? -preguntó ella, en voz baja-. ¿Que esto es ridículo?
Jayce se pasó una mano por el cabello, como si quisiera arrancarse los pensamientos de raíz. Sabía lo que había hecho, él nunca había usado su voz con Caitlyn, quien era prácticamente como su hermana, pero aunque se dio cuenta, no pidió perdón y solo caminó por el reducido espacio de la tienda, de un lado al otro, incapaz de quedarse quieto.
-¡No sé lo que creo, Caitlyn! No sé nada. Todo esto... esto no estaba en los planes. Vine aquí buscando una maldita energía antigua, un poder que nos asegurara el futuro. ¡Y terminé...!
Se interrumpió otra vez, mordiéndose el interior de la mejilla.
-Terminaste viviendo, Jayce -dijo Caitlyn, más suave-. Por primera vez, quizás.
Jayce se detuvo, dándole la espalda.
-No puede pasar. No debe pasar.
-¿Por qué no?
Él se volvió hacia ella, con los ojos enrojecidos.
-Porque tengo un imperio que mantener. Porque hay gente que depende de mí. Porque Mel...
-¿Por qué le prometiste cosas? -lo interrumpió Caitlyn-. ¿O por qué te enseñaron que el deber va antes que lo que sientes?
Jayce no respondió. El silencio era su única defensa.
-Te vi, Jayce. Los vi -continuó Caitlyn, sin dureza-. Y no, no fue solo una mirada o un gesto. Fue algo más. Fuiste volviéndote humano.
Él apretó los dientes. Cerró los ojos.
-No quiero destruir esto. Zaun. Su calma, su belleza... su gente. Y si llevo de vuelta todo lo que aprendí aquí... si le doy a Mel lo que vino a buscar... ¿Qué queda de este lugar?
-¿Y de Viktor? -preguntó ella-. ¿Qué queda de él?
Jayce tembló.
-No puedo quedarme, Cait. No puedo.
-¿Y si quedarte no significa rendirte, sino elegir con el corazón?
Jayce la miró, perdido. Por primera vez, sin respuestas, sin discursos. Solo un hombre atrapado entre lo que soñó ser y lo que estaba empezando a desear.
Caitlyn se acercó y puso una mano en su brazo.
-No te estoy diciendo qué hacer, Jayce. Solo... no le mientas. Ni a Viktor, ni a ti mismo.
Jayce tragó saliva. Bajó la mirada.
-¿Y si ya es demasiado tarde?
-Entonces asegúrate de que no lo sea más...
[...]
-Ya veo... cualquier cosa, notifícame y mantente atento a todo. Incluyéndola.
-Sí, mi reina.
El zumbido del corte dejó un vacío en la habitación. Al parecer Darius era el único que seguía firme con el plan, digno de un soldado de Noxus. Mel dejó el aparato sobre la mesa de noche, pero lo hizo con un gesto más brusco del que le habría gustado admitir. Se quedó mirando el pequeño dispositivo como si esperara que volviera a sonar. No lo hizo.
Se puso de pie, sus pasos descalzos, silenciosos sobre el suelo pulido. Caminó hasta el ventanal y apartó una cortina de terciopelo oscuro con un movimiento suave. Piltover se extendía bajo ella como una joya ordenada, perfecta, suya.
Ella había construido esto. No con magia, ni con ciencia. Con estrategia. Con alianzas. Con sacrificios. Había elegido a Jayce como se elige una herramienta bien forjada: útil, ambiciosa, brillante. Lo moldeó, lo impulsó, lo dirigió. No por amor. Por visión.
Y ahora, el estúpido dejaba sus llamadas sin responder.
Sus labios se apretaron. No por tristeza, sino por molestia.
¿Qué estás haciendo, Jayce? ¿Te dejaste embelesar por esos harapos y fábulas de Zaun? ¿Por ese omega de quinta?
La puerta de la habitación sonó, ella se giró con la mirada un tanto afiliada
- Mi reina soy Elora ¿Puedo pasar?
Mel respiró hondo, suavizando su expresión con precisión quirúrgica. Volvió a erguirse, sus manos se deslizaron por la tela de su bata de noche como si eso bastara para recomponer su compostura.
-Entra.
La puerta se abrió y la joven asistente se asomó con la habitual reverencia. Siempre diligente, siempre puntual. Pero esa noche, Mel no estaba de humor para formalidades.
-¿Qué ocurre? -preguntó, volviendo a sentarse al borde de la cama, cruzando las piernas con gracia ensayada.
-Me disculpo por la hora, pero llegó una carta... de Noxus, es de su Madre...
El nombre bastó para tensar el aire.
Mel alzó la mirada, pero no respondió de inmediato. Solo estiró una mano abierta, exigiendo la misiva sin palabras.
Elora se acercó con cuidado, depositando la carta entre sus dedos. El sello rojo de Noxus brillaba con una amenaza muda en la penumbra. A Mel no le tembló la mano, pero su mandíbula se endureció.
-¿Dijo algo más? -inquirió, sin apartar los ojos del sobre.
-Solo que debía entregarla en persona... y que esperara su respuesta.
Mel soltó una risa baja, seca. Por supuesto. Esa mujer siempre tenía que recordarle que no había cuerdas que no pudiera jalar, incluso a la distancia.
-Puedes retirarte.
-Mi reina...
-He dicho que te retires.
Elora bajó la cabeza de inmediato y salió sin otro ruido.
Mel se quedó sola con la carta. Durante un instante, no la abrió. Caminó hasta la ventana nuevamente, apretando el sobre entre los dedos. La noche de Piltover era limpia, ajena a la sangre que impregnaba cada decisión tomada para construir esa ciudad. A su ciudad.
Finalmente rompió el sello.
El papel era grueso, perfumado apenas con esa esencia metálica y amarga que Mel conocía desde la infancia. Las palabras eran pocas. Directas. Frías como el acero que forjaba a los suyos.
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"La paciencia es virtud de estrategas, no de idiotas. Has dejado de escribir querida hija. Has dejado de informar. ¿Y tu prometido?, tu proyecto... se diluye. ¿Te estás ablandando, hija? ¿O has olvidado por qué te envié allí?"
La debilidad es contagiosa. El silencio, imperdonable.
Recupera el control. O lo haré yo... y sin misericordia."
-Ambessa.
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Mel cerró los ojos por un segundo. No por miedo. No. Sino por furia contenida. Porque odiaba que tuviera razón. Jayce se debilitaba. Titubeaba. Se dejaba envolver por la dulzura de una tierra que no tenía futuro y por un omega sin apellido que, según todos los cálculos, debería haber sido irrelevante.
Y sin embargo...
—Y sin embargo te está quitando el centro del tablero, Mel.—
Se giró, cruzando los brazos. El silencio de su alcoba era casi ofensivo. Se suponia que tenía todo bajo control... o eso había creído.
Volvió a la cama, pero en vez de acostarse, se sentó al borde, con la espalda recta. Ya no tenía sueño.
Había algo que no estaba viendo. Y eso era inaceptable.
—Lo quieras o no, Jayce Talis... volverás a mirar hacia donde te conviene.—
Chapter 16: La magia Arcana
Notes:
"El mayor obstáculo para vivir es la expectativa, que depende de las apariencias. Abandonar todo eso permite que nuestra vida se despliegue."
— Epicteto
Chapter Text
El silencio dentro de la tienda de Jayce era casi denso, cargado. Las telas gruesas que colgaban a modo de muros amortiguaban todo sonido del exterior, dejando al emperador a solas con sus pensamientos. La luz suave del amanecer se filtraba entre las costuras mal cerradas, pintando líneas doradas en el suelo de tierra apisonada.
Las sábanas estaban desordenadas desde hacía días. Sobre la pequeña mesa de madera, los papeles se amontonaban: notas inconclusas, bocetos, intentos de racionalizar lo irracional. Pero nada de eso servía para silenciar la única voz que no lograba ignorar: la suya.
¿Y si en Zuan no había magia?
Durante semanas, esa posibilidad le habría parecido una tragedia, un error, una derrota. Ahora... no estaba tan seguro. Había algo reconfortante en esa idea. Porque si no había magia, entonces no había botín. Y si no había botín, entonces... quizás no habría guerra.
Y aun así, ahí seguía. Sintiendo que algo dentro de él se reordenaba, que las prioridades que antes creía inamovibles ahora tambaleaban bajo el peso de una presencia, de una voz suave y una mirada obstinada.
Viktor...
Jayce cerró los ojos con fuerza. Habían pasado ya cinco días sin ver a Viktor. No porque el Heraldo se hubiera alejado. Fue él quien no volvió. Necesitaba tiempo. Espacio. Pero ahora ese mismo espacio lo estaba asfixiando. Se puso de pie. Tomó su capa sin pensar, dejando caer sin cuidado una hoja arrugada al suelo.
Caitlyn, desde la entrada, se encontraba sentada sobre una silla de madera trenzándose el cabello con manos hábiles, Su cabello había crecido bastante en las últimas semanas. Pero al escuchar como las cortinas de la tienda se habría, se levantó rápidamente, Jayce no había salida de ahí en muchos días, tal vez solo para ir al baño o bañarse, pero a ningún otro lugar, sabía la razón, pero aunque fuera consejera del Emperador de Piltover, tmb era la hermana de Jayce y había cosas que él tenía que resolver solo.
—¿Vas a buscarlo? —preguntó sin rodeos.
Jayce simplemente la miró y luego giro la mirada para otra parte
—Necesito hablar con él —dijo simplemente. — Comandante, prepara todo para partir de Zuan a primera hora, el viernes — Y salió de la tienda, tragando el aire fresco de la mañana como si llevara días sin respirar.
Caitlyn quedo un poco sorprendia por la última petición, pero sin cuestionar, asintio con la cabeza e hizo una reverencia. — Si majestad
Jayce cruzó el campamento con paso firme, pero el corazón le latía con un ritmo desigual, traicionero. Algunos zaunitas lo observaban de reojo desde sus tareas matutinas. El aire de Zaun, húmedo y espeso, no aliviaba el nudo que llevaba días instalado en su estómago.
Pensar que había venido a ese lugar con la arrogancia de quien cree tener el control.
Había buscado la magia Arcana por ambición, por mandato, por promesas. Y, sin embargo... Viktor lo había desarmado sin una sola palabra Aduladora. Día tras día, con la quietud de sus manos, con la forma en que trataba a su gente, con esa voz suya, tan paciente, tan firme, había desmontado pieza por pieza el personaje que Jayce usaba para sobrevivir en Piltover.
Ya se había creído que no había magia en Zaun, su misión se volvía un sinsentido... lo único que tenía sentido era Viktor.
Le diré la verdad.
Le diré todo.
Mel ya no existía en la ecuación de su cabeza y aunque aún sabia que tenía que hablar con ella, solo podía pensar en Viktor.
Llegó a la tienda del Heraldo. A ambos lados de la entrada estaban los dos guardias que custodiaban la tienda de Viktor: alfas altos, de expresión estoica, vestidos con las típicas prendas Zaunitas.
Sabía por Viktor que ningún Heraldo era obligado a tener guardias, pero aquellos dos únicos guardias que los custodiaban habían sido ''rescatados'' por viktor.
—Necesito hablar con el Heraldo — Dijo Jayce, sin rodeos.
Los guardias intercambiaron una mirada.
— El Heraldo no desea visitas —respondió uno, cruzando los brazos.
— Dijo que no quiere interrupciones —añadió el otro—. Está ocupado con sus deberes.
Jayce apretó los dientes.
—Díganle que es importante. Que soy yo, Jayce Talis.
Hubo un breve silencio, desde dentro de la tienda, una voz suave, pero firme, se hizo oír:
—Déjenlo pasar.
Los guardias se hicieron a un lado, aunque uno de ellos lo miró de forma muy seria, como si advirtiera que no hiciera nada que pudiera herir al Heraldo.
Jayce empujó la lona y entró.
La luz dentro de la tienda era tenue. Había frascos con hierbas, pergaminos enrollados, cuencos de barro humeando con brebajes. Pero no había señal de Viktor, no fue hasta que escucho la voz de Viktor que venía de dentro del área de donde provenía toda la luz que alumbraba la tienda, no espero invitación y se entró en el lugar que parecía invernadero, estaba rodeado de una capa de cristal muy amplia que permitía el ingreso de toda la luz, lleno de plantas y flores y en centro un asiento de piedra circular, Viktor estaba arrodillado junto a unas plantas las cuales había estado regando. Este Levantó la vista cuando Jayce entró. Lo miró, sin sorpresa, sin calidez, para luego devolver su vista a sus plantas.
—Qué raro verlo por aquí, su majestad ¿Se perdió? —preguntó, sin amabilidad ni veneno.
—No —respondió Jayce, con la garganta un poco seca—. Necesitaba hablar contigo.
—¿Cinco días después? ¿Por qué? ¿El emperador se quedó sin compañía? ¿O la señorita Caitlyn ya se cansó de usted?
La manera en que pronunció su nombre fue impecable. Ni una pizca de rabia, pero suficiente filo como para cortar aire.
Jayce se quedó en silencio un momento, aguantando la punzada de culpa.
—No vine por eso.
—¿No? —Viktor alzó una ceja, se levantó del suelo con los brazos cruzados—. Extraño. Porque se sintió bastante simple desde este lado: viniste, obtuviste lo que querías y luego... desapareciste. Como buen alfa de ciudad — Respondió Viktor, encogiéndose de hombros con sarcasmo contenido—. Vaya suerte la mía.
Jayce suspiró, con una mezcla de culpa.
—No desaparecí. Necesitaba... pensar.
Viktor bufó suavemente.
—¿Pensar? —repitió con ironía—. ¿Pensar en si Zaun vale la pena? ¿En qué te diste cuenta de que prefieres seguir siendo el emperador de una ciudad que no necesita un corazón? O Pensar en que sí... olvídalo
Jayce lo miró, dolido... y luego, sin poder evitarlo, sonrió con una mezcla de pena y ternura.
—Estás haciendo un berrinche.
Viktor lo miro sorprendido ante aquel término que había usado el moreno
—Estoy haciendo un reclamo.
—Suena a berrinche. Uno adorable.
—No soy adorable.
—Te prometo que sí lo eres —respondió Jayce en voz baja, con una sonrisa triste. Viktor no pudo evitar apretar los labios nervioso
— Solo di, lo que venías a decir...
Jayce se detuvo un segundo, tenía que decirle todo, trago saliva como estuviera ganando fuerzas
—No sé cómo explicarlo... pero no me fui por nada superficial. Es solo que... necesitaba entender qué era todo esto, aclarar mis ideas. —Se detuvo un segundo. — Vine a Zaun con una razón. Buscaba algo.
Viktor se quedó quieto, sus ojos dorados fijos en las diferentes flores del lugar, quería parecer desinteresado
—¿Y lo encontraste?
Jayce dio un paso más hacia él.
—Creí que no. Que había perdido el tiempo. Pero ahora no estoy tan seguro, solo sé que no me importa nada de eso. Solo quería verte. Y decirte... que cada vez que estoy contigo, me cuesta respirar, provocas que el sueño se me vaya, con cada palabra que dices me cautivas, ¿sabes que pensamientos me haces tener? —dio otro paso, sus ojos clavados en los de él— cada que te veo quiero hacer cosas que no debo.
Viktor lo miraba. Sin palabra. Sin moverse. Pero no se apartó cuando Jayce se inclinó levemente hacia él. Sus rostros estaban tan cerca que podían sentir el calor del otro. Las miradas se cruzaron, titubeantes, cargadas de electricidad.
Jayce alzó apenas la mano, como si fuera a tocarle la mejilla.
Viktor no se apartó.
— Majestad...
— Viktor yo...
Justo cuando los labios de Jayce iban a tocar con los suyos...
—¡HERALDOOOO! —El grito rompió la burbuja.
Ambos se sobresaltaron. Afuera, un joven zaunita corría hacia la tienda, jadeando, con la cara llena de miedo y preocupación.
—¡HERALDO, POR FAVOR! ¡AYUDA!
Viktor cruzó la entrada al instante, seguido por Jayce. El muchacho cayó de rodillas al llegar.
—¡Uno de los soldados de Piltover! ¡Se cayó! ¡Estábamos bajando leña y cayó de la colina... se golpeó la cabeza y la pierna... está sangrando mucho. No deja de gritar del dolor, no sabemos qué hacer.
Viktor no dijo ni una palabra. De inmediato, se giró sobre sus talones y cruzó la tienda con paso ágil. Todo su canasta de mimbre la lleno de frascos, vendas y un par de cuchillas curvas, envolviéndolas en tela limpia. Jayce, aun en shock, lo siguió con la mirada.
— ¿Dónde está? —preguntó Viktor, sin levantar la voz.
— En la tienda de la señorita Sky, ella ya está intentando detener el sangrado
— Vamos —le dijo a Jayce sin mirarlo. No era una orden. Pero tampoco una petición.
Jayce no dudó en seguirlo.
Corrieron por los campos de cultivo hasta llegar a las tiendas. Se oían gritos a lo lejos. Finalmente, llegaron a una zona apartada, donde unos cuantos jóvenes zaunitas rodeaban a un muchacho de cabello rubio tendido encima de unas mantas con el rostro bañado en sudor y sangre.
Jayce lo reconoció de inmediato. Era uno de sus soldados más jóvenes, apenas un adolescente. Tenía la pierna torcida de una forma que no debía ser posible, y un tajo en la frente le cubría media cara.
—¡Aguanta, Karel! —gritó uno de los zaunitas que lo sostenía—. ¡El Heraldo ya está aquí!
Viktor llegó al instante. Se arrodilló a su lado, manos hábiles y rápidas, ojos escaneando cada herida. La pierna estaba rota en varios puntos, y el rostro del joven estaba cubierto de sangre. Palidecía a un ritmo alarmante.
—Está perdiendo demasiada sangre —murmuró, sacando vendas y un frasco de hierbas trituradas—. Intentó detener el sangrado con presión. La piel del joven hervía. Sus labios estaban morados. Estaba en shock.
Viktor se detuvo.
Lo supo en ese instante.
No bastaría.
Su mirada tembló. Se quedó quieto, con las manos manchadas de sangre, respirando, entrecortado. La vida del chico se le escapaba entre los dedos; Intento alinear la pierna a su lugar, pero con cada uno de los toques, solo provocaba que el chico gritara más, sus gritos eran desgarradores que ponían nerviosos a todos los que estaban ahí, era literalmente un cachorro, solo tenía 15 años.
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— No puedes decirle a ese alfa el poder que tienes Zuan, Heraldo
— ¿Los has visto Sky? Todos están aprendiendo... muchos mas de lo que creía que podían llegar a aprender...
— ¡NO PUEDE CONFIAR EN ELLOS HERALDO! Ellos no son de los nuestros, si se van sabiendo del poder que aún tiene Zuan... podríamos ser destruidos.
— Sky... se que tienes miedo... pero confía en mi... todo saldrá bien, sabes que nunca aria nada para lastimar a los nuestros.
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Un recuerdo se coló entre su mente, pero rápidamente lo disperso y apretó los labios con fuerza. Jayce lo miraba en silencio, sin entender aún lo que ocurría.
Fue entonces cuando Sky apareció al lado de Viktor
— Heraldo, no —dijo ella al ver la intención en sus ojos.
Él no respondió. Solo bajó la mirada al muchacho, luego a sus propias manos.
— Heraldo —repitió Sky, más alto, más urgente—. ¡No puedes! ¡Ellos no son de los nuestros!
Esa frase dura resonó como un bofetón en el aire.
— SILENCIO SKY — Viktor levantó la cabeza lentamente. Su mirada se clavó en la de ella.
Y por primera vez... Sky retrocedió. Había algo en los ojos de Viktor que nunca había visto: una firmeza que no permitía discusión.
Sky no dijo nada más. Dio un paso atrás, en silencio.
Viktor volvió a mirar al joven. Tragó saliva. Colocó ambas manos sobre su pierna rota, cerrando los ojos.
Una corriente eléctrica recorrió el aire.
De las manos de Viktor brotó una energía violeta, como una neblina vibrante que chispeaba contra su piel. Jayce la sintió antes de verla. Una presión magnética que le erizó los vellos de la nuca.
Los ojos de Viktor se iluminaron. Intensos. Sobrehumanos.
El cuerpo del joven herido se estremeció y gritó. Sus ojos también brillaron fugazmente con ese tono morado. La pierna rota comenzó a soldarse desde adentro, las venas quemadas parecieron reconstituirse como hilos de luz.
La magia Arcana rugía entre ellos, viva, pura, ancestral.
Jayce no podía apartar la vista. El aire estaba cargado, como justo antes de una tormenta.
Viktor se mantuvo firme hasta que el cuerpo del joven se relajó, respirando de nuevo, profundamente, en su pierna había una mancha cristalina de colores tenues, igual a la de todos los Zaunitas que vivían en ese lugar. Con un suspiro final, Viktor dejó caer las manos, exhausto. Su nariz sangraba, sus labios temblaban.
Pero el chico estaba a salvo.
Vivo.
Y la magia Arcana acababa de mostrar su rostro.
Era él.
Era Viktor.
Chapter 17: Realidad
Notes:
"El amor es la pasión por lo que escapa a la razón."
— Blaise Pascal
Chapter Text
Habían pasado tres días desde que lo vio por última vez. Jayce se había encerrado en su tienda sin permitir que nadie entrara. Todo lo que había concluido hacía unos días se había desmoronado por completo. Porque ahora... ahora se suponía que Zaun no tenía magia, que no era un peligro. Él iba a volver a Piltover y diría al Consejo que todo estaba bien. Que no eran culpables de nada: ni de un robo, ni de conspiraciones.
Pero había visto la magia. Había visto cómo salvaba a un soldado de una herida que podía haber significado su muerte.
"Son peligrosos."
"¿No quieres proteger Piltover?"
Las palabras de Mel se deslizaban por su mente como veneno. ¿Y si tenía razón? Si esa magia podía curar... ¿Quién sabe qué más podía hacer? ¿Y si era realmente un peligro?
Esa posibilidad lo perseguía como un eco constante. Susurrándole que su amor por Viktor, ese deseo inesperado que sintió apenas lo conoció, esa necesidad de frenar el plan que había puesto en marcha... podían ser un error.
Un gran error.
Aquel mismo día, tras asegurar que el soldado estuviera fuera de peligro, salió de la tienda sin mirar a nadie. Ni siquiera a Viktor. Se fue como solía hacerlo cuando lo enfrentaban sus propios límites: en silencio, sin mirar atrás. Callando antes de romperse.
Y no lo volvió a ver en esos tres días.
No porque no quisiera.
Sino porque no sabía cómo.
Cómo mirarlo, cuando días antes solo quería besarlo y decirle todo. Y ahora el deber, el plan, Piltover... todo volvía a pesar sobre él.
Eso lo frustraba. Lo asfixiaba.
Las cortinas de la tienda se abrieron de golpe, dejando entrar un rayo de sol que lo obligó a hacer una mueca.
—Oye Jayce, ya levántate, ¿quieres? —dijo Caitlyn, cruzando la entrada con una expresión algo molesta—. Llevas tres días encerrado acá como si fueras un fantasma. No te estás haciendo ningún favor.
Jayce no respondió. Solo se giró un poco sobre la cama, como si eso bastara para evadirla.
Caitlyn suspiró con fuerza. El suelo estaba lleno de botellas de vino. En Zaun solo se bebía en celebraciones, pero el Heraldo no se opuso cuando Jayce las pidió. Solo dijo:
—Denle lo que pide.
—Sé lo que viste. Yo también lo vi. Y entiendo que estés confundido. Pero eso no justifica que desaparezcas. Ni contigo mismo... ni con Viktor.
El nombre lo hizo tensarse. Un segundo, apenas. Pero suficiente para que Caitlyn lo notara.
—Él preguntó por ti. Una sola vez. Después, no volvió a intentarlo.
Jayce tragó saliva. Estaba agotado. Pero no físicamente. Era ese tipo de cansancio que se esconde detrás de los ojos, en lo más blando del pecho.
—No sé qué hacer, Cait... —murmuró—. No sé si lo que siento es real... o si me estoy dejando manipular por algo que no entiendo.
—¿Y desde cuándo huyes cuando no entiendes algo? —lo interrumpió ella—. Ese no es el Jayce que yo conozco.
Él la miró por fin. La luz que entraba desde la entrada le daba un aire firme, casi de juicio. Pero en sus ojos había compasión.
—Pues el Jayce que conoces... es un idiota que se enamoró de otro omega estando comprometido, vino aquí a buscar magia y ahora le decepciona haberla encontrado.
—Jayce, sé que eres un idiota... pero aún no es tarde para arreglar las cosas.
Jayce se levantó de la cama. La miró con seriedad, pero desvió la mirada casi de inmediato. Caitlyn frunció el ceño, sospechando.
—Creo que cometí un error, Cait...
—¿Has hablado con Mel?
Silencio.
—Jayce... ¿Qué hiciste?
Más silencio.
—¿¡Jayce, qué hiciste!?
—Lo que debí haber hecho desde el principio —respondió al fin, en voz baja—. Decir la verdad.
Caitlyn se quedó helada. ¿Le había dicho a Mel que había encontrado magia en Zaun?
Eso lo cambiaba todo.
Zaun ya no era solo una región olvidada. Era una amenaza. Y el Consejo no dudaría en neutralizarla.
Podían destruirlo todo.
Podían destruir a Viktor.
—Cancelé el compromiso con ella...
Caitlyn parpadeó. Las palabras fueron como un baldazo de agua fría. Jayce no la miraba. Tenía la mirada perdida.
—¿Cuándo?
—La noche en que Viktor usó la magia. Cuando salí de la tienda, fui directo a mi carpa... me puse a pensar, y esa misma noche llamé a Mel. No voy a permitir que le pase nada a Zaun. Ni a Viktor.
Caitlyn lo observó unos segundos. Luego soltó una risa inesperada.
—Su majestad Ximena estaría orgullosa de ti —
Jayce alzó las cejas, sorprendido.
—Siempre decía que no había fuerza mayor que la de un corazón que decide a quién proteger —añadió Caitlyn, sonriendo al recordar los días en que la emperatriz les preparaba postres.
Jayce bajó la mirada. El nombre de su madre le removía memorias antiguas. Días más simples. Días en que soñar no dolía.
—Sabes que Mel no se va a quedar quieta, ¿no?
Jayce asintió. La reacción de Mel había sido una mezcla de gritos, rabia y algo más oscuro. Como si el veneno más cruel le corriera por las venas.
—¿Crees que me vea como una amenaza?
—No tú —dijo Caitlyn, tajante—. Viktor.
Jayce sabía que Mel se enteraría pronto. Si no por él... por Darius.
—Darius va a contarle lo que vio. Es muy probable.
Caitlyn le puso una mano firme en el hombro.
—¿Te preocupa Darius, Jayce? No te preocupes... yo me encargaré de él.
—¿Cómo?
—Nadie es un santo Jayce. Y menos alguien que ha estado desaparecido tantos días...
Caitlyn sonrió. Una sonrisa burlona. Fría. Casi peligrosa. Esa omega podía dar miedo cuando quería.
Jayce solo asintió.
—Gracias, Cait... por no juzgarme.
Ella se encogió de hombros. Pero esta vez, le dedicó una sonrisa real.
—No eres fácil de querer, Jayce. Pero si alguien puede verte... y quedarse, vale la pena pelear por eso, ¿no?
Jayce rio con suavidad.
—Por cierto, el ''Heraldo'' nos invita a la celebración de la luna nueva. Dijo que también será como una despedida para nosotros.
Jayce escuchaba pero en su mente solo estaba Viktor.
—Voy a buscarlo. Tengo que hablar con él.
Caitlyn, al ver que no le hacía caso, no insistió más, pero al ver cómo este se levantaba con intención de ir corriendo hacia Viktor lo detuvo en seco.
—Wow, ¡espera! —dijo Caitlyn, levantando las manos—. No piensas ir así, ¿no? Date una ducha, apestas a muerto.
[...]
El vapor que emergía de las aguas termales formaba nubes suaves, casi etéreas, entre los árboles del bosque. Jayce se había quitado la ropa sin pensar demasiado, y ahora el agua caliente le envolvía los músculos cansados como un abrazo cálido. Eran alrededor de las 11 de la noche y las estrellas del cielo oscuro se podían ver con bastante claridad, pero su mente seguía lejos de ese instante.
Seguía en él.
En Viktor.
¿Debería hablarle hoy? ¿O sería mejor esperar a mañana? Cuando sus ideas estuvieran más claras. ¿Y si ya era tarde? ¿Y si Viktor no quería verlo? El peso de todas esas preguntas caía sobre sus hombros como piedras invisibles.
Se sumergió un poco más, dejando que el calor intentara arrancarle el frío de la incertidumbre. Cerró los ojos, pero no logró encontrar paz. En su interior seguía esa mezcla confusa de amor, duda y culpa.
Pasó su mano por su cuello un poco cansado intentando aliviar aquel nudo con el calor del agua, su cabello mojado y la ligera barba un poco más crecida que antes le daba un estilo bastante salvaje. ¿Cómo podía ser que un alfa que se veía así estuviera con el cuerpo lleno de nervios por hablar con su omega, que aún no era su omega pero sería su omega, según él?
No sabía cuánto tiempo se quedó sumergido en el agua, pero el cielo ya estaba más oscuro que antes. La única luz que había era la de las algas sumergidas dentro del agua que iluminaban toda la laguna. Ya era hora de salir del agua. Colocó sus brazos sobre el césped y se impulsó para salir del agua con mucha facilidad. Con ayuda de una toalla se secó el pelo y el cuerpo. El aire de la noche era fresco, así que solo se puso los pantalones, sin la camisa. Estaba un poco más relajado, con las ideas más ordenadas. Pensaba visitar a Viktor a primera hora mañana. Ya no importaba el porqué había venido a Zaun. Ahora solo quería a Viktor. Iba caminando siguiendo el camino de piedras cuando entonces lo sintió.
Una fragancia dulce y cálida le rozó las fosas nasales. Canela y miel.
El cambio fue inmediato. Su cuerpo se tensó, su respiración se aceleró apenas un poco, lo justo para que el calor que inundaba su cuerpo se encendiera más. Ese aroma... lo conocía. Era un eco profundamente anclado en su memoria, uno que lo había perseguido incluso en sueños.
Giró lentamente la cabeza hacia la fuente del aroma, caminó entre los árboles y arbustos hipnotizado por ese aroma, igual que una abeja yendo hacia la miel. Entre los huecos de de los arbustos, a unos metros de distancia, divisó otra laguna de aguas termales. Más pequeña, más íntima. El vapor lo cubría como un velo. Pero la silueta... la silueta era inconfundible.
Cabello mojado, marrón con unos mechones rubios, cayendo como seda sobre loa hombros delgados. Piel pálida baña bajo la luz de la luna. Y esa postura relajada, casi meditativa.
Viktor.
Sus pensamientos se habían detenido por completo. Estaba allí, a unos pasos de distancia, con el cuerpo sumergido hasta la cintura en las aguas termales. De espaldas. Vulnerable. Hermoso.
Jayce tragó saliva, pero no fue suficiente para disolver el nudo que se le formó en la garganta.
La luz plateada delineaba cada curva de su espalda, la piel tan blanca que parecía hecha de porcelana. El vapor del agua ascendía con lentitud, acariciando su nuca, deslizándose por los omóplatos como si incluso la niebla supiera que no debía tocarlo con brusquedad. Y aun así, él quería hacerlo. Tocar. Hundir los dedos. Acariciar con descaro.
¿Por qué estás mirando tanto? se dijo. ¿Por qué quieres que se dé vuelta? Que te mire. Que te invite.
La imagen de Viktor girando el rostro, con el cabello mojado pegado al cuello, los labios entreabiertos, la respiración apenas agitada por el calor... lo golpeó como un impulso eléctrico. Fue brutal. Dolorosamente específico.
Cerró los ojos un momento, como si eso pudiera detener la marea de pensamientos intrusivos que lo inundaban: la sensación imaginada de esa piel resbalando bajo sus manos, la forma en que probablemente se arquearía si...
Jayce apretó los dientes.
No era el momento. No era el lugar. Pero su cuerpo no entendía razones. Su mirada volvió al omega como si fuera un faro en mitad de la niebla. Y aunque no lo viera, podía adivinar la expresión de paz en su rostro. Una expresión que jamás podría recrearse artificialmente.
Viktor levantó una mano, mojando los mechones que le caían por la espalda. Su cuello se estiró en ese movimiento. Jayce contuvo el aliento. No supo si fue por deseo... o por la desesperación de no poder tocarlo.
Lo deseaba. Con una necesidad que lo asustaba.
Y ese miedo, precisamente, era lo que lo mantenía allí de pie. Callado. Viéndolo.
Ardiendo.
—Es de mala educación espiar a las personas ¿no cree, su majestad?
La voz lo hizo volver del cielo a tierra de un solo golpe. Estaba jodido
Chapter 18: Aguas Termales
Notes:
"La vida no consiste en encontrar a uno mismo, sino en crearse a uno mismo."
— George Bernard Shaw
Chapter Text
El agua caliente acariciaba su piel con la paciencia de un amante invisible. Viktor se encontraba sumergido en el agua hasta el cuello, con los ojos cerrados, como si el calor pudiera aliviar no solo el cansancio de su cuerpo, sino también el peso que sentía en el pecho desde hacía días.
A su alrededor, el vapor se alzaba en suaves columnas, ocultándolo del mundo. Y él agradecía eso. Agradecía el silencio. La soledad.
Y, sin embargo, no lograba escapar de él. De su recuerdo.
Jayce.
El nombre flotó en su mente como un susurro prohibido.
Había intentado ser fuerte. Había intentado entender, aceptar, perdonar incluso... pero dolía. Le dolía cada mirada esquiva, cada palabra no dicha, cada promesa rota antes de ser pronunciada.
Se había considerado alguien muy maduro desde muy joven. Sabía que los sentimientos eran importantes, siempre y cuando no nublaran su juicio. Pero ahora no sabía qué pensar. Cada que estaba junto a ese alfa, su corazón latía con fuerza, y fue así desde el primer día que lo vio. Sabía bien de sus intenciones deshonestas desde el primer día; no era estúpido. Había oído por su padre, hace muchos años, de la codicia de los otros reinos. Querían el oro y las tierras que Zaun poseía, pues todo en este mundo se trataba de lo material, sin importar a cuántas criaturas o humanos puedan lastimar esas decisiones. Hundió más el rostro en el agua caliente, exhalando un suspiro largo, cargado de resignación.
Fue entonces cuando lo sintió.
Un cambio en el aire.
Una presencia.
Su nariz percibió un cambio en el aire.
Era un aroma familiar, masculino y especiado... el corazón de Viktor comenzó a latir un poco más rápido. Las feromonas tristes y melancólicas cambiaron rápidamente a una de alerta total. El aroma era algo lejano, pero lo conocía muy bien: madera ambarada con pimienta. El aroma de Jayce.
El primer instinto de Viktor fue sumergirse del todo, desaparecer en el agua y en el vapor, pero sus músculos se negaron a moverse. Se quedó inmóvil, respirando con cuidado, como si cualquier movimiento brusco pudiera romper la frágil ilusión de que estaba solo.
Jayce estaba cerca.
Demasiado cerca.
El aroma inconfundible del alfa lo envolvía poco a poco, entrelazándose con el vapor, entrando en su pecho como un veneno dulce. Viktor apretó los labios, cerrando los ojos con fuerza, luchando contra el temblor que amenazaba con apoderarse de sus manos.
No podía verlo todavía, pero no era necesario. Sabía que estaba allí. Podía sentirlo en cada fibra de su ser, como si su sola presencia alterara el ritmo de todo a su alrededor.
¿Debía hablar primero? ¿Debía marcharse?
No sabía qué hacer. Cualquier otro podría gritar al ser espiado, una acción justificada, pero una parte de él no quería. Es más... quería que lo siguiera viendo. Tenía que controlarse. Una idea se le pasó por la mente y sonrió. ¿Qué era lo único que un alfa no podía resistir? La tentación de un omega.
Con cuidado, se levantó del agua, la cual cubría sus pies hasta la cadera. Caminó a paso lento en dirección a la pequeña cascada de agua caliente. Las gotas resbalaban lentamente por su cuello, su espalda, su pecho. Cada movimiento que hacía, cada gota que se deslizaba por su cabello y blanca piel solo lo hacía lucir más tentador. Se sentía un poco nervioso, pues no sabía si su plan funcionaría, pero al sentir cómo aquellas feromonas se intensificaban, solo sonrió para sí mismo.
—Es de mala educación espiar a las personas, ¿no cree, su majestad? —dijo Viktor con un tono hipnótico.
Jayce se tensó, casi como si el mundo entero hubiera dejado de girar por un instante. La voz de Viktor, baja y seductora, cortó el silencio como una daga afilada. El calor del agua, que minutos antes parecía tranquilizador, ahora se sentía opresivo, como si el vapor mismo estuviera presionando sobre su pecho. Hace unos segundos estaba parado detrás de unos árboles, luego detrás de unos arbustos, y ahora se encontraba a unos metros de la laguna en donde Viktor se bañaba tranquilamente. Su mente estaba nublada. Viktor estaba frente a él, sin manto alguno, exponiendo su piel con una confianza admirable, como si no tuviera miedo de que el alfa que lo miraba fijamente no pudiera saltar al agua y hacerlo suyo.
Si antes las palabras de Viktor ya desarmaban a Jayce sin necesidad de usar el coqueteo o la sexualidad, ahora estaba frente a él en un ambiente tan íntimo. Era como terminar de ver las alas del ángel.
Cuando Viktor levantó intencionalmente su cabello, Jayce pudo ver a la perfección la nuca pálida y limpia del omega. Jayce tragó saliva. Las feromonas de Viktor lo empujaban hacia un límite peligroso, uno que, si cruzaba, ya no habría vuelta atrás.
—¿Qué pasa, majestad? ¿Ahora no tiene nada que decir? Qué pena, hace unos días parecía con muchas ganas de hablar —dijo Viktor con una pequeña burla mientras reía.
Viktor por fin se volteó, alejándose un poco de la cascada de agua. La vista era como una obra de arte: su cabello mojado, sus clavículas chorreando agua, su pecho aperlado junto con sus ojos, esos ojos dorados mirándolo fijamente. ¿Era un desafío? ¿Una amenaza? ¿O una invitación?
—¿Qué... qué quieres de mí, Viktor? —preguntó. Su voz grave resonó en todo el lugar; no era una amenaza, sino un intento de paz.
Viktor lo miró un rato y volvió a reír.
—¿Piensas que el juego que has estado jugando puede seguir sin consecuencias, Jayce?
La cordura de Jayce luchaba contra su razón. "Jayce". Su nombre sonaba tan bien saliendo de los labios de Viktor. Eso lo desarmó por completo. Nunca lo había llamado por su nombre. Viktor quería algo... y fuera lo que fuera, él se lo iba a dar.
—Viktor... yo pensaba hablar contigo —dijo Jayce aguantando jadeos.
—¿Hablar? —repitió Viktor, como si aquella palabra fuera una broma privada que solo él entendiera. Dio un paso más hacia adelante, tan despacio que parecía uno con el agua. El mundo, para Jayce, dejó de ser otra cosa que no fuera esa imagen.
—¿De verdad piensas —continuó Viktor, con un tono casi perezoso, casi cruel— que unas cuantas palabras van a arreglar todo, Jayce? No me importan tus palabras...
Jayce sabía a qué se refería. Debería sentirse mal, arrodillándose por su perdón. No era masoquista, pero esas palabras tan crueles lo hacían sentir tan jodidamente caliente.
—No quiero pelear contigo —confesó Jayce, su voz ronca por el deseo, la culpa y la necesidad de redención.
Viktor inclinó la cabeza ligeramente, su cabello mojado cayendo a un lado. Los ojos dorados parecieron iluminarse aún más. Dio un paso más adelante. Jayce cerró los puños con fuerza. Los labios del omega se curvaron en una mueca que no era exactamente una sonrisa.
—¿Pelear? —susurró—. Alguien no estuvo muy atento a mis lecciones... —dijo, mirando de arriba abajo al alfa, pasando sus ojos por los pectorales y el abdomen marcados de él. Jayce se tensó—. Acaso... ¿debería enseñarte nuevamente?
Viktor se acercó aún más a la orilla. Se sumergió un poco, nadando lentamente hasta el borde. Sus palabras eran como un canto hipnótico para Jayce, como una sirena cantando para capturar a su presa. Jayce retrocedió con todas sus fuerzas. ¿La pregunta era? ¿Jayce era el depredador? ¿O lo era Viktor?
El omega emergió casi por completo del agua, el líquido resbalando por su cuerpo pálido como hilos de cristal. Cada curva, cada marca, cada respiración de Viktor parecía una provocación pensada. Se detuvo apenas a un par de pasos de Jayce, con el agua goteando desde sus dedos hasta sus caderas, y lo miró con una expresión que era mitad desafío, mitad hambre.
—¿Vas a huir otra vez? —preguntó Viktor, su voz baja, envolvente—. ¿O esta vez vas a ser valiente?
Jayce apretó la mandíbula, sus pupilas dilatadas, su corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. No podía apartar la vista de él. No quería. Y, sin embargo, cada instinto alfa que poseía le advertía que si cruzaba esa distancia, si se rendía a esa tentación, ya no podría volver a ser el mismo.
—No quiero hacerte daño —gruñó Jayce, su voz un rayo tenso de desesperación.
—Tarde para eso, alteza —susurró.
Viktor se acercó a él, sin miedo de ser devorado. Pasó su mano por la mejilla del más alto, acariciándolo con sutileza tentadora.
—Te confieso algo —dijo mientras bajaba su mano hasta el cuello del más alto, acariciándolo. Tocaba la manzana de Adán de su garganta con delicadeza. Vio cómo Jayce tragaba saliva—. En verdad me interesabas —siguió bajando su mano hasta llegar a los hombros erguidos y luego al pecho con vello—. Es una pena que no sienta lo mismo... Jayce.
Jayce cerró los ojos con fuerza al sentir las palabras de Viktor atravesarlo como cuchillas. El calor de la mano del omega, que descendía por su pecho, dejaba un rastro ardiente a su paso. Cada fibra de su cuerpo le pedía que lo sujetara, que lo reclamara, que no lo dejara ir. Pero las palabras de Viktor, frías y crudas, eran el grillete que lo mantenía inmóvil.
—Viktor... —murmuró de nuevo, su voz quebrándose apenas en la sílaba final.
—Adiós, su majestad—
Viktor quito su mano del cuerpo del otro y retrocedio unos pasos, alcanzando su manto morado que descanaba en el suelo, lo agarro cubriendose lentamente, aumentando la tortura de Jayce. Estaba pasando junto a el apunto de irse, le dolia. Pero si ese alfa no queria nada con mas que su cuerpo... entonces no lo queria en su vida.
Pero un fuerte agarre en su mano lo detuvo, no tuvo tiempo ni de girar su mirada cuando ya estaba atrapado entre los brazos del alfa. Las feromonas de Jayce se intensificaron, cubriendolo por completo, gruñia ligeramente como si se contuviera su apetito de cazar, o quisas eso era lo que hacia.
Jayce nunca sintio eso, era un sentimiento tan oscuro que no conocia, nisiquiera en las noches con Mel sentio ese deseo, de querer probar del fruto prohibido. Era un sentimiento completamente animal, algo salvaje.
—Viktor... no me dejes ir— suplicaba con una voz muy ronca —Te lastime, soy un arrogante que solo piensa en si mismo, un ignorante que no sabe ni por donde camina, vine buscando poder... gloria para mi— dijo mientras apretaba mas el agarre en viktor —Pero ahora nada de eso importa.
— ¿Entonces que es lo que quieres?
— Te quiero a ti.
Dijo Jayce susurrando contra el oido de viktor.
Viktor sintió que algo dentro se removia ante esas palabras, mordió lijeramente su labio inferiror, si Jayce seguía diciendo cosas tan estupidas... el podria ceder antes ese encanto, ante ese deseo inesperado que tanto habia reprimido. Se quedó quieto por unos segundos respirando el aroma embriagador de las feromonas de Jayce, pero luego tomo el brazo que lo rodeaba con posesividad y lo bajo hasta su cintura para poder voltearse y mirarlo fijamente.
—No digas cosas, de las que después te vas a arrepentir —susurró Viktor, casi en un gemido, contra el cuello del alfa.
Jayce lo miro fijamente y lo apretó mas contra su cuerpo
—¿Arrepentirme? No. Prefiero caminar sobre fuego antes que arrepentirme—
Viktor no aguanto mas, y se levanto en puntillas para poder alcanzar los labios del alfa. ¿Que mierda hacia ese alfa con el?. Cerro la distancia entre ellos. Sus labios rozaron los de Jayce antes de que el alfa lo tomara de la nuca y lo besara de verdad, con una intesidad que no conocia limites. Su primer beso. No habia sucedido como lo imagino de adolecente. Era mejor.
Chapter 19: Celebración Zaunita pt1
Notes:
"El que no ama no vive, y el que ama no puede dejar de vivir."
—Simone Weil
Chapter Text
La mañana había llegado nuevamente, el sol ya estaba despierto pero las calles de Zaun se encontraban vacías, los zaunitas no se habían levantado para ir a los campos a trabajar como de costumbre, esto tenía una explicación. Entre las diversas celebraciones que Zaun podía tener, había una en especial que era de suma importancia para ellos: "La celebración de la Luna Nueva", o más conocida en su lengua central como "Taymah Seset".
Aquella celebración llevaba una semana entera de preparación, pues no era simplemente una festividad, sino un acto de agradecimiento y renovación. Era el momento en que el pueblo dejaba de lado las labores, los deberes y las penas para rendir homenaje a la diosa más venerada del lugar, Zanha, Diosa de la Luna. Aquella celebración central representaba la vida, la perseverancia y el agradecimiento. Durante el Khadarr estaba permitido beber hasta el amanecer, bailar hasta desgastar los pies, y soñar sin límites, porque al día siguiente tampoco habría trabajo: solo descanso, sanación y memoria.
Eran alrededor de las siete de la mañana, una hora que para cualquier otro día habría sido tarde para un zaunita, pero a vísperas del Taymah Seset eso poco importaba. Las tiendas estaban en silencio, ocultas bajo el velo de una mañana tibia, con los aromas dulces de los primeros panes cocinándose a fuego lento.
Pero aunque todos dormían aún, había alguien que estaba más que despierto: Jayce.
Se encontraba echado sobre la cama con la vista fija en el techo de tela bordada, sin encontrar descanso desde hace horas, pero no se sentía cansado en lo absoluto.
Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del día anterior lo invadían sin piedad: el rostro de Viktor, tan cerca del suyo, con ese cabello desordenado, suave, que pedía ser acariciado.
La blancura de su piel, que a la luz de la luna parecía brillar como una gema preciosa.
Su cuerpo delgado, firme, cálido.
Y esos ojos...
Esos ojos que le hablaban en un idioma que Jayce nunca había aprendido, pero que entendía con el corazón: un llamado silencioso que lo tentaba a rendirse, a entregarse, a pecar.
Solo había sido un beso.
Un solo beso.
Y sin embargo, en su pecho ardía como si hubieran cometido la más grande de las vulgaridades y a la vez la transgresión más dulce. Fue un beso intenso, profundo, donde el amor y la lujuria se entrelazaban en perfecta armonía, como si sus almas se reconocieran en un abrazo que habían esperado hace vidas pasadas.
Viktor lo había dejado sediento de más, perdido en una necesidad nueva, desesperante.
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El beso se había vuelto más intenso, la lengua experta del mayor había invadido la cavidad bucal del omega, formando una guerra que Viktor intentaba ganar. Jayce aumentó la fuerza en el agarre de la cintura de Viktor, como si descargara toda su cordura en ese agarre para no tumbar al omega contra el césped y follarlo como si no hubiera un mañana.
Viktor se vio con la necesidad de terminar el beso, pues sus pies en puntillas empezaban a doler y necesitaba respirar. Sus pies apenas tocaron el suelo cuando Jayce lo agarró fuertemente de la mandíbula y se acercó a él para volver a besarlo. Un gemido leve se escapó de los labios de Viktor al volver a sentirse atrapado por el alfa. Su cuerpo empezaba a calentarse, un calor que nunca había sentido. El beso volvió a terminar, dejando un hilo de saliva que conectaba la boca de los dos.
—Jayce... —dijo Viktor entre jadeos, con sus mejillas encendidas en rojo.
Los besos de Jayce bajaron por el cuello del omega robándole más suspiros, los cuales intentaba callar mordiendo su labio. Tenía que parar, tenía que detenerlo, pero no quería.
—Jayce... —repitió Viktor, pero su voz tembló, más un ruego que una advertencia.
El alfa no pensaba detenerse, pero el ruido de las voces de unas personas acercándose lo alertaron. Cualquier alfa no le importaría, pero Viktor estaba a medio vestir. No quería que nadie que no fuera él lo viera de esa forma. Jayce lo cargó con facilidad, ocultándose entre los árboles.
Viktor soltó un pequeño quejido de sorpresa cuando Jayce lo alzó, pero se aferró al cuello del alfa mientras ambos se ocultaban entre los árboles. Desde ahí, escucharon las voces pasar: un par de niños riendo, un adulto regañándolos por no ayudar a levantar las tiendas para la celebración, y ahora tenían que bañarse porque se habían ensuciado con barro. Viktor palideció en seguida. ¿Cómo se le ocurriría hacer ese tipo de cosas en ese lugar? Las aguas termales eran un sitio en donde iban todos los zaunitas, incluyendo niños. ¿Y si alguien lo hubiera visto? La vergüenza lo invadió por completo.
—Tengo que irme —dijo Viktor, bajando de los brazos del alfa y terminando de acomodar su túnica.
—Espera —dijo Jayce, pero Viktor ya se había ido corriendo.
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Jayce sonrió y se pasó una mano por el cabello. —¿Qué mierda haces conmigo, Viktor?—
Colocó su mano sobre su pecho, justo en donde la mano de Viktor lo había tocado.
—Pues sea lo que sea que haga contigo, deja tu fantasía erótica para más tarde, Majestad —dijo Caitlyn, interrumpiendo en la tienda.
Jayce se sobresaltó al ver a Caitlyn entrar sin previo aviso. Se incorporó rápido, sentándose sobre la cama.
—¿No sabes avisar antes de entrar? —gruñó.
—No sabía que estabas tan ocupado —se burló Caitlyn, levantando una ceja de manera cómplice.
Jayce la miró un rato y luego rodó los ojos. —Ya dime lo que venías a decir—.
Caitlyn quitó su sonrisa socarrona por una más seria y calculadora.
—Ya no tendrá que preocuparse por Darius, Majestad—.
Al escuchar las palabras de Caitlyn, la mirada de Jayce se agudizó, tomando más tensión en lo que decía la peliazul.
—¿Qué descubriste?
—Aparte de que habla mucho con la señorita Medarda, ha tenido diferentes encuentros con un omega zaunita. Según los informes, se han reunido varias veces. Al parecer... tienen una relación bastante personal.
—Al punto, Caitlyn —dijo con una voz seria al ver los rodeos que hacía la mujer.
—El omega está embarazado —dijo con simpleza la peliazul.
Jayce se sorprendió un poco ante esa confesión, pero luego una risa irónica se escapó de sus labios. Los noxianos eran conocidos por su agudo instinto, además de tener un gran autocontrol sobre sí mismos. Esto le daba gracia. Mel de seguro estaría furiosa; uno de sus soldados se había mezclado con un omega del pueblo que detestaba. Darius nunca diría nada sobre esto, pero ellos sí podían.
—Entonces Darius ya no es un problema —concluyó Jayce, acomodándose el cabello hacia atrás con gesto pensativo—. No podrá abrir la boca sin arriesgarse a que contemos su pequeño secreto.
—Exacto —afirmó Caitlyn, cruzándose de brazos—. Y su lealtad, ahora, será aún más fácil de comprar o manipular. Tiene demasiado que perder.
Jayce asintió, pero su mente ya había empezado a divagar de nuevo, hacia ojos dorados y caricias a escondidas. Hacia el calor que todavía sentía en los dedos desde la noche anterior.
—¿Majestad? —preguntó Caitlyn, notando la distracción del alfa.
—Nada... solo pensando. ¿Eso era todo?
—Por ahora, sí. Cierto... también, ya está todo listo para partir de retorno a Piltover. El lunes a primera de la mañana —dijo Caitlyn, suavizando un poco su mirada.
Las palabras de la peliazul devolvieron a Jayce a la realidad. Era verdad, pronto partiría nuevamente a Piltover. Volvería a su vida de emperador, a su vida arreglada, la cual era perfecta ante los ojos de las otras personas.
Si le hubieran preguntado hace un mes atrás si quería ya irse de Zaun, no hubiera dudado y habría dicho que sí. Pero ahora estaba atrapado en un dilema. Su corazón ahora pertenecía a Zaun, en donde estaba el omega que tanto deseaba, pero su deber se encontraba en Piltover, con su gente. ¿Podía un cuerpo vivir sin su corazón? ¿O un corazón podía vivir sin su cuerpo? Cualquiera de las dos opciones terminaba en muerte.
—Jayce... no podemos atrasar el viaje —dijo Caitlyn con una voz pasiva, mientras miraba fijamente al moreno.
—Puedes retirarte, Caitlyn... yo saldré en unos minutos —dijo Jayce, levantándose de la cama para darle la espalda. La peliazul no dijo nada, hizo una reverencia y salió, dejándolo solo.
Un suspiro pesado se escapó de sus labios. Se apoyó con sus dos manos contra la mesa de madera intentando pensar en algo. Una idea cruzó su mente, pero era demasiado estúpida como para pensarla dos veces. ¿Viktor... aceptaría irse con él a Piltover? Quiso reírse ante ese pensamiento. Viktor amaba mucho a su pueblo, aquí estaba todo lo que deseaba, lo que conocía, lo que anhelaba... pero ¿ese anhelo por Zaun era tan grande que dejaría escapar al alfa que lo hacía actuar antes de pensar? Tal vez si lograba convencer a Viktor lo suficiente... ¿podía lograr que él se fuera junto a él?
[...]
La tarde ya estaba empezando a caer. En el centro de Zaun se podían ver las diferentes decoraciones de gemas junto a hermosos tapices hechos a mano; ya todo estaba listo para el Taymah Seset. El aroma de las especias dulces, junto al sonido de los tambores y las risas de los niños que corrían por todo el lugar, inundaban el aire. Todo Zaun parecía latir con una misma emoción compartida.
Menos Sky.
Estaba junto a Jinx y Ekko, pero su mirada vagaba más allá de la plaza, clavada en algún punto invisible entre la multitud. Estaba de brazos cruzados, la postura rígida y la expresión sombría. Solo había un silencio que parecía rodearla como un muro. Miraba de vez en cuando a la tienda que estaba a unos metros más arriba, en donde el Heraldo se alistaba para esta noche. Una mueca amarga invadió sus labios y sus manos se aferraron con más fuerza a su vestido. Viktor ya no la llamaba tan seguido como antes ni tampoco hacía caso a lo que ella decía. Eso la ponía nerviosa.
—¿Qué te pasa, muertita de feria? —preguntó Jinx con su usual tono burlón, moviendo los dedos frente a su cara—. ¿Te tragaste un limón o te está aburriendo la fiesta del año?
Los comentarios de la peliazul la sacaron de sus pensamientos. Sky no respondió de inmediato. Solo la miró de reojo, con el ceño ligeramente fruncido. Esa mirada ya era suficiente para incomodar.
—No tengo ganas de tus bromas, Powder —murmuró de forma seca.
Jinx se quedó quieta por un segundo, pestañeando. Luego sonrió, esa sonrisa ladeada que usaba cuando algo no le cuadraba.
—¿No tienes ganas? Uy, qué trágico. ¿Se te acabaron las flores para el Heraldo o es que la aprendiz estrella también tiene días malos?
Ekko tragó saliva, girando lentamente la cabeza hacia ellas. Jinx antes estaba agarrada de su brazo, pero luego se soltó para hablar con la alfa rizada. Sabía que ese tono no llevaría a nada bueno. Intentó tomar a la peliazul de los hombros, pero esta no se dejó. Sky giró bruscamente hacia Jinx, entrecerrando los ojos.
—¿Podrías dejar de hablar por una vez en tu vida? No estoy de humor para tus bromas estúpidas —escupió, con una voz baja pero muy filosa.
Jinx retrocedió un paso. No entendía la actitud de Sky, la miró fijamente y se quiso acercar a ella para responderle, pero fue detenida por Ekko. La tensión entre ambas se hizo palpable. Vi, que estaba junto a ellos, se acercó rápidamente, poniéndose en medio de las dos.
—Chicas, no creo que sea lugar para que hablen de esto... —dijo ella bajando el volumen de su voz, al ver cómo algunos ya empezaban a mirarlos.
—Ella fue la que comenzó —dijo Jinx, a lo cual Sky iba a responder, pero se quedó con las palabras en la boca.
—Vamos a otro lugar a hablar... aquí muchos las miran. Eso no es bueno para Sky —dijo Ekko, calmado, aún sosteniendo a la peliazul.
Jinx forcejeó apenas, con el ceño fruncido y los labios apretados, pero no se soltó. Su mirada seguía fija en Sky, como si no pudiera entender en qué momento la chica dulce y callada se había vuelto tan... cortante.
Sky, por su parte, bajó los ojos, tragándose las palabras que se le atoraban en la garganta. Sentía el calor de las miradas ajenas sobre ella. Tenía que calmarse; no era solo una chica más en la plaza: era la aprendiz del Heraldo, la futura guía del pueblo.
Vi les hizo una seña con la cabeza y, sin decir más, comenzaron a caminar a un lugar detrás de las tiendas, junto a los campos de cultivo. Sky solo los siguió en silencio. Una vez que estuvieron fuera de la vista de la mayoría, el grupo se detuvo. El bullicio de la plaza se escuchaba de fondo, como si perteneciera a otro mundo.
—¿Qué fue eso? —preguntó Vi, viendo a la alfa menor.
—En vez de reclamarme a mí, deberías controlar a tu hermana.
—¿Perdón? —dijo Jinx ante la acusación, pero Ekko la detuvo nuevamente.
—Sky —intervino Ekko con suavidad—. Tú sabes cómo es Powder, pero tú nunca respondes así. ¿Vas a decirnos qué te pasa o qué?
Sky apretó la mandíbula. Durante un instante pareció que no iba a hablar, que se tragaría lo que llevaba semanas acumulando.
—Estoy harta. —Su voz no fue un grito, pero retumbó como si lo fuera—. Harta de que todos finjan que todo está bien, de que él actúe como si yo no existiera.
Vi entrecerró los ojos, confundida.
—¿El Heraldo?
Sky asintió, con una sonrisa amarga.
—Sí, Viktor. Ya no me llama. Ya no me busca. Antes hablábamos todas las tardes, me enseñaba, me escuchaba... pero desde que esos piltovianos llegaron, apenas me dirige la palabra.
—¿Estás haciendo todo este escándalo porque estás celosa? —dijo Jinx con burla.
—¡No estoy celosa! —espetó Sky, alzando la voz más de lo necesario.
Ekko frunció el ceño.
—Sky...
—El Heraldo está diferente... ha cambiado, ¡y parece que yo soy la única que lo nota!
Sky apretó los puños con fuerza, su voz temblaba entre la frustración y la impotencia.
—Entiendo que te sientas desplazada, pero reaccionar así no te ayudará —dijo Vi con calma.
Sky la miró con ojos brillantes por la rabia contenida.
—¡No lo entiendes! Viktor era mi mentor, mi guía. Ahora, con ese... ¡ese estúpido alfa piltoviano! siento que ya no hay lugar para mí.
—¿Y qué esperabas? ¿Que Viktor te pusiera en un pedestal para siempre? —dijo Jinx con sarcasmo.
Sky se volvió hacia ella, sus palabras salieron como un látigo.
—¡Tú no sabes nada! Siempre jugando, siempre bromeando, sin entender lo que realmente importa.
—¡Basta! Sky, tienes que... —Ekko fue interrumpido.
—¡NO ME DIGAS QUE ME CALME! ¡NO TIENES DERECHO A HABLARME ASÍ, YO VOY A SER TU LÍDER! —estalló Sky, su voz quebrándose por la rabia.
—¡PUES AÚN NO LO ERES! —le respondió Vi con firmeza, dando un paso al frente, furiosa por la actitud de la morena. El ambiente se tensó de inmediato; el aire se volvió más denso.
Vi respiró hondo, tratando de calmarse. Alargó la mano para tocar el hombro de Sky, pero ella la apartó bruscamente.
—No me toques —gruñó Sky, mirando al grupo con los ojos vidriosos, pero sin una sola lágrima cayendo aún—. ¿Acaso ninguno de ustedes lo ve? ¡Viktor ha cambiado! ¡Ya no es el mismo!
Jinx resopló y cruzó los brazos.
—¿Y qué si cambió? Todos cambiamos. Tal vez el problema es que ya no te necesita como antes y eso te molesta. No seas patética y... —las palabras de Jinx fueron cortadas por un fuerte golpe en su mejilla.
El sonido seco del golpe retumbó en el silencio que siguió. Nadie lo vio venir. Sky, con la respiración agitada y la mano aún en alto. Jinx tambaleó un paso hacia atrás, más sorprendida que herida. Se llevó la mano a la mejilla enrojecida, los ojos bien abiertos, incapaz de decir nada.
—¡Sky! —exclamó Vi, molesta.
—No me llames patética —escupió la morena, su voz temblando—. No después de todo lo que he hecho por él. No después de todo lo que he dado por Zaun.
Sky liberaba feromonas agrias. Todos la miraban con incredulidad. Todos en Zaun conocían el pasado de ella, no era un secreto. Sabían lo apegada que era al Heraldo, pero la actitud que tomaba ya no preocupaba... empezaba a darles miedo. Los tres retrocedieron unos pasos, alejándose de ella.
—No sé qué te sucede... pero creo que es mejor que lo resuelvas sola —dijo Vi, tomando a Powder de los hombros y yéndose de ahí, siendo seguida por Ekko.
—¡Estoy segura de que él nos quiere abandonar! ¡¿Por qué no me creen?!
Ellos no le respondieron y solo aumentaron la velocidad de sus pasos. Su mirada se oscureció, y sus puños se apretaron con fuerza. El dolor en su pecho se mezclaba con el miedo de perder algo que, aunque ya estaba a punto de desmoronarse, aún no podía dejar ir. Viktor, el Heraldo, su maestro, su mentor, su amigo... Las lágrimas que contenía salieron igual que una tormenta. ¿Por qué la miraban de esa forma? No era su culpa... Todo era culpa de Piltover. De Jayce.
Chapter 20: Celebración Zaunita pt2
Notes:
"La danza es el lenguaje oculto del alma."
—Martha Graham
Chapter Text
La noche ya había caído, y todo Zaun se había reunido en el centro del pueblo. Las tiendas, decoradas con cintas verdes y tapices grandes que contaban leyendas, estaban rodeadas de niños que, tras correr durante el día, ahora permanecían sentados, riéndose con las historias que los ancianos narraban. Los adultos más jóvenes bebían gustosos el licor dulce proveniente del viñedo. El sonido de flautas y tambores empezaba a escucharse, mezclándose sutilmente con el aroma de hierbas molidas y carne recién cortada, aumentando así las risas compartidas.
En el centro de todo, la gran hoguera ardía con fuerza, sus llamas rojas y anaranjadas alzándose hacia el cielo, movidas por la suave brisa, formando una danza de ritmo lento. Era un espectáculo digno de admirar.
Pero, entre toda esa algarabía, la figura del Heraldo aún no aparecía.
Era tradición que Viktor saliera al final, cuando todo estuviera preparado, y pronunciara las palabras con las que se abría oficialmente la ceremonia. Pero esa espera se sentía más larga de lo habitual, y algunos empezaban a preguntarse si acaso el Heraldo vendría.
Ekko, Vi y Jinx estaban sentados a un lado del fuego. Jinx aún tenía una ligera marca en la mejilla, pero se reía como si nada, aunque sus ojos a veces volvían hacia el lugar por donde habían dejado atrás a Sky.
—¿Creen que venga? —preguntó Ekko, alzando la mirada al cielo estrellado—. El Heraldo, digo.
—No digas estupideces. Tiene que venir —dijo Vi, segura, aunque en el fondo también lo dudaba—. Es una celebración importante.
—¿Y Sky...? ¿Crees que vuelva?
—Lo dudo —murmuró Jinx, clavando un palillo en el barro—. Está demasiado ocupada sintiéndose abandonada.
Vi le dio un codazo. No era momento para eso, pero Jinx solo sonrió sin humor. Entonces, algo llamó su atención, o mejor dicho, alguien.
Entre todas las personas reunidas también se encontraban los piltovianos. Muchos ya se habían mezclado con los zaunitas, a excepción de Caitlyn y Jayce. La peliazul, al notar la mirada de la alfa de cabello rosado, solo le sonrió y saludó con su mano libre. Estaban junto a unas tiendas, con vasos de licor entre las manos. En cambio, Jayce miraba fijamente la hoguera, como si las llamas pudieran darle respuestas, desconectado totalmente de la celebración.
