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The secret of the hunter brothers

Summary:

Versión original en español en wattpad.

 

Two men are bound to meet thanks to the work they both attend. When the father and uncle of three teenagers entrusts Iván and Sebastián with teaching them hunting, the two adults begin to develop feelings for each other. They will fall prey to a deep sense of attachment that will stay with them for the rest of their lives.

 

Vulgar language, obviously.

Sexist ideas, phrases, or teachings. Gender roles.

Real names used for elegance only.
Inspired by Brokeback Mountain

Notes:

Chapter 1: The secret of the hunter brothers

Chapter Text

Un clima templado, frío, acompañaba como manto a la vista verdosa que era dejada fugazmente por el auto que fue pagado por un hombre, con el fin de llegar a tiempo. Cerró la puerta al bajar y se volteó por última vez a despedir rápidamente al conductor. Se abrió paso por varias cuadras hasta su destino. Acomodó su sombrero de cazador, apretó contra sí mismo los abrigos que traía encima y montó sobre su hombro las pocas pertenencias que le servirían para el trabajo en cuestión.

Notando el horizonte, pudo visualizar a un hombre blanco, cabello negro y ondulado, algo fornido y de gran estatura con la espalda en la pared. Ambos poseían mismas vestimentas pero de diferentes colores; él por su parte traía un chaleco negro con una camisa a cuadros roja y blanca, mientras que su contrastante traía encima un chaleco azul oscuro junto a una camisa blanca.

Apenas se saludaron con la mirada, ni siquiera preguntaron si eran el otro hombre mencionado en la negociación, solo se quedaron en silencio evitando cualquier contacto. Afortunadamente no duraría mucho, pues el hombre con las llaves de la agencia llegaría en un auto.

El hombre traía tras sus pasos a tres jóvenes adolescentes, con un parecido ligero a su mayor. Se sentó en la silla de la agencia mientras abría sus libretas antes de hablar.

-Mis dos hijos: Ron y Carl. El más moreno es mi sobrino Richardson. Saluden. -ordenó eso último.

《¡Un gusto!》dijeron al unísono.

-Usarán loa caballos que renté. Uno de ustedes dos bajará de la montaña para recoger los suministros cada vez que se acaben y el otro debe cuidar del campamento y los niños. -les explicó mientras escribía-Lo que sea que terminen cazando los chicos quiero verlo.

-Papá, ¿hay alguna alimaña que quieres que cacemos? -Carl preguntó al aire.

-Algo grande. -siguió escribiendo. Se dirigió a los hombres; cada uno ocupaba un extremo opuesto de la habitación -Quiero que los conviertan en hombres. Pueden empezar mañana. -volvió a su libreta.

Así tuvieron su primer contacto con aquella familia. Salieron de la agencia mientras los niños se divertían un día antes de que comenzaran los meses de cacería. El de chaleco negro vio al de chaleco azul contemplar la zona y sonrió para tocarle el hombro.

-Un gusto, soy Sebastián Lizondo. -le estiró el brazo.

-Iván. -apretó su mano.

-Es un placer. ¿Tienes un apellido? -sonrió Sebastián. Por otro lado, Iván frunció un poco el ceño.

-Buhajeruk...

-¿Extranjero? Nunca había escuchado ese apellido.

-Soy legalmente mexicano... -lo vio serio y volvió a mirar al horizonte.

-¿Quieres ir por un trago? -caminó unos pasos por delante y se paró para mirarlo-He estado aquí un par de veces, conozco un buen lugar.

-Seguro...

Los dos hombres caminaron hacia un bar con música alta, rancheras populares. El interior era de un marrón que acompañado de las luces amarillas daba una sensación cálida, contrario al frío clima fuera del local. Cada uno de los dos pidió lo suyo: Iván pidió un vaso de vino tino y unos aperitivos. Por otro lado, Sebastián pidió una botella completa de tequila y dos vasos; en uno empezó a combinar el tequila con limón y sal y lo bebió sin calma.

-¿Qué? -expresó sonriente Sebastián al ver la mirada fija de su acompañante-El otro vaso es para ti, no envidies.

-No te pedí que compartieras conmigo.

-Para compartir no siempre se necesita que te pidan, sino que te nazca. Si tu quieres tomar el vaso es cosa tuya, pero te aseguro que esta marca está cabrona, te mueve hasta los huesos. -se llevó de nuevo el vaso a la boca y lo bebió con satisfacción.

Iván miró un segundo hacia otro lado, absteniéndose a comentarle al otro que talvez debería comer para no tener una borrachera tan intensa. Miró el vaso para él por un momento y de nuevo posó su vista en el acompañante.

-¿Te dedicas a la caza realmente? -preguntó Sebastián-Yo pues solo estaba tomando esto como un trabajito para hacer algo diferente. En general le cuidaba la granja a mi patrón, pero ya estaba cansado de su mierda. Buscaba trabajo fijo y un amigo me habló de un señor que prometía buena paga por ser una de las niñeras de esos tres; no podía evitar caer en la tentación.

-Mmh. -respondió Iván. Bebió un poco más de su vaso y chistó la lengua-Esta es la última vez que ejerceré la caza. Quiero levantar un negocio que sea exitoso. Estas cosas más... rurales... me quitarán el tiempo.

-¡Ah! ¡Pues eso es muy bueno! Aunque dejar la caza para siempre suena muy extremista. -se sirvió más tequila y se la bebió con rapidez-En algún momento puedes tomarte un descansito de tus negocios y divertirte con la caza, ¿no crees? -volvió a servirse.

-Bebes rápido...

-¡Cómo evitarlo! Si existiera un río de whisky me mudaría al lado sin pensarlo dos veces. -volvió a tomar y a dejar el vaso en la mesa.

Hablaron un rato, viendo a los músicos contratados dar un concierto animado en una tarima. Sebastián se quitó el sombrero y cantó a todo pulmón una canción que hablaba sobre volver a la tierra donde uno creció, a lo que Ivan sonrió por lo personal que se sintió y lo apasionado que se veía su ahora compañero de trabajo. Pronto el chico de cabello marrón se calmó, aunque su borrachera seguía creciendo.

-Eh, ¿tienes una mujer? -el de ojos marrones más claros preguntó antes de terminar sus aperitivos; se sentía borracho pero controlado, al contrario del bebedor de whisky.

-¡Pues la verdad es que sí! -sonrió amistoso-Conocí a una gringa que vino acá por vacaciones cuando yo hacía carreras de caballos. Su nombre es Jaiden Dittfach. Cuando vuelva a tener un trabajo estable le propondré matrimonio.

-¿Carreras de caballos? -se sorprendió y demostró su atención-¿Cómo pasaste de jinete a granjero?

Sebastián sonrió incómodo, sirviéndose más tequila, casi derramando la misma. Se la bebió rápido, cosa que ya no debería hacer por el nivel de alcoholismo que estaba por alcanzar, aunque externamente no se veía tan mal.

-La gente que apuesta con los caballos de carreras da miedo. -se agarró el sombrero y lo apretó-Recibí amenazas. No quiero hablar de eso.

Hubo un silencio que se sintió muy largo. El de cabello lacio aclaró su garganta y apoyando un brazo en la mesa vio cara a cara al de cabello ondulado.

-¿Y qué me dices de ti? ¿Alguna lindura a la que busques conquistar?

-Eh... -el chico miró la mesa-No sé dónde encontrar esposa.

-¡Tranquilo, ya la encontrarás! -palmó su hombro con seguridad-Para cada hombre hay una bella mujer, no importa de dónde sea. Además, eres un hombre guapo, joven y grande, seguro hay muchas mujeres dispuestas a casarse.

Iván sonrió un poco. Sebastián volvió a servirse, pero esta vez le sacudió la botella en la cara al contrario.

-¿Seguro segurito que no quieres? -arrugó la nariz-No habrá vuelta atrás.

El hombre lo pensó un poco, volteando hacia el vaso limpio. Se resignó y lo agarró, a lo que el contrario desbordó de felicidad.

