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El viento a su alrededor se ensañaba contra él y lo arrastraba a la vorágine. Desde lejos podía ver que los ojos de la bruja ardían de furia, con vetas rojas como rayos atravesando sus iris. Y mientras ella recitaba su hechizo, mientras el suelo desaparecía bajo sus pies, mientras azules, amarillos y violetas se difuminaban en colores imposibles a su alrededor y el hedor del seidr putrefacto inundaba sus sentidos, supo que no saldría de esta.
La magia que ella empleaba era terrible. Sus oídos zumbaban como si moscas corretearan por su cabeza y su cuerpo latía como si lo estiraran y volvieran a amasar, como una quemadura fría y la sensación febril de una infección.
Aun así, su voz era nítida en un eco lejano.
“Me has arrebatado lo que era mío por derecho, principito. Y como castigo morirás aquí.” Su sonrisa se torció por los bordes e hilos de sangre, negra y espesa brotaron de sus ojos, burbujeando. “Oh, pero eso no sería suficiente.” Su voz vaciló, pero la felicidad en su expresión solo se amplió. Esto no saldría bien, ni para ella ni para él, pero a ella no parecía importarle el precio a pagar.
Ella recitó:
“Tu alma jamás volverá a encontrar lugar aquí.
Aquí, en la tierra de los vivos.
Aquí en la tierra de los muertos.
Aquí, en los pasillos de Valhalla.
No lo hará aquí, en el presente.
No lo hará en el pasado, ni en el futuro.
No hallará consuelo en el limbo, ni vagando por los reinos.
No en el vacío ni en el árbol del mundo.
Tu alma, obligada a cumplir, no lo hará aquí ni en ninguna otra tierra.”
Su petición era… el precio a pagar sería demasiado alto. Las consecuencias serían…
Estaba tan mal en tantos sentidos.
Al menos había ganado suficiente tiempo para-
¿Pero siguiera importaría?
No se le escapó la ironía de que como dios tramposo que era, moriría haciendo trampa. El pez muere por su propia boca y todo.
Al menos Hela no tendría el placer de juguetear con su alma después de esto.
En cuanto la bruja terminó sus palabras todo permaneció estático por un par de segundos antes de que la onda resultante lo zarandeara y se sintiera estallar.
Y por un breve instante todo fue un olor, la fragancia cítrica de las flores de su madre. Una sensación, el roce de manos con Odín mientras este le entregaba Gungnir. Un sabor, el cobre de la sangre en su boca. Un sonido, una canción de cuna antes de dormir, truenos y ozono. Y finalmente la vista de Asgard, en todo su dorado esplendor, desde el Bifröst.
Luego no había nada.
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Caminó y caminó. No sabía cuánto tiempo caminó, pero quizá fue un largo tiempo. Se sentía como caer. Otra vez era él sosteniendo Gungnir, Odín diciendo que no, él soltándose, y entonces el Titán. Pero esto era mil veces peor, porque ardía, supuraba, lo corroía y nunca cesaba.
No había alivio.
El dolor hacía todo demasiado borroso como para distinguir nada.
Pudo haber caminado los reinos. Pudo haber atravesado las ramas del Árbol del mundo. Pudo haber llegado a Valhalla o la Tierra de los Muertos, pero el dolor no permitía descanso alguno.
Cuando caía, al menos la inconsciencia mitigaba su sufrimiento, un alivio momentáneo.
¿Cómo podía alguien existir con tanto dolor aún al morir?
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Entonces algo cambió.
No sabía exactamente qué, pero el dolor se había vuelto soportable, lo suficiente para respirar.
Respirar.
¿No era ese concepto extraño?
Los muertos no respiran.
Enfocó la mirada, pero todo se veía terriblemente difuso, apenas podía distinguir la forma de sus propias manos. ¿Eran sus manos? Sus siluetas borrosas se veían cadavéricas. Pálidas, consumidas hasta prácticamente los huesos y en algunas zonas púrpuras negruzcas.
Recordó vagamente una historia, contada entre otras tantas, mezclada entre cuentos de dormir. Un asgardiano en la guerra contra Jötunheim que se separó de su pelotón y no pudo encontrar lugar para refugiarse en medio de una tormenta de nieve atronadora. Su cuerpo poco a poco empezó a perder calor y entonces sus extremidades comenzaron a entumecerse, luego se enrojecieron las puntas de sus dedos, su nariz, los dedos de sus pies, hasta finalmente dejar de sentirlos. El morado comenzó a escalar hasta que sus miembros se volvieron negros. Necrosis. Nunca recuperó sus manos, su nariz se salvó de milagro junto con los dedos de sus pies.
Loki no podía decir si realmente sentía sus manos o no.
Todo se sentía tan… lejano.
Sus instintos embotados gritaron de repente que levantara la mirada y lento, muy lento levantó la cabeza y allí estaba ella, nítida a pesar de su ceguera, en lo que vagamente reconoció como un cruce de tres caminos, su piel de un color trigo saludable y de cabello caoba, largo hasta los pies. Llevaba un vestido típico de verano a pesar de que nevaba, habitual para usar en Alfheim o Vanaheim. Sus ojos eran gemas brillantes, pero era un misterio su color.
No era tan sorprendente como debería ser.
“Verðandi” saludó. Su voz era como un cuchillo cortando vidrio, ronca y dolorosa. Su garganta parecía no haber probado agua en días… ¿meses?
Ella sonrió.
“Loki, hijo de Odín, príncipe de Asgard, legítimo heredero de Jotunheim, Dios del fuego, del caos, las travesuras y las mentiras” Su voz era firme, algo melódico en ella.
“Nadie…” tosió, “Me ha otorgado esos títulos… en un tiempo.” Miró a su alrededor y además de los caminos, todo estaba cubierto de niebla, no es que realmente pudiera divisar nada, por el estado de su visión. “¿Por qué… las Norns me… honran con su presencia?”
Ella agitó su mano en el aire. “Te estábamos esperando. Caminaste, durante mucho tiempo, para llegar hasta aquí.”
A su lado apareció una niña, igual de nítida que la mujer a su lado, en el sendero izquierdo. Morena, cubierta por una capucha y lo que parecía ropa de la corte. Sus ojos no se veían. Se acercó a grandes zancadas hasta quedar a centímetros de él y con un gesto le pidió agacharse.
Debatió si agacharse, pero mejor obedecer.
Su cuerpo protestó a cada paso del camino. Sentía que sus articulaciones se saldrían de su lugar con el movimiento. Y sus pies parecían querer ceder con el repentino cambio de equilibrio, temblaban como cervatillos recién nacidos. A pesar de apoyar sus rodillas en el suelo helado de la forma más suave posible una punzada aguda le atravesó toda la columna.
Arrodillado se sintió casi desmayar hasta que una pequeña mano fría acarició una de sus mejillas antes de susurrar con una voz grave. “Te han puesto una maldición vil.”
De un momento a otro se encontraba acariciando su otra mejilla una mujer vieja, terriblemente pálida, de tez casi cenicienta, su tacto cálido. Su cabello era gris y corto y sus ojos ámbar. Se encontraba desnuda, su piel arrugada y sus senos caídos. “Tu tormento será eterno.” Sonrió suavemente “A menos que decidas aceptar nuestro trato.” Dijo, su tono como el terciopelo.
“¿Su… trato?”
Ambas figuras retrocedieron sin responder cortando el contacto de forma abrupta, regresando a sus puestos. Decidió quedarse en el suelo.
“Sí” anunció la niña. “Esa bruja recitó un encantamiento desagradable: No lo hará aquí, en el presente. No lo hará en el pasado, ni en el futuro. Debió querer arrancar tu hilo de nuestro telar. La osadía.”
“De todas formas,” Continuó la anciana. “El equilibrio ya estaba roto. El Titán dejó cicatrices profundas, con las piedras del infinito destruidas como estaban el universo estaba colapsando sobre sí mismo. Lo recuerdas, ¿no?”
Sí. Lo recordaba. Los Devoramundos. Las noches en vela. La paranoia constante de que la realidad se disolviera bajo sus pies.
Ella continuó. “Sobrevivieron un par de siglos con este desequilibrio, pero de todas formas no hubieran soportado más que un siglo o dos más.”
Era verdad. Ya casi no encontraban lugares que no hubieran desaparecido de la matriz del universo. Entonces recordó-
“Thor- “
“Está bien” interrumpió la joven. “Aunque como dije, morirán.”
Bajó la vista para observar sus manos huesudas, el estómago retorciéndose en sus entrañas, antes de volver a encontrar sus miradas.
“¿Su… trato, entonces?” pidió.
“La bruja desligó tu alma de tu cuerpo, te permitiremos encontrarla. Ahora mismo no existe. No en el presente, ni en el pasado, ni en el futuro. Si la encuentras tu sufrimiento cesará.”
“No puede… ser tan sencillo.”
“Porque no lo es. Tu alma podría tomar cualquier forma: Un objeto, un sonido, un breve instante de tiempo, un sentimiento.”
“¿Y entonces… cómo sabré… si la encontré?”
Lo miraron con ojos profundos.
“Tendrás que saberlo.”
“Además de ello,” gruñó Urðr, antes de que pudiera preguntar más. “Tendrás que reparar el daño que tu ausencia ha causado en el telar. Eventos donde tu presencia era necesaria... ahora están incompletos. Deberás intervenir.”
“Por último,” declaró Skuld. “Debes evitar la victoria del Titán. De nada sirve restaurar el tejido si el destino vuelve a torcerse hacia el mismo final. No sirve de nada arregles el telar si de todas formas va a terminar de hilarse en un parpadeo. Pero te advertimos que el tejido es terco, y volverá intentar adoptar la forma que tenía, así que ten eso en cuenta.”
Reflexionó un momento, lo que le estaban pidiendo era…
“Queréis… que sea vuestro hilador.”
En efecto, un hilador era aquel que actuaba en nombre de las Norns hilando y deshilando en su tejido. Un títere de las Norns, porque no les gustaba interferir demasiado en su propia historia. Existía escasa información sobre ellos. Eran conocidos, pero como una leyenda rara vez contada. Aún menos se contaba el precio que tenían que pagar; ser borrados de la historia. Aunque… él ya había sido borrado, ¿no? Qué conveniente.
No responderían sus preguntas sobre ello, estaba seguro.
“Sí” Contestó Verðandi.
Frunció el ceño. “¿Y si fallo?”
“Bueno,” Sonrió. “Entonces tu condena seguirá hasta el fin de los tiempos. Y solamente cuando el tejido sea reescrito quizá encuentres descanso. O no.”
Las palabras eran demasiado suaves para el horror que prometían.
Existía la posibilidad de que aún cuando este universo termine, aun cuando hayan iniciado una nueva historia seguir sufriendo.
Ja, que hilarante.
Solo su suerte.
Su vaga descripción de cómo encontrar su alma no auguraba nada bueno para sus posibilidades. ¿Cómo sabría si su alma era, quien sabe, una risa perdida en una conversación, una caracola de entre miles en la playa? Además que él siempre perdió contra el Titán, una y otra vez.
A las Nornas les encantaban sus tragedias.
Pero no quería volver a vagar por los reinos, plagado de dolor, su cuerpo protestaba ante la sola idea. No recordaba demasiado, pero sabía que era peor que cualquier destino que ellas le auguraban ahora mismo.
Ellas también debían ser conscientes de ello.
Lo miraron fijamente.
“¿Aceptas, o no?”
Levantó la cabeza levemente, algo protestó en su cuello haciéndolo estremecer, pero aun así miró al cielo, tan blanco y vacío como el resto de su entorno. ¿Tenía opción alguna? Todo su ser latía con un dolor sordo.
Nunca pudo vengarse del Titán antes de que mataran al bastardo. Desde entonces, su existencia, por un tiempo efímero, fue maravillosa, aunque escabrosa. Y luego estaban de repente huyendo, de nuevo.
Sus seres queridos simplemente morirían en un par de siglos. A menos que lo intentara.
¿Importaba si existía o no en la línea del tiempo? La Bruja ya lo había condenado a ello. Siempre fue el extraño, un paria, y aún en los últimos tiempos nunca pudo encajar del todo sus piezas rotas con los demás.
Podía simplemente clavar el último clavo de su ataúd.
Dirigió su mirada entonces a los ojos de gema de Verðandi.
“Acepto.”
Entonces tres se volvieron una y solo la niña quedó. Su expresión era inquietante. Demasiado serena. Demasiado brillante.
“Entonces, Loki, ¿aceptas renunciar a tu nombre?”
Thor estaría maldiciéndolo a gritos.
