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Distorted Reality (Spanish Version)

Summary:

Tres años después de perder la guerra, los espíritus Avatar visitan a un Aang amargado y cínico para decirle que tiene que revivir sus aventuras, esta vez, con Zuko y Azula a su lado en una guerra contra las Tribus Agua.

Notes:

  • For Baithin.
  • A translation of [Restricted Work] by (Log in to access.)

¡ATENCIÓN!: ESTE FIC NO ES DE MI AUTORÍA, ES SOLO UNA TRADUCCIÓN AUTORIZADA. EL FIC ORIGINAL PERTENECE A OGRO, QUIEN ORIGINALMENTE LO PUBLICÓ EN FANFICTION.NET. PUEDES ENCONTRAR EL FANFIC EN INGLÉS AQUÍ EN AO3 EN EL PERFIL DE BAITHIN.

Chapter 1: PRÓLOGO

Chapter Text

Prólogo

Habían pasado tres años desde la última vez que Aang hubo entrado en el Mundo de los Espíritus.

Tres años desde que había podido hablar con alguna de sus vidas pasadas.

Tres años desde que el Cometa de Sozin llegó y se fue. Y de su fracaso al intentar derrotar al Señor del Fuego Ozai.

No era que no hubiera intentado hablar con Roku, o Kyoshi, o cualquiera de los otros. Meditaba siempre que tenía tiempo, siempre que encontraba un momento lo suficientemente seguro para hacerlo. Pero esos raros momentos para meditar no eran suficientes y las constantes interrupciones no le permitían alcanzar un trance lo bastante profundo como para proyectar su espíritu en otro mundo, o concentrarse tanto como para desenterrar la sabiduría de sus vidas pasadas. ¿Cómo podría, cuando su mente vagaba demasiado? ¿Cuando pensaba en todas esas personas a las que les había fallado, abandonado o había sido incapaz de proteger?

Esta vez, aparentemente, las estrellas debían haberse alineado o tal vez había meditado en algún lugar lleno de poder donde los monjes habían alcanzado la iluminación espiritual hace mucho tiempo. No parecía haber ningún equinoccio o solsticio, aunque hoy en día era difícil saberlo. O quizás simplemente había tocado fondo.

Supo que esta vez había funcionado, incluso antes de abrir los ojos.

El Mundo de los Espíritus se extendía ante él, un campo abierto lleno de extraños árboles retorcidos, con orquídeas en lugar de hojas y jade en lugar de corteza. El cielo era brillante y azul, casi de forma antinatural, no había una sola nube. Aang nunca había estado en esta parte del Mundo de los Espíritus, pero solo había entrado aquí una vez, así que no podía saberlo con certeza. Por primera vez, se preguntó qué tan grande sería este mundo, si podría hacer un mapa y explorarlo, o si él y sus amigos podrían refugiarse aquí, algún día.

Dio un paso al frente, sus botas se hundieron en un musgo esponjoso, que en realidad no era musgo porque se deshizo en un montón de criaturas verdes y peludas, espíritus disgustados por ser molestados. Los examinó solo por un momento antes de continuar, teniendo cuidado de pisar solo la hierba que se balanceaba suavemente. No tenía tiempo para entretenerse. Tenía que encontrar a sus vidas pasadas.

—¡Roku! ¿Estás aquí? —gritó—. Necesito tu guía.

—Siempre estoy aquí contigo, Aang —dijo la voz de un anciano detrás de él—. Ninguno de nosotros te ha dejado nunca.

Se dio la vuelta para mirar al hombre arrugado, vestido con su túnica roja. El chico lo recordaba mucho más alto, pero Aang supuso que había crecido mucho en tres años.

—Entonces, ¿por qué no he podido hablar con ninguno de ustedes? No he podido usar el Estado Avatar. —No desde aquella vez, hace tanto tiempo, debajo de Ba Sing Se, cuando Azula...

—La energía dentro de ti está bloqueada —dijo Roku, con las manos juntas bajo sus mangas.

—Lo sé —dijo Aang—. Y he intentado desbloquearla. Lo he intentado de verdad, pero fallé. He fracasado y fracasado, una y otra vez y ahora el mundo está más desequilibrado que nunca y ya no sé qué hacer —Su voz tembló y miró sus manos apretadas, esperando que Roku no notara que sus ojos se estaban llenando de lágrimas.

Roku suspiró.

—Entiendo, Aang —dijo—. De verdad. Confío en que recuerdes la historia que te conté de mi tiempo con el Señor del Fuego Sozin. Nuestra amistad y mi fracaso para detener sus sueños de conquista.

—Lo recuerdo.

Se quedaron en silencio por un momento. A veces, cuando yacía en su saco de dormir, tratando en vano de conciliar el sueño, silenciosamente culpaba a Roku por todo lo que había sucedido. A veces resultaba agotador culparse a sí mismo. Pero al final, suponía, Aang y Roku eran uno mismo, por lo que, de nuevo, la culpa era suya.

—Quizás deberías buscar la sabiduría de nuestras otras vidas —dijo finalmente Roku—. Otros que no han cometido los mismos errores que tú y yo. Has hablado antes con Kyoshi, ¿no es así?

—Lo he hecho —dijo Aang—. Bueno, no directamente. Una vez, ella me hizo confesar un asesinato, uno por el que yo estaba siendo juzgado.

Las comisuras de la boca de Roku se levantaron.

—Entiendo —Su pequeña sonrisa se desvaneció con la misma rapidez con la que apareció—. Lo siento, Aang, siento no ser capaz de ofrecerte más sabiduría y lamento que solo tenga que dejarte limpiar y sufrir por mis errores. Solo recuerda... sé decisivo. Aprende de lo que he hecho para que no vuelva a suceder lo mismo.

El anciano desapareció, dejando a Aang solo, con las orquídeas y espíritus de musgo vivientes. Pero la escena a su alrededor se desvaneció como si la hubieran disuelto en agua y cayó en las profundidades de la tierra, aterrizando dentro de un bosque de bambú. No se sintió tan desorientado como hubiera esperado sentirse.

El Avatar Kyoshi emergió del bambú, su maquillaje y ropa eran tan familiares para él que provocaron en Aang el dolor de la pérdida de una amiga.

—Aang —dijo—. Lamento haber estado a punto de hacer que te ejecuten esa vez.

Aang casi soltó una risa.

—Está bien. Nos libramos de esa.

—Has cambiado. Hay dureza en tus ojos ahora, gris como la piedra en lugar del cielo.

Se preguntó si eso tenía que ver con el hecho de que no la encontraba tan intimidante como antes, tan diferente a él en su franqueza y disposición para hacer justicia.

—He cambiado —afirmó—. Necesito ayuda. Necesito el poder del Estado Avatar para terminar esta guerra de una vez. Necesito arreglar mis fracasos.

—Es posible que nunca enmiendes tus errores —dijo. Su tono era franco, lo suficientemente duro como para que pareciera que había golpeado a Aang en el pecho.

—¿Qué?

—Podría tomarte toda una vida repararlos. Cualquier cosa que hagas aquí y ahora, algún día puede afectar a tus sucesores, al igual que afectaron mis fracasos. ¿Sabías que fui yo quien estableció el Dai Li? En mi tiempo, ellos estaban destinados a preservar la herencia cultural de Ba Sing Se, para erradicar la corrupción del Rey Tierra.

Aang abrió la boca con sorpresa. Los Dai Li le habían causado más que poco de dolor, incluso ahora.

—¡Pero son la parte más corrupta del Reino Tierra!

Kyoshi cerró los ojos, su rostro impasible.

—Toda acción tiene consecuencias. Es imposible predecir lo que puede traer el futuro y es una tontería intentarlo. Todo lo que puedo sugerir es que seas rápido y decisivo ahora, que hagas justicia donde se deba y que luches para no perderte a ti en medio de eso. Como yo casi me perdí, hace tanto tiempo.

—No veo cómo eso me va a ayudar ahora… —dijo, cruzando los brazos.

—Vuelve más atrás —dijo—. Habla con el Avatar Kuruk.

Kyoshi desapareció. Él también desapareció, antes de que siquiera pudiera decir una palabra.

Luego se encontró en un pantano, con la cabeza sobre una piedra mientras el resto de su cuerpo yacía en agua salobre. Se irguió, disgustado, el olor se había adherido a su cabello y su ropa. Deseaba poder sacárselo, pero era imposible controlar los elementos en el Mundo de los Espíritus.

Con un sobresalto, se dio cuenta de que conocía este pantano. Esta era la única parte del Mundo de los Espíritus en la que había estado antes, cuando visitó a Koh, el Ladrón de Rostros. Procuró borrar toda emoción de su rostro. Le resultaba mucho más fácil en estos días.

Una figura de azul y blanco emergió de la niebla, portaba una lanza de madera y hueso en sus manos y tenía el rostro de un lobo por cabeza. A Aang le tomó un momento darse cuenta de que en realidad estaba viendo a un hombre con un yelmo en forma de lobo, como el que Sokka solía usar, y no un espíritu híbrido de hombre-lobo.

—Debes ser el Avatar Kuruk —dijo Aang.

—Y tú debes ser Aang —dijo el hombre. Le regaló una sonrisa serena—. Encantado de conocerte al fin.

—¿Puedes ayudarme? —preguntó Aang—. Necesito tu sabiduría. Necesito encontrar una forma de acceder al Estado Avatar.

—Odio decírtelo, chico, pero en mi tiempo nunca fui realmente conocido por mi sabiduría —dijo. Clavó la punta de su lanza en el barro—. Yo era el tipo de Avatar que “va con la corriente”. Tuve la suerte de vivir en una época de paz en la que realmente no tenía que hacer mucho. Pero mi vida también estuvo plagada de fracasos. Dejé los asuntos del mundo a mis amigos, que eran mucho más responsables y capaces. Pero fui castigado por mi complacencia. Koh, el Ladrón de Rostros, secuestró a alguien muy importante para mí y lo he estado persiguiendo desde entonces.

—¿Incluso ahora?

—Incluso ahora. —Levantó su lanza del barro, alejándose de Aang—. Así que te ofrezco esto... Lucha por lo que es importante para ti. Nunca lo dejes ir, pero tampoco permitas que eso se interponga en tu camino y te impida hacer lo que debes hacer.

—¿Y qué es eso que debo hacer? —preguntó Aang, pero Kuruk volvió a desaparecer en la niebla, quizás en busca de su mayor enemigo una vez más.

La niebla se espesó, oscureciendo tanto su visión que Aang ni siquiera podía distinguir su propia mano si la ponía frente a su rostro. Cuando finalmente se dispersó, se encontró sentado en la cima de una montaña, en posición de loto junto a una monja Nómada Aire, sus tatuajes de flechas ocupaban una gran parte de su frente afeitada. No como los de Aang, que estaban escondidos bajo su cabello y una cinta, para sobrevivir.

—Avatar Aang —dijo a modo de saludo. Sus ojos permanecieron cerrados—. Soy Yangchen.

—Yangchen… —dijo— ¿Qué sabiduría puedes ofrecerme?

—¿Qué tipo de mundo quieres dejar a tu sucesor? —preguntó ella.

Miró hacia adelante, hacia lo profundo de la niebla y los riscos rocosos parcialmente oscurecidos por ella. A lo lejos, podía ver criaturas coloridas volando por el cielo, como cometas. Debían haber sido espíritus.

—Realmente no lo he pensado mucho —dijo finalmente—. Solo quiero tener un sucesor, quiero dejarle un mundo libre de la guerra contra la Nación del Fuego. Y… si eso falla, quiero dejar las cosas de tal manera que él o ella sea capaz de retomarlas donde las dejé. Para acabar con eso en mi lugar.

—¿Para acabar con qué? —preguntó Yangchen.

Dudó en responder por un momento. Apartó la vista del cielo, como si temiera lo que su propia gente le oiría decir. Nunca antes había lo admitido en voz alta ante nadie.

—Con la Nación del Fuego —dijo—. Para hacerles lo que nos hicieron a nosotros, Yangchen. A nuestra gente.

Ella no se movió de su posición para mirarlo, ni siquiera abrió los ojos.

—No creo que realmente pienses eso, Aang. —Estaba a punto de abrir la boca para protestar, pero ella continuó—. Fuiste criado por monjes y te enseñaron a valorar toda la vida, tal como yo. Yo valoraba la vida, pero también tuve que reconocer la necesidad de la muerte. Puse las necesidades del mundo antes que mis propias creencias espirituales, como debería hacer cualquier Avatar. Y el mundo necesita equilibrio. —Y después, finalmente abrió los ojos y se volvió hacia él.

—Con la forma en que está el mundo ahora, es posible que nunca logre restaurar el equilibrio —dijo—. Todo es diferente ahora. Los Maestros Aire se han ido.

—Podrían volver algún día —dijo ella. Sonrió—. Nunca se sabe. Ten esperanza. —Se volvió hacia el cielo abierto—. Además, ¿no tienes un amigo cercano que es un Maestro Fuego? ¿También quieres acabar con él?

Aang se mordió el labio.

—Por supuesto que no. Zuko no es como ellos. —Pero, obviamente, Zuko nunca le dejaría hacer eso. Sabía que era poco realista y desesperado y, de todos modos, no tenía el poder para hacerlo realidad—. Lo sé, lo sé, ¿de acuerdo? Es estúpido y solo empeoraría las cosas. Yo solo… —Se hundió en su asiento junto a ella de nuevo—. Me siento tan impotente. Todo va muy mal.

—No es así como se suponía que iban a ir las cosas —admitió—. Pero para ir más allá, creemos que es hora de que veas el mundo desde otra perspectiva. Debes usar lo que has aprendido y arreglar las cosas para que tu sucesor pueda vivir en una época de paz y equilibrio.

—¿Quiénes son esos "nosotros"? ¿Y cómo? ¿Qué esperas que haga?

—Todos nosotros —Roku apareció, flotando sobre el gran abismo frente a Aang y Yangchen. Kyoshi apareció a su lado—. Lo hemos decidido juntos. Lo harás de nuevo—dijo ella. Entonces vio a Kuruk—. Aprende de tus errores y cámbialos.

Yangchen se volvió hacia él, tocando su frente con una mano. Todas sus vidas pasadas aparecieron en su visión, flotando a su lado, girando y separándose y volviendo a juntarse, lanzándose a través del espacio y las estrellas, Aang veía rostros irreconocibles, de todas las naciones que él conocía mejor que nadie y, finalmente, todo se redujo a un solo hombre, tenía el pelo desordenado y una cegadora luz blanca lo rodeaba. Sin saberlo, era joven y anciano al mismo tiempo, y la mano del hombre, donde antes había estado la de Yangchen, estaba posada sobre la frente de Aang.

—Buena suerte, Aang.

Chapter 2: El Niño en el Volcán

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 1: El Niño en el Volcán


Su tío le había contado una vez, hace años, cuando aún le gustaban historias como estas, que los volcanes gemelos empezaron a proteger la isla después de que los últimos Maestros Fuego fueran capturados. Los aldeanos de su isla simplemente los llamaban las Gemelas, o incluso las Hermanas, porque las dos últimas Maestras Fuego resultaron ser un dúo excepcional (y, si se le podía creer a su Tío quien decía haberlas conocido en su juventud, habían sido hermosas). Eran las valientes defensoras que se erguían en lados opuestos de la isla, se decía que comenzaron a hacer erupción al día siguiente de las últimas Maestras Fuego habían sido sacadas de sus costas; constantemente esparcían su lava en el mar durante todos los años desde entonces, sin señal alguna de que algún día iban detenerse. Las Tribus Agua no se atrevieron a acercarse, demasiado temerosas de cruzar las aguas envenenadas de ese mar para llegar a la aldea que se asentaba en el valle entre las Gemelas.

Su tío había creído que los espíritus de los volcanes protegían su pequeña aldea, pero las Tribus Agua habían demostrado lo equivocado que estaba no mucho después de que le contara la historia. Ese había sido el momento en el que ella dejó de escuchar sus cuentos.

La chica de cabello azabache lanzó un suspiró desesperado a su hermano, mientras lo perseguía a través de la densa jungla, apartando las hojas de palmera cubiertas de rocío mientras se aventuraban más y más lejos de los senderos conocidos. Él se negaba a escuchar las burlas de lo incompetente que era como cazador, en cambio, eso solo parecía estimularlo. Ella ni siquiera sabía por qué había venido hasta aquí a cazar con él, una sensación de irritación crecía como una llama encendida mientras el sudor perlaba su frente. Su rostro se torció en una mueca, ella y su hermano tenían que continuar persiguiendo a sus esquivas presas. Tenían casi toda una aldea que alimentar, ¿no podían tomar un descanso?

—Zuzu, realmente necesitas trabajar en tus habilidades de caza, ¿lo sabías? —le dijo a su hermano mayor. Se encontró con una antigua estatua tribal de uno de sus antepasados, ahora era solo una cabeza gigante, atrapada en el hueco de las raíces de un enorme árbol, con el tronco muy por encima de ella. Tenía una plácida sonrisa que parecía burlarse de ella, al igual que ella se burlaba de su hermano—. Zuzu, ¿dónde estás? —lo llamó.

—¡Cállate, Azula! —susurró, su voz se escuchó como un murmullo ronco. Y entonces ella lo vio agazapado entre el follaje, sus espadas gemelas en ristre mientras observaban al conejo-gallina de pie sobre un montón de hojas de un verde intenso, más grandes que la cabeza de sus dos cazadores.

—No puedes cazar un animal así con espadas, tonto. Tienes que estar bromeando —dijo con un suspiro dramático. Al oír su voz, el animal dejó salir un graznido y se alejó corriendo, de nuevo.

—¡Dejaste que se escapara otra vez! —le gritó frustrado, corriendo tras él.

—Apuesto a que puedo alcanzarlo antes que tú —lo desafió con una sonrisa, corriendo junto a él mientras se apresuraban. Agarró su arco, hecho con tiras de bambú, y se aseguró de que todavía le quedaran flechas en el carcaj que llevaba a la espalda. En sus manos, no eran mucho más útiles que las espadas de su hermano, pero no necesitaba recordárselo. El aire llenó sus pulmones, avivando su fuego interior, preparándose para la pequeña carrera que sabía que él no rechazaría. El aire era pesado y húmedo, transportaba los ricos aromas de la tierra húmeda y de algo floral.

Sus ojos dorados se entrecerraron.

—Es una apuesta.

Su sonrisa se hizo más amplia cuando los dos empezaron a correr a través de los árboles y la densa maleza, esquivando las raíces nudosas con una facilidad practicada, ninguno de los dos apartó sus escrutadores ojos dorados de su presa. Lo siguieron por un río claro, cruzándolo cuidadosamente por un árbol que había caído. Zuko estuvo a punto de resbalar cuando el animal desvió su curso hacia los manglares, a lo largo de la orilla del río, pero se recuperó a tiempo para evitar caer al agua. Azula sonrió triunfante, jactándose de tener mejor equilibrio, pero se detuvo en seco cuando notó que habían estado subiendo una pendiente progresivamente más empinada.

Azula miró hacia el largo paso de montaña que se extendía ante ella. La estúpida criatura atravesó el peligroso y rocoso camino que ascendía por las montañas. Ni siquiera su tío podría decir qué había más allá.

—Tú primero —desafió Azula a su hermano.

—¿Qué? No, sabes que este lugar está prohibido —dijo, dando un cauteloso paso hacia atrás.

—Oh, mi hermanito mayor no quiere romper las reglas, como el buen niño que es—dijo con una voz fingida de bebé—. Siguiendo las reglas de su tío, como siempre. ¡No es como si el lugar fuera a explotar!

—¿De qué estás hablando? Ese camino lleva al volcán. Sabes cómo funcionan, ¿no? Explotan —le dijo con los brazos cruzados. Ella creyó que parecía un niño mimado.

—Bueno, no sé tú, pero yo no voy a dejar de perseguir a esa pequeña criatura molesta tan pronto. Voy a ir —dijo, apretando la mandíbula y dirigiéndose al camino, hacia la ladera de la montaña, a la que los aldeanos llamaban La Hermana Mayor (aunque Azula nunca supo por qué, ni cómo podrían saberlo. ¿No se suponía que eran gemelas?). La vegetación era mucho más escasa aquí, incapaz de sobrevivir en la tierra ennegrecida que cubría el suelo. Su tío había dicho que algún día todo tipo de cosas crecerían aquí, porque la ceniza haría que el suelo fuera mucho más fértil con el tiempo. Pero ese día aún no había llegado.

—¿Por qué tienes que ser así? Si mueres, no será mi culpa —se quejó Zuko. Azula se rio para sí misma de una manera que esperaba que demostrara valentía.   

Los hermanos avanzaron por el camino lentamente, mientras el olor denso y podrido del azufre flotaba en el aire. El calor los envolvió en ondas, haciendo que aún más sudor cayera de sus cejas. Azula miró al sol como si tratara de convencerse a sí misma de que, como Maestra fuego, el calor no debería molestarla tanto, pero incluso con aquel pensamiento en mente, envidiaba a Zuko y su chaleco sin mangas. Zuko vestía de color rojo oscuro, adornado con botas amarillas y negras. Probablemente, su vestimenta no lo mantenía más fresco que a ella, se dijo a sí misma, que llevaba una fina bata de manga corta con los mismos colores y un cinto amarillo ceñido a su cintura. Después de unos minutos de caminata, se toparon con una grieta en medio del camino, donde el vapor y los gases calientes salían de los respiraderos de la tierra con silbidos. Azula tuvo que recordarse a sí misma que aquí arriba no habría ningún hurón-serpiente.

Caminó hacia adelante, sin detenerse, mientras Zuko se paraba detrás de ella.

—¿Vienes? —preguntó ella, mirando por encima del hombro.

—¿Estás loca? Esto solo se está volviendo aún más peligroso. A estas alturas, probablemente el animal esté frito —dijo—. Eso, o ya escapó —murmuró en voz baja.

—Sigamos buscando. Este lugar es bastante intrigante —dijo. Su hermano dio un paso adelante, vacilante, y cuando posó el pie en el suelo, un chorro de vapor salió disparado de las grietas justo frente a él—. ¡Zuko! —gritó, corriendo hacia donde él estaba, esquivando por poco otro chorro de vapor hirviente—. ¡Zuko! —llamó de nuevo, incapaz de encontrarlo. Su corazón latía a un ritmo frenético mientras buscaba a su alrededor y evitaba las ráfagas de vapor y los olores que la hacían sentir náuseas. Se sintió a punto de ahogarse; el azufre parecía salir de todas partes, llenando sus pulmones, escociendo sus ojos…

—¡ZUKO! —gritó, su voz emanando angustia. No, él no podía haberse ido, todo esto era culpa suya, ella lo había obligado a venir... Él era, prácticamente, todo lo que le quedaba... Levantó los brazos en el aire, llevándolos hacia abajo nuevamente mientras gritaba tratando de encontrar a su hermano, plantando los pies en el suelo—. ¡Zuko, deja de esconderte! ¡Tienes que estar aquí!

Un crujido tan fuerte como un trueno atravesó la pared de roca junto a ella, lo que la hizo retroceder asustada. El magma brotó de la abertura de la roca, como si fuera sangre saliendo de una herida, lo que la obligó a alejarse y ascender todavía más por el paso de la montaña para evitar quemarse o algo peor. Un resplandor rojo brilló desde el interior de la grieta, como un latido. La brecha se ensanchó y la tierra retumbó como si la Hermana aullara de dolor. Los ojos de Azula se agrandaron cuando un rayo de luz blanca salió disparado desde el interior de la abertura, una luz tan intensa que cegaba y era diferente a cualquier cosa que había visto antes.

—¡Azula! —gritó una voz familiar. El alivio se apoderó de ella cuando vio una mano pálida que se sostenía de una saliente del acantilado, asiendo la roca mientras trataba de regresar a tierra firme. Azula dio gracias a Agni, quizás por primera vez en su vida, agradecida de que su hermano se las hubiera arreglado para agarrar algo mientras caía. Se apresuró a ayudarlo y con sus esfuerzos combinados, Zuko volvió a subir al paso de montaña y se alejaron de la lava que se enfriaba rápidamente, jadeando por el esfuerzo.

Ella cayó sobre sus rodillas y soltó una risita débil.

—Zuzu, eres tan idiota, caerte de esa manera…

—¿Qué hiciste? —preguntó, examinando la roca partida, cuyas grietas seguían extendiéndose a través de todo ese lado de la montaña. ¿Qué habría pasado si la Hermana se hubiera abierto y hubiera desatado toda su ira? Este lado de la montaña daba al océano, aun así, ese tipo de cosas no presagiaban nada bueno para su aldea en el valle.

—Espera, ¿crees que yo hice eso? —preguntó con sorpresa. Recuperó la compostura y entrecerró los ojos—. No es posible. Los Maestros Fuego no pueden controlar la lava, por muy buenos que sean.

—Eres la única Maestra loca por aquí que conozco —respondió, levantando las manos en el aire. La pared explotó hacia afuera, afortunadamente, lo suficientemente lejos de ambos como para que la onda de calor no los quemara. El magma brotó desde adentro y una piedra gigantesca, semitranslúcida, se derrumbó, era como un orbe de rubí, que se enfrió rápidamente en cuanto quedó expuesta al aire. Zuko gritó alarmado y se volvió hacia ella, como si tuviera todas las respuestas—. ¿Qué es esa cosa?

Azula entrecerró los ojos cuando vio una forma oscura dentro de la piedra.

—Espera... ¿hay alguien adentro? —Se puso de pie y se acercó un poco, la curiosidad venció a la precaución, y examinó de cerca la piedra roja ardiente. ¿Qué tipo de material era este? La persona dentro de la piedra tenía las piernas cruzadas y los nudillos juntos en puños, tenía flechas blancas brillando en el dorso de sus manos y en su frente. La figura parecía no tener cabello—. ¿Qué...?

Y luego sus ojos se abrieron, brillando tan intensamente como la piedra y las flechas en su piel.

Azula dejó escapar un pequeño grito ahogado.

—¡Está vivo! Tenemos que hacer algo —le dijo a su hermano. Ella se estiró, extendiendo una mano. Su palma frente a la piedra mientras sujetaba su muñeca con la otra mano, y tomando una respiración profunda, forzó su energía fuera ella. Una bola de fuego salió disparada de su mano, pero no hizo nada en la piedra.

—¡Azula! ¡Podría ser peligroso! —gritó Zuko a su hermana. Incluso, por lo que podían ver, la piedra era más grande que cualquier estatua que había visto en su aldea o sus alrededores y gran parte de ella todavía estaba oculta dentro de la montaña. El magma que había brotado de ella ya comenzaba a endurecerse hasta convertirse en roca volcánica. Azula siguió acribillando a la piedra con fuego, pero no le hizo ni mella hasta que el aire caliente brotó de una grieta en la roca, empujándola hacia atrás. Zuko la atrapó y la sujetó mientras más fisuras partían la roca con la furia y el rugido de un tifón. Una enorme grieta la dividió por la mitad y el humo y el vapor inundaron su visión, interrumpida solo por un resplandor blanco brillante que se disparó directamente hacia el aire.


Un barco de madera atravesó las corrientes mar adentro, navegando a través de las agitadas aguas de esa cadena de islas, con precaución y precisión. Navegaba con mástiles azules que tenían pintado orbe plateado gigante en el medio, la insignia de las Tribus del Agua.

Un muchacho, de aspecto profundamente bronceado, con el pelo castaño afeitado a los lados y el resto recogido en una cola de lobo guerrera, jadeó cuando vio un rayo de luz blanca proyectarse hasta el cielo desde una de las islas por las que habían pasado.

—Por fin —se dijo a sí mismo, entrecerrando un ojo, azul como el hielo. Le faltaba el otro ojo; había desaparecido hace años, dejando solo una cicatriz vertical sobre el lugar donde había estado antes. Se volvió hacia la anciana que estaba sentada con las piernas cruzadas en la cubierta, no lejos de él—. Abuela, ¿te das cuenta de lo que esto significa?

La anciana estaba sentada, tranquilamente, jugando un juego de Pai Sho con el cocinero y comiendo galletas de foca.

—¿Significa que no podré terminar el juego ni mis galletas? —Tenía el pelo gris y el rostro surcado de arrugas por la edad, pero su piel era tan morena como la de su nieto. Llevaba ropa ligera y fresca, en los tonos azules de la Tribu Agua, a diferencia de su nieto, que vestía una armadura de lobo de cuero pesada, a pesar del calor.

El muchacho frunció el ceño con irritación.

—No, no seas tonta —dijo, volviéndose hacia la luz de nuevo—. Esa luz solo puede provenir de un lugar: ¡el Avatar! —dijo, con el rostro rebosante de determinación. Se veía mucho mayor de lo que realmente era.

—Oh, probablemente no sea nada —dijo su abuela con un suspiro—. Creo que el calor te está afectando, Príncipe Sokka. Ven, siéntate y mírame como destruyo a nuestro amigo en este juego. Es bastante desafiante, ha mejorado —dijo, rascándose la barbilla mientras movía otra ficha. Se rio de alegría— ¡Ooh, yo gano esta ronda! Toma, come una galleta.

—El calor no me está afectando —dijo Sokka, dirigiendo su ceño hacia ella nuevamente. No iba a permitir que ella mermara su emoción— ¡Finalmente podría ser capaz de atrapar al Avatar! ¡Maestros Agua, fijen el curso hacia esa luz!

Su abuela intentó enfriarse un poco usando un abanico hecho con hojas de palmera.

—No estoy segura de que esa sea la mejor ruta —dijo—. El magma de los volcanes suele terminar en las aguas de esa isla. Hace que el agua sea venenosa y las corrientes traicioneras.

Sokka la fulminó con la mirada.

—¿Y tú qué sabes de navegación, mujer? No te traje conmigo para que me aconsejes sobre cosas que conozco mejor.

Su abuela se encogió de hombros, su voz salió ronca cuando habló.

—Bien, como quieras. Hombre, hace calor.


Azula y Zuko intentaron alejar el humo mientras la roca fundida se enfriaba. Cuando su visión se aclaró, vieron al niño tratando de salir de la roca, sus ojos y flechas aún brillaban. Los hermanos lo contemplaron, asombrados.

—¡Detente! — dijo Zuko, en lo que Azula asumió que era su voz más amenazadora, recuperándose de la sorpresa. Extendió sus espadas. El chico se puso de pie. Se preguntó qué creía Zuko que iba a hacer.

La luz brillante a su alrededor se extinguió tan repentinamente como había llegado y las flechas del niño se volvieron azules cuando perdió el conocimiento, cayendo hacia adelante. Azula corrió hacia él y lo atrapó. Ella lo acostó suavemente en el suelo, su brazo sosteniendo su cabeza.

—¿Cómo es posible? —preguntó ella. ¿Podrían los espíritus haberlo traído?

El chico dejó escapar un débil gemido.


Los ojos de Aang se crisparon cuando sintió que el aire entraba en sus pulmones por primera vez en mucho tiempo. Tenía los ojos cerrados, pero no quería abrirlos... Se sentía cómodo y cálido. No se había sentido realmente a gusto desde hace tanto tiempo. Pero entonces sintió su cabeza siendo apoyada contra la piedra y alguien moviendo su cuerpo. Abrió débilmente los ojos.

La primera cosa que divisó fue bastante agradable: dos ojos dorados mirándolo con curiosidad, con solo una pizca de cautela en ellos.

—No me veas así —murmuró—. No soy peligroso.

—¿Que está diciendo? —preguntó otra voz. Una voz profunda que no encajaba con la chica bonita que lo miraba.

—No puedo entenderlo —la chica hizo callar al chico. Espera un minuto... Ojos dorados. Cabello negro. Esa mirada tan aguda, como la de un halcón... ¡Azula!

La conciencia le llegó de golpe, sacudiéndolo con fuerza. Lo primero que hizo fue empujar sus manos hacia adelante, haciendo una corriente de aire que golpeó a la chica, enviándola volando hacia atrás. Se puso de pie con otra ráfaga de aire, sus movimientos eran puros reflejos. Azula cayó por el camino rocoso. ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha hecho? No tenía tiempo para reflexionar, necesitaba actuar, ahora.

—¿Qué estás haciendo? —bramó la voz más profunda. Lo siguiente que supo fue que alguien lo había atacado con un par de espadas gemelas, fueron golpes inexpertos que Aang esquivó fácilmente. Giró rápidamente y lanzó al chico contra una roca negra volcánica que detuvo su caída. Se puso en guardia. No más huir de Azula. Lo había decidido ya hace mucho tiempo. Ignorando al chico, que se abalanzaba hacia él otra vez, corrió a toda velocidad hacia la chica que había caído por el sendero. No se dio cuenta de que a ella le faltaban sus agudos movimientos, como los de un gato, y de que parecía ser extrañamente más torpe de lo habitual. Ni siquiera se dio cuenta de que no estaba controlando ningún otro elemento; el aire le resultaba tan sencillo... Llevó el brazo hacia atrás cuando que alcanzó a la chica, listo para golpearla, listo para acabar con ella al fin...

—¡DETENTE! —gritó una voz desesperada, y de pronto sintió una fuerza sujetando su brazo, agarrándolo y empujándolo hacia atrás.

Aang vio al chico con ira.

—¡Suéltame!

—¡Deja en paz a mi hermana! —gritó el chico. Aang se congeló. ¿Su hermana? Ahora, por fin veía al chico más de cerca, un poco más alto que él, tal vez de su edad. Sus ojos eran tan dorados como los de Azula. Ahora reconocía su rostro. Era Zuko. Pero era distinto.

No tenía cicatriz.

¿Qué?

Sus ojos rápidamente se dirigieron a Azula. Estaba de rodillas en el suelo, mirando a Aang con temor, pero también con determinación, lista para defenderse, sus manos estaban apretadas en puños. Y después lo comprendió. Esta no era Azula. No podría serlo. No tenía esa frialdad, o esa despiadada, condescendiente mirada en sus ojos.

—Lo siento —dijo, su voz atascándose en su garganta. No soportaba verla—. Yo… yo creí que eras alguien más.

—¿Y por eso la atacaste? —preguntó Zuko, todavía lleno de ira.

—Dinos quién eres —demandó Azula—. Esos ataques… No pude verlos. Eres… ¿Eres un Maestro Aire? —se puso de pie, dejando ir su pose de combate, acariciando su barbilla con el pulgar y el índice, mirándolo con atención.

—Eh… Sí —respondió Aang, rascándose la cabeza. ¿Lo había perdonado tan pronto? ¿O todavía seguía conmocionada? Mientras se rascaba la cabeza, se dio cuenta de otra cosa. No tenía cabello. Después de su invasión fallida el Día del Sol Negro, había decidido dejar crecer su cabello de nuevo. Pero ahora. Era calvo, otra vez.

—¿Cómo terminaste dentro de esa roca ardiente? —preguntó Zuko, con los brazos cruzados. Parecía estar conteniendo su ira, por ahora. Azula, por otra parte, se veía más curiosa que antes.

—¿Qué? —preguntó Aang, mirando a su alrededor. Posó su vista en la roca roja, ahora desprovista de energía brillante. Todo esto lucía familiar... ¿Qué estaba pasando? ¿Podría ser...? Saltó con la ayuda del aire, aterrizando en el interior de la piedra. Sí, era igual. Appa estaba acurrucado en el fondo de la roca, un gemido lastimero le indicó que acababa de despertar. ¿Pero cómo? ¿Cómo Appa y él habían terminado así? Lo último que recordaba era que estaba con el Avatar Yangchen y todas sus otras vidas, incluido uno a quien no había reconocido, uno que era mucho más antiguo y primordial que cualquier otro Avatar. ¿Yangchen había querido que abandonara su misión por el momento e hiciera nuevos amigos? Ella había dicho que Aang necesitaba ver el mundo desde otra perspectiva. ¿Era esto a lo que se refería? ¿Sería este algún tipo de loca cruzada espiritual? Su pecho ardía por todas las cosas que no sabía, o tal vez solo fuesen los gases volcánicos que se filtraban a sus pulmones.

—Appa, despierta amigo —le dijo el Avatar a su bisonte. Trepó a su cabeza y levantó uno de sus párpados, pero no se movió. Se acercó a su boca para abrirla mientras Zuko y Azula caminaban para ver qué estaba haciendo. Zuko se quedó boquiabierto justo cuando Appa se despertaba y lamía a Aang.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Zuko, levantando su espada, en caso de que Appa también los fuera a atacar.

—Appa, mi bisonte volador —respondió Aang, con el fantasma de una sonrisa asomándose en su rostro. Appa comenzó a sacudirse, dejando salir un poderoso estornudo que Aang pudo esquivar a tiempo. Una sustancia verde y viscosa salió disparada hacia un respiradero que emanaba gases y lo cubrió justo una ráfaga de vapor salía, haciendo que la sustancia verde estallara en un chorro burbujeante.

Azula hizo una mueca.

—Ugh, eso es asqueroso.

—Esa cosa no puede volar —dijo Zuko, su voz firme y segura—. Eso es imposible.

—Ustedes son de por aquí, ¿verdad? —preguntó Aang. Zuko volvió a apuntar con sus espadas a Aang y miró de reojo a su hermana—. ¡No le respondas! ¡Probablemente ya envió una señal a la Armada del Agua! Es un espía. —Su tono acusador golpeó a Aang de una manera que las espadas no pudieron.

Los ojos de Aang se agrandaron.

—¿Acabas de decir... La Armada del Agua? —Su voz era débil, sus piernas casi se doblaron.

—Dah, ¿quién más? —esa parecía ser la voz de Azula, pero de repente se sintió aturdido y mareado.

—¿Qué le pasa? —preguntó Zuko.

—No lo sé, pero definitivamente tiene algo extraño.

—Primero nos ataca, y ahora se ha enfermado o algo así. Sabes, realmente no me importa —dijo Zuko, cruzándose de brazos. Aang cayó de rodillas, agarrándose la cabeza. ¿Qué estaba pasando? ¿Sus vidas anteriores lo habían arrojado en una dimensión separada y retorcida? ¿Solo estoy soñando?

—Díganme todo lo que sepan, por favor —dijo, mirándolos a los dos. Había elegido aceptar la simple posibilidad de que esto era un sueño.

—¿Por qué deberíamos? —se burló Azula—. Primero nos atacas, luego te vuelves loco, ¿y ahora solo esperas que hagamos lo que dices?

—¿Se refieren a la Tribu Agua, a los Maestros Agua? ¿Son ellos los que están controlando el mundo? —preguntó, con voz insegura, ignorando sus protestas.

—Por supuesto, todo el mundo lo sabe —dijo Zuko, hablando lentamente.

—Ugh... creo que me siento mal —murmuró—. Por favor, cuéntenme todo sobre la guerra.

—Ha estado sucediendo durante cien años —informó Azula—. Hace cien años, las Tribus Agua invadieron a las demás Naciones, y estaban ganando. El Reino Tierra y la Nación del Fuego se defendieron y lucharon, pero todos los Nómadas del Aire fueron aniquilados—dijo, añadiendo esa última oración casi como si se le hubiera ocurrido de repente, dándole una mirada de simpatía que, según Aang, no le sentaba en lo absoluto.

—Supuse que eso habría sucedido —dijo con un suspiro—. Continúa.

Los hermanos lo miraron de manera extraña, mientras él recibía casualmente la noticia de la destrucción de su pueblo, pero Zuko continuó.

—Nuestro padre y la mayoría de los adultos de nuestra aldea se fueron a luchar.

—Soy la última Maestra Fuego en todo el archipiélago del sur —dijo Azula con un suspiro. —Mi padre buscó un maestro por todos lados, pero no he podido encontrar ninguno. Como sea, mi nombre es Azula y este es mi tonto hermano, Zuko.

—Cállate, Azula.

—No creo que seas un espía de la Armada del Agua —dijo, inspeccionándolo por todos lados e ignorando a su hermano—. Por cierto, se considera de buena educación que nos digas tu nombre después de habernos presentado.

—Oh... Mi nombre es Aang —dijo, ofreciendo una débil sonrisa. Solo síguele la corriente... Solo estoy soñando...

—No importa —dijo Zuko, volviéndose hacia el camino—. Me voy. Necesito proteger la aldea. No le creo.

—Disculpa a mi idiota hermano —le dijo Azula a Aang—. Zuzu, es un Maestro Aire. ¡El único en cien años! Es algo interesante. Esa es la única razón por la que no lo he sacrificado a los Espíritus todavía con mi Fuego Control por casi tirarme de la montaña.

—¡No podrías hacer eso de todos modos! —Zuko se dio la vuelta, su arrebato fue repentino, pero se rio de ella—. Tú perdiste, Azula.

—Bueno, me tomó por sorpresa —protestó Azula, cruzando los brazos. Mientras los dos hermanos discutían, Aang pensó para sí mismo.

¿Cómo me voy a despertar? Intentó pellizcarse, pero dolía

—Oh, eh, Zuko... Y Azula —dijo. Le tomaría tiempo acostumbrarse a esto—. Appa puede llevarnos.

—No voy a montar en esa cosa, caminaremos —dijo Zuko. Aang recordó otro incidente, cuando salió de aquel Iceberg en el Polo Sur por primera vez, pero antes de que Zuko pudiera caminar mucho más, se detuvo frente a la lava ardiente que se derramaba sobre el camino de la montaña. Aang se paró frente a la lava y pasó su bastón sobre ella con aire frío, haciendo que el color rojo de la lava se enfriara y se redujera a un camino desigual de roca negra.

—Oh, Appa podría necesitar descansar un poco de todos modos —dijo Aang, recordando—. Vamos, Appa. —El bisonte soltó un quejido de cansancio, caminando lentamente alrededor de la piedra para unirse a ellos en el camino frío. No parecía desconfiar de Azula o Zuko. Y luego Aang se preguntó. ¿Sería este Appa el mismo que lo había acompañado en todas sus aventuras en su mundo “normal”? ¿Tendría los mismos recuerdos y experiencias que Aang, o habría estado encerrado en esa piedra durante cien años? Appa no podía hablar con él ni confirmar nada. Se cruzó de brazos y pensó por un momento. Volvió a mirar a Azula, su cabello negro no era tan liso y brillante como de costumbre, su rostro estaba algo más bronceado por una vida bajo el sol, sus uñas no eran tan afiladas y sus ojos no eran tan crueles.

—¿Por qué me estás mirando? —preguntó, volviéndose para mirarlo.

—Oh... por nada —respondió. Entonces recordó. El Appa "real" tenía una cicatriz en la pata derecha de atrás, un corte largo que le había hecho Mai. Aang examinó su pelaje blanco, buscando la cicatriz. Nop... Nada, pensó. Estaba solo en este "sueño". En todo caso, eso solo probaba que nada de esto era real. No podía serlo. Se dio una bofetada.

—¿Y ahora qué estás haciendo? —preguntó Azula, entrecerrando los ojos.

—Te dije que está loco —susurró Zuko.

—Tenía, uh... un insecto de lava en mi cara —mintió Aang rápidamente. Azula y Zuko levantaron una ceja.


Sokka permaneció en la cubierta del barco, sin apartar la vista de la orilla. No quería admitir que su progreso era más lento de lo que pretendía: su abuela había estado en lo cierto acerca de esas traicioneras corrientes. Sabía que los volcanes submarinos podrían afectar las aguas marinas, y que los respiraderos geotérmicos, por muy debajo que estuvieran, podrían hundir barcos sin importar su tamaño, por lo que ordenó que los Maestros Agua se ocuparan específicamente de eso mientras navegaban. Pero no contaba con que las piedras pómez flotantes les cerrarían el paso, cubriendo las aguas con una película que lucía de color marrón oscuro desde la distancia.

Tuvieron que empujarlas fuera de su camino mientras navegaban, pero eran diferentes de los icebergs en casa. Podrían con esto.

—Príncipe Sokka, me voy a la cama —dijo su abuela detrás de él, bostezando—. Una mujer mayor debe descansar. Tú también deberías. ¡Vete a la cama!

—¡No puedes decirme qué hacer! —ladró Sokka sin volverse hacia la anciana—. ¿Aún no lo sientes o vas a seguir siendo escéptica? El Avatar está cerca. Lo sé.

Ella suspiró.

—Incluso si tienes razón y el Avatar está vivo, sabes que tu padre y que tus antepasados lo han intentado y han fallado.

—Lo sé —dijo Sokka, pasando su mano por la cicatriz de su ojo—. Pero tendré éxito donde ellos fallaron. Tengo que hacerlo. No puedo rendirme y no puedo parecer débil. Los cien años del Avatar en la clandestinidad han terminado.


El cielo resplandeció con un naranja brillante cuando el sol se puso debajo de los Gemelos, dando paso a un cielo claro y estrellado. Zuko avanzó con determinación, pero Aang se sentía cansado y quería algo de tiempo a solas. Azula iba detrás de Zuko, sus pasos eran un poco más lentos que los de él.

—Oye, me estaba preguntando… —comenzó, disminuyendo el ritmo para alcanzar a Aang—. ¿Sabes lo que le pasó al Avatar? Se suponía que debía nacer entre los Nómadas del Aire.

—¿Qué? Oh, no lo sé —dijo Aang encogiéndose de hombros a medias. Su ropa se le pegaba por el sudor. El mismo aire parecía cargado de humedad que intentó mantener a raya haciéndolo circular el espacio a su alrededor. Escuchó un coro de insectos nocturnos y pájaros tropicales a su alrededor mientras aplastaba a los mosquitos que pululaban en el aire cada pocos metros, pero que parecían volver cada vez que los alejaba. Un mono cerdo aulló en algún lugar a lo lejos y otro respondió a su llamada.

—Bueno, si tú lo dices —dijo Azula, asintiendo. Dejó escapar un bostezo largo, parecido al de un gato—. Estoy cansada.

—Puedes ir y, eh... Descansar en Appa, si quieres —ofreció, sin creer en sus propias palabras. ¡Era Azula! Pero... Ella era diferente. Trató de no soltar un quejido.

Después de unas cuantas horas atravesando la selva, durante las cuales Zuko no se quejó ni una vez, llegaron a la aldea. Era bien entrada la noche y el lugar parecía vacío, pero había algunas antorchas encendidas. La mayoría de las estructuras eran de madera, rodeadas por pequeñas cercas de palos y zarzas.

—Puedes dormir en esa —dijo Azula, señalando una de las pocas estructuras que no estaban hechas de madera, cerca de la entrada. Era poco más que un simple cobertizo, pero Aang había dormido en peores condiciones. La Maestra Fuego saltó de Appa y lo condujo hacia allí—. No es mucho, pero estarás bien. Buenas noches.

—Buenas noches —murmuró, colapsando sobre un montón de mantas. El sueño afortunadamente le llegó y esperaba despertar con sus amigos.


Luchaba en una masa de gente, sangre y cadáveres a su alrededor. Todo ardía. Un rayo atravesó el cielo cuando los Maestros Fuego enemigos hacían retroceder a los rebeldes. Una bola de fuego surcaba los cielos, dirigiéndose hacia la Tierra, otorgando a los Maestros Fuego un poder imparable.

Aang luchó usando toda la furia del Avatar mientras sus aliados caían a su alrededor, uno de ellos era Jeong Jeong, que estaba rodeado por diez Maestros Fuego, cada uno de ellos luchaba con tanta fuerza y poder como Aang. El maestro Fuego Control, tan hábil como era, cayó en medio del infierno.


—¡NO! —gritó Aang, despertando.

—Aang, ¿qué está pasando? —preguntó Azula, irrumpiendo en la pequeña tienda. Tropezó con él, no esperaba que estuviese sentado.

—Lo siento —dijo Aang, abrazando sus rodillas—. Fue sólo una pesadilla.

—Oh, bueno, vamos entonces. Todo el mundo quiere verte —Ella tiró de él hacia arriba y lo empujó hacia afuera, el repentino y sofocante calor lo hizo sudar de nuevo—. Aang, te presento a toda la aldea. Todos ustedes, este es Aang.

Observó el grupo de personas, en su mayoría niños y ancianos, y la aldea detrás de ellos. Muchas de las casas, ahora que podía verlas claramente a la luz del sol, parecían mucho más sólidas que las estructuras de la Tribu Agua del Sur. Algunas tenían varios pisos, con exteriores escalonados, al estilo de la Nación del Fuego, y adornados con pintura amarilla. Un santuario se erigía en medio de la de la aldea, sobre el cual colgaban pergaminos pintados con figuras antiguas y tenían palillos de incienso debajo de ellos, como tributo a sus antepasados. Justo más allá del muro norte, vio las ruinas de un templo de piedra, que había sido conquistado por los árboles que lo rodeaban, con su entrada en las sombras, cubierta por marco de raíces enroscadas. Debajo de la corteza del árbol, apenas se podía ver un toque de color, todos los colores de un arco iris, de hecho, aunque se había desvanecido con el tiempo. No había visto templos como ese en la Nación del Fuego desde antes de que se congelara en el iceberg.

—Encantado de conocerlos —dijo Aang, sonriendo tímidamente. No lo habían puesto en este tipo de aprietos en un buen tiempo. Sus ojos se posaron en un hombre en particular, tenía algo de barriga y su cabello recogido en un moño, lucía una sonrisa tranquila. ¡Iroh! Tenía el mismo aspecto de siempre, era tan dolorosamente familiar que sintió una sensación dolorosa en su estómago al verlo.

Azula continuó.

—Es un Maestro Aire. —Ahora todos parecían interesados.

—¿Un Maestro Aire? —preguntó Iroh, dando un paso adelante—. Nunca he conocido a uno. Es un honor.

—Es nuestro tío, está chiflado —le informó Azula a Aang.

Iroh le dio una amplia sonrisa.

—Llámame tío. ¿Eso es... un planeador? —preguntó, señalando a su bastón.

—Por supuesto —sonrió Aang. Está vivo... puedo verlo... Iroh había ayudado mucho y se había vuelto muy cercano a todos ellos. Pensar que Azula, la chica que estaba a su lado, había terminado con su vida... era insoportable— ¿Te gustaría verlo en acción?

—Eso sería maravilloso —dijo Iroh con una sonrisa emocionada. No había cambiado en absoluto. Aang desplegó las alas del planeador, elevándose en el aire mientras un escéptico Zuko observaba con asombro. La mayoría de los niños vitorearon. Cuando Aang aterrizó de nuevo, muchos de ellos se apiñaron a su alrededor e incluso Azula parecía interesada.

Zuko refunfuñó para sí mismo.

Iroh se acercó a Aang con las manos unidas y un brillo ansioso en sus ojos.

—Lamento interrumpir, pero Azula tiene recados que terminar —La Maestra Fuego puso los ojos en blanco, pero se alejó—. Ahora, Aang, ¿te gustaría hablar y beber un poco de té? Me encantaría escuchar algunas de las historias de tu gente.

Aang sonrió.


Sokka estaba de pie en la cubierta del barco una vez más, pero esta vez no miraba hacia la orilla que se acercaba lentamente. Tres soldados de la Armada del Agua frente a él, mientras su abuela estaba sentaba a un lado. Los soldados se pusieron en posición.

—Otra vez —ordenó. El agua se elevó desde mar, obedeciendo los movimientos de Sokka, golpeando las propias corrientes de agua de los soldados. Uno le arrojó cuchillos de hielo que Sokka bloqueó con una pared de hielo recién formada. El agua arremetió contra él, pero esquivó los látigos y lanzó un ataque directo a las piernas de los soldados en un intento de desequilibrarlos. Aterrizó sobre sus dos pies, enfrentando a sus tres oponentes.

—No, lo estás haciendo mal —dijo la anciana con un poco de dureza—. El Agua Control es un elemento pasivo, fluye a nuestro alrededor. Es un poder basado en redirigir los ataques, no un bloque para defenderse. El agua no puede ser forzada. Solo la menor cantidad de energía posible debe destinarse al agua que controlas para defenderte, así que usa su capacidad de corte. Mira —explicó, sacando delgados zarcillos de agua del mar. Uno de los soldados le arrojó una ráfaga de carámbanos que cortó limpiamente sin ningún signo de esfuerzo— ¿Ves? Inténtalo de esa manera.

Sokka alzó las manos en el aire.

—¿Todavía no soy lo suficientemente bueno? He estado trabajando en estas formas durante... —Contó con los dedos, calculando un lapso de tiempo, pero gruñó y apretó el puño— ¡Siempre!

—No, eres demasiado impaciente. Sigue haciendo lo que estabas haciendo —ordenó. Sokka gruñó, sacó un chorro de agua y lo dirigió a un soldado. Intentó redirigir el ataque con más agua, pero fue empujado hacia atrás.

—El Avatar tiene más de cien años. Es un Maestro Aire. Ha tenido mucho tiempo para dominar los cuatro elementos. ¡Necesitaré más que lo básico para derrotarlo! —Desvió la mirada, se tragó su orgullo y se preguntó cómo lo verían sus hombres soltando las siguientes palabras.

—Yo… necesitaré tu ayuda cuando lo enfrente, abuela.

Su abuela pareció pensarlo, pero le respondió con una sonrisa maternal.

—Bien, pero después de que termine mis galletas. Lo enfrentaremos juntos.


—Aang —llamó Azula después de terminar sus tareas. Abrió la solapa de la tienda, mirando adentro para ver a Aang y Iroh bebiendo alegremente su té. Casi podía olvidar que estaba en un sueño y que la guerra aún no acababa. Alguien que había muerto había vuelto a él.

—¿Sí? —preguntó, sofocando su risa por la broma que él e Iroh estaban compartiendo.

—¿Puedo hablar contigo un minuto?

—Um, claro —dijo. La siguió fuera de la tienda, pero ella salió de la aldea, hacia el límite de la selva— ¿A dónde vamos?

—A dar un paseo —respondió ella. Cuando la alcanzó, ella se volvió hacia él— ¿Puedes enseñarme Fuego Control?

—¿Fuego Control? No lo creo —respondió en tono hosco. El día anterior, mientras caminaban por la noche, había intentado encender un fuego en la palma de su mano... pero no funcionó. Era como si se hubiera olvidado por completo de cómo dar vida al fuego en sus manos. Lo intentó todo, mover rocas, controlar el agua, pero solo podía hacer Aire Control. No sabía lo que estaba pasando, pero algo no estaba bien—. ¿No hay nadie más que pueda enseñarte?

—No, como dije, soy la única Maestra Fuego aquí.

—¿Qué? ¿Iroh y Zuko no pueden controlar el fuego?

—Por supuesto que no —dijo, sonriendo de manera altiva—. Los únicos Maestros Fuego viven en la Ciudad Dorada.

Aang casi se congeló en seco. Eso explicaba muchas cosas. Antes, había visto a Zuko encender un fuego con pedernal y yesca, y Iroh hirvió el té de la misma forma. Y ahora había algo más.

—¿Qué es la Ciudad Dorada? —preguntó.

—¿Cuánto tiempo estuviste en ese volcán? —preguntó ella.

—Yo diría que unos cien años, ya que no sé nada de esta guerra con las Tribus del Agua —dijo con indiferencia—. Pero, ¿qué es la Ciudad Dorada?

—Parece que te lo estás tomando bien —dijo, levantando una ceja—. Eres un chico muy extraño. De todos modos, es una ciudad al norte. Es una de las únicas ciudades de la Nación del Fuego que quedan en pie.

—Bueno, estoy seguro de que hay maestros fuego allí. ¿Por qué no vas?

—Bien podría estar en el otro lado del mundo. No puedo simplemente caminar hasta allí —dijo, suspirando con derrota—. Nunca he salido de esta isla.

No podía creer que estaba a punto de decir esto... pero necesitaba ver si podía hacer Fuego Control de nuevo. Era la única manera.

—Podría llevarte, en Appa —se atragantó.

—¿Qué?

—Podría llevarte a Appa —dijo, aclarándose la voz.

—¿Qué? Suena genial y todo, pero no estoy segura —dijo, desviando la mirada. Aang casi se abofeteó de nuevo. Esta chica era definitivamente distinta de la Azula que conocía. "Su" Azula era tan clara y certera, y nunca indecisa.

—Bueno, piénsalo —dijo.

—Regresemos —dijo Azula—. Casi es hora del almuerzo.

Mientras la seguía, Aang pensó que este debía ser el sueño más extraño que había tenido, y eso que nunca había olvidado aquel sueño en el que Appa y Momo se enfrentaban el uno al otro en un duelo de espadas.


Sokka miró por telescopio después de que su nave lograra pasar y esquivar las piedras pómez flotantes y las corrientes volcánicas. Habían sido recibidos con la vista del volcán, cuya lava caía en un flujo constante y se agitaba en el océano a lo largo de los acantilados que bordeaban la isla, como delgados dedos rojos en busca de agua. Él y la tripulación se habían cubierto la nariz y la boca con máscaras de piel de foca para evitar inhalar el aire lleno de azufre, pero después de atravesar lo peor, rodearon la mitad sur de la isla, donde el aire se sentía más ligero.

Por su proximidad con la otra isla, el agua era menos profunda y más tranquila, por lo que ordenó bajar los catamaranes en cuanto vio una aldea asentada en el valle verde entre ambos volcanes.

—Con todas estas protecciones naturales, tendría sentido que el Avatar se escondiera aquí —se dijo a sí mismo, tratando de sofocar la sensación de triunfo que intentaba surgir en su pecho. No era tan arrogante como para asumir que ya había ganado—. Llamen a mi abuela. Creo que estoy a punto de encontrarlo.


Notes:

¡ATENCIÓN!: ESTE FIC NO ES DE MI AUTORÍA, ES SOLO UNA TRADUCCIÓN AUTORIZADA. EL FIC ORIGINAL PERTENECE A OGRO, QUIEN ORIGINALMENTE LO PUBLICÓ EN FANFICTION.NET. PUEDES ENCONTRAR EL FANFIC EN INGLÉS AQUÍ EN AO3 EN EL PERFIL DE BAITHIN.

Chapter 3: El Avatar Regresa

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 2: El Avatar Regresa

 

Aang y Azula caminaron de regreso a la aldea, el joven Avatar intentaba refrescarlos a ambos moviendo pequeñas ráfagas de aire con los dedos. Lo absurdo de la situación lo afectó y no pudo evitar reírse de sí mismo mientras su antigua némesis permanecía en silencio, mirándolo completamente perpleja.

Al entrar en la aldea, Aang miró a su alrededor, preguntándose a dónde habrían ido Zuko e Iroh. Algunos de los niños lo saludaron tímidamente, pero la mayoría de los niños mayores se resistieron, tratando de mantener un comportamiento orgulloso mientras arrojaban sus cañas de pescar en el estanque al otro lado de la aldea. Un olor espantoso, algo repugnante, casi como pescado podrido, asaltó su nariz, se dio cuenta de que el olor provenía del lugar donde un grupo de adultos teñía telas en un balde, lavándolas por dentro y por fuera y manchándose los brazos con todo tipo de colores. Unos metros más allá de ellos, Aang vio a Iroh tocando un instrumento de cuerda junto a otro hombre mayor que tocaba una flauta. La vida aquí era sencilla, de una manera que Aang no había esperado y no pudo evitar sentirse impresionado con su cerebro por imaginar todos estos detalles.

—Hay mucha más gente aquí de la que pensé que habría —le dijo Aang a Azula.

—Bueno, ese es un comentario extraño —dijo, con una mirada que indicaba que aún no sabía qué pensar de él—. Pero solíamos ser muchos más. Todos los adultos capaces han ido a luchar en la guerra, incluidos nuestro padre y un primo.

Aang sintió un escalofrío bajar por la parte posterior de su cuello a pesar del inmenso calor.

—Tu padre...

—Zuzu, ¿qué estás haciendo ahora? —preguntó Azula poniendo una mano en su cadera, sacando a Aang de sus pensamientos. Aang siguió su mirada y vio a Zuko en lo alto de una de las viejas torres de vigilancia hecha de madera, inspeccionando el paisaje más allá de la aldea con una mirada de mal humor.

—Creo que alguien se está acercando a la aldea —dijo, entrecerrando los ojos—. Todo lo que veo son velas azules... ¡Espera, es la Armada del Agua!

Algunos de los aldeanos se quedaron sin aliento y, al instante, todo se volvió un caos. Los ancianos agruparon a los niños pequeños y se los llevaron adentro. Los niños más grandes hicieron lo mismo con el escaso ganado de la aldea, pastoreándolos hasta una cabaña en las afueras. Algunos incluso sacaron sus armas: espadas como las de Zuko o lanzas de madera empapadas en veneno de hurón serpiente.

—¿Está Iroh aquí? ¿Puede ayudarnos? —preguntó uno de los aldeanos, con las manos apretadas por el pánico y la preocupación.

Zuko saltó de la atalaya, desenvainó una de sus espadas y la apuntó acusadoramente a Aang.

—¡Tú! ¡Los llamaste con esa luz! —gritó, golpeando repetidamente a Aang.

Levantó los brazos en defensa.

—¡No! ¡No hice nada!

—¡Fuera! ¡Vete de nuestra aldea antes de que causes más problemas! —gritó Zuko. Aang bulló de rabia. Zuko estaba tratando de echarlo de la aldea y él no había hecho nada para merecerlo. Quería decirle lo sucio e hipócrita que sonaba.

—Espera un momento, Zuko —dijo Iroh, acercándose después de extender su presencia tranquilizadora a los otros aldeanos—. Este buen chico, no ha hecho nada malo. Me parece que es una persona muy interesante. Solo hablemos con calma con los hombres de la Armada del Agua y veamos qué quieren.

Azula habló, enojada.

—¿Estás loco? ¿No recuerdas lo que nos hicieron, lo que le hicieron a mamá?

Iroh se quedó en silencio.

—Bien, olvídenlo, me voy, ¡ya que insistes! —Aang le gritó a Zuko, incapaz de reprimir más su ira.

Azula se mordió el labio.

—Aang, espera —dijo, volviéndose hacia él—. Necesitamos tu ayuda. Por favor, quédate.

—¡Azula, está del lado de ellos! —gritó Zuko a su hermana.

—No voy a recibir órdenes tuyas, Zuko —dijo, su voz llena de peligro y su mirada endurecida. Los ojos de Aang se agrandaron. Eso se parecía más a la Azula que conocía—. Él se queda. —Ahora fue Zuko quien se quedó callado—. Yo... supongo que intentaré idear un plan.



El príncipe Sokka se preparó para la batalla, esperando que la gentuza de la Nación del Fuego intentara luchar contra ellos, por muy salvajes que fueran. Estaba dispuesto a dejar a la aldea intacta siempre que le entregaran al Avatar. El propio Avatar iba a ser un enemigo formidable.

Se vistió con una armadura de lobo, del cuero más resistente disponible. Los hombres que lo acompañaban vestían la misma armadura, pero empuñaban armas de hueso y gruesos escudos hechos de caparazones y huesos y recubiertos de una resina dura. El propio Sokka estaba desarmado, a excepción de dos bolsas de cuero llenas de agua en sus caderas. Finalmente, se puso su yelmo de lobo, el rostro de la criatura congelada en un gruñido amenazante. Estaba listo para enfrentarse al Avatar, su destino.


Aang estaba escondido, a salvo, en una de las pequeñas cabañas de la aldea, como Azula había querido. Por ahora, él guardaría su pequeño secreto. No sabía qué podría hacerle la Armada del Agua a uno de los Nómadas Aire que supuestamente habían estado extintos durante los últimos cien años. Azula estaba de pie, con semblante orgulloso, en la entrada de la aldea, mientras Zuko hacía guardia desde lo alto de su torre improvisada. Los catamaranes se acercaron desde las playas del lado sur, un tramo de la isla que estaba mayormente desprovisto de selva desde el pueblo hasta la costa. Un hombre, en el bote principal, se erguía, con las manos entrelazadas a la espalda. Zuko tragó saliva, pero bajó de la torre junto a su hermana, preparando sus espadas.

Una vez que los pequeños botes llegaron a la orilla, los hombres de la Tribu Agua hicieron bajar a los búfalos yak de los barcos y cabalgaron hacia la aldea. Los enemigos, vestidos como lobos, llegaron a la aldea en un instante, luciendo muy imponentes y peligrosos sobre sus monturas. Solo una no llevaba armadura: una anciana que iba detrás de ellos. Zuko y Azula dieron un paso atrás.

—¿Dónde está él? —preguntó su líder, mirando detrás de ellos. Zuko se dio cuenta de que el resto de la aldea estaba allí, apoyándolos a los dos: hombres y mujeres valientes, incluso los niños, que se negaban a rendirse sin luchar. No de nuevo. Pero, ¿quién era “él”? ¿Estaban buscando a su espía, Aang? El hombre dio un paso adelante, pasó junto a los hermanos y se detuvo frente a los aldeanos. Agarró a Iroh.

—¿Es él? ¿Eres tú el Maestro de todos los elementos? —Nadie dijo nada—. Llévenselo —dijo a sus soldados.

—¡Aléjate de él! —gritó Zuko, arremetiendo contra el hombre de la Nación del Agua con ambas espadas. Lanzando estocadas erráticamente, pero el soldado se lo quitó de encima con facilidad. El Maestro Agua esquivó sus golpes y lo golpeó con una esfera de agua. Zuko volvió a caer al suelo. Rodó hacia atrás, agarrándose el estómago con dolor, pero rápidamente se recuperó y corrió hacia él de nuevo. Esta vez, el agua lo golpeó dos veces en la cara antes de que Zuko pudiera llegar hasta él y lo arrojó de nuevo al suelo.

La voz de Azula resonó en el viento, señalando a los soldados y dando una orden.

—¡Ahora! ¡Disparen los dardos!

Los aldeanos sacaron tubos de bambú de sus bolsillos y los soplaron al mismo tiempo. Sus dardos formaron una ráfaga que se dirigía hacia las filas de los guerreros enemigos; muchos de ellos fallaron o no lograron perforar sus armaduras de cuero, pero algunos dieron en el blanco. Los dardos, cubiertos con veneno hecho con la piel de una rana cobra, inducirían un sueño profundo en los soldados que habían sido alcanzados por ellos unos minutos después. Zuko tenía que darle crédito a su hermana por haber ideado la estrategia en cuestión de minutos. La mayoría de las veces las cerbatanas eran usadas para cazar, pero la primera vez que lo había intentado, se clavó un dardo accidentalmente, había dormido durante todo un día. Desde entonces las dejó de lado.

—Basura de la Nación del Fuego —gruñó el líder y, por el tono de su voz, parecía tratarse de alguien joven. Azula se lanzó hacia adelante y le dio un puñetazo en la mandíbula antes de que pudiera atacar a los aldeanos, su mirada feroz era aterradora. El soldado de la Tribu Agua parecía estar a punto de golpearla de vuelta, pero una ráfaga de aire lo derribó y chocó contra el delgado muro de madera que bordeaba la aldea, aplastándola. Zuko se quedó estupefacto cuando Aang saltó a la escena, su bastón apuntando al Maestro Agua.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Zuko a Aang, su tono furioso— ¡No te necesitamos!

El Maestro Agua hizo una seña a sus soldados para que rodearan al maestro aire. Aang se quedó mirando la salvaje, azul y tuerta mirada del hombre. Su otro ojo parecía haber sido sacado de un tajo, tenía una cicatriz delgada y desagradable que lo atravesaba el lugar donde había estado antes. Pero incluso con la cicatriz, su rostro le parecía extrañamente familiar.

Antes de que los soldados pudieran acercarse, el Avatar arrojó su bastón a los soldados que estaban a su derecha, el bastón giró, lanzando ondas de aire que los tiró al suelo. Los demás se movieron para atacarlo, pero él mantuvo ambas manos a los lados, formando un círculo de viento. Empujó ambas manos hacia adelante, desatando un tornado horizontal que los arrojó a todos contra la otra pared de madera.

El líder lucía sorprendido.

—¿Eres... el Avatar? De ninguna manera —gruñó.

Zuko y los aldeanos se quedaron sin aliento.

—¿Él es el Avatar? —preguntó Azula, sin dirigirse a nadie en particular, tan sorprendida como el Maestro Agua.

—No lo creo —dijo Zuko, pero ahora su tono estaba lleno de asombro.

—Será mejor que lo creas —le dijo Aang al hombre de la Tribu Agua—. Yo soy el Avatar.

—He estado esperando este día, entrenando constantemente. No me derrotarás, eres solo un niño —dijo, poniéndose en posición. Aang entrecerró los ojos. ¿Quién era él? ¿La Tribu Agua se había convertido en la Nación del Fuego que conocía anteriormente? ¿Lo habían estado buscando durante el último siglo? Sacudió la cabeza. Era solo un sueño, provocado por su viaje al Mundo de los Espíritus. No importaba—. Abuela —Volvió la vista, pero la anciana dormía sobre su montura en el búfalo yak, un dardo sobresaliendo de su brazo—. Ugh, ¿en serio?

El enemigo fue el primero en atacar, sacando largos chorros de agua de cada bolsa en sus costados, uniéndolos frente a él e inmediatamente convirtiéndolos en picos de hielo. Cada uno de ellos voló hacia Aang, pero él los desvió con un movimiento de su bastón. Lo balanceó de nuevo, lanzando un golpe de aire hacia el rostro del hombre, pero rodó fuera de su alcance. Zuko y Azula se movieron para ayudar, pero los soldados de Agua amenazaron con sus armas a los aldeanos. Un pequeño grupo de ellos titubeó, el veneno comenzaba a hacer efecto, pero no lo suficientemente rápido como para realmente hacer una diferencia.

—Ven conmigo o morirán —dijo su oponente. Aang entrecerró los ojos. Estaba jugando sucio. No le importaba, todavía estaba soñando, ¿verdad?

—Yo soy tu oponente, déjalos fuera de esto —gruñó.

—Aang, déjanos ayudarte —ordenó Azula, levantando a Zuko para que estuviera junto a ella. Ella trató de golpear a un soldado con una bola de fuego, pero él la bloqueó con su escudo y otros dos sometieron a los hermanos, sosteniendo machetes contra la garganta de Zuko y Azula.

—Estos son tus amigos, ¿no? —preguntó el líder de la tropa al Avatar. Cuando Aang no respondió, lo tomó como un sí—. Súbanlos a bordo —ordenó a sus hombres—. Los Nómadas del Aire eran amistosos, ¿no? Nunca abandonarían a sus amigos solos con sus problemas.

—Te dije que los dejaras fuera de esto —dijo Aang. Zuko y Azula intentaron luchar contra sus captores y Aang estaba a punto de ayudarlos, pero Iroh lo detuvo. Miró al anciano con ojos inquisitivos, maldiciendo en silencio por ser tan bajo de nuevo.

—Ahora no es el momento de contraatacar. Puedes usar el elemento sorpresa más tarde y salvarlos —dijo Iroh. Aang pudo apreciar su sabiduría en esas palabras—. Los salvarás, estoy seguro. Pero tienes que ser paciente y pensar en una solución. Como Avatar tienes esa capacidad, ¿no? —sonrió. Aang se encontró con la mirada de Azula, quien asintió una vez sin miedo en sus ojos—. Dale a ese pobre chico lo que quiere, aunque solo sea por un momento. No estoy demasiado preocupado por mis sobrinos, ambos son niños fuertes.

Aang asintió con la cabeza al anciano y se volvió hacia el maestro agua.

—Llévatelos —dijo, tratando de no mirar a Zuko, Azula o Iroh—. Apenas nos conocemos— Era solo un sueño, no importaba. Ellos estarían bien.

Siguiendo el consejo de su viejo amigo, desplegó su planeador y fue en busca de Appa, mientras los Hombres de la Tribu Agua se alejaban al galope con Zuko y Azula atados. Varios de ellos se habían desplomado sobre sus monturas, dormidos.

Iroh juntó las manos como si estuviera rezando.

—Tengo fe en que los cuidarás, Avatar. Siempre.


—Vamos, muchacho. Vamos. Tenemos que ayudar a Zuko y Azula —le dijo Aang a su bisonte, que pastaba en uno de los pocos claros a poca distancia de la aldea. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando comprendió las palabras que había dicho. Sacudiendo la cabeza, tiró de las riendas del bisonte volador. Appa dejó escapar un gruñido, pero se dio la vuelta lentamente— ¡Está bien Appa, yip, yip! —La criatura aceleró un poco y luego saltó en el aire... y comenzó a ascender. Aang sonrió triunfalmente mientras conducía a Appa en dirección a la nave de la Tribu Agua.

Resultó que el barco ni siquiera se había marchado todavía. Realmente no esperaba que lo hicieran, después de encontrar al Avatar tras cien años de búsqueda, alguien que había resultado ser inquietantemente parecido al Príncipe Zuko y no dejaría atrás a Aang. La persona en cuestión veía desde la cofa de vigilancia, pero el joven Avatar no se preocupó por él en ese momento. Fácilmente apartó a algunos de los soldados en cubierta y luego se deslizó con gracia hacia abajo, donde probablemente mantenían a los prisioneros. Más soldados lo esperaban, apuntándolo con sus lanzas con puntas de hueso.