Al día siguiente a muy temprana hora acomodaron sus armas, cubrieron la comida que tendrían que racionalizar y comprobaron que los niños supieran montar los caballos. Emprendieron un viaje hacia la montaña fría. Los dos hombres montaban los dos caballos; Richardson se subió al caballo junto al amable Sebastián y los otros niños en las carretas junto a los objetos.

Pasaron por la hierba, los caminos rocosos y los finos ríos. Los hombres explicaron a los adolescentes cómo armar la tienda y desarmarla. Así los tres practicaron en conjunto mientras los hombres buscaban leña para cortar sin alejarse mucho de los menores.

-Desearía... tener mi propio rancho. -le comentó el de rasgos más mexicanos al mestizo, subiendo un pedazo grueso de árbol a su hombro-No quiero volver a ser un subordinado de otro pendejo con visión anticuada, mucho menos de mi padre. El mundo está cambiando; incluso cosas tan primitivas como las granjas deberían ajustarse a la ciencia y la modernización.

-¿Modernización de la granja? -el semi-argentino caminó delante de contrario, sonriendo al notar la mentalidad que él tenía-¿Cómo se puede modernizar algo tan rural?

-¡No te lo imaginas! Los científicos están creando abonos milagrosos, comida para gallinas que hacen poner huevos increíbles, nuevas estructuras de instalaciones, cuchillos nuevo, ¡incluso máquinas que hacen el trabajo de muchos hombres...! Debemos mirar los avances de los citadinos para que no nos olviden en este pueblo, más de lo que ya nos marginan.

-Tienes toda la razón. La buena vida está en el futuro.

Los hombres apilaron las maderas y llamaron a los niños. Les enseñaron las técnicas para cortar madera con el hacha que el señor compró para los tres. Ron preguntó por qué les están enseñando eso. Iván no buscó explicarles, limitándose a solo colocar los objetos en el lugar, por lo que Sebastián se tomó la tarea de explicar que era una actividad masculina y que esos conocimientos los hacían más capaces. Los chicos estaban aprendiendo poco a poco; les costaba apuntar a la zona, pero para ser la primera vez no estaba tan mal.

Decidieron terminar de asentar todo en ese lugar y desde el día de mañana comenzar a cazar. Los tres niños dormían en una carpa grande, mientras que los dos hombres armaron sus propias carpas a cada lado de la carpa infantil.

Durante los siguientes meses los cinco varones cabalgaron por allí y por allá, buscando blancos que matar. Al inicio los niños tenían miedo de usar las armas, se notaba por el pulso, es por ello que primero Iván les exigió aprender a montar y desmontar las armas y prestar mucha atención a las demostraciones. Por otro lado, los adiestraron en la creación de trampas para animales pequeños, lo que ocupó una gran parte del tiempo.

Los chicos fueron mejorando a medida que se les dejó usar las armas. Carl duraba mucho para actuar, lo que no le gustaba a Iván. Lo empezó a presionar; le ponía un límite de tiempo para disparar hacia el animal, de lo contrario le arrebataba el arma y pasaba a otro de los niños. La frustración rápidamente se volvió determinación, y a pesar de que no le atinaba a la mayoría de los blancos, Iván le felicitó por su cambio de actitud.

No hay que olvidar: Cada vez que los adolescentes y los adultos lograban cazar un animal, Sebastián bajaba de la montaña con los tres jovencitos y las presas mientras que Iván cuidaba las carpas. Los hombres de vez en cuando revisaban cuánta comida les quedaba, así que los dos se turnaban para bajar y obtener la comida necesaria. Lo cierto es que, a pesar de lo duro que era vivir en medio de la montaña, eso ayudó a los jóvenes a actuar en comunidad, a cuidarse entre ellos y a confiar en los dos adultos.

Una tarde Sebastián volvía con Richardson y Ron de haber cazado conejos y se encontraron con carpas vacías. Iván y Carl bajaron por comida, pero eso fue hace bastantes horas. Decidieron esperar y hacer la cena con los animalitos que cazaron, confiando en que estaba todo bien.

Ya entrada la noche, Sebastián pudo ubicar a lo lejos a su compañero y al menor acercarse. Se acercó a ellos y notó cómo Iván caminaba con furia.

-Hola de nuevo, ya estaba preocupado.

Estiró los brazos y bajó a Carl, quien se veía afectado y avergonzado. Iván empezó a sacar de las carretas la poca comida que lograron traer, con una molestia notable y evitando mirar a nadie a los ojos. Durante esos minutos Sebastián notó los moretones del hombre, y más concretamente su cara herida.

-Oye, ¿qué pasó? ¿Están bien? -el hombre revisó al adolescente, pero para su suerte él estaba ileso.

-Me encontré con un oso. -se echó en el asiento improvisado de madera con una furia palpable-El maldito caballo se asustó, nos tiró y atrapé al niño en el aire.

Sebastián decayó un poco los ojos al empatizar con la situación. A pesar de la oscura noche él pudo notar un enorme rasguño en la parte lateral de la cara de su compañero. Tomó un trapo, lo mojó un poco, se sentó a su lado y con una delicadeza compasiva posó la misma en la herida. Iván vio de reojo la acción contraria, pero no lo permitió por más de seis segundos, pues con brusquedad le arrebató el trapo y lo colocó a su propio ritmo. Sebastián no sintió ofensa; no pudo evitar regalar una pequeña sonrisa ante la reacción.

-¿Quieres? -le sirvió un plato y lo puso a la altura del regazo contrario-No podíamos esperarles más tiempo, disculpa.

El de ropas azules suspiró apenado pero molesto a la vez. Tomó el plato y lo devoró con rabia acumulada. Para Sebastián las rabietas de un hombre como él le hacían bastante gracia.

-El caballo tiró todo a su paso. Compramos comida para perderla en el camino.

Sus palabras provocaron angustia, y el afectado se dirigió a la carreta para comprobar por sí mismo cuánto tenían a disposición.

-Mierda. -sobó su frente. El de rulos negros miró hacia otro lado, serio, intentando reprimir sus emociones. -Está bien, está bien. En serio, podemos arreglarnos con estos. Tú y yo cazaremos y... Podemos sobrevivir a base de lo que sea que cacemos, como hoy... Tranquilo, el patrón no se dará cuenta y... ¡Chicos! -los tres prestaron atención-Hay que pasar al otro nivel, ¿okey? Ya hemos vivido mucho en esta montaña. A menos de que solo quieran comer aves les recomiendo apuntar a algo que impresione al señor Luzardo. ¿Queda claro?

Los tres asintieron. Sebastián les vio satisfecho y se volteó a su compañero de trabajo. Él aún se veía amargado. El de rojo no quería verlo así, por lo que sacó de las reservas dos botellas de whisky que había protegido celosamente. El contrario lo vio extrañado cuando notó el zarandeo de la botella a su costado.

-¿Cuándo gastaste la plata en esta estupidez?

-¡El dinero salió de mi bolsillo! No soy tan injusto. -enterró una botella en la tierra y la otra en su boca, sonriendo, fingiendo despreocupación.

-Señor Sebastián... -Richardson se colocó detrás del mencionado, con cara sufrida, las manos sujetándose en los hombros y una voz quebradiza.

-Dime. -él se volteó y puso una de sus manos en el hombro izquierdo del chico-¿Aún te duele la cabeza? -el menor confirmó con una cara triste. Sebastián puso su mano en la frente joven y apretó los dientes. -¿Al menos trajiste los antibióticos? -se dirigió a Iván.

El hombre dejó su plato en donde estaba sentado y fue a la carreta, sin decir palabra. Después de unos minutos Iván encontró la caja con blisters.

Hace unos días el chico moreno se había levantado con fuerte dolor de cabeza y un poco de dolor muscular. Los hombres creyeron que eran dolores de montaña, cosas que le pasan a las personas que no están acostumbradas a la altura. De hecho, los otros chicos habían comentado lo mismo la primera semana. Sin embargo, su caso era particular. No sólo porque el dolor no se disipó, sino que además empezó a presentar fiebre.