“Yo… Lo hago”
“Ya que así lo deseas, desde hoy eres Loki, de Ninguna Parte. Sin embargo, antes de encomendarte a tu camino primero debes pasar una prueba.”
De repente el frío abrumador caló entre sus huesos y lo que reconoció como nieve causaba pinchazos dolorosos al contacto con su piel maltratada. El horizonte era azul oscuro y la luz parecía no hallarse en ninguna parte.
Estaban en Jotunheim.
Chapter 4
Notes:
Este capítulo contiene material sensible, no lea si es sensible a algunos de estos temas, omita las advertencias si no desea spoilers. Lea las notas al final del capítulo si desea leer las advertencias.
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“Será mejor que te pongas de pie.” Urðr jaló su mano con firmeza, casi derribándolo en la nieve.
“Dame… un momento. “
Se permitió admirar su cuerpo por unos instantes. Usaba su vieja armadura de cuero destrozada, proporcionada por la gracia del Gran Maestro, y era alarmante que aún con la tela encima podía ver sus propias costillas marcar su piel de forma grotesca. Sus piernas eran tan delgadas…
Su seidr nunca habría permitido que su cuerpo llegara a este estado. Pero había estado muerto, y quizás las reglas eran diferentes, o tal vez la maldición de la bruja era más compleja de lo que pensaba.
Él… se daría el lujo de pensar en ello más tarde.
Tenía que levantarse.
El proceso fue igual de laborioso que arrodillarse y sus pulmones ardían y jadeaba pesadamente al final del proceso.
“Sígueme,” ordenó Urðr, su voz fría y cortante. No se volvió, solo avanzó unos pasos, sin dar tregua. Su capa revoloteaba con el viento, pero permanecía en su lugar, como si desafiara las leyes de la naturaleza. “Apresúrate” volteó su rostro levemente hacia él, con algo casi parecido a la impaciencia.
Cada poco pasos debía detenerse para recuperar el aliento, luchando contra el mareo y el dolor que lo recorría como un veneno.
El frío, ahora más agudo que antes, le mordía la piel, pero lo más difícil era su vista. Estaba empañada por los bordes, a veces completamente distorsionada.
Urðr nunca esperaba más que unos instantes por él antes de continuar.
¿Por qué estaban en Jotunheim?
La última vez que estuvo en Jotunheim fue un desastre. El principio de todos sus problemas, o quizá más bien la culminación de todos ellos. No había visto jotnar en siglos y le hubiera gustado que continuara así, pero de todas formas eventualmente tendrían que pisar Jotunheim. Él, Thor y el resto de los supervivientes habían tenido suerte de que siguieran encontrando lugares habitables en los lugares que visitaban y…
Perdido en sus pensamientos apenas se percató de que el frío ya no lo molestaba tanto.
Azul.
Su piel… estaba azul.
Un escalofrío lo recorrió.
¿Qué estaba pasando?
Intentó tragar el pánico que se levantaba en su pecho.
“Tranquilo,” se dijo a sí mismo, aunque su voz sonó hueca, como si le estuviera hablando a otro.
Algunos parches de su piel se mostraban de un tono pálido, entremezclado con el azul celeste lleno de crestas difusas que le recorría las extremidades y eso lo llenó de aún más temor. Que su cuerpo no pudiera cambiar completamente confirmaba que estaba aún en peor estado de lo que pensaba.
Se cuerpo había cambiado inconscientemente, pero no completamente. No creía tener energía para cambiar de vuelta.
Aunque agradecía no tener que ver completamente el tono azul en su piel ni los intrincados patrones que probablemente se encontraban en ella. No creía poder soportarlo ahora mismo.
Pequeñas victorias.
Inhaló y exhaló, con la esperanza de calmarse.
Entonces lo escuchó:
Gritos, a lo lejos.
Al girarse, vio a un asgardiano retroceder. Sus botas raspaban la nieve, y el sonido de metal chocando contra algo sólido rompió el aire helado. Un jotnar, al menos cuatro veces más grande que él, lo embistió con una columna de hielo impresionante. La fuerza resultante empujó al asgardiano hacia su dirección. Extendió su seidr por reflejo, pero no respondió, algo doloroso en ello. Intentó moverse, pero el impacto era inevitable. Se preparó para el golpe, solo para ser atravesado como si fuera aire por el soldado.
La nieve voló hacia los lados cuando el gigante de hielo levantó su enorme mano para asestar el siguiente golpe, pero el asgardiano no pudo reaccionar a tiempo. El cuerpo del asgardiano fue lanzado hacia atrás con tal fuerza que el aire mismo tembló con el impacto. Loki apenas alcanzó a ver cómo caía hacia un costado, dejando un rastro de sangre fresca sobre la nieve y las piedras.
Sin embargo, el gigante no parecía darse cuenta de su victoria. Corrió hacia el cuerpo y seguía asestando golpes con una columna de hielo con fuerza descomunal. A lo lejos, el caos se veía reflejado. Aún a esta distancia, por fin saliendo de su estupor, lo invadió el murmullo de metal chocando contra metal y gritos de guerreros. Jotnar y asgardianos se batían de forma violenta.
“Avanza, aún no llegamos” Urðr unos pasos por delante gruñó “No te verán hasta que sea el momento”.
Vaya.
Se sacudió el aturdimiento y al poco tiempo entraron a un auténtico campo de batalla. Ambos bandos terriblemente dispersos, pero se dio cuenta de la razón muy pronto. Lo que se encontraba frente a él era una ciudad, eso si los bloques de hielo contaban como viviendas habitables. Un asalto, los Jotnar claramente tomados por sorpresa. Creyó ver Jotnar correr arrastrando a otros más pequeños mientras que los más grandes se apiñaban como podían para facilitar la huida de los otros como podían.
La arquitectura de Jotunheim no era como la de Asgard. Mientras que las murallas doradas de la ciudad de los dioses eran ornamentales y espléndidas, aquí las construcciones eran minimalistas. Colosos de hielo y piedra y torres afiladas, destruidas por el paso de las batallas.
Loki observó cómo una torre cercana, que parecía una estructura monumental de cristal helado, se desplomaba bajo el peso de un golpe certero de un jotnar. El sonido de su caída resonó como el crujir de un glaciar, y luego un estruendo sordo cuando los escombros se esparcieron por el suelo, cubriendo todo a su paso. Los asgardianos, intentando reagruparse, se alejaban con rapidez de las explosiones de hielo y piedra que salían disparadas en todas direcciones. Un par de hechiceros erigieron una barrera mientras un asgardiano fornido saltaba a la espalda del jotun, clavando su espada directo en su nuca.
Loki casi se sintió inmóvil, pero Urðr lo apuró con un gesto. “Avanza.”
Él asintió, pero sus ojos no podían apartarse del espectáculo de la destrucción. Los gigantes se movían como sombras descomunales, cada uno arrastrando pesadas armas de hielo. Las enormes mazas se estrellaban contra las espadas de los asgardianos con un sonido atronador, Jotnar caían, armas clavadas en lo creía divisar eran sus ojos, nuca y yugulares. Cada vez que un jotnar caía, un asgardiano caía con él.
Nunca había visto a nadie tan igualado con un ejército asgardiano, exceptuando el del Titán y considerando que más de la mitad de los que se encontraban en la nave eran civiles.
Que nadie diga que hay verdadera gloria en la guerra.
Esta era la batalla librada por Odín contra Jotunheim.
Las Norns lo habían llevado al pasado.
Un peso se asentó como plomo en su estómago.
Poco a poco abandonaban la batalla, las calles abandonadas con prisa por sus habitantes.
Caminaron entre edificios destrozados y cuerpos desperdigados. La sangre Jotnar era casi negra con un brillo mate y en grandes cantidades de un rojo borgoña, pero ya lo sabía, el Titán se había encargado de enseñárselo. Vio lo que le pareció una muñeca, acurrucada entre los brazos de un gigante más pequeño de la mayoría. Se detuvo frente al cuerpo y la tomó, era tan grande como su torso, pero terriblemente suave.
Urðr no esperó. Tiró la muñeca cerca de un charco de sangre.
No es como si merecieran menos la muerte por ello.
***
Llegaron a un edificio claramente distinto al resto, decoración delicada en lugar de las toscas figuras geométricas de antes, no es que pudiera decir mucho más.
Subieron escalones demasiado altos para sus pies, tropezó con más de uno de ellos. El silencio era denso, casi reverente, con algún grito rompiendo ocasionalmente la quietud, la batalla lejos de aquí. En la entrada demasiado grande había un par de jotun con la cabeza separada de su cuerpo, median mucho menos que el promedio, pero no podía divisar nada de rasgos infantiles en sus rostros.
Curioso.
Pasaron junto a estatuas, pero no podía determinar qué eran. Entraron a una especie de cúpula y allí en el fondo de la habitación había alguien, su capa había arrastrado sangre dejando el espacio casi blanco marcado con un sendero rojo muy oscuro.
Urðr se detuvo.
“Avanza y encontrarás tu prueba.”
Respiró hondo y avanzó, una pierna más adolorida que la otra. Aún no encontraba la forma adecuada de respirar que le proporcionara más aire. Se detuvo casi al final de la habitación, junto al hombre.
Se giró para intentar observar su rostro y quedó congelado ante una cara familiar.
Odín. Sin cicatriz en el ojo.
*Estoy orgulloso de ustedes, hijos míos* había dicho, antes de volverse polvo.
Orgulloso.
Bastardo.
Y luego dejarlos lidiar con todo su desastre.
Pero entonces algo más llamó su atención, un bulto pequeño retorciéndose en sus brazos y de piel pálida.
Un bebé.
Quedó hipnotizado, observándolo, y el bebé pareció reconocerlo también, agitando sus diminutos brazos hacia él. Sin apenas darse cuenta él mismo extendió sus brazos intentando-
Solo entonces Odín pareció reconocer su existencia. Retrocedió un par de pasos, su mano ya en la empuñadura de su espada, pero se detuvo, tal vez reconociendo que era apenas una amenaza, o quizá por algo más.
“Tú…” susurró.
Eso apenas importaba, volvió a avanzar intentando tomar al niño, y esta vez, por alguna razón, Odín lo permitió. El bebé con su pequeña mano sostuvo su pulgar de forma dolorosamente suave.
Urðr habló.
“Sabes qué es lo que debes hacer ¿no?”
Por el rabillo del ojo creyó ver a Odín mirarla con ojos muy abiertos, pero entonces ella observaba al suelo, su cabeza inclinada en una dirección particular.
Siguió su mirada y encontró-
Una daga.
“¿Por qué cuál sino es el mayor acto de amor?” Sonrió ella, un eco en su cabeza.
El mayor acto de amor…
El autosacrificio.
Él… él no podía.
“Las Norns” Escuchó susurrar a Odín, la emoción clara en su voz.
No podía encontrar en él la misma alegría.
Era… era tan pequeño. Se acercaba terriblemente a un bebé prematuro, pero no estaba seguro, nunca había visto bebés jotnar. La tela en la que estaba envuelto no era algo que hubiera visto alguna vez en los Nueve, pero era tan suave, con un encaje de un patrón intrincado, representando algún tipo de animal. No tenía pelo y su piel todavía estaba arrugada, como una pasa, pero sus ojos… esos ojos verdes los había visto en el espejo más de una vez.
Y él tenía que…
Urðr reapareció a su lado, ofreciéndole el arma.
A las Norns de verdad les gustaban sus tragedias.
Volvió a acomodar al bebé en sus brazos y con las manos más firmes de lo que esperaba tomó la daga. Con solo el tacto del fino tallado de flores y frutos reconoció de quién era.
Su madre.
Era uno de sus objetos más preciados, un regalo de su difunta madre tallado por ella misma cuando aún era niña, quien murió mucho antes de que él naciera. Él mismo estaba enamorado de la daga, pero no se la regalaría. Llegaba al punto de que solo se la prestaría con recelo un par de ocasiones, cuando tenía que partir de casa por un tiempo prolongado, como gesto de buena fe, para que volviera sano y salvo.
Dioses.
Su hijo nunca volvería a casa sano y salvo.
No es que hubiera ya casa a la que pudiera volver.
¿Lo mataría con su daga favorita?
Pero quizá nunca mereció ser su hijo, lo último que le dijo aún lo atormenta. La mirada destrozada en sus ojos, los hombros ligeramente hundidos y el pequeño retroceso en sus pasos. Todo antes de recomponerse y ocultarlo suavemente bajo algo aún dolido, pero compasivo, casi… casi amoroso.
Lo odiaba. La odiaba.