Una enorme ráfaga de viento arrasó con ellos y el maestro aire continuó por el pasillo, pasando tapices tejidos con diseños en azul y blanco que colgaban de las paredes. Pieles de animales y capas de pelaje que cubrían el suelo y otras partes de las paredes. Partes de ellas estaban extendidas sobre un marco hecho de hueso y madera, como un tambor, con dibujos toscos pintados en ellos que podían haber sido figuras de palos, representando la guerra, o un tal vez era un banco de peces de formas raras; no podía decirlo con seguridad. O quién había hecho esto tenía extraños gustos decorativos o no tenía talento para el arte y los demás miembros del equipo eran demasiado educados para decirlo.

—Estos tipos son tan débiles como los soldados de la Nación del Fuego —murmuró para sí mismo. Le sorprendió que los Maestros Fuego no fueran capaces de derrotar a las tiránicas Tribus del Agua; este barco, como probablemente los demás, estaba hecho de madera. Arrugó la nariz cuando le llegó el olor del humo. Siguió el rastro y vio a los Maestros Agua frenéticamente tratando de apagar el fuego que definitivamente no se había producido de forma natural. Azula era la fuente, lanzando pequeñas bolas de fuego al barco de madera, aparentemente siguiendo la misma línea de pensamiento que tenía Aang. Uno de los Maestros Agua se había cansado de ella y estuvo a punto de inmovilizarla contra el suelo con hielo. Aang eligió ese momento para irrumpir en el enfrentamiento, arrojando al hombre contra la pared con una ráfaga de aire. Zuko hacía todo lo posible por defender a su hermana, atacando imprudentemente a los Maestros Agua y defendiéndose con estocadas al azar. Aang intervino de nuevo, noqueándolos fácilmente a todos—. Vámonos de aquí —dijo. Se deslizó por una esquina hacia el pequeño pasillo principal, casi chocando con un hombre de armadura azul.

—Con la forma en que nos rechazaste tan fácilmente, no estaba segura de que vendrías por nosotros —dijo Azula—. Gracias, supongo.

Era su mismo oponente de antes, furioso por la fuga de sus prisioneros y el incendio de su barco

—Escoria de Maestro Fuego —dijo—. Te subestimé —Su único ojo miró al Avatar, y antes de que pudiera alcanzar su agua, Aang lo golpeó con su bastón, enviando al hombre como un cohete por el pasillo. El Avatar corrió hacia él sin piedad, golpeándolo de nuevo para levantarlo y sacarlo a la cubierta. Detrás de él, Azula lo seguía lanzando sus bolas de fuego, causando tanto daño a la nave como pudo. De vez en cuando tropezaba, pero su hermano estaba allí para sujetarla mientras avanzaban. El esfuerzo se estaba volviendo demasiado para ella.

Aang saltó en el aire de nuevo, listo para atacar al persistente Maestro Agua, pero fue tomado por sorpresa cuando un carámbano afilado, lanzado por su enemigo lo alcanzó en su costado, debajo del brazo derecho. Aang se tambaleó hacia atrás, sintiendo una punzada de dolor. Dolor. Realidad. ¿Esto era... real? El carámbano no lo había atravesado; fue un golpe de suerte que apenas hubiera esquivado lo peor.

Se quedó boquiabierto y todo parecía ir en cámara lenta mientras caía gradualmente hacia atrás, la sangre oscura de su herida saltaba al aire. Finalmente cayó al suelo después de lo que parecieron minutos y miró a su enemigo. Su corazón latía fuerte, dolorosamente. El Maestro Agua contra el que había luchado se quitó el yelmo de lobo, revelando un rostro sorprendentemente familiar, un ojo azul y una cola de lobo de guerrero.

Sokka.  

Algo dentro de él se rompió y el tiempo volvió a la normalidad de nuevo cuando sintió un poder inimaginable fluir a través de él. Sus ojos y tatuajes brillaron de un blanco puro, cegando y ardiendo detrás de su visión, y el aire se precipitó a su alrededor, expulsando poderosos vientos que lo elevaron lentamente hacia el cielo. Podía ver, pero no sentía nada excepto un entumecimiento abrumador. Con un solo movimiento de su muñeca arrojó lejos al Maestro Agua con una ráfaga de aire, y al levantar ambos brazos, torrentes de agua se elevaron hasta sus dedos. Su herida brilló y luego se curó. El agua se precipitó a su alrededor, arrojando a todos los Maestros Agua enemigos fuera del barco.

Zuko y Azula se escondieron bajo las escaleras que llevaban al interior del barco, sin palabras.

Cuando todas las amenazas fueron derrotadas, el brillo en los ojos y las flechas de Aang se extinguió y gradualmente descendió a la cubierta del barco. Tropezó un poco, pero recuperó el equilibrio, solo estaba un poco aturdido por súbita oleada de poder. Azula corrió a su lado.

—Ese fue un poder asombroso —dijo, apretando su hombro. Zuko, por otro lado, parecía un poco asustado.

—Vamos, tenemos que salir de aquí —dijo Aang con voz débil. Appa voló hacia ellos e incluso Zuko dejó escapar un grito ahogado. El Avatar agarró su bastón y trepó a lomos de su bisonte. Los hermanos de la Nación del Fuego lo siguieron, ansiosos por dejar atrás el barco en llamas. Zuko se agarró a la silla con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos mientras la Azula giraba la cabeza constantemente en todas direcciones, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su emoción.

—Finalmente, puedo irme de casa —dijo, mientras Appa despegaba hacia el cielo.

Desafortunadamente, resultó que los Maestros Agua aún no habían terminado. Varios de ellos, liderados por Sokka, formaron una gran ola para tratar de alcanzarlos. Aang instó a su bisonte a subir y ascendió justo a tiempo. Se reclinó contra el pelaje de Appa, una cantidad incontable de pensamientos atestaban su mente.

Esa había sido la primera vez que había entrado en el Estado Avatar en más de tres años, una prueba innegable de que el ciclo no se había roto, de que no había fallado tanto como pensaba.


Kanna salió corriendo a la cubierta, su sensación de pánico había contrarrestado el aturdimiento que había comenzado a desaparecer con la ayuda de un poco de su curación.

—¿Qué pasó? —preguntó, mirando hacia el barco en llamas. Sokka y los otros Maestros Agua usaron sus poderes para apagar la mayor cantidad de llamas que pudieron.

—Fue el Avatar y sus amigos —respondió mordazmente, arrojando un torrente de agua sobre la timonera de madera, que afortunadamente no colapsó. Kanna se apresuró a ayudar— ¡Ese niño le hizo esto a mi nave!

—Un niño, ¿eh? —preguntó ella—. Esas son buenas noticias para las Tribus Agua; nuestra mayor amenaza es solo un niño.

—¡Saquen a todos los hombres a cubierta para ayudar a apagar las llamas! —ordenó Sokka a uno de los soldados. Su voz de repente en un susurro— Era poderoso, pero lo atraparé la próxima vez.


El amanecer se aproximaba mientras volaban por el cielo y Aang nunca se movió de su posición en la cabeza de Appa. Azula y Zuko se movían impacientes y sabía que estaban llenos de preguntas para él, al igual que él para ellos. Azula finalmente inclinó la cabeza sobre la silla, mirando hacia Aang para hacer su pregunta.

—¿Cómo es que nunca nos dijiste que eras el Avatar? —preguntó.

—Porque... las cosas han sido confusas para mí —admitió después de un momento. Su mente estaba en otras cosas. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Por qué sus vidas pasadas lo enviarían a este universo retorcido? Lo habían obligado a ponerse del lado de sus enemigos y luchar contra sus aliados, contra uno de sus mejores amigos. ¿Que está mal? ¿Qué le había ocurrido a Sokka? ¿Cómo voy a regresar? Trató de someter esos pensamientos, pero eso solo empeoró su dolor de cabeza.

—Entonces... ¿me vas a llevar a la Ciudad Dorada? Supongo que estamos todos juntos en esto, ¿eh? —preguntó ella. Aang asintió— ¡Genial! Ambos podemos aprender a Fuego Control juntos.

—¿Eh? —Su declaración lo había sacado de sus pensamientos.

—Bueno, según la leyenda, el Avatar tiene que aprender el fuego, luego la tierra y luego el agua, ¿verdad?

—¿Esperar qué? —Se incorporó rápidamente— ¿No es agua, luego tierra y fuego?

—Vaya, creo que es tonto —dijo Zuko— ¿Por qué vendría el verano después de la primavera?

—Espera, ¿estás diciendo... que el orden de las estaciones es otoño, verano, primavera y luego invierno?

—Dah —dijo Azula, golpeándolo en la cabeza. Aang se tambaleó.

—Bueno —dijo después de un momento—, antes de que vayamos a la Ciudad Dorada, hay algunos lugares a los que me gustaría ir primero—Desenrrolló un mapa—. Primero, necesito ir al Templo Aire del Oeste para verificar algo. —Señaló la ubicación en el mapa y luego deslizó su dedo hacia un destino diferente. No era por placer. Ya no viajaba a ningún lugar por placer—. Y luego a la Isla Creciente.

—¿Por qué esos lugares? —preguntó Azula, enarcando una ceja.

—Necesito comprobar algo —dijo, enrollando el mapa de nuevo. Zuko puso los ojos en blanco. Todo el peso de la situación se apoderó de él y de repente se sintió abrumadoramente cansado—. Me voy a dormir —murmuró, acurrucándose contra Appa—... no he dormido en un tiempo...

Antes de caer en un sueño feliz, pensó en sus amigos perdidos, en las oportunidades desperdiciadas y en preguntas sobre cómo todo había salido tan mal.

Chapter 4: El Templo Aire del Oeste

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Libro 1: Fuego

Capítulo 3: El Templo Aire del Oeste

 

—Entonces, ¿me recuerdas a dónde estamos yendo? —murmuró Zuko a Aang, con los brazos cruzados mientras miraba al cielo.

—Al Templo Aire del Oeste —respondió, viendo al frente. Él no tenía tiempo para este Zuko, algo más inmaduro, al que aún no estaba acostumbrado. En su “dimensión”, Zuko era melancólico y silencioso, pero había sido un apoyo estable para el grupo. Era fuerte y confiable.

Aquí, casi se parecía al Sokka que conocía.

Pensar en uno de sus mejores amigos, su hermano, le trajo más dolor al joven Avatar. Rápidamente descartó los pensamientos deprimentes.

Este Zuko era más propenso a quejarse que el que conocía, aunque ambos podían ser igual de malhumorados (especialmente a medida que su Sokka se hacía mayor). Zuko a menudo era el blanco de bromas y trucos de Azula. Su hermana menor era un poco mala con él a veces, como cuando le chamuscaba partes de su ropa por aburrimiento. Sin embargo, normalmente no se metía con Aang y eso estaba perfectamente bien para él. Ella parecía mirarlo como si no pudiera entenderlo y reconocía que era mucho más fuerte que ella. La única interacción que habían tenido fue una conversación falsamente cortés y risas silenciosa ante las desgracias de Zuko. Había decidido que no quería conocerla, porque ella era muy real y, por tanto, era muy probable que lo atacara en cuanto bajase la guardia. Siempre que la miraba, no podía evitar ver a alguien diferente, algo que podría haber sido. Podía ver el brillo malicioso en sus ojos y la sonrisa perversa en su rostro perfecto, incluso cuando en ella no había rastro de crueldad. Estaba decidido a no confiar en ella.

Appa soltó un sonido de alivio cuando llegaron al cañón. El calor familiar de la Nación del Fuego se sentía tan pesado y sofocante como lo recordaba, un pequeño hecho que extrañamente consoló a Aang. La tierra estéril debajo de él ardía y el aire se sentía más seco que en las islas del sur.

—Estamos aquí —anunció Aang a los otros dos, mirando hacia atrás. Los dos hermanos de la Nación del Fuego se incorporaron y se inclinaron hacia adelante con interés.

—No lo veo —dijo Azula, entrecerrando los ojos.

—Ahora está viendo cosas —murmuró Zuko—. Estupendo.

—Bueno, este es algo diferente de los otros Templos del Aire —dijo Aang—. Donde los otros se elevan hasta el cielo… —Hizo volar a Appa hacia el cañón y los dos hermanos soltaron un jadeo—… este está cuelga debajo de un acantilado.

El templo no había sufrió cambios ni daños desde la última vez que lo vio. Los edificios nivelados colgaban hacia abajo, cada lado inferior de las pagodas sostenía árboles y hierba silvestre. Le indicó a Appa que aterrizara en la plaza principal del templo, donde encontraron una fuente seca junto a un mural descolorido pero lleno de dibujos de bisontes voladores. Los pilares se extendían desde el suelo hasta el techo, actuando como soporte para ambos. Aang saltó grácilmente de la cabeza de Appa y Azula aterrizó como un gato en el suelo. Zuko estaba a punto de imitarla cuando Appa se sacudió y él cayó al suelo.

—¿Este lugar estaba dirigido por mujeres? —preguntó Azula, mirando a todas las estatuas de las monjas Maestras Aire.

—Sí —respondió Aang, uniéndose a ella para mirar la estatua, su flecha aún se notaba en la frente afeitada de la antigua Maestra. Si este templo era el mismo que solía visitar en casa, entonces realmente no había esperanza de...

—Whoa —dijo Zuko, interrumpiendo sus pensamientos. El chico de la espada abrió una de las puertas más gruesas y miró hacia un pasillo oscuro—. Hay un montón de estatuas aquí —Aang y Azula se acercaron y el Avatar se alegró al ver el Salón de las Estatuas. Todos formaron una fila y empezaron a descender. Si recordaba correctamente, este era el mismo pasillo donde Teo, el hijo del Mecanicista, se estrelló cuando sus frenos dejaron de funcionar. Estas estatuas eran un poco más altas que ellos tres, todas representaban a mujeres Nómadas Aire, todas las monjas en la historia del Templo—. Todas son... mujeres.

—No hay mucha variedad aquí —dijo Azula con indiferencia.

—El Templo Aire del Sur, el lugar donde crecí, tenía estatuas de todos los Avatares pasados—dijo Aang—. Es muy interesante. Muestra cada Avatar en el orden en el que nacimos.

—¿Qué, quieres decir en el orden de “agua, tierra, fuego, aire”? —preguntó Zuko, riendo. Aang lo miró fijamente, su rostro en blanco—. Está bien, está bien, no importa.

—Solo dije eso porque... mi cerebro todavía estaba confundido... por el iceberg —dijo Aang, buscando palabras en un intento de encubrir su error de antes.

—¿Iceberg? —preguntó Azula, cruzando los brazos y mirándolo con una ceja levantada.

Los ojos de Aang se abrieron cuando se dio cuenta de nuevo gran desliz.

—Eh... me refiero al volcán —dijo, y esperaba que fuera suficiente para salvarse. Parecieron creérselo, pero Azula y Zuko se miraron y se encogieron de hombros—. Como dije, ¡estaba confundido! —Les dedicó una débil sonrisa que solo desapareció cuando se alejaron para continuar explorando el templo.


No fue hasta que convocaron una oleada gigantesca, que el incendio en el barco finalmente se apagó. Luego, el barco estuvo a punto de hundirse y todos los Maestros Agua tuvieron que usar todo su poder para mantenerlo a flote. El barco estaba estropeado y en mal estado y el Príncipe Sokka estaba más furioso que nunca. Tenía que capturar al Avatar; su propio honor y su estatus como Maestro Agua, hombre e hijo mayor del Emperador del Agua dependían de ello. La antigua Nación del Fuego valoraba su honor y orgullo más que las Tribus Agua, pero todos tenían dignidad. Y él necesitaba restaurarlos.

—Podrías ayudarnos, ¿sabes? —dijo su abuela, salpicándose un poco de agua para refrescarse—. Todos los hombres te admiran y son leales. Al menos puedes darles una mano amistosa.

—No tengo amigos —espetó—. No necesito ninguno —Desde su exilio autoimpuesto, su abuela siempre le había hablado de las ventajas de la amistad y el amor. Afirmaba que las antiguas Tribus Agua prácticamente se bañaban en ellos. No necesitaba de deseos tan femeninos. Las Tribus Agua anteriores a la guerra habían sido gente tan primitiva; él, como muchos otros, prefería que los llamaran Nación del Agua. Su ejército no daba mucho que hablar, pero su Gran Armada era incomparable. El barco de Sokka reflejaba su estado actual en la tribu: más pequeño que la mayoría y hecho completamente de madera y pieles de animales, mientras que los más majestuosos estaban cubiertos por capas de hielo, incluso en la cubierta, que parecían como si hubieran sido directamente tallados de un glaciar, con huesos de ballena ennegrecidos añadiendo un filo perverso a las proas.

Cuando el barco finalmente llegó hasta un puerto controlado por la Nación del Agua, su abuela tuvo que ir a sus habitaciones y distraerlo de sus mapas. Había estado tratando de seguir el curso del Avatar. Trató de convencerlo de que fuera a la ciudad y saliera a caminar con ella. ¿Pero quién era para pensar que ella, una mujer, podía darle órdenes al Príncipe de la Nación del Agua? Ella podría ser la Madre Luna, pero, técnicamente, él la superaba en rango.

—No tengo tiempo para eso —gruñó Sokka, despidiéndola rápidamente—. Tengo que apegarme al horario.

—Oh, bueno, supongo que no puedes venir conmigo y comprar toda la cecina de foca que nos hemos perdido —dijo despreocupadamente, comenzando a alejarse. Sokka detuvo su trabajo, gimió y dejó caer la cabeza contra los mapas. Ella conocía bien sus debilidades.


Después de mostrarles a Zuko y Azula el Salón de las Estatuas, el Avatar los llevó a la Cámara del Eco Eterno. Era grande y tenía forma de cúpula, con muchos mecanismos de piedra en el interior para estimular los ecos casi infinitos. Era uno de los rasgos únicos y más entretenidos del Templo Aire del Oeste, construido únicamente por esa razón, pero era bien conocido por los otros Nómadas Aire. Cuando Aang abrió la pesada puerta de piedra, el chirrido de piedra contra piedra reverberó por toda la cámara, al principio, de manera casi ensordecedora que luego cayó en un ritmo constante hasta que él la cerró suavemente. La luz se filtraba a través de un agujero del tamaño de una persona en el techo.

—¿Qué es esto? —preguntó Azula. Qué es esto... Qué es esto... Qué es esto...

—La Cámara del Eco Eterno —explicó Aang. Cámara del Eco, Cámara del Eco, Cámara del Eco. Las dos voces se mezclaron con el chirrido, rebotando en las paredes de la cámara—. Es famoso —Famoso, famoso, famoso...

—Es desagradable —dijo Zuko. Dable, dable, dable—. Está bien, esto ya se está volviendo molesto —molesto, molesto... Azula se rio de él, y el sonido de su risa resonó sin cesar, enfureciéndolo aún más. Todos sonidos se mezclaron, haciéndose más y más fuertes a medida que se entrelazaban y eran incrementados por el aparato en el centro de la habitación. Pronto tuvieron que taparse los oídos mientras el sonido se elevaba en un crescendo.

—¡Salgamos de aquí! —gritó Aang y sus palabras también se sumaron al ruido. Volvieron a abrir las puertas y las cerraron de golpe cuando todos estuvieron afuera.

—No le veo sentido a eso —dijo Zuko, frotándose la cabeza—. Ahora me duele la cabeza—. De nuevo parecía melancólico, casi como Aang lo recordaba.

—Sigamos mirando —dijo Aang. Todavía no sabía lo que estaba buscando, solo lo que quería. Necesitaba una guía. Respuestas. Una forma de volver a casa.


En el momento en que Kanna y Sokka bajaron del barco en ruinas, el Príncipe de Agua inmediatamente sintió un escalofrío subir por su columna. Solo tres personas que él conocía podían hacerle eso, dos de las cuales dudaba mucho que estuvieran en un puerto tan pequeño en una de las Islas Exteriores del continente del Fuego.

—No puedo creer que me hayas hecho venir aquí —le dijo Sokka a su abuela con un siseo bajo— ¡No puedo perderle la pista!

—El Avatar, ¿verdad? —preguntó su abuela distraídamente, mirando una lista de compras. Estaba a punto de responder y decirle que dejara de decir en voz alta la identidad de su objetivo, pero la persona que más odiaba se acercó a ellos en ese momento.

—Príncipe Sokka, Lady Kanna, es un placer verlos a los dos aquí —dijo el Jefe del Clan Bato de la Nación del Agua, acercándose detrás de ellos, su voz afable, como siempre. Estaba flanqueado por dos marines con yelmos de cuero del que salían cuernos retorcidos, como siempre, miembros del Clan Búfalo Yak de Bato. Sokka no envidiaba su elección de sombreros con este calor.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —murmuró Sokka para sí mismo. Kanna lo empujó discretamente con el codo.

—Capitán Bato —saludó. Usar su título naval sobre su condición de jefe de su clan significaba una ofensa para Bato: una por la que Sokka tuvo que apreciar a su abuela— ¿Que lo trae por aquí hoy?

—Soy un comandante de flota ahora —dijo, sonando un poco insultado por lo que ella había dicho, pero jactándose de su título—. De todos modos, podría preguntarles lo mismo —dijo Bato, dándose la vuelta para mirar la nave de Sokka, o lo que quedaba de ella—. Parece que han tenido problemas. ¿Piratas? ¿O algo... más? —Miró a Sokka a los ojos, ambas miradas azules estancadas en una batalla de voluntades—. A tu padre no le impresionarían demasiado tus habilidades navales ... o tu falta de ellas.

—No, fue solo un incendio en la cocina —dijo Sokka en voz baja, con el ceño fruncido—. Se salió de control. Y no me hables de mi padre.

—Era de esperarse. Tu torpeza real y ese cocinero tuyo nunca se llevaron bien —dijo Bato con ironía. Quizás lo pretendía como una broma amistosa, como solía intentarlo en la infancia de Sokka. Sokka lo odiaba entonces y lo odiaba ahora.

—Es usted demasiado atrevido, Comandante —dijo Kanna, con un rastro agresividad en sus ojos—. Está fuera de lugar. Él es su príncipe. Muéstrele el debido respeto —Bato solo sonrió y se inclinó ante él, mientras Sokka, por otro lado, sintió su sangre helarse. Bato se estaba burlando de él, fuese un acto amistoso o no, y había sido intencional.

—Me disculpo —dijo Bato, pero era obvio para Sokka que no lo decía en serio. —Me gustaría invitar a miembros tan estimados de la familia del emperador a tomar el té y galletas de foca. Esta es mi base naval ahora. Tengo mucho que ofrecer —dijo. Sokka estaba a punto de decir que iba a arrojar el té y las galletas en su propia cara y que se irían inmediatamente, pero su abuela habló primero.

—Nos encantaría —respondió, lanzando a Sokka una mirada furtiva.


Si bien una buena parte del Templo Occidental había resultado ilesa, los terrenos de los bisontes y la entrada al Templo estaban en ruinas. Sabía que aquí era donde había tenido lugar la batalla, un esfuerzo por proteger el templo. Muchos soldados de la Tribu Agua probablemente perdieron la vida al caer de los acantilados porque no había señales de ningún cuerpo. Deambuló en silencio, atravesando los escombros con la gracia y la delicadeza que solo un Maestro Aire podía poseer. Había visto muchas muertes en su corta vida. Por mórbido que pareciera, estaba acostumbrado, pero ver la destrucción de su propia gente aún lo afectaba. Podía sentir sus restos, casi como si estuviera allí. Pero incluso en este mundo, no había podido estar allí para ayudarlos. Incluso allí, le había fallado al mundo.

Y eso dolía más que nada.

Zuko y Azula lo siguieron mientras registraba los restos, guardando un respetuoso silencio mientras lamentaba la pérdida de su pueblo. Ellos sabían lo que era perder a sus seres queridos. Finalmente llegaron al edificio más destrozado de todos, que Aang reconoció vagamente como los restos de los establos de los bisontes. La puerta estaba bloqueada por la madera caída, piedra y otros escombros, por lo que simplemente levantó el puño y golpeó los débiles restos de la pared. Se derrumbó fácilmente bajo su fuerza, incluso tan inferior como se había vuelto en este mundo, después de que lo obligaran a regresar a su propio cuerpo más joven.

Una vez que el polvo se despejó, lo primero que vio fueron las armaduras de cuero azul seco de los soldados de la Tribu Agua, sus lanzas de hueso y otras armas sobresaliendo del suelo a su alrededor. Pero en el centro de la habitación estaban los restos esqueléticos de una de las Nómadas Aire, una monja por el aspecto de su ropa. Casi esperaba encontrar a Gyatso, pero aun así se sentía como como si lo hubieran golpeado en el estómago. Agachó la cabeza en señal de tristeza y respeto hacia ella y también por los soldados cuyos descendientes una vez habían sido amigos suyos. Esta mujer probablemente había luchado contra los soldados mientras les daba a todos la oportunidad de huir con sus bisontes. Había sido un esfuerzo inútil. La mayoría de los que se habían escapado fueron perseguidos y aniquilados o terminaron desaparecidos. Incluso en su propia vida anterior había aceptado el hecho de que todos se habían ido. Se dio la vuelta.

No sabía por qué casi esperaba ver a Gyatso, su amigo, su mentor, su padre. Simplemente necesitaba orientación, pero sabía que los muertos no podrían proporcionársela. No debería haber venido aquí. Miró los ojos tristes de Zuko y Azula, ambos con miradas conocedoras en sus rostros y pensó que era una había sido una pérdida de tiempo traerlos aquí. Ni siquiera sabía por qué los había dejado salir de su aldea. Todavía no confiaba en Azula y este Zuko era muy diferente al suyo. Aún era un principiante con sus espadas dao y habría sido mucho más seguro para ellos mantenerse alejados de sus viajes y sus asuntos. Solo serían una carga. Preferiría viajar solo. Los habría llevado de vuelta, pero conocía bien la feroz dedicación de Zuko (pero no estaba seguro de si este Zuko tenía alguna) y la capacidad de persuasión de Azula. Se negarían absolutamente a rechazar una aventura como esta. Eran la Nación del Fuego. Eran apasionados.

En su mundo, había conocido la feroz determinación de Zuko la primera vez que entró en la Nación del Fuego con Sokka y Katara, cuando ejecutaron su primer asedio.

Una sacudida repentina atravesó su columna cuando el pensamiento entró en su cabeza. Isla Creciente. Ese podría ser su próximo destino, pero ¿podría siquiera contactar a Roku sin un solsticio? De algún modo, esta vez, sabía que tenía que ir allí sin importar qué y debía hallar una manera de contactar con su vida pasada. Con suerte, el templo del Avatar Roku todavía estaría allí y si tenía algún problema espiritual, esa era la mejor apuesta de Aang. Tener un objetivo lo inundó nuevamente de esperanza, una de las pocas cosas que le quedaba y en la que podía confiar. Eso había sido lo único que los mantuvo en movimiento a él y a sus amigos en el pasado.

Decidieron pasar la noche en el templo. Tenían un largo viaje por delante y, de todos modos, Appa necesitaba descansar. Aang lo había estimulado todo lo que pudo para llegar al Templo Aire del Oeste. Habían establecido el campamento exactamente donde Aang y sus amigos se habían refugiado esas pocas noches en este lugar hace tres años. Descubrió que era otro consuelo, extraño e inesperado.

La fresca brisa nocturna le revolvió la ropa mientras se ocupaba del fuego. Miró los rostros de sus compañeros, ambos dormidos. Todavía eran nuevos en esto, se recordó a sí mismo. Necesitaban descansar. Su propio cuerpo más joven se cansaba con bastante facilidad. Todavía no podía acoplarse a los cambios de ser joven de nuevo. Era más bajo, era calvo y su voz seguía siendo irritantemente alta. Tendría que volver a pasar por la pubertad. Afortunadamente, había descubierto que la enorme desfiguración en su espalda había desaparecido. Por eso pudo entrar en el Estado Avatar cerca de la aldea de Zuko y Azula. Todavía no podía creer que la persona que le causó es enorme cicatriz en la espalda dormía pacíficamente justo en frente de él, sin recuerdos de haberlo hecho. El Avatar se apoyó contra la pared, metió las rodillas bajo la barbilla y apoyó la cabeza allí. Sus párpados cayeron. Su visión se volvió borrosa. Por un momento, creyó ver a Momo bailando frente a las llamas antes de que la oscuridad cubriera su visión.


Kanna se metió la galleta de foca en la boca, disfrutando el sabor. No eran como ella solía hacerlas, pero aún estaban deliciosas. Bato le lanzó una mirada de disgusto mientras Sokka parecía un poco avergonzado. Pero en su mayor parte, la ignoraron mientras hablaban.

—Entonces, ¿has tenido alguna noticia del Avatar? —preguntó Bato, tomando un sorbo de su té. Todo el rato, el jefe del clan lucía una sonrisa desconcertante que sugería que sabía algo que Sokka no—. Por eso dejaste el Polo Sur, ¿no?

—Nada —murmuró el príncipe caído, tomando su propio sorbo de té.

El otro hombre de la Tribu Agua dejó escapar una risa baja, ronca, casi jactanciosa. Sokka, Kanna y los dos guardias apostados en la entrada de la tienda volvieron la vitas hacia él.

—Supuse que no encontrarías nada. ¿A menos que me estés mintiendo sobre algo? —preguntó, una vez que su risa se calmó—. Incluso tu padre sabe que eso es una tontería. No sabe por qué estás tan decidido en hacer esto. Eres más inteligente que eso, Sokka, todos lo sabemos. ¿Por qué no vienes a casa?

—No —casi gruñó Sokka en respuesta—. No he encontrado nada. Y todavía no voy regresar a casa.

—Bueno, es una lástima entonces. Algunos de mis propios hombres lo están buscando ahora, siguiendo tus propias rutas mapeadas —dijo Bato con indiferencia.

Sokka se puso de pie, con la cara roja de ira.

—No le pondrás una mano encima —amenazó, extendiendo su garrote— ¿Cómo te atreves a entrar a la fuerza en mi barco?

Kanna permaneció en silencio: ningún hombre abordaba el barco de otro sin su permiso; ese acto era como pisotear su orgullo y cuestionar su hombría. Una mujer metiéndose en esto solo empeoraría la situación para Sokka.

—¿Eso es un desafío? —preguntó Bato, con el ceño fruncido.

—Sí. ¡Te desafío a un Sedna'a!


Cuando Aang se despertó a la mañana siguiente, se encontró exactamente en la misma posición en la que se había dormido la noche anterior. Los otros dos ya se habían despertado. Azula practicaba con el fuego sobrante de su campamento, haciéndolo bailar en el aire no muy lejos de él. Zuko estaba sentado frente a los restos de la fogata comiendo malhumorado un desayuno frio.

Aang vio a Azula controlar el fuego en el aire, trabajando en su control sobre las llamas. Era tan extraño verla tan inexperta con su control. Estaba lejos de ser la cruel, perversa y experta Maestra Fuego que él conocía. El sudor perló su frente mientras se movía y cambiaba de poses, sin siquiera darse cuenta de que el Avatar la miraba. Cuando finalmente se dio la vuelta para verlo, separó abruptamente las llamas y dejó que se disiparan en el aire.

—Todavía hay otro lugar al que tenemos que ir —dijo Aang—. Nos iremos pronto—Los dos parecían un poco molestos de que les hablara de esa manera, pero ninguno de los dos hizo nada.

—Bueno, también podría decirte que hemos tenido un pequeño espía mientras estuvimos aquí —dijo Azula, con una mano en la cadera. Aang se congeló. ¿Quién los había seguido? ¿Era un enemigo? Se puso en guardia. Azula señaló una de las vigas. Aang siguió su dedo y arriba vio una pequeña cabeza blanca retroceder para esconderse. Su boca se abrió. Se impulsó hasta allí con una ráfaga de aire para ver mejor. La criatura, alarmada, cayó de su viga de madera podrida y luego voló hacia su campamento. Se deslizó justo por encima de un sorprendido Zuko y luego se lanzó en picada, batiendo sus correosas alas para alejarse del que lo perseguía.

—¡Oye, espera, pequeño lémur! —gritó Aang, lleno de alegría ante la expectativa de reunirse con su amigo; la idea de ver a Momo de nuevo le levantó el ánimo más que cualquier otra cosa desde que había llegado a este mundo— ¡No te lastimaremos! ¡Zuko, lánzame algo de comida!

Zuko buscó a tientas, pero rápidamente le arrojó un melocotón ligeramente magullado al Aang en el aire. Aang lo atrapó hábilmente.

—Ven aquí, pequeño lémur. ¡Tengo algo de comida para ti! —Rápidamente arrinconó a la criatura, que era un poco más lenta que él, y luego le ofreció la fruta en su mano. Las orejas del lémur se aplastaron contra su cabeza. Aang colocó suavemente el melocotón frente al lémur y lo rodó hacia él. Cayó sobre sus patas traseras, tímido y asustado, pero se acercó cautelosamente a la comida y le dio un bocado vacilante. El lémur pareció disfrutarlo. Aang sonrió. Los lémures eran fáciles de conquistar si tenías un poco de comida.

Mientras lo veía mordisquear felizmente la fruta, su ánimo decayó abruptamente. Este no era Momo. Notó que sus orejas eran más cortas. Algunas de sus manchas eran más oscuras. Su cola era más larga. Este lémur era más pequeño que Momo. Con un sobresalto, se dio cuenta de que era una chica; tendían a ser más tímidas, además de esos otros rasgos físicos y un hocico más puntiagudo. Se arrodilló junto a ella.

—Hola, pequeña —susurró suave y tristemente. Ella enfocó sus grandes y redondos ojos en él con curiosidad y luego corrió hacia su hombro. Debía haber estado sola, pensó. Las hembras nunca salían de su escondite a menos que no quedara les quedara nada. Estaba desesperada por compañía—. Te nombraré Sabishi —decidió—. Eres como yo —agregó en voz baja. Ella ronroneó suavemente.

—¿Qué, te lo vas a quedar? —preguntó Zuko, sorprendido—. Como sea. No voy a limpiar sus desechos.

Aang le puso los ojos en blanco.

—No te preocupes, no esperaba que lo hicieras. Siempre y cuando no trates de comértela.

—¿Esos se pueden comer? —preguntó Azula, mirando a Sabi con disgusto—. Ni siquiera tiene mucha carne.


Sokka miró a su oponente río arriba. Los ojos de Bato se entrecerraron hacia él como si tratara de averiguar los motivos de Sokka. Ambos permanecieron en silencio, ninguno de los dos se movió excepto para usar su Agua Control para mantener sus posiciones en el río. La ciudad en la que se encontraban carecía de arenas formales de Sedna'a, por lo que los dos combatientes tuvieron que adaptarse a la situación y luchar junto al río más cercano. La abuela de Sokka y algunos de los hombres de Bato observaban.

Un Sedna'a era una forma de duelo entre dos guerreros dentro de canoas. El retador siempre tenía que empezar río abajo, una desventaja significativa para evitar que ocurriera un Sedna'a, un estímulo para que los dos hombres resolvieran su disputa pacíficamente. A pesar de ser una nación con ansias de guerra, su gente apreciaba el sentido de comunidad. Un desafío a un Sedna'a siempre se tomaba en serio.

—¿No recuerdas cómo terminó tu último duelo? —preguntó Bato, ansioso por provocarlo—. Qué día tan horrible fue ese. He notado que llevas tu marca de esa ocasión con orgullo, ¿por qué no usas un parche en el ojo o algo así?

—¡Tal vez le gustaría tener una que combine con la mía! —gruñó Sokka, su cicatriz se crispó. La última vez no había sido un Sedna'a. Había fue un simple duelo de Agua Control, puro y brutal, sin canoas involucradas. Las circunstancias detrás de eso fueron diferentes.

Bato frunció el ceño.

—No tienes ningún deseo de parar de esto, ¿o sí? Nunca recibimos las bendiciones de los espíritus para este Sedna'a.

—No necesito de ningún espíritu —dijo Sokka—. Solo estás siendo un cobarde. Sé que nunca te han importado los espíritus.

Por primera vez, Bato parecía realmente enojado. Si bien pudo haber sido cierto que Sokka, Hakoda y Bato nunca habían dado mucha importancia a los espíritus, Bato todavía tenía una imagen que cuidar como el jefe y comandante de la flota en la que dirigía a muchos otros hombres que probablemente eran más espirituales que él. Si los hombres de Bato pensaban que no era lo suficientemente devoto, entonces ¿por qué los espíritus le darían buena fortuna a él y a sus misiones? Tu padre se enterará de este sacrilegio.

—Sí, sí.

—Recuerda lo que te he enseñado, Príncipe Sokka —susurró Kanna lo suficientemente fuerte como para que Sokka la oyera.

Las aguas se elevaron, obedeciendo las manos de Sokka, las juntó y las sostuvo a su lado, congelándolas en una larga lanza. Sujetó la lanza debajo de su brazo mientras llevaba la otra mano detrás de él, usándola para impulsar su canoa, mientras la otra levantaba picos de hielo que lanzó hacia Bato. Con un movimiento de su mano, Bato formó una pequeña pared de agua para absorber el golpe y se impulsó hacia Sokka. Los látigos de Sokka lo atacaron, pero Bato desvió sus ataques con movimientos rápidos, utilizando muy poca energía. Sokka frunció el ceño cuando Bato formó una lanza de hielo propia y las dos chocaron entre sí, formando escudos en el último segundo que partieron sus lanzas en dos. Sokka logró cubrirse la cara, protegiéndose de los destrozos.

El mayor y más experimentado Maestro Agua, estaba de pie y en equilibrio, con el rostro lleno de ira. Bato arrojó jabalinas a Sokka antes de que pudiera atacarlo, pero el príncipe las desvió con sus propias armas de hielo. Otros golpes fueron esquivados o bloqueados por completo solo con el agua. Cuando la canoa de Sokka se acercó a la de Bato nuevamente, la corriente se volvió tumultuosa, por lo que se concentró en calmar las aguas y controlar el flujo del río a su voluntad. Sus canoas navegaron una al lado de la otra por el río y Sokka aprovechó la oportunidad para intentar derribar la de Bato con una ola, pero levantó su canoa sobre la suya y luego atacó con su propia espada de hielo. El corte atravesó el estómago de Sokka. Hizo una mueca, sintiendo como su sangre sangre fluía, pero era superficial. Sokka extendió las manos y desaceleró sus movimientos. Bato aprovechó esta oportunidad para lanzarle otra jabalina de hielo, que le rozó el hombro derecho. Sokka gruñó de dolor.

Está ganando, pensó Sokka. ¡Necesito volver! ¡Necesito una oportunidad para derrotarlo! Kanna se lo había advertido después de desafiar a Bato. Sokka estaba muy por debajo del estatus de Maestro. Pero tenía que intentarlo. El agua goteaba de la forma empapada y húmeda de Bato mientras sonreía triunfante como si ya hubiera ganado. Apresuradamente se le ocurrió una idea, Sokka sopló un aliento helado. La ropa de Bato se congeló. Su cabello se llenó de carámbanos. Trató de moverse, pero los crujidos provenían de sus brazos y piernas y Sokka aprovechó la oportunidad para adelantársele, como si estuvieran en una carrera. Bato gruñó, sus ojos se entrecerraron. Lanzó su mano hacia adelante, golpeando a Sokka en la parte posterior de la cabeza con una esfera de agua. Mientras Sokka estaba desorientado, el agua debajo de su canoa se elevó y la sacó del río, derribándolo y arrojándolo a la orilla rocosa. La escarcha se derritió del cuerpo de Bato cuando su canoa arribó y se bajó de ella con un movimiento suave. Se detuvo victorioso ante Sokka, listo para matarlo. Sokka lo fulminó con la mirada, desafiándolo a hacerlo. Quería que le pusiera fin a su vergüenza…

—Estás acabado —declaró Bato—. Pero no te mataré por el respeto y la hermandad que existe entre nuestras dos familias. Sin embargo, disfruté humillándote. Quisiera hacerlo más seguido, para mostrarle a tu padre que no eres digno de ser su sucesor —Se volvió y comenzó a alejarse, su voz ganando volumen para que la audiencia pudiera escuchar—. Los espíritus han hablado, al desafiarme a un Sedna'a, el duelo de hielo, has fallado.

—¡Mátame, cobarde! —le gritó Sokka.

Bato se detuvo y se volvió hacia él.

—¿Me llamas cobarde? Te derroté en una pelea justa que tú iniciaste. ¡Si insistes, quizá debería darle a tu rostro un poco de simetría! —El agua se elevó, cortó el aire en dirección a Sokka, pero incluso cuando hizo una mueca, anticipando el ataque, sintió que el hielo se movía debajo de él, sumergiéndolo en el agua hasta que llegó al lado de su abuela. Le tomó un momento darse cuenta de que unos brazos acuosos habían arrastrado a Sokka hasta el agua y luego lo habían llevado al otro lado del río, a los brazos de su abuela.

—¿Necesitas que tu querida abuela te proteja? —se burló Bato, su voz mezclada con crueldad—. Eres débil. Ni siquiera eres digno de mi tiempo. Adiós, Lady Kanna —Él y sus hombres se alejaron.

Sokka miró a su abuela.

—¿Por qué lo hiciste? —gritó—. ¡Por qué interferiste!

—Te salvé. Eres demasiado joven para desechar así tu vida —dijo—. Además, ¿quieres morir a manos de un hombre de tan bajo rango como él? ¿Un jefe de clan pidiendo a gritos las sobras de tu padre? —Sokka bajó el cabeza avergonzado. Bato lo había derrotado, su segunda derrota. Pero, ¿qué más podría haber esperado? Bato era un Maestro del Agua Control. Él no lo era. Tan simple como eso—. Aun así, estoy orgullosa de ti. Disfruté viendo tu pelea. Lo hiciste de maravilla, mucho mejor de lo que esperaba. Fuiste muy inteligente al congelar sus extremidades.

Sokka apenas pudo escuchó sus palabras condescendientes mientras miraba el río embravecido que corría libremente ahora que ya no estaba siendo contenido por los dos Maestros Agua. Solo tenía un pensamiento en mente: necesitaba volverse fuerte. Tendría que poner todo su tiempo y esfuerzo para hacerlo, para algún día ser lo suficientemente fuerte como para derrotar a Bato, al Avatar. Ahora, al parecer, tenía que competir por su premio.


Aang se reclinó contra Appa mientras volaban por el cielo del mediodía, su nueva amiga, Sabishi, se aferraba a sus hombros. Dejaron el Templo Aire Occidental detrás de ellos. En el horizonte se avecinaban más aventuras, más días para pasar con sus enemigos. Pero estaba preparado y decidido a regresar a su propio mundo, donde las cosas estaban bien.

Su siguiente destino era la Isla Creciente, el hogar del Templo de Roku.

Chapter 5: Los Guerreros de Roku

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Libro 1: Fuego

Capítulo 4: Los Guerreros de Roku

 

Aang se agachó debajo de los fragmentos de cristal verde que explotaron sobre su cabeza, destrozados por el rayo que iba dirigido hacia él. Aang se dio la vuelta y detuvo todos los fragmentos en el aire, arrojándolos a sus perseguidores con una ráfaga de viento que los impulsó aún más rápido. No tuvo el tiempo suficiente para comprobar y los fragmentos habían alcanzado a alguno de sus objetivos. Quedarse y luchar no era una opción, no cuando tenían que huir por las catacumbas de Ba Sing Se. Ya habían intentado luchar, habían intentado recuperar la ciudad con solo cinco de ellos, al igual que Azula se las había arreglado para hacerlo con solo tres. Pero habían fallado y el precio había sido alto.

Los Dai Li conocían estos túneles mejor que ellos. Toph había hecho todo lo que pudo para alejarlos de ellos y dirigirlos por los túneles donde no había enemigos, pero fueron superados en número.

Zuko se volvió y arrojó sus propios rayos a sus perseguidores y la risa de Azula resonó por los túneles. Ese sonido atormentaba a Aang, persiguiéndolo en sueños incluso más que la risa de Ozai.

Un agente de Dai Li saltó hacia ellos desde detrás de un grupo de cristales, pero antes de que ninguno de ellos pudiera hacer algo, cayó al suelo, revelando a Ty Lee detrás de él. Zuko desenvainó sus espadas cuando vio a Mai aparecer a su lado. Parecía casi un espectro, más pálida que de costumbre y cubierta en las sombras.

—Esperen—dijo Mai—, queremos ayudar.

Katara, a pesar de la herida en su hombro, se obligó a avanzar y las enfrentó.  

—No hay forma de que confiemos en ustedes. En ninguna.

Pero Toph no atacó. Tampoco Zuko. Esto hizo que Aang considerara que podrían haber estado diciendo la verdad. Pero a Aang tampoco le quedaba dulzura en su corazón: se habían hecho a un lado y habían permitido todas las atrocidades de Azula. Ty Lee fue la razón por la que habían sido capturados en Ba Sing Se en primer lugar.

—Hay un túnel allá abajo que conduce a un canal —dijo Ty Lee, con los ojos muy abiertos mientras señalaba el túnel del que venían—. Pueden salir a la superficie desde allí a alguna granja abandonada. Será seguro.  

Toph gruñó.

—Ella está diciendo la verdad.

Sokka tenía la espada desenvainada, en la mano izquierda en lugar de la derecha por culpa de su brazo roto, pero bajó el arma.

—No tenemos tiempo para discutir. Vámonos.

—Nos encargaremos de Azula —dijo Mai, mientras Aang y Katara pasaban junto a ella. Sin embargo, ella solo tenía ojos para Zuko—. Tienes que irte ahora.  

—Ven con nosotros —dijo finalmente Zuko—. No sabes lo que hará Azula cuando te encuentre...

—Creo que lo sabemos mejor que nadie, Zuko —dijo Mai, interrumpiéndolo—. Pero hemos tomado nuestra decisión.

Habían tomado su decisión. Todas sus decisiones las habían llevado aquí y sus ojos mostraban todas las formas en las que habían tratado de justificar para a sí mismas esas decisiones. Cualquier cosa, para que pudieran vivir con el peso de ellas. Aang se preguntó qué podría haber sido diferente, qué había hecho que esta ocasión fuera diferente, pero no se demoró. Sabía que nunca las volvería a ver, pero no podía reunir palabras para expresar la lástima que sentía por ellos.

La próxima vez que se encontraron con Azula, ella estaba sola.


Cuando se despertó esa mañana, todavía podía oler los relámpagos en el aire. Sueños, o más bien pesadillas, de sus luchas internas y pesares lo atormentaban constantemente cuando dormía, pero este se había sentido más vívido de lo habitual

Antes de partir del islote en habían acampado, Zuko preparó un desayuno de arroz con salsa de maní dulce para que aguantaran hasta que llegaran a su destino más tarde ese mismo día. Mientras comían, Aang encontró su mirada atraída hacia Azula, el eco de la risa de otra Azula aún resonaba en sus oídos. Consideró sus siguientes palabras por un momento, poniéndolas en su lengua

Azula dijo. Ella bajó su cuenco de arroz, mirándolo con una ceja inquisitiva—. Como nos dirigimos a la Ciudad Dorada para aprender Fuego Control después de visitar la Isla Creciente, ¿puedes mostrarme lo que ya dominas?

¿Por qué? preguntó. Siempre “por qué”. Aang no podía evitar compararla con Katara en momentos como estos. A Katara le habría encantado tener la oportunidad de hacer Agua Control en cualquier momento que pudiera, a pesar de su anterior falta de confianza, especialmente antes de convertirse en Maestra. Pero esta Azula cuestionaba casi todo lo que decía.

Tenía su respuesta lista.

Solo quiero asegurarme de poder contar contigo en una pelea, eso es todo. Este viaje va a ser peligroso.

A juzgar por la curvatura de sus labios, su respuesta pareció divertirla.

¿No puede una chica tener sus secretos? Me gusta contar con el elemento sorpresa de vez en cuando. ¿Y qué hay de Zuko? No veo que lo pongas a hacer ningún tipo de prueba.

En realidad, ver esta versión de Azula, sin la capacidad de dominar sus habilidades mortales, hizo que Aang se sintiera más seguro, más separado de la persona que lo perseguía en sueños. Respondió que solo quería asegurarse, poniéndose de pie y sacudiendo los brazos y las piernas para calentarlos.

Vamos, Maestro contra Maestra. Zuko solo tiene sus espadas y yo no sé cómo usar esas, así que no puedo juzgar —dijo Aang.

Zuko frunció el ceño mientras apagaba la fogata.

—Me consideraré afortunado, supongo.

Azula dejó suavemente su cuenco y se puso de pie.

—Bueno si insistes —Ella adoptó una postura algo torpe que Aang no reconoció, pero de todos modos no podía recordar las poses adecuadas de Fuego Control. Sin tomarse el tiempo para estirarse o respirar profundamente, le lanzó un puñetazo y desató una llamarada de fuego rojo.

Él movió los vientos a su alrededor y saltó hacia atrás, pero ella mantuvo la distancia y le lanzó más bolas de fuego con gritos y gruñidos. Después de darle algo de tiempo para cansarse, se acercó a ella para ver cómo manejaría algunos de sus propios ataques. Él hizo un círculo y empujó su mano hacia adelante en un golpe con su palma, pero ella lo sorprendió agarrando ese brazo y sosteniéndolo debajo del suyo, bloqueándolo e inmovilizándolo para poder sorprenderlo con un ataque a quemarropa salido la mano que tenía libre. Con los ojos muy abiertos, se agachó por debajo y le golpeó las piernas con una patada. Ella aterrizó de espaldas con un gemido, poniendo fin a su rápido encuentro.

—Está bien, señor Maestro Aire —dijo ella, sentándose y frotándose la espalda— ¿Disfrutaste usando tu poder superior sobre una novata sin entrenamiento?

Se rascó la nuca, avergonzado.

—Lo siento. No volveré a hacerlo —dijo, siendo completamente honesto. Ella lo había enfrentado mejor que Katara lo había hecho cuando la conoció por primera vez, pero no estaba ni cerca de igualar a su contraparte asesina. Se sintió un poco avergonzado de admitirlo, pero esto lo hizo sentir mejor. Le tendió una mano para ayudarla a levantarse—. Sin embargo, tengo que admitir que ese fue un buen truco al final.

—Puede que mi padre no me haya encontrado un maestro de Fuego Control en ningún lugar del archipiélago —dijo, aceptando su mano amiga, tal vez a regañadientes—, pero tengo un primo mayor que me enseñó algo de artes marciales. Ese mismo primo también me enseñó un poco de caza con arco... especialmente porque Zuzu siempre insistió en usar sus espadas.

Zuko frunció el ceño.

—Estabas tratando de compensar el no tener un maestro de Fuego Control y no querías quedarte atrás. Yo solo prefería concentrarme en entrenar en lo que sabía que podía ser mejor.

Azula lo ignoró y se sacudió la ropa.

—Él siempre ha sido obstinado. Bueno, Avatar, ¿he pasado tu prueba?

Trató de parecer apenado, juntando las palmas de las manos con una amplia sonrisa.

—Por supuesto. Gracias, Azula.


Muchas de las Islas Exteriores de la Nación del Fuego pasaron por debajo de ellos mientras aceleraban a lo largo del océano. Se sentía casi extraño volar sin una capa de nubes rodeándolo, pero la Nación del Fuego ya no era el territorio de todos sus enemigos. Todavía no se sentía completamente a gusto, no sabía si alguna vez se sentiría seguro allí, pero eso era suficiente como para volar como solían hacerlo hace tiempo. Antes del cometa.

Por encima de ellos, el sol estaba en su cenit, las blancas gaviotas garza sobrevolaban sus cabezas y las olas del océano se agitaban bajo ellos. Todo parecía lucía tan similar a lo que Aang conocía; excepto por las personas con las que viajaba, se sentía como en casa. Sabi, su nueva amiga lémur, se acurrucó alrededor de su cuello y apoyó la cabeza en su hombro. Era diferente de Momo en muchos aspectos, pero a él le gustaba su compañía.

Supo que habían llegado a su destino cuando Aang vio la isla en forma de media luna en la distancia. Tenía el mismo aspecto de siempre: los picos de las montañas volcánicas se alzaban sobre el resto de la isla. Sin embargo, tras una inspección más cercana, se dio cuenta de que el volcán estaba completamente inactivo y, en lugar de piedra desolada, vio una exuberante vegetación cubriendo toda la isla. También notó que, en las laderas rocosas, no había indicios del Templo de Roku. Eso lo desanimó y comenzó a preguntarse si había alguna esperanza para que regresara a su verdadera realidad, al mundo que él llamaba hogar.

La vista de una sola pagoda de madera asomando entre los árboles sacó a Aang de sus oscuros pensamientos. Mirando más de cerca, podía ver muchas otras viviendas asentadas entre los frondosos árboles de los bosques circundantes. La disposición de las casas parecía ser dispersa y desordenada, algunas estaban en elevaciones más altas que otras para adaptarse al terreno irregular. Ahora sabía por qué la isla estaba infestada de árboles. Esta gente debió haber venido aquí hace muchos años, y las raíces de los cultivos y otras plantas debieron hacer suavizaron la dura roca y la convirtieron en un suelo fértil, permitiendo que los árboles y otra vegetación creciera. Si alguna vez hubo un templo dedicado al Avatar Roku, ahora sería cosa del pasado, probablemente destruido muchos, muchos años atrás, asumiendo que el Avatar Roku siquiera existiera en este mundo.

Entonces Aang se dio cuenta de un error que había cometido durante sus viajes. A menudo habían volado muy cerca del suelo, y aunque Zuko y Azula no conocían sus razones, Aang sabía que quería ser visto por Sokka. Quería ver a su amigo, a pesar de que este era muy diferente al chico que conocía. Pero él era Sokka, y eso era todo lo que importaba. Ahora, se daba cuenta de que había sido un grave error de su parte. Quería que Sokka los encontrara, pero su llegada podría terminar haciendo daño a los aldeanos...

El bisonte aterrizó en el lado de la isla más alejado del resto del pueblo, en la curva exterior de la media luna. No sabía si estas personas eran hostiles o no y no quería correr ningún riesgo. Esa filosofía la había aprendido durante los años posteriores al Cometa de Sozin. Siempre que él y sus amigos se quedaban sin suministros, recurrían a robar a los soldados de la Nación del Fuego para sobrevivir. Se habían hecho conocidos en todo el mundo como sombras misteriosas que iban y venían, liberando aldeas de las garras de la Nación del Fuego, un respiro temporal en la mayoría de los casos, hasta que la Nación del Fuego simplemente volvía después de que ellos se fueron o quemaban esas aldeas por su insurrección. Después del Cometa, el poder de Ozai se extendió a la mayor parte del mundo.

El plan de Aang era vigilar la aldea en secreto por un corto tiempo y ver si eran lo suficientemente amigables como para permitirles entrar a salvo. Aang, Katara, Sokka, Toph y Zuko a menudo tenían que recurrir al espionaje por esa razón y si la ciudad no se consideraba lo suficientemente segura, robaban. Así eran las cosas. A ninguno de ellos le gustaba, pero era necesario para sobrevivir. Estaban en constante movimiento, tenían que estarlo, ya no había lugares seguros en el mundo.

En el mundo con el que estaba familiarizado, Zuko y Sokka eran maestros de la espada, siempre entrenando, luchando entre sí y haciéndose más fuertes. Zuko se había convertido en un temible contrincante y un Maestro Fuego casi tan versado como su hermana. Aang volvió la vista a este Zuko mientras el chico mantenía sus ojos en el océano, casi temiéndolo, una versión tan alejada del hombre en el que se había convertido en el mundo de Aang. Cada vez que este Zuko miraba por encima del hombro, Aang pensaba que estaba a punto de huir. El Zuko que Aang no le tenía miedo a casi nada. La mirada de Aang se encontró con las espadas enfundadas en su espalda. Le parecía extraño que ambos Zukos usaran la misma arma, pero solo el que él conocía podía hacer Fuego Control.

Sabi chilló y voló en el aire, batiendo sus alas frenéticamente y esa fue la única advertencia que tuvo Aang del peligro inminente. Antes de que pudiera quitarse el bastón de la espalda, se encontró teniendo las piernas inmovilizadas en el suelo por un cuchillo delgado que se había enganchado en sus pantalones. Antes de que pudieran reaccionar, Azula fue inmovilizada de la misma manera y la manga de Zuko quedó pegada a un árbol. Zuko sacó una de sus espadas y comenzó a blandirla desesperadamente, como si quisiera desviar los proyectiles, pero solo golpeaba el aire. Aang estaba intentando sacar uno los cuchillos profundamente clavados, cuando una chica vestida de negro apareció frente a él, sosteniendo otros cuchillos listos. Más figuras vestidas de manera similar saltaron de los árboles, empuñando cuchillos, flechas, dardos, agujas y estrellas arrojadizas. Aang entrecerró los ojos y levantó los brazos en gesto de rendición. Si hubiera sido capaz controlar la Tierra, habrían tenido una oportunidad para luchar.

—¿Quién eres? —preguntó una de las mujeres. Caminó tranquilamente fuera del follaje, aparentemente desarmada. Su voz era monótona y casi aburrida. Se sorprendió al darse cuenta de que la quien reconocía, una antigua enemiga. Ella era una de las viejas amigas de Azula, Mai, y Aang entrecerró los ojos cuando la vio. Siempre había sido peligrosa, pero cuando Zuko se unió a Aang, siempre parecía cada vez más reacia.

—Podríamos preguntarte lo mismo —replicó Zuko— ¡Déjanos ir!

Como eran de la Nación del Fuego, Aang asumió que serían aliados. Casi se rio de sus pensamientos, pero eso era cierto en este mundo retorcido.

—Yo soy el Avatar —dijo Aang—. Déjanos ir. No queremos que tú y tu pueblo sufran daño alguno.

—Demuéstralo —dijo una de las otras mujeres, con voz tan monótona como la de Mai—. El Avatar nos abandonó hace cien años.

Aang suspiró y creó una bola de aire en forma de remolino en su mano.

—Mira, soy un Maestro Aire. ¿Contenta?

El rostro de Mai no dejó ver ningún atisbo de sorpresa, pero con la máscara que le cubría la nariz y la boca era difícil saberlo.

—”Contenta” puede ser una palabra fuerte —dijo—. Pero supongo que probablemente deberías venir a nuestro pueblo —Aang tuvo la impresión de que incluso podría haber estado irritada al descubrir la identidad de su invitado sorpresa, como si no estuviera segura de si recibirlo valdría la pena.

Zuko miró a Aang y se encogió de hombros. Los guerreros de Mai iban delante de ellos, liderando el camino.

—Lo sentimos —dijo otro uno de ellos—. Nuestra isla ha quedado fuera del alcance de la guerra durante la mayor parte de este último siglo, pero últimamente las Tribus del Agua han estado atacando estas costas. Nuestra isla es la más cercana al Reino Tierra y la más alejada de la protección del resto de la Nación del Fuego. Somos cautelosos con todo.

—Lo entendemos —dijo Aang—. Pero tengo una pregunta —Mai lo miró, asintiendo secamente con la cabeza para que continuara—. En esta isla, ¿tienen una especie de... santuario o templo o algo... dedicado al Avatar Roku? —preguntó esperanzado.

—¿El Avatar Roku? —preguntó ella. Un peso cayó sobre su estómago. ¿Acaso no existía en…?—. El Avatar Roku no ha estado en este mundo desde antes de Kyoshi, hace varios cientos de años. ¿Qué podrías querer de él?

Aang casi suspiró de alivio, pero Zuko y Azula lo miraron inquisitivamente. No importaba cuándo había vivido siempre que Aang pudiera contactarlo.

—Necesito preguntarle algo —respondió— ¿Es posible?

—No lo creo, a menos que hagas el hábito de hablar con tipos muertos —respondió Mai, la agudeza en su tono alertó a Aang de lo descabellada que había sonado su pregunta. Incluso Azula lo miraba con incredulidad y un ruidito de vergüenza—. Una vez hubo un templo aquí dedicado a él, hace muchos años, pero fue tragado por un tsunami. No queda nada —Aang bajó los ojos. ¿Había algún otro sitio donde conseguir algún tipo de ayuda? No podía quedarse en este lugar para siempre—. Hoy, solo existe a través de nuestro nombre. Somos los Guerreros Roku.

Las piezas se juntaron en su cabeza con una sacudida. ¡Suki! ¡Ella era el equivalente a Suki! Bueno, no del todo, pero era un paralelismo inquietante. Pensaré más en ello más tarde, pensó, porque después de rodear el bosquecillo de árboles enrollados como nudos, llegaron a la aldea.


Los Guerreros Roku eran diferentes a las Guerreras Kyoshi. Las luchadoras de abanico eran rápidas y peleaban al estilo de los Maestros Agua, redirigiendo la fuerza de sus oponentes contra ellos mismos. Desviaban los ataques, dominaban todo tipo de armas y luchaban para someter en lugar de derrotar. Los Guerreros Roku eran igual de ágiles, pero eran más propensos al sigilo que para los enfrentamientos directos. Todos empuñaban cuchillos, al igual que Mai. Eso es algo más en lo que debería pensar, pensó Aang más tarde, Mai usa las mismas armas en mi mundo. También había notado que tomaban en serio los rituales, desde los eventos más grandes al mantenimiento de sus cuchillos e incluso al servir el té.

La gente de la Isla Creciente no los había recibido con la misma cálida bienvenida que en la Isla Kyoshi. Le habían dado a Aang, Zuko y Azula una habitación en la posada del pueblo, más comida de la que podían comer y un puñado de asistentes que también podrían haber sido otros Guerreros Roku, pero en su mayor parte los aldeanos se mantenían reservados. Se había enterado de que recientemente habían resistido un ataque de algunos Maestros Agua y que estaban intentando reconstruir su aldea, no tenían mucho tiempo para nada parecido a una fiesta de bienvenida. Aang supuso que debería haberse presentado públicamente ante ellos, tal vez para darles esperanza, pero no pudo hacerlo. Este no era su mundo. Estas personas no eran su responsabilidad.

Tamborileó con los dedos contra la mesa baja en el centro de la habitación, mirando su plato de sopa vacío. El fuerte olor a madera recién lacada de las tablas del suelo le hizo sentir casi mareado, pero trató de concentrar sus pensamientos. Aang no podía quitarse de la cabeza la idea de que había puesto en peligro a esta aldea al potencialmente atraer a Sokka hasta aquí, a propósito, por lo que no quería quedarse demasiado tiempo. Era posible que estas personas no fueran su responsabilidad, pero aun así no quería ponerlas en peligro innecesariamente.

Azula chasqueó los dedos cansinamente como si estuviera aburrida, creando pequeñas llamas de fuego rojo en el aire, que se disipaban tan pronto como se encendían. Todavía era desconcertante verla controlar un fuego rojo en lugar de sus características llamas azules, especialmente porque Aang nunca la había visto usar el fuego rojo en su mundo. Sus ojos dorados se encontraron con los suyos grises del otro lado de la habitación. Tenía una mirada calculadora en sus ojos, pero Aang volvió la cabeza, sin darse cuenta de que la estaba mirando.

—¿Qué estás mirando? —soltó. Se salvó de responder cuando oyó golpes en la puerta. Azula suspiró—. Adelante.

—Siento molestarlos —dijo Mai, abriendo la puerta—. Pero el resto del pueblo quiere saber si esperas que celebremos un banquete en tu honor, o algo.

—Realmente no tienen que hacerlo —dijo Aang, poniéndose de pie y rascándose la nuca. Honestamente, no le importaba, pero se preguntaba si a toda la aldea le faltaba devoción por el Avatar por el que habían nombrado a sus guerreros o si solo era Mai.

Mai se encogió de hombros a medias.

—Oh, es una lástima. Pensé que podríamos haber usado la ocasión para acabar un poco con la tristeza por aquí.

Aang se tambaleó, sorprendido por esa respuesta.

—Espera, ¿eso significa que les gustaría celebrarlo?

Zuko se puso de pie antes de que Mai pudiera responder.

—Estuviste genial lanzando tus cuchillos allí —comentó—. Supiste aprovecharte de mi principal debilidad, las armas de largo alcance. Realmente no suelen golpearme así en una pelea.

Azula resopló.

—Por favor, Zuzu, muestra un poco más de humildad. Nos encontramos con el hermano menor de Mai afuera y creo que incluso él te ganaría, teniendo “armas de largo alcance” o no.

—Encuentro esa afirmación difícil de creer, con la forma en que mueves esas piezas de metal —dijo Mai, cruzando los brazos y luciendo sinceramente poco impresionada—. Hay muchas ancianas aquí que serían más letales con esas armas que tú —Aang no pudo reprimir su risa, recordando un momento en el que habían regresado al Polo Sur después del Cometa, en busca de un refugio seguro. Gran-Gran abofeteó al Maestro Fuego tan pronto como lo reconoció, pero luego lo aceptó como parte de la familia una vez que Katara y Sokka le contaron los detalles.

Zuko se volvió hacia él enojado.

—¡No empieces tú también! —amenazó, señalando con el dedo a Aang.

—Oye, no me metas en esto —dijo, levantando las manos y riendo. También le pareció bastante divertido que Azula, de todas las personas, le dijera a Zuko que fuese más humilde, pero mantuvo la boca cerrada.

La cara de Zuko enrojeció y se pellizcó el puente de la nariz con los ojos cerrados.

—Voy a ir a comprar más suministros —dijo, y se dio la vuelta para salir de la habitación sin comentarios.

Después de que se fue, Azula se volvió hacia Aang y Mai con fingida preocupación en su rostro.

—Aw, parece que lo avergonzamos. Se lo merece por tratar de lucirse ante Mai.

Aang frunció el ceño.

—Quizás eso fue algo cruel...

Mai se encogió de hombros.

—Es verdad. Mucha gente tiende a subestimar a las ancianas aquí —Azula rio e incluso Mai esbozó una sonrisa.

—¿Es que todos aquí están entrenados para luchar así? —dijo Aang, preguntándose si entre las dos chicas estaba empezando a formarse una amistad, como en su mundo. Tal vez aquí esa sería una amistad más genuina, supuso, pero no podía negar que encontraba la idea un poco aterradora—. El Avatar Roku inició la tradición, ¿verdad? ¿Por qué?

Mai se acomodó en el suelo junto a la mesa y dobló las piernas bajo ella, alisando su áo dài.

—Históricamente, fue para defender la era de paz establecida por el Avatar Yangchen, su predecesora. Durante la época de Roku, éramos una organización mundial, con sede aquí, que operaba desde las sombras de la sociedad, manteniendo sus ideales y luchando contra la corrupción en todos los niveles. Es por eso que nuestro entrenamiento se extiende más allá de la simple lucha. Según sus propios registros, él quería que hiciéramos cosas que ni siquiera las sociedades contemporáneas similares harían.

—Espera, ¿Yangchen fue su predecesora? Creí que había vivido justo antes que yo —dijo Aang, rascándose la cabeza. Ella había dicho algo similar antes, pero fue solo ahora que realmente lo consideraba de verdad— ¿Y qué hay de Kyoshi? —Se preguntó qué tipo de consejos habría recibido Roku para tomar tales medidas. ¿Y esto significaba que las Guerreras Kyoshi no existían? Tenía tantas preguntas sobre este mundo, pero no estaba seguro de si Mai era la persona adecuada para resolver todas sus dudas.

Mai puso los ojos en blanco.

—Creo que necesitas recordar tus lecciones de historia, Avatar. Roku vivió hace siglos.

Azula rio de nuevo.

—¿Esto está relacionado con la broma que hiciste el otro día de que las estaciones estaban en el orden incorrecto?

Aang se cruzó de brazos, comenzando a tener una idea de cómo se había sentido Zuko. Estar en la misma habitación que Azula y Mai era como estar en una trampa.

—Lo siento —se quejó—. Supongo que dormí demasiado y me perdí muchos años de historia.

—Bueno, continuando, una camarilla secreta mundial de guerreros leales al Avatar suena prometedor —dijo Azula, con los ojos iluminados—. Supongo que podemos contar con ustedes durante nuestro viaje.

Mai se puso de pie de nuevo y caminó hacia un estante del que colgaba un rollo con la imagen de dragón pintado, se parecía mucho a Fang, el guía animal de Roku.

—En realidad no —dijo, cruzando las manos dentro sus anchas mangas. Aang no pudo leer la expresión de su rostro, pero dejó escapar un suspiro—. Desde entonces, nuestros números han disminuido. Mucho. Ahora tenemos suerte al obtener información sobre el resto de la Nación del Fuego, ni hablar del mundo entero. Las Tribus del Agua se han extendido demasiado. Así que todos los Guerreros Roku que nos quedan están confinados a la isla. Es bastante aburrido.

Los ojos de Aang se agrandaron. Habría sido útil contar con su apoyo en todo el mundo, pero no podía culparlos por nada de lo que podría haber sucedido en los últimos cien años o más. Para empezar, no había esperado algo tan proactivo de Roku. ¿Quién hubiera imaginado que la historia podría cambiar tan significativamente solo porque el orden de los anteriores Avatares era diferente?

—Como sea —respondió Mai, agitando la mano como si todo el asunto la desconcertara—. Ahora todo eso es historia. Si quieres, puedes venir a nuestro dojo, allí realizamos la mayor parte de nuestro entrenamiento. No esperes que yo sea tu guía turístico o algo así.

Aang miró a Azula y ambos se encogieron de hombros.

—No veo por qué no —dijo.

Mai los condujo afuera y los llevó a través de la aldea oculta entre las hojas. Casi todos los edificios estaban hechos de madera, en una dispersión de elevaciones que hacía parecer que se aferraban al azar en la ladera de la montaña, con tejados inclinados que terminaban en puntas de garra de dragón. El camino desde la posada hasta el dojo, cerca de la cima de la montaña, era sinuoso y estrecho, en cada cruce había un pequeño santuario de piedra y bordeado de arbustos de hibisco. Todos los árboles mantenían la aldea a la sombra, protegida del calor del sol y eficazmente oculta: Aang sospechaba que no podría haberla visto desde el cielo a menos que la estuviera buscando con esmero. El bosque era espeso, lleno de vida y el olor acre de los anacardos maduros flotaba en el aire, acompañándolos en su camino hacia el dojo. La gente del pueblo los saludaba con educadas reverencias a su paso, siendo tan respetuosos con Aang como con Mai lo había sido, e igual de distantes.

—Son agradables —dijo Azula, después de pasar junto a un niño que parecía demasiado sereno para su edad—. Aunque me sorprende la falta de... simpatía. —Ella palideció mientras lo decía—. No es que quisiera caminar de la mano con alguien aquí, ya sabes. Pero me sorprende que la gente no esté adulando el regreso del Avatar.

Aang tiró del cuello de su túnica.

—No es que necesite el reconocimiento ni nada —dijo—. Sé que han sufrido ataques recientemente.

—Eso es solo una razón —dijo Mai—. Pero la otra es que es solo tradición. Mientras crecía, me enseñaron a quedarme quieta, a hablar solo cuando me lo pidieran. Respetar a los mayores y a mis superiores. Y mi padre es el líder de la aldea, así que esas enseñanzas y reacciones se extienden a mí. Supongo.

Azula se rio en el dorso de su mano.

—No me suena tan mal. Supongo que eso explica por qué la gente se estaba volviendo loca al inclinarse ante tu padre y tu hermanito hace rato.

—Oh, sí. A Tom-Tom le encanta.

Después de una pequeña caminata, llegaron a un amplio edificio ubicado bajo la sombra de un árbol bodhi que tenía hojas anchas en forma de corazón. Debajo, vieron a Zuko. Había desenvainado sus espadas, pero cuando se percató de su presencia, las unió por la empuñadura y las volvió a meter en la vaina de la espalda.

Azula se puso la mano en la cadera cuando lo vio.

—¿Qué estás haciendo aquí, Zuzu? Pensé que habías ido de compras.

Respiró hondo, como si se estuviera preparando.

—Vine aquí con la esperanza de recibir algún entrenamiento —dijo—. Me di cuenta de que no debería limitarme a pensar que las técnicas que he aprendido para pelear son las mejores que existen. Mi padre hizo arreglos para que aprendiera a usar estas espadas antes de irse a la guerra, pero el tío siempre me animaba a expandir mis horizontes y no ser tan obstinado.

Aang miró a Zuko, reflexionando sobre sus palabras. El Zuko que conocía siempre era del tipo que probaba diferentes estilos de lucha, abierto a usar y dominar sus espadas incluso cuando ya dominaba el Fuego Control. Pero tanto él como Sokka habían tardado mucho más en tragarse su orgullo y admitir su terquedad, especialmente cuando Aang los conoció por primera vez. Incluso el Zuko que Aang conocía había admitido tener un temperamento explosivo, especialmente antes de unirse al Equipo Avatar, pero hasta ahora Aang vio mucho menos de ese carácter en este Zuko.