-¿Te sientes mejor?

-No sé...

-No te vayas a morir primito. -uno de los chicos se acercó a abrazar al moreno.

De repente Sebastián cayó en cuenta: No podía dejar que los tres se enfermaran, el patrón los trataría de negligentes, y conociendo a ese tipo de hombres les negarían la paga.

-Richi, ve a dormir en mi carpa. -apretó su brazo con amabilidad-No puedes contagiar a tus primos.

-¿Dormiré con usted?

-¡Tranquilo, es toda tuya! Prefiero dormir bajo las estrellas. -dijo eso último con una voz mística, lo que alegró un poco a los jovencitos.

Cuando ellos se refugiaron para dormir, los dos hombres ya habían vuelto a beber alrededor de la fogata aún vigente. Se mantenían en silencio; Iván mojaba su herida y frecuentemente volteaba su vista al castaño, quien sacó sus mantas y almohada para más adelante dormirse ahí.

-Eres muy amable con esos niños, -Iván tomó un trago-nos pagaron para hacerlos hombres, no para que les hablemos como infantes. -Sebastián sonrió.

-Richardson no necesita pensar en que se me va a congelar el culo aquí, está enfermo.

-Me refiero a todo el tiempo. -Sebastián bajó la cabeza con una sonrisa.

-¿Crees que tratar a los niños con amabilidad es de poco hombre?

Iván lo pensó un buen rato. He de decir que, aunque no le gusta ver que su compañero sea tan blando, no ha influido negativamente en el aprendizaje de los tres. Aunque para él eso se debe a que cuando los adolescentes quieren salirse con la suya él mismo pone la mano dura. Pero...

-Eres muy hombre, capo. -solo le respondió eso.

-Pero entonces, ¿estoy haciendo algo mal? Digo, un consejo entre compadres.

-Solo es tu forma de hablar con ellos, es todo. Sé más serio y ya.

La nariz del más pálido estaba algo roja por la ebriedad; hace ya un tiempo sentía los músculos entumecidos. Escuchó al castaño reír.

-Y pensar que al inicio a penas me respondías, ahora somos amigos de corazón. -se acostó con la botella en el pecho, sonriendo.

-¿Amigos de corazón? -él se burló. Sebastián levantó la cabeza, esperando a que lo dijera-Talvez solo amigos.

-¡Pero amigos al fin y al cabo! Así que yo gané.

-... Supongo que tienes... razón. No recuerdo haber hablado tanto durante el año...

Lo cierto es que la noche en la montaña no solo es abrumadoramente oscura, tanto que las estrellas tienen un protagonismo particular, además de eso el frío cuando la fogata se apaga es cruel. Ni siquiera Sebastián se podía reír de la situación, no podía apagar su subconciente mientras parecía que respiraba hielo y no podía cesar sus murmullos de titilo glacial. Iván también intentó dormir, pero su vista se quedó inmóvil ante el techo de carpa, síntoma del pesar de consciencia que le provocaba saber que había un hombre congelándose allá afuera. Se levantó con dificultad y su parte superior salió del refugio, identificando dónde se encontraba el compañero.

-Sebastián. -llamó con voz ebria.

-¡D-dime!

-Ya deja de temblar y entra a la carpa.

Sin pensarlo más tiempo, envuelto en la sábana corrió hasta dentro, donde el dueño de la carpa se volvió a acomodar, esta vez dando un poco de espacio al contrario.

-G-gracias...

-Mm.

Así es como intentaron dormir. Pero había más que eso. El semi-argentino tenía la consciencia entre dormida y despierta. Su consciencia despierta aún activaba los cinco sentidos: podía sentir el frío que intentaba colarse, la sábana protegiéndolo del frío mencionado, el olor a hierba, la dureza del suelo y el aliento caliente de Sebastián en su espalda. Su conciencia dormida desactivó el racionamiento y el análisis, pero el consiente despierto intentaba hacerlo funcionar de nuevo.

Sebastián frotaba sus manos contra sus extremidades y su torso, intentando que estas reaccionasen. Cuando se acostó sintió cálida la parte que Iván le cedió para dormir, y con mucha necesidad, poco a poco se fue acercando a la espalda contraria. Pero eso no era suficiente. Sus manos se le escabulleron en el torso; sonrió al sentir sus manos calentarse, y dieron un abrazo. Pero Iván se empezó a mover y a empujar al que tenía de atrás. Se volteó para seguir empujando al otro, esta vez con más brusquedad, pero al mismo tiempo sujetaba las ropas. Y en un momento sintió el calor de su cuello, condicionándolo a parar para recibir el calor que él no quería dar. Y como si fuera una ironía, Sebastián también empezó a empujarlo.

Así estuvieron, juntando el calor de sus cuerpos y apartándose entre sí. Y entre medias los besos con sabor a whisky se colaron a la actividad, del mismo modo que los golpes. Pero eso ya no importaba, pues estaban obteniendo el calor que querían.

Levantarse y ver al otro durmiendo al lado, eso solo despertó en la mirada cierto sentimiento: vergüenza, una que ambos compartían y se transmitían, pero que ambos callaban con complicidad.

No mejoró realmente. Mientras Iván se había preocupado por hacer el desayuno, Sebastián revisó al Richardson, quien no parecía tener fuerzas para levantarse; los antibióticos no le ayudaron. El adulto lo ayudó a caminar, pero el moreno no tardó en marearse, sintiendo el estómago arder. Sin siquiera desayunar vomitó con lágrimas de dolor intenso, haciendo sentir culpabilidad a ambos responsables.

-Yo lo llevaré, -le informó a Sebastián-no dejaré que nos quite la paga, ¿ok? -el contrario asintió-Oye...

-Dime. -Iván dejó de mirarlo, adoptando una cara seria y una voz monótona.

-Lo que ocurrió es muy privado. -Sebastián también dejó de verlo, bajando su cabeza a sus manos.

-No nos incumbe más que a nosotros...

-... No te lleves esa impresión de mí.

-Tú tampoco. -Sebastián le sonrió.

Eso es lo que se dijeron para no volver a tocar el tema. Pero, aún después de llevar a un lugar más seguro a Richardson, aún volviendo a actuar como siempre, aún siendo serios en su trabajo, aún teniendo una carpa para cada uno, el recuerdo de la cercanía los mantenía despiertos.

Una noche, Sebastián abrazó su almohada, y los pensamientos de esa noche lo volvieron a invadir. Suspiró, dejando de pensar que era un recuerdo tormentoso y pensando en ello como algo que fue... gracioso. Grata sería su sorpresa al escuchar su carpa abrirse. Allí estaba: con el sombrero en la mano, sin haberse quitado la ropa que usó durante todo el día, con cara seria al inicio, pero cuando vio al otro reaccionar, parecía con una expresión de tristeza.

El de cabellos ondulados se agachó, el de cabello lacio levantó la parte superior. Se miraron por un minuto, y a pesar de que Iván desvío la mirada, Sebastián tomó la mano contraria y la apretó, transmitiendo seguridad. Tenían que acercar sus caras, tenían que volver a abrazarse en el piso donde dormían. Pero esta vez, los pulgares de sus manos acariciaban con cariño las mejillas del otro, y ninguno de los dos se negaba a compartir el calor de su cuerpo, protegiendo al otro del frío.

Chapter 2: Secreto de esposo

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La labor de ambos terminó. Después de lo de Richardson, pasaron varios días hasta que el patrón decidió que ya los chicos tenían bastante conocimiento y que ya no era necesario mantenerlos al límite. Se despidieron de los jovencitos que ellos formaron por última vez; aunque a Richardson le saludaron tras una ventana fue suficiente para ellos.

Sebastián ayudó a prender el auto del hombre de azul sin quejas. Llegaron al lugar donde se conocieron y ahora tenían que despedirse. El auto gruñó en señal de que revivió e Iván salió de dentro para chocar manos con su compadre.

-Gracias capo. -se sentó en el asiento de su auto.

-Aquí estoy para servirte. -agitó su mano con desdén y sonrió.