Podía imaginar la secuencia de eventos perfectamente. Odín con la daga de su esposa, a punto de ser asestada en el pecho del bebé antes de que este cambiara de forma. Dudó.
Se preguntó brevemente donde estaba Odín ahora, pero debió haber retrocedido en cuanto notó a Urðr. Uno sabe que no se debe interferir con los asuntos de las Norns.
Solo Thor podría ser tan estúpido.
Frente a él había una cuna, hecha de hielo fino y casi traslucido que brillaría en un caleidoscopio de colores si la luz rebotara sobre su superficie, recubierta en su interior de pieles blancas esponjosas. Depositó suavemente el diminuto cuerpo frágil, tan frágil, acariciando su mejilla tibia con su mano antes de dejarla caer a un costado.
Apoyó pesadamente su cuerpo en los filos de la cuna.
“¿De verdad… tengo que hacerlo?”
“Tienes que, si nuestro trato has de aceptar. Esta es tu prueba.”
Soltó una risa corta y amarga.
“Como… como si no me hubieran estado probando toda mi vida.”
No recibió respuesta.
Esta solo era otra más de sus decisiones que se revertían para apuñalarlo por la espalda. Si este era el precio a pagar, podía hacerlo. No quería volver a vagar por los reinos. No quería tener que dormir con un ojo abierto, esperando que el suelo bajo sus pies desapareciera. No quería vivir con culpa y rencor.
Levantó la daga.
Su vista se tornó aún más borrosa.
Si lo mataba aquí y ahora, este pequeño nunca pisaría Asgard. Nunca practicaría su primer hechizo, fuegos artificiales explotando en sus pequeñas manos, la mirada de orgullo de su madre. Nunca corretearía por los pasillos del palacio, haciendo travesuras. Nunca conocería el calor del abrazo de su hermano, ni los raros elogios de Odín. Nunca sería humillado por usar seidr para luchar o preferir más determinadas armas. Nunca sería despreciado por su gente, sus supuestos amigos. Nunca tendría que demostrar su valía. Nunca tendría que caer, ni luchar por sobrevivir. Nunca tendría que ser destrozado para tener que volver a recoger los pedazos rotos de sí mismo. No conocería el dolor.
Y aun así…
Las lágrimas corrían calientes por su cara y se congelaban antes de caer al suelo.
El bebé soltó una risa burbujeante que lo paralizó y sus manos comenzaron a temblar. Esos ojos verdes lo miraban con algo terriblemente parecido a la confianza y él-
Él…
Al final nunca fue tan diferente a los monstruos de sus cuentos para dormir, asesinando y comiéndose niños vivos. Un monstruo oculto por otra piel.
No es como si mereciera la muerte menos por ello, pero evidentemente era algo más monstruoso que ellos si eso no era castigo suficiente.
Solo quería descansar.
“Lo siento, Loki.”
Y clavó la daga.
Notes:
Este capítulo contiene: violencia, sangre, muerte del personaje principal, muerte infantil.
Chapter 5
Notes:
Este capítulo contiene material sensible: descripciones de tortura, sangre, entre otros elementos. Proceda con cuidado si no tolera estos elementos.
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Chapter Text
Sus manos no estaban manchadas de sangre. Fue limpio y eficiente, tal como había sido entrenado para ser. Eso no lo hacía sentir mejor.
Quizá tener sangre en las manos sería mejor para tener algo que lavar, algo que lo ayudara a aliviar la bola opresiva en su pecho que amenazaba con explotar.
Sus manos estaban limpias, azules y blancas.
Cerró los ojos con fuerza, apretando sus puños.
Retrocedió un par de pasos, y se dio vuelta sin mirar atrás. Ahora definitivamente cojeaba.
Él… él debía marchare de ahí. Lo más lejos posible de ese cuerpo diminuto que ya no se movía.
Pero la imagen vivía en su mente.
Se encontró con Odín en la entrada, arrimado a una de las columnas.
“Hilador” Dijo.
Se tragó palabras amargas que amenazaban con salir como veneno de su boca. Se tragó preguntas a las que nunca obtuvo respuestas: ¿De verdad estabas orgulloso de mí?
“¿Me conoces?” escupió.
“Quizá tú no, pero yo sí. Eras al menos unos siglos mayor la última vez que te vi, ni te veías…. tan enfermo como te ves ahora.”
No pudo responder, lo miró fijamente, algo le arañaba la piel del estómago, luchando por salir.
Repasaría la información más tarde.
El hombre continuó, aparentemente sin necesitar una respuesta de todas formas.
“Dudé. Iba a hacerlo. Luego… cambió y solo pude ver a Thor y no pude hacerlo.”
Entonces algo cambió en sus ojos y se paró firme a su lado. Odín se inclinó, haciendo una reverencia leve.
“Gracias. Uno no debe dudar en el campo de batalla. Debí de…”
Lo que bullía en su interior explotó. Lo estrelló contra la columna, respirando con fuerza, su muñeca ardía protestando por el peso, pero eso no importaba.
“¡Cállate!” Lo apretujó más contra el hielo. “¡Cállate!”
Odín lo miro con los ojos muy abiertos, pero no intentó resistirse.
Norns.
No podía con esto.
Sintió una lágrima resbalar por su mejilla y tiró a Odín hacia el suelo con una fuerza que no creía poseer ahora mismo.
“Cállate…” Observó el suelo.
Sorbió por la nariz, el subir y bajar de su pecho agitado.
Tenía que salir de aquí.
Se dirigió a las escaleras y las bajó con un tortuoso paso lento.
Odín no lo siguió.
Al norte se encontraba el templo y al sur la batalla, así que eligió el oeste. Caminó con la mente nublada y con paso cada vez más lento.
Sentía sus extremidades palpitar por el esfuerzo, pero detenerse implicaba sentir todas esas sensaciones de golpe, y ya sabía cómo era eso. Durante su tiempo en el vacío, el espacio entre sesiones le provocaba un pánico aún mayor que las sesiones en sí. Allí, solo en su celda, en silencio, era consciente de cada herida de un modo que no lo era mientras lo desarmaban. El escozor de los cortes recientes se volvía insoportable y si es que habían decido jugar a abrirlo ese día, tendría que observar sus órganos seguir bombeado, manteniéndolo vivo, pero ahora fuera de su cuerpo, llenando el silencio con el goteo pegajoso de sus fluidos y sus gorgoteos sordos, su sangre asfixiándolo.
Uno de los tormentos más difíciles era la pérdida del sentido del tiempo. ¿Habían retomado las sesiones minutos, días u horas después? A veces, lo más aterrador era precisamente no saber cuándo volverían. A veces alucinaba que lo hacían y a veces que venían a rescatarlo.
Nunca vinieron.
Como siempre tuvo que luchar él solo arrastrándose con uñas y dientes para salir del agujero en el que se había visto arrastrado.
Nada nuevo allí, pero nunca se había dado cuenta hasta ese momento de cuanta esperanza todavía guardaba en su pecho. Qué iluso. Quizá su Thor, el que era un gran rey, un buen hombre y un aún mejor hermano lo hubiese ayudado, pero ese Thor no existía por aquellos tiempos y quizá nunca lo hiciera ahora.
Sus pies apenas lo arrastraban ahora y perdido en sus pensamientos tropezó con un bloque de hielo de alguno de los edificios derrumbados, directo una especie de pozo profundo. Intentó frenar la caída con sus brazos, pero finalmente el derecho cedió tras forzarlo antes con Odín, rompiéndose. Su cabeza impactó con fuerza contra algo y solo se sintió caer.
***
Soñó con un bosque colosal como había visto pocos, con los pinos más altos de entre todos los Nueve y sus copas llenas de nieve. Parecía extenderse por kilómetros y kilómetros a la redonda. Apenas avanzando un par de metros en su espesura la oscuridad era densa, las gruesas ramas impedían el paso de los rayos de sol. El aire olía a especias secas y tierra húmeda. Un silencio pesado envolvía todo, roto solo por el crujir de sus propios pasos sobre el suelo cubierto de escarcha.
No sabía exactamente donde se dirigía, solo que debía de seguir avanzando.
No había mucha fauna visible en su recorrido, pero los pocos que divisó eran de aspectos bastante blanquecinos, camuflándose muy bien con el entorno, así que debió pasar al resto de animales por alto por esa misma razón. La flora no era muy variada, pero acurrucadas entre algunos troncos se encontraban flores bastante coloridas y a las cuales no se atrevía a acercarse demasiado. Nadie puede ser tan colorido en un ambiente tan estéril sin ser al menos un poco venenoso.
Medio embelesado en una de las flores, un verde pálido inusual, tropezó con una de las gruesas raíces de uno de los árboles y rodó contra una pequeña quebrada. El impacto hizo sacudir con fuerza todo su cuerpo, haciéndolo ver estrellas. El blanco nubló su visión unos minutos y luego no pudo volver a levantarse.
***
Sus párpados se sentían pegajosos y con un peso de plomo. Arriba, muy arriba, apenas alcanzaba a distinguir la luz.
¿Había… caído de tan alto?
Cerró los ojos.
***
“Todavía no es hora de descansar, querido hilador nuestro.” Le acarició la mejilla una mano cálida contra el frío de su piel. “No esperábamos que tu cuerpo empezara a resentirse tan pronto, pero debes avanzar. No puedes emprender este viaje solo.”
Abrió los ojos con dificultad, atraído por esa calidez. Era Skuld, con su tez pálida y sus manos calientes. Sus ojos ámbar lo observaban con una mirada amable y una suave sonrisa apareció en su rostro. Acercó su rostro para darle un delicado beso en la frente. “Avanza” susurró antes de volverse ceniza arrastrada por el viento desapareciendo entre los árboles.
***
Su levantó de golpe, sudando, algo arañándole el pecho, pero al apoyarse sobre su brazo el dolor estalló desde donde el hueso se había separado hasta su columna vertebral. Gritó y mientras gritaba algo se agitó desde su estómago y vomitó nada más que bilis.
Respiraba con dificultad.
Se dejó caer, suavemente, tan suavemente como pudo, pero al contacto volvió a retorcerse en el suelo. Intentó llamar a su seidr, pero intentarlo le hizo arder las entrañas y volvió a gritar.
***
Él tenía patas, patas blancas, peludas y esponjosas y se sentía como si se estuviera muriendo.
***
Parpadeó con ojos lagañosos, algo de claridad inundando en su mente
No podía quedarse aquí si quería arreglar este desastre de alguna forma.
De ninguna forma.
Giró sobre su costado, sintiendo sus entrañas retorcerse y en la oscuridad pudo distinguir que el pozo continuaba en un canal. Estiró ambas manos, los colores bailando en su visión. Apretó los puños y se arrastró.
***
Despertó en un claro al que entraba la luz de luna, todavía estaban en el bosque, pues estaban rodeados de pinos. Se encontraba lleno de esas flores de colores brillantes y bonitos. A lo lejos distinguió una figura danzando en un vestido de verano, su largo cabello caoba ondeando con sus giros y vueltas y tarareando una melodía que reconoció levemente de alguna parte. Tras un último giro terminó su baile y lo miró fijamente. Se acercó hasta su quedar frente a él y sus ojos de gema brillaron de mil colores. Detrás de ella se encontraba una bestia dos veces su tamaño.
Era una criatura parecida a un tigre, blanco como el resto de cosas aquí y con rayas negras dispersas por su cuerpo. Tenía un par de alas de aspecto afilado en espalda y un par de cuernos parecidos a los de un carnero enroscados en su cabeza. Era hermosa, algo que a Odín y Thor les encantaría exhibir en sus banquetes. También se veía un poco enferma, lamiendo el cuerpo moribundo de un cachorro demasiado pequeño mientras otros dos mucho más grandes estaban acurrucados a su costado.
Verðandi tomó al cachorro moribundo y se lo ofreció con las manos extendidas. Lo tomó con los brazos débiles. Era del tamaño de un cachorro de tigre midgardiano, respirando de manera tan suave que era casi imperceptible.
***
Apretó los dientes, apenas había avanzado entre este lapso de consciencia y anterior. Sintió lágrimas picar en las esquinas de sus ojos.
Continuó.
***
Entonces él era pequeño tigre y le besaban la frente.
“Yo te regalo el don de la magia, pequeña, que el talento te desborde.” Dijo Verðandi.
“Yo te otorgo el don de poder cambiar tu forma. Que tu cuerpo no te limite.” Anunció Urðr
“Yo te brindo don de la esperanza, porque esa es una llama que nunca debería extinguirse.” Susurró Skuld.