¿Viktor aceptaría irse con él? Esa pregunta volvió a invadir su mente.
El licor dulce apenas le había tocado los labios; estaba ahí solo por cortesía, por no levantar sospechas. A su lado, Caitlyn hablaba con una mujer alfa zaunita. Él no la conocía, pero por sus feromonas y la atención que le prestaba, determinó que estaba interesada en su comandante, y al parecer, era mutuo.
Pero aquellos pensamientos se desvanecieron rápidamente cuando uno de los guardias de la tienda de Viktor anunció con voz clara y fuerte:
—El Heraldo ha llegado.
Todos los murmullos cesaron como si alguien hubiera apagado el mundo de golpe. La música cambió de ritmo, volviéndose más lenta y suave. Todos los ojos se dirigieron hacia el Heraldo, que ingresaba a paso lento con una túnica roja bordada en dorado. Sus hombros estaban descubiertos, al igual que una parte de su cintura. Unas cadenas doradas la rodeaban y la ajustaban a su cuerpo. El cabello, antes suelto, ahora estaba recogido en un moño alto, dejando algunos mechones blancos caer a los costados de su rostro.
Se ve hermoso, pensó Jayce desde lo más profundo de su mente, sin poder quitarle la mirada dorada de encima.
Viktor caminó hasta el centro, donde la gran hoguera lo bañaba con su luz, y se detuvo justo frente a ella. Alzó la mirada lentamente, como si tomara aire desde lo más profundo de su pecho, y sus ojos recorrieron a su gente... pero también se detuvieron, brevemente, en los rostros piltovianos.
Cuando sus ojos se cruzaron con los de Jayce, un brillo sutil se encendió en su mirada, pero luego continuó con la ceremonia.
—Hijos e hijas de Zaun —habló Viktor con una voz firme y clara—. Hemos vivido un ciclo más. Uno donde hubo pérdida, pero también abundancia. Donde sembramos, sanamos y cuidamos... Este año, Zanha nos ha bendecido con la visita de un reino extranjero, cuyos integrantes aprendieron de nosotros, ganándose nuestro aprecio y el honor de estar presentes en el Taymah Seset.
Viktor se giró hacia ellos y dio una ligera reverencia a todos los piltovianos con un leve:
—Gracias.
Los demás zaunitas también imitaron su agradecimiento.
Con cuidado, Viktor levantó la cabeza y se giró nuevamente. Se escuchó el sonido del tintineo de una campana, y dos zaunitas se acercaron a él con dos zafiros azules muy brillantes. Viktor tomó los zafiros y agradeció. Los sostuvo con ambas manos, alzándolos ligeramente hacia el cielo nocturno. Al hacerlo, el tintineo de una segunda campana resonó entre los árboles. Aquel sonido fue la señal.
Viktor alzó los zafiros hacia el cielo, y en ese instante, como si el universo aguardara ese gesto, la luna —completamente al descubierto— bañó aquellas gemas con su luz. Estas comenzaron a brillar, y sus ojos, antes dorados, cambiaron a un tono azul. Entonces dijo:
—Que Zanha, diosa de la luna y las memorias, nos vea con ojos claros esta noche.
Las marcas cristalinas de los zaunitas también brillaron, y a paso controlado se acercaron a la hoguera con pequeñas jarras de barro, de donde sacaron polvo de incienso combinado con polvo de diamante azul. Uno a uno comenzaron a lanzar el contenido al fuego. Las llamas se alzaron ante la sustancia, y luego el Heraldo lanzó los dos zafiros al fuego. En cuestión de segundos, el rojo intenso de la hoguera se tornó en un azul profundo, vibrante, como el reflejo de una estrella en el agua. El fuego no perdía su calor, pero su color parecía de otro mundo.
El tercer y último tintineo de la campana se escuchó, y Viktor hizo una reverencia más profunda ante el fuego azul, antes de que sus ojos volvieran a la normalidad, lo cual fue imitado por todos los presentes.
—Que empiece el Taymah Seset —anunció Viktor con una sonrisa, una vez que se incorporó a su altura.
Los tambores comenzaron a sonar con más fuerza, en compañía de flautas, panderetas y otros instrumentos, formando una melodía más viva y danzante. Los vasos de licor se escucharon chocar entre ellos, mezclándose con las risas.
Viktor, con una sonrisa tranquila y relajada, conversaba con los zaunitas, pero no podía concentrarse, pues la mirada de cierto alfa lo estaba persiguiendo desde hacía ya rato. De vez en cuando su mirada se desviaba hacia la figura alta y robusta de Jayce. No traía la camisa blanca que él le había dado, sino su uniforme con el que había llegado: las botas marrones, el conjunto en negro; el cabello un poco desordenado y la barba ligeramente abundante. Tenía los brazos cruzados, con un vaso de licor entre las manos. Podía ver cómo los músculos de su cuerpo se tensaban ante cualquiera de sus movimientos, por la ropa ajustada que llevaba. Los labios de Viktor picaron un poco, obligándolo a mojárselos con un sorbo de licor.
Intentó concentrarse en la conversación, pero entonces la música empezó a intensificarse, causando que muchos comenzaran a bailar. Su salvación.
Muchos ya estaban bailando alrededor de la fogata, mientras que otros reían y aplaudían ante el nuevo espectáculo. Viktor sonrió un rato al mirarlos. Seguía mirando a Jayce, y Jayce a él, pero ninguno se acercaba.
El alfa devoraba con la mirada al omega de túnica roja, a unos metros de él. Se veía tan hermoso... No le importaría arrancarle esas joyas y tirarlo al suelo para follárselo ahí mismo, pero seguramente Viktor lo desterraría de por vida de Zaun.
Terminó de beber el licor que le quedaba en el vaso y lo dejó en uno de los puestos de madera. Iba a acercarse a Viktor cuando vio cómo este era arrastrado a la "pista de baile", junto al fuego. Un leve gruñido quiso escapar del fondo de su garganta, pero se detuvo al ver los pasos de baile de Viktor.
El Heraldo fue arrastrado al círculo de baile por dos jóvenes Zaunitas que reían, tomándolo de las manos con la familiaridad de quien lo conoce desde niño. Por un segundo, vaciló, pero luego rió con ellos y comenzó a moverse. Sus pies tocaron la tierra con firmeza, los pliegues de su túnica roja giraban a su alrededor con cada paso. Se movía con la soltura de quien ha bailado esa danza desde siempre. Giraba, alzaba los brazos con elegancia, y luego volvía a bajar, dando vueltas en círculos amplios, mientras los demás danzantes lo seguían o respondían con pasos similares. Había un arte natural en sus movimientos, una gracia que parecía no haber mostrado antes.
Jayce se quedó congelado.
Los mechones blancos que enmarcaban su rostro brillaban a la luz azul de la hoguera, y la túnica dejaba ver la tensión de su cintura, el juego de sus caderas y brazos mientras giraba con una sonrisa en los labios. La cadena dorada tintineaba con cada giro, y por un instante Jayce pensó que era una visión irreal.
El licor ardía todavía en su lengua, pero era otro tipo de fuego el que lo tenía atrapado ahora. Uno que el ya conocía
Viktor dio una vuelta más y sus ojos se cruzaron brevemente con los de Jayce. No fue una mirada larga, no fue un llamado... pero tampoco fue casual. Fue una chispa. Una chispa que cayó justo donde ya había pólvora.
Jayce se paso una mano por la mandíbula y trato de girar la mirada en otra dirección, podía sentir como su miembro empezaba a latir por dentro de su pantalón, gritando que se acercara. Que entrara en el fuego. Que lo sacara de ahí y lo tomara entre sus brazos para hacerlo suyo de la formas mas salvaje posible.
Pero solo observaba.
Un Zaunita se le acercó con otro vaso de licor, pero Jayce lo rechazó. No quería distracciones. Sus ojos estaban clavados en ese omega de fuego y danza. Pero cuando volvió su vista hacia el baile Viktor había desaparecido rápidamente, los busco con la mirada y lo vio bailando junto a otro alfa mientras reían, sus puños se cerraron con fuerza, una persona se atravesó en su campo de visión y viktor ya se había cambiado de pareja, así fue unas tres veces mas hasta que ya no lo vio mas.
Un pañuelo de color rojo, se deslizó sobre la altura de sus ojos obstruyéndole la visión. —Venga baile conmigo
Jayce con los ojos aun cubiertos, no le dio tiempo ni des responder cuando sintió como era jalado directamente junto a los otros danzantes. El pañuelo se deslizo fuera de sus ojos acariciando ligeramente su cuello, bajo un poco la mirad ay frente a el estaba viktor con una pequeña sonrisa
No dijeron nada.
Viktor simplemente alzó una mano, ofreciéndosela.
Jayce la tomó.
El contacto fue breve, eléctrico, y luego Viktor lo jaló con fuerza medida, obligándolo a seguir el ritmo de la música. Las palmas sonaban al compás de los tambores, y los pies descalzos golpeaban la tierra con intensidad, marcando el pulso de la celebración.
Jayce no sabía los pasos, pero Viktor los marcaba con el cuerpo.
Un giro.
Un cruce de brazos.
Una palmada que rompía el aire antes de volver a girar.
El alfa no necesitaba entender el baile, solo seguir a Viktor. La túnica roja se movía como una lengua de fuego a su alrededor, y por un momento, solo eran ellos dos en el mundo.
Viktor dio un paso hacia él, con los hombros altos y el mentón erguido, y luego uno hacia atrás, invitándolo a seguirlo. Jayce lo hizo.
Después giraron, espalda contra espalda, un instante fugaz de roce, apenas una presión en los omóplatos, y luego Viktor volvió a desaparecer de su vista.
Jayce lo busco con la mirada pero aquel pañuelo que una vez lo invito a bailar, lo saco de ahí. Todos estaban tan atentos a las risas que nadie se dio cuenta cuando desaparecieron.
—Ven conmigo
Dijo Viktor tomando el brazo de Jayce para irse un poco lejos de la aldea, la musica aun sonaba de fondo. Cruzaron al bosque por un camino que era cuesta abajo, llegando al pie de una de las grandes montañas, aquella parte estaba cubierta de enredaderas. Viktor coloco su mano sobre aquella montaña y siguió caminando para la izquierda, unos segundos después, su mano apoyada se deslizo para adentro. El omega retiro un poco aquella cortina de hojas mostrando una entrada a un tipo de cueva.
La entrada los llevo a una pradera exterior, la musica ya no se escuchaba, solo el suave sonido del viento chocando contra la hierva junto al grille de los grillos. En el centro había una estructura de piedra, muy parecida a un kiosco.
—¿Que es este lugar?— Dijo Jayce mirando todo a su alrededor
Viktor soltó una risa apenas audible, suave, casi nostálgica, mientras caminaba hacia la estructura de piedra en el centro de la pradera.
—Un lugar secreto —respondió sin mirarlo—. Cuando era niño, mi madre me enseñó este lugar...
Ambos subieron las escaleras de piedra y se adentraron en el lugar. Un árbol gigantesco brotaba del suelo de mármol, en el centro, sus raíces serpenteaban entre las baldosas agrietadas y sus ramas se alzaban hasta perforar el techo abierto, la luz de la luna era bastante clara y descendía por sus ramas alumbrando un poco el lugar. Las piedras estaban cubiertas de moho verde y algunas enredaderas con flores se deslizaban de las columnas a su al rededor habían 5 estatuas de piedra. Jayce las reconoció al instante, 4 de ellas eran de los dioses olvidados de Runatierra.
Se acercó con lentitud, observando las estatuas. Eran antiguas, de rasgos erosionados por el tiempo, pero aún reconocibles. Se acerco a la primera estatua, tenia una balanza rota entre sus manos.
—Orla, diosa del juicio— dijo Viktor acercandose a el —Protectora de los justos de corazón.
Jayce pasó los dedos por la piedra fría y resquebrajada de la balanza rota. Había musgo entre los pliegues de la túnica esculpida de Orla.
Jayce soltó un suspiro breve y avanzó a la siguiente figura. Era un hombre alto, con una media luna tallada en la frente y los brazos extendidos hacia arriba, como si abrazara el cielo.
—Illor. Dios del ciclo. De la vida y la muerte, del principio y el fin —añadió Viktor—. En Zaun no le rezamos como antes, pero los ancianos aún le dejan flores cuando alguien nace... o parte.
Jayce no respondió. Sus pasos lo llevaron frente a la tercera figura,estaba envuelta en una túnica con el rostro oculto bajo una capucha. Sostenía un pergamino cerrado entre las manos, y sus pies estaban apenas visibles entre la piedra tallada.
—Dejame Advinar ¿Kaor?— Dijo Jayce
Viktor solto una risa
—El guardían de los secretos. Lo que todo el mundo oculta, el lo sabe.
Jayce lo miro un rato y luego apreto los labios. Está vez Viktor fue el que avanzó hasta la cuarta figura la cual miro con un pequeño brillo en los ojos. Una figura femenina de cabello y vestido largo, sus brazos abiertos, como si estuviera allí para abrazar al que llegara perdido —Zanha, diosa de la luna, sanadora y protectora de Zaun, a quien celebramos en el Taymah Seset.
—Así que es ella quien hizo ese espectaculo de fuego?
—amm se podria decir que si— respondio viktor ladeando la cabeza.
Jayce solto una riza y luego su mirada se dirigio a la ultima figura, era mas pequeña, una mujer de rostro sereno con un velo sobre los ojos. Habia una pequeña grieta que se extendia por su mejilla, parecia que lloraba. Tenía las manos extendidas con un pañuelo largo entre ellas, el cual se enrollada en sus manos hasta su antebrazo.
—Vessia... mi diosa favorita a decir verdad— dijo Viktor al ver a donde se dirigía la mirada del mas alto. Con cuidado agarro el brazo del alfa y lo jaló un poco hasta llegar en frente de la estatua.
—¿Pq lleva ese pañuelo entre las manos?
Viktor rió, y dio un paso más cerca, mirando la estatua con afecto.
—Ella es la diosa de lo lazos, protectora de todos los vínculos—dijo, con una calma casi reverente—. Amor, amistad, destino, promesas... incluso las cadenas invisibles que uno no elige, pero acepta.
Jayce frunció el ceño, intrigado. Viktor, sin apartar la vista de la estatua, sacó lentamente de entre sus ropas el pañuelo rojo con el que antes habia bailado.
—Dicen que cuando dos personas están unidas por algo verdadero... la diosa lo ve. Y si lo bendice, ese lazo no se rompe jamás— Dijo Viktor tocando suavemente la mano del moreno para entrelazar el pañuelo rojo por su mano —En Zaun...— murmuró mientras subia el pañuelo hasta la muñeca del alfa —los lazos son sagrados— dijo mientras agarraba el otro extremo del pañuelo y imitaba la misma acción en su mano —Y aún más cuando se trata de un alfa... y omega
Jayce bajó la mirada al pañuelo rojo que los unía. Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho. Viktor se acerco unos pasos quedando a centimentros del otro, sus manos rosaban la una con la otra. Los ojos de Viktor brillaban con la luz de la luna.
—Jayce—
La voz del omega era hipnotica.
—Viktor...
—Jayce, quiero ser tuyo
El alfa sintió cómo el instinto le quemaba por dentro, cómo su cuerpo reaccionaba ante esas palabras. Sus ojos se abrierón en sorpresa y sus pupilas se afilaron, el pulso le retumbaba en las venas
No lo mereces...
Esa voz oscura se retorció en su interiror. —Jayce— La voz de viktor lo volvio a llamar. La voz seguía retumbando en su cabeza, pero le valió una mierda.
Jayce lo besó.
Con furia. Con hambre. Ya conocía esa boca, conocía esa lengua, pero ahora se sentía mas provocativa, mas obsesiba. No pensaba parar, no está vez. Viktor respondió al instante, aferrándose a él con fuerza, sus labios fundiéndose en un calor casi desesperado.
El alfa deslizó una mano libre a la cintura del omega, atrayéndolo con firmeza. —Viktor... —susurró contra su boca, entre jadeos. Su voz era áspera, cargada de deseo
Viktor soltó una risa baja, suave. Sus dedos acariciaron la barba de Jayce de Jayce, su mano libre paro en el pecho de Jayce y el beso volvió a profundizarse mientras que ambos caían suavemente sobre el suelo de piedra.
Chapter 21: Luna Llena
Notes:
"No hay nada más fuerte que una emoción que se intenta callar."
—Victor Hugo
Chapter Text
El silencio del templo se volvió un refugio.
Se podían escuchar los suspiros de Viktor chocando contra las paredes de piedra, Jayce deslizo el pañuelo rojo que lo ataba para poder acariciar el rostro de Viktor, sus labios estaban entreabiertos y tenia la respiración agitada. Era simplemente hermoso.
-Viktor... -susurró Jayce contra su boca
Sus besos descendieron al cuello de Viktor, mordiendo con fuerza, marcando su piel como si fuera un territorio inexplorado. El omega arqueó el cuerpo, gimiendo en silencio. Jayce con una fuerza controlada ingresó sus manos por dentro de la ropa del omega, su mano paso por la delgada espalda buscando el broche que sostenía la ropa de viktor. El contrario solo se dejaba hacer, no interfería en la búsqueda del alfa, solo disfrutaba de los besos y una que otra mordida que el alfa dejaba su cuello y clavícula, mientras que se aferraba a sus ropas.
El pequeño ''Click'' lo distrajo un segundo, Jayce había encontrada el gancho que unía ambas telas. El manto rojo se deslizo por su cuerpo como una suave pluma callendo al suelo.
Jayce lo contempló. La piel pálida de Viktor brillaba bajo la tenue luz de la luna, como si esta misma los estuviera bendiciendo. No había nada más sagrado en ese momento que el cuerpo que se ofrecía ante él sin miedo, sin reservas. Ni siquiera el hecho de que 5 estatuas de dioses los estuvieran viendo.
-Eres precioso -murmuró, con la voz ronca de deseo.
Viktor alzó la mirada, sus mejillas sonrojadas junto a sus labios húmedos por los besos. Su respiración era irregular, el pecho subía y bajaba al compás del temblor de su vientre. -Jayce, continua
Jayce sonrió ante las palabras del omega, volvió a besar esos labios con mas intensidad que antes. Con poca fuerza lo levanto entre sus brazos acariciando la espalda y cintura de viktor. Enrosco las delgadas piernas del omega en su cintura aumentando mas su cercanía. Se arrodilló sobre el suelo, sus labios no se separaron en el ningún segundo. Lo coloco encima del manto rojo para que no se lastimara y luego presionar su cuerpo contra el en el suelo; Aquel beso que parecía mas un guerra de lenguas fue interrumpido por la falta de oxígeno, el cual exigía una tregua entre esas dos bocas.
Viktor tomo un bocanada de aire, intentaba recuperar el aliento. Las feromonas del moreno lo invadían de pies a cabeza, eran mas fuerte que antes, mas envolventes, mas penetrantes, le encantaba. El alfa bajo sus labios nuevamente por el cuello del omega dejando un camino de beso hasta llegar a su vientre, en donde lamio y dejo una pequeña marca. Viktor ahogo un gemido ante esa acción tan intima. Iba a seguir bajando pero la voz temblorosa del castaño le llamo la atención. -Alfa espera...
Ante el llamado Jayce subió su mirada. -¿Que sucede?- pregunto con una mirada llena de desesperación por poder continuar.
Viktor lo miro a los ojos y se mordió el labio inferior, al instante puso su brazo sobre sus ojos tratando de calmar la vergüenza que por primera vez estaba experimentando. Trago saliva y con una fina voz dijo -No deseo ser el único... con la ropa p-puesta...
Una risa ronca se escapo de los labios del alfa ante esas palabras. -Tienes razón... -susurró, mientras se inclinaba para rozar con los labios el antebrazo con el que Viktor ocultaba su rostro-No es justo que seas el único sin ropa
Lentamente empezó a quitarse el chaleco para luego empezar a desabotonar su camisa. Viktor deslizo un poco su brazo permitiéndose ver a Jayce quitándose la ropa. Sus ojos dorados intensos parecían brillas mas que nunca, mirándolo fijamente como un depredador viendo a su presa a punto de devorarla. El ultimo botón de la camisa desapareció dejando ver los músculos y el abdomen bien esculpido del alfa, Viktor sintió como la respiración se le cortaba, no era la primera vez que veía su pecho desnudo, pero por alguna razón se sentía tan nervioso como si fuera la primera vez.
La camisa callo al suelo y al instante el moreno se posiciono sobre el cuerpo delgado del omega. sus pieles desnudas chocaban la una con la otra, Viktor ahogo un gemido al sentir aquel contacto. Jayce podía sentir su respiración agitada, el calor de su piel contra la suya, el temblor leve en sus muslos al tenerlo encima. -¿Así está mejor? -murmuró Jayce contra su oído, con voz baja, rasposa.
Viktor asintió apenas, se aferro al cuello del mayor, mientras que este bajaba hacia su cuello y poder inhalar su aroma a Miel. Se mordió ligeramente el labio, su cuerpo fue el que respondió con más claridad: se frotó suavemente contra él, buscando más contacto, más fricción, más de eso que solo Jayce parecía saber darle. Jayce sonrió. Agarro el extremo libre del pañuelo rojo y ato la otra manos del omega. Estaba siendo demasiado inquieto esa noche. -Tal vez debería tomar un poco de venganza- pensó para si mismo.
-¿El Heraldo quiere que ya comience? Usted dijo que la paciencia era una virtud, ¿no? -Jayce murmuró contra su cuello, con una sonrisa juguetona.
Viktor apenas pudo responder. Su cuerpo estaba ardiendo bajo el peso del alfa, cada centímetro de piel viva, sensible, expectante. Jadeó, entre fastidiado y forcejeó en vano contra el nudo del pañuelo.
Jayce bajó por su pecho, dejando un sendero de besos húmedos y aliento cálido que contrastaban con la firmeza de sus manos, las cuales iban bajando lentamente, enmarcando las curvas del omega. Cuando sus labios llegaron a la línea de su vientre, se detuvo, alzando la mirada.
-Estás temblando... ¿Tan ansioso estas?- Dijo con una sonrisa ladeada
Viktor desvió la mirada, sintiendo el rubor subirle hasta las orejas, pero no negó nada. Era inútil mentirle cuando su cuerpo hablaba por él con más elocuencia que cualquier palabra. Jayce beso la zona baja de vientre -No te preocupes... -susurró mientras sus labios descendían, rozando la parte interna del muslo -. Yo también he esperado esto demasiado tiempo.
Un fuerte gemido salió de los labios de Viktor al sentir la lengua del alfa deslizarse por toda su longitud, sus mejillas ardieron al rojo vivo, en sus casi 22 años nunca había sucumbido al placer carnal de tocarse, sin importar cuando se lo pidiera su cuerpo en los periodos de celo. Nunca se toco. Pero ahora su cuerpo estaba experimentando una nueva sensación, que lo hacia temblar y gemir. tal vez después de todo no fue tan malo no conocer ese placer, pues si lo hubiera conocido antes, tal vez no estaría ahora disfrutando tanto de la lengua de su alfa.
Sus pensamientos se rompieron cuando la lengua de Jayce descendió hasta su entrada. La lengua del alfa lo exploraba sin descanso, lo saboreaba como si fuera un manjar reservado solo para él. Viktor apenas podía respirar; su espalda se arqueaba, sus muslos temblaban y su voz salía en jadeos entrecortados que llenaban el templo como plegarias paganas.
Jayce sujetó sus caderas, impidiéndole moverse, devorándolo con una pasión silenciosa. Viktor apretó los puños con fuerza, no podía sujetarse a nada debido al amarre del pañuelo. un escalofrió paso por su espalda hasta la punta de su longitud, se empezaba a sentir extraño. -M-majestad- gimió
Jayce sabia lo que significa, aumento la velocidad de su lengua, mientras que con su mano masturbaba el miembro del menor. Viktor no paraba de gemir, pero justo en el momento que el castaño iba a correrse, Jayce detuvo sus movimientos en seco alejándose de el. Viktor soltó un gemido ahogado, casi suplicante, su cuerpo temblaba por la súbita interrupción. Se arqueó, buscando fricción, alivio, cualquier cosa que lo llevara al final que su cuerpo exigía, pero Jayce no se lo concedió. Lo miró desde arriba con una sonrisa cargada de lujuria.
-Si quieres que siga... -Dijo sin dejar de mirarlo- tienes que pedirlo, bonito
-S-sigue...- Dijo Viktor mientras se mordía los labios por la vergüenza
Jayce ensancho su sonrisa ante sus palabras
-¿si? ¿quieres que me sumerja en los mas profundo de ti? ¿mientras gimes con esa voz tan linda?- Jayce se coloco entre las piernas entreabiertas del omega, presionando su erección contra la entrada mojada de Viktor. El cual apretaba los labios para no soltar ni un sonido al sentir las falsas embestidas que el mayor daba contra el. -¿Ves que no se siente bien, que te quiten el placer que ya se desea? Pero lo dejaré pasar... porque al igual que tu yo tambien me muero por iniciar.
Viktor hizo una mueca ante las palabras del moreno, nunca lo habían humillado tanto en su vida, iba a decir algo mas cuando sintió como algo ingresaba dentro de el, los dedos de Jayce lo hicieron gemir fuertemente. Sus manos lucharon para desatarse pero era inútil. -Tengo que prepararte bien... no quiero lastimarte- Un segundo dedo se hizo lugar en ese pequeño orificio, los dedos largos y gruesos de alfa lo llenaban por completo y mas cuando simulaba embestidas dentro suyo.
Las feromonas de ambos aumentaron a un numero abrumador, pero a ellos les encanta, el lubricante natural del omega se deslizaba por sus piernas, Jayce se mojaba los labios con la lengua al ver aquella vista. Jayce retiro sus dedos provocando un quejido del omega
-Mírame -ordenó Jayce en un susurro ronco.
Viktor obedeció, alzando la mirada dorada que brillaba entre sus párpados entrecerrados. Jayce llevó una de sus manos hasta su pantalón, desabrochándolo con una lentitud exasperante. El suave sonido del cierre bajando retumbo en todo el lugar.
-Quiero que veas al alfa con el que estas ahora...
Viktor ahogo un gemido al ver el miembro del alfa, era grande y grueso, su estomago se oprimió junto a su respiración. Sus piernas fueron levantadas entre los brazos del alfa exponiendo mas a la vista su entrada. Sin aviso previo, deslizo su miembro dentro del omega, presionando un poco para que entrara. Un gemido mas sonoro que los anteriores salió de la boca del omega al sentir la intromisión.
Sintió como la respiración se le iba por un segundo, era demasiado grande, lo llenaba por completo, podía sentir como latía en su interior. De sus ojos empezaron a caer lagrimas al sentir las embestidas fuertes y duras chocando contra el. Cada una mas profunda que la anterior, mas animal mas desesperada. El rose obsceno de sus pieles chocando una contra la otra junto los gemidos desenfrenados y los gruñidos profundos. Jayce sostenía con fuerza las caderas de viktor aferrándose fuertemente y aumentar mas la velocidad.
Se inclino sobre el besándolo con desesperación. Viktor quería abrazarlo, tocarlo pero el nudo no lo dejaba. Jayce desato la manos de viktor poniéndolas rápidamente sobre su cuello sin dejar de besarlo. Las uñas del omega se clavaron en su espalda mientras que las lagrimas ahora de placer se deslizaban por sus ojos -Alfa mas rápido, me gusta
-¿Dónde aprendiste eso? que atrevido
Jayce aumente el ritmo de la embestidas, los gemidos de viktor eran el cielo mismo. Su miembro golpeaba contra la próstata de Viktor. Amaba verlo de esa forma, tan débil, inocente y totalmente vulnerable bajo el. ¿Como había sido posible que aguantara un mes sin poder tocarlo? Un cosquilleo recorrió su espalda, sabia lo que significaba. Se aferro con fuerza a la cintura del omega con fuerza. Se sentía en el mismo cielo.
Viktor gemia con descontrol, aferrándose con fuerza a la espalda del moreno, Jayce gruñía, sus colmillos estaban salidos y picaban horriblemente en busca de piel fresca, quería marcarlo pero el ultimo pedazo de cordura que tenia, le decía que no. Aun no era el momento de hacerlo... Otra vez esa corriente invadió su cuerpo, apretó los dientes con fuerza y termino por correrse dentro del omega, este soltó un ultimo gemido poniendo sus ojos para atrás al sentir el liquido caliente en su interior junto a su primer orgasmo.
El miembro de Jayce comenzó a crecer formando el nudo entre ambos, era doloroso, Viktor intento moverse pero fue detenido por el contrario para que no se lastimar. Jayce con delicadeza lo tomo de la espalda y cambió de posición con viktor, que ahora estaba arriba de el -No te muevas, te puedes lastimar -murmuró Jayce
Viktor obedeció en silencio, dejando que su mejilla descansara sobre el calor del pecho ajeno. Sus dedos vagaban perezosamente sobre la piel de Jayce, trazando figuras inexistentes sobre el vello de su torso. El pulso que sentía bajo su oído era lento, profundo, tranquilizador.
-Lo siento... creo que fui un poco brusco -murmuró Jayce tras unos minutos.
-No -respondió Viktor de inmediato, su voz un susurro cálido-. Fue perfecto... me gustó. Mucho.
Jayce deslizó una mano por su espalda desnuda, recorriendo con suavidad las líneas de su cuerpo. El nudo comenzaba a ceder. Un silencio cómodo los envolvía como un manto, hasta que la voz de Viktor se alzó, tímida pero firme.
-Jayce... te amo.
El corazón del alfa latió con fuerza. Viktor lo notó y rió suavemente contra su pecho, como si hubiera logrado una pequeña travesura. Jayce miro un rato al techo.
-Jayce... no podemos retrasar el viaje-
Las palabras de Caitlyn pasarón por su mente por un instante. La urgencia del mundo allá afuera empezaba a enredarse en sus pensamientos como un lazo invisible. Tenia que decirle ahora, en el momento que viktor era tan sincero. Tenia que aprobechar el momento.
Se incorporó ligeramente, obligando a Viktor a alzar la mirada para seguir su movimiento. Sus ojos se encontraron en la penumbra templada del templo, todavía marcados por el deseo. Viktor queria besarlo pero Jayce lo detuvo.
-Viktor te amo- Dijo casí en un susurro -Ven conmigo a Piltover.
Chapter 22: Amor y Problemas
Notes:
“Todo lo que se eleva converge.”
— Pierre Teilhard de Chardin
Chapter Text
La copa de cristal cayó al suelo y se hizo añicos antes de que la sirvienta pudiera reaccionar. Mel no se inmutó. Seguía sentada en el diván de terciopelo blanco, la espalda recta, la mirada fija en el el fuego frente a ella. Sus labios temblaban, pero no por tristeza. Era de ira contenida.
—Vuelve a intentar contactar con Darius. Ahora. —su voz sonó afilada, como un cuchillo deslizándose por la garganta.
Elora que estaba junto a ella la miraba de forma un poco nerviosa, habían intentado contactar mas de diez veces al guerrero pero el no contestaba. Y ahora en el intento numero once ni siquiera le entraba la llamada. Elora salio de la habitación, pues tenia que hacer hasta lo imposible para complacer a su reina.
Mel frunció el ceño, las uñas perfectamente esmaltadas hundiéndose en la tapicería del diván. Darius no era estúpido. Pero como todos los hombres criados en guerra, podía ser imprudente. Un imbécil con espada. Si un guerrero de Noxus no respondía al llamado de su reina, solo significaba dos cosas: o estaba muerto, o se había metido en un problema lo suficientemente grande como para preferir la muerte.
En la penumbra de la sala, decorada con columnas blancas, cortinas de lino azul marino y mosaicos dorados, Mel parecía una diosa caída. Y la diosa estaba perdiendo el control de su mundo.
"Mel, vamos a romper el compromiso."
Esas palabras retumbaron nuevamente en su cabeza ¿Que mierda estaba pasando?. Jayce ni siquiera tuvo la decencia de decírselo en persona. Solo una llamada. Unas pocas palabras lanzadas como cuchillos. Sin contexto. Sin disculpa. Sin opción de réplica.
Mel apretó los dientes. las palabras llevaban días grabado en su mente como una marca caliente en la piel. No dormía. No comía. Solo pensaba. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Por quién?
Y luego, todo cuadró.
El omega.
Ese omega de Zaun. Ese campesino pintado de misticismo. Viktor. Lo había leído en la mirada de Jayce. Era obvio, en los días que hablaban mas, el se notaba con una personalidad cambiante ¿Cómo no lo noto antes?. Al principio pensó que era simple deseo. Que Jayce, tan fácil de manipular como siempre, se había distraído con un rostro bonito y unas ideas exóticas.
Pero ahora sabía que era más que eso.
¿Tan bueno era? ¿Tan hábil, tan brillante, tan sensual como para arrebatarle el poder que había cultivado durante años? ¿Como para hacerle olvidar su lugar, su deber, el imperio que tenían entre manos?
Mel se puso de pie con una calma helada. Su bata de seda blanca cayó con un leve susurro hasta el suelo. Caminó descalza por la alfombra persa, hacia la mesa donde aún quedaban restos de la cena que no había tocado.
Jayce Talis era un imbécil emocional. Siempre lo había sido. Un alfa con complejos de héroe y una ingenuidad peligrosa. Le amaba, claro. Lo amaba del modo en que una jugadora ama a su mejor ficha. Su reina. No porque fuera perfecta, sino porque era poderosa. Útil. Brillante cuando se le guiaba.
Y ahora, la reina se había salido del tablero.
Pero ella no había perdido la partida.
—No aún. —susurró para sí, tomando una copa nueva.
Caitlyn había avisado del regreso inminente. El viaje estaba por terminar. Jayce volvería, probablemente con el omega detrás. Creyendo que puede presentarlo ante el Consejo como un igual, como una revelación, como una solución.
Mel sonrió por primera vez en días.
—¿De verdad piensas que van a aceptarlo, Jayce? ¿Que los Reyes y Emperadores de Runatierra van a inclinar la cabeza ante un omega bastardo de un pantano?
No. Claro que no. Pero Mel sí. Mel sabía cómo convertir la fortaleza de otros en su su debilidad y que esa debilidad sea una fortaleza para ella. Lo había hecho toda su vida. Su madre le enseñó a leer a las personas como a libros abiertos. Y Jayce Talis siempre había sido una novela sencilla.
—Si el Consejo ve a Viktor como amenaza... entonces ya no será un amante. Será un enemigo...
Volvió a mirar al fuego vivo en la chimenea
—Como siempre tuvo que haber sido...
No necesitaba arrastrarse. No necesitaba rogar. Solo tenía que aparecer en el Consejo con la cabeza fría y el corazón herido. Relatar su historia con voz templada: la traición de Jayce, la manipulación del omega, su preocupación por todos los reinos de Runatierra.
—"No lo digo por mí", diré. "Lo digo por la estabilidad de los reinos."
Y lo diría tan bien, con tanto tacto, con tanta gracia... que todos le creerían. O al menos, dudarían de Jayce. Pero algo fallaba en su ecuación. No se le habia podido confirmar si en verdad la magia era real. Se mordio la uña con fuerza, un gesto que no hacia desde que era una niña. Sin eso todo su plan podria irse a la basura. Jayce no hablaria. Eso era seguro...
La puerta de la entra de la habitación fue abierta sin pedir permiso para entrar. Elora entro corriendo a la habitación con el dispositivo de comunicación en mano. Se veia agitada.
—¿Entonces? respondio o...
Fue interrumpida
—Majestad... no es Darius. Es Ella...
El rostro de Mel cambio ante lo dicho por la beta. Al parecer ya se habia decidido. Una sonrisa se volvio a cruzar por su boca. Al aprecer habia ganado otra pieza mas en el tablero. Una que podria hasta remplazar a su reina.
Ahora todo lo tenia que dejar en manos de Jayce. Que chistoso, nunca penso tener que decir eso. Un error. Un pequeño tropiezo público. Un gesto de arrogancia de Jayce. Un uso no debido de su posición. lo que sea. Y ella volveria a tomar el control de la situación.
Una medarda conseguia lo que queria. Siempre seria así. Y eso ni un estupido omega zaunita lo podia cambiar.
[...]
El silenció en el templo se había extendido por un largo rato, era como una niebla densa entre los dos, tan pesada que podía sentirse en los huesos. Viktor lo miraba, no parpadeaba. Aún estaba sobre el regazo de Jayce, aún unidos, aún con el cuerpo temblando por el eco del deseo satisfecho, Viktor sintió que el mundo se detenía.
—¿Qué...? —murmuró, como si no hubiese escuchado bien.
Jayce tragó saliva. Sus dedos estaban firmes sobre la espalda desnuda de Viktor. Quiso repetirlo, pero ahora que las palabras habían salido, sonaban más grandes de lo que había imaginado. Más definitivas.
—Ven conmigo a Piltover —dijo de nuevo, esta vez con la voz más baja, más firme, como quien lanza una moneda al abismo. —Viktor quiero estés conmigo.
Viktor apartó la mirada, solo un poco. Un leve gesto, pero cargado de peso.Durante un segundo, el deseo parecía haberse evaporado. Lo que quedaba era realidad, cruda, inevitable.
—¿A Piltover...? —repitió, como si probara la palabra en la boca—. ¿Quieres que me vaya contigo... allá?
Jayce asintió, con algo parecido a una sonrisa nerviosa. Pero Viktor no sonreía. Se incorporó ligeramente, aún sentado sobre sus piernas, como si necesitara distancia para pensar mejor. —Que pésima situación como para hablar de eso— Pensó Viktor para si mismo.
—Jayce, yo... —comenzó, pero se interrumpió a sí mismo —No sé si entiendes lo que me estás pidiendo.
—Sí lo entiendo. Por eso te lo estoy pidiendo —dijo Jayce con voz baja, intentando mantener la calma. Su mano subió despacio hasta la mejilla de viktor, como si pudiera calmarlo con ese solo tacto.
—¿Quieres que abandone mi hogar? —preguntó con una sonrisa ladeada que no alcanzó los ojos—. ¿Que deje a mi gente... por ti?
Jayce vaciló. No era eso. No del todo.
—No estoy pidiéndote que los abandones —dijo—. Pero... yo tengo que volver. Tengo un deber allá. Piltover me necesita. Y yo te necesito a ti.
Jayce guardó silencio. El nudo entre ellos comenzaba a deshacerse. Viktor rápidamente se aparto del moreno, no se sentía nada cómodo y su respiración fallaba un poco. Necesitaba espacio. Jayce no se opuso, el tmb necesitaba un poco de espacio. Tal vez no había sido el mejor momento, después de todo. Ambos lograron separarse y Viktor se cubrió con el manto rojo en el que antes había estado echado y Jayce empezó a ponerse los pantalones. El silencio volvió a hacerse presente. La pequeña burbuja en la que estaban antes se había reventado.
Viktor estaba de espaldas mirando la figura de la diosa de la luna. Se mordió un poco la lengua antes de poder hablar. —¿Y si tu te quedas aquí?— dijo volteándose un poco para mirarlo. —Tu mismo dijiste que te gusta Zaun, que te sentías diferente, mas libre, que no te sentías tan atado...
Jayce trago saliva. No era una mentira lo que el decía
—Zaun es hermosa. Pero no es mi lugar —admitió—. Piltover no es perfecta, lo sé. Pero es mi hogar, mi gente... y tengo responsabilidades allá que no puedo ignorar.
—¿Y yo sí puedo ignorar las mías?
—¡No es eso! —Jayce se apresuró—. Solo... Solo quiero que lo consideres. Lo que tenemos. Tú y yo. ¿No vale la pena?— Dijo mientras se acercaba a el.
Viktor bajó la mirada, la mandíbula tensa. Se cruzó de brazos, como si intentara protegerse de algo invisible. Luego, en voz baja, como quien lanza una verdad incómoda al centro del cuarto, murmuró:
—¿Por qué siempre se espera que los de Zaun seamos quienes nos adaptemos? ¿Quiénes cedamos? ¿Quiénes dejemos todo atrás?
Jayce tragó saliva. Sintió el golpe de esas palabras. No sabía qué responder, y aún así lo intentó:
—No quiero que dejes todo, Viktor. No es eso. Solo... Solo quiero que vengas... que veas. Que conozcas lo que yo también soy allá. Lo que Piltover puede ser, Lo que intento construir. Mostrarte mi mundo como tu me enseñaste el tuyo.
Viktor permaneció en silencio, su mirada fija en el suelo, como si sus pensamientos estuvieran luchando por salir, pero no sabía cómo. La tensión en el aire era palpable, algo más pesado que el simple deseo de un futuro compartido. Finalmente, levantó los ojos, encontrándose con la mirada decidida de Jayce.
—¿Y si no me gusta? —preguntó, casi como un susurro, con un tono de preocupación. una pregunta que reflejaba la inseguridad que había estado ocultando detrás de su fachada de líder.
Jayce se acercó un paso más, la distancia entre ellos ahora mínima, y sus manos temblaron al alcanzar la suavidad de la piel de Viktor nuevamente. —No digas eso... Tu mismo me dijiste que no puedes juzgar a un reino sin antes conocerlo
Viktor se mordió un poco la mejilla, cerró los ojos por un segundo. Qué maldito golpe bajo. Pero justo. Era cierto lo que el decía, pero a diferencia de el. Jayce había salido antes de Piltover, había conocido otros reinos, en cambio, el nunca había conocido otra cosa que no fuera Zaun. Le daba miedo.
Jayce capto rápidamente las feromonas de Viktor, El dulce aroma a miel ahora se percibía mas agria.
—No te estoy pidiendo que te mudes. Ni que me elijas ahora. Solo... ven a verlo.
Como yo vine aquí. Como tú me enseñaste Zaun.
Viktor lo miró. Sus ojos todavía cargaban dudas, pero también cansancio. Emoción. Miedo. Amor.
—¿Y si no me gusta lo que veo? —preguntó sin levantar la mirada.
—Entonces te traigo de vuelta. —dijo con una sonrisa triste, pero llena de esperanza. Jayce se arrodilló frente a él, serio—. No te retendré. No te obligaré. Solo... te pido que lo conozcas. Como yo conocí este lugar. Contigo.
Viktor se sorprendió al ver arrodillarse y aun mas cuando este beso su mano. Lo miró largo rato. El silencio volvió, esta vez distinto. No tan denso, no tan oscuro. Estaba nervioso pero amaba a Jayce y si el podía comprender su mundo... el tmb podría. De todas formas no podía ser tan malo. Su pueblo estaría bien cuidado. Sky se quedaría con ellos, no había nadie mas capaz que la siguiente Heraldo de Zaun. Respiro hondo y soltó un suspiro.
—Un ciclo lunar —dijo al fin, su voz suave, templada, pero firme.
Jayce frunció el ceño, confundido.
—¿Qué?
—Te doy un ciclo lunar —repitió, abriendo los ojos con decisión—. Treinta días. El mismo tiempo que tu estuviste aquí
Jayce lo miró, sorprendido primero, pero luego una sonrisa sincera le curvó los labios. Un alivio cálido le recorrió el pecho, como si por fin pudiera respirar bien después de días. Se levanto del suelo y asintio ante las condiciones del omega.
—Me parece bien
Jayce jalo a viktor hacia el, dejándole un pequeño beso en los labios para luego abrazar. Viktor no lo rechazó, mas bien se acurruco en su pecho, curvando una pequeña sonrisa al sentir nuevamente el calor que el otro le proporcionaba. Ambos estaban tan sumergidos en ese momento que no notaron que otra persona ahí, que simplemente se marcho luego de haber visto suficiente. Una tormenta se avecinaba, una que por primera vez llegaría a las fronteras de Zaun.
Chapter 23: Raíces y alas
Notes:
"Aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo."
— Friedrich Nietzsche
Chapter Text
El día después de la celebración amaneció con un silencio que parecía cubrirlo todo como una manta. El sol, suave y sin apuro, acariciaba los campos vacíos de Zaun, donde las tiendas se mantenían cerradas y los pasos eran escasos.
Dentro de la tienda del Heraldo, el incienso aún ardía perezosamente en los cuencos de piedra. Viktor se movía con lentitud. El sonido de frascos siendo colocados en la bolsa, el crujir del cuero, el roce de su capa al doblarse. Estaba alistando muchas cosas para su viaje a Piltover. Pero el silencio que lo rodeaba tenía un peso distinto esta vez.
Sky lo observaba desde una esquina, sentada sobre uno de los cojines mientras bebía una tasa de té. No decía nada. Había llegado temprano, sin avisar, como hacía cuando era niña, pero en esos últimos días lo había dejado de hacer, hasta hoy. Miraba como Viktor se paseaba de un lugar a otro, chequeando que todo estuviera bien.
—¿Enserio va a ir a Piltover?—preguntó Sky, su voz suave, casi resignada.
Ella había sido la primera en enterarse. Cuando llego esa mañana viktor encontró al heraldo alistando todo y cuando el le dio la noticia una mueca amarga inundo su rostro.
Viktor no respondió de inmediato. Cerro el bolso de tela con cuidado y luego se giró hacia ella.
—Solo será un mes —dijo con calma—. Voy y regreso antes de que empiece el siguiente ciclo de sembrío.
Sky bajó la mirada hacia su taza. Dio un sorbo, lento.
—Un mes es mucho tiempo para dejar Zaun.
—Por eso estas aquí, Sky—replicó Viktor, acercándose un poco—. No hay nadie más capaz para encargarse que la siguiente Heraldo del pueblo.
Sky apretó ligeramente la taza entre sus manos
—Pero tú eres el Heraldo, no yo. No aún.
—Confío en ti —dijo Viktor, más firme esta vez, y se agachó frente a ella—. Confío que lo aras muy bien en mi ausencia.
Sky lo miró, y por un momento algo tembló en su expresión. No era rabia. No era tristeza. Era... desilusión. O quizás miedo. Pero se desvaneció rápido. Bajó la mirada de nuevo.
—Está bien —murmuró—. Igual... supongo que un mes pasa rapido. Y Piltover debe ser... importante.
Viktor la observó con atención. Luego, con gesto suave, le quitó la taza de las manos y la dejó a un lado.
—Sky... —dijo, tomándole las manos—. Siento si estuve ausente. Si te sentiste sola o ignorada. No fue mi intención. Nunca.
Ella lo miró. Parpadeó con sorpresa. Viktor continuó, sin soltarla.
—Eres muy importante para mí. Siempre lo has sido. A veces me enredo en muchas cosas, en muchos deberes... pero tú eres como mi familia. Lo sabes, ¿verdad?
Sky lo miró un largo segundo, como si no supiera qué responder. Luego asintió.
—Sí. Lo sé —dijo, apenas audible—. Sé lo importante que soy para ti...
Se inclinó un poco hacia él, sin romper el contacto de sus manos.
—Y tú... también eres lo más importante para mí.
Viktor sonrió, genuinamente feliz de escuchar eso. Su rostro se iluminó con ternura. Entonces la abrazó, envolviéndola con calidez, como hacía cuando ella era más joven y corría a su lado buscando consuelo. Sky lo rodeó con los brazos también, y por un momento pareció que todo estaba en calma.
Pero justo cuando Viktor la estrechó un poco más, sintió algo duro y frío bajo la tunica de esta. Se separó un poco, con curiosidad.
—¿Qué es esto? —preguntó, y con suavidad apartó un mechón del cabello de Sky, revelando una cuerda negra que colgaba de su cuello.
Ella lo miró, sin cambiar la expresión. Luego, con calma, sacó el objeto oculto bajo su vestido.
Era un colgante dorado, circular, con pequeñas incrustaciones de rubí que formaban un símbolo simétrico y extraño. Una figura que Viktor jamás había visto... pero que lo atrajo de inmediato, con una sensación inquietante. Como si sus ojos no pudieran despegarse de él.
—Nunca has usado joyas —murmuró curioso—
Sky no pestañeó.
—Lo encontré entre las joyas decorativas del festival. Me gustó. ¿No es bonito? me hace sentir... bien.
Viktor alzó la mano para tocarlo, pero Sky se retiró un poco, apenas. Lo justo para evitar el contacto. No agresiva. Solo... evasiva.
—Está bien— dijo ella, con una sonrisa leve—. Es solo un adorno. No es importante.
Intentó cambiar de tema de inmediato, como si nada hubiera pasado.
—Todo estará bien aquí, Viktor. Puedes confiar en mí. De todas formas... tú haces esto por Zaun. Siempre ha sido por nosotros. Y eso es lo único que importa, ¿no?
Viktor aún miraba el colgante, pero la dejó continuar. Algo se revolvía en su pecho, pero no supo bien qué era. Pero solo asintió ante las palabras de la alfa menor.
—Sí. Por Zaun.
Sky lo miró fijamente, con aquella sonrisa que por un segundo a Viktor le pareció extraña. Pero sus palabras seguían siendo extrañas.
—Entonces, ve tranquilo. Aquí todo estará en orden.
Viktor la miro un rato y luego acaricio la mejilla de la chica para luego acercarse y darle un beso en la frente. Sky se sorprendió un poco por lo ultimo pero no dijo nada y solo vio como viktor se volteaba para seguir empacando sus cosas.
—No debes preocuparte tanto, Sky —murmuró mientras guardaba un último frasco de vidrio con líquido verdoso—. Además... Jinx y Ekko irán conmigo.
Sky frunció el ceño. Su ceño, aunque sutil, fue imposible de ignorar.—¿Jinx y Ekko? —repitió, sin disimular del todo su desconcierto.Viktor asintió sin girarse.—Me algo de compañia, para no estar tan solo.
Sky iba a decir algo pero fue interrumpida cuando la entrada de la tienda se abrió de golpe, dejando que la luz de la mañana y un estruendo de voces la atravesaran.
—¡¿Ya estás listo?! —gritó Jinx, irrumpiendo como una tormenta sin aviso, risueña y desbordada de energía. Agitaba una bolsa con hierbas como si fuera un trofeo.—Trajimos más hierbas medicinales, por si quieres curar gente en Piltover —añadió, con ese tono suyo de burla disfrazada de alegría, un filo juguetón que siempre rozaba el sarcasmo.
Sky rodó los ojos con un gesto apenas visible, resignado. Se llevó la taza a los labios en un intento de mantener la compostura, aunque ya no quedaba nada en ella. Detrás de Jinx, Vi apareció jadeando levemente, seguida por Ekko, que se acomodaba la correa del bolso con una sonrisa de disculpa.
—No sé cómo hace para correr tanto sin quedarse sin aire... —murmuró Vi mientras entraba con la respiración agitada
—Porque soy increíble, obvio —canturreó Jinx mientras dejaba las hierbas sobre la mesa, ignorando el ambiente tenso que aún flotaba en la tienda.
Viktor esbozó una sonrisa y caminó hacia ellos para recibir lo que traían, agradecido por la ayuda. —Que falta de respeto, hablarle de esa manera al Heraldo— dijo Sky para si misma sin dejar de mirar a los recien llegados.
—¿Estas emocionada, Powder? —preguntó Viktor con suavidad mientras empezaba a sacar las hierbas de las bolsas, tratando de acomodarlas con cuidado. Algunas estaban machucadas por el ímpetu de Jinx, pero él no dijo nada al respecto. Solo movía los dedos con paciencia, separando tallos, enderezando hojas.
—¡Obvio que sí! ¡Vamos a ir a Piltover! ¡Tú, yo, Ekko...! —se giró brevemente hacia atras— y Vi... Bueno ella se queda pq le preocupa Sky... —soltó una risita burlona y se dejó caer sobre uno de los cojines.
Ekko negó con la cabeza, divertido, mientras Vi cruzaba los brazos por lo dicho por la omega, pues se suponía que eso había sido una conversación entre ellos 3.
—¿Preocupada? puedo hacer las cosas sola... no necesito ayuda— dijo Sky un poco molesta dándoles la espalda y entrando en el invernadero para regar las plantas.
Viktor observó la entrada cerrarse con suavidad, luego soltó un suspiro casi imperceptible. No era la primera vez que notaba ese tipo de incomodidad en Sky. Pero esta vez... pesaba distinto. Jinx levanto un poco su cabeza de las almoadas tmb mirando hacia el invernadero
—¿Cuál es su problemas?— Dijo Jinx con el ceño ligeramente fruncido —Desde ayer está así, no se que tiene—
El comentario llamo la atención de Viktor. ¿Desde ayer?.
—¿A que te refieres con eso Pow?— Preguntó Viktor desviando su mirada de las plantas y prestando atención a la de trenzas.
—Ayer tmb nos ignoro incluso dijo cosas raras coMMM!— Jinx no pudo terminar de hablar pq Ekko rápidamente se acerco tapándole la boca con fuerza para que está no pudiera decir ni una palabra mas
—A lo que mi hermana se refiere es que... amm S-Sky había caído en una de las bromas de ella... y por eso tenia ese mal genio ¿Verdad hermanita?— Jinx se encontraba detrás luchando para que Ekko la liberara, iba a protestas pero al ver la mirada de Vi, esa mirada que decía que si hablaba de mas la mataba, solo callo y asintió ante eso.
Viktor alzó una ceja, no del todo convencido.
—¿Una broma? —repitió, cruzándose de brazos mientras los observaba.
Ekko se rascó la nuca, nervioso.
—Sí... ya sabes cómo es Jinx. A veces se le pasa la mano, y Sky no siempre lo toma con humor. Pero ya está. Todo bien.
Jinx, aún atrapada entre el brazo de Ekko y la mirada letal de Vi, soltó un gruñido bajito y se cruzó de brazos, resignada a no poder decir lo que quería.
Viktor los miro un momento como intentando atar los hilos que no tenían una forma definida, pero al final no lo siguió intentando, sabia que Powder podía llegar a ser muy impulsiva y eso contrastaba con la personalidad de Sky. Incluso cuando eran niñas peleaban mucho y el tenia que intervenir, así que no le sorprendia mucho, pero está vez le parecia extraño. Al final solo lo dejo pasar, aunque apareciera mucho Sky no siempre podía estar para ella, sobre todo arreglar este tipo de situaciones menores. Ella era la siguiente heraldo y tenia que aprender controlar y lidiar con sus sentimientos y pensamientos, como el lo había hecho. Pero aun así no podia evitar preocuparse.
—Ya veo, no importa. Sky tiene que aprender a controlar sus emociones.. y Jinx a ser un poco mas tolerable— dijo Viktor con un poco de humor mientras se acerca a la peliazul que ya había logrado liberarse de Ekko. Viktor acaricio un poco su cabello y ella relajo sus hombros ante el contacto de la mano del Heraldo, Podía ser bastante explosiva pero al final de todo seguía siendo una niña de 15 años que se tranquilizaba cuando le acariciaban el cabello o la abrazaban.
Jinx cerró los ojos un momento y se apoyó brevemente en el brazo de Viktor, sin decir nada. Solo por un instante, el torbellino que era su presencia pareció detenerse. Ekko y Vi intercambiaron una mirada, ambos acostumbrados ya a ese efecto calmante que Viktor tenía sobre la chica.
Ekko y Vi compartieron otra mirada, esta vez más suave. Para ellos, ese pequeño instante era prueba suficiente de por qué Viktor era el Heraldo. No solo por su sabiduría o el respeto que inspiraba, sino por su capacidad de comprender incluso a quienes otros daban por imposibles.
—Ve a ayudar a Ekko a empecar tus cosas —murmuró finalmente Viktor, con voz baja—. No quiero que te olvides de algo o se te rompa algo
Jinx bufó con teatralidad y se separó de él, pero ya sin esa chispa impulsiva de antes.
—Solo porque tú lo dices... —murmuró, y fue hacia Ekko, dándole un leve empujón en el brazo al pasar.
Ekko rodo los ojos ante el golpe de Jinx y luego sonrió siguiéndola fuera de la tienda. Vi los miraba de lejos y luego se volteo hacia el Heraldo el cual se había asomado un poco por la cortina del invernadero y vio como la de rizos había salido por la entrada trasera. Al parecer no iba a querer hablar.
—¿Ella va a estar bien?— Preguntó Vi mirando ahora al Heraldo
Viktor mantuvo la mirada fija en la cortina que se agitaba aún levemente, como si el paso de Sky hubiese dejado un eco. Tardó un momento en responder.
—No estoy seguro... —admitió al fin, sin rodeos ni adornos—. Sé que Sky ha sido muy apegada a mí, como un cachorro buscando a su madre. A veces pienso que es mi culpa, por no haberle puesto un límite. Pero no puedo evitar preocuparme. Tal vez... tal vez no debería ir.
El silencio se volvió espeso en la tienda, como si las paredes mismas contuvieran el aliento. Viktor sirvió con parsimonia una taza de té, necesitaba ordenar sus pensamientos. Pero fue la voz de Vi la que atravesó esa calma forzada.
—Sé que quieres a Sky... —comenzó con una suavidad inusual en ella—. Pero dime, ¿es tan importante como para alejarte de la persona que te gusta?
La taza tembló un poco entre las manos de Viktor. No dijo nada de inmediato. Solo alzó la vista hacia Vi, sorprendido por la exactitud de las palabras de Vi
—Y-Yo... Vi, ¿de qué estás hablando? —intentó replicar, su voz cargada de una torpe incredulidad.
Vi lo observó con una ceja arqueada, los brazos cruzados con una tranquilidad que sólo podía significar una cosa: ella ya sabía todo.
—Te gusta ese alfa piltoviano, ¿no?
—Violet, creo que estás confundien—
—Caitlyn me lo dijo.
Eso lo silenció por completo. Viktor desvió la mirada, incapaz de sostener la de Vi. Se sentía como un omega en pleno florecimiento, abrumado y avergonzado, como si lo hubieran descubierto haciendo algo indebido, algo íntimo que aún no se atrevía ni a nombrar.
Vi no apartó la vista de él. Sus ojos color amatista se entrecerraron ligeramente, analizando cada gesto suyo, cada silencio. Cuando vio que él no iba a decir nada, rodó los ojos con leve exasperación, aunque sin malicia, y se adelantó a hablar por él:
—Digamos que me dices que sí... ¿Entonces qué? ¿Ella va a seguir controlando todas tus decisiones?
Viktor tensó ligeramente la mandíbula, pero no interrumpió.
—Todo Zaun conoce su historia, Viktor. Sabe lo apegada que es a ti, cuánto confía en ti... pero también hay rumores —continuó ella, ahora con voz más firme—. Rumores que dicen que eso no la haría una buena Heraldo para el pueblo. Y sé que tú también los has oído.
El silencio que siguió no fue incómodo, sino pesado. Viktor se obligó a mirarla de nuevo, su expresión contenida, casi herida.
—Vi... ella no eligió la forma en la que se aferró a mí. Y yo... no supe decirle que no —susurró con honestidad—. Cuando era niña, necesitaba una figura, un refugio. Yo solo... quería que se sintiera a salvo, de la misma forma de la que mis padres me acogieron cuando me encontraron.
—Y lo lograste —respondió Vi sin suavizar el tono—. Pero no puedes seguir siendo su refugio si eso significa que tú no tienes derecho a encontrar el tuyo.
Viktor apretó los labios. Su mirada se dirigió a Zaun, la cortina del la tienda estaba abierta, la vista era mas amplia. Solo habían unas cuantas personas en las calles. Violet tenia razón. Aunque amara a Sky con todo su corazón, no podía dejar todo atrás solo para estar con ella. el tambien tenia responsabilidades, quería experimentar aquel amor que sus padres habían experimentado. Un suspiro se escapo de sus labios. Tal vez ese mes lejos le aria bien. Aunque ahora dudaba del cambio de emociones que experimentaba había algo que no había cambiado. El confiaba plenamente en Sky.
Chapter 24: Adios Zaun
Notes:
''Donde hay despedida sincera, hay un mundo que tiembla por dentro."
— Clarice Lispector
Chapter Text
Los pasos apresurados, órdenes entrecortadas y el rose de las cuchillas contra la tierra, arando los campos de sembrío. Era lo que se escuchaba en el pueblo. El cielo, estaba cubierto de nubes, como si no se decidía si llover o dejar pasar el día en silencio. Todo parecía moverse con urgencia, pero eso no incluía a Jayce
Dentro de su tienda, veía como sus soldados se llevaban un par de baúles y bolsas para subirlas al barco que lo esperaba. Revisaba el equipaje por tercera vez, no por necesidad, sino para tener algo entre las manos. Al empujar una de las mochilas, un objeto pequeño cayó al suelo con un leve tintinear. Se agachó, curioso, y cuando lo recogió, su pecho se tensó: era su anillo de compromiso.
Lo sostuvo unos segundos, atrapado entre el pulgar y el índice. Había olvidado que lo tenia. El metal frío no evocaba recuerdos dulces, solo una sensación extraña de peso y resignación. Lo giró en los dedos, pensativo, Ahora se sentía tan raro volver a tenerlo entre sus dedos, era igual que siempre pero ahora lo sentía un poco mas pesado. Fue entonces cuando la tela de la entrada se movió y Caitlyn entró, rápidamente cerro el puño con el anillo dentro y lo guardo en el bolsillo de su pantalón.
—Ya está todo listo— Anunció Caitlyn con un tono solemne —Los soldados están cargando las últimas cosas. En menos de una hora, partimos —agregó, acercándose a él.
Jayce se giro a ella, un poco sorprendido por la intromisión. Asintió ante las palabras de la peliazul y se volteo cerrando su bolsa de equipaje. Miro la tienda por ultima vez y aunque en un principio le había disgustado por completo ahora le causaba algo de nostalgia dejarla. Caitlyn seguía parada detrás de el lo cual extraño al moreno que volvió su atención a ella. —¿Soy tan atractivo consejera Kiramman o pq me mira tanto?— Dijo con tono irónico
Caitlyn rodo los ojos ante el comentario. —¿Está seguro de esto? —preguntó volviendo a su semblante serio —. Sobre llevar al Heraldo, digo.
Jayce cambio su sonrisa juguetona por una mas seria. No había sorpresa ni molestia en su rostro, solo una calma inusual. Había tomado una decisión. Una que, por primera vez en mucho tiempo, sentía como suya.
—¿Está preocupada consejera? o ¿Por qué pregunta?—Preguntó con tono firme, casi tranquilo—
Caitlyn tardó unos segundos en responder. Lo miró como si intentara descifrar si realmente entendía lo que estaba a punto de hacer.
—Porque no todos en Piltover serán tan... comprensivos como usted espera —dijo, con cuidado
Caitlyn entrecerró los ojos, evaluando sus palabras.
—Sabes que no van a tomarlo bien... especialmente Mel. Me han informado que no ha dejado Piltover. Sigue ahí. Y tú... —hizo una pausa— tú llevas a Viktor directo a ese mundo.
—No me importa lo que piensen —dijo él, con el tono grave de quien ya ha tenido esa pelea consigo mismo—. Mel... Piltover... los demás gobernantes. Si alguien tiene algo que decir, me lo va a tener que decir a mi.
Caitlyn frunció los labios, cruzando los brazos.
—Tú sabes cómo funciona esto, Jayce. No basta con que estés dispuesto. ¿Crees que lo van a dejar en paz? ¿Que no vayan a preguntar?
—Que lo intenten —respondió él, encogiéndose de hombros con una calma que rozaba lo desafiante—. No lo estoy llevando como rehén o símbolo. Lo llevo porque quiero. Porque creo que tiene derecho a ver lo que hay más allá de estas tierras.
La peliazul suspiró, pero esta vez fue un suspiro resignado, no combativo.
—Entonces es cierto... —murmuró—. Lo has elegido, tu si que sabes como mantener una promesa —Finalizo con un tono Irónico.
Jayce se sorprendió ante las palabras de la omega, ¿Cómo si quiera ella sabia?. claro. Esa alfa pelirosa, metiche siempre le contaba todo. Su expresión era seria, Caitlyn podía ser como su hermana pero no tenia ningún derecho de interferir con sus decisiones. Eso debía ser asunto de el. Iba a decir algo cuando un guardia apartó la tela de la tienda y se asomó.
—Majestad, Consejera Kiramman, el Heraldo está aquí. Dice que quiere hablar con ustedes.
Ambos se miraron. Jayce asintió y luego miro a Caitlyn —Luego hablamos de esto— dijo mientras ponía su mano sobre el hombro de esta a lo cual ella asintió y salió detrás de el. Solo para encontrarse con algo que no esperaban.
La calle entera estaba llena de Zaunitas. Gente de todas las edades se había reunido. Algunos alzaban la mano en señal de despedida. Otros simplemente observaban en silencio. El aire olía a flores y comida recien preparada.
Entre todos ellos, de pie, esperándolos en el centro, estaba Viktor. Traía puesto un atuendo que parecía arrancado de un relato antiguo, de esos que se susurran junto al fuego durante las noches más largas del invierno. Vestía una blusa de gasa granate, suelta pero ceñida a la cintura con mangas abullonadas las cuales caían hasta sus muñecas y un escote que dejaba notar un poco sus clavículas. Sobre un hombro llevaba un panto de tela espesa en tonos verdes oscuros con bordados de hilos dorados formando las figuras de los bordados Zaunitas, la cual era sostenida por una cinturón dorado a la cintura de este y un pantalón acampanado negro. Jayce sonrió al verlo. Viktor se encamino en dirección a ellos. Sus ojos miel mostraban una pequeña sonrisa que sus labios no mostraban.