Ambos se vieron por un momento, por un silencio acogedor. Pero el silencio no podía ser eterno e Iván tuvo que cambiar de tema.

-No puedo creer que se me halla quedado una camisa en esa tonta montaña. -suspiró derrotado. Sebastián miró a otro lado, sonriendo-¿Se me habrá quedado en el río donde nos bañamos?

-Quizás.

-¿Buscarás trabajo por aquí el siguiente verano? -interrogó Iván.

-Mmm... No creo. Buscaré un trabajo que mantenga a mi futura esposa, no quiero problemas con su padre... Espero que te vaya bien en tu local. Podría ser un cliente recurrente cuando esté abierto. -le propuso, acercándose a la puerta del auto. Spreen estuvo de acuerdo con aquello.

-... Nos veremos por ahí...

-... Sí...

El de rojo empezó a caminar y el de azul a acelerar. Mientras cada uno se alejaba, más el vacío en sus pechos los tragaba. Mientras Iván manejaba no pudo evitar mirar el retrovisor, notando aquella figura masculina irse de su lado. Apretó el volante con furia y el pedal con dolor que lo hizo ir a toda velocidad. Mientras Sebastián caminaba sus piernas empezaron a temblar por cargar un corazón tan pesado de tristeza por la pérdida. Tanto fue así que tuvo que descansar todo su peso en una pared a través de sus palmas, intentando respirar para regular la enfermedad emocional que estaba padeciendo.

El alegre Sebastián aprovechó su don natural para el habla y su segura personalidad y obtuvo trabajo como vendedor de maquinaria para granjas. Trabajó como loco que nunca se cansa y nunca se amarga con el fin de ser el mejor vendedor de su negocio. Gracias a su dedicación y el trabajo estable obtuvo suficiente dinero para que su suegro considerase que su hija tendría "un modesto matrimonio fuera de su verdadero hogar". Se casaron por la iglesia, con una ceremonia donde el establecimiento fue elegido y pagado por la familia de Jaiden, ya que querían que tal boda se celebrase en un salón de buena clase.

Tuvieron una linda luna de miel en una cabaña en la frontera, con una noche de películas proyectadas sobre los autos. De los ahorros del mexicano y el dinero de los padres de Jaiden compraron una casa en los límites de la ciudad al ras de la carretera. Jaiden tomó trabajo como profesora de inglés en la escuela, además de utilizar los contactos de su padre para ser editora de traducciones de libros y documentos en inglés al español de vez en cuando, con un pseudonimo masculino. Pronto la esposa quedaría embarazada y después de tanta espera dio a luz a un niño de piel blanca y cabello marrón igualito a sus dos padres.

-We have helped you buy everything you need for your baby, my dear. -la madre se encontraba sentada en un banquito apoyando a su hija, quien estaba en la cama y sostenía a su hijo.

-That is so nice! I love you so much. Thank you for being here with us. -ella sonrió mientras arrullaba a su niño.

-George, where did you put our presents? -la ahora abuela le preguntó con suavidad a su esposo.

-Oh! It is in the car. -el hombre sacó sus llaves del bolsillo, dispuesto a buscar los objetos. Sin embargo, notó la presencia de aquel mexicano casado con su tesoro y sin más lanzó por el aire las llaves hacia él, esperando a que este las pescara-Sebastian is going to get it. -afirmó para sentarse al lado de su esposa.

-Bobby is... es muy rindo. -alagó la señora.

-Es muy "lindo", es cierto. -corrigió la joven a su madre-Ya puedo ver a quién se parece mi pequeño ángel. -ella vio a su hombre.

-You're right, dear daughter! Bobby is the spitting image of his grandfather. -aseguró el viejo. Notó la mirada de su yerno ante la descarada afirmación y le sonrió-Don't you agree, jinetes?

-... Seguro. -le dio la razón para salir de la habitación y buscar los regalos de sus suegros.

El dedicado Iván mostró todos los permisos que tenía y abrió su alcancía para construir su local soñado. Fue un arduo trabajo de un año de construcción, donde el hombre tuvo que manejar su dinero de la forma más calculada posible. Al final, valió completamente la pena. Se mudó a un pueblo al que unos amigos le señalaron que fuera, donde construyó y vendió el sitio como un símbolo del crecimiento de la economía y de la remodelación con vista al futuro para el pueblo, pero respetuosa para las costumbres del mismo. Su combinación entre la modernización típica de una ciudad y lo cultural de un restaurante típico de la región atrajo a los que les gustaba lo nuevo y a los más nostálgicos. Y eso solo es la fachada, pues tal local gozaba de una excelente gastronomía, teniendo como su mayor exponente el pollo frito.

El hombre cosechó con el tiempo su don de la negociación y convenció a un montón de granjas del pueblo en ser proveedores de la joven cadena de comida, dándoles jugosas promesas de enormes cantidades de dinero cuando pueda abrir más de un local del mismo restaurante. El negocio estaba siendo un éxito creciente aunque estaba tal incertidumbre de que después de un tiempo las personas se aburrirían del lugar y pasaría a ser un restaurante lindo pero igual que los otros; perdería popularidad. Necesitaba algo que mantuviera la atención. Talvez otro logotipo más llamativo, un extra en los menús...

Una noche el visionario decidió divertirse muy tarde por la noche y recurrió a un bar. Bebió pausadamente. Se dedicó a mirar a la gente, a divertirse por escuchar a medias dramas agenos, a analizar qué tenía este bar y cómo podía mantenerlo por debajo de su restaurante. Fue que a cierta hora de la noche hicieron pasar a una cantante solista. Ya habían pasado bandas de diferentes géneros mexicanos, otros y otras solistas; para este punto el dueño se su propia instalación pudo discernir que le hacía falta buena música y compraría uno de esos aparatos de sonido gigantes que ahora están muy nuevos.

Allí fue que ella salió al escenario, con tacones negros puntiagudos, un vestido rojo que cubre hasta los tobillos, ajustando su figura. Su pecho tenía una forma de corazón adornado por un collar de gema dorada, y sus orejas con zarcillos colgantes de blanco redondo. Su cabello lacio, castaño era un poco levantado por ese cintillo azul oscuro que portaba, uno que desentona con lo demás pero hace que lo veas sin duda.

La música sonó y con el micrófono en las manos respiró.

Muchos solo piensan que un cantante debe llegar a las notas para cantar bien, pero desde ese momento él supo que un cantante necesita más que eso. Un cantante necesita ir más allá de sus conocimientos y de sus pulmones. Lo que ella tenía lo tiene toda voz diferente: sentimiento.

-Amigo, -llamó al cantinero-¿Sabés quién es? -el cantinero miró por un segundo.

-Melissa Quiroz. No tiene mucho de interesante, solo canta en bares a ver quién la contrata permanentemente.

Él la veía cautivado, escuchando la letra bella interpretada por los labios pomposos pintados de rojo. La mujer pausó su canto, respetando la estructura de la canción. Y allí, repasando con la vista a la cantidad de personas presentes, encontró unos bellos ojos serios los cuales eran portados por una figura masculina, nueva, que también le devolvía ese momento de genuino interés.

Después de su presentación se supone que tenía que irse por la puerta trasera hasta la casa de sus padres con el dinero que se ganó esa noche. Sin embargo, después de cambiarse rodeó el bar, parada y un poco paralizada por pensar en lo que estaba haciendo por un hombre. Pasó silenciosamente, tímidamente, esperando a que no la reconocieran de su recién interpretación y se sentó relativamente cerca del hombre. No estaba segura de si hablarle, esperar a que él se diera cuenta o mejor irse, solo sentía ansiedad en su pecho.

Iván por su parte siguió bebiendo más. Vio su reloj y notó que era algo tarde. Él podría seguir, pero ya no había nada más que lo entretuviese; ya sabía todo lo que quería. Cuando volteó su cabeza para visualizar la salida identificó un cintillo azul sonriente, lindo y tímido. Bajó más su mirada y la reconoció. Ella fingía mirar a otro lado, pero cuando se juntaron las miradas ella dio una pequeña sonrisa, dando a entender que volvió por él. Para Sebastián eso fue tierno, pero muy tonto. Supuso que talvez lo había reconocido y quería ofrecerse a cantar en su restaurante, siguiendo lo que el cantinero le comentó.