Tras tres besos el trato se selló.
Entonces un hilo dorado avanzó desde una sus patas, extendiéndose hasta perderse en la distancia, pero sabiendo instintivamente que ahora estaba conectado a algo, alguien.
Luego se desmayó.
Notes:
Sinceramente no hice mucha revisión de este capítulo, así que si cometí alguna falta ortográfica o de sintaxis siéntete libre de decirme si algo está mal. O si algo no se entiende muy bien.
Chapter Text
Había una vez dos príncipes, uno como el sol y otro como la luna. El mayor, radiante y testarudo, soñaba con gloria y aventura. El menor, en cambio, era reservado, callado y se movía con la calma de las mareas. Siempre acababan viajando juntos, arrastrados por los sueños del primero.
Aquella vez en particular el príncipe menor había escuchado susurros en el palacio, conversaciones murmuradas entre pasillos desiertos: Una jovenzuela juró haber visto un dragón escondido entre las fauces del Reino vecino, una criatura descomunal que la miró con ojos penetrantes y desapareció como polvo en el aire.
El príncipe menor rodó los ojos ante la ridícula historia; era bien sabido que no se había avistado dragones en milenios. Resopló y se escondió entre libros toda la tarde. A pesar de ello, en la noche, sin distracciones a la mano, una pesadez se instaló en su pecho, algo respecto al asunto causándole malestar.
Al día siguiente se encargó entonces de que los murmullos desapareciesen. Acalló a las pocas sirvientas y guardias los cuales habían escuchado la historia y buscó a la joven la cual era el origen de la historia. Buscó y buscó, pero la muchacha se volvió humo. Decidió entonces que le contaría al rey al siguiente día su problema, siendo su incomodidad creciente.
Sin embargo, esa misma noche, alguien se coló en la habitación del príncipe mayor, arrullándolo en sus sueños con un cuento sobre dragones y al día siguiente, el príncipe mayor, emocionado, despertó a su hermano urgiéndolo para prepararse para viajar en su búsqueda. El príncipe menor protestó, pero terminó accediendo ante la insistencia de su hermano de ir solo si no lo acompañaba. Partieron de inmediato, pues era grande la impaciencia del mayor.
Al llegar el lugar era oscuro y estaba en ruinas, cubierto de una sustancia negra como la tinta, espesa, como si intentara comerse el color. Esto no parecía la guarida de un dragón, pero aun así avanzaron y una profunda niebla los envolvió. Para cuando se percató el príncipe menor ya había perdido a su hermano. Vagó y vagó, intentando encontrarlo, pero ni rastro de él. Su estómago se sentía como si piedras lo arrastraran hacia abajo, pero siguió buscando.
Solo cuando la noche cayó y el sol volvía a asomarse entre las montañas el príncipe menor divisó a lo lejos una torre cubierta de tinta y supo, de manera instintiva, que su hermano estaba allí. Intentó entrar, pero puertas y ventanas estaban bloqueadas por hilos como ríos de tinta negra, pero allí, en lo alto de la torre había una que estaba abierta. Se convirtió en un búho, un ave que volaba en silencio y entró.
Allí encontró a su hermano, quien le habló sobre la bruja de la torre, quien se había enamorado perdidamente de su persona y estaba dispuesta a mantenerlo ahí para siempre. Intentó escapar, pero el mayor siempre era detenido cada vez por una fuerza invisible que lo arrastraba de vuelta a la torre una y otra vez. Al ver que no podían hacer nada, le rogó al menor buscar ayuda.
El menor voló de vuelta al palacio y los reyes al enterarse emplearon todos sus recursos para recuperar a su hijo; escuadrones conformados por sus mejores guerreros, magos prestigiosos con magia antigua y poderosa, toda la riqueza que podría desear, pero nada funcionó.
A la séptima luna del encierro de su hermano decidió intentar algo él mismo. Voló hasta la torre y se paró en los escalones de la entrada, en lo más bajo.
“Bruja, sé que amas a mi hermano. Yo creo en la veracidad de tu amor, pero mis padres no lo hacen. He decidido interceder en tu nombre, entonces, para alegar por usted, pero se niegan a ceder. Sin embargo, he llegado con ellos a una especie de consenso: Si puedes probar que de verdad lo amas, entonces os dejaremos en vuestra felicidad por toda la eternidad, pero si no, lo dejarás en paz para siempre sin tomar retribuciones por este asunto. Si de verdad amas a mi hermano, aceptarás esta prueba, ¿verdad?”
El silencio le siguió a la declaración, pero tras un tenso momento de densa espera una figura envuelta de negro emergió de la torre, atravesando las paredes de la misma.
“¿Y qué prueba es esa, entonces, principito?”
El príncipe menor sonrió, amable.
“La magia de ilusión es mi especialidad, ya ves. Dejarás salir a mi hermano y entonces crearé mil ilusiones de él. Tendrás que distinguirlo de entre todas ellas, pero oh, eso no sería suficiente. Para probar tu amor no podrás usar tu magia, no podrás tocarlo, no podrás intentar que te hable ni mucho menos reaccione de alguna manera hacia ti.”
“¿Cómo sé que no intentarás escapar con él cuando lo libere?” gruñó la bruja.
El príncipe menor perdió su sonrisa y negó con la cabeza, apenado.
“No lo haría. Podríamos intentar escapar, pero nos pulverizarías en el acto, ¿no? No, mis intenciones son otras.” Suspiró y apartó la mirada. “Mi hermano es imprudente y siempre ha necesitado alguien que lo ayude a aterrizar y yo creo que realmente eres la indicada para él” La miró entonces a los ojos. “Todos creen que no lo lograrás, pero yo sé que esta prueba es demasiado fácil para ti, después de todo, el verdadero amor vence cualquier ilusión ¿no?”
La bruja pareció dudar un instante, pero entonces su expresión se volvió más confiada y se burló.
“Puedo distinguir a quien realmente amo de uno entre miles”
El príncipe menor sonrió.
Hicieron un juramento, entonces, uno que no podía romperse sin pagar caro.
Ella permitió salir al príncipe mayor y entonces mientras ella no veía el menor escondió al mayor y posicionó las ilusiones en filas una junto con otra, con espacio suficiente para pasar cómodamente entre cada una.
La bruja se volteó ante la señal del menor y entonces examinó una por una las ilusiones: olían igual, se veían iguales, respiraban igual, los pequeños tics eran iguales, pero tras horas mirando creyó ver algo diferente en uno de ellos: un sutil brillo en los ojos.
“Este” dijo la bruja.
El príncipe menor se acercó
“¿Segura?”
Ella frunció el ceño.
“Sí.”
El príncipe se sostuvo el codo con un brazo y miró al suelo, algo triste en su mirada, y entonces desparecieron en un parpadeo las mil ilusiones, dejando más adelante solo uno. Uno de los que ella ya había examinado antes.
“Imposible” Susurró.
Ella corrió hacia la figura restante y al tocarla era sólida.
“No…”
El príncipe mayor la miró con dolor en los ojos. “Yo…” Soltó con voz profunda.
La bruja cayó de rodillas, con la mirada clavada en sus manos, completamente perdida.
“Lo siento, yo creí…” comenzó a acercase el príncipe menor, pero entonces la bruja levantó la mirada, con ojos llenos de furia, la tierra comenzó a temblar y la torre a derrumbarse, bloque por bloque.
“¡Vete! ¡Tú y tu hermano váyanse y nunca vuelvan a estas tierras, o el destino que os aguarde será peor que cualquier cosa que podáis imaginar!”
El menor intentó avanzar hacia la bruja, pero el mayor lo agarró por las solapas cuando un bloque cayó demasiado cerca de su posición y echó a correr hasta salir de territorio de la bruja.
Esa noche se celebró un banquete por el regreso del príncipe mayor y se bebió y comió toda la noche. Los reyes felicitaron al príncipe menor y regañaron a ambos, pero todos estaban demasiado felices y contentos para arruinar el ambiente de aquella forma. El príncipe mayor relató una y otra vez como su hermano menor había engañado a la bruja con sus trucos.
Pero había un hecho que solo sabía el príncipe menor, uno del que la bruja mucho más tarde se percataría.
El príncipe mayor nunca había estado realmente entre las mil y una ilusiones.
El príncipe menor durmió esa noche con una sonrisa burlona en la cara.
Pero algo con lo que el príncipe menor nunca contó fue con que ese no fuera ni su primer ni último encuentro con la bruja.
Notes:
Nuevamente, si hay algún error de redacción o sintaxis siéntete libre de comentarlo. Si has llegado a descubrir el truco sabiendo que las ilusiones no son sólidas también te felicito.
Chapter 7
Notes:
Eh, lamento la demora de este capítulo. Ya lo tenía escrito como desde hace dos semanas, pero me gusta tener escrito el siguiente antes de publicarlo. Y ya tenía el capítulo 8, pero los acontecimientos se sentían demasiado apresurados. Así que volví a estructurar mi línea de tiempo mental y el capítulo 8 se convirtió en como el 10 u 11 y ahora mismo tengo un 60% del 8.
No suelo editar mucho los capítulos (o no los acabaría de editar nunca), así que si encuentras algún error avísame.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Gritó al despertar, su visión empañada, todo su cuerpo latiendo. Se sentía caliente, demasiado caliente, pero no dejaba de temblar. Estaba envuelto en algo suave, pero incluso ante ello su piel protestaba ante el tacto. Extendió su seidr como tantas otras veces y… su cuerpo convulsionó. Todo era de colores, como si cada vena hubiera sido reemplazada por un río de ácido brillante.
Escuchó voces a lo lejos, pero no supo nada más.
***
Nadaba en la negrura. Era como caminar entre nubes y había algo terriblemente apetecible en ello. No había preocupaciones y podía flotar en ese espacio y permitirse ser. “Estaba cómodo, y por primera vez en siglos, nada dolía. Podía perderse en esa ausencia de pensamiento, simplemente dejar de ser. Sería tan fácil quedarse allí para siempre.
Pero algo tiraba de su mano, apenas se percibía, pero la sensación estaba allí.
***
Sudaba y costaba tanto respirar. Sintió algo rozar su mano y arremetió, intentó arañar y patear antes de que pudieran atraparlo, pero le sujetaron los brazos e inmovilizaron sus piernas. Sabía que no debía gritar. No volvería a caer en la trampa. El Otro podía jugar con su mente, pero no lo doblegaría. Solo debía guardar su núcleo recelosamente, en algún lugar donde él no pudiera alcanzar.
Las manos no habían intentado golpearlo aún, forcejeando, pero eso era mala señal, mientras más espera hubiera más dolería. La ira era más predecible. Así que, a tientas, levantó la cabeza y mordió la piel que pudo alcanzar y no la soltó. Alguien gritó, pero no importaba. Dolería más después, pero si pudiera prolongar ese momento le darían más tiempo para esconder más profundamente su núcleo. Sintió el sabor del cobre en la boca y apretó más la mandíbula. Entonces golpearon con fuerza su cabeza.
***
Se dio cuenta de que la negrura no era realmente un espacio sin luz, simplemente no había estado observando realmente. Era oscuro, sí, pero resplandecía como la llama de una vela. Algo tiraba su mano y descubrió un hilo dorado atado a su mano extendiéndose hacia quién sabe dónde.
Era un extraño consuelo tenerlo ahí.
Lo enredó en sus manos y el hilo pareció resonar con una risa en su piel, algo innegablemente feliz allí. La sensación era como lluvia cayendo y las ondas que formaba al tocar la superficie de un charco.
Aun así, fue suficiente y ese cosquilleo, como un borboteo, produjo alegría en él también.
Soltó una risita.
***
Estaba atado. Las manos presionadas contra una superficie que cedía levemente bajo su peso. Ya no sentía tanto calor, sino frío. Tenía algo en su boca no le impedía respirar, pero sí cerrarla con fuerza. Luchó contra las ataduras, pero se cansó demasiado pronto. Se sintió como correr millas y aunque combatió, el letargo lo invadió de forma suave hasta que cerró los ojos.
***
El hilo estaba tenso.
Alguien lo jalaba y era como si retorcieran algo en su interior, pero más importante aún, el hilo lloriqueaba, sentía el eco del pavor en su piel.
Entonces el hilo pidió ayuda.
Abrió los ojos.
Buscó algo y unos ojos dorados le devolvieron la mirada.
Y la criatura volvió a soltar un gemido lastimero.
Extendió su seidr.
***
“¿Estás consciente?” preguntaron desde algún lugar a su derecha. Era una voz suave, gastada, con una cadencia claramente femenina.