—¿Qué es todo esto?— Dijo Jayce un poco sorprendido cuando Viktor llego hasta ellos.
Viktor alzó la mirada, observando brevemente a la multitud antes de responder.
—Querían despedirse —dijo simplemente, con voz serena—. Querían darles regalos y desearles buen viaje.
Jayce miró a su alrededor, sintiéndose abrumado por la cantidad de personas reunidas. Ni cuando él partió de Piltover por primera vez le hicieron una despedida tan grande. Era una escena de respeto genuino, no de deber. El tipo de vínculo que no se construye con leyes, sino con años de confianza.
—Me dijeron que no les gustaban las despedidas —murmuró el moreno, cruzando los brazos.
Viktor asintió
—No nos gustan. Pero también sabemos cuándo son necesarias.
—Supongo que la despedida tambien es para ti— Dijo Jayce mirándolo
Viktor desvió un poco la mirada ante el comentario
—Yo voy a regresar, aunque si supongo que tambien me extrañaran—
La respuesta del castaño hizo reaccionar un poca a Jayce el cual entrecerró un poco los ojos y asintió aun sonriendo mientras apretaba ligeramente uno de sus puños. Caitlyn los observaba de reojo, en silencio, sin intervenir. Dio un golpe con su codo contra el brazo de Jayce y luego se fue en dirección a Vi, la cual estaba junto a los demás
Una anciana del pueblo se acercó entonces. Llevaba una pequeña cesta entre las manos. Se la tendió a Viktor, quien se inclinó con respeto para recibirla. Jayce vio cómo dentro había pequeñas cintas de colores, piedras lisas con símbolos grabados, flores junto a un poco de comida para el camino.
—Te las enviamos para que no olvides quién eres, Vuelva pronto Heraldo, Zaun lo va extrañar— dijo la anciana con voz temblorosa —Y usted— miró a Jayce —Cuide bien del Heraldo
—¿Qué dijo? —preguntó Jayce en voz baja mientras la anciana se alejaba, ayudada por una de las jóvenes del pueblo.
—Que vuelva pronto. Que Zaun me va a extrañar —repitió Viktor con suavidad, aún mirando la cesta entre sus manos—. Y que tú... debes cuidar de mí.
Jayce soltó una risa breve, algo incrédula.
—¿Eso dijo? Parece que no confía demasiado en mí.
—No es eso —negó Viktor, volviéndose hacia él—. Solo quiere recordarte que no soy solo un viajero más. Que aquí hay personas que amo y cosas que aprecio... Las cuales podrían enojarse mucho si me haces algo.
—Valla y yo que creía que Zaun era el símbolo de la paz misma
—Bueno... si no quiere conocer la otra cara de Zaun, entonces no me hagas nada— Dijo Viktor de forma chistosa. Jayce sostuvo su mirada con un pequeño coqueteo. Por un segundo, pareció querer decir algo, pero las palabras no llegaron. En su lugar, simplemente asintió y dijo:
—Lo haré —prometió—. Te cuidaré.
Viktor bajó la vista, y por un instante, esa expresión calmada que tanto lo caracterizaba pareció quebrarse en una mezcla de emoción contenida. Luego, con el mismo gesto sereno de siempre, se giró hacia la multitud.
Uno a uno, algunos Zaunitas se acercaron, ofreciéndole pequeñas cosas: una bufanda tejida a mano, un colgante tallado en madera, una bolsita de hierbas para los nervios del estómago. Lo hacían en silencio, con sonrisas tristes pero esperanzadas, como quien despide a un ser querido que parte a algo importante. También le dieron muchos regalos a Jayce el cual al no poder hablar la lenguas solo sonreía y asentía nervioso. Era algo muy divertido de ver.
Una niña se acercó al final. Apenas debía tener seis años. Llevaba una corona de flores mal armada y la sostuvo con ambas manos.
—Es para ti, Heraldo —
Viktor sonrió y se inclinó de inmediato, recibiéndola como si fuera una joya. Se la puso sobre el cabello, torpemente, mientras sonreía.
—Me encanta. son muy hermosas, iguales a ti
La niña le dio un abrazo breve y luego salió corriendo entre las piernas de los adultos.
Jayce lo observó todo con una mezcla de respeto y asombro. Sabía que Viktor era querido, pero no había entendido del todo cuánto hasta ese momento. No era solo el Heraldo. Era la persona mas preciada y amada que tenían. Su faro de luz. El corazón de Zaun.
—¿Sucede algo? —preguntó Viktor sacándolo de sus pensamientos.
Jayce lo miro y negó con la cabeza
—No, No pasa nada.
Ambos caminaron en silencio hasta la playa de Zaun. El mar se abría frente a ellos, vasto y azul. A unos metros de la orilla, un gran barco de velas altas aguardaba, imponente y ajeno a la sencillez del pueblo. Jayce subió primero, ágil, acostumbrado al vaivén de las cubiertas. Viktor se detuvo un momento, observando el embarque con cierta tensión en la mandíbula.
La madera crujía al compás del oleaje. El viento traía calma, pero también algo de incertidumbre.
Fue entonces que un golpe seco en su espalda lo sacó del trance.
—¡Boo!— gritó una voz detrás de él.
Viktor se giró con los ojos muy abiertos, sorprendido. Jinx reía a carcajadas mientras lo miraba con las manos en la cintura.
—¿Te asusté, Heraldito? Venga ya, no pongas esa cara —dijo mientras le guiñaba un ojo.
—Pow...— suspiró Ekko detrás de ella, llevándose la mano a la frente. —Perdónala, está emocionada. Aunque el golpe sí fue a propósito— añadió, dirigiendo a Viktor una sonrisa algo culpable.
El Heraldo se echó a reír suavemente, sacudiendo la cabeza.
—Está bien, me hacía falta algo que me trajera de vuelta a tierra.
—Pues prepárate, pues pronto estaremos en el mar— canturreó Jinx, dando un salto y corriendo hacia la tabla que conectaba la arena con el barco—. ¡Aventura, allá vooooy!
Ekko pasó junto a Viktor, dándole una leve palmada en el hombro.
—La cuidaré, lo prometo —le dijo con un tono más bajo y sincero, antes de seguirla a bordo.
Viktor los observó subir. Verlos tan llenos de vida, tan seguros incluso en lo incierto, le transmitió una fuerza inesperada. Asintió para sí mismo, respirando hondo.
Entonces oyó su nombre.
Jayce se había girado desde la cubierta del barco. Lo llamaba con una media sonrisa, la mano extendida hacia él.
—¿Vienes?
El Heraldo lo miró por un momento. La sonrisa de Jayce era tan encantadora como siempre, segura, luminosa, cargada de esa confianza natural que a veces le molestaba. Había algo en ella que le hacía querer apartar la mirada... y al mismo tiempo no hacerlo.
Sus ojos bajaron hacia la mano extendida. Dudó apenas un instante, y entonces la tomó con cuidado.
Jayce cerró los dedos alrededor de los suyos y, con un leve tirón, lo atrajo hacia sí con facilidad.
Por un segundo, Viktor sintió cómo el suelo se movía bajo sus pies, y no era solo por la cercanía del mar.
El viento sopló suave. Las velas del barco crujieron, ansiosas por partir. Dio un paso firme sobre la cubierta y entonces, algo en lo profundo de su pecho se agitó.
Una sensación tibia, vibrante...
O un presagio. Pero no podía distinguir si este era bueno o malo.
Chapter 25: Extenso Mar
Notes:
"El exilio no es vivir en otro lugar, sino vivir en otro tiempo."
—Juan José Saer
Chapter Text
El mar se extendía oscuro y profundo bajo la noche estrellada. El barco avanzaba cortando las olas con lentitud, meciéndose con una cadencia irregular que hacía crujir la madera bajo sus pies. No había voces ni risas. Solo el viento gélido que rozaba las velas y el murmullo constante del agua golpeando el barco.
El trayecto había sido más largo de lo esperado. Habían pasado alrededor de dos días viajando, cruzaron bancos de niebla, cielos grises, y zonas de mar agitado donde el barco se tambaleaba de forma voraz. Incluso Jinx, emocionada al principio, había optado por pasar gran parte del viaje bajo cubierta y solo saliendo a la superficie cuando todo estaba en calma. Ekko prefería mantenerse al margen, mientras que Caitlyn y Jayce discutían diferentes temas en la oficina.
Eran pasada la medianoche. Una luna delgada colgaba en lo alto, recortada entre nubes dispersas. La cubierta del barco crujía bajo el viento salado, y entre las sombras, una figura solitaria caminaba envuelta en una bufanda gruesa, larga, de color azul oscuro. Viktor.
El Heraldo no podía dormir. El frío marino era una sensación completamente nueva, punzante, distinta a los vientos frescos y el clima amistoso Zaun. Caminaba con los brazos cruzados, frotando los dedos entre sí, mientras su mirada se perdía entre las estrellas. Estas parecían más lejanas y diferentes a las que el veía en Zaun, incluso podía decir que la luna era distinta.
Viktor se apoyó contra el pasamanos de la cubierta, cerrando los ojos por un momento. Podía escuchar el retumbar sordo del mar, el chasquido ocasional de la madera al acomodarse con cada oleaje. Pero en su interior, retumbaba algo más sutil: un presentimiento.
Sus dedos jugueteaban de forma distraída con el borde de la bufanda, una que no era originalmente suya, sino de su madre. Quien se la habia dado antes de morir, tejida con hilos gruesos y manos temblorosas. Con los años, se convirtió en una especie de armadura emocional, algo que llevaba consigo en los momentos de duda.
Un recuerdo cruzó su mente sin permiso: su madre cantando en voz baja mientras bordaba sentada sobre una almohada con Viktor recostado entre sus piernas. Afuera llovía, y las gotas suaves chocando contra el césped formaban una melodía que se entrelazaba con su voz. Su padre, a poca distancia, revisaba unos pergaminos con diagramas de plantas medicinales, ajeno al mundo exterior. Por un instante, creyó escuchar sus voces, cálidas y vivas. Pero fue solo el viento. Abrió los ojos de golpe y sacudió la cabeza.
—¿Tampoco puedes dormir?
La voz lo sacó de sus pensamientos. Al girar el rostro, una luz tenue lo iluminó. Era Ekko, con un pequeño farol en mano. Iba sin chaqueta, el cabello revuelto por el viento marino. Tenía una expresión suave, de esas que rara vez mostraba.
—Creo que estamos en la misma situación... —respondió Viktor, ajustando la bufanda a su cuerpo
—Jinx se acaba de quedar dormida —añadió Ekko con una sonrisa cansada—. A sí que decidí subir a respirar un poco.
Viktor asintió, con una sonrisa apenas visible.
—Tampoco puedo dormir —admitió—. El sonido del mar es... más fuerte de lo que esperaba. Incluso el mar es diferente al mar que rodea Zaun.
—Es como si el mundo se hiciera más grande de pronto, ¿no? —Ekko apoyó los codos en la barandilla, mirando el cielo—. Si, es raro, nisiquiera llegamos a Piltover y y ya siento que todo es distinto...
Viktor no respondió de inmediato. Solo lo observó de perfil, reconociendo la honestidad en su voz.
—¿Estás nervioso? —preguntó al final.
—Un poco. No por mí, la verdad. Me preocupa mas usted— La rspuesta dejo un poco sorprendido a Viktor. —Usted es el mas podria salir afectado...
Una sonrisa se escapo de sus labios ante la respuesta.
—No estoy solo —dijo Viktor, bajando la vista al mar oscuro—. Ustedes van conmigo y eso me consuela...
—Pero aun así, algo le preocupa ¿no?
Viktor lo miró por un momento, Ekko siempre habia sido un chico muy reservado que solo se abria ante las personas de confianza, muy protector y aveces impulsivo, pero no penso que fuera tan bueno para leer la situación o incluso a las personas. Eso era un don digno de admirar.
—Bueno, yo...
Viktor no termino de hablar, pues el reuido de una puerta abriendose, lo interrumpio. De ahí se empezaron a escuchar risas las cuales provenientes de la oficina principal del barco. Entre risas apagadas, Caitlyn y Jayce salieron de la oficina. Caminaban hombro a hombro, relajados.
Jayce detuvo la risa en cuanto vio a Viktor y Ekko juntos, en silencio bajo la luna. Sus ojos se endurecieron levemente. Avanzó con paso firme hacia ellos.
—¿Qué hacen despiertos?— preguntó, dirigiendo la pregunta más a Viktor que a Ekko.
Viktor se giró hacia él.
—No podía dormir. El frío es... nuevo para mí.
Jayce lo miró un momento. Luego suspiró con suavidad y extendió su mano pasandola por la espalda de viktor.
—Es mejor que vayas abajo Viktor. Si tienes frio, no tiene sentido que estés aquí arriba
Viktor dudó un momento, luego asintió. Miró a Ekko por última vez y este le respondió con una pequeña sonrisa.
—Descanse, Heraldo y... Señor Talis.
El castaño asintio y camino hacia las escaleras bajas del barco, seguido por Jayce. Caitlyn los observó por unos segundos, luego se volvió también hacia la escalera. Solo Ekko se quedó, apoyado contra el borde de la barandilla, observando el cielo salpicado de estrellas.
[...]
El cielo estaba despejado esa mañana, teñido de un azul profundo que se reflejaba sobre el mar aún agitado por la marea. Las gaviotas sobrevolaban el muelle con graznidos ansiosos, luego de 5 días viajando habían llegado a Piltover. El gran embarque arribo en el puerto principal de Piltover. Las escaleras crujieron bajo los pasos de Viktor mientras subía lentamente hacia la superficie del barco. Detrás de él, Jinx saltaba peldaño por peldaño, tarareando algo, y Ekko subía en silencio.
Al salir a la cubierta, los tres se detuvieron en seco.
Frente a ellos, más allá del muelle, se extendía una ciudad completamente distinta a todo lo que conocían. Piltover.
Edificios altos de piedra blanca y cristal, con ventanas brillantes y tejados dorados, se alzaban hacia el cielo como montañas. Faroles colgaban de postes de metal, y las calles estaban limpias, pavimentadas, ordenadas. Todo parecía estar hecho con precisión, como una máquina en movimiento.
Jinx fue la primera en reaccionar.
—¡Woaaah! —Jinx exclamó al instante, corriendo hacia la baranda para ver mejor—. ¿Están Viendo? ¡Todo está brillando! ¡Y mira eso, es enorme! ¡Y hay estatuas! ¿Y esas cosas flotan?—gritó, empujando a Viktor por la espalda para que avanzara.
Ekko se detuvo a su lado, los labios entreabiertos. No decía nada, pero su mirada hablaba por él: nunca en su vida había visto algo así. Todo era increíble... ni siquiera las historias que los llegados a Zaun podían compararse con la realidad.
Viktor no decía nada. Apenas si respiraba. El contraste era casi brutal. Zaun era cálida, sin bulla, natural en cambio Piltover parecía hecha de mármol y Oro. Imponente. Intimidante. Su mirada bajo hacia las personas que esperaban en el muelle. había docenas de personas, tal vez hasta mas. Llevaban banderas de Piltover, algunas ondeando con el viento, otras firmemente sostenidas por manos vestidas con ropas elegante. Había soldados alineados en ambos lados para controlar a la multitud.
Jayce fue el primero en bajar del barco. Llevaba su abrigo largo ondeando con el viento, y la postura segura de alguien que conocía ese terreno. Caitlyn se detuvo a unos pasos de las escaleras dando una señal con su mano para que los Zaunitas bajaran primero.
—Bienvenidos a Piltover —dijo, con una sonrisa tranquila—. Pueden bajar, los están esperando.
Jinx quería ser la primera en bajar pero Ekko la sostenía, para que Viktor pudiera ir primero. El omega dio un paso hacia adelante, bajando los escalones de madera uno por uno. Al tocar tierra firme, casi sintió que el suelo temblaba bajo él. No era por las olas del mar, sino por el impacto de estar frente a algo tan nuevo, tan distinto.
Las personas inclinaban su cabeza ante la presencia del emperador, pero cuando este se detuvo a recibir a Viktor, muchas miradas se dirigieron a el, muchos susurraban entre ellos, era mas que obvio que el omega no era de ahí, su porte y sus ropas, lo delataban. Viktor apretó la bufanda que lo rodeaba. Cuando Jayce caminó hacia el grupo de soldados que lo esperaba, estos hicieron una reverencia mas formal al verlo.
—¿Todos hacen eso aquí? —preguntó Jinx en voz baja, levantando una ceja.
—Es su gobernante—respondió Ekko, encogiéndose de hombros—. Supongo que sí.
Viktor no dijo nada. Solo miraba a su alrededor, Iba junto a Jayce pero de vez en cuando se volteaba para verificar que jinx y Ekko estuvieran ahí.
Un elegante automóvil negro, largo y decorado con detalles dorados, estaba estacionado justo frente al puerto. Un hombre, bien uniformado con guantes blancos, se bajo del auto y abrió la puerta trasera y se quedó esperando en posición formal.
Jayce caminó hacia el vehículo y, antes de entrar, se giró hacia Viktor.
—Heraldo, porfavor suba— Dijo, extendiendo una mano.
Viktor se quedó inmóvil por un segundo. Su mirada se posó en el auto, y luego en Jayce. Nunca había visto algo así. La estructura brillante, las ruedas grandes, los asientos forrados con cuero oscuro, ni en sus mas grandes sueños habría pensando que existiera algo así.
—¿Qué... es esto? —preguntó casi en un susurro.
—Un auto— respondió Jayce, con una media sonrisa—. Te vas a acostumbrar rápido. Ven.
Jinx se adelantó rápidamente y tomó la mano de Viktor.
—¡Yo quiero ir también! ¿Puedo? ¡Vamos juntos!
Pero antes de que pudiera dar otro paso, Caitlyn la detuvo con suavidad, apoyando una mano en su hombro.
—Jinx, ustedes van a ir en otro auto, conmigo. Este es solo para el emperador y su Heraldo.
—¿Qué? ¡Ay, vamos! —protestó la peliazul haciendo un puchero.
Ekko no dijo nada, solo miró a Viktor con una expresión que mezclaba algo de duda y seriedad. Viktor bajó la mirada hacia la mano de Jinx por un instante.
—Vamos, recuerda que no es nuestra reino Pow. Quédate con Ekko.
Dijo Viktor con suavidad para luego soltar la mano de la omega, Powder bufo y asintió a regañadientes. Después, tomó la mano de Jayce. Sus dedos temblaban un poco, pero el alfa lo sostuvo con firmeza.
—Vamos —dijo el moreno, ayudándolo a entrar.
Jinx se cruzó de brazos mientras los veía subir.
—Bah. Igual esa cosa seguro ni va tan rápido —bufó, aunque una sonrisa le curvaba los labios.
Caitlyn soltó una risa suave.
—No te preocupes, el nuestro también es elegante.
Los soldados cerraron la puerta tras Viktor y Jayce. El motor rugió con un zumbido suave y el auto arrancó, alejándose del puerto en dirección al centro de la ciudad.
Ekko observó el vehículo perderse entre los edificios imponentes, mientras Jinx seguía hablando sin parar sobre lo que quería ver primero.
Pero él se quedó en silencio, con la mirada fija en la avenida. El llamado de Jinx lo saco de sus pensamientos, suspiro pesadamente para luego sonreir, al ver lo mucho que ella se habia eljado en tan pocos segundos. Subio en el auto que los esperaba junto a la peliazul y se encaminarón en dirección a donde iba el primer auto.
El palacio real.
Chapter 26: Piltover
Notes:
"La grandeza sin compasión es solo una arquitectura del miedo."
—Friedrich Nietzsche
Chapter Text
El vehículo negro avanzó por las avenidas de Piltover como una sombra majestuosa. A ambos lados del camino, ciudadanos bien vestidos se detenían para observar el paso del auto imperial. Algunos inclinaban la cabeza. Otros simplemente se apartaban en silencio. No había vítores, ni aplausos, pero la solemnidad del ambiente lo decía todo: el emperador había regresado.
Viktor observaba desde la ventanilla en silencio, sin pronunciar palabra. No podía apartar los ojos del paisaje urbano. Había algo casi irreal en todo aquello. Calles sin tierra, edificios que parecían tocar el cielo, estatuas imponentes, fuentes enormes. Nada era improvisado. Todo tenía forma, simetría... poder.
—¿Te sucede algo?— Pregunto Viktor al sentir como las feromonas de Jayce se liberaban, densas y cargadas de amargura. —Tus feromonas... están activas— murmuró sin dejar de observarlo.
—Estoy bien— Dijo mirándolo, mientras tomaba su mano —Solo estoy cansado por el viaje— Termino de decir para acercar la mano de Viktor a sus labios y dejar un pequeño beso sobre sus nudillos.
Viktor desvió la mirada, pero no retiró su mano.
Finalmente, el auto giró por una gran avenida y el palacio apareció ante sus ojos. No era como lo había imaginado. Era más grande, más brillante. Una estructura de torres blancas y doradas, rodeada por jardines, fuentes y caminos pavimentados con piedra blanca pulida. En la entrada principal, una formación de soldados imperiales esperaba en formación, con estandartes ondeando al viento. Detrás de ellos, se alineaban varios sirvientes, todos de pie, firmes, esperando.
El vehículo se detuvo justo frente a la gran escalera de mármol. Uno de los sirvientes se acercó y abrió la puerta del auto.
Jayce fue el primero en bajar. Su sola presencia hizo que todos los soldados enderezaran la postura aún más, y acto seguido, gritaron al unísono:
—¡Bienvenido su majestad!
Viktor dio un pequeño respingo dentro del vehículo, sorprendido ante el estallido de voces. Jayce, sin embargo, mantuvo el porte firme, acostumbrado a esa clase de recibimientos. Dio un paso al costado y extendió la mano hacia el interior del auto.
—Ven, vamos—dijo con una voz baja solo para el castaño.
Viktor asintió con suavidad y tomó su mano, saliendo con cuidado. El aire en la explanada era distinto, más seco, perfumado. Cientos de ojos se posaron en él. Y aunque nadie hablaba, era claro que todos lo observaban con una mezcla de curiosidad y análisis.
Su mirada subió hacia el palacio: columnas de mármol, estatuas doradas, vitrales azules que contaban historias de imperios pasados. Todo era majestuoso... intimidante.
Un segundo vehículo llegó poco después. Del otro lado del patio, otro sirviente repitió el gesto y abrió la puerta trasera.
—Bienvenidos al Palacio Imperial— dijo con voz solemne, extendiendo la mano para asistir a la general Kiramman. Pero en lugar de Caitlyn, quien salió primero fue Jinx.
La joven se quedó mirando la mano del sirviente con una ceja levantada —¿Me estas saludando o me vas a dar algo?— Dijo para luego con una sonrisa traviesa, chocar su palma con fuerza contra la de él —¡Pum! — soltó divertida.
El pobre hombre no supo cómo reaccionar.
Ekko salió rápidamente, pidiendo disculpas por la acción de la peliazul. Por ultimo salió Caitlyn, que sí tomó la mano ofrecida con elegancia. Ajustó su uniforme, dio una leve inclinación de cabeza al sirviente que la asistió y luego avanzó con paso firme hacia donde se encontraban Jayce y Viktor. Ekko la siguió con algo más de soltura, aunque con la mirada atenta, como si estuviera preparado para atrapar a Jinx en cualquier momento... lo cual no tardó en hacerse necesario.
—¡¿Vieron esa fuente?! ¡Tiene peces dorados! ¿¡Son de verdad!? ¡Apuesto que sí!— exclamó la peliazul mientras ya se dirigía, sin freno alguno, hacia la gran fuente central del patio.
—Powder, no... no, ¡Jinx, no!— masculló Ekko corriendo tras ella, atrapándola por la cintura justo cuando se impulsaba para subirse al borde de mármol.
La escena fue interrumpida por un paso firme.
—Emperador Jayce. Bienvenido
El comandante Marcus se acercó con su uniforme perfectamente planchado. Se cuadró frente a Jayce y hizo una reverencia la cual fue imitada por el resto de la tropa que lo seguía, quienes gritaron al unisonó:
—¡Honor al emperador!
El sonido fue tan fuerte que Viktor dio un paso atrás, sobresaltado. No esperaba que gritaran nuevamente. Su mirada pasó de los soldados a Jayce, el cual no volvió a reaccionar.
Jayce apenas asintió, los ojos barriendo el área como si buscara algo —o a alguien— entre la multitud. Cuando confirmó que esa presencia no estaba allí, soltó una exhalación imperceptible y relajó los hombros apenas.
—Comandante Marcus— respondió con tono formal —Gusto en verlo nuevamente
El comandante asintió y luego se poso su mirada la su general. Caitlyn Kiramman.
—¡Saludos General Kiramman!
Volvieron a gritar todos los soldados. Viktor ya le dolía la cabeza.
Tras él apareció un hombre mayor, de cabello canoso bien peinado hacia atrás, uniformado con los colores de la familia imperial y un bastón que parecía no necesitar pero sujetaba con elegancia. —Su Excelencia, Emperador Jayce —dijo con una voz pulida— Bienvenido de regreso, es una alegría tenerlo nuevamente en Piltover. Se nos informó que habría invitados especiales de visita.
Jayce asintió, dando un paso al frente mientras tomaba a Viktor del brazo con delicadeza, colocándolo a su lado.
—Permítame presentarle a—
Pero no pudo terminar.
—¡Heraldooo! —gritó una voz detrás de ellos.
Viktor apenas tuvo tiempo de girarse antes de que Jinx se lanzara sobre él, abrazándolo con fuerza por la cintura.
—¡Mira esto, esto es como un cuento! ¿viste la fuente? ¡Tiene peces dorados! ¿Podemos tener una así en Zaun? ¿¡Podemos!?— exclamó riendo, apretándolo con cariño.
Ekko llegó justo detrás de ella, con una expresión de rendición total.
—Lo siento... no pude detenerla.
El beta alzó ligeramente una ceja ante la escena, pero no dijo nada. Solo miró a Jayce, esperando.
El emperador entrecerró los ojos, exhaló lentamente, y luego miró a Viktor con una media sonrisa resignada.
—El gobernante de Zaun —dijo con voz firme—. Nuestro invitado de honor.
Dereck lo observó con más detalle, e hizo una inclinación cortés. Viktor quería quería corregir el nombre de ''gobernante'' pero las palabras dl mayordomo llegaron antes.
—Su majestad, es un honor. Me presento, me llamo Dereck. Mayordomo principal del palacio Imperial— Anuncio para luego hacer una reverencia —Me encargare de que su hospedaje en palacio sea agradable, y la de sus... compañeros— Dijo mirando a Jinx y Ekko de reojo
Ekko logro hacer que la peliazul se soltara de el y Viktor imito la misma acción del mayordomo con el mismo respeto y elegancia. —Muchas gracias por su cortesía— Dijo Viktor. La mayoría de la servidumbre incluyendo el anciano de lentes se quedo paralizado. Era raro que alguien de la realeza, se inclinara ante un sirviente y aun mas agradeciera tan cortésmente. Algunos susurraron entre si y otros solo se miraron, oh en el reino de Zaun eran muy corteses o quizás aquel omega, no pertenecía a ninguna corte real.
Dereck solo lo miro y se giro para poder caminar directo al palacio. Los 5 presentes lo siguieron hasta llegar dentro del palacio, si el exterior del palacio ya era asombroso, el interior lo fue aun mas. El grupo cruzó las grandes puertas del palacio, y de inmediato se encontraron dentro de la sala principal. Un espacio colosal los envolvió: techos altísimos sostenidos por columnas de mármol blanco, candelabros flotantes que titilaban como estrellas en miniatura, y un suelo de ónix pulido donde se reflejaban sus siluetas como si estuvieran parados sobre aguas cristalinas.
Viktor se detuvo un momento al cruzar el umbral. Sus ojos miel captaban cada detalle con precisión casi dolorosa: las vetas doradas incrustadas en el mármol, los mosaicos que narraban batallas antiguas, la forma en que la luz del sol se filtraba por vitrales que coloreaban el aire como si el mismísimo cielo hubiera sido domado por la arquitectura. Era abrumador. Hermoso. Artificial.
—Bienvenidos al Palacio Imperial— anunció Dereck, con la voz firme pero cordial —Su majestad el Emperador dispuso que tengan un breve recorrido por el Palacio Imperial antes de instalarse. También aprovecharé para ofrecerles un contexto sobre la historia del lugar, si me lo permiten.
Jayce dio un paso al frente, dispuesto a acompañarlos, pero antes de que Dereck comenzara, un hombre de traje marrón y blanco se acercó con paso apurado. Se trataba de uno de los secretarios del emperador. Se detuvo frente a Caitlyn y le susurró algo con rapidez y formalidad. Ella asintió con gesto serio y se giró hacia el grupo.
—Disculpen, pero su majestad debe atender unos documentos con carácter urgente. No podrá unirse a nosotros en el recorrido —anunció con profesionalismo.
Jayce frunció el ceño y se adelantó un paso, dispuesto a protestar.
—Puede esperar, esto no tomará tanto tiempo...
Pero Caitlyn se acercó a él, apoyó una mano sobre su brazo y le susurró algo al oído. Nadie escuchó las palabras, pero el efecto fue inmediato: el rostro de Jayce se tornó grave. Asintió lentamente.
—Bien... —murmuró, luego miró a Caitlyn y dijo en voz baja— Quédate con ellos. Cuida de Viktor.
Caitlyn simplemente asintió con la cabeza. Jayce rozó la espalda de Viktor con la yema de sus dedos al pasar, en un gesto discreto pero cargado de intimidad, y luego se alejó junto al secretario, en dirección a un pasillo lateral.
Viktor lo siguió con la mirada hasta que desapareció al girar por el pasillo. No dijo nada.
—Bien— dijo Dereck, aclarando su garganta —Prosigamos...
El grupo se puso en marcha, siguiendo al beta por los pasillos revestidos de mármol y tapices. Mientras avanzaban, Dereck comenzó su relato:
—El Palacio Imperial se construyó hace 500 años atrás, por la primera emperatriz de Piltover. Odeliah Talis II. sobre los cimientos de un antiguo castillo que pertenecía a los antiguos gobernantes de estas tierras. Su arquitectura combina diseño Moderno con la estética clásica Piltoviana— Explicaba Dereck sin perder la vista del camino —Por aquí encontraremos la bibloteca principal y a su costado la sala de descanso y recreación. El palacio consiste de 4 alas nombradas según la brújula. El Ala norte, donde residen los invitados. El Ala norte, especialmente reservada para el emperador, El ala este, en donde estan todas las salas diplomáticas y el oeste que es donde se encuentra el gran salón.
—¿Y cuántos jardines tienen? —preguntó Jinx con los ojos muy abiertos.
—Ocho en total— respondió Dereck sin inmutarse—. Incluyendo los dos jardines privados del rey.
—¿Hay animales? —insistió Jinx.
—Tenemos diferentes, venados, aves y algunos conejos en los alrededores—añadió con una leve sonrisa—.
—¿Y hay alguna habitación secreta? ¿Pasadizos ocultos? ¿prisiones con esqueletos o cuartos de tortura? —interrumpió Jinx, caminando de espaldas y agitando los brazos con entusiasmo, mientras sus ojos recorrían techos, paredes y alfombras en busca de pistas invisibles.
Ekko soltó una risa baja, negando con la cabeza, y Dereck, con admirable paciencia, respondió:
—Hay pasajes de servicio y túneles de escape, como en cualquier estructura imperial de esta magnitud. Pero no, señorita, tenemos cárceles pero no con esqueletos o tmp cuartos de tortura.. O al menos, no que yo sepa.
—¡Oh! Qué desperdicio —se quejó la peliazul, cruzándose de brazos con fingida decepción.
Viktor, por su parte, no prestaba demasiada atención a los intercambios. Sus ojos seguían cautivados por la arquitectura del lugar, todo era tan grande y luminoso, en todos los cuadros que veía solo mostraban guerras vencidas, con enemigos muertos o apuñalados con espadas. Podía haber un montón de riquezas y cosas impresionantes. Pero todo seguía siendo intimidante, no daba paz o seguridad... o bueno no para el.
El recorrido siguió de manera normal. hasta llegar a una zona llena de estatuas y retratos de gobernantes pasados, todos tenían la misma expresión seria, empuñando una espada como un objeto sagrado. Viktor evitaba mirarlos. No fue hasta llegar al penúltimo retrato que Viktor detuvo sus andar. El marco típico dorado mostraba la ilustración de una mujer, de porte elegante con un vestido color blanco y una banda roja con algunas medallas, el cabello recogido y una sonrisa tranquila y apaciguada, a diferencia de los otros retratos, ella no llevaba una espalda, mas bien sus manos se encontraban cruzadas sobre su regazo en donde brillaba un anillo de diamante con la insignia de la familia Talis.
—La anterior emperatriz de Piltover, Ximena Talis —dijo Caitlyn, con voz baja, acercándose a donde Viktor se había detenido—. La madre de Jayce.
Viktor no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el retrato. Era muy hermosa. Había algo atrayente en su mirada, que le era familiar, no por haberla conocido, sino por lo que evocaba: una calma envidiable y una dulzura peligrosa.
—Parece... diferente a los demás —murmuró Viktor finalmente—. No tiene espada, ni armadura. o guerra a su alrededor.
—Ximena fue una emperatriz de paz —explicó Caitlyn con cierta nostalgia—. Su gobierno fue breve pero significativo. Se dice que durante su reinado, Piltover vivió una de las épocas más prósperas y menos militarizadas en siglos. Pero su idealismo no era del agrado de todos. Murió joven, cuando Jayce tenia 13 años.
—¿Por qué que falleció?
—Una enfermedad... Piltover estuvo de luto por meses debido a su fallecimiento. Fue una emperatriz muy querida.
Viktor la miró de reojo. Solo se quedo viendo la pintura y no pregunto mas. Al parecer no solo al reino le había dolido la perdida de la difunta emperatriz.
Dereck se aclaró la garganta, llamando su atención.
—Si me permiten, podemos continuar. Aún queda mucho por ver —anunció con una sonrisa cordial, aunque sus ojos se movieron discretamente hacia Caitlyn, evaluando si debía decir algo más. Ella asintió con la cabeza, dándole paso.
Continuaron avanzando por una galería decorada con vitrales que dejaban pasar la luz del sol en fragmentos de color. Las sombras bailaban sobre las alfombras, y Jinx, fascinada, comenzó a saltar entre los retazos de luz como si fueran piedras en un río.
—¡Cuéntenme, Dereck! —gritó la peliazul desde el fondo— ¿Cuántas habitaciones tiene este lugar? ¿Tienes una o dos camas? ¿Hay alguna con una fuente de agua como la de afuera? ¿O hay alguna con espadas y cuchillos? ¿Puedo elegir una con vista a la ciudad?
Dereck dejó escapar una suspiro breve, como quien ya ha lidiado con demasiados nobles caprichosos como para que algo lo sorprenda. Pero esa chica, era definitivamente la excepción.
—El palacio cuenta con mas de decientas habitaciones, señorita. No todas están en uso, claro está. Las habitaciones que se les han asignado están en el ala norte, con vista directa a los jardines imperiales. Son de las más cómodas, por orden del emperador y no, ninguna tiene espadas o fuente de agua.
—¡Una para mí sola! —exclamó Jinx, girando sobre sí misma de emoción— ¡Al fin no voy a tener que compartir con Ekko o Vi! ¿Sabes cuántas veces roncas al dormir?
—¿Sabes cuántas veces hablas dormida y te levantas para echarte sobre mi?— replicó Ekko.
Finalmente, Dereck se detuvo frente a una gran puerta de madera pulida. Giró el picaporte de bronce con el emblema de un engranaje dorado y abrió, revelando una habitación amplia y luminosa.
—Esta es la suya, señor Viktor —dijo, dando un paso al lado para dejarlo pasar.
Viktor cruzó el umbral y se detuvo al instante.
El lugar era deslumbrante. El techo era alto, sostenido por vigas de madera tallada. Las cortinas de terciopelo color carmesí contrastaban con los tonos claros de las paredes. Un escritorio de mármol blanco se encontraba junto a una estantería repleta de libros. y en el centro una cama inmensa con muchas almohadas. Pero lo que verdaderamente lo dejó sin aliento fue la vista.
Más allá del ventanal, se extendía un jardín exuberante. Un mar de flores, árboles exóticos y senderos de piedra blanca rodeaban una fuente central que parecía flotar sobre una plataforma de cristal. La brisa movía las hojas suavemente, y el sonido del agua creaba una melodía hipnótica.
Se parecía un poco a Zaun, si no fuera pq había algunos quioscos y una que otra estatua de piedra. Viktor tragó saliva. No estaba acostumbrado a tanta... belleza. No en el sentido de naturaleza, sino en el sentido material. Le resultaba alienígena y algo Incómoda.
—Puede comenzar a instalarse —dijo Dereck amablemente—. Dentro de poco, las doncellas asignadas vendrán a asistirle con lo que necesite. Esta noche habrá una cena formal en el salón de honor. Es tradición presentar a los invitados distinguidos ante las casas nobles distinguidas de Piltover. Su asistencia es esperada.
—Gracias... —murmuró Viktor, aún sin moverse del todo—. Esto... lo aprecio mucho.
Dereck solo asintió ante la respuesta para luego con una leve inclinación cerrar la puerta y seguir guiando a los dos restantes hacia sus respectivas habitaciones. Powder seguía haciendo preguntas sobre si había visto fantasmas en los pasillos, mientras que corría de un lugar a otro, tratando de abrir cada puerta que encontraban en el camino.
Viktor se quedó solo en esa gran habitación. Caminó hasta la ventana y posó una mano sobre el cristal, siguió el paseo de su mano, hasta llegar a las manijas doradas de la puerta del balcón la cual abrió, el aire fresco y el canto lejano de las aves le ofrecieron algo que no esperaba encontrar en ese lugar: un pequeño respiro.
Y en su pecho, por debajo de la coraza mental que había traído desde Zaun, algo se aflojaba.
No estaba en casa. Pero tampoco estaba en peligro.
Y por ahora... eso bastaba.
Chapter 27: La cena
Notes:
"Nada es más difícil de soportar que una serie de días hermosos."
— Johann Wolfgang von Goethe
Chapter Text
Pronto la tarde llegó a Piltover, y la ciudad que antes brillaba con la luz del sol ahora resplandecía por las luces artificiales que adornaban calles, torres y avenidas. Desde la ventana de su habitación, Viktor contemplaba el jardín en silencio. Estaba sentado sobre la gran cama, sin moverse, apenas pestañeando. Todo a su alrededor le resultaba... excesivo.
Unas horas antes, unos guardias le habían dejado sus maletas. Aprovechó ese tiempo para acomodar sus frascos, plantas secas y pequeños instrumentos médicos sobre una estantería cercana. Aun así, no podía sacudirse la sensación de incomodidad. Esa habitación era al menos el doble de grande que toda su tienda en Zaun. Los techos eran altos, las paredes decoradas con molduras doradas, y la cama tenía más almohadas de las que podría necesitar en una semana entera.
El silencio se le hacía pesado. Se preguntaba cómo estarían todos en Zaun... Como estarían todos ahí, como lo estaría manejando Sky, si tenia problemas o no. La vida como heraldo no era sencillo.. además sky solo contaba con las medicinas naturales para atender a todos. Su mente se inundo de diferentes pensamientos pero estos se detuvieron al escuchar unos suaves golpes tras la puerta, que lo devolvieron a Piltover.
—¿Majestad? ¿Podemos pasar? —se oyó una voz femenina, seguida de otras dos más tímidas.
Viktor se levantó de la cama de inmediato, alisándose un poco la ropa.
—Sí, claro... adelante —respondió, aún algo tenso.
La puerta se abrió y tres jóvenes mujeres entraron. Todas llevaban el uniforme tradicional de las sirvientas del palacio: faldas vestidos negros con mandiles blancos impecables y coletas bien recogidas. Cada una se presentó con una leve reverencia.
—Somos las encargadas de su cuidado durante su estancia aquí, señor Viktor —dijo la primera con una sonrisa educada, de nombre Maddie.
—Esperamos que esté cómodo —añadió otra llamada Margo, con una voz suave
Viktor les devolvió la reverencia, algo torpe, pero sincera.
—Gracias... son muy amables —murmuró.
Las tres se miraron entre ellas, y luego soltaron una risita ligera, nunca les habían hecho una reverencia pero la forma en la que lo hizo, les dio mucha gracia, como si hubieran visto a un niño hacer una reverencia por primera vez.
—Venimos a ayudarlo a prepararse para la cena de esta noche— dijo la tercera, más animada, Ren. —La cena junto al emperador es un evento importante.
—Oh, no se preocupen —dijo Viktor, alzando ligeramente una ceja—. Ya planeaba usar una de mis túnicas.
Señaló el pequeño armario de madera al otro lado de la habitación, donde había guardado su ropa ya doblada. Las chicas se miraron
—¿Una de sus túnicas?
—Si, tengo una que es de color azul que las abuelas me hicieron antes de viajar, es muy bonita y elegante— Dijo mientras abría el armario y sacaba aquella túnica. Las chicas se volvieron a mirar nerviosas. Una de ellas, Margo. Lo miró intentando disimular su mejor sonrisa
—Disculpe... majestad, pero creo que no debería usar eso— Esa respuesta hizo sorprender a Viktor —La cena con la nobleza y el sobre todo el emperador, es algo muy importante. Sería mejor que usará algo mas... correcto, como lo que solemos usar aquí.
Viktor no sabía que responder, no pensó en eso cuando viajó.
—Oh...claro, algo de aquí... pero a decir verdad, no tengo alguna prenda que sea del estilo... Piltoviano, creo.
Las chicas se miraron, otra vez. La situación o era solo incomoda para el omega.
—No se preocupe por eso. Pero...¿Acaso no a visto su armario? —preguntó Ren
—¿hay otro? —preguntó Viktor, genuinamente confundido.
Sin decir más, Margo caminó hacia una pared al fondo de la habitación. Había una puerta que Viktor no había notado, ya que tenía exactamente el mismo tono blanco marfil y la misma moldura que las paredes. Al abrirla, la luz cálida del interior iluminó una estancia que lo dejó sin palabras.
Decenas de trajes, capas, camisas, pañuelos y joyas colgaban perfectamente ordenadas. Los colores iban del azul más profundo al dorado brillante. Había telas bordadas, tejidos ligeros y hasta zapatos combinados por tonos. Viktor dio un paso al frente, cautivado. Todo se veía tan lujoso, tan cuidado... tan ajeno.
—¿Todo esto es... para mí? —preguntó con voz baja.
—Así es— respondió Maddie —El emperador nos encargo de que su habitación estuviera completamente equipada.
Antes de que pudiera decir algo más, Margo abrió una segunda puerta, esta vez en una esquina del vestidor. —Y tmb está esto—
El cuarto de baño era incluso más impresionante. Una gran bañera de mármol blanco con grifos dorados ocupaba el centro, rodeada de velas aromáticas encendidas, jabones de colores y toallas suaves apiladas.
—Debemos bañarlo, su gracia— dijo Ren con una leve sonrisa, ya arremangándose — Tiene que verse presentable para la cena.
—¿Bañar...me? —repitió Viktor, abriendo mucho los ojos. Dio un paso atrás, algo alarmado —No se preocupen, puedo hacerlo solo.
Las chicas se rieron, sin burla, solo con simpatía.
—No se preocupe, su gracia. No vamos a incomodarlo —dijo una de ellas—. Solo estamos para asistirlo. Nada más.
Viktor suspiró, derrotado por la amabilidad insistente. Asintió con resignación y dejó que lo guiaran hasta el biombo blanco, Viktor se desvistió y luego rápidamente se coloco una toalla sobre sus hombros.
Poco después, se encontraba dentro de la bañera, mientras una de las jóvenes vertía agua tibia sobre su cabello y otra le pasaba una esponja suave por los hombros. Fue entonces cuando notaron la marca.
Una cristalización muy sutil, casi como una filigrana, recorría su espalda desde el omóplato izquierdo hasta perderse bajo el agua con espuma y volver a aparecer sobre su pierna derecha Eran líneas suaves, cristalinas, parecidas a gotas de lluvia congeladas en movimiento.
Las tres se quedaron en silencio al verla, sin comentar nada. Solo se miraron entre ellas, discretamente. Luego, sin una palabra, continuaron con su labor.
Cuando terminaron, lo envolvieron en una toalla y lo ayudaron a secarse. Su cabello, aún húmedo, caía con suavidad sobre su frente. Le sorprendió que no se enredara al cepillarlo.
—Ahora sí —dijo Ren, llevándolo de nuevo al vestidor—. Elija el traje que más le guste.
Viktor miró las prendas una vez más. Sus dedos rozaron una capa de terciopelo azul con bordes plateados. Otra tenía una camisa de lino gris con detalles dorados en el cuello. Vaciló.
—Creo que esto es demasiado... —empezó a decir.
—No hay tal cosa como "demasiado" en una cena con el emperador —interrumpió Margo con una sonrisa.
—Además, ¿no quiere causar una buena impresión? —añadió Maddie, guiñándole un ojo.
Finalmente, Viktor asintió con una pequeña sonrisa rendida y un sonrojo en sus mejillas.
—De acuerdo... pero ¿Es necesario que use los zapatos?— Dijo mientras miraba como algunos tenían tacones un poco altos
—Tal vez podamos solucionar, su gracia— Dijo Ren intentando calmarlo
Viktor, asintió, ya estaba en Piltover ¿Que podía hacer? Tendría que acostumbrarse a su reglas. Al ver todas esas prendas no pudo evitar preguntarse ¿Eso habría sentido Jayce cuando el lo obligo a usar las ropas Zaunitas?
—Por favor, díganme Viktor, no acostumbro el titulo de ''Majestad'' o ''Su gracia''
Ellas se vieron entre si, era raro pero no protestaron y solo asintieron ante el pedido
—De acuerdo, entonces... señor Viktor ¿Que atuendo elegirá?
Viktor paseo su mirada por el lugar, hasta que sus ojos se posaron en un conjunto que tenia puesto un maniquí. —Usare este—
[...]
El comedor imperial era una estancia amplia y ornamentada, dominada por una larga mesa de madera oscura lustrada con esmero. Las lámparas de cristal colgaban del techo, proyectando un resplandor cálido sobre las paredes blancas.
Jinx estaba junto a Ekko, con el ceño ligeramente fruncido y una mueca de frustración. El cabello, recogido en un moño elegante, no dejaba de hacerla sentir atrapada, y sus pasos eran tambaleantes por culpa de los tacones que claramente no estaban hechos para correr, saltar o... existir. Vestía un largo vestido color durazno que contrastaba con su actitud habitual, y cada vez que intentaba acomodarse las mangas o bajarse el escote, Ekko le detenía la mano. Él lucía impecable en un traje azul medianoche, con detalles dorados en el borde del chaleco y una cadena brillante que caía desde su cinturón.
Frente a ellos, al otro lado de la mesa, se encontraban 6 familias distintas, las cuales desde que los Zaunitas ingresaron al comedor, no habían podido par de susurras diferentes cosas.
—Quédate quieta —le susurró Ekko—. Puedes rasgar tu ropa... o romper algo.
—¡Este vestido no tiene bolsillos! ¡Y el corset me aprieta hasta el alma! ¿Cómo se supone que pueda comer? —gruñó entre dientes—. Esto no es divertido...
La familia que mas destacaba era la casa Kiramman, más cercana al trono, presidía el extremo izquierdo con su líder, Cassandra Kiramman, una alfa de porte altivo, acompañada por su esposo Tobías, un omega dominante de porte fino y actitud apaciguada que mantenía su mano sobre el brazo de su pareja tratando de tranquilizarla un poco. Junto a ellos, las cabezas de las las casas restantes conversaban de manera poco sutil, observando con ojos críticos a los Zaunitas.
—¿Son ellos los representantes del Reino de Zaun?— murmuró Lady Morwynne, una mujer de rostro anguloso, arrugando la nariz —Parecen salidos de una obra de teatro rural.
—Tiene razón, sabía que Zaun era un reino poco urbanizado, pero esperaba algo más de... clase— dijo la heredera de los Delmara, con una sonrisa ladeada, mientras se abanicaba perezosamente.
—La joven... ¿Cómo se llama? ¿Powder? ¿Jinx? —intervino Nevan Thornevale, bajando un poco la voz mientras observaba a la muchacha que forcejeaba con sus mangas—. Parece más una acróbata de feria que una embajadora.
—Al menos son entretenidos de mirar —añadió Lord Vanschield con tono burlesco
Jinx se mantenía seria, ajena a los comentarios y miradas que los nobles presentes le dirigían, en cambio Ekko, solo los miraba don firmeza, pero no decía nada. No quería meterse en problemas y menos meter en problemas al Heraldo. Lo único que podía hacer era quedarse callado y mantener a Jinx lo mas presentable posible, para no darles mas cosas de que hablar.
—No deberían hablar de esa manera de los invitados de su majestad— Dijo Tobías, bebiendo un poco de agua. Aquel comentario en su defensa sorprendió un poco al peliblanco, no lo miro pero logro relajarlo un poco.
—Por favor lord Tobías... ¿Acaso los defiende? No creo qu...
—¡Silencio! —dijo Cassandra en un susurro seco, clavando la mirada en su hija y luego en las otras casas—. El emperador aún no ha llegado, pero eso no significa que debamos olvidar el protocolo.
—¿Y qué protocolo hay que mantener con campesinos disfrazados de nobles? —murmuró el heredero de los Vanschield, sin molestarse siquiera en disimular su desprecio.
La conversación se interrumpió abruptamente cuando la puerta lateral del comedor se abrió. Uno de los lacayos, junto a está grito fuerte y claro —Su majestad el emperador, ah llegado—. Los presentes se levantaron eh hicieron una reverencia ante el con solemnidad. Jinx y Ekko solo imitaron la acción de los demás.
Jayce entro en el lugar acompañado de Caitlyn, la cual tomo lugar junto a su madre, como la Heredera de la casa Kiramman. El alfa mantenía su mirada aunque parecía buscar con urgencia a alguien que no estaba allí. —¿En donde está su Heraldo?— Pregunto mirando a Ekko el cual no supo responder pq tampoco sabia donde estaba
Algunos murmullos comenzaron a oírse nuevamente —¿Acaso hay otro Zaunita mas?— , —Esto es increíble, es el invitado y aun así llega tarde—, —Se ve que no hay educación alguna en Zaun— , —Ahora entiendo, pq su majestad el emperador, quiere anexarlos. Es una lastima—
—Ya basta— dijo la joven Kiramman, alzando un poco la voz sin dejar de lado la elegancia. Su mirada recorrió con firmeza a los nobles presentes —La ausencia del Heraldo no justifica semejante falta de respeto. Él es un invitado de la corona y se les exige comportamiento a la altura de su posición.
Los murmullos disminuyeron, pero no desaparecieron del todo.
Jayce se mantenía de pie junto a su silla, el ceño fruncido. Un leve apretón de su mandíbula delataba su incomodidad. Su mirada volvió a buscar, ahora con menos paciencia, la figura de Viktor.
—Está tardando demasiado —murmuró, más para sí que para los demás.
Pero justo entonces, las puertas del extremo norte del comedor se abrieron con lentitud.
Un silencio inmediato se apoderó del salón. Todas las cabezas giraron.
Viktor.
El omega entro con pasos pausados, el rostro levemente sonrojado y la respiración un poco agitada, como si hubiese tenido que cruzar medio palacio. Pero nada de eso importó. Lo que captó toda la atención fue su apariencia.
Vestía un traje de elegante tan poco habitual para él como deslumbrante. Una camisa blanca de gasa con pliegues que subían hasta el cuello. Encima, un chaleco de tono zafiro profundo bordado con hilos plateados que formaban espirales, ajustado perfectamente a su delgada figura. Una corbata de moño azul adornaba su cuello, y los pantalones altos y perfectamente entallados, caían con una elegancia que rozaba lo regio. Del cinturón colgaban cadenas delicadas que brillaban como estrellas en movimiento. Botines afilados de terciopelo y una capa de tul azul oscuro que descendía desde sus caderas completaban la silueta.
Hubo un silencio que pareció eterno.
Jinx soltó un silbido muy bajo, apenas audible. Ekko no pudo evitar esbozar una sonrisa. los murmullos previos se habían convertido en un vacío expectante. Incluso los más críticos, como Lady Morwynne o el heredero Vanschield, no sabían si fruncir el ceño o fingir admiración. La presencia de Viktor era un fenómeno desconcertante: frágil pero imponente, extraño y al mismo tiempo hipnótico.
Jayce se había quedado inmóvil. Por un instante, dejó que su mirada se llenara del omega de pies a cabeza. La capa ondeando detrás de él, el brillo de las cadenas, el color de sus mejillas... Era como si el tiempo se hubiese detenido. Sin pensar, su expresión se suavizó.
Viktor se acercó al centro del comedor, deteniéndose frente al emperador. Inclinó la cabeza con respeto, aunque no logró ocultar del todo la tensión en sus hombros. —Mis disculpas, por la tardanza— dijo con voz clara —Me aseguré de venir... presentable.
—Lo estás— Respondió Jayce de inmediato, más rápido de lo que hubiera querido. Carraspeó y corrigió el tono —Está bien, puede tomar asiento majestad.
Cassandra, aún sentada, observaba a su hija, que había contenido un suspiro visible. Tobias, por su parte, miró a Viktor con una mezcla de sorpresa y... genuina aprobación —Una entrada tardía, pero triunfal— dijo el omega suavemente, alzando apenas su copa.
Lady Delmara ladeó la cabeza con un susurro irónico.
—Quizás debería enseñarnos de moda también. Está claro que en Zaun saben cómo causar una impresión... aunque sea solo visual.
Viktor solo se limito a sonreir y uno de los srivientes jalo la silla al costado del emperador para que esté se pudiera sentar y degustar de la cena. El emperador carraspeó para recuperar la atención de la sala.
—Bien. Ahora que estamos todos, comencemos con la cena.
Al sonido del golpeteo sutil de una campanilla, los sirvientes comenzaron a entrar por las puertas laterales, portando bandejas cubiertas de plata. La comida era opulenta. Platos decorados con flores comestibles, salsas brillantes y porciones pequeñas pero artísticamente dispuestas. Entradas de mariscos, panecillos dulces, carnes cocidas y ensaladas frescas decoradas con perlas. Todo lucía más como una exposición que una cena.
Jinx tomó su tenedor y pinchó un bocado minúsculo de lo que parecía ser gelatina de frutas con pétalos cristalizados, y murmuró:
—¿Esto es comida o un adorno?
Ekko aunque se habia mantenido callado, no podia evitar pensar lo mismo que la peliazul, pero solo se limito a decir en voz baja:
—Solo has lo mismo que todos y come. Tenemos que Sobrevivir a esto.
Ella resopló, pero lo obedeció. Aunque entre mordida y mordida, le lanzaba miradas de súplica al pan.
Al otro lado de la mesa, las casas nobles mantenían conversaciones superficiales entre sí, mientras algunos intentaban incluir sutilmente a Viktor, quizá más por obligación que por cortesía.
—Dígame, Heraldo— preguntó Lord Vanschield con una sonrisa ladeada mientras cortaba su carne lentamente —¿Siempre visten así en los banquetes de Zaun?
—No— respondió Viktor con serenidad —Allá no tenemos banquetes así. No nos vestimos con estas ropas y lo importante no es cómo se viste la gente, sino con quién decide compartir la comida.
El comentario fue tan sutil como punzante. Caitlyn lo escuchó y apenas pudo ocultar una sonrisa en su copa. Lady Morwynne entrecerró los ojos, pero no respondió.
Jayce, mientras tanto, lo miró de reojo, conteniendo un gesto de incomodidad.
—El Heraldo tiene una manera muy... particular de ver las cosas— comentó Cassandra, con voz neutra, sin que se supiera si era crítica o elogio.
—Es parte del encanto de Zaun—añadió Jayce de inmediato, luego se corrigió, fingiendo que hablaba con tono institucional —Su perspectiva resiliente, me ayudo mucho a ampliar mis horizontes.
—Qué poético— ironizó la heredera Delmara, cortando su hoja de lechuga con una precisión quirúrgica.
El ambiente se mantenía tenso, aunque disfrazado de cordialidad. Hasta que Tobias, siempre sereno, volvió a intervenir con una sonrisa sincera:
—Lo importante es que compartimos la mesa. Eso ya es un símbolo de paz más fuerte que cualquier tratado.
—O de estrategia— añadió Nevan Thornevale, dejando su copa en la mesa —Las alianzas también se forjan con sangre y sonrisas falsas, ¿no es cierto?
Un silencio pesado se apoderó del momento. Jayce le lanzó una mirada breve, no amenazante, pero sí firme.
Viktor, por su parte, llevó una copa a sus labios. El cristal tintineó con un sonido tenue, y entonces dijo, con voz calmada:
—En zaun no usamos el derramiento de sangre, como ninguna opción de paz. Muchas cosas pueden ser falsas. Pero los ojos... los ojos siempre dicen la verdad.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Por un momento, nadie supo cómo responder. Jinx soltó un suave "¡boom!" con los labios, satisfecha.
Jayce lo miró con intensidad. La conversación, la comida, los nobles... todo parecía girar ahora alrededor de Viktor. Y quizás, sin que nadie lo hubiera planeado, eso era exactamente lo que más le preocupaba.
Chapter 28: Bienvenidos a Piltover
Notes:
"Lo que más duele no es la ausencia del otro, sino la duda de haber sido alguna vez necesario."
— Haruki Murakami
Chapter Text
El sol se filtraba por los ventanales del vestíbulo principal del Palacio Imperial, tiñendo los suelos de mármol con reflejos dorados. Afuera, una ligera niebla matinal envolvía las torres de Piltover con un halo etéreo. En el patio central, un elegante automóvil blanco con decorados dorados esperaba con las puertas abiertas.
Jinx descendía los escalones con un salto juguetón, Traía puesto un atuendo menos formal que el de la noche anterior, conformado por una falda morado oscuro con diseños dorados, una blusa blanca y un chaleco del mismo color que la falda junto a unas botas oscuras. Ekko caminaba detrás de ella, ajustándose una chaqueta negra con detalles metálicos y un brazal protector en el brazo izquierdo que parecía más decorativo que funcional.
Viktor, en cambio, se detenía en el umbral, su silueta recortada por las altas puertas abiertas. Llevaba un traje más sobrio que el del banquete, una camisa blanca de cuello clásico con botones dorados, cubierta por un suéter rojo vino de cuello abierto hasta la punta de su hombros junto a unos pantalones negros pegados en la cintura. Su expresión era difícil de leer: seria, inquisitiva... ligeramente contrariada.
Tal vez era pq estaban apunto de comenzar los recorridos por Piltover, algo que aunque era interesante no le entusiasmaba del todo. Pero era parte de la hospitalidad que Piltover otorgaba sus invitados, pero para ser sincero, Viktor cría que ya había recibido demasiada ''hospitalidad'' de Piltover, en la cena de anoche.
Junto al auto ya mencionado, un hombre de mediana edad, de cabello peinado hacia atrás y traje marrón con insignias doradas, los esperaba con las manos cruzadas tras la espalda.
—Permítanme presentarles al señor Theomund Almaris —dijo Jayce, descendiendo los escalones junto a Caitlyn—. Él estará a cargo del recorrido por Piltover. Cone Piltover y su historia mejor que nadie
El hombre hizo una reverencia limpia ante la presentación
—Estoy seguro que disfrutaran del recorrido y los sitios que su majestad preparo
Viktor bajaba las escaleras con tranquilidad. Jinx subió al auto sin perder tiempo, seguida de Ekko. Viktor, sin embargo, se detuvo. Su mirada se clavó en la de Jayce. Al ver que el no se movía y solo hablaba con Caitlyn
—¿No vas a ir con nosotros?
Jayce negó con suavidad, con un gesto casi ensayado.
—Lamentablemente, tengo asuntos que atender con los ministros de Piltover. Pero todo está planificado para que estén bien. Mis guardias, sirvientes y Theomund se encargarán de todo. Será una experiencia enriquecedora, lo prometo.
Hubo una pausa. Jayce se acercó un paso más y tomó la mano de Viktor con delicadeza, como si fuera un gesto natural entre ellos. Se inclinó ligeramente, acercando los labios a su piel.
Pero Viktor retiró la mano con sutileza y frialdad.
—No es necesario —dijo con voz baja, apenas disimulando el desagrado en su mirada.
Jayce parpadeó. Lo miró con más atención, intentando entender la reacción. Viktor no tardó en explicarse.
—Cuando estuviste en Zaun, fui yo quien te mostró cada rincón. Personalmente. No te envié con ningún emisario ni te dejé al cuidado de otros.
Jayce se quedó quieto, entendiendo el reclamo implícito. Bajó un poco la mirada, luego la alzó con cierta culpa.
—El primer día en Zaun me dejaste con Jinx y Ekko —respondió con una sonrisa algo forzada—. Sufrí bastante con Jinx haciéndome bromas todo el día.
Viktor frunció el ceño, pero no dijo nada. Solo desvió la mirada, con los labios ligeramente tensos. Era evidente que no encontraba gracia en aquella comparación. Su mente, no aceptaban aquel desinterés velado en la excusa.
—¿Y que está es tu venganza o que? Prometiste, estar conmigo
—Y estoy contigo V, pero tengo algunos asuntos que atender, asuntos importantes.
Viktor lo miro por un momento entrecerrando los ojos, su corazón dolió un poco por esas palabras, como si fuera desplazado a un lado. —Diferentes reinos. Diferentes motivos ¿no?—dijo, antes de caminar hacia el auto.
Jayce ladeo un poco la cabeza, avanzó un paso, pero se detuvo. Lo observó en silencio mientras la puerta del auto se cerraba frente a él. El vehículo partió poco después, dejando solo una nube de polvo fino y un silencio extraño en la entrada del palacio. Jayce se quedo ahí detenido pero el llamado de Caitlyn lo saco de sus pensamientos. Tal vez mas tarde podrían hablar mejor.
[...]
El recorrido comenzó en el museo de historia de Piltover, una estructura imponente de columnas blancas y techos altos de piedra pulida. Al ingresar, los recibió una estatua de una mujer encapuchada con el escudo de Piltover y alzando una antorcha con su mano libre símbolo de las naciones que había guiado con su luz y se habían convertido en Piltover.
—Aquí se guarda el corazón de la memoria de nuestra ciudad —anunció Theomund con voz solemne mientras que los ecos de sus palabras rebotaban contra el mármol.
Viktor lo escuchaba con atención, aunque sus ojos vagaban con menos entusiasmo que los de sus acompañantes. Jinx corría de una sala a otra, maravillada por las vitrinas repletas de coronas antiguas, pergaminos, vestiduras ceremoniales y esculturas en mármol blanco.
—¡Mira esto, Ekko!— gritó desde una sala lateral —¡Este tipo parece tener tres coronas puestas al mismo tiempo! ¿Crees que se le caían cuando estornudaba?
Ekko soltó una risa breve, sacudiendo la cabeza mientras la seguía con las manos en los bolsillos. Viktor, en cambio, se detuvo frente a una pintura de gran tamaño que mostraba la fundación de Piltover: una mujer de rostro severo entregando una llave dorada a un joven arrodillado.
—"Con orden y sacrificio se forja la grandeza" —leyó en voz baja el lema inscrito al pie de la obra.
Theomund se acercó tras él.
—Esa frase fue dicha por la primera reina de Piltover, quien gobernó durante la transición de clanes de reino a imperio. La llave representa el acceso a una nueva era.
—¿Y pq algo tan importante.. lo mantienen guardado aquí? —preguntó Viktor sin apartar la vista del cuadro.
Theomund lo miró con cierta sorpresa ante la pregunta, pero mantuvo su tono formal.
—Pq las cosas valiosas se guardan, así las personas pueden recordarlas.
Viktor escucho las palabras del guía y no pudo evitar concluir que estaban totalmente erróneas. Las cosas valiosas se pasan de persona a persona. El corazón guarda memorias importante, no los ojos.
La siguiente parada fue la galería de estatuas, un salón alargado con ventanales del suelo al techo que reflejaban la ciudad como si flotara en un lago de cristal, esculturas de todo tipo perfectamente alineadas. El suelo, hecho de cristal, se iluminaba al paso de cada persona. Algo que Powder presto mas atención que las estatuas.
Una escultura llamó la atención de Ekko: una figura humana con el rostro cubierto por un velo, sostenida por alas que se extendían hacia el cielo.
—"El que asciende debe dejar algo atrás"— leyó Ekko en voz alta.
—¿Qué dejarías tú, Heraldo? —preguntó Jinx, acercándose sin previo aviso a Viktor.
Él no respondió enseguida. Miró la escultura. Luego, bajó la mirada hacia su propio reflejo distorsionado en el suelo.
—Supongo que depende de qué me pidan dejar.
La jornada concluyó en el Jardín Elevado del Mirador, una terraza amplia decorada con columnas de flores y fuentes que derramaban agua cristalina sobre piedras de amatista. Desde allí se veía todo Piltover: sus puentes suspendidos, sus torres blancas, las banderas ondeando con el escudo de la ciudad.