Hizo todo lo posible por ignorar la mención del padre de Zuko.

Mai quizás imitó inconscientemente el movimiento de Azula al poner su mano en su cadera.

—No enseñamos a los forasteros —dijo, tan directa como siempre.

—¿Incluso cuando sus números están disminuyendo? —respondió, cruzando los brazos—. Estoy seguro de que en su día esos conocimientos debieron haberse extendido mucho, siendo una organización mundial y todo eso.

Mai arqueó una ceja.

—Estuviste espiándonos, ¿verdad?

—¿Me notaste?

—Puede que haya bajado la guardia. —Mai se acercó al edificio y luego les habló de espaldas—. Este lugar fue donde alguna vez estuvo el templo de Avatar Roku. Fue una señal de nuestro respeto por él poner nuestro dojo aquí —explicó. Por eso el área circundante parecía familiar, pensó Aang, incluso con toda la vegetación que lo rodeaba. Mai abrió la puerta corrediza, revelando una amplia habitación con esteras en el suelo y una fila de maniquíes de madera junto a la pared del fondo. Algunos de los Guerreros Roku estaban practicando, arrojando cuchillos a los maniquíes, golpeándolos con una precisión mortal. Algunas ventanas dejaban entrar la luz del sol y la brisa del mar en la habitación. Mai se detuvo en el centro de la colchoneta de entrenamiento y se volvió hacia Zuko, una pieza de metal en sus manos brillando al sol.

—Creo que nuestro Zuzu la impresionó —dijo Azula—. De algún modo.

—Está bien, Zuko —dijo Mai, sosteniendo un trío de agujas entre sus dedos—. Tienes mi atención.

Sacó sus propias espadas de nuevo, sosteniéndolas a la defensiva, aceptando su desafío.

—Uh, bueno, no quise decir que estaba buscando tu atención cuando te pregunté si me habías notado. Me refería a todo el asunto de “ir a hurtadillas” ...

—Sé lo que quisiste decir —dijo Mai, interrumpiéndolo. Ella estaba perfectamente quieta—. Veamos qué tienes.

Se quedó allí un tanto incómodo, esperando a que ella atacara. Todos esperaron. Zuko lentamente comenzó a girar alrededor de ella en un círculo, manteniendo sus espadas en alto. Aang vio sus puños apretados y no lo envidió; Aang sabía por experiencia lo buena que podía ser la puntería de Mai.

—Esto es una pérdida de tiempo —murmuró Azula, mientras los segundos se convertían en minutos—. Ni siquiera están haciendo nada. Mai podría haber terminado con esto ya.

Aang se sintió cada vez más impresionado por el Zuko que se parecía cada vez más a su amigo cercano que al príncipe desterrado que una vez fue su enemigo. Ver a Zuko ahora, hizo que Aang se diera cuenta de cuán diferente debió haber sido el entrenamiento de este Zuko y cuánto efecto pareció tener en él el estar libre de su malvado padre y hermana. Sabía que era diferente en este mundo, simplemente nunca pensó en cuánto o por qué, hasta ahora.

Y entonces, inesperadamente la paciencia de Zuko se agotó y se lanzó hacia Mai con un bramido y un blandiendo sus espadas. Quizás se parecían en algo, después de todo.

Mai entró en acción, arrojándole sus agujas. Zuko bloqueó dos de ellos con su espada izquierda, pero la otra le atravesó la pierna del pantalón con suficiente fuerza para hacerle perder el equilibrio. Sus brazos se agitaron mientras arrancaba el pie del suelo, con las espadas extendidas. Gruñó de ira y frustración mientras ella se abría paso a través de sus ataques, retrocedió hacia la pared para evitar que ella se pusiera detrás de él. El movimiento lo mantuvo a la defensiva mientras enfocaba toda su atención a los lugares donde ella lanzaba sus cuchillos y agujas, pero la pelea terminó poco después de que comenzara cuando se acercó demasiado a la pared y Mai se inclinó hacia atrás para apuntarle con un dardo sacado del estuche en su tobillo. El dardo le sujetó la pierna del pantalón contra la pared y, poco después, una estrella arrojadiza le clavó también la manga.

Zuko frunció el ceño y sus espadas cayeron al suelo en derrota. Aang esperaba que Azula se burlara de él, pero, por una vez, ella no dijo nada mientras él se soltaba de la pared.

—Realmente no tienes mucho talento natural —dijo Mai, tan directa como siempre—. Pero te mantienes alerta y aprendes rápido.

—Reconocí los patrones de tus ataques —dijo Zuko, abriendo los puños mientras se movía para inclinarse sobre sus rodillas en un gesto de súplica, con la cabeza agachada—. Supongo que lo hiciste a propósito, ¿eh?

—No planeas quedarte aquí mucho tiempo, ¿verdad? —preguntó ella—. Por lo menos, no sería tan aburrido si te quedaras... al menos por un tiempo.

—No podemos —dijo Zuko. Hizo un gesto hacia Aang y Azula—. Estamos viajando para encontrarles un maestro que les enseñe a dominar el Fuego Control. El plan es partir mañana.

Mai dejó escapar un suspiro y le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.

—Bueno, sería una pena si tú no aprendieras algunas habilidades en el camino. Es justo, supongo.

El mismo Aang apenas pudo notar la curvatura de los labios de Mai, pero cuando Zuko lo vio, le devolvió la sonrisa.


—Me parece muy sospechoso —le dijo Kanna a su nieto—. Es casi como si quisiera que lo encontraran.

—Eso o debe ser malo cubriendo su rastro —dijo Sokka, rascándose la barbilla. Los dos, junto con el segundo al mando de Sokka, Kinto, un impetuoso maestro agua, estudiaron un mapa de las Islas Exteriores de la Nación del Fuego. "Tiene que estar en la isla más lejana.

—Yo no iría allí —aconsejó Kanna, trazando el rastro del Avatar en el mapa con su dedo—. Podría ser una trampa o una estratagema para engañarte—. El niño seguía volando bajo las nubes, dándoles a ellos y a muchos otros testigos la oportunidad de verlo. A partir de ahí, predijeron fácilmente su destino— ¿Qué ganaría con ir a la Isla Creciente?

—Probablemente esté huyendo al Reino Tierra en busca de protección o algo así —supuso Sokka. Trató de recordar todo lo que sabía de la Isla Creciente. Tenía la forma de una luna, por lo que otros hombres más supersticiosos podrían haber considerado una buena suerte encontrar al Avatar allí. Movió su cuchillo de hueso de ballena en una mano, pensando—. No podemos dejarlo ir. Tenemos que capturarlo antes de eso. —Si perdieran al Avatar en el Reino Tierra, no sabrían cuánto tiempo tomaría rastrearlo nuevamente. Cuanto más se adentraran en el continente, más lejos estarían de la Nación del Agua.

—Príncipe Sokka, él podría tener aliados en esa isla esperando para atacar...

Sokka no pudo evitar el tono cortante de voz.

—Lo he pensado mucho —dijo, interrumpiendo a la anciana—. Este es mi barco, y antes de que el Avatar escape al Reino Tierra, voy a aprovechar nuestra ventaja sobre el mar y atraparlo. Así que haré lo que sé hacer mejor y tú deberías hacer lo que tú sabes mejor.

Su abuela lo miró con ojos cansados, pero por lo demás no pareció inmutarse por la dureza de sus palabras.

—¿Y qué sería eso que sé mejor, mi príncipe?

Se apartó de ella. No quería mirar esos ojos, no ahora.

—Busca en nuestros historiales cualquier registro de la Isla Creciente. Sé que la he visto en mi investigación sobre el Avatar, pero no puedo recordar qué tiene de importante. Nos dará una pista de lo que podemos esperar allí. —Su voz se suavizó, solo un poco—. Esa es una tarea importante. No una... no una de mujeres, ¿de acuerdo?

—Oh, Príncipe Sokka —dijo Kanna, y por el tono de su voz supo que ella no se había ofendido por sus palabras anteriores— ¿Qué diablos es una “tarea de mujeres”, querido?


Zuko esperó pacientemente entre la maleza de los densos bosques de la isla, sus ojos dorados escudriñando el área. Mai no había perdido el tiempo en comenzar con el entrenamiento, pero mayormente consistía en permanecer escondido entre las agujas de los árboles perennes y detrás de los troncos de los tecas que eran inquietantemente rectos. Quería que él observara sin ser visto, que le diera información sobre la ropa y las características de los transeúntes. Era un ejercicio de sigilo, paciencia y memoria. Tres cosas que él no habría mencionado entre sus mejores habilidades, pero por eso estaba aquí, para aprender.

Mantuvo sus pasos ligeros y evitó el crujido de las hojas de pino o de las hojas bajo sus pies. Ella le había dicho que controlara su respiración y mantuviera las manos firmes. Todavía no sabía qué tenía que ver esto con lanzar cuchillos o agujas, pero confiaba en que esas lecciones llegarían lo suficientemente pronto. En todo caso, el ejercicio le recordó al tiempo que había pasado cazando en su propia isla, las incontables horas que pasó buscando presas y arrastrándose hasta ellas antes de que lo notaran. Durante los últimos dos años, había pasado la mayor parte de ese tiempo con Azula. Pero antes de eso, aprendió todas sus técnicas de caza de su primo, Lu Ten.

Lu Ten había sido como el hermano mayor que nunca tuvo, un guerrero que se aficionó a la lucha con espada como un prodigio, dominándola mucho mejor que Zuko. A veces entrenaban juntos, pero Zuko intentó diferenciarse de Lu Ten usando espadas anchas, como su padre, Ozai, en lugar de las espadas rectas que Lu Ten y la mayoría de los demás blandían. Pero Lu Ten nunca lo menospreció por eso, nunca dudó de él. Cuando Ozai partió con todos los hombres y mujeres dispuestos a ayudar en el frente de guerra, Lu Ten se fue con él. Y había sido Lu Ten, no Ozai, quien se tomó el tiempo de dedicarles unas palabras de despedida a Zuko y Azula, los animó a cuidar del tío Iroh y del resto de la aldea en su lugar.

Zuko no sabía por qué su mente vagaba hacia su primo, pero negó con la cabeza y se obligó a concentrarse. Pasó horas en su tarea. Durante ese tiempo, fue descubierto por tres personas, pero ellos simplemente inclinaron la cabeza y apresuraron el paso, o parecieron vagamente molestos cuando se dieron cuenta de que él no era uno de sus guerreros, o el Avatar. Pero cuando tuvo suficiente información para satisfacer a Mai (aunque sospechaba que eso era extremadamente difícil en el mejor de los días), regresó al dojo.

La encontró sola en el dojo, limpiando los estuches de sus muñecas y tobillos, donde guardaba sus armas. Al verlos extendidos así sobre la mesa, con las correas desabrochadas, se preguntó cómo escondía todo eso debajo de su ropa. Pero sacudió ese pensamiento de su mente antes de poder seguirlo hasta el final.

—Vi a catorce personas —dijo—. La mayoría iban camino a los santuarios de los ancestros, pero algunos estaban hablando de ir a ver a tu padre.

—Descríbelos —dijo con un bostezo aburrido, cubriendo suavemente una de las fundas en un aceite transparente con un cepillo largo y delgado. Supuso que era para mantener el mecanismo funcionando sin problemas—. Conozco muy bien a todos en este pueblo. Desafortunadamente. Así que sabré si inventas algo.

—Había una mujer con ropa como la tuya, pero de color rojo y dorado, con una flor de hibisco amarillo en el pelo. Nariz ancha, ojos marrones. Fue una de las tres personas que me vio.

—Continua.

—Una pareja, un poco mayor. Vestían telas sin teñir y sombreros de paja, vestían como granjeros. Uno tenía algo de canas en el pelo y se apoyaba mucho sobre su pierna derecha —Zuko cerró los ojos con fuerza, tratando de recordar a su acompañante—. El otro tenía una nariz larga, algo calvo, pero llevaba un moño muy alto.

—Como si estuviera tratando de ocultar la pérdida de cabello, ¿verdad? —preguntó Mai, una risa seca se asomó entre sus palabras. Untaba el aceite con el pincel lánguidamente, casi de manera hipnotizante.

Zuko se rio con ella.

—Sí, exactamente. Vi otro par, creo que ambos eran Guerreros Roku basado en la forma en la que se comportaban, pero no llevaban uniforme. El chico era alto y delgado, tenía el cabello desordenado. La chica era más baja, se veía fuerte y hablaba mucho. Creo que pelea con los puños, se veían un poco rojos y raspados. Pero llevaban un ramo de flores del infierno. Fueron de los pocos que me vieron.

Mai asintió.

—Deben ser Lu Mao y Xiao. Suena a que estaban holgazaneando.

Y continuó. Pasaron el resto del día estudiando otros aspectos de la vida como un Guerrero Roku; después de su primer ejercicio, la ayudó a dar mantenimiento a sus armas, aprendió los mejores usos que se le podían dar a los cuchillos, a las agujas, los dardos, las estrellas arrojadizas, los alambres para trampas, las boleadoras y las dagas comunes. Pero en lugar de blandirlos y practicar su puntería, estudiaron los protocolos para conocer a personas de alto rango, ya fuera un gobernador, un ministro cívico o incluso la realeza. Zuko le preguntó qué importancia tenía esto, ya sabía cómo rendir pleitesías y dirigirse a la gente, pero ella insistió en que necesitaba aprender lo básico nuevamente. Ser un Guerrero Roku, a veces, significaba infiltrarse en la alta sociedad, y si hacía algo que lo delatara, podía poner en peligro toda una misión. Tuvo que aprender cómo servir en las ceremonias florales y las fiestas del té en caso de que alguna vez tuviera que adoptar el papel de sirviente. Y por primera vez en ese día, se sintió cómodo al hacerlo, porque vivir con el tío Iroh le había dado una gran ventaja cuando se trataba de cualquier cosa relacionada con el té.

Aun así, su día había estado lleno de frustraciones. Su ira salió en ráfagas, aparte del té, nada de eso le resultó fácil, pero siguió intentándolo a pesar de todo.

Esa noche, justo antes de que terminaran el día con planes de reunirse nuevamente por la mañana, Zuko se sentía más exhausto que nunca, incluso más cansado que cuando pasaba días enteros practicando con sus espadas. Pero justo cuando estaba a punto de darle las buenas noches a Mai y abandonar el dojo, ella le arrojó un cinturón de cuero con una bolsa, pesada por su contenido.

—¿Qué es esto? —preguntó, pasando su pulgar sobre el broche.

—Tus primeras armas como Guerrero Roku —respondió—. En circunstancias normales tardarías mucho más en conseguirlas, pero no eres tan terrible como pensé y te vas mañana por la tarde, de todos modos.

Dentro, encontró cuchillos y agujas envueltos. Estaba lejos de llegar a ser el repertorio completo de las armas de los Guerreros Roku, pero era un comienzo. Había creído que no había hecho nada más que decepcionarla durante todo el día, a juzgar por su falta de reacciones, por lo que se encontró examinando la bolsa de armas con sorpresa. Solo esperaba que lo ayudara en su viaje, dondequiera que el destino decidiera llevarlo. Volvió a mirar a Mai y no pudo evitar sonreír, incluso cuando ella salió del dojo dejándolo atrás.

—Gracias, Mai.


Aang se sentó cerca de la cima del volcán inactivo, sus ojos gris tormenta escudriñando el horizonte. Su ropa ondeaba al viento mientras se acomodaba sobre una roca elevada, apoyándose en su bastón mientras se sumía en sus pensamientos. No dejaba de recordar a Sokka atacándolo y luego al propio Aang hiriéndolo de vuelta cuando estaba en Estado Avatar. Eso lo torturaba por dentro, pero tenía que intentar hacer algo. Tenía que ayudar a su amigo.

Como Aang esperaba, un barco apareció a lo lejos, al oeste, navegando hacia la Isla Creciente. Aang esperó mientras se acercaba, identificando primero las velas azules. A diferencia de la mayoría de los otros barcos de la Armada del Agua, este no relucía con el brillo lustroso del hielo que, desde la distancia, los hacía parecer como hechos de plata. La madera de este estaba muy maltratada, un barco que ya había visto y conocido. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para reconocerlo como el de Sokka, Aang finalmente bajó de su roca y se dirigió a la aldea para advertirlos.

Era estúpido. Aang lo sabía. Pero quería volver a ver a Sokka. Quería tener la oportunidad de hablar con él. No podía soportar la idea de tener a Sokka como su enemigo, un Sokka que estaba lleno de cicatrices y tenía un solo ojo. Debería haber tomado a Zuko y Azula y haberse ido volando, pero quería enfrentarse a él incluso si eso significaba poner en peligro a la aldea entera bajo él. Dejó la culpa a un lado mientras descendía en su planeador, esperando que sus acciones fueran las correctas.


Con sólo cinco hombres flanqueándolo, Sokka se acercó a la aldea sobre su búfalo yak a un paso lento y constante. No quería parecer un invasor; quería darle a la gente la oportunidad de entregarle el Avatar sin luchar. No le gustaba la violencia innecesaria, así que esperaba que, si él y sus hombres se mostraban lo suficientemente imponentes, funcionara.

La aldea del bosque lucía anormalmente silenciosa mientras avanzaban por el sendero. Su mirada recorría todos los edificios por los que pasaban y también debajo de ellos, ya que muchos se erigían sobre pilares para compensar las pendientes de la montaña. A pesar de que la orilla había quedado atrás hace mucho, no estaba en lo absoluto indefenso con sus bolsas hechas de piel llenas de agua y, de todos modos, la mayor parte de sus hombres eran capaces de extraer y controlar el agua de las plantas. Por no mencionar que contaba con sus fieles armas que siempre llevaba consigo.

Se inclinó sobre el lado de su búfalo yak para recoger una flor de hibisco de un arbusto cercano.

—¿Hay alguien aquí? —gritó—. Estoy buscando a alguien. Si alguien quiere salir, podemos tener una pequeña charla y me iré en paz en cuanto me entreguen a quien busco.

Uno de los hombres que estaban detrás de Sokka soltó un aullido de dolor y se cayó de su búfalo yak, con un cuchillo sobresaliendo de su brazo. Sokka frunció el ceño y sacó su cuerno de guerra. Bueno, lo había intentado: si querían pelear, pelearía.

El sonido del cuerno de guerra resonó en el bosque, indicando a Kinto y a los otros hombres, que se habían infiltrado desde fuera del camino, que comenzaran el ataque. Una muchacha encapuchada surgió de las ramas de uno de los árboles más altos y lanzó una andanada de dardos hacia Sokka, pero éste desenfundó su garrote y los apartó en el aire. Los pétalos del hibisco se congelaron en sus manos, afilando sus extremos en puntas y lo lanzó en dirección a ella. No se detuvo a mirar lo suficiente para ver si su ataque había dado en el blanco, sino que giró la cabeza para maximizar su rango de visión y poder detectar cualquier otro ataque sorpresa.

Otros sonidos de batalla estallaron al otro lado de la aldea mientras los hombres gritaban y el agua salpicaba. Un par de Maestros Agua arrancaron todas las hojas de un árbol, dejando al descubierto a los guerreros que se ocultaban en sus ramas y exponiéndolos para atacarlos. Las flexibles ramas, como las de un sauce, pero cubiertas de agujas perennes, se enredaron alrededor de sus enemigos cuando intentaron escapar, sus propias defensas se habían vuelto contra ellos.

Algo golpeó a Sokka en la nuca, pero tardó un momento en darse cuenta de que no había sido un objeto sólido sino una ráfaga de aire. Hizo una mueca y se giró para enfrentarse al enemigo que había venido a buscar.


Zuko se puso a cubierto detrás de uno de los edificios, preparándose para salir corriendo directo a la refriega. Apretó sus espadas con fuerza. Ya había usado algunos de sus dardos, algunos de los cuales dieron en el blanco, pero aún estaba lejos de ser tan hábil como los Guerreros Roku. Mai luchaba junto a él, lista para ayudarlo desde una distancia segura mientras él hacía todo lo posible en el suelo para detener a los invasores.

Después de recuperar el aliento, Zuko se puso de pie de nuevo. Apretó sus espadas en sus manos, su pecho ardía mientras veía con horror lo que estos Maestros Agua le estaban haciendo en la aldea de Mai. Apenas tuvieron tiempo de recuperarse de su último ataque y ahora tenían que repeler otro asalto. Sintió que la ira lo inundaba como lo había hecho el día en que su propia aldea fue atacada, cuando su madre...

—Espera —dijo Mai. Ella le puso una mano en el hombro, su toque era sorprendentemente delicado.

—¡Tenemos que irnos! ¡Tenemos que proteger tu aldea! —protestó— ¿Qué estás esperando?

Ella tiró de él hacia abajo y se puso en cuclillas.

—No, esta aldea es mi responsabilidad. Tu lealtad es con el Avatar, es una misión que nosotros ya no podemos llevar a cabo, aunque fuimos formados para esto. Trató de levantarse, pero ella lo mantuvo firme—. Así que eres tú quien tiene que cumplir con ese deber en nuestro lugar. El deber de un Guerrero Roku.

—No podemos dejar que destruyan tu aldea —dijo Zuko, casi suplicando.

—Los seguirán cuando se vayan —dijo—. Obviamente. Ese tipo incluso dijo que solo estaban buscando a Aang. Así que deja de intentar ser un héroe.

—¡No lo soy! ¡Nosotros los trajimos aquí, nosotros nos desharemos de ellos!

Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba cuando sus ojos ambarinos se encontraron y ella presionó sus labios con los de Zuko.

—Gracias —dijo Mai. Cuando sus ojos se abrieron con sorpresa, ella presionó una mano en su mejilla incluso cuando la batalla se libraba más allá de ellos—. Por luchar para proteger mi aldea. Tienes tanta ira dentro de ti, esperando salir. Creo que podrías usar como ventaja... y tal vez yo pueda aprender un par de cosas de ti también. Solo tienes que templarla y concentrarla en los filos de cada una de tus agujas y dagas.

Se quedó allí quieto, incómodo, sin saber qué decir. Nunca había esperado que ella lo besara, y mucho menos admitiera que quería aprender de él.

—Mai, yo...

—¡Solo vete! Azula fue en busca de su bisonte. Ve a buscarlos. Te veré de nuevo —dijo, acomodando los dardos en sus manos. Ella lo miró por última vez y se lanzó a la batalla, desapareciendo como una sombra entre las hojas.


Una barrera de viento desvió la trayectoria del característico boomerang de Sokka. Aang estaba demasiado concentrado en la batalla como para notar la similitud entre las armas de los dos Sokkas. La pelea se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo cuando Sokka se abalanzó sobre él con su machete y su garrote, blandiéndolos con la clara intención de mutilar. Este Sokka luchaba de manera más despiadada que el que Aang conocía. Pero tal vez eso tenía que ver con el hecho de que Aang nunca había sido el foco de sus ataques.

—¡No tienes que hacer esto! —gritó Aang, manteniendo la mayor distancia posible entre ellos dos. Pero ni siquiera eso garantizaba su seguridad, ahora que también tenía que luchar contra el Agua Control de este Sokka— ¡Eres una buena persona, lo sé!

—¡Tú no sabes nada sobre mí! —gritó Sokka lanzando un golpe de su garrote. El movimiento fue acompañado por la explosión de una de sus bolsas de piel llenas de agua y envainó su machete para tener una mano libre y poder hacer movimientos de agarre. El agua tomó la forma de sus dedos, se enroscó alrededor del bastón de Aang y se lo arrebató de las manos, lanzando la vara de madera por el sendero de la montaña. Desarmado y con uno de sus instrumentos más importantes para hacer Aire Control ahora perdido, Aang se quedó indefenso, dirigiendo a Sokka una mirada suplicante. Se negaba a seguir luchando contra él. Sabía que este no era el Sokka que conocía, pero no se atrevía a atacar, le dolía demasiado.

Antes de que las cosas se complicaran, los dos oyeron un fuerte gruñido y una ráfaga de aire de la cola de Appa hizo que Sokka saliera despedido del suelo y cayera. Aang no se movió.

—¡Aang, tenemos que irnos! —le gritó Azula, tomando las riendas de Appa— ¡Nos seguirán si nos vamos!

—¡Muévete! —gritó Zuko. Los gritos de ambos lo sacaron de su trance y se apresuró a recoger su bastón. Miró a Sokka por última vez, quien le devolvió la mirada con un gesto de derrota. Algo llenaba el aire, una palpable tensión entre ellos y para Aang se sentía como si estuviera sujeto en cadenas. Incluso Appa no había dudado en atacar a Sokka en lugar de Aang y la idea le hizo sentirse aún más solitario. Sokka apretó los dientes e hizo una mueca de dolor mientras se levantaba del suelo y fue como si el hechizo se hubiera roto.

Aang saltó a lomos de Appa mientras ascendía y sobrevolaba la aldea. Contempló la destrucción dejada a su paso, recordando con horror una situación similar en la que su descuido había puesto en peligro muchas personas. Se sentía abrumado por la culpa, pero esperaba que Sokka le siguiera, al igual que Zuko lo había hecho aquella vez en la Isla Kyoshi. Sabi se posó en su hombro como ofreciéndole consuelo, acurrucándose alrededor su cuello.

Aang sabía que Sokka no iba a dejar de perseguirlo. Y no se rendiría.


A medida que avanzaba la lucha, Sokka sabía que sus propios hombres estaban superados en número, pero no estaban vencidos, lo sabía por las sombras que revoloteaban entre los árboles, repeliendo sus ataques uno por uno. Los Maestros Agua de Sokka arrancaron toda la humedad de tantos árboles como pudieron. La madera crujía y se partía mientras los Maestros Agua avanzaban hacia sus enemigos, destrozando sus defensas y sus escondites. Sokka quería que estas personas se arrepintieran de haber ayudado al Avatar, quería estar enojado y culparlos, quería arremeter contra todos ellos.

Pero había vuelto a fallar. Y con cada fracaso se alejaba del Avatar cada vez más. Alguien lo atraparía primero, tal vez Bato o alguien más. Y la vida de Sokka sería recordada como nada más que una serie de meteduras de pata. “El Príncipe Arruinado”, le decían.

Sobre todo, se encontró repitiendo las palabras del Avatar en su cabeza. Eres una buena persona. Por supuesto que Sokka sabía eso. Podía haber fracasado como príncipe y como hijo, pero no era una mala persona. Era un buen guerrero y un gran estratega, la mayor parte del tiempo. Incluso mantenía sus conocimientos bien afilados y se enorgullecía de usar su cerebro más que su fuerza. Pero, ¿quién se creía el Avatar que era para hacer suposiciones como esas sobre alguien que no conocía?

—Sokka.

Su abuela lo encontró mientras él avanzaba montaña arriba con sus guerreros. La miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué estás haciendo aquí, abuela? Te dije que te quedaras en el barco. Es demasiado peligroso para ti aquí.

Ella frunció el ceño.

—Puedo defenderme sola —dijo— ¿Pero qué estás haciendo? El Avatar ya se ha ido. Llama a tus hombres de vuelta, no hay necesidad de continuar el ataque contra esta gente.

La subió a la espada de su búfalo yak.

—Tienen que pagar por ayudar al Avatar. Ellos también son el enemigo.

—Cada segundo que te demoras aquí, el Avatar se adelanta a nosotros. No queremos que su rastro se pierda.

Sokka no siguió a sus hombres mientras ellos continuaban su avance. En cambio, su búfalo yak se detuvo en mitad del camino y su mirada se posó en sus manos que agarraban las riendas.

—Me he quedado sin pistas —admitió—. No sé a dónde se dirigirá el Avatar después. No sé cómo atraparlo.

—Tienes que expandir tus ideas —dijo Kanna, golpeándolo en su yelmo de lobo—. Ven. Regresemos al barco, después de caminar hasta aquí, necesito darles a mis pies un largo y agradable baño de sal. Y luego tal vez consiga a alguien que los masajee mientras planeamos nuestro próximo movimiento. Juntos.

Sokka puso los ojos en blanco, pero le indicó a Kinto que llamara a los hombres.

—Ew, abuela. Solo... ew.

Chapter 6: El Rey de Jie Duan

Summary:

Jie Duan: cortar, dividir.

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 5: El Rey de Jie Duan

 

La belleza de la Nación del Fuego, a veces, hacía que Aang quisiera quemarlo todo, hacerles lo que Ozai le hizo al Reino Tierra.

Pero aquellos eran pensamientos oscuros y peligrosos. Él era el Avatar. El puente entre el Mundo de los Espíritus, la naturaleza, los humanos y la innovación. Él era un Nómada Aire. Se suponía que debería atesorar este tipo de avances, como si fueran una gema rara y única en el mundo. Un verdor como no había visto en más de un año crecía en las laderas de las montañas, volviéndose dorado cuando el sol naciente asomó en el horizonte, desde el este. Un pueblo polvoriento descansaba muy lejos en la base de la montaña, su miseria quedaba fuera de lugar con la belleza natural que lo rodeaba.

Katara había insistido en que era una idea terrible venir a la Nación del Fuego, el corazón del territorio enemigo. Pero Sokka les recordó que el mundo entero ahora les pertenecía y que ir allí era tan peligroso como ir a cualquier otro lugar. Si tenían suerte, podría presentarse la oportunidad de atacar al Rey Fénix Ozai. Quizá podría darse la posibilidad de que hiciera una majestuosa visita a las aldeas de las afueras y ostentara su poder sobre la gente. Y también, tal vez, el volcán inactivo debajo de la Ciudad Real, Caldera, despertaría y los engulliría a él y a Azula en un infierno ardiente y vendría una era de milagrosa paz.

Aang estaba razonablemente confiado de haber dominado los cuatro elementos, o al menos estaba muy cerca de lograrlo. Suponía que ahora podría enfrentarse a Ozai en una batalla uno contra uno. Ahora que el cometa se había ido, él era un simple Maestro Fuego. El problema sería encontrar una oportunidad para que pudiera hacerle frente: no tenían aliados que los ayudaran a llevar a cabo una invasión que lo condujera al Rey Fénix.

Decidió dejar de fingir que meditaba y se unió a sus amigos en el campamento. Zuko hacía un inventario de sus suministros mientras Suki cepillaba a Appa. Era ella la que, con frecuencia, se ofrecía como voluntaria para hacerlo, incluso más seguido que Aang hoy en día. Le había confesado una vez que le recordaba una época diferente, a una gran misión en la que había logrado llevar a cabo una de sus tareas más importantes. No la presionó para que le diera más detalles.

Un moño y luego la cara de Sokka aparecieron sobre la colina que conducía hacia el camino hacia la aldea. La cabeza de Toph se asomó a su lado unos segundos después, sus pasos eran más rígidos de lo normal y cada pisada se sentía un poco más brusca para los sentidos de la Tierra Control de Aang. Algo la había enfurecido. Les prestó toda su atención, ansioso por escuchar las noticias que traían de la aldea.

—Chicos, pasó algo malo —dijo Sokka, confirmando sus sospechas.  

Katara, que movía las manos rítmicamente sobre la olla de caldo de verduras, revolviendo la cena de esa noche, se detuvo al escuchar las palabras de su hermano.

—¿Qué es?  

—Long Feng —dijo Sokka—. Está trabajando con la Nación del Fuego.  

El caldo se convirtió en hielo y la postura de Katara se endureció al instante, sus hombros temblaron de rabia ante el recuerdo de la muerte de Jet.  

Zuko apretó el cordón de una de sus bolsas de suministros y frunció el ceño.  

—¿Quién es Long Feng?

—Solo otro problema —dijo Toph, frotándose los nudillos como si quisiera que el antiguo Gran Secretario estuviera allí para poder golpearlo en la cara. Pateó la tierra del suelo con rabia, pero luego sus ojos se agrandaron y se arrojó sobre Aang justo cuando una flecha se hundía profundamente en su hombro.

—¡Aang!

—¡Aang!

—¡AANG!


—¡Aang!

Los gritos de Azula lo sacaron de su sueño y el peso aplastante de años de pérdidas se apoderó de él, su mundo pasó a ser un recuerdo distante en una realidad sombría. Ambos mundos se sentían igualmente sofocantes y húmedos.

—¡Ah! —gritó al ver el rostro de Azula. Ella saltó hacia atrás mientras sus brazos se levantaban por reflejo para protegerse. Le tomó un momento darse cuenta de que, en realidad, estaba a salvo.

—¿Qué fue eso? —preguntó Azula, levantándose y sacudiendo la suciedad de su ropa—. Te desperté para decirte que es hora de irse —Aang exhaló con alivio.

—Está bien. Lo siento, Azula —dijo, mirando hacia el cielo azul. ¿Por qué estaba teniendo estas pesadillas? Solo le recordaron que tenía que volver a casa y rápido. No sabía por lo que estaban pasando sus amigos sin él allí. Aparte de eso, solo le estaban trayendo recuerdos muy dolorosos... de vuelta en el “mundo real”, todavía tenía la cicatriz de la herida de la flecha en su hombro, la Katara, afortunadamente, pudo curar después de que lucharan contra el asesino aquella noche. Cada cicatriz que había ganado, incluida la del rayo de Azula que le había atravesado la espalda y el pie, desapareció en este mundo, su piel estaba sana y su cuerpo intacto.

Miró a Azula y los recuerdos del rayo lo sacudieron hasta la médula. Si alguna vez se presentara la oportunidad en este mundo, se aseguraría de nunca permitir que Azula aprendiera a dominar el rayo. No le avergonzaba admitir ante sí mismo que tenía miedo que los rayos fuesen un desencadenante, como si eso despertara algo en esta Azula que no quería ver.

Debido a sus sueños, se sentía cada vez más desesperado por regresar a casa. Necesitaba algún tipo de consejo de alguien en quien pudiera confiar. Avatar Roku, su mayor vínculo con el Mundo de los Espíritus, estaba fuera de su alcance, al menos no podía contactarlo desde su inexistente templo en la Isla Creciente de este mundo. Le quedaban muy pocas opciones en las que confiar y ni siquiera estaba seguro de si existían en esta extraña realidad. Después de levantar el campamento y volar en Appa, Aang decidió preguntarle a Zuko y Azula si conocían a alguien en particular.

—¿Alguno de ustedes conoce a algún Rey llamado Bumi? —preguntó. Ambos lo miraron sin comprender— ¿Saben algo sobre Omashu, en el Reino Tierra? —Todo lo que había aprendido en su mundo estaba mal en este, así que valía la pena intentarlo.

—No, nunca hemos oído hablar de ninguno de ellos —respondió Azula—. Nunca antes habíamos salido de nuestra aldea —Aang suspiró y bajó los ojos, comenzando a perder la esperanza de que pudiera volver a casa pronto. Bumi al menos podría haberle ofrecido un consejo.

—Yo tampoco, pero hay una ciudad gobernada por un rey no muy lejos de aquí —dijo Zuko—. Y pertenece al Reino Tierra —Aang lo miró, confundido. ¿Una ciudad del Reino Tierra, en la Nación del Fuego?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Azula, su voz llena de incredulidad—. Oh, espera. Siempre estás sentado en tu habitación y estudiando mapas en lugar de hacer algo útil, como cazar, lo había olvidado.

Ante este comentario, su hermano miró hacia otro lado, ocultando un rubor de vergüenza en su rostro.

—En realidad, lo sé por ese hombre que visitó nuestro pueblo hace unos años, ¿recuerdas? Dijo que venía de Jie Duan, al norte. Estuve mirando nuestro mapa antes y noté que estamos muy cerca de esa ciudad.

Bueno, valía la pena investigar.

—Está bien, entonces iremos allí —decidió Aang. Se dio la vuelta y tiró de las riendas, dirigiendo a Appa hacia el suroeste.

—¿Por qué? —La pregunta de Azula resonó el viento, una duda que Aang decidió responder en lugar de dejarla olvidada— ¿Por qué nos llevas a todos estos lugares? Nos detuviste en el Templo Aire del Oeste y luego en la Isla Creciente por razones inútiles. Nos has alejado mucho del camino hacia nuestro destino original y preferiría no tener que enfrentar más problemas en nuestro camino a la Ciudad Dorada.

—Te lo explicaré cuando lleguemos.

Se cruzó de brazos y no dijo nada, juntando sus labios en una delgada línea que le recordó a Aang a una grieta en un cristal.


Zuko tenía razón. Solo les tomó una hora llegar a la ciudad de Jie Duan, situada justo al borde del continente, cerca de donde el archipiélago oriental comenzaba a su paso. Era más como un pueblo grande, que se aferraba a las montañas a la mayor altitud posible, como si estuviera escalando para alejarse del agua. Las terrazas formaban una escalera a lo largo de la montaña, que terminaba en una bahía enclavada en el hueco entre el archipiélago oriental y el del sur, en cuyo extremo se encontraba la aldea de Zuko y Azula. A medida que se acercaban a la masa de tierra, Aang podía ver el agua brillando a la luz del sol en cada terraza, lo que significa que debían ser plantaciones de arroz.

Jie Duan se erigía en las laderas de las montañas de la misma manera que lo hacían los árboles, con casas llenando las laderas por encima y alrededor de los arrozales: estructuras sólidas en un terreno nivelado hecho de piedra y madera, característicos del Reino Tierra. Una planta ancha y frondosa llamada punta de flecha cubría las montañas como venas oscuras que contaminaban el agua, algo común en los arrozales que no estaban adecuadamente cuidados. Incluso, la planta se extendía sobre algunas de las casas como hiedra venenosa.

En las partes más altas, Aang vio señales de construcción. Casas, tiendas y salones de té aparecían a medida que subían, aunque se preguntó si eran solo una especie de fachada porque no parecía haber suficiente población en Jie Duan para llenar todas las casas. Los otros edificios que no se acoplaban a la ladera de la montaña estaban dispuestos en una cuadrícula ordenada. Las pocas personas que pudo ver se apartaron lejos del bisonte mientras volaba sobre ellos hasta que Appa aterrizó y tuvieron que subir a pie por la pendiente hacia el edificio más grande en la cima de la montaña, hacia lo que parecía algo así como un palacio.

Esta gente le temía la guerra. Pero incluso con las numerosas plantaciones de arroz, Aang pudo ver el hambre que conocía tan bien como conocía la guerra. Jie Duan parecía íntimamente familiarizado con ambos. Los niños se apiñaban bajo los aleros de las casas vacías, rebuscando entre los restos abandonados por los soldados. Aang solo vio soldados, pero ninguno parecía estar allí para preservar la paz y comenzó a planificar posibles rutas de escape en caso de que tuvieran que huir de allí con prisas. Las armas que estos soldados empuñaban y la armadura que llevaban parecían ser más importantes que la gente, pues todas brillaban ostentosamente a la luz del sol

Aang, Zuko y Azula caminaron entre la gente y los soldados del Reino Tierra en las calles de la ciudad. Los dos hermanos miraron a su alrededor con inquietud.

—Entonces, ¿por qué querías venir aquí? —dijo Zuko, trayendo de vuelta la pregunta anterior de Azula. No quitaba los ojos de ciertas personas de aspecto rudo que se asomaban en callejones laterales.

—Tenía un amigo llamado Bumi —respondió, sin preocuparse por posibles ladrones o peleas. Aang podría manejar eso— Necesito hablar con él.

—Pero... eso debió haber sido hace un tiempo —dijo Zuko, con la voz cargada de simpatía—. Lo más probable es que esté...

—No lo está. Al menos, no debería estarlo —dijo Aang con firmeza. Bumi había estado vivo todo ese tiempo, ¿no era así? Azula no lo había asesinado en este mundo... al menos no todavía.

No tardaron en acercarse a las puertas del palacio, mucho más impresionantes que el resto de la ciudad y adornadas con la insignia de un volcán en erupción. Los guardias se pusieron a la defensiva inmediatamente.

—Retírense —les dijo Aang, extendiendo las palmas de las manos—. Simplemente me gustaría reunirme con el rey. Soy el Avatar. No tienen nada que temer de mí. —Hizo todo lo posible por adoptar la apariencia de un adulto autoritario y digno de respeto. Los guardias se miraron y luego se apresuraron a obedecer sus órdenes, llevándolos al interior del palacio.


Los tres niños y el lémur fueron llevados a una habitación lujosamente decorada, fuera del salón principal del palacio y luego los dejaron solos. Azula se dirigió directamente a la pila de cojines y sedas y se reclinó sobre ellos, reclamando el cuenco de papayas de la pequeña mesa a su lado. Zuko frunció el ceño con desaprobación y se sentó con las piernas cruzadas frente a la mesa de té, sirviéndose a él y a Aang una taza de té de hierbas con especias que, sorprendentemente, parecían provenir más de la Nación del Fuego de lo que esperaba encontrar en un lugar que le recordaba tanto al palacio del Rey Tierra en Ba Sing Se. Y, sin embargo, este palacio no parecía ser tan antiguo ni atemporal como la montaña donde se asentaba, no había ningún indicio de los incontables, y a veces chocantes, estilos de los muchos siglos de dinastías amontonados unos sobre otros. Apenas una mota de polvo besaba las mesas y los rincones de la habitación.

Y seguía viendo la insignia del volcán, un claro recordatorio de que se trataba de una mezcla entre Tierra y Fuego. La insignia de la tierra ardiente.

Aang no había tocado ni la fruta ni el té, estaba sentado frente a la mesa, con la espalda recta y mirando pacientemente al frente, esperando la llegada del rey. Si no era su viejo amigo Bumi, entonces quería estar listo, por si acaso. Este no era el momento de actuar como un niño.

Había dos puertas frente a ellos, una de entrada y la otra que conducía a alguna otra habitación o pasillo. En el centro había una plataforma elevada, donde el rey se sentaba cuando se reunía con sus invitados. Aang estaba levemente sorprendido de que le hubieran permitido la entrada al palacio tan rápido, pero esperaba que fuera Bumi y que no lo habían hecho esperar porque a él le encantaba conocer a los invitados, pero los detalles le decían cada vez más que este no podía ser su amigo. Este rey se preocupaba demasiado por las apariencias. Su mirada perdida se volvió hacia la puerta en cuanto se abrió.

Entraron tres hombres vestidos con túnicas y sombreros cónicos. Aang no tardó en reconocer quiénes eran, por sus colores oscuros y las manos cruzadas a la espalda: los Dai Li. Sus ojos se endurecieron. ¿Qué estaban haciendo aquí? La última figura en entrar a la habitación hizo que el ceño del Avatar se arrugara más y su agarre se apretara sobre su bastón en su regazo. Long Feng entró con confianza en la habitación, mirándolos con falsa amabilidad escrita en todo su rostro. Se acomodó en el asiento del rey, su túnica era mucho más opulenta de lo que Aang le había visto usar nunca, tenía anillos de jade en los dedos, oro tejido en el negro y esmeralda de su túnica y un bigote y barba que podrían haber sido dos o tres veces más largos de lo que recordaba. Se sintió curioso acerca del cambio de su vello facial y no pudo evitar pensar en cómo le encantaría poder arrancárselo de la cara.

—Es un placer conocerlo finalmente, joven Avatar —dijo. Era el mismo tono profundo y ligeramente desdeñoso que recordaba. A Aang se le pusieron los nudillos blancos. Este hombre había matado a Jet y fue el responsable de muchas otras muertes en Ba Sing Se y el Reino Tierra cuando se unió a Ozai. Le tomó toda su fuerza de voluntad evitar atacarlo—. Soy el Rey Long Feng, gobernante de Jie Duan.

—Soy Aang —dijo, su voz plana y contenida—. Estos son mis amigos, Azula y Zuko. —Fue entonces cuando se dio cuenta de que prefería mucho más a esta “agradable” Azula que a Long Feng.

—Por favor, sírvase un poco. Debe estar cansado y hambriento por su largo viaje —dijo el ex Gran Secretario de Ba Sing Se.

—No gracias, no tengo hambre —respondió Aang. Zuko y Azula parecían estar bien con dejarlo hacer toda la charla, pero ambos escuchaban atentamente; esta última se sentó de espaldas a la pared como para captar cada detalle. Aang sabía lo que estaba haciendo porque le hubiera gustado imitarla—. Tengo algunas preguntas para usted, si no le importa.

Una de las cejas del rey se elevó mientras tomaba un sorbo de vino y enderezaba su postura.

—¿Y cuáles serían? —Sus agentes Dai Li se alzaban detrás de él como un par de torres de vigilancia.

—¿Por qué hay una ciudad y un rey del Reino Tierra en la Nación del Fuego? —Aang no quería mencionar a Ba Sing Se u Omashu por si acaso no existían. No quería que Long Feng sospechara. Era un enemigo peligroso y cuanto menos supiera, mejor.

—¿No conoce el estado actual del Reino Tierra? —preguntó Long Feng. Aang negó con la cabeza—. La guerra con la Nación del Agua se ha vuelto desastrosa para el Reino Tierra. Cada mes, durante la luna llena, los poderes de los Maestros Agua aumentan tanto que son capaces de llevar a cabo misiones de invasión exitosas y muy devastadoras. Se han hecho con muchas de las costas y se considera peligroso estar cerca del agua. La Nación del Fuego está relativamente al margen de la guerra, y la gente vino a vivir aquí en busca de un refugio seguro.

—¿Al margen de la guerra? —dijo Zuko, frunciendo el ceño— ¿Ha visto siquiera los territorios fuera de esta ciudad?

La sien de Long Feng se contrajo cuando miró a Zuko.

—Te lo aseguro, sería mucho peor si no estuviéramos aquí. Tenemos soldados estacionados por todo el continente de la Nación del Fuego repeliendo los asaltos provenientes del mar, independientemente de la Ciudad Dorada... quienes, debo informarles, solo se preocupan en proteger sus propios territorios en el norte. Hemos tenido que hacer lo necesario para mantener la estabilidad durante la ausencia del Avatar, los últimos cien años. Desde que llegué a esta ciudad, hemos dado grandes pasos para ayudar a defender a la gente de la Nación del Fuego.

—¿Pero un rey? —preguntó Aang, ignorando sutil insulto contra él. Archivó ese comentario sobre la Ciudad Dorada para más tarde, consciente de la posibilidad de que pudiera estar mintiendo— ¿No podrían haber enviado un gobernador o algo así?

—Jie Duan se considera un estado independiente del resto del Reino Tierra. He tenido... desacuerdos con el rey de Ba Sing Se, Kuei, en el pasado. Nos separamos y yo vine a gobernar aquí. las aldeas del Reino Tierra en la Nación del Fuego. La Ciudad Dorada nos permite quedarnos —dijo, su voz llena de intenciones maliciosas, como siempre. Aang no quería saber cuál había sido su desacuerdo.

—Entonces el Reino Tierra está dividido en dos—dedujo Aang.

—En estos días es mucho más complicado que eso, pero sí.

—¿Qué hay sobre Omashu? ¿Qué sabe sobre la ciudad o el Rey Bumi? ¿Aún está vivo? —preguntó al final, esperanzado.

—Omashu fue invadida por las Tribus Agua hace cinco años. La ciudad fue sitiada por el agua a pesar de las montañas que la rodeaban, habían luchado y librado milagrosamente cada invasión durante los últimos cien años, pero al final no fueron capaces de soportar cada luna llena. La ciudad cayó y ahora está en ruinas —informó Long Feng.

—¿Y el Rey Bumi? —preguntó Aang de nuevo.

El Rey sacudió la cabeza y evitó mirarlo a los ojos. Aang no tenía manera de saber si decía la verdad.

—No sé nada de su paradero.

Aang bajó la vista. ¿Acaso le quedaba esperanza alguna? Tras una larga pausa, Aang miró directo a los fríos ojos de Long Feng una vez más.

—Gracias por responder mis preguntas. Lo dejaremos continuar con sus deberes —dijo, ansioso por abandonar ese lugar. Azula se puso de pie al mismo tiempo que él mientras Zuko permanecía sentado, viéndose algo confundido. Long Feng frunció el ceño.

—¿Nos deja tan pronto?

Sí, me voy y no puedes hacer nada al respecto.

Aang no pudo contener la frialdad de su voz mientras pensaba en Appa, afuera en la ciudad y solo, demasiado cerca de Long Feng para el gusto de Aang. Nunca dejaría que esta víbora rata pusiera en peligro a alguien que quería tanto otra vez. Nunca más iba a dejar que nadie tuviera ese tipo de ventaja sobre él.

—Tenemos que continuar con nuestro viaje.

Long Feng se reclinó en su trono y juntó los dedos.

—Ya veo.

Los tres chicos se dispusieron a salir.

—Gracias por su hospitalidad. —Aang dio un paso, pero encontró sus pies pegados al suelo. De repente, no podía moverse y perdió el equilibrio. Movió los brazos para detener su caída y una mano de piedra lo agarró y forzó sus brazos detrás de la espalda por las muñecas, dejando parte de sus manos libres. La cabeza de Aang se volvió hacia Long Feng, la ira en todo su rostro— ¿Qué es lo que quieres? —Habían sido los agentes de Dai Li los que lo habían detenido a él, a Zuko y a Azula, que estaban inmovilizados en posiciones similares. Incluso Sabi, que estaba encaramada en su bastón, la habían encerrado en la vara de madera con un agarre de piedra para que pareciera el cetro de un antiguo sabio.

—No te irás tan pronto. Tengo un favor que pedirte —dijo Long Feng, perfectamente en calma. Juntó los dedos bajo su barbilla—. Mi adversario, el Rey Kuei de Ba Sing Se, ha elegido no… ceder una parte de su poder —dijo, escogiendo cuidadosamente sus palabras—. No quiere desempeñar ningún papel en nuestras campañas de defensa y su débil reino está cayendo en manos de esos salvajes del Agua. —Hablaba como un hombre de negocios, su voz era profunda y firme, como los sonidos de un terremoto—. Creo que, en nombre de nuestros mejores intereses, sería preferible que el Reino Tierra quedara bajo el mando de otro.

—Te refieres a ti —dijo Azula.

La ira de Zuko salió en un gruñido.

—¡De ninguna manera! ¿Por qué lo haríamos?

—Ustedes, niños, no saben de lo que soy capaz —dijo Long Feng. Sonaba al mismo tiempo como palabras de aliento y como una amenaza—. Podría traer estabilidad al Reino Tierra. Lo hice durante muchos años, al menos hasta que Omashu cayó. Tengo mucha más experiencia que ese Rey aniñado.

—¿Y qué quieres que hagamos? —preguntó Azula— ¿Qué tenemos que ver en esto?

—Vayan a Ba Sing Se y gánense la confianza del Rey —dijo Long Feng, parándose de su asiento y caminando alrededor de ellos, sus manos juntas tras su espalda—. Una vez que él confíe completamente en su fuerza y apoyo, quiero que lo asesines. —Aang abrió los ojos con sorpresa— Creo que nadie más tiene la fuerza ni la habilidad de ganar su confianza como tú, Avatar.

—¿Y si nos negamos? —preguntó Aang, entrecerrando los ojos. Este Long Feng era un hombre desesperado, un titiritero que había tenido un reino entero en sus manos y lo había perdido por completo. Quería el poder solo por el placer de tenerlo, estaba obsesionado con las apariencias y las ilusiones mientras que la gente a las afueras del palacio pasaba hambre y conflicto.

—No podrás irte —dijo con simpleza. Sus palabras quedaron en el aire, resonando en sus oídos. ¿Qué estaba pasando? Había creído que, en esta realidad, o lo que sea que fuera, estaba siguiendo sus propias aventuras pasadas, solo que cambiando los roles de sus amigos y sus enemigos. ¿Pero qué era esto? ¡Esto nunca había pasado! No se suponía que esto pasara. Algo había cambiado que hizo que el mundo fuera así. ¿Era como había dicho Long Feng? ¿Eran las Tribus Agua tan despiadadas?

El Rey Kuei era un buen hombre. Aang no recordaba el momento exacto en que lo había visto por última vez, pero, según Katara y Sokka, el rey lo había dejado para viajar por su cuenta mientras Aang aún estaba en coma. Ninguno de ellos lo había vuelto a ver, pero escuchaban constantemente noticias de su paradero. Justo después del fatal día del Cometa, el Rey había organizado una rebelión improvisada contra la amenaza de la Nación del Fuego. Los habían aplastado como insectos. El Rey era tan inexperto. Aang nunca supo de lo que fue de él, pero asumió lo peor.

Aang y Zuko se quedaron en silencio, mirando a los ojos de sus captores, sin miedo. El Avatar estaba tratando de idear un plan para sacarlos de esta situación, por lo que los dos se sorprendieron cuando Azula habló primero.

—Está bien, es bastante fácil.

—¡Qué estás diciendo, Azula! —le preguntó Zuko, volviendo su vista hacia ella—. ¡Se supone que debemos ayudar a Aang! ¡Tú eras la que quería ir a la Ciudad Dorada!

—Oh, por favor Zuko. ¿En serio creíste que quería ir allí por alguna razón en específico? Yo solo quería salir de esa miserable islita en la que vivíamos. Tuve que usar al Avatar como excusa para escapar —dijo y sonaba justo como la Azula que Aang conocía.

Una sacudida de ira le recorrió la espalda a Aang, creciendo dentro de él y ardiendo tanto en su estómago que creyó que podría empezar a respirar fuego justo allí. Sin embargo, enterrado bajo toda esa furia, había miedo. Todavía persistía, una bestia que se agitaba en el fondo de su mente después de todo este tiempo.

—¡Sabía que no debería haber confiado en ti! —le gritó. Ella era tan malvada, astuta y retorcida como lo había sido en su mundo. Sabía que no había nada bueno en Azula. Ella era la manifestación del mal y siempre lo sería.

—¡Azula, de qué estás hablando! ¡Estás loca! —gritó Zuko a su hermana, intentando liberarse de las ataduras de piedra.

—Desafortunadamente —la voz de Long Feng interrumpió sus gritos—, una sola chiquilla no es suficiente. Agradezco tu oferta, pero necesitamos al Avatar.

—No será necesario, su majestad —dijo Azula, había una mirada de suficiencia en sus ojos—. Una Maestra Fuego será suficiente. Además, he recibido entrenamiento de los asesinos de la Isla Creciente. Con eso bastará. —Los ojos de Aang relucieron con sorpresa de nuevo y se dio cuenta de que ella estaba alardeando. ¿Qué trataba de hacer? ¿Salvar su propio pellejo? Zuko se quedó en silencio, boquiabierto.

Long Feng pareció considerarlo por un momento.

—Está bien, entonces. Me gustaría ver una pequeña demostración de tus habilidades. Pero primero, quiero saber tu decisión final, Avatar.

Aang miró a Azula con desprecio mientras respondía.

—Nunca.

Ella sonrió triunfante.

—Ya veo —dijo Long Feng, girando sobre sus talones—. Me despido por el momento. Niña, me gustaría ver pronto una demostración de tu Fuego Control. —Caminó fuera de la habitación sin volverse a mirar a ninguno de los tres. Los agentes Dai Li lo siguieron, dejando uno atrás para vigilarlos.

—Ahora —dijo Azula al agente con voz dulce— ¿Puedes soltarme? Esto duele bastante. El agente dudó por un momento, pero su rey no le había dado ninguna orden para no hacerlo, así que liberó sus manos. Ella ignoró las miradas de Aang y Zuko mientras se estiraba—. Entonces, ¿qué van a hacer con ellos?

—Serán puestos en las cámaras para los prisioneros —respondió el agente Dai Li.

Aang y Zuko se quedaron en silencio, viéndola con miradas sombrías. La retó con la mirada a dirigirles la palabra. Ninguno de ellos luchó para liberarse a pesar de que sus pies habían sido liberados cuando Long Feng se fue para que los pudieran conducir a sus celdas.

—Ya veremos —dijo Azula en voz baja.

—¿Perdón? —preguntó el agente Dai Li. Su respuesta vino en forma de una bola de fuego directo a su cara y gritó mientras se cubría con los brazos, sus mangas ardieron. Azula lo golpeó con el hombro y lo dejó tirado en el suelo.

—Salgamos de aquí, rápido —dijo a Zuko y Aang. Zuko movió la boca como un pez fuera del agua, pero Aang aprovechó el momento para actuar y escapar, corriendo tan rápido como el viento fuera de la habitación y hacia el pasillo, llevándose consigo a Sabi y a su bastón en medio de su huida, tomándolos con sus dedos libres y colocándolos bajo el brazo. Azula jalaba a Zuko tras ella, necesitaban salir de aquí antes de que más agentes Dai Li pudieran escuchar al hombre gritando. La gente de todas las habitaciones pudo verlos mientras pasaban de ellos, desconcertados por los súbitos y fuertes gritos. Azula corría tan rápido como podía, todavía arrastrando a su confundido hermano con ella. Cuando estuvieron cerca de la salida del palacio, él empezó a recobrar sus sentidos y corrió por su cuenta.

—¿Azula, qué fue eso? —preguntó entre jadeos mientras corrían— ¡Creí que nos ibas a traicionar!

Ella solo sonrió en respuesta.

Los hermanos se apresuraron a salir por las puertas abiertas del palacio, siendo saludados al instante por la cálida y refrescante luz del sol. Aang vio a Azula disfrutarla por un momento, cerrando los ojos y respirando profundo, pero el sonido de pasos detrás de ellos de los Dai Li la hizo correr más rápido. Aang dirigió el camino a través del pueblo, esquivando a la gente antes de que los soldados pudieran verlos y perseguirlos. Miró hacia atrás solo para asegurarse de que Zuko y Azula no se perdieran de vista, incluso cuando una gran parte de él quería dejar a Azula atrás...

Encontraron a Appa rodeado por seis soldados, rehusándose a volar y abandonar a sus compañeros. El bisonte rugió al hombre que se acercaba a él, pero Aang se abalanzó a él con una gran ráfaga de viento que tiró a tres de ellos al suelo. Otro consiguió equilibrarse y atacó a Aang con una lanza, pero él saltó a través del hueco de sus brazos para que sus manos atadas quedaran frente a él y apartó el arma con las ataduras de roca justo a tiempo. Golpeó con sus manos unidas el casco del soldado y lo dejó inconsciente, mientras Zuko se abalanzaba sobre un cuarto soldado con un placaje y Azula derribaba al último con su Fuego Control.

Miró a Azula con el rostro sepulcral mientras subían a la silla. Ella evitó su mirada deliberadamente.

Con un gruñido y un movimiento de su cola, Appa se elevó hacia el cielo, arrasando a los perseguidores Dai Li con ráfagas de viento mientras los atacaban con rocas. No les tomó mucho tiempo alejarse del palacio a una distancia segura y Azula sonrió una vez que salieron de su alcance, poniendo sus manos detrás de su cabeza.

—¡Eso fue demasiado fácil! Los Dai Li y ese rey son todos idiotas.

Aang y Zuko se quedaron en silencio, mirándola mientras ambos luchaban por encontrar las palabras. Ella perdió un poco de su confianza y su chispa mientras la miraban fijamente, miró hacia otro lado e hizo una mueca. Sabi, envuelta completamente en tierra a excepción de su cabeza y la punta de sus dedos, dejó escapar gritos patéticos desde el suelo.

—¿Qué? —les preguntó.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Zuko, su tono era acusador—. Tú... parecías tan convincente —agregó en un tono más débil—. Pensé que de verdad te ibas a volver contra nosotros.

—Pero funcionó muy bien, ¿no? —espetó ella—. Esperaba que ustedes dos no fueran lo suficientemente tontos como para creerme, o peor aún, arruinar mis mentiras.

Aang hizo una mueca.

—Al menos podrías habernos dado algún tipo de advertencia. Estaba listo para atacarte.

Azula hizo una pausa.

—Yo sólo estaba tratando de ayudar. —Se cruzó de brazos y apartó la mirada de ellos. Ninguno pudo ver la expresión de su rostro.

Toda la ira y el odio que Aang había sentido por ella momentos antes se desvaneció inmediatamente y fueron reemplazados por una culpa abrumadora. Había creído fácilmente que ella los traicionaría y, aunque sentía que tenía buenas razones para hacerlo, también pensó que debería tratar de confiar más en ella. El niño enterrado profundamente en su interior bajo los sentimientos de pérdida y muerte emergió lentamente... Y le dijo que tenía que perdonar y olvidar.

—Lo lamento, Azula —dijo en voz baja—. Creo que supe todo el tiempo que no podrías traicionarme —dijo—. Pero fuiste muy convincente, tengo que reconocer eso.

Ella lo miró de nuevo, dándole una pequeña sonrisa.

—Sí, supongo.

—¿Dónde aprendiste a mentir así? —le preguntó Zuko. Aang se preguntaba lo mismo. Parecía que esta Azula conservaba toda su astucia y habilidades de engaño, así como las brillantes dotes de actuación de la princesa.

Ignoró a su hermano y miró a Aang.

—¿Pero por qué pensaste que me volvería contra ti tan fácilmente? ¿No sabes que quiero viajar a la Ciudad Dorada tanto como tú? ¿No... no confías en mí? —Este era un lado más nuevo y susceptible que no estaba acostumbrado a ver de Azula.

Su mente se apresuró a buscar algo que decir para librarlo de esta situación.

—He... tenido malas experiencias en el pasado —admitió, desviando la mirada. Sabía que era una excusa débil y probablemente ella también lo creía, pero, por una vez, no lo presionó—. Pero estoy dispuesto a dejarlo atrás esta vez —Esta vez, lo decía de verdad. Todavía quería volver a casa, pero ahora sus preocupaciones inmediatas estaban en el presente, en este lugar.

—Entonces tal vez los tres podemos empezar de nuevo y puedas considerarnos a Zuzu y a mí como verdaderos amigos —dijo Azula, mirándolos a ambos. Zuko asintió con la cabeza. Aang y Azula se tomaron de las manos, algo complicado por sus ataduras de piedra, pero lo lograron.

—Amigos —aceptó.

Ahora era oficialmente amigo de Azula, pensó con una sonrisa. ¿En qué se había convertido el mundo?

Chapter 7: La Coalición

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Libro 1: Fuego

Capítulo 6: La Coalición

 

La gigantesca ola seguía al bisonte que volaba cerca del suelo. Aang apretó las riendas de Appa, tirando de ellas para dirigirlo en alguna dirección que fuese segura. Appa se agachó, esquivó y giró en el aire para evitar las ráfagas de fuego que estaban siendo disparadas desde las distintas torres dentro del Muro Externo de Ba Sing Se. La ola de agua que iba tras ellos no era una amenaza, sino un mecanismo de defensa. Siendo esta su mayor hazaña de Agua Control hasta el momento, Katara elevó una gigantesca pared de agua que se arrastraba detrás de ellos en el aire, protegiéndolos de los misiles en llamas. Aang no tenía idea de cómo había logrado acumular y controlar toda esa agua.

Su cabeza palpitó cuando las explosiones atravesaban el aire. Después de estar en prisión durante dos semanas completas en las mazmorras de Ba Sing Se, el Equipo Avatar finalmente pudo escapar. Además de un enfrentamiento cercano con Azula debajo de las catacumbas y un encontronazo con Mai y Ty Lee, todo lo demás había ido bien. Parecía que la caída de la ciudad más grande del Reino Tierra, la Nación del Fuego había convertido el palacio en su propia fortaleza impenetrable. Aang y los demás fueron capturados algún tiempo después del Cometa de Sozin y fueron brutalmente maltratados en las garras de la Nación del Fuego después de un intento de contraataque; había sido en venganza por sus amigos y seres queridos perdidos. Aang, y todos los demás, tenían muchas heridas y nuevas cicatrices que agregar a sus colecciones.

Le pareció una escena irreal cuando Aang logró guiar a Appa hacia la libertad, finalmente llegó a los Muros Externos de los terrenos del palacio y cambió de dirección. El bisonte voló directamente hacia arriba, manteniéndolos a salvo de los ataques de las torretas. Desafortunadamente, cuando Appa estaba a punto de sobrevolar el muro y dirigirse a cielo abierto, pasaron volando justo debajo de una torreta. Aang maldijo su suerte cuando escuchó los disparos, pero fue lo suficientemente rápido para levantar una gruesa pared de piedra del mismo muro de piedra en el que estaba la torre y bloqueó el golpe. Appa no pudo controlar el impulso que llevaban para girar a tiempo y escapar, pero chocó directamente contra la barrera de piedra que el propio Aang había levantado. El bisonte se estrelló de costado contra la pared y, con un rugido de dolor, Appa gimió y descendió en arco. La fuerza arrojó a Aang y los demás contra la pared. Aang, Toph y Haru pudieron aferrarse a ella con facilidad y los tres lograron formar salientes para Sokka, Katara, Zuko y Suki, quienes aterrizaron con delicadeza a pesar de sus debilitados cuerpos. El agua de Katara cayó al suelo.

Haru aún no los había dejado después de la infructuosa invasión del Día del Sol Negro. Parecía decidido a demostrar su valía, rescatar a su padre y ayudar a salvar el mundo. Su Tierra Control se había multiplicado por diez. Un ejército de soldados de la Nación del Fuego llegó, saliendo desde los puestos de guardia más cercanos, agrupados en la base del muro. Los apuntaron con sus arcos. Estaban atrapados.

Haru se lanzó hacia adelante, levantando un muro de tierra para protegerlos antes de que los soldados pudieran disparar.

—¡Chicos, salgan de aquí! ¡Los detendré! —Las cuerdas del arco se soltaron y las flechas rebotaron en su muro, pero solo aguantaría hasta que llegaran los Maestros Fuego.  

—¡No te vamos a dejar aquí! —le gritó Katara. Aang sintió su corazón acelerarse. Ella era tan cariñosa, tan obstinada. Eran unas de las muchas razones por las que la amaba.  

—¡Tienen que irse! ¡Suban a Appa antes de que lleguen! —dijo Haru, su largo cabello estaba enmarañado y lleno de nudos y sangre que tal vez no eran suyos. Aang podía sentir a los Maestros Tierra viniendo hacia ellos... los Dai Li. Haru, con el rostro ahora pálido y cubierto de cicatrices por esos horribles días en las mazmorras, le lanzó una mirada suplicante—. Por favor, el mundo te necesita, Aang. Tienen que salir de aquí. No se preocupen por mí —Los ojos de Aang se encontraron con los suyos. Y se dio cuenta de que era tan terco y resuelto como cualquier otro maestro tierra. Y también era decidido. Quería ayudarlos de cualquier manera posible y esta era la forma en que sentía que era mejor. Aang asintió.  

—Está bien, salgamos de aquí —dijo Toph, fortaleciendo su propia pared, tratando de protegerlos de las explosiones provenientes de la torreta, arriba de ellos. Zuko, con una mirada de despedida a Haru, saltó hacia Appa, quien se había recuperado y flotaba cerca del suelo. Sokka y Suki fueron los siguientes, subieron a regañadientes. Toph fue tras ellos, y solo Aang, Katara y Haru se quedaron.  

Katara juntó las manos por un momento, y Aang pudo ver el conflicto en sus ojos mientras dudaba entre quedarse y luchar junto a él o huir con los demás.

—Gracias —dijo finalmente, dándole un beso en la mejilla. Haru se sonrojó.  

Aang puso una mano sobre el hombro de Haru.  

—Ten cuidado —dijo—. No... ya sabes... por nosotros.

Haru sonrió. Después de todo, todavía tenía una sonrisa suave en su rostro, llena de calidez.

—No lo haré.

Aang y Katara se despidieron por última vez de su amigo y saltaron al bisonte. Aang atacó a los soldados que se acercaban y, afortunadamente, Appa no necesitó que lo hicieran entrar en acción. Con un rugido aterrador, el bisonte se sacudió el dolor y se fue volando. Debajo de ellos, el Equipo Avatar, ahora reducido una vez más a seis, vio como Haru lanzaba la barrera de tierra sobre todos los soldados y el Dai Li y luego aterrizó de pie mientras luchaba contra todos controlando la tierra de la manera que podría hacer que incluso Toph se sintiera orgullosa.

Nunca lo volvieron a ver.


Aang estaba, para ponerlo fácil, extremadamente enojado. Sus muñecas se habían hinchado por el dolor de las esposas de piedra que aún las mantenían unidas. Zuko y Aang todavía estaban sujetos con las ataduras de piedra que los Dai Li de Long Feng les habían puesto, pero lograron estirar los brazos por debajo de sus piernas recogidas, colocando las esposas frente a ellos, haciendo que su dolor fuese un poco más llevadero. Como mínimo, podían alimentarse por sí mismos y hacer cosas muy básicas. El dolor y las molestias se agravaron aún más por el calor sofocante de los días de verano en la Nación del Fuego. Su ropa se pegaba a su cuerpo sudoroso y su rostro se estaba poniendo rojo por el sol. Hacía casi tanto calor como en el desierto de Si Wong, y era mucho más húmedo.

Azula, por otro lado, lo consideraba bastante divertido. Ella se reía disimuladamente cada vez que Zuko se quejaba y siempre tenía un brillo triunfal en sus ojos después. Había podido vencer al Dai Li a base de simples mentiras, algo que Aang o cualquiera de sus antiguos amigos no acostumbraban hacer. Por supuesto, ellos solían ser las víctimas de tales engaños, cortesía de su enemiga Azula.

Ahora, en su mente, Aang se refería a esta Azula como la “Azula agradable” y a la que conocía previamente, la que lo había matado, como la “Azula malvada”. Todavía le resultaba extraño pensar en ella como una amiga, pero todavía no podía confiar en ella por completo. Necesitaría mucho tiempo para que lo hiciera. Un leve escalofrío recorrió su espalda, como si recordara una vieja herida, pero ahora no había rastro de esas cicatrices. Aang todavía lo recordaba muy vívidamente: la energía cósmica surgiendo en él, inundando al chico con todo el poder, solo para que se lo quitaran un momento después, por culpa de un rayo lanzado por la princesa. Esa vez, el dolor se había derramado por su cuerpo entero, saliendo por la planta del pie. Sabía que esa no era la misma Azula que estaba frente a él. Pero era difícil bajar la guardia con ella, a pesar de su floreciente amistad. Sabía que no podría confiar en ella durante una batalla, o cuando más necesitara de su ayuda. Había un miedo enterrado en lo profundo de su mente, siempre lo habría, esa parte de él estaba segura de que ella se volviera contra él tarde o temprano. Y la próxima vez, el daño podría ser real. La confianza se ganaba, pero él no podría explicarle por qué a ella le estaba tomando tanto tiempo ganarse la suya.

Como resultado de todos esos complicados sentimientos, Aang se sintió impotente. Últimamente, sus pensamientos habían girado en círculos sin encontrar una respuesta clara. Quería la ayuda de sus amigos.

Echaba de menos al Viejo Zuko, uno que había llegado a ofrecer consejos tan valiosos como los de su tío. Echaba de menos el pilar de la fuerza silenciosa y solidaria que él representaba en su grupo. Después del fatídico día del Cometa, entrenaron cada día, tratando de superar al otro. Zuko era su silencioso, digno y pensativo compañero.

Echaba de menos el ingenioso sarcasmo y el sorprendente intelecto del viejo Sokka. El chico de la Tribu Agua que siempre tenía un plan, una forma de sacarlos de sus problemas. Y aunque no controlaba ningún elemento, su ingenio lo compensaba todo e incluso Zuko lo miraba con total respeto. Aang echaba de menos su capacidad para alegrar cualquier situación, aunque en días más recientes, su humor se había vuelto algo sombrío por la desesperanza.

Echaba de menos el mordaz sarcasmo y las sinceras palabras de aliento de Toph. Ella era invencible y, a menudo, tomaba el liderazgo del grupo cuando se sentían particularmente desesperados o deprimidos. Siempre había sido la primera en tomar las riendas de la situación, la primera en golpear contra el suelo a sus enemigos.

Y, por último, extrañaba a Katara. Su hermosa, fuerte y obstinada Katara. Sintió una dolorosa pena golpeándole el estómago al pensar en ella, cuánto la extrañaba, cuánto la amaba. Necesitaba de su consuelo. Los ojos le brillaron al recordar cómo nunca pudo sostenerla en sus brazos, cómo había sido incapaz de expresar completa y verdaderamente sus sentimientos por ella. La joven mujer era quien los mantenía unidos a todos. Se secó las lágrimas nacientes mientras pensaba en aquella talentosa Maestra Agua.

Volvió su mente hacia Long Feng, sin querer pensar en sus amigos. ¿Cómo había conseguido ese Maestro Tierra hacerse con el control de la ciudad? No recordaba que existiera un Jie Duan antes... ¿Lo había construido él mismo? ¿Qué había causado su pelea con el rey de Ba Sing Se? Pensar en Long Feng le hizo recordar como Azula usó su brillante actuación para persuadir a Long Feng de que estaba de su lado y revivirlo en su mente hizo que Aang volviera a pensar en la confusa amistad que tenía con ella. Suspiró. Todo esto hacía que le doliera la cabeza.