Giró levemente la cabeza. A un par de metros, sentada frente a un escritorio hecho de hielo, había una jotnar anciana moliendo algo en un cuenco, sin mirarlo. Tenía el cabello blanco como cáscara de huevo y era incluso más baja que él, si su vista no lo engañaba. Nunca había visto un jotnar tan pequeño.
Su edad era difícil de determinar, como siempre solía ser cuando se hablaba de especies longevas como eran ellos. Mientras más viejo, más difícil era decir con precisión cuántos años había vivido alguien.
Vislumbró su mano izquierda, azul, amarrada a la cama con correas de cuero y al probar con la otra la encontró atada también. Ambas tenían esposas supresoras de magia y sus piernas contaban la misma historia. Volvió a girar el cuello intentando no moverse demasiado para evitar las punzadas agudas que sentía en todo el cuerpo.
Observó hacia el otro lado y todo estaba cubierto de estantes con plantas secas, especias y quien sabe qué más. Había un par de mesas de trabajo, calderos, frascos vacíos. Talismanes colgaban de las paredes de piedra, soportes para varias bolas de luz hechas de seidr y una escalera por ahí para alcanzar los lugares más altos.
Tras su inspección enderezó la cabeza y simplemente se quedó mirando el techo.
“¿No vas a responder?” dijo ella y soltó una risa fuerte. “Está bien, significa que estás lo suficientemente consciente como para no responder.”
La escuchó seguir moliendo, el repiqueteo del cuenco resonando sobre el escritorio.
“Te has metido en una grande, muchacho, matar al hijo de Laufey…”
A través de sus párpados vio ojos verdes, ojos verdes llenos de confianza.
Escuchó su silla arrastrarse y por el rabillo del ojo la vio moverse hacia uno de los estantes, tomando un frasco con polvo blanco antes de volver a su sitio y seguir revolviendo metódicamente, añadiendo cucharada y media a la mezcla.
Ella soltó una risa seca.
“Laufey no te ha matado aún por tu conexión con el Eldurhár.” Tomó una de las ramitas y la lanzó dentro de un caldero ardiendo con fuego verde en la esquina de su lado de la habitación. “Le importa muy poco que seas el hilador elegido por las Nornas.”
¿Laufey quería matarlo por matar a su bastardo?
Qué ridículo. Pero así eran los nobles. La muerte de un príncipe, indeseado o no, no podía quedar impune. Quizá era más una cuestión de orgullo para Laufey.
¿Y qué era el Elduhár?
La anciana se levantó y con pasos lentos y mesurados tomó un cucharón cuyo contenido vació en el cuenco y se acercó a pies de su cama, mirándolo ahora directamente a los ojos. Los de ella eran el típico rojo sangre de los Jotnar, ojos y esclerótica de casi el mismo color. Eran asquerosos.
¿Era él igual de asqueroso para ella?
“Bebe esto.” Le acercó una cuchara a la boca. Lo que sea que fuera tenía color café, era espeso y olía a huevos podridos.
Se negó a abrir la boca.
Ella suspiró. “Está bien, como quieras, no te rogaré comer. Laufey ordenó que te mantengan vivo, así que te advierto que los guardias no serán tan indulgentes.”
Miró la mezcla rancia y frunció el ceño.
“¿Qué es?” preguntó y su voz era ronca, como un graznido.
Hizo una mueca.
Ella observó el cuenco y levantó una ceja en su dirección. “¿Esto? Algo de raíz de barbuda, lágrima de Coriolis, cuerno de quizzh y una variedad de hierbas medicinales.”
Ante su expresión escéptica, soltó una carcajada.
“Sé que huele horrible, pero te estás pudriendo vivo, muchacho, es el tratamiento más efectivo que he podido encontrar”
Observó el cuenco por un largo momento antes de abrir la boca.
Ya lo habría matado mucho antes si realmente hubiera querido.
Ella sonrió mostrando los dientes. “Qué obediente.”
Le torció los ojos.
La cosa del cuenco sabía tan horrible como olía, pero no era lo peor que había probado en su vida. Las curanderas siempre hacían brebajes desagradables sin importarles su sabor. Siempre se decía que para ejercer el oficio tenías que perder el sentido del gusto, y hasta ahora no tenía pruebas que sugirieran lo contrario.
Comió una cucharada tras otra hasta que se sintió lleno.
Ella se alejó, ahora tomando un papiro para escribir y volviendo a su asiento. No pudo distinguir lo que escribía solo por el movimiento de sus manos.
Suspiró.
“Supongo…” tosió. “Supongo que… aunque lo pida amablemente, no me liberarán de estas ataduras, ¿verdad?”
Ella soltó otra de sus risas estruendosas.
“Supones bien, cariño.” Tomó la pluma y la sumergió en el tintero para seguir escribiendo. “Además, si te vuelve a subir la fiebre y comienzas a alucinar prefiero que no vuelvas a morder a nadie otra vez.”
Chasqueó la lengua, midiendo la fuerza de su mandíbula. Luego registró a la anciana, prestando especial atención a la piel a la vista, a sus brazos descubiertos. Llevaba una especie de camisón de mangas cortas blanco con adornos dorados que le llegaba creía hasta los pies. No encontró nada en la piel expuesta.
“No fue…” Tragó y las palabras eran difíciles de pronunciar con su garganta reseca “ a usted a quien mordí… ¿No?”
Ella giró, su mirada clavada en la de él.
“No, no fue a mí.” Confirmó, la diversión bailando en sus ojos. “Mordiste a uno de los guardias. Aquí” Señaló una zona cerca del interior del bíceps. “Pronto debería bajar para empezar su turno, por cierto.” Agitó la mano. “Al otro lo noqueaste y no debería volver en al menos otra semana, pero eso fue completamente su culpa. Zoquete.” Volteó el papiro y continuó su mensaje. “Debería saber mejor que alejar al Elduhár de ti”
Se mordió el interior de la mejilla y dudó, pero tras un momento de deliberación finalmente preguntó.
“¿Qué es el Elduhár?”
Esta vez ella soltó bufido y volvió a encararlo. “¿No sabes qué es?” Levantó una ceja. “Sin duda no eres de por aquí. Tenía mis dudas viendo tu aspecto, pero eso lo confirma.”
Entonces señaló su cama, cerca de sus pies. Levantando un poco la cabeza con esfuerzo lo vio. Allí, escondido entre un montón de pieles blancas había un tigre blanco acurrucado y claramente dormido, sin preocupaciones aparentes en el mundo. Por lo que alcanzaba a divisar tenía alas como de lechuza, pequeñas protuberancias en la frente que indicaban que pronto surgirían los comienzos de cuernos de ella y… ¿en una de sus patas traseras, una pata de caballo?
Recordó entonces con fuerza las… ¿visiones? Que tuvo cuando cayó al pozo y palideció.
Norns.
Entrecerró los ojos y repasó las lecciones de su madre, cuando lo sentaba con ella en el telar y le enseñaba con dedos pacientes a sentir los hilos: su textura, su color, su firmeza. A interpretar con los ojos cerrados qué forma tomaría al final, qué papel tenía cada hebra, en qué parte el diseño era intrincado y qué partes era simple. Nunca fue tan bueno como ella en el arte, pero sabía instintivamente ahora que si se concentraba vislumbraría… un hilo. Un hilo de un dorado resplandeciente que se extendía de la pata del cachorro hasta enrollarse en su mano.
En nombre de las Norns.
Tragó en seco, y la mano tembló levemente, arrugando las sábanas, se sentía como si el hilo en su mano ardiera.
Era… estaba mal, era... incorrecto. Como encontrar la tumba de un ser amado profanada, y ver a alguien danzando con su cadáver.
Volvió la mirada a la anciana y vio curiosidad ardiendo en su rostro, sutil, pero tan brillante como un faro si sabías donde mirar. Contrólate. Cuidó con rapidez su expresión, teniendo la precaución de que el cambio pareciese natural y preguntó en seguida la segunda cosa de su declaración que le llamó la atención.
“¿Estamos bajo tierra, entonces?”
Ella le lanzó una mirada venenosa y él solo sonrió en respuesta. Hizo el ademán de abrir la boca para responder, pero entonces tocaron la puerta.
Ella suspiró y le lanzó una última mirada ceñuda antes de levantarse a abrir la puerta. Al girar el pomo una figura dos veces más alta que cualquiera de los dos entró sin problema. El lugar tenía espacio suficiente para alguien tres veces su tamaño.
El recién mencionado estaba escasamente vestido. Una armadura estilo faulds metálica que cubría la cintura, las caderas y la parte superior de los muslos. Manilleras del mismo material en brazos y pies y hombreras que sostenían en una capa con un felpudo blanco en los bordes y lana del mismo color que le llegaba hasta los pies. Típico del ejército jotnar, excepto por la capa, pero tampoco demasiado inusual.
Lo realmente atípico era su cabello: plateado, pero sin llegar a verse canoso como el cabello de la anciana. Los jotnar vivían alrededor de siete mil años así que este debía tener unos dos mil quinientos, unos veintisiete para los midgardianos. Su altura era comparable a la de los jotnar del templo y quizá eso era más intrigante de ambos.
Enanos.
“Daga, muchacho” saludó ella, dirigiéndose a uno de los muchos estantes y empujando la escalera hacia uno de ellos.
El recién mencionado avanzó sin prisa, con pasos firmes, deteniéndose en un lugar aparentemente aleatorio, pero lejos de cualquier objeto frágil o que pudiera derrumbarse, teniendo en cuenta el lugar abarrotado como estaba.
“Señora Gaena” saludó.
Recorrió al joven jotnar con la mirada y ahí, un poco más arriba de la muñequera encontró la marca de un mordisco. Pequeño, pero visible, aunque por la lejanía no podía decir si fue reciente o no. Se distrajo un momento con el tigre a sus pies al sentirlo retorcerse antes de volver a observar a Gaena tomar un recipiente etiquetado de un estante y pasárselo al guardia.
“Sabes cómo usarlo ¿no?”
“Sí, señora Gaena” Asintió e hizo una reverencia. “Muchas gracias. Estaré de guardia hasta el amanecer, así que siéntase libre de pedirme lo que necesite en caso de que surja algo.”
Ella agitó la mano. “No te preocupes, me iré en un par de horas”
“Claro” Él sonrió “Antes de irme ¿Cómo está…?” y sus ojos rojos se dirigieron a su dirección, expandiéndose levemente al verlo “Está despierto” Mantuvo las manos a sus costados, pero su sonrisa se volvió más clara y miró brevemente a Gaena.
“Es coherente” Afirmó y él entonces se acercó con pasos mesurados hasta detenerse a un par de pasos de su cama.
El contenido del frasco era rosa y la herida parecía tener unas tres semanas de antigüedad.
“Hola ¿Cómo estás?” dijo él, su lenguaje corporal abierto.
No respondió.
Daga lo observó un momento, sus ojos rojos leyendo su rostro con apenas vacilación en la misma expresión tonta de antes.
“No eres el tipo más hablador ¿no?”
Escuchó un bufido.
“Parece más del tipo del que deberías tener cuidado cuando hable.”
Se giró levemente para observar a Gaena y volvió a mirarlo a los ojos, su sonrisa más serena y pareció contemplarlo brevemente, luego al tigre a los pies de su cama.
“Lo tomaré en cuenta.”
Retrocedió entonces y se dirigió a la puerta. Antes de salir por la puerta volvió a asomarse brevemente.
“Adiós a ambos” medio gritó y se fue.
La anciana suspiró y se acercó cerca de la cama con los brazos cruzados. Lo miró directo a los ojos.
“Veo lo que intentas hacer. No te recomiendo intentar escapar, estás en muy mal estado y no llegarás muy lejos.”
Nuevamente no respondió.
Ella volvió a suspirar y regresó a su mesa de trabajo.
No volvieron a hablar.
Intentó mantenerse despierto, pero el ruido de ella mezclando y moliendo y el calor del pequeño cuerpo a sus pies lo arrullaron en un sueño sin sueños.
Notes:
Me prometí a mi misma que incluiría la mayor cantidad de reinos posibles porque... vamos, tienes todos estos 9 reinos y no los exploran. Por esa misma razón habrá una cantidad considerable de OCs que veremos a lo largo de la historia, exceptuando para Midgard y Asgard.
Chapter Text
Algo se arrastraba dentro de su pecho, como calor atrapado. Y entonces, entre las olas de su mente... voces.
Voces resonaban como un eco cada vez más lúcido.