Los tres Zaunitas se sentaron en un banco de piedra tallada mientras Theomund se alejaba unos pasos para hablar con los guardias.
—¿Heraldo está molesto? —preguntó Jinx, balanceando los pies en el aire.
—¿Por qué lo dices, Pow? —preguntó Viktor, girando levemente la cabeza hacia ella
Jinx se encogió de hombros, dibujando con la punta del dedo pequeños círculos sobre la piedra del banco.
—No sé... estabas muy callado. Y cuando estás callado, o estás pensando demasiado... o estás molesto— dijo ladeando la cabeza mientras lo miraba
Ekko se rió entre dientes, cruzando los brazos mientras observaba el horizonte. El sol ya empezaba a teñir el cielo de tonos naranja.
—No estoy molesto —respondió Viktor, aunque la frase quedó suspendida en el aire —Solo... que el lugar, me impresiona tanto... que me deja sin palabras...
—Si ¿verdad?. Me encanta Piltover, hay tantas cosas que nunca eh visto... es muy divertido, aunque la ropa es incomoda.
Las palabras de la chica dolieron un poco en el pecho de Viktor
—Pero Zaun sigue siendo mejor, ahí puedo hacer lo que quiera y no me gritan por levantar la voz o bueno excepto por ti y mamá. Además ahí está Vi, Milo, Claggor y papá Vander junto a mamá Silco
respondió la peliazul mientras reía. Las palabras curaron aquel pequeño dolor que sintió. Sonrió un poco y acaricio el cabello de la omega con ternura, luego con la otra mano entrelazo el cuello del moreno y los pego a ambos junto a el con cariño. Agradecía tenerlos.
—Igual solo falta un mes para poder verlos nuevamente
Viktor subió su mirada al sol que se ocultaba.
—Si... un mes. Para volver a casa...
[...]
Eran alrededor de las 10 de la noche. En el ala norte del Palacio Imperial, donde los huéspedes de Zaun se alojaban, reinaba una calma. Viktor se hallaba en su habitación, más relajado que durante el día, pero no del todo en paz. Traía puesta una bata celeste, atada con un lazo a su cintura. El cabello castaño caía libre sobre sus hombros, liso y brillante bajo la luz de la lámpara encendida. Se encontraba sentado sobre la cama, con las piernas recogidas, mientras leía en silencio un libro de poesía antigua que había encontrado en el estante de libros de la habitación.
Pasaba una página con delicadeza, pero su mirada no seguía las palabras. Su mente estaba en otra parte. El silencio de la noche parecía agrandar los pensamientos que había intentado mantener a raya durante el día. Afuera, la luna llena brillaba sobre los tejados de Piltover como una joya suspendida del cielo. El resplandor entraba por los grandes ventanales, pintando la alfombra con una luz plateada que acariciaba las sábanas y el suelo.
Viktor cerró el libro con lentitud. Lo dejó sobre la mesita de noche para luego dirigir su mirada a la luna. Su rostro estaba tranquilo, pero sus ojos revelaban una tormenta contenida. Su mente, como atraída por el magnetismo de la luna, volvió a aquella noche. La primera noche que había pasado con Jayce. También entonces la luna había estado llena y clara. Una noche donde se había sentido elegido. Deseado.
Y ahora...
Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. Llevó una mano a su pecho, sobre la tela fina de la bata, como si quisiera calmar el latido inquieto de su corazón. En sus mejillas se dibujó un leve sonrojo, no por pudor, sino por la memoria íntima que aún lo abrazaba.
"Un omega nunca debe arrepentirse de la noche que comparte con el alfa que elige..." recordó. Era una enseñanza antigua, de las muchas que le había repetido su madre cuando aún era un niño que no comprendía el amor ni la unión.
Y no se arrepentía. No.
Pero dolía.
Dolía que el mismo alfa que una vez lo miró como si fuera el único ser en el mundo... ahora lo dejara a un lado. Sabia que tenia un reino por atender, lo entendía pero el tmb dejo algunas de sus tareas como Heraldo para poder mostrarles las costumbres Zaunitas.
Apoyó la cabeza en sus rodillas recogidas y cerró los ojos por un momento.
"¿Eso era lo que querías, Viktor? ¿Ser parte de la vida de un alfa... o solo de su cama?"
Pensó para si mismo. Al final sacudió su mente intentando nublar esos pensamientos y se acerco a la ventana para cerrar las cortinas. Era imposible, no podría dormir en toda la noche si seguía de esa manera. Se encamino hacia la repisa en donde estaban todas sus cosas y busco algunas flores de manzanilla. Al encontrarlas rápidamente cayo en cuenta que no tenia agua caliente para prepararlas. Era muy tarde, todos seguramente dormían y no quería molestar a alguien de la servidumbre por un pedido tan pequeño y simple. Su educación y sensibilidad no se lo permitían. No quería ser visto como un huésped exigente, mucho menos como un omega caprichoso.
Suspiró.
No tendría otra opción que ir el solo a buscar la cocina o alguna fuente de agua. Salió de la habitación con pasos sigilosos. El pasillo estaba en penumbra, iluminado solo por las lámparas de aceite que ardían con un resplandor suave. Las alfombras amortiguaban cada uno de sus pasos
El palacio era enorme, le tomaría horas encontrar la cocina o incluso una salida, una maraña de alas, escaleras y corredores de mármol. Pero recordaba haber pasado junto a una antes, cuando los trajeron al atardecer desde el jardín.
Decidió aventurarse.
Cada puerta por la que pasaba parecía igual a la anterior, todas finamente talladas, todas cerradas. Pasó junto a una sala con vitrales que aún dejaban entrar un leve reflejo lunar, junto a un corredor decorado con los cuadros de los antiguos emperadores y emperatrices que antes había visto.
Escuchó un sonido. Una voz baja.
Se detuvo.
Venía de un salón la puerta semiabierta.
Viktor entrecerró los ojos y, con cautela, se aproximó. A través de la abertura reconoció una figura masculina: Jayce.
Estaba sentado frente al fuego encendido, aún vestido con su ropa de día, el cabello ligeramente desordenado y una copa de vino a medio terminar en su mano. La otra sostenía una hoja de papel que leía en silencio. No parecía notar su presencia.
Viktor quería mantenerlo así, tmp es que tuviera ganas de hablar con el en ese instante. retrocedió unos paso pero su espalda choco contra uno de los floreros que estaban sobre una columna de piedra, alarmado la sostuvo con fuerza, pesaba mucho que no pudo evitar soltar un jadeo con repetidos ''no'' en voz muy baja. Está al final no se cayo pero el pequeño escandalo fue suficiente para alertar a Jayce de que había alguien mas ahí
—¿Quién anda ahí?
Viktor apretó los labios, aún con las manos aferradas al cuello del florero. Su cuerpo entero se tensó como si esperara que el mármol lo tragara. Maldijo todo por un momento.
La puerta se abrió un poco más, dejando escapar un haz de luz cálida.
Jayce se asomó al corredor. Tardó apenas un segundo en reconocer la silueta que intentaba ocultarse detras del florero.
—¿Viktor?
El omega cerro los ojos con fuerza junto a sus labios, lentamente se alejo de su escondite. Sus ojos conectarón con los ojos dorados de Jayce.
—...Solo estaba buscando la cocina— dijo con una voz contenida, educada, distante —No pretendía interrumpirte.
Jayce lo observó en silencio un instante.
No esperaba verlo.
—¿Quieres que te acompañe?— preguntó al fin, suavemente—. Es fácil perderse en el palacio
—No hace falta —respondió Viktor sin titubear, bajando la mirada hacia el florero y asegurándose de que estuviera bien asentado.
Jayce dio un paso al frente. La expresión de su rostro cambiaba sutilmente
—V...Sé que estás molesto conmigo...Pero..
Viktor lo interrumpio
—Estoy cansado... y seguro usted tmb tiene cosas que hacer.. cosas importantes.
El uso del "usted" fue una daga elegante, invisible, que cortó más hondo que cualquier palabra áspera. Era una barrera. Viktor iba a marcharse pero Jayce tomo su muñeca con una fuerza medida.
—Por favor... no me hables como si fuera un extraño— murmuró Jayce, su voz grave pero vulnerable.
Viktor no lo miró.
—No sé de qué habla... siempre lo he tratado de su majestad.
—V... lo siento. Sé que no soy el mejor, pero si tan solo pudieras entender... que no lo hice para lastimarte. Lo hice para poder estar más tiempo contigo...
Viktor frunció el ceño y lo miró al fin, con los ojos brillantes de incredulidad.
—¿Estar más tiempo conmigo?... ¿Eso es alguna excusa en un idioma que no comprendo?
Jayce respiró hondo.
—No quiero que lo veas como excusa, pero entiéndeme. Quiero estar contigo, de verdad... pero también mi reino me necesita. He estado un mes fuera. Tengo mucho trabajo atrasado y... solo quiero terminarlo rápido. Para poder estar contigo.
Viktor lo miró en silencio unos segundos que se sintieron eternos. Luego, su voz volvió, más baja pero más afilada.
—Creo que olvidas que cuando estuviste en Zaun, yo también tenía responsabilidades. Y aun así, combiné mis deberes con tu presencia. Te acompañé personalmente. Porque queria que conocieras mi hogar.
Jayce negó, rápido.
—Viktor, no es lo mismo...
—¿Y por qué no? ¿Porque Piltover es más desarrollado que Zaun? ¿Porque ustedes lo ven como un lugar menor?
—¡No! —Jayce dio un paso al frente—. Digo... no. Es solo que... agh, es muy difícil de explicar ahora.
Viktor soltó un suspiro seco. Sus labios temblaron antes de hablar.
—Entonces no me expliques. No me detengas si es tan difícil que yo lo entienda.
Se soltó del agarre, como si le quemara la piel. Y esta vez sí caminó sin mirar atrás, el sonido de sus pasos descalsos sobre el mármol, firmes aunque su interior estuviera por desmoronarse.
No iba ya en busca de la cocina. Ni de agua caliente.
Solo quería estar solo.
Sentía un nudo en el pecho, uno que apretaba más con cada palabra que no había dicho. Las lágrimas amenazaban, pero no podía llorar ahí. No quería que lo viera quebrarse.
Jayce avanzó un paso, quiso llamarlo... pero se detuvo. Algo en la espalda recta de Viktor, en la manera en que apretaba los puños mientras se alejaba, le dijo que sería inútil. Que hablar ahora solo profundizaría la herida.
El pasillo volvió al silencio, y la luz de la luna se coló por los vitrales sin consuelo alguno.
Chapter 29: Silencio
Notes:
"A veces, el mayor acto de valentía no es luchar contra el enemigo, sino presentarse ante quien nos hirió... y aún así elegir amar."
—Elric de Thirandel
Chapter Text
Los días siguientes transcurrieron en un silencio extraño. Jayce y Viktor no volvieron a hablar. Era una suerte que la ala donde residía el emperador fuera una muy separada de la de los visitantes, pero de igual manera se tenían que encontrar a la hora de la cena, donde viktor comía en un asiento separado de Jayce y trataba en lo mínimo de cruzar miradas con el.
Viktor no permitió que aquel quiebre personal interfiriera con la cortesía que debía a los demás. Asistió cada día a los recorridos planificados. Aceptaba la ayuda de la servidumbre, asentía ante las anécdotas o explicaciones que Theomund proporcionaba y caminaba al lado de Jinx y Ekko como si nada lo perturbara. Pero por dentro, el nudo en su pecho solo se hacía más apretado.
El segundo día del recorrido, visitaron el Gran Acuario Imperial. El edificio era alto y estaba construido con una cúpula de cristal transparente que dejaba ver el agua dulce con los peces nadando dentro de ella. En su interior, túneles se conectaban con diferentes pasillos hechos del mismo vidrio curvado. Para poder ver las diferentes habitats de la vida mariana. Como si estuvieran caminando bajo el agua.
Peces dorados, medusas con luces danzantes, criaturas que jamás habían visto en Zaun nadaban por corrientes azuladas. Jinx presionaba su rostro contra los cristales, maravillada; Ekko intentaba seguirle el paso, haciendo preguntas a los cuidadores. Viktor caminaba un poco más atrás, sus pasos pausados, sus ojos miel observando los tanques con una mezcla de curiosidad y melancolía. Una mantarraya paso nadando por arriba de ellos, era Hermoso, pero... ¿era correcto encerrar tanta vida en cajas tan pulidas?
—¿No te parece hermoso, Heraldo? —preguntó Jinx, girándose hacia él.
Viktor asintió levemente, sin una sonrisa, sin palabras.
Ese mismo pensamiento se repitió durante la visita al zoológico real. A diferencia del acuario, aquí la belleza del entorno no podía tapar su incomodidad. Leones dormitando sobre rocas y pasto artificial, ciervos con cuernos adornados con cintas para agradar a los visitantes, aves cantoras encerradas en jaulas grandes, solo para aparentar libertad y comodidad.
Viktor no dijo nada, pero el desagrado se le notaba en los ojos. ¿Era esto lo que se consideraba esplendor en Piltover? Belleza estática. Controlada. Cautiva.
Jinx, al notarlo, se acercó y le susurró:
—Podrían abrir las jaulas en la noche, ¿no crees? Para que corran un poco.
Viktor no respondió, pero le acarició el cabello en señal de complicidad. Ella entendía más de lo que dejaba ver.
Al tercer día, llegaron a la Torre del Consejo de Reyes, una construcción inmensa que parecía tocar el cielo, de piedra blanca y vitrales de diamante que atrapaban la luz del sol y la rompían en fragmentos por el salón principal. Allí los esperaba Theomund, con un porte impecable y su voz cargada de solemnidad.
—Esta torre guarda la historia de la gran unión —explicó mientras caminaban por el pasillo central—. Doce reinos soberanos, con sus respectivas culturas, idiomas y leyes... pero un mismo tratado, un mismo juramento.
Los condujo por una galería circular. A cada lado, retratos de los monarcas fundadores de cada reino: Targon, Demacia, Jonia, Noxus, Shurima, Freljord, Ixtal, Bandle, el vacío, Bilgewater y, por supuesto, Piltover
Cada cuadro era una obra maestra, enmarcada en oro, con placas de plata debajo que describían nombres, años, alianzas he historia. Cada uno de los retratos deleitaban poder, riquezas, misterio y guerra. Incluso el reino de Bandle, en donde solo residían los Yordles, de apariencia recatada y amistosa, solo mostraba superficialidad, como el resto de retratos.
En el centro de la sala, elevada sobre una columna de ónix blanco, descansaba una gran losa de piedra cubierta por una hoja de oro repujado. Allí estaba escrito el Tratado de la Unión de Runatierra, firmado siglos atrás por los primeros soberanos.
—Aquí reposa el fundamento de nuestra paz —anunció Theomund—. La promesa que sostiene esta unión.
Todos se acercaron. Jinx, distraída, intentaba leer las letras doradas con dificultad, mientras Ekko alzaba la vista hacia los techos cristalinos.
Viktor leyó en silencio. La última línea grabada en el corazón del tratado le llamó la atención, más que ninguna otra:
"Sea amigo o enemigo, si representa un peligro, todos estaremos de acuerdo en actuar."
Se quedó quieto. Su mirada se oscureció ligeramente. ¿Qué significaba realmente esa frase? ¿Unidad... o amenaza encubierta? ¿Una advertencia para quien se desviara de lo que consideraban orden y progreso? ¿Qué ocurría si un reino simplemente decidía ser distinto?
"Un peligro", repitió para sí. ¿Y quién definía qué era un peligro? Ahora entendía pq el primer Heraldo nunca se atrevió unirse a esa ''Paz''. La codicia podía destruir, no solo reinos sino personas. Y la venganza por querer vengar al caído, solo termina destruyendo vidas.
—¿Todo bien, Heraldo? —preguntó Ekko, notando su expresión distante.
—Sí... solo estaba... leyendo.
No dijo más. Pero al alejarse del pedestal, una sensación incómoda le recorrió la espalda.
[...]
Jayce sostenía la copa de vino con la mirada fija en el fuego que ardía en la chimenea, Tres días, habían pasado tres malditos días que Viktor no le dirigía la palabra, ni siquiera la mirada. Solo tres días y para el era un maldito infierno. Se sentía igual de frustrado que cuando estaba en Zaun. Cuando se había alejado de Viktor por sus pensamientos confusos. No, no era igual. Ahora el no estaba confundido sabia bien lo que sentía pero su problemas era otro, el cual tenia nombre y apellido. Mel Medarda.
Aquella omega que, desde que llegó a Piltover, no había hecho presencia pública. Y ese detalle, lejos de tranquilizarlo, le ponía los nervios al límite.
Jayce conocía a Mel desde hacía cinco años. Tiempo suficiente para saber que esa mujer no se quedaba quieta cuando algo no salía como quería.
Y Viktor... Viktor nunca fue parte de su juego.
Hasta ahora.
Mel siempre buscaba debilidades, y Jayce se había expuesto completamente al mostrarle lo mucho que Viktor significaba para él. Tal vez demasiado. Pero ya no podía desandar lo que sentía.
—Está planeando algo...— murmuró para si mismo, dejando la copa sobre la mesa baja frente al fuego. Se frotó la cara con ambas manos, como si el cansancio pudiera disiparse por obra de magia.
Si Mel llegaba a tocar a Viktor, de cualquier manera... No importaba qué acuerdos tuvieran, no importaba qué alianzas existieran. Él mismo sería el que rompería el tratado con Noxus si era necesario.
Pero Viktor no lo sabía.
Y aunque quisiera advertirle, ¿Cómo hacerlo?
¿Cómo pedirle que confiara en él de nuevo, cuando él mismo había roto esa confianza con sus silencios y excusas?
Jayce se dejo caer sobre el mueble de cuelo rojo, apoyando su espalda contra el respaldar de este, dejó escapar un suspiro que pesaba como un lamento. Su cabello, desordenado por las horas, caía sobre su frente como si también se rindiera con él.
¿Cómo decirle que Mel era peligrosa, cuando apenas le había contado una verdad a medias?
Cuando había elegido protegerlo... ocultándole cosas.
Quizás fue un error.
Quizás debió confiarle todo desde el principio, pero había tenido miedo. Caitlyn ya se lo había advertido, pero ahora era mas conocedor de su fuerza, al querer proteger a alguien que amaba. Pero ese miedo de perderlo, volvió como una sombra oscura que poco a poco lo consumía.
Un leve gruñido de frustración salió de su garganta. El fuego seguía ardiendo, ajeno al caos que hervía dentro de él. Se quedó allí en silencio, con la mirada perdida, mientras una sola pregunta le martillaba en la cabeza:
¿Y si ya lo había perdido?
La carta ya estaba enviada.
La noche caería pronto.
Y si Viktor no aparecía...
No habría más excusas.
Tendría que enfrentar no solo su error, sino también la amenaza silenciosa de Mel.
Porque ella no se había retirado. Solo estaba esperando el momento adecuado. Como siempre.
Pero ahora había otro pensamiento en su mente, el cual opaco por completo a la presencia imaginaria de Mel. ¿Aceptaría Viktor su invitación?.
[...]
La noche había caído nuevamente sobre Piltover como un manto de terciopelo oscuro con algunos desgradados naranjas que comenzaban a desvanecerse. Eran al rededor de las 6 de la tarde y desde su habitación, Viktor podía oír la lejana música del agua callendo de una fuente en el patio central, el murmullo del viento acariciando las copas de los árboles, y la regularidad del tictac del reloj de péndulo. Pero no escuchaba su propio corazón. No quería hacerlo.
El traje reposaba cuidadosamente sobre su cama desde temprano, desplegado como si lo observara, como si lo desafiara. Era un conjunto de cortes elegantes, tonos azul medianoche con detalles bordados en plata y un discreto pero exquisito brocado floral en el pecho, era bastante elegante pero no incómodo. Sobre todo, era un atuendo que no habría elegido él.
Una carta lo acompañaba, aún doblada junto al cofre donde había llegado el traje. No traía firma, solo una caligrafía formal que reconocía de inmediato: la letra ceremonial de Jayce, pulida hasta en sus curvas. La sola idea de que no hubiera tenido el coraje o la voluntad de entregarla en persona, le revolvía el estómago.
''Espero que puedas acompañarme esta noche. Me encantaría compartirla contigo. Confío en que este atuendo te resulte cómodo.''
''Te esteré esperando.''
No había flor, ni nota más íntima. Y sin embargo, Viktor había pasado todo el día mirando esa caja, debatiéndose entre el orgullo herido y una curiosa punzada en el pecho. Había sido un día sin recorridos, sin Jinx ni Ekko correteando por los pasillos, sin la distracción del mundo para ocultarse de sí mismo.
Se debatía a si mismo si asistir o no. ¿debería darle el gusto a Jayce y aparecer frente a el? o ¿mejor quedarse ahí encerrado y solo esperar a que el mes termino y volver a Zaun?. Si hablaran con el Viktor de hace un mes atrás, era seguro que aceptaría la segunda opción. Pero ahora hablábamos de un Viktor que estaba enamorado, y aquel sentimiento lo ataba, tal vez demasiado como para tomar la decisión de ir.
Sin decir nada, se acercó al cordón que colgaba cerca de la chimenea y lo jaló con firmeza. Una campana lejana sonó, y minutos después, tres doncellas llamaban suavemente a la puerta. Viktor dudó al principio, pero cuando las dejó entrar, lo hizo con una mezcla de resignación y necesidad.
—¿Heraldo? ¿Nos necesitaba?— Preguntó Ren
—He decidió en aceptar la invitación del rey— Dijo Viktor con un suspiro leve, apartando la mirada —Me podrían ayudar, porfavor
Las jóvenes intercambiaron una mirada antes de asentir con gentileza. Estaban muy felices que el heraldo había aceptado la invitación del emperador, no sabían que era lo que había pasado con exactitud, pero cuando Jayce les entrego la ropa junto con la ropa se le veía algo tenso, concluso se podría decir nervioso. A demás les pareció raro que fuera el mismo emperador en personas quien fuera el que les diera el encargo y no uno de sus lacayos. Solo tenían sospechas. Rápidamente lo llevaron al baño y prepararon la tina para lavar su cuerpo. Terminado el baño lo guiaron lo mas rápido que podían hasta el armario para proceder a perpalo. Se hacia tarde y tenían que apurarse lo mas que podían. Con manos expertas le pusieron la blusa blanca y ajustaron el listón que traía con firmeza a su cintura, era bastante delgado, así que tuvieron que dar dos vueltas para que no se tropezara con las tirar al caminar. Él no protestó, pero tampoco habló mucho. Solo podía pensar en que en menos de una hora estaría frente a Jayce.
Al mirarse finalmente al espejo, no pudo evitar sorprenderse. El reflejo le devolvía la imagen de un príncipe de leyenda. Se veía hermoso. Innegablemente hermoso.
Y tal vez por eso dolía.
¿Por qué haces esto, Jayce? ¿Para calmar tu culpa? ¿O porque no puedes decidir si me quieres como compañero o como adorno imperial?
Aun así, no rompió la invitación. No arrojó el traje por la ventana. Ni siquiera renegó en voz alta. Solo cerró los ojos y respiró profundamente.
Cuando terminaron, una de las doncellas, salió en busca del mayordomo para avisarle que prepararan el auto, pues el Heraldo había aceptado la invitación del emperador. Ellas habían quedado igual de sorprendidas al verlo, la tela que usaba viktor no era cualquiera, sino una de las mas caras y finas que podían existir en toda Runatierra.
Su mirada se dirigió a la ventana en donde antes estaba sentado, como si estuviera viendo a su yo pasado batallando con sus sentimientos. Pudo notar como la luna que se asomaba lentamente se tornaba de colores rosados. Una luna roja se avecinaba. La luna de sangre. Un mal augurio... pero tmb una luna hecha para las trasformaciones y fortalecimientos.
—El auto ya está listo, Heraldo—
Anuncio la doncella que volvía a entrar a la habitación.
Viktor suspiro y retiro la mirada de la ventana y volvió al espejo, aliso su blusa una ultima vez, las mujeres colocaron un abrigo sobre sus hombros para el frio de la noche y el agradeció por el gesto, tomó la carta y la guardó en el bolsillo interior del abrigo. Sea lo que sea que pasará está noche, lo iba a enfrentar... sea bueno o malo
Chapter 30: Teatro Real
Notes:
“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.”
— Virginia Woolf
Chapter Text
El auto se detuvo en frente del gran teatro, el portero abrió la puerta del auto eh hizo una reverencia cuando vio a Viktor salir, cualquier persona que llegara en el auto real, era alguien de sangre noble. Viktor se quedo mirando un rato al edificio frente a el. Estaba rodeado de luces y era rodeado por un gran estanque. Viktor agradeció y subió las escaleras hasta la entrada del teatro, habían muchas personas con trajes finos, sombreros altos y joyas relucientes. Viktor se sentía algo perdido.
Uno de los asistentes del teatro que tenia la insignia de la familia Talis se acerco a el. —Disculpe señor, ¿De casualidad usted es viktor?
Viktor asintió con un leve movimiento de cabeza, sin decir palabra. No porque se sintiera superior, sino que estaba tan nervioso que su garganta estaba cerrada y las palabras no salían. El corazón le latía tan fuerte que temía que hasta ese asistente lo escuchara.
—Si, soy yo— Dijo al fin
El hombre sonrió de inmediato con cortesía.
—Excelente. Su majestad lo está esperando. Permítame escoltarlo hasta el palco real— El beta frente a él ofreció su mano derecha a lo cual viktor aceptó con una pequeña sonrisa. Había algo en esa frase que el asistente dijo que le pesó. Su majestad lo está esperando. ¿Jayce o el emperador? ¿Estaba acudiendo a una cita personal, o a un evento político disfrazado de velada? No lo sabía. Pero el traje que llevaba puesto, el teatro, el auto, todo parecía tan cuidadosamente orquestado... que le hacía desconfiar
Sin embargo, tragó ese pensamiento. Pasaron bajo lámparas de cristal, entre alfombras bordadas con hilos de oro y paredes cubiertas por óleos inmensos que representaban escenas mitológicas. La arquitectura del lugar era simplemente majestuosa: altas cúpulas, balcones suspendidos por columnas, techos pintados con constelaciones exactas. Todo tenía una perfección casi abrumadora.
Mientras subía las escaleras que llevaban a los palcos privados, sintió que más de una mirada se posaba en él. Murmullos. Risas ahogadas. Curiosidad. Había llegado en el auto real, vestía ropas finas y ahora era llevado en dirección al palco real ¿Quién era ese omega?
Viktor no hacía caso, en los pocos días que llevaban ya se había acostumbrado a esa ''atención'' o por lo menos, poder soportarla. Cuando llegaron frente a la puerta del palco imperial, el asistente le dedicó una última sonrisa.
—¿Me permite su abrigo por favor?
Viktor asintió y con un pequeño ''click'' desabrocho el broche del abrigo. Él lo recibió y luego abrió la puerta permitiéndole el paso dentro. —Que disfrute la función, su gracia— Y sin más cerró la puerta con delicadeza.
La habitación era amplia, la luz muy tenue con colores cálidos. Frente a él había un juegos de mueble con una mesa de entrenamiento en el medio, la cual tenía encima una bandeja de plata con dos copas vacías y una diferentes botellas de vino y champagne sumergidas en hielo.
La cortina roja que separaba el interior del teatro con la habitación se abrió un dejando ver a Jayce, el al ver a viktor se quedo sorprendido. Vestía de negro con detalles en dorado, sobrio pero innegablemente regio.
Viktor se detuvo al verlo. Por un instante, ninguno dijo nada. El aire parecía más denso, más frágil.
Jayce fue el primero en romper el silencio.
—Te ves... muy hermoso— Dijo mirándolo con un brillo en sus ojos, el atuendo le quedaba a la perfección. —Gracias por aceptar la invitación—
Viktor mantuvo la postura firme, aunque su pecho se agitó con el halago. No respondió de inmediato, solo desvió ligeramente la mirada, como si temiera que un contacto visual directo lo hiciera ceder demasiado rápido.
—Me lo pensé bastante —respondió al fin, su voz apenas un susurro elegante—. Pero sería una falta de respeto desaprovechar la oportunidad de asistir a algo tan hermoso... como lo es la música.
Jayce se quedó quieto, como si aquellas palabras tan suaves, tan sinceras lo hubieran desarmado por completo. Sus labios se entreabrieron en un intento de responder, pero se contuvo, abrumado por la emoción que le provocaba escuchar esa voz, esa que tanto había extrañado. Ese tono único de Viktor que parecía siempre esconder algo más: inteligencia, sensibilidad, orgullo... y ahora, una herida que seguía abierta. —Viktor, perdóname, se que actúe como un ignorante contigo
Jayce dio un paso hacia él, con la mirada hundida en una mezcla de culpa y anhelo. La tenue luz del palco resaltaba los dorados de su uniforme, pero en ese momento, parecía más vulnerable, en vez de ser el fuerte emperador.
—Sé que fui injusto— continuó, su voz baja, cuidada, como si no quisiera romper nada con sus palabras —Quise protegerte... pero lo hice mal. Me deje llevar por la presión de palacio y te deje de lado... como siempre suelo hacer. Te prometí ya no hacerlo pero sigo cometiendo ese error. Me equivoque.
Viktor lo miró entonces, por fin, y en sus ojos había más que dolor. Había decepción, sí, pero también un destello de comprensión que solo aparece cuando alguien ama de verdad. Sabía que Jayce también tenía un pasado y uno muy doloroso, pero si no quería contarle nada él no podía obligarlo, Jayce lo amaba y no quería hacerle daño, pero aun tenía ese miedo, ese miedo de que todo se repitiera.
—¿Y creíste que mentirme o hacerme a un lado era protegerme?— Su voz sonaba serena, pero con un filo oculto —Jayce, crecí en un lugar donde proteger a alguien significa caminar a su lado, no delante de él como un escudo que impide ver el peligro— Viktor tomó un descanso, como si las palabras recién se terminaban de formar —Se que no soy un omega sofisticado como los que viven aquí... y sabía que el venir aquí sería enfrentarse a un nuevo mundo. Pero esperaba poder enfrentarlo contigo.
Jayce sintió cómo esas palabras lo atravesaban más que cualquier reproche. No eran un grito ni una acusación... eran verdad. —Viktor... —susurró con la voz quebrada —no sabes cuánto lamento. En vez de cuidarte, te deje solo.
Las manos del omega jugaban con las mangas de su camisa tratando de que todas sus emociones se drenaran con ese jugueteo pero era imposible. No respondió de inmediato, como si las palabras de Jayce tuvieran que atravesar una última barrera en su pecho. —Solo dices que lo lamentas, pero aun no me dices la verdadera razón ¿De que quieres proteger tanto?
Jayce sintió un nudo formarse en su garganta. Viktor lo había acorralado sin necesidad de moverse. Había prometido no mentir más. No callarse más. Y, sin embargo, sabía que nombrarla... decir su nombre... era como arrojar una chispa en un bosque reseco.
—Hay una...— Jayce titubeo un poco —Hay personas... que no te ven, de la manera que yo te veo... las cuales podrían lastimarte y si eso sucede, yo jamás me lo perdonaría.
Viktor lo miraba a los ojos, Jayce decía la verdad. Pero la forma en que lo decía, lo mantenía ansioso
—¿Quienes?
—El consejo de Reyes...
Viktor, se tomó un tiempo para analizar, ya los recordaba... Aquellas personas que eran los gobernantes de los otros reinos de Runaterra. ¿Pero qué tan peligrosos podrían ser?. Jayce bajó un poco la mirada, como si el peso de sus propias palabras lo obligará a sostenerse con más fuerza en el suelo.
—No todos... lo son— aclaró, como queriendo matizar lo inevitable—. Pero hay alianzas, tratados, intereses que son muy antiguos. Y tú... tú eres alguien nuevo. Eres alguien que no entienden. Y lo que no entienden... lo temen. Yo también lo hacía... hasta que te conocí y ahí entendí lo bueno que podía ser el cambio pero ellos no. No lo podrían entender.
Viktor mantuvo el silencio por unos segundos. No apartó la vista de Jayce, aunque su expresión se tornó más sobria. En su mente, el recuerdo de aquella frase tallada en piedra en la Torre del Consejo de Reyes volvió con fuerza: "Sea amigo o enemigo, si representa un peligro, todos estaremos de acuerdo en actuar."
—Acaso ¿temen a Zaun?— preguntó, su voz tranquila, casi decepcionada —¿Ellos querían destruirnos? y por eso ¿quisiste ir a anexarnos? ¿para que no lo hicieran?
Jayce alzó el rostro. Aquella conclusión lo tomó por sorpresa, Viktor se veía con una chispa en sus ojos. Aquella sombra lo volvió a querer cubrir por un momento. Pero si viktor, veía de esa manera la historia... entonces esa sería la forma en la que sucedió todo.
—Si...— dijo con honestidad —Había mucho debate, sobre algunos problemas que sucedían y querían culpar a Zaun, pero otros reinos no lo creían correcto y a mi me parecía injusto, así que propuse la idea de la anexión. Si Zaun se volvía parte de Piltover... ya no habría peligro.
Viktor dio unos pasos adelante, más cerca de Jayce, acortando esa distancia no solo física, sino sentimental. Jayce técnicamente quería proteger a Zaun de la destrucción injusta. Pero el hecho de juntar ambos reinos, no sería ¿obligar a Zaun a someterse?.
—Pero... eso..
—Yo no permitiré que nadie te dañe V. Eres mi omega. Pero necesito que confíes, en que tu alfa podrá resolver todo eso.
Viktor se mordió la lengua, la palabra “confiar” era difícil, pero tenía buenas intenciones, que a decir verdad no pensó que le interesara tanto Zaun. Los latidos en su pecho se intensificaron. Soltó un largo suspiro y asintió ante lo dicho por Jayce, después de todo la confianza era la base de todo y sin ella, era seguro que Zaun no sería el paraíso tan tranquilo y perfecto que ya era ahora.
Jayce con delicadeza lo pego a él, dándole un abrazo mientras acurrucaba su cabeza en el espacio entre el hombro y el cuello, había extrañado demasiado su aroma. Viktor solo se dejó hacer, correspondiendo al abrazo. El también había extrañado su calor. La música se empezó a escuchar y las luces del escenario empezaron a oscurecerse dando inicio a la obra.
Jayce levantó la cabeza de ese pequeño rincón y alejándose un poco tomó la mano de Viktor para depositar un tierno beso.
—Me acompañaría en está velada, Heraldo?
—Será un placer, su majestad
Jayce sonrió sin soltar su mano, escoltando en dirección a los asientos del palco. En donde una vez ubicados no dejó descansar a la mano del omega, sosteniéndola contra la suya.
El telón se levantó lentamente, como si despertara un mundo dormido. Un escenario envuelto en neblina azulada apareció ante ellos, iluminado por suaves haces de luz azul que formaban formas etéreas sobre el suelo, imitando la luz de la luna.
En el centro, una figura femenina emergió con pasos delicados, envuelta en un vestido que parecía estar tejido con pétalos de flores blancas. Su danza era un susurro visual: cada movimiento fluía con la gracia de un río, una expresión de vida y fragilidad que cautivaba a todos en la sala.
—¿De que habla la obra?—susurró, sin dejar de observar.
Jayce inclinó un poco la cabeza hacia Viktor, su voz suave como para no perturbar el embrujo del ambiente.
—Se llama La Doncella y el Ciervo. Es una leyenda antigua... que habla sobre una criatura que nació del cielo y cayó a la tierra en forma de doncella.
Viktor no apartó la vista del escenario, fascinado por el movimiento lento de la niebla que se condensaba en la escenografía. El violín rompió el silencio con una nota alta, pura, que parecía una caricia en el aire. Le siguieron el piano y el arpa, tejiendo una melodía que se extendía como el viento, jugando entre las sombras y la luz. La música era el alma de la obra, contando historias sin necesidad de palabras.
Jayce apretó la mano de Viktor, cuyos ojos permanecían fijos en el escenario, absorbiendo cada detalle.
—Ella vivía en los bosques, donde todas las flores florecían a su paso. Era libre. Intocable. Pero también estaba sola.
La doncella danzaba, rodeada por figuras hechas de niebla que se desvanecen al contacto de su gracia. En sus manos llevaba flores que parecían florecer y marchitarse en un ciclo sin fin.
—Ella había intentado salir del bosque y conocer a las personas del pueblo. Pero los pocos humanos que la habían visto, temieron su presencia extraña, rechazándola...
Entonces, desde el fondo del escenario, emergió una figura más. Un ciervo dorado, alto y majestuoso, con astas que resplandecían como el sol al amanecer.
Viktor contuvo el aliento.
—¿Y él...?
—El único que no temía acercarse. El único que la comprendía— respondió Jayce, sin apartar la mirada —No hablaban, pero con solo verse a los ojos podían entenderse el uno al otro.
La doncella y el ciervo bailaron juntos, una coreografía perfecta que hablaba de unión y armonía con la naturaleza. Sus movimientos eran espejo uno del otro: elegantes, suaves, llenos de una confianza que crecía con cada compás.
El violín ascendió en un crescendo dramático, derramando emociones contenidas como una tormenta. Pero pronto, la atmósfera cambió. Las luces se tornaron más frías, el azul dio paso a sombras oscuras que se extendían desde los bordes. Hombres en capas negras aparecieron, avanzando con pasos firmes y rostros cubiertos. La música se tornó disonante, el violín chirrió como si llorara, y el arpa comenzó a rasgar notas tensas.
—Eran felices. Hasta que llegaron intrusos al bosque— dijo Jayce, su voz casi un susurro.
Viktor apretó con suavidad la mano de Jayce.
—¿Qué querían?
—A ella —contestó—. O lo que creían que podían hacer con su poder.
La doncella retrocedió, sus flores se marchitaron en sus manos. Intentó escapar, pero los hombres la cercaron. Su vestido de pétalos se deshizo, cubriéndose como un velo de tristeza. La danza se volvió frenética, desesperada, con movimientos que hablaban de miedo y lucha.
El ciervo embistió. Intentó protegerla. Saltó entre las sombras, pero cada vez era empujado hacia atrás, debilitado.
—Ella no quería que él muriera por ella. Así que decidió desaparecer... para salvarlo.
En un giro final, la doncella giró sobre sí misma con una gracia sobrehumana. El violín alzó una última nota, aguda y limpia. Y con un estallido de luz, ella se desvaneció en una ráfaga de pétalos y brillo.
El ciervo cayó de rodillas, solo.
Una pequeña lágrima descendió del ojo izquierdo de Viktor, recorriendo su mejilla en silencio. Aún tenía la vista clavada en el escenario. Se vio cómo el ciervo, vencido, se echaba sobre el césped del bosque, ahora cubierto por una escarcha blanca. La música se había desvanecido, pero su eco aún latía en su pecho.
El animal la había esperado.
Pero ella... ya no regresó.
El telón cayó lentamente, con una reverencia triste. Las luces del escenario comenzaron a apagarse y un silencio reverente se apoderó del salón durante unos segundos... hasta que los aplausos comenzaron a estallar desde todas partes. Primero tímidos, luego firmes, y finalmente una ovación imponente.
Viktor volvió en sí al sentir el estruendo. Se separó con delicadeza de la mano de Jayce e imitando al resto del público, poniéndose de pie y aplaudiendo. Pero sus palmas chocaban con una cadencia distinta, más contenida, como si aún estuviera honrando la pérdida del ciervo y la decisión de la doncella.
Jayce lo observó de reojo, sin decir nada. Lo conocía lo suficiente como para no interrumpir ese instante de recogimiento. En cambio, se limitó a mantenerse de pie a su lado, aplaudiendo también, pero con la atención dividida entre el escenario y el omega que seguía conmovido a su lado.
Finalmente, Jayce se inclinó un poco hacia él.
—Siempre me pregunto... —susurró— si la doncella supo que el ciervo seguiría esperándola. O si pensó que con desaparecer, él la olvidaría.
Viktor bajó un poco la mirada, aún aplaudiendo suavemente.
—Tal vez lo sabía —respondió, con voz baja—. Y aún así eligió irse.
—¿Por amor?
Viktor dudó, luego ladeó la cabeza con lentitud.
—Quizás por amor... pero también por miedo. Miedo a destruir aquello que amaba si se quedaba.
—Creo que elijo creer que fue por amor
Jayce lo miró por un momento más, como si cada palabra lo atravesaron de forma inesperada. Viktor se giró a verlo ante la respuesta, dejó de aplaudir dejando que el alfa tomara su mano para depositar un beso sobre ella, dejó escapar un suspiro al sentir la textura de sus labios suaves rozando contra su piel.
El telón bajó por completo
Los aplausos del público no cedían, los actores de la obra reverenciaron a Jayce pero para él ya no era importante. Ambos estaban concentrados en la mirada del otro que les pedía lentamente acortar el espacio personal que les quedaba. Y poder sentir ese besos y caricias que los dos dos habían estado deseando desde que llegaron a Piltover.
—¿Volvemos al palacio?
—Si, vamos...
Chapter 31: Luna Roja
Notes:
“El alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada.”
—Gustavo Adolfo Bécquer
Chapter Text
El auto se detuvo frente al palacio con un chirrido discreto de sus rueda. Antes siquiera de que el chofer pudiera rodear el vehículo para abrir la puerta, Jayce ya había tomado la iniciativa. Salió del coche con determinación y, sin soltar la mano de Viktor, lo ayudó a bajar con una urgencia contenida que se sentía más en sus dedos que en sus palabras.
La luna roja inmensa de la noche los alumbraba. subieron los escalones principales como si huyeran del mundo exterior, de la música aún presente en sus oídos, de los ecos del teatro. Dereck, siempre puntual, abrió la puerta. Hizo una reverencia y recibió los abrigos con una compostura recta. Pero Jayce no se detuvo a agradecer. Sujetaba la mano de Viktor con firmeza, sin agresividad, pero con la decisión de quien sabía lo que quería.
Subieron las escaleras, las botas de Jayce resonando con fuerza, y los botines de Viktor golpeaban con más dificultad. El omega intentaba mantener el paso, aunque cada peldaño exigía más equilibrio.
—Espera…— logró decir entre jadeos suaves —Mi habitación está al otro lado...
Jayce no contestó. Apretó un poco más la mano que sostenía y mientras caminaban, se aflojó la corbata con una sola mano, sus labios curvados en una media sonrisa apenas contenida.
—Esta noche no vas a tu habitación— dijo con una voz baja, vibrante.
Viktor sintió cómo su pecho se llenaba de un fuego lento. El cosquilleo que lo envolvía desde el teatro ahora era un torbellino. Sabía lo que esa frase significaba. Su piel se erizó cuando Jayce lo jaló con fuerza repentina hacia el, en dirección a la ala contraria del palacio, donde estaba completamente reservado para el emperador. Su cuerpo chocó suavemente contra el del alfa cuando este lo tomó por la cintura y, en un solo movimiento, lo alzó del suelo por un instante. Viktor dejó escapar un pequeño jadeo entre sorprendido y agitado. Jayce abrio la puerta de su habitación para luego volver cerrarla con fuerza.
El mundo quedó en silencio.
Y entonces, Jayce lo besó.
No fue un beso tierno ni ensayado. Fue voraz, como si llevara noches enteras soñándolo. Viktor intentó protestar, con un hilo de voz cargado de dudas:
—E-espera… mañana tengo que…
Jayce lo acalló con una mordida leve al cuello, justo bajo la oreja. El gesto arrancó un temblor involuntario del cuerpo de Viktor, que se sostuvo de sus hombros con más fuerza. Las palabras murieron entre sus labios.
—No hay problema si faltas un día… —susurró Jayce entre besos, tirando su corbata al suelo y comenzando a desabotonar la parte superior de su camisa.
Viktor sintió cómo la espalda le chocaba suavemente contra la pared, su cuerpo aprisionado entre el frío mármol y el calor abrasador del alfa frente a él. El contraste lo estremeció. Jayce recorría su cuello y clavícula con besos desesperados, dejando el rastro cálido de su deseo en cada mordida, mientras sus manos descendían por la blusa blanca de encaje plateado.
—Jayce… —musitó Viktor, con un tono más rendido que firme, sus dedos temblorosos cerrándose sobre la muñeca de él —No quiero que hagamos estó solo por la calentura
Jayce alzó el rostro, su aliento aún golpeando la piel de Viktor.
—¿Crees que lo hago pq quiero cojer?— Preguntó con una duda inexistente. —No precioso. Lo hago pq eres tu… tu eres el unico que logra ponerme de está forma.
Respondio con una voz ronca muy firme, causando que viktor pasara saliva nervioso.
El aire dentro de la habitación se sentía distinto. La oscuridad combinada con la tensión y la pasión hacían del lugar una tabla de ajedrez, en donde nadie podía saber cual era el próximo movimiento del otro, lo cual solo lograba que fuera mas excitante.
Viktor ya no se resistio, pues de igual forma el tmb lo deseaba y mucho; Empujo ligeramente a Jayce del abdomen sin dejar de besarlo mientras que el moreno sin oposición se quitaba el blazer negro dejándolo caer al suelo. Ambos se alejaron por la falta de aire sin dejar de caminar hacia la zona del dormitorio, Viktor iba desabotonando con impaciencia los botones restantes de la camisa negra del mas alto mientras que este hacia lo mismo para poder deshacerse de ella lo mas rapido, ambos cruzaron el umbral que separaba las diferentes partes de la habitación y sus cuerpos se buscaron a ciegas, chocando contra la oscuridad mas profunda del dormitorio en donde la luna roja colaba su tenue luz por las ventanas. Viktor camino unos pasos y le dio un lebe empujón haciendolo caer sobre la inmensa cama imperial. Las sábanas crujieron al contacto, extendiéndose como una invitación abierta. Viktor se inclino sobre el, volviendolo a besar mientras que jayce agarraba su cintura y rodaba sobre el cambiando de lugares, ahora con el dominando nuevamente. Apoyó una mano firme junto a su cabeza mientras la otra se deslizaba con reverencia por el pecho aún cubierto del omega.
—No sabes cuanto te extrañe— murmuró con voz baja, casi como un secreto confesado al oído —Está noche te voy a hacer el amor
Jyace comenzo a desabotonar los botones de la espalda de la camisa, quitandola por completo del cuerpo del omega. Beso con delicadeza el hombro derecho en donde estaban las marcas cristalinas y bajo hasta su vientre dejando un camino lento y deliberado de besos y marcas. Los dedos del omega temblaban al intentar quitar los broches de su pantalón, que ahora parecia mas una barrera que una prenda. Jayce lo notó y lo ayudó con una destreza que dejaba en claro que había planeado cada detalle.
La tela fué arrojada al suelo con firmeza.
La respiración de Viktor se volvió errática cuando sintió las manos del alfa recorrer su piel, ya no eran frias, sino calidas, grandes, precisas. Su delgada cintura cabia perfectamente entre ellas. Jayce se detuvo un instante a mirarlo, apoyando la frente contra la suya, respirando el mismo aire.
—Eres perfecto— dijo, y no había lujuria en su tono. Había adoración. Deseo y fuego combinado con algo más profundo… algo que Viktor aún no sabía cómo nombrar.
Y entonces, ya no hubo más palabras.
Jayce bajo hasta la zona mas privada del omega lamiendo primero toda su extensión, causando pequeños gemidos y jadeos de parte del castaño. Pero toda su intención estaba en su parte mas baja, la cual ya se encontraba lo suficientemente humeda como para recibirlo por completo.
—Jayce… no hagas eso, s-solo metelo
El moreno rio con voz ronca ante el comentario y sin hacer caso hundio su lengua en ese pequeño orificio que lo volvio loco desde el primer día que lo probó, lo tomó con hambre, subio las delgadas pierna de Viktor por encima de sus hombros y así llegar mas profundo, sus manos se aferraban con fuerza a esa pequeña cintura. El contrario solo se dejo llevar soltando diferentes gemidos con delgados gruñidos mientras que una de sus manos se aferraba con fuerza al cabello oscuro de Jayce y la otra a una de las tantas almohadas encima de la cama.
—Jayce…
Gimio su nombre sin pudor alguno al sentir que pronto llegaria a su climax. Jayce no jugo está vez y solo continuo con su trabajo hasta hacerlo llegar a ese tan esperado sentimiento que queria. La respiración de viktor se agito y sus piernas antes firmes temblarón ante lo que proseguia, sintio la lengua del alfa undirser nuevamente tocando por ultima vez su punto sensible para luego correrse ensuciando su abdomen y parte de su pecho.
Las piernas de Viktor callerón a los costados de los brazos del alfa dando una mejor posición para que este lograra meterse entre ellas, desabrocho el cierre de su patalón y saco su miembro que ya palpitaba de forma dolorosa por su pronta liberación. Viktor se sonrojo al ver aquel trozo de carne tan grueso y firme, no lo recordaba tan grande. Jayce lo miro con esos ojos dorados profundos que tanto lo enamoraban, haciendolo sentir pequeño y adorado.
—¿Estás listo?
Pregunto Jayce acercando la delgada y palida mano de Viktor hasta sus labios y besarla, el contrario mordio ligeramente su labio inferior y asintio soltanto un breve suspiro. El alfa sonrio y sujetando fuertemente su mano contra la suya la presiono contra la cama.
Un sonoro y fuerte gemido salio de su boca la sentir como jayce introducia toda su hombria dentro de el, unas lagrimas de dolor se deslizarón por sus ojos ante la intromición. Se aferró con fuerza con su mano libre a las sabanas de la cama mientras que el moreno terminaba se introducirla toda.
Jayce se quedo quieto unos segundos esperando que Viktor se relajara para poder empezar a moverse con lentitud, las caderas de viktor se movierón buscando mas profundidad y fricción, pero cuando Jayce comenzo a embestirlo su espalda se arqueo nuevamente. Podia sentirlo presionar contra su vientre, tan caliente, tan firme. Todo solamente para el.
Viktor gemia desenfrenadamente al sentir como Jayce aumentaba un poco mas su velocidad. En un momento el omega se solto del agarre de su mano y abrazo del cuello al jayce hundiendo sus uñas en su ancha y musculosa espalda. Jayce aumento la velocidad de sus embestidas al sentir ese ardor en su espalda haciendolo gruñir contra el cuello de su omega.
De un momento a otro jayce se volco sobre la cama colocando al castaño encima de el, Viktor sintio como una electricidad recorria su cuerpo entero. En esa posición podia sentir como el miembro de su alfa se hundia hasta lo mas profundo de el haciendolo gemir con mas claridad.
—Espera… Jayce, está posición aah…
Jayce tomo las caderas de viktor moviendolas al ritmo de las suyas
—Sigue así… calbalgame como si fuera un caballo
Esas palabras hicierón avergonzar a Viktor. ¿Como un caballo? ¿que vulgaridad era esa?, se sentia tan avergonzado y tan bien a la misma vez que solo siguio las palabras del alfa como si estuviera hipnotizado. Sus cadera subian y bajaban aumentando el placer en ambos. Jayce subio su mano hasta el cuello de viktor bajandolo un poco para poder besarlo de forma ardientes.
—Viktor quedate conmigo… conviertete en mi emperatriz
Dijo jayce entre guñidos y gemidos. Viktor que apenas podia distinguir la realidad de un sueño por el exceso de feromonas en la habitación, no podia dejar de gemir ante las fuertes y profundas embestidas. Pero esa propuesta provocaba que corazón se agitara con fuerza.
—Te daré lo que tu quieras…alfa
Viktor coloco sus manos sobre el abdomen del moreno para poder impulsarse mejor, las manos se jayce acariciaban su cadera y muslos. Cada roce era una súplica muda, cada gemido que soltaba solo era un permiso concedido. Jayce besó el esternón de Viktor, alentando a poder seguir. Las piernas de viktor comenzaban a temblar nuevamente, Jayce comenzo a embestirlo con fuerza ruda haciendolo sorprender. El omega arqueó la espalda involuntariamente, sus mejillas rojas, sus labios entreabiertos. El alfa murmuró su nombre contra su piel como si fuera una oración sagrada. Jayce cambio de posición con Viktor por ultima vez con el bajo de el mirandolo mientras que palabra sin sentido salian de su boca. Pero hubo una que reconocio muy bien.
—Alfa marcame..
El moreno gruño fuertemente al escuchar esas palabras, el dorado de sus ojos se iluminó y sus colmillos aparecierón, exigiendo hundirse en la suave piel de Viktor. Jayce agarro a viktor de la cintura con fuerza y segundos antes de que ambos llegarán al climax el se acerco a su nuca y mordio con fuerza haciendo gemir al contrario. Viktor abrió con fuerza sus ojos medios somnolientos y una nueva electricidad invadio su cuerpo, una que nunca habia sentido antes pero le encantaba. Ambos se corrierón y terminarón con respiraciones agitadas. El nudo comenzo a crecer y Jayce volvio a poner encima suyo, para que el nudo no le incomodara ni doliera tanto. Rodeó a Viktor con sus brazos, abrazándolo con fuerza, como si quisiera retenerlo en su pecho para siempre. Sus corazones latían al mismo ritmo, exhaustos y satisfechos.
—Te amo— murmuró Jayce
Viktor beso su mejilla y cuello para luego cerrar los ojos y sonreir. Esa noche habia sido perfecta.
—Te amo, mi alfa—
Respondio antes de quedarse profundamente dormido. Esa noche la recordarian por siempre bajo la bendición de la luna roja que los acompañaba. Muchos creen que la luna roja es un augurio de caos… pero para los amantes eran para fortalecer su amor y unirse por toda una vida. Y ellos definitivamente eligian esa opción.
Chapter 32: El inicio
Notes:
"La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha prescrito."
— Jean-Jacques Rousseau
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La luz del amanecer se filtraba tímida a través de las pesadas cortinas de terciopelo azul. Un resplandor suave doraba las esquinas del dormitorio, envolviendo el lugar en una calma casi sagrada. Solo el sonido pausado de dos respiraciones entrelazadas rompía el silencio.
Viktor fue el primero en despertar.
Sus párpados temblaron un instante antes de ceder al día. Abrió los ojos lentamente, aún con la bruma del sueño aferrada a sus pestañas. ¿Que hora era? la luz era un poco más luminosa que de costumbre y la cama en donde dormía era más cómoda que antes. Intentó levantarse con cuidado pero un dolor punzante en su cadera y zona baja, fue lo que lo hizo despertar por completo. La habitación era más grande y reluciente, en definitiva no era la suya. Su vista se fijo primero en el brazo que rodeaba su cintura con firmeza y luego en el aroma inconfundible del cuerpo a su lado, la piel morena y el cabello abundante. Jayce.
Dormía profundamente, con el ceño relajado y los labios entreabiertos, como si aún murmurara su nombre en sueños. Verlo así, vulnerable, tan cerca, hizo que el pecho de Viktor se apretara con una mezcla de emoción y nerviosismo.
Entonces, como un relámpago en mitad de la calma, la memoria de la noche anterior estalló en su mente.
El primer beso impaciente. El tacto de sus manos sobre su piel, la voz grave de Jayce contra su piel y ellos dos compartiendo el calor del otro en más de una forma posible, volvieron a su mente
Viktor se sonrojó al recordarlo todo. El calor que antes estaba en su vientre ascendió a sus mejillas, y no supo si esconderse bajo las sábanas o sonreír como un idiota. Al parecer Jayce podría ser un romántico cuando se lo proponía, paso suavemente su mano por los mechones despeinados del alfa, acariciándolo con sutilidad. Él había planeado todo y al parecer el plan le había funcionado a la perfección. Pero entonces, una inquietud le sacó del ensueño. Su expresión cambió, volviéndose seria y un tanto nerviosa. Por alguna razón se sentía más relajado que de costumbre, incluso más que cuando había tenido su primera vez con él. Un pequeño escalofrío cruzó su espalda al recordar un detalle importante de anoche
—Jayce márcame
El recuerdo chocó contra su pecho. Con cuidado pasó sus manos por las curvas de su cuello buscando alguna marca a parte de los chupetones , no había nada. Su nerviosismo aumentó cuando subió sus manos hasta su nuca.
—Ah... — Un jadeo involuntario escapó de sus labios.
Las yemas de sus dedos habían rozado con algo sensible, una pequeña herida que aun seguía fresca y rojiza.... La marca de Jayce
Jayce lo había marcado... y él se lo había pedido.
El calor que antes abundaba en sus mejillas se intensificó más. Viktor se quedó inmóvil. Su corazón se aceleró, sus pensamientos comenzaron a arremolinarse en su cabeza.
Un lazo. Significaba demasiado, los vínculos alfa-omega eran algo ancestral, profundo, más allá de la biología: era un pacto. Un reclamo. Una unión.
Se giró lentamente, observando al hombre que aún dormía junto a él. Parecía en paz, ajeno al caos que bullía dentro de Viktor en ese instante. Su mente era una marea entre pensamientos y sentimientos. Una mezcla embriagante de miedo y ternura, de deseo y vértigo.
Él había pedido la marca. Él lo había susurrado entre jadeos, con los labios hinchados de tanto besar, con las piernas aún temblando de placer, con el cuerpo tembloroso entregado por completo. Y Jayce lo había escuchado. Sin dudar. Sin preguntar dos veces.
Había accedido... como si también lo hubiera estado esperando.
Viktor se llevó las sábanas hasta los labios, escondiendo media sonrisa que no supo contener. Su pecho se alzó lentamente en una exhalación profunda. Por un lado, quería reír como un adolescente enamorado. Por el otro, una inquietud comenzaba a crecer en su pecho: ¿Qué venía ahora? ¿Qué significaba esto para Jayce? ¿Acaso algo cambiaría?
Había algo en su cuerpo que era distinto. No era solo la herida. Era la sensación de estar... lleno. No físicamente, sino en lo más íntimo. Su cuerpo ya no le pertenecía del todo. O más bien, ahora pertenecía también a otro. Había un lazo invisible, pero irrefutable, que lo unía al alfa que dormía a su lado. Lo sentía en su piel, en su centro, en el eco de su aroma todavía fundido con el suyo.
Extendió la mano y rozó con suavidad los nudillos de Jayce. Su piel era cálida
—¿Qué me estás haciendo...? —susurró apenas, sabiendo que no obtendría respuesta.
Y aun así, como si sus palabras fueran una llave invisible, los párpados de Jayce parpadearon un par de veces antes de abrirse lentamente. Sus ojos, aún nublados por el sueño, buscaron primero el rostro de Viktor... y sonrieron al encontrarlo.
—Buenos días —murmuró con voz ronca, grave por la mañana.
—Buenos días... —respondió Viktor en un susurro, bajando la mirada.
Jayce estiró el brazo y lo atrajo hacia él sin esfuerzo, como si no pudiera soportar tenerlo a más de unos centímetros. Sus labios se posaron sobre la cadera viktor mientras su mano subía hasta la nunca de Viktor.
Viktor se tenso ante el toque repentino
—¿Te duele?— preguntó con ternura
Viktor asintió con una sonrisa irónica.
—Un poco... eres intenso.
Jayce soltó una risa baja mientras acomodaba su cabeza contra los muslos de viktor
—Tú me lo pediste.
—Lo sé —susurró Viktor—. Y no me arrepiento.
—Pues yo tampoco
Hubo un instante de silencio entre ellos. Cálido. Profundo. Jayce enredó sus dedos con los de viktor acercando su mano hacia su cabello, el castaño entendio al instante y comenzo a acariciar los cabellos negros del alfa con dulzura. Tomó con fuerza el agarre en la cintura pegándose más a él, como si temiera que Viktor desapareciera si dejaba de tocarlo.
El ambiente era pleno y acogedor, tanto que Jayce hubiera deseado que el tiempo se detuviera en ese instante y no avanzara, pero entonces, Viktor recordó algo. Se incorporó apenas, con el ceño fruncido.
—Tengo que irme... Jinx y Ekko. Hoy íbamos por el parque de diversiones, Powder estaba emocionada
Jayce frunció los labios y soltó un pequeño gruñido, detestaba la idea que su omega se fuera de su lado
—Solo un rato— murmuró —Que esperen. Eres mío ahora.
Viktor rodó los ojos, divertido ante el acto infantil de su alfa. Le parecía injusto que Jayce pudiera despertar tan encantadoramente posesivo sin esfuerzo. Y, aunque también deseaba quedarse, no podía dejar a Jinx esperando. Conociéndola, era capaz de recorrer todo el palacio a gritos buscándolo.
—Lo sé... —suspiró—. Pero si no bajo pronto, terminarás con una Powder furiosa entrando aquí por la ventana.
Jayce resopló, resignado, y volvió a hundirse en las sábanas con el gesto de quien ha sido derrotado en su propia guerra. Viktor se inclinó para deslizarse fuera de la cama, con movimientos lentos por el dolor residual, pero antes de poder levantarse por completo, sintió cómo el brazo fuerte del alfa lo sujetaba una vez más por la cintura.
—Te dejaré ir con una condición... —murmuró Jayce, con una sonrisa pícara en los labios—. Que me des un beso.
Viktor arqueó una ceja, divertido por el chantaje descarado. A paso lento y teatral, se acercó de nuevo a él y le depositó un pequeño beso en los labios, breve y suave.
Pero Jayce no era hombre de conformarse con migajas. Aprovechó el momento para abrazarlo con fuerza y volcarse encima de él en la cama, haciendo que Viktor soltara una exclamación sorprendida entre risas.
—¡Jayce! —se quejó con fingido reproche.
—No dije qué tipo de beso quería —replicó el alfa contra su cuello, dejando un rastro de besos cálidos.
—¡Esto no es un beso, es una emboscada!
Jayce soltó una risa grave
—No puedo evitarlo. Te tengo aquí, sin ropa y además... marcado y tú solo quieres irte a jugar con niños en carruseles.
—Son mis amigos— replicó Viktor, conteniendo la sonrisa —Y tú tuviste toda la noche.
Jayce suspiró exageradamente, apoyando su cabeza en el pecho del omega, como un lobo resignado que acepta que su presa se marche... por ahora. La puerta de la habitación sonó y ambos rápidamente llevaron su mirada en dirección a ella
—Majestad— dijo la voz del mayordomo, detrás de la madera —Disculpe interrumpirlo, pero la señorita Powder está buscando al heraldo.
Viktor se tensó de inmediato. Jayce soltó un gruñido frustrado
—Te dije que vendría a buscarme— murmuró Viktor, intentando no reír mientras se incorporaba con torpeza, buscando con la mirada su pantalón que probablemente había sido arrojado en algún rincón la noche anterior.
—Es una sabandija salvaje —refunfuñó Jayce.
—¡Oye!— Lo regañó Viktor, girándose a mirarlo con el ceño fruncido, aunque los labios no podían ocultar la sonrisa que se asomaba. Se puso de pie y comenzó a cambiarse con la rapidez que su cuerpo adolorido le permitía. Jayce, aún tumbado entre las sábanas revueltas, lo miraba sin disimulo, sus ojos recorriéndolo como si quisiera memorizar cada detalle antes de dejarlo ir.
—Cierto... —dijo Viktor mientras se abrochaba la camisa con dedos algo torpes—. ¿Crees que Dereck diga algo?
—¿Sobre que estás aquí? No. Dereck ha servido a mi familia desde antes de que yo naciera. Es más discreto que cualquier noble de Piltover— respondió Jayce mientras se sentaba al borde de la cama, con el torso descubierto, el cabello aún revuelto. Sus ojos se suavizaron y su voz se tornó más grave, más íntima.
—Además, ¿qué importa si alguien te ve aquí? —sus dedos jugueteaban con una de las mangas de la camisa de Viktor —De todas formas... vas a convertirte en mi emperatriz.
El silencio que siguió a esa frase no fue incómodo. Fue denso, cargado, vibrante.
Viktor se detuvo en seco. Su mirada se alzó, atrapando la de Jayce.
—No vuelvas a decir esas cosas con tanta calma— susurró, sin poder ocultar el leve temblor de su voz. El rubor subió por sus mejillas, pero no se apartó. Solo lo miró... como si su alma intentara asimilar la magnitud de lo que acababa de escuchar.
Jayce sonrió de lado, victorioso, como si acabara de ganar algo más que una batalla.
—¿Por qué? ¿Te asusta?
—Porque alguien te puede escuchar... además aún no te di mi respuesta— Dijo viktor firme
Jayce se detuvo un instante, como si esas palabras hubieran calado hondo. Luego, sin apartar la mirada, se acercó y rodeó a Viktor por la cintura, atrayéndolo con esa suavidad que solo se tiene con lo que se considera precioso. Su frente tocó la del omega con delicadeza, y por un momento, el mundo pareció reducirse al espacio exacto entre sus respiraciones.
—¿Necesito una respuesta? ¿No es suficiente con esta marca en tu cuello? —murmuró Jayce, con la voz grave, mientras con delicadeza apartaba el cabello de Viktor hacia un lado, dejando al descubierto la pequeña herida aún rojiza.
El contacto de sus dedos sobre su nuca hizo que Viktor cerrara los ojos por reflejo. Un estremecimiento recorrió su espalda. El aliento cálido del alfa chocaba contra su piel expuesta y sensible, donde la marca aún palpitaba con una tibieza íntima.