—¿Qué es eso? —preguntó Zuko de repente, apuntando hacia abajo con sus manos aún juntas por la piedra en sus muñecas. Aang y Azula miraron por encima del borde peludo del bisonte. Aang abrió los ojos con sorpresa. Podría haber jurado que estaba mirando hacia a una aldea del Reino Tierra. Tenía muros a medio derrumbar a su alrededor, se veían muy desgastados y golpeados por algo y había edificios de piedra con techos de tejas. Algunas tiendas de campaña estaban esparcidas a lo largo de los muros. Aang recordó de repente que, de hecho, esta podría ser una ciudad del Reino Tierra; muchos refugiados de la guerra habían huido a la Nación del Fuego. ¿Significaba eso que estaban bajo el gobierno de Long Feng? Por el momento, Aang no estaba preocupado por ser particularmente cauteloso. Quería quitarse estas esposas, ahora. Nunca se había sentido tan indefenso sin su Tierra Control.

—Iremos allí —dijo Aang simplemente, tirando de las riendas. El bisonte gruñó y descendió, aterrizando en la base de un par de montañas situadas al límite de la ciudad. Zuko no se opuso, tal vez entendiendo sus razones para querer ir y parecía igual de ansioso por quitarse las esposas.

Mientras se acercaban a pie a la ciudad cautelosamente, Aang notó un par de torres de vigilancia que se elevaban desde las laderas de las montañas. Una vez que Aang y los demás se acercaron lo suficiente como para tener un buen ángulo para espiar entre las montañas, entendió el propósito de las torres. Sus ojos se agrandaron ante la vista. Más allá del valle, la bahía se extendía y, desde su posición, pudo ver que el sol comenzaba a ponerse bajo el horizonte, haciendo que el mar pareciera estar hecho de fuego. De repente, todo cobró sentido en su mente: las torres de vigilancia eran para avistar ataques de Maestros Agua y los muros de piedra estaban desgastados por culpa de esos asaltos. Los soldados patrullaban las murallas y se dio cuenta de que este lugar era tanto una guarnición como un pueblo: un campamento militar y, posiblemente, el ejército de Long Feng que luchaba contra la Nación del Agua. Conociendo los dos Long Fengs, ninguno de ellos se atrevería a enfrentar al enemigo abiertamente, a menos que aquello lo beneficiara, así que este debía ser un puesto de avanzada puramente defensivo. Aang se guardó esos pensamientos para después, volviendo a concentrarse en llegar al campamento mientras Zuko y Azula caminaban delante de él.

Las hojas y hierba secas crujían bajo sus pies mientras caminaba. La vegetación había muerto recientemente. ¿Había sido por el calor?

—¿Siempre hace tanto calor en la Nación del Fuego? —preguntó Aang a sus compañeros—. No recuerdo que fuera así. ¿Es época de sequía?

—No —respondió Zuko. Pateó la hierba seca, levantando pequeñas nubes de polvo—. Esto no es por la sequía. ¿Ves la hierba entre las laderas de las montañas? Algo más lo hizo.

—Maestros Agua —siseó Azula—. Seguramente este campamento debe tener que enfrentar constantes ataques. He oído de muchas aldeas como esta.

—Espera, ¿los Maestros Agua pueden absorber la humedad del suelo? —preguntó sorprendido. En su mundo, hasta donde sabía, solo los Maestros Agua del Pantano, Hama y Katara podían hacer eso ...

—Sí, la mayoría de los soldados de infantería pueden. Con poca agua disponible en tierra, absorben la de los suelos hasta dejarlos secos. Normalmente, puedes decir dónde han estado solo mirando el suelo y las plantas —respondió Zuko solemnemente—. Destruyen nuestras tierras—murmuró—. Nuestro tío nos lo dijo.

—Realmente no les gustan los Maestros Agua, ¿verdad? —preguntó Aang, frunciendo el ceño—. Solía ten... tengo grandes amigos de las Tribus Agua —dijo. Todavía tenía a Sokka y Katara… ellos no se habían ido. Los vería de nuevo.

—Mataron a nuestra madre —dijo Azula en voz baja—. Aunque no tenía nada que ofrecerles. Ella era solo una florista y la arrastraron al mar y la ahogaron.

—Lo siento —dijo Aang, agachando la cabeza—. Debes extrañarla —Aang conocía el dolor de la pérdida quizá mejor que nadie— ¿Tienes algo de ella? ¿Algo para no olvidarla? —A él no le quedaba nada que le recordara a todos aquellos que había perdido.

—Sólo este estúpido tocado —refunfuñó Azula. Aang había notado antes el tocado en forma de llamas de dos puntas que sostenía su cabello azabache, pero estaba tan acostumbrado a ver uno similar en la “Azula Malvada” que ni siquiera lo consideró más de lo necesario.

Sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Ese tipo de cosas no pertenecen a la realeza?

Azula se rio.

—Sí, hace mucho tiempo. Ahora solo es chatarra sentimental. Según nuestro tío, pudimos haber formado parte de la línea de sucesores de alguno de los antiguos Señores del Fuego que ahora gobiernan en la Ciudad Dorada. Pero incluso ese líder ya no se hace llamar un Señor del Fuego en estos días, no como nuestro bisabuelo habría sido.

—Supongo que se podría decir que descendemos de la realeza —dijo Zuko encogiéndose de hombros—. Nuestro padre y nuestros ancestros habrían sido los Señores del Fuego, si la guerra nunca hubiera sucedido. Hace un par de cientos de años, nuestra gente vivía en la caldera de un volcán inactivo, pero las batallas entre señores de la guerra terminaron haciendo que tuvieran que migrar a los archipiélagos del sur —Un escalofrío subió por su columna ante la mención indirecta de Ozai.

—Mi madre me dio esto —dijo Azula, señalando su tocado, que brillaba reflejando la luz del sol.

Aang se encontró genuinamente interesado en esta historia y la manera en que esos eventos habían cambiado tanto la realidad de la familia de sus antiguos enemigos.

—Si son descendientes de Soz… —Aang se interrumpió antes de que pudiera terminar de decir el nombre del Señor del Fuego. Se suponía que no debía conocer la identidad de su bisabuelo—. Si son descendientes de esos Señores del Fuego del lado de su padre, ¿cómo fue que su madre obtuvo ese tocado?

—Un regalo de bodas —explicó Zuko—. Pero a Azula se le olvidó mencionar que se suponía que ese tocado me correspondía a mí, el primogénito, no a ella. —Le lanzó a su hermana una mirada de reojo, llena de irritación que sólo un par de hermanos podían tener entre sí, una mirada que reconocía de Sokka y Katara.

—Bueno, incluso cuando era niña apreciaba los cacharros reales —dijo Azula, moviendo la mano con indiferencia—. Siempre supe que estaba hecho para mí. Al igual que papá, pero fue él quien lo conservó y no nuestro tío, su hermano mayor.

—Eso significa que hizo un berrinche hasta que mamá se lo dio —dijo Zuko, a lo que Azula respondió haciéndole una zancadilla.

—No deberíamos aburrir más a Aang con la historia de nuestra familia —dijo Azula, mientras Zuko contenía su enojo—. A mi padre le encantaba darnos lecciones sobre el “legado familiar”, la política y todo eso. —Su voz se profundizó y levantó el puño cerrado al aire cuando mencionó el “legado familiar”, tal vez imitando a su padre—. De todos modos, eso fue mucho antes de que perdiéramos a mamá. —Y no dijo nada más al respecto.


Después de una corta caminata hasta los muros de piedra, los guardias los detuvieron en cuanto intentaron entrar al pequeño pueblo, justo como Aang esperaba. Después de todo, era un campamento militar. Desafortunadamente para Aang y Zuko, ninguno de los dos guardias era Maestros Tierra y se les permitió ingresar al pueblo solo para buscar a uno que los ayudara a quitarse las esposas de piedra una vez que explicaron su situación, aunque tuvieron cuidado de no mencionar que era porque Long Feng había tratado de capturarlos.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Preguntar a todos aquí si son maestros tierra? —preguntó Azula mientras atravesaban las puertas. Por dentro, el lugar lucía casi como un pueblo normal, aunque tenía un aspecto algo tosco. Los soldados patrullaban por todo el lugar y algunos de los aprendices más jóvenes estaban practicando junto a los veteranos. Todos ellos empuñaban armas y no parecían ser Maestros Tierra.

Sabi, su lémur, chilló lastimeramente en sus manos. Ella, al igual que Zuko y Aang, todavía estaba envuelta en las ataduras de piedra. No había podido estirar las extremidades desde hace un día entero. Aang miró al cielo mientras el día se convertía en noche. Tenían que encontrar a alguien, pronto.

—Preguntemos —decidió Aang. Justo cuando estaba a punto de hablar con una mujer, el sonido de un gong atravesó la ciudad. Aang buscó la fuente del ruido y lo encontró justo encima de las puertas por las que acababan de entrar. El vigilante volvió a golpearlo.

El cambio fue inmediato. Toda la gente detuvo sus actividades y los muchachos de antes pararon su práctica, recogieron sus armas y armaduras y corrieron hacia las puertas delanteras. Más personas salieron de las casas y de las tiendas de campaña, listos para la batalla. Aang, Zuko y Azula eran los únicos que no se estaban apresurando hacia afuera, mirando la marea de soldados del Reino Tierra, completamente aturdidos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Zuko, tratando infructuosamente de desenvainar sus espadas a pesar de sus muñecas atadas. Hombres vestidos con túnicas salían de uno de los edificios principales, seguidos por un hombre barbudo. Aang inmediatamente reconoció a los hombres vestidos como Dai Li. Sus ojos se entrecerraron con sospecha, pero se recordó a sí mismo que Long Feng tenía jurisdicción sobre esta ciudad. El hombre barbudo le parecía muy familiar, pero no consiguió verlo tan de cerca como para adivinar quién era. Todos empezaron a dar órdenes.

Hombres y mujeres sacaron catapultas y ballestas y las cargaron. Los Maestros Tierra hicieron rodar enormes rocas hacia las paredes, ignorando las súplicas de ayuda de Aang y Zuko. Los civiles, incluidos los niños, corrieron en busca de refugio, ocultándose dentro de las tiendas de campaña y los edificios cuando los cuernos de guerra resonaban en la bahía, las Tribus Agua habían respondido al sonido del gong con su propia alarma. Los médicos apresuraron a los soldados heridos que habían estado saliendo y volvieron a las tiendas de campaña mientras los aprendices reunían y entregaban todas las armas que podían. Alguien trató de poner una lanza en las manos de Zuko, sin darse cuenta de que no podía agarrarla y cayó al suelo. Todo sucedió tan rápido y la batalla comenzó cuando los barcos invasores se anclaron en la costa.

Enormes ganchos se estrellaron contra la parte superior del muro, derribando a algunos de los vigilantes, mientras que los arpones perforaban limpiamente las partes más débiles de sus defensas. Los Dai Li se apresuraron a ir a la escena y sacaron algunos de los ganchos, usando su Tierra Control antes de que los enemigos pudieran trepar por encima de los muros. Algunos otros se quedaron en la base de la muralla, golpeando la piedra del muro, aunque Aang, Zuko y Azula no pudieron ver los efectos de esos movimientos. Varios soldados los empujaron mientras corrían a alinearse junto a los demás para reforzar las paredes.

—¿Qué están haciendo, niños? —les gritó un hombre. Era el mismo hombre barbudo de antes.

—¡Vinimos a buscar ayuda! ¿Qué está pasando? —preguntó Zuko. Cuando el hombre estuvo más cerca, Aang pudo reconocerlo. Tyro, el padre de Haru. Y un momento después, el Maestro Tierra que Aang había llegado a conocer muy bien se acercó a su padre.

Había cambiado mucho. El Haru que Aang conocía, era un joven bondadoso y sensible, ansioso por hacer una diferencia en el mundo junto a su padre. Este Haru estaba endurecido por la batalla, fuerte y lleno de músculos. Ni siquiera notó al Avatar o a sus amigos, se paró frente a los soldados congregados junto a la pared y esperó.

—Este no es un lugar para encontrar ayuda, chico. Estamos en medio de una batalla —dijo Tyro con brusquedad.

—¡Lo sabemos! Pero si están luchando contra Maestros Agua, ¿podemos luchar junto a ustedes? —preguntó Zuko— ¡Queremos pelear! ¡Solo ayúdenos a quitarnos estas rocas! —Sacudió sus muñecas, gritando por encima del ruido de la batalla que los rodeaba.

—Sí. Estábamos esperando un ataque de esos monstruos —gruñó Tyro—. Pónganse a salvo. Este no es un lugar para niños. —Se alejó de ellos para alcanzar a su hijo.

Zuko apretó los dientes y gritó de frustración.

—¡No puedo creerlo! ¡¿No podemos quitarnos estas estúpidas cosas ?! —gritó con desesperación. Los Dai Li que estaban parados en la base del muro y lo abrieron súbitamente y todos los soldados, Haru y Tyro entre ellos, se apresuraron a la batalla, dejando salir gritos de guerra.

—¡Ya lo escuchaste! ¡Tenemos que escapar, no estamos seguros aquí! —les gritó Aang a sus amigos. Se dio la vuelta para adentrarse en el pueblo, tratando de encontrar un lugar seguro. Se sentía atrapado. Lo odiaba y el concepto de una batalla sin cuartel se le había vuelto extraño. Esto simplemente había dejado de suceder en su mundo, en donde solo pocos y pequeños grupos de resistencia eran lo suficientemente fuertes para resistir un ataque. Aang y sus amigos evitaban los enfrentamientos directos como este a toda costa. Los Maestros Agua afuera bloquearon las salidas y Aang sintió que su pulso se aceleraba mientras recordaba las docenas de veces en que había estado atrapado en situaciones similar. Si tan solo pudieran llegar a Appa...— ¡Oh, no! ¡Appa todavía está ahí afuera! —gritó Aang a Zuko y Azula, su voz desesperada.

Azula se detuvo delante de él, al parecer perfectamente de acuerdo en ir en dirección opuesta a la batalla.

—¿Qué podemos hacer? ¡Appa estará bien!

Aang sintió su estómago retorcerse y el miedo de perder a Appa resurgió.

—¡No puedo dejarlo ahí fuera! —Vio a una anciana que les hacía señas, llamándolos para que fueran con ella—. Vayan con esa mujer. Seguramente conoce algún lugar seguro donde se pueden esconder.

—¿Y tú? —preguntó Zuko, con el ceño fruncido.

—Voy a ayudar a Appa —respondió, arrojando a una asustada Sabi a las manos de Azula. Antes de que pudieran protestar, corrió hacia las puertas de la ciudad, con las manos aún atadas. Sabía que estaba siendo estúpido. No había mucho que pudiera hacer contra tantos enemigos con las manos atadas. Pero Aang no era alguien que se rindiera fácilmente, incluso si este Appa no era su Appa. Este no era su mundo. Los peligros de aquí no eran tan inminentes. Tal vez, si le sucedía algo, simplemente se despertaría...

Tan pronto como volvió a cruzar las puertas de la ciudad, sus ojos se encontraron con destrucción y guerra. No era la primera vez, estaba acostumbrado a esto. Seguía odiándolo, seguía ignorando los crudos pormenores de la guerra y apartaba la vista de los horrores, porque sabía que si se concentraba en ellos tendría que dejar de luchar y parar de correr. Corrió a lo largo de la batalla, con la vista enfocada en la bahía que había descubierto antes, que ahora servía de puerto para tres barcos de la Armada del Agua. Hombres con armaduras de cuero azul trataron de atacarlo, pero saltó con facilidad por encima de sus armas y los derribó lanzando ráfagas de aire a sus pies. Estos hombres eran distintos a los de Sokka; por la ferocidad que mostraban y la manera que empuñaban sus armas de hierro, huesos de ballena y madera. Uno de esos hombres tenía una espada llena de horribles púas que asemejaban a los dientes de un tiburón.

El Maestro Aire se echó hacia un lado cuando el agua golpeó el lugar donde había estado momentos antes. El Maestro Agua corrió hacia él, extrayendo más agua de su bolsa. Aang notó que tenía aros de hielo alrededor de las muñecas, el cuello y los tobillos, eran municiones por si las necesitaba. El guerrero arrojó picos de hielo en su dirección, pero Aang los desvió soplando una ráfaga de viento justo a tiempo. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Aang pasó corriendo junto a él, dejándolo inconsciente al golpearlo en la cabeza con sus esposas de piedra. Aang sonrió. Supuso que podrían ser algo útiles.

Mientras se acercaba a la bahía, se sorprendió al ver que los barcos de la Armada del Agua brillaban y eran plateados, reflejando los rayos del sol de tal manera que casi lo cegaron. Notó que estos barcos eran muy diferentes a los barcos de metal negro de la Armada de la Nación del Fuego a los que estaba acostumbrado. Se preguntó por qué el barco de Sokka era de madera. Viéndolos más de cerca, descubrió que también estaban hechos de madera, pero estos monstruos estaban cubiertos de hielo que relucía como la plata. Las partes del barco que no estaban cubiertas de hielo habían sido untadas con un tipo de aceite resbaladizo que repelió las llamas que el ejército de Maestros Tierra disparaba en forma de misiles cubiertos de brea ardiente desde sus balistas. Algunos barcos de la flota tenían un diseño completamente diferente; las cubiertas inferiores de algunos estaban por completo bajo el agua y tenían una torre de mando trasera que le recordó a una ballena parcialmente sumergida. La Nación del Fuego había usado barcos a vapor, estos se propulsaban con velas y agua Control.

—¡Las jabalinas ardientes no servirán de nada, Capitán! ¡Lo descubrimos la última vez! — gritó Tyro. Se escondió detrás de un fuerte construido apresuradamente.

Aang escuchó un gruñido fuerte y familiar y miró hacia el cielo en busca de su origen

—¡Appa! —gritó. El bisonte voló por encima, esquivando los arpones que los hombres de la Armada de Agua le lanzaban. Aang miró en su dirección, pero volvió a llamar a su bisonte— ¡Appa, ven aquí! —Appa lo escuchó y respondió a su llamada y cuando estuvo lo suficientemente cerca, Aang saltó sobre su lomo. Miró a los barcos; uno de ellos había dejado de disparar, anclado en la playa. Parecía haber una total confusión entre los tripulantes a bordo y Aang aceleró, decidido a ayudar. Ellos habían estado a punto de derribar a Appa.

Aang agitó las riendas, instando a su bisonte a seguir.

—¡Vamos, Appa! ¡Tenemos que pelear! —le gritó a su amigo por encima del rugido del viento. El bisonte gruñó en respuesta y, momentos después, aterrizó en la cubierta del barco, golpeando a uno de los hombres que estaban lanzando los arpones con su cola. La confusión había sido causada por un grupo de Maestros Tierra que Haru dirigía, dándoles órdenes como su padre lo había hecho antes. Aang se reunió con ellos en la cubierta, resbaladiza por el hielo, mientras varios guerreros emergían del interior—. Déjame ocuparme de ellos —le dijo Aang a Haru. Saca a tus soldados de aquí.

El maestro tierra no se movió, su rostro impasible.

—Olvídalo. No hay forma de que te deje luchar contra todos ellos tú solo —dijo Haru. A Aang le parecía que era mucho más maduro y se notaba que estaba acostumbrado a dar órdenes. Todos los demás soldados lo miraban. Aang asintió, recordando su sueño y saltó de su bisonte. Esta vez no dejaría que nada le sucediera a Haru.

—Primero, ayúdame a sacarme estas cosas —dijo Aang, levantando sus muñecas atadas. Con un movimiento rápido, se deshicieron en polvo y Aang sacudió sus muñecas doloridas. Se colocó en posición mientras Haru sostenía sus martillos de guerra frente a él. Se iban a enfrentar a un grupo de media docena de soldados mientras los supervivientes restantes de Haru también se preparaban para la batalla.

Los movimientos de Aang eran rápidos y fluidos al tiempo que trataba de no resbalar sobre el hielo que cubría el barco, manteniéndose en movimiento para evitar que sus pies se congelaran. Atacó a los soldados con pequeños arcos de aire salidos sus manos, esquivando fácilmente cada uno de sus golpes y derribándolos con una ráfaga de aire en forma de patada directo en sus caras. Dos Maestros Agua intentaron atacarlo a la vez, pero el Avatar extendió la palma de su mano y comenzó a controlar el aire que los rodeaba, formando una barrera de viento que usó para repeler a los soldados a su alrededor. Sus escudos de hueso y caparazón no pudieron hacer nada para defenderlos del Maestro Aire, que esquivó todas sus boleadoras y boomerangs.

Haru parecía ser un ejército por sí solo. Atacó con sus martillos hacia adelante, derribando a dos de sus enemigos, sus armaduras de cuero eran inútiles contra sus embestidas. Sus tres hombres detrás de él no hicieron nada más que observar a Aang y Haru mientras derrotaban a sus enemigos. El maestro tierra golpeó con su martillo a los soldados que lanzaban los arpones, uno a la vez, destruyéndolos a todos. Aang esquivó los boomerangs afilados provenientes de otras naves y los lanzó al aire.

Haru y sus tres maestros tierra saltaron del barco hacia la playa rocosa, levantando púas de tierra que perforaron el casco del barco y lo volcaron.

—¿Listo para el próximo? —le preguntó Aang a Haru con una sonrisa.


La batalla había terminado cuando Aang, Haru y los otros soldados regresaron a la ciudad. Ganaron, pero les había costado mucho y la retirada de los Maestros Agua había sido tan rápida como las mareas. Aang trató de no mirar la sangre y otras cosas peores esparcidas por el campo de batalla. Incluso después de todo este tiempo, apenas tenía estómago para las cosas terribles que se encontraban después de una batalla.

Aang caminaba de regreso a la ciudad, pensativo y en silencio. Al igual que Iroh, Zuko, Azula, Mai y Long Feng, Haru no lo conocía. No esperaba que lo hiciera. Este Haru era muy diferente. Haru miró a Appa mientras volaba sobre ellos, el único que se mantenía alejado de la sangre y la violencia.

Afortunadamente, la ciudad no resultó seriamente dañada. Las paredes necesitaban reparaciones, pero Aang sabía que ya estaban acostumbrados a hacer esto con frecuencia. Mientras observaba el daño de las paredes, una voz lo sacó de sus pensamientos.

—Estás bien.

Aang se volvió y vio a Azula apoyada contra una de las paredes, una Sabi ahora libre estiraba sus extremidades sobre sus pequeños hombros. Su ropa había sido rasgada en algunos lugares y estaba cubierta de polvo y barro. Aang no respondió.

—Eso fue bastante tonto —dijo Azula—. Pero me alegro de que saliste vivo de esa.

—Gracias por preocuparte —dijo Aang con una sonrisa cansada. Todo su cuerpo se sentía adolorido por las peleas y los golpes y se dio cuenta de que su nuevo cuerpo había estado tan fuera de forma, tan poco acostumbrado a la batalla.

—¿Puedes quitarme estas cosas de encima? —Aang y Azula se volvieron hacia la voz, que era Zuko dando vueltas y rogando que le quitaran las esposas de piedra. Ninguno de los Maestros Tierra lo escuchó, demasiado ocupados tratando de reparar las paredes. Azula se rio de él.

—Oye, niño —le dijo Haru a Aang, poniendo una mano en su hombro—. A mi padre le gustaría conocerte. Sin ti, no sé si esta batalla hubiera tenido éxito.

—No me llames “niño” —dijo Aang, pero, aun así, sonrió—. Soy el Avatar. Mi nombre es Aang.

Haru le dio una sonrisa avergonzada.

—¡Oh, lo siento! ¿Pero podrías venir? Estuviste increíble y tenemos que darte las gracias.

—Claro —respondió—. Siempre y cuando ellos vengan conmigo —agregó, señalando a Zuko y Azula.

—Por supuesto.

Aang asintió a Azula y siguió a Haru. Azula fue tras él, tirando de su hermano y pellizcándolo en el brazo.

Los dirigieron al edificio principal en la parte trasera de la ciudad, el mismo del que Aang había visto salir a Haru y a Tyro antes. Dentro del edificio había una sola sala de guerra, ocupada por una gran mesa cubierta de mapas y más documentos. Tyro estaba sentado a la cabecera de la mesa, rodeado de agentes de Dai Li. Se veía claramente incómodo, pero ileso.

—Entonces, tú eres el Avatar —dijo Tyro—. Estos agentes de Dai Li me acaban de hablar de ti y de lo que pasó en Jie Duan... pero no voy a dejar que te arresten bajo mi supervisión. No después de lo que acabas de hacer aquí. Soy Tyro, el padre de Haru y líder de la Coalición.

—¿La Coalición? —preguntó Aang, levantando las cejas, confundido.

—Somos una legión de Maestros Tierra dedicados a luchar contra los Maestros Agua, los invasores que vienen del sur —explicó Tyro, con el pecho inflado de orgullo—. Somos una colonia de Jie Duan, luchamos bajo el dominio de Long Feng.

—¿Por qué luchan contra ellos aquí y no en el Reino Tierra? —preguntó Aang.

Tyro suspiró y Haru desvió la mirada.

—Originalmente, nuestra aldea estaba en el Reino Tierra, pero huimos aquí en busca de un refugio seguro que el rey Long Feng nos prometió. En cambio, descubrimos que la guerra nos perseguía y decidimos luchar. He estado defendiendo las costas de la Nación del Fuego de esos ataques desde entonces —explicó Tyro—. La pérdida de muchos de los nuestros nos inspiró a luchar.

—Fue entonces cuando se llevaron a mi madre —murmuró Haru, con los brazos cruzados—. Ella todavía debe estar en alguna parte, viviendo una vida de servidumbre.

—De todos modos, nos gustaría agradecerte por ayudarnos —dijo Tyro, cambiando rápidamente de tema—. Sin ti, esta batalla habría sido muy diferente. No esperábamos un ataque durante el día, vieron que habíamos bajado la guardia e intentaron aprovecharse de ello. —Se inclinó con respeto ante Aang—. También nos gustaría agradecer a esta jovencita —agregó Tyro, sonriendo a Azula y haciendo una reverencia hacia ella—. Hizo una impresionante demostración de su Fuego Control allí afuera.

Zuko se volvió hacia Azula enojado, quien le devolvió la mirada, sin pestañear.

—¿Estás loca? ¡Podrías haberte matado!

—Eres demasiado inexperta para la batalla —dijo Aang, frunciendo el ceño.

Ella se volvió hacia él.

—¿Yo soy demasiado inexperta? ¿Y qué hay de ti? ¿No se supone que eres un monje pacifista? ¡Fuiste tú quien estuvo escondido cómodamente en esa roca ardiente durante cien años! —replicó ella—. Ninguno de los dos tiene derecho a reprenderme. Y tú habrías hecho lo mismo de haber podido, Zuko. No finjas que no.

Tyro y Haru se miraron entre ellos, con los ojos muy abiertos por la sorpresa e incomodidad. Claramente, ninguno de ellos esperaba estas respuestas a sus palabras de agradecimiento.

Aang sintió la familiar culpabilidad llenar en su pecho, un recordatorio de que había escapado como un cobarde y le había fallado al mundo durante cien años. Incluso aquí, esa culpa lo seguía. No pudo mirarla a los ojos, pero fue entonces cuando notó que su cabello estaba suelto y desordenado, le faltaba el tocado. Se preguntó si lo había perdido en la batalla. Antes de que pudiera decir algo al respecto, ella giró sobre sus talones y salió de la sala.

—Vamos Zuko. Tenemos que irnos —le dijo Aang a su amigo, bajando la mirada—. Fue un placer ayudar —agregó dirigiéndose a Haru y Tyro.

—Quédense un poco más y descansen —dijo Tyro, extendiendo los brazos en un gesto apaciguador—. No es común que muchachos tan pequeños como ustedes se involucren en una batalla como esta. Es lo mínimo que podemos hacer.

—No se preocupe por nosotros. Pero gracias por la oferta —dijo Aang, saliendo del edificio. Miró a Haru por última vez, esperando que su amigo pudiera vivir en paz algún día. O tal vez este Haru sería lo suficientemente fuerte como para traerla por su cuenta.

—Adiós, Avatar —dijo Haru. A pesar de que este Haru se comportaba más solemnemente que el que Aang conocía, ambos tenían la misma sonrisa. Llena de esperanza y algo nostálgica— Tal vez nos volvamos a ver algún día.

Zuko hizo una pausa y levantó las muñecas, todavía inmovilizadas por las esposas de piedra, viendo a los Maestros Tierra lastimeramente.

—¿Podrían quitármelas, por favor?


Bato contemplaba los daños causados a las tierras de la Nación del Fuego. Su barco, elegante y cubierto de hielo, atracó en una bahía diferente, lo suficientemente cerca de la costa para no perder de vista el campamento de la Coalición, pero lo suficientemente lejos para que los barcos dañados pudieran ser reparados sin peligro de hundirse. Su propio barco se mantuvo alejado de la batalla y ofreció apoyo desde la distancia, en caso de que algo así sucediera. Le gustaba pensar que era más inteligente que el resto de los guerreros que se lanzaban a la batalla sin preocuparse por nada más en el mundo, solo interesados en ganar gloria para honrar a su tribu. Aunque esto había sido una derrota, estaba seguro de que sus fuerzas podrían atravesar las defensas de aquel pueblo lo suficientemente pronto. Su gente era implacable, como olas azotando la costa. La Coalición y la Nación del Fuego en conjunto solo podrían resistir un tiempo.

Él, por supuesto, estaba ileso, sin heridas de batalla, no había jugado ningún papel en ella excepto mandar. Esperó pacientemente mientras sus soldados recogían a los muertos y heridos, enterraban a los que se habían ido y llevaban a los heridos al único barco que quedaba. Al menos dos de sus barcos y sus tripulaciones enteras habían sido capturados, pero, por el momento, apartó ese asunto de su mente.

Sus ojos captaron un destello dorado, una pieza de oro estaba apretada en la mano de un hombre herido, tal vez un botín de guerra. El herido batallaba entre la lucidez y la inconsciencia, murmurando cosas sin sentido sobre lo rico que sería, pero Bato ignoró sus delirios y se lo arrancó de las manos. Limpió la pieza, quitando el barro y suciedad en la propia ropa del guerrero caído, que ni siquiera notó que se lo habían quitado y la examinó con ojo crítico. Si estaba en lo cierto, la pieza de oro era un tocado perteneciente a la antigua familia real de los Señores de la Nación del Fuego. Era perfecto. Uno de los hombres de Sokka, que el mismo había interrogado, mencionó que la chica que viajaba con el Avatar llevaba uno de estos y solo le podía pertenecer a ella. Bato sonrió y se lo guardó en el bolsillo, formulando nuevos planes en su mente.

Chapter 8: El Mundo de los Espíritus

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Libro 1: Fuego

Capítulo 7: Solsticio de Verano, Parte 1: El Mundo de los Espíritus

 

El cometa atravesó los cielos, muy por encima de ellos, dejando un rastro de fuego a su paso. Aang, sus amigos y todos sus guerreros lo contemplaron con una mirada sombría y llena de aprensión. No habían ganado la batalla a tiempo. El ejército de la Nación del Fuego atacaría en cualquier momento...

Aang y Zuko fueron quienes se habían preparado para luchar contra el Señor del Fuego Ozai, juntos. Desafortunadamente, Ozai había previsto que el Reino Tierra se resistiría a su invasión y tenía planeado muchas defensas, incluido un pelotón completo de guardias reales que lo acompañaban en todo momento. Aang finalmente pudo ver al despiadado tirano, pero el Señor del Fuego se escabulló cuando más guardias reales llegaron a ocupar su lugar para que la conquista pudiera continuar. Aang y Zuko habían perdido mucho tiempo y energía luchando contra ellos y se vieron obligados a retirarse o enfrentarse a la muerte. Aang no fue capaz entrar en Estado Avatar, sus chacras aún seguían bloqueados en ese momento.

Pero esos pensamientos fueron olvidados de inmediato, porque cuando Aang y Zuko regresaron al campo de batalla, sus amigos, los soldados restantes del Reino Tierra y la sociedad secreta de Iroh habían unido fuerzas y estaban ganando. Todo iba bien hasta la llegada del Cometa de Sozin, que tiñó el cielo de rojo, mostrando su poder. Aang, Zuko y todos los demás Maestros Fuego allí sintieron como el poder del cometa los llenaba de fuerza, pero los soldados enemigos fueron más rápidos, cambiando el curso de la batalla a su favor.

Amigos y conocidos sucumbieron en aquel ataque. El Maestro Pakku fue derrotado por una docena de explosiones simultáneas de los Maestros Fuego. Chey, uno de sus Maestros Fuego fortalecido por el cometa, quedó atrapado en medio de una explosión cuando sus propias bombas se incendiaron y estallaron. Katara y Sokka estaban perdiendo la esperanza; se habían enterado hace poco de que Azula y Ozai habían ejecutado a su padre justo después de su primer intento de invasión. Suki, a quien habían rescatado de la prisión, luchó con valentía, pero fue la primera en organizar la retirada. Los Maestros Fuego de Jeong se quedaron atrás para mantener alejados a los enemigos, pero el propio Maestro Fuego fue el último en caer, desapareciendo con una última y espectacular llamarada.

Y, sin embargo, Aang persiguió al Señor del Fuego y al Rey Fénix...

El día del Cometa de Sozin fue el peor día de su vida. Ozai había logrado aniquilar a sus enemigos entre el fuego y humo, extinguiendo todo rastro de esperanza.


Aang se sintió invadido por una sensación de déjà vu mientras el bisonte sobrevolaba un río sucio y contaminado. El sol brillaba en lo alto del cielo, justo después de su cenit de medio día. El grupo estaba acalorado, cansado y especialmente hambriento después de un día completo de vuelo. Aang se sorprendió de que Appa no cayera al agua sucia debajo de ellos.

Azula, como solía hacer siempre que se aburría, jugaba con una bola de fuego, lanzándola hacia arriba y atrapándola en su mano en el aire. De vez en cuando, dejaba escapar un suspiro de cansancio como si tratara decirles que estaba aburrida. Bueno, si quiere algo para entretenerse, pensó Aang, no seré yo quien se lo de. Poco después de haber dejado el campamento de la Coalición, Azula se dio cuenta de que había perdido su preciado tocado de oro y, desde entonces, su actitud se había amargado. A pesar de las palabras algo frías que había usado para hablar de su familia, Aang podía ver cuánto la había afectado la pérdida de su madre. Hizo que se preguntara qué pensaría ella de su madre en su mundo; Zuko nunca se lo había dicho.

Zuko estaba en silencio. Incluso lucía melancólico. Le recordaba al Zuko que conocía tan bien, y se encontró comenzando a confundirlos a los dos en su cabeza. Eso ayudó a calmar una dolorosa nostalgia... Empezaba a sentir como si hubiera recuperado a su viejo amigo.

Katara... Sokka... Toph... Los necesito, pensó con tristeza, sus ojos se posaron en los rayos de luz naranja de la puesta del sol. Sus amigos todavía se sentían como agujeros en su corazón. Un peso ligero sobre su cabeza lo sacó de sus pensamientos, y Sabi, el lémur, chilló en sus oídos. Su cola larga y tupida se deslizó alrededor de su cabello creciente. ¡Y también extraño a Momo! se rio, quitándose al lémur de la cabeza y acariciándola. Aun así, Sabi no estaba mal. Ella era mucho más cariñosa que Momo.

Appa gimió de cansancio, pero parecía reacio a aterrizar en el agua sucia.

—Está bien, amigo. No se ve tan mal —lo consoló Aang, colgándose sobre un lado de la cabeza del bisonte. Inspeccionó el agua de cerca, y vio rayas de un color rojo brillante que le recordaban a la sangre—. De hecho... solo vuela más alto —dijo Aang con inquietud. El agua estaba turbia y sucia... y había muchos peces flotando en la superficie. Se preguntó si la sustancia de tono bermellón tendría algo que ver con eso.

—Eso es asqueroso —dijo Azula, frunciendo la nariz —. Apesta a pescado y huevos podridos.

—Bueno, eso es más o menos de lo que está lleno este río —dijo Aang—. Bueno, excepto la parte de los huevos. ¿Me pregunto qué pasó aquí?

—El agua está envenenada —dijo Zuko, tomándose un momento para inspeccionar la contaminación del río—. Deberíamos tratar de encontrar el origen de esto. Tarde o temprano terminará por afectar los alrededores.

—O todo lo que vive en el río —dijo Aang, alzando la vista—. Miren.

El sucio y feo río se ampliaba y justo en medio había una serie de muelles de madera interconectados con de casas de madera que estaban construidas sobre pilotes. Un pueblo flotante con techos de paja y botes de remos situado en el cruce del río. Aang apretó el puente de su nariz. No este lugar…

—Parece ser una aldea de pescadores —señaló Zuko.

Azula resopló.

—Imagino que tienen mucho de donde sacar —dijo, mordazmente sarcástica como de costumbre— ¡Gran observación, Zuzu!

—Azula, cállate un minuto —dijo Aang, frotándose las sienes. Azula se cruzó de brazos y apartó la vista, resoplando. Ninguno de los dos notó que ella les lanzaba miradas sombrías a la espalda. Conozco este lugar. Pensó. Pero fue una fábrica de la Nación del Fuego la que había contaminado este lugar, ¿qué es ahora? se preguntó.

Como Appa no podía aterrizar en el agua o en el viejo muelle, Aang aterrizó a su bisonte en la orilla frente a la aldea. Vio una pequeña cabaña junto a ellos, donde Aang recordaba vívidamente al hombre extraño que los había transportado a través del río. Como esperaba, un hombre huesudo y calvo los saludó con la mano para llamar su atención.

—¡Oigan! ¿Necesitan un aventón por el río? ¡Es el último de hoy! —gritó.

Azula se inclinó sobre la silla y viendo al anciano con algo parecido a la perplejidad.

—Entonces, ¿estás ignorando por completo al bisonte volador que nos trajo?

—¡Para nada! —respondió el anciano con una gran sonrisa— ¡Pero un viaje en mi ferry es una experiencia única de esta aldea de pescadores!

—¿Así qué... iremos? —preguntó Zuko a Aang, aparentemente aceptando eso como una respuesta.

—Sí, quiero ver qué está pasando —respondió Aang, dirigiendo a Appa hacia la orilla; de todos modos, era demasiado pesado para quedarse en los muelles. Este lugar huele a misterio... y a pescado. Saltó del bisonte, acariciando a Appa en la cabeza—. Quédate aquí, amigo —dijo. Sabi, bajó de su cabeza y se envolvió alrededor de uno de los cuernos de Appa—Vigila a Appa, Sabi —agregó.

—No quiero ir. Esto parece una pérdida de tiempo —dijo Azula. Zuko la ignoró y se bajó de la silla.

—Entonces no vengas —dijo Aang despreocupadamente, bajando la pendiente hacia el ferry.

Azula frunció el ceño. Aang creyó que estaba a punto de hacer un berrinche, pero se contuvo.

—¡Está bien, iré! Es solo que no quiero aburrirme hasta la muerte —dijo, siguiéndolos y murmurando insultos en voz baja.

Para cuando los tres llegaron al muelle del ferry, el anciano estaba empacado y listo para partir.

—¡Hola, mi nombre es Dock! —Aang casi se golpeó la frente con la mano. Tan pronto como escuchó su nombre, recordó todo sobre este hombre. De verdad esperaba que no tuviera que lidiar con las mismas tonterías—. Hey, qué tatuajes tan divertidos tienes. También he visto espíritus con marcas y caras divertidas, ¡como nuestro propio ex-espíritu protector! ¿Esa flecha apunta a alguna parte? ¿Al suelo, verdad? ¡Para representar la tierra! Y es azul, así que apuesto a que mi hermano estaría de acuerdo conmigo, eres un Maestro Agua —dijo Dock señalando el tatuaje de Aang, soltando las palabras una tras otra, casi sin respirar. Llevó el bote lejos del muelle después de que todos subieron a bordo. Antes de que Aang pudiera responder, Dock continuó— ¡Pero no te pareces a esos otros Maestros Agua que he visto antes, lo que significa que eres de los buenos, como el último Avatar, ¡el de hace cien años! Así que tú eres el nuevo Avatar, ¿no?

Todos se miraron hasta que Azula se cruzó de brazos.

—Bueno, él tiene razón. Pero se equivocó en casi todo. ¿Cómo lo hizo?

—Sí. Mi nombre es Aang —dijo con una sonrisa forzada.

—¡Eso es genial! ¡Realmente nos vendría bien tu ayuda! —dijo Dock alegremente, sonriéndoles de nuevo mientras remaba. No pareció haber escuchado a Azula.

—Sí, lo noté —dijo Aang, dejando escapar un suspiro— ¿Pero qué le pasó al río?

—¿Tu aldea hizo esto? —preguntó Zuko, inclinándose sobre el costado del bote. Ahora que estaban mucho más cerca, comenzó a verse un poco verde.

—¡No, para nada! ¡Fue la Nación del Agua! —dijo Dock— ¡Tienen un laboratorio no muy lejos de aquí, y han estado tirando los desechos de sus experimentos en el agua ¡contaminando nuestro aire!

—¿Un laboratorio? —preguntó Aang— ¿Qué es eso?

Azula le dio un golpe en la cabeza con los nudillos.

—Vaya, realmente te perdiste de mucho en esa roca estos cien años —dijo, con una sonrisa de satisfacción en los labios. Ella amaba cuando sabía algo que él no, y lo aprovechaba siempre que podía, pero esa tendencia aún no ponía a prueba su paciencia. Solo estaba contento de que ella no se lo guardara para sí misma— ¿O siempre fuiste así?

Aang se frotó la cabeza, mirándola por el rabillo del ojo.

—Bueno, eso suele suceder cuando estás aislado del mundo —dijo, frunciendo el ceño. Se volvió hacia Dock.

—No sabemos mucho, pero los Maestros Agua han estado haciendo todo tipo de experimentos alquímicos secretos allí. Sea lo que sea, está volviendo loca a nuestra Dama Pintada —explicó Dock, remando lentamente hacia la aldea.

—¿La Dama Pintada? —preguntó Aang. ¿Katara?

—Sí, ella es el espíritu del río —informó el hombre—. La mayoría de nosotros solíamos venerarla, ¡pero ella comenzó a destruir partes de nuestra aldea y se lleva a la gente!

—¿La Dama Pintada hizo eso? —preguntó Aang, boquiabierto.

—Sí, entonces necesitamos tu ayuda. ¿Quién mejor que el Avatar para resolver los problemas del Mundo de los Espíritus? —preguntó Dock. ¡Y llegaste justo a tiempo! Se acerca el solsticio de verano.

—¿El solsticio de verano? —preguntó Zuko— ¿Y qué?

—Cada solsticio, el Mundo de los Espíritus y nuestro mundo se acercan poco a poco, ¡hasta que el límite entre ellos desaparece! —respondió Dock— ¡No sabemos qué pasará entonces! —Y sin ningún motivo, Dock se echó a reír.

Azula compartió una mirada incómoda con Aang y Zuko.

—Este viejo está chiflado.


—Oh... Hace tanto calor en las tierras de la Nación del Fuego —dijo Kanna, reclinada en la piscina de hielo que ella misma había creado—. Príncipe Sokka, deberías hacer uno para ti. Es una buena arma contra el calor —dijo a su nieto.

La anciana se relajaba en un pequeño claro entre los sauces del bosque, descansando de su largo viaje tras intentar dar con el Avatar. Entre las arduas sesiones de entrenamiento de Sokka y su interminable búsqueda, la vieja Maestra Agua se sentía cansada.

Sokka le dio la espalda al hablar.

—No necesito ningún baño de agua fría. Lo que tenemos que hacer es encontrar al Avatar y volverme más fuerte —respondió, poniendo los ojos en blanco—. Aunque, eh, tal vez no en ese orden.

Kanna dejó escapar un quejido bajo y somnoliento.

—Oh, pero ya hemos buscado por tanto tiempo...

Sokka se volvió enojado.

—¡Eres tan frustrante! Vuelve al barco en una hora, o nos iremos sin ti.

—¡DATE LA VUELTA! —gritó Kanna— ¡Dale algo de privacidad a una anciana!

Sokka se tapó el ojo y se fue corriendo, sintiéndose repentinamente muy enfermo.


—¿Tienes idea de lo que estás haciendo? —preguntó Azula a Aang mientras esperaban a que el sol se pusiera por completo.

—Algo así —respondió el Avatar. Se paró cerca de un montón de redes enredadas bajo el lodo del río y una caja llena de ostras crudas que olían tan mal que su nariz quemara. Se alejó de las ostras, haciendo una mueca—. He lidiado con espíritus antes. Sé qué hacer. —Al intentar alejarse de las ostras, accidentalmente pateó un cubo lleno de carnada que olía aún peor. Azula no parecía convencida.

—¡Entren todos, el sol se está poniendo! —alertó Dock a los aldeanos.

—Bueno, nos vemos luego —le dijo Aang a Azula, encogiéndose de hombros. Se volvió hacia el agua y esperó. Azula frunció el ceño, pero no se movió. Veía a los demacrados aldeanos con algo semejante a la lástima mientras estos se apresuraban a entrar, pero en ella, su mirada parecía relucir con disgusto. A Aang le costó deducirlo. Se preguntó si realmente los despreciaba, o si tenía algún deseo de ayudarlos. Como Katara los había hecho, hace mucho tiempo.

—Vamos, Zula —dijo Zuko, acercándose a ambos. El cielo se oscureció trayendo la noche y la mayoría de los aldeanos ya se habían refugiado. Ella seguía sin moverse— ¿Azula?

—¿Qué? —espetó ella.

—¡Date prisa, tenemos que irnos! —la apresuró Zuko.

Ella puso una mano en su cadera.

—¿Por qué no puedo ayudar? Has tenido esta molesta tendencia a intentar dejarme atrás o alejarme de las batallas, pero creo que ya he demostrado que puedo apañármelas sola —dijo.

—¿Estás intentando demostrar lo fuerte que eres o estás tratando de ayudar a las personas que te necesitan? —preguntó Aang sin mirarla—. Sé que eres fuerte, Azula. Y astuta. Pero lidiar con los espíritus es un asunto completamente diferente.

Ella resopló.

—No veo por qué no podría con ambos.

—No sabemos nada sobre los espíritus, Azula —dijo Zuko en voz baja—. Vamos.

Aang se volvió hacia ellos, viendo el rostro sin cicatrices del chico, surcado de preocupación por su hermana menor.

—Azula, vete. Es demasiado peligroso para ti —dijo Aang—. Ya escuchaste a Dock, la Dama Pintada se ha llevado a mucha gente. ¡Dock, no cierres esas puertas todavía!

—¡Oye, soy su hermano Xu! ¡Dock está adentro! —gritó el anciano, a punto de cerrar las puertas.

Aang puso los ojos en blanco, era la misma persona que había conocido.

—Bueno, ya escuchaste a Xu. ¡Ve! —Zuko comenzó a arrastrar a Azula y ella aceptó de mala gana sin otra palabra de protesta.

Con ese pequeño problema resuelto, Aang se volvió hacia el agua y respiró hondo, esperando. Las aguas turbias estaban quietas mientras la noche se enfriaba y una densa niebla descendía sobre la aldea. Aún podía ver las líneas rojas en el agua, como pintura derramada, bailando en la superficie.


Zuko y Azula aún no habían entrado al edificio cuando un niño asomó la cabeza por la ventana, su rebelde cabello castaño agitándose al viento.

—Ya viene —susurró con la voz llena de emoción. En ese momento, Azula se detuvo y volvió la vista hacia Aang, los tablones de madera crujían bajo sus pies.

—No podemos dejarlo solo —le dijo a su hermano—. No sabe lo que hace. Creo que está alardeando.

Zuko le puso una mano en el hombro.

—Ya lo escuchaste a él y a Xu. ¡No hay nada que podamos hacer!

—¡Entren, rápido! —gritó el viejo chiflado—. Ese es el trabajo del Avatar, y él es el único que puede hacerlo. Él es el puente entre nuestros mundos.

A Azula no le importaba. Aang no tenía un plan, eso lo sabía. Tenía razón cuando dijo que los asuntos de los espíritus estaban fuera de su alcance, pero se equivocaba con respecto a sus razones para querer estar a su lado. Había visto la forma en que la miró cuando llegaron a la aldea, vio la desaprobación en sus ojos cuando uno de los niños se acercó a ella pidiéndole comida y ella lo alejó sin disculparse. No tenía nada para dar, pero era como si Aang hubiera esperado que, al menos, le ofreciera palabras de consuelo, como él había hecho después de que ella ignorara al niño. Pero Azula no podía ver un propósito en darle palabras vacías, en compadecerse y ser condescendiente con el chico. Su propia aldea contaba con poco más que esta, y también odiaba recibir a extraños, porque siempre trataban de ser condescendientes. Harían toda una escena, como si intentaran regalar repartir limosnas en su aldea, en un intento de ganarse el favor de su padre o de los espíritus. Nunca era genuino.

Estas personas se merecían algo mejor. Azula tenía que hallar la causa de todo esto, pero eso significaba saber cómo trabajaban los espíritus. Lo que querían.

Esperó adentro con Zuko, pero no cerró la ventana. En cambio, Azula solo miró.


De vuelta al límite del muelle, Aang esperaba pacientemente la llegada del espíritu del río. No bajaría la guardia, como pasó la última vez con Hei Bai, cuando lo había atacado por la espalda. Entonces se le ocurrió que este era otro evento paralelo de algo que había pasado en su mundo, era inquietantemente similar a los acontecimientos del espíritu del bosque. Si recordaba correctamente, eso también fue durante un solsticio.

Cerca de donde el río se dividía, sobre la superficie del agua, la vio aparecer.


Kanna apoyó la cabeza contra el borde de su piscina, tomando una profunda bocanada de aire para relajarse mientras el hielo calmaba el dolor de la parte posterior de su cuello. ¿Por qué su nieto Sokka no podía aprender a apreciar este tipo de cosas? El baño frío era perfectamente refrescante para el aire caliente de la Nación del Fuego. ¿Por qué siempre tenía tanta prisa? Siempre planeaba las cosas con anticipación, siempre tenía un solo objetivo en mente. A ella le habían impresionado sus creativos planes en más de una ocasión, pero él nunca se detenía a tomar un descanso ...

...Excepto para coquetear con las jóvenes de los pueblos cercanos. A veces no podía entender a ese chico. Con mujeres bonitas a su alrededor, su estado de ánimo siempre cambiaba para mejor, incluso si solo lo usaba como una máscara. Sin embargo, le hacía bien. No quería que su querido nieto se obsesionara tanto con sus objetivos.

Un fuerte estruendo interrumpió sus pensamientos. Abrió un ojo, pero no vio nada. Cuando estaba a punto de incorporarse y echar un vistazo a su alrededor, el suelo retumbó de nuevo y las rocas se levantaron sobre ella, encerrándola en su lugar.

—Esa no es una mujer común de la Tribu Agua, soldados —dijo uno de los soldados del Reino Tierra, saliendo de detrás de la cortina de ramas de sauce—. Ella es una de sus más ancianas.

Kanna frunció el ceño, deslizando la vista entre todos sus captores, midiendo sus números.

—Si saben lo que les conviene, déjenme en paz.

—Olvídalo —dijo el capitán—. Eres una prisionera demasiado valiosa para dejar pasar esta oportunidad. No puedo evitar preguntarme qué estás haciendo tan lejos de casa. Soldados, atrápenla.

Pero ella no iba a tolerar tales modales...

—¡No me toquen! —gritó con voz ronca a los dos soldados mientras se acercaban para llevársela— ¡Conozco a los soldados y sé cuánto ansían el toque de una mujer! Todas esas frías noches que han pasado lejos de sus mujeres, la soledad... ¡Aléjense de mí! ¡Pervertidos!

—Señora, por favor —suplicó uno de los soldados con miedo—. Ninguno de nosotros está pensando en eso.

—¡Estoy desnuda! —chilló. Sonriendo como un demonio para sus adentros.

—¡A-aquí, tome su ropa! —tartamudeó otro soldado, entregándole su túnica y ropa interior que colgaba de la rama de un árbol. Ella se los arrebató de la mano, cubriéndose.

—¡Todos ustedes dense la vuelta! ¡Ahora! —ordenó.


Sokka entró en el claro con la desesperación escrita en todo su rostro. ¿Dónde estaba esa anciana? Él le había dicho que regresara al barco hace mucho tiempo. Esperaba que no se hubiera ahogado en su piscina de hielo o algo así. Un par de sus guerreros lo acompañaron.

—No la veo por ningún lado, señor —dijo uno de ellos, arrodillándose para buscar huellas.

—¿Qué sucedió? ¿Qué son estas rocas? —preguntó el otro— ¿Fue un derrumbe?

—No... Esto es obra de los Maestros Tierra, probablemente soldados de Jie Duan —dijo Sokka, uniéndose al guerrero en busca de pistas. No veía ningún signo de lucha aparte de los rastros de Tierra Control que había roto la piscina de hielo de su abuela, que ahora se estaba derritiendo rápidamente, pero vio huellas en la tierra blanda que conducían a un camino entre los sauces.

—Creo que se llevaron a mi abuela.


Por un momento, su corazón dio un vuelco. Allí estaba ella, deslizándose suavemente sobre el agua. Su sombrero ancho y su delgado velo ocultaban su rostro, dándole una apariencia misteriosa que la hacía lucir hermosa, a su manera. Era doloroso verla, porque le recordaba tanto a Katara. Ella era lo más parecido a Katara que había visto desde que viajó al Mundo de los Espíritus. Tenía el deseo infantil de ver su verdadero rostro, solo para asegurarse. Su mente jugó con la idea de que Katara estaba escondida bajo el disfraz de la mujer espíritu otra vez, y que podrían encontrarse.

La Dama Pintada levantó una mano delgada, sus mangas largas colgando hasta casi rozar el agua. El río sucio debajo de ella se disparó hacia adelante, pasando sobre él y destruyendo parte del muelle de madera. Aang se cubrió la cara con las manos, protegiéndose de las astillas de madera que volaron en su dirección. Aang interceptó el siguiente ataque usando su bastón para desviar el agua embravecida, haciendo que el torrente perdiera su impulso.

El espíritu, o quizás Katara, lo había ignorado antes. Ahora, el agua giraba en espiral hacia él, pero una barrera de aire hizo que el agua cayera por todos lados. Estaba a punto de lanzarse hacia ella cuando el espíritu levantó ambas manos en el aire, levantando el rostro para mirarlo sin emoción alguna. Aang casi vaciló, la decepción creciendo dentro de él. Esta no era Katara. Tenía que recordarse a sí mismo que estaba solo en este mundo.

Una ola que se elevaba sobre su cabeza se amasó a su disposición, amenazando con inundar la parte de la aldea donde estaba Aang. Él frunció el ceño mientras dejaba caer su bastón y saltaba en el aire, atrayendo las corrientes de aire en sus manos. Agitó los brazos para dejar que los vientos se volvieran más intensos, chocando con la ola y enviándola de regreso. Aang volvió a caer suavemente sobre la superficie de madera con una respiración profunda, poniéndose en posición. Ahora no podía vacilar.


—¡Necesita nuestra ayuda! —dijo Azula discutiendo con su hermano—. Quiero pelear. No puedo quedarme aquí solo mirando.

—Él está bien —dijo Zuko, agarrándola por el hombro para evitar que saliera corriendo—. Ahora, tenemos que entrar. ¿Quién sabe qué podría hacer ese espíritu?

Azula se zafó del agarre de su hermano.

—Bien, entonces sé un cobarde. —Y antes de que pudiera detenerla, la joven Maestra Fuego corrió para ayudar al Avatar.


Aang tenía su bastón en la mano nuevamente, saltando a un lado para esquivar las flechas de hielo que brotaban bajo sus pies, destruyendo la madera en otra explosión de astillas. Los movimientos de la Dama Pintada eran todos elegantes, pero sus ataques también destructivos. Un afilado arco de agua cortó en una de las vigas del muelle, enviando la plataforma en la que estaba Aang y parte de una casa al agua. El agua sucia se elevó alrededor de sus zapatos, filtrándose en ellos. Ni siquiera podía pensar en lo molesto que era mientras esquivaba otro ataque de la Dama Pintada. Parecía estar combinando entre atacarlo a él y a la aldea.

Tan pronto como saltó para evitar un golpe, la vio preparando otro. Estaba pensando en qué hacer a continuación cuando un pequeño arco de fuego se precipitó hacia ella, la fuerza empujándola ligeramente hacia atrás. Aang miró detrás de él en cuanto se recuperó de la sorpresa para ver a Azula aterrizando en el muelle, poniéndose de pie tras su patada. Ella lo miró de vuelta.

—Me pareció que necesitabas ayuda, Avatar —dijo con una sonrisa.

Lo siguiente que supieron fue que la Dama Pintada estaba entre la aldea de madera en un remolino de niebla, derribando partes de ella con zarcillos de agua. Una pared de agua salió disparada de debajo de uno de los muelles, separando a Aang y Azula del resto de la aldea. Una ola se levantó a su alrededor, y la Dama Pintada los apartó de su camino. Aang saltó tras ella con una frustración casi salvaje, golpeando con su bastón los muelles a su alrededor y destruyendo partes de la aldea él mismo con un torrente de viento. El espíritu levantó los brazos para proteger su rostro, su túnica y el velo se agitaron cuando su sombrero amenazó con caerse de su cabeza.

Cuando los vientos cesaron, el espíritu envió un chorro de agua hacia Aang y se retiró rápidamente, corriendo sobre el agua y apenas moviéndola. Azula, tratando de recuperar el equilibrio sobre el trozo de madera donde estaba parada, que se hundía rápidamente, cayó sobre su trasero sin gracia alguna cuando el agua la derribó. El agua contaminada y maloliente se envolvió alrededor de sus extremidades, arrastrándola detrás de la Dama Pintada.

Azula gritó, una exclamación de pánico sin palabras que hizo que el corazón de Aang se encogiera de miedo.

Antes de hacer cualquier otra cosa, Aang desplegó su planeador y las persiguió. Deseaba que los vientos detrás de él se aceleraran, para impulsarse y rescatar a Azula. Recordó rápida y fácilmente una experiencia similar con un espíritu diferente y un amigo diferente, lo que solo alimentó su deseo de rescatarla más. Desafortunadamente, la Dama Pintada era inusualmente rápida y, para su horror, Azula parecía desaparecer en el agua. Ella se agitaba y se movía, pero no gritó. En cambio, intentó lanzar llamaradas de fuego al agua, pero no le sirvió de nada.

—¡Azula! ¡Toma mi mano! —gritó Aang, volando lo suficientemente bajo para atraparla. Su mano se estiró hacia ella, y ella abandonó sus intentos de Fuego Control para tomarla. Su pálida mano se estiró hacia él. Más cerca... ¡solo un poco más cerca...! Por primera vez, pudo ver la desesperación y el miedo dibujados en su rostro, y supo que tenía que salvarla. Se impulsó con una última ráfaga, y ella estaba a punto de alcanzar su mano...

...Cuando se desvaneció bajo las garras del agua y el espíritu de la Dama Pintada desapareció. Sobresaltado, Aang no pudo evitar estrellarse contra el agua donde golpeó algo duro y rodó, de alguna manera, hasta tierra firme aterrizando boca abajo. Gruñendo, levantó su cuerpo húmedo del suelo. Miró frente a él, sorprendido de ver una estatua de la Dama Pintada, a la estaba persiguiendo. Se dio la vuelta y se sorprendió al ver varias rocas redondas dispuestas en un círculo, él estaba en el centro. Al darse cuenta de lo que sucedió, Aang se estremeció de frustración.

—¡No! —gritó a todo pulmón. Estaba tan enojado. Estaba furioso con la guerra, el Mundo de los Espíritus y él mismo.

Pero lo más importante, estaba enojado por su incapacidad para resolver algo, para cambiar la forma en que estaban sucediendo las cosas. Todos sus errores se estaban repitiendo y no podía hacer nada al respecto. ¿Cuál había sido el propósito de abandonarlo en este mundo si no podía cambiar los resultados? Fuese lo que fuese, estaba seguro de que estaba desperdiciando su segunda oportunidad.


Sokka siguió los rastros de los soldados del Reino Tierra a lomos de su búfalo yak, yendo solo tras su abuela. Había ordenado a sus soldados que permanecieran en el barco mientras registraba.

Casi lo pasó por alto antes de notarlo en el suelo: el collar de compromiso de su abuela. A menudo se preguntaba por qué lo seguía conservando después de todos estos años, a pesar de que su esposo había muerto hace mucho tiempo. El colgante azul aún se sentía caliente en sus manos. Kanna lo había dejado para que él pudiera seguirla, y la calidez significaba que estaba cerca. Sintió el alivio inundando su pecho. Tan pronto como la tuviera de regreso, podrían reanudar su búsqueda del Avatar.

Casualmente, en ese momento, el bisonte del Avatar volaba en el cielo nocturno, no muy por encima de él. Sokka entrecerró su ojo azul al verlo. ¿Por qué el Avatar volaba tan bajo? ¿Estaban buscando un lugar para acampar? Miró más de cerca, pero se sorprendió levemente de no ver al Avatar, sino a su amigo, el que luchaba con espadas gemelas sin experticia, a la cabeza del bisonte, buscando algo. Sokka vio una oportunidad. ¿Dónde estaba el Avatar? ¿Podría estar en estos mismos bosques que lo rodeaban?

Apretó el puño y recordó el cálido collar azul en su mano. No, su abuela era más importante.


Sentado allí, Aang se dio cuenta de lo que se "suponía" que iba a pasar a continuación. La última vez, Fang, el dragón de Roku, lo había ido a buscar. Tan pronto como lo recordó, se sentó, alarmado.

La última vez, Fang había venido para que Roku pudiera darle información crucial, el factor decisivo de la guerra. El Cometa de Sozin. ¿Qué sería esta vez? ¿Qué clase de desagradable verdad le esperaba? No era como si el cometa de Sozin pudiera llegar de nuevo, ¿verdad? ¡Daría poder a los Maestros Fuego! Eso sería bueno, ¿no? pensó. Los Maestros Fuego estaban en el lado bueno ahora. ¿Sería Fang el que viniera esta vez?

Pero luego recordó algo diferente. En este mundo, todo estaba al revés: el orden que tenía para aprender los elementos, las estaciones e incluso el ciclo Avatar. Eso significaba que un Avatar de Agua Control se presentaría ante él, no Roku. Se preguntó si sería Kuruk o alguien a quien nunca conoció. No había forma de saberlo. Ni siquiera estaba seguro de si el guía animal del Avatar vendría a buscarlo esta vez.

Aang dejó salir un nuevo suspiro de frustración. Se debatía entre abandonar o no esta pequeña isla a la que lo había llevado la Dama Pintada, con su propia estatua en el medio. Detrás de ella, había algunos juncos creciendo de manera desordenada, pero la isla estaba completamente rodeada de agua sucia. Se sentó en medio del círculo de piedras con las rodillas dobladas contra su pecho, casi como si fuese un niño que tenía frío y estaba asustado. Frunciendo el ceño, se puso de pie. Supuso que tendría que intentar volver a la aldea con Zuko, para que pudieran averiguar qué hacer... ni siquiera sabía cómo podría regresar allí en primer lugar, aquí era incapaz controlar nada.

Después de haber gritado sin respuestas, se dio cuenta de que ahora era un espíritu atrapado en el plano mortal nuevamente. Permaneció en su forma espiritual, a pesar de que su cuerpo estaba cuidadosamente sentado a su lado, por si acaso llegara algún tipo de guía animal. Estaba debatiéndose entre volver o no a su cuerpo, cuando vio un resplandor azul en la distancia.

Definitivamente no era un dragón, podía decirlo con seguridad. Era mucho más pequeño que uno... pero seguía siendo un animal bastante grande. Se acercó a él cruzando el agua, pasando por encima de su cuerpo como si ni siquiera estuviera allí. Como la mayoría de los espíritus del mundo mortal, era transparente y azulado. Era un lobo, particularmente grande. Caminó hacia él sin disminuir la velocidad.

El gran animal lo tiró al suelo antes de que pudiera quitarse de su camino, poniendo sus pesadas patas sobre su pecho. Aang miró, casi con miedo, a sus fauces de afilados dientes, y comenzó a preguntarse si podría morir en forma de espíritu, o si de alguna manera se había perdido en el Mundo de los Espiritual y este animal había venido a reclamarlo y a llevárselo para siempre... o de regreso a casa. Antes de que pudiera terminar de pensar en la lista de cosas que podrían sucederle, el animal babeó por toda su cara, lamiendo todo lo que estaba a su alcance.

—¡Hey! ¡Hey, detente! —rio Aang, tratando de alejar al lobo. Dio un paso atrás, casi como si estuviera riéndose de sí mismo. Aang se puso de pie de un salto. Inmediatamente, sus ojos se abrieron con sorpresa. Este lobo era enorme, mucho más grande de lo que había supuesto. De pie en cuatro patas, la criatura le llegaba al cuello, y el resto de su cuerpo era ancho y lleno de músculos—. Mmm... ¿eres el guía animal del Avatar Kuruk? —preguntó. El lobo aulló en respuesta y se agachó, como si quisiera jugar. El movimiento de su cola hizo reír a Aang y el espíritu se abalanzó sobre su mano para mordisquearlo suavemente y lanzándolo sobre su espalda como si no pesara más que una pluma.

Aang apenas notó el movimiento mientras el lobo lo arrastraba con él, escalando y saltando a través de ríos y montañas mientras se abrían camino hacia el sur.


Kanna sonrió para sí misma después de ver un pequeño charco de agua al costado del camino. Los soldados del Reino Tierra la llevaron a través de un área boscosa, probablemente para entregarla al Rey Long Feng de Jie Duan. Ella tenía ningún interés en ir allí, por lo que planeó su escape. Sacó una sola gota de agua del charco y la usó para cortar sus grilletes de metal cada vez que sus captores apartaban la vista, usando solo sus dedos para manipular el agua.

—Entonces —comenzó uno de los soldados— ¿Qué está haciendo una anciana de la Tribu Agua tan lejos de casa? Eres una sanadora, ¿no es así?

—¿Por qué quieres saber, maleducado muchacho? —preguntó ella con tono acusador. Sus ojos se dirigieron discretamente hacia él para ver su reacción.

El soldado se enfureció.

—¡Bueno, tienes suerte de que no nos encarguemos de ti ahora mismo, vieja bruja! —gritó—. No te quieras pasar de lista con nosotros. Sabemos que las mujeres de las Tribus Agua no están entrenadas para luchar.

Kanna se rio para sí misma. Oh, esos jóvenes tan tontos e ignorantes... Su risa se detuvo de inmediato cuando miró al cielo, sorprendida. Un espíritu pasó a toda velocidad sobre ellos, el espíritu de un lobo, llevando a un niño en su lomo. ¿Habrá algún chamán de la Tribu Agua por aquí? se preguntó. El lobo casi parecía estar volando.

—Lamento decepcionarlos —dijo a los soldados. Eran media docena, pero estaba segura de que podría con ellos. Separó las muñecas, rompiendo la cadena de metal debilitada. Agradeció a Sedna por el terreno pantanoso y el aire húmedo de la Nación del Fuego cuando atrapó al atónito oficial con un ataque sorpresa.

—¡Deténganla! —gritó otro soldado. Los soldados sin experiencia sacaron rocas del suelo, pero con una agilidad que contradecía su verdadera edad, Kanna se apartó del camino. Golpeó al caballo avestruz del otro soldado con un látigo de agua en las costillas, haciéndolo huir a toda velocidad junto con el hombre que gritaba sobre sus lomos.

Otro le envió una lluvia de rocas, pero ella convocó una fina corriente de agua para que girara frente a ella y redirigiera el ataque, sin causarle daño, y luego se dio la vuelta y lanzó un chorro de agua a la cara de un cuarto soldado, haciéndolo caer de espaldas. Solo quedaban tres.

Algo zumbó en el aire detrás de ella, golpeando a uno de los soldados e inmovilizándolo contra el suelo con su uniforme: carámbanos.

—Qué considerado de tu parte ayudarme, nieto —dijo Kanna a Sokka, quien lanzó su boomerang hacia otro soldado.

—No puedo creer que permitiste que te capturaran, abuela —dijo, con la sombra de una sonrisa asomándose en su rostro, deshaciéndose del último soldado con poco esfuerzo.

—Ahora volvamos al campamento —dijo Kanna, resoplando—. Ninguno de esos soldados ni siquiera intentó pedirme una cita.

Sokka se atragantó.

—¡Ew, abuela!


Por lo que pudo deducir, el lobo estaba llevando a Aang lejos, al sureste, en una dirección que supuso que era la Tribu Agua del Sur. ¿Qué había ahí? Si Aang estaba en lo cierto, el lobo lo llevaría a un Templo Avatar... pero no recordaba que hubiese ningún templo en esa región.

El lobo era sorprendentemente casi tan rápido como Appa, pero el lobo viajaba a pasos agigantados y muy largos. Bordeó el agua como si ni siquiera estuviera allí, por lo que llegaron a su destino en poco tiempo. Aang supuso que era una de las islas justo al norte de la Tribu Agua del Sur, entre la hilera de montañas Patola donde estaba el Templo Aire del Sur, pero no podía acercarse lo suficiente para comprobarlo. El lobo saltó de nuevo y desapareció a través de las paredes azules del Templo Avatar, con Aang agarrado a su lomo. Esta vez, ni siquiera se inmutó.

El espíritu lobo finalmente se deslizó hasta detenerse en una gran cámara vacía, desprovista de todo excepto una gran estatua en la pared del fondo. Aang levantó una pierna, pasando por encima del costado del lobo y bajó, dejando que sus pies, en su forma espíritu, tocaran el suelo. No tenía ojos para nada más, solo la estatua del Avatar, que estaba hecha de una especie de piedra tan azul como el aguamarina. Mientras se acercaba, fue justo como había esperado: Kuruk.

—Está bien, ¿tengo que esperar de nuevo algún tipo de solsticio o algo así? —preguntó en voz alta sin dirigirse a nadie en particular. El lobo dejó escapar un gruñido bajo para llamar su atención y miró hacia donde el animal apuntaba su hocico. Arriba de la entrada de la cámara había un cristal azul que reflejaba la luz del sol desde el exterior. Al igual que en el antiguo templo de Roku, se suponía que la luz del sol se reflejaba en cierto ángulo y luego Aang podría hablar con Kuruk.

—Está bien... el solsticio de verano... ¿me recuerdas cuántos días faltan?

El lobo pareció encogerse de hombros a su manera.

—Eres de gran ayuda —dijo—. Entonces, ¿sobre qué se supone que debo aprender esta vez? —No quería enterarse de que se avecinaba algún tipo de asombroso evento que fortalecería a los Maestros Agua o a los de Fuego. Había sido el Mundo de los Espíritus lo que lo metió en este lío e iba a usarlo para salir.

Era una pena. Estaba empezando a acostumbrarse a esta Azula agradable.

Chapter 9: Avatar Kuruk

Notes:

*Ok, he venido aquí para explicar el chiste del león-alce que encontrarán abajo, cortesía de Zuko.
Esta es la línea original "Did you ever hear the story of the moose-lion that stole snacks from the better hunters? He didn't have any pride"
Pride significa orgullo u honor, pero también es otra palabra para manada, así que el chiste se refería a un león-alce que no tenía manada y por eso tuvo que robar, pero al hacerlo también perdió su honor.
Ahora, en español "hatajo" es sinónimo de manada y se pronuncia igual que atajo, lo que quiere decir que como el león-alce no tenía manada no tuvo más remedio (u otro atajo *guiño, guiño*) que robar.

 

Es un mal chiste lo sé, pero es Zuko y todos sabemos que el pobre muchacho no tiene el talento de Sokka para eso jaja.
En fin ya que estoy por aquí, quiero dar infinitas gracias a las personas que leen esta traducción, significa mucho para mi y espero estar haciendo un buen trabajo con la obra de Baithin. Si ven algún error, incoherencia o tienen alguna crítica son bienvenidos a comentar o dejar kudos si gustan, me haría muy feliz leerlos. Gracias de nuevo y disfruten el capítulo :D

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 8: Solsticio de Verano, Parte 2: Avatar Kuruk

 

Aang no sabía lo que esperaba ver cuando atravesó el "laboratorio" de la Nación del Agua en la orilla del río en las afueras de la aldea. Había creído que sería más grande. Más moderno. Frío y forjado con hierro y que echando humo como todo lo de la Nación del Fuego de su mundo, un monstruo con mandíbulas chasqueantes que envenenaba el aire; un insulto más dirigido al elemento del pueblo que habían aniquilado un siglo atrás.