“¡Así no! Concéntrate en el flujo, mira.... cuando la mezcla haya crecido hasta su punto más alto… exactamente treinta y cinco miligramos” exclamó una voz un poco carrasposa… ¿Gaena?
Intentó abrir los ojos, pero pesaban y se sentían pegados con goma.
“¡Pero… un segundo en su punto más alto!” Esta era una voz más juvenil… familiar.
La primera voz soltó una risa estruendosa.
“Por eso no… el ojo de encima.”
“¡No lo hago! Hierve… se vuelve a desinflar”
Intentó moverse, pero no sentía su cuerpo, solo percibía el peso de un pequeño cuerpo cálido en su pecho. Las voces se arrastraban dentro de su cráneo, como si le hablaran desde el otro lado del agua.
“Empiezo… que no tienes talento para esto” dijo la primera voz.
La otra persona soltó un jadeo.
“¡No es cierto… soy el mejor… hago!”
Los ruidos comenzaban a difuminarse.
Siguieron discutiendo, pero ya no podía distinguir las palabras.
Él necesitaba…
La inconciencia lo arrastró rápidamente.
***
Volvió a subir la fiebre. Se sentía como un geiser, expulsaba vapor caliente y era casi como si su sangre ardiese. Su visión estaba empañada y apenas distinguía forma alguna.
Él… ¿dónde estaba? Distinguió piedra, pero nada más. Recordó vagamente… La última vez que durmió en una cueva fue en Alfheim, cuando todo Midgard había ya colapsado junto con Vanaheim. Su grupo variopinto no había hecho más que aumentar en número. Primero asgardianos, luego midgardianos y ahora vanir (junto con unos pocos de otras razas). Thor simplemente no podía decir que no a quienes se habían quedado sin hogar por los Devoradores y cada vez eran más los supervivientes a su cargo.
Aquella vez su campamento había sido consumido hasta la nada por los Devoradores y aunque pudieron salvar gran parte de sus bienes necesitaban un lugar para dormir. Obviamente la tarea recayó en él, aunque no fue el único y Valkyrie junto al Doctor Banner fueron enviados también, además de un par de guerreros. Thor se quedaría lidiando con los que lloraban a los perdidos (Había estado haciendo demasiado últimamente, mejor darle un descanso) y otro grupo iría a buscar provisiones.
El Doctor (quien apenas había envejecido unos quince años en casi dos siglos) le dijo que buscarían en los alrededores un lugar para poner las pocas carpas restantes (que no eran suficientes de ninguna forma). Entonces él se teletransportó a las ciudades más cercanas.
Los elfos fueron hostiles, aunque no fue tan sorprendente. Si bien eran una raza de sangre ligera no tenían ninguna razón para ayudar a los asgardianos. Lamentaron a los midgardianos y vanir en el grupo, pero no cambiaron de opinión.
Un príncipe rogando. Qué imagen más divertida.
Consideró brevemente negociar con información sobre los caminos entre reinos o con parte de la comida que tenían, pero no valía lo suficiente la pena. La comida era moneda de oro y los caminos eran inestables en el mejor de los casos con el universo colapsando como estaba, y si bien hubiera sido satisfactorio vender esa información poco fiable, a largo plazo no les beneficiaría en nada..
Comenzó a llover en algún momento del camino.
Si bien ya comenzaban a haber casas abandonadas en los pueblos todavía había los suficientes habitantes como para no ser consideradas una opción a menos que quisieran entrar en conflicto. Al menos logró conseguir algo de comida a cambio de algunas cosas intrascendentes.
Se rindió a la quinta ciudad.
Estaba empapado para entonces y era triste que se necesitasen más sus talentos como mago en el fin del mundo, pero no tenía seidr para desperdiciar en algo tan vano como secarse.
El cansancio le arrastraba los huesos.
Cuando decidió volver las estrellas ya comenzaban a tocar el cielo para entonces. Thor lo esperaba con una sonrisa.
Su sonrisa se borró al verlo.
Sintió que sus pasos vacilaron apenas y le dijo al otro que estaba bien, pero la mirada dubitativa de Thor lo acompañó en todo momento. Le contó las malas noticias mientras se dirigían a la cueva que encontraron el Doctor Banner y Valkyrie y al llegar se habían instalado unas cuantas carpas fuera y el resto descansaba dentro.
Thor lo obligó a secarse.
Sus ojos pesaban, pero repartieron la comida; un estofado algo insípido, pero aún agradable y en cuanto lo acabó se acostó en su lugar designado, mirando un techo de piedra.
Thor se acostó cerca suyo al cabo de un rato y el letargo lo invadió. Al abrir los ojos de nuevo ardía en fiebre y Thor acariciaba su frente con gentileza.
Alguien tocaba su frente ahora mismo y si se permitía fingir, esas manos arrugadas eran las manos callosas de su hermano.
Cerró los ojos
***
No sabía si despertaba por primera vez o por centésima. El tiempo se sentía como una broma pesada, extendido como alquitrán en su cabeza.
Cuando abrió los ojos todo estaba a oscuras. Intentó levantarse, olvidándose de sus ataduras, pero el mundo giró. Sus manos temblaban levemente y en sus ojos nadaban figuras de colores y los volvió a cerrar. Se permitió un momento para volver a llenar de aire y volvió a abrirlos.
El silencio lo golpeó como una piedra en el pecho. La consciencia se sintió como un castigo, un castigo que implicaba sentir, pensar.
Incluso respirar dolía.
Por un segundo, deseó no haber despertado.
Tras unos momentos de quietud pudo distinguir mejor las formas en penumbra. Un vistazo breve a la habitación reveló que la anciana no estaba allí. Levantó levemente la cabeza y allí estaba a sus pies dormido el tigre, esta vez al lado contrario de la cama. Parecía que había crecido un poco. El cuarto estaba muy levemente iluminado por luces tenues que entraban desde las rendijas de la puerta.
Agudizó los oídos y pudo escuchar risas y una conversación animada al otro lado de la puerta. Las voces estaban bastante ahogadas, pero estaba seguro de reconocer al menos una de las voces. Las repasó en su cabeza y llegó a una conclusión. Daga, entonces, el guardia que entró la última vez que estuvo despierto y alguien más, otro guardia probablemente.
Bien.
Cerró los ojos y evaluó mentalmente su estado. Apretó y aflojó las manos, movió suavemente el cuerpo, respiró hondo. Tenía una fiebre ligera, pero manejable.
Cada movimiento parecía despertar nuevos incendios bajo su piel. Una punzada le cruzó la espalda. El mareo amenazó con tragárselo entero.
No. Todavía no. No ahora.
En general se sentía como en aquellas ocasiones en las que Thor se despertaba particularmente sanguinario y decidía desquitarse con todos en el entrenamiento. No ocurría a menudo y al menos él salía bien librado la mayoría de las veces. No podía decir lo mismo de Los Idiotas Tres (Y aun así estarían felices de ser derrotados por un guerrero tan fuerte y por una batalla estimulante.). A pesar de ello quedaría postrado en cama durante los siguientes tres días y con malestares persistentes por las próximas semanas.
Sin embargo, su tolerancia al dolor había aumentado exponencialmente en los últimos siglos y eso significaba que en su estado actual su joven yo hubiera pasado meses bajo la estricta supervisión de Eir en las salas de curación, quizá incluso más tiempo.
Estaba en mucho mejor estado de lo que se encontraba la última vez que despertó, así que debió entrar en coma nuevamente al menos un par de semanas, meses en el peor de los casos. Seguía atado y las esposas en sus manos eran ligeras, de grado médico, probablemente. Se usaban en pacientes solo dejando pasar el seidr suficiente para ayudar a la recuperación.
Gran error.
Odín nunca cometió el error de dejarle utilizar sus talentos cuando lo encarceló. Las celdas asgardianas absorbían todo hechizo que les lanzases y los usaban para alimentar y suplir de energía el lugar. Impedían la acumulación de seidr además de cualquier cambio de forma. La suya en particular tenía la encantadora propiedad de solo permitirle un par de hechizos benignos, parecía diseñada especialmente para él, como si Odín hubiera estado esperando para encerrarlo en algún momento de su vida.
La anciana fue precavida, pero nunca se dió cuenta de que además de un mago también era un cambiaformas.
Había algo más peligroso que el dolor: volver a cerrar los ojos y no saber cuándo despertaría otra vez.
Tenía que escapar de aquí.
No esperarían a que esté completamente curado antes de llevarlo con Laufey, esa simplemente no es la forma de tratar con rehenes. Los lastimas para que no puedan respirar sin sufrir, nunca los dejas al borde de la muerte, pero si lo suficientemente lúcidos como para responder. Hasta que no te sirvan. Y quien sabe en cuanto tiempo más volvería a despertar.
Basado en lo que dijo la anciana… dudaba que Laufey lo matase, pero prefería no quedarse a comprobar si era cierto.
¿Escapar ahora? Era estúpido.
¿Escapar luego? Peor.
No había opción correcta, solo una ligeramente mejor.
Bien, necesitaba concentrarse.
En primer lugar, no necesitaba seidr para transformarse, eso era para los morfistas. Él había nacido como uno y solo necesitaba un impulso. Segundo, para cambiar de forma uno requería de la mentalidad adecuada y asegurarte de no ir demasiado lejos para no perderte a ti mismo.
Solo necesitaba un animal pequeño, no un herbívoro, no se sentía con ganas de pensar como una presa.
Dejó que su respiración se volviera más ligera, más rápida. Cerró los ojos y pensó en lo pequeño, lo ágil, lo imperceptible. El deseo de libertad palpitaba en su pecho, pero no podía permitir que el deseo se impusiera.
Una sacudida recorrió su cuerpo. El aire olía diferente ahora. Más denso, más cargado. Más... interesante. El tigre al pie de la cama era ahora una sombra inmensa que exhalaba calor y peligro. Pero no importaba.
Él era rápido. Curioso. Escurridizo
Un hurón.
El mundo era un mapa de olores. El metal de las esposas ahora fuera de sus manos, el denso olor a hierbas y pomada, la madera vieja del escritorio. Todo tenía una historia. Quería correr, en olfatear y explorar. El mundo era un laberinto delicioso y él era la sombra que se deslizaba entre sus muros. Reprimió estos impulsos.
Sus patas se tambalearon peligrosamente y su visión casi se oscureció por un momento, pero se recuperó de forma rápido y bajó de la cama con un salto ágil que le hizo estremecer.
El… estaba herido. Debía buscar un lugar seguro, una madriguera…
Negó con la cabeza, contrólate.
Dejó fluir el cambio nuevamente.
Ignoró sus manos azules y cojeó por la habitación, buscando. Su cuerpo cooperaba solo a medias. Cada movimiento era como arrastrar piedras bajo la piel. Sabía lo que tenía que hacer, pero durante un instante eterno solo se permitió estar allí, tendido, tratando de recordar cómo se era alguien
Escaneó el lugar en la oscuridad y… allí. Su armadura estaba en una canasta, algo desgastada pero sorprendentemente en buen estado. Se oiría demasiado si se la ponía. ¿Debía dejarla allí? No creía tener suficiente seidr para guardarla en su dimensión de bolsillo, además que las últimas veces que usó su seidr dolió demasiado. En otra canasta al lado había esos camisones de detalles dorados que Gaena usaba la última vez y unos pantalones tipo licra ajustados negros con una especie de taparrabo gris encima y adornos dorados.
Eso funcionaría.
Se quitó la horrenda bata de tono ceniza que llevaba y solo se puso los pantalones. Le apretaban. Intentó caminar un poco más allá hacia uno de los estantes para inspeccionar las medicinas, pero un tirón en su brazo lo interrumpió.
El pánico le subió a la garganta antes de regresar la vista y vislumbrar brevemente el hilo dorado en su mano tenso estirado hacia la criatura en la cama antes de desaparecer de nuevo.
Maldición.
Afuera las voces se iban apagando.
Cojeó al escritorio de la anciana cerca de su cama y tomó una pomada, un poco de cecina seca y un par de vendas. Observó un cuenco y lo tomó con manos ligeramente temblorosas. Olía dulce. Lo dejó y guardó las cosas dentro del pantalón y se dirigió a la cama
El tigre en la cama seguía durmiendo.
Respiró hondo.
No lo dejaría atrás. No podía.
Si compartían el vínculo que creía que compartían debía llevarse a la criatura. Lo mataría, literalmente.
Escapar solo ya era suficientemente difícil.
Bien.
Necesitaba… necesitaba usar su seidr.
Tragando la amargura en su boca convocó su seidr desde la boca de su estómago y…
Dolía tanto tanto tantotantotanto.