—E-Eso fue un impulso— Susurró Viktor, aunque su voz tembló, traicionándolo.
—¿Un impulso? ¿Uno que nos unirá por siempre?— Jayce lo rodeó con firmeza por la cintura, pegando su cuerpo al suyo, sin dejarle espacio para evitarlo—. No. Fue una decisión. Tuya. Mía. Nuestra.
Viktor tragó saliva. El pulso le latía en la garganta, en la herida, en cada rincón que Jayce tocaba con su piel o su voz. Podía sentir cómo el vínculo invisible que ahora los unía vibraba, se tensaba, casi como si se activara cada vez que estaban tan cerca.
—¿Y si me arrepiento?
Jayce deslizó sus labios por su nuca, depositando un beso justo sobre la marca, con una ternura peligrosa.
—No lo harás —susurró contra su piel—. Porque sientes lo mismo que yo. Y sabes bien que no es solo deseo
Viktor apretó los puños a los costados. El pecho le dolía de emociones no dichas, y al mismo tiempo, algo cálido se expandía dentro de él. Una aceptación lenta
—Eres mio— dijo Jayce, bajando la voz como si le confesara un secreto —Y eso es todo lo que importa
Viktor lo miró, entre el desafío y la rendición. Su mano subió, tocando la mandíbula del alfa con suavidad. —¿Acaso tratas de convencerme de que me quede?— Dijo Viktor en voz baja
—¿Funcionó?
—Casi, pero igual ya me tengo que ir
Jayce rodó los ojos rendido al ver que se acabaron todas sus opciones de retenerlo
—Voy a volver— dijo Viktor con la voz baja —Pero si vuelves a llamarle sabandija a Powder, te prometo que está noche regreso a Zaun
Jayce soltó una risa ahogada
—¿Debería preocuparme de que lo digas tan feliz?
—Tal vez
—Está bien, está bien... solo si ella deja de irrumpir como un huracán para buscarte
—No prometo nada —respondió Viktor, divertido, antes de robarle un beso fugaz.
Se separó al fin, terminando de abotonarse la camisa mientras tomaba aire, intentando ocultar la sonrisa que aún le temblaba en los labios.
Jayce, detrás de él, lo observaba como si ya lo extrañara.
Y Viktor, justo antes de abrir la puerta, murmuró sin girarse:
—Jayce...
—¿Sí?
—Gracias por hacerlo bien.
Jayce no respondió. Solo se acercó por detrás y lo abrazó una vez más, sin palabras. Viktor salió de la habitación, y apenas la puerta se cerró, el alfa dejó escapar un suspiro largo y se dejó caer otra vez sobre la cama, hundiendo el rostro en las sábanas que aún olían a Viktor. Ese omega lo volvía loco. Lo desarmaba. Lo reconstruía. Lo dejaba sin aire.
Pasaron apenas unos segundos de silencio antes de que la puerta volviera a abrirse, esta vez con la elegancia imperturbable del mayordomo del palacio.
—Majestad— dijo Dereck con su voz grave y pulida —Le ha llegado una carta.
Jayce no se movió. Tenía un brazo sobre los ojos y un tono perezoso en la voz.
—¿No puede esperar? Estoy agotado...— añadió con una sonrisa ladina.
Dereck se mantuvo firme, como si nada de eso le afectara.
—Me temo que no, majestad. Esta carta requiere su atención inmediata.
Jayce alzó una ceja y se irguió sobre los codos, mirando al mayordomo con un dejo de fastidio.
—¿De quién es?
—Trae el sello de la familia Medarda
Jayce se enderezó de golpe. El fastidio se evaporó de su rostro como si nunca hubiera existido.
—Dámela.
Dereck se acercó, colocando en la palma un sobre perfectamente sellado con cera roja. El emblema de los Medarda brillaba como una advertencia. Jayce lo rompió con un solo movimiento y desplegó la carta.
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Querido Jayce
Lo siento por no haberte visitado tan pronto como llegaste, te extrañe mucho. Estuve un poco ocupada resolviendo unos asuntos en el norte de Piltover. Pero no te preocupes pronto estaré en el palacio, justo a tiempo para la reunión del consejo de reyes.
Estoy muy emocionada de verte y estar contigo, mi amor.
Atte. Mel
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El silencio cayó como una losa en la habitación. Jayce leyó la carta una vez. Luego otra. Su mirada se endureció línea por línea. Se puso lentamente de pie, dejando la carta sobre la mesa con una suavidad antinatural. Sus ojos estaban clavados en el vacío, pero su mente hervía.
—¿Hace cuánto fue enviada?
—La carta llegó esta mañana. El mensajero dijo que fue enviada desde la casa de campo de los medarda, al norte de Piltover— respondió Dereck, sin cambiar de expresión
Jayce apoyó ambas manos sobre la mesa de noche, apretando los bordes con fuerza.
"Mi amor."
El uso deliberado de aquellas cortas palabras retumbaban en un eco que no deseaba escuchar. La forma en que las palabras en cada línea lo envolvían con la suavidad del algodón mientras dejaban caer un puñal directo a su pecho. Lo conocía demasiado bien. Sabía cómo perturbarlo sin levantar la voz. Cómo usar palabras tan simples como armas.
Aquella carta no era en absoluto amor, era una declaración de presencia y posible guerra, pero sobre todo de propiedad.
Ella venía a reclamar lo que alguna vez fue suyo.
Y él acababa de marcar a Viktor.
—¿Sucede algo majestad? ¿Desea que prepare una respuesta para la carta?— preguntó Dereck
Jayce negó con la cabeza.
—No, no pasa nada y dejala así, no creo que sea necesaria una respuesta
Jayce se levantó de la cama, en dirección al baño. No importaba lo que vendría. Mel no iba a salir con la suya. El también tenía el mismo poder que ella, podía jugar el mismo juego que ella comenzaba a jugar.
Notes:
Holaaa ¿Como están? espero que bien. Agradezco mucho el apoyo que está teniendo mi fanfic. Es un poco largo lose, pero creo que lo vale, para ver el desarrollo de la historia, intento no poner mucho relleno, para centrarme en la historia, pero la verdad soy una adicta a los detalles, así que ya se imaginaran.
En verdad lo aprecio muchísimo y ojala lo siga leyendo hasta el final. Muchas Gracias y hasta el próximo capítulo🩵💕
Chapter 33: Días de Lluvia
Notes:
"Lo que es bueno no siempre es agradable; y lo que es agradable no siempre es bueno."
—Sócrates
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Viktor descendía los escalones del ala este del palacio, el sol de la mañana se colaba por los grandes ventanales formando grandes reflectores naturales que alumbraban los pasillos del palacio. Caminaba lo más rápido que el dolor bajo de su espalda y cadera le permitia pero cada paso que daba solo provocaba que su camisa rosara con nuca provocaba un escalofrío que subía por su espalda; la piel ardía un poco sin decir que era una zona hipersensible por el momento, su cabello largo la cubría por completo lo cual no la hacía visible a los ojos de las personas, a lo cual viktor agradecia pero eso no significa que no sintiera su constante latido.
Había pensado en cubrirla con una venda. Pero para eso tendría que llamar a una doncella. Y eso significaba que lo quisieran ayudar, y si no aceptaba la ayuda solo podría provocar rumores.
Sacudió la cabeza intentando borrar esos pensamientos.
Prefería mantener esa intimidad solo para ellos.
Ajustó disimuladamente el cuello de su camisa, la misma del día anterior, ligeramente arrugada y siguió bajando, cuando una voz estridente interrumpió sus pensamientos.
—¡Heraldo! —gritó Powder desde el recibidor, agitando los brazos como si hubiera visto un fantasma—. ¡Hasta que apareces! Juraría que pasaron años.
Viktor parpadeó, la miró un momento y luego dejó escapar una sonrisa calmada, como si no llevara toda una tormenta invisible adherida al cuello.
—Perdón, Pow... me quedé dormido...
—¡¿Dormido?! —repitió ella, alzando una ceja con picardía—. ¿Pues que clase de té, te metiste para quedarte así de dormido, eh?
Viktor trago saliva nervioso, pero antes de que pudiera responder, ella ya lo había tomado del brazo con energía, arrastrándolo hacia la puerta principal
—Y otra cosa...— dijo, frunciendo la nariz mientras lo miraba de pies a cabeza —¿No estás demasiado bien vestido para ir al parque de diversiones?
Viktor se tensó un instante. Iba a responder, a inventar algo rápido, pero Powder ya estaba enfocada en otra cosa, murmurando emocionada sobre montañas rusas, algodones de azúcar y cómo Ekko tenía que subirse a la atracción más alta "aunque vomite".
Él solo la miro un rato y respiro hondo, estaba agradecido que la omega tuviera toda su atención en otra cosa que en el. Era mejor así. Que no notara nada. Que no preguntara nada.
Salieron del castillo y subieron al auto que ya los esperaba, en el asiento viktor intentó relajarse lo más que podía, pero el recuerdo de anoche aún seguía en su cabeza y sobre todo en sus mejillas. Cerró los ojos y respiró. Su cuerpo se estaba relajado y sus pensamientos serenos... pero un ligero tirón de impaciencia e incomodidad invadió un poco su cuerpo.
Tardó un segundo entender por qué su cuerpo estaba reaccionando de esa forma, pero rápidamente se dio cuenta que aquellas sensaciones no le pertenecían a él.
El lazo que compartían era aún reciente por lo cual en los primeros días, tanto alfa como omega estarían más sensibles que nunca. Era un poco fastidioso, si. Pero era naturaleza.
"¿Qué te pasa...?", pensó, casi con ternura, mientras continuaba su camino. No era tristeza lo que sentía de él, sino una especie de desorden emocional. Como si algo lo hubiese sacado de balance.
[...]
Una semana había pasado. Siete días en los que Viktor logró mantener la compostura con la precisión de un reloj de oro, evadiendo preguntas, sospechas, miradas demasiado prolongadas. Había ocultado la marca y sus consecuencias con la misma delicadeza con la que aprendió a ocultar sus emociones. Durante ese tiempo, siguió acompañando a Powder y Ekko en sus salidas por la ciudad, manteniéndose fiel a su papel como invitado del emperador: siempre atento a los protocolos, sonriendo cuando se esperaba, hablando cuando debía. La herida ya había cicatrizado, al menos en la piel. Bastaba una tela, un cuello alto, o un simple parche para que nadie notara nada. Pero las marcas reales, aquellas que se clavan bajo la carne, seguían allí. Tener un lazo era como comenzar otra vida. Una en la que estabas atado a alguien... y todo cambiaba cuando ese alguien era la persona que amabas.
A decir verdad, Viktor estaba más pensativo. Dormía menos en su habitación, pues cuando la noche caía, sus pasos lo llevaban irremediablemente hasta los aposentos de Jayce. Sonaba cliché, sí, pero los primeros días lo necesitaba cerca. La ansiedad que provocaba la distancia era como una sed ardiente bajo la piel, un cosquilleo agudo en el pecho. Tenerlo cerca lo calmaba... y Jayce no lo alejaba.
Jayce no había cambiado en su trato. Seguía siendo dulce, atento. Lo acompañaba en los recorridos, en las cenas, en los silencios incómodos entre las casas nobles. Pero el lazo no mentía. Había algo más. Una duda persistente, una sombra de incertidumbre que no era suya. Viktor quería creer que era el miedo de Jayce a ser juzgado... pero no era un iluso. Sabía que en la mente del alfa se cocían muchas más cosas. Solo esperaba que, llegado el momento, Jayce se lo dijera con calma. Aún le tenía fe.
Esa mañana, Viktor paseaba solo por los jardines interiores del palacio imperial. Aquel rincón tranquilo, custodiado por arbustos altos y flores pálidas, le había sido concedido como un pequeño refugio. La brisa fresca mecía su cabello, y su cuello permanecía cubierto con el alto cierre de su abrigo. La marca seguía allí, ardiente a veces, tibia otras... pero invisible. En sus manos sostenía un libro abierto, aunque no lo leía. Sus ojos estaban perdidos entre los pétalos de las camelias.
Entonces, escuchó pasos en el sendero empedrado. No necesitó mirar.
Jayce.
El lazo vibró con una tensión sutil, casi imperceptible, pero suficiente para erizarle la piel. Viktor no se movió.
—Te estuve buscando —dijo Jayce detrás de él. Su voz grave tenía una nota apagada.
—Estaba aquí —respondió Viktor sin girarse—. Aunque supongo que eso ya lo sabías.
Jayce se acercó con pasos suaves y se detuvo a su lado. Por un momento, solo el viento entre las flores hablaba.
—¿Cómo te sientes? —preguntó el alfa.
—Bien —respondió Viktor, con una calma ensayada—. Un poco inquieto, tal vez... aunque no creo que sea mío.
Lo miró de reojo. Jayce chasqueó la lengua, y por un instante, su expresión se tiñó de culpa.
—¿Tanto se nota?
—No. Pero recuerda que puedo sentir una parte de tus emociones.
Viktor volvió la mirada al jardín.
—¿Tienes algo que quieras decirme?
Jayce asintió en silencio, apretando los labios. Luego deslizó los dedos por la tapa del libro que Viktor aún sostenía, como si buscara aferrarse a algo más fácil que las palabras.
—Recibí una carta hace unos días.
—¿Una carta?
Jayce solo asintió, dirigiendo la vista a los árboles al fondo.
—¿De quién es?
El moreno tardó unos segundos en responder. Las palabras parecían pesarle.
—Del consejo. Se va a realizar una reunión sobre lo que está ocurriendo en Zaun.
Viktor frunció levemente el ceño. Sabía que muchos reinos veían a Zaun con recelo. Que querían silenciarlo, borrarlo del mapa. Pero escucharlo dicho en voz alta... le apretó el corazón.
—Aún no entiendo... ¿qué razones les dimos para que nos teman?
El aroma dulce de Viktor se avinagró apenas. Jayce lo notó.
—Querían un chivo expiatorio —dijo con seriedad, cerrando el puño—. Al ser un reino desconocido, los demás pensaron en ustedes como la raíz de los problemas que afectaban a Piltover y a sus aliados.
—¿Qué clase de problemas?
—Hace unos meses, comenzaron a desaparecer cargamentos de tecnología piltoviana durante sus rutas de exportación. Máquinas enteras robadas, sin dejar rastro. Hice todo lo posible para rastrear a los culpables... pero fue inútil. No había pistas, ni lógica. Solo incertidumbre.
—Y entonces convocaron una reunión... —susurró Viktor.
—Exacto. Y durante esa reunión, Noxus —la soberana— lanzó una acusación directa. Dijo que Zaun era responsable.
Viktor enmudeció. ¿Cómo podía un reino ignorado durante siglos ser culpado de un crimen tan elaborado?
—Se basó en antiguos escritos de su tierra —continuó Jayce—. Fragmentos que hablan de una magia perdida... una que podría ser capaz de destruirnos a todos.
—¿Cómo se atreve? ¿¡Quién se cree esa mujer para acusar a mi pueblo de un crimen que ni siquiera ha sucedido!?
Viktor se levantó con rabia, dejando caer el libro al suelo. Sus manos temblaban.
—¡Derramar sangre de inocentes por avaricia! ¡Suena tan... tan absurdo y... y... ¡horrible!
Jayce lo observó por un instante. Intentó disimular una sonrisa. Viktor enfadado seguía siendo elegante, incluso en sus insultos.
—Sabes muy bien, Jayce, que lo que poseemos en Zaun no es algo que lastime. Déjame ir contigo. Soy el líder de Zaun, tengo derecho.
—No.
La negativa lo tomó por sorpresa.
—No puedo permitirlo. Y no te dejarían entrar. Algunos... ya sospechan de lo nuestro. Si te ven, pensarán que solo busco protegerte porque eres mi pareja.
Viktor desvió la mirada. No por la negativa, sino porque sabía que Jayce tenía razón. El silencio cayó entre ambos.
—¿Entonces vas a dejarlos destruirnos? —susurró Viktor, con la voz quebrada.
—Sabes que nunca lo permitiría —Jayce tomó sus manos—. Tú y Zaun... estarán a salvo. Eres lo más importante para mí. Dañarte es lo único que no soportaría.
Viktor tragó saliva. El lazo no mentía. Lo sentía: decía la verdad.
—Jayce...
—Pero hay una forma de asegurar esa protección —dijo, y su voz se volvió tensa—. Una más efectiva.
Viktor lo miró. La respuesta le cruzó la mente como un trueno.
—No...
—Viktor, escúchame. La anexión es la mejor opción.
Las palabras cayeron como cuchillas.
Anexión... Significaba la desaparición de su nación. La pérdida del nombre Zaun. Su gente bajo reglas ajenas. Su historia reescrita. Su libertad... borrada.
—Jayce, no puedo...
—¿Prefieres que lo destruyan?
—¡No! Pero debe haber otra salida. Si tú les hablas, si les explicas...
—¡NO EXISTE OTRA SOLUCIÓN, VIKTOR!
El grito retumbó, y el omega dio un paso atrás, sacudido por el rugido y las feromonas. Jayce cerró los ojos, respiró hondo. Dio un paso hacia él, pero Viktor se apartó.
—Lo siento... no quería gritar...
—Pero lo hiciste —murmuró Viktor, con el ceño fruncido, sin mirarlo.
Jayce se dejó caer en el banco de piedra, se cubrió el rostro con la mano.
—Solo que... el pensar que te pueden alejar de mí me desespera. Estoy intentando hacerlo bien. Pero si no me apoyas... ¿cómo esperas que lo logre?
Viktor se frotó el brazo izquierdo. También se sentía culpable, pero él tampoco quería que su gente sufriera por una decisión así. Quería hacer lo mejor para Zaun... Pero si hacer lo mejor también significaba condenarlas. Entonces ¿Eso todavía significa proteger?
—Jayce... es que yo...
La conversación fue interrumpida de golpe por la voz de Caitlyn.
—Disculpen la intromisión —dijo, apareciendo entre los rosales—. Su majestad tiene una reunión con los ministros.
Jayce se puso de pie, asintiendo.
—Gracias, Cait. Dame solo un segundo.
La mujer se retiró unos pasos. Jayce volvió la mirada a Viktor. El omega no alzó la vista. Jayce quiso decir algo. Quiso tocarlo, acariciarle la espalda... pero cuando extendió la mano, Viktor se apartó. Jayce cerró los dedos, los convirtió en puño.
Solo suspiró.
—Solo piénsalo, Viktor. La reunión es la próxima semana.
Viktor no respondió. Y Jayce se marchó en silencio, junto a Caitlyn, dejándolo con la mente y el corazón hecho un lío.
[...]
Tres días.
Tres días habían pasado desde la conversación con Jayce... y desde la última vez que se vieron. Era curioso cómo siempre que discutían, parecía que el destino los castigaba con un silencio de tres días. Como si sus emociones necesitaran exactamente ese tiempo para volver a respirar.
La tormenta no daba tregua esa tarde. Los cielos de Piltover estaban cubiertos por un manto espeso de nubes violetas, y la lluvia golpeaba con fuerza los ventanales de la alcoba de Viktor. Relámpagos cruzaban el horizonte y, de vez en cuando, el retumbar de un trueno sacudía las paredes del palacio.
Viktor se encontraba recostado contra la pared, al lado de la ventana, envuelto en una manta pálida, con una taza de té de manzanilla tibia entre sus manos. Sus ojos dorados seguían el recorrido lento de las gotas deslizándose por el cristal. Afuera, la ciudad parecía un cuadro borroso. Dentro, el calor de la chimenea apenas lograba romper el frío que llevaba por dentro.
A unos metros, Powder estaba tirada boca abajo sobre la alfombra, dibujando en su cuaderno con la concentración de una niña pequeña. Su cabello azul estaba desordenado, y sus dedos manchados de carboncillo. Frente a ella, Ekko estaba echado en el sofá, las piernas cruzadas y un libro de ingeniería piltoviana en las manos. Sus ojos repasaban las páginas con atención fingida, aunque no pasaba un minuto sin echar un vistazo de reojo a Powder.
Viktor los observaba en silencio, dando pequeños sorbos a su té. La escena, tan íntima y sencilla, le arrancaba una suave nostalgia. Le recordaba a Zaun.
Después de la muerte de sus padres, Silco y Vander —inseparables amigos de su familia— lo visitaban a menudo. Nunca estuvo realmente solo. Siempre hubo manos que lo sostuvieron, miradas que lo cuidaron, presencias que lo abrazaron cuando la tristeza se le metía en los huesos. Sky, Ekko, Powder... ellos eran su tribu. En los días de lluvia como ese, siempre había compañía, risas y pan caliente. La calidez de su pueblo era algo que no podía explicarse con palabras.
Un trueno estalló, más cercano que los anteriores, y los tres Zaunitas se sobresaltaron.
—¿Escucharon eso? Fue muy cerca... ¿Será que nos vamos a morir hoy? —dijo Powder, tapándose con una manta que jaló del sofá, sus grandes ojos azules redondos como platos.
—¡Powder! No digas eso —replicó Ekko, sin apartar la vista del libro, aunque el leve temblor de sus dedos lo delataba.
Viktor soltó una risita nasal. Era imposible no sonreír ante esa escena. Ekko cuidaba de Powder desde que ella nació, con una devoción que a veces enfurecía a Vander, especialmente cuando veía a un alfa que no era él ni Vi acercarse demasiado a su pequeña. Pero nadie podía impedir lo inevitable.
Ekko acababa de cumplir dieciocho años. Era uno de los alfas más codiciados de Zaun. Inteligente, valiente, atractivo. Y sin embargo, rechazaba cualquier intento de cortejo. Viktor no necesitaba ser un genio para saber por qué. Bastaba ver cómo Ekko desviaba la mirada del libro cada vez que Powder garabateaba algo en su brazo con una sonrisa boba.
—Harán una linda pareja, más adelante —murmuró Viktor para sí mismo, era seguro que ellos no pasarían por tantos problemas como el en estos momentos. El tercer sorbo de la manzanilla se sintió más amargo que los anteriores.
Zaun. Anexión. Jayce.
Tres palabras que giraban en su mente como una danza de espadas.
¿Cómo tomar una decisión sin traicionar algo?
Si aceptaba la propuesta de Jayce, Zaun dejaría de ser libre, pero estaría a salvo.
Si la rechazaba, conservarían su independencia... pero quedarían expuestos.
Era el líder. El Heraldo. No podía ser egoísta.
Pero también era un omega que amaba a un alfa... que, pese a todo, parecía dispuesto a romperlo si era por protegerlo.
¿Y si el amor no alcanzaba?
¿Y si esta vez, el amor era precisamente... ¿el obstáculo?
Un nuevo trueno lo sacó de sus pensamientos.
—¡HERALDO! —gritó Ekko.
Viktor parpadeó.
—¿Q-qué pasó?
—Hasta que respondes. Parecías una estatua mirando por la ventana —comentó Powder, con una galleta de chocolate en la boca—. ¿Estás bien? Te dijimos que trajeron postres.
—Ah, sí... —respondió Viktor con una sonrisa falsa—. Solo que la lluvia me relaja mucho.
—¡Pues no tanto como las galletas de avena! —gritó Powder mientras corría hacia la bandeja con Ekko justo detrás.
Una pequeña carrera se desató en la alfombra, y como era de esperarse, la de trenzas ganó por velocidad y descaro.
—¡Son mías!
—¡Al menos déjame una!
Viktor desvió la mirada, una sonrisa suave curvando sus labios. No era una pelea real. Solo una de esas discusiones que no lastiman. Aun así, alzó la mano y chasqueó los dedos. La cicatriz cristalizada en el brazo de Powder brilló por un instante, desestabilizando su equilibrio. Ekko aprovechó y se apoderó de la bandeja.
—¡Eso no fue justo! ¡Viktor! —se quejó ella, indignada.
—¿Desde cuándo me llamas Viktor? —preguntó él con una ceja alzada.
—¡Desde ahora! —respondió ella, molesta, tirándose al suelo. Ignoró que Ekko le había devuelto la bandeja... con cuatro galletas menos.
Viktor la observó. Sus ojos brillaban. No de tristeza, sino de dignidad herida. Aquella escena parecía insignificante... pero era todo. Esa era la Zaun que él protegía. La que no podía permitirse perder.
La magia.
Era lo único que les permitía vivir. En Zaun, cada niño nacía con alguna deformidad, enfermedad o mal que amenazaba su existencia. Y fue la magia —aquella energía que fluía a través de cristales sagrados— la que los salvó.
Ningún zaunita podía vivir sin ella.
Ninguno... excepto el
Viktor no era un hijo nacido en Zaun, fue curado por la magia, era cierto, pero a diferencia de otros como él, él había podido usar magia sin necesidad de esos cristales, como si aquella magia arcana desde que ingresó a su cuerpo se hubiera quedado adherido a él.
No sabía que podía pasar con él si aquella magia desaparecía ¿moria? ¿viviría?. no lo sabía. Lo que sí sabía, era que su pueblo sucumbiría.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el cristal empañado de la ventana.
Ya había tomado su decisión.
Entregaría todo. Su nombre, su cuerpo, incluso su vida si era necesario...
Pero Zaun no caería.
No mientras él respirara.
Giró la mirada hacia Powder, que ahora escondía el rostro entre las rodillas como si aún estuviera dolida. Viktor caminó hacia ella, se sentó a su lado y le acarició el cabello.
—Ok... fue mi culpa. Lo siento. Pero sabes que a Ekko también le gustan esas galletas.
Ella no respondió. Solo se recostó en sus piernas, aún sin mirarlo.
No estaba triste. Solo haciendo un berrinche digno.
Viktor empezó a peinar suavemente las trenzas azules con los dedos.
Y comenzó a tararear. Una melodía suave, casi un susurro.
La canción que su madre le cantaba cuando la lluvia golpeaba el techo de Zaun.
Una nana antigua... de esas que no necesita letra para curar.
La chimenea chisporroteaba, y las llamas danzaban como si celebraran un secreto.
Viktor las miró, dejando que el calor lo envolviera lentamente.
La decisión era difícil.
Pero era suya.
Y la tomaría por ellos.
Solo por ellos.
[...]
Viktor caminaba por los pasillos silenciosos del palacio, con dirección a la oficina de Jayce. Esta vez, le tocaba a él dar el primer paso. Reconciliarse con su alfa.
La noche anterior había dormido acompañado de Powder y Ekko, que terminaron roncando en el sofá de su habitación después de horas de juegos, historias y carcajadas. Había sido una de las mejores noches que recordaba desde su llegada a Piltover.
Pero todo momento alegre, por alguna razón, parecía acortar la distancia con los difíciles. Y ese, claramente, había llegado.
No se apresuraba. Caminaba con el mismo ritmo calmo de quien desea posponer lo inevitable.
Al llegar frente a la gran puerta de madera tallada, dudó unos segundos. Sabía, por Caitlyn, que Jayce no había salido de esa habitación en días. Al parecer, Powder no era la única que sabía hacer un berrinche...
Viktor levantó el puño y golpeó suavemente tres veces.
Uno.
Dos.
Tres.
Cinco segundos. Silencio.
Frunció el ceño, iba a intentarlo de nuevo, pero el golpe seco de algo cayendo al suelo, seguido de una voz ronca y claramente malhumorada, lo detuvo:
—Quien seas, vete. No quiero hablar con nadie.
El fastidio subió por su garganta como una chispa. ¿Había llegado hasta allí, con el mejor ánimo posible, para recibir eso? No. Definitivamente no.
Giró la perilla sin pedir permiso y entró.
La habitación estaba sumida en la penumbra. El aire era pesado, cargado de papeles desordenados, libros abiertos en el suelo y ropa amontonada sin cuidado. El único punto de luz venía de una pequeña lámpara sobre el escritorio, donde Jayce estaba recostado, medio dormido.
El alfa gruñó al intentar incorporarse.
—¿Acaso no escuchaste cuando dije... que te largues?
—¿Y así tratas a las personas que vienen a verte? —replicó Viktor, cruzando la puerta y cerrándola detrás de él.
Jayce parpadeó, confuso, y su voz cambió de inmediato.
—¡Ah! V-Viktor... amor, yo... ¿Qué haces aquí?
El castaño no respondió. Sus ojos ya estaban evaluando el desastre a su alrededor.
—¿Por qué estás en la oscuridad? Abre las cortinas —dijo con un tono casi maternal, mientras caminaba hacia la ventana.
Las abrió sin esperar permiso. La luz inundó la sala como una bofetada de realidad. Jayce se cubrió los ojos con una mano, molesto.
—He estado ocupado... con documentos —murmuró.
—Sí, claro... lo noto— ironizó Viktor, repasando con la mirada el caos que lo rodeaba. —Hablando de eso... la señorita Cailtyn, me pidió que te entregara esto— Dijo mientras mostraba unos documentos.
Jayce se levantó lentamente y fue a cerrar parcialmente las cortinas, con gesto huraño.
—¿Eso es todo?
—Luces terrible... ¿te has bañado siquiera?
Jayce bufó.
—He estado ocupado. Tú tampoco viniste, así que asumí que también lo estabas.
Viktor soltó un largo suspiro, se alejó unos pasos y se cruzó de brazos.
—Vine a retomar la conversación que dejamos pendiente.
Jayce lo miró, esta vez con atención.
—¿Ya te decidiste?
Hubo un segundo de silencio. Solo el zumbido de la lámpara rompía el aire entre ambos.
—...Zaun se convertirá en parte de Piltover.
Las palabras no cayeron como cuchillas. Cayeron como piedra. Firmes. Pesadas. Inamovibles.
—¿En serio?
—Sí. —Viktor bajó un poco la voz, no por duda, sino por respeto a lo que eso significaba—. No porque crea que es lo correcto... sino porque amo demasiado a mi gente. Y tú... tú formas parte de esa gente ahora.
Jayce dio un paso hacia él, como si algo en su pecho se aliviará de golpe.
—Entonces, ¿lo haces por nosotros?
—Lo hago por ellos— respondió Viktor, sin esquivar su mirada —Ellos.. ellos son mi todo y espero que lo entiendas.
Jayce lo miró por un momento, sabía bien la difícil decisión que él tomaba, no le gustaba ver esa expresión de tristeza en su rostro, pero él se iba a encargar de todo. Todo estaba saliendo a la perfección. Viktor se convertiría en su emperatriz y a él no le importaría ser descarado o avaricioso con tal de que él, nunca se vaya.
El Talis sostuvo las manos del omega con fuerza, como si en ellas pudiera jurarse a sí mismo que no volvería a perderlo. Las llevó a sus labios y las besó con un cariño que parecía calmar hasta los latidos.
Viktor observó el gesto, sin oponer resistencia, y sonrió suavemente. —Tengo que irme— dijo bajando un poco la mirada —Los demás me esperan.
—Mmm... no tan rápido— murmuró Jayce, apretando con ternura su cintura para evitar que se alejara —Te escapaste tres días, Viktor. Creo que me debes al menos unos minutos más.
El omega soltó una risa breve, sin poder evitarlo. Jayce era un hombre fuerte, ambicioso... pero en privado, con él, se comportaba como un niño caprichoso que no quería devolver su juguete favorito.
—¿No tenían cosas importantes que hacer? —inquirió Viktor, arqueando una ceja—. Documentos, reuniones, ministros, la famosa agenda del emperador...
Jayce fingió pensarlo, ladeando la cabeza con una expresión exageradamente seria, antes de acercarse y besarle la mejilla.
—Pueden esperar.
Viktor rodó los ojos ante el gesto. sentíó el lazo vibrando con suavidad bajo su piel. Jayce estaba tranquilo...Y él también. Por ahora
Juguetearon unos segundos más entre palabras y roces discretos. Al final Viktor lo alejó apoyando los documentos sobre su pecho
—Caitlyn dijo que lo revisaras, son notas de tu última reunión—dijo mientras veía como el moreno las tomaba en la mano —No dejes tus asuntos importantes para después
—Tú eres mi asunto importante— respondió Jayce, aún con la sonrisa en los labios.
Viktor apretó los labios y luego rodó los ojos, iba a responderle pero sabía que si lo hacía, ese juego no tendría fin. Simplemente acarició levemente su mejilla y se dirigió hacia la puerta dándole una mirada antes de salir. El clic de la puerta al cerrarse dejó un silencio curioso detrás. Jayce bajó la vista a los papeles, los tomó y los desplegó... pero lo que vio no fue lo que esperaba.
En lugar de gráficos, mapas o informes, los papeles estaban cubiertos de dibujos en marcador: figuras torpes y coloridas, una torre, una nube sonriente, letras sin sentido. Uno de los dibujos mostraba un hombre musculoso con una corona torcida... y cuernos gigantes en la cabeza.
Jayce parpadeó, desconcertado.
—¿Pero qué...?
Había una palabra garabateada con marcador rojo en la parte superior del dibujo:
"Jayzifer, rey de los tontos."
Jayce soltó una risa torcida. Powder.
Sacudió la cabeza con resignación. Caitlyn lo iba a matar si esos eran los papeles que tenía que firmar. Pero al menos ahora tenía una excusa para ir tras Viktor.
Abrió la puerta y aún riendo, asomó la cabeza por el pasillo... pero no tuvo que ir muy lejos.
Allí estaba él.
Viktor se había detenido a pocos metros, como si algo lo hubiese detenido en seco. Jayce frunció el ceño, curioso, y se acercó con los papeles en la mano... hasta que vio lo que él veía.
Frente a Viktor, erguida como una pintura viva en medio del pasillo, estaba una figura demasiado conocida.
Cabello negro, pie oscural, labios perfectamente pintados en un tono borgoña. Su postura elegante y un vestido entallado negro con encaje.
Mel Medarda.
Notes:
Buenas nocheees
Aquí llegando una humilde ofrenda para ustedes, jaja subo estó mientras estoy en el cine encapuchada, cuidando a mi primo de 12 años en su primera cita, ay el amor....
Me siento vieja
Bueno, ah sucedido gente, a pasadooo, Mel a llegado... y yo me quiero matar pq me quede con paralisis mental y nose como comenzar a escribir lo que me imagino, así que tal vez no actualice en unos días. Por lo que les dejo un capítulo muy largo.
Otra vez, muchas gracias por el apoyo que está teniendo esté fanfic, me hace sentir muy feliz que en verdad les guste y nunca me cansaré de agradecer. Ya saben que si les gustó la historia, me apoyan mucho dejando su voto, un comentario simpatico y compartiendo está historia o siguiendome, para traerles mas capítulos.🩵
Sin mas que decir. Hasta el próximo capítulo.💕
Chapter 34: La sombra Dorada
Summary:
"Hay enemigos que no se enfrentan con espadas, sino con sonrisas."
—Victor Hugo
Chapter Text
El suave chasquido de la puerta al cerrarse tras él dejó a Viktor solo en el corredor.
No se fue de inmediato.
Se quedó allí, de pie, con la mirada fija en la madera tallada, como si sus pensamientos hubieran quedado atrapados al otro lado. Sentía aún el calor de las manos de Jayce en las suyas, la sombra del beso en su mejilla, y el peso invisible de la decisión que acababa de tomar.
Zaun… ya no volvería a ser el mismo.
Inspiró hondo y dejó que el silencio del palacio lo envolviera. Por un momento, no se escuchaba más que el lejano murmullo del viento contra los vitrales. Hasta que el sonidos de unos tacones altos, rompió el silencio.
Viktor giró levemente el rostro hacia el sonido, curioso. A lo lejos, una figura avanzaba por el pasillo con paso seguro. Una mujer alta, elegante, de andar medido y mirada afilada. Su cabello oscuro estaba recogido en un peinado alto con broches dorados. Cada prenda de su cuerpo solo destilaba riqueza y poder.
La mujer que al principio no parecía interesada en él, detuvo sus pasos al estudiarlo un poco. Una suave sonrisa se dibujó en sus labios, no podía distinguir qué clase de sonrisa tenía.
Viktor tampoco sabía el porqué esa persona se le había quedado mirando ¿Algo ministra de Piltover?. Él tampoco podía desviar la mirada, era una mujer muy hermosa, tal vez hasta perfecta, el tipo de persona que te miraba por encima del hombro y nunca a los ojos.
Iba a hacer una pequeña reverencia y seguir su camino, pero algo llamó su atención, un broche de oro con piedras de rubí, el cual se le hacía conocido.
La mujer ladeó un poco la cabeza y Viktor se dio cuenta lo maleducado que había sido, al quedarse mirándola tanto rato. Aunque ella había sido la primera en mirarlo. Su presencia por alguna razón, lo hacía sentir extraño, hasta casi, inquieto.
—Buenos días— Saludó Viktor con educación mientras hacía una corta reverencia.
La mujer no quitó su expresión e imitó el mismo saludo del Zaunita. —Bueno días—
Por unos segundos, el silencio volvió a extenderse entre ambos, pesado y fino como terciopelo.
—No lo había visto antes en el palacio— dijo ella finalmente, con voz baja pero nítida —Y eso que conozco muy bien este lugar. ¿Eres nuevo en Piltover?
Viktor sostuvo la mirada de la mujer con una cortesía tranquila.
—Podría decirse que sí—respondió con neutralidad —Aunque mi presencia aquí es temporal.
—¿Temporal?— repitió ella, como si la palabra le resultara divertida —Qué curiosa elección de palabras. No todos los que pisan este palacio lo hacen con intención de marcharse.
Viktor sonrió, casi imperceptiblemente.
—Eso depende de quién sea el que camina… y de quién le abre la puerta.
La mujer soltó una ligera risa, suave como un aleteo de pluma. No era una carcajada, sino un gesto de aprobación medida, como si reconociera en él algo más que modales.
—Tienes razón. No todo el mundo entra por las mismas razones… ni con las mismas intenciones— Ella lo inspeccionó un momento, mirándolo de pies a cabeza —Creo que aun no le he preguntado su nombre ¿Le importaría decirme?
Viktor iba a responder pero la puerta de la oficina abriéndose lo interrumpió. Ambos se giraron hacia el sonido.
Jayce apareció en el umbral, aún con los dibujos de Powder en la mano, tenía una expresión tranquila pero al ver a la mujer, está cambió por completo a una de sorpresa mal disimulada.
—Mel— dijo con un tono tenso y serio
Ella lo miró por un momento y aquella sonrisa fingida cambio a una más de felicidad ensayada
—Jayce. Qué gusto verte nuevamente.
—El gusto es todo tuyo, me imagino— respondió él, cruzando los brazos con disimulo, sin apartar la mirada de ella —¿Qué haces aquí?
—¿Qué hago aquí?— repitió ella, ofendida con encanto —Acaso esa es tu bienvenida? o ¿Acaso ya no puedo pasear por los pasillos del palacio?
Jayce tenso la mandíbula, mientras apretaba los papales en sus manos
—Además la reunión del Consejo es en unos días. ¿No leíste mi carta?
Viktor que se había mantenido en silencio, frunció el ceño ante lo mencionado por la mujer ¿carta?. Acaso… ¿Ella había mandado la carta de la que Jayce le había hablado? . Pero… él le había dicho que había sido del consejo. Viktor se quedó pensando un rato hasta que la voz de mel lo sacó de sus pensamientos.
—Lamento que nuestra conversación haya sido interrumpida. ¿Me volverías a decir tu nombre?
—El tiene cosas que hacer, será mejor que se vaya— Respondió Jayce en su lugar
—No estoy hablando contigo Jayce… ¿Dónde están tus modales?— Volvió a desviar su mirada al chico frente a ella, con una mirada un poco más seria. —Entonces… ¿Tu nombre es?
Jayce intentó tomar a Viktor del brazo pero el omega no se dejó
—Si.. lo siento, me llamo Viktor, soy…
—El heraldo de Zaun…¿Verdad?
El ambiente se volvió tenso por un instante, en la mirada de la mujer destello un brillo aguado que no podía describir que tipo.
—Si… mucho gusto ¿Usted me conoce?— Preguntó viktor sin dejar de mirarla
—Sí, así es… —repitió Mel, con un dejo casi melancólico —Tal vez, hasta un poco más de lo que me gustaría—. Ella lo miró de forma rápida y luego paso su vista hasta la de Jayce
—Me debe disculpar… pero no creo haberla visto antes ¿Cómo se llama?— preguntó Viktor al ver la mirada que ella le daba a Jayce.
Ella ahogó una sonrisa ante la pregunta
—Perdón. Creo que fui un poco grosera. Mel Medarda, emperatriz de Noxus mucho gusto— dijo ella, haciendo una reverencia impecable, sin dejar de observar a Viktor como si lo estuviera estudiando.
Viktor se quedó quieto al escuchar la presentación de la mujer era la famosa emperatriz de noxus, la mujer que había intentado causarle tantos problemas a Zaun. Viktor cerro uno de sus puños con fuerza, sintió como la saliva se amargaba dentro de su boca, una sonrisa ahora forzada se forma en sus labios y solo atinó a corresponder como siempre:
—El gusto es mío, Majestad Medarda.
Mel ladeó un poco la cabeza, como si saboreara el nombre en su mente. Luego sonrió con un poco de burla
—Por Favor, no me llame majestad heraldo, Mel está bien. No hace falta tanta formalidad… al menos, no creo que haga falta entre nosotros.
Jayce dio un paso más quedando a pocos centímetros de Viktor. Sus ojos se clavaron en Mel como cuchillas. Estaba claramente incómodo, pero también preocupado por lo que pudiera salir de esa conversación.
—Mel… ya para.
—¿Dije algo indebido?— replicó Mel con inocencia sin voltear a verlo —Solo estoy siendo cordial. Después de todo, Viktor también sería mi invitado— Las palabras confundieron a Viktor ¿Su invitado? ¿Por qué decía eso? Ella no era la dueña del palacio y menos le correspondía decir eso. ¿Acaso el ser soberanos de un reino, les daba derecho a ser groseros?. No importaba, no podía dejarse intimidar por ella. Además, no sabia que habia podido pasar antes pero era evidente que Jayce no la quería cerca.
—Me sorprende que no me lo hayas presentado tú mismo, Jayce. Pensé que me conocías lo suficiente para eso.
Viktor volvió a fruncir el ceño, esta vez sí girando el rostro hacia Jayce con una expresión más interrogante. El alfa se tensó al notar la mirada.
Mel, satisfecha con el efecto, continuó.
—Bueno, no quiero incomodar. Solo me pareció interesante conocer al famoso heraldo de Zaun del que todos están hablando. Aunque eres… algo diferente a lo que imaginaba.
La frase flotó entre los tres como una nube espesa. Jayce iba a decir algo, pero Viktor lo interrumpió primero.
—Me temo que no comprendo a qué se refiere ¿Podría ser más específica?— dijo con falsa cortesía, había notado el veneno en esa frase.
Mel sonrió, como si le divirtiera lo que dijo, al parecer el heraldo también tenía una lengua afilada.
—No te preocupes. A veces es mejor no entender ciertas cosas de inmediato— bajó un poco el tono y añadió —Piltover tiene muchas capas. Y sus pasillos… más secretos de los que imaginas.
Viktor abrió más los ojos ante esa pregunta, no dijo nada malo, pero era visible que era una muestra de poder, iba a responder cuando Jayce dio un paso al frente, interrumpiendolo.
—Mel. Basta.
La mujer lo miró por primera vez con seriedad. No enojo. No amenaza. Solo una sombra antigua de algo no resuelto.
Se hizo un nuevo silencio. Esta vez más áspero.
Jayce posó su mirada en Viktor, el cual le pedía diferentes explicación con la mirada, podía sentir el suave aroma agrio que emanaba de su piel. Y después volvió hacia Mel, que seguía con ese brillo de fuego encendido, como si sus pupilas se hubieran dilatado en puntas como si se tratara de un animal felino.
Notó como algunos sirvientes que les tocaba limpiar aquella ala, los miraba de reojo, no podía permitirse más problemas.
—Hablemos en la oficina, Mel.
Mel bajó la mirada un segundo, como si evaluara la orden. Luego alzó el rostro con una sonrisa que no prometía nada bueno.
—Por supuesto —respondió con un suspiro fingido de resignación—. Será como quieras.
Caminó a paso lento hacia Jayce tocando ligeramente su brazo mientras le sonreía, pero antes de ingresar, volvió a mirar a Viktor por encima del hombro.
—Un placer, heraldo. Espero que podamos volver a conversar… con más tranquilidad.
Mel le dio una última sonrisa y entró en la oficina. Jayce desvió la mirada hacia Viktor, como pidiéndole con los ojos que no preguntara nada más. Luego dio media vuelta y caminó hacia la oficina. La puerta se cerró detrás de ellos con un suave clic , dejando a Viktor solo en el pasillo.
[...]
Mel permanecía de pie en medio de la sala, con esa misma calma peligrosa con la que una reina observa su reino desde lo alto. Su porte no había cambiado en lo absoluto. Seguía moviéndose por el lugar como si aún le perteneciera.
Jayce se mantuvo en el umbral, los hombros tensos y los papeles de Powder arrugándose entre sus manos.
—Qué intensidad, Jayce —comentó ella sin voltear, paseando la vista por el escritorio como si evaluara la decoración—. No imaginé que una simple presentación te pondría tan… nervioso.
—¿Qué quieres, Mel? —disparó él sin rodeos.
Ella giró apenas el rostro. Sus labios dibujaron una sonrisa, pero sus ojos estaban afilados.
—Pensé que ya lo sabías. Vine para dar las pruebas del peligro que representaba Zaun, algo de lo que ambos queríamos desde el principio. Controlar a Zaun antes de que se convierta en una amenaza. Ese era el trato, ¿no?
Jayce no contestó. Su expresión se oscureció.
—Pero parece que has cambiado de planes…— añadió ella, con tono seco —O, mejor dicho, de prioridades.
Jayce entrecerro los ojos
—Ya no me interesa lo que planeabamos en un principio Mel. Ahora todo es muy diferente.
Mel se volvió hacia él, cruzando los brazos con la misma sutileza que alguien que prepara un ataque.
—Sí. Por lo visto incluso tú has cambiado. Solo estás cometiendo el mismo error que todos los alfas cometen cuando se encariñan con sus juguetes: confundir deseo con amor.
—No te atrevas— gruñó Jayce, alzando la voz —a llamar “juguete” a mi omega.
—¿Omega?— repitió ella, saboreando la palabra como un veneno dulce —Veo que las cosas sí van en serio, si ya usas ese título. O es que acaso… ¿ya lo has marcado?
Su tono bajó, afilado como una daga.
—No te atrevas a hablar de él— advirtió Jayce —No te lo permito.
Mel soltó una risa seca, cortante. Bajó la voz, pero no la intención.
—¿Tanto te importa? Entonces dime, ¿ya le dijiste que seguimos comprometidos?— dijo con una sonrisa torcida —Aunque viéndolo bien… se nota el tipo de omega que es, si aceptó ser el amante de un alfa comprometido.
El silencio que siguió fue helado.
Jayce apretó los puños. Su mandíbula se tensó como hierro al rojo.
—Tú y yo ya no somos nada— espetó —¿Acaso no lo dejé claro?
—¿Lo dejaste claro?— Mel rió, suave, pero sin rastro de alegría —Jayce, olvidaste que no puedes anular un contrato de unión sin el consentimiento de ambas partes. ¿O quieres llevarlo al Consejo? Adelante. Estoy dispuesta a declarar. Aunque… no sé si él— remarcó el pronombre con desprecio contenido —Pueda soportar la atención pública. ¿Estás dispuesto a arrastrarlo a ese tipo de escándalo?
Jayce dio un paso hacia ella. Su sombra cayó entre ambos como una sentencia.
—Si lo lastimas… si lo pones en peligro, Mel… no sabes lo que soy capaz de hacer.
—Oh, sí lo sé— susurró ella, con la tranquilidad que precede al caos —También sé cuánto valoras el bienestar de Piltover. ¿Lo amas tanto como para ver tu reino arder por él?
Las palabras calaron profundo. Jayce cerró los ojos un instante.
—Zaun no representa ningún peligro. No hay nada de lo que tú creías ahí.
Mel rio, esta vez con burla descarada.
—¿De verdad crees que soy tonta?
—No— respondió él —Pero tengo más información de la que tú tienes ahora.
—Tú no sabes nada, Jayce.
—Puede ser. Pero sé que tu único informante está… fuera de servicio. Qué contratiempo, ¿no?
El rostro de Mel se endureció. Apretó ligeramente los dientes, esforzándose por no perder la compostura.
—¿Algo que quieras decir sobre eso, Jayce? Porque sabes que el asesinato es un crimen en todos los reinos.
—Lo mismo te digo a ti— contestó él, con tono grave.
La tensión se volvió asfixiante. Ambos se miraban con la misma intensidad con la que dos bestias dominantes luchan por el control de un territorio. Hasta que Mel soltó una sonrisa peligrosa.
—¿Asustado, Jayce? ¿Qué crees que pensaría Viktor si supiera todo esto? Si conociera tus verdaderas intenciones… lo rápido que huiría de tu lado al saber que planeabas tomar su reino.
Jayce no respondió enseguida. Su respiración era agitada, pero su voz se volvió baja, controlada… letal.
—No juegues conmigo, Mel.
—Por favor…— susurró ella —sabes que contra mí no puedes. Te conozco demasiado bien. Eres tan predecible...
Mel dio un paso más, acercándose. Lenta, elegante. Apoyó las manos sobre el pecho del contrario, acariciando el chaleco azul que llevaba puesto. Sus dedos se deslizaron con familiaridad, casi con ternura.
—No sigas luchando contra lo inevitable, cariño. Tú y yo estamos hechos el uno para el otro.
Se separó apenas y con suavidad le acarició la mejilla. Jayce guardio un gruñido en su garganta ante ese toque.
—No eres nada sin mí, Jayce… No intentes jugar un juego que nunca podrás ganar.
La noxiana dio una ultima sonrisa y se cruzo para el lado izquierdo de Jayce caminando hacia la puerta. Su mano descendió suavemente del rostro del alfa siguiendo el mismo recorrido anterior. Iba a seguir caminando cuando la mano de Jayce sujeto con fuerza su muñeca, haciendola sorprender, obligandola a mirarlo nuevamente.
—No te creas demasiado, Mel— su voz fue oscura, como una tormenta que apenas comenzaba —Yo también te conozco. Y he pensado en todo esto más de lo que crees.
—Suéltame—dijo con una sonrisa torcida, desafiante.
—Tú no haces esto por el bien común— escupió —Lo haces por ti. No puedes controlar ni tu propio reino ¿Crees que puedes controlar está situación? Solo eres una egoista que se proclama emperatriz, cuando nisiquiera a sido coronada.
La sonrisa de Mel desapareció.
Sus ojos se volvieron fríos, como mármol. A pesar del golpe, no perdió la compostura, pero algo en su mirada ardía. Algo que no permitía salir… todavía.
Se soltó de su agarre con un movimiento firme. Dio un paso atrás.
—Estás cruzando una línea peligrosa, Jayce.
Jayce sonrio antes las palabras
—Solo eres la sombra de tu madre. Necesitas ganar algo, lo que sea, para sentir que vales más. No puedes ni enfrentarla a ella… ¿y crees que vas a ganar aquí?. Si crees eso… entonces eres mas predecible de lo que yo….
Una fuerte golpe se escucho en toda la habitación. La palma libre de Mel habia intersectado contra la mejilla ahora rojiza de Jayce en un ataque de ira descontrolada. Lo cual provoco que Jayce retrocediera unos pasos, soltando el brazo de la chica en el proceso.
—¿Quien te crees que eres para hablar de esa forma? Tu… no sabes nada— Habló con la voz entre cortada, con las pupulias ligeramente dilatas
Jayce se quedo quieto por unos segundos, sintiendo el ardor aun palpante en su mejilla. Luego se giro a la chica, dandole una sonrisa vacia, que hizo estremecer a Mel.
—Tu prometido ¿no?
Declaró de forma seca.
Mel cerro los puños con fuerza, necesitaba calmarse antes que la ira la controlara por completo
—Sabes que puedo destruirte, si así lo deseo Jayce.
Dijo mientras volvia a erguir su espalda. Jayce no se inmuto
—¿Enserio? ¿Qué opinas?— dijo él, avanzando un paso —¿Nos destruimos pieza por pieza hasta encontrar la debilidad del otro?
Hizo una pausa. Luego añadió, con una sonrisa helada:
—Recuerda… que yo también puedo jugar el mismo juego. Y si quiero, puedo jugarlo mejor que tú.
El aire en la sala vibró con tensión. Era una guerra silenciosa, entre dos fuerzas que se conocían demasiado. Palabras como cuchillas. Recuerdos como pólvora.
Mel lo miró, en completo silencio. Y entonces, con esa misma calma que siempre la había caracterizado, sonrió.
—Oh, Jayce…— susurró, girándose hacia la puerta —tú jamás vas a poder jugar el mismo juego que yo.
Y se marchó a paso firme, espalda erguida, el eco de sus tacones marcando su salida hasta que fuerón opacados por el sonido d ela puerta cerrandose con la fuerza del inicio.
Jayce se quedó solo.
Sus dedos aún temblaban levemente.
Un suspiro escapó de su pecho.
Sabía que esa era, quizás, la batalla más difícil que tendría que enfrentar.
Chapter 35: Consejo de Reinos
Notes:
"Hay enemigos que no se enfrentan con espadas, sino con sonrisas."
—Victor Hugo
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La sala del consejo se encontraba ubicada en la torre dorada del centro de Piltover, donde descansaban siglos de historia piltoviana. Era un pabellón extenso, de techos altos sostenidos por columnas de mármol blanco talladas con inscripciones de los antiguos tratados de paz. Grandes ventanales dejaban entrar la luz del mediodía, tiñendo de dorado los relieves que adornaban las paredes. En el centro, una mesa redonda también de mármol reluciente, con once tronos dorados dispuestos simétricamente, aguardaba a los monarcas presentes.
Diez de ellos ya estaban sentados, observándose entre sí con sonrisas corteses, cuchicheos discretos y una clara expectativa flotando en el aire. La emperatriz Medarda se encontraba entre ellos, con la espalda recta y una expresión que combinaba la elegancia con la amenaza velada.
Un aroma a incienso de lavanda y mirra invadía el ambiente, un detalle inusual, pero no desagradable. Algunos lo notaron. Nadie lo comentó.
Las puertas principales se abrieron con un sonido grave, y Jayce fue anunciado por uno de los lacayos. Caminó con paso firme, vestido con su uniforme negro con chaleco verde oscuro, el broche dorado del martillo cruzando su pecho. Aunque su porte era digno, la tensión en su mandíbula y la rigidez en sus hombros eran imposibles de disimular.
Tomó asiento en el único trono vacío, aquel que representaba a Piltover. La sala se mantuvo en silencio unos instantes, hasta que se escuchó el tintineo de una campana muy conocida, la reunión había comenzado.
La emperatriz de Shurima se levantó de su asiento y con un tono erguido habló —Saludos a todos los soberanos presentes, espero que gocen de buena salud. Como hablamos en la última reunión del consejo, nos reunimos hoy para discutir el futuro de una región que, hasta ahora, había permanecido en las sombras del mapa. Zaun. Su majestad, el emperador Talis junto a su majestad Medarda. Habían prometido traernos pruebas sobre la amenaza que representa, Su Majestad Talis, tiene la palabra.
Todas las miradas se posaron sobre Jayce.
Él asintió y dándole una mirada a Cailtyn, está se acercó dejando sobre la mesa, distintos documentos
—Zaun no representa ningún peligro— dijo Jayce, con la voz firme pero medida, sin cambiar la expresión —Es un pueblo sencillo, sin ejército ni armas, sin intenciones de expansión. Solo gente común, que vive y trabaja en paz, como cualquiera de nosotros.
Un murmullo de sorpresa recorrió la sala.
—¿Cómo es posible?— intervino el rey de Jonia, frunciendo el ceño —Usted mismo apoyó la idea de que Zaun era una amenaza. Juró que traería pruebas concluyentes... y ahora nos dice esto.
—Lo creí... hasta que estuve allí— replicó Jayce —Vi con mis propios ojos que no hay conspiraciones ni ejércitos ocultos. Mis soldados han recorrido sus caminos y no encontraron nada más que un pueblo laborioso.
La sala quedó en un silencio denso.
Varias cabezas se giraron entre sí con desconcierto. Los murmullos ya no eran de sorpresa, sino de duda. Algunos ceños comenzaron a fruncirse. Otros miraban a Jayce con sospecha.
El emperador de Targon se inclinó apenas hacia su consejera, susurrándole algo al oído. La reina de Demacia intercambió una mirada inquieta con el rey de Jonia. Hasta la emperatriz de Shurima, que momentos antes había mantenido la compostura, ahora entrecerraba los ojos como si tratara de descifrar un enigma que no encajaba.
¿De qué estaba hablando Jayce Talis?
¿No era él quien, meses atrás, había exigido ante el Consejo que se permitiera una investigación a Zaun? ¿Quien apoyo las advertencias de Noxus sobre ellos? ¿Quien puso a cuestionar a muchos de los soberanos sobre el peligro que escondian? Convenciendolos de aprobar una Anexión. Hizo tantas cosas para llevar a cabo esa misión, ¿Para que ahora dijera que no había nada?
Una ligera sensación de burla empezó a colarse entre los nobles presentes. Algunos se removieron incómodos en sus asientos. Otros, simplemente, empezaban a sentirse ofendidos.
—¿Nos ha hecho perder el tiempo, entonces?— Preguntó el rey de Freljord con voz grave —Nos reunimos todos aquí para que usted venga a decirnos que todo fue... ¿una equivocación?
Jayce se mantuvo firme, aunque su quijada se tensó.
—Me disculpo ante todos, si piensan eso majestades. Pero aprovechare el momento para darles mis motivos— respondió, esta vez tomando uno de los documentos frente a él —Cuando pedí esta investigación, lo hice con la misma preocupación que todos. Se hablaba de peligro, de magia, de poder sin control— Dijo lo ultimo mientras miraba de reojo a Mel —Pero una vez que estuve en Zaun, una vez que hablé con su gente, vi su vida, el como se maneja su reino. Entendí que hemos estado viendo mal este asunto desde el principio.
Dejó que las hojas se deslizaran frente a los miembros del Consejo. Informes. Mapas. Registros. Cada uno cuidadosamente preparado por Caitlyn y algunos guardias.
—Ahí tienen pruebas. Ningún indicio de actividad armamentista. Ningún foco de rebelión. Solo aldeas pacíficas, cultivos adaptados al entorno, una red comunitaria organizada sin necesidad de jerarquías ni tronos.
Algunas miradas cayeron sobre los documentos, pero el interés era débil. Las expectativas eran otras. Las palabras de Jayce no estaban resolviendo nada: solo estaban abriendo más preguntas.
¿Por qué había cambiado de opinión?
¿Qué había en ese pueblo para que el emperador del reino del progreso retrocediera así?
Y entonces, la tensión encontró su lugar.
Mel se irguió suavemente en su asiento, sus dedos repiqueteando con elegancia contra el dorso de su copa de cristal. La expresión que cruzaba su rostro era una mezcla peligrosa de decepción y teatralidad.
—Majestad— dijo, y su voz llenó la sala con una calma helada —Me temo que su discurso plantea más dudas que respuestas.
Jayce la miró sin cambiar su expresión
—Es curioso que quien antes abogaba sobre el peligro de Zaun... ahora defienda que no hay ningún riesgo— Continuó Mel, con una sonrisa afilada —¿Qué vio exactamente en Zaun, emperador Talis, que lo convenció de cambiar su posición con tanta firmeza?
Un murmullo sutil recorrió la sala, como un suspiro contenido. Algunos miembros del consejo ya comenzaban a inclinarse hacia adelante con atención.
Jayce mantuvo la compostura. Habló con tono firme, sin alzar la voz.
—No finja sorpresa, Emperatriz Medarda. Usted fué la primera en levantar sospechas sobre Zaun. Usted habló de magia peligrosa. De un poder sin control. Uso rumores, teorías y miedo para convencer a los demás... y admito que yo tambien creí en eso.
Mel enarcó una ceja, ofendida, pero no sorprendida.
—Yo simplemente advertí lo que muchos ya sospechaban. ¿Acaso no es mi deber como parte del consejo de reinos y emperatriz, advertir sobre un peligro que podria afectarnos? Incluyendo Piltover
—¿Proteger... o manipular majestad? —contraatacó Jayce—Yo fui a Zaun esperando encontrar lo que usted me describió: caos, rebeldía, oscuridad. Pero lo que vi fue otra cosa. Gente trabajando. Niños aprendiendo. Un pueblo unido sin necesidad de espadas ni tronos. Tú no viste eso porque jamás fuiste.
El silencio se volvió más tenso.
—Así que ahora soy una mentirosa— susurró Mel, sus ojos verdosos encendidos —Qué conveniente, viniendo de un alfa que cambia de opinión con cada atardecer.
Jayce se enderezó en su asiento, pero no cayó en la provocación.
—No cambié de opinión. Descubrí lo que es cierto. Y usted simplemente no quiere que el consejo la vea.
La sala quedó helada.
Incluso los gobernantes más distantes detuvieron susurros, los ojos fijos en los dos antiguos aliados, ahora enemigos políticos, que se miraban como piezas centrales de un tablero de ajedrez.
Mel alzó la mano, y una de sus asistentes se acercó.
—Ya veo... entonces, tal vez sea hora de que ellos también vean lo que usted convenientemente omites.
Las puertas del salón se abrieron con un chirrido que quebró el tenso silencio. Un guardia cruzó el umbral, escoltando a un joven de cabello oscuro, con el uniforme de entrenamiento de la Guardia de Piltover. Tenía el rostro pálido, los hombros encorvados y una mirada aún temblorosa mientras avanzaba con pasos contenidos hacia el centro de la sala. Se le notaba tenso, como si no comprendiera del todo por qué estaba ahí, pero obligado a cumplir su papel.
Jayce lo reconoció al instante.
Karel.
Su expresión se endureció, y tragó saliva con discreción. Inmediatamente giró el rostro hacia Caitlyn, que se había quedado rígida. Sus ojos se encontraron por un segundo, ambos preguntándose lo mismo:
¿Cómo demonios se había enterado Mel?
El joven fue dejado en uno de los escalones más altos de la sala del consejo, con todos los soberanos observándolo con creciente curiosidad. La escena parecía fuera de lugar, casi absurda. ¿Qué hacía ahí un cadete de bajo rango? ¿Por qué interrumpía una asamblea de reyes?
Mel se puso de pie con la gracia de quien sabe que controla el escenario. Su tono fue suave, casi casual, pero en su voz latía el filo de una daga envainada.
—Les presento a Karel— dijo, haciendo un gesto con la mano hacia el muchacho —Es parte de la Guardia de Piltover. Uno de los jóvenes enviados a Zaun en calidad de patrullaje e inspección.
Una ola de murmullos recorrió la sala. Los ojos comenzaron a posarse sobre Jayce con recelo, con preguntas aún no formuladas.
—¿Puede decirnos qué le ocurrió en Zaun, Karel?— preguntó Mel con dulzura impostada.
El chico tragó saliva. Miró a Jayce, luego a Caitlyn. Parecía un cervatillo a punto de salir corriendo. Pero estaba atrapado.
Cientos de ojos lo observaban.
—Yo...— empezó con voz débil —me caí de uno de los caminos altos, en las colinas de Zaun. Resbalé. Fue una caída larga... me golpeé la cabeza y... mi pierna... se rompió.
Un nuevo murmullo recorrió la sala. Algunos nobles intercambiaron miradas de incomodidad. Otros, de expectativa.
Mel entrecerró los ojos, con una expresión neutra, aunque sus palabras destilaban intención.
—Ya veo. Me informaron que la fractura fue expuesta, que el hueso sobresalía. —Hizo una pausa, alzando apenas una ceja— Pero veo que ahora caminas con total normalidad. ¿Podrías explicarnos cómo fue posible?
El joven alfa se irguió, visiblemente nervioso. Miró una vez más a su emperador, luego a su general Caitlyn. Parecía buscar algún tipo de apoyo, una señal, una salida. Pero no la encontró.
—Cadete— intervino el rey de Jonia, con tono grave —Le han hecho una pregunta. Responda.
Karel despertó de su trance.
—S-sí, lo siento mucho, majestades— se apresuró a decir, y carraspeó con torpeza para continuar —Me salvó el Heraldo de Zaun. Si no hubiera sido por él, seguramente habría muerto...
—¿Cómo te salvó?— Lo interrumpió Mel, dejando caer su voz con un dejo de impaciencia.
Karel tragó saliva, como si estuviera confesando un crimen.
—Con... magia— dijo por fin —Me salvaron usando magia. Tengo pruebas de ello.
La sala se congeló.
Incluso los reyes que habían permanecido indiferentes hasta ahora se inclinaron hacia adelante. Caitlyn se enderezó en su asiento, y Jayce no pudo evitar tensar la mandíbula.
El muchacho, visiblemente abrumado, se arrodilló con torpeza y comenzó a levantar con cuidado la basta del pantalón.
—Aquí— dijo con voz baja —Aquí fue donde me curaron.
El expuso su pantorrilla, y un murmullo colectivo de asombro se elevó como un viento súbito. Donde debería haber una cicatriz irregular o un hueso mal soldado, había una marca cristalina de tonos tornasolados. Era como si la carne se hubiera fundido con algo más... algo imposible de definir. Hermoso y antinatural.