Pero este edificio, que pudo divisar después de saltar por encima de los muros que lo rodeaban, estaba hecho de piedra y era tan mundano que era decepcionante. Tenía arcos altos que le recordaban a las edificaciones de hielo de la Tribu Agua del Norte, excepto que esta tenía puertas que miraban solo al sur y al este. No mostraba señales que explicaran su propósito; sólo la insignia de la Tribu Agua tallada en los arcos era suficiente como para mantener a los mirones alejados. Había guerreros montando guardia que llevaban hondas, garrotes de hueso y perros mink de caza blancos en los extremos de las correas de cuero en caso de que alguien no entendiera el mensaje.

Aang saltó desde la pared hacia los niveles superiores del laboratorio y entró por una de las ventanas circulares. Un olor fétido y pesado flotaba en los pasillos, similar al olor a podrido que venía del río. Antes de hacer nada, Aang siguió avanzando por los numerosos corredores en un esfuerzo por encontrar información más que por hacer un daño real al lugar. El interior del complejo no estaba tan vigilado como el exterior y estaba contento de haber entrado por los niveles superiores en lugar de usar la tubería de drenaje por donde salían los restos del laboratorio hacia el río.

Aproximadamente una hora antes, el lobo de Kuruk había llevado a Aang de regreso a la aldea de pescadores en medio del río contaminado. Fue entonces que Aang recordó que Sokka no había vuelto del Mundo de los Espíritus hasta que pudo resolver los problemas del espíritu furioso de Hei Bai, y le había tomado incluso más tiempo recordar como lo había hecho. El espíritu blanco y negro se había enojado por la pérdida de su bosque, así que Aang tuvo que mostrarle la prueba de que volvería a crecer. Dedujo que la Dama Pintada necesitaba pruebas de que su río volvería a estar limpio y lleno de vida para traer de regreso a Azula. Y ese pensamiento lo llevó al laboratorio, que estaba río arriba.

Se dio cuenta de que el laboratorio se parecía menos a una fábrica y más a la universidad de Ba Sing Se. Aang vio, en su mayoría, a hombres de largas túnicas azules con sombreros de seda negros, pero, con un sobresalto, notó que muchos de ellos eran del Reino Tierra y de la Nación del Fuego, había casi tantos de ellos como los hombres de las Tribus del Agua. Todos tenían la cabeza metida en sus investigaciones como si lo estuvieran ignorando por completo; estudiaban gruesos libros y viejos pergaminos en una habitación que parecía ser una biblioteca, otros estaban sentados en una cámara diferente que tenía mesas largas, jugueteando con instrumentos que nunca había visto antes. La única mujer que pudo ver, estaba arrodillada en otra habitación deslizando agua a través de las vías de chi de una muñeca de acupuntura, sus venas brillaban con una suave luz azul. Las paredes no parecían tener ningún tipo de decoración, solo diagramas informativos y trigramas que mostraban el cuerpo humano, los cuatro elementos y una estructura que parecía un caldero o un horno.

La única excepción, notó, era una representación artística de Tui y La, los espíritus del océano y la luna, en su eterna danza.

Asomó la cabeza, aún inadvertido, para ver más y más cámaras. En una habitación, vio a los eruditos sosteniendo un amuleto que le resultaba familiar, con una luna creciente plateada brillando en su tapa. Se preguntó si tendrían la intención de investigar las propiedades del agua del Oasis de los Espíritus, mientras que en otra habitación parecían estar tratando de averiguar por qué los osos ornitorrincos ponían huevos. La curiosidad casi lo llevó a adentrarse en varias de las salas, pero sabía que no podía demorarse. Estaba aquí para romper cosas.

Todos estaban tan absortos en su investigación que ninguno se dio cuenta cuando entró en un atrio abierto donde no había nadie. En el otro extremo de la pared, vio una plataforma de arcilla de tres niveles, con ocho aberturas en cada nivel. A pesar del tamaño de la habitación, el calor era sofocante y pudo notar que las aberturas eran conductos de ventilación y la plataforma en sí era una estufa de algún tipo. En el nivel más alto, vio un horno en forma de cilindro. En el nivel más bajo, encontró un pequeño caldero de bronce, de tres patas y que contenía un brillante metal de tono bermellón ardiendo en el interior: los rastros rojos que había visto correr en el río. Tuvo que agacharse para ver los escritos tallados en el caldero, como una especie de ritual.

Leyó un término que no reconoció: Wàidān. Pero sí entendía las palabras que significaban “claridad", "equilibrio", empujar y tirar, "cambio" y "agua". En conjunto, parecía describir el proceso natural de convertir el agua en vapor y de nuevo en agua y luego en hielo, pero ¿por qué los Maestros Agua necesitarían estudiar eso cuando la mayoría podían hacerlo ellos mismos? Deseó que Sokka estuviera allí para ayudarlo a darle sentido a todo esto.

Detrás de él, cerca de la entrada del atrio, oyó unos pergaminos cayendo al suelo y rodando escaleras abajo.

—¡Oye! ¿Qué estás haciendo aquí?

Aang se volvió para mirar al erudito que había entrado y le dio una sonrisa tímida.

—Me perdí un poco —dijo— ¿Me puedes ayudar?

—¡Pero claro que no, los niños tienen la entrada prohibida! —respondió el hombre de anteojos, un anciano de ojos azul pálido. No parecía amenazador, por lo que Aang lanzó una ráfaga de aire con su bastón hacia la puerta detrás del mismo erudito, cerrándola de golpe para que el hombre quedara atrapado en el atrio con él. Se quedó boquiabierto ante su demostración de Aire Control— ¡Oh! ¡Eres el Avatar!

—Sí —dijo Aang, tocando su barbilla para hallar la mejor manera de destruir este lugar— ¿Qué pasaría si cerrara todas las rejillas de la ventilación de ese gran horno?

El hombre tartamudeó y se subió las gafas por la nariz con dedos temblorosos. Aang se dio cuenta de que no era un anciano, sino un hombre joven cuyo cabello estaba lleno de canas prematuras.

—Eh, bueno, ya ves, eso sería bastante terrible, porque podría interferir con la reacción del cinabrio y el mercurio que está fundiéndose allí, y, eh, la única forma de escapar del calor sería a través de la chimenea, lo que normalmente no sería catastrófico, pero el laúd que recubre el interior del horno es una nueva mezcla para sellar que estamos experimentando, y podría tener consecuencias imprevistas... Recomendaría encarecidamente...

—Genial —dijo Aang, deslizando su bastón sobre el horno y todos los conductos de ventilación se cerraron con un repentino vendaval que barrió el atrio— ¡Gracias!

—Oh, Dios —dijo el hombre, retorciendo sus delgados dedos— Si yo fuera cualquier otra persona, usaría Agua Control para atacarte ahora mismo.

Aang arqueó una ceja.

—Bueno, ¿eres un Maestro Agua?

—No.

Aang frunció el ceño.

—¿No deberías haber salido corriendo de aquí con miedo ya que este atrio explotará en cualquier segundo o algo así?

—Oh, eso, um, si fuera a suceder, ya habría pasado —dijo, rascándose la cabeza y agitando su delgado y despeinado pelo grisáceo—. Las cámaras de gelatina explosiva y las que tienen pólvora de fuegos artificiales son las habitaciones que, er, podrían potencialmente tener una mayor probabilidad de explotar. Quizás.

Aang imitó su movimiento y se rascó la nuca.

—Um, gracias, supongo. ¿Por qué me estás ayudando?

El hombre levantó las manos al aire.

—¡Porque eres aterrador! ¡Eres el Avatar! Y yo soy un cobarde, hasta la médula. Es por eso que estoy aquí en lugar de, um, entrenando con otros guerreros o algo así. Así es como me llaman. Nuktuk, el cobarde del sur. También me dicen llorón, quiero decir, uh, bocón. Especialmente cuando estoy nervioso.

Aang golpeó el suelo con su bastón y Nuktuk saltó unos centímetros en el aire, asustado.

—Escucha, no voy a...

—Al final del pasillo y a la derecha, ten cuidado con la patrulla de los perros mink, pero no te preocupes porque no podrán olerte con todas las cosas raras que están sucediendo aquí, y luego cruza la sala de pociones de hierbas ¡No tienes que preocúpate porque todos están en su descanso ahora mismo! ¡Y luego encontrarás el camino hacia la cámara de los fuegos artificiales! —Se encogió y señaló con el dedo hacia el pasillo.

Aang se encogió de hombros y siguió su camino.


Aang aterrizó en los viejos muelles de madera de la aldea de pescadores con un suave golpecito, haciendo girar su planeador y cerrándolo de nuevo para volverlo un bastón. Dock (¿o era Xu?) Fue el primero en correr hacia él, con los ojos desorbitados.

—¿Qué pasó allí? —escupió el anciano, señalando en dirección al laboratorio. Ahora, una columna de humo negro se elevó en el aire.

—Acabo de sacar a la Nación del Agua aquí por ustedes—dijo Aang—. Ahora podrán limpiar su río. Dejen que el agua fluya río abajo y elimine las impurezas —Aang solo esperaba que la Dama Pintada trajera a Azula y a los otros aldeanos antes de que eso pasara...

—¿Hiciste todo eso por ti mismo? —preguntó Dock, sorprendido— ¿Cómo? —Los otros aldeanos se apiñaron a su alrededor, escuchando con gran atención.

—Bueno, soy el Avatar —respondió Aang. Y dejémoslo así— ¿Dónde está Zuko? —preguntó, mirando a su alrededor. Su amigo de las espadas no estaba a la vista.

—Oh, te estuvo buscando toda la noche —respondió Dock—. Todavía no ha vuelto —Aang frunció el ceño, volviéndose para mirar al cielo. El sol acababa de empezar a asomarse sobre las montañas. ¿Seguía buscándolo? Probablemente se había llevado a Appa. Aang solo se sorprendió levemente, parecía que este Zuko también tenía una ávida determinación.

Dock se quitó su pequeño sombrero, descubriendo otro que se desplegó en la parte superior de su cabeza.

—¡Está bien, limpiemos el río! ¡Yo soy Bushi, el hermano de Dock y Xu y el limpiador del río!

Aang se dio una palmada en la frente.


Horas más tarde, Aang comenzó a impacientarse y se desesperó. Todos los aldeanos salieron en sus botes de remos, recogiendo tanto lodo y otros desechos como pudieron. Aang ayudó, más porque quería recuperar a Azula, y rápido, que porque deseaba realmente ayudar realmente a la aldea. Él, Zuko y Azula necesitaban llegar al templo del Avatar Kuruk antes de que comenzara el solsticio de verano. Pensó brevemente en dejar a Zuko y Azula atrás mientras se ocupaba del peligroso sucio él solo, pero sabía que los hermanos, tan impulsivos como eran, querrían ir con él y hacer algo. Por otra parte, recordó lo peligroso que había resultado cuando fue al templo de Roku con Sokka y Katara...

Estaba preparado para enfrentar esos peligros esta vez y contrarrestarlos antes de que sucedieran.

Zuko finalmente regresó a la aldea unas horas más tarde, aliviado de ver a Aang pero preocupado porque su hermana todavía no estaba allí. Ayudó con el trabajo con tanto fervor como esperaba Aang. Parecía que durante la noche, la determinación del joven no había vacilado ni un poco. Aang se sentía algo nervioso por su actitud protectora hacia Azula. Nunca habría imaginado al Zuko que conocía preocupándose de esa manera por su hermana.

Finalmente, cayó la noche. El río estaba notablemente más claro de lo que había estado antes de limpiarlo, pero todavía faltaba un largo camino por recorrer hasta que volviera a estar perfectamente azul. Mientras Aang miraba las profundidades del río, pensando en su próximo curso de acción, la niebla comenzó a arremolinarse a su alrededor. Y luego la inconfundible forma de la Dama Pintada apareció ante él, susurrando una sola palabra, su voz resonando como si estuviese bajo el agua.

—Gracias...

Aang sonrió levemente mientras ella se desvanecía, deslizándose fuera del borde del muelle. Un momento después, varias figuras emergieron de la niebla, sus pies repiqueteando sobre los tablones de madera. Azula fue una de las primeras en salir y se acercó a él.

—¿Qué fue eso? ¿Por qué tardaste tanto? —preguntó de inmediato, con los labios apretados en molestia. Inspeccionó sus uñas exactamente de la misma manera que la Azula malvada solía hacer, y en ese momento Aang sintió la ira burbujeando en sus entrañas como el caldero lleno de cinabrio.

—¿Sabes lo duro que trabajamos para hacer que volvieras? ¿Sabes lo yo tuve que hacer? —le espetó. Ella ni siquiera reaccionó a su arrebato, perfectamente en control de sus expresiones, tal como él la recordaba de su mundo. El hecho de que ella ni siquiera pareciera herida por sus palabras le quitó fuerza a sus emociones, un triste recordatorio de que ella no era la misma que sus otros amigos en casa—. No importa. Olvídalo.

Su voz salió ronca, como el chasquido de la leña quemándose.

—Oh, limpiaste un río, ¿verdad? Boo-hoo. Estoy segura de que eso fue mucho peor que pasar toda una noche y un día entre el aterrador caos del Mundo de los Espíritus.

Zuko y los otros aldeanos vinieron corriendo, escuchando los disturbios de las personas capturadas que acababan de regresar a casa.

—¡Azula! —gritó Zuko, corriendo hacia los dos Maestros mientras discutían— ¡Estás bien!

Azula se volvió hacia él con una ceja levantada.

—Ooh, ¿mi hermanito Zuzu estaba preocupado por mí? —preguntó, y su voz adquirió una dulzura tan falsa y tan ácida como la de un limón. El rostro de Zuko pasó de la preocupación a la irritación.

Aang se frotó las sienes, tratando de controlar su ira. Incluso con sus amigos mayores en el mundo real, aquí le era mucho más fácil enojarse que cuando era más joven.

—Chicos, dejemos de perder el tiempo. Tenemos que salir de aquí —. Los hermanos, listos para empezar a discutir, se volvieron hacia él.

—¿Qué? —preguntó Zuko.

—¿A dónde vamos? —preguntó Azula, deteniendo sus dedos en el aire antes de golpear a su hermano en la frente.

—A la Nación del Agua. Y tenemos que llegar mañana.

Azula terminó de golpear a Zuko y este se frotó la frente, frunciendo el ceño.

—Bueno, primero… —dijo—. Debo retirarme y encontrar un baño.


—Hey, Aang —dijo Zuko, llamando la atención del Avatar.

—¿Qué?

—¿Alguna vez escuchaste la historia de por qué el león-alce que le robó sus bocadillos a los otros animales cazadores? Porque no tenía otro hatajo. *

Y Zuko soltó una risita, golpeándose la rodilla. Aang y Azula se estremecieron.

—Eso fue realmente gracioso, Zuzu —le dijo Azula a su hermano, poniendo los ojos en blanco.

—El tío me lo contó una vez —dijo con una sonrisa torcida—. Ya sabes, porque los leones-alce viajan en manadas.

Aang aplastó su mejilla contra su puño, apoyándose contra el costado de la silla.

—Zuko, los leones-alces dientes de sable no viajan en manadas. Estás pensando en los leones-liebre.

Zuko se cruzó de brazos y se encogió detrás de la pila de sacos de dormir.

—Oh.

Por alguna razón, Aang no pudo culparlo por la terrible broma. Habían estado volando sobre mar abierto durante horas sin nada que rompiera su monotonía. Aang se sentía temeroso por lo que le esperaba. Supuso que le contarían una nueva y horrible verdad, pero quería hablar con Kuruk para exigirle que lo enviara de regreso a casa. No sabía qué harían sus amigos sin él, o qué le había pasado a su cuerpo después de que entrara en el Mundo de los Espíritus, o si su ausencia los estaba retrasando...

Por supuesto, tanto Zuko como Azula aprovecharon la oportunidad de ir al territorio de la Nación del Agua, aunque Azula, al menos, parecía haberse arrepentido al verse rodeada únicamente del aburrido océano bajo ellos.

Habiendo estado despierto toda la noche, Aang se estaba quedando dormido...


—Estamos siguiendo su rastro, abuela —le dijo Sokka a Kanna mientras estaba de pie en la cubierta del barco, mirando al frente. Después de irrumpir en la aldea de pescadores que había estado contaminada, Sokka se enteró de que el Avatar se dirigía al Templo de Kuruk en la Nación del Agua, su propia nación. Tenía que admitir que se sentía un poco preocupado por regresar, pero nada iba a impedir que alcanzara su objetivo.

—¿Crees que estás tomando la mejor decisión, Sokka? —preguntó la anciana.

—¿Qué sabes tú, mujer? —dijo Sokka entre dientes, casi como un gruñido. Estaba nervioso y ella lo sabía.

—Adolescentes —murmuró en voz baja—. Sokka, estás yendo en contra de tu propia decisión de abandonar la Nación del Agua. Estás caminando sobre hielo fino. Gran parte de la Armada cree que fuiste desterrado o que abandonaste injustamente a tu Nación... creen que eres un traidor.

—Estaré bien a menos que tengan órdenes directas de derribarme —dijo Sokka, de forma casi grosera—. No sé cómo se habrá extendido ese rumor, pero a pesar de que las cosas entre mi padre y yo son raras, no se tomaría bien un ataque directo contra su heredero. Nadie es tan estúpido como para hacer eso.

—¿Lo has pensado bien, entonces?

—Nos acercamos a la barricada de la Armada —dijo el teniente Kinto, dirigiéndose a ambos miembros de la realeza. Sokka volvió la vista al frente, mirando con su único ojo azul a la impresionante línea de naves plateadas que tenía al frente, decidiendo dejar que su próxima orden fuera su respuesta.

—Kinto, prepara el velero.


—¿Eso es... una barricada de la Armada del Agua? —preguntó Azula de repente, inclinándose sobre Appa para mirar hacia abajo. La mirada en el rostro de Aang era inquieta.

—Necesitamos volar más alto. ¡Vamos Appa, yip, yip! —dijo Aang a su bisonte. Appa respondió con un leve gruñido de aprobación, aumentando la altura y haciendo que el viento azotara sus rostros.

Bato miró a través del telescopio montado en la nave, observando el cielo. A simple vista, divisó una mancha blanca a la distancia, pero con la visión aumentada, pudo ver al bisonte volador, y muy por debajo de él, a un barco de guerra de la Tribu Agua.

—Ahí viene nuestro estimado príncipe —dijo, sus ojos estrechándose hasta casi cerrarse—. ¿En serio, Sokka? Sueles ser más inteligente que esto. Sabes que tengo que disparar directamente al Avatar si viene por aquí.

Un tripulante se le acercó con una reverencia.

—¿Jefe Bato?

Bato se volvió hacia su capitán.

—¡Fuego al Avatar!

La enérgica venia del capitán se disipó y buscó a tientas el rollo de cuerda que se usaba para preparar las armas montadas del barco.

—Pero señor, uno de los nuestros está ahí fuera.

—Entonces no le dispares —respondió Bato. El capitán asintió y dio la orden, quizás un poco de mala gana. Los Maestros Agua en las cubiertas de cada barco que formaba la barricada atrajeron el agua desde el océano que los rodeaba, congelándola en trozos de hielo del tamaño de una roca en el medio de la cubierta. Luego, como si fueran uno solo, todos los barcos lanzaron los bloques de hielo al aire, dejando que el propio impulso del hielo alcanzara al Avatar. Otra unidad de marines preparó las balistas, normalmente utilizadas para la caza de ballenas, y disparó contra el bisonte con la intención de matarlo.


—¡Aang! —gritó Zuko, señalando las rocas de hielo que volaban por el aire hacia ellos.

—¡Los estoy viendo! —gritó, tirando de las riendas de Appa para esquivar la lluvia de hielo. Casi un centenar de bloques de la mitad del tamaño de Appa habían sido lanzados hacia ellos, recordándole amargamente a Aang una situación similar que había vivido en el pasado. Azula y Zuko se aferraron a la silla de Appa con su vida, tenían los ojos cerrados. Un trozo de hielo particularmente grande se dirigió directamente hacia ellos y Aang pudo pensar en una manera fácil de esquivarlo. Saltó de la cabeza de Appa y lo golpeó con su bastón, usando su Aire Control para hacer que se desviara hacia abajo, destruyendo por completo una de las naves. Esquivó el impacto y volvió a su bisonte, con la mirada seria.

Las jabalinas atravesaron el aire como enormes flechas de ballesta, mucho más difíciles de sortear y aún más horribles por su velocidad y letalidad. Ninguna cantidad de Aire Control podría detener o desviar estas cosas, por lo que Aang centró todos sus esfuerzos en mover y dirigir a Appa a través del asalto. Tiró de Appa para que fuera más alto en el cielo y afortunadamente las nuevas armas no tenían la capacidad de alcanzarlos a esa altura.

Los hielos los seguían incluso mientras pasaban la barricada que habían formado las naves, hasta que estuvieron fuera de su alcance. Aang miró hacia adelante, su mirada solemne. La Nación del Agua estaba por delante. Zuko y Azula suspiraron de alivio, pero se pusieron rígidos cuando vieron algo más detrás de ellos.

—¿Qué es eso? —preguntó Zuko, boquiabierto— ¡Una especie de cometa nos persigue!


Sokka gritó mientras volaba por el aire muy por encima de su velero de viento, a más de treinta metros en el cielo como lo haría un Maestro Aire en un planeador o como un ave marina en pleno vuelo. Muy por debajo de él, Kinto usaba su Agua Control para empujar a su catamarán a toda velocidad, del cual Sokka estaba atado con una cuerda y un arnés. Su más nuevo invento le dio velocidad y la movilidad para esquivar los asaltos provenientes de la barricada; esto no era lo que tenía en mente para la primera prueba real de su velero de viento, pero era emocionante y aterrador a la vez y, lo mejor de todo, había funcionado.

Uno de los bloques de hielo desviados por el Avatar se dirigió a Sokka cuando cayó, pero soltó su barra de control, sosteniéndose con una sola mano el tiempo suficiente para usar la otra y desviar el bloque de un solo golpe, enviándolo contra una de las naves de Bato donde se estrelló.

—Ups —dijo Sokka, incapaz de evitar sonreír— ¡Qué torpe de mi parte!

Este plan requería dejar atrás a su abuela y a su barco, pero era inevitable. Le había permitido atravesar la barricada y planeaba apegarse a su plan para llegar al Templo Avatar incluso más rápido de lo que podría haber imaginado.


Casi una hora después, el bisonte volador, con sus pasajeros, llegó a las islas sureñas de las Montañas Patola, donde estaba el templo del Avatar Kuruk. El templo azul se alzaba sobre la cima de una montaña nevada en una isla que estaba rodeada por otras más pequeñas. Una ligera ventisca cubría de nieve las montañas, dejando un marcado contraste con la piedra gris, tan oscura que casi parecía negra. Gruesa hierba y rígidos juncos sobresalían de las laderas de las montañas desafiando el frío. Aang miró con nostalgia al horizonte, sabiendo que estaba cerca del Templo Aire del Sur, así como de la Isla Kyoshi e incluso de la Tribu Agua del Sur, donde había comenzado su primera aventura. Cuando Appa aterrizó, respiró hondo, listo para enfrentarse a lo que fuera que le esperaba dentro del templo.

Dirigió al bisonte hacia la ladera de la montaña donde había una formación rocosa que era lo suficientemente grande como para que todos pudieran aterrizar cómodamente. Un pequeño sendero, no muy lejos de ellos, atravesaba la ladera de la montaña, y conducía al Templo del Agua en la cima de la montaña.

—Bueno, aquí vamos —dijo Zuko, preparándose.

—¿Están listos, chicos? —preguntó Aang.

—Oh, por favor. ¿Qué tan difícil podría ser esto? —se burló Azula.

—Está bien. Appa, Momo, quédense aquí —dijo Aang mirando a las dos criaturas. La lémur hembra lo miró con curiosidad, y Aang se dio cuenta de su error. Afortunadamente, ni Zuko ni Azula parecieron notarlo, demasiado concentrados en la misión que les esperaba—. Er... Sabishi, quédate aquí con Appa.

Minutos después, Aang estaba listo para hacer que Azula se tragara sus palabras. Fue una caminata increíblemente difícil por la montaña, la tormenta de nieve había aumentado y amenazó con empujarlos a todos fuera de la ladera de la montaña. El frío se filtró a través de su ropa, y por la ferocidad del viento, Azula no pudo mantener viva una llama de calor decente. Aang se preguntó cómo podía hacer tanto frío en los primeros días del verano y pensó que podría tener que ver con la espiritualidad del templo.

Eventualmente, el Templo Avatar apareció a la vista. Primero divisaron la cresta superior, como un faro, tenía forma de diamante y estaba tallada en una piedra que parecía de hielo. Los techos se inclinaban hacia abajo formando figuras de lirios apilados uno encima del otro. Las campanas resonaron al viento, decoradas con un patrón pintado para repeler a los espíritus malignos. Subieron el resto del camino por una brillante escalera de hielo, y fueron recibidos por unas pesadas puertas que también estaban talladas en el hielo que custodiaban la entrada al templo.

—Hmm... Probablemente deberíamos encontrar otra manera de entrar —dijo Aang. Después de pensar un momento, le pasó su bastón a Azula y se echó a Zuko por encima del hombro antes de que pudiera gritar en protesta y saltó al techo. El chico soltó un grito de indignación que fue sofocado por la ventisca y Aang volvió al suelo para hacer lo mismo con Azula, pero ella dio un paso atrás.

—Ni siquiera lo pienses —dijo, adoptando una postura defensiva, con un dedo extendido hacia él mientras agarraba su bastón con la otra mano.

—¿Prefieres quedarte aquí y morir congelada?

Ella resopló y se enderezó.

—No. —Sin perder tiempo, Aang la cargó sobre su hombro como había hecho con Zuko y saltó hasta el techo donde la bajó y ella casi resbaló— ¡Sabes, pensé que los Maestros Aire eran más delicados!

—Miren, encontré una manera de entrar —dijo Aang, ignorándola y quitando el bastón de sus manos. A un lado del templo había contraventanas de color azul oscuro, que Aang intentó débilmente abrir. Habían sido congeladas y cubiertas con una capa de escarcha que Azula derritió con llamas más calientes de lo normal. Varios minutos después, con los dientes tiritando, Aang tiró de ellas nuevamente, en vano.

—Aquí, permíteme —dijo Zuko, ayudándolo. Logró abrirlas con una sola mano. Aang frunció el ceño. Echaba de menos su propia fuerza física. No le dio las gracias a Zuko. En cambio, solo saltó dentro del templo y se puso de pie ágilmente.

El interior del templo también tenía los mismos tonos azules de afuera. Mientras Zuko y Azula se arrastraban detrás de él, admiró los hermosos mosaicos con representaciones de Agua Control, interrumpidos por paneles aleatorios de hielo en las paredes. Se preguntó para qué serían.

Un momento después, escuchó pasos acercándose por uno de los pasillos adyacentes al suyo. Hizo un gesto a Zuko y Azula para que se quedaran atrás mientras Aang sostenía firmemente su bastón, preparado para enfrentar a cualquiera. Dio un cauteloso paso hacia adelante y giró en la esquina. Se sorprendió cuando se encontró a punto de chocar con una anciana.

—¿Quién eres tú? —preguntó ella, mirándolo con los ojos llenos de sospecha— ¿Qué estás haciendo en este lugar sagrado?

—Soy el Avatar. Llévame hacia Kuruk —exigió Aang, apretando su bastón. La mujer, tal vez una sacerdotisa o una de los Sabios del Agua, vestía una túnica pesada, forrada de pieles blancas y con una cofia a juego, con solapas que le cubrían las orejas. Ella se sorprendió al verlo, pero levantó una mano y lanzó picos de hielo hacia Aang. Inmediatamente después, se apartó de él y corrió, dejando a Aang para protegerse de su ataque con un muro de viento. Corrió por los pasillos gritando con su voz ronca.

—¡El Avatar está aquí! ¡El Avatar ha regresado! —gritó, alertando a todos. De todos los pasillos emergieron más ancianas, atacándolo con una capa de hielo que se adhirió a las paredes. Azula se paró frente a él y alejó los ataques con su fuego.

Frunció el ceño ante la espalda de la mujer que intentaba huir.

—Viejas tontas. ¿No se supone que deben ayudar al Avatar?

Aang gruñó en voz baja. Debería haber esperado esto.

Corrió por los fríos pasillos, esquivando los ataques de las Maestras Agua y protegiéndolos para dejar que Zuko y Azula pasaran. Aang dobló las esquinas a un ritmo rápido, buscando la entrada a la cámara de Kuruk. Pudo detenerse justo a tiempo cuando notó una nueva capa de hielo en el piso.

—Zuko, Azul… ¡Ah! —Trató de advertirles, pero los dos hermanos lo ignoraron y se dirigieron a toda velocidad hacia él, pero antes de que pudieran notar que se había detenido, Aang saltó en el aire cuando los dos resbalaron, se deslizaron por el hielo y chocaron contra la pared al otro lado del pasillo. Aang corrió detrás de ellos con cuidado, sus pies ligeros y seguros. Antes de que pudiera alcanzarlos, una mano envuelta en las pieles de la Tribu Agua se acercó a los dos y los apartó.

Mientras Aang doblaba la esquina, listo para detener a la Sabia del Agua, preparó a su bastón para luchar. Vio a la anciana agarrando a Zuko y Azula. Aang estaba a punto de blandir su arma contra ella, pero la mujer levantó una mano y lo detuvo.

—¡Espera, quiero ayudar! —dijo en voz baja—. Rápido, por aquí. —Antes de que Aang pudiera responder, ella posó su mano sobre uno de los paneles de hielo de la pared, derritiendo el frío. Una puerta apareció— ¡Adentro, antes de que las demás nos encuentren! —los apresuró.

Aang suspiró aliviado. Parecía que también había un traidor entre las filas de estos Sabios.

—Soy Yugoda, una Sabia del Agua —dijo la mujer, revelando un rostro amable y anciano. Su cabello gris estaba recogido en interminables trenzas. Algo en su nombre le sonaba familiar, pero Aang no podía recordar dónde lo había escuchado.

—Encantado de conocerte. Soy el Avatar Aang —dijo, inclinándose—. Estos son mis amigos, Zuko y Azula.

—¿No se supone que los Sabios deberían ayudar al Avatar? —preguntó Zuko, molesto.

Yugoda bajó el rostro.

—Sí, hace mucho tiempo —respondió—. Los demás se han vuelto corruptos. Pero yo soy un pariente lejano de la esposa del Avatar Kuruk, antes de que se la quitaran. Era la hermana menor de mi abuela —dijo con una sonrisa distante.

—Me gustaría hablar con Avatar Kuruk —dijo Aang.

—Supuse que venías por eso —respondió Yugoda—. Por aquí, por favor. —Los condujo a través de un túnel de hielo y por una escalera desigual que conducía hacia arriba, al interior del templo. La cámara del Avatar Kuruk estaba cerca, podía sentirlo.

—Mi padre me dijo una vez que las Maestras Agua no estaban entrenadas para luchar. ¿Qué pasa con estas Sabias del Agua? —preguntó Azula con el ceño fruncido.

—Somos la única excepción a esa regla —dijo Yugoda—. Fuimos enviadas aquí para proteger el templo de Avatar Kuruk, ningún hombre habría aceptado el trabajo. Todos ellos están demasiado ocupados luchando en esta guerra. Pero me ofrecí como voluntaria y me mudé aquí desde la Tribu Agua del Norte.

Zuko lanzó un silbido.

—¿Te ofreciste como voluntaria? ¿Por uno de tus antepasados?

—Nací y crecí en la Tribu Agua del Norte —explicó Yugoda—. Pero siempre quise usar mi Agua Control para luchar, en lugar de solo para curar. Ser una Sabia del Agua me ayudó a convertirme en lo que siempre quise ser —dijo, dándoles una sonrisa amable.

Azula resopló con algo parecido a una burla.

—Todo está tan mal aquí. Tu gente reduce sus propias fuerzas a la mitad al prohibir a las mujeres luchar. Nunca pude entender esas reglas.

Yugoda se encogió de hombros.

—Esa ha sido la tradición entre nuestra gente durante mucho tiempo. La princesa de la Tribu Agua del Sur ha estado haciendo grandes esfuerzos para que las mujeres puedan aprender todo tipo de Agua Control —explicó Yugoda con orgullo—. Ella es realmente una inspiración para las mujeres de la Nación del Agua en todas partes.

Aang arqueó una ceja, preguntándose quién sería esa princesa. ¿Yue? Si en verdad es ella, creo que sería justo el tipo de persona que haría eso. Bueno, bien por ella. Tal vez pueda encontrarme con ella, algún día...

De repente, antes de que la conversación pudiera continuar, el estrecho túnel se abrió en una amplia cámara de hielo. Había obras de arte antiguas de la Tribu Agua, exhibidas en las paredes, que mostraban el poder de los Maestros Agua, grabadas en pieles de animales estiradas y curtidas. En la otra pared, Aang vio una gigantesca puerta azul que estaba cubierta de hielo, manteniéndola congelada. Yugoda fue la primera en acercarse.

—Muchos lugares en la Nación del Agua solo son accesibles para los Maestros Agua —informó, colocando una mano sobre la puerta congelada. El hielo se derritió bajo su toque—. Date prisa, Avatar. Entra antes de que vengan las otras Sabias. Seguramente llegarán aquí pronto.

Con la ayuda de Zuko, abrió la gran y pesada puerta. Y entró.


Sokka irrumpió en el Templo del Agua, frenético y decidido.

—¿Dónde está el Avatar? ¡Sé que está aquí! —gritó mientras las Sabias del Agua se apresuraban a entrar en la cámara principal. Cayeron de rodillas a sus pies.

—Príncipe Sokka, no esperábamos su llegada —dijo uno de ellos.

—¡Díganme dónde está el Avatar! ¡Sé que está aquí! —gritó Sokka. Pasó su vista sobre ellas, muy brevemente, en busca de un rostro familiar en busca de la distintiva cabellera de alguien a quien conocía, pero no tenía tiempo para eso. Tenía que asegurarse de que el Avatar estuviera en sus garras antes de que Bato llegara.

—Lo-lo siento, lo perdimos en el templo —dijo la mujer.

—¿Dónde? —demandó.

—¡Probablemente está en camino a ver al Avatar Kuruk ahora mismo!


En ese momento, sin que Aang lo supiera, la luz del sol brilló sobre el cristal en el ángulo justo, dirigiendo un haz de luz a la estatua, a la frente del Avatar Kuruk. El solsticio de verano había llegado.

Aang abrió los ojos cuando la espesa niebla se disipó a su alrededor. Todo lo que podía ver era un extenso páramo, blanco y nevado. La nieve caía suavemente, enredándose en su escarpada cabello, que cada día crecía más. Una ráfaga de viento sopló frente a él y el Avatar Kuruk apareció. Tenía exactamente el mismo aspecto que la última vez que Aang lo había visto: joven y vestido por completo con las ropas de la Tribu del Agua, incluso llevaba la cabeza de un oso polar como máscara.

—Encantado de conocerte al fin, chico —dijo Kuruk—. Hay algo importante que necesito decirte.

—¡Espera! —lo detuvo Aang rápidamente— ¿Qué quieres decir con "encantado de conocerme al fin"? Ya nos conocíamos.

El rostro bronceado de Kuruk se llenó de confusión.

—¿En serio?

—¡Sí! ¡Tú, Yangchen, Roku y Kyoshi fueron los que me enviaron a este lugar! Quiero volver a casa! —gritó Aang, siendo incapaz de reprimir su ira. Encontrarse con una versión de Kuruk que no lo reconocía, o, al menos, esta versión de él, era una eventualidad que no había esperado. No podía haber venido hasta aquí para nada...

—Lo siento... pero ¿qué estás balbuceando? —preguntó Kuruk, rascándose la cabeza con su mano enguantada.

—¡Ustedes me enviaron a este mundo! —bramó Aang— ¡Quiero volver a casa, necesito ayudar a mis amigos! Echo de menos a Sokka, a Toph y a Katara… —En cuando mencionó sus nombres, su cuerpo se agitó y sollozó. Cayó de rodillas en la nieve. Esto no podía estar pasando... ¿podría este Kuruk también ser alguien diferente?

—Lo siento... pero no tengo ni idea de lo que estás diciendo —admitió Kuruk, y Aang supo que estaba siendo tan sincero como él mismo lo había sido—. Me gustaría poder ayudar... pero hay algo más que necesito decirte.


Varios de sus soldados lo siguieron mientras Sokka entraba en la sala. La Maestra Fuego del Avatar y el otro chico de la Nación del Fuego intentaron detenerlo, así como la anciana Maestra Agua, pero sus soldados los detuvieron rápidamente y los encadenaron a los pilares de hielo del centro de la sala. Sokka patrullaba frente a la gigantesca puerta que conducía a la cámara de Kuruk, furioso e impaciente.

—¿Por qué no se abre? —gruñó mientras sus soldados tiraban de la puerta.

—El Avatar Kuruk nos prohíbe la entrada —dijo una de las otras Sabias del Agua. Todos ignoraron deliberadamente a la traidora que había entre ellos.

—Me alegro de volver a verte tan pronto, príncipe Sokka.

El príncipe caído se congeló.

—¿Qué quieres, Bato? —preguntó al hombre entre dientes, negándose a girarse para enfrentar su mirada.

—He venido a recibir al Avatar —dijo, y, sin siquiera mirar, Sokka supo que Bato tenía una sonrisa triunfal en la cara—. Tal vez incluso te ayude a hacerlo. Espero que no hayas olvidado las técnicas de caza que aprendimos con tu familia. Como una manada de lobos. Confío en que tu tiempo en el exilio no te haya hecho olvidar incluso eso.

Sokka se volvió hacia él, apretando los dientes.

—Tú no eres mi familia, Bato.

—¡Ninguno de ustedes pondrá sus manos sobre Aang! —gritó la Maestra Fuego—. Es más fuerte que todos ustedes. No lo detendrán.

—Me gustaría ver eso —dijo Bato, mientras más de sus soldados entraban en la cámara.


Aang frunció el ceño desde su posición en la nieve, secándose las lágrimas con rabia. Se sentía frustrado por haber dejado salir aquellas lágrimas. Ya no lloraba nunca. Enderezó la espalda en cuanto oyó a Kuruk mencionar algo que debía decirle a Aang.

—Suéltalo.

Kuruk frunció el ceño.

—Sé que sonará difícil, pero sé que puedes hacerlo... ¿Estás listo?

—Sólo dímelo. Eso es lo que siempre hacía Roku —dijo Aang con cansancio—. Era tajante en ese tipo de cosas.

Kuruk frunció el ceño.

—Está bien... No sabía que Roku había hablado contigo... Pero al final del invierno te espera algo terrible. Hay una segunda luna, la Luna de Seiryu, que aparecerá en el cielo sobre nuestro mundo. El poder de los Maestros Agua se fortalecerá mucho más de lo que suele hacerlo cada mes.

—Así que tendré que dominar los cuatro elementos y derrotar al Señor del Agua antes de que eso pase, ¿verdad? —preguntó Aang, con los hombros caídos.

—Al Emperador del Agua —corrigió Kuruk—. Pero sí, tendrás que hacerlo. No te preocupes demasiado, ya has dominado los cuatro elementos muchas veces en tus vidas pas...

—Ya los he dominado una vez —dijo Aang, interrumpiendo las palabras del Avatar del Agua—. Puedo hacerlo de nuevo.

—Lamento hacerte pasar por esto, Aang. Pero puedes derrotarlo y salvar el mundo. Lo sé.

—¿Cómo puedo hacer eso cuando ni siquiera pude salvar mi propio mundo? —gritó Aang de repente, poniéndose de pie—. Les fallé a mis propios amigos. No derroté al Señor del Fuego a tiempo antes del Cometa de Sozin y todos los que conocía y amaba murieron... ¡Y todavía estaría con ellos si no me hubieran enviado a este mundo donde todo está al revés! ¿Cómo esperas que lo haga de nuevo? —Cada centímetro de su cuerpo dolía, pero se sintió más ligero. Era agradable desahogar sus frustraciones con alguien.

—¡No sé de qué estás hablando! —gritó Kuruk en respuesta— ¡No fui yo quien te envió aquí!

Aang apretó los puños.

—¡Fueron todos ustedes! No puedo creer esto... debes ser un Kuruk diferente, entonces... —Aang cayó de rodillas, en signo de derrota—. Nunca podré volver a casa...

—No lo entiendo. ¿Qué te ha pasado? —preguntó Kuruk— ¡Date prisa, no nos queda mucho tiempo!

—En mi propio mundo, la Nación del Fuego lo gobernaba todo —comenzó Aang, tragándose su dolor. No se perdonaría a sí mismo si volvió a titubear o a tartamudear mientras hablaba con Kuruk—. El Cometa de Sozin llegó, fortaleciendo a los Maestros Fuego hasta el punto en que fueron imparables. Tomaron el control sobre el mundo, pero mis amigos y yo pudimos escapar en secreto y detenerlos. Viajé al Mundo Espiritual para curar mi Espíritu Avatar cuando me harté de la guerra, pero hablé con todas mis vidas pasadas y Yangchen me envió aquí. Ahora, estoy luchando contra los que solían ser mis amigos y me he aliado con mis antiguos enemigos... Me siento tan perdido... Y confundido... —Maldita sea. Había sonado tan débil al final, y eso lo hizo enfadar de nuevo.

Kuruk permaneció en silencio un largo rato. Aang comenzó a creer que el tiempo que les quedaba se agotaría antes de que respondiera de nuevo.

—Ya veo —dijo finalmente—. No sé qué decir a eso… —Hizo una pausa y volvió a mirar hacia la puerta—. No nos queda tiempo, pero hay soldados de la Nación del Agua afuera, esperando para emboscarte.

Aang suspiró.

—Ah, y todo es, básicamente, una repetición de otros eventos, pero al revés —añadió Aang—. He descubierto que esta línea temporal, o lo que sea, me ha llevado a través de mis propias aventuras, pero con algunos cambios...

—Hablaré con algunos de los espíritus más antiguos sobre ello —le dijo Kuruk—. Ahora mismo, voy a ayudarte a luchar contra tus enemigos. —Aang asintió y cerró los ojos—. Hasta que nos volvamos a encontrar...


Azula intentó zafarse de las cadenas que la sujetaban a la columna de hielo, pero no podía mover un músculo. Estaba irritada cuando comenzó a preocuparse por Aang. Sabía que era fuerte, pero no sabía si eso sería suficiente como para derrotar a todos estos guerreros.

Bato se paseó frente a las pesadas puertas cuando se abrieron con estruendo, chirriando contra el suelo. Sokka miró hacia arriba, enrollando pequeñas tiras de agua alrededor de sus muñecas mientras preparaba su boomerang con su otra mano y los otros guerreros tomaban posiciones de combate similares.

—¡Aang, cuidado! —gritó Zuko.

Dos orbes brillantes aparecieron desde la oscuridad de la cámara, y Zuko y Azula recordaron el poder y la grandeza del Estado Avatar con una claridad inquietante. Bato rio como si no fuera más que un simple chiste, hasta que un hombre adulto salió de la cámara en lugar de Aang. El hombre de la Tribu Agua, en Estado Avatar, levantó los brazos sobre su cabeza, derritiendo los pilares de hielo a los que estaban atados Zuko, Azula y Yugoda, dejándolos libres. Picos de hielo salieron disparados desde las paredes, y torrentes de agua se precipitaron hacia todos los que estaban en la habitación. Pero, de alguna manera, el agua no tocó a ninguno de los tres que habían estado atados hace unos segundos.

El templo entero comenzó a temblar y todos escucharon un retumbar distante en el exterior. Los guerreros, vestidos de cuero, de Sokka y Bato se volvieron y huyeron del templo, seguidos por las Sabias del Agua que trataban de convencer a su príncipe y al Comandante para que se fueran.

—¡Vamos, Zuzu! ¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Azula a su hermano— ¡Yugoda, vamos! —Los vientos soplaban a su alrededor, sacudiendo los mismos cimientos del templo. Azula estaba decidida a salir de allí aunque solo fuera para salvar su propio pellejo. Bato y Sokka se habían perdido en el caos. Yugoda los instó a seguir a las otras Sabias.

El techo del templo se desprendió y se perdió en medio de los vientos que azotaban el templo, pero Kuruk permaneció donde estaba, controlando la tormenta a su alrededor. La nieve y el frío golpearon a Zuko y Azula como si fueran látigos. La misma montaña en la que estaban tembló, lo que provocó que la nieve cayera provocando una avalancha.

—¡Si no salimos de aquí pronto, la avalancha destruirá el templo! —gritó Zuko, haciéndose oír por encima de los poderosos vientos. Estaba preocupado por Aang— ¡No podemos dejarlo aquí!

—¡Lo sé! —gritó Azula en respuesta. Cerró los ojos con fuerza, tratando de pensar en algo. Por primera vez, no se le ocurrió ningún plan. Estaba completamente indefensa y odiaba la sensación.

Ambos vieron una forma blanca en la distancia, luchando contra los vientos.

—¡Es Appa! —Zuko soltó un bramido para llamar su atención, agarrándose a las ruinas de las paredes para apoyarse. Cuando el bisonte se acercó con un rugido furioso, notaron que Sabi se estaba aferrando a la silla con sus pequeños brazos. El Avatar iba a lanzarlo a todos fuera de la ladera de la montaña.

—¡Aang nos va a matar! —gritó Azula, presa del pánico.

Tras sus palabras, la furia y la ira del Avatar parecieron haberse saciado y se apagaron. Un torbellino rodeó al Avatar Kuruk, ocultándolo de la vista de todos, pero cuando se disipó, Aang apareció en su lugar. Cayó de rodillas. Zuko y Azula dudaron en acercarse a él mientras Appa trataba de estabilizarse justo afuera del templo. La avalancha no se había detenido.

Azula intentó acercarse a él, casi tímida.

—¿Aang…? —Sus ojos dorados estaban abiertos de par en par por preocupación por él.

Aang volvió la cabeza hacia ellos, sus ojos grises y endurecidos se posaron en Appa.

—Vámonos de aquí —dijo, corriendo hacia ambos. Zuko tomó su bastón justo cuando Aang agarró la parte de atrás de sus camisas para levantarlos y saltar juntos a lomos de Appa. Se fueron volando justo cuando la ola de nieve se tragó los restos del templo, empujándolo fuera de la ladera de la montaña. La tormenta de arriba se despejó.

—Cuéntanos todo —le dijo Azula.


—¡Todas ustedes son una traidoras! —bramó Bato, intimidando a las Sabias del Agua, encargándose de ellas, mientras Sokka partía hacia los muelles de la isla, donde su barco lo esperaba—. Son blandas y débiles, ¡todas ustedes!

—¡Todo es culpa de Yugoda, señor! Ella es la traidora —suplicó una de las Sabias— ¡Déjenos ir! —Yugoda bajó la cabeza aparentemente avergonzada, aunque Bato sabía que había ayudado al Avatar de buena gana.

—¡Cállate! —le gritó Bato—. Todas ustedes serán llevadas a Aniak'to como prisioneras. Lo único que han hecho hoy es demostrar que no se puede confiar en las mujeres para manejar los asuntos del templo.

Sostuvo el tocado en forma de llama en su mano, para que reflejara la luz del cielo mientras sus guerreros se llevaban a las mujeres. Si no podía contar con la ayuda de Sokka, tendría que asegurarse de ir varios pasos por delante del príncipe.

Chapter 10: El Pergamino de los Maestros Fuego

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Libro 1: Fuego

Capítulo 9: El Pergamino de los Maestros Fuego

 

—Felicitaciones —dijo Zuko, presionando un puño cerrado en su palma y haciendo una reverencia—. Eres un Maestro Fuego.

Aang devolvió la reverencia y sonrió.

—Gracias, Sifu Zuko.

Y así, había dominado los cuatro elementos. El mundo todavía estaba en ruinas, sus vidas pasadas estaban fuera de su alcance y el Estado Avatar podría haberse ido para siempre, pero una parte de su misión como Avatar se había hecho bien. Sentía que había logrado algo, incluso si le tomó tres años hacerlo, mucho después de la fecha límite del Cometa de Sozin. Pero eso ya no importaba.

Sokka saltó del tronco caído que estaba usando como asiento para ver su sesión de entrenamiento. Se mordió el labio, como siempre, lo que significaba que se había estado guardando un comentario sarcástico.

—¿Realmente puedes decir si ha dominado el Fuego Control por completo? ¡Creí que ni siquiera eras un Maestro, Zuko!

Aang se rio pero Zuko se cruzó de brazos.

—¡Como si tú supieras, Sokka!

Katara emergió de la maleza y entró en el claro con una bolsa de cordón en los brazos, Toph pisándole los talones.

  —Oh, Sokka, déjalo en paz —dijo, y luego miró a Aang y sintió que estaba a punto de podía disparar cohetes desde sus pies— ¿Sabes qué? Creo que esto merece una celebración. ¡Aquí todos! ¡Metan su mano en la bolsa! ¡Es una sorpresa! —Les mostró la bolsa abierta, sonriendo expectante.

—Bueno, pues yo ya sé que...

—¡Silencio, Toph, no lo estropees!

Los cuatro guardaron silencio y sacaron máscaras pintadas con colores chillones, talladas a mano, una por una. Zuko incluso se encogió cuando vio la máscara de un demonio azul que había sacado, se parecía mucho a su antigua máscara del Espíritu Azul

—¿Nos conseguiste máscaras? —preguntó Aang.

—¡Sí! Hay un festival en el pueblo cercano. Creo que nos vendría bien un poco de diversión por una vez.

Zuko hizo un ruido de protesta.

—Oh sí. El Festival de los Días del Fuego. Es esa época del año, ¿no?

Aang frunció el ceño y un recuerdo olvidado flotó hasta la superficie de sus pensamientos.

—Katara, ¿es una buena idea? Fuimos a ese festival una vez y no terminó bien.

—Es una ocasión especial —dijo, poniéndose detrás de él para atarle la máscara a la cara— ¡Es el comienzo de la Era del Avatar Aang! Lo cual, si me lo preguntas, merece un momento de celebración. Insisto.

Aang no tuvo el corazón para recordarle que el simple hecho de dominar los elementos no lo convertía en un Avatar completamente realizado, pero fueron a la aldea de todos modos.

A pesar de ser una colonia, se sentía como si hubieran entrado en la misma Nación del Fuego. Una fiesta de colores asaltó sus miradas, banderas y estandartes y llamas que ardían con diferentes tipos de polvos que formaron un arcoíris. Ciudadanos de todas las edades pasaban apresuradamente con serpentinas o bengalas en las manos y máscaras en la cara, riendo y vitoreando como si el mundo fuera de su ciudad no hubiera cambiado en absoluto. Había fideos cocinados en puestos callejeros y Aang captó el olor a especias a través de la máscara. Tuvo que esquivar a un dragón barbudo que bailaba por las calles, su pintura dorada brillaba a la luz del fuego de las linternas. Pasaron junto a una función de marionetas y espectáculos de Fuego Control, aunque lo más sorprendente de todo fue que supieron que los actores de la Isla Ember se habían convertido en una compañía ambulante, pero se mantuvieron alejados de esa actuación.

Sokka y Zuko compartieron una bolsa de copos de fuego, pero en su mayor parte, el Equipo Avatar no se unió a las celebraciones. Disfrutaron del anonimato, eran cinco fantasmas paseando entre la gente, mirando y deseando tiempos mejores. Encontraron un banco en las afueras de la ciudad, lejos del corazón de la multitud, desde donde tenían una vista decente de la antorcha ceremonial encendida en el centro de la ciudad y del cielo nocturno despejado. Después de que se encendió la antorcha, donde colocaron retratos y ofrendas de fuego al Señor del Fuego Azula y al Rey Fénix Ozai, los fuegos artificiales silbaron y estallaron en el cielo. Los sonidos de explosión hicieron que Toph se pusiera rígida a un lado de Aang, amontonados juntos como estaban todos, y él entrelazó su mano con la de ella para calmarla.

Ella soltó un gruñido.

—No sé qué tienen de especial los fuegos artificiales —dijo—. No son diferentes de las explosiones de las bombas normales para mí.

Aang quería decirle que tenía razón, pero para Katara era importante que al menos intentaran disfrutar de los pequeños placeres como este. Seguir sonriendo incluso cuando doliera.

Todos guardaron silencio, apoyándose el uno en el otro mientras admiraban el cielo. Ignoraron cuando alguien se acomodó o se tembló o jadeó, y simplemente sostuvieron sus manos con más fuerza en respuesta. El banco era lo suficientemente grande para que los cinco se sentaran uno al lado del otro. No había lugar para Suki o Haru o Iroh o cualquier otra persona que debería haber estado allí con ellos para celebrar el comienzo de una nueva era, a quienes extrañaban tan fervientemente sin importar cuánto tiempo hubiera pasado. Los historiadores solo registrarían aquel día como cualquier otro en la era del Rey Fénix.

Detrás del anonimato que ofrecía su máscara, Aang por fin pudo dejar que las lágrimas cayeran mientras las explosiones iluminaban el cielo.


Aang se despertó de golpe, con los ojos muy abiertos por el miedo mientras el sudor corría por su rostro. Su cabello oscuro se le pegaba a la cabeza, húmedo de sudor. Su respiración agitada salía en largos jadeos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Azula, sorprendiéndolo. Aparentemente, se había quedado dormido bajo el sol en la parte trasera de la silla de Appa. El viento hacía que su capa se levantara sobre su cabeza y le hacía cosquillas en la cara. Aang la empujó hacia abajo y se frotó los ojos, aflojando sus tensos músculos con un suspiro.

—Fue sólo un mal sueño—dijo. Se sentó contra el costado de la silla de Appa, dejando que Zuko dirigiera al bisonte por un rato. Su viaje al Templo de Kuruk los había hecho, esencialmente, tener que comenzar su viaje de nuevo, volviendo a las Islas Exteriores de la Nación del Fuego mientras fijaban su rumbo hacia la Ciudad Dorada. Aang consideró brevemente cambiar de rumbo hacia el Reino Tierra, pero Zuko le había informado que la ruta probablemente sería peligrosa, porque tendrían que seguir la línea de la costa del Reino Tierra hasta los confines del norte, y la mayor parte probablemente estaría bajo el control de las Tribus del Agua.

—Has estado teniendo muchos de esos bastante seguido últimamente —señaló Azula, cruzando los brazos y mirándolo con curiosidad.

—¿Qué, estás preocupada por mí? No es nada —dijo, restándole importancia con un gesto de la mano.

—Estar preocupado de fallarle al mundo entero y que se inunde por completo el día de la Luna de Seiryu, destruyendo toda la civilización tal y como la conocemos, ¿verdad? —preguntó, su voz precisa y calculadora. Aang la miró con los ojos muy agrandados, su boca ligeramente abierta. Incluso Zuko detuvo a Appa por un momento para mirarla.

—Ajá, sí, claro —tartamudeó Aang. El momento incómodo pasó y Appa siguió volando.

—Aun así... debe ser muy difícil y abrumador tener que aprender los cuatro elementos antes del final del invierno… —dijo Azula. ¿Qué estaba insinuando?

—Sí, y no estás ayudando —dijo Aang, poniendo los ojos en blanco.

—Y, sorprendentemente, no pareces estar muy nervioso por eso. Pero obviamente pude deducir que has estado siendo atormentado por tus pesadillas. Estás escondiendo tus sentimientos. ¿Qué nos estás ocultando? —Ella se había ido acercando hacia él con cada frase, sus ojos agrandándose poco a poco. Desesperada por información. Aang se apretó contra el borde de la silla de Appa—. Tiene que haber algo más aparte de todo este asunto de la “Luna de Seiryu”.

Vaya, es muy perceptiva. ¡No se le escapa nada!

—Te equivocas. Estoy bien —le dijo Aang, levantando las manos en una posición defensiva. Su rostro estaba incómodamente cerca del de él.

—Bueno, supongo que, como lo necesitas tan desesperadamente, puedo enseñarte algo de lo que sé sobre el Fuego Control —dijo, alejándose de él y volviéndose a sentar. Ella hablaba con un tono condescendiente, como si le estuviera haciendo un gran favor y eso la molestara.

Aang vio la oportunidad de alejarse de aquel terreno peligroso y la aprovechó.

—Claro, eso estaría... bien.

—¡Muy bien, está decidido entonces! —dijo, sonriendo. Claramente tenía algún tipo de motivo oculto, pero Aang estaba demasiado aliviado para pensar en eso en este momento—. Zuzu, aterriza a este bisonte. Vamos a darte una lección rápida de Fuego Control.

Aang no sabía por qué no se atrevía a decirle a Azula que no era así como se suponía que debían ser las cosas. No creía que pudiera confesárselo, ni a ella ni a Zuko, que la Nación del Fuego gobernaba el mundo en otro lugar, que ambos lo habían perseguido y que su enemigo, el Príncipe Sokka, era en realidad su mejor amigo. ¿Podría decirle que no podía dejar de verla como alguien malvada?, ¿que la veía como alguien que había intentado cazarlo a él y a sus amigos? ¿Podría decirles que su padre era un tirano despiadado? ¿Le creerían? ¿Lo rechazarían?

Espera, se detuvo Aang. ¿Por qué le importaba siquiera conseguir la aceptación de Azula?

Más importante aún, se preguntó si incluso sería capaz de controlar el fuego. Cuando descubrió, por primera vez, que no podría regresar a casa fácilmente, trató de controlar los otros elementos además del aire, sin suerte. Casi parecía haber una especie de barrera mental que no podía atravesar por mucho que lo intentara. A veces, se había preguntado si siquiera tendría la habilidad para controlar los demás elementos... pero luego recordó que había podido acceder al Estado Avatar. ¿Recibir una lección informal le ayudaría a "volver a aprender" la información? ¿Qué iba a hacer si no lo lograba?


Aang miró largo y tendido el lugar que Zuko había considerado apropiado para su rápida lección de Fuego Control. Se situaron en una gran parcela de terreno blando y cubierto de musgo en un claro que formaba parte de una selva más amplia y salvaje, no muy diferente a la que había cerca de la aldea Zuko y Azula. Aang no estaba muy preocupado por haber perdido su control sobre el fuego; una vez que recordara como avivarlo, asumió, podría controlarlo como solía hacerlo. Además, si algo salía mal, había un pequeño estanque cerca. Estaban a una distancia considerable del bosque, que estaba justo al otro lado del estanque, y un risco rocoso los protegería de ojos curiosos. Zuko sospechaba que ningún Maestro Agua había estado aquí en algún tiempo, porque el suelo no se había secado como producto de sus ataques.

Aang se preparó para su primera lección con Azula. Se encontró preguntándose cómo se compararía con las lecciones de Katara, Toph o Zuko.

—Comenzaremos haciendo una bola de fuego en nuestras manos, así —dijo la chica, extendiendo su palma hacia arriba. Una llama bailó en su mano como una linterna en una noche oscura. Era una habilidad muy común y sencilla. Aang lo sabía por experiencia, a pesar de que había tenido varios problemas cuando lo intentó por primera vez. Extendió la mano como lo hizo ella, pero no ocurrió nada. De todos modos, no había esperado que sucediera. Ya había intentado antes.

—Ni siquiera me estás diciendo cómo…

Ella lo interrumpió con tono cortante.

—¡Haz una llama!

Aang puso los ojos en blanco.

—¿Pero cómo...?

—¡Hazlo!

Zuko, que miraba desde lejos, se rio.

—Tienes que estar bromeando —murmuró Aang. No es una buena maestra en absoluto—. No puedo hacer un fuego. Tienes que decirme cómo.

—Eres tan inútil. El fuego viene de la respiración —dijo, poniendo los ojos en blanco, y Aang supo de inmediato la verdadera razón por la que se había ofrecido a enseñarle lo que sabía. Estaba disfrutando darle órdenes y siendo la que estaba a cargo por una vez. Aang obedeció de todos modos, respirando hondo. Trató de concentrarse, pero no sabía en qué. ¡Tenía que haber algo más que estaba olvidando!

—No puedo hacerlo. Algo está mal —dijo Aang después de un momento.

—¡Zuko! —llamó lacónicamente a su hermano— ¡Consigue leña!

Zuko saltó como si su asiento estuviera en llamas.

—¿Por qué yo?

—Porque eres tú el que está mirando —dijo— ¡Ahora, ve a buscarla!

—Yo lo haré —dijo Aang, antes de que Zuko se pusiera de pie.

Aang caminó hasta el borde del bosque para buscar la leña necesaria para el fuego. Esperaba que Azula la utilizara para su lección y no por una de sus propias razones inútiles para molestarlo. Había creído que Toph era mala, pero prefería sus lecciones cualquier día antes de tener que soportar las de Azula.


El casco de madera del barco crujió mientras se mecía en las olas, y Sokka se concentró en los mapas frente a él, tratando de adivinar la ruta o la ubicación actual del Avatar. Hasta ahora, no había tenido suerte. Él era el navegante del barco y su trabajo era planificar el rumbo que tomarían, pero desde que regresó a las aguas de la Nación del Fuego no pudo encontrar ninguna pista sobre el paradero del Avatar. Distraídamente talló un trozo de madera con su cuchillo para ocupar sus manos mientras su mente trabajaba.

Actualmente navegaban a lo largo de la costa del archipiélago oriental de la Nación del Fuego. Habían salido de la isla del Avatar Kuruk con toda la velocidad posible, en un intento de seguirle el paso al joven Avatar y evitar a Bato. Parte de él tenía que admitir que estaba siendo infantil, porque Bato tenía recursos superiores que podría haber usado, pero quería demostrar que podía hacer esto por su cuenta. Sin tener que depender de su padre ni de Bato.

Comparó sus mapas con las rutas del Avatar que había registrado anteriormente, tratando de encontrar un patrón. Sus movimientos parecían casi aleatorios, revoloteando de una isla a otra, con avistamientos tanto en el cielo occidental como en el oriental. Se le había visto en la Isla de la Creciente y en Jie Duan, en el continente. En última instancia, su destino parecía estar en algún lugar del norte, un lugar fortificado y seguro, como la Ciudad Dorada. Esa era su teoría principal, pero sabía que si, de hecho, allí era hacia donde se dirigía el Avatar, tendría pocas posibilidades de capturar al chico una vez que estuviera bajo la protección de la ciudad. Suponiendo que el Avatar retomara esta ruta tras el desvío al Templo de Kuruk, el archipiélago oriental era la parte más cercana de la Nación del Fuego desde allí, y por lo tanto donde debía haber hecho su primera parada de nuevo. Era una apuesta arriesgada, debía admitir Sokka, pero se sentía confiado

El Maestro Aire nunca se quedaba en el mismo lugar dos veces.

Tendía a evitar las ciudades y pueblos bajo el control de la Nación del Agua. Y cuando los iba, causaba suficiente alboroto como para hacerse notar, como en los laboratorios de alquimia.

Pronto tendría que buscar provisiones. Sokka buscó en sus mapas el puerto neutral más cercano en el archipiélago oriental y sonrió para sí mismo cuando vio uno. La Isla Kakili, conocida por su revoltijo de muelles y selvas donde los antiguos templos y sistemas de cuevas de la Nación del Fuego yacían en ruinas, se decía que estaban malditas, los espíritus estaban furiosos por los siglos y siglos de exploradores que profanaban su santidad. A pesar de ser una ciudad portuaria, la Nación del Agua tenía poco interés en ella, en parte por aquella superstición, pero la razón predominante era la incómoda alianza con las flotas piratas de la zona que frecuentaban la isla.

Sokka fue sacado de sus pensamientos por un fuerte golpe en la puerta de madera. El repentino sonido, hizo que su mano se resbalara y se cortara el pulgar con el cuchillo.

—Adelante —dijo, dejando escapar un siseo con los dientes apretados. Se sacudió el dolor de la mano y se chupó la herida.

Su abuela entró con una expresión triste en el rostro.

—Príncipe Sokka, tenemos que arribar a un puerto.

—Estoy de acuerdo —dijo—. A la Isla Kakili. Está cerca. El Avatar tiene que estar allí.

—Sí, pero... me he quedado sin ingredientes para mis galletas y quería hacer algunas para la tripulación...

Sokka examinó su mano para asegurarse de que la sangre se había ido y miró la pieza de madera que había tallado. No había prestado atención a la forma que estaba tallando, pero se parecía un poco a un oso o un pez, lo suficientemente pequeño como para caber en la palma de su mano.

—No quiero detener mi misión para encontrar al Avatar por tus galletas.

—Pero es importante. ¡Algunos necesitan uno que otro postre por aquí! —dijo la anciana—. Será mi regalo para la tripulación por trabajar tan duro.

—¡Dije que no, no podemos! Si vamos a capturar al Avatar en la isla Kakili, tengo que tenderle una trampa. No hay tiempo suficiente para ir de compras... por muy tentador que sea.


—No puedo creer que me convenciste de hacer esto —dijo Sokka con el ceño fruncido, mirando a su tripulación cargar toneladas de recuerdos innecesarios al barco. Todo comprado a precios ridículos en un barco pirata— ¡Esto es basura!

—¡No, no lo es! Ahora tengo muchos ingredientes nuevos para mis galletas —protestó su abuela poniendo las manos en las caderas. Ella lo miró, sus arrugas muy pronunciadas con un ceño fruncido—. También están mis materiales de costura y mis pergaminos para leer. ¡Pero tuve mucha suerte de encontrar esas nuevas y raras piezas de Pai Sho! Oh, y mira esto —dijo, levantando un pequeño silbato blanco—. Tiene la forma de algún animal, pero parece estar roto...

—Todas esas son cosas inútiles de anciana que no necesitamos —refunfuñó Sokka, cruzándose de brazos. Su ojo captó un atisbo de algo rojo y dorado que sobresalía de una de las cajas cuando pasaba junto a él y lo sacó del resto de las chucherías inútiles: un pergamino de Fuego Control. Se mordió el labio y sonrió cuando una idea se formó en su mente—. Esa chica que viaja con el Avatar es una principiante en el Fuego Control, ¿verdad? Y a él nunca lo hemos visto usar otra cosa que no sea Aire Control, aparte de su Modo Súper Resplandeciente. —Tenía la sensación de que esa cosa suya, cuando sus ojos y sus tatuajes brillaban, tenía otro nombre, pero su principal preocupación cada vez que eso sucedía era salir corriendo de allí en lugar de averiguar qué era realmente— ¿Crees que les podría gustar este pequeño regalo?


Para cuando volvió, Zuko tenía una especie de pira para fogata lista, por lo que Aang arrojó las ramitas adentro. Azula lo encendió fácilmente con un rastro de fuego desde sus muñecas. Los hermanos se sentaron junto al fuego.

—Estoy listo para intentarlo de nuevo —dijo Aang. Se paró junto al fuego y respiró hondo.

Azula lo imitó.

—Escucha, Aang… —dijo. Los ojos de Aang se abrieron con sorpresa. ¿Estaba a punto de disculparse? Azula y las disculpas no iban bien juntas. Le ponía nervioso verla actuar de forma tan humana, incluso ahora, cuando finalmente la estaba conociendo mejor. Ella respiró hondo—. Lamento haber sido demasiado dura contigo antes. Realmente no intentaba enseñarte nada sobre el Fuego Control. —Mientras decía esto, Zuko captó la mirada de Aang y sonrió. Entonces, esto es obra de Zuko, pensó Aang, elogiándolo por dentro. Después de todo, parecía que tenía alguna influencia sobre su hermana menor.

—Está bien —dijo Aang—. He tenido una buena cantidad de profesores bastante duros. —Pensó de nuevo en sus primeras lecciones de Tierra Control con Toph. Ahora, supuso que Azula todavía estaba afectada por haber perdido el tocado de su madre, pero tenía una fuerte sospecha de que Sokka fue quien, de alguna manera, lo había tomado.

—Bien —dijo Azula rápidamente, como si estuviera decidida a olvidar que se había disculpado—. Continuaremos la lección ahora. Con una llama encendida para que intentes controlarla, así debería ser más fácil. —Puso su mano cerca del fuego y las llamas crepitantes se acercaron a ella, moviéndose a su voluntad—. Tienes que sentir el calor del fuego fuera y dentro de ti. Tienes que desear controlarlo. Los Maestros Fuego saben que todo tiene que ver con el control —explicó. Con un leve movimiento de su mano, un poco del fuego de la fogata se dirigió hacia ella, descansando en su palma—. Ahora, inténtalo tú.

Y luego, todo cobró sentido para él. Tan pronto como Azula dijo esas palabras y vio la llama posarse en sus manos, algo pareció hacer clic dentro de su cabeza. Un recuerdo lejano había resurgido, y, de repente, recordó cómo controlar el fuego y los conceptos básicos del Fuego Control. Fue como si una barrera en su mente se hubiera despejado. Descubrió que aún no podía recordar varios de los movimientos más complicados, pero ahora el Fuego Control parecía tan simple. En lugar de tomar la llama de la hoguera en su palma, Aang lanzó un puño al aire, dejando escapar una pequeña ráfaga del elemento.

Zuko retrocedió, sorprendido, e incluso Azula se alejó un paso de él.

—¿Qué fue eso? —preguntó la Maestra Fuego.

—¡Vaya, resulta que Azula es una buena maestra después de todo! —exclamó Zuko, con la conmoción escrita en todo su rostro.

—¿Cómo pudiste hacerlo tan pronto? —preguntó Azula. Su mirada llena de sospecha. No le gustaba que la sorprendieron.

—Supongo que eres una gran maestra —dijo Aang con una sonrisa torcida, en su opinión—. Gracias, Sifu Azula.

—Estuviste conteniéndote todo el tiempo —dijo Azula, ignorándolo—. Eso es lo único que puede explicarlo.

—El Avatar es el mejor Maestro del mundo, ¿no es así? —preguntó Zuko—. Es razonable que pueda controlar el fuego con tanta facilidad. —Aang se descubrió a sí mismo apreciando el hecho de que Zuko lo defendiera.

—¿Qué más puedes hacer, Avatar? —preguntó Azula— ¡Quiero ver si eso fue solo una casualidad! —Usó ambas manos para convertir la fogata en una bola, levantando las manos en el aire y empujando las palmas hacia afuera, enviándola hacia él. Un reflejo puro llegó a Aang y clavó los dedos en el fuego, separándolo en dos direcciones diferentes. Aang se sentía fortalecido por la luz del sol en su espalda, una sensación lejanamente familiar.

Aang sonrió. Si lo que quieres es un desafío, lo conseguirás, pensó con picardía.

Decidió realizar su primer movimiento de Fuego Control contra ella. Sostuvo una pequeña llama sobre su cabeza y dobló las rodillas. Dejó que el fuego resbalara fuera de sus manos para que se extendiera y luego lo dejó crecer, creando un anillo de fuego a su alrededor. Sin embargo, en lugar de quemar su mano, Azula rápidamente lo cortó por la mitad. Corrió hacia él con su siguiente ataque, su puño envuelto en llamas. Ella le lanzó un puñetazo, pero Aang bloqueó el brazo de Azula con el antebrazo. Por un momento, los ojos gris tormenta se encontraron con los ojos ambarinos, pero Aang se agachó cuando ella le lanzó otro puñetazo a la cara.

El fuego cobró vida entre sus dedos cuando usó su velocidad superior para ponerse detrás de ella, listo para atacar de nuevo, pero ella se inclinó, torciendo la pierna hacia arriba para patearlo en la barbilla con la planta del pie. Afortunadamente, no estaba usando su Fuego Control en ese momento, pero aun así tiró a Aang al suelo. Se frotó la barbilla cuando Azula se dio la vuelta, levemente sorprendida por su suerte.

—Eso fue un movimiento bastante flexible —dijo Aang, sentándose con el ceño fruncido—. Si hubiera usado mi Aire Control, habrías perdido.

Azula sonrió.

—Sí, lo sé, pero ese no era el punto de nuestra pequeña sesión de entrenamiento, ¿verdad? Simplemente no estás a la par conmigo todavía en el Fuego Control. Lástima. Vuelve a intentarlo la próxima vez.

Aang levantó una ceja

—Chicos, dejen de pelear —dijo Zuko, reprendiéndolos como si fueran niños—. Estaba revisando nuestras cosas, y nos hemos quedado sin suministros. Tenemos que encontrar un pueblo y comprar más.

Aang recogió su bastón y caminó hacia la salida del claro con una pesadez en sus pasó que no estaba allí antes. No podía encontrar la razón, pero el hecho de que Azula estuviera presumiendo le resultaba algo irritante.

—Está bien vamos.