Ardía. Ardía como ácido royéndolo desde dentro. Se mordió la lengua para no gritar. Tras unos segundos combatiendo contra la sensación lo guió hasta su mano. Abrió un ojo brevemente que no se dio cuenta que había cerrado y… su seidr antes de un color esmeralda ahora era como agua mohosa de un verde desagradable a la que le había caído tinta, ensuciando sus bordes.
Vomitó.
Respiró agitado y le pareció demasiado fuerte a sus oídos.
Afuera una carcajada particularmente estruendosa se oyó.
Se permitió unos instantes antes de volver a intentarlo, esta vez sentado con las rodillas en el suelo y las manos apoyadas en la cama. No volvió a abrir los ojos. Se tragó las náuseas y volvió a llamar a su seidr, lo llevó a la punta de sus dedos y rozó el pelaje…
Su visión se volvió negra.
…
Cuando abrió los ojos frente a él había una pequeña piedra de oro y afuera todavía había el ruido suave de voces.
No se desmayó más que unos minutos, entonces.
Debía darse prisa, el hechizo no duraría tanto tiempo.
Con soltura se desprendió de su piel y se volvió algo pequeño, muy pequeño. Hacía más frío y su cuerpo se aplastó, se adaptó, se volvió escamas y garras minúsculas.
La lógica se disolvió. El pensamiento se aletargó.
Una lagartija.
Tomó la piedra en su boca y bajó nuevamente de la cama. Pasó la rendija con facilidad y trepó por las paredes dejando atrás dos pares de pies gigantes.
Buscaba un lugar caliente…
Escuchó una voz;
“¡Oh! Mira, una lagartija ¿De dónde salió?”
No era una voz que reconociera.
“Eso… es raro. No se ven lagartijas con este frío. Probablemente se aproxima un verano demasiado caliente ahora que no tenemos el Cofre.”
Ese era Daga. Ignoró lo que decían y continuó arrastrándose por la pared del pasillo. Se debatió brevemente entre la izquierda y la derecha, pero sintió una corriente de viento muy leve golpear sus escamas. Izquierda, entonces.
Se dejó llevar por la sensación de solo caminar. Solo buscaba calor, y sería tan fácil acurrucarse junto a una de las tantas antorchas ancladas a la pared, pero también buscaba refugio. Eso implicaba avanzar.
Dio unos cuantos giros y vueltas que no contó. Había otras habitaciones, pero su nariz parecía como tapada con algodón y apenas percibía nada. En un momento pies gigantes hicieron retumbar el suelo cerca suyo antes de desaparecer.
No tenía tantas preocupaciones, solo continuar.
Pero entonces la cosa en su boca comenzó a vibrar.
¿Por qué vibraba?
Sabía que era importante, pero…
¿Era comida? No. No. No lo era.
Era…
Oh.
Volvió a traer a la superficie todo lo que era él y se dejó arrastrar por la sensación. Como una cobija pesada cubriendo todo su cuerpo. Regresar fue como estrellarse contra sí mismo. De pronto tenía demasiados huesos, demasiadas extremidades, y el corazón le latía en sitios que ya no recordaba tener. En un parpadeo era él nuevamente; Respiraba pesadamente apoyando sus manos y rodillas al suelo.
Su piel era de ese horrible color azul con patrones extraños, claramente distinto al de otros jotnar. Nunca se había detenido a examinar las intrincadas líneas antes, ni en su tiempo en el Vacío ni antes, con Gaena, pero claramente habían cambiado desde la última vez que las vio hace ya tanto tiempo en ese enfrentamiento en las bóvedas de Odín.
Recordó leer entre los libros de la biblioteca personal de Odín cuando lo suplantaba como rey que los patrones eran líneas de herencia. Entonces… ¿cambiaron al renunciar a su nombre?
Negó con la cabeza
No importaba.
Lo analizaría luego, junto con tantas otras cosas.
Agarraba con fuerza una piedrita en una de sus palmas y con cuidado abrió la mano. La piedrita estalló antes de sentir suave pelaje.
Oyó pasos en el pasillo contiguo.
Se levantó lo más rápido que pudo abrazando al tigre. El lugar estaba construido de piedra, con columnas cada cinco metros de las que colgaban antorchas. Se escondió detrás de una de ellas acallando su agitada respiración, apretando a la criatura en sus brazos.
Se acercaban.
Cerró los ojos y rezó.
Cuando los escuchó más cerca volvió a abrirlos y entonces se fijó en la criatura en sus brazos. La sostenía por los codos de una forma que no debía ser muy cómoda para un felino y sus alas le dificultaban ligeramente también la tarea, pero eso no era muy importante. La espalda de la criatura rozaba su estómago y su cabeza se había levantado estirando su cuello hacia atrás para observarlo.
Ojos amarillos.
El hilo en su mano ardió y entonces…
Alegría.
Curiosidad.
Alegría.
Emociones que no eran suyas resonaron en él.
Soltó un suave jadeo.
Los pasos se detuvieron.
Norns.
Se apretujó más contra la columna y permaneció rígido como una estatua.
No podía volver a ser atrapado, lo restringirían con mayor rigidez. Odiaba las esposas supresoras, odiaba estar atado y odiaba ser prisionero.
Un segundo, dos… los pasos continuaron.
Esperó hasta que no los oyó más y soltó a la criatura, que cayó de pie, aunque ligeramente tambaleante y giró sus pequeñas patas para mirarlo.
Ojos amarillos.
Preocupación.
Alegría.
Curiosidad.
Él sintió asco.
Era como… le recordaba demasiado a…
Su pecho subía y bajaba rápido, demasiado rápido.
“¡Detente!” gritó.
La conexión se cortó y la criatura retrocedió. Un segundo después se percató de la cantidad de ruido que había realizado y se agachó tomando al tigre en brazos nuevamente y avanzó tambaleante lo más rápido que pudo, lo cual era equivalente a un trote suave. El tigre comenzó a retorcerse, lo que no ayudaba con su frágil agarre, así que lo acalló rápidamente.
“¡Quédate quieto!” susurró fuerte.
Se perdieron entre pasillos y se alegró de haberse marchado de manera veloz cuando volvió a escuchar distantes pasos corriendo en la zona que había dejado de atrás.
La criatura dejó de forcejear.
No sabía dónde estaban. Le daba la impresión de una biblioteca, pero era demasiado laberíntico para ello. Un almacén, tal vez, tenía vigilancia, pero no excesiva y el diseño se explicaba dado que guardar lo esencial lejos del enemigo en la guerra es imperante. ¿Pero quién pone la sala de una curandera en medio de ello? Podría tener sentido, pero no le convencía del todo su propia explicación.
La corriente de aire era difícil de seguir con la disposición tan particular del lugar y más de una vez se tuvo que detener a tomar aire o a reorientarse.
El tigre permanecía inquietantemente quieto.
Lo ignoró.
Se le detuvo la sangre un momento cuando chocó contra algo en un giro en particular que resultó ser una carreta abandonada en el pasillo, y otras dos veces más cuando dos guardias pasaron peligrosamente cerca suyo hasta finalmente llegar a un pasillo particularmente iluminado.
Había llegado al exterior.
Una chispa se encendió en su interior.
Avanzó con cuidado a la entrada… ¿sin vigilancia? Que llevaba a…
Norns.
La vista que lo recibió lo asombró y heló hasta los huesos.
Una metrópolis cuatro u cinco veces más grande que la capital de Asgard. Casas y edificios enormes de una arquitectura delicada envueltos en el bullicio de una ciudad en movimiento, alcanzó a vislumbrar una serie de tiendas y negocios y en el centro de toda una estructura gigante cilíndrica de intrincados detalles que iba desde el suelo hasta el techo. Todo el lugar parecía estar envuelto como en una cúpula gigante cuya piedra en el techo dejaba pasar la luz y creaba un patrón de una estrella que le recordaba mucho a las ventanas de las iglesias midgardianas.
Respiró hondo.
Seguían bajo tierra.
Notes:
Todo lo que quiero es que Loki reciba un abrazo de Thor, pero yo me hice esto a mi misma :c
Avisadme de cualquier error, el ritmo de este capítulo se sentía raro mientras editaba pero no encontré como solucionarlo. Probablemente por eso mismo edite los capítulos cuando acabe todo el arco aquí en Jotunheim.
Chapter 9
Notes:
Entonces... este capítulo tardó mucho porque entré ya a clases de la U y DIOS, tengo que hacer un proyecto horrible de un robot camilla y... en fin, lloraré. Quizá los capítulos tarden un poco por esa misma razón. También tuve que resetear mi compu para instalar otro sistema operativo para unas redes neuronales y accidentalmente eliminé el word con los capítulos antes de la copia de seguridad y pues se perdieron algunos capítulos (que bueno, eran caps muuuuy adelantados, y por suerte cortos, pero aún así :c)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Intentar esconderse en un lugar diseñado para seres del cuádruple de su altura era, obviamente, complicado.
La ciudad tenía un diseño minimalista, como todo lo que había visto afuera, solo que, en lugar de casas hechas de bloques de hielo, estas estaban hechas de piedra. Hasta los elfos oscuros, a menudo tachados de lo mismo, tenían arquitectura más compleja. Prismas tallados, arcos suspendidos, portales como espirales.
Aquí no.
Aquí todo era simple. Limpio. Pulcro.
Demasiado pulcro.
La ciudad no era muy colorida.
Era circular, rodeada por un mercado que se extendía a lo largo del perímetro como una serpiente de tiendas, mantas y estructuras improvisadas. Era un mercado común, con todo tipo de productos: tejidos, herramientas, baratijas, medicinas. Mucho menos alimento del esperado, casi ninguna arma.
La razón era obvia.
No había tiempo para pensar en ello.
***
Al principio, ocultarse fue fácil. El movimiento del mercado proporcionaba cobertura. Manteles largos. Cajas. Sombras.
Pero la primera vez que escuchó el retumbar de pasos pesados en el suelo - rítmicos, duros- se congeló. No había pasado aún el suficiente tiempo.
Guardias.
Ya lo estaban buscando.
Se deslizó en el espacio entre dos puestos, con el tigre entre sus brazos, tratando de no llamar la atención. Solo cuando los pasos se perdieron en algún lugar del mercado volvió a avanzar.
Por allí no, entonces.
Giró hacia unas callejuelas. Cada zancada le dolía. Cada esquina que giraba lo obligaba a contener el aliento.
Una voz lejana gritó algo. Otra respondió. Luego silencio. Luego más pasos.
Sus piernas ardían.
Dio vueltas, bordeó el mercado, se perdió entre callejuelas y… volvió al mercado. Lo intentó de nuevo y avanzó un poco entre negocios antes de que el espacio se distorsionara, las calles se alargaran y terminara en… el mercado. Más gritos a lo lejos. Intentó buscar la abertura por la que había salido antes, pero no la encontró, parecía nunca haber habido nada más que piedra allí. Cada vez más pasos pululaban, se acercaban más a su posición.
Volvió a intentarlo.
Y cuando dobló una esquina creyendo por fin haber encontrado un nuevo camino, estaba de regreso en el mismo sitio.
El mismo puesto de hierbas secas.
El mismo tapiz violeta colgando.
El mercado. Otra vez.
***
Tras eso no tardó mucho en darse cuenta.
La ciudad estaba encantada
***
El tigre pesaba en sus brazos y tras sentirlo retorcerse con incomodidad demasiadas veces decidió bajarlo al piso. Le susurró que lo siguiera. El animal obedeció, pero iba cabizbajo. Parecía resentido, ni siquiera lo miraba.
No había tiempo para ello.
Caminó un par de cuadras hasta que se detuvo en una que le daba la vista perfecta.
Allí estaba: El centro estaba dominado por una estructura imponente: un cilindro de hielo que se alzaba hasta tocar casi el techo de piedra translúcida. De su cuerpo se extendían ramas talladas como raíces al revés, que se estiraban hacia arriba sin tocar el cristal del techo.
Parecía un árbol congelado.
Parecía importante.
Parecía… una salida.
Tenía que ser una salida.
Solo debía llegar.
***
Intentó encontrar evidencias del hechizo que parecían haber puesto en la ciudad.
Lo único que encontró fue runas de calor dentro de un sistema de canaletas. Estaban talladas a lo largo del suelo, líneas de piedra por donde pasaban corrientes frías o cálidas, según el sistema. El aire era demasiado denso, demasiado cargado. Imposible moverse por allí sin asfixiarse.
Aun así, intentó seguirlas.
