Work Text:
(liberosis.
el deseo de preocuparse menos por las cosas.)
Dazai se mueve por el pasillo, tarareando una canción popular. De vez en cuando se le escucha cantar el estribillo en un susurro y quizá, a alguno de sus compañeros le parezca molesto, pero es imposible decirlo, pues ninguno de ellos da muestras de estar fastidiado.
(Siempre lo hacía, aquello de tararear. Chuuya respondía como creía que debía hacerlo: se lo recriminaba; pues siempre escogía los peores momentos para hacerlo. Dazai no le hacía caso y buscaba una canción más escandalosa para cantar. )
Hacia el final del día, los miembros de la Agencia se despiden y, uno a uno, abandonan la oficina. Un pequeño grupo se dirige a la cafetería del primer piso; otros, conversan un rato en frente del edificio. Dazai se queda en la oficina, sentado frente a un computador con la espalda recta y los dedos moviéndose rápidamente mientras escribe.
(Dazai, que siempre había sido un perezoso. Dazai, que siempre evitaba el trabajo a toda costa. Dazai, que prefería dormir a obedecer inmediatamente el llamado del jefe. Dazai, que era capaz de acabar con su reserva de alcohol en la mitad del tiempo previsto.)
Las vacías calles de Yokohama a las dos de la mañana ven a Dazai caminando a paso lento, con las manos en los bolsillos y aun tarareando esa canción. De vez en cuando canta, pero esta vez, ha cambiado la letra original por alguna estupidez de su propia invención. Chuuya está seguro que escuchó algo de tirarse de un puente. Antes de doblar una esquina, se detiene y en la oscuridad, se ve demasiado alto, demasiado delgado, demasiado diferente. Un Dazai desconocido.
(No tenía expresión alguna cuando disparaba, era capaz de sonreír mientras alguien gritaba de dolor, ignoraba los ruegos y los convertía en chistes. Chuuya observaba impasible y una vez todo acababa, Daza abandonaba el cuarto, cubierto de sangre, sonriendo. Y con una expresión aún más alegre, le anunciaba que debían irse, pues tenían una misión que cumplir.)
Después de estar de pie por unos minutos, camina hacia el centro de una solitaria avenida y allí se sienta. Su mirada, desprovista de cualquier emoción, recorre la avenida, mientras saca algo de su bolsillo.
(Antes era igual. Provocaba al enemigo con las más venenosas palabras, sonreía mientras las balas llovían a su alrededor, se acercaba al líder del bando enemigo en medio de los más violentos ataques, extendía su mano con aparente intención de hacer las paces. Y, cuando menos lo esperaba, todos caían.)
Chuuya jura que no le importa. Está seguro que no, sin embargo, Dazai está sentado en medio de la avenida, con los ojos cerrados y la maldita canción en sus labios. No le importa, no lo quiere matar, no lo quiere ver cerca de él, no quiere pensar en la cadencia de su respiración ni en el ritmo regular de su corazón, quiere olvidar los estúpidos vendajes y su cabello alborotado. El millón de formas en que sonríe y como todo se reduce a una sola cosa.
(Tenía una sonrisa para los momentos serios, otra para los tristes, otra para cuando da instrucciones al escuadrón de lidera, había otra para Mori-san y los otros ejecutivos, otra para los tipos con los que tomaba de vez en cuando y una más; una que parecía la combinación de todas y, al mismo tiempo, era completamente diferente a los demás.)
Es esa, la sonrisa que le dirige solo a él. Un poco de melancolía y quizá, algo más, como de todas esas veces que lo molesta sin piedad. Esta vez, a pesar de todo, no lo quiere molestar.
(Un millón de veces le dijo que quería morir y un millón de veces Chuuya no le hizo caso. Era extraño, como algo tan serio de repente se convertía en una broma. Dazai reía y jugaba con la muerte, como si fuese un niño; Chuuya lo ignoraba.)
No puede morir. No ahora. Nunca. No mientras Chuuya puede evitarlo.
Y lo repentino del pensamiento le hace sentir un escalofrío. Estaba seguro que no le importaba, que no extrañaría lo que fuera que tenía con él. Y, a decir verdad, no lo extraña; pero Dazai no puede morir ahora. No puede morir en el momento en el que más lo necesitan. Necesitan. No es Chuuya, es la Agencia y el hombre-tigre, las personas que ha salvado. Chuuya no necesita a Dazai, pero sabe quiénes sí y es quizá este pensamiento lo que lo obliga a salir de su escondite y lanzarse hacia él.
(Era una broma, siempre lo pensó. Quizá lo dijo tantas veces que perdió su significado y su solemnidad. Chuuya lo tomó en serio durante un tiempo, hasta que desapareció de su vida. )
Le importa. Definitivamente le importa y desearía que no fuera así. Es la peor contradicción del mundo, una que sólo Dazai puede provocar y la ironía del asunto es casi cómica. Pero Chuuya ha dejado de tomarse las cosas serias con la gracia que su compañero les atribuía y ante su mirada vacía, desprovista de sonrisa y de cualquier expresión, lo mira atentamente. Cuando Dazai alza su brazo, Chuuya cruza la distancia que los divide con una velocidad admirable.
Sus ojos se cruzan con los de Dazai y éste sonríe, con esa expresión destinada solo a él. El tiempo se detiene y antes de que todo vuelva a moverse, Chuuya detiene al mismo Dazai.
Caen al suelo y Dazai sigue con su estúpida expresión. Ahora lo está mirando. Mira a Chuuya sinceramente y hay algo nuevo en sus ojos, que Chuuya ha visto pocas veces.
—Sabía que vendrías —le dice—. Mis predicciones nunca fallan.