La reina de Demacia exhaló suavemente. La emperatriz de Shurima frunció el ceño. El rey de Freljord se cruzó de brazos con gesto sombrío.
Y Mel, con su voz como terciopelo afilado, selló el momento:
—Magia en estado puro. No tecnología, no medicina... sino algo que ninguno de nosotros controla. Un poder que, si decide expandirse, podría cambiar la esencia misma de nuestras naciones.
Su mirada volvió a Jayce, clavándose como una lanza.
—¿Y aún así cree que Zaun no representa un peligro?— Dijo con altaneria —Cadete, diga a los demas, lo que me conto a mi.
—Si... desde mi curación, me eh sentido diferente. Como si algo hubiera cambiado en mi
—¿A qué te refieres con "algo"? —intervino ahora la reina de Demacia, con gesto escéptico.
Karel bajó la mirada.
—A veces tengo sueños que no son míos. Puedo sentir emociones que no me pertenecen... p-pero no son malos, son como una vibra suave... desde ese día yo a decir verdad, me eh sentido mejor, yo...
Jayce inspiró profundamente. Ya no podía quedarse sentado. Pero antes de incorporarse, Mel lo hizo por él.
—Majestades— dijo, su voz repicando como campanas de advertencia —¿Escucharon bien?
La sala se sumió en un silencio expectante, peligroso.
—Una persona capaz de alterar cuerpos humanos. De crear vínculos no consensuados. De insertar energía desconocida dentro de nuestros soldados. ¿Y qué hace el emperador Talis?— Se volvió hacia Jayce —¿Investiga? ¿Alerta al consejo? ¿Ordena una contención?
Dejó que su voz descendiera, como una daga que corta sin esfuerzo.
—No. Lo protege a él... y a todo su reino.
Y entonces el caos se desató.
Las voces comenzaron a alzarse en distintas direcciones. El rey de Freljord se puso de pie, discutiendo con su par de Noxus. La reina de Ionia murmuraba con sus asesores. Algunos exigían pruebas, otros clamaban por intervención inmediata. El rumor de temor se transformaba poco a poco en paranoia. Todas las miradas se volvierón hacia Jayce.
—¿Magia real? ¿Cómo se supone que enfrentamos eso?
—¿Esto es lo que ha estado ocultando Piltover?
—¡Puede estar esparciéndola por nuestras tierras ahora mismo!
Jayce se irguió de golpe, su silla empujada con violencia hacia atrás.
—¡Basta!
La palabra retumbó por encima de todo el bullicio. El silencio fue inmediato. Todos lo miraron.
—¿Escucharon al soldado?— continuó Jayce —Dijo que fue salvado. Curado. Rescatado, no atacado. No manipulado. ¡El heraldo no le hizo daño!
Su mirada recorrió el consejo, sin bajar la guardia.
—Admito y reconozco que esa magia existe... pero no es un arma que ellos usan contra nosotros. Es una salvación y curación para muchos.
—¿Salvación?— repitió el rey de Figerlort con un deje de desdén —¿O es el principio de una nueva forma de dominación? ¿Y si eso que hizo con Karel puede replicarse en cientos de soldados? ¿Y si no es una curación... sino una forma de control?
—¡No lo es!— Jayce se acercó a Karel y lo sostuvo por los hombros con firmeza —Lo conozco. Lo he visto. Viktor ha dedicado su vida a sanar, no a dominar. El poder que tiene no es una amenaza... es un don. Ustedes solo lo temen por que no lo comprenden.
Mel ladeó el rostro, con una sonrisa que era todo menos amable.
—¿Y tú lo comprendes, majestad?
—Lo suficiente, para abogar a favor de ella.
La tensión podía cortarse con un cuchillo. Jayce aún tenía la mirada fija en el consejo, las manos firmes, sin ocultar su rabia ni su convicción.
—Yo estuve equivocado en muchas cosas al inicio— confesó, sin rodeos, y por primera vez su voz no sonaba como la de un rey, sino como la de un hombre cansado de fingir —Pero estoy decidido a hacer las cosas bien.
Algunos se removieron en sus asientos. Otros lo observaban con creciente atención. Era la primera vez que Su Majestad Talis hablaba con ese fuego en la voz.
No por tecnología.
No por poder.
Sino por algo... profundamente humano.
—Sé que pueden pensar muchas cosas de mí ahora. Pero con todo respeto... me importa una mierda lo que piensen.
Hubo un leve temblor en el ambiente. El eco de esas palabras retumbó en las paredes del salón como un trueno inesperado.
—Si ustedes, aún viendo estas pruebas, aún escuchando con claridad lo que aquí se ha dicho... siguen considerando culpable a un reino que no ha levantado un arma contra ustedes, entonces su juicio como gobernantes está muy defectuoso.
Nadie se movió. Nadie protestó. La acusación era directa, frontal, y tan real que nadie se atrevía a refutarla.
Los documentos seguían sobre la mesa. Sellados. Ignorados.
Hasta que una mano se extendió.
La emperatriz de Shurima, con expresión imperturbable, fue la primera en tomarlos. Desenrolló uno de los pergaminos y empezó a leerlo. En completo silencio.
Después de unos segundos, Jonia y Ixtal, aunque con reservas, hicieron lo mismo.
Uno a uno, los papeles pasaron de mano en mano. Jayce observó todo sin pestañear. Sintió un nudo en el pecho al ver aquello. Tal vez no lo decían en voz alta. Tal vez aún dudaban.
Pero el simple hecho de que leyeran esas pruebas...
Era un paso.
Un inicio.
Se permitió un leve suspiro. Un alivio que apenas duró unos segundos.
Porque entonces, desde su trono, Mel volvió a levantarse.
—¿Y cómo estamos seguros... de que este nuevo "descubrimiento" no es solo una distracción bien orquestada?— empezó a decir, su tono gélido, pero con una ira contenida que amenazaba con romper su fachada —Jayce, lo que haces no es liderazgo... es romanticismo. ¿Estás confundiendo tu deber con amor?
Una frase que cayó con fuerza, como una lanza arrojada en mitad de una batalla.
—¿O es que acaso nos estás diciendo que todo este espectáculo... es porque te enamoraste?
Las palabras de Mel causaron un leve murmullo entre los presentes.
Jayce cerró los ojos un instante. Quiso responder con frialdad, como político, como emperador.
Pero no podía seguir mintiendo.
—Sí— respondió, finalmente. Firme. Molesto. Cansado —Es cierto todo lo que dices.
No solo encontré otro camino en Zaun...
Encontré a quien quiero que sea mi pareja.
El salón quedó en silencio otra vez. No uno incómodo, sino uno contenido. Como si todos esperaran el siguiente movimiento.
Jayce respiró hondo y prosiguió:
—Pero que yo haya encontrado el amor allí no invalida lo que ustedes están viendo. No niega los hechos. Las curas. La paz. Las decisiones tomadas con pruebas. Así que... queda en ustedes creer en mis palabras.
Se acercó un poco más a la mesa, donde aún reposaban los documentos no leídos por algunos reinos.
—Pueden elegir atacar. Pueden considerar una amenaza a un reino que no ha dado razones para desconfiar. Y creerle a una emperatriz que ha mentido, manipulado y usado a otros para obtener lo que quiere.
Jayce alzó la mirada con fuerza, dirigiéndose a todos y a Mel por igual.
—O pueden creer en mí. Y en los hechos.
Tomó una pausa. Y entonces, dejó caer la última pieza de su jugada.
—Pero solo les advierto algo: si consideran enemigo a Zaun...
Piltover también se convertirá en su enemigo.
Un escalofrío recorrió la sala.
Las miradas se cruzaron. Algunos reyes se incorporaron levemente, otros se tensaron. Porque lo que Jayce acababa de decir no era solo una defensa... era una amenaza.
Y no una cualquiera.
Sin Piltover...
Sin su tecnología.
Sin sus armas.
Cualquiera de sus reinos quedaba en desventaja. Incluso los más grandes.
Shurima detuvo la lectura. Sus ojos dorados buscaron los de Jayce, analizándolo.
Pero no dijo nada. Solo continuó leyendo.
Y luego, uno por uno, los reinos restantes comenzaron a hacer lo mismo.
Mel apretó los dientes desde su trono. Observó a todos con ojos encendidos de ira. No podía creerlo.
¿De verdad iban a creerle a él?
—¡Esto es absurdo! ¡No pueden estar creyendo en esta farsa!— gritó, su voz quebrándose —¡Piltover está cegado por emociones! ¡Por un omega! ¡Por...!
—Ya basta— la interrumpió una voz seca.
La reina de Bilgewater, una beta de cabello rojo recogido en una trenza, se puso de pie.
—Con todo respeto, Emperatriz Medarda... lo que está haciendo ya parece un berrinche infantil.
Un suspiro general recorrió el consejo. Algunos gobernantes asintieron. Otros simplemente bajaron la mirada.
Mel se quedó de piedra.
—La magia...— dijo el rey de Jonia, pensativo —Si cura... si alivia el dolor... si puede incluso traer de vuelta la esperanza... ¿no merece al menos una oportunidad?
—Tal vez...— añadió la gobernante de Fréljord —Tal vez estamos presenciando el inicio de algo nuevo. Tal vez... llegó la era de la magia.
—El mundo cambia— susurró la reina de Shurima —La tecnología no lo hizo todo. Runaterra sigue estancada en guerras, hambre y enfermedad. Si esto... puede sanar...
Mel apretó los puños. No tenía mensajeros. No tenía más pruebas. Y su discurso se desmoronaba como castillo de arena ante la marea.
—¡Jayce me engañó!— exclamó, desesperada —¡Estábamos comprometidos! ¡Él también me traicionó!
Pero nadie volteó a verla.
Nadie respondió.
Hasta que una voz solemne se alzó:
—Ya es suficiente.
Era la reina de Demacia. Se puso de pie, con su vestido celesceste claro ondeando levemente.
—Ahora que se ha demostrado que Zaun no representa un peligro... y que se ha descubierto un nuevo recurso, un tesoro invaluable para la humanidad...
Se giró hacia el consejo.
—Como se acordó en la primera reunión, Noxus tomará toda la responsabilidad por esta acusación.
Un suspiro de sorpresa escapó de los labios de Mel.
Sus ojos se abrieron con incredulidad.
Miró a los presentes.
Y luego retrocedió un paso.
Jayce la observó desde su lugar. Y por primera vez en mucho tiempo... sonrió.
Los gobernantes comenzaron a debatir con rapidez el castigo para Noxus.
—Acusación a un reino de peligroso sin pruebas— dijo el rey de Targón
—Casi nos arrastran a una guerra innecesaria— añadió Ixtal.
—Manipulación al consejo con engaños— remató la emperatriz de Shurima.
—Pero... gracias a eso, encontramos un nuevo metodo que puede salvar vidas— Abogo la regente de Bilgewater a favor de Noxus
La sala quedo unos segundos en silenció casí sagrado.
—Progongo que se le revoque el poder de decisión sobre el consejo. Por cuatro años— dictaminó la reina de Demacia
Cinco años sin voto y con la revocación inmediata de la entrada a la sala del consejo, tanto durante como fuera de las reuniones oficiales.
—Ah... ¡ustedes no pueden hacer esto! Noxus es uno de los principales reinos de potencia en Runatierra. Si hacen eso les aseguro que...
—Si podemos majestad Medarda— hablo nuevamente Shurima —Pues como ustedes dijo hace unos meses... Noxus, tomaria todo el peso de la desición, deberia estar agradecida que solo le revocamos el cargo por un par de años. Pues sabe que si hubiera sido un cargo mayor, pudimos habera expulsado del consejo y por lo tanto de la cadena de reinos.
Mel apretó los dientes con fuerza, sus puños cerrados con tanta fuerza que sus uñas se encajarón sobre la piel de sus manos. Pero no dijo nada, porque ya no había más salida alguna.
Sus ojos, oscuros como la tinta, se dirigieron una vez más a Jayce.
Y él... le sonrió.
Una sonrisa irónica. Lenta. Dolorosa.
Esto no podía estar pasando. No para ella.
—Entonces— intervino la soberana del Vacío con su típico tono neutro y enigmático —... se someterá a votación. ¿Algo más que agregar, Majestades?
La mano de Jayce se levantó de nuevo.
—Sí. Ahora que vamos a tomar una decisión— dijo con calma —me gustaría solicitar una cosa más. La anulación oficial de mi compromiso con Mel Medarda. Ella se ha negado en varias ocasiones a cancelar dicho acuerdo... así que solicito al Consejo su intervención.
Algunos de los gobernantes se miraron entre ellos con una mezcla de asombro y diversión. Una sonrisa apareció en más de un rostro. Otros, en cambio, dirigieron una mirada inquisitiva a la morena que, por primera vez en toda la sesión, no replicó ni protestó. Mel simplemente se quedó en silencio.
—No veo por qué no hacerlo— comentó la reina de Demacia, esta vez con una sonrisa plena.
—Bien...— dijo la emperatriz de Ixtal, poniéndose de pie —El voto debe ser unánime.
La sala se sumió en penumbra.
Un solo reflector se encendió en la oscuridad, iluminando el rostro pasible de la reina de Demacia, la cual fue la primera en levantar la mano. Tal por cierta venganza contra Noxus. Luego, uno a uno, otros haces de luz comenzaron a encenderse, enfocando a los soberanos imitando la mano alzada de Demacia
La decisión habia sido tomada.
Finalmente, todas las luces se encendieron de nuevo y el sonido grave de la campana del Consejo marcó el fin del primer tiempo de la reunión. Pero a esas alturas, todos sabían que ya no haría falta un segundo.
Todo había sido dicho.
La primera en levantarse fue Mel. Lo hizo de golpe, sin disimulo. Caminó a paso rápido hacia la salida, sus tacones resonando con furia apagada sobre el mármol.
Al pasar junto a Jayce, sus miradas se cruzaron.
Y justo cuando ella iba a apartar los ojos, lo escuchó claramente. En voz baja. Sin odio, pero con todo el filo de una daga bien colocada.
—Te dije que... podía jugar mejor que tú.
Mel no respondió.
No podía.
Simplemente se marchó. Lo más rápido que sus tacones le permitían. Su imperio... se estaba desmoronando a sus espaldas.
No podía ser.
Notes:
Buenas tardes ¿Como están?
Espero que bien, aquí vengo con otro capítulo de está ''linda historia''. Ah decir ver me eh puesto a leerla desde el inicio y me planteo el hecho de que en mi cabeza se escuchaba mejor cada palabras. Me siento como ese audio de Tiktok que dice ''Todo esto es un mrd.... ES LA MAYOR MRD QUE EH VISTO EN TODA MI VIDA''
Pero vengo de la era mas toxica y gringe de wattpad (2020-2021) Así que.... me relajo y pienso que estó está mucho mejor. En fin
Ya saben que si les gustó el capítulo me apoyan dejando su voto, un simpatico comentario y siguiendome o compartiendo está historia para que lleguen mas lectores. 🩵
Sin mas que decir. HASTA EL PRÓXIMO CAPÍTULO💕
Bye
Chapter 36: Orquídeas
Notes:
Toda luz proyecta una sombra. Y cuanto más puro es el amor... más oscura puede ser la pérdida."
— Haruki Murakami
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Uno a uno, los soberanos comenzaron a levantarse de sus tronos. Sus pasos resonaban sobre el mármol como el eco final de una tormenta que por fin se alejaba.
La emperatriz de Ixtal fue la primera en acercarse. Sus ropajes verdes parecían moverse con vida propia, como si su cuerpo fuera una prolongación de la selva que gobernaba. Lo miró con respeto, pero también con algo más: una chispa de reconocimiento.
—Bien hecho, Majestad— dijo sin rodeos —Su decisión ha sido sabia. Pocos le ganan una pelea a Noxus. Debe estar orgulloso, Esperamos que comparta más información sobre esa magia. Esto podría marcar el inicio de una nueva era.
Jayce asintió con un gesto medido. No respondió, pero sus ojos hablaban por él: claros, firmes, sin el temblor de la duda.
Detrás de ella, la reina del Vacío avanzó sin hacer ruido. Su velo púrpura ocultaba parte de su rostro, pero su sonrisa se insinuaba apenas, como un secreto.
—Nos veremos en el baile de máscaras —murmuró —Estoy segura de que será una noche... inolvidable.
Jayce sostuvo su mirada, impasible. Aunque el peso de esa frase se le quedó rondando en el pecho.
El rey de Jonia no habló enseguida. Se limitó a inclinar la cabeza, observándolo con esos ojos dorados que parecían ver más allá de las palabras.
—Protegiste a los tuyos— dijo al fin —Y también a quienes no lo son. Eso, emperador Talis... es algo que valoramos mucho en Jonia.
Uno tras otro, los líderes fueron acercándose. Algunos con frases diplomáticas, otros con humor ligero o con palabras en voz baja. Pero ya no había hostilidad en el aire. Solo reconocimiento. Curiosidad. Y en algunos, quizás...interesa.
—Esperamos conocer pronto a su pareja— añadió la emperatriz de Shurima con su sonrisa enigmática, mientras dejaba que el rey de Jonia entrelazara su brazo con el suyo —Espero que esté preparado para ser el centro de atención— Finalizó con una sonrisa traviesa
Jayce sonrió ante eso, un suave sentimiento de satisfacción lo invadió ''Su pareja'' era un título que le gustaba escuchar. Aunque podría sonar mejor. —Lo está— respondió, con la tranquilidad
La sala comenzó a vaciarse. Los nobles partieron, los guardias se retiraron. Caitlyn fue la última en pasar a su lado. Se detuvo solo un instante, y le apretó el hombro con poca fuerza.
—Lo lograste —le susurró.
Jayce la miró con una ceja levantada y una chispa de ironía.
—¿Acaso dudabas de mí?
Caitlyn sostuvo su mirada, seria al principio, pero luego dejó escapar una pequeña sonrisa.
—¿En serio quieres que te responda?
Jayce entrecerró los ojos, fingiendo molestia. Dio un paso atrás, rindiéndose con una exhalación breve. Conocía muy bien a Caitlyn: si respondía, lo haría con una precisión capaz de atravesarle el ego.
—Quédate con el hecho de que lo hiciste bien, Jayce— dijo ella con un leve asentimiento —Espero que sigas así.
Se dio media vuelta, caminando hacia la salida con paso firme.
Jayce la observó alejarse, hasta que su voz rompió el silencio otra vez, más suave, casi casual:
—Te preocupas mucho por Viktor, ¿no?
Caitlyn se detuvo en seco, con la mano ya rozando la perilla dorada. Sus ojos se abrieron apenas, como si esas palabras hubieran tocado algo que intentaba ignorar.
—No sé de qué hablas— respondió, sin mirarlo.
Jayce rió, bajo y sin burla.
—No mientas.
—Digo la verdad.
—No es cierto.
Ella se giró lentamente, con una expresión cansada que intentaba pasar por indiferente. Rodó los ojos con exageración, pero Jayce no miró su cara. En cambio, bajó la vista.
Tap. Tap.
Las botas de Caitlyn golpeaban suavemente el suelo. Un tic nervioso. Uno que ella siempre hacía cuando no sabía cómo esconder algo.
Jayce sonrió, apenas.
—Te aseguro que no miento, Jayce.
—Sí... se nota— respondió con fingida credulidad, acercándose a ella.
Y sin previo aviso, la rodeó con los brazos en un abrazo tierno. Caitlyn quedó rígida al principio. No lo esperaba. Hacía mucho que él no la abrazaba así. Mucho más tiempo aún desde la última vez que la había llamado por ese nombre.
—Gracias por todo, hermanita— murmuró Jayce contra su hombro.
Ella apretó los labios, y esta vez sí lo rodeó con los brazos, devolviendo el gesto con suavidad. —Sé que lo haces para que hable, ¿verdad?— dijo, ya con una sonrisa cansada.
Jayce se separó apenas.
—¿Entonces me vas a decir?
Caitlyn resopló. Bajó la mirada, buscando las palabras.
—No es tan fácil decir esto, ¿sabes?
Jayce la observó con más atención ahora. No bromeaba. Había algo verdadero en su incomodidad.
—No me vas a decir que te gusta Viktor... ¿verdad?
—¿Qué? ¡No!— espetó Caitlyn, frunciendo el ceño —¿Eres idiota?
—No respondas— añadió enseguida —Ya sé que lo eres.
Jayce la miró con fingido fastidio.
—Solo digo..
—Lo sé...— interrumpió ella, bajando un poco la voz —Solo que... no quiero que él salga herido. Eso es todo.
Jayce frunció el ceño. Su cuerpo se tensó ligeramente.
—¿A qué te refieres?
Caitlyn dudó. Luego, exhaló despacio, como si soltar aquello fuera un peso que llevaba tiempo cargando.
—Es que... Viktor se parece mucho a ella— Dijo con cuidado —La forma en que te mira, cómo te habla, cómo te calma cuando no sabes qué hacer. A veces... es como verl a la emperatriz de nuevo.
Jayce no dijo nada. Solo la miró.
—No quiero que lo rompas, Jayce. Él no tiene armadura como tú. Y tú... tú puedes ser cruel, incluso sin darte cuenta.
El silencio se instaló entre ellos. El tipo de silencio que no necesita respuesta inmediata.
Jayce bajó la mirada. Apretó los labios, pensativo. Luego asintió, solo una vez.
—No lo haré. Tu sabes que no seria capaz— dijo finalmente.
Caitlyn lo miró un momento más, y luego simplemente giró el pomo de la puerta.
—Lose...— dijo con una media sonrisa —Y eso es lo que mas, me preocupa..— Diciendo lo ultimo en voz baja, que apenas fue audible para si misma. Y se fue.
Jayce se quedó solo en aquella gran sala vacía, sus hombros se hundieron levemente. Su corazrón latia con un poco de pesadez, ahora más consciente que nunca del lugar que Viktor ocupaba en él.
Y de todo lo que estaba haciendo y estaba dispuesto a hacer... para no perderlo.
Salió del pabellón. Afuera, la ciudad lo esperaba bañada por la lluvia que acababa de pasar. El cielo se abría, como si incluso las nubes quisieran descansar.
Un auto oficial lo aguardaba al pie de las escaleras. La puerta se abrió apenas lo vieron. Jayce subió sin decir palabra.
El conductor, leal y silencioso, no preguntó nada. Aceleró rumbo al palacio.
Jayce apoyó la frente contra el cristal de la ventana. Las luces de Piltover pasaban veloces, distorsionadas por las gotas que aún resbalaban por el vidrio.
No era el mismo hombre que había llegado esa mañana al Consejo.
Y lo sabía.
No solo había salvado a su pueblo.
Había tomado una decisión que cambiaría el curso de la historia.
Y ahora... lo único que deseaba era llegar a casa.
Para verlo a él.
Al llegar al palacio, Dereck estaba esperándolo al final de la escalinata.
—¿Dónde está Viktor?— preguntó Jayce al instante, sin bajarse aún del vehículo. —En la sala de descanso del ala este, pero...
Jayce bajo del auto casí al instante y no espero a que Dereck terminara de hablar, fue guiado por el instinto de la marca hasta el paradero de Viktor. Cruzó el recibidor con paso apresurado. Subió las escaleras, dos peldaños por zancada, con el corazón latiendo como si acabara de volver del campo de batalla. Cada paso lo acercaba a lo que verdaderamente importaba.
Las puertas dobles de madera blanca se alzaban al fondo del pasillo. No dudó. Las empujó con ambas manos, sin frenar su impulso.
La sala era cálida y acogedora. El sol de la tarde entraba por los ventanales altos, dorando los tapices y las alfombras de azul profundo. Y en medio de ese espacio... estaba el.
Viktor.
De espaldas, sosteniendo un marco entre sus manos. Vestía una túnica azul, la misma con la que Jayce lo había visto por primera vez. No los trajes de Piltover. No la seda ni el oro. Solo él. Puro. Real. Como siempre.
Viktor giró la cabeza al escuchar el golpe de las puertas. Sus ojos se abrieron apenas lo vieron entrar. No tuvo tiempo de decir nada.
Jayce cruzó la habitación en pocos segundos y lo envolvió en un abrazo firme, apretándolo contra su pecho, para luego levantarlo del suelo con facilidad. Viktor soltó un pequeño sonido de sorpresa
—Lo logré— susurró Jayce con voz temblorosa, mientras lo devolvía al suelo y hundió su rostro en el cuello de Viktor —Lo logramos, Viktor.
Todo había pasado. Todo lo malo
Y ahora, por fin, comenzaba su verdadero "felices para siempre"
Viktor dejó caer el marco sobre el sillón debido a la fuerza del abrazo de Jayce. No comprendía del todo qué estaba ocurriendo. Se había debatido nervioso todo el día sobre la reunión que abría el día de hoy. Y al ver a Jayce cruzar a toda velocidad hacia él, solo logró que aquellos nervios que se habían calmado volvieran a aparecer. Pero al ver el rostro de Jayce iluminado, desbordante de alivio y emoción, supo que todo había salido bien.
Su corazón latió con fuerza contra su pecho, sus ojos se llenaron de lágrimas, no intento detenerlas, estaba demasiado feliz como para pensar en esconderse ahora mismo, todo estaba bien.
Un pensamiento igual y a la vez tan diferente pasó por la mente de ambos chicos mientras seguían pegados el uno al otro.
"Zaun estaba a salvo."
Pensó Viktor mientras sentía como Jayce limpiaba sus lágrimas con su pulgar.
"Viktor estaba a salvo"
Pensó Jayce mientras limpiaba las lágrimas de Viktor con ternura, apoyando sus palmas en las mejillas un poco húmedas.
Este se inclinó un poco y dejó un suave beso en la frente del contrario. —Te amo— susurró con voz quebrada, como si se liberara de todo el peso que había cargado hasta ahora.
Ambos sonrieron, una sonrisa sincera, limpia, conectada por el lazo invisible que los unía. Viktor podía sentir las emociones de Jayce con más claridad que nunca: no había culpa, ni duda o miedo. Solo amor. Un amor pleno, cálido y vibrante, que se derramaba sobre él como un abrazo en forma de luz.
La sala que ya estaba bañada por la luz, pareció iluminarse más, solo para ellos. Fué ahí cuando Jayce desvió un poco la mirada, notando por primera vez el marco caído sobre el sofá. Señaló con la cabeza.
—¿Qué es eso?
Viktor parpadeó, recordando de pronto qué hacía antes de que Jayce entrará.
—Ah, lo siento...— dijo, inclinándose para recogerlo —El día estaba tan tranquilo, que me puse a caminar por el palacio. Llegué aquí por casualidad.
Jayce frunció el ceño por un momento, confundido. Observó la foto que viktor llevaba en mano y cayó en cuenta en donde estaba, su mirada recorrió toda la habitación, como si fuera la primera vez que la veía. El suave olor a orquídeas combinado con la canela.
Estaba tan cegado en llegar hasta viktor, que no se dijo hacia donde su instinto lo guiaba, los jarrones con orquídeas y claveles y el símbolo de la luna tallada en la puerta.
"El salón de la emperatriz"
Sintió como su corazón se oprimió con fuerza, hace ya años que no ingresaba en está habitación.
Un pequeño recuerdo de cuando era un niño pasó por su mente, la última vez que ingresó. Lo recordaba con claridad, había sido poco después del funeral. El lugar seguía igual. Impecable. Cálido. Y dolorosamente lleno de recuerdos.
→→→→→→⪩ ⪨←←←←←←
Las gotas de lluvia se derramaban como una cascada sobre los paraguas de las personas presentes en el cementerio. Todos veían hacia una misma dirección, a la urna blanca que ahora estaba siendo enterrada en lo más profundo de la tierra. Frente a ella había una lápida de color blanco adornada de hermosas blancas, la cual decía:
"Aquí descansa en paz la emperatriz más amada de todo Piltover"
"Ximena Talis"
Las lágrimas de muchas personas presentes parecían combinarse con las gotas de lluvia que el cielo derramaba a cántaros, como si él también llorara por la pérdida de la amada emperatriz. No sólo sus familiares lloraban sino el reino enteró, habían dejado flores en las rejas del palacio. Sobre todo Orquídeas, las favoritas de la emperatriz. Pero en todo ese lamento había alguien que no lloraba, un niño de cabello negro, el cual solo se limitaba a ver el ataúd ya cerrado, en donde su ahora difunta madre descansaba tranquilamente. El príncipe Jayce Talis o ahora el emperador Jayce Talis. Un niño que a su edad de trece años pasaba por la segunda muerte de uno de sus padres.
Ya no quedaba nadie por llorar por él. No quedaba nadie por abrazarlo sin que fuera por lástima.
Solo estaba allí, con las manos frías apretando el paraguas negro, la espalda recta como le enseñaron, y los ojos vacíos como si ya hubiera llorado en otra vida.
''Perdóname. Perdona a mamá por no ser tan fuerte como para quedarse a tu lado''
Las palabras resonaban en su cabeza como campanas fúnebres, incesantes, crueles. Cada sílaba era una aguja invisible que se clavaba en su pecho, donde el frío parecía haberse instalado para siempre.
El resto de los asistentes comenzaba a retirarse en silencio, envueltos en capas oscuras, arrastrando los pies sobre la tierra húmeda. Algunos lo miraban de reojo, otros susurraban su nombre con respeto y pesar. Nadie se atrevía a acercarse. Nadie sabía cómo consolar a un niño que acababa de perder a su mundo entero.
El barro salpicaba las botas de los sepultureros mientras echaban paladas de tierra sobre la urna blanca. Con cada golpe de tierra, el sonido hueco era como un tambor funerario que sellaba el final de una era.
Jayce no lloraba. No gritaba. No se movía.
En su interior, algo se había detenido. Como si una parte de él se hubiera enterrado con ella.
El viento cambió de dirección, y una ráfaga más fría le hizo temblar levemente los dedos. Pero su cuerpo se mantuvo firme, como si aún se aferrara a la esperanza de que, si no se movía, si no parpadeaba, ella podría regresar.
Una figura se acercó desde el fondo del camposanto. Tobias Kiramman, esposa de Cassandra Kiramman, cubierto por una capa gris perla que contrastaba con el luto general. Se detuvo a unos pasos de él, en silencio. No pronunció una palabra. Solo se mantuvo allí, esperando. Entendia que Jayce no necesitaba palabras. No ahora.
Jayce bajó la mirada. Sus labios temblaron por primera vez, pero los apretó con fuerza. Recordó cómo su madre solía acariciarle el rostro cuando no podía dormir. Cómo le contaba historias sobre reinos lejanos, sobre el peso de la corona y la fuerza que un día él tendría que demostrar.
Pero él no quería ser fuerte.
No ese día.
—Jayce— dijo Tobias con suavidad, su voz apenas un murmullo entre la lluvia —Entremos al palacio, te vas a resfriar— Dijo mientras extendia su mano hacia el niño
Jayce miro su mano extendida y dudo. Sus ojos se volvierón hacia la tumba ya cubierta con tierra y con cuidado abrazo el broche de orquedeas plateado que tenia guardado en uno de sus bolsillos. Era el que su madre llevaba en el cabello cada primavera. El mismo que ella le había entregado dos noches antes de morir.
''Aunque ya no esté junto a ti, no te cierres a la amabilidad que otras personas te puedan brindar. Siempre van a ver muchos angeles rodeandote''
Sus dedos temblorosos apretaron el broche una última vez antes de guardarlo de nuevo. Luego, con un gesto lento pero firme, tomó la mano de Tobias.
El omega sonrió con ternura, y juntos caminaron bajo la lluvia hacia el palacio.
Al llegar, Dereck los recibió en la entrada. Con manos cuidadosas, le retiró la capa empapada y lo envolvió con una manta tibia. Jayce apenas lo miró, pero asintió en agradecimiento. Sus ojos seguían nublados, perdidos en algún lugar lejano.
Subió los escalones con pasos pesados, sin decir palabra. Iba a dirigirse directamente a su habitación, cuando algo lo detuvo.
Un aroma.
Canela... y orquídeas.
El aroma de su madre. Tal vez era solo el aroma arrastrado por el viento. Pero para su joven instinto, aún sin pulir, sin entender del todo, ese aroma solo significaba una cosa:
Mamá está cerca.
Sus pies cambiaron de rumbo sin que él lo decidiera. Cruzó el pasillo lateral en silencio, guiado por el corazón. Se detuvo frente a la habitación de costura de su madre. La puerta no estaba cerrada con llave.
Entró.
La chimenea aún ardía en el hogar, como si ella acabara de estar allí. El aire estaba cargado de sus feromonas: cálidas, dulces, reconfortantes. En las repisas había fotos antiguas. Su madre con él en brazos. Su madre peinándolo con cuidado. Su madre riendo al lado de su padre.
La manta cayó al suelo.
Y Jayce... ya no pudo más.
Cayó de rodillas sobre la alfombra y se abrazó a sí mismo, como si quisiera cerrarse al mundo entero. Las lágrimas que no habían salido en el cementerio se liberarón allí, en esa habitación impregnada de memorias. Lloró hasta que le dolió el pecho, hasta que sus sollozos se convirtierón en gépidos por la falta de aire. No era justo ¿Por qué a el?. No deseaba la muerte de la madre de otra persona, pero ¿Por qué la injusta muerte decidio llevarse a su madre? habiendo tantas en el mundo.
El sonido del chirrido de la puerta abriendose lo sorprendió, al voltearse vio unos grandes ojos celestes con cabello azul se asomaban por la puerta.
Caitlyn.
La niña era dos años menor que el. Vestía también de negro, como todos en el palacio, Traia un lazo en su cuello que estaba torcido, como si hubiera corrido por los pasillos sin que nadie lograra detenerla.
Jayce se quedó congelado.
—Lo siento...— murmuró ella desde la puerta —No quería interrumpir. Pero, mamá dijo que viera como estabas...
Su voz era suave, sincera. No sonaba con lástima, ni con pena. Sonaba como quien realmente había venido por él.
Jayce no respondió. Se frotó los ojos con las mangas, torpemente, y se dio la vuelta para ocultar su rostro. Caitlyn cerró la puerta con cuidado detrás de sí y caminó hasta donde él estaba
Se sentó a su lado sin pedir permiso. No dijo nada por un momento. Solo se quedó allí, en silencio, observando el fuego. Entonces, como si fuera lo más natural del mundo, sacó de su bolsillo una pequeña flor blanca arrugada, una de las tantas orquídeas que la gente había dejado en la reja del palacio. La alisó con cuidado en su palma, y la colocó sobre una mesa cercana, justo al lado de una de las fotos de la emperatriz.
—La tía Ximena, era muy hermosa— dijo con voz bajita —Y muy amable. Siempre me dejaba comer de tu plato de galletas y te decia que un ave se las habia robado para que no te enojaras conmigo
Jayce giró un poco el rostro. Su barbilla temblaba. Sus labios estaban apretados.
—Yo ya sabia que eras tú, siempre olvidabas de limpiarte la boca.
Caitlyn parpadeó, sorprendida. Luego soltó una risita baja, casi tímida.
—¡¿Lo sabías?!— exclamó en un susurro, llevándose las manos a la boca —Pensé que era una gran espía...
Jayce no respondió al instante. Pero la comisura de sus labios tembló, esta vez no de tristeza, sino por una sonrisa que intentaba nacer entre las lágrimas. No lo logró del todo, pero estuvo cerca.
Caitlyn, al notar el pequeño cambio, se animó a hablar de nuevo:
—Mamá me dijo que los recuerdos bonitos ayudan a que el corazón no se rompa del todo. Que es como ponerle una curita invisible... aunque igual duela mucho.
Jayce bajó la mirada al suelo, donde la alfombra suave aún estaba empapada por sus lágrimas. Pensó en su madre con una bandeja de galletas, en su risa cuando él fingía no notar que las galletas de chocolate habian desaparecido y en cómo siempre lo envolvía con su aroma cuando lo abrazaba para dormir.
Un silencio lleno de memorias los cubrió a ambos como una manta invisible.
Y entonces, Caitlyn deslizó su mano con cuidado hasta la de él. No lo forzó. Solo la dejó allí, cerca, en caso de que él quisiera tomarla.
Jayce dudó por un instante. Luego, muy lentamente, entrelazó sus dedos con los de ella.
La calidez de esa pequeña mano le recordó que no estaba tan solo como creía.
El fuego chisporroteó en la chimenea. Afuera, la lluvia seguía callendo pero ya no parecia tan furiosa como antes. Ahora las gotas parecian mas un suave arrullo.
Y en esa habitación impregnada de dolor y feromonas dulces, Jayce sintió por primera vez que tal vez... tal vez podía sobrevivir al vacío que le había dejado la muerte.
No porque el dolor desapareciera. Sino porque, incluso en la ausencia, todavía quedaban manos que lo buscaban.
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La habitación se sentía tan ajena y cercana al mismo tiempo, que Jayce no sabía si lo envolvía en consuelo o lo asfixiaba. Cada rincón olía a memoria, a flores secas y polvo dorado. El recuerdo del funeral de su madre nubló su mente como una niebla espesa, pero esa bruma se disipó en cuanto sintió la mano cálida de Viktor posarse con suavidad en su brazo.
—No era mi intención entrar en un lugar tan privado para ti— dijo el omega, su voz baja, cuidadosa, como si hablara dentro de un templo.
Jayce lo miró apenas, luego bajó la vista. Entre sus manos, sostenía un marco de madera gastada. Le dio la vuelta con delicadeza, como si temiera que el simple gesto rompiera algo más que el cristal.
Una sonrisa cargada de melancolía cruzó sus labios.
Era una foto suya, de cuando tenía apenas seis años. Reía a carcajadas mientras su madre lo abrazaba desde atrás, en medio del jardín imperial. El sol les caía encima como una promesa, y por un instante —solo un instante— parecía que esa imagen aún respiraba.
—Ese día fue antes del accidente de mi padre— murmuró —Ella me enseñaba a bailar. hace tantos años... ojala en ese momento, hubieramos sabido que se iba a enfermar
—Todo esto...— hizo un gesto amplio con la mirada, recorriendo la estancia —todo este lugar es de ella. Cada foto. Cada flor. Cada rincón.
La sala estaba impecable, como si el tiempo no se hubiera atrevido a tocarla. Sobre la chimenea presidía un gran retrato de la emperatriz Ximena, con la dignidad de una reina y la calidez de una madre. A sus costados, otros retratos la mostraban en distintas etapas de su vida: risueña, seria, vestida para un día de campo o para una fiesta. Pero fue uno en particular el que atrapó los ojos de Jayce.
Una fotografía del baile de máscaras. Su madre tenía apenas dieciocho años.
Llevaba una máscara dorada, delicadamente labrada con orquideas azules, y un vestido blanco que se teñia con colores celestes y morado pasteles. Adornado con hermosas flores azules y bordados dorados. Un vestido simple, sin joyas o pedria colgando de ella. Pero que la hacia ver como un angel. Era ese vestido: su favorito. A Ximena nunca le importó repetirlo, aunque fuera emperatriz. Decía que las cosas hermosas debían vivirse más de una vez.
Jayce se quedó mirándola un largo rato.
—Le encantaban el baile de máscaras— dijo con una voz que parecía arrastrada por el recuerdo —Siempre decía: "Cuando ocultamos nuestros rostros, mostramos el alma. Por eso, los que más aman... deben encontrarse con una máscara."
Viktor alzó la vista hacia el retrato. Había una dulzura innegable en aquella mujer, algo en su porte que no necesitaba coronas para imponer respeto. Sonrió suavemente.
—Te pareces mucho a ella— murmuró, reconociendo en los ojos de Jayce el mismo angel que pintaba ese cuadro.
Jayce bajó la mirada y sonrió también, con tristeza y gratitud entrelazadas. No pensó volver a ingresar a esa habitación, no penso que podia enfrentar estar un lugar lleno de ella. No solo. El silencio se hizo presente, pero no era incómodo. Era uno de esos silencios suaves, que arropan como una manta. Ambos permanecieron allí, sin necesidad de hablar, simplemente admirando el lugar y lo que quedaba de la mujer que había sido el centro de esa sala... y de tantas vidas.
Viktor paseó la mirada con cautela, como si cada objeto fuese sagrado. Sus ojos se detuvieron en un retrato que descansaba sobre uno de los estantes, algo más pequeño que los demás, pero con una presencia que lo obligó a acercarse.
Era una fotografía del día de la boda de la emperatriz.
Ximena aparecía vestida con un vestido blanco perla de corte princesa, con detalles dorados que parecían hilos de luz sobre la tela. No llevaba corona, solo una tiara sencilla con una flor de lis al centro. A su lado, un hombre de mirada firme y sonrisa cálida la sostenía del brazo. No tuvo que pensar mucho para saber quien era aquel hombre, el y Jayce se parecian mucho, su padre.
Ambos lucían jóvenes, radiantes... no por los trajes, ni por la ceremonia, sino por la forma en que se miraban
—Es hermosa— susurró Viktor, casi sin darse cuenta.
Jayce se acercó a su lado, y al ver la foto, algo dentro de él se ablandó.
—Siempre decía que ese fue el día en que más feliz se sintió, siempre hablaba de lo mucho que ella y mi padre se amarón, a pesar de el era un simple caballero de la guardía imperial. Mi madre lo eligio como su esposo.
Viktor deslizó los dedos por el marco con cuidado, casi como si le pidiera permiso a la imagen.
—Se nota— dijo —En la manera en que se ven. Como si el mundo entero no importara.
Jayce asintió en silencio. Por un momento no fue emperador. Fue solo un hombre de pie junto a alguien que, sin decirlo, entendía perfectamente lo que sentía.
Y esa comprensión lo sostuvo más que cualquier palabra.
—Si ella estuviera aquí...— murmuró Jayce —sé que te adoraría.
Viktor lo miró, los ojos brillando sin saber si era por la emoción o por el peso de la historia que flotaba en esa habitación.
—Ojalá hubiera podido conocerla— dijo con sinceridad.
Jayce le apretó la mano con más fuerza. No para consolarlo, sino para hacerlo parte de algo que, aunque perdido, seguía vivo en él.
—Ella me dijo que, cuando encontrara a la persona que amara... debía protegerla con toda mi alma. Que no debía temer. Que debía ser feliz. Como lo fueron ella y mi padre.
Sus manos se rozarón apenas, pero bastó ese contacto para que Jayce la tomara con delicadeza, envolviéndola entre sus dedos con una firmeza tranquila.
El silencio se volvió sagrado.
Viktor lo miró por un momento y Jayce le devolvio la mirada con una sonrisa en el rostro.
—Y ahora sé que he encontrado a esa persona.
Viktor apretó con cuidado la mano de su alfa. Le temblaban los dedos, pero no de miedo, sino por la intensidad de lo que acababa de escuchar.
Sus padres le habían hablado una vez de ese día. Ese momento en el que uno simplemente... sabría. Cuando la conexión no fuera una idea, ni una promesa, sino algo vivo, latente. Algo que temblaba dentro del pecho y no podía negarse.
Y ahora... ahora lo entendía.
Ese momento había llegado.
Jayce lo observó en silencio unos segundos, como si leyera en su rostro la misma certeza que sentía en el alma. Entonces bajó la vista, y su sonrisa se volvió traviesa, algo juguetona, aunque sus ojos seguían ardiendo de emoción.
—V...— murmuró —¿te gustaría ir al baile de máscaras?
Viktor parpadeó, un poco confundido por la repentina pregunta, aunque sin borrar la sonrisa.
—¿No se supone que, al ser tu invitado de honor... debo asistir?— Respondió con obviedad ante lo dicho por el alfa.
Jayce rió con suavidad, ese tipo de risa que nace del corazón, cálida y cómplice.
—Sí... pero me gustaría que, en vez de que vayas tú... fuera otra persona.
La sonrisa de Viktor se desvaneció lentamente. Lo miró con confusión. ¿Otra persona? ¿a que se referia con eso? No entendía que era lo que Jayce trataba de decir ¿Habia escuchado mal?
—¿Otra persona...?— repitió, sin comprender —¿Qué quieres decir con eso?
Jayce sostuvo su mirada y, al ver su rostro confundido, no pudo evitar una chispa de burla cariñosa en sus labios.
—Quiero que vaya mi prometido.
Antes de que Viktor pudiera decir algo más, Jayce dio un paso atrás... y se inco sobre una rodilla frente a él.
Viktor se quedó completamente quieto, como si de pronto se hubiera quedado sin aliento. Sus ojos se agrandaron, la sorpresa tan absoluta que ni siquiera podía reaccionar.
Jayce sacó con lentitud una pequeña caja de terciopelo azul del bolsillo interior de su chaqueta. La abrió con ambas manos, con una solemnidad dulce, casi temblorosa.
Dentro, reposaba un anillo deslumbrante.
Una piedra preciosa ovalada de color ópalo, irisado como la luz que refracta sobre un cubo de hielo. Estaba enmarcado por delicadas ramas de oro, entrelazadas como raíces vivas que abrazaban la piedra con una ternura.
Un diseño único.
Viktor sintió que el pecho se le apretaba. Había visto muchas piedras preciosas en Zaun, joyas de todas las formas y colores, enviadas como formas de pago y obsequios. Pero nunca una así.
Era hermoso.
Pero lo que la hacia aun mas preciosa, era que que está brillaba con los mismos colores de su cicatriz.
—Viktor— dijo Jayce, y su voz se quebró apenas, suave y sincera —¿Me harias el honor de convertirte en mi esposa?
El silencio se volvió absoluto.
No había eco. No había viento. Solo el latido compartido de dos almas frente a frente.
Viktor lo miraba como si el mundo entero se hubiera detenido. Como si ese instante, tan pequeño y frágil, pudiera contener todo lo que siempre había deseado.
Como si, por fin, el dolor, el miedo, la soledad, hubieran sido vencidos por algo más fuerte.
Sus labios temblaron. No dijo nada.
Solo se inclinó hacia él.
Se agachó, con torpeza y emoción, y lo abrazó. Con fuerza. Con las dos manos. Bajó a Jayce de ese pedestal invisible de títulos y coronas, y lo sostuvo entre sus brazos como a su igual. Como su futuro.
—Sí— susurró contra su cuello, con los ojos cerrados y la voz temblorosa —Sí, Jayce. Sí, quiero.
Jayce soltó una risa que fue más alivio que sonido. Una risa que parecía romperle el pecho en mil fragmentos, solo para volver a recomponerlo mejor. Lo abrazó también, aferrándose a él como si no existiera nada más allá de esos brazos.
Y tal vez era cierto.
Por un momento, no existían Piltover ni Zaun. No había imperios ni coronas. Solo ellos dos, en una habitación llena de recuerdos, creando uno nuevo.
Viktor se separó apenas, lo justo para mirarlo a los ojos.
Jayce tomó su mano con ternura y, sin apuro, le deslizó el anillo en el dedo. El metal se deslizó como si ya conociera su sitio, como si hubiera estado esperando todo ese tiempo por ese lugar exacto.
Encajaba a la perfección.
Viktor no dijo nada. Solo lo miró, con los ojos llenos de lágrimas y algo más profundo aún: aceptación. Por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía esconderse para ser amado. No sentía que su historia debía suavizarse para encajar.
Jayce lo amaba.
Con sus sombras, su pasado, su rareza, su magia.
—¿Esto significa que ya no quieres que sea solo tu emperatriz?— bromeó con voz temblorosa.
Jayce soltó otra risa, y con una mano, enredó los dedos en su cabello.
—Quiero que seas todo— dijo con absoluta convicción —Mi emperatriz. Mi esposo. Mi compañero. Mi otra mitad. El alma bajo mi máscara.
Viktor rió con suavidad, aunque una lágrima rodaba libre por su mejilla.
—Entonces... sí. Mil veces sí.
Jayce lo besó. Lento, profundo, como si sellara un pacto eterno. Y Viktor le respondió con la misma devoción, con los labios todavía temblorosos, pero ahora llenos de promesa.
Cuando se separaron, sus frentes se apoyaron con ternura. Compartieron el mismo aliento, la misma emoción, el mismo latido.
Lágrimas brillaban sin vergüenza en sus rostros, pero también lo hacía una felicidad tan pura que parecía antigua. Una felicidad que no se gritaba, no se presumía. Solo... se sentía.
En el centro de aquella sala, rodeados de memorias vivas, de retratos que ya no dolían, y de la presencia invisible de quienes amaron antes que ellos...
Dos almas encontraron su destino.
Pero incluso dos almas destinadas... tambien tiene la maldición de ser separadas.
Notes:
No confien en mi.... nunca.
¿Como estan? ¿bien?
eso espero
Aquí llegando luego de 6 días luego de un bloqueo creativo muy grande. Osea se lo que quiero pero nose como, plasmarlo y eso me estresa muchoooo. Me voy a tirar del balcon de mi casa
En fin, me ah gustado esté capítulo la verdad, pq hemos vistos un poco de la vida de Jayce, ah decir verdad estaba dudoda de escribirlo o no, ya que mi idea principal era poner la parte en donde Jayce le pide matrimonio a Viktor en el mismo capítulo del consejo pero luego sentí que no y era mejor poner está perfectiva para darle un ambiente mas bonito, ademas queria algo de paz por el momento, ya estoy a la mitad del proximó capítulo pero igual arreglo unos detalles para darle mas sentimientos, saben que soy una adicta a la narración y los detalles, por eso disfruto mas cuando lo describo, que cuando viene el momento del dialogo.
En fin. Ya saben que si les gusto el capítulo me apoyan dejando su voto, un simpatico comentario y siguiendome o compartiendo está historia para que lleguen mas lectores. Estoy muy agrandecida con todos ustedes por apoyar la historia.🩵
Sin mas que decir, HASTA EL PRÓXIMO CAPÍTULO. BYE💕
Ao3: CakeDrop
Tiktok: cakedrop_0
Chapter 37: El baile de Máscaras
Summary:
“La traición no hiere por la mentira, sino por la confianza que se le dio a quien mintió.”
— Séneca
[Capítulo muy largo]
Chapter Text
La oscuridad era total. Densa. Como si la misma noche lo hubiera tragado.
Viktor no sabía dónde estaba. El aire era húmedo, con olor a óxido, tierra mojada… y algo más. Algo podrido. Abrió los ojos cuidadosamente, intentando parpadear varias veces, tratando de que su vista se acostumbrara a aquella oscuridad, pero no sirvió. Todo seguía negro. Intentó mover sus brazos pero el peso extra de una cadenas atadas a sus muñecas impidieron que completará dicha acción.
Intentó levantarse del suelo en donde estaba, necesitaba salir de ahí, pero no lo logró, su cuerpo pesaba demasiado. Sus piernas flaquearon y se dobló bajo su peso, haciéndolo caer de rodillas. El frío del suelo se filtró por la túnica que ni recordaba llevar puesta. Estaba solo. El silencio era tan denso como la oscuridad. Le causaba escalofríos.
—¿Hola?—
Intentó decir, tratando de buscar respuesta, pero lo único que recibió fue el rebote de su voz, en forma de eco que parecía no tener fin.
Una tenue luz brillante se extendió como luz de reflector sobre Viktor. Provenía de una ventana alta, bastante pequeña con rejas dentro de ella, el instinto le decía que llegara hasta ella. A tientas, avanzó arrastrándose, usando la poca fuerza que su cuerpo guardaba, llegó hasta una pared fría y rocosa. Subió la mirada hacia la ventana y sosteniéndose de la pared intentando alcanzarla, empujó su cuerpo agotado contra la pared, usando sus codos, sus piernas, todo lo que tuviera un poco de fuerza. Tenía que salir de ahí o si quiera ver donde estaba. Se estiró lo más que pudo, sus dedos ya casi rozaban los barrotes fríos de aquella ventana, estaba a punto de llegar, le faltaban milímetros.
Y entonces, lo escuchó.
Gritos.
No uno, ni dos. Decenas. Cientos. Voces desgarradas, suplicando auxilio. Golpes. Llantos. La sorpresa provocó que su cuerpo debilitado volviera a caer al suelo. ¿Qué era todo eso? Un resplandor naranja cubrió por completo la luz lunar que antes lo cubría, de la ventana salía fuego, como lenguas de un monstruo hambriento ascendía más allá de los barrotes. Las llamas danzaban, hambrientas, y con ellas, los gritos crecían, se confunden, se volvían insoportables.
—¡No! ¡No, por favor!
Viktor retrocedió de inmediato, con el corazón palpitando como un tambor cuando vio como aquellas llamas se deslizaban por la ventana cual serpiente. Intentaba retroceder más pero su espalda chocó contra una pared que antes no estaba ahí. Se cubrió los oídos con ambas manos al escuchar nuevamente los gritos. Cerró los ojos con fuerza, pero sus esfuerzos no servían de nada, estos comenzaban a colarse dentro de su mente, como cuchillos que le rasgaba por dentro.
—¡Basta! ¡Basta!— susurraba, sin saber a quién rogaba.
Un tirón brutal en su cuello lo hizo retroceder hacia atrás, chocando con fuerza contra la pared que no recordaba haber sentido antes. Bajó la mirada un poco y vio como grilletes se presionaban con fuerza contra sus muñecas y cuello. Estos lo siguen jalando con fuerza, como si quisieran que su mismo cuerpo atravesara aquella sólida pared, la respiración comenzaba a faltarle y la fobia de no poder respirar hizo que cada fibra de su cuerpo se erizaba haciéndolo entrar en pánico. —No…— susurró con la garganta seca
Sentía que ya todo estaba perdido, que era su fin cuando el último tirón de la cadena lo hizo atravesar aquella pared chocando con fuerza con un suelo que conocía. Tomó una bocanada de aire con fuerza al ya no sentir la precisión de los grilletes en su cuello.
El fuego desapareció.La oscuridad fue reemplazada por un cielo gris perla, nublado, y el suelo se volvió tierra húmeda y hojas. Un bosque.
Pero no uno pacífico.
Los árboles eran altos y torcidos, como si lo observaran. Y aunque no había gritos, el silencio era aún más aterrador.
—Viktor…
La voz llegó desde algún lugar delante de él. No era una voz que reconociera del todo. Pero algo en su interior reaccionó como si sí.
—Viktor…
Se giró.
Una figura caminaba entre los árboles. Alta. Amplia de hombros. Y aunque no lograba ver su rostro, supo. Por su manera de andar. Por su porte. Por la sensación que le causaba en el pecho. Que lo conocía
Jayce.
—¡Jayce!— intentó correr hacia él, pero las cadenas que antes lo habían sujetado volvieron a aparecer tirando de él con violencia, arrastrándolo al suelo —¡Ayúdame Jayce!
La figura se acercó sola. Tenía lágrimas en los ojos. Y no parecía su Jayce.
Parecía… herido. Solo. Como si llevara siglos caminando perdido en ese bosque.
Las cadenas volvieron a desaparecer
—¿Me dejas quedarme?— preguntó con voz rota.
Viktor abrió la boca, pero no pudo responder. Porque en un abrir y cerrar de ojos, se encontró frente a él. Tan cerca, que podía sentir su respiración.
Pero sus manos… sus manos sostenían una daga.
Y esa daga estaba enterrada en el estómago del contrario.
—¿Qué…? —murmuró Viktor, horrorizado.
—No quiero morir… tengo miedo…— dijo el otro, con la voz temblorosa, lágrimas cayendo y sangre brotando lentamente de sus labios. —¿Por qué…?
Viktor quiso soltar la daga, apartarse, hacer algo. Pero no podía. Sus manos estaban clavadas al arma, como si fuera él quien deseaba ese acto. Viktor miro la daga en sus manos y cuando volvio la mirada, ya no estab aquel hombre, ahora quien se encontraba frente a el, era el mismo, pero sus ojos eran completamentes negros, derramando un liquido del mismo color que parecian lagrimas, su semblante era tan fantasmal que parecia un cadaver. No pudo reaccionar
—Su culpa
Dijo su doble, no entendía
—¡ES SU CULPA!
Volvió a gritar, esta vez poniendo sus manos sobre su cuello, sintió como si su cuerpo cayera en un vacío y entonces.
Viktor se despertó de golpe incorporándose en la cama bruscamente, asustado. El pecho le oprimía con fuerza, como si aún sintiera la presión de la falta de aire en su cuerpo. El sudor frío perlaba su frente, resbalando por su cuello. Un temblor involuntario recorría sus manos.
Parpadeó varias veces, tratando de arrancarse el sueño de encima, pero todavía lo sentía bajo la piel. Los grilletes, los gritos, la sangre. La daga en sus manos. Los ojos de aquel hombre, suplicándole que no lo dejara morir. Las palabras de él mismo… o bueno lo que parecía ser el.
Sus latidos golpeaban con violencia en su pecho, erráticos. La sensación de angustia seguía anudada en su garganta, como si no pudiera tragar del todo.
Viktor pasó una mano por su rostro. apretó con fuerza la manta que cubría su cuerpo desnudo y deslizó su mirada hacia su derecha. Allí estaba él.
Jayce dormía profundamente, el torso apenas cubierto con un brazo extendido que ocupaba el espació en donde viktor había estado durmiendo hace unos segundos. Su rostro era tranquilo, casi infantil bajo la luz lunar. El omega tragó saliva con esfuerzo.
Solo había sido un sueño.
¡ES SU CULPA!
Cerró los ojos al recordar esas palabras.
Todo estaba bien ahora…
¿Entonces por qué su pecho seguía doliendo como si aún estuviera encadenado? ¿Por qué ese sueño le parecía más real que el algodón entre sus manos, más vívido que la luz plateada que envolvía el rostro dormido de Jayce?
Pasó la lengua por sus labios resecos. Intentó encontrar una razón lógica, cualquier explicación que le hiciera sentido. Quizá era el estrés de estos días o la angustia de las decisiones que estaba tomando. Pero no.
No era solo eso.
¡SU CULPA!
Volvió a sonar en su cabeza haciéndolo espantar
No sabía a quién se refería. O tal ves si
Volvió a mirar a Jayce. Su alfa. Su compañero
El hombre que lo había defendido ante todos… pero también el mismo que le había ocultado verdades antes, en nombre de protegerlo. Su expresión seguía serena y su respiración profunda, como si nada pudiera perturbarlo.
Viktor frunció ligeramente el ceño.
¿Y si esta vez también lo estaba haciendo?
¿Y si el precio de aquella paz hubiera sido más alto de lo que Jayce quería admitir?
¿O es que había algo que Jayce no había dicho?
Acaso… ¿Jayce no le había contado toda la verdad?
[...]
La noche había llegado. El Palacio Imperial de Piltover brillaba como si cada una de sus torres hubiera sido besada por la luna. Las luces de cristal colgaban como estrellas atrapadas entre columnas de oro, y los faroles encendidos en los balcones derramaban su resplandor cálido sobre los jardines. Desde la distancia, podía parecer un templo elevado al lujo, o una constelación caída a la tierra solo para esa noche.
La música, aún tenue y lejana, comenzaba a surgir desde los arcos del salón central, ensayando su entrada como una orquesta de suspiros. El aire estaba cargado del perfume de los rosales de los jardines externos mezcladas con la dulzura de las orquídeas de los patios interiores. Cada rincón parecía cuidadosamente encantado, como si Runaterra entera se hubiera detenido solo para presenciar esa noche.
El Gran Baile de Máscaras.
Una tradición casi tan antigua como la propia corona. Un evento en donde lo imposible podría volverse real… y lo real, ocultarse tras una máscara.
Como dictaban los antiguos decretos, esa noche todo Piltover se vestía de misterio. Rostros cubiertos. Nombres silenciados. Deseos disfrazados.
Era una noche para dejarse llevar. Para bailar con desconocidos. Para contar verdades sin revelar la identidad. Y, sobre todo, una noche donde las apariencias podían volverse tan engañosas como seductoras.
El gran salón del baile había sido transformado en su totalidad para recibir a los soberanos, nobles y figuras ilustres de todo Piltover. Columnas cubiertas de telas rojas y doradas rodeaban el recinto, una gran alfombra roja cubría la gran escalera de mármol del centro y en el techo colgaban enormes lámparas de cristal que reflejaban luz transformándola en suaves ondas por las paredes como si fuera agua dorada.
Los sirvientes corrían de un lado a otro, afinando detalles de último momento. Las mesas del banquete ya estaban cubiertas de distintos manjares: Frutas exóticas, postres de crema y bandejas con copas cristalinas, esperando pacientemente a que manos nobles las alzaran al cielo. En el escenario lateral, los músicos afinaban instrumentos de cuerdas, flautas, piano y arpa. Ya todos se estaban poniendo en posición, según las indicaciones del mayordomo, listos a que llegara la hora en que las puertas se abrieran.
Las 10 de la noche y las puertas del salón se abrieron justo a la hora señalada.
Los primeros invitados comenzaron a ingresar en la sala, uno a uno, como si emergieran de un sueño. Las máscaras, cada una más elaborada que la anterior, ocultaban identidades con elegancia y picardía. Había rostros cubiertos de terciopelo negro, otros adornados con plumas de faisán y encaje dorado; algunos llevaban pequeños cristales engarzados que centelleaban con cada movimiento, otros se ocultaban bajo relieves de marfil, perlas, y hasta marcos florales.
Una pareja con trajes en tonos de lavanda y gris bailaba al entrar, girando con una sincronía que delataba años de práctica o tal vez... de amor prohibido. Un grupo de figuras en azul marino se movía como una sola sombra, sus máscaras lisas, sin adornos, como si representaran el misterio absoluto. Una dama solitaria, cubierta de pies a cabeza en satén esmeralda, se deslizaba entre los asistentes como una serpiente encantadora. Y en las alturas, sobre las barandillas del segundo piso, algunos observaban en silencio, como cuervos en atalayas, disfrutando más del espectáculo que de la danza.
La regla era clara.
Nadie debía quitarse la máscara.
Y mientras más se llenaba el salón, más se sentía el pulso de la noche latir con fuerza. Las luces temblaban con la música. Las risas flotaban como burbujas. Los abanicos se abrían como alas. Las conversaciones eran un juego de adivinanzas.
¿Quién es ese que vestía con tan animado antifaz?
¿Quién es ella, con ese vestido de mariposas bordadas, que parece flotar en lugar de caminar?
¿Esa persona no se parecía al heredero de los Vanschiel… junto a una dama desconocida?
Pero todo eran suposiciones.
Conjeturas disfrazadas.
Y eso era lo emocionante.
En un momento las puertas se cerraron y los violines se empezaron a detener suavemente.
Lo suficiente para que todos lo notaran.
Un leve estremecimiento recorrió el salón, como una onda invisible. Los abanicos se detuvieron. Las risas murieron lentamente. Las copas dejaron de alzarse, las charlas cesaron.
Un murmullo casi reverente comenzó a elevarse como un suspiro colectivo, extendiéndose por todo el salón mientras las puertas principales se abrían nuevamente.
Esta vez, no fue un invitado más quien cruzó el umbral. Todos se volvieron hacia la entrada, como guiados por un mismo hilo invisible.
Descendiendo desde la cima de la gran escalera alfombrada en rojo, enmarcado por la luz de los candelabros, una figura difícil de desconocer.
Alto. Imponente. Cada paso era firme y controlado. Llevaba puesto un uniforme de cuello alto en rojo escarlata, un color que era únicamente reservado para los miembros de la familia real, su pecho estaba cubierto por medallones dorados y cordones del mismo color. Una faja negra cruzaba su torso en diagonal y su cintura, donde colgaba un medallón en cruz y una funda de espada que le daba un toque de superioridad al conjunto. Las hombreras, pesadas y decoradas con flecos dorados, enmarcaron su silueta acentuando más, la larga capa negra del mismo color de sus pantalones, forrada en velvet y bordeada con hilo dorado. Guantes negros ajustados, unas botas largas del mismo color y un antifaz dorado que cubria la parte superior de su rostro concluin el disfraz.
A pesar de la máscara, no había forma de confundirlo.
La postura.
La mirada que parecía ver incluso a través de los antifaces.
El aura.
Su majestad, el emperador Talis había llegado.
Por un momento, el silencio se volvió absoluto, como si hasta la música se hubiera inclinado ante su presencia.
Luego, una primera reverencia.
Luego otra.
Y otra más.
Como una ola de respeto que se deslizaba por el salón, uno a uno los nobles bajaron la cabeza ante su figura. Jayce descendió cada peldaño con una calma medida, sin prisa. Los bordes de su capa acariciaban el mármol blanco como una marea silenciosa. Las antorchas reflejaban el rojo imperial sobre las paredes. Y cuando llegó al último escalón, se quedó ahí parado. Al instante se escuchó el sonido de las puertas volver a abrirse y todo el mundo incluyendo Jayce, levantaron la cabeza nuevamente.
Una nueva figura apareció bajo el umbral, estatura alta y contextura delgada, brillaba bajo la luz dorada del salón. Con delicadeza bajó las primeras escaleras llegando hacia el primer piso flotante de las escaleras, en donde frente a todos hizo una reverencia.
Caminaba con paso tranquilo, contenido, como si cada pisada estuviera en sincronía con los latidos del propio salón. Llevaba puesto un atuendo de tonos rojo oscuro, negro y blanco,con un diseño estilizado que no renegaba de su origen zaunita, pero sí abrazaba con delicadeza el estilo imperial.