Ella se levantó, tomando la iniciativa y se sentó a su lado.

-Buenas noches, señor.

-Buenas noches, señorita. ¿Su nombre es Melissa Quiroz?

-... Así es. -intentó regular su respiración-¿Tienes nombre?

-Iván. Me pregunto ¿vos por qué has vuelto después de la presentación?

-¿Tienes un apellido? -retó la chica. Él sonrió.

Se quedó en silencio por un tiempo, recorriendo su cara. Él mismo tuvo que regular su respiración. No sabía qué estaba pasando consigo, qué estaba sintiendo. ¿Por qué sentía tantas ganas de llorar al estar con esta hermosa mujer?

-Buhajeruk, Iván Buhajeruk. -ella agrandó sus ojos.

-¡Oh! ¿En serio? -se le fue el aire-¡Qué honor! ¡Ah...! Disculpa, no sabía que estabas...

-Me gusta cómo vos cantás, -interrumpió los nervios de la chica-me sorprendiste.

-Ah, ¡Si! -sonrió-Me gusta cantar canciones populares, yo admiro a esas artistas de nuestro país. Aunque bueno, Rocío Durcal es española, ¿pero a quién le importa eso? Es bellísima, ¿no?

-Sí.

Talvez era la conmoción de su corazón, pero le parecía muy risueña y rara esa chica. Probablemente sea bastante joven y por eso tenía un alma tan despreocupada... No, las chicas no se comportan así normalmente, ¿verdad? O eso no es lo que estaba viendo el ella.

-Sos una chica soltera, ¿verdad?

-"¿Verdad?" Dices "¿verdad?" -su cara se hizo un ceño-¿Es un insulto acaso?

-Es una pregunta genuina, porque sí lo eres, ¿verdad? -sonrió al verla molestarse.

-Sí, ¿estamos en una pelea? ¡Tú también eres soltero! -dijo con un tono más gruñón.

-Ah, lo asumís. ¿Quién te dijo que no tengo una novia?

Ella le vio seria.

-Pues entonces me voy, ¿no? -se cruzó de brazos-¿Quieres que me vaya para que no traiciones a tu novia? -él rió.

-No, no tengo novia. Aunque parecés muy emocionada.

A ella se le erizó la piel. Su corazón cabalgó con rapidez. Se sintió vulnerada y por un momento pensó en pararse e irse corriendo, pero ella no es así.

-Sí, estoy muy emocionada de estar aquí, contigo. -le robó al hombre el vaso que él estaba usando con ron a la mitad y se bebió el contenido con descaro.

-Qué carácter tenés. -sonrió-Engañás en ese escenario.

-Te equivocas, yo nunca miento en el escenario.

Con seducción en su accionar ella le agarró un bíceps que apretó. Curiosamente tenía las manos frías, talvez por los nervios. Esa frialdad del toque hizo suspirar a Iván. Melissa creyó que era por su sensualidad, pero realmente Iván estaba recordando una vez más a ese compañero que conoció en la montaña.

-Podría contratarte para inaugurar la tarima de mi restaurante.

-¿En serio? -se emocionó bastante-¡Estaré totalmente disponible!

Él sonrió ante su positividad. Esa personalidad... Esa encantadora sonrisa... Era muy igual.

Él se levantó y la invitó a bailar en la pista. Bailaron abrazados por un buen rato, divirtiéndose mientras sus corazones se calentaban. Ya era muy de noche, por lo que Iván se ofreció a llevar a Melissa a su casa. Manejó en silencio; para él era bueno, para ella era una creciente ansiedad para su vientre.

-Me divertí mucho. -le aseguró ella.

-Pienso lo mismo. -ella movió sus labios, insatisfecha.

-Lo siento si actué de forma rara hoy, te juro que no quería ser así de irrespetuosa. -él se quedó callado, por lo que ella se puso algo nerviosa-Bueno, es que me pareces un... un hombre muy guapo y... No te lleves esa impresión de mí.

Él volteó a verla.

-¿Querés que volvamos a salir el sábado? Te llevaré a la ciudad. -invitó sin dejar de ver el camino.

-Eres muy romántico. -se conmovió-Eh... Me di cuenta de que tienes un acento particular...

-Je... Nunca lo pude erradicar.

-Mmm... Me parece muy, muy bello. -ella se acercó algo-Daría lo que sea por escucharlo todos los días.

Para cuando la tarima fue inaugurada Melissa ya era una esposa. Se esforzó al máximo por ser la pieza que le faltaba al restaurante, y en los próximos años los locales que Iván juró abrir traían una tarima que impulsaba el trabajo de cualquier músico, haciendo que los clientes tuvieran expectativas por saber quién se iba a presentar.

Chapter 3: Secreto de sueño muerto

Chapter Text

Cuando el motor se apagó Iván se bajó y entró a su casa. El ruido de la ciudad era callado en su casa y reemplazado por el balbuceo de su dos hijos: su primogénito Ramón y la menor Lucía. Su esposa saludó sin dejar de lado el plato que estaba cocinando, pero el esposo la tomó de los hombros para robarle un beso.

-Amor, te llegaron las carta. -señaló la mesa.

-¡Agh! Adivino lo que tendrán. -él las tomó sin cuidado-Cuando termine de pagar todo puedo sacarles a comer, ¿te gustaría?

-Claro que sí... Vi una carta que no son cuentas, te la puse de primera. -él se extrañó.

Separó la mencionada del resto y la empezó a leer. El corazón del hombre se paró al leer el nombre y volteó a revisar a Melissa. La carta era corta; mencionaba que había pasado mucho tiempo, que de casualidad descubrió su cadena de comida y que quería saber cómo estaba.

-¿Es un amigo de tu tierra natal?

-... No, era un compañero de caza. -dijo a espaldas de ella, intentando regular su emoción.

-Me dijiste que cazabas en tu pueblo. -ella volteó.

-Esa vez fue una excepción. -él tomó su abrigo de nuevo.

-¡Ya casi voy a servir! -notó que se estaba yendo.

-¡Será rápido! -aseguró-Concordamos en volver a cazar. -cerró la puerta para irse al edificio de correos.

La emoción del reencuentro los consumió por los siguientes días. Ambos manejaron hasta la montaña donde se conocieron con una cabeza adolorida por la espera. Pero la espera valió la pena cuando ambos sintieron un mar de alegría en sus cuerpos, cuando Sebastián aparcó su auto e Iván salió a recibirlo.

El abrazo del cual se aferraron era tan liberador, tan satisfactorio, tan amoroso, que por momentos a Sebastián se le iban a caer las lágrimas.

-El maldito Sebastián Lizondo. -sonrió más feliz que nunca

-Al fin te veo... -dijo desde el alma.

Pagaron un hotel de turistas que se notaba reciente y por fin se volvieron a besar después de mucho tiempo, con una rudeza que les recordó a la primera vez. Pronto se acomodaron para platicar, tomándose de las manos.

-Cuatro años... -suspiró el castaño-No pensé que te volvería a ver.

-¿Ves que mi negocio funcionó? -rió con orgullo.

-Desde que supe que eras el dueño voy a diario allí. El padre de Jaiden me dijo que por fin demostraba buen gusto. -ambos se burlaron del comentario-Aveces... no compro nada allí y... solo me siento, porque es tuyo.

Iván bajó la cabeza un poco, con un suspiro que reemplazó las palabras.

-Me casé. Tengo dos hijos.

-¿En serio? Te lo dije. ¿Es preciosa? -el receptor confirmó-¿Y dos hijo? No pierdes el tiempo.

-Je, es culpa de ella, es como un toro. -volvieron a reír-Es... una chica muy... Ella era cantante en mi restaurante, luego decidimos que podía quedarse en casa... ¿Conseguiste tu rancho?

-Soy comerciante de maquinaria. Algún día encontraré una tierra para criar el ganando.