Su ruta los había llevado cerca de una destartalada ciudad portuaria compuesta por una serie de muelles entrecruzados que se extendían hacia el mar desde la jungla que ocupaba la mayor parte de la isla. Las casas flotaban en la superficie del agua o se elevaban sobre las tablas de madera sobre los muelles, con enormes hojas de palmera sobresaliendo de la parte superior de los techos de paja. Además de las casas flotantes, los barcos mercantes atracaban en las afueras de la ciudad y vendían sus mercancías directamente en las cubiertas y bajo el sol. Los vendedores ambulantes gritaban para que la gente subiera a bordo y examinara la mercancía. En general, la ciudad hacía que Aang pensara en una combinación entre el pueblo pesquero de Jang Hui y la Isla Ember.

No volvió la vista a la clara agua del mar mientras caminaban por encima de ella, no admiró el suave oleaje o el balanceo del bosque de algas bajo sus pies. Se le había ocurrido a Aang que aquí, no era más fuerte de lo había sido cuando tenía esa edad en su mundo, y le hizo preguntarse qué podría haber cambiado en su mundo si hubiera sido más fuerte y más dedicado con su entrenamiento desde el principio. No había podido seguirle el ritmo a Azula con el Fuego Control. ¿Fue porque ahora era más joven? Tenía quince o dieciséis años (habían perdido la noción del tiempo) antes de llegar a este mundo, era un Maestro de los cuatro elementos. Le había tomado demasiado tiempo lograrlo esa vez, pero ahora podía entrenar más duro. Ser más inteligente. Podría convertirse en un Avatar más fuerte. Tal vez eso supondría una diferencia esta vez.

—¡Hey, niños! —les gritó un vendedor ambulante, llamando su atención. Aang se volvió para ver a un hombre pequeño y enjuto que lucía tan sospechoso como todos los demás en la ciudad portuaria, tratando de atraer clientes para su tienda en el barco detrás de él— ¡Vengan a esta tienda! ¡Tenemos todo tipo de cosas exóticas e interesantes!

—¿Quieres ir, Aang? —preguntó Zuko, volviéndose hacia el chico. El vendedor de la tienda se acercó y puso su brazo alrededor de Aang, e inmediatamente el niño fue asaltado con su aliento pútrido y maloliente. Estos tipos no eran un buen augurio.

—Ustedes no son piratas, ¿verdad? —preguntó Aang, irritado por volver a ver a estas personas en particular. Recordaba muy bien sus encuentros con ellos; había sido emocionante en su momento, pero habían podido capturar a Aang con facilidad.

—Preferimos que nos llamen “comerciantes de alto riesgo” —dijo el hombre con una sonrisita de superioridad.

—Eso he oído —dijo Aang con un suspiro—. Vámonos de aquí, chicos —Zuko comenzó a alejarse con él, pero Azula no se movió.

—Bueno, yo quiero ir —dijo la Maestra Fuego, caminando hacia el barco mientras movía la mano con desdén—. Hasta luego, muchachos.

Aang se dio una palmada en la frente y Zuko refunfuñó para sí mismo, cruzando los brazos. Para cuando los dos entraron a la tienda, Azula ya había estado viendo en los numerosos estantes. Con resignación, los dos muchachos echaron un vistazo a su alrededor. Encontró todo tipo de artículos a la venta escondidos en rincones y recovecos donde, creía, que los piratas escondieran sus cosas: joyas antiguas, estatuillas extrañas, gemas de dudosa calidad, armas ceremoniales en lugar de funcionales, pero una cosa en particular llamó su atención.

Detrás de una vitrina, un pergamino abierto que exponía una figura en tinta negra donde se mostraba un movimiento de Fuego Control, las llamas pintadas en pan de oro que parecía casi real a la luz de las linternas. El nombre del movimiento era "Embudo de Fuego", y una nota garabateada anunciaba que el resto de las formas solo se podían ver con la compra del pergamino. Debajo del pergamino de exhibición, en un estante, vio una copia enrollada, sobre un cojín de felpa como si el universo mismo le ofreciera a Aang el pergamino.

—Bien… —se dijo Aang en voz baja, agarrando el pergamino—. Está bien chicos, vámonos. Ya he visto suficiente aquí.

—No he mirado todo todavía —murmuró Azula. Dejó que ella viera un atisbo del pergamino con el emblema de la Nación del Fuego y se guardó dentro de la ropa. Sus ojos se agrandaron—. Está bien, repentinamente, he tenido suficiente de este lugar. Vamos, Zuzu.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¡Solo vámonos! —Aang lo empujó en silencio. Se quedó helado cuando el capitán pirata apareció frente a él, bloqueando su camino con los brazos cruzados. El loro sobre su hombro chilló, y Sabi, en el hombro de Aang, se escondió detrás de su cabeza.

—¿No vas a comprar nada? —le preguntó el pirata, levantando una ceja.

—Lo siento, no tenemos dinero —respondió Aang, con la cara seria, mirándolo directamente a los ojos. El pirata asintió y lo dejó pasar.

—Váyanse, entonces —dijo, haciéndoles un gesto para que se fueran. Aang exhaló un suspiro de alivio y rápidamente se bajó del bote con Azula, Zuko los siguió a un paso apresurado.

—¿Qué fue eso? —preguntó Zuko, una vez que estuvieron casi fuera de la vista del barco.

—Sigue caminando —dijo Aang.

—¡Hey, niños! ¡Vuelvan aquí! —les gritó el vendedor pirata.

—¡Corran! —les gritó Aang a los otros dos. Despegó, manteniéndose a la velocidad de Zuko y Azula, eligiendo no usar su Aire Control para impulsarse y abandonarlos. Oyó a más piratas saltando del barco y sacando armas detrás de ellos, sus gruñidos amenazantes y sus pies golpeando sobre tablas de madera más que suficiente para instar al trío a huir.

Volvió la vista hacia atrás a los piratas, Aang no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde que se estrelló contra Sokka.


Mmm... el barco del Príncipe Sokka está atracado aquí, pensó Bato con una sonrisa. Jugueteó con el tocado dorado de la Nación del Fuego entre sus dedos. Era una pieza verdaderamente hermosa, y estaba seguro que sería un excelente regalo para la joven Princesa de la Tribu Agua del Sur. Con esto, sabía, podría capturar al Avatar. Y dado que el Príncipe Sokka está aquí, el Avatar no debe estar lejos...

Una tropa de soldados lo siguió fuera de su barco.


Sokka se apretó el puente de la nariz con fastidio mientras su abuela sostenía el silbato blanco con forma de animal con admiración. Los amigos del Avatar siguieron corriendo en dirección a la selva.

—Sabes, acabo de darme cuenta —le dijo su abuela al Avatar, mirando el silbato roto con los ojos muy abiertos— ¿No tiene esto la misma forma que tu bisonte?

El Avatar se zafó del agarre de Sokka y lanzó una poderosa ráfaga de viento desde su garganta que arrancó los yelmos de los hombres de Sokka que estaban detrás de él y casi desequilibró a Sokka. Consiguió sacar el agua de debajo de los muelles en un intento de detener al Maestro Aire, pero el Avatar saltó muy alto y lanzó una bola de fuego contra el muelle. La madera ardió en llamas que separaron a Sokka de su abuela, con ella en el lado más cercano al Avatar, y aunque Sokka las apagó rápidamente, el Avatar aprovechó la oportunidad para hacer su retirada, saliendo a toda velocidad detrás de sus amigos, luciendo desde lejos poco más que un borrón de colores naranjas y amarillos.

—¡Sí, la tiene! —les gritó, respondiendo presumiblemente a la pregunta de su abuela— ¡Gracias por esto!

Sokka se detuvo un momento y se quedó mirando tras ellos, molesto por no haber tenderles su trampa a tiempo; no había esperado que el Avatar llegara tan pronto. Puso sus manos alrededor de su boca y gritó tras el Avatar.

—¡Disfruta de tu nuevo pergamino de Fuego Control!

—¿De verdad tenían que quitarme el silbato? —preguntó Kanna, haciendo un mohín.


Aang soltó una sonrisa infantil y guardó el silbato de bisonte en su bolsillo, pasando junto a la irreconocible anciana que estaba con Sokka. No le importaba haber pasado corriendo junto a su viejo amigo; sabía que Sokka se uniría a la persecución en un momento, si era tan decidido como lo era Zuko.

Los piratas continuaron persiguiéndolos a él, a Zuko y a Azula mientras corrían y giraban por toda la telaraña que formaban los muelles, pasando entre los compradores y los vendedores ambulantes con toda la prisa que podían. Los piratas que iban detrás de ellos quitaban a toda la gente fuera de su camino. Aang abrió los ojos de par en par cuando un anciano, que empujaba un carro lleno de coles, se cruzó frente a él, pero Aang saltó por encima del hombre, usando su Aire Control mientras Zuko y Azula esquivaban el lío. El anciano suspiró aliviado, pero Azula se dio la vuelta rápidamente y lanzó un arco de llamas sobre el carro, para impedir el paso de los piratas, quemando la carga de coles.

—¡Mis coles! —gritó el anciano en agonía.


Sokka, Kanna y los otros Maestros Agua piratas apagaron el segundo fuego, que bloqueaba su camino, a toda prisa, pero cuando las llamas se disiparon, el Avatar se había ido.

—Capitán Sekun, ¿cómo dejó escapar al chico? —preguntó Kanna al capitán pirata.

—¡Estaba a bordo! ¡Y lo dejaste escapar! —exclamó Sokka, volviéndose hacia él. La tripulación de la Luna de Plata era un grupo de soldados independientes de la Tribu Agua que reclamaban aldeas bajo el nombre de la Nación del Agua, incluso si, técnicamente, también eran piratas.

La voz del capitán salió ronca.

—Pensé que tenías un plan para capturar al niño. Una especie de trampa.

—Ese niño es el Avatar. Lo necesitamos —dijo Sokka—. Y sí, lo tenía, pero ¿cómo se suponía que iba a saber que aparecería tan pronto? ¡No tuve tiempo suficiente para tenerlo todo listo!

—¡Y me robó el silbato! —intervino Kanna. Todos la ignoraron.

—Podemos trabajar juntos para recuperarlo —dijo el príncipe, rascándose la barbilla—. Lo superamos en número. Tal vez no necesite un plan tan complicado.

Podría adaptarse a la situación. Esto solo sería un contratiempo menor: todavía tenían el verdadero pergamino de Fuego Control.


—Aang, me asustaste por un segundo allí. Nunca pensé que ese estúpido silbato funcionaría. ¡Apenas sonó! —dijo Zuko con alivio, refiriéndose a lo que había pasado mientras Appa aterrizaba de regreso en su campamento anterior—. Pensé que estábamos rodeados.

—Los bisontes tienen oídos muy sensibles —dijo Aang con una sonrisa, acariciando a Appa en la cabeza—. Buen trabajo amigo. —El bisonte gruñó de acuerdo.

—Echemos un vistazo a ese pergamino de Fuego Control —dijo Azula directamente, acercándose a Aang mientras luchaba para sacarlo de debajo de su ropa. Trató de mirar por encima de su hombro mientras lo desplegaba—. No me importa que se lo hayas robado a los piratas, se lo merecían —Aang sonrió para sí mismo. Katara se habría sentido orgullosa de él.

—¡Dame un poco de espacio para respirar! —se quejó Aang, pero ella no se movió. Aang suspiró y miró el contenido del pergamino. Ya podía controlar su fuego interior, todo lo que necesitaba ahora, era aprender un estilo más complejo de Fuego Control otra vez. La lección básica de Azula le había refrescado la memoria, así que, supuso que no sería demasiado difícil.

—Está bien, espera. Déjame aprenderlo primero, y luego te dejaré intentarlo —dijo Azula, alejándose un poco de Aang.

—Espera… —dijo Aang, frunciendo el ceño. El pergamino no era, ni de cerca, de la calidad que había esperado y, cuando lo abrió, vio una simple figura de palitos, toscamente dibujada en tinta negra que había manchado el resto del papel, y tenía una enorme lengua sobresaliendo de la cara. Debajo, vio un solo mensaje.

"Te engañe."

Lanzó el pergamino al aire, el papel crujió al caer al suelo.

—¡Ugh! ¡Es falso!

—¿Es falso? ¿Qué quieres decir? —preguntó Azula, frunciendo el ceño.

Aang contempló el falso pergamino con desprecio.

—Sokka nos tendió una trampa allí para atraparnos. Lo sé.

Zuko gruñó

—¿Quieres decir que hicimos todo eso por nada?

Aang jaló su propio cabello entre sus dedos, molesto y para nada sorprendido de que Sokka hubiera logrado burlarlos. Debería haberlo visto venir: el pergamino estaba en un lugar tan obvio, el cojín lo ofrecía como una tentación, y el pergamino abierto de arriba solamente estaba destinado a llamar su atención...

—Espera —dijo Aang—. Este puede ser falso, pero había un pergamino real allí. Justo encima de él, en la pared.

—No hay manera de que volvamos por ese —dijo Zuko—. Lo verán venir.

Azula apretó el puño como si se hubiera salido con la suya.—Sí, pero tuviste un buen vistazo del pergamino real, ¿verdad, Aang? ¿No puedes, simplemente, imitar lo que viste?

Aang puso sus manos en sus caderas, tratando de recordar el recuerdo.

—Bueno, era sólo una forma. El embudo de fuego. Y no sé, realmente no pude verlo tan de cerca...

Azula frunció el ceño.

—¿Hablas en serio? Un vistazo debería ser suficiente para haber captado cada pequeño detalle.

—¡Lamento que mi memoria no sea tan buena como la tuya!

Ella gruñó y le hizo un gesto con la mano.

—Ugh, bien, bien. Solo recuerda lo que puedas y trataremos de averiguarlo juntos.

Aang puso los ojos en blanco, pero obedeció. Visualizó el pergamino en su mente, solamente tratando de imitar el movimiento sin invocar al fuego. Repitió el movimiento y Azula se unió a él. Al principio se sentía torpe y algo brusco, pero con cada repetición se volvía fácil y empezó a parecerse bastante a una forma real de Fuego Control.

Esperaba que no fuera igual que la última vez, con Katara. Azula adoptó una postura sólida, girando los brazos hasta posicionándolos frente a ella por un momento, cerró los ojos y se concentró. Zuko y Aang miraron atentamente. Se apartó de Aang y abrió los ojos, que brillaban como oro bajo la luz del sol.

Lenta y firmemente colocó su mano derecha sobre la izquierda, las palmas una frente a la otra, y las apartó con un chasquido. El fuego cobró vida entre sus manos y salió disparado de sus manos como una ola, pero Aang supo de inmediato que no era el resultado que había esperado y las llamas se apagaron sin tomar forma. Azula también lo sabía. Estaba furiosa.

—Obviamente lo has recordado mal —dijo.

—¡No es mi culpa! Tú también podrías haberlo mirado. Se supone que él debe salir fuego en espiral —señaló Aang—. El fuego va en espiral hacia afuera para que otros Maestros no puedan bloquearlo fácilmente —. Era un ataque intenso y ofensivo. A Aang le resultó extraño que Azula no lo hubiese dominado a la primera; nunca habría creído que la chica pudiera fallar casi en nada—. Déjame intentarlo.

El Avatar dio un paso adelante y adoptó la postura de Fuego Control. Su rostro estaba firme y listo mientras recogía el calor dentro de él, respirando hondo. El poder de un Maestro Fuego viene de la respiración. Dio un paso adelante, giró una vez, exhaló y empujó sus brazos hacia afuera. Las llamas anaranjadas se desataron, girando en el aire en una espiral suelta que se expandió a medida que se alejaba de él. Se disiparon en el aire momentos después. Aang sonrió al sentir el calor en su rostro. Estaba un paso por delante de Azula.

—Lo conseguirás tarde o temprano —le dijo Aang.

Azula lo miró con los ojos entrecerrados.


Sus ojos ambarinos se abrieron, el fuego del campamento reflejándose en ellos. La muchacha se incorporó y echó un vistazo a sus compañeros dormidos, y con paso silencioso y seguro, se escabulló entre el anillo de árboles y se adentró en la selva, que no era muy distinta de aquella en la que había crecido.

Se alejó a una distancia segura del campamento, con la intención de ir a un lugar donde no la oyeran ni se despertarán. Se alejó lentamente de ellos y, cuando supuso que estaba a salvo, se volvió para mirar al frente y caminar a una velocidad normal, pero dio un pequeño salto cuando vio los grandes y redondos ojos de la pequeña lémur que la miraban fijamente. Sabi ronroneó.

—Silencio —siseó Azula, haciéndola salir corriendo. Reanudó sus pasos sigilosos a través de la maleza, agradecida por el grueso musgo que ocultaba el sonido de sus pasos.

No le importaba que entrenar junto a un río a primera hora de la mañana fuera probablemente una mala idea, pero estaba tan decidida a dominar ese movimiento, que no podía pensar en otra cosa. La sola idea de que Aang la superara en el Fuego Control la irritaba; ella llevaba toda la vida controlando el fuego y él acababa de empezar. Sentía que había perdido el control de la situación. Azula odiaba no tener el control de las cosas.


—¿Dónde cree que están, señor? —le preguntó el Capitán Sekun a Sokka. Estaban navegando a lo largo del río con uno de los propios botes de patrulla de Sokka mientras el barco pirata los seguía de cerca.

—Por aquí en algún lugar. Su bisonte no podría haber ido muy lejos —dijo Sokka, buscando intensamente a lo largo de los lados del río.

—¿Crees que me devolverán el silbato? —preguntó Kanna esperanzada.

—Espera un minuto... —dijo Sokka, entrecerrando los ojos mientras escudriñaba el bosque—. ¿Qué es eso? —A lo lejos, a lo largo de la costa, vio nubes de humo que se elevaban por encima de los árboles, la señal reveladora de un fuego que ardía por la madera húmeda.


El fuego brotó de los puños de Azula mientras suspiraba con frustración. ¿Por qué no podía hacer este movimiento? Lo intentó todo, pero el fuego seguía negándose a girar a su voluntad. Se suponía que debía dar vueltas hasta formar un embudo, pero ella no podía hacer que el fuego girara consistentemente. Se apartó el flequillo de los ojos con los dedos, sus cabellos volvieron a caer en su lugar. Los sonidos de las cigarras en las hojas habían comenzado a irritarla, agotando aún más su mente.

Respiró hondo e intentó el embudo de fuego tres veces en una rápida sucesión de movimientos, pero las llamas giraban por el aire y se disipaban cuando en cuanto salían de su alcance. En su cuarto intento, el viento sopló justo cuando empezaba a desatar su ataque, empujando el fuego en una dirección completamente incorrecta y prendiendo fuego a uno de los árboles. Azula maldijo. ¡Estaba dirigiendo su fuego al río por una razón!

El fuego creció rápidamente, encendiendo todo el árbol como un faro para que el mundo lo viera. Azula sujetó las llamas, tratando de controlarlas, pero el fuego se le escapó a otro árbol del manglar, prendiendo llamas a las hojas rápidamente, que eran lo suficientemente calientes para vencer la humedad. Sacó parte del fuego en un flujo constante y lo disipó en el aire, pero para ese momento, el humo llenó el ambiente. Azula tosió.

No creía que sus llamas ardieran tanto, especialmente no lo suficiente como para prender fuego a la selva. Su ira se había salido de control y lo odiaba.

—¿Dónde está ese pequeño bobo cuando lo necesitas? —dijo en voz baja. El calor la envolvió, dificultándole la respiración. Estaba cubierta de sudor. Tenía que volver con los demás y advertirles sobre el incendio y decidió que sería su prioridad. Trató de avanzar, pero una rama en llamas se interpuso en su camino, bloqueando su escape. La única forma de salir era volver sobre sus pasos, hacia el río. Estaba a punto de hacerlo cuando una gran ola de agua arrasó uno de los árboles, apagando el fuego.

Genial. ¿Podría empeorar la situación? Creo que prefería el incendio...

Adoptó una de las posturas de Fuego Control que dominaba y le dio la espalda al fuego cuando otra ola de agua se estrelló contra los árboles. Había un pequeño grupo de soldados de la Nación del Agua en las otras orillas del río, controlando las olas. Estaban tratando de no golpearla. No tuvo tiempo para pensar en eso porque unas manos fuertes rodearon su cuello. Su primera reacción fue darle un codazo en el estómago a la persona que la había sorprendido, haciéndole soltarla con un gruñido. Se volvió rápidamente para ver a uno de los piratas de antes. Una fuerte llama cobró vida entre sus dedos y golpeó al hombre en el estómago, haciéndolo doblarse. Corrió hacia el fuego, que estaba siendo apagado lentamente, pero otro pirata le bloqueó el camino. Ella usó ambas manos para dispararle una llamarada, tirándolo hacia atrás. Se mordió el labio. ¿En qué se había metido esta vez? Tenía que llegar hasta Aang y Zuko. Necesitaban salir de aquí y rápido.

Cuando avanzó hacia los árboles, otro par de manos ásperas la agarraron por las muñecas, y lo siguiente que supo fue que estaba bajo la mirada feroz del único ojo del Príncipe Sokka. Le habló con voz ronca.

—Te salvaré de los piratas.


Azula miró a Sokka mientras estaba de pie frente a ella flanqueado por un grupo de sus guerreros y piratas. También estaba con él una anciana a la que recordaba vagamente de visto antes. Tenían a Azula fuertemente atada contra uno de los árboles que no se había quemado, rodeándola.

—Ahora que estás aquí, dime dónde está el Avatar —dijo Sokka—. Honestamente, será más fácil para todos si solo hablas.

—¿De verdad crees que cederé tan fácilmente? —preguntó ella. Azula no se inclinaría ante él y no dejaría que se llevara a Aang.

—Escucha… —dijo, bajando la voz, hasta volverla un susurro y avanzó hacia ella, mirándola con su único ojo azul. Caminó detrás de la Maestra Fuego y le puso las manos sobre los hombros. Ella se negó a seguirlo con la mirada mientras un escalofrío le recorría la espalda bajo su toque—. He perdido mucho en los últimos años y mi orgullo de guerrero depende de capturar del Avatar. Ahora, dime dónde está. Eres inteligente. Tú y yo podríamos vernos cara a cara.

Ella arqueó una ceja.

—Hacerme sentir culpable y tratar de coquetear conmigo no funcionará.

—Una lástima. La tripulación de la Luna de Plata tendrá que tomarlo por la fuerza entonces —dijo Sokka, entrecerrando los ojos hacia ella. Sacó un pergamino con un emblema de llamas de su ropa—. Incluso podría vender este maravillosamente auténtico pergamino de Fuego Control. Y este es bastante real, puedo probarlo.

—Nunca atraparás a Aang. Te lo dije la última vez —le dijo Azula. Sus ojos se detuvieron en el pergamino Fuego Control sólo por un momento.

—Sokka, ella confía mucho en sus amigos. Harías bien en seguir su ejemplo —dijo la anciana.

—¡Silencio! —gritó Sokka—. Yo me ocuparé de esto. Arruinarás mi imagen.

Azula puso los ojos en blanco.

—No sabía que eras tan sensible —dijo. Sokka luego lanzó una mirada de furia a su abuela— ¡Probablemente ni siquiera tengas amigos!

Sokka estaba a punto de replicar cuando uno de sus soldados le notificó que se acercaba otro bote patrullero, uno más grande cubierto de hielo y que ondeaba la bandera del clan Búfalo Yak junto a la insignia de la Tribu Agua.

—Ugh, Bato —dijo Sokka, apretando los puños. Se volvió hacia sus guerreros—. Ve tras el Avatar, ahora.

—Sí, señor —dijo uno de ellos, y todos desaparecieron entre los árboles.

—Diles a tus hombres que lo busquen —le dijo Sokka al capitán pirata, señalando el bosque. Los piratas escucharon su orden y se dirigieron al bosque mientras el Capitán Sekun se quedaba con el Príncipe.

Azula contó a los enemigos que tenía ante ella; primero, estaba Sokka, quien parecía distraído por el barco de guerra que se aproximaba. En segundo lugar, la anciana, a quien no consideraba tanto como una amenaza. Y el capitán pirata en último en llegar. Sabía que podría escapar sin ser detectada. Sería muy fácil para ella, solo tenía que hacerlo antes de que llegaran el otro buque de guerra y más soldados se le unieran. Comenzó a calentar sus manos.

El barco se acercaba con rapidez, y estaba lo suficientemente cerca como para que pudiera ver a un hombre de la Nación del Agua parado en la cubierta, sonriendo con complicidad a Sokka. Obviamente tenía un alto rango, pero Sokka lo miró con profundo odio. Forzó más calor hacia sus manos, encendiendo un pequeño fuego en su palma.

El barco del otro hombre atracó y bajó de él con confianza con dos filas de soldados flanqueándolo. El objeto que tenía en su mano, lanzándose al aire y volviéndolo a atrapar, hizo que Azula se congelara, y todos sus planes de escape se desvanecieron.

—¡Mi tocado! —le gritó—. ¿Por qué lo tienes? —Trató de lanzarse hacia él, pero la cuerda tensa la mantuvo en su lugar contra el árbol.

—Ah, entonces esto te pertenece —dijo el hombre llamado Bato, examinando a la chica—. Es impropio que una mujer exija cosas de un hombre al que apenas conoce, al menos en las Tribus del Agua.

—¡Que se joda la Tribu Agua! Devuélveme eso —siseó, enviándole una mirada llena de odio.

—No, no hasta que cumpla su propósito —dijo Bato, acercándose a ella—. Ya estás aquí, pero creía que el Avatar estaría contigo. Supongo que el Príncipe Sokka fue capaz de hacerlo correctamente. —Miró al Príncipe ante la mención de su nombre.

—¿Qué estás haciendo aquí? —demandó Sokka, apenas conteniendo su rabia—. Capturaré al Avatar. ¡No te metas en esto!

—¿Tan seguro estás de eso? —le preguntó Bato con una sonrisa de complicidad—. Hombres, vayan a buscar al Avatar.

Azula volvió su mirada ámbar hacia el bosque donde más soldados irrumpieron en el interior, esperando que Aang y su hermano pudieran escapar de alguna manera.


Zuko abrió los ojos, escuchando unas pisadas desiguales sobre el suelo del bosque. Se sentó rápidamente, agarrando sus espadas.

—¡Aang! —lo llamó al chico más joven.

—Lo sé —dijo, despertando de su sueño. El agua de la oscuridad del bosque que los rodeaba se disparó hacia el Avatar, pero rápidamente tomó su bastón en sus manos y se puso de pie, haciendo un círculo completo en el aire y balanceando su arma, desatando vientos furiosos sobre la gente en los árboles.

—¡Azula! —gritó Zuko, buscando a su hermana, mirando su saco de dormir. Soltó un jadeó al notar su ausencia—. ¡Aang! ¡No está!

Aang puso los ojos en blanco ante las palabras de Zuko.

—Tengo el presentimiento de que sé dónde está.

Zuko miró por encima de la parte superior del bosque, donde vio el naranja del sol naciente, iluminando el cielo. Aang se levantó rápidamente y enrolló su saco de dormir y recogió las otras cosas del grupo esparcidas por el campamento mientras los Maestros Agua enemigos estaban fuera de combate. Zuko lo ayudó arrojándolo todo sobre la espalda de Appa. Sabi se acurrucó alrededor de uno de los cuernos del bisonte, lista para abandonar el lugar.

—¡Appa, sal de aquí! —le gritó Aang a su bisonte, una vez que todo lo de su campamento estuvo levantado—. Tenemos que encontrar a Azula —. El bisonte gruñó y se elevó a regañadientes en el aire, justo cuando más corrientes de agua salieron disparadas hacia Aang. Bloqueó una de ellas con un puño de fuego, pero se agachó y esquivó el resto, juntando los puños y expandiendo una barrera de aire hacia afuera, redirigiendo el agua. Zuko desenvainó sus espadas y siguió a Aang mientras corrían hacia el bosque.

Aang atacó con su bastón a uno de los guerrero y lo sostuvo tras su espalda mientras usaba su otra mano para hacer una formación de rueda y lanzar un torrente de viento hacia otro. Un pirata, con un bastón afilado y su Agua Control, corrió hacia él, balanceando su arma para igualar el planeador de Aang. Aang estrelló su bastón contra el suelo, arrojando al pirata a un árbol con una fuerza asombrosa.

Zuko, decidido a no quedarse atrás, esquivó la punta de lanza de uno de los soldados de la Nación del Agua, saltando al tronco de un árbol y lanzándose fuera de él con una fuerte patada directo hacia las costillas del hombre. El soldado, aturdido, cayó al suelo. Zuko metió las manos en la bolsa de su cinturón y arrojó tres de las agujas que Mai le había dado, sujetando a otro soldado contra un árbol. Luego vio a uno de los piratas sobre las ramas, que estaba a punto de golpear a Aang con Agua Control, le lanzó una kunai que atravesó su armadura de agua y lo usó como distracción para acercarse a él y aturdirlo.

El chico de la espada vio a un pirata gigantesco que portaba un artilugio extraño en sus manos y apuntaba su arma a Aang mientras estaba de espaldas a él. Zuko trató de gritar para advertirle en cuanto vio al pirata disparar su arma y una red salió en dirección a Aang, pero él no la notó a tiempo y la red lo encerró por detrás y lo derribó al suelo. Un momento después, una red similar se abalanzó sobre Zuko, haciéndolo caer con su peso. Aang inmediatamente intentó usar fuego para liberarse, pero no sirvió de nada.

—Buen intento, pero esto es una red ignífuga —dijo el pirata con una sonrisa, arrastrándolos. Zuko se sintió desesperado. ¿Cómo iba a salvar a su hermana ahora?


El sol se estaba elevando cada vez más alto en el cielo, pero había pasado menos de una hora desde que los piratas y los soldados se habían internado en la selva para buscar. Ahora, los piratas estaban regresando y, para disgusto de Azula, Aang y Zuko estaban con ellos, tan inmovilizados como ella. Sokka parecía satisfecho e incluso pretencioso, cuando el Capitán Sekun se acercó a ellos con una sonrisa de suficiencia. Bato lucía disgustado.

—Quédese con el pergamino —dijo el capitán pirata, rechazándolos a todos con un gesto de la mano—. Tenemos el Avatar. Es mucho mejor que cualquier papel.

—¡¿Qué?! —gritó Sokka, enfurecido— ¡Estás desobedeciendo órdenes directas!

—No creo que al Emperador del Agua le importe cuando le entreguemos el Avatar —dijo Sekun—. El trato se acabó. Ganamos.

Los soldados de Bato salieron del bosque, con un aspecto algo cansado. Se alinearon detrás de él.

—Esto no ha terminado —dijo Bato. Parecía casi tan enojado como Sokka—. Inmundos pirata. ¡Yo mismo conseguiré el Avatar!

—Uh oh… —Kanna dijo en voz baja, alejándose un poco de la creciente disputa. Puso su mano sobre el hombro de Sokka—. Nieto, es mejor evitar el conflicto directo. Recuerda que solo el furtivo frailecillo-lince puede atrapar al ratón de nieve. Iré a buscar a tus guerreros en el bosque. Los necesitaremos para poder salir de este lugar. —Azula los escuchó con interés. Cuando la anciana se escabulló, Azula volvió su atención a la creciente situación entre los piratas y los soldados de Bato. Miró a Aang a los ojos. Como siempre, no lucía preocupado. Sabía cómo salir de esto: estaba esperando algo.

Los piratas apresuraron a Aang y Zuko a subir a su barco tan pronto como Bato ordenó a sus soldados que los atacaran. Con ayuda del Agua Control, el barco abandonó la orilla en segundos y navegó río abajo. Bato entornó los ojos con ira.

—¡Suban al barco, rápido y vayan tras ellos! —ordenó, señalando su embarcación.

Mientras todos se iban, Sokka se volvió hacia Azula. Solo quedaban ellos dos en la orilla del río.

—Te voy a proponer un trato —dijo rápidamente—. Sé que quieres ese tocado en forma de llama que tiene Bato. Te ayudaré a conseguirlo. A cambio, tú me ayudarás a capturar al Avatar. ¿De acuerdo? —Azula hizo una pausa y lo miró directamente a los ojos, buscando cualquier señal de mentira o algún motivo oculto. Por supuesto, el príncipe lo había dejado todo sobre la mesa, pero ella tenía que asegurarse. No la iban a manipular tan fácilmente.

Ella iba a ser quien lo manipulara.

—¡No tengo todo el día! —dijo Sokka con los dientes apretados.

—Bien, lo haré. Pero solo si conseguimos mi tocado primero —dijo. Necesitaba asegurarse.

Cambió su peso de un pie al otro.

—¡Ugh, está bien! ¡Conseguiremos tu estúpido tocado! —Estaba a punto de desatarla, pero Azula extendió los brazos y dejó que la cuerda cayera al suelo.

—Usa una cuerda ignífuga la próxima vez —dijo, sonriendo. Sokka la ignoró y miró fijamente a los dos barcos que se perseguían el uno al otro. Los Maestros Agua a bordo luchaban entre sí lanzándose bloques de hielo, pero ninguno de los barcos parecía afectado.

—Sígueme —dijo Sokka, corriendo hacia el agua. Azula corrió tras él y lo agarró por los hombros justo a tiempo antes de que saltara al río, deslizándose sobre la superficie con su Agua Control. Una tabla de hielo se formó debajo de ellos, principalmente para beneficio de Azula. Aceleraron hacia el barco de Bato y Azula sonrió, su cabello se agitaba al viento.

Alcanzaron el barco de Bato con facilidad y, en un movimiento rápido, Sokka movió sus brazos para elevarlos a ambos en el aire, y luego aterrizaron en la cubierta del bote de río. Bato, que estaba en la parte delantera de la nave, se volvió hacia ellos.

—¿Estás trabajando con esta salvaje Maestro Fuego para enfrentarte a mí? ¿Quién hubiera imaginado que caerías tan bajo? —dijo el hombre, separando las piernas en una postura de Agua Control.

Sokka copió su movimiento.

—Tengo que compensar que intentes robar mi presa, ¿sabes?

Azula lanzó una ráfaga de fuego a Bato, con cuidado de no resbalar en la cubierta helada.

—Tienes algo que quiero. —Bato derritió el hielo a lo largo de su cubierta y alzó capa de agua para bloquear su ataque.

Sokka golpeó al hombre con un chorro de agua, tirándolo contra la balaustrada y luego miró a Azula.

—Solo te estoy ayudando porque quiero capturarlo yo mismo.

—Me parece bien —dijo con indiferencia, cambiando su objetivo a uno de los soldados de Bato, que avanzaba hacia ella. Extendió la mano y lo golpeó con una estela de fuego. El hombre, en llamas, se arrojó por la borda mientras otro soldado, que llevaba una lanza, se abalanzó sobre ella. Azula golpeó el mango de la lanza con su pie y pateó una pequeña bola de fuego hacia él, haciéndolo caer hacia atrás. Un grupo de otros tres soldados decidió atacarla a la vez.

En ese momento, pudo pensar en un solo ataque que podría derribarlos a todos a la vez. Enderezó su postura y respiró hondo, giró sus manos frente a ella hasta detenerlas bajo su pecho, sosteniéndolas una encima de la otra. Sus palmas en paralelo. Se concentró en los soldados y en las llamas dentro de ella y, abruptamente, empujó sus manos hacia afuera, y un infierno de llamas se desató rápidamente, formando un espiral que se dirigió hacia ellos desde donde antes habían estado sus manos, atravesando de golpe sus débiles barreras de agua. Azula sonrió cuando notó que lo había logrado. Los tres hombres, cubiertos en llamas, saltaron por la borda


Aang observó los disturbios en el barco de Bato, y vio un embudo de fuego siendo disparado hacia un grupo de soldados. Azula luchaba hombro a hombro junto a Sokka, en contra de un enemigo común. Aang no sopesó demasiado el hecho de haber visto a Bato por primera vez; se dio cuenta de que era un enemigo y no había nada que pudiera hacer. Escapar de a salvo era más importante en este momento.

Aang decidió que el alboroto en el barco de Bato sería una buena distracción, por lo que, con una ráfaga de aire, golpeó al pirata que lo sostenía, dejándolo inconsciente mientras volaba hacia la balaustrada. Aang saltó lo suficientemente alto como para usar su pierna y golpear al otro pirata que sostenía a Zuko con una ráfaga de aire en la cara, dejándolo inconsciente. Aang cortó la cuerda de sus muñecas con la espada del pirata que había noqueado, liberando sus manos. Recogió las espadas de Zuko para cortar sus ataduras y le devolvió las armas.

Los otros piratas de la cubierta notaron su escape, pero Aang usó su Aire Control con su bastón muy rápido antes de que los alcanzara, lo balanceó hacia él y lo tiró por la borda. Zuko detuvo las espadas de otro pirata y golpeó a su contrincante en el pecho con las empuñaduras, empujándolo hacia atrás. La espada del joven muchacho alcanzó a otro pirata, haciéndole un corte lo suficientemente profundo como para hacer que dejara de luchar, aunque no era una herida seria.

Aang formó un embudo de aire que atrajo a dos piratas hacia él y los arrojó fuera del barco, golpeando a un tercero inmediatamente después con un embudo de fuego. Las llamas brotaron de su bastón mientras lo blandía, causando estragos en el pequeño barco pirata.

El mismo capitán pirata se abalanzó sobre ellos, retándolos a un duelo. Zuko fue el primero en enfrentarlo de frente, blandiendo sus espadas casi imprudentemente hacia él. El capitán esquivó los golpes con facilidad y lo golpeó con la empuñadura de su espada, enviando a su oponente a un lado. Aang no quería que la pelea durara mucho, así que clavó la punta de su bastón en el suelo y golpeó al pirata en la espalda con una ráfaga de aire, haciéndolo tambalearse. Aang aprovechó la oportunidad y lo golpeó de nuevo en el mentón, lanzándolo al aire y Aang saltó para encontrarse con él. Antes de que el pirata pudiera darse cuenta de dónde estaba, Aang lo arrojó al agua con su Aire Control. Aterrizó sano y salvo en la cubierta del barco un momento después, sacando su nuevo silbato de su bolsillo y llamando a Appa.


Torrentes de agua de ambos lados del barco se elevaron hasta las manos de Sokka, y los juntó en uno solo para atacar a Bato. El Maestro Agua enemigo cayó del barco se hundió en el agua, allí, Sokka levantó las manos y envió una corriente continua de agua hacia arriba, sujetando a Bato en el aire frente al barco en movimiento. Soltó la respiración, congelando el agua y manteniendo al jefe del clan en su lugar.

Sokka sonrió triunfante. Había mejorado mucho.

Al momento siguiente, la nave de Bato se estrelló contra el pilar de hielo que aprisionaba a Bato, rasgando la proa de madera. Bato escapó por poco de ser aplastado por su propio barco cuando Sokka logró descongelarlo a tiempo y lo dejó caer al río. Sokka y la Maestra Fuego tropezaron cuando el barco se balanceó, aun así, ella continuó luchando contra los guerreros de Bato. Tenía que admitir que Azula les había presentado una implacable resistencia.

El bisonte del Avatar pasó volando cerca de la nave un momento después, con el Avatar y el torpe espadachín en su espalda. La Maestra Fuego lo miró y asintió, y los vientos la rodearon un momento después. El Avatar usó su Aire Control para jalarla hacia él, donde aterrizó a salvo sobre el lomo del bisonte. Azula se volvió a Sokka.

—¡Lo siento, se cancela el trato! —gritó ella, despidiéndose con la mano y lanzándole una sonrisa tímida. Sokka la miró con frialdad mientras el Avatar se alejaba volando. Bajó la mirada una vez que el bisonte del Avatar desapareció de su vista. Fue entonces cuando un destello dorado captó sus vista. Bato debía haberlo dejado caer.

Sokka recogió el tocado en forma de llama de la Maestra Fuego y lo apretó en la mano, mirando al horizonte. El Avatar aún sería suyo.


Azula suspiró aliviada mientras se estiraba sobre la espalda de Appa.

—Bueno, este fue un día largo y lleno de acontecimientos —dijo reflexivamente.

—Sí, todo por ese pergamino de Fuego Control —dijo Aang, sentándose con ellos—. Esa fue una mala pasada la que le jugaste a Sokka, ¿sabes?

—Sí, pero no importaba —dijo—. Después de todo, no obtuve lo que quería. ¿Qué esperabas que hiciera, que te entregara a él?

—Querías tu tocado, ¿no? ¿Dónde está? —preguntó Aang.

—No lo conseguí. Pero está bien, tampoco cumplí con mi parte del trato —dijo, mordiéndose las uñas.

Zuko se cruzó de brazos.

—Eso fue realmente peligroso, Azula.

—Sí, lo sé. Pero nadie salió herido, ¿no? —preguntó, reclinada contra el respaldo de la silla

—No —dijo Aang. Deseaba poder haber sido él quien luchara junto a Sokka... pero ¿su viejo amigo se lo permitiría?—. Es una lástima que no tengamos ese pergamino de Fuego Control.

—¿Quién dice que no lo tenemos? —preguntó Azula, agitándolo burlonamente.

Zuko se animó.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Se lo quité a Sokka antes de irme —dijo—. Ahora ambos podemos aprender más de Fuego Control, juntos. —Ella lo miró a los ojos—. Veamos quién puede aprender todo en el pergamino primero.

Aang le sonrió.

—Estoy impresionado. Ya veremos.

Chapter 11: La Academia

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Libro 1: Fuego

Capítulo 10: La Academia

 

Llamas rojas salieron disparadas de las yemas de los dedos de Azula, fallando por poco en golpear a su oponente, que se movía por todo el campo de batalla. Ella le disparó pequeñas y rápidas ráfagas de fuego, pero Aang las esquivó todas y le devolvió el favor lanzándole su propia andanada de fuego. Él era más ágil, capaz de saltar grandes distancias para ponerse a salvo. Ella solo podía esquivar sus golpes y hacerlo continuar, pero el Avatar la atacaba desde todas las direcciones. Azula tuvo que inclinarse y se deslizó hacia un lado, evitando una nueva ráfaga de fuego, pero el terreno rocoso que los rodeaba le sirvió una vez más. Ella sentía sus pulmones arder mientras atacaba rápidamente, tomando respiraciones cortas y entrecortadas al tiempo que sus llamas llenaba el aire. Su oponente aterrizó en una de las rocas irregulares, justo en el límite de su campo de batalla, sonriendo.

—Parece que no me puedes seguir el ritmo, Azula —dijo Aang, dándole una sonrisa traviesa.

Azula se apartó el pelo de los ojos.

—Esto se está volviendo aburrido. Ya dominamos todos los movimientos de ese pergamino y nada de eso es tan bueno como el embudo de fuego —respondió—. Necesitamos un maestro Fuego Control. Y yo quiero uno ahora.

—No podemos —dijo el Avatar, saltando desde su roca para aterrizar sentado sobre un almohadón de aire—. Todavía estamos muy lejos de la Ciudad Dorada. Nos llevará semanas llegar allí —. Hace poco, Zuko había escuchado decir a un aldeano cercano que la Nación del Agua había reclamado las antiguas ruinas de la capital de la Nación del Fuego, y habían establecido un bastión allí como su principal fortaleza en el continente para luchar contra Jie Duan, al sur, y la Ciudad Dorada. Al norte—. Tendremos que evitar la Nación del Agua y recorrer todo el camino, por el mar y tal vez incluso tengamos que atravesar las costas del noroeste del Reino Tierra para llegar a la ciudad desde el norte.

—Eso tomará demasiado tiempo. No me gusta esperar —dijo, apartando la mirada de él y cruzándose de brazos.

—Vas a tener que lidiar con eso —le dijo Zuko, levantando la vista después de afilar sus espadas—. De todos modos, es Aang quien tiene que dominar el Fuego Control antes del final del invierno.

Sin embargo, Aang había dicho que no le importaba. Disfrutaba entrenar con Azula, compitiendo para ver quién era el mejor. Azula realmente era una prodigio del Fuego Control, le dijo, y que solo gracias al conocimiento de sus vidas pasadas y al arduo trabajo pudo mantenerse a la par con ella. Así mismo, ella descubrió que entrenar con él era estimulante. Azula había logrado que Aang sintiera una pasión única por el Fuego Control y cuando entrenaban juntos, el peso sobre sus hombros parecía volverse algo más ligero, al menos desde su perspectiva.

—Tiene que haber más Maestros Fuego en algún otro lugar de la Nación del Fuego —dijo Azula con impaciencia.

—Estoy seguro de que los hay, en alguna parte —dijo Aang—. Pero muchos de ellos están refugiados tras los muros de la Ciudad Dorada.

—Bueno, busca todo lo que quieras —dijo Zuko—. Dudo que encuentres alguno antes de que lleguemos —. Ambos chicos sonrieron y pusieron los brazos detrás de la cabeza.

—Ustedes dos son un par de bufones —suspiró Azula y posó la mano en la frente, poniendo los ojos en blanco al ver cómo disfrutaban el superarla en algo, incluso si ese "algo" era ser más paciente—. Bien, ¿dónde está el pueblo más cercano? —Aang y Zuko agrandaron los ojos con sorpresa en cuanto se dieron cuenta de que hablaba en serio. Aang miró a Zuko.

—Bueno, hay muchos pueblos en las Islas Interiores, según mis mapas. Es posible que puedas encontrar un Maestro Fuego en alguna parte si buscas con cuidado, supongo —dijo Zuko—. Supongo que podríamos comprobarlo. Nos estamos quedando sin suministros —. Se rascó la cabeza, agitando su cabello negro en el proceso—. También debería ir.

Azula chasqueó los dedos para que se apresuraran a levantar el campamento.

—Bien —dijo ella—. Pero no te interpongas en mi camino para buscar un Maestro.


Desde las alturas, la ciudad entre las islas interiores lucía brillante y acogedora, con casas de piedra arenisca que daban al este, de modo que la luz del sol entraba a por las puertas y las ventanas que daban al frente cada mañana. Y solo ese detalle parecía tan prometedor para Azula; seguramente solo un Maestro Fuego se preocuparía lo suficiente como para levantarse con el sol. Después de levantar su campamento en medio del denso bosque en las afueras de la ciudad, Zuko y Azula partieron, dejando a Aang solo con Appa y Sabi.

La mayor parte de la ciudad estaba hecha de piedra y madera pulida con techos que tenían ribetes dorados y escalonados, no muy diferente de la propia aldea de Azula, aunque estos bordes se estrechaban en las esquinas de tal manera que se asemejaban a las garras de un dragón. Las calles y los caminos de piedra combinaban con los edificios, reflejando la luz para que pareciera casi mármol y dando a toda la ciudad la impresión de que brillaba con tonos tan blancos como el sol. Vio a la gente vestir en su mayoría rojo y negro, los colores de la Nación del Fuego, pero los guerreros iban de azul, con garrotes y hondas en la espalda, dejaban en claro que esta era de una colonia de la Tribu Agua, fuera del alcance de la influencia de la ciudad de Long Feng, Jie Duan. En una época diferente, algunas de estas personas habrían sido soldados de alto rango o generales en el antiguo ejército de la Nación del Fuego, pero ahora se habían visto reducidos a ser meros ciudadanos que se ganaban la vida traicionando el propio orgullo de la nación y haciendo tratos con la Nación del Agua. Esta era, verdaderamente, una existencia insulsa y Azula no pudo evitar menospreciarlos por vivir así.

Zuko y Azula miraron alrededor de la ciudad y Azula compartió sus pensamientos con su hermano. La gente parecía tranquila. Se reían juntos y se abastecían en los puestos callejeros que estaban esparcidos por toda la calle principal, lo que indica su buena economía. Un puesto estaba lleno de hojuelas de fuego y frascos de especias, cultivadas en toda la Nación del Fuego, hizo que Azula dedujera que los platillos tradicionales de la Nación del Fuego no habían sido completamente olvidados, incluso bajo sus nuevos gobernantes. Las cosechas parecían ir bien, si la abundancia de arroces, dátiles rojos, caquis y jengibre ofrecidos en voz alta por un vendedor indicaba algo. Azula supuso que su riqueza se debía a una relación servil con las Tribus del Agua, aunque todavía no veía cómo las Tribus del Agua podrían beneficiarse de esta relación. Dos de los barcos, con sus capas de hielo completamente derretidas por el calor del verano, echaron anclas en el mar lo suficientemente lejos de la costa como para indicarle a Azula que debían haber estado esperando algo.

—Bien —dijo Zuko, volviéndose hacia ella justo en la intersección entre dos calles. La gente caminaba a su alrededor, sin prestar atención a los dos adolescentes—. Voy a buscar comida. Ve a buscar a tu Maestro de Fuego Control, pero date prisa.

—¿Qué? No puedo dominar el Fuego Control en cuestión de minutos, tonto. Soy buena, pero tan buena —dijo, frunciendo el ceño con molestia.

—Soy consciente de eso —espetó él, pero se apretó el puente de la nariz con los dedos, igualmente molesto—. De todos modos, ni siquiera sé por qué necesitas un Maestro —dijo apenas—. Si seguimos viajando con Aang y luchamos, nos volveremos más fuertes con la experiencia. Así es como funciona. No necesitas un Maestro, solo un poco más de peleas reales.

—No puedes saberlo. —Ella lo miró fijamente, evaluando cómo se sentiría ante sus siguientes palabras—. No eres un Maestro, y nunca lo serás. —Vio sus hombros tensarse. Lo había golpeado en un punto sensible y Azula enderezó la espalda—. Aang y yo siempre te superaremos en una pelea. —Sabía cómo ganarle a su hermano. Le resultaba fácil meterse con sus inseguridades, atacándolo por todos lados, resaltando sus debilidades. Mientras Zuko se alejaba, dándole la espalda, ella sonrió. Su hermano estaba luchando para ocultar toda emoción, pero notó como sus hombros temblaban de rabia apenas contenida. Sabía que no tenía por qué haberlo hecho, pero, por ahora, Azula quería que él la dejara en paz. Eventualmente lo olvidaría, Zuzu siempre lo hacía, sin importar cuánto lo molestara ella. Se lo hacía dolorosamente fácil.

Se dio la vuelta para ver el resto de la ciudad, reanudando su búsqueda de un maestro Fuego Control.

—Que linda manera de empezar mi búsqueda —se dijo a sí misma con una sonrisa.

Caminó tranquilamente por la ciudad, con los ojos enfocados hacia al frente, pero mirando de reojo cada pequeña calle y callejón. Una sonrisa se formó en sus labios cuando divisó a un joven vestido de rojo y dorado, no muy diferente a ella y a su hermano, quien, con indiferencia agarró un melocotón de uno de los puestos por los que pasó. Ella se acercó a otro puesto, casi interponiéndose en su camino, suspirando dramáticamente.

—Oh, me gustaría poder encontrar un Maestro Fuego en alguna parte —dijo en voz alta, echándole un vistazo rápido para ver si lo notaba. Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que no parecía haberla escuchado. Suspiró de nuevo, más fuerte esta vez—. Un Maestro Fuego grande y fuerte es justo lo que necesito, ¡pero no puedo encontrar ninguno! —Puso una sonrisa en su rostro, empujando levemente al muchacho en el hombro y le preguntó con fingida cortesía— ¿Eres un Maestro Fuego? Necesito ayuda, por favor.

El hombre, o el chico, lo acababa de notar, ya que de cerca parecía tener su edad, se volvió y la hizo callar.

—¿Quieres que te maten? —preguntó en un susurro apresurado, llevándola al espacio oscuro entre una sastrería y una residencia— ¡No andes por ahí delatándote como Maestra Fuego!

Azula abandonó toda cortesía y su rostro se contorsionó de enojo.

—¿Por qué? ¿Acaso eres un Maestro Fuego o no?

—¡Shh! ¡Los soldados te escucharán! —Le hizo un gesto con las manos para que se callara mientras miraba por encima del hombro, presa del pánico. Azula miró detrás de ella y vio a dos guerreros de la Nación del Agua saliendo de la sastrería. Volvieron la vista hacia ella y el chico, por un momento, antes de continuar su camino. Azula entrecerró los ojos, enojada.

—¡Me trajiste aquí para que me escucharan!

—¡Qué, para nada! —susurró, acercándose a ella. Le rodeó los hombros con el brazo y se la llevó, y, para su sorpresa, no se resistió. La arrastró por una de las calles secundarias—. Los Maestros Agua se apoderaron de nuestra ciudad años antes de que yo naciera —dijo, hablando en voz baja—. Todos los Maestros Fuego que hemos tenido se los llevan o han huido a la Ciudad Dorada o algo así. Muchos de los que quedamos somos descendientes de familias nobles, así que se nos ha permitido quedarnos aquí pacíficamente mientras las Tribus del Agua se encargan de repeler a los piratas que rondan los mares y asaltan estas costas. Es una lástima que yo no haya nacido cuando sucedió la primera invasión. ¡Los habría echado a patadas de esta ciudad! —La voz del chico se elevó más mientras hablaba, sonriendo con orgullo y levantando el pulgar con el pecho inflado.

Azula no estaba impresionada. Levantó una ceja y no mencionó el hecho de que las Tribus Agua tenían una alianza con ellos, e incluso, a veces trabajaban directamente con los piratas, así que no era del todo cierto decir que los piratas eran quienes controlaban los mares.

—Entonces, ¿no hay Maestros Fuego aquí? —preguntó ella—. Necesito volverme más fuerte. Necesito encontrar un maestro.

El chico volvió a mirar a su alrededor como si esperara ver a alguien espiándolos mientras ella hablaba de algo prohibido.

—¡Ya no quedan Maestros Fuego en esta ciudad! ¿Estás loca? ¡Te llevarán!

—Ugh, entonces vine aquí por nada —dijo, frotándose las sienes con una mano—. Está bien, me voy.

—Bueno, no tienes que irte de inmediato, ¿sabes? —dijo, rascándose la nuca, con un rubor formándose en sus mejillas—. ¿Cómo te llamas?

Ella lo miró por encima del hombro.

—Azula.

—¡Espera! —dijo, agarrándola de la muñeca para evitar que se alejara caminando. Azula se lo quitó de encima—. ¿No quieres saber mi nombre?

—La verdad no.

—Soy Hide —dijo con una sonrisa arrogante, ignorándola.

Azula ya había perdido todo interés en él, pero lo ignoró con un gesto de la mano.

—Genial. Adiós, Hide —le dijo, alejándose.

Hide se quedó boquiabierto.

—¡Ustedes dos! ¿Qué están haciendo? —Azula y Hide se volvieron hacia el lugar de donde provenía la voz y vieron a los mismos guerreros de la Nación del Agua de antes. Con yelmos de cuero que tenía la forma de algún tipo de pájaro depredador, caminaron por el callejón hacia Azula y Hide—. ¿De verdad creen que somos estúpidos? ¡Sabemos quiénes son!

Azula dio un paso atrás, boquiabierta. ¿Cómo lo supieron? ¿Habían descubierto que era una Maestra Fuego? ¿O sabían que estaba con Aang?

—Ustedes, niños, realmente no tienen ni idea de lo amable que es la Nación del Agua con ustedes, ¿verdad? —dijo uno de los guerreros, soltando una risa áspera—. Rechazar la educación que les permitimos tener... ¡Ja! Esto es un privilegio, y lo están desperdiciando. Supongo que los de la Nación del Fuego son los verdaderos salvajes sin cerebro después de todo… —Azula se quedó quieta, arqueó una ceja. No tenía idea de lo que estaban diciendo.

Hide, por otro lado, se mordisqueó los dedos con temor.

—¡Lo siento! ¡No era mi intención! ¡No me lastimen! —gritó, encogiéndose. Azula se dio la vuelta y echó a correr en cuanto los dos guerreros se acercaron al estúpido chico y lo agarraron por los brazos. Sabía cuándo estaba superada. De todos modos, no podría encontrar lo que había venido a buscar en este lugar.

—¡La chica se está escapando! —gritó uno de ellos. El otro levantó su brazo y movió los dedos, haciendo que el agua de un charco cercano a Azula se precipitara en un arroyo hacia ella y agarrara sus pies, tumbándola dolorosamente al suelo. Apenas pudo detener su caída con las manos, dejando escapar un pequeño grito. Levantó dos dedos mientras se giraba hasta quedar sentada, lista para defenderse. Sin embargo, los movimientos frenéticos de Hide a sus espaldas para decirle que se detuviera le llamaron la atención, así que simplemente cerró los dedos en un puño y golpeó al guerrero en la cara cuando se acercó a ella. Él se estremeció, pero por lo demás apenas mostró una reacción, un claro recordatorio de que el combate sin su control estaba y siempre estaría fuera de su alcance.

—Buen intento. Pero, no estamos aquí para pelear con niñitas. Solo te llevaremos de regreso a la escuela, eso es todo.

Azula frunció el ceño con enfado. ¿A la escuela? ¿La iban a llevar a una escuela?

—Como sea. Bien. Llévenme de vuelta. No quiero problemas —les dijo en voz baja.

—Bien —dijo con una sonrisa de complicidad—. Supuse que accederías. Chica lista. Fingió arcadas a su espalda cuando él la levantó por los brazos y la puso de pie, agarrándola del brazo mientras la guiaba de regreso a la soleada calle principal. Azula no era estúpida. No iba a contraatacar cuando eso significaría meterse en problemas aún peores debido a su Fuego Control. Como había hecho antes, Aang podría rescatarla de nuevo, si lo necesitaba. Por ahora, estaba bien por sí sola. Era solo una escuela, ¿qué tan mala podría ser?


—¡Hey, chico! —Zuko se congeló al escuchar las palabras del guerrero de la Nación del Agua. El chico ya lo había visto y trató de evitarlos y mantenerse fuera de su vista, pero lo atraparon. Tan pronto como se enteró de que los guerreros estaban presentes en la ciudad, decidió hacer que su primera prioridad sería encontrar a Azula y salir de allí, a pesar de su discusión anterior. Sopesó la idea de correr, pero decidió que se haría el tonto si lo interrogaban o algo así. ¿De todos modos, cómo sabrían que estaba con Aang? Hasta donde él sabía, no había manera en que pudieran haberlo averiguado.

—¿Qué? —preguntó, su voz destilando desprecio. No podía soportar la idea de siquiera fingir temblar de miedo o mostrarles respeto. Era demasiado orgulloso para eso.

—Se supone que debes estar en la escuela, ¿no? Mocoso —dijo el hombre, agarrándolo del brazo y haciéndolo girar.

Zuko se apartó.

—No quiero ir allí —dijo, la hostilidad de antes siendo reemplazada por una fría indiferencia.

El soldado se abalanzó sobre él de nuevo, sujetándole el brazo con tanta fuerza que dolió, pero Zuko hizo todo lo posible por no demostrarlo.

—Todos los chicos deben estar en la academia. Tú vendrás conmigo —dijo el soldado con brusquedad, tirando de él en una dirección totalmente diferente.

Casi, casi, tomó la estúpida decisión de luchar contra ellos.


—Hombre... odio la escuela —se quejó Hide mientras los soldados los “escoltaban” a la academia— ¿Eres nueva? —le preguntó a Azula.

—Supongo que sí —dijo.

—¿De dónde eres? —preguntó—. ¿Del continente?

—Sí —respondió ella, desinteresada. Por supuesto, ella nunca le dejaría saber que venía de una de las aldeas del sur. Allí solo vivían campesinos, y ella no quería que la conocieran como tal.

—Bueno, como pronto verás, soy uno de los chicos más populares de toda la escuela —se jactó Hide. Para Azula no podría haber sido más obvio que solo estaba tratando de impresionarla.

Uno de los guerreros se rio disimuladamente.

—Sí claro, si alguna vez estás en la escuela. ¿Cuántas veces te hemos sorprendido en tus escapadas ahora?


Aang lanzó su puño hacia adelante, sintiendo el calor subir en su cuerpo. Un arco de fuego brotó de sus nudillos, seguido de una patada que liberó una ráfaga de aire. Respiró hondo, exhalando un aliento hecho de fuego y viento que se arremolinaba a su alrededor. Usó cada movimiento que pudo recordar. Trató de imitar las posturas de Tierra y Agua Control que pudo extraer de sus recuerdos, pero, cada vez que lo intentaba, nada sucedía. Como antes, parecía haber una barrera en su mente. Frustrado, volvió a dejar salir fuego por la nariz y se puso en cuclillas para continuar con sus ejercicios. Al mismo tiempo, sostuvo los brazos en alto frente a él, sosteniendo dos rocas a manera de pesas mientras trabajaba.

Necesitaba recuperar su fuerza de antes. No sería débil esta vez.


Dentro de la escuela, esperaba ver los adornos habituales de la Tribu Agua. Tapices colgando de las paredes. Pieles de animales estiradas. Armas y púas hechas de huesos y dientes. Pero los pasillos de madera y yeso se sentían abrumadoramente normales, aunque un poco deteriorados. Las tablas del suelo estaban llenas de años de marcas y arañazos. Una fina capa de polvo cubría el suelo en los rincones más distantes. Pero los detalles y los marcados ángulos de la arquitectura típica de la Nación del Fuego se habían conservado. Si Azula fuera de la Tribu Agua, habría borrado cualquier vínculo que estas personas tuvieran con su nación de origen en un esfuerzo por acabar con cualquier sentimiento persistente de lealtad hacia cualquiera que no fuera sus nuevos amos. Pero el hecho de que gran parte de esta ciudad todavía se sintiera como la antigua Nación del Fuego y después de tantos años de servidumbre todavía no se hubieran tratado de rebelarse le resultaba vergonzoso.

—Atrapamos a estos dos fuera de la escuela —dijo uno de los guerreros a la maestra, una mujer de espalda recta, cabello canoso y labios fruncidos.

Azula puso los ojos en blanco.

—No estaba faltando a clases. Soy... nueva.

—Hm. Me ocuparé de ella desde ahora. ¡Escóndete, ve a tu asiento! —le espetó al chico, quien saltó y se apresuró a obedecer—. Dime tu nombre —le dijo a la Maestra Fuego.

—Azula —dijo simplemente, bostezando detrás de su mano.

—No me hablarás de esa manera, jovencita. No sé de qué miserable pueblo vienes, pero aquí tenemos buenos modales. La gran Nación del Agua nos regaló el privilegio de tener una educación, y aceptaremos este obsequio amablemente. Yo soy la Sra. Kwan, tu nueva maestra.

Azula caminó despreocupadamente hacia un escritorio vacío en la parte de atrás del salón de clases, con los brazos descansando detrás de la cabeza, ganándose las miradas curiosas y algo desaprobadoras de los otros niños. La Sra. Kwan frunció el ceño, junto con los otros niños.

Mientras se sentaba, uno de los otros chicos de la clase la miró asombrado.

—¡Vaya, no puedo creer que le hablaste así a la Sra. Kwan! ¡Eres tan genial!

Azula sonrió.

—Lo sé.

—Soy Shoji —dijo el chico en un susurro silencioso y lleno de emoción— ¿Eres de las Islas Exteriores? ¿Del continente? ¿De la Ciudad Dorada? —Sus ojos brillaron con admiración.

—Del continente —suspiró. Este chico es ridículo, pensó.

—¡Azula, guarda silencio allá atrás! —espetó la Sra. Kwan—. Abran los pergaminos que están en sus escritorios y sigan la lectura junto con el resto de la clase. On Ji, lee el texto del dominio que tiene la Nación de Agua en el mundo a los otros estudiantes.

—Sí, señora —dijo una chica con un peinado elegante, mirando condescendientemente a Azula. On Ji se volvió a su pergamino y leyó—. La guerra comenzó con el reinado del Jefe Agua, Seiryu, y su ataque a los Nómadas del Aire con la ayuda de una segunda luna y la bendición de los espíritus quienes otorgaron poderes magistrales a los Maestros Agua, haciendo de su arte el más grande y superior, por encima de los otros… —Y a partir de ahí, Azula perdió el interés. Tamborileó con los dedos contra su sencillo escritorio de madera con impaciencia, apoyando la barbilla en la otra mano. Quería dejar esta escuela. ¿Qué harían Aang y Zuko cuando ella no regresara al campamento?

La chica llamada On Ji habló sobre cómo las Tribus del Agua destruyeron a los débiles Nómadas del Aire en su búsqueda por el Avatar mientras la maestra la detenía de vez en cuando para remarcar su inmensa admiración por la Nación del Agua y cómo ellos deberían estar agradecidos por todo lo que se les había dado. A pesar de la superioridad del Agua Control y del hecho de que su elemento cubría la mayor parte del mundo, más que cualquier otro (excepto, tal vez, el aire, aunque algunos argumentaban que las profundidades del océano contenían más agua que todo el aire de la tierra), habían estado confinados a los extremos norte y sur. La capacidad del agua para cambiar entre formas sólidas, líquidas y gaseosas era una muestra de su capacidad de existir en cualquier lugar y esto solo evidenciaba que su dominio del mundo era justo y estaba en equilibrio, tanto con los espíritus como en las ciencias, a sus parecer.

Aburrida, Azula dejó que su mirada vagara. Ella sorprendió a Hide viéndola y él le guiñó un ojo. En respuesta, ella se inclinó hacia él y le susurró, ignorando al desafortunado estudiante que estaba sentado entre sus escritorios.

—Creo que hay algo en tu ojo que hace que se mueva así, Hide. Quizás deberías conseguir a alguien para que te revise. —Algunos estudiantes sentados a su alrededor se rieron.

—¿Qué está pasando ahí atrás? —preguntó la Sra. Kwan, con las manos cruzadas tras la espalda. Los escrutó a través de las diminutas gafas que se balanceaban sobre su nariz.

—Azula está causando problemas —dijo On Ji, lanzándole una mirada a Hide, que estaba sentado justo detrás de ella. Se hundió en su silla, acobardado, mientras On Ji le pasaba un papel doblado antes de que la maestra lo notara. Sin embargo, Azula no dejó pasar ese detalle e hizo una nota mental de una posible relación entre esos dos. Descubrió que la atención de los chicos como él era bienvenida y resultaba halagadora. Había muy pocos chicos de su edad en casa. Pero a Hide parecía hacerle falta algo.

—¿Es eso cierto? —preguntó la Sra. Kwan, su mirada amenazante se posó tanto en Shoji como en el otro estudiante que estaba sentado entre Azula y Hide.

—N-nada que yo haya notado, señora —dijo Shoji.

Azula se recordó a sí misma que debía agradecerle al chico por su lealtad más tarde. Ella bajó la mirada hacia su escritorio, recatada (aunque no se veía bien en ella), y trató de sonar lo más educada posible.

—No sé de dónde sacó On Ji esa impresión. Simplemente elogiaba su lectura. On Ji tiene una asombrosa dicción y pronunciación.

La Sra. Kwan no parecía estar convencida.

—Azula, tendré que pedirte que no hables mientras otros lo hacen, de lo contrario los castigos serán severos.

—Oh, lo lamento mucho, Sra. Kwan, pero estaba explicando la lección de manera que los demás pudieran entenderla mejor —dijo Azula con el mismo tono de voz que siempre funcionaba con el tío Iroh, haciendo notar su labio inferior en un intento de simular un puchero inocente.

—Muy bien, Azula. Agradezco tu gesto hacia tu compañera de clase —dijo la Sra. Kwan con aprobación. On Ji frunció el ceño.


Después de esa clase, los niños y las niñas fueron separados para ir por caminos distintos. Los muchachos fueron al entrenamiento con armas, según las normas dictadas por las Tribus Agua, luchando en enfrentamientos con todo tipo de armas, como boomerangs, garrotes y machetes. Mientras tanto, las niñas habían sido llevadas a una habitación calurosa y sofocante para que aprendieran a tejer y coser. On Ji se sentó lo más lejos posible de ella, por lo que Azula se sintió agradecida, no quería que la otra chica, la aparente líder de varios círculos sociales en la escuela, viera sus fallas en cualquier cosa relacionada con la costura, como esta. Se pinchó las yemas de los dedos más de una vez antes de que se cumpliera la hora y la clase fuera enviada a un receso. Luego, los estudiantes salieron a un viejo patio en muy mal estado, con pasillos de piedra y largas hileras de maleza agrupada en la base de las paredes del patio de la escuela.

Shoji encontró a Azula primero.

—¿Qué quieres jugar, Azula? —le preguntó el chico.

—No quiero jugar a nada. Quiero salir de aquí —dijo, mirando alrededor del patio en busca de alguna posibilidad de escapar. Algunas otras clases con estudiantes de distintas edades también salieron al patio. La mayoría se apiñaba en grupos, mientras otros jugaban a la pelota en los espacios abiertos, y algunos escalaban trozos de madera podridos o materiales de construcción desechados destinados a ser un ejercicio divertido para los niños, o una trampa mortal, no estaba segura de cuál. Todos los estudiantes parecían ser de diferentes clases sociales y vestían diferentes tonos de rojo, verde o marrón, una señal aparente de que todos los niños de los territorios del Reino Tierra de la Nación del Fuego y Jie Duan habían sido arrojados a la escuela después de haber sido encontrados en la ciudad. Azula solo podía asumir que el nefasto propósito de la Nación del Agua era educarlos para inculcar lealtad a las tribus.

Shoji juntó las puntas de los dedos.

—Oh, bueno, esperaba...

Azula ignoró las miradas de adoración de Shoji y se acercó a Hide, quien estaba lidiando con los furiosos reclamos de On Ji.

—No quiero que sigas hablando con esa fulana, ¿me escuchas? —le decía On Ji a la vez que Azula se acercaba—. Es un problema en potencia.

Azula intervino en su discusión, anunciando fuertemente su llegada.

—Hola Hide, On Ji —dijo.

—Hey, Azula —dijo Hide con un guiño— ¿Cómo te va?

—¡Aléjate de mi novio! —dijo On Ji con voz aguda, sus brazos presionados en los costados de Hide mientras lo empujaba como para sacarlo de la vista de Azula. El movimiento repentino lo hizo chocar contra Shoji, quien cayó tan fácilmente al suelo como si fuera una de las viejas muñecas de Azula.

Azula suspiró e inspeccionó sus uñas.

—Escucha, no quiero tener nada que ver con tu novio. Él fue quien me encontró y me hizo quedar atrapada en este horrible lugar. Sin mencionar su constante coqueteo. —Supuso que On Ji podría serle útil para planificar un escape desde su posición en la cima de la escala social en esta escuela. Azula creyó que sería mejor tenerla como aliada.

Aunque Azula también sopesó la idea de hacerse con ese título en esta escuela si le daban un par de días. Pero no tenía intención de pasar tanto tiempo aquí.

On Ji puso sus manos en sus caderas y miró a Hide.

 —¿Su constante coqueteo?

La expresión de Hide se volvió temerosa cuando señaló a Azula.

—Er, no te metas con ella, On Ji. Ella es una Maestra Fuego —dijo. Una distracción obvia y pobre, pensó Azula—. No quiero que te lastimes.

Los ojos de Ji se abrieron de asombro, pero luego se entrecerraron cuando miró a Azula.

—Un Maestra Fuego...

Shoji se puso de pie y miró de un lado a otro entre Azula y On Ji, mordiéndose las uñas.

—¿Una Maestra Fuego? Uh... ¡Tengo que irme!

Azula lo vio irse, con el rostro arrugado por la confusión e irritación.

—¿Por qué todos ustedes parecen tener un problema con los Maestros Fuego? Ustedes son parte de la Nación del Fuego, ¿no es así? Cuantos más tengan, más posibilidades hay de contraatacar.

—Te lo dije, mantenlo en secreto —dijo Hide—. Se llevan a personas como tú. Es mejor que te vayas.

La mirada de On Ji siguió a Shoji mientras se alejaba.

—Shoji y yo teníamos hermanos mayores que eran Maestros Fuego. Ambos desaparecieron una noche y nunca regresaron.

Azula puso una mano en su cadera y miró a Hide.

—Bueno, estoy tratando de irme, pero tú eres quien hizo que me encerraran aquí en primer lugar. —Se preguntó si debería preocuparse por la abrupta partida de Shoji, pero parecía del tipo leal.

On Ji hizo una mueca en un gesto pensativo.

—¿Entonces no estabas tratando de robar a mi novio?

—No me hagas vomitar.

—¡Azula! —gritó una voz familiar. La Maestra Fuego se giró para ver a su hermano Zuko corriendo hacia ella, empujando a un lado a Shoji, quien cayó de nuevo al suelo mientras se alejaba de Azula y los demás— ¡Ahí estás!

Azula se cruzó de brazos cuando se acercó.

—¿Cómo llegaste aquí, Zuzu?

—Eso no importa —dijo, ignorando el apodo, como siempre lo hacía—. Tenemos que irnos. Algo en este lugar no se siente bien. —Estudió los alrededores, aunque su mirada se detuvo en los tres estudiantes que Azula tenía por compañía. Intercambió una mirada con Azula, con el ceño fruncido en confusión, como si se preguntara si ella había hecho amigos aquí.

On Ji juntó las manos debajo de la barbilla y se volvió hacia Zuko como si estuviera asombrada.

—Oh, ¿quién es este?

—Ese es mi hermano —dijo Azula, frunciendo el ceño—. Qué repugnante —murmuró en voz baja—. Vamos Zuzu, tenemos que irnos.