Una camisa blanca de cuello alto se asomaba desde el interior del conjunto, adornada con broches de rosas rojas, cadenas ornamentales de plata que caían con suavidad desde los hombros hasta el pecho y un corbatín negro con broche rojo que rodeaba su cuello. Un chaleco oscuro ceñía su torso, adornado con joyas y medallas de flores. Una capa dividida caía desde su espalda, moviéndose como alas cada vez que avanzaba.
Unos pantalones negros junto a unos botines de gamuza negro adordaban la parte inferior del conjunto y la parte superior, su rostro era adornado por una mascara de de encaje rojo oscuro, bordada con diminutas piedras de rubí y oro, curbriendo la mitad de su rostro, dejando al descubierto sus suaves labios, delicada barbilla y las lineas de su cuello. Suficiente para robar el aliento.
Era un misterio.
Era fuego.
Era un poema caminando.
Y era imposible mirarlo sin detener el mundo por un segundo.
¿Quién era ese omega que vestía con los colores de la corona con tanta perfección?
Viktor detuvo su andar unos peldaños más arriba y sus ojos, aquellos ojos dorados que ni una máscara podía ocultar, se encontraron con los de Jayce.
Jayce extendió su mano hacia él al verlo acercarse. Viktor sonrió y cuando llego hacia él, tomo su mano con cuidado, terminando de bajar los últimos escalones
El moreno sujeto su mano, con delicadeza, como si fuera la primera vez que lo tocara, no podía negar que estaba totalmente elevado de lo hermoso que se veía su omega esa noche. Jayce bajó la mirada por un segundo y sonrió al notar el anillo de compromiso brillando en el dedo anular de Viktor. Con ternura, acarició la joya con su pulgar, y luego, llevó la mano a sus labios, besándola suavemente, justo frente a todos los presentes.
Jayce levantó la mirada hacia él, y con voz suave, casi como si hablara solo para él, en medio de cientos de ojos, murmuró:
—¿Me haces el honor de acompañarme en este, el primer baile?
Viktor no respondió de inmediato, pero su sonrisa lo dijo todo.
—Sería un honor, majestad— susurró.
Se escucharon algunos murmullos mientras que los dos caminaban hacia el centro de la sala abriéndose paso entre la multitud.
Jayce colocó con cuidado una mano en la cintura de Viktor, mientras que alzaba su otra mano junto a la de Viktor. Viktor apoyó su mano libre en el hombro del alfa, quedando perfectamente encajados, uno con el otro. Ambos se miraron y la musica comenzo a sonar
El mundo desapareció.
Dieron el primer paso. Luego el segundo, la coordinación era perfecta. Jayce guiaba con seguridad, y Viktor se dejaba llevar con la naturalidad de quien confía. Los pies se deslizaban sobre el mármol con gracia, la capa del omega se alzaba con cada giro como si fuera una flor abriendo su capullo en primavera. Cada fibra de su cuerpo respondía con emoción al ritmo de la danza.
Era diferente a las que Viktor estaba acostumbrado a danzar, no había aplausos o sonidos de panderetas repiqueteando en el aire. Era suave, como si un pedazo de algodón le acariciara la piel.
Jayce lo giró suavemente, con la fuerza justa, las telas se arremolinaron. Las cadenas decorativas de su traje tintineaban como campanas.
Ambos se miraron el uno al otro y el recuerdo del baile junto a la fogata en Zaun invade los pensamientos de Viktor, lo cual provocó una risa silenciosa que contagió a Jayce.
La melodía creció. Y con ella, el ritmo. Ahora eran más rápidos, más cercanos, los cuerpos danzaban al unísono y en medio de un giro más amplio, Jayce lo sostuvo con ambas manos por la cintura, levantándolo en el aire.
Viktor apoyó sus manos sobre los hombros del mayor, la capa se extendió como un abanico que contaba secretos. Su rostro, aún cubierto por la máscara, parecía iluminado por dentro.
Jayce lo bajó con la misma suavidad con la que se levanta un pétalo del suelo. Y Viktor lo miró… como si hubiera tocado el cielo.
La música bajó el ritmo por un instante y con la velocidad de los pasos de la pareja, sus respiraciones subían ligeramente.
Jayce bajó la cabeza, sus labios apenas a centímetros del antifaz de Viktor. —Eres lo más hermoso que he visto nunca— murmuró, sin importarle que el resto del salón pudiera oírlo.
El omega desvió la mirada apenas, como si la emoción le apretara el pecho.
La música volvió a crecer.
Jayce volvió a cargarlo girando con él en brazos, paseando por toda la pista de baile, sin importarles si hubieran personas ahí o no, ellos se apartaron de igual manera.
El salón entero los miraban embelesados…
Solo existían ellos dos.
La música llegó a su clímax final, Jayce lo alejó para luego volver a hacerlo regresar hacia él, sosteniendo la cintura con firmeza, quedando pegados uno contra el otro, con la respiraciones combinadas y el corazón latiendo con fuerza.
El último acorde sonó y el salón estalló en aplausos…
Ambos se miraron una última vez, sintiendo la tensión pero se separaron e hicieron una reverencia el uno al otro, como agradecimiento.
Apenas enderezaron la postura, una nueva pieza comenzó a sonar.
Más animada. Más ligera.
El ritmo ondulante de violines y flautas llenó el aire con un nuevo pulso.
A su alrededor, más parejas empezaron a deslizarse hacia la pista, guiadas por el encanto de la música y la envidia de no haber sido los primeros en bailar.
Vestidos largos giraban en espirales de telas doradas y blancas mientras que máscaras relucientes destellaban bajo las lámparas de cristal.
Jayce y Viktor, comenzaron a bailar nuevamente siguiendo el ritmo y movimientos de los recién llegados. El omega reía ante las nuevas vueltas que daba y los nuevos movimientos más dinámicos que el baile exige.
—Están todos mirándonos— murmuró Viktor, con una pequeña sonrisa sin perder el ritmo del baile.
—Que miren— respondió Jayce, con voz baja y confiada —No van a olvidar lo que vieron esta noche.
Y antes de que Viktor pudiera replicar, en una vuelta Jayce entrelazo sus dedos con los suyos y con una sonrisa traviesa tiró suavemente de él, para comenzar a caminar lejos del centro de la pista de baile.
—¿A dónde…?— preguntó Viktor, divertido.
—Shh— susurró Jayce, sin voltear —Confía en mí.
Ambos comenzaron a escabullirse entre los cuerpos danzantes, sorteando vestidos amplios, trajes decorados y abanicos que se abrían como alas.
Viktor rió bajo su aliento, casi sin poder evitarlo, sentía que flotaba, que la música los empujaba hacia un rincón más tranquilo del mundo, aunque aún estuvieran dentro de ese salón majestuoso.
Los pasos de Jayce eran rápidos, pero medidos. Con una mano sujetando la de Viktor, y la otra a veces apoyada sobre su espalda para guiarlo con cuidado entre la multitud.
Pero las miradas no los perdían.
Algunos nobles susurraban tras sus máscaras.
Algunos soberanos ya se giraron para ver por dónde se desplazaban los protagonistas de la noche.
Y justo cuando pensaban que lograrían escapar sin ser atrapados…
—¡Majestad Talis!— La voz resonó firme a su derecha.
Jayce detuvo el paso y Viktor apenas alcanzó a ocultar su sonrisa al ver cómo Jayce cerraba los ojos un segundo, frustrado en silencio.
Frente a ellos se alzaban cuatro figuras conocidas.
La Emperatriz de Shurima, imponente en su atuendo de seda blanca chorreada, una capa que parecía hecha de arena encantada y una máscara de sol dorado que centelleaba con cada movimiento.
A su lado, con el brazo entrelazado, estaba el rey de Jonia, envuelto en tonos claros y una máscara de garza blanca con sombras rojizas. Su mirada era suave, pero aguda. Una sonrisa curiosa jugaba en sus labios.
A su costado izquierdo estaba la reina del Vacío, con una máscara de porcelana que cubría la parte inferior de su rostro. Sus ojos, completamente blancos, brillaban con una serenidad inquietante. Llevaba un vestido negro profundo con incrustaciones de amatistas que reflejaban la luz como si contuvieran secretos antiguos.
Y finalmente, la Emperatriz de Ixtal, con su vestido verde esmeralda ceñido al cuerpo, bordado en oro, y una máscara dorada de lobo que dejaba a la vista unos ojos afilados y divertidos.
—Hermoso baile— comentó la emperatriz de Ixtal, con un tono que era a la vez halago y travesura —No recordaba la última vez que vi a un omega tan… deslumbrante en la pista.
La mirada se deslizó sin pudor de arriba abajo sobre Viktor.
Jayce apretó levemente la mandíbula.
Viktor, sin embargo, bajó la cabeza con elegancia. Estaba acostumbrado a ese tipo de atención… aunque eso no lo hiciera menos incómodo.
—Y tan hermoso— añadió la emperatriz de Shurima, con una sonrisa diplomática que parecía diseñada para despertar celos.
El rey de Jonia, con paciencia infinita, le dio un leve pisotón que pareció decir “basta”, aunque sin borrar la sonrisa de ambos.
Viktor alzó entonces el rostro, con esa dignidad serena que lo caracterizaba.
—Agradezco sus halagos, pero deben perdonarme…— dijo, con su tono suave y mesurado —Creo que aún no hemos sido formalmente presentados.
Jayce, hasta ese momento en silencio, dejó escapar un suspiro apenas audible. Un pequeño gruñido quedó atrapado en su garganta, como si tuviera que tragarse algo que no le gustaba.
La reina del Vacío ladeó la cabeza, apenas un gesto, como si oliera el cambio en la tensión.
—¿Acaso no les ha hablado de nosotros, Majestad Talis?— preguntó, su voz profunda y calmada como el eco de una caverna.
Jayce enderezó los hombros. Su agarre sobre la mano de Viktor se hizo más firme. No estaba exactamente molesto.
—Digamos que tenía mejores planes esta noche que explicarle a mi pareja lo maravillosos que son mis compañeros del Consejo— replicó con sarcasmo y una sonrisa tan perfecta que dolía.
El rey de Jonia rió con un tono musical.
—Oh, no se preocupe, Su Majestad. Lo maravilloso puede esperar. Aunque no todos podemos decir lo mismo de su pareja— añadió, mirando a Viktor con admiración genuina —¿Sería tan amable de presentarnos?
Jayce dio un paso hacia adelante, manteniendo la cortesía medida
—Permítanme hacer las presentaciones debidas— dijo con claridad y tono imperial —Viktor te presento a su majestad la emperatriz Sehra Neferaset de Shurima, al rey Kaelen Rynn'Sai de Jonia, la reina Nyxa Vel'Zari del Vacío y, por supuesto a la emperatriz Alune Yunalai de Ixtal.
Los cuatro hicieron inclinaciones pequeñas, tan exactas como lo dictaba el protocolo.
—Sus majestades— continuó Jayce, volviéndose hacia Viktor con un gesto casi reverente —Les presento al Heraldo de Zaun, Viktor. Mi prometido.
Por un instante, las luces del salón parecieron temblar. ¿O quizá solo fue la forma en que las miradas se detuvieron sobre Viktor, esta vez no con curiosidad, sino con un interés distinto.
La reina Nyxa fue la primera en inclinar levemente la cabeza.
—Valla, ya puedo ver porque el emperador Talis, batallo mucho en la última reunión del consejo— dijo con una sonrisa invisible detrás de la porcelana —Es seguro que su gracia es alguien muy interesante.
—Nos complace conocerlo por fin, Su Gracia— dijo el rey de Jonia con voz amable —Se ha hablado mucho de usted en la última reunión, espero y sepa la larga relación que Jonia y Piltover han tenido, espero que podamos tener esa misma relación con Zaun.
—Por Favor majestad kaelen, no se lleve todo el crédito, Shurima es un reino que abogó por Zaun desde un inicio—añadió la emperatriz de Shurima —Shurima también es un reino que puede ofrecer mucho a Zaun.
Viktor sonrió ante las palabras
—Es un honor conocerlos majestades— respondió, con una inclinación educada —Y agradezco sus palabras. Pero esta noche solo deseo disfrutar del baile… y de la compañía de mi… prometido— Dijo lo último con cierta timidez
Jayce le dirigió una mirada intensa. No dijo nada, pero su expresión era clara:
“Esa es la respuesta correcta.”
—Entonces no los retendremos más— dijo la emperatriz de Ixtal con un movimiento de mano elegante —Pero, por favor, no desaparezcan tanto. Hay mucho de qué hablar esta noche… y si su gracia me lo permite, estaría encantada de compartir un baile con usted— pronunció la alfa con una pequeña sonrisa
Jayce esbozó una sonrisa educada, apretando lo más que podía los dientes y volvió a tomar el brazo de Viktor y se inclinó ligeramente.
—Nos veremos pronto— dijo, y ambos comenzaron a alejarse nuevamente.
Sólo cuando estuvieron a unos pasos de distancia, Viktor murmuró:
—Eso fue… interesante.
Casi me sentía como una presa entre depredadores.
Jayce soltó una risa baja, profunda, presionando con dulzura su mano entrelazada mientras se internaban por uno de los pasillos laterales, subiendo las escaleras hacia los pisos privados.
—No te preocupes por eso.
—¿Por qué?
Jayce se inclinó ligeramente a su oído, su voz vibrando con esa confianza peligrosa que siempre lo envolvía.
—Porque el mayor depredador aquí… soy yo.
Viktor detuvo sus pasos con una sonrisa avergonzada y le dio un pequeño codazo en el pecho, divertido. Jayce rió también, y al llegar al segundo piso lo jaló suavemente del brazo, abriendo una de las puertas sin pensarlo dos veces.
—¿Qué hacemos aquí?— preguntó Viktor, aún entre risas.
—¿Tú qué crees?— replicó Jayce mientras cerraba la puerta tras ellos.
Antes de que Viktor pudiera replicar, Jayce ya estaba desabotonando con calma los primeros botones de su camisa, besando la piel suave que quedaba expuesta, justo donde se encontraba la marca ya curada. Sus labios se posaron con ternura, como si reverenciaran ese lugar.
—Jayce…— rió Viktor, retrocediendo un poco, con las mejillas ligeramente encendidas —¿No fue suficiente con lo de ayer?
—Nunca es suficiente cuando se trata de ti, cariño— murmuró el alfa.
Con ese tono cargado de deseo, lo alzó con facilidad entre sus brazos, llevándolo hasta un diván cubierto de cojines bordados, y lo depositó allí con una delicadeza que contrastaba con la fuerza de sus manos. Ambos se miraron. La tensión era evidente. Vibrante. Como una cuerda que se ha tensado demasiado y no puede sino romperse.
Jayce se inclinó, atrapando su boca en un apasionado beso. La pasión contenida en el salón ahora se desataba sin testigos entre ellos dos.
—Siempre estás hermoso— susurró Jayce contra su piel —Pero esta noche… deslumbras, mi emperatriz.
Jayce retiró ambas máscaras, estaba a punto de volver a besarlo, de dejarse caer sobre él como una ola irresistible, cuando Viktor colocó una mano firme sobre su boca, deteniéndolo.
—Espera— dijo, aún entre risas, respirando agitado —Antes de que sigamos… tengo algo para ti.
Jayce alzó las cejas.
—¿Un regalo?
—Ajá…— respondió Viktor, mientras rebuscaba con cuidado en el interior de su capa. Sacó una pequeña bolsa de lana blanca, amarrada con un listón rojo. —Pensaba dártelo hace tiempo, pero… pasaron tantas cosas que no tuve oportunidad.
Jayce la abrió con cuidado. Dentro, descansaba un anillo simple y hermoso: hecho de ramas entrelazadas pintadas de dorado, con un pequeño cristal morado incrustado en el centro. —Sé que… no es un anillo tan majestuoso como el que tú me diste— dijo Viktor con una suave sonrisa, casi tímida —Pero es lo que nosotros damos en Zaun a nuestras parejas.
Tomó la mano derecha de Jayce y, con delicadeza, deslizó el anillo en su dedo índice.
—En Zaun, cuando una pareja está comprometida, ambos se regalan anillos de promesa— murmuró Viktor, sosteniendo un segundo anillo en su palma con una reverencia íntima —Están hechos con cristales arcanos… se guarda un poco de magia en ellos— añadió, más bajo aún, como si al pronunciarlo se activara algo sagrado —De esa forma… la pareja está protegida.
Jayce lo observaba en silencio. El fuego suave de las lámparas titilaba en sus ojos, pero no alcanzaba a competir con el brillo reverente que reflejaban al mirar a Viktor.
Con calma, el omega tomó el segundo anillo, idéntico al primero, y lo deslizó con cuidado en su propio dedo. Y entonces, sucedió.
Los dos anillos, apenas rozándose cuando sus manos volvieron a encontrarse, comenzaron a brillar con una luz tornasolada, viva, palpitante como un corazón recién nacido. Un fino humo blanco, casi etéreo, emergió de las piedras y giró lentamente a su alrededor. No era humo común, sino una luz líquida que danzaba como si estuviera viva. Ambas luces se entrelazarón entre sí antes de transferirse al anillo del otro.
Jayce sintió el calor antes de verlo. Un cosquilleo suave recorrió su brazo, desde la punta de los dedos hasta el antebrazo. Lo mismo le sucedía a Viktor. Ambos miraron hacia abajo, viendo cómo marcas cristalinas comenzaban a dibujarse con luz sobre su piel. figuras orgánicas similares a las constelaciones, símbolos antiguos que parecían comprender un lenguaje que el corazón sí podía entender, aunque la razón no.
Se formaron con rapidez, brillando con intensidad iluminando parte de la estancia. Como un sello irrompible, pero tan rápido como apareció, las marcas se desvanecieron, dejando la piel como en un inicio.
Jayce parpadeó, aún sin comprender del todo lo que acababa de presenciar. Miró a Viktor, y este lo observaba también.
—Eso fue… increíble— Dijo Jayce sin salir de su asombro, tocando la piel donde antes habían aparecido las marcas
—Lo he presenciado tantas veces con otras parejas… pero nunca creía que se sintiera…. así de hermoso— Comentó Viktor anonado, pero entonces se dio cuenta de algo… no le había pedido permiso a Jayce de hacer eso, un pequeño sentimiento de pánico invadió su cuerpo ¿Algo tan profundo como eso? y no pidió permiso a su pareja, ¿que pensaría Jayce? no quería verse desesperado pero desde hace casi un mes que había pensado en ello. —Jayce… amm yo…— Viktor nervioso intentó decir algo pero los labios de Jayce sobre los suyos, callaron todas las voces en su cabeza.
Un beso muy diferente al anterior, este era suave, tierno, sin segundas intenciones. Jayce se separó solo lo suficiente para apoyar su frente contra la de él, respirando con suavidad.
—Shhh…— susurró —No digas nada más. Lo único que hiciste fue darme el regalo más hermoso que alguien me ha ofrecido.
Viktor parpadeó, y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.
—¿De verdad?
—Viktor— dijo Jayce con esa voz que siempre usaba cuando quería que le creyera sin lugar a dudas —¿Tú crees que pondría algo en mi piel, en mi sangre… si no lo quisiera contigo? No tienes que pedir permiso para quererme. No tienes que disculparte por amarme.
Una lágrima escapó del ojo izquierdo de Viktor, resbalando por su mejilla sin aviso. Jayce la limpió con el dorso del dedo.
—Yo soy tuyo —añadió Jayce en un susurro, con esa firmeza que solo nace del amor sincero—. Con magia o sin ella. Yo te pertenezco… en todos los aspectos posibles.
Viktor soltó una risa baja, entre temblorosa y burlona, mientras Jayce lo ayudaba a levantarse y luego lo abrazaba por la cintura.
—Jajaja… eso suena muy cursi —bromeó, escondiendo el temblor en su voz bajo una sonrisa.
Jayce alzó una ceja, con ese aire de falsa gravedad que tanto le gustaba interpretar.
—¿Así? Entonces será mejor que no me escuches cuando empiece a hablar de nuestra boda.— Dijo mientras giraba con él en brazos, riéndose como un niño travieso —O cuando hable de nuestros ocho hijos— dio otra vuelta —O cuando te diga que ya tengo lista nuestra casa de retiro para cuando seamos ancianos… en una pradera junto al lago.
Viktor no podía parar de reír. Jayce lo besaba entre palabra y palabra, sin orden ni razón, sobre la mejilla, el cuello, la frente, y Viktor se dejaba guiar, los pies ya flotando con la alegría embriagadora de estar enamorado.
Pero se vieron interrumpidos al escuchar 3 leves golpes sobre la puerta. Jayce se detuvo con los labios aún más cerca de los de Viktor, suspirando con frustración.
—Emperador— se escuchó la voz de Dereck, desde el otro lado —Disculpe si lo interrumpo… pero ha llegado la hora de comenzar con el Baile de las 6 flores.
Jayce cerró los ojos con una mueca de frustración.—Maldición… olvidé por completo ese absurdo baile.
—¿Baile?
Preguntó Viktor un poco confundido.
—Tradición antigua— explicó —Esta noche debo bailar, al menos una vez, con cada hijo omega de las casas nobles de Piltover. Es una forma de mostrar respeto o algo así, diplomacia.
Viktor asintió con comprensión, aunque un dejo de molestia le pinchó el pecho. Jayce captó el gesto, pero antes de que pudiera decir algo, Viktor le acarició la mejilla. —Ve. Es parte del protocolo ¿no?— dijo con una media sonrisa —Además… después de todo, tenemos toda la noche. Y muchas más…—La voz baja y coqueta hicieron que Jayce lo miró con intensidad
—Eso suena a promesa.
—Tal vez lo sea— respondió Viktor, alzando las cejas.
Jayce volvió a besarlo, esta vez con lentitud y cuando se separaron, ya iba hacia la puerta, pero Viktor lo detuvo con un gesto. —¡Espera! No llevas tu máscara.
Ambos miraron al suelo. Las máscaras estaban caídas sobre la alfombra. Viktor las recoge y ayudo al moreno a ponersela. Jayce tomó la mano del omega y beso. Luego retrocedió, estirando el brazo como si no quisiera soltarlo nunca. —Voy a regresar— le dijo en un susurro firme.
Viktor rió por lo bajo.
—Lose
Jayce sonrió y lo soltó para girarse hacia la puerta, al abrirla, Dereck hizo una reverencia. Viktor tambien se coloco su máscara dispuesto a salir de salón pero un pequeño mareo en su cabeza lo hizo retroceder
—¿Está bien su gracia?— Dijo el mayordomo acercándose a él rápidamente, al ver como el omega se sentaba forzosamente sobre el diván.
—Si, lo siento solo fue un mareo, ahora bajo— Dijo Viktor con una pequeña sonrisa forzada. Dereck lo miro un momento y a paso lento se acerco hacia una cuerda dorada, suavemente la jalo y las cortinas antes cerradas comenzaron a abrirse, dejando ver un gran balcón con vista hacia el salón de baile.
—Si su gracia lo desea, puede quedarse aquí— Dijo con amabilidad.
Viktor se sorprendió un poco, pero sonrió al ver el acto tan considerado del beta. —Muchas gracias señor Dereck— El mayordomo asintió con la cabeza y dijo:
—Le traeré una taza de té, con su permiso y su gracia— Dijo antes salir por la puerta de la habitación.
Viktor, ahora solo, sacudió un poco la cabeza, eso había sido muy extraño, a paso lento cruzó el umbral del balcón, la vista desde ahí era hermosa, por un segundo le recordó al teatro de Piltover, una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar eso. Vio como Jayce caminaba hacia el centro de la pista, mientras era rodeado por seis omegas de distintas casas. Entre ellos, reconoció al instante a Caitlyn, vestida con un vestido azul medianoche con mangas largas de encaje blanco y una máscara de plumas azules.
La música comenzó. Una melodía suave, como un río de seda. Jayce se movía entre cada pareja con gracia calculada. Cambiando entre cada uno de ellos con delicadeza.
La puerta sonó y él dio el pase para que entrara. Era Dereck con una pequeña bandeja en donde había una taza de té caliente, Viktor agradeció y el mayordomo se despidió dando una reverencia, cogió la taza de té y con cuidado bebió unos sorbos, estaba muy caliente.
Era extraño, pensó Viktor. Mientras devolvía la vista al salón. Sentir ese leve pinchazo en el pecho que no sabía si era angustia… o celos. Observaba cómo Jayce giraba con Caitlyn y luego con el hijo omega de la casa Thornevale.
El baile apenas iniciaba y al ver la cantidad de parejas de Jayce, era seguro que se demoraría un rato. Iba a beber otro sorbo cuando escucho la puerta de la sala volver a abrirse. —¿Dereck?— preguntó Viktor
Pero la figura que cruzó el umbral no era Dereck.
Sus pasos eran suaves, pero no vacilantes. Una mujer alta, de silueta imponente, se deslizaba hacia él con gracia calculada. Llevaba un vestido entallado color rojo vino, con bordados dorados que se trepaban como enredaderas vivas sobre la tela. Las mangas caían desde sus hombros en vuelos negros, que se mecían como sombras obedientes a su paso. La sobrefalda oscura se arrastraba por el suelo como si fuera una larga cola.
Su rostro cubierto por una máscara de puma dorada, dejaba ver sólo el inferior de su rostro, mostrando sus labios color borgoña formados en una pequeña sonrisa.
Viktor contuvo el aliento por unos segundos y algo en su pecho se tensó que instantáneamente retrocedió unos cuantos pasos.
La mujer se detuvo a unos metros de él.
—Buenas noches… heraldo.
Ella se acercó lentamente hacia la mesa donde se encontraban dos copas largas de champagne, permitiéndose agarrar una para luego volver a clavar su atención en el omega. —Una noche exquisita ¿verdad?— murmuró —A Veces creo que este tipo de bailes son una tontería, pero supongo que es divertido el hecho de llevar una máscara puesta ¿no cree?
Viktor ladeó apenas la cabeza, tanteando el ambiente que se formaba.
—Si, supongo que tiene razón. Aunque debo admitir que la compañía también influye en el disfrute de la fiesta— respondió con sencillez
Ella sonrió, como si esperara justo ese tipo de respuesta.
—Y usted… está sencillamente deslumbrante esta noche— agregó, dando un paso más cerca. Su tono seguía siendo gentil, casi amistoso. —Un hermoso baile el que usted y el emperador compartieron, hasta se me hizo conmovedor…
—Le agradesco. Aunque… no creo que hayamos sido presentados— dijo Viktor con cuidado, sin retroceder —Sería tan amable de ¿decirme su nombre?
La mujer lo miro un momento antes de dejar escapar una breve risa
—Al parecer una simple mascara puede engañar a su gracias. Que divertido— dijo con una pequeña sonrisa. Dejando a Viktor confundido —Pero el decirle mi nombre creo que iría contra las reglas del baile ¿no cree?— dijo con una pequeña sonrisa mientras bebia otro sorbo la copa
—Y el irrumpir en una habitación sin permiso, es una falta de respeto ¿no cree?
La mujer apretó ligeramente la mandíbula ante la pregunta del omega. —Es cierto... perdone mi falta de modales... soy Mel Medarda...
—Soberana de Noxus...— dijo interrumpiendo las palabras de la mujer. Ella sonrió ante eso. —¿A qué viene majestad Medarda? Según se usted a sido castigada por dar falsos testimonios de Zaun— dijo Viktor con una pequeña sonrisa al ver cómo la sonrisa de Mel temblaba ligeramente
Mel no respondió de inmediato. Bebió otro sorbo de su copa, despacio, como si saboreara algo más que el champagne.
—Un castigo…— repitió con ironía suave —Qué palabra tan fuerte. Yo lo llamaría más bien un descanso. Necesaria, por supuesto. Aunque también injusta.
—Nada que venga de usted es solo un “descanso”, me temo— dijo Viktor, sin apartar la mirada.
—Tampoco todo lo que viene de mí es un ataque, Su Gracia— replicó Mel con amabilidad —A veces solo es… verdad. Una verdad que puede doler.
Viktor no dijo nada. Se mantenía erguido. Sus ojos eran calmos, pero en alerta. Como un ciervo que no se deja engañar por el sonido amable de un cazador.
—No he venido a acausar problemas su gracia— continuó ella —No me interesa eso. De hecho, vengo a disculparme...
Las palabras lograrón que Viktor arqueara levemente una ceja. Mel dio un par de pasos más hacia el balcón. Su figura proyectaba sombras largas sobre el mármol. Mientras ambos veian el espectáculo que se seguían proyectacto en el salón. —Jayce es… un alfa pragmatico— dijo, casi en un suspiro —Siempre lo fue. Aunque se empeña mucho en demostrar lo contrario. Pero debo admitir que desde que volvió a Zaun, es una personas diferente
Viktor apretó un poco la taza de té que tenía en las manos.
—¿Y por qué me dice esto?
—Porque merecía escucharlo— respondió ella, girándose para mirarlo de nuevo —Porque, por mucho que me cueste admitirlo… lo ha cambiado. Y eso no cualquiera puede lograrlo.
Hubo un silencio delicado.
—Me equivoqué con usted y con su pueblo— añadió Mel —Fui muy cruel con usted, me deje llevar por la ambición y no medí las consecuencias.
Viktor entrecerró los ojos. Aún no confiaba. Pero su postura se relajó apenas.
—Todos cometemos errores— respondió con neutralidad —Algunos más fuertes que otros. Pero… puedo decir que la perdono majestad.
Mel rió, esta vez con suavidad.
—Eso es cierto— asintió, alzando su copa en un brindis mudo —Me debo sentir agradecida por su perdón. Pero mentiría si le dijera que estoy sorprendida. Despues de todo, usted perdono a Jayce. Lo mio no debería de ser tan grabe ¿no?
Viktor detuvo la taza a medio camino.
La miró, con los ojos parcialmente cubiertos por su máscara, pero el gesto era claro: una chispa de alerta acababa de encenderse en su interior. —¿Perdonar a Jayce?— repitió, con un dejo de confusión contenida —¿A qué se refiere?
Mel ladeó la cabeza
—Oh…— murmuró con voz suave, como si acabara de recordar algo incómodo —Pensé que ya lo sabía.
—¿Saber qué?
Ella suspiró y bajó la mirada un instante, como quien duda si hablar o callar. —Supongo que esto es lo que me pasa por querer hacer las cosas bien— dijo con una media sonrisa triste, llevándose una mano al pecho —Dije demasiado, otra vez, sera mejor que calle y me retire.
—Majestad Medarda— dijo Viktor con un tono más firme —Si tiene algo que decir, le agradecería que fuera directa.
Mel volvió a alzar la mirada. En sus ojos había un destello de algo difícil de leer… ¿culpa? ¿placer? ¿ambas?
—Solo me refería a que Jayce… le ha ocultado algunas cosas. Y no por maldad, claro— aclaró con rapidez —Lo entiendo. Lo hizo para protegerte. Pero cuando alguien ama de verdad… ¿no debería confiar lo suficiente para decir la verdad?
Viktor no contestó, estaba confundido. Mel lo miró por un momento, estudiando cada detalle de su expresión, luego volvió a tomar de su copa. —¿Sabes cual fue la razón por la que Jayce fue a Zaun?— Preguntó ella con la vista a la sala de baile.
Viktor quedó en silencio, ni si quiera sabía que clase de ambiente era ese.
—No fue por casualidad ni por diplomacia— Lo dijo con una calma terrible —Cuando acuse a Zaun de peligroso, Jayce fue uno de los primeros en apoyar mi dictame. ¿Y sabes porque? Fue porque ya conocía de la existencia de esa magia. Esa energía que ustedes protegen tanto. Piltover... quería poseerla.
Viktor no se movió. Pero su pecho comenzó a dolerle como si alguien apretara lentamente una daga entre sus costillas.
—Desde el principio— continuó Mel —El viaje fue una misión de evaluación. Jayce fue enviado para confirmar si la magia que ustedes empleaban era real y peligrosa. Y si era viable… traerla aquí. Bajo su control.
La taza de té tembló en sus manos, podia sentir como está comenzaba a resquebrajarse dentro de él.
—No— susurró, sacudiendo ligeramente la cabeza —Él me dijo… que era para evitar una guerra. Para salvarnos.
—Y puede que con el tiempo esa también se haya vuelto su verdad— concedió Mel con delicadeza —Pero no fue la primera. No lo fue, Viktor. Por eso te lo ocultó.
El omega tragó con fuerza. En su interior, algo insistía en defender a Jayce. En recordar sus gestos, su sonrisa, el modo en que lo resguardo todo este tiempo. Pero había una sombra en cada palabra de Mel que se deslizaba, pegajosa, entre sus dudas.
—¿enserio cree que a él le importaba Zaun y conocer sus costumbres?— añadió la soberana, ahora con una voz más suave, casi con lástima —Me temo que tampoco fue sincero con eso
Viktor alzó lentamente la mirada hacia ella.
—Al principio…— dijo Mel con una sonrisa rota —Jayce se burlaba de tu cultura. De sus costumbres. Incluso de su gente. Solo fingía interés para que confiaras. Porque tú eras importante. Porque tú podrías llevarlo hasta lo que buscaba o bueno… buscábamos.
El dolor en el pecho de Viktor se volvió físico.
—¿Por qué me está diciendo todo esto?— murmuró, apenas un hilo de voz.
Mel bajó la mirada. Y cuando volvió a alzarla, lo hizo con una expresión serena. Una sonrisa triste. Una máscara más, quizá. —Porque pensé que quizás él había sido lo suficiente sincero contigo, que conmigo. Pero veo que no… veo que tampoco te tiene tan amor para ser sincero.
Guardó silencio un segundo. Luego bajó la vista hacia su propia mano. Acarició un anillo dorado que llevaba en el dedo anular. Un anillo de rubies con el símbolo de la casa Talis
—¿Tampoco te habló de esto?
Viktor entrecerró los ojos. El anillo le resultaba extrañamente familiar…
Mel dio un paso adelante, levantando la mano.
—¿No lo reconoces? Es de su madre— dijo con una sonrisa en los labios —El mismo que usó ella cuando se casó con su padre. Y el mismo que él me dio cuando… nos comprometimos.
Viktor se quedó sin aire.
—¿Comprometidos? —repitió Viktor, apenas en un susurro.
Sintió cómo la palabra le atravesaba el pecho como una cuchilla. Un eco brutal que resonó por todo su cuerpo, borrando cualquier otra cosa.
—Oh, perdón— rectificó Mel con una delicadeza fingida, quitándose el anillo del dedo —Ex-prometidos. Nuestro compromiso se rompió hace tres días
Tres días
La misma cantidad de días que habían pasado desde que Jayce le había pedido matrimonio.
Mel extendió la mano hacia él, colocando el anillo sobre su palma abierta.
—Supongo que ahora te pertenece a ti— murmuró, con una sonrisa torcida —Ya que tú serás la nueva emperatriz de Piltover.
Viktor no respondió. No podía. Solo miraba el objeto en su mano. El anillo.
Ese anillo.
—¿Usted tiene esposa, Majestad? —recordó
—No tengo… esto… era de mi madre. Me lo dio antes de fallecer.
La taza resbaló de sus dedos. Se hizo añicos contra el suelo, como si el universo decidiera acompañarlo en su destrucción. El líquido se esparció al igual que la sangre por todo la alfombra. El olor del té, suave y cálido, se volvió insoportable.
Mel ni siquiera se inmutó. Dio un paso más, acercándose como una sombra paciente.
—No se sienta así, su gracia— dijo en voz baja, casi como una amiga compasiva —Todo ya pasó. Todo humano comete errores…
Viktor no podía ni siquiera moverse al sentir el frío abrazo.
—Además… no debería enojarse con él— añadió Mel mientras se separaba un poco —Después de todo… tú y él son iguales.
Viktor abrió los ojos, helados, confundidos.
Mel sonrió. Le tomó la mandíbula con suavidad, apretando con una delicadeza tan elegante como un verdugo alisando una soga. —Ambos mienten a sus seres queridos… por amor.
Lo soltó de forma brusca alejándose lentamente mientras dejaba la copa semi vacía sobre la bandeja se alejó.
—Disfrute el resto del baile, Majestad—añadió, justo antes de cruzar la puerta —Usted se lo merece.
La puerta se cerró con un clic apenas audible.
Viktor no se movió. La habitación estaba en un silencio, la melodía del salón se escuchaba muy lejana en los oídos de Viktor. Siguió mirando el anillo en su palma abierta. Su cuerpo temblaba. Su pecho era un vacío donde algo había caído… y no hacía más que seguir cayendo, golpeando una y otra vez las paredes de lo que creía seguro.
Jayce
El anillo
Mentira. Mentira. Mentira.
Sus piernas flaquearon. Corrió al primer rincón de la sombra. Se dobló sobre sí mismo y vomitó.
Era solo líquido. Agua, bilis. Todo lo que le quedaba.
El ardor en su garganta era ácido, brutal. Le hacía doler la garganta, el pecho. Su cuerpo se sacudía con espasmo mientras lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, sin permiso, de la misma forma amarga en que su estómago había devuelto toda su comida. Intentó hablar, pero lo único que salió fue un jadeo, un susurro quebrado.
—No…
Se apretó el estómago. Quería gritar. Quería romper todo. Quería volver el tiempo atrás y arrancarse a sí mismo del momento en que creyó que alguien como Jayce podía amarlo, aceptar su mundo. Sky había tenido razón.
Su miraba bajó al anillo, ese pequeño objeto que antes no lo había pensado como algo valioso ahora lo atormentaba como si fuera una maldición. Lo apretó con fuerza hasta que las puntas del escudo cortaron su piel.
Un hilito de sangre resbaló entre sus dedos.
Alzó la vista, con el pecho todavía agitado, y se acercó lentamente al borde del balcón.
El salón seguía lleno de luces, de máscaras. Las parejas del baile se despedían. Todos hablaban tranquilamente. Sin saber que una parte del mundo de Viktor se había caído por completo.
Sus ojo se ubieracón en Jayce
Hermoso. Radiante. Como si no hubiera dejado cenizas detrás.
Viktor lo miró fijo.
Los ojos vidriosos. La sangre aún en su palma. El temblor apenas contenido en los labios.
Jayce levantó la mirada. Por un instante, sus ojos se encontraron a través del salón. Viktor no desvió la mirada.
Solo lo observó. Firme. Miraba al hombre que tanto amaba, sonriéndole como si todo estuviera bien, pero ahora para él, esa sonrisa era una venda que le había estado tapado todas las mentiras. Era un mentiroso y lo peor… que él también se había convertido en uno. Uno que también estaba lastimando a los que más amaba.
Chapter 38: Noche Inolvidable
Notes:
''El Infierno son los otros''
—Jean-Paul Sartre.
Chapter Text
El vals resonaba como un río de oro bajo las bóvedas de mármol. Voces, risas y pasos flotaban en el aire como mariposas nocturnas, pero para Jinx, todo eso ya había perdido el brillo.
Powder giraba sobre sus propios pies, sin ritmo alguno, con los brazos extendidos y los dedos rozando el aire como si acariciara mariposas invisibles. Su vestido celeste semi largo, vaporoso, subía y bajaba con cada vuelta. Las cintas blancas que adornaban su espalda volaban como alas, y su máscara, una mariposa blanca adornada con pequeños cristales, relucía bajo la luz dorada del salón.
—¿Cuánto más va a durar esto?— preguntó con tono de fastidio, mientras giraba
Ekko, a unos pasos detrás de ella, no pudo evitar sonreír. Vestía un traje verde oscuro con blanco y plateado, y su máscara de búho le daba un aire serio que contrastaba con la risa en sus ojos.
—Ya casi termina— respondió con calma, mientras la tomaba de la mano devolviéndola frente a él con cuidado. Ambos se movían con cuidado, tratando se seguir las lecciones de baile que el instructor de Piltover les había enseñado días atrás. Pero Powder ya no seguía los pasos, más parecía una muñeca de trapo siendo movida de un lugar a otro por el que jugaba con ella. Ekko sonreía al ver como descoordinaba sus pasos a propósito.
Jinx ya había perdido el interés y de vez en cuando miraba al techo lleno de nubes y estrellas como si implorara clemencia a ellas. —¿Qué clase de fiesta es esta? ¿Comes poco, bailas aburrido y todo el mundo habla en voz baja?. Lo único divertido son estas máscaras.
—Una fiesta de Piltover— dijo Ekko, cruzándose de brazos mientras la agarraba de la cintura con ligera fuerza, pues quería escaparse —Y eso significa que debemos comportarnos como ellos... o por lo menos hasta la medianoche— Dijo con ligera pesadez, Jinx no era la única que estaba aburrida.
Jinx bufó frustrada, faltaba mucho para la media noche. —Ya bailé con dos ancianos y un hijo de los Vanschild, Vanschulo, como sea que se diga, pero olía a césped húmedo. Cumplí con lo "Social''.
—Solo aguanta un poco más Pow.
La peliazul rodó los ojos. El baile terminó y ambos volvieron junto al resto de la multitud. Pasaron unos cuantos minutos más y el aburrimiento de la omega ya había pasado su límite de tolerancia. —Uno, dos, tres... uno, dos... ugh, qué aburrido...— murmuró imitando la voz del viejo instructor que le había enseñado a marcar el ritmo, al ver bailar a Jayce con el grupo de omegas.
Ekko, a su lado, la tenía atrapada en su mirada, sus ojos atentos a cada movimiento de ella.
—No puedes irte así— le susurró Ekko en tono de advertencia cuando notó que ella comenzaba a retroceder hacia la sombra de las columnas.
—Estoy cansada de girar y girar y ver cómo otros hacen lo mismo, como un trompo, Ekko— respondió con una sonrisa torcida —Además, ¿Cuántas veces más quieres que salude y sonría a todos los que pasan? ¡Me duelen las mejillas!
—¿Y si te digo... solo un minuto más?
—¿Y si te digo... adiós?
Y sin más, Jinx giró sobre sus talones y desapareció entre los asistentes con una gracia ligera, casi traviesa. Ekko la vio desaparecer. Intentó agarrarla de la mano antes que está se alejara más, pero no lo logró. Jinx parecía una ráfaga de viento cuando hacía de las suyas. Quiso dejarla un rato, pues él también estaba en la misma situación que ella. Pero al final la aguja de la preocupación, pinchó su ojo izquierdo.
Salía que podía confiar en Powder. Pero era que, si no la seguías, aquella ráfaga de viento podía llevarla muy lejos.
Giró la cabeza y ya no la vio.
—Ah, no— susurró, dejando su copa sobre una de las bandejas y cruzando el salón a paso rápido.
Ekko intentó ver entre toda la multitud, alcanzando ver a lo lejos una cabellera azul, que avanzaba rápidamente entre la gente. Tuvo que abrirse camino entre todas las personas, intentando no empujar o ser empujado por alguien. Al llegar a una de las puertas laterales del salón, logró escabullirse justo cuando un par de sirvientes entraban con una bandeja de copas.
Atravesó el umbral por el cual había visto a la peliazul entrar, pero al cruzar solo el silencio lo recibió. El pasillo estaba vacío.
—Maldición— murmuró, llevándose la mano a la nuca.
Caminó un rato, pasando de pasillo a pasillo, gritando el nombre de la chica, pero nadie contestaba. empezaba a cansarse. Pero al girar a la izquierda se encontró con una zona del palacio que no conocía. Era una una sala larga que conectaba con dos pasillos, adornada con alfombras rojas, cortinas largas y flores decorativas. Los muros estaban cubiertos de tapices antiguos que representaban escenas de la historia imperial de Piltover. Ekko caminó unos pasos, dejando que el eco de sus pisadas lo acompañara. Pero se detuvo frente a unos tapices.
—''La princesa y el caballero''
Leyó el chico en voz alta.
El tapiz estaba dividido en varias escenas, como un mural que narra una historia sin palabras, solo con hilos y formas.
En la primera imagen, una joven de cabello oscuro, vestida con un vestido azul, se encontraba sentada sobre una fuente, veía los jardines del palacio junto a su doncella mientras cargaba unas flores blancas. Su postura era tranquila, pero sus ojos bordados parecían mirar hacia otro lado, hacia un joven que custodiaba los muros del jardín: un caballero de armadura sencilla, de rostro amable. No se tocaban, pero la tensión entre ellos era palpable incluso en los hilos.
Su mirada bajó unos centímetros hacia la segunda imagen, la cual mostraba un árbol grande, floreciendo en un campo lleno de flores en plena primavera. El caballero tenía en la mano una flor, y la princesa una carta. El rostro de ella reflejaba un poco de timidez... pero también esperanza. —Ambos se veían muy enamorados— dijo Ekko en su mente, pero quizás demasiado enamorados para este mundo.
En la tercera escena, ambos estaban separados por los barrotes de una celda. Él estaba encerrado. Ella al otro lado, lloraba arrodillada, con una corona y un pergamino entre sus manos. Ekko sintió cómo su pecho se apretaba un poco. Él la miraba intentando extender su mano para tocarla, pero no lo lograba, los guardias de la celda se lo impedían.
La cuarta imagen cambiaba. Mostraba a Ximena enfrentando a sus propios padres. Detrás de ella al caballero golpeado, alzando la mirada para verla. Mientras toda la gente los rodeaba y los emperadores, miraban sorprendidos a su hija. Ella lo miraba molesta, protegiéndolo a él. Era como ver un cuento de hadas antiguo, de esos donde el caballero daría su vida por su princesa y la princesa dejaría su vida por su caballero.
Su mira finalmente bajó a la última escena, donde mostraba a los dos de pie, juntos, con una corona en sus cabezas. Ella ya no era solo su princesa y él ya no era solo su guardián.
Ekko dio un paso atrás y dejó escapar una exhalación larga.
—No sabía que Jayce venía de una historia así— susurró para sí mismo, sin poder evitar pensar en Viktor. En cómo el amor a veces tenía que desafiarlo todo para sobrevivir. Y en cómo, a veces... ni siquiera eso era suficiente. Lo había visto ser fuerte toda su vida, siempre diferente y maduro, a diferencia de los demás omegas. Queriendo ayudar a los demás antes que ayudarse a sí mismo. Eso era algo que más admiraba de él. Solo deseaba que él viviera feliz ahora..
Revisó nuevamente aquel tapiz, pero su mirada se detuvo en la cuarta imagen.
Debía ser una escena solemne, una lucha por amor... pero para Ekko, le pareció divertido. Esa figura femenina desafiante, le recordó a otra niña, mucho más joven, con trenzas desordenadas y el rostro manchado de pintura. Recordó el día que el padre de Powder los sorprendió abrazados en los corrales, y cómo ella, con apenas diez años, se plantó frente a él y dijo:
"No le pegues, si lo haces me voy con él. Y no regresó papá"
Ella media como una pulga. Pero aun así no retrocedía ni un centímetro.
Powder...
¿Qué haría él si alguien intentara alejarla de su lado?
La sonrisa le surgió sola. Un gesto leve, medio bobo.
—Eres una locura, Pow... y no cambiaría ni un solo mechón de tu cabeza azul.
Volvió a caminar, presionando el paso. Cada minuto que pasaba podía ser crítico. sabía que ella era capaz de llegar a Zaun nadando si se lo proponía.
Estaba por cruzar la salida de aquella sala cuando escuchó unos murmullos. Provenían del pasillo lateral. Voces graves, relajadas. Y algo en su tono lo hizo fruncir el ceño. Avanzó en silencio, ocultándose tras una columna. Desde ahí, pudo ver a dos guardias piltovianos vestidos con el uniforme oscuro, decorado con la insignia carmesí en el brazo izquierdo. Ekko sintió un escalofrío.
—Mierda...— pensó.
Esas insignias rojas no eran comunes. Eran distintivas de los guardias del ala oeste del palacio: un sector restringido a la familia real. Si lo atrapaban ahí era seguro que se materia en muchos problemas.
Estaba por dar media vuelta cuando escuchó el inicio de una conversación:
—¿Lo viste? El omega del emperador...— susurró uno con una sonrisa torcida —Qué joyita se consiguió su majestad, ¿eh?
—Juro que cuando lo vi bajar lo vi bajar del auto por primera vez pensé que era una de esas sirenas de cristal que venden en el puerto— respondió el otro, burlón —Aunque... seguro canta más rico que una sirena cuando le aprietas bien las...
—¡Shh!— rió el primero —No digas eso. Aunque no te culpo... con esa boquita y ese cuerpo, ¿Quién no querría tenerlo saltando encima suyo?
Ambos estallaron en una risa baja.
Ekko apretó los dientes.
El impulso fue casi físico. Los nudillos se le pusieron blancos, y su pecho se infló con una furia que le quemaba por dentro.
Quería salir. Golpearlos. Defender a Viktor, nadie tenía derecho a hablar así de alguien que solo había mostrado gratitud.
Pero no podía. Tenía que controlarse, solo faltaba una semana más para regresar a Zaun. No podía darse el lujo de meterse en problemas, o meter a Viktor en problemas por un par de imbéciles que no saben cerrar la boca.
Tenía que respirar.
Retrocedió un paso, intentando contenerse, era mejor marcharse de ahí de una vez. Pero sus pasos fueron detenidos al escuchar como una tercera voz interrumpía la escena.
—¡Eh! ¡Ustedes!— dijo una voz agitada, apenas controlada.
Un tercer guardia se acercaba a paso rápido, casi corriendo. Estaba pálido, con la frente perlada en sudor. Llevaba el uniforme desarreglado y los ojos desorbitados.
—¿Qué te pasa?— preguntó uno de los primeros, con desdén.
El nuevo no contestó enseguida. Respiraba con dificultad.
A su auxilio llegaron otros dos guardias por la dirección opuesta. —¿Lo de abajo es cierto?— preguntaron —¿Qué demonios ocurrió?
—No deberían hablar aquí...— dijo el recién llegado, mirando hacia todos lados.
—¿Entonces es verdad?
El silencio cayó de golpe.
Uno de ellos tragó saliva.
—Llegó un mensajero de Ixtal en las aeronaves de emergencia.
—Yo también lo vi— dijo el tercero, en voz aún más baja —Pero los guardias del primer piso fueron corriendo a buscar a la comandante Kiramman.
Ekko no entendía del todo. Pero algo en su pecho se tensó con fuerza.
—¿Y el emperador?
—Lo están buscando— susurró uno de ellos —Pero parece que...
Ekko sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar lo que el último guardia dijo. Salió de las sombras de golpe.
Los tres guardias se giraron al instante, sorprendidos por la aparición del muchacho.
Ekko caminó hacia ellos sin pensarlo, su voz sonó con una mezcla de ira y miedo.
—¿Qué acabas de decir?
[...]
El aire le quemaba los pulmones.
Viktor salió de la habitación como si el suelo le ardiera bajo los pies, las paredes del palacio parecían cerrarse sobre él, apretando su pecho, hasta el punto de sentir como todo su alrededor se tambaleaba.
No podía respirar.
Las luces, las máscaras, los rostros que se giraban al verlo pasar... Todo se mezclaba en una espiral de formas irreales. Las melodías del baile seguían sonando a lo lejos, pero ahora eran distorsionadas, como si vinieran desde debajo del agua. Podía sentir el fuerte latido de su corazón retumbando en sus orejas, mientras intentaba abrirse paso entre toda la multitud
"Eso no es cierto."
"Nada de eso es verdad."
"Jayce me ama. Jayce me quiere a mi"
''Pero si te ama... tanto como dices, ¿Por qué te mintió? ¿Por qué ahora duele pensar lo contrario?''
Esa voz tan desconocida, tan fría, se coló entre sus pensamientos.
Sus pasos, primero titubeantes, se volvieron más rápidos. Corrió. Pasó entre parejas que se apartaban a su paso sin entender qué ocurría. Sintió miradas clavadas como cuchillas. Vio a nobles susurrando, estirando los cuellos para seguirlo con la vista. Podía sentir cómo las ganas de vomitar subían nuevamente hacia su garganta.
Tenía que salir de ahí, lo antes posible.
Jayce que había retomado su camino hacia donde estaba Viktor, se sorprendió al verlo bajar las escaleras con prisa, no entendía nada, pero las feromonas de Viktor, aun a la distancia, lo golpearon como una oleada de viento helado.
Jayce apenas murmuró su nombre, pero no tardó en correr tras él, intentando abrirse nuevamente entre toda la multitud.
Viktor abrió una de las puertas que daba al palacio y cruzó el corredor, caminando lo más rápido que podía. Necesitaba agua, aire, lo que sea. Siempre y cuidando fuera lejos de ese salón; Empujó con fuerza una de las puertas que conducía a una de las habitaciones de descanso y la cerró de golpe tras él, como si al hacerlo pudiera encerrar consigo todo el dolor.
Viktor respiraba entrecortadamente. Su pecho subía y bajaba de forma descontrolada, sus manos temblaban. Apenas sus rodillas tocaron el suelo comenzó a quitarse lo que traía encima. La máscara del rostro, se la arrancó con violencia dejándola caer al suelo sin mirarla. La capa vino después, arrancándose del cuello de un tirón. El broche de diamantes se quebró esparciéndose por todo el suelo como pedazos de vidrio roto. Luego fueron las cadenas decorativas, los guantes, los broches del cabello que tiraban de sus rizos. Todo eso... toda esa imagen de "emperatriz" construida con telas ajenas... ahora le repugnaba.
Era como si de pronto su piel no le perteneciera.
"Nada de eso era verdad... Fuiste un idiota al creer que todo estaría bien."
La voz interna regresó, helada. Cortante.
—Jayce...— susurró con un nudo en la garganta. —¿Por qué?
Se abrazó a sí mismo, buscando algo que lo sostuviera. Pero no había nada.
Hasta que la puerta volvió a abrirse.
—¡Viktor!— entró jadeando, con la máscara en la mano, la capa ondeando tras él —¿Qué pasó? ¿Qué estás...?
Pero se detuvo.
Sus ojos recorrieron con rapidez la escena. Las telas esparcidas en el suelo. El omega está hecho un ovillo en el suelo. Los mechones despeinados pegados a su frente por el sudor. El rostro... desencajado.
—Viktor— dijo al verlo en ese estado —Amor... dime qué pasa ¿Qué ocurre?— preguntó con voz suave, acercándose lentamente.
Le tendió la mano. Pero en cuanto la piel de Viktor percibió su aroma, sus feromonas tranquilas, su calor... algo dentro de él explotó.
Lo empujó con todas las fuerzas que su cuerpo le permitía
—¡No me toques!— gritó el omega, con la voz a un hilo de romperse empujándolo con toda la fuerza que tenía.
Jayce retrocedió tres pasos, sorprendido
—... V ...
—¡No te atrevas a acercarte!— La voz de Viktor temblaba. Lo miró por primera vez, los ojos llenos de rabia. —Dime que no es verdad...— repitió Viktor, en un susurro que tembló como la hoja de un árbol sacudido por la tormenta.
Jayce seguía ahí, de pie, frente a él, con las manos extendidas como si aún pudiera alcanzarlo, aún pudiera calmarlo, aún pudiera protegerlo.
Pero Viktor ya no quería protección.
No de él.
No si todo lo que creía había sido solo una mentira.
—No entiendo...— musitó Jayce, con el ceño fruncido
—No entiendes...— repitió Viktor de forma vacía
Jayce lo vio a los ojos, no entendía qué sucedía, pero lo único que pensaba era en calmar a Viktor. —¿Qué te dijeron?
Viktor lo miraba de forma seria, casi hostigante.
—¿Qué me dijeron?...— repitió Viktor, apretando los puños con más fuerza —No. La pregunta real es: ¿Qué no me dijiste tú?...
El silencio cayó como una losa. Solo los sonidos de su respiración agitada llenaban el espacio.
Jayce tragó saliva.
—Viktor... escúchame...
Jayce dio un paso, pero Viktor se irguió, tembloroso, apretando más sus puños.
—¡No te acerques! Te lo advierto...
—¡Viktor!
—¡Estabas... comprometido con ella!— gritó. El anillo cayó de su mano, rebotando contra la alfombra con un sonido sordo
El silencio que siguió fue insoportable.
Ese pequeño clink seco del anillo cayendo en la alfombra fue más ruidoso que cualquier palabra.
Jayce lo miró. Lo miró como si acabaran de apuñalarlo.
—No...— susurró al fin, sin moverse —No es lo que tú crees...
—¿Ah no?— replicó Viktor con una sonrisa amarga, apenas conteniéndose —¿Entonces qué es, Jayce?... ¡Si es un error dímelo! Pero deja de ocultarme la verdad...
Jayce negó con la cabeza, un paso más cerca, con una súplica en los ojos.
—Fue algo antes de ti, antes de todo esto. No significo nada.
—Entonces, ¿por qué me lo escondiste?— Viktor levantó la voz, quebrada, rasposa —¿Por qué esperaste hasta que ella viniera a decírmelo? ¿Por qué hiciste que me enterara por una persona que me desprecia?
—Viktor...
El omega temblaba por la furia contenida
—¿Sabes que me dijo esa mujer? Ella me dijo que este anillo desde un principio, siempre fue de compromiso... — Pronunció con la voz entrecortada —El mismo que tu me dijiste que fue un recuerdo de tu madre.
—Viktor si tan solo me dejaras explicarte, se que entenderías... Sé que hice mal pero te juro que mi amor por ti, nunca fue una mentira yo. Nuestro compromiso ya había terminado, yo mismo le dije que había otra persona. Pero ella...
Viktor desvió la mirada con resignación, no podía seguir escuchando, su cabeza empezaba a doler.
—Tres días...
Pronunció Viktor sin mirarlo.
—¿Tres días?...
Repitió Jayce
—Tres días desde que me pediste matrimonio...— Dijo mientras acariciaba el anillo en su mano —Y Tres días desde que rompiste tu matrimonio con ella... ¿Crees que es justo?
—Tres días desde que me pediste matrimonio... —repitió Viktor, con la voz apenas audible, como si se la arrebatara el viento—. Y tres días desde que rompiste tu compromiso con ella... ¿Crees que eso es justo?
Jayce se quedó mudo.
—¿De verdad pensaste que no iba a doler? ¿Que podría sonreír y agradecer mientras tus errores me alcanzaban con retraso? ¿Que podía convertirme en tu "emperatriz" y fingir que nunca fuí... ¿La segunda opción?
Jayce alzó la cabeza, alarmado.
—¡No!— exclamó —¡Nunca fuiste eso! ¡Nunca fuiste una opción entre muchas! Tú... tú lo cambiaste todo, Viktor. Mel solo iba a ser una alianza...
—¿Y lo nuestro?— interrumpió el omega, alzando la mirada, con los ojos cristalinos— ¿Fue amor... o solo una nueva alianza?
Jayce sintió cómo esa pregunta se hundía en su pecho como un cuchillo maldito.
—No digas eso...
—¿Por qué no?— Viktor dio un paso adelante. Sus piernas temblaban, pero su voz era firme, tensa, como una cuerda a punto de romperse —Dices que lo tuyo con ella fue una alianza. Algo impuesto. ¿Pero conmigo... fue distinto? ¿O solo más conveniente?
—¡Viktor!— Jayce se llevó una mano al pecho, como si necesitara sostener su corazón dentro —¡Lo nuestro fue real...! Fue amor, un amor inesperado que me devolvió la esperanza cuando ya no creía en nada...
—¿Amor?— repitió Viktor con amargura —¿O solo un deseo inesperado, que obtuviste después de conseguir todo lo que habías venido a buscar?
—¡Viktor, yo te amo!— gritó Jayce, viendo cómo el castaño se alejaba, rumbo a la puerta de la habitación.
Viktor se detuvo en seco.
—¿Entonces por qué me mentiste?— exclamó, sin girarse, cerrando los puños con fuerza.
—No quería perderte...— La voz de Jayce se quebró mientras se alejaba un paso hacia él —Porque detestaba la idea de que me odiaras si sabías toda la verdad... Tenía miedo... ¡Solo quería protegerte!
Jayce alzó una mano, apenas rozando el brazo de Viktor, buscando su calor, su perdón
—Tu me usaste... para complacerla a ella...— dijo en un susurro
—No viktor escúchame...
Jayce lo alcanzó.
—¡TE DIJE QUE NO ME TOCARAS!— gritó, con una mezcla de furia, pánico y descontrol.
En un reflejo desesperado por alejarlo, Viktor giró bruscamente, agarrando la muñeca de Jayce. Una descarga violenta estalló desde sus dedos —una chispa eléctrica y brillante, como si su alma hubiera respondido antes que él mismo. La energía lo recorrió en una fracción de segundo, desbordándose por su brazo y concentrándose en el punto de contacto.
Jayce gruñó de dolor al instante.
Unas marcas cristalinas, blancas, se dibujaron sobre su piel, formando la figura de las yemas de los dedos de Viktor sobre su piel. Ardía como fuego helado. El aire se volvió espeso, cargado de chispas flotantes que crepitaban a su alrededor.
Los ojos de Viktor se tornaron completamente blancos, brillando con una luz intensa por unos segundos que parecieron eternos, como si algo antiguo y reprimido dentro de él acabara de liberarse.
Ambos quedaron en silencio. El eco del estallido aún resonaba en las paredes.
Jayce tomó su muñeca con fuerza, intentando calmar el dolor, mientras liberaba algunos jadeos.
Viktor lo miró horrorizado, su respiración agitada, como si no entendiera lo que acababa de hacer.
—Yo...— susurró, dando un paso atrás, asustado de sí mismo —No quería...
Viktor intentó retroceder, irse de ahí pero Jayce aun jadeando, se levantó aferrándose a él con fuerza de su cintura.
—No te vayas...— susurró con voz rota, apretando la cintura de Viktor con su brazo sano —Quédate conmigo. Por favor...
Viktor permaneció inmóvil. Sentía el calor del alfa a su espalda, el temblor en sus brazos, el ritmo irregular de su respiración. —¿Por qué haces esto...?— Dijo con una voz llena de tristeza, sin poder aguantar nuevamente sus lágrimas. —¿No ves que tus palabras me hieren?
Jayce bajó la cabeza contra su espalda. —Por favor... no me dejes solo.
—¿Solo...?— Viktor se giró lentamente dentro del abrazo, hasta quedar frente a él. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero también llenos de furia contenida —¿Ahora te sientes solo?
Jayce asintió, sin poder hablar.
—¿Y yo, Jayce? ¿Cómo crees que me siento?— Viktor levantó la voz, alejándose de él —¿Qué soy yo ahora? ¿Un accidente? o ¿Un deseo del que quieres aferrarte para no sentirte tan vacío.
—¡Tú no eres un error!— gritó el alfa, aferrando sus manos a los hombros de Viktor, obligándolo a mirarlo —¡Eres todo lo que quiero! ¡Todo lo que necesito!
—¡Mentira!— exclamó Viktor, volviéndose alejar —Me mentiste, me ocultaste tu compromiso, tu intención con Zaun... ¡Todo! ¡Y aun así te atreves a decir que me amas! — Dijo con enojo, haciendo que de sus dedos brotaran chispas. Lo cual provocó estimulación en la marca de Jayce.
Jayce se tocó la marca en la muñeca, apretando los labios con ligero dolor —Lo hice todo mal, sí. Pero te juro... que mi amor por ti es sincero.
—Un amor que me ofreciste, sobre los escombros de otra promesa...— le respondió Viktor, con un nudo en la garganta. —Me convertiste en la continuación de algo que aún no habías cerrado. ¿Y qué se suponía que debía hacer? ¿Sonreír? ¿Decir "gracias" por elegir finalmente a Zaun después de tomar lo que necesitabas?
Jayce no respondió. Solo lo miró, con una mezcla de tristeza, amor y desesperación.
Viktor bajó la mirada.
—Tu no me amaste, desde el principio, fuí una parte más de tu ambición...
—Viktor por favor...— intentó acercarse una vez más, con el corazón palpitando en su garganta.
Pero el omega lo rechazó fríamente, dando un paso más hacia atrás
—No te creo nada...— susurró con voz quebrada —No quiero seguir creyendo en un amor que me arde más de lo que me sana.
Viktor dio un paso atrás, temblando. Sus ojos, aún húmedos, se fijaron en los de Jayce con una mezcla de dolor y determinación.
—¿Sabes qué es lo peor?— susurró —Que yo... yo estaba dispuesto a quedarme.
Jayce lo miró, sin aliento. Viktor tragó saliva con dificultad antes de continuar, como si sus propias palabras fueran cuchillas al salir de su garganta.
—Viktor...
—Pensé... que si eso era lo que tú querías, entonces yo lo haría, yo aprendería. Aprendería modales que desconozco, aprendería bailes insignificantes, a vestir joyas ridículas, sonreír, callar, incluso a tomar esa basura de agua con azúcar, que ustedes llaman té.... Y todo... solo para poder caminar a tu lado sin desentonar.
Su voz se quebró.
—Estaba dispuesto a ser lo que Piltover necesitaba. A ser lo que tú necesitabas... incluso si eso significaba dejar atrás lo que yo era. Mi hogar, mi gente...mis costumbres, incluso a mí mismo. Sólo para poder estar contigo. Para ser feliz contigo...