Se acercaron un poco más, besándose.

-Lo de esa montaña nos pegó duro, ¿no? -Iván rió del comentario del hombre-¿Qué vamos a hacer?

-Dudo que mucho... Mis obligaciones están en una ciudad diferente a la tuya... -el castaño se sintió triste por la respuesta-Por ahora disfrutemos de la caza y traigamos cada uno una presa.

Así fue como cada cierto tiempo, por años, los amantes tomaban un par de días para salir a cazar. Iban a la misma montaña, con las mismas viejas armas, con las mismas cañas de pescar. Solo iban cuando los horarios de los dos se sincronizaban para tomarse los días libres; solo podían verse cada cierto tiempo. Pero cuando se veían, eran los días más auténticos del año, eran los días con menos estrés, las horas más divertidas, las horas donde un cielo estrellado lo era todo y no tenían que mirar a los lados con preocupación; eran los días de desahogo de la realidad.

-Podrías invitar a tu amigo a venir. -le propuso Jaiden al hombre cuando lo vio escribiendo una carta-Podríamos todos ir a un teatro o a comer.

Él paró de escribir. No miró a la estadounidense, no tuvo el valor. Respiró miedo suavemente a tranquilo ritmo, diferente a cómo se movía su corazón. A él le gustaría con sinceridad, pero sabía que Iván estaría de acuerdo con el miedo.

-Él vive en la cuidad, honey. -se excusó él mientras escribía-No creo que le guste más la frontera.

-Yo opino que es linda... Okay, si él es tan exigente, ¿por qué no viajamos a USA?

-Te aseguro que tiene todo menos un pasaporte, y dudo que sepa inglés. -terminó lo suyo y besó a su esposa.

En uno de sus encuentros, aquella vez, pescaron y cocinaron trucha sobre la fogata, contando historias de cómo viven el día a día y cómo son sus hijos. Las estrellas nunca faltaban, siempre exhibiéndose gracias a la oscuridad.

-¿Sabes...? Podríamos estar así, juntos por siempre. -Sebastián tomó un vaso con tranquilidad. Había pasado mucho tiempo. Realmente, sus sentimientos por ese hombre no habían cambiado y no quería seguir estando lejos.

-No seas idiota, ¿cómo lo haríamos?

-... Podría mudarme a tu ciudad y trabajar para ti.

-Creo que ganas más dinero como comerciante que como cocinero, mesero o conserje. Además, te irías muy lejos de la frontera.

-Lo que más quiero es eso, así no tendría tan cerca al viejo gringo. -dijo sincero-Bueno, podría tener un rancho modernizado con toda la mercancía que necesites, y solo te lo vendería a ti. Aún no he cumplido ese sueño.

Iván lo pensó por un momento. Sin embargo, borró ese pensar de su cabeza.

-No es buena idea. -Se acomodó-Tienes una buena vida, no la arruines. Y yo vivo bien con Melissa, vamos a tener otro bebé.

Sebastián lo vio por unos segundos. Se agarró la frente, decepcionado de la respuesta.

-¿Melissa y tú? ¿Seguro que eso es vida? -dijo con tono molesto, jugando con el fuego y una rama.

-No hables mal de Melissa, ella no tiene la culpa. -habló serio. Sebastián se sorprendió-La única verdad es que nos matarían, en serio... Habían dos tipos que vivían juntos en un rancho, en mi pueblo. Eran la burla de todos aunque fueran rudos... Y... un día encontraron muerto a uno. -respiró con los ojos cerrados-Le ataron un alambre, lo jalaron, lo arrastraron hasta que el pene se le desprendió.

Ambos quedaron en silencio. Un nudo se formó en sus gargantas temerosas.

-¿Lo viste? -Sebastián dijo agarrando su cuello, conmocionado.

-Sí, tenía nueve años. -confesó el de rulos, mirando hacia abajo-Mi padre se aseguró de que mis hermanos y yo lo viéramos... Estoy casi seguro que estaba orgulloso de haberlo cometido... Dos hombre viviendo juntos no es algo posible; nos descubrirían... -él apretó los labios y tragó saliva con dificultad-Es mejor resistir, viniendo aquí.

El dolor en el corazón no dejaba respirar bien. Sebastián se acercó a su única compañía, intentando ser fuerte. Acarició su cara, adornada por una barba plana gracias a los años..

-No hay nada que hacer.

Los años pasaban más y más. Los niños crecían, ellos se volvían más viejos, el mundo avanzaba y traía tecnología revolucionaria a las casas. Ellos seguían yendo al mismo lugar, a diferentes hoteles, diferentes posadas, a diferentes horas, pero la misma montaña donde conectaron por primera vez.

-Iván, -llamó Melissa cuando encontró otra carta del amigo lejano de su marido-tu amigo Sebastián podría venir a tomarse un café. -le levantó la postal.

El hombre se levantó de su asiento y agarró el papel.

-No creo que su auto sobreviva a tanto viaje.

-Entonces vamos nosotros. -propuso con sencillés-Lo ves un par de veces al año, ¿y siempre a la misma montaña? Podrían ir a otro bioma, a otro lugar.

Iván suspiró.

-Vamos al mismo lugar por una razón.

-Bueno, pero pregúntale si quiere que vayamos nosotros. Tenemos dinero y Marianela está más grande.

Iván intentó mantenerse callado. Agarró un cigarrillo y lo prendió para aspirarlo, fingiendo desinterés.

-¡Vamos! -se puso destrás de él, enrollándose en su cuello y susurrándole-Me gustaría viajar un poco. -le dio besos en el cuello, sonriendo a su paso.

-Está bien, -tomó a su esposa-pero después de navidad, eso lo celebramos en familia.

En esa ocasión retrasaron el viaje de noviembre. La familia Buhajeruk tuvo una sencilla navidad en su cada, sin nadie más que su tres hijos con cuerpos ya estirados y mucha energía que descargar con los vecinos. Por otro lado, los Lizondo fueron visitados por los Dittfach en una cena mientras el partido de fútbol sonaba por la nueva televisión de caja que el hombre compró orgullosamente.

Los platos estaban en la mesa y cada uno estaba pronto a sentarse. Sebastián decidió poner el pollo horneado en la mesa para repartirlo. Sin embargo, su suegro se acercó y le arrancó los cubiertos de las manos.

-Stop right there, Jinetes! I'm always the one who slices the chicken. -sin esperar respuesta clavó el tenedor y el cuchillo.

-Está bien, haznos el favor. -dijo disgustado y se sentó.

Jaiden vio la interacción con desagrado. Ya estaba harta de eso, pero su padre no la escuchaba cuando pedía respeto para su marido. Mientras pensaba en eso notó que su hijo, lejos de comer estaba clavado viendo el televisor de caja, ni siquiera estaba moviendo los cubiertos, otra vez.

-Bobby, si no comes tendré que apagar el televisor.

-¿Por qué, mami? No hago nada malo. -se defendió el niño agarrando el cubierto para comer. Sin embargo, volvió a clavar su atención a mitad de su comida.

-Bobby...

-My bad. -bromeó el niño.

-Ya lo sabe, -el esposo se paró-termina de comer y podremos ver el juego.

Él apagó su televisor y acarició el cabello de su mujer. Ante eso, el suegro se levantó de su asiento y se dirigió al televisor.

-Papá... ¡Papá! -reclamó molesta cuando el televisor fue prendido.

-He doesn't eat with his eyes. -él volvió a su asiento viendo la cara molesta de ambos-What's the problem? Mens watch football, it's all.

Sebastián apretó sus puños.

-No. -declaró con furia-Hasta que no se termine su comida, que a su madre le tomó horas preparar, no va a verlo.

Hizo el mismo recorrido y volvió a apagarlo. Justo cuando volvía el señor Dittfach se levantó para seguir con el ciclo. Sebastián golpeó la mesa ante ello.

-¡SIÉNTATE, MALDITO VIEJO! -le gritó con furia.

-... Let me-

-¡NO! ¡Ningún let-me-nada! Aquí se habla español.