Calle tras calle. Rincón tras rincón. Se metió entre viviendas, talleres, patios interiores. Se detuvo en seco cuando casi choca con un jotnar cuatro veces su tamaño al girar en una calle y el otro simplemente… se disculpó, haciendo una leve reverencia y sin parecer notar al tigre y avanzó por su propio camino.
Permaneció parado por unos segundos allí sin querer tentar a la suerte.
Volvió al mercado.
***
En una de esas vueltas, casi lo atrapan.
Un grupo de guardias —cuatro, tal vez cinco— pasó al lado del puesto donde él se había agazapado. Las armaduras brillaban bajo la luz. Las armas a la espalda, enormes. Uno se detuvo. Buscó algo con los ojos. Giró la cabeza en su dirección.
Él contuvo la respiración.
El tigre se acercó a su costado y reprimió el impulso de alejarlo.
El jotnar se quedó inmóvil unos segundos, como si estuviera escuchando algo más allá del mercado. Luego siguió caminando.
***
El calor era irreal. Las calles parecían estirarse como caucho. Los pasos de los guardias resonaban en su cabeza, incluso cuando no estaban por los alrededores.
¿Estaban cerca?
¿Lo estaban siguiendo?
Juró ver a un niño entre los puestos, mirándolo.
Un parpadeo después, ya no estaba.
No sabía si eso había sido real.
***
Se arrastró hasta quedar bajo un puesto cubierto por un mantel oscuro. Se sentó un momento. Después, ya no pudo volver a levantarse. El aire le quemaba los pulmones. Temblaba y sentía la fiebre escalando de nuevo por su columna.
Eventualmente ya no pudo sostenerse más y acabó medio acurrucado en el suelo frío.
Y ahora ojos dorados lo miraban.
Sentimientos que no eran suyos.
Tristeza…
Preocupación…
Las emociones eran igual de horribles que antes, pero lo envolvían como un río lento y cálido. No podía resistirse.
El tigre se acurrucó a su lado.
Era cálido.
No era El Otro. Lo sabía. Pero su calor quemaba igual.
Intentó apartarlo, pero ni siquiera su mano respondía.
Sus ojos se cerraban.
Él… no podía dormir.
Tenía que seguir.
Tenía que levantarse.
Solo… un poco más.
***
Su madre cantaba una canción de cuna.
Ella estaba sentada en una silla junto a la ventana, la luz del sol entraba como rayos que le acariciaban las mejillas. Era joven y recuerda encontrarse recostado con las rodillas tocando el suelo y los brazos cruzados sobre su regazo, ocultando su cabeza entre ellos.
Era cálido.
Su olor era tan agradable. Olía a Sasalaceas, o mejor conocidas como Niñas del sol, que solo había visto crecer en el jardín de su madre.
Ella acariciaba su cabeza, jugueteando con un mechón rebelde.
Nunca había dormido tan en paz.
***
Y de pronto, no podía respirar.
Arañó su garganta.
Sus uñas —garras— se hundieron en su piel.
Nada.
El aire no llegaba a sus pulmones.
Intentó conjurar un hechizo, uno sencillo.
Nada.
Estaba muriendo.
Otra vez.
Su pecho subía y bajaba sin resultado.
Algo… algo estaba encima suyo.
Entonces, una tenue luz dorada.
Fría.
Como un bálsamo.
Un tenue brillo dorado se extendió y sintió seidr ajeno pinchándolo. Como un niño demasiado pequeño aprendiendo a acariciar con delicadeza a un ratón y terminando siendo demasiado rudo de todas formas.
Levantó levemente la cabeza y el tigre estaba sobre él. Tenía tres estrellas doradas en la frente, siendo la central la más grande, que desaparecieron reabsorbiéndose a sí mismas en un parpadeo.
Norns.
Volvió a recostarse y dejó caer sus manos tomando un largo respiro. Ni siquiera sintió los pinchazos en su piel.
Miró sus manos.
Azules.
Con garras.
¿Los jotnar siquiera tenían garras? Antes no estaban allí.
Eran horribles.
Volvió a cerrar los ojos.
***
“¿Por qué buscamos en la ciudad?” Preguntó una voz profunda, pero exclamando de forma aguda que lo sacó abruptamente de su sueño. Hablaban en voz baja, pero podía escucharlos, estaban cerca. “Ese bastardo ahora mismo debe estar alejándose de aquí y nosotros estamos aquí. Haciendo rondas. Si hubiera estado aquí lo hubiéramos sabido.”
“Si, bueno, tranquilízate, Relha, también están buscando afuera.” Esa era la voz más suave de Daga y… Por todos los reinos ¿acaso nunca iba a librarse de él? “Además, tengo un presentimiento. Está aquí.” Y la forma en que lo dijo…
Un escalofrío lo recorrió.
Norns.
“Un presentimiento… “se rió Relha. “Bueno, siempre sueles decir razón cada vez que dices esa maldita frase, pero preferiría no jugarnos una suspensión por esto.”
“¿Por qué nos suspenderían por esto? Ni siquiera sabemos cómo escapó. Pudo haberse teletransportado y ya. Nadie debería poder ni caminar después de un coma, además el estado en que se encontraba… “Hizo una pausa. “Oh, mira, nuestros pedidos. El kebaba de aquí es buenísimo.”
“Eres tremendo, hombre.” Suspiró el otro. “¿Deberíamos estar comiendo aquí siquiera ahora mismo?”
“No te preocupes, pedí para llevar” Escuchó una silla arrastrarse que estaba cerca. Demasiado cerca. “Vamos, vamos, sigamos nuestra ronda”.
“Voy…” dijo Relha y se escuchó otra silla, monedas chocando y pasos alejándose.
Eso aclaraba muchas cosas.
Entonces estaban buscándolo dentro y fuera de la ciudad, pero claramente apostaron guardias aquí por protocolo y precaución. Significaba que probablemente enfrentaría más problemas afuera. Daga era peligroso, como una nota mental.
Suspiró.
Primero debía averiguar cómo sortear el hechizo de la ciudad.
Apoyó sus manos en el suelo para sentarse y encontró su cuerpo mucho más ligero, se sentía bien. A un lado de donde había estado acostado estaba el tigre dormido. La magia curativa que había hecho antes había sido efectiva, aunque muy rudimentaria. Sentía pinchazos en la piel que indicaban demasiada intención al momento de lanzar el hechizo y nada de cuidado.
Levantó su mano para acariciar con cuidado su frente y al momento de hacer contacto entre sueños se acomodó mejor para recibir las caricias. Apartó la mano.
Ahora que se fijaba mejor en su apariencia era sin duda peculiar. La pata de caballo trasera izquierda de un color café tirando al mostaza, una ala de lechuza blanca moteada de pequeños puntos negros y cuyo filo bordeaba un color gris hasta oscurecerse en las puntas. La otra parecía de… ¿Arpía? Era marrón oscuro, como el chocolate. Su pelaje era de tigre, pero esponjoso como un leopardo de las nieves y estaban los cuernos, o bueno, el nacimiento de unos, la piel ya comenzaba a cubrirse de queratina y endurecerse.
Las estrellas en la frente también habían sido algo curioso. Algunos familiares adquirían sellos o firmas mágicas que adquirían formas al manifestarse un contrato, pero no desaparecían.
Ni transmitían sus emociones.
Maldita sea.
Se sentía demasiado parecido a El Otro sondeando por sus recuerdos y quitando y añadiendo cosas que antes no estaban allí. Era imposible del todo eliminar recuerdos, pero si enterrarlos muy profundo y a la hora de crear no solía haber tantas restricciones como uno puede creer.
Al principio eran cosas simples quizá algo que recordaba en su celda había desaparecido repentinamente, o una sesión corta se alargaba repentinamente. Luego experimentó con conversaciones, cosas que nunca se habían dicho en una charla de repente estaban allí o se decían cosas extrañas y sin sentido. A partir de allí se volvió creativo. Thor era cruel, Odín actuaba de forma déspota y Frigga era fría, indiferente. Al final… ¿Eran realmente así o solo eran recuerdos falsos?
A veces era difícil distinguir los unos de los otros.
Era nauseabundo.
Solo las Norns lo maldecirían de esta forma. Este era un vínculo que no podía deshacer y la criatura al final… lo ayudó. Quizá… podría ser útil.
Se frotó la nariz.
Necesitaba concentrarse.
El hechizo.
La ciudad tenía un encantamiento que lo hacía volver una y otra vez al mercado. Los pasadizos que había atravesado parecían tener una variante del asmismo, pero de alguna manera pudo atravesarlos hasta la ciudad.
¿Por qué?
Él solo se guio por…
La corriente de aire.
Sabía que la salida estaría al final si la seguía.
¿Entonces por qué no las canaletas lo llevaron hasta la salida?
Quizá estaba pensando en el enfoque equivocado.
La ciudad no parecía tener encantamientos visibles, quitando las runas de calor. No en el camino ni en las paredes. Quizá el techo, pero no podía arriesgarse a volar cuando no había visto animales aquí dentro. Podían también encontrarse en el centro de la cúpula, en la columna, pero si no podía siquiera llegar allí, no podría ver el encantamiento.
Los jotnar no parecían tener ningún problema navegando entre zonas. Sería muy difícil incluir a todos los habitantes como excepción en un hechizo de confusión. Hacer eso además de incluir cada nuevo neo nato y excluir a los muertos era un trabajo demasiado laborioso, incluso si tenían una abundancia de magos, que no parecía el caso.
Entonces quizá todos cumplían una condición. Eso era más fácil. Como instaurar una ley y castigar a todos aquellos que no la cumplan.
Pero ¿Cuál era?
No podía ser demasiado complicado, los niños deberían poder pasar sin problema.
Si fuera, bueno, cuestión de especie ya hubiera podido pasar.
¿Objetos? Podía ser. Sus vestimentas eran escasas, pero iban más allá de las simples armaduras que siempre había visto. Tenían demasiados adornos para el cabello, joyas y algo parecido lo que un día había escuchado a Stark llamar faldas bellydance. Eran muy similares también a la ropa que solían usar los elfos de la luz en los bailes para sus fiestas anuales de la cosecha. (Aunque llamarlas fiestas era generoso considerando todo el… desorden y las orgías. Los elfos de la luz eran demasiado libertinos para su gusto.)
También era extraño ver tantos jotnar con cabello largo. Sabía lógicamente que lo tenían, el guardia y la anciana eran prueba de ello, él mismo era prueba de ello, pero estaba acostumbrado a ver el cabello al ras de los guerreros gigantes de hielo.
El guardia… tenía el cabello largo. Largo y bien cuidado.
¿Por qué?
En fin, joyas. Quizá las joyas tenían un contra-encantamiento.
Eso abría muchas posibilidades. Quizá complicaba las cosas en caso de perder la joya, pero tenían varias, no podían perderlas todas.
No, los asgardianos ya se hubiesen percatado de algo así.
Por las Norns… tener un guía lo haría todo tan fácil.
Un guía.
Quizá eso era todo.
No necesitas hechizos complicados si conoces el camino.
Necesitas que alguien que conozca el camino te lo muestre. De esa forma solo a quienes eliges voluntariamente mostrarle el camino podrán ingresar.
Pero eso sería demasiado fácil y ese planteamiento también tenía varios huecos. A menos que...
“Ahí estás.” Susurró alguien detrás suyo.
Se estremeció y al voltear se encontró…
Un niño.
El mismo niño que lo había estado observando antes.
Parecía que había encontrado su guía.
Era hora de probar su hipótesis.
Notes:
Si me preguntaran la canción que pega más con Loki es el tema de Asgore de Undertale. Nadie me ha preguntado, pero tenía que decirlo.
En fin, me demoré mucho en este cap también para pensar en la lógica de la ciudad. El problema es... la historia está en su mayor parte planeada, pero mientras la escribo los personajes hacen lo que quieren. Es decir, todavía van al mismo punto que se supone que deben ir, simplemente eligen otro camino para hacerlo, jaja.
¿También hay como tres versiones de este mismo capítulo? Juro que no lograba encontrar el tono adecuado.

Death_star66 on Chapter 6 Thu 21 Aug 2025 04:19PM UTC
Last Edited Thu 21 Aug 2025 04:19PM UTC
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nikorinchuuu28 on Chapter 6 Fri 22 Aug 2025 02:42PM UTC
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LoroFantasma on Chapter 7 Sat 06 Sep 2025 05:32PM UTC
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nikorinchuuu28 on Chapter 7 Fri 12 Sep 2025 11:43PM UTC
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(Previous comment deleted.)
nikorinchuuu28 on Chapter 7 Sat 13 Sep 2025 12:03AM UTC
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