Viktor respiraba agitadamente, desahogando todo lo que había tenido atorado en sus pensamientos. Su cuerpo temblaba, tal vez era por la tristeza y la impotencia de haber sido engañado, y tratado como un títere sin valor alguno. O quizás, porque esa era la primera vez que dijo todo lo que pensaba, tan abiertamente y tan feroz. Que le pareció tan aterradora como liberadora.
Jayce no podía pronunciar palabra. ¿Dónde había comenzado a ir todo mal?. Él lo sabía, pero el orgullo de un alfa no es algo que fácilmente se pueda poner en duda.
—Estaba dispuesto a convertirme en el gobernante de un reino extraño...—continuó Viktor, con el rostro enrojecido por la rabia y la tristeza—. A ser el omega que todos aquí esperaban que fuera. A ser tu emperatriz...
—Viktor... tú eres todo lo que necesito.
—Lo hubiera hecho todo por ti Jayce... y lo sabías... Pero aún así, me mirabas con amor, mientras guardabas silencio. Mientras planeabas todo esto... con ella.
Las chispas volvieron a brotar de sus dedos.
Un sollozo ahogado, se escuchó, pequeño. Vulnerable. Pero ninguna de esas lágrimas, pertenecían a Viktor o Jayce.
La puerta se abrió apenas unos centímetros.
Una figura larga, delgada, de cabello azul revuelto, apareció en la entrada. Temblaba. Sus manos apretaban con fuerza su vestido. mientras su mirada se mantenía en el suelo.
—Powder...— Dijo Viktor girando hacia ella.
Pero ella no respondió a su llamado.
—...Mentiroso...— susurró
Viktor sintió como su corazón que antes latía con dificultad se detenía por completo. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Por qué tenía que aparecer justo en ese momento?... ''Powder'' Su mente no paraba de repetir ese nombre. Intentó acercarse a ella, pero la omega solo se alejo
—Pow...—
—¡Mentiroso!— gritó de golpe, alzando la cabeza con los ojos desbordados en lágrimas —¡Tú dijiste que no ibas a dejarnos! ¡Que nada iba a cambiar! ¡Lo juraste, Viktor!
—Pow yo no quería...—
—¡Lo escuché!— lo cortó. Las lágrimas se deslizaban sobre sus mejillas —¡Lo escuché todo! ¡Dijiste que ibas a quedarte aquí! ¡Con él!— señaló a Jayce con un gesto brusco, lleno de rabia —¡Ibas a quedarte en Piltover... y dejarnos!
Viktor tragó saliva, su corazón retumbando en su pecho. —No... no estoy dejándolos. Yo solo...
—¡Sky tenía razón!— interrumpió, temblando de pies a cabeza —¡Tú nos vas a abandonar por ese tonto alfa! ¡¡Eres un mentiroso!!.
—Powder mírame...— Viktor intentó acercarse, pero ella dio un paso atrás.
—¡No te acerques!— gritó ella, con un tono agudo que le rompió el alma —¡Tú eras mi familia! ¡Y ahora... ahora eres un monstruo!
El mundo de Viktor se detuvo.
La palabra le atravesó el pecho como una lanza.
—¡No digas eso!— Viktor gritó con desesperación, logrando que unas marcas se formarán en su piel por uno segundos, provocando que la cicatriz que se extendía por el cuello y brazo de la omega, se iluminará, como si fuera fuego ardiendo sobre la carne, provocando un agudo grito de dolor. Haciéndola caer al suelo llorando.
Viktor reacción al ver lo que había hecho... un profundo miedo lo recorrió de pies a cabeza. Su piel pálida pareció volverse transparente ante el grito de la chica. Sus piernas se movieron solas, pero cuando estaba a punto de acercarse, la vio encogerse, retrocediendo varios centímetros mientras temblaba, aun con las lágrimas manchando su rostro.
Viktor retrocede, sintiendo el frío golpe de las feromonas de miedo de la peliazul.
—Powder...
Ella alzó el rostro, apretando los dientes con fuerza. Se puso de pie con torpeza, sus piernas temblaban.
—¡Te odio!— Escupió dolorosamente antes de salir corriendo por el pasillo, perdiéndose en la penumbra del palacio.
—¡POWDER! —gritó Viktor, intentando seguirla.
Pero no llegó lejos.
El mundo pareció inclinarse sin aviso, como si el suelo hubiese desaparecido. Un mareo feroz lo golpeó, y sus piernas flaquearon. Cayó, pero no tocó el suelo.
Unos brazos firmes lo sujetaron en el último instante.
—¡Viktor!— exclamó, sujetándolo con fuerza contra su pecho —¿Que paso? ¡Viktor tranquilo!
El cuerpo del omega temblaba. Sus ojos apenas podían enfocar, pero su voz aún salía como un hilo:
—Powder... ¿Qué hice...? ¿Qué está pasándome...?
—Tranquilo...— le susurró Jayce, pero su propia voz no tenía paz —No te muevas, por favor.
—Déjame ir...— Viktor forcejeó débilmente, tratando de incorporarse —Ella me necesita... ¡Tengo que alcanzarla!
Jayce no respondió. Solo lo sostuvo, sintiendo el temblor en su pecho, la furia contenida en sus venas, el caos que no entendía.
Viktor, tembloroso, se obligó a incorporarse. Tenía que ir tras ella. Tenía que explicarle, abrazarla, suplicar si era necesario.
Pero apenas intentó moverse, Jayce lo sujetó con fuerza.
—No puedes ir así— le dijo, con firmeza.
—¡Jayce, suéltame! ¡Tengo que alcanzarla! ¡Está herida, asustada!
—No en ese estado. Estás inestable, Viktor. Por favor, no voy a dejarte.
—¡Déjame!— forcejeó, intentando zafarse— ¡Ella me necesita! ¡No tienes ningún derecho a hacer esto!
Jayce apretó los dientes.
—Soy tu alfa Viktor, todo lo que sea sobre ti me incumbe
—¡Cállate! ¡Eso ya no te importa! ¡No entiendes que no quiero perderla, es mi familia!
Dijo viktor entre lágrimas, intentando que sus fuerzas no lo abandonaran
—Y yo no quiero perderte...
Su pecho dolió ante esas palabras... ¿Por qué a él?
La intimidad en ese pasillo se volvió a romper cuando los pasos apresurados y el eco de botas resonaron en el corredor.
Tres guardias piltovianos aparecieron del lado opuesto del pasillo, corriendo alarmados gritando ''emperador''
—Majestad, noticias de la frontera sur de Ixtal
Ekko apareció corriendo detrás de ellos igualando su velocidad, los ojos abiertos como platos, el rostro cubierto de sudor y tierra. Llevaba una herida abierta en la ceja y la respiración completamente agitada.
Jayce y Viktor se giraron, todavía forcejeando.
—¡Heraldo!— gritó Ekko con voz entrecortada —¡Es... es Zaun!
Los ojos de Viktor se enfocaron en Ekko.
El alfa se detuvo frente a ellos, jadeando.
—¡Zaun... está siendo atacado!
Los ojos de Viktor se abrieron, podía escuchar la voz de Ekko y el escándalo que se formaba con los gritos de Jayce a sus soldados, pero aquellas voces se escuchaban tan lejanas y lentas, que no sabia como reaccionar. Podía sentir sus pulsaciones en sus oídos y como un profundo vértigo se apoderaba de él. Zaun... estaba en peligro. Los ojos de Viktor se nublaron. Todo lo que había temido, todo lo que había dejado atrás, todo por lo que había peleado... Su familia, su gente, su hogar.
¿Que había hecho?
Chapter 39: Dos mundos
Notes:
"Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti."
—Friedrich Nietzsche
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
The cold marble pierced him like an invisible dagger, but Viktor barely felt it. He stared into the glare of the lamps and the echo of voices that he no longer knew were memories or hallucinations. His chest rose and fell with difficulty, as if he were breathing through a silk veil that someone was pressing ever tighter against his face.
“Viktor… I just want to protect you.”
“Herald, they are not one of us!”
“You and he are the same… you both lie to those you love… for love.”
“I hate you, monster!”
His world was spinning on its axis. He felt as if the ground itself was devouring him. The marble beneath his back was no longer firm, but a liquid surface, cold and cruel, dragging him into the abyss.
—Mom… Dad…
he whispered barely, like a small child caught in a nightmare
—Help me… What’s going on?
.
.
.
-Herald!
That voice… That voice didn't belong to him. Who was calling him?
-HERALD!
I knew that voice… But whose was it?
A pressure on his shoulder made him shudder, it was trembling and shook him with despair.
—HEY! VIKTOR! WAKE UP, PLEASE!
The world came crashing back to life. Viktor's eyes flew open, as if he'd emerged from the bottom of the ocean. He gasped. His lungs struggled for oxygen. Everything was blurry, but he managed to focus on a figure in front of him.
"Ekko...?" Her voice was barely a whisper.
The young man was drenched in sweat. His face was tense, his hair disheveled, and his eyes desperate.
“We have to go. Now!” she shouted with a mixture of panic and urgency as she grabbed him by the back. “Zaun is under attack, Viktor! There’s no time!”
The words were a bucket of ice straight to the heart.
—Attacked ? What is he talking about?—he said to himself. It was still the night of the ball… the one Ekko was talking about. Viktor tried to move, but his body was a mess of weakness and pain. He could barely stand. The world was still shaking beneath his feet when Ekko helped him up.
Behind them, the echoes of hurried footsteps pounded like war drums. Jayce was a few feet away, talking to Caitlyn. When had he arrived? How long had he been unconscious?
Jayce ordered in a commanding voice:
—No one enters or leaves the palace! I want an urgent meeting with the Council, now!
The soldiers obediently dispersed. Caitlyn followed close behind, frowning.
—Your Majesty, the rulers have been notified, but I don't think they're in a position to make decisions…
"I don't care!" Jayce interrupted. "I want you sober and gathered in ten minutes! We're on war alert!"
Caitlyn tried to talk to Jayce, finding other prudent solutions to keep this all under control. Viktor watched everything moving so quickly around him, but he couldn't hear it; his mind was still trapped in that high-pitched whirring noise. This couldn't be happening...
Ekko never left his side, his hands holding his, trying to anchor him to reality.
“We don’t know who they were, but… the messenger who arrived said he saw smoke. Entire columns of it,” Ekko said, his voice cracking. “Herald! What do we do? We can’t stay here! Zaun needs you… needs its leader!”
The title weighed like a yoke on his shoulders. Herald. His mind couldn't even formulate a single sentence properly; he was so overwhelmed. He didn't know how to think things through in order; he hated this feeling that controlled him. The frustration of not knowing how to act; this had all been his fault, and now he simply didn't know what to do. The vulnerability that coursed through him was utterly harassing. He had been a leader since he was 9, but now he was caught between fear and doubt. It was definitely utterly frustrating. But perhaps worst of all, his body was trembling, trembling between fear and the desire to be in Jayce's arms. He felt disgusted with himself.
"This was all just a nightmare"
—Herald… we must go.
Ekko's voice saved him again. It was true, they needed to leave. He wanted to answer Ekko, but Jayce's voice interrupted him this time.
—What did you say?
Jayce asked, turning to look at the boy.
Ekko lifted his chin, still holding Viktor's arm.
—I said we must go. Zaun needs its Herald.
Viktor inhaled deeply, as if the air could support his bones. Every cell in his body begged him to stay still, to rest… but he couldn't. Not when his village could be burning at this very moment.
He managed to straighten, though his back creaked and his chest heaved with every heartbeat. His robes hung like a shadow, yet he remained standing.
"We have to go back," she whispered, her voice trembling but firm. An ancient certainty was in her throat.
Jayce turned sharply, his footsteps pounding the ground angrily as he approached him.
—No! You don't know what you're talking about, Viktor! — he bellowed —It could be a trap, a provocation to start a war!
"And what do you think this is? Just a warning? We're talking about my people!" Viktor replied, without raising his voice, but with an intensity that burned like fire beneath his skin.
Jayce narrowed his eyes. He took a step closer.
—It's too dangerous! I can't allow it!
"You can't allow it?" Viktor repeated, his gaze piercing like knives. "Who are you to decide for me? Have you forgotten that the place you despise so much... is also a kingdom? My kingdom!"
Jayce looked at him as if he didn't recognize him. His face hardened, his jaw muscles tense like ropes.
—Viktor, please! It's very dangerous… you don't know what could be in there. Viktor, I just want…
Viktor didn't let him finish as a hard blow hit his cheek. The silence became suffocating.
—If you're saying… Again, that it's because you want to protect me… you'd better shut up. Don't talk to me like I can't understand. Don't treat me like I'm your prisoner.
Todos en el lugar habían quedado sorprendidos. Los susurró se dejaron oír entre todos los guardias…
‘‘Un simple omega… había golpeado al emperador’’
Jayce tocó el lugar donde la mano de Viktor había caído anteriormente. La sangre le hervía bajo sus venas y un gruñido se formaba en su garganta. Su mirada se centró en Viktor, no lo pensó dos veces y se acercó agarrándolo con fuerza entre sus manos. Alejandolo de Ekko. El heraldo tuvo que guardarse un quejido por la brusquedad. La sombra de Jayce lo cubría por completo
—¡Eres mi omega!— rugió, su voz retumbó con una gravedad inhumana, con la fuerza instintiva de un alfa. El aire mismo parecía enmudecer —¡Yo tengo que protegerte! A ti… ¿¡Qué parte de eso no entiendes!?... tome la responsabilidad de proteger a tu reino… y aun así dudas de mi… ¡Nuestros mundos están conectados!
Ekko gruñó ante el acto, intentó correr hacia ellos pero fue detenido por dos guardias, evitando fuera hacia ellos —“Si valoras tu vida niño, mejor quédate aquí”— dijo uno de los guardias en un susurró.
Viktor se congeló por un segundo. Esa voz... algo dentro de él se estremeció. Tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo el vínculo entre ellos vibraba en su pecho, extendiéndose por todo su cuerpo. como una cuerda tirante. Su cuerpo gritaba miedo, pero su cabeza no coincidía con eso.
—No me hables así— susurró al principio, pero luego alzó la voz —No quieras controlarme…
Jayce lo pegó contra una de las paredes con fuerza. Sus feromonas parecían envolver el aire, denso y lleno de tensión.
—¡No entiendes lo que haces! ¡Estás débil, Viktor! ¡Porque eres tan terco!
—¡No soy tuyo!— gritó Viktor de pronto, sus ojos brillando de furia y dolor —¡No soy tu posesión, Jayce! ¡No puedes decidir sobre mí solo porque compartimos un lazo!
—¡No es solo el lazo!— bramó Jayce —¡Es lo que construimos! ¡Lo que hemos compartido!
—Lo que tú armaste con mentiras…— espetó Viktor con amargura —No quieras hacerme cambiar de opinión…
La tensión era tan espesa que ni los soldados respiraban. Caitlyn dio un paso para interceder, pero se contuvo.
—¡¿Y entonces qué?!— gruñó Jayce, el tono de su voz volvía a caer en ese registro profundo, autoritario —¿Piensas simplemente correr hacia la muerte porque te sientes culpable? ¿Eso es lo que vale tu vida ahora?
Viktor lo miró… y su voz se volvió baja, casi un susurro dolido, pero clara como una campana rota:
—Tu… no entiendes nada…
Jayce tragó en seco. La intensidad de sus palabras le desgarró algo dentro del pecho.
—No sabes que es entregarlo todo… por la persona que tu mas amas— continuó Viktor — Tú jamás entendiste lo que significaba para mí renunciar a Zaun…
Jayce aflojó ligeramente su agarre ante sus palabras
—Viktor…
—Nosotros pertenecemos a diferentes mundos, Jayce…— Dijo mientras se soltaba del agarre del alfa —Siempre fue así… Somos dos mundos distintos. Dos mundos que nunca debieron tocarse… o si quiera, verse.
Jayce dio un paso atrás, como si esas palabras lo hubieran golpeado en el rostro.
Viktor respiró con dificultad. El zumbido volvió, provocando que su paso se tambaleara por unos segundos. Ekko corrió a sostenerlo, alarmado.
Jayce rugió frustrado, avanzando hacia él con la intención de ayudar, pero Caitlyn se puso en medio rápidamente.
—¡Jayce cálmate!— Gritó ella con firmeza, impidiendo que Jayce se acercara a Viktor. No sabía que había pasado entre ellos… pero era claro que Viktor no lo quería junto a él.
Jayce se contuvo
—Heraldo, por favor…— añadió, girándose hacia él —No me gustaría decirlo… pero su majestad tiene razón. Ir ahora es imprudente. Necesitamos evaluar, reunir al Consejo, enviar tropas...
—¡No tenemos tiempo para sus malditas reuniones!— gritó Ekko, fuera de sí —¡Nuestra gente podría morir, mientras ustedes se ponen sus coronas y redactan notas!
Viktor tragó saliva. ‘’Morir’’ por primera vez, escuchar esa palabra le dio miedo. Su voz se quebró ligeramente.
—¿Recuerdas lo que me prometiste, Jayce?
Dijo respirando hondo. El alfa lo miró sin responder.
—Dijiste… que si no me gustaba Piltover… tú mismo me llevarías de regreso.
Jayce titubeó.
—Eso fue en otro contexto. No estamos hablando de un viaje, Viktor. ¡Es una zona de guerra!
—¡Justamente por eso!— exclamó Viktor, dando un paso hacia él —Porque en Zaun nadie conoce la guerra. Porque no están preparados. Porque yo fui quien provocó todo esto… Soy yo quien se tiene que hacer cargo…
—No entiendes lo que dices Viktor…
—No Jayce… tu eres el que no entiende…
El aire vibró. La voz de Viktor cambió de tono. Había en ella una fuerza distinta, ancestral, como si hablara desde una raíz profunda que ni siquiera él conocía.
Jayce no respondió
—Si crees que no puedo hacer esto… entonces, tal vez nunca me conociste lo suficiente como para subestimarme tanto.
Jayce frunció el ceño ante las palabras de Viktor. Intentó desviar su mira de Viktor pero no podía.
—Quiero irme a Zaun. Ahora.
El silencio que siguió fue como la antesala de una tormenta. Nadie se atrevió a respirar.
Jayce abrió la boca, pero no dijo nada. La presión en su pecho era insoportable.
—Si no lo haces— añadió Viktor, con voz más suave, casi trémula —Te juro que esto… no te lo perdono, nunca.
Jayce apretó los puños con fuerza. La impotencia le subía por la garganta como veneno.
—Viktor…
Pero ya no lo escuchaba. Se giró hacia Ekko, que le sostuvo la mirada y asintió con decisión. Él estaba listo. Caitlyn bajó la vista. Los soldados no sabían a quién obedecer. La tensión podía asfixiar. No había feromonas. Solo emociones al rojo vivo.
Viktor volvió a mirar a Jayce. Su voz fue clara. Incisiva. Pero su mirada ya no era tan dura como antes.
—¿Cumplirás tu promesa... o no?
El alfa tragó saliva. Su mandíbula tembló.
—Yo sé cómo funciona esto… solo…
—¡Lo harás o no!— bramó Viktor.
Un latido. Otro.
Jayce cerró los ojos un segundo. Y sin mirar más al omega, se giró hacia el pasillo.
—Preparen… la aeronave de la Corona… El heraldo regresará a Zaun.
Los soldados se movieron de inmediato. Caitlyn lo miró con reproche, pero él ni siquiera le devolvió la mirada.
—Majestad…— susurró ella.
Jayce se giró con una mirada dura. Caitlyn bajó la cabeza.
—Lo que usted ordene… mi Emperador.
Y así, sin mirar atrás, Jayce se alejó, de ahí junto con otros soldados, tenía que ocuparse de esto con el consejo. Pero cada paso que daba resonaba como un lamento.
Viktor respiró hondo, su cuerpo aún tambaleante, pero decisión firme. Su corazón dolía con mucha fuerza, pero no podía retroceder. Ekko lo sostuvo. Y uno de los sirvientes le entregó su bastón. Lo acaricio con cuidado, sosteniéndolo con fuerza. Miro por última vez a la dirección en donde Jayce se había ido y luego le devolvió su mirada a Ekko.
A pasos firmes se apoyó en su vara y se fue junto con Ekko, caminando hacia la dirección opuesta.
Zaun era su deber.
Nada más importaba que eso.
[...]
El sonido de sus pasos resonaba contra los muros fríos del túnel. No era un pasillo común, sino uno oculto, revestido de metal claro y líneas doradas, diseñado como vía directa entre el Palacio Real y los hangares aéreos de Piltover. Un privilegio reservado solo para miembros de la realeza y alto consejo. La marcha era veloz, decidida, pero el silencio que los envolvía pesaba más que el aire denso del pasadizo.
Viktor caminaba con la mirada clavada al frente, su figura esbelta envuelta ahora en una camisa larga, de un tono crema, holgada hasta los muslos. La tela era ligera, decorada con costuras geométricas propias de Zaun. Un cinturón delgado le cruzaba la cintura. Abajo, pantalones negros ceñidos y botas marrones. Lo cual le permitía sentirse más seguro, al ser la ropa que había traído de Zaun. A su lado, Ekko, vestía una chaqueta verde olivo, sin abotonar, usando una camisa blanca y pantalones marrones.
—No entiendo por qué no vamos a buscarla primero— insistió Ekko, girando hacia él con el ceño fruncido —No podemos dejarla sola…
Ekko quiso girar para volver dentro del palacio, pero fue sujetado del brazo un poco de fuerza, impidiéndole avanzar. lo sujetó del brazo.
—No— dijo Viktor, sin mirarlo directamente.
—¿Qué?— Ekko frunció el ceño, confundido —Viktor, no podemos dejarla aquí. ¡Es Powder!
—Justamente por eso…— respondió Viktor, con la voz baja, apretando los labios —Si algo pasa… si Zaun realmente está en peligro… lo mejor sería que esté segura… aquí.
—¿De qué estás hablando?— dijo Ekko un poco desencajado, al escuchar las palabras de Viktor. —No podemos irnos simplemente sin decirle nada.
—Mi prioridad es Zaun… por lo tanto también ella. No la voy a exponer al peligro…
Ekko no entendía… abrió la boca para protestar, pero en cuanto sus ojos buscaron los de Viktor, vio algo que lo detuvo: una sombra cruzando su rostro, una tristeza densa.
Viktor desvió la mirada.
"¡Te odio… monstruo!"
En su mente, se proyectó como un susurro violento del recuerdo del salón: Las chispas, los gritos… la figura azul corriendo, temblando, llorando.
El eco de esas palabras le perforó el pecho como cuchillas invisibles. No quería volver a ver esos ojos rotos. No quería causarle más daño. Aunque eso significara alejarse. Aunque eso implicara que ella lo odiaría un poco más.
—Solo quiero que esté a salvo…— susurró, más para sí que para Ekko.
El otro joven vaciló. No entendía del todo, pero bastó con ver cómo Viktor apretaba su bastón con más fuerza que casi pudo oírlo crujir. No estaba del todo de acuerdo con el Heraldo, pero sabía que no era correcto insistir más, solo podía tragarse su preocupación.
—Está bien…— aceptó Ekko en voz baja .
Viktor asintió en silencio, y ambos volvieron a centrarse en el camino, al llegar al puerto fueron iluminados por los grandes faroles de luz. Todos los soldados como los ayudantes de la nave, corrían de un lugar a otro subiendo todo lo necesario al transporte.
—Todo está listo— anunció Caitlyn, acercándose a ellos a paso firme. Su figura se alargaba con cada paso que ella daba en su dirección. La peliazul, hizo una reverencia ante Viktor, para luego conducirlos hacia la entrada de la nave. Tanto Viktor como Ekko quedaron asombrados. Su tamaño era como el de un barco, las hélices gigantes y una forma ovalada con estructura de cristales que nunca había visto. El símbolo del escudo de la familia Talis brillaba en su exterior.
—¿Esa es…?— susurró Ekko
—La nave imperial— afirmó Caitlyn, cruzándose de brazos —La más veloz y avanzada de todas. Estaremos en Zaun antes del alba…
Viktor la miró con sorpresa. Pero rápidamente cambió su expresión a una neutra, no era momento de asombrarse o pensar en lo impresionante que eran aquellas máquinas.
Pasó su vista por Caitlyn momentáneamente, ella también traía una ropa muy diferente a la de hace una hora. Un uniforme pegado con una chaqueta corta, el cual llevaba el escudo de Piltover y el de la casa Kiramman bordados. El mismo uniforme con el que la conoció en Zaun. Había pasado tiempo desde eso.
—¿Tú también vendrás?— preguntó al ver como llevaba consigo su rifle es su espalda
—Así es Heraldo.
Caitlyn no dudo en responder
—No es necesario. Señorita Kiramman. Estoy agradecido, pero estaremos bien solos y más con todos los soldados que tu emperador ha instado en llevar —Dijo lo último con cierto desagrado— Usted no tienes que…
—Si me disculpa Heraldo— interrumpió Caitlyn con una voz firme. —Pienso ir con usted.
Viktor la miro por unos segundos antes de hablar. —¿Lo haces por órdenes de Jayce?— preguntó Viktor con cautela —Porque si es así, dile que yo te dije que te quedaras. No tiene…
—Jayce solo me pidió preparar la nave— lo interrumpió de nuevo —Ir… fue decisión mía. No podía dejar que usted fuera solo.
Viktor parpadeó, genuinamente sorprendido.
—Caitlyn, tú no tienes porqué ponerte en peligro por un reino que no es tuyo.
Ella lo miró directo a los ojos.
—Lo hago porque siento que es lo correcto— respondió con una ligera sonrisa —Todo lo que estás intentando proteger. Lo entiendo, ¿sabes? No soy de Zaun, pero… tampoco soy ciega. Y creo que estar ahí, viendo con mis propios ojos lo que pasa, es mejor que seguir adivinando desde la cima de una torre.
Viktor se quedó un poco sorprendido por sus palabras. Por un instante quiso insistir en negarse. No porque dudara de ella, sino porque tenía miedo. Miedo de arrastrar a más personas al fuego.
Pero la mirada de Caitlyn lo detuvo totalmente. Era. era totalmente decidida, no había chispa de duda en ella. Por un mínimo de segundo la imagen de Sky llegó a su mente. No podía decirle que no.
Una sonrisa débil, pero sincera, apareció en su rostro.
—Gracias.
Pronunció suavemente; Caitlyn respondió reverenciándolo levemente con un movimiento de cabeza.
Las puertas de la nave se abrieron y uno de los guardias presentes ofreció su mano para ayudar a Viktor a subir. Ekko entró luego de él y al final Caitlyn. Las puertas se cerraron detrás de ella y caminó hasta la cabina del piloto dando la orden de partir.
—¡Nos vamos!
Las hélices de la nave que antes giraban a velocidad medida, ahora zumbaban con más fuerza. La nave comenzó a avanzar, haciendo que está se tambaleara un poco
Viktor con ayuda de se sentó en unos de los asientos, para tener más estabilidad y comodidad, podía ver por una de las ventanas como la nave se alejaba poco a poco de la orilla, provocando que Piltover, se viera cada vez más lejano. La marca en su cuello ardió ligeramente, pero no hizo caso, cerró los ojos tratando de calmar sus pensamientos. Como desearía que esto fuera solo una simple pesadilla.
Habían pasado un par de horas desde que partieron, el sonido constante de las hélices se había convertido en un zumbido lejano para Viktor, como si su mente lo hubiese sumergido bajo el agua. A través del ventanal a su lado, el cielo había comenzado a teñirse de un azul melancólico, lleno de nubes.
Cerró los ojos.
La marca en su cuello volvió a arder, con un poco más de fuerza. Lo cual provocó que cerrara sus ojos con más fuerza. Apretó los dedos contra el borde del asiento y trató de controlar su respiración. Pero aquel dolor se combinaba con las punzadas en su cabeza, que eran provocadas por los diferentes pensamientos y recuerdos, los cuales se deslizaban uno sobre otros, como una cascada interminable. Habían pasado tantas cosas en unas cuantas horas, que parecía casi irreal.
Como si el mundo se hubiese movido tan rápido que el ni lo sintió, como si fuera una pieza en un tablero, que alguien movía a su antojo, forzándolo a vivir y tomar decisiones que él nunca había pedido. Su estómago comenzaba a doler, amenazando con devolver la poca comida que ya quedaba dentro de él. Llevó una mano a su frente, intentando calmar sus pensamientos, pero el frío de un toque le respingo todo el cuerpo.
Viktor abrió los ojos, sorprendido. Caitlyn estaba inclinada frente a él, su dedos rozándole la mejilla con delicadeza. —Estás muy lejos de aquí— murmuró ella, sentándose a su costado —Llevas horas así. Tan quieto que llegué a pensar que te habías desvanecido.
Dijo ella intentando relajar el ambiente. Él parpadeó, como si regresara lentamente al presente.
—No me había dado cuenta…— susurró. Su voz era apenas audible.
—No tienes porqué decir nada— dijo Caitlyn, girando su mirada hacia la ventana. A través del ventanal, solo se veían nubes —Sé que esto… no es fácil.
—Ni lógico— agregó él, con amargura en los labios —Es como si el mundo hubiese decidido arder de repente… sin alguna causa… no, me equivoco, sin alguna advertencia. Pero también podría equivocarme con eso.
Caitlyn se giró hacia él, y con delicadeza acarició la espada del heraldo, ¿Cómo podía consolar a alguien como Viktor?
—¿Alguna vez… has sentido que no perteneces al lugar en el que estás?
La pregunta que salió de los labios de Viktor la tomó por sorpresa. Ambos se miraron por un momento pero luego viktor soltó una pequeña risa. Era una pregunta muy absurda, ¿Qué podía saber Caitlyn de eso? Ella era de Piltover, la sucesora de la familia Kiramman. Era seguro que ella nunca habría querido cambiar nada en su vida, o siquiera cuestionarse sobre su valor. Era una mujer muy fuerte y decidida, algo totalmente admirable. Lo que para él consideraba un mundo extraño y nuevo, para ella era simplemente rutina.
—Perdón… fue una pregunta tonta.
Dijo Viktor volviendo su mirada a la ventana.
El silenció permaneció unos segundos.
—Si te soy sincera… solo hubo una vez en mi vida en donde me cuestioné eso.— Respondió Caitlyn sin mirar a Viktor, con la voz tan clara y sincera que parecía otra persona. —Una vez quise dejarlo todo— Viktor volvió a verla. Ella hizo una pausa, una leve sonrisa melancólica apareció en sus labios —Creo que si tú y yo nos parecemos en algo… es en nuestras historias de amor.
Dijo ella devolviéndole la mirada manteniendo la sonrisa anterior.
Viktor la miró con desconcierto. No entendía del todo a que se refería, pero rápidamente una palabra cruzó por su mente, o bueno un nombre: Violet.
Caitlyn volvió a girarse, manteniendo la mirada perdida en algún punto del suelo. Su voz bajó aún más. —Soy una omega dominante. Y aunque se supone que somos superiores a los omegas comunes, incluso alfas comunes. Eso no quita el hecho de que sigo siendo una omega… en un reino gobernado por alfas.— Dijo lo último con algo de resentimiento —Para ser sincera no me siento orgullosa de mi puesto de consejera ni de general. Pues no estoy ahí por mis propios méritos.— Pronunció fríamente —Puedo ser buena peleando, disparando, incluso luchando con armas blancas, pero solo era una novata que a los 18 años subió a ese puesto, gracias a Jayce y el apellido Kiramman.
Viktor escuchaba cada una de sus palabras atentamente.
—Pero a pesar de eso, sigo siendo la futura cabeza de la familia Kiramman… Y al nacer omega, necesitaba casarme, para poder suceder a mi padre, para seguir el linaje de la familia Kiramman. Pero, supongo que tu ya sabes como funciona eso…— Dijo con un poco de oscuridad de sus palabras —Y aquella persona fue elegida, desde el primer momento en que me revelaron como omega.
—Y lo más divertido, es que esa alfa, al igual que yo… ama a otra persona.
—Podrías intentar convencerlos…
Caitlyn rió ante la inocente respuesta.
—A diferencia de Jayce, yo no tengo la opción de renunciar a ese compromiso. No tengo ese privilegio. El decir eso, sería como rechazar la línea de sucesión. Y el apellido pasaría a otro de mis parientes elegibles.
El silencio que siguió fue como una segunda piel entre ellos. Incómodo, sí. Pero íntimo también.
Viktor no sabía qué decir. No sabía si podía decir algo. ¿Acaso estaba en posición de dar consuelo? ¿De ofrecer esperanza? ¿De fingir que entendía siquiera el alcance del sacrificio ajeno, cuando ni siquiera sabía cómo llevar el suyo?
Caitlyn lo notó. Y sonrió de nuevo. Una sonrisa cargada de resignación, pero también de una dignidad profunda. —No se sienta mal por favor. Los dos tenemos buenas razones para ir a Zaun, en estos instantes.
—Lo siento…
—No tiene que disculparse, más bien, perdóname a mi, no debí decirle todo esto.
—No… para nada, gracias por compartírmelo.
Ambos se miraron regalándose una sonrisa gentil que los reconforta en cierta manera. Cada uno libraba su propia batalla. ¿El podría con la suya?. Viktor pensaba hablar, también necesitaba desahogarse un poco, luego de todo lo que había pasado. No había podido mantener una conversación con Caitlyn, en todas esas semanas, pero ahora que la veía, era como una pequeña combinación entre Sky y Powder.
—Yo…
Su voz se quebró de forma abrupta, como si algo invisible le hubiera arrancado las palabras de la garganta. Caitlyn, a su costado, frunció el ceño, sin entender al principio el repentino silencio. Pero cuando bajó la mirada y vio las manos de Viktor temblar, algo en ella comenzó a inquietarse.
Las nubes al otro lado del cristal ya no eran grises. Habían mutado a un color verde enfermizo, un humo que se extendía como un velo denso y viscoso, que parecía devorar la luz misma. Algo venenoso.
Caitlyn se puso de pie de golpe, con el corazón acelerado. Quiso convencerse de que no era lo que pensaba, pero el instinto le gritaba otra cosa.
—Caitlyn… ¿Qué es eso?— preguntó Viktor, con una voz temblorosa, quebrada por un terror que él no intentaba disimular.
La nave comenzó a crujir, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto sólido, aplastante. Cada respiración se hacía un poco más difícil. Las ventanas se empañaban poco a poco de esa bruma verde que se adhería como una plaga a todo lo que tocaba.
Caitlyn corrió a la cabina. El parabrisas también comenzaba a cubrirse de esa neblina, como si un tumor verde estuviera creciendo sobre el cristal. La alarma en su cabeza terminó por encenderse.
—¡¿Qué está sucediendo?!— preguntó, con un tono más alto de lo que pretendía.
—No lo sé, general… No hay registro de ningún fenómeno similar— contestó el piloto, intentando mantener la calma.
—Entonces demos la vuelta! Esta cosa puede ser…
—¡NO PORFAVOR!
El estruendo de la voz de un tercero interrumpió las palabras Caitlyn, robando la atención de todos. Viktor llegó, jadeando, con los ojos exorbitados y una urgencia feroz en la voz. —¡Bajen ahora!
—Viktor, cálmate, si hacemos eso…
—¡No entiendes!— Su voz se quebró entre un rugido y un ruego —¡Estamos sobre Zaun!
Caitlyn parpadeó, como si el nombre le helara por dentro. A través de la bruma, Viktor ya podía ver lo que los demás aún no distinguían. El contorno difuso de su hogar…
—No podemos aterrizar— insistió el piloto —No hay superficie firme o puerto…
—¡HÁGANLO AHORA!— La voz de Viktor salió rota, cargada de desesperación, como si cada segundo robara vidas.
El capitán miró a Caitlyn en busca de respaldo. Ella sostuvo su mirada solo un instante antes de hablar:
—Aterricen la nave.
—Pero general, es demasiado pelig…
—¡Su majestad me encargó está misión. Así que esta es una orden directa de él; Bajen ahora— Cortó Caitlyn con un filo en la voz que no admitía réplica —¡Prepárense para el aterrizaje!
El piloto tragó saliva, visiblemente tembloroso, pero hizo caso a la orden. La nave descendió bruscamente, golpeando el agua con un estruendo que sacudió a cada uno de los tripulantes. Viktor perdió el equilibrio, sujetado en el último segundo por Ekko, pero apenas sintió el contacto con este; el zumbido en su cabeza creció, una vibración que parecía partirle el cráneo en dos.
Vio como las compuertas metálicas se abrían y las náuseas volvieron a amenazar su estómago de forma creciente, pero no había tiempo para eso. Apenas estas terminaron de abrirse a paso torpe el Heraldo se alejó de Ekko caminando hacia la orilla y saltando directo al agua.
—¡Heraldo! ¡Viktor, espere!— gritaron Caitlyn y Ekko a la vez.
El agua helada le mordió las piernas subiendo hasta su cintura, robándole el aliento. Le costó mantenerse de pie debido a la fuerza de las olas del instante, pero no se detuvo. Corrió tanto como sus piernas y el agua podían permitirle. Al llegar a la orilla tropezó ante el nuevo peso de sus ropas mojadas, no lo pensó y se quitó las botas junto al manto que antes lo acompañaba dejándolos tirados en la arena. Frente a él la niebla se espesaba en la orilla, un muro vivo que se tragaba la luz. Su olfato lo hizo retroceder un poco pero luego sin pensarlo se sumergió en su interior.
Ekko que había saltado segundos después del intento seguirlo a dentro de la niebla misteriosa pero apenas lo intento cayó al suelo retrocediendo rápidamente mientras tosía: El humo lo golpeó como un puño invisible que oprimía los pulmones. Caitlyn llegó detrás de él junto al resto de los soldados, pero al ver la reacción del chico todos se detuvieron. El aroma que desprende era tan fuerte que no se tenia que ser genio para saber que era, pero eso mismo fué lo que heló a todo el mundo. Uno de ellos se acercó al agresor, con la voz baja, murmuró:
—General… esto es
—Gris…— respondió Caitlyn con ojos llenos de terror
[...]
Cada inhalación era un castigo: la garganta le ardía, los ojos le lloraban como si les hubieran vertido ácido.
—¡Sky!— Su voz se desgarró contra la bruma. —¡Violet!
No hubo respuesta. Solo un silencio espeso, que pesaba más que cualquier sonido.
No dejó de correr. La entrada de Zaun apareció entre jirones de humo: el arco de gemas de mil colores, intacto… pero cubierto por un silencio antinatural. Intentó acelerar, pero un crujido bajo su bota lo detuvo. Miró hacia abajo.
Cristales rotos, los que solían colgar en las tiendas, brillaban como lágrimas bajo el humo. Juguetes rotos. Cuchillas abandonadas. Frutas podridas. Y más adelante… los cristales tornasoles. Los que cada habitante llevaba incrustados en la piel.
Su estómago se encogió.
—Aru… no…— susurró en Shuriman, como si negar pudiera revertirlo.
Entre los cristales había sangre. Pequeñas gotas al principio, luego manchas que se unían hasta formar charcos oscuros. Viktor sintió que su cuerpo se movía por inercia, que sus pies no le pertenecían.
La niebla se disipaba con cada paso, revelando la devastación como si el propio mundo quisiera obligarlo a mirar. Las tiendas… hechas ceniza. Cuerpos, tantos cuerpos: ancianos con las manos aún aferradas a nada, niños con los ojos abiertos al vacío. Animales retorcidos en posiciones imposibles. Y sangre… tanta sangre, esparcida como si alguien la hubiera usado para pintar.
El silencio era tan profundo que dolía en los oídos. Viktor cayó de rodillas. No había aliento suficiente en el mundo para llenar sus pulmones. Su corazón golpeaba contra su pecho como si quisiera escapar.
Un gemido escapó de su garganta, quebrándose, creciendo hasta volverse un grito que arrancó pedazos de su voz. —na… ¡Zanha, aru khamen na! (No… ¡Zanha por favor no!) — se lamentaba, repitiendo la frase una y otra vez, como si fuera lo único que lo mantenía en pie.
Ekko llegó rápidamente hacia él, pero al ver la escena se quitó la máscara que llevaba cayendo al suelo. —La yakshir… (No puede ser…)— susurró con los ojos llenos de terror.
Los soldados llegaron segundos después, con las armas preparadas, lista para atacar, pero al ver todo destruido, ninguno pudo soltar ni un solo suspiro. Caitlyn que iba al frente, quedó estática, su rostro estaba cubierto por la máscara, pero el aroma que emanaba era tan agrio y melancólico, que podía hacer llorar a cualquiera.
La masacre que había en ese lugar logró revolver el estómago de algunos soldados que habían ido ahí con anterioridad. Uno de ellos no aguantó y vomitó. Un reino lleno de Luz y armonía, ahora no era más que un triste campo, lleno de sangre y cadáveres.
Viktor agarró con fuerza su pecho, gritando una y otra vez hasta quedarse sin aire. Cayó hacia adelante, las manos hundiéndose en el barro mezclado con sangre. El olor era insoportable, pero peor era la imagen frente a él, su vista nublada por las lágrimas logró visualizar un cuerpo pequeño, apenas cubierto por una manta chamuscada. Un cachorro que ni siquiera había tenido la oportunidad de vivir.
Se arrastró hacia él con brazos temblorosos.
Viktor sostenía el pequeño cuerpo contra sí, sintiendo el frío que se le filtraba hasta los huesos. No importaba lo mucho que lo abrazara, no habría calor que pudiera devolverle la vida. Sus dedos, manchados de sangre y ceniza, acarició la cicatriz cristal que se extendía por su delicada mejilla, como si quisiera consolar de alguna manera toda esa masacre.
—Sulham… sulhamin an, dafar. (Perdón… Perdónenme por favor)— susurró, la voz ahogada, casi un rezo, abrazando con posesión al cachorro entre sus brazos.
Su mente comenzó a fracturarse, mostrándole imágenes antiguas de un Zaun feliz, con una nitidez casi cruel. Sky junto a él, riendo a su lado, mientras veían como Vi y Powder corrían de Silco con una bolsa llena de galletas. El sonido del fuego en la hoguera durante la noche y el tintineo de las campanas que anunciaban la finalización de otro día.
Pero todos esos recuerdos comenzaron a ser consumidos por otras memorias no vividas de un antiguo sueño. Pronto las risas que antes veía cambiaron por crudos gritos de desesperación, y el fuego abrazador pronto se convirtió en un monstruo aterrador. Su realidad, se combinaba junto a su imaginación y pasado, formando una pesadilla de la cual era difícil despertar.
A unos metros, un débil movimiento rompió su trance. Se levantó con cuidado dejando al niño suavemente junto al cuerpo de un omega que estaba a unos metros de él, seguramente era su madre, por la forma en la que estaba, era seguro que había muerto intentado protegerlo. Tambaleo con cada paso que daba; Con la mirada vacía caminó hacia una viga de madera quemada donde un trozo de listón ondeaba suavemente. Era azul con detalles dorados. Un bordado que lo reconocería en cualquier lado, un bordado que el mismo bordo para recordar la memoria de sus padres. Un listón que había sido colgado en el árbol sagrado. Lo tomó con manos temblorosas y lo apretó contra su pecho. Todo se había ido…
Caitlyn se quitó la máscara e intentó caminar hacia él, pero se detuvo. ¿Qué podía hacer ella? No había palabra o perdón capaz de reconstruir un mundo que yacía ya muerto. Además, ella también luchaba su propia batalla interna, al darse cuenta que la persona que tanto había amado, estaba seguro que ahora se encontraba muerta. El gris no era algo con lo que se jugara, no era un veneno pero si te sometías a cantidades exorbitantes, podía causar una asfixia tan lenta, que podía quemar tus pulmones haciendo tu muerte muy dolorosa.
Viktor levantó la vista. El cielo comenzaba a aclararse, como si el día quisiera regresar… ignorando que ya no quedaba nada digno de iluminar. En su mente, los recuerdos de su infancia desfilaron uno tras otro: el calor tibio de la mano de su madre, el olor a tierra mojada en los campos de cultivo, las voces de los Zaunitas saludando, la risa de los niños persiguiéndose entre las tiendas, incluso el suave tintineo de la lluvia golpeando contra las palmas de las hojas.
Pero la calma de esos recuerdos se quebró como vidrio al oír pasos veloces atravesando la bruma. De entre el humo, detrás de la formación de soldados piltovianos, surgieron hombres armados, sus rostros ocultos por máscaras doradas. El ataque fue inmediato: cuchillas que brillaban con un destello letal, gritos cortados en seco, el sonido metálico del acero chocando contra el acero. Algunos soldados cayeron antes siquiera de girarse para defenderse.
—¡Comandante, emboscada!— gritó uno, su voz ahogada por el estruendo.
Caitlyn se giró ante la alerta, quitándole el seguro a su arma, disparando a quemarropa, los proyectiles silbando tan cerca que Viktor sintió el eco en sus oídos. Con la escopeta golpeó a un atacante que se abalanzaba sobre ella, derribándolo con un crujido seco. Ekko, con el rostro deformado por la furia, se lanzó al combate, moviéndose como una sombra imposible de atrapar, logrando apuñar a algunos. La cantidad de enemigos crecía, avanzando como una marea oscura que amenazaba con tragarlos.
Entonces Caitlyn recordó.
—¡Viktor!
Her voice cut through the thunder. He raised his head, slowly, stunned, not fully understanding. But he didn't have time to react before he felt a sharp, cold shock cross the diagonal of his back. So deep that the pain barely flashed before fading. His breath escaped in an involuntary gasp. His knees buckled, and his body hit the ground.
Everything grew blurry. The roar of battle became distant, muffled, as if he were submerged underwater. The image of Caitlyn and Ekko desperately struggling to reach him became distorted. He tried to move, but his arms wouldn't respond. Was this the end for him? To die without having done anything for anyone. To die as punishment, not as a sacrifice. What a pathetic way to die that was... but still, he hoped with all his heart that this wasn't the end for him; the fear of death only dulled his mind.
Darkness began to close in on his eyes, slowly but relentlessly. Amidst the shadows, a figure leaned over him. He didn't see its face clearly, but he felt its warm breath against his ear. Its lips moved, uttering words he couldn't understand, a whisper that mingled with the echo of his own breathing.
I couldn't take it anymore... then everything turned dark
Notes:
Hola qué tal lectores. Solo para decirles que es posible que no actualice en un buen tiempo. Sé que estamos en el auge de la historia pero la verdad es que tengo un bloqueo muy grande y nose cómo seguir todo lo que tengo planeado. Como dije aún tenemos para un rato más con este fanfic. Pero si les quiero traer buenos capítulos creo que lo mejor será ponerme a descansar la mente. No sé hasta cuándo no actualice pero como dije en otros capítulos no planeo abandonar está historia que comencé. Espero que así no defraudar en sus expectativas y sobre todo las mías. Gracias y como siempre espero que tengan un lindo día.
16/08/25
Chapter 40: El eco de una celda
Notes:
"En lo más profundo del dolor, no hay palabras."
— F. Kafka
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La primera sensación fue el frío, un frío áspero que se pegaba a la piel como una mordida invisible. Abrió los ojos con dificultad y solo encontró oscuridad, no sabía dónde estaba; Aquella oscuridad era tan envolvente que era difícil diferenciar si era un sueño o la realidad, podía escuchar el eco distante de gotas que caían una tras otra en algún rincón invisible de aquel lugar.
Su cuerpo dolía. Cada músculo se sentía pesado, como si lo hubieran golpeado durante horas. Intentó incorporarse del suelo, apoyándose torpemente con los codos, pero apenas logró elevarse unos centímetros cuando un sonido metálico le heló la sangre. Algo arrastrándose... una cadena.
Antes de que pudiera reaccionar, esta se tensó de golpe y lo jaló hacia atrás. El tirón le apretó el cuello, obligándolo a quedarse a medio movimiento. Soltó un quejido ahogado, confundido y aturdido, llevándose las manos al collar que le cortaba el aire. Sólo entonces sintió el frío del metal en sus muñecas. También estaban sujetas.
La única luz provenía de la rendija bajo la puerta, un destello débil que apenas alcanzaba para ver dónde estaba. Las cadenas le rozaban la piel con cada movimiento; grilletes en las muñecas, otro en el tobillo izquierdo, todos unidos a una argolla clavada en la piedra, dándole una movilidad de no más de un metro.
Trató de ordenar sus recuerdos, pero solo llegaban como golpes desordenados en la cabeza: el fuego consumiendo su hogar, los gritos de su gente, Ekko, Caitlyn, Jayce... y luego el acero rompiendo su espalda. El dolor fantasma lo recorrió como si todo estuviera ocurriendo otra vez. Él había sido herido. Había sentido la vida salir de su cuerpo.
Y sin embargo, respiraba.
Acercó la mano a su espalda con cuidado. La venda áspera confirmó lo imposible.
Lo habían curado. O al menos, lo suficiente como para mantenerlo vivo.
El aire era pesado, húmedo, con un rastro amargo de sangre seca que le revolvió el estómago. Tragó con dificultad, intentando no perder la calma. No podía estar en Piltover. Jayce jamás lo encadenaría así. No después de todo lo que fueron... o creyó que fueron.
Su mirada recorrió la celda y un escalofrío le subió por la columna. La reconocía. Las paredes, la piedra fría, el olor.
No era la primera vez que las veía.
Ya había estado allí antes.
No despierto... sino en sueños. Como una advertencia que no supo entender.
"Es real", pensó, y el corazón comenzó a golpearle contra las costillas.
No sabía si afuera era de día o de noche. Tampoco si alguien lo buscaba, si lo habían dado por muerto... o si sus amigos seguían vivos. Pensaba en Caitlyn, en Ekko, en Powder. En lo que pudo haber quedado de ellos.
El tiempo pasaba, lento y sin forma. Podían ser días o solo horas repetidas. La oscuridad lo envolvía como una tumba abierta, y el silencio se rompía únicamente por el chirrido de las cadenas cuando intentaba moverse. Al principio sintió pánico. Después, algo peor: costumbre.
¿Estaba muerto y no lo sabía? Si eso era el infierno, era más silencioso de lo que imaginó.
Pero el hambre siempre lo traía de vuelta, cruda y real, recordándole que todavía respiraba.
Los cerrojos sonaron y abrió los ojos al instante. Venían a dejarle comida.
—¡Arriba, omega! —gruñó uno de los guardias al entrar.
Viktor tembló, pero obedeció. El grillete del cuello se tensó y lo obligó a inclinarse, casi a cuatro patas. Su cuerpo ya respondía sin pensar: sabía lo que pasaba si tardaba.
El aire cambió con ellos. Olían a cuero, sudor y perfume barato, pero sobre todo a poder. Reían como si aquel lugar les perteneciera.
—Míralo— se burló uno, dándole un puntapié apenas suficiente para moverlo —Todavía tiene fuerzas para arrastrarse
Traían un cuenco de metal y un trozo de pan duro.
Viktor tragó saliva, inclinándose para alcanzarlos, pero el pan se elevó lejos de su mano.
—Este pan tiene mejor aspecto que tú, lindura— rió el guardia
El otro le tomó la barbilla y lo forzó a levantar la mirada.
—Míranos cuando hablamos. ¿Sabes cuántos alfas preguntan por ti allá afuera? —susurró, apretándole la mandíbula —Ya se corrió la voz de lo excitante que eres dulzura.
Viktor cerró los ojos con fuerza, luchando contra la náusea. El guardia deslizó un pulgar por sus labios secos, lento, disfrutándolo.
—Podríamos divertirnos— murmuró el primero, casi saboreando cada palabra —Nadie lo sabría... y tu, solo provocas con esa cuerpo semidesnudo
El segundo lo detuvo con un resoplido. —Órdenes son órdenes. Este omega vive porque así lo quieren.
Lo soltó de golpe, con un desprecio que dolió como un golpe.
—Una lástima— se quejó el otro —Hay tantos esperando probarlo allá afuera...
Sus ojos recorrieron su cuerpo envuelto en harapos, deseosos. —Qué desperdicio de omega.
Viktor sintió un temblor recordarle los brazos. Podía intentar mostrarse fuerte, pero el cuerpo lo traicionaba siempre. Un espasmo, un jadeo o un temblor mínimo. Soltaron una carcajada. El cuenco cayó al suelo y el agua se derramó sobre la paja.
—Uy, se me cayó— canturreó el guardia —Supongo que hoy solo hay pan.
Lo dejó cerca, casi como un premio.
Viktor lo miró largo rato. Hambre o dignidad. No podía tener ambas. Extendió la mano y lo tomó, temblando.
Se pudo escuchar la risa ronca de los guardias antes de cerrar la puerta de forma estruendosa.
La celda volvió al silencio. Cada noche era igual: Fría. Se abrazaba así mismo intentando conservar algo de calor, pero a veces ni eso funcionaba.
Los días pasaban como polvo al viento, el miedo se había vuelto algo tan normal que hasta se sentía parte de él. Cada paso en el pasillo podía significar otra noche de golpes o manos ajenas tocándolo como si no fuese una persona, sino algo que se evalúa, qué se inspeccionaba para saber si servía o no.
¿Por qué seguían manteniéndolo vivo?
Era una pregunta que lo perseguía como una sombra, sin importar cuántas horas pasaran... si es que aún podía llamar "horas" a lo que vivía ahí.
Y entonces llegó esa noche.
Recordaba el frío antes que cualquier otra cosa. Un frío áspero, metido entre los huesos. Viktor dormía hecho un ovillo sobre la paja, tratando de conservar algo de calor. Dormir era lo único que lo desconectaba del dolor, aunque fuera por momentos breves y superficiales. Su cuerpo estaba agotado, tan delgado que ya casi no sentía dónde terminaba él y dónde empezaba el suelo.
Pero esa noche fue distinta.
[...]
Al abrir los ojos se encontraba en un bosque, muy grande pero no desconocido. La luz filtrándose entre las hojas, pájaros que parecían cantar desde muy lejos y el aire tibio rozándole la piel. Viktor caminaba sin saber por qué, como si sus pies se movieran solos, empujados por esa lógica rara que tienen los sueños.
Fue ahí cuando lo sintió.
No lo vio de inmediato, pero algo en su nuca se tensó. Una figura escondida entre los árboles. Un susto leve le recorrió el cuerpo, el mismo que da cuando crees estar solo y resulta que no.
—¿Hola...?— llamó con cautela, más curioso que asustado.
El sonido pareció asustar a la figura. Se movió apenas, como un ciervo nervioso, volviéndose a ocultar entre los árboles.
—¿Quién eres?
Hubo un silencio que se sintió demasiado largo.
Luego, una parte del rostro se volvió a asomar entre los troncos.
Viktor se congeló.
Era... Jayce. O algo que se le parecía. Igual en los ojos, incluso en la forma de la mandíbula, pero con algo distinto: más suave, más vulnerable, casi infantil. Su respiración se agitó sin saber por qué.
—Jayce...?— Susurró, sin estar seguro.
La figura se tensó un momento y en lugar de responder, salió del escondite con pasos cautelosos. No era exactamente como él lo recordaba. Se veía un poco más delgado, su cabello era diferente, incluso su piel era un poco más clara y sus ojos, esos ojos claros tenían un brillo extraño. Pero cuando se acercó, no dudó ni un segundo.
Corrió hacia Viktor y lo rodeó con los brazos, frotando su cabeza contra su cuello y mejilla, como un animal buscando consuelo. El contacto lo tomó por sorpresa; se quedó rígido al sentir ese gesto desesperado, casi primitivo.
Y luego percibió el aroma.
Parecido a Jayce, pero más cálido... y más triste.
—Jayce...— murmuró Viktor, apoyando sus manos en su espalda
La figura lo apretó aún más fuerte, como si temiera que fuera a desaparecer. Cuando habló, fue apenas un hilo de voz.
—No me dejes solo... por favor.
A Viktor se le clavó un pinchazo en el pecho. No sabía por qué, pero esa súplica le dolió. Una parte de él quiso responder inmediatamente, aferrarse también.
—No voy a dejarte— dijo, sincero sin entender la razón —No voy a irme..
El bosque comenzó a oscurecer. Primero suavemente, como si las sombras se estiraran. Viktor sintió cómo el cuerpo en sus brazos empezaba a perder fuerza.
—No... no, no, no. Ey, mírame. Mírame— pidió, sosteniéndolo con más fuerza.
Pero el otro ya estaba cayendo al suelo
Sus rodillas cedieron, su peso disminuyó. Se sentía cada vez más liviano, casi transparente, como si estuviera desapareciendo entre sus manos.
—No quiero morir...— susurró la figura con los labios temblando.
Viktor sintió un vacío abrirse en el pecho. Lo abrazó, tratando de mantenerlo a su lado, de evitar que la oscuridad se lo tragara.
—¿A qué te refieres?— le rogó, sin darse cuenta de que le temblaba la voz —No digas eso..
La figura se encogió contra él como un niño buscando refugio.
Y de pronto, su peso cambió.
Se volvió ligero. Demasiado ligero. casi como el peso de un bebé entre sus brazos.
—No... no, no...— murmuró Viktor, aterrado.
El pequeño cuerpo siguió haciéndose más y más liviano, hasta que ya no sostenía nada. Hasta que sus brazos quedaron vacíos.
—Mamá...
Fue lo último que escuchó antes de que algo lo agarrara del cuello haciéndolo gritar del terror.
El eco de su propio grito lo arrancó del sueño.
[...]
Abrió los ojos de golpe, con el corazón martillando, la respiración rota en pequeños jadeos. Intentó convencerse de que solo había sido un sueño... pero algo no estaba bien. Un calor espeso descendía por sus piernas, lento, imposible de ignorar.
Llevó la mano hacia abajo, todavía aturdido.
Y cuando la alzó, la vio teñida de rojo.
Sangre.
El impacto fue tan inmediato que ni siquiera pudo respirar. Un espasmo salvaje le atravesó el abdomen y lo dobló en dos con un grito ahogado. Su frente chocó contra la piedra y la cadena de su cuello lo jaló bruscamente hacia atrás arrancándole otro gemido, cuando cayó de costado sintió la sangre extenderse bajo él, caliente, pegajosa, imparable.
El mundo se volvió pequeño. Angosto. Silencioso.
Solo quedaba el latido frenético en sus oídos y ese dolor que quemaba desde adentro.
No... no, no.
Su garganta se cerró. Una negación desesperada le surgió sin que pudiera controlarla.
Había tenido un cachorro en su vientre.
Un hijo.
Un hijo suyo y de Jayce.
Y en ese suelo frío, encadenado, lo estaba perdiendo.
Su pecho se agito en una respiración frenética antes que el gemido desgarrador se escapara de su garganta. Se abrazaba el vientre con las manos manchadas de rojo. Las lágrimas le ardían como fuego en los ojos.
Un cachorro que nunca supo que existía.
—¡La! Sulham, sulham... la yakshir, an'ru nehrun la!— sollozó, la voz destrozada, intentando inútilmente presionar su abdomen, como si pudiera detener lo inevitable.
Sus lágrimas cayeron con violencia, sacudiendo todo su cuerpo. El dolor físico lo atravesaba como un hierro candente, pero el otro... el otro era insoportable. Era el dolor crudo, primitivo, de una madre perdiendo a su hijo mientras lo sostenía con las manos vacías.
¿Qué clase de omega soy...?
pensó, sintiendo que la culpa lo aplastaba, ni si quiera se había percatado que había un cachorro en su vientre.
Su cuerpo tembló aún más cuando sus labios murmuraron, quebrados:
—Amrath sulham ... Mamá lo siente mucho...Todo es culpa mía
La frase lo partió por dentro. Era como si su voz ya no fuera la suya, sino la de alguien que se estaba hundiendo lentamente.
—Jayce... —susurró.
Apenas un hilo de aire.
—Alfa... ayúdame... ¿Q-qué hago ahora?
No esperaba una respuesta. Sabía que no vendría. Pero su instinto lo llamaba igual, desesperado, como un animal herido pidiendo a gritos a quien debía protegerlo. El nombre se repitió entre sus sollozos, casi inaudible.
—Jayce...
Las horas fueron una tortura. Cada contracción arrancaba más sangre. Perdía el conocimiento, volvía, y el charco rojo bajo él era cada vez mayor. El frío de la piedra se mezclaba con el de su propia piel, volviéndolo un peso muerto. Su ropa endurecida por la sangre lo apretaba como si fuera parte de las cadenas.
Nadie llegó
No sabía cuántas horas habían pasado. Tal vez muchas, tal vez ninguna. El tiempo había dejado de existir. No tenía fuerzas para moverse; la tela empapada se había endurecido sobre su piel por la sangre y los fluidos. Ya no quedaba ese dolor punzante que lo había doblado antes. Solo un frío vacío que se extendía por todo su cuerpo.
Lentamente, llevó una mano temblorosa a su vientre. Estaba plano. Silencioso.
El sollozo que escapó de él fue tan débil que casi ni lo escuchó.
Las lágrimas se habían secado en su rostro, dejando rastros ásperos sobre la piel sucia. No quedaba nada dentro de él que pudiera salir. La calma que llegó no era alivio: era la clase de silencio que llega después de que algo se rompe del todo.
Se encogió contra la pared, llevando la frente a sus rodillas como si quisiera desaparecer en sí mismo.
—Perdón...— susurró. Era la única palabra que quedaba. La repetía una y otra vez, como si pudiera limpiarse la culpa con el simple roce del sonido.
En esa celda no solo había perdido a su cachorro.
Había perdido la única parte de sí que todavía quedaba intacta.
Pero el tiempo siguió avanzando igual. Cruel. Indiferente. No le dio tregua ni un segundo, como si disfrutara viéndolo respirar solo para seguir atormentándolo. Cada amanecer era una burla: un recordatorio de que seguía vivo pese a que todo dentro de él había muerto.
La pregunta volvió, inevitable, clavándose como una espina:
¿Por qué lo mantenían con vida?
Había perdido la noción de los días, incluso de las estaciones. Su mundo era la misma piedra fría, la misma oscuridad, el mismo olor a humedad que lo envolvía como un sudario. Solo existía para despertar y esperar a que sus pensamientos lo hicieran pedazos un poco más.
No tenía fuerzas ni para llorar.
¿Qué karma estaba pagando para sufrir todo eso?
Viktor se veía a si mismo como un monstruo.
El líder que había fallado a su pueblo.
El omega que cargaba más sangre que esperanza en las manos.
El que ni siquiera había logrado proteger a su propio cachorro
Notes:
HELOOOO🩵
After a long time, I’m finally back with a new update.
Primero que nada, thank you. De verdad, gracias a todos los que siguieron aquí, esperando con tanta paciencia. La universidad estuvo bastante intensa, pero ya terminé el ciclo, todo salió bien y, aunque tuve mis momentos difíciles, ahora estoy mucho más tranquila.Escribir este capítulo me hizo sentir super happy de volver, incluso si es un capítulo un poco triste para regresar. But the story must go on, y yo prometí que no iba a dejar este fanfic en el olvido, así que aquí estoy, keeping my promise.
Sé que este capítulo es un poco corto, pero lo trabajé con mucho cariño para que sintieran cada parte exactamente como debía sentirse. Thank you so much por los lectores fieles, por los comentarios que seguían llegando aunque no actualizara, y por no olvidar esta historia. Lo aprecio muchísimo.
Nos vemos en el siguiente capítulo.
I LOVE YOU GUYS
Bye 💙
Chapter 41: Anuncio
Chapter Text
Buenas noches
Hola a ustedes queridos lectores que leen este fanfic que la verdad, no pensé que tenia futuro pero ya veo que si pego un poco y eso me hace muy feliz, en verdad amo todo el apoyo que tiene.
Pero por un tiempo la voy a mantener en hiatus
Como algunos saben, está historia la comencé a escribir en Wattpad y luego me pasé a Ao3, así que cuando empecé a publicarlo aquí me dio temor porque entre tantas historias tan buenas, sentía que la mía era un 0, pero me hizo sentir muy bien que muchos de ustedes le gustara, hasta incluso tengo lectores que nos son hispanohablantes y eso me hace muy feliz. 💕
thanks you for all the support 🙇🏻♀️
El guión de cómo se va a desarrollar la historia ya lo tengo listo, solo faltaría escribirlo, pero (ahora si viene el pero) voy a tener que atrasar el escribirlo por un tiempo.
Yo en agosto de este año inicié la Universidad y desde ahí no eh tenido mucho tiempo para escribir; Ósea soy estudiante de cuarto ciclo así que para las lectores universitari@s, ya sabrán cómo es esto.
(Si se puede aprobar chic@s 😭✨)
En fin.
Es por eso que no creo que vaya a poder actualizar por un buen tiempo, y lose. Es horrible cuando un creador de un fanfic que te ah gustado hace esto, es horrible, pero la U me pide el 80% de mi tiempo.
Muchas gracias por todo el apoyo nuevamente y espero que cuando regrese con un nuevo capítulo, siga sintiendo todo este mismo apoyo que eh sentido en los últimos meses. (Y hasta más jaja).
Si es así prometo que al regresar me voy a esforzar el doble, no, el triple de mejor que ahora. 🙇🏻♀️
Y sin más que decir, nos vemos en el próximo capítulo.
BYE💕🩵
Psd: Unexpacted Wish se acaba en el capítulo 50, los amooo.

hgmiros2345 on Chapter 3 Sat 14 Jun 2025 05:59AM UTC
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Athi156 on Chapter 41 Tue 09 Sep 2025 08:54PM UTC
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