-... You-

-¡Cállate o me hablas en español! Creo yo que tienes suficientes neuronas para entender lo que te digo. -el señor mayor mantuvo el silencio-Esta es mi casa, este es mi hijo y tú eres un invitado. Siéntate y no jodas.

El señor decidió hacer caso y hacer silencio durante buena parte de la cena, y Sebastián retomó su asiento.

-¿Le dijiste todo eso? -preguntó Iván-Me siento orgulloso de ti, lampiño. -alagó, teniendo ganas de besarle, pero no había forma por el lugar: una pista de baile-De nuevo, lamento habernos arruinado la reunión.

-Jaiden también quería esto, no te preocupes. -miró hacia abajo-Creo que en algún momento iba a tomar mis postales y averiguar dónde vives. -rió con incomodidad compartida por su contrario. -¿Entre tú y Melissa es todo normal? ¿No... sospecha?

Iván quedó en silencio, solo podía dar una negación dudosa.

-¿No sientes a veces... -susurró el de cabello negro-que la gente se te queda viendo con sospecha? Como... si lo supieran...

-¡Hola! ¿De qué hablaban? -ambas esposas volvieron del baño, sentándose cada uno al lado de su hombre.

-Nada, de su triunfante navidad. -se reincorporó el semi-argentino.

-¡Oh! ¡La mejor navidad de mi vida! Nunca creí que mi padre pudiera cerrar su boca. -rió la estadounidense.

-He de decir que el hijo de ustedes es bueno hablando ambos idiomas, y tú también hablando español.

-¡Gracias! Bobby heredó su rápido aprendizaje de mi Sebas. Se compró un diccionario solo para hablar conmigo. ¡Recuerdo aquello con tanta nostalgia!

-¡Qué lindo! Talvez podrías enseñarle inglés a mis niños, les vendría bien para sus exámenes.

Los dos hombres sintieron sus corazones gritar. A pesar de compartir el mismo sentimiento y la razón del tal mencionado, uno de ellos esperaba que las mujeres se encaprichen con sus ideas para mudarse cerca. Sin embargo, Iván interrumpió la plática sacando a bailar a Jaiden, y por consecuencia Sebastián invitó a Melissa.

Cuando la fiesta terminó, ambos hombres se sentaron en un banco, esperando a que sus esposas terminaran con lo suyo. Ambos sabían lo que debían hablar.

-¿Qué excusa le pondré a Jaiden para que no quiera mudarse cerca tuyo?

-... No creo que consigas buen trabajo por aquí.

-¡Claro que sí! Puedo vender otras cosas; la lengua de vendedor se adapta a todo.

-Sebas, te dije hace años que no es buena idea... No importa si es en la ciudad, en un pueblo, en el bosque... Si nos descubren...

El mexicano le vio por un minuto. Su corazón lloraba lamentos de impotencia. Su mirada se apartó y con mucho esfuerzo suspiró para mantener la compostura.

-¿Te digo algo? -le volvió a ver-A veces te extraño tanto que a penas puedo resistirlo. -le confesó sin lograr contener su voz quebradiza.

Gracias a la influencia femenina el matrimonio Lizondo tomó sus maletas y mudó toda su vida. No vivían en el mismo vecindario, pero sí había suficiente cercanía para que las dos niñas y un niño visitaran de vez en cuando a su profesora Jaiden. La mujer fue contratada felizmente en otra escuela, Bobby fue escolarizado y Sebastián obtuvo trabajo como mecánico y vendedor de autos, además de sus repuestos. La vida en aquella ciudad, en efecto, era movida. Las cosas eran más fuertes, más exigentes pero más lujosas.

Aún con la cercanía de ambas familias, Sebastián tuvo que enfrentar las consecuencias de sus actos: el terrible dolor de tener a alguien tan cerca, pero emocionalmente distanciado. No sólo se trataba de que Iván advirtió que si de mudaron cercan no iba a comprar nada de el rancho soñado de Sebastián. El viaje de las dos familias para bailar fue el estándar de sus interacciones con Iván. Extrañaba el auténtico Iván, el que reía con facilidad, que le abrazaba con fuerza, el que lo correteaba para jugar con él y le hacía malos chistes. Solo podía volver a conocerlo, a ver al verdadero amante cuando viajaban a la montaña.

-¿Por qué siempre tiene que ser en el maldito frío de esta montaña? -preguntó un día en frustración. Estaban como siempre en el mismo lugar, en el mismo río donde siempre se bañaban-Deberíamos ir a una playa, o visitar Estados Unidos.

-¿Estados Unidos? -Iván miró sosprendido-Por favor Sebastián, de milagro descubriste una gringa que no nos ve como cucarachas. ¿Cómo crees que serán los gringos con un medio mexicano como yo? -Sebastián caminó lejos de él, harto de todo-Por favor Lizondo, no te enfades conmigo. Además, necesito gestionar mi trabajo; la cadena de comida está en medio de un altibajo, creo que debemos posponer nuestra caza unos meses extra.

Sebastián no podía creer lo que recién escuchó, tenía que ser broma. Negó con la cabeza, con dolor en todo su cuerpo.

-Jamás tienes tiempo, nunca es suficiente. -él se volteó-Esta situación no es satisfactoria.

Iván se encogió de hombros, fingiendo que todo esto no le afectaba. Él empezó a caminar hacia su compañía.

-Tengo que trabajar. No quiero que mi negocio se desplome y tengo tres hijos... En serio no puedo. -vio cómo Sebastián se volvió a voltear-¿Tienes una mejor idea?

El preguntado bajó la cabeza, molesto.

-Te diré algo, te lo diré una sola vez. -advirtió Sebastián.

-Adelante. -respondió molesto.

-Pudimos llevar una buena vida juntos, ¡una buena vida! Pudimos vivir incluso más cerca, tener más viajes. Pude trabajar en tu mismo sector, para ti. Nuestras esposas salen juntas más en un mes que nosotros en un año. ¡Pero tú no quisiste todo esto! Hiciste como que no habían oportunidades, poniéndome la correa en el cuello. ¡Y AL FINAL DE TODO, AL FINAL DE TANTOS AÑOS TODO LO QUE TENEMOS ES UNA MALDITA MONTAÑA! -hizo explotar sus palabras, señalando la montaña a su alrededor-Tú no sabes lo mal que me siento. Yo no puedo simplemente estar de verdad contigo una o dos veces e ignorarte el resto del año, como te la pasas haciendo.

El silencio que tuvieron aquí fue poderoso, pesado y necesario. Iván se dio media vuelta y apoyó sus manos en sus rodillas; a Sebastián no le gustó aquello.

-Pero me doy por vencido... ¡No eres más que un maldito bastardo...! -caminó varios pasos lejos-Desearía saber cómo renunciar a ti...

La presión en el pecho, en el vientre, en su cabeza lo atormentó inhumanamente.

-¿... Por qué no lo haces? -gritó de repente Iván.

Sebastián abrió los ojos. Estaba listo para morir en cuanto diese la vuelta, pero al hacerlo vio una cara roja de tanto contener lágrimas, unos labios temblorosos y un ceño de sufrimiento profundo.

-¿P-por qué no me dejas en paz? -siguió reprochando, pero su voz que intentaba ser autoritaria estaba quebrada de tristeza-S-si lo hicieras, nuestras vidas s-serían... -el hombre intentó tomar aire, intentando ocultar sus lágrimas-No deberías desear que te maten por mí.

Ante un llanto tan sincero Sebastián Lizondo se acercó arrepintiéndose de sus palabras. Buscó abrazar a Iván Buhajeruk para consolarlo, y al inicio el que lloraba empujó al consolado para apartarlo con furia. Aún con eso, la verdad dentro de sí lo hizo desplomarse en los brazos de aquel hombre al que tan poco y tanto tiempo le había dedicado.

Ambos se apartaron tanto física como emocionalmente. Solo sabían del otro a través de sus esposas e hijos, y eso era poco. Bobby empezó a trabajar. Ramón era recién graduado y Lucía y Marianela empezaron sus primeros noviazgos. Hubo complicidad entre ambos hombres al fingir que solo era la vejez la razón de aquella declinación por seguir cazando, así que le mujeres no se entromentieron.