—Sí... claro —dijo Zuko, frotándose la nuca mientras miraba a On Ji.

—Si intentan escapar por las puertas de entrada, los atraparán de nuevo en la ciudad —dijo On Ji, cruzando las manos tras la espalda. Su postura le recordó a la Sra. Kwan—. Tendrán que escabullirse por las puertas traseras, cerca de la sala de música.

—¿Es ahí donde también guardan nuestras cosas? —preguntó Zuko.

On Ji asintió.

—Sí, eso creo. Hay un armario de almacenamiento cerrado con llave en el mismo pasillo donde guardan todo tipo de cosas confiscadas a los estudiantes.

—¡Si ves mis gominolas, trata de agarrarlas por mí! —dijo Hide, aunque On Ji se volvió hacia él con un ceño fruncido de desaprobación.

Azula sonrió, agradecida por el cambio de opinión de On Ji.

—Bueno, gracias. Eso sí que fue una sorpresa.

On Ji se encogió de hombros y juntó las manos.

—Mi hermano te habría ayudado. Es bueno ver a una Maestra Fuego en esta ciudad.

Azula se despidió con los dedos.

—No puedo decir que soy como él, pero buena suerte con sus problemas contra los piratas.


Aang se sintió frustrado cuando su cabello se pegó en su frente, enmarañado por el sudor. El fuego salió de sus dedos, brillando momentáneamente en el aire antes de apagarse. Continuó lanzando otra llamarada, girando varias veces para formar una brisa que avivó el fuego y usó su Aire Control para manejar las llamas. Volvió a avivar el fuego con más aire, y las llamas crecieron.

Formó un embudo de fuego con sus manos y trató de manipularlo con más fuerza, torciéndolo para convertirlo en un torrente de fuego grande y peligroso. Sin embargo, no tuvo tanta suerte y Aang se vio obligado a deshacer el embudo antes de que pudiera perder el control. Aang exhaló, cayendo al suelo en un solo movimiento. No importaba cuánto lo intentara, no era capaz de dominar el fuego por completo. Todo lo que hacía terminaba en un fracaso. ¿Qué estaba haciendo mal? Lo enfurecía, se sentía casi tan indefenso como cuando había perdido a Appa por primera vez hace tantos años en el desierto; había caminado durante días y noches enteras sin esperanza de escapar o sobrevivir. ¿Por qué no había podido conservar su control sobre los elementos con él cuando fue enviado a este mundo? ¿Por qué los espíritus no podían ofrecerle una pequeña ayuda?

Además de todos sus problemas con el Fuego Control, todavía no podía controlar el agua o la tierra. Simplemente se negaban a inclinarse ante su voluntad, a obedecerlo como su Maestro. Golpeó el suelo con el puño, esperando que hubiera alguna vibración en la tierra. No pasó nada.

—¡¿Por qué no puedo hacer nada bien?! —gritó al aire, levantando los brazos. Sintió la energía de sus emociones burbujeando en su interior, amenazando con ser liberada. Se contuvo con tal fuerza de voluntad que casi dolió. Sus ojos ardían. Envolvió las rodillas con sus brazos cerca de su pecho, buscando algún tipo de consuelo. Ni Azula ni Zuko eran buenos en ese sentido... Quería a Katara. La necesitaba a ella.

Deseó poder verla. Solo una vez sería suficiente para darle la fuerza para continuar: extrañaba sus ojos, tan azules como la grieta más profunda de un glaciar. Echaba de menos su afecto. Su sonrisa. El collar de compromiso de su madre. La forma en que ella siempre sabía qué decir para hacerlo sentir mejor, para arrancarle una sonrisa a pesar de las circunstancias. Echaba de menos a Sokka. A Momo. A Toph. Y a su Zuko, el que había luchado junto a él durante tanto tiempo. Extrañaba a su familia. Había estado lejos de ellos durante tanto tiempo que se sentía como si estuviera de luto por su pérdida.

Incapaz de contenerse por más tiempo, Aang dejó que las lágrimas cayeran.


—¿A dónde vamos, hermano? —le preguntó Azula a Zuko, corriendo junto a él por el patio.

—Es tu culpa que estemos aquí en primer lugar, así que me ayudarás a encontrar mis espadas —le dijo Zuko, sin siquiera darse la vuelta para mirarla a la cara. Azula patinó un poco en el resbaladizo suelo y se detuvo.

—¿Mi culpa?

—Sí, si no te hubieras obsesionado con venir a encontrar un Maestro de Fuego Control, no estaríamos en este lío. Y si no salimos de aquí pronto, conociéndote, presumirás de tu Fuego Control con todos y entonces estaremos en serios problemas. —Se detuvo a unos metros por delante de ella.

—Como si todo fuera mi culpa, Zuzu. Lo que sea.

Apretó los puños y habló entre dientes.

—¡Deja de llamarme Zuzu!

—No, resulta que me gusta ese nombre —dijo con una sonrisa.

—Azula, te lo advierto...

—¿Qué vas a hacer? ¿Agitar tus espadas hacia mí? —preguntó en un falso tono de miedo.

—No me hagas decirlo...

—¿Decir qué? ¿Qué podrías decir para molestarme a ?

—Te gusta fingir que eres tan perfecta todo el tiempo —dijo, volviéndose hacia ella. Sus palabras salieron todas a la vez como si las hubiera tenido reprimidas en su pecho durante años, su rostro en una mueca de rabia—. Siempre dándome órdenes solo porque eres la que tiene Fuego Control. Sí, lo entiendo, eres fuerte. ¡Pero eso no significa que seas mejor que yo! ¡Incluso si papá también creyera eso! ¿Sabes qué? Ya no me importa. Tu Fuego Control ya no significa nada para mí porque solo nos ha causado problemas. —Movió los brazos con fuerza mientras hablaba, casi como si estuviera sosteniendo sus espadas e intentara cortar el aire con ella—. ¡Y confías en tu Control para todo! No puedes cazar. No sabes cómo cosechar los granos. No ayudas a navegar. Ni siquiera cocinas. ¡Yo he estado haciendo todo eso durante todo nuestro viaje! No es como si fueras tan ruda, porque, de todas las cosas, le tienes miedo a los sapos salamandras desde esa vez que… —Había comenzado a caminar en círculos mientras descargaba sus pensamientos sobre ella, ni siquiera notando que su hermana estaba parada frente a él, pero su furia perdió fuerza y se apagó cuando se dio la vuelta y vio su rostro.

Azula ni siquiera se molestó en interrumpirlo. Solo se había quedado en silencio, mirándolo sin expresión alguna, esperando a que terminara. Ella no sabía que todo esos sentimientos por fin habían explotado dentro de él. Se preguntó si debería sentirse herida por lo que le había dicho. Pero ciertamente le dio la impresión de que su hermano finalmente se había vuelto más fuerte. Azula sopesó sus palabras en el corto espacio de tiempo que se extendió entre ellos. Después de todo lo que habían pasado juntos, valoraba la opinión de Zuko. Él era su hermano, y si él pensaba que ella tenía tantos defectos, tendría que esforzarse para corregirlos.

Zuko se congeló, como si esperara que ella se abalanzara sobre él.

Cuando habló, su voz salió calmada

—Vamos, Zuko. —Asombrado por un momento, Zuko no hizo nada más que asentir cuando ella caminó a su lado lentamente, pero volvió en sí y corrió junto a ella para ir a buscar sus espadas de nuevo. Azula le siguió el paso—. Y no recuerdo a mi padre haber dicho nunca que yo era mejor que tú… —Ella no podía ver la reacción en su rostro, y su hermano no dijo nada que revelara lo que pensaba.

No intercambiaron más palabras mientras atravesaban las puertas dobles de madera que conducían a la academia. Zuko lideró el camino una vez que llegaron al interior, corriendo por los pasillos en un camino que parecía conocer. Evitaron a los instructores en su sala de profesores y se deslizaron con pasos suaves hacia un salón diferente, más grande que en el que había estado Azula pero vacío y oscuro, ya que no había ventanas. Azula encendió un fuego en la palma de su mano mientras Zuko rebuscaba en los cajones del escritorio de algún profesor. La llama de Azula cobró fuerza mientras examinaba la habitación, iluminando filas de asientos que tenían una variedad de instrumentos en lugar de personas.

Zuko se enderezó y sostuvo en alto una llave de bronce que había robado del escritorio, la cual brilló a la luz del fuego.

—Me hicieron tocar el cuerno tsungi —dijo.

Azula sonrió para sí misma, recordando las noches musicales del tío Iroh en el pueblo. El cuerno tsungi era el mejor instrumento de Zuko. Ella, por supuesto, siempre se negó a participar.

—Compadezco a tus compañeros —dijo ella, a lo que él solo se burló en respuesta.

—¿Qué fue eso que dijiste antes sobre los piratas? —le preguntó—. No hay piratas aquí. Pensé que ese era el punto: viven bajo el gobierno de la Tribu Agua, para que los protejan de los saqueos.

Azula puso los ojos en blanco.

—Solo piénsalo un poco. Las Tribus del Agua controlan los mares. Basándonos en nuestra pequeña aventura con los piratas no hace mucho, es obvio que las flotas piratas en estas aguas están bajo la jurisdicción de las Tribus Agua. Los Maestros Agua no están protegiendo esta ciudad, simplemente no han ordenado a los piratas que la asalten todavía. Hacen que la gente viva con el temor de un ataque pirata inminente que nunca llegará mientras se comporten. Es solo un método para controlar la ciudad. Y podría apostar que todos los Maestros Fuego desaparecidos fueron reclutados en sus ejércitos para luchar en el Reino Tierra o algo así.

Zuko se rascó la barbilla.

—Entonces, ¿qué deberíamos hacer al respecto?

—¿Nosotros? —preguntó ella, incrédula—. No podemos hacer nada. Sólo somos tres personas. No es mi problema y tampoco debería ser tuyo. Tenemos cosas más importantes que hacer. —Se cruzó de brazos, esperando que eso pusiera fin a la conversación—. Estoy segura de que Aang estaría de acuerdo.

Se encogió de hombros y arrastró los pies.

—No lo sé bien. Pero como sea... Según On Ji, el armario donde están mis espadas debería estar en el pasillo —dijo Zuko, arrastrando los pies por las tablas del piso de madera para que no hicieran ningún sonido. Se asomó al pasillo y le hizo un gesto para que lo siguiera. Cruzaron el pasillo y descubrieron un conjunto de puertas dobles con una sola cerradura que Zuko abrió, dándoles acceso al armario de almacenamiento. En el interior, Azula pudo ver año y años de trastos confiscados de muchos estudiantes, un tesoro para cualquier alborotador. Los pergaminos cubiertos con los garabatos desordenados de las respuestas de los exámenes, al menos seis bolas de kuai, dulces y caramelos que nunca había visto antes, las gominolas de Hide, un dibujo algo subido de tono un montón de otros artículos que llenaban los estantes dentro del pequeño armario. Azula levantó su llama para mirar más de cerca, lo que le permitió a Zuko divisar sus espadas en uno de los estantes más altos y agarrarlas.

—¡Alto ahí! —gritó alguien desde la puerta. La voz de un hombre que ella no reconoció.

—¡Miren, son ellos! ¡Ella es la del Fuego Control! —Azula miró hacia la fuente de la otra voz, sorprendida de ver a Shoji flanqueado por un par de guerreros.

—Pequeño traidor —dijo ella, con los ojos entrecerrados. Su mente intentó hallar una explicación de su traición, preguntándose si era algo tan insignificante como el deseo de atención o un motivo tan básico como el miedo. Pero supuso que nunca lo sabría con certeza y no planeaba quedarse para averiguarlo.

—Estás bajo arresto —le dijo uno de los guerreros a Azula. Le arrojó agua de su bolsa, listo para detenerla, pero Azula le disparó una bola de fuego, disipándola en una nube de vapor.

—Salgamos de aquí, Zuzu —le dijo Azula a su hermano. Por un momento, se detuvieron para compartir una mirada, y Zuko sonrió como si supiera que ella ya no pretendía molestarlo con el apodo.

Zuko corrió hacia los guerreros primero, golpeando al de la derecha con la empuñadura de su espada antes de desenvainarla, cortando la bolsa de agua que colgaba de su costado. Azula golpeó dos veces y pateó al guerrero restante, enviando dos bolas y un arco de fuego. Shoji chilló y se escapó. El oponente de Azula intentó bloquear sus ataques con una mínima cantidad de agua, pero la fuerza de su Fuego Control lo arrojó contra la pared. Ambos guerreros se desplomaron, inconscientes.

—¡Por aquí! —gritó Zuko, corriendo por el pasillo opuesto al que había tomado Shoji. No se encontraron con más guerreros, pero en el vestíbulo de la escuela se encontraron con un obstáculo inesperado.

Todo el cuerpo estudiantil, que ciertamente no era mucho, estaba esperándolos, bloqueando su escape. La Sra. Kwan y el director, un hombre de la Tribu Agua, estaban en la primera fila.

La Sra. Kwan extendió una mano.

—¡Deténganse! ¡No irán a ninguna parte! —les gritó desde el otro lado del pasillo.

—Ya veremos —dijo Zuko, desenvainando sus espadas y girándolas. Su voz adquirió un tono amenazador que Azula pensó que le sentaba muy bien. A su lado, el fuego cobró vida en las manos de Azula mientras adoptaba una postura defensiva, lista para enfrentar a cualquier enemigo. Vio a Shoji entre la multitud, que lucía temeroso y nervioso, empujando a otros estudiantes a un lado para esconderse detrás de ellos. Hide y On Ji estaba cerca de la fila de enfrente, y ambos le dieron a Zuko y Azula un saludo amistoso.

—Qué mala elección —dijo el director de la Tribu Agua, sacando agua de las bolsas que colgaban a su lado y enviándola hacia ellos. Azula giró y lanzó un arco de fuego que chocó con el agua en un chisporroteo de vapor. El hombre volvió a intentarlo, pero Azula soltó un embudo de fuego que devoró su ataque. Hizo que el fuego creciera y ganara impulso, dejando que el espiral se desatara en los pasillos calentara el ambiente a un nivel casi insoportable, quemando las paredes y los pisos. El director gritó alarmado y centró toda su atención en el creciente fuego. Los niños gritaron y huyeron de la escuela. La Sra. Kwan y un pequeño grupo de otros maestros se quedaron atrás para intentar apagar el fuego, pero Zuko y Azula aprovecharon la oportunidad para huir.

Zuko fue el primero en escabullirse entre la estampida de estudiantes que huían. Azula también se mezcló con la multitud, encontrándose corriendo junto a Hide y On Ji. Encontró a Shoji lloriqueando con un par de guerreros de la Tribu Agua y de repente todo cobró sentido: había esperado intercambiarla a ella por su hermano mayor. No tenía ganas de compadecerlo demasiado porque había intentado utilizarla. Supuso que alguien más heroico podría haber hecho más para ayudarlo. Pero mientras corría junto al chico, se preguntó qué habría hecho Aang.

—¡Adiós, Azula! ¡Espero verte de nuevo algún día! —le dijo On, despidiéndose de ella.

—Nos vemos —dijo con una sonrisa, dirigiéndose a encontrarse con su hermano para salir de la ciudad. Los estudiantes, que habían salido en una estampida, llamaron la atención de los demás guerreros apostados en la ciudad, quienes inmediatamente comenzaron a perseguir a la Maestra Fuego y su hermano. Azula intentó arrojar bolas de fuego de espaldas para detenerlos, pero no pudo hacer mucho. Todo lo que tenía que hacer era llegar al campamento y podrían escapar de la isla.

Zuko corrió por un callejón lateral que terminaba con una valla de madera. Zuko ni siquiera se detuvo antes de saltar sobre una caja que estaba justo al lado, que les permitiría saltar la cerca, y Azula lo siguió, dejándolo que la levantara y la ayudara a llegar arriba. Ella prendió fuego a la caja, bloqueando el camino de los Maestros Agua.

—¡Casi llegamos! —gritó Azula, corriendo hacia los bosques que rodean la ciudad junto a su hermano. Los dos eran expertos en esto; habían nacido en tierras rodeadas de selva y bosque, y seguir el ritmo del otro mientras cazaban era casi una segunda naturaleza para ellos. Minutos después, irrumpieron en el claro donde encontraron a Aang abriendo nueces con Sabi.

Zuko recogió las cosas esparcidas por el campamento de camino a Appa.

—¡Vámonos, Aang!

El chico obedeció sin cuestionar y empacó todo lo que tenía en segundos, subiéndolo todo en Appa. Mientras el bisonte se elevaba en el aire, los guerreros de la Nación del Agua, vestidos con armaduras de cuero inundaron el claro, pero el bisonte ya había salido de su alcance antes de que pudieran hacer algo.

Aang se giró para mirar a sus dos compañeros.

—Ni siquiera quiero saber qué pasó allí —dijo, sacudiendo las riendas de Appa para que fueran más rápido. Azula y Zuko intercambiaron miradas, encogiéndose de hombros—. Entonces, ¿encontraste un Maestro del Fuego Control? —le preguntó a Azula, aunque el tono de su voz indicaba que ya sabía la respuesta a esa pregunta.

—No —respondió ella.

—¿Qué pasó con los suministros? —le preguntó a Zuko.

—Nada —respondió.

Aang puso los ojos en blanco.

—¿Hubo algo productivo en esta parada?

Azula se recostó contra el costado de la silla. No le vino a la mente un solo comentario sarcástico, solo honestidad.

—Sí, de hecho sí.

Chapter 12: La Erupción

Notes:

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Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 11: La Erupción

 

La huida.

El dolor.

Los jadeos.

Una tormenta de lluvia, cenizas y humo.

Otro chico... pero ¿quién? Un Maestro Fuego. Y una niña... ¿Quién era ella?

Lobos. Osos. Bestias feroces acechando en las sombras. Una esfera, de un azul intenso, brillando en el lo alto del cielo...


Aang se despertó sobresaltado, el sudor cubriendo su cara. Sabi, que descansaba sobre su pecho, se levantó con un chillido y se fue volando, alertando a Zuko y Azula de que se había despertado. Aang respiraba con jadeos temblorosos mientras trataba de calmarse.

—¿Otra pesadilla? —preguntó Azula. Su rostro estaba impasible, pero Aang la conocía lo suficiente como para saber que, cuando no se estaba burlando, de alguna manera se preocupaba por él.

Aang se agarró la cabeza.

—Yo... no lo sé. Nunca había visto nada de eso antes. —No volvió la vista a ninguno de los dos, se observó las manos mientras los recuerdos de aquel sueño se volvían aún más vagos y borrosos para él. Trató de aferrarse las imágenes en su cabeza, intentando averiguar donde las había visto antes. Todos le parecían familiares de alguna manera, pero faltaba algo... Algo se le estaba escapando.

—Por supuesto. Es solo un sueño —dijo Azula secamente. Se recostó en su saco de dormir, junto al de él. Zuko se giró, dándole la espalda a los dos—. Ahora vuelve a dormir.

—No lo entiendes… —comenzó a decir Aang, pero se dio cuenta de que sus ojos se habían cerrado y Azula ya no lo escuchaba. Sentía como si ya hubiera visto algunas de estas cosas antes... ¿podría haber sido una pesadilla? Todos sus otros sueños eran visiones de su vida anterior y los desastres por lo que pasaron él y sus amigos. ¿Acaso esos sueños finalmente se estaban desvaneciendo, para ser reemplazados por otros nuevos que él no conocía? ¿Eran inventos puros de su subconsciente? ¿O acaso serían visiones?

Por mucho que odiara esas pesadillas, se apoderó de él una repentina sensación de tristeza y nostalgia. Esos sueños habían sido su único vínculo con el otro mundo, con su familia. No quería que esa conexión desapareciera.

Volvió a acostarse lentamente en su saco de dormir, se puso de costado y miró la espalda de Azula. Esa noche, su sueño no iba a ser uno tranquilo.


Aang estaba de rodillas, en una posición que mostraba respeto, su rostro muy cerca del suelo rocoso de uno de los santuarios internos del Templo. Levantó la vista lentamente para mirar a los monjes.

—¿Cómo saben que soy yo?

—Hemos sabido que eras el Avatar desde hace algún tiempo. ¿Te acuerdas de estos? —preguntó uno de los monjes. Otro le mostró un paquete y se lo pasó usando su Aire Control, se abrió por sí solo en cuanto llegó a Aang.

—¡Estos eran algunos de mis juguetes favoritos cuando era pequeño! —dijo Aang, su voz encendida con la emoción de la nostalgia. Levantó una hélice de viento, algo maltratada.

—Los elegiste porque te eran familiares —explicó el primer monje. Aang los miró a todos, sentados serenamente en sus taburetes bajo la sombra. Con sus túnicas de colores combinados extendiéndose hasta el suelo, Aang tuvo la repentina sensación de estar viendo a los pasteles de frutas de naranja que hacía Gyatso y contuvo la risa—. Son cuatro reliquias de Avatares diferentes, y tú las escogiste entre miles de otros juguetes.

—Los escogí porque creí que eran divertidos —trató de explicar el chico, sin entender muy bien el peso del destino que se le estaba poniendo sobre los hombros.

—Normalmente te lo habríamos dicho al cumplir dieciséis años —le dijo Gyatso—. Pero hay señales que nos preocupan. Temo que la guerra nos acecha, Aang.

—Te necesitamos.


Cuando Aang se despertó a la mañana siguiente, comenzó el día sintiéndose amargado y melancólico. Pero algo muy por debajo de todos esos sentimientos que había enterrado durante mucho tiempo salió a la superficie. La culpa y la vergüenza de haber huido de su destino, abandonando a Gyatso y todos los demás en el Templo Aire del Sur para que se enfrentaran con la muerte. Katara lo había ayudado a aceptarlo, hace mucho tiempo, especialmente cuando su vida empezó a llenarse de nuevos fracasos y vergüenzas.

Desafortunadamente para él, estos sentimientos no pasaron desapercibidos para Zuko y Azula. Al principio, Azula trató débilmente de animarlo haciendo sufrir a Zuko, pero su hermano mayor se había hartado de ella y se enojó, lo que provocó una terrible tensión entre ambos. Azula era la única que no parecía afectada y lucía inusualmente alegre. Aang la atrapó mirándolo de reojo un par de veces, su labio inferior formando una mueca, pero siempre apartaba la vista hacia otro lado.

El trío voló sobre el océano abierto en busca de un lugar para aterrizar y recolectar suministros, no vieron ninguna isla, al menos ninguna que pareciera lo suficientemente buena para cazar o buscar comida. Encontraron atolones inundados e islotes que estaban cubiertos de tanta hierba salvaje que Appa ni siquiera pudo aterrizar. El calor tropical y la monotonía comenzaron a hacer mella en Aang, quien sintió cómo sus párpados se cerraban por la falta de sueño...


Había humo, humo por todas partes, llenando sus ojos, sus pulmones, dificultando su respiración. Pero el calor era lo peor, sintió que su energía se agotaba...

Y luego la escena era diferente, más tranquila, más limpia y más ligera. Estaba a la luz del sol, mirando al consejo de monjes en el Templo Aire del Sur mientras decidían su destino. Los espiaba a través de un agujero en el techo del templo, usando las enredaderas entrecruzadas y las ramas secas que cubrían la superficie para observarlos, los suaves rayos de sol se colaban dentro de la sala donde estaba el enclave del consejo. Gyatso y otro monje hablaban con el abad principal del Templo Aire del Sur.

Gyatso habló.

—Aang necesita ser libre y divertirse. Debe crecer como un niño normal —imploró.

El otro monje, un hombre viejo, encorvado y huesudo, rezongó con enfado.

—No puedes seguir protegiéndolo de su destino —dijo con el ceño fruncido a Gyatso.

—Gyatso, tus intenciones son buenas, pero estás dejando que tus sentimientos por el chico nublen tu juicio —dijo el abad.

—Solo quiero lo que es mejor para él —dijo Gyatso con suavidad. Cada uno de ellos ignorando por completo al niño que los escuchaba a escondidas.

—Pero importa más lo que es mejor para el mundo —dijo el Jefe Monje, inclinando la cabeza. Cuando volvió a mirar a Gyatso, su expresión era resuelta—. Tú y Aang deben ser separados. El Avatar será enviado al Templo Aire del Oeste para completar su entrenamiento.

Aang estuvo a punto de tropezar y caer de su escondite, sin aliento por la noticia. ¡No! ¡No podían enviarlo lejos!


Aang despertó sintiéndose alarmado y angustiado, podía recordar cada minúsculo detalle de este sueño. Aquel que había visto antes. Había experimentado exactamente lo mismo en su propio mundo, mucho antes de despertar en el iceberg. Solo notó una pequeña diferencia que llamó su atención más que cualquier otra cosa: el abad quería enviarlo al Templo Aire del Oeste en lugar del al Templo del Este al que había intentado enviarlo antes. ¿Fue así como terminó en la Nación del Fuego, dentro de un volcán? ¿De alguna manera lograron enviarlo al Templo Aire del Oeste? ¿No habían fallado aquí como pasó en su propio mundo?

¿Acaso había decidido no huir esta vez?

—Aang, ¿estás bien? —le preguntó Azula en voz baja, inclinándose sobre la silla—. No me di cuenta de que te quedaste dormido.

Algo perplejo y muy poco acostumbrado a ver tanta preocupación en el rostro de Azula, Aang tuvo que luchar para dejar salir las palabras.

—Estoy bien, Azula —dijo Aang rápidamente, apartándose el cabello oscuro que le caía sobre el rostro. Ahora que había crecido, su cabello se agitaba al viento sin cesar. Distraídamente, pensó que pronto necesitaría una cinta o algo parecido para recogerlo.

—Bien. No te vuelvas a dormir fuera de la silla de Appa. Eso fue estúpido de tu parte. Podrías haberte caído —le espetó, su voz afilada de nuevo.

—Sí, señora —dijo Aang rápidamente, deseando evitar conflictos. Ahora estaba demasiado cansado para pelear con Azula.


Sokka dio vueltas y vueltas en su cama, pateando a propósito las sábanas de satén azul que lo cubrían para que se enredara irremediablemente. Sin pensarlo, su mano subió a la horrible cicatriz que le atravesaba la cuenca del ojo. Tan pronto como sus dedos hicieron contacto con la cicatriz, su único ojo, tan azul como el hielo, se abrió de golpe y Sokka se sentó con un sobresalto, pero con sus sábanas enredadas, no pudo estabilizarse y cayó de bruces al duro suelo de madera.

Gruñendo, se incorporó y liberó las piernas del nudo de las sábanas. Se paró junto a su cama por un momento, sosteniéndose la cabeza con las manos mientras los vagos recuerdos de su sueño se desvanecían de su mente. Había revivido una experiencia particularmente terrible que no quería volver a ver...

Se lavó el sudor de la cara con el agua de una palangana que estaba cerca de su cama y salió por la puerta. Miró a su alrededor en busca de posibles trampas o trucos antes de salir al pasillo. No era la primera vez. Durante el transcurso de su viaje, uno de los miembros de la tripulación le había estado gastando bromas a él y a los otros soldados y, aunque Sokka tenía sus sospechas, no tenía pruebas. Sin embargo, no se preocupaba demasiado por ellos. Siempre eran inofensivas y solo las hacían para levantar los ánimos. Una vez, había estado a punto de tomar su bebida durante la comida y alguien congeló el agua justo cuando se abría paso hacia su boca, congelando la taza en sus labios y provocando una leve ronda de risas en los otros miembros de la tripulación. Sin embargo, solo le hacían estas bromas cuando Sokka estaba de buen humor. Nadie se atrevía a hacerle nada cuando lucía melancólico. Sospechaba que podría ser Kinto, su lugarteniente y que su abuela, a veces, lo ayudaba. Una vez más, la mayor parte del tiempo no le importaba. Cuando era más pequeño, él y Kinto solían ser buenos amigos, al menos, tan buenos amigos como podrían ser un príncipe y el hijo del jefe de un clan. Cuando eran niños, a veces unían fuerzas para gastar bromas a los demás.

La misma persona que ocupaba su mente estuvo a punto de chocar con él en el pasillo minutos después, saludando torpemente a su superior.

—Lady Kanna me ordenó que me reportara con usted y viera cómo se está sintiendo... señor —dijo Kinto, titubeando justo antes de terminar. El Maestro Agua tenía casi la misma edad que Sokka, pero el príncipe lo superaba en rango. Sokka apretó los dientes cuando notó que el chico miraba abiertamente su cicatriz, cosa que hacía con frecuencia. Por lo que, su respuesta fue algo más agresiva de lo que debería haber sido.

—Estoy bien —dijo con brusquedad, empujando al otro Maestro Agua hacia un lado, haciéndolo chocar contra la pared. De verdad, ¿su estúpida abuela había tenido que enviar a alguien para preguntarle cómo se estaba sintiendo? ¿Se daba cuenta de lo vergonzoso que era? ¿Sabía que lo hacía parecer un debilucho frente a otras personas?

Pero recordó que había bebido bastante el día anterior, durante la noche de música.

Mientras Sokka salía por el pasillo, Kinto trataba de calmar su ira silenciosamente a sus espaldas.


Aang sopló una fuerte ráfaga de aire en el montón de estacas, telas y madera, levantando la tienda por completo.

Los tres acamparon en una saliente rocosa que era más una montaña que una isla, con tres picos creando un pequeño valle que descendía hasta una playa de arena negra. El suelo estaba lleno de maleza y tenía muy pocos árboles; la tierra era fértil y la vida apenas empezaba a surgir, aunque no parecía haber una espesa selva y casi no tenía árboles. No era un buen lugar para recolectar suministros, pero era la única isla en la que podían encontrar tierra lo suficientemente grande para aterrizar, ya que Appa y sus pasajeros estaban cansados de volar. El mismo Aang se sentía listo para caer dormido debido a la falta de sueño. Este habría sido un gran lugar para practicar Fuego Control con Azula, pero simplemente no se sentía con ánimos.

Cuando Aang se dejó caer sobre una roca, notó que Zuko miraba detenidamente una de las montañas y luego se arrodilló para sentir el suelo.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Aang. El chico de cabello azabache inclinó la cabeza.

—Estas no son solo montañas normales —dijo Zuko—. Son volcanes.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Azula, poniendo una mano en su cadera.

—¿Cómo puedes no saberlo? —le dijo Zuko, levantándose para mirar a su hermana—. Vives junto a un volcán. —Azula hizo un ruido de molestia y puso los ojos en blanco—. Bueno, el suelo es negro. ¿No te diste cuenta? Este volcán erupcionó hace poco, tal vez hace un año. La vida está comenzando a brotar de nuevo en estos días.

—Me sorprende que las cosas estén creciendo —dijo Aang, pateando ligeramente el suelo.

—La roca volcánica es fértil —dijo Zuko—. Las cosas crecen fácilmente. No mucha gente lo sabe. Mi tío me lo dijo.

—Ajá. Bueno, ya que sabes tanto, ¿por qué no vas a buscar leña para el fuego? —le dijo Azula, acomodándose un mechón con los dedos.

—Esperen, ¿no les preocupa que pueda volver a estallar? No sé si está inactivo —dijo Zuko, ignorando a su hermana y mirando hacia la montaña de nuevo.

—Estaremos bien —dijo Aang— ¿Cuáles son las posibilidades de que entre en erupción mientras estamos aquí? Sólo nos quedaremos una noche.

Zuko se encogió de hombros, algo inquieto.

—Supongo que tienes razón.

—Está bien, ve a hacer tu trabajo ahora —dijo Azula, agitando las manos para que se fuera.

—Bueno, voy a escalar para comprobar si el volcán está inactivo o no —le dijo Zuko con voz ronca mientras se alejaba.

—Como sea —murmuró Azula a sus espaldas.


Había hollín por todas partes, le picaban los ojos, lo asfixiaba, un calor insoportable lo envolvía... Algo se rompió dentro de él. Un momento después, todo lo que vio fue un blanco abrasador...

Y su visión fue reemplazada por la de una niña. Era alguien a quien nunca había visto antes, tenía un cabello negro que le llegaba hasta la base del cuello, grandes y amables ojos grises, su mano extendida hacia él. Pero era imposible alcanzarla, estaba muy lejos. Trató de tomar su mano, pero cayó en un lago ardiente de magma... Intentó protegerse débilmente con los brazos, pero no pasó nada mientras gritaba y caía a su perdición...


Aang se lanzó hacia adelante de nuevo con un grito ahogado y un momento después escuchó un sonido alarmante. Rápidamente recuperó los sentidos, solo para ver que había disparado una ráfaga de fuego antes de despertar y casi había quemado a Azula, quien saltó hacia atrás justo a tiempo. Aparentemente, se había quedado dormido, sentado sobre la roca.

—¿Qué fue eso? —reclamó.

—¡Lo siento! ¡No fue mi intención! Tuve otra pesadilla —dijo la última parte en voz baja. Azula relajó ligeramente sus músculos tensos por la anticipación. El cielo resplandecía de color naranja con el sol poniente.

—¿Otra? ¿Qué está pasando? ¿De qué se tratan? —le preguntó, su voz era lenta, como si ya hubiera practicado decir esas palabras antes—. No creo que se detengan hasta que hables de ellas con alguien... —Para Aang, su voz le sonaba insegura. Sabía por experiencia que ella no estaba acostumbrada a este tipo de cosas.

Aang agarró su cabeza.

—¡No lo sé! Sigo viendo a esta chica. La he visto antes, pero no sé dónde.

—¿Quién es ella?

—No lo sé, pero me parece muy familiar, como si la conociera de algún lado. —Aang se miró las palmas de las manos, recordando haber intentado acercarse a la chica y caer—. Los únicos sueños que reconozco son de cuando descubrí que era el Avatar.

—Bueno, eso es algo bueno, ¿verdad? —preguntó ella, insegura. Él la miró a los ojos, por una vez, estaba siendo abierta, comprensiva, inusualmente amable, algo así como esa chica, pensó. Volvió a mirar sus manos.

—No. Todo cambió después de eso. Los monjes querían enviarme a un Templo Aire diferente, al Templo del Oeste, para completar mi entrenamiento. Me separaron de todos los que amaba… —dijo, sintiendo el dolor de la pérdida de los suyos otra vez, como si las heridas todavía estuvieran frescas. ¿Por qué los espíritus lo obligaban a revivir uno de sus peores momentos en sueños?

—¿Qué hiciste? —preguntó Azula. Su voz era baja, calmada, invitándolo a continuar.

Aang golpeó el aire con el puño cerrado, desatando una ráfaga de llamas.

—Me escapé.


—Hey, ¿alguno de ustedes se ha preguntado alguna vez cómo el Príncipe Sokka se hizo esa fea cicatriz? —preguntó Kinto al resto de los hombres, balanceándose ansiosamente hacia adelante en su puesto mientras todos se sentaban alrededor de la mesa para almorzar. Había un solo comedor en el barco, con una pequeña mesa en la que casi ningún miembro de la tripulación podía caber.

La puerta de la cafetería se abrió con un crujido.

—¿De verdad quieres saber? —les preguntó la Madre Luna, entrando a zancadas en la pequeña habitación. Todos los soldados se quedaron paralizado en sus asientos.

—¡Lo lamento! ¡No quise faltarle el respeto! —se disculpó Kinto apresuradamente.

—Está bien —dijo Kanna gentilmente, su rostro envejecido mostrando una sonrisa amable—. Todos ustedes merecen saberlo. Se los diré.

—No —dijo otra voz desde la puerta—. Es mi carga para compartir. Yo lo haré.

Cada una de las cabezas de los guerreros, la de Kanna incluida, se giraron de golpe hacia la puerta para ver a Sokka entrando en la habitación, donde se apoyó contra la pared.

—Príncipe Sokka, no era mi intención...

—Está bien, abuela —dijo Sokka, silenciándola. No miró a ninguno de sus soldados mientras hablaba.


Sokka, más joven, sin cicatrices y feliz, caminaba por los muelles de una ciudad portuaria en la Tribu Agua del Sur ubicada en las montañas del noroeste. Sonrió con entusiasmo mientras se preparaba para su primera prueba de hombría: el ritual de esquivar el hielo. Miró hacia el cielo que soplaba vientos favorables. Las aguas tampoco eran demasiado turbulentas. Vio a toda la gente a su alrededor y de repente se puso nervioso. Lo estaban observando, esperando que se convirtiera en un hombre de verdad. Él era el centro absoluto de atención. En algún lugar, su padre estaba mirando. Sokka se acomodó el abrigo de piel un poco mientras abordaba el velero de madera, que solo era lo suficientemente grande para ser tripulado por una persona.

Agarró la cuerda que ataba su bote al viejo muelle y trató de no mirar hacia atrás, a la multitud que lo observaba desde los acantilados de sal que goteaban con el deshielo del calor del verano. En cambio, se centró en la cuerda llena de percebes, sosteniéndola con sus manos torpes, resbaladizas y frías. La marea rozaba el muelle y el barco se mecía en el agua, recordándole a Sokka que se mantuviera en sintonía con ella. Empujar y tirar. Al menos no tenía que preocuparse de que la marea estuviera baja.

Como era el príncipe, se esperaba más de él. Tendría que hacerlo solo, sin la ayuda de su padre, como hacían todos los demás chicos de su edad. Su padre era alguien demasiado importante para algo como esto. Como era de esperar, Sokka descubrió que no le importaba. Él y Hakoda nunca habían sido particularmente cercanos.

Sokka desplegó las velas y agarró el timón con fuerza. Los fuertes vientos soplaban en contra de sus velas azules, adornadas con la insignia de la Tribu Agua. Pudo avanzar sin la ayuda del Agua Control, navegando hacia los campos de hielo que estaban a poca distancia. Icebergs grandes y afilados sobresalían del agua, hechos a propósito por un grupo de Maestros Agua. Su propia abuela estaba entre ellos únicamente para darle ánimos. Lo veía desde la cima de uno de los icebergs, sonriéndole de manera alentadora. Ella era la única en su familia que estaba feliz por él.

El Príncipe de la Nación del Agua empujó el timón de madera del barco, girando el barco hacia la izquierda para dirigirse hacia los icebergs que pronto se convertirían en obstáculos que tendría que superar. Mantuvo el timón firme con una mano una vez que el esquife tomó el curso correcto, usó la otra mano para hacer avanzar el barco por el agua. Pronto, llegó al campo de hielo. Decenas de otros Maestros Agua permanecieron en las cimas de sus propias creaciones, observando cada detalle de su prueba. Sokka giró el timón una vez, dirigiendo el barco hacia la derecha para evitar el primer bloque de hielo. Un giro rápido a la izquierda y esquivó el segundo.

A medida que avanzaba, los icebergs se hacían más grandes y dejaban espacios más estrechos. Sortear el hielo se volvía cada vez más difícil. Se acercó al iceberg donde estaba su abuela, que marcaba el punto medio de la carrera de obstáculos, y notó que ella lo vitoreaba en silencio, estaba sonriendo ampliamente y las arrugas de su rostro se acentuaron un poco más.

En ese momento, apenas notó los dos icebergs que tenía justo enfrente, con apenas un espacio lo suficientemente grande para que pasara su bote. Le había sonreído abiertamente al ver a su abuela, pero ella señalaba frenéticamente a los dos icebergs frente a él. Sokka se volvió para mirar y sus ojos se abrieron con miedo, el pánico apoderándose de él. ¡Quería golpearse a sí mismo por no haber prestado atención y caer en esta trampa! Quitó ambas manos del timón y elevó los brazos, acumulando agua debajo del bote para guiarlo a salvo sobre el iceberg. Era un movimiento complicado de Agua Control, y estaba orgulloso de sí mismo de haber podido hacerlo con éxito, pero cometió un pequeño error, uno que había pasado completamente por alto. Y, desde ese día, lo había lamentado constantemente.

A causa del agua que se precipitaba bajo él, luchando contra la corriente regular, el timón quedó atrapado en ese flujo y se giró bruscamente, sacando al pequeño barco de su curso. Sokka sintió por un momento de total terror cuando el bote se quedó suspendido en el aire y se estrelló un momento después, colisionando de frente contra el iceberg a su izquierda.

Sokka gritó cuando el bote golpeó el iceberg y el impulso lo envió volando hacia las aguas heladas, el endeble barco se rompió en pedazos al instante. Sokka levantó sus extremidades casi congeladas, llevándose hasta el iceberg que estaba al otro lado y salió del agua helada, pero estuvo a punto de resbalar cuando sus manos enguantadas no pudieron aferrarse al hielo con fuerza.

Escuchó los jadeos de los espectadores y los murmullos de confusión de todos los que miraban. Sokka sintió que sus mejillas ardían, a pesar del frío que lo rodeaba, y bajó la cabeza, avergonzado. Había fallado. Muy pocos habían fallado el ritual de esquivar el hielo, mucho menos la realeza. Su abuela corrió hacia él para ayudarlo, pero él la apartó. ¡No iba a dejar que cuidara de él nunca más!

Su padre estaba muy disgustado.


Azula se burló de sus palabras, volviendo a ser ella misma al instante.

—¿Te escapaste? Por algún motivo, no puedo imaginarte haciendo eso. No eres un cobarde.

Aang la miró por el rabillo del ojo.

—Fui débil y egoísta —admitió para sí mismo. Era algo que había aceptado mucho antes, pero seguía siendo un pensamiento del que deseaba poder deshacerse para siempre. Era por eso que había dejado de ser un niño inmaduro. Azula se cruzó de brazos.

—Continúa.

Aang buscó en su mente el recuerdo de sí mismo huyendo del Templo Aire del Sur, escapando durante la noche en medio de una terrible tormenta...

De repente, su cabeza palpitó de dolor, haciendo que el joven Avatar soltara un grito. Se agarró cabello y cayó al suelo de rodillas, retorciéndose mientras sentía como si su cabeza estuviera siendo aplastada por completo... Abrió los ojos, y luego hubo un destello.


El Maestro Aire sostuvo su bastón en una mano, usando la otra para poner, con remordimiento, un pergamino sobre la mesita de noche de madera. Un relámpago destelló en el cielo mientras miraba tristemente hacia la tormenta, preparándose para volar. Volar lejos de su destino. No estaba preparado. Tenía miedo. No podía detener una guerra...

Se dio cuenta de que se había demorado demasiado viendo el cielo desde su ventana. Puso una mano sobre la piedra salpicada por la lluvia, se preparó para salir a la noche, iría a buscar a Appa y se marcharía...

La puerta de su dormitorio se abrió con un chirrido y una voz se coló en la habitación.

—Aang, ¿estás aquí? —Aang se volvió hacia la puerta, sorprendido de ver al Monje Gyatso entrar en su habitación— ¿Qué estás haciendo?

—No puedo quedarme aquí —dijo Aang en voz baja, sin mirar a su mentor a los ojos. La mirada del viejo monje se suavizó—. Y no puedo ir al Templo Aire del Oeste...

—Hice todo lo que pude para que te quedaras. Luché por ti, Aang, pero los monjes insisten en enviarte allí. Lo lamento —dijo Gyatso con tristeza, dejando caer sus brazos a los costados y mirando al suelo, casi como habría hecho un niño asustado.

—¿Por qué sucedió esto? ¿Por qué tengo que ser el Avatar? —le preguntó el joven, dándole una mirada de súplica al anciano—. No puedo hacer esto. No soy la persona correcta...

—Creo que eres la persona ideal —interrumpió Gyatso—. Eres poderoso, sabio, fuerte y valoras la vida. Algún día te convertirás en un gran Avatar, completamente realizado. Es tu destino.

Aang abrió los brazos y Gyatso lo abrazó, cubriéndolo con los pliegues de su túnica.

—Tengo miedo —dijo Aang, las lágrimas empapando la ropa del hombre que había sido como su padre—. No sé qué hacer. No quiero dejar atrás todo lo que amo...

El monje abrazó al niño con más fuerza.

—Eres lo suficientemente fuerte para superarlo, Aang. Irás al Templo Aire del Oeste y vivirás una vida normal. Iré a visitarte todo el tiempo.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Gracias, Gyatso —dijo Aang, cerrando los ojos, las lágrimas no habían parado.


—Yo... yo no me escapé —dijo Aang una vez que el recuerdo terminó, sosteniéndose la cabeza mientras se ponía de pie. ¿Qué estaba pasando? Era como los sueños que había tenido, recuerdos que no le pertenecían. Nunca había vivido esos momentos... pero se sentía como si hubiera pasado. No tenía idea de qué recuerdos eran suyos y cuáles eran los que estaban equivocados.

—¿No? —preguntó Azula. Ella estaba junto a él, retiró la mano que había puesto sobre su hombro cuando Aang le dio la espalda para contemplar la arena negra de la playa. Había caído inconsciente cuando el recuerdo lo invadió. Ahora, mientras hablaba, recordaba más y más cosas, como si un sendero estuviera siendo iluminado por cada vez más linternas.

—Gyatso me detuvo... y fui al Templo Aire del Oeste.


—¿Fallaste en el ritual de esquivar el hielo? —le preguntó Kinto a Sokka con los ojos muy abiertos, sentándose en el borde de su asiento nuevamente. El Príncipe del Agua todavía estaba en la cabecera de la mesa y todos los ojos estaban puestos en él. Incluso el cocinero, con un cucharón de sopa en la mano, se había quedado quieto por la anticipación.

—Sí. Fallé —dijo Sokka secamente, echando un vistazo a su abuela. Su rostro estaba triste y lleno de culpa—. Mi padre me consideró que yo era la mera sombra de un hombre y me dio otra oportunidad de demostrar mi valía. Un juicio por combate.

Toda la tripulación agrandó los ojos con sorpresa.

—¿Un Sedna’a contra el emperador? —preguntó Kinto, dejando salir un grito ahogado.

—No fue un Sedna'a. Solo un duelo de Agua Control. No tenía miedo —les dijo Sokka. Solo había una delgada línea entre Sedna'a, donde se usaban canoas para resolver desacuerdos, y un duelo de Agua Control—. Me había avergonzado a mí mismo, a mi padre y a mi tribu y necesitaba demostrar que era un hombre de verdad.

—¿Contra tu propio padre? ¿Cómo...?

—Eso no es importante —interrumpió Sokka a Kinto—. Más tarde esa noche, me enfrenté a mi padre en una arena de combate.


La arena era una gran plataforma rectangular, hecha de hielo y rodeada por un foso de agua pulcramente tallado en el hielo. Dos guerreros, ambos de la realeza, se pararon en los extremos opuestos de la arena, vestidos con los tradicionales atuendos de los Maestros Agua, preparados para la batalla y con los yelmos de lobo puestos, para representar a su clan. Había una diferencia: largas colas de armiño de un blanco puro que colgaban de los hombros de ambos guerreros y que terminaban en puntas negras. Durante cientos de años, los Maestros Agua habían usado las colas como símbolo de su valentía y honor durante estas batallas tradicionales, utilizadas para resolver disputas. Los espectadores se habían alineado fuera de la arena y más allá del agua, sentados en la roca natural y helada que sobresalía de los páramos nevados y áridos.

—Demuestra tu valía como hombre en lugar de avergonzarte a ti mismo —dijo el Emperador del Agua Hakoda, adoptando una postura de Agua Control. Sokka tragó saliva. Esas palabras le habían helado la sangre y lo seguían hasta el día de hoy—. Eres débil. Siempre has sido débil. ¿Cómo puedes esperar algún día liderar esta tribu cuando eres más blando que la mayoría de las mujeres?

Hakoda sacó agua del foso que los rodeaba y atacó a Sokka, pero fue solo un pequeño golpe, una prueba. Redirigió el agua con facilidad. Sokka no iba a comenzar la batalla solo con movimientos básicos, como su padre. Iba a usar todo lo que sabía. Levantó los brazos lentamente, convirtiendo el hielo debajo de él en agua, lanzando los brazos hacia adelante y dirigiéndola por el suelo hacia su padre.

Una pequeña pared de hielo sobresalió del suelo frente a Hakoda, bloqueando el agua. Un momento después, una sola hoja helada salió disparada hacia el Emperador, rompiendo el suelo y, de pronto, sostenía una espada en manos. Sokka lanzó otro chorro de agua a Hakoda, pero el hombre lo esquivó mandando el agua hacia un lado, listo para blandir su espada de más cerca de su contrincante. Brutal y despiadadamente.

Los ataques del hijo eran débiles y erráticos, poco elegantes y torpes. Su padre lo atacaba sin piedad, blandiendo su espada helada sin preocuparse por reprimirse. Sokka retrocedía un paso con cada golpe, sus ataques de Agua Control volviéndose llenos de pánico e imprecisos. No quería ser una decepción. No quería avergonzar a su padre más de lo que se había avergonzado a sí mismo. Había sabido desde el principio que no tenía ninguna posibilidad de ganar esto: Hakoda solo quería darle una lección. Para avergonzarlo y decirle que lo hiciera mejor la próxima vez. No creía que su padre llegaría tan lejos, que su intención era derramar sangre.

Hakoda, cansado de los débiles ataques de su hijo, levantó la mano libre para lanzar una fuerte ráfaga de agua directo a Sokka. El Príncipe abrió los ojos con terror cuando el ataque lo golpeó de lleno en el pecho, provocando que saliera disparado hacia atrás y aterrizara dolorosamente en el hielo.

Sokka miró a su padre, indefenso, mientras Hakoda elevaba la espada de hielo en el aire, listo para atacar. La hoja descendió, cortando la cara del chico.

La sangre salpicó el aire y un grito desgarrador atravesó la noche.


—Así que eso es lo que pasó —se dijo Kinto—. Siempre pensé que fue un accidente mientras pescabas.

—No, esas son las cicatrices de mis pulgares. Pero ahora lo sabes —dijo Sokka, cruzándose de brazos frente a él. Cerró el ojo—. Después de la pelea, fui avergonzado y humillado y, aún peor, marcado para siempre. Abandoné la Tribu Agua del Sur en un exilio autoimpuesto. Regresaré solo cuando encuentre al Avatar, para restaurar mi propio honor a los ojos de mi gente. Al menos tengo que hacer algo bien.

—El Avatar te da esperanza —dijo Kinto, su rostro no era severo, burlón o astuto como solía ser. Sokka no respondió.


—Pero no lo entiendo —dijo Azula—. ¿Por qué pareces sorprendido de haber ido al Templo Aire del Oeste? Estás actuando como si apenas estuvieras descubriendo todo esto por primera vez.

Aang la miró fijamente, preguntándose qué tan inteligente era realmente Azula. Últimamente, ella había notado varias cosas, algunas de las cuales se suponía que él no debería haber sabido. Azula se había dado cuenta de su extraño comportamiento, especialmente cuando hablaba de Sokka. La verdad era que estaba descubriendo estas cosas por primera vez. Estaban directamente conectados a la razón por la que, en este mundo, lo había. encontrado en la Nación del Fuego, en lugar de en la Tribu Agua del Sur, eso era lo único que tenía sentido. La información le llegaba de a poco, probablemente traída por los espíritus para hacerlo encajar en este nuevo mundo… Una invención y nada más.

En ese momento, Aang se dio cuenta de que se enfrentaba a una decisión muy difícil.

—No puedo darte una respuesta para eso —dijo, bajando la cabeza.

—¿Por qué no? —Ella frunció el ceño como si la hubiera ofendido.

—Porque... no creo que estés lista para saber la verdad. Solo diré que... estoy descubriendo cosas nuevas sobre mí mismo con estos recuerdos de los que te hablo.

—¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Perdiste la memoria? —preguntó. Aang miró al cielo, iluminado con el naranja y el rosa del sol brillante del atardecer, tratando de decidir cuánto podría (debería) decirle.

—Supongo que se podría decir que sí —dijo finalmente.

—¿Por qué no me lo dices? —Su tono fue hosco al principio, pero luego se suavizó un poco— ¿No confías en mí?

—No, no. Confío en ti. —La tranquilizó Aang rápidamente. Ella parecía sentir como si la hubiera traicionado—. Es solo que... sería difícil para mí. No creo que yo esté listo. ¿Puedes aceptar eso?

Azula dejó escapar un suspiro largo y silencioso.

—Supongo que sí.


Gyatso había llevado personalmente a Aang hasta el Templo Aire del Oeste, para completar su entrenamiento. Cuando finalmente llegaron, Aang se emocionó. Gyatso iría a visitarlo todo el tiempo, le prometió, y los monjes como Gyatso nunca rompían sus promesas, y podría hacer muchos nuevos amigos. El Templo del Aire del Oeste era uno de sus favoritos, principalmente porque era único en su clase. Lo había visto varias veces antes a lo largo de su corta vida, y cada vez que lo contemplaba de nuevo, la vista nunca perdía su encanto.

En el templo, fue recibido con todo entusiasmo por las monjas que vivían y trabajaban allí. Dado que el Templo Aire del Oeste era principalmente para niñas y mujeres, todos los ocupantes mayores de cinco años eran mujeres. Aparte de Aang, los únicos varones que allí vivían eran bebés y niños muy pequeños, demasiado pequeños para comenzar formalmente su entrenamiento como Maestros Aire.

Un grupo de chicas estaba cerca de la fuente de agua central de los terrenos del templo. Junto a él, Gyatso le dio un codazo, guiñó un ojo y le señaló a las chicas, que tenían más o menos su edad. Aang se animó a hablar con ellas cuando su mentor se retiró para hablar con las monjas.

—¡Hola, soy Aang! Encantado de conocerte —dijo el chico, acercándose a ellos con una sonrisa radiante. El grupo de chicas se miraron entre ellas, se rieron y se alejaron, sonrojándose. Aang se rascó la cabeza afeitada—. ¿Qué hice mal? —preguntó en voz alta para sí mismo.

—Hola, mi nombre es Sangmu. Bienvenido a nuestro templo —dijo otra chica, acercándose a él. A diferencia de las demás, ella no estaba riendo sino que tenía una sonrisa alegre y sus grandes ojos grises estaban llenos de calidez. Su cabello negro estaba suelto casi por completo, le llegaba hasta el cuello y dos trenzas delgadas enmarcaban su rostro. Se parecía a la seda bajo la luz del sol.

—Soy, eh, Aang —logró decir el chico, sin darse cuenta de que ya lo había dicho. De repente, sintió mucho calor y tiró del cuello de su camisa.

—Escuché algunos rumores de que se suponía que el Avatar vendría a vivir con nosotros. Supongo que eres tú, ¿no? —dijo la chica llamada Sangmu, inclinándose hacia él.

Aang inmediatamente dejó caer los hombros. No quería que se repitiera el mismo incidente con sus amigos en el Templo Aire del Sur. ¿Todos los que conocía empezarían a dejarlo de lado ahora? ¿Lo iban a tratar diferente de como normalmente lo tratarían?

—Sí. Supongo...

—Bueno, ¿qué pasa? —preguntó Sangmu, preocupada.

—No quiero ser el Avatar. Nadie quiere hablar conmigo en cuanto lo saben. Ya viste a esas chicas hace unos minutos —dijo Aang con tristeza.

—No creo que importe —dijo la niña—. Sigues siendo una persona normal para mí. No eres diferente de ningún otro ser humano.

Aang sonrió ampliamente.

—Gracias. Realmente lo necesitaba.

Sangmu sonrió, su mirada era compasiva.

—Vamos. Déjame mostrarte nuestra Cámara del Eco Eterno.


Aang contempló el recuerdo que acababa de "presenciar", pensando en la Maestra Aire, Sangmu. Se habían vuelto muy buenos amigos, recordó. Pensando en los recuerdos que se extendían ante él, se entristeció de que él, este Aang, el que era ahora, nunca hubiera llegado a conocerla. Le habría gustado volver a verla, pero sabía lo que fue de su triste destino.

—Así que conociste a una chica. Vaya cosa —dijo Azula, mirándose las uñas.

—Nos volvimos más cercanos los siguientes días —continuó Aang—. Incluso la traje a la Nación del Fuego para que conociera a mi amigo Kuzon. Fue muy divertido. No teníamos más amigos en el Templo del Aire del Oeste… —Aquel era el Maestro Fuego de su sueño. Era Kuzon: ojos dorados e inteligentes, cabello negro, recogido en un moño alto, ropa de noble y todo.

—¿Pero qué pasó?

—La Luna de Seiryu. Los Maestros Agua atacaron el Templo Aire del Norte primero, así comenzaron la guerra. Yo no estaba allí y no era, ni de lejos, lo suficientemente fuerte como para protegerlos, a mi propia gente, a ninguno de los otros niños. El Templo Aire del Oeste iba a ser el próximo.


Los relámpagos atravesaban el cielo tormentoso mientras torrentes de lluvia caían implacablemente sobre los terrenos del templo. Dos lunas, una plateada brillante y la otra de un azul profundo, adornaban el cielo, omnipresentes, amenazantes. El cañón estaba lejos de ser pacífico, había sido dominado por la guerra.

—¡Niños! ¡Niños, por favor, váyanse! —gritaba una de las monjas— ¡Lleven a los más pequeños con ustedes! ¡Deben mantenerlos a salvo!

Algunas de las chicas mayores recogieron a los niños más pequeños, tratando de contener las lágrimas para parecer fuertes. Las apresuraron a los establos de los bisontes. Algunas de ellas atacaron a soldados de la Tribu Agua con poderosos vendavales cuando se acercaron. Otros guerreros cubrían de hielo los pilares de piedra, rompiéndolos para arrancar todo el templo del acantilado. El agua los rodeaba por todas partes y la estaban usando a su favor.

Aang observó los grotescos y horripilantes poderes de los Maestros Agua mientras controlaban los líquidos dentro del cuerpo de otras personas, asesinándolas de formas espantosas. La ayuda de la segunda luna fortaleció sus poderes de Agua Control, permitiéndoles hacer cosas que eran casi imposibles. Las monjas estaban siendo masacradas ante los ojos de Aang. Se quedó atrás, lejos de las otras chicas.

—¡Hermana Maya, déjame pelear! —le gritó Aang a la monja, quien enviaba ráfagas de aire a un soldado, empujándolo hacia el acantilado— ¡Soy el Avatar, tengo que hacer algo! —Era un Maestro de Aire Control. Sabía que podría luchar.

—¡Protégelos! ¡Ve a un lugar seguro con los niños!

—¡Yo también lucharé! —les gritó una voz. Sangmu corrió al lado de Aang—. Kuzon está aquí. Nos ayudará. —Todo pareció detenerse por un momento cuando la Hermana Maya se volvió hacia ellos, puso las manos sobre los hombros de Aang y Sangmu. Kuzon estaba detrás de ellos, listo para luchar, el fuego envolviendo sus puños incluso cuando la lluvia amenazaba con apagarlo.

—Escúchame, Aang. Ahora eres la última esperanza del mundo. No puedes morir aquí. Escapa a un lugar seguro con tus amigos.

—¡No me quedaré sin hacer nada mientras mi hogar está siendo destruido! —gritó Sangmu, y sonaba tan distinta de la chica amable que Aang conocía que su arrebato lo tomó por sorpresa—. Esta es mi gente, y no los dejaré caer.

—Aang, Sangmu, vamos. Tiene razón, esta gente es demasiado fuerte para nosotros —dijo Kuzon, siendo la voz de la razón, como siempre—. Salgamos de aquí y vivamos para luchar otro día. Están cumpliendo con su deber. Ahora tenemos que hacer el nuestro.

—¿Cómo puedes decir eso, Kuzon? —Sangmu se volvió hacia él, sorprendida.

—¡Estos soldados son Maestros Agua muy poderosos! —gritó Kuzon, disparando una bola de fuego a un guerrero que se había acercado demasiado—. Aang es el único Maestro experto de nosotros tres. Sería más prudente salir de aquí mientras podamos.

Aang respiró profundamente y apretó su bastón.

—Kuzon, creo que tienes razón. Vamos, Sangmu. ¡Tenemos que irnos ahora!

—Aang, ¿cómo pudiste ceder tan fácilmente? —preguntó la chica, su voz estaba llena de dolor. Y por primera vez, Aang estalló de ira contra la chica que creía amar.

—¡Esta es la decisión más difícil que he tomado en mi vida! —gritó, un trueno retumbando en el aire—. No tenemos otra opción. —La hermana Maya se había alejado de ellos para continuar defendiendo el lugar que amaba.

Sangmu apartó los ojos de la lucha y los cerró casi con dolor.

—No quiero hacer esto —dijo en voz baja, las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos—. Pero tienes razón, Aang. Habrá tiempo para pelear más tarde… —Aang tomó su mano, intentando consolarlos a ambos. Sangmu le tendió la otra mano a Kuzon, quien la agarró—. Vamos.

Los otros niños ya se habían ido cuando el trío alcanzó a sus bisontes. Sangmu trepó al suyo sola mientras Aang y Kuzon subieron a Appa. Se elevaron hacia el cielo, lejos de la muerte y el horror del ataque al Templo Aire del Oeste. Cada trueno hacía que los tres niños se estremecieran de miedo. El viaje hasta las tierras de la Nación del Fuego fue dolorosamente corto y silencioso. Estaban confundidos y asustados.

Durmieron en una cueva marina cerca de la costa de la Nación del Fuego, las olas del océano rompiendo contra el acantilado cercano. El sueño se apoderó de Aang y Kuzon, pero antes de quedarse dormido, Aang vio a Sangmu con los ojos entrecerrados mientras ella contemplaba la tormenta desde la entrada de la cueva.

Cuando Aang se despertó y se dio cuenta de que parecía haber amanecido (era difícil saberlo, porque la tormenta seguía azotando el exterior), encontró una carta enrollada cerca de él sobre en una roca. Al darse cuenta de que Sangmu no estaba en ningún lado, lo agarró y leyó.

 

Aang y Kuzon,

No sé si ustedes dos me volverán a ver alguna vez, pero el ataque de la Tribu Agua a nuestra gente no puede ser ignorado.

No sabía cómo te sentías, Aang, hasta que me pasó a mí. Mi gente está muerta. Pero voy a actuar.

Yo mismo voy a derrotar al Jefe Agua Seiryu. Debo hacerlo. Lo siento.

Adiós,

Sangmu

 

Aang salió de esa cueva en segundos.

Estaba empapado de nuevo hasta los huesos, volando por el cielo oscurecido. Había mucha lluvia. Nunca había visto tanta en su vida. Las riendas de Appa se le resbalaban de los dedos. Las apretó con más fuerza, tomando la ruta más rápida hacia la Tribu Agua del Sur. Tenía que alcanzar a Sangmu... no podía estar muy lejos de ella...

Voló más bajo para ver el suelo, elevándose solo cuando pasó sobre una cadena de montañas. En su determinación por encontrarla, ignoró por completo el hecho de que una de las montañas había arrojado humo al aire y no lo notó hasta que Appa lo atravesó.

El olor a azufre era intenso e hizo que sus ojos ardieran y se volvieron borrosos casi al instante, y empezó a ahogarse. Trató de llevar a Appa más alto, pero el bisonte, tan grande como era, también se había debilitado por los gases. Tenía que escapar... del humo, del calor... lo rodeaba por todas partes. Venía de algún lugar bajo él, ¿o venía de arriba? ¿Estaba a su lado? Estaba desorientado, un fuerte crujido retumbó en el aire.

Aang sintió que su control sobre la realidad se aflojaba, no sentía nada a su alrededor, nada en absoluto...

Y el inmenso y puro poder llenó sus sentidos.

El viento giraba alrededor del chico en una esfera protectora, sus ojos y tatuajes brillando de un blanco inmaculado. Pero fue un esfuerzo inútil. Su bisonte, grande y pesado, seguía cayendo. El Avatar, que ya no era Aang sino un recipiente de espíritus, sintió solo una conexión lejana con la criatura que descendía, lista para enfrentar su perdición. El Avatar, que ahora flotaba, descendió en picado y envolvió a la criatura en vientos protectores, justo cuando la lava a su alrededor se abalanzó sobre el bisonte como si tratara de alcanzar un tesoro. El Avatar levantó las manos, sin hallar otra salido que no fuera hacia adentro, controlando el magma ardiente a su alrededor, fusionándolo con la luz del espíritu Avatar y creando una piedra de fuego, similar a un rubí, que no sería encontrada nunca durante cien años...

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—Y lo siguiente que supe… —Yo era, bueno, yo. Me apoderé de su vida...—. Me despertaste. Los otros Templos Aire fueron atacados justo después de que cayera el del Oeste.

—Sí. Y tú luego me atacaste —dijo Azula.

—Sí… —asintió Aang con una sonrisa. Bajó la vista al suelo, mirándose los pies,

En realidad, Aang había tomado el control la vida de otra persona. Había elegido pensar en el Aang de este mundo como alguien diferente, porque, siendo sincero, lo eran. Aang del mundo donde gobernaba la Nación del Fuego era más maduro, estaba más acostumbrado a la guerra y, se había apoderado del cuerpo y los recuerdos de este Aang.

—Bueno, ahora lo sacaste de tu pecho, ¿verdad? —preguntó Azula secamente—. Espero, por nuestro bien, que ya no tengas esas pesadillas.

—Sabes que no puedo garantizar eso, Azula —dijo. Porque, sinceramente, no saqué nada de mi pecho. El dolor y la pérdida de mis amigos y familia sigue ahí, cortesía de una Azula diferente.

Quería decírselo, pero no podía. No era su carga para llevar.

Azula de repente se tensó y se agarró a la roca donde estaba sentada con ambas manos.

—Espera, ¿sentiste eso?

Aang levantó la cabeza.

—No, ¿qué fue?

—El suelo está temblando. Ha estado sucediendo por un tiempo y creí que solo estaba imaginando. Algo está sucediendo —dijo, su voz no dejó salir ni una pizca de pánico—. Tenemos que irnos.

—Está bien, iré a buscar a Zuko —dijo Aang. Cuando se puso de pie para agarrar su bastón, el infierno se desató.

Con una violenta explosión que sacudió a toda la isla, el volcán entró en erupción. El humo negro y hollín cubrió el aire cuando la roca fundida explotó desde el borde del volcán y se deslizó por la ladera de la montaña. Aang se quedó boquiabierto de horror mientras contemplaba el desastre natural, pero se recobró de la sorpresa rápidamente. Se había enfrentado a un volcán antes, y había salido victorioso. La otra vez... no tuvo tanta suerte, ambas eran experiencias totalmente diferentes como para ayudarlo.

—Azula, encuentra a Appa y a Sabi y sal de la isla ahora. Voy a buscar a Zuko —ordenó Aang, abriendo su planeador.

—¡No me digas qué hacer! —le espetó ella

—Si no me escuchas ahora mismo, morirás y no podré hacer nada al respecto —dijo, manteniéndose firme, con la voz más severa que pudo encontrar. Hizo girar el planeador para convocar una corriente de aire ascendente y voló.

Aang se acordó de inmediato del incidente en el monte Makapu. Sin embargo, esta vez no estaba tratando de proteger un pueblo lleno de gente, solo iba a salvar a otros dos y dejar que este desastre natural siguiera su curso. Llamó a Zuko a gritos, pero cada vez que abría la boca, su garganta se sentía ronca y ardía a causa del humo, que ahora parecía estar en todos lados.

Aang sobrevoló el volcán, buscando la figura de Zuko. Continuó gritando a pesar del dolor y el calor. Cerró su planeador de golpe y lo giró sobre sí mismo, limpiando parte del humo con una ráfaga de viento. Durante ese breve instante, finalmente vio a Zuko, tirado en una saliente rocosa, al borde de la inconsciencia. La lava se arrastraba hacia él, pero Aang sabía que el calor debía ser demasiado como para poder soportarlo. El Maestro Aire se abalanzó sobre su amigo y lanzó vientos feroces contra la lava que caía y caía, enfriándola rápidamente para volverla roca volcánica, dándoles un poco más de tiempo.

—Vamos, Zuko. Súbete a mi planeador. —El chico lo ayudó. Débilmente, el muchacho mayor, con el rostro pálido y cubierto de hollín, obedeció y se subió a las alas extendidas. Tan pronto como estuvo listo, Aang se lanzó desde el precipicio, en busca de aire puro.

—Te lo dije —gruñó Zuko.

—Sí, sí. Lo siento, Zuzu —dijo Aang, sonriendo a pesar de que su amigo no lo podía ver.

—Hey, no me llames así —dijo Zuko con la sombra de una sonrisa.


Ella simplemente no podía no admirar. Siempre se mostraba tan fuerte ante el peligro, tan dispuesto a defender a sus amigos y enfrentarse a ellos al mismo tiempo. Era poderoso, de eso no le cabía duda. Siempre que estaba cerca del chico, no podía evitar sentirse indefensa. A veces él tenía ese efecto en ella... así que tenía que demostrarle que ella también podía ser fuerte.

Y luego estaba ese aire misterioso que lo envolvía. A pesar de que acababa de contarle parte de su pasado momentos antes, todavía había algo que le estaba ocultando, y ella lo sabía. Podía verlo en sus ojos cada vez que él la miraba. ¿Le recordaba a alguien? ¿Alguien a quien había perdido? ¿Alguien a quien... amaba?

Se dio cuenta al instante que se estaba engañando a sí misma. Aang era demasiado joven para conocer el amor verdadero.

Por otra parte, era inusualmente maduro para su edad...

Azula se sentó a la cabeza de Appa mientras el bisonte flotaba en el aire, en espera de su dueño y de su hermano. Sonrió con una sombra de alivio cuando vio el planeador de Aang emerger de la nube de humo negra.


Sokka miró hacia el agua, observando la estela que dejaba su barco mientras surcaba el mar. Se apoyó en la balaustrada, cavilando sobre la historia de su pasado que acababa de contar a toda su tripulación. Había sido como si estuviera abriendo de nuevo una herida dolorosa (y no era la de su ojo) y comenzó a pensar en lo que pudo haber sido. ¿Y si tuviera un padre amoroso, uno que lo respetara como guerrero, Maestro y hombre?

Escuchó unos pasos que se acercaban a su espalda y los reconoció como los de su abuela. No, esas son solo esperanzas y sueños tontos... el tipo de cosas en las que solo ella pensaría, se dijo Sokka a sí mismo.

—No tienes que disculparte —le dijo Sokka a la anciana antes de que pudiera hablar, volviendo la cabeza hacia otro lado—. Sé lo que hice. No tuviste nada que ver en eso.

—Todo fue culpa mía, Sokka —dijo la mujer, su voz llena de tristeza—. Yo fui la razón por la que fallaste, por qué te exiliaron, por qué te avergonzaron. Te distraje durante tu ritual de esquivar el hielo, algo de lo que me arrepiento hasta el día de hoy.

—¡No fue tu culpa, abuela! —No pudo evitar dejar salir un ligero temblor de su voz—. No lo entiendes. Nunca lo entenderás. Fue mi culpa y solo mía. Por favor… déjame en paz.

—Muy bien, Príncipe Sokka —dijo con una rápida reverencia, alejándose de él con los ojos cerrados.

Sokka se volvió para mirar al agua de nuevo, que reflejaba la luz plateada de la luna. Su abuela nunca entendería que él nunca podría culparla por lo que sucedió ese día. Era posible que se haya distraído cuando la vio en ese iceberg, pero estaba demasiado feliz de verla apoyándolo como para que le importara. Ella era una de las pocas personas que realmente se preocupaba por él. Y eso era lo único que valía la pena.


Aang y Zuko aterrizaron directamente sobre Appa cuando escaparon de la erupción. Zuko comenzó a toser inmediatamente, pero estaba vivo e ileso. Aang sabía que iba a estar bien.

En cambio, el joven Avatar dejó que su mente vagara hasta su amiga Maestra Aire de los recuerdos, Sangmu. Se preguntó a dónde había ido, quién había sido era, por qué lo había hecho... Los Nómadas del Aire no eran personas que buscaran venganza. ¿Una rabia ciega se interpuso en ese camino? ¿Llevaba muerta desde hace mucho tiempo? Probablemente. Toda su gente lo estaba. Ingenuamente, por un breve instante, tuvo la esperanza de que ella pudiera estar viva en alguna parte... pero era imposible.

Sus pensamientos volvieron a la razón por la que no podía decirle toda la verdad a Azula; de dónde era, quién era ella en realidad y cómo la conocía. La vio acurrucarse en la silla para dormir después del largo día y decidió que no podía poner esa carga sobre ella... En cambio, como siempre y aunque se odiaba a sí mismo por hacerlo, huyó del problema.

Sabía que algún día tendría que decirles la verdad a sus amigos.

Y temía que ese día no tardaría en llegar.

Notes:

Pequeña aclaración: la inmensa mayoría de los personajes que aparecen o se mencionan en este fanfic, existen realmente en el mundo de ATLA o LOK. Sangmu es el primer personaje original en aparecer y creo que, aparte de ella, hay muy pocos más.
 