Dos años pasaron. Un día dio la casualidad que Iván recordó el número de la casa de los Lizondo y los llamó. Atendió Jaiden sin decir palabra.

-¿Hola? ¿Con cuál de los Lizondo estoy hablando?

-Hello Mr. Buhajeruk. -la voz quebradiza de la mujer era notable-¿A qué se debe la llamada?

-¿Está Sebastián?

-... Lo siento mucho, Sir. Sebastián ha fallecido.

El sonido de la palabra, con las sílabas juntándose era penetrante. Hubo un desasosiego temporal de la realidad. Uno que apretó desde dentro, un dolor. Respiró hondo para seguir hablando.

-¿Sabe cómo murió?

La mujer sollozó a través del teléfono.

-Sebastián visitó a sus padres hace cuatro días, se iba a quedar una semana entera. Su madre me llamó... Dijo que estaba cambiando un neumático y... Realmente no sé nada de mecánica pero algo le saltó en la cabeza y le rompió la mandíbula... Cuando alguien por fin se acercó ya estaba ahogado en su propia sangre...

Ambos guardaron el mismo silencio, procesando y volviendo a procesar la información.

-¿... Qui.... ere que le ayude a financiar el funeral?

La mujer gimió de llanto, con el corazón destrozado.

-¡Sorry, sorry! I'm fine... Es que... la madre explicó que ellos tienen un panteón familiar y que lo van a enterrar allí. -sollozó más con frustración irregular-¡Ni siquiera me llevarán algún resto para cremarlo, tal como él quería!

Iván tapó su boca por la indignación compasiva que acompañaba su tristeza. No podía soportar esto.

-¿Sus padres viven en el mismo pueblo de siempre?

-Y lo harán hasta que se mueran.

-Yo podría convencer a sus padres de darle algunos restos y así hacerle una lápida.

-¡Muchas gracias! Aunque... en su testamento pidió... que lo enterraran en la montaña Luis Leonza. No sé dónde es aquella... A veces Sebastián se inventaba los nombres de los lugares y solo él podía entenderse.

-Yo sé dónde queda esa montaña. -confesó-Puedo llevar sus restos después de cremarlo...

-Muchas gracias, señor Buhajeruk.

Se encontró con una caza en mitad de la nada, con un rancho empobrecido y una vista amplia de monte. Él se presentó a los Lizondo y explicó a lo que venía.

-Conozco bien esa montaña. -confesó el viejo Lizondo, serio-Supongo que él se sentía demasiado especial para querer ser enterrado aquí, pero Dios sabe lo que es correcto. -afirmó neutral-Sebastián solía decir... "Iván Buhajeruk... -el mencionado lo vio fijamente, el padre negó con la cabeza al recordar las palabras-algún día lo traeré aquí y haremos prosperar el rancho y el pueblo..." Una absurda fantasía. Y luego, habló del mismo Iván Buhajeruk, un hombre exitoso. Se mudaría a la cuidad, tendría su propio rancho y haría negocios con él. Pero como la mayoría de las ideas de Sebastián, nunca llegó a suceder...

El nudo lo apretó cada vez más. La culpa, el pesar de consciencia. Saber que Sebastián siempre soñó con algo que él mismo le arrebató por años, por toda la vida... Pero lo que más le dolía era pensar que ahora estaba muerto, con irrespeto de su última voluntad y sin sueños cumplidos.

-Si quiere puede llevarse un recuerdo de su habitación, -la madre Lizondo le habló con dulzura-Él dejaba sus cosas cada vez que nos visitaba.

Se digno a entrar a esa habitación reducida, con poco más que la cama, la ropa y una silla junto a una mesa. No tenían color las paredes y su ventana daba la vista a la absoluta nada. Era nada.

El hombre la revisó, revisó la evidencia de la infancia de un hombre risueño en cajones blancos, en una cama mediana, debajo de la mesita. Envió su vista al armario y se dirigió a ella. Notó cómo había ropa de niño, ropa de no tan niño y ropa de adulto vaquero y adulto de hace tan solo unos días. Tocó todas y notó que unas aún estaban impregnadas de olor, del perfume que siempre usaba y nunca reemplazaba. De repente notó algo en la pared, una parte rota que estaba disimulada.

Cuando la abrió con cuidado se encontró con el secreto: La manga de una camisa roja, aquella con la que lo había despedido, cuando eran jóvenes y habían trabajado juntos como maestros de caza. Su corazón se acercó solo con esos, pero aún así no estaba preparado, cuando notó que tenía otra tela dentro y descubrió otra manga escondida dentro de la roja. Era una manga azul, de la misma camisa que había perdido hace años, aquella por la que había preguntado antes de irse.

Las lagrimas en sus ojos por primera vez no fueron controladas, mientras el hombre abrazaba al par de camisas que sí pudieron estar juntas y ser felices.

-Lo siento mucho...

El hombre volvió a la sala, con varios objetos que evidenciaban la existencia de su viejo amor.

-Lamento decirte que tenemos un panteón familiar y aquí se quedará. -sentenció con autoridad.

-... Al menos podría llevarle algo a su esposa. -le recordó Iván-Piense en el honor de su mujer. Ella es digna de respeto, se lo aseguro. Y sus hijo, su trabajador hijo también quiere darle un último adiós. -Lizondo lo vio seriamente.

Afortunadamente tuvo un poco de justicia para el fallecido. Sin duda asistió al funeral y a pesar de tener tan poco de él, llevó a viajar la Señora e hijo Lizondo al lugar más privado de su vida, para despedirlo de una vez.

El tiempo transcurrió. El hombre siguió con su vida ocupada por su trabajo con el fin de no dejar ver que estaba algo vacía, porque le faltaba alguien en su vida. Siguió viviendo con su esposa, simplemente viviendo el día a día, sin nada que ocultar y siendo indiferente ante todo.

Un día fue visitado por su hijo mayor a quien no había visto hace mucho. Ramón aseguró que necesitaba más muebles, a lo que el padre comentó que sin hijos ya no eran de utilidad.

-¿Qué te trae por aquí?

-Pa, quiero casarme con Alma. -él mencionó a su novia.

-¿En serio? Que bueno. ¿Quieres que vaya a la boda?

-Sí, pero eso no es todo. Un amigo consiguió unos contactos y... Me consiguió trabajo en la capital. -Iván se sorprendió por la noticia.

-Wow, ¿la capital? Es un lugar muy caro... y lejos.

-De eso quiero hablar. -se acomodó-No quiero dejarlos viviendo aquí. Creo que puedes abrir un local en la capital y vivir en nuestra casa. Sabes que los padres de Alma son gruñones, así que no tendrán que compartir con ello porque se negaron. Y cuando seas muy viejo yo y Alma los mantendremos.

-Sabes que abrir un local no es tan fácil, ¿verdad?

-¡Lo sé! Sería de menor tamaño, pero hay una propiedad que está en venta por ahí y podríamos pelear por ella.

Iván lo pensó mucho, sintiendo que era una fantasía. Se levantó, abrió la nevera y sirvió cerveza a él y su hijo.

-Hijo...

Pero cuando lo vio simplemente algo se movió en él.

-¿Sabes qué? Creo que la capital necesita un poco de nuestra comida en su día a día. -Ramón se iluminó-Además, cómo negarte algo. ¡Mi hijo se va a casar! -brindaron por ello.

Cuando su hijo terminó su visita él empezó a revisar las cosas que tenia que llevarse, emocionado por ello. Cuando revisó su armario tuvo que ver de nuevo el par de camisas unidas que había conservado. Éstas las tenía en un sitio reservado, al lado de la primera postal que Sebastián Lizondo le escribió par a volverse a ver. Las abrazó u las olió, pensando en su juventud con aquel hombre. Las vio una vez más, pensando en el rostro de su antiguo amante.

-Sí Sebastián, te lo juro con el corazón.