En fin, este es mi de mis capítulos favoritos (y el más largo que he traducido hasta ahora) del Libro 1, tanto en la serie como en el fanfic. Me encanta como Sokka, a pesar de ser "el malo" aún es él mismo y se puede ver lo bien adaptado que está a esta realidad, al igual que Azula. Definitivamente esos dos son mis favoritos en este fanfic.
 
Intentaré traer el siguiente capítulo lo más pronto posible, se llama El Espíritu Azul, así que, se viene lo bueno jaja. Muchísimas gracias por leer, lo aprecio un montón ♡♡

Chapter 13: El Espíritu Azul

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 12: El Espíritu Azul

 

Por quinta vez esa mañana, Aang sintió como su cuerpo se estremecía con un ataque de tos y se frotó los ojos adoloridos. Junto a él, Zuko estaba en la misma condición, pero se veía considerablemente más pálido de lo normal, los ojos enrojecidos e irritados. Ambos chicos hicieron sus tareas del campamento con movimientos lentos, muy por debajo del estándares de Azula, y cuando Aang tropezó con un montón de raíces y cayó de bruces, ella ya estaba harta. Ni siquiera le pudo encontrar el lado divertido para burlarse de él.

Azula se limitó a mirarlos con un suspiro exasperado.

—¿Qué les pasa a ustedes dos hoy? Ambos lucen patéticos.

Zuko fue asaltado por otro ataque de tos que hizo temblar todo su cuerpo, liberando a Aang de dar una respuesta, le lanzó una mirada preocupada.

—Probablemente sea la ceniza y el hollín del volcán de ayer —dijo Aang con voz ronca, tratando de ayudar a Azula a montar el campamento, pero fracasando miserablemente en su intento de sacar los sacos de dormir de la silla de Appa—. Mi garganta no ha dejado de arder. Apenas puedo ver.

—Tal vez si dejaras de quejarte podrías lidiar con eso —dijo Azula, poniendo los ojos en blanco—. Pero supongo que tendré que hacerme cargo de ustedes dos por un tiempo. —A través de sus ojos hinchados, Aang le dio una sonrisa de agradecimiento— ¡Pero solo hasta que mejoren! —se corrigió rápidamente: tenía una reputación que mantener y no quería que tuvieran la impresión de que podía ser compasiva y cariñosa. Aang se dejó caer sobre el pelaje de Appa con alivio, justo como Zuko había hecho.

—Azula estaba igual de cerca del volcán como nosotros —le dijo Zuko a Aang, lo suficientemente fuerte para que su hermana lo oyera también—. ¿Cómo es que no se enfermó?

—Porque soy una Maestra Fuego, y los Maestros Fuego no se enferman —le dijo Azula, sentándose en una de las raíces mientras encendía una fogata. La arboleda que habían escogido para acampar ocultaría bien el humo de su fuego, protegido por una pared de árboles, por lo que, aunque estaban cerca de los territorios de las Tribus Agua, no causaría ningún problema.

Aang frunció el ceño al escucharla hablar así, pero lo ignoró.

—Bueno, no importa cuáles sean las razones, Zuko y yo estamos demasiado enfermos para viajar —dijo Aang, con voz débil—. Azula, ¿podrías ir a buscar alguna medicina?

—Supongo que podría aprovechar el momento e ir por allí a explorar —dijo Azula, tomando su mapa y disfrutando en secreto cada minuto. Cuando se recuperaran, esperaba exprimir al máximo el hecho de haberse hecho cargo de ellos por un tiempo. Primero buscó su posición en el mapa de las Islas Interiores de la Nación del Fuego, una ribera rodeada de bosques por todos lados, y luego buscó la ciudad más cercana. Haciendo todo lo posible por ocultar el hecho de que su hermano sabía más sobre mapas que ella, trató de no girar demasiado el mapa mientras señalaba su destino—. Puede que haya un pueblo no muy lejos de aquí —dijo después de unos minutos de análisis.

—¿Y...? —preguntó Aang esperanzado, haciéndole un gesto para que continuara.

—Y supongo que no tomará demasiado trabajo encontrar a alguien que ayude.

Aang sonrió, pero otro ataque de tos se apoderó de él y se recostó de lado.


—Estos hombres son los mejores espadas del continente, Comandante Vyke —argumentó Bato. Bato y el jefe del Clan Buhobatros discutían en lo alto de los muros de una fortaleza inexpugnable, ubicada en lo que solía ser la antigua Ciudad Capital de la Nación del Fuego durante la época de los primeros Señores del Fuego. Hace décadas, la ciudad había caído y ahora la Nación del Agua ocupaba el volcán inactivo, incluso habían erigiendo una fortaleza sobre una antigua torre de prisión ubicada en el borde de la caldera—. Está desperdiciando sus habilidades al hacerlos trabajar como meros guardias en nuestra fortaleza de la Nación del Fuego. Ya tiene decenas de hombres bajo su mando. ¡Esos hombres deberías estar tras el Avatar

—Los Samurai de Kokkan no están bajo sus órdenes, Jefe Bato. Sirven a mi ejército y no a las flotas de guerra. Su solicitud ha sido denegada. —Siendo un hombre corpulento que parecía una montaña de músculos, las habilidades de Vyke como guerrero habían sido respetadas desde que Bato era solo un niño. Vyke era uno de los comandantes más reconocidos por sus victorias en las batallas del continente, una rareza entre las tribus y, era un No Maestro quien, obstinadamente, custodiaba la fortaleza de la Nación del Agua, listo para enfrentarse contra la Ciudad Dorada, al norte, o Jie Duan, al sur.

—Sus habilidades se adaptan perfectamente para asesinar y capturar, Vyke. Se dice que, aparentemente, tienen la capacidad de cortar a un enemigo en pedazos con un solo movimiento de su espada, o de inutilizar cualquier parte del cuerpo, herir a sus oponentes sin derramar sangre... —Originarios de una región de las islas Chuje del Mar del Sur, los Samurai de Kokkan provenían de una orgullosa asociación de guerreros ancestrales, anterior al imperio, y habían sido leales a la Nación del Agua desde el principio. Ahora, se decía que entre sus filas, se podían encontrar unos cuantos Maestros Agua, reforzando aún más su poder.

—Los Samurai de Kokkan fueron puestos a mi cargo, Capitán, conozco bien sus capacidades —interrumpió Vyke con firmeza, recordándole que él era quien tenía un rango superior para hacer que Bato desistiera. Empezó a afilar de nuevo los picos de su enorme mazo de hueso de ballena, el arma característica de Vyke. Bato se dio la vuelta, con los brazos cruzados, y haciendo trabajar a su cerebro para solucionar esto. Si Vyke hubiera sido un Maestro Agua, podría haberlo desafiado a Sedna'a, pero aquí no podía tomar esa salida. Sin embargo, la oportuna llegada de un halcón mensajero interrumpió sus pensamientos, La criatura se posó en el brazo de Vyke y cuando leyó el pergamino su ceño se profundizó.

Bato ya tenía una idea de lo que podría haber en el contenido de ese pergamino, pero quería escucharlo.

—¿Qué dice?

—Ignoraste por completo mi autoridad e hiciste una petición al consejo de ancianos, ¿cierto? —preguntó Vyke, enrollando el pergamino.

Con las manos cruzadas a la espalda, Bato se volvió hacia la antigua torre de la prisión y sonrió.

—Ahora —dijo—. Como estaba diciendo, los Samurai de Kokkan deberán ser enviados a dar cazar al Avatar, y a cualquiera que lo ayude.

Encima de las paredes, detrás de ellos, una máscara azul se asomaba entre las sombras, sin ser vista.


Azula siguió el curso del río que estaba cerca de su campamento, viajando a pie y de mal humor porque el estúpido bisonte se había negado a dejarla tomar las riendas y dejar atrás a su dueño. El pueblo estaba a un kilómetro y medio río abajo, ubicado justo en el cruce de la orilla de un río fangoso. Antes de entrar en el pueblo, que era poco más que un grupo de casas, Azula dio un paso atrás para analizarlo.

A la inexperta estratega le tomó unos minutos detectar los múltiples desperfectos del pequeño pueblo, empezando por su ubicación. Si bien, había sido bastante prudente que la gente construyera el pueblo que estaba casi totalmente rodeado de agua, toda la parte trasera del pueblo quedaba desprotegida de un ataque. Además, si alguien (o un grupo de personas) los asaltara desde las palmeras que bordeaban el río, los atacantes tendrían una ventaja obvia debido a la altura y el camuflaje natural que podría ocultarlos. A pesar de ser una buena defensa natural en la mayoría de los escenarios, la principal amenaza para este pueblito ribereña sería los ataques de un Maestro Agua. Y si un pequeño fuego se iniciara en alguna parte, los edificios de madera y los techos de paja arderían en cuestión de momentos.

Eso era lo que más amaba Azula del fuego, su propio elemento. Quemaba todo a su paso hasta que no quedaba nada. Le encantaba ser una Maestra Fuego. Pero también, supuso que este pueblo tenía suerte de no tener nada para atraer el interés de las Tribus Agua, de lo contrario, probablemente habría sido conquistado hace mucho tiempo.

Azula cruzó el endeble puente de madera que atravesaba la parte más delgada del río para entrar al pueblo. Una vez dentro, se detuvo un momento para admirarla más de cerca. Tenían un lugar para el ganado y otro para un par de viejos y maltratados rinocerontes de komodo, aunque la mayoría de los animales pastaban libremente en la hierba cerca de la orilla del río. Con no más de una docena de casas y un puñado de negocios y tiendas, que este, era un pobre intento de pueblo, indigno de estar tan cerca de la antigua capital. Apenas parecía mejor conservado que su aldea, y las casas más cercanas al río habían sido construidas sobre pilotes para evitar inundaciones. La mitad de las casas tenían techos hechos de hojas de palma secas o tablas de madera y tejas de terracota. En el momento en que las Tribus Agua o un barco pirata pusieran sus ojos en este pueblo, caería bajo su dominio sin más.

Oh, bueno. No era problema de ella.

Los pueblerinos apenas le prestaron atención mientras caminaba con cuidado, esquivando los charcos de barro que salpicaban los caminos. Azula no esperaba que un pueblo tan pequeño tuviera curanderos o médicos, pero era común que los posaderos supieran algo de medicinas y remedios, así que esperaba que, al menos, encontrara a uno de ellos. No pasó mucho hasta que halló lo que quería: esta posada parecía funcionar como la taberna del pueblo, que anunciaba un vino dulce de palma como su especialidad local. Qué pintoresco.

—¿Dónde está el posadero? —preguntó Azula al entrar—. Necesito verlo ahora. —Miró a las dos ocupantes: una de ellas era una anciana de aspecto hosco y la otra, una joven mujer con espeso cabello castaño que le caía sobre la mayor parte de la espalda. Ambas levantaron la vista hacia ella cuando entró y luego se volvieron hacia sus platos de sopa sin darle una segunda mirada. La anciana, que estaba tras del mostrador, vigilaba el resto del establecimiento, las mesas y taburetes. Detrás de ella había una colección de máscaras de teatro colgaba de las paredes que miraban fijamente a la recién llegada. El caldo de carne de la anciana olía a la cosa más apetitosa que Azula había comido en semanas.

—¿Eres una princesa de tierras lejanas? —preguntó la anciana, juntando sus manos alrededor de un cucharón de sopa, arrugando la cara en una mueca que lucía como si hubiera comido algo agrio. Su voz era ronca por la edad.

Azula se puso las manos en las caderas.

—¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que no

—¡Entonces no andes por ahí como si fueras la dueña del mundo y respeta a tus mayores! —reprendió la anciana—. Yo soy la dueña. ¿Qué quieres? El bueno para nada de mi hijo puede enseñarte una habitación si...

Azula soltó un bufido de burla frente a la vieja, interrumpiéndola antes de que pudiera continuar.

—No necesito una habitación. Mis amigos están ahí afuera—señaló al exterior—, enfermos y esperando sanar pronto. ¿Sabes algo de eso? —preguntó Azula, hace mucho tiempo que había dejado de importarle lo grosera que podría llegar a verse. Rápidamente, le dijo los síntomas de su hermano y el Avatar, enumerándolos con los dedos.

—Bah, ¿eso es todo lo que necesitas? —se burló la vieja, entrecerrando los ojos— ¡Haz un poco de té con lirios de fuego! ¡Incluso un mono cerdo lo sabría! —Se arrastró detrás del mostrador y le arrojó una bolsita de hierbas—. Y pon esto también.

Azula pudo contener su ira apenas.

—¿Y dónde puedo conseguir estos lirios de fuego?

—¿Dónde diablos vives, en el Polo Sur? Son esas pequeñas flores rojas que ves por todos lados. ¡Ahora lárgate de aquí! ¡Lárgate! —Y entonces la anciana la amenazó con un cucharón de sopa, persiguiendo a Azula fuera de la posada mientras la otra joven miraba en silencio.

—¡Vieja loca! —gritó Azula cuando le cerraron la puerta en la cara. La Maestra Fuego se dio la vuelta en el acto, respiró hondo y se acomodó el cabello—. Bueno, eso fue bastante grosero —se dijo a sí misma. Rápidamente dejó la ciudad y se aventuró hacia el bosque, ansiosa por encontrar los lirios de fuego para su hermano y su amigo y así hacer que el día, finalmente, terminara.

Azula nunca había sido una chica a la que le gustaran las flores. No se había molestado en memorizar todos sus nombres, ni en resaltar su belleza mientras pasaba. Ella no las recogía ni se las ponía en el pelo. No disfrutaba de sus fragancias ni las usaba como perfumes.

Pero su madre sí que las amaba.

Azula recordó la frecuencia con la que su madre las recogía, cuando era muy pequeña y su madre trabajaba en su propia tienda de flores. Ahora que lo pensaba, su madre también tenía varias máscaras colgadas en las paredes, al igual que esa posadera. Siempre se veía tan feliz de estar ahí, y a Azula le encantaba estar con ella. Así como el fuego era el elemento de Azula, las flores le pertenecían a su madre.

Pero todo cambió cuando la Nación del Agua atacó. Azula recordaba ese día con vívida claridad a pesar de lo pequeña que había sido. Recordaba haber corrido hacia la floristería de su madre, desesperada por ver a su madre y rezándole a los espíritus de los volcanes, a las Gemelas, que los protegiera. Recordaba los olores, el sonido de los gritos y la madera quebrándose bajo el peso de los grandes bloques de hielo. Pero cuando llegó a la tienda, encontró a todas las flores marchitas, muertas y secas... y el cuerpo de su madre fue descubierta más tarde, en las aguas cerca de la costa, ahogada a manos de los Maestros Agua. Las flores que siempre llevaba en las mangas y en los bolsillos de su túnica flotaban en el agua junto a ella como una ofrenda funeraria.

Recoger lirios era un asunto solemne para ella.

Había recogido varios puñados de ellos y se los había metido en las mangas, sin saber cuántos necesitaría, pero tomando todos los que podía, solo por si acaso. Se cruzó de brazos cuando comenzó su caminata de regreso al campamento. Sus ojos ardían, pero se las había arreglado para mantener su rostro seco. No le gustaba pensar en su madre. La hacía sentir débil, porque, tal vez, si hubiera sido una mejor Maestra Fuego, su madre podría haberse salvado.

Las hojas de una palmera cercana crujieron de una manera tan peculiar que sacó a Azula de sus pensamientos y le dio la sensación de que no estaba sola. Si alguien era lo suficientemente tonto como para haberla seguido o espiado, haría que se arrepintiera. Poniendo los brazos en posición, respiró hondo y concentró su energía, extendiendo sus extremidades y dejando salir un arco de llamas que se dirigió a toda una línea de árboles.

El fuego se disipó antes de quemar los árboles, pero las llamas iluminaron el sendero lo suficiente para ver el destello de una hoja justo cuando se balanceaba hacia ella. Azula se tiró al suelo, levantando las manos por encima de la cabeza para protegerse. No sabía si fue instinto o por pura suerte, pero se las arregló para evitar ese primer ataque y terminar convertida en un pato rostizado y servido en un palillo, y aterrizó con gracia sobre sus pies. Se volvió para enfrentar a su oponente.

Se encontró frente a un hombre vestido con ropa holgada de un blanco puro, un kimono tradicional adornado con patrones de crisantemo bailando que llegaban hasta los bordes, eran un azul intenso. Blandía una katana muy larga, la más grande que Azula había visto en su vida, con una gracia que parecía imposible para un arma tan grande. Su rostro era impasible y frío. Dos samuráis más, que vestían igual a él, aparecieron entre las ramas de los árboles que la rodeaban.

—¿Quién eres? —exigió saber Azula. El hombre no respondió, optando por intentar golpearla con el lado plano de su arma. Azula lo esquivó rápidamente y le lanzó una bola de fuego desde su puño cerrado, pero él se agachó y la atacó con el lado plano de su espada de nuevo, esta vez dirigiéndose a sus piernas. Ella cayó pero no se rindió. No era una Maestra experta, pero no se iba a rendir tan fácilmente, su orgullo se lo prohibía.

Desde su posición en el suelo, desató una furiosa llamarada naranja desde las yemas de los dedos, pero con un solo movimiento de su espada, el hombre cortó el fuego en dos y dejó que se desvaneciera inofensivamente a ambos lados de él. Se acercó a ella con calma mientras no más de una docena de otras figuras blancas descendían desde sus puestos en los árboles. Su siguiente explosión fue disipada por un escudo de agua y lo siguiente que supo fue que uno de ellos la había inmovilizado del cuello para abajo en un bloque de hielo cristalino con un solo movimiento de espada.

Uno de los samuráis la golpeó rápidamente en la cabeza con el lado plano de su espada y ella se sumió en la oscuridad, soñando con flores y su madre.


Lo primero que sintió al despertar fue un dolor intenso alrededor de su cabeza y sus tobillos. Dejó escapar un pequeño gemido de dolor y débilmente trató de abrir los ojos. Parpadeó para aclarar la vista, incapaz de frotarse los ojos. Al principio notó que había sido atada de manos y pies, habían extendidos sus extremidades y las habían sujetado firmemente contra un muro de piedra con cadenas de hierro. También la habían encerrado en una celda con rejas de hierro, iluminada solo por una antorcha.

Una voz tranquila y demasiado familiar habló.

—Ah, nuestra pequeña amiga ha despertado —dijo Bato, apareciendo en su línea de visión con una sonrisa.

Azula se agitó en sus grilletes.

—¿Qué está pasando? ¿Cómo te atreves? —dijo ella, mirándolo a los ojos deliberadamente. Dos guerreros de la Nación del Agua con yelmos de búfalo yak con cuernos retorcidos y armaduras de cuero azul lo flanqueaban a ambos lados. ¿Cómo se había dejado capturar por este tonto?

—¿Escucharon eso, muchachos? ¿Cómo nos atrevemos a capturarla? Me temo que no podemos dejarte ir todavía, princesa. Nos eres útil por ahora —dijo Bato, sus ojos azules brillando con astucia maldad.

Ella entrecerró los ojos hacia él.

—No es que no me guste que se dirijan a mí por un título real, pero ¿por qué me llamaste así?

Bato se encogió de hombros.

—¿No es eso lo que se suponía que era tu tocado? ¿Una corona? Probablemente eres descendiente de esos antiguos miembros de la realeza de la Nación del Fuego. Así que, es como si hubieras regresado a casa, ¿no es así? Hace siglos, tus antepasados, los Señores del Fuego, solían vivir en su palacio justo aquí, en esta caldera.

Azula desvió la mirada y soltó un bufido.

—Lo he escuchado. ¿Entonces es eso? ¿Soy una rehén muy valiosa? —se burló—. Ya ni siquiera tienes la corona para probar mi estatus. Sokka la tiene, ¿no es así?

—No eres tan valiosa como crees —dijo, rodando los ojos con un suspiro—. No es hora de alardear...

—¿Entonces qué quieres? —preguntó, soltando cada palabra con odio.

—Al Avatar, por supuesto —respondió Bato con indiferencia—. Pero eres nuestra mejor opción hasta ahora.

—¿Oh? ¿Por qué? Si no soy de la realeza, ¿entonces, qué tengo de especial?

Bato sonrió de nuevo, y en ese momento, a Azula le recorrió un ligero escalofrío de miedo.

—Tú eres, algo así como… el cebo.

De haber podido, Azula se habría golpeado la frente con la mano. ¿Cómo había sido tan estúpida? Ahora, si Aang era capturado, todo sería culpa suya...

—Ese es un plan bastante defectuoso, si me preguntas —dijo, pensando rápidamente— ¿Capturar a uno de los aliados del Avatar para atraerlo? Comparado con él, soy prescindible. Y no sé si te diste cuenta, genio, pero él no tiene idea de dónde estoy ahora o adónde fui.

Bato frunció el ceño.

—Bueno, ese no es tu único propósito. —Azula lo miró de nuevo. ¿Qué era lo que quería?—. Necesitamos información —dijo, acercándose de repente a ella. Hizo un gesto despectivo a sus guerreros al otro lado de las barras de metal—. Déjennos solos—Ellos obedecieron. Bato abrió su bolsa de agua y sacó una fina corriente de agua, que se arremolinó en un orbe y lo hizo flotar sobre su palma.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Azula, el pánico y el miedo afloraron en su voz.

—Dime dónde está el Avatar —dijo Bato, sus ojos se endurecieron, ahora eran distantes y fríos, como el hielo—. No más juegos o bromas o palabras ingeniosas, si eres tan amable. Realmente no tengo paciencia para eso.

—Te lo voy a repetir una última vez. No diré nada —dijo Azula secamente, volviendo la cabeza para apartar la mirada de él. Inmediatamente después de que las palabras salieron de su boca, la esfera de agua rodeó su cabeza antes de que pudiera aguantar la respiración. Cerró la boca con fuerza y lo miró con los ojos muy abiertos. Quería hacer Fuego Control, pero no podía, el Fuego Control venía de la respiración, le había dicho su tío una vez, y no podía respirar en este momento, no podía hacer nada para defenderse. Su pecho ardía del esfuerzo que hacía para intentar respirar, y justo antes de que estuviera a punto de inhalar una bocanada de agua, la esfera cayó. Recuperando el aliento a jadeos, miró a Bato con más odio del que jamás había sentido en su vida. Tiró de los grilletes y llamas brotaron de sus manos, pero eran inofensivas para Bato, lo que la enfureció aún más— ¡Suéltame para que podamos tener una pelea justa, cobarde!

—¿Cuánto tiempo tardarán en aflojarse esos labios? ¿O debería cortarlos? —Usó su otra mano para sacar un hilo de agua de su esfera, que se congeló hasta tomar la forma de una daga—. Descubrirás que el agua se adapta fácilmente. Hay tantas cosas que podemos hacer hoy. Y al día siguiente. Y al siguiente. A menos hasta que te dignes hablar con un simple campesino como yo, princesa.

Se quedó mirando el hielo pero no dijo nada. El agua rodeó su cabeza de nuevo, pero esta vez respiró hondo y lo miró fijamente a través del agua, su rostro distorsionado y ondulante, que lo hacía parecer trastornado. Sus pulmones quemaban. Comenzó a sentirse mareada, pero una vez más, antes de respirar dentro de la esfera, el agua se alejó. Mientras ella jadeaba por aire, que nunca antes le había sabido tan dulce, en un intento por recuperar el aliento, él la cubrió de nuevo y sintió cómo su cuerpo se paralizaba por el pánico. Trató de forzar el miedo fuera de su cuerpo, sin querer darle la satisfacción de verla aterrorizada, pero de todos modos, sentía que estaba perdiendo el control. Sabía que el pánico la haría perder el aliento más rápido de lo que podría soportar. Su visión se nubló. Tiró de los grilletes con tanta fuerza que sus muñecas gritaron de dolor, junto con sus pulmones.

Bato volvió a retirar el agua y ella se atragantó con el líquido que se le había metido en los pulmones. Casi se sentía como fuego y Azula tuvo la absurda certeza de que, si el agua podía hacerla sentir un ardor así, entonces todos los elementos debían parecerse más de lo que había imaginado.

—¿Estás lista para hablar? —preguntó Bato.

Ella le escupió, pero él levantó la mano y detuvo su escupitajo en el aire, apartándolo.

—Buen intento —dijo—. Pero la saliva está hecha de agua.

—Se dirige al Reino Tierra —se atragantó—. Nosotros vamos con él.

—¿Por qué?

—Está tratando de encontrar un maestro Tierra Control —mintió Azula.

—¿Crees que soy un tonto? Conozco el orden del ciclo Avatar, primero necesita dominar el Fuego Control —dijo Bato, mientras la ira se abría paso en su voz.

Ella bajó la cabeza mientras tomaba respiraciones profundas.

—¿Recuerdas lo que dije la última vez? Soy la Maestra de Fuego Control de Aang.

Su respuesta fue violenta.

—¡Mentirosa! He visto tu control. No eres una Maestra, solo una salvaje de la Nación del Fuego. —El agua volvió a arremolinarse alrededor de su cabeza, presionándola contra la pared de piedra detrás de ella. El movimiento expuso su cuello ante él y eso la hizo sentir más vulnerable que nunca antes. El agua bajó de temperatura y sintió un peso hundirse en su estómago cuando vio hielo formándose en los borde de la esfera de agua, y el horror se apoderó de ella cuando se dio cuenta de que podría estar enfrentándose al mismo final que su madre.


En el momento en que cayó la noche, una figura se movía entre las sombras. Era una noche perfecta para que la figura enmascarada merodeara sin ser vista. La luna plateada se asomaba débilmente por encima del borde de la caldera. Un espeso velo de niebla cubrió la noche justo en el momento en el que aquella figura apareció. Apenas se detuvo para mirar las paredes que habían sido decoradas con colmillos de ballena morsa y huesos de foca para que parecieran púas, la figura se deslizó bajo la luz de las antorchas y trepó por la pared de la caldera usando las salientes desiguales y los asideros que forman parte natural de la piedra. Se coló fácilmente entre los guardias, con movimientos ágiles y pasos silenciosos mientras entraban al complejo y se dirigían a la torre en la parte trasera. Con sus múltiples niveles y rampas enrolladas en la parte superior, infiltrarse en la antigua torre de la prisión convertida en una fortaleza había resultado ser, hasta el momento, una tarea fácil. Escapar de ahí sería la parte más difícil.

Una vez dentro del complejo, la figura se mantuvo en las sombras y se paseó por los terrenos, llegando a la torre principal deslizándose contra las paredes. En lugar de entrar por la única entrada en el piso de abajo, la figura se arrastró hasta el costado de la torre y ascendió trepando por la pared de la caldera, saltando y volviendo a trepar, aferrándose a ella con la destreza de una araña cangrejo. Con un movimiento fluido, saltó hasta el siguiente piso y se camufló con la pared y la oscuridad, esperando un momento para ver si alguien había notado su presencia. No pasó nada, por lo que continuó hacia el balcón de un cuarto en el tercer piso, disponible para cualquier oficial militar que optara por pasar la noche en las instalaciones. La figura enmascarada sabía que el Jefe Bato se estaba quedando en la fortaleza, por lo que se aseguró de verificar si estaba en la habitación antes de abrir la ventana cerrada y entrar.

A pesar de su reputación como una fortaleza históricamente inexpugnable, incluso bajo el reinado de los Señores del Fuego, le había resultado patéticamente fácil infiltrarse. Quizás era culpa de la nueva administración: el jefe que había comandado la fortaleza antes de que Bato llegara nunca tuvo fugas, al menos no que supiera.

Después de salir de las habitaciones de Bato, la figura enmascarada corrió por el laberinto de pasillos, pero sabía muy bien dónde estaría la prisionera. Al doblar la esquina, su precaución se disipó con el viento, y se encontró cara a cara con dos guerreros de la Nación del Agua. Desenvainó un wakizashi, una hoja delgada, más larga que un cuchillo pero más pequeña que una espada, y los golpeó antes de que pudieran reaccionar. Ambos soldados cayeron al suelo justo cuando un tercer guerrero, empuñando un garrote de hueso, dobló la esquina y se abalanzó sobre la figura, pero antes de que pudiera alertar a toda la torre, esquivó el golpe y blandió su hoja contra el guerrero, haciéndole un corte en el pecho. El hombre soltó el garrote y, la figura enmascarada, se lo quitó para golpearlo en la cabeza con él antes de que pudiera hacer algo más que jadear de dolor. Las sombras bailaron sobre la máscara al tiempo que caminaba por el pasillo, gotitas de sangre flotando, momentáneamente, a su paso, arremolinándose alrededor de sus pies mientras el Espíritu Azul pasaba de largo.

Otro corredor curvo conducía a los aposentos de los prisioneros. Los guerreros con yelmos de búfalo yak, apostados como guardias frente a la puerta de una celda, delataban el lugar donde estaba la Maestra Fuego. Uno de ellos se reclinó contra la puerta de hierro y el otro se sentó: los guerreros de la Tribu Agua a menudo pensaban que cuidar a los prisioneros era un trabajo de poca monta porque no había gloria alguna en esa tarea, por lo que habían bajado la guardia y aprovechó su descuido para dejarlos fuera de combate sin más alboroto que un par de suaves jadeos. La sangre se acumuló a sus pies, colándose por el hueco debajo de la puerta de la celda, como si presagiara su llegada.


Bato había salido de la celda de la prisión de Azula hace algún tiempo, dejándola encadenada como un rinoceronte de komodo. Desde el momento en que salió, la Maestra Fuego había empezado a planear su escape, calentando las cadenas de metal que la ataban para debilitarlas. Sin embargo, no sabía qué iba a hacer cuando se liberara. El dolor la había debilitado, la tortura de quitarle el aliento una y otra vez aún estaba fresca en su memoria, como si las mareas estuvieran inundando constantemente para apagar su fuego interior. Pero cuando salió después de haberla dejado demasiado débil y enfermiza para hablar sin respirar con jadeos entrecortados, sintió que la fuerza de su Fuego Control estaba siendo alimentado solo con ira pura, lo que contradecía por completo a los escasos conocimientos de Fuego Control que su tío Iroh le había enseñado.

Odiaba a Bato. Lo mataría.

Mientras se concentraba en templar su furia para calentar sus cadenas, la puerta de metal de su celda se abrió con un crujido. Esperando ver a otro Maestro Agua, o, tal vez, a Bato, Azula se quedó quieta y miró fijamente al recién llegado. Pero lo que vio la sorprendió.

Lo primero que notó fue la temible máscara oni azul que representa una especie de demonio espeluznante. Tenía largos y afilados colmillos de un blanco perlado, un espíritu enojado que sonreía como si hubiera completado una venganza; Azula podía identificarse con eso. Se preguntó si sus emociones lo habían convocado aquí, un espíritu que la ayudaría a llevar a cabo su venganza, pero, en medio de su vista borrosa y su aturdimiento, se recordó a sí misma que era una persona con una máscara. La ropa negra y ajustada del invasor no le decía nada sobre su nación o sus lealtades.

—¿Quién eres? —le preguntó Azula al espíritu, contenta de que su garganta se hubiera recuperado lo suficiente como para hablar casi con normalidad—. ¿Qué quieres? —La figura no respondió, sino que se acercó a ella y cortó las cadenas que la ataban con la hoja de su espada. Azula estuvo a punto de caer de bruces al soltarse de las cadenas que le habían estado sujetando las manos. El extraño enmascarado cortó las demás cadenas que le ataban los pies y Azula cayó de rodillas. Fue allí cuando recordó los lirios de fuego: en algún momento durante su tortura, se habían caído al suelo. Los recogió y los guardó en las mangas y dentro de su túnica. Después, se puso de pie, le temblaban las piernas, pero no quería parecer débil en frente de la persona que la había liberado.

No se molestó en darle las gracias al Espíritu Azul.

—Bueno, seas quien quiera que seas, tenemos que irnos. —Azula se tambaleó y chocó contra la pared, el Espíritu Azul trató de ayudarla, pero Azula negó con la cabeza—. Estaré bien.

Aceptando eso como respuesta, el espíritu se alejó de Azula y salió por la puerta de la celda. Azula lo siguió sin decir nada más, pero mientras avanzaban por los confusos pasillos tuvo que esquivar charcos de sangre y soldados caídos, algunos se movían, otros ya no, lo que la hizo preguntarse si este espíritu los había asesinado. Pero, ¿quién podría haber hecho todo eso? ¿Solo para rescatarla?

—Entonces, ¿quién eres? ¿Puedo ver tu cara? —dijo, apartando la mirada de los guerreros de dudoso destino.

—No —respondió el espíritu azul. Una voz femenina.

Respuesta sucinta, supuso Azula.

—Bien, solo preguntaba...

—Vamos. Hay un cargamento de armas que sale en unos minutos. Lo usaremos para salir de aquí —dijo el espíritu azul. Azula asintió con la cabeza, agachada mientras se arrastraban por los pasillos del nivel inferior del complejo penitenciario. Estos pasillos no se sentían contaminados por el toque sangriento del espíritu.

Afuera, la niebla nocturna era inusualmente espesa y húmeda, pero ayudó a ocultar a las dos figuras mientras saltaban a la parte trasera de una carreta con cubierta. Ambas se escondieron en la parte delantera del carreta detrás de varios montones de cajas. Azula mantuvo la cabeza gacha en lugar de asomarse para ver el resto de la fortaleza. De todos modos, no era como si pudiera concentrarse demasiado en su entorno en este momento. Las náuseas se apoderaron de su cabeza y le revolvieron el estómago.

—Creo que no hace falta decir que no deberías usar Fuego Control aquí —dijo el espíritu, señalando una caja de madera etiquetada como explosivos. Azula puso los ojos en blanco. Esperaron sólo un minuto hasta que la carreta empezó a moverse, tirada por un par de búfalos yak. Azula y el demonio Espíritu Azul guardaron silencio en la oscuridad.

En el momento en que atravesaron los muros de la fortaleza, el caos se desató. Los tambores retumbaron y los cuernos resonaron y el sonido de los cascos de los búfalos yak cesó.

Azula se volvió hacia su compañera.

—¿Ahora qué?

En respuesta, el espíritu rasgó la lona que las cubría y saltó al asiento delantero, amenazando al conductor con su espada.

—No te detengas —dijo la mujer enmascarada.

Azula volvió la vista hacia lo alto del muro, hacia uno de los soldados que las había visto. El sonido del cuerno enrollado de un carnero retumbó con tanta fuerza que se sintió como si la caldera entera se estuviera sacudiendo, y, de inmediato, un par de samurai de Kokkan se acercó a la carreta a pie. Justo antes de que las alcanzaran, Azula se preparó para lanzarles fuego, los samurai perdieron el equilibrio y, para su asombro, ambos tropezaron y cayeron de bruces al suelo. Le habría parecido divertido si no hubiera visto a los otros cuatro que emergieron desde el interior de los muros del lugar.

—¡Avanza! —gritó Azula. El conductor no se movió, por lo que la mujer, o el espíritu, o lo que fuera, lo empujó fuera del vagón y tomó las riendas. La misteriosa mujer intentó hacer que los búfalos yak se apresuraran, pero el esfuerzo fue inútil, comparado con la velocidad a la que los samurái se acercaban, haciendo aparecer hielo bajo sus pies para ir más rápido. El primero en alcanzarlas saltó a la parte trasera de la carreta, levantando su espada para acabar con su misteriosa salvadora. La otra mujer no lo había visto venir, así que Azula hizo lo primero que se le ocurrió: le disparó al hombre con una bola de fuego en la cara. Dejó escapar un grito de dolor y falló, golpeando al espíritu azul con la empuñadura de su espada en vez de con la hoja. El hombre cayó junto a Azula con estrépito, pero ella lo empujó fuera de la carreta mientras los aterrorizados búfalos yak corrían despavoridos.

Uno por uno, los tres samurai de Kokkan que las perseguían resbalaron o se tropezaron con el hombre que había ella había empujado fuera de la carreta y cayeron al suelo en una nube de niebla teñida de rojo que manchó el blanco de sus vestimentas. Azula trató de mirar más de cerca, pero la carreta dobló una curva y, de repente, ya nadie las perseguía. Sintió escalofríos recorriéndole todo el cuerpo y se volvió hacia el Espíritu Azul con una pregunta en los labios, pero el golpe del samurai había dejado inconsciente a la mujer enmascarada. Se había desplomado en su asiento mientras los búfalos yak se internaban en el oscuro bosque a toda velocidad. Azula se arrastró hasta la parte delantera de la carreta mientras el viento azotaba su rostro y trató de dejar atrás el recuerdo de lo que les había sucedido a los samurai, con la esperanza de que lo que fuera que les había hecho, no la persiguiera después. Apartó al Espíritu Azul de un empujón hacia un lado y tomó las riendas ella misma.

Para cuando los sonidos de los guerreros se desvanecieron, perdiéndose en la oscuridad muy lejos de ellas, los aterrorizados búfalos yak, finalmente, se calmaron lo suficiente como para que Azula pudiera detenerlos. Sabía que pronto tendrían que salir de allí, sería demasiado fácil seguirles la pista si continuaban en ese camino. La otra mujer aún estaba inconsciente.

Sabiendo que le serían útiles, Azula desató a los búfalos yak del carro y dejó que uno corriera libremente mientras intentaba poner el cuerpo del Espíritu Azul sobre el otro. Azula trepó a lomos del búfalo detrás de ella y se alejó, ayudando a su salvadora más por curiosidad que por un verdadero sentido de altruismo o reciprocidad por haber ayudado a Azula. El búfalo yak era fácil de llevar, estas bestias habían sido bien adiestradas, no eran muy diferente a los rinocerontes de Komodo que había montado con su padre cuando era pequeña.

Los recuerdos de su hogar le trajeron sentimientos confusos, pero Azula los reprimió por el momento. Justo ahora, llevarlas a las dos a un lugar seguro era más importante.

Una vez que ambas estuvieron lo suficientemente lejos del carro y considerablemente apartadas de la carretera principal y con la misteriosa mujer aún seguía inconsciente, Azula decidió detenerse y dejar descansar al búfalo yak. El campamento donde había dejado a Aang y a su hermano estaba cerca y, sorprendentemente, todavía tenía los lirios de fuego para hacer un té...

Azula se posó la vista en la misteriosa mujer enmascarada que había ido a rescatarla. ¿Quién era ella? ¿Por qué se había molestado en salvar a Azula? ¿Qué buscaba? Y, no por primera vez, Azula se sintió tentada a quitarle la máscara. Antes, obviamente, no pudo hacerlo, pero como la mujer había sufrido un fuerte golpe en la cabeza...

Antes de que se diera cuenta, Azula llevó las manos a la parte posterior de la máscara, moviéndola. La capucha negra cayó cuando la levantó, revelando una espesa melena de cabello castaño, no muy diferente a la suya. Azula le retiró la máscara y soltó un jadeo al ver su rostro.

Era una chica sorprendentemente joven, casi de su edad. Tenía la piel bronceada. Era bonita, Azula tenía que admitirlo.

Pero, esta, era una chica de las Tribus Agua.


Azula huyó del lugar lo más rápido que pudo, dispuesta a olvidarlo todo. Una chica de las Tribus Agua había rescatado a una Maestra Fuego. Una enemiga. ¿Pero quién era ella? ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué motivos tenía?

No tenía sentido para Azula. En su mundo, nada, nunca, podía carecer de sentido. Siempre había una explicación, siempre había algún tipo de secreto, pero nunca se había topado con algo tan inexplicable y completamente imposible como esto.

Azula sintió que su mundo había cambiado por completo.

Regreso al campamento del Avatar a trompicones, jadeando, casi enferma y sin aliento, con los pulmones aún ardiendo y la cabeza todavía dando vueltas. Una ola de adrenalina la había impulsado al máximo de sus fuerzas y ahora se sentía lista para rendirse, pero todavía tenía que preparar un té para Aang y Zuko antes de que pudiera descansar y tratar de encontrar una respuesta a todo esto.

Un grito desgarrador la sobresaltó. Miró hacia arriba, en shock, totalmente desorientada por su encuentro con los Maestros Agua en la fortaleza, su encuentro con Bato que seguía repitiéndose una y otra vez en su cabeza. No estaba preparada para esto.

Aang gritaba como si algo le doliera, su rostro contraído de horror. Había gastado tanta energía que su rostro estaba enrojecido y sudaba, y balbuceaba tonterías incoherentes que la asustaron aún más que el misterioso rocío de sangre del Samurai de Kokkan. Aang seguía gritando y retorciéndose y ella no sabía qué hacer. Se maldijo a sí misma, preguntándose por qué Aang siempre la tomaba con la guardia baja.

Estaba enfermo y delirante. Fue entonces cuando recordó los lirios de fuego y el té que se suponía que debía hacer para Aang y Zuko (que estaba inconsciente) y se puso a trabajar frenéticamente, desesperada por aplacar el miedo y las pesadillas de Aang. No era una experta haciendo té, pero puso los pétalos de lirio de fuego en una olla con agua del río, haciéndola hervir con su Fuego Control que ahora ardía más de lo normal. Trabajó casi automáticamente, sus manos temblaban por la fatiga y la presión del momento. Todo lo que le importaba era llevarle el té a Aang y que dejara de sufrir.

Cada minuto se volvió más angustiante mientras preparaba el té para Aang, vertiéndolo en una taza a la vez que él intentaba débilmente alejarse de ella. Azula se arrodilló frente a él, pero él la apartó.

—¡T-tú monstruo! ¡Asesina! Aléjate… —murmuró, con los ojos aún abiertos por los terrores que solo él podía ver—. Azula... tú mataste... ¡No confíes...!

—Aang, bebe esto —le rogó, casi con desesperación. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba actuando así con ella? No quería que Aang le tuviera miedo, o que la llamara esas cosas. Cada palabra se sentía como si la estuviera golpeando en el pecho y, después de todo lo que había sucedido, casi no le quedaban fuerzas para soportarlo. Aang nunca se había mostrado atemorizado. Ella lo admiraba por eso, casi lo envidiaba. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué con ella?

—V-veneno —murmuró para sí mismo, pero Azula, finalmente, logró hacer que bebiera. Los efectos calmantes actuaron rápidamente y Aang detuvo sus frenéticos intentos de alejarse de ella y se sumió en un sueño intranquilo. Cuando su episodio terminó, Azula pudo bajar la guardia y sintió que su respiración volvía a la normalidad, preguntándose por qué de repente se sentía tan responsable del chico.

Con las extremidades más entumecidas que antes, Azula se las arregló para acercarse a Zuko y despertarlo para verter un poco de té en su boca, él bebió sin apenas reconocerla. Cuando terminó, Azula se derrumbó sobre Appa, todavía mareada, herida y confundida. Sabi despertó de un salto, huyendo asustada cuando la Maestra Fuego casi cayó sobre ella, pero se calmó un momento después, soltando un chillido enojado.

Azula tenía la mente llena de preguntas. ¿Qué estaba pasando? ¿Los estaría siguiendo esa chica de la Tribu Agua? ¿Ese Espíritu Azul? ¿Por qué la había ayudado? ¿Qué les pasó a esos Samurai en el bosque mientras huían de la fortaleza?

Y... ¿por qué se preocupaba tanto por Aang?


La chica abrió los ojos, azules como el océano, que estaban llenos de lagañas, su visión enfocándose para ver la cara de un animal que comía un poco de hierba y la examinaba con curiosidad. La muchacha apartó con fuerza la cara del búfalo yak, pero se agarró la cabeza con las manos un momento después, cuando el dolor atravesó el lugar donde la habían golpeado. Maldiciéndose a sí misma por bajar la guardia lo suficiente como para recibir un golpe de esos mercenarios, casi saltó cuando se dio cuenta de que ya no llevaba la capucha... y su máscara estaba en el suelo a unos metros de ella. Se puso de pie a pesar del dolor y miró a su alrededor.

Luego, notó que la Maestra Fuego a la que había rescatado, no estaba en ningún lugar. No podía esperar nada más de esa desagradecida e inútil salvaje. No por primera vez, se preguntó por qué se había molestado en rescatarla. Pero, como siempre, contrarrestó ese sentimiento pensando en que el Príncipe Sokka necesitaba al Avatar más que Bato o cualquier otro hombre de la Tribu Agua... Capturar a esa Maestra Fuego habría detenido el viaje del Avatar y, eventualmente, habría ido a rescatarla, solo para ser capturado en la fortaleza. No podía permitir que eso sucediera, no si Bato y sus hombres eran quienes lo habían planeado

Ella esperaba que, tal vez si capturaba al Avatar en su lugar, su hermano y ella pudieran arreglar sus asuntos pendientes.

 

Notes:

Ok, aquí van algunas aclaraciones de las notas de autor de Baithin. Primero, los samurai de Kokkan (inspirados en la cultura japonesa, obviamente) están relacionados con las Tribus Agua (basadas en la cultura Inuit) porque provienen de las islas de Chuje, cercanas a la Isla Kyoshi, así que son parte del Reino Tierra y, al igual que la Isla Kyoshi, fueron conquistadas casi al inicio de la guerra, por lo que, tiene sentido que hayan Maestros Agua entre las filas de estos samurai.

Y otro dato. A Baithin le preguntaron si la mujer que estaba en la taberna donde Azula entró para preguntar por el posadero era Katara. La respuesta corta es sí, entonces, ¡es hora de dar a bienvenida a la historia a nuestra preciosa Katara!
También, hay que mencionar que, según el autor, la vieja dueña de la posada es la madre de Yon Rah, por lo que es algo irónico que Katara estuviera allí junto al propio Yon Rah y su madre.

No duden en dejar un comentario si ven un error o tienen una crítica, estaré feliz de leerlos. Muchísimas gracias por leer, nos vemos pronto. Adiós ♡♡

Chapter 14: El Carnaval

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 13: El Carnaval

 

Sus saltos eran sorprendentemente altos y rápidos, muy parecidos a los de él, y sus movimientos eran igual de diestros. Aang no tardó mucho en darse cuenta de que solo el Aire Control funcionaría para luchar contra ella, porque era el único de los cuatro elementos lo suficientemente rápido para ir a la par con la chica. El Agua Control era demasiado pesado y elegante; la Tierra demasiado firme y sólida; el Fuego demasiado agresivo. Además, su oponente había pasado mucho tiempo con una talentosa Maestra Fuego; era obvio que había aprendido a defenderse de ese elemento.

Aang dejó caer su bastón al suelo, le lanzó a su enemiga con una mirada feroz. Atrás había quedado el alegre e inocente Aang. Ahora era un chico de trece años que había visto demasiada guerra, violencia y dolor.

Incluso el bastón era demasiado pesado para esta pelea: podría hacer Aire Control más rápido solo con sus manos, pero también más débil. Ella hizo el primer ataque, se arrojó hacia él desde un lado, saltó contra un árbol y se impulsó en el tronco para lanzarse hacia él con los puños en ristre. Aang se agachó para esquivar su ataque y la golpeó con aire, pero ella se apartó. En unos momentos, ella se puso detrás de él, agachándose y tratando de golpearlo con los dedos. Tuvo el tiempo justo para juntar las manos y devolverle el golpe con una ráfaga de viento.

Ella recuperó el equilibrio en el aire y dio una voltereta hacia atrás, aterrizando de pie. Se enderezó y lo miró a los ojos con la cabeza inclinada, como una niñita curiosa. Bueno, pensó Aang, ciertamente se parece a una.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ty Lee, inclinando la cabeza hacia un lado—. He notado que has estado actuando diferente. —Aang no respondió. Debería haberlo sabido. ¿Le resultaba tan fácil ignorar todo lo que había sucedido? ¿Todos los horrores que su bando había infligido en el mundo? ¿O simplemente estaba pretendiendo no darse cuenta para no lidiar con ello?

Zuko, Sokka y Katara le habían advertido sobre las habilidades de Ty Lee, le dijeron que puntos de su cuerpo debía proteger cuando peleara con ella. Mantuvo en mente las advertencias de sus amigos de lo que el bloqueo del chi podría hacerle. Esta era la primera vez que peleaba solo contra ella. En la confusión de la batalla, ambos se habían separado del resto, mientras Zuko, Katara y Toph luchaban contra Azula y Sokka y Suki se defendían de Mai. Aang ansiaba terminar con esta pelea para poder ir a ayudar a sus amigos.

Aang usó un movimiento de Fuego Control y dejó salir una ráfaga de aire inusualmente agresiva que barrió todo el camino hasta Ty Lee, pero la acróbata saltó hacia uno árboles que los rodeaban, aterrizando en una rama con perfecto equilibrio. Lo miró desde arriba.

—Realmente has cambiado —dijo. Incluso creyó ver su expresión entristecida—. Solías sonreír tanto. Creí que podríamos haber sido amigos.

La atacó de nuevo con otra corriente de aire, obligándola a saltar lejos de él otra vez.


Aang parpadeó un par de veces y abrió los ojos abruptamente, despertando de su sueño. Sin embargo, una sorpresa lo esperaba frente a él.

—¡Whoa! —gritó Aang, una vez que se dio cuenta de lo que estaba frente a él. Fue bastante extraño despertar con los ojos ambarinos de Azula mirándolo fijamente. Ambos Maestros dieron un salto hacia atrás y se sentaron de golpe— ¿Por qué estabas… mirándome?

—¡No te estaba mirando! —respondió Azula—. Simplemente... nos despertamos al mismo tiempo.

—Sí, claro —dijo Zuko, eligiendo ese momento para pasar junto a ellos. Azula se enfureció.

Aang sacudió la cabeza mientras se levantaba y recogía su saco de dormir para guardarlo, los recuerdos de sus sueño aún en mente. ¿Por qué había visto a Ty Lee esta vez? Casi siempre, todos sus otros sueños eran sobre los momentos trágicos o dolorosos de su pasado, que le servían para recordarle sus peores fracasos. Este, solo le recordó a una pesadilla que ahora lo hacía avergonzarse. Un tiempo después, Ty Lee y Mai traicionarían a Azula y se sacrificarían para que Aang y sus amigos pudieran escapar de Ba Sing Se, mucho después del paso del Cometa. Aang permaneció en silencio mientras Azula se burlaba sin piedad de Zuko por alguna razón, apenas podía oírlos.

"Creí que podríamos haber sido amigos".

—Aang, te ves deprimido de nuevo —le señaló Azula, apartándose el flequillo de la cara.

—Parece que no te importa cuando yo me veo deprimido —le dijo Zuko, con los hombros caídos. Azula lo ignoró, volviendo la vista hacia Aang con una mirada penetrante.

—Estoy bien, Azula. Déjame en paz —dijo Aang. Se concentró en hacer el desayuno, encendiendo los restos de la fogata de la noche anterior. Sus ánimos empeoraron cuando todo lo que pudo hacer fue humo, el resultado de la lluvia de anoche. Ese era un problema frecuente en la Nación del Fuego y una de las muchas razones por las que odiaba acampar allí. El bosque era apenas suficiente para ocultarlos y las columnas de humo siempre lo hacían sentir vulnerable. Sabía que estaba siendo más irritable de lo normal, pero era muy fácil simplemente dejarse llevar.

—¿Qué tal un duelo de fuego rápido? —sugirió Azula, encendiendo una llama en la punta de sus dedos—. Tal vez necesites volver a estar en forma.

—No, gracias.

Azula frunció el ceño, pero sus facciones se relajaron casi al instante. Habló en voz alta con un tono radiante y persistente.

—Tengo una idea. ¡Hay un carnaval en el pueblo!

—¿Y tu punto es...? —dijo Zuko inexpresivamente.

La Maestra Fuego puso los ojos en blanco.

—Deberíamos ir, tonto.

La respuesta de Zuko fue sencilla.

—No quiero ir al carnaval.

—¿Por qué no? —preguntó Azula tono mordaz—. Haz algo para animarte al menos por una vez.

—Yo nunca...

—No lo digas —dijo Azula, y rápidamente le arrojó su zapato. Se volvió hacia Aang, sin prestarle atención al grito de Zuko—. Siempre dice eso, como si estuviera tratando de ser gracioso —agregó, a modo de explicación, con un brillo malicioso en sus ojos que le dijo a Aang la desgracia de su hermano la divertía. Y luego, para la sorpresa de Aang, le dirigió una mirada suplicante—. Vamos, será divertido.

—¿Por qué estás tan desesperada por ir? —preguntó Aang.

—No me preguntes. Es algo que debe hacerse. —Claramente, Azula estaba tratando de evitar darle una respuesta, se cruzó de brazos y apartó la vista.

Aang frunció el ceño, tratando de averiguar sus motivos. Nunca la había visto así de decidida.

—De acuerdo. Está bien —accedió al final—. Vayamos a ese carnaval.

Zuko suspiró.

—¿Por qué tuviste que ceder?


—¡Mira, Príncipe Sokka! ¡Hay un carnaval en el pueblo! —dijo Kanna con una gran sonrisa en su rostro, sosteniendo el volante frente a la cara de su nieto. Un pedazo de papel lleno de colores chillones, hecho para llamar la atención. Aunque solo a un niño le gustaría algo como esto.

Sokka lo apartó con la mano, volviendo la vista a sus mapas con un bostezo aburrido.

—No voy a ir a un carnaval.

—¿Por qué no? —insistió Kanna— ¿Estás pensando en el Avatar otra vez?

—¿De verdad tengo que responder a eso? —dijo Sokka, apoyándose en su puño—. Bato ya atrapó al Avatar una vez. Hace solo dos días, estuve muy cerca de perder al Avatar para siempre. Él tiene muchos más recursos que yo...

Kanna se detuvo un momento e, ignorándolo, volvió a levantar el volante.

—¡Pero será divertido! Puede que tengan naranjas de mar allí. Y chicas lindas en mallas.

Se animó. Eso último había captado su interés.

—Supongo que podríamos ir. Pero sólo porque nos queda de camino. No nos detendremos más de una hora, no, diez minutos.


Azula era la única de los tres que estaba llena de energía y lista para probar todas las cosas que el carnaval tenía para ofrecer. Aang no pudo evitar preguntarse qué tenía el carnaval que la había emocionado tanto; especialmente porque, mientras se recuperaban de la fiebre hace unos días, lucía tan decaída como Aang. Ella nunca le dijo cómo supo y encontró la medicina apropiada para él y Zuko. En ese momento, Aang simplemente había asumido que ella odiaba tener que cuidar de ellos y no la cuestionó. Quizás esta era solo su manera de desahogarse; nunca podría imaginarse al Señor del Fuego Azula queriendo ir a un carnaval, a menos que su presa estuviera escondiéndose en uno o algo así.

Los colores brillantes y las carpas de circo los atacaron mientras caminaban entre los alegres asistentes. Hombres y mujeres con maquillajes muy elaborados caminaban por las calles de tierra, sonriendo y haciendo malabares con varias baratijas para el deleite de los niños que los seguían. La expresión en el rostro de Aang cambió de miserable a pensativo, y tal vez incluso un poco nostálgico. Se sentía como si hubiera pasado mucho tiempo desde que había visto algo como esto, tanta gente simplemente caminando sin preocupaciones y comprando en los puestos y paseándose por todos lados.

En su mundo, él y sus amigos habían decidido entrenar y trabajar antes que divertirse. En ese momento, después del paso del cometa y de la muerte de muchos de sus amigos, ya no les quedaba tiempo para la diversión y los juegos.

—Atentos, hay dos soldados de la Nación del Agua aquí —le susurró Zuko a Aang mientras Azula deambulaba entre los puestos de juego—. Y creo que vi a algunos piratas deambulando hace un rato

Azula se volvió hacia los dos, frunciendo el ceño.

—No dejaremos que arruinen nuestro día. ¡Quemaré todo este carnaval antes de que eso suceda!

Aang y Zuko intercambiaron miradas con los ojos muy abiertos.

—Claro —dijo Aang—. No están aquí. Los estamos ignorando por completo.


Sokka apretó los puños cuando divisó a un familiar trío de amigos, una sonrisa lobuna apareciendo en su rostro.

—Abuela, mira quién está aquí —dijo—. Sabía que era una buena idea venir al carnaval.

Kanna suspiró, poniendo a un lado al conejo-canguro de peluche que había ganado.

—Estamos aquí para divertirnos, mi querido príncipe. No dejes que tu búsqueda del Avatar te arruine el día —dijo—. Quizás esta es la forma en que el universo te está diciendo que lo que vayas a hacer hoy no valdrá la pena.

Vio al grupo de tres caminando hacia un puesto que exhibía una variedad de máscaras tradicionales de la Nación del Fuego. Sokka no sabía casi nada sobre teatro, pero vio al amigo del Avatar, el de las espadas, tomar una máscara de un demonio azul que tenía dientes feroces y la analizó por un momento antes de que su hermana se la arrebatara de las manos y se alejaron caminando.

Un plan empezaba a formarse en su mente.

Luego de asegurarse de que no podían escucharlo, Sokka se acercó al puesto de máscaras e hizo un gesto para llamar la atención del vendedor.

—Oye, esos chicos que acaban de estar aquí son amigos míos y creo que les gustó una de estas máscaras. ¿Sabes cuál era?

El artesano sonrió.

—¡Oh, sí! A ese chico le gustó este, el Espíritu Azul —dijo, tendiéndole la máscara azulada a Sokka—. Es un personaje de Amor Entre Dragones, es una obra muy famosa aquí, pero, hace poco, ha habido por aquí historias sobre un espíritu vengativo que tiene este rostro, ¡así que esta máscara se ha vuelto muy popular!

—¿Y mis amigos no lo querían? —A Sokka no le importaban las estúpidas leyendas sobre esos espíritus.

—Oh, ese chico parecía interesado, pero la chica fue muy... insistente en que no la necesitaban. —Frunció el ceño—. Dijo algunas cosas feas sobre mi máscara, ya sabes. Deberías hablar con tu amiga y decirle que sea más educada.

—Oh, no te preocupes —dijo Sokka—. Lo haré. Ahora dime, ¿dirías que ese tipo y yo tenemos la misma altura y constitución?

El artesano se rascó la barbilla.

—Oh, no, definitivamente era más alto.

A Sokka se le pusieron los pelos de punta.

—No, no hay forma de que él sea más alto que yo.

—Oh, creo que sí, querido —bromeó Kanna—. Un poco más musculoso también.

El artesano le dio a Sokka una sonrisa comprensiva.

—Oh, ya veo. Quieres regalarle ropa nueva, ¿no? Muy lindo de tu parte, pero deberías buscar algo que le quede mejor y eso sin duda le mostrará cuánto te importa. Cuando consigas sus medidas, puedes ir a la sastrería que está calle abajo...

Sokka lo interrumpió soltando un chillido de horror mientras Kanna se reía disimuladamente.

—¡No, no! ¿Qué tipo de ideas tienes? ¡Solo véndeme la estúpida máscara!

El artesano se tiró del bigote mientras contaba las monedas que le había dado Sokka.

—Bueno, ahora veo por qué esa chica tan grosera es amiga tuya...


El bisonte volador de peluche se deshizo en cenizas en las manos de Azula. El Maestra Fuego caminó por la calle llena de juegos, ganando todos y cada uno, solo para terminar quemando los premios (pero no antes de ofrecérselos a Aang quien, cortésmente aunque algo incómodo, se negaba). En el siguiente juego, Azula jugueteó con una pelota, lanzando al aire y atrapándola con una mano, la otra posada en su cadera mientras observaba su objetivo con una sonrisa desafiante.

Esta vez, su objetivo era una diana roja y blanca, la palanca que controlaba el tanque de inmersión que dejaría caer a una persona real en un líquido verde y asqueroso. Después de calcular la distancia por un momento, Azula lanzó la pelota directamente a su objetivo y el asustado hombre cayó dentro de aquella sustancia desconocida.

—¿Ese jugo es venenoso? –preguntó, con un oscuro tono de emoción voz. Zuko y Aang intercambiaron otra mirada y a Aang se le ocurrió que había descubierto porqué Azula había insistido tanto en venir al carnaval, le encantaba ganar.

El alarmado empleado negó con la cabeza.

—N-no, es una mezcla p-perfectamente segura de agua y líquido de colores —dijo, mientras el hombre, empapado, salía miserablemente del fluido verde.

Azula frunció los labios con decepción. Zuko rápidamente desvió su atención a otra cosa. Si se demoraban más de lo debido, entonces alguien enfrentaría la ira de su hermana, como había hecho la gente en el puesto donde los hombres fuertes estaban compitiendo.

—¡Mira, Zula! ¡Es un espectáculo de acróbatas! —Señaló a otro lugar en un intento por apresurarla y llevársela de ahí.

—Bueno, vamos. Veamos si son reales —dijo Azula, soltando un suspiro exasperado y adelantándose para ir primera. Había una gran multitud de personas allí, la más grande del carnaval. Todos los artistas del escenario estaban vestidos de rosa, los acróbatas hacían volteretas por toda la plataforma de madera, algunos saltaban sobre los hombros de otros y se movían con tal destreza que podrían avergonzar incluso a un Maestro Aire.

Aang, Azula y Zuko los miraron perplejos.

Una docena de chicas se reunieron en el centro del escenario, frente a su público, trepando unas encima de otras para formar una pirámide. Una de las chicas, la de la parte superior, estiró la palma de su mano en el aire mientras otra, una con un tocado dorado decorativo que enmarcaba su rostro, trepaba por encima de ella, usando una de sus manos para apoyarse en la palma que estaba ya en el aire en una asombrosa demostración de puro equilibrio. La chica del tocado dorado estaba totalmente boca abajo, apoyándose en la mano de la otra chica. La audiencia aplaudió y vitoreó mientras la chica en la cima les sonreía a todos.

Aang sintió como si le hubieran dado una descarga de electricidad.

"Solías sonreír tanto. Creí que podríamos haber sido amigos".

La chica del tocado dorado, Ty Lee, parecía estar mirando directamente a Aang, Zuko y finalmente a Azula. Desde la cima de la pirámide, se apartó de las otras acróbatas y dio una voltereta en el aire, aterrizando de pie hábilmente, solo para recibir más vítores.

Él nunca había visto a Ty Lee sonreír tanto como ahora. Pero, ¿la había visto de cerca antes, aparte de cuando iba tras él o sus amigos? Aang no lo sabía, pero estaba seguro de que debería sentirse feliz por ella. Esta chica estaba libre de la influencia de la “Azula malvada” y no había quedado atrapada en medio de una terrible guerra.

Sin embargo, se rio entre dientes al darse cuenta de que ella realmente era parte de un circo. ¡Espera a que le diga a Katara que en verdad es una chica de circo! Y luego, tan rápido como habían llegado, sus pensamientos felices se disiparon de nuevo.

Aang no quería hablar con Ty Lee. Ella había muerto en su nombre, ayudándolo a escapar de Azula, y él le debía lo suficiente como para no involucrarla de nuevo en otra guerra. La multitud se dispersó y los tres siguieron su camino.

Desafortunadamente, los encuentros con el destino, supuso, eran inevitables.

—¡Hola!

Allí estaba ella, pero sin el tocado dorado, justo frente a Zuko, con la coleta trenzada balanceándose a su espalda, y el mismo atuendo rosa que siempre había usado en su mundo.

—Uh... hola —dijo Zuko, abrió mucho los ojos y posó su mano detrás de la cabeza, rascándose la nuca nerviosamente— ¿No eres... una de esos artistas?

—¡Sip! —dijo alegremente—. No podía dejar pasar la oportunidad de saludar a uno de mis admiradores más lindos.

Azula se aclaró la garganta.

—¿Eso es todo lo que querías?

Ty Lee inclinó la cabeza.

—No, también quería saber quiénes eran ustedes. —De repente, su voz se hizo más profunda y levantó los hombros y agitó las manos, hablando con lo que, aparentemente, pensó que era una voz espeluznante—. Uno de ustedes tiene un aura misteriosa.

Todos guardaron silencio.

—¿Bien? ¿No fue genial? —preguntó.

—Supongo —dijo Azula, examinándose las uñas con frialdad—. Pero no eres muy buena para el teatro.

Ty Lee chasqueó los dedos.

—Oh, mono-cerdos llameantes. Supongo que solo soy buena como acróbata —dijo encogiéndose de hombros. Y, con un sorprendente entusiasmo, se volvió hacia Aang—. Tú eras el que tenía el aura extraña.

—¿Puedes leer las auras? —preguntó Aang, sorprendido. ¿También podía hacer eso en su mundo?

—¡Sí! Soy una chica con muchos talentos —dijo con una sonrisa brillante. Caminó en círculos alrededor del joven Avatar, examinándolo de cerca desde todos lados, murmurando para sí misma algo que no podía entender, acariciándose la barbilla—. ¡Ajá! Te sorprende mi habilidad para leer auras.

Azula jadeó con fingida sorpresa.

—¡Oh, Dios mío! ¡Es increíble!

Ty Lee la miró con una sonrisa radiante.

—¿De verdad lo crees? —Detuvo su examinación y miró a Aang, que era más bajo que ella—. Entonces niño, ¿cómo te llamas?

Aang pudo sentir cómo su rostro se enrojecía de vergüenza.

—No soy un...

—¡Como sea! Pero si vamos a ser amigos, tenemos que presentarnos, ¿no? —preguntó.

—Eh, ¿qué…?

—¡Mi nombre es Ty Lee! ¿Cómo te llamas?

Vaciló, pero no vio cómo esto podría hacer daño a alguien.

—Soy Aang.

—¡Aangie! Un nombre algo raro, pero es adorable —dijo. Aang se llevó la mano a la frente. Ty Lee se acercó de nuevo a Zuko, inclinando su rostro hacia él—. Entonces, ¿cómo te llamas, lindo?

—Uh… soy Zuko —logró decir, tirando del cuello de su camisa.

Azula se abrió paso frente a Ty Lee.

—Y yo soy Azula. ¿Te importa? Estábamos tratando de disfrutar de un agradable paseo por el carnaval.

—Genial —dijo, levantando las manos—. Estoy sintiendo algo de hostilidad. ¿Zuko es tu novio o algo así?

—No me hagas vomitar. Es mi hermano.

—Oh. Entonces, ¿Aangie es tu novio?

Azula apretó los puños y se congeló mientras sus ojos se abrían con ira y sorpresa.

—¿Qué? ¡Claro que no! ¡No hay nada entre Aang y yo y nunca lo habrá! ¿Cómo puedes decir algo así?

—No me convences —dijo Ty Lee. Se volvió hacia Aang y Zuko—. Como sea, es muy obvio que ustedes son viajeros. ¿A dónde van?

—A la Ciudad Dorada —dijo Zuko, quien finalmente puedo volver a hablar.

Ty Lee aplaudió de alegría, aunque solo Aang pudo captar el momento de vacilación en su mirada.

—¡Vaya! ¡Qué coincidencia! ¡Yo también voy para allá!

—¿En serio? —preguntó Aang, rascándose la cabeza, ahora llena de cabello rebelde.

—Sí. Tengo cosas que hacer allí —dijo. Para Aang estaba claro que no les estaba contando todo. Justo cuando estaba a punto de abrir la boca y preguntar, la acróbata cambió de tema— ¡Oigan, hay muchas cosas en el carnaval que tienen que ver! Separémonos y vamos a divertirnos.

—¿Separarnos? Eso me parece un poco sospechoso —dijo Azula, entrecerrando los ojos hacia Ty Lee— ¿No tienes que hacer más presentaciones y volteretas?

—No, hemos terminado por hoy —dijo—. Y, sinceramente, es un poco aburrido visitar el carnaval con el mismo grupo de siempre. ¡Es más divertido cuando se lo muestras a nuevos amigos!

“Solías sonreír tanto. Creí que podríamos haber sido amigos.”

Cuando esas palabras resonaron en su cabeza, Aang le dio a Ty Lee una suave sonrisa.

—No, Azula. Está bien. Vamos a separarnos y a divertirnos.

Ella le devolvió el gesto con otra sonrisa.

—¡Genial! ¡Pido ir con Zuko! —exclamó, aferrándose al chico, cuyas mejillas habían enrojecido.

—Supongo que eso nos deja a ti ya mí —le dijo Aang a Azula.

—Bueno, está bien —dijo, cruzándose de brazos y apartando la mirada de él—. Si es estrictamente necesario.


Ty Lee estuvo aferrada al brazo de Zuko todo el tiempo mientras caminaban, pero rápidamente descubrió que no era tan malo estar con ella como había pensado antes.

Se veía tan feliz, tan inocente, tan ajena a la dureza de la guerra. Con un entusiasmo casi infantil, señalaba todo lo que veía, todos los juegos que quería probar, a todas las personas que conocía del circo. Ella era un agradable respiro, diferente a su hermana que se entretenía jugándole bromas y el melancólico, pero atento, Aang. Y, supuso, que a él mismo.

—Entonces, ¿para qué quieren ir a la Ciudad Dorada? —preguntó Ty Lee una vez que disminuyeron la velocidad a un ritmo más relajado. Todavía estaba colgada de su brazo. Después de un rato, se encontró sintiéndose cómodo con su compañía.

—Aang y Azula tienen que dominar el Fuego Control —respondió—. Hemos escuchado que hay muy buenos Maestros allí. Es solo por eso.

—Oh, yo también he oído eso. ¿Y después?

—¿Qué te hace pensar que vamos a otro lugar? —preguntó, levantando una ceja.

—Puedo adivinar que viven como verdaderos viajeros —dijo— ¡Puede que no lo parezca, pero soy muy perceptiva!

Zuko sonrió.

—Quizás al Reino Tierra, después de la Ciudad Dorada —dijo, respondiendo a su pregunta anterior. Aang necesitaba dominar la Tierra Control luego del Fuego. Y después, notó, que probablemente lo acompañarían a donde fuera.

—¿Por qué?

—Bueno... Aang es el Avatar —respondió Zuko, encogiéndose de hombros. No vio ningún daño en decírselo, no parecía tener una sola gota de falsedad en su cuerpo.

—Oh, eso supuse. Su aura se veía bastante poderosa —comentó, desafiando la gravedad de su confesión tanto como lo hacía con sus acrobacias. Ella no lucía sorprendida en lo más mínimo. Cuantas más excentricidades de ella presenciaba, más empezaba a encontrarlas entrañables. No era frecuente que alguien pasara por alto los talentos de Azula o el hecho de que Aang fuera el Avatar y le prestara más atención a Zuko. Aunque la mayor parte del tiempo no le importaba, era agradable de vez en cuando.

—Es una lástima... el viaje del Avatar terminará aquí —dijo una voz que estaba inquietantemente cerca, casi en sus oídos. Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, unas ásperas manos inmovilizaron sus brazos, apretándolos para que doliera moverse. Ni Zuko ni Ty Lee intentaron defenderse cuando sus atacantes los amenazaron poniendo cuchillos de hueso contra sus gargantas, y Zuko quería golpearse por no haber prestado suficiente atención. La multitud apática que los rodeaba avanzó ignorándolos, no querían tener problemas con las Tribus Agua.

El Príncipe Sokka salió de la multitud con una sonrisa triunfante.

—Tomaré esto —dijo, arrancando las espadas envainadas que Zuko llevaba a la espalda.

Zuko frunció el ceño, sus palabras salieron tan lentas y peligrosas como pudo.

—Devuélveme mis espadas.

Pero Sokka no parecía sentirse amenazado en lo más mínimo.

—¡No, lo siento! Las necesito.


Aang se quedó en silencio bajo la mirada calculadora de Azula mientras ella se daba golpecitos en la barbilla.

—Hmm... He descubierto cómo domar ese cabello tuyo—dijo.

—¿En serio? —preguntó. No se había molestado en cortarse el pelo desde que salió del volcán. Le gustaba el anonimato que le daba, se había convertido en algo normal para él después de tres años viviendo a escondidas. La practicidad de tener cabello superó con creces su deseo de adherirse a las costumbres de Nómada Aire. Aunque, tenía que admitir, se había vuelto más bien rebelde.

—Sí, pero no tenemos que cortarlo. Solo necesitas una cosa.

—¿Cómo qué? —preguntó Aang. Ella soltó un par de piezas de cobre sobre el mostrador del puesto junto a ellos y luego sacó una cinta del estante. El viejo tendero se embolsó felizmente el dinero— ¿Una cinta?

—Correcto —dijo Azula, rodeándolo para ponerle la cinta y atarla en la parte posterior de su cabeza. La cinta estaba hecha de una seda suave, tenía la figura de un loto blanco en el centro, una pieza familiar de Pai Sho. La cinta era marrón, con un amarillo apagado que alrededor del símbolo del loto blanco. Azula se volvió hacia el tendero—. ¿Tienes un espejo?

El hombre sacó un espejo de mano de la manga de su túnica y se lo tendió. Azula lo tomó y se lo entregó a Aang, quien se encontró viendo su reflejo.

Primero miró sus ojos grises, oscurecidos por la guerra y la violencia, fríos e insensibles. La inocencia que había en su mirada años atrás había desaparecido. Trató de sonreír, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. Se le ocurrió, de pronto, que no había visto su reflejo tan detalladamente en mucho tiempo.

“Solías sonreír tanto."

—Aquí, tómalo —dijo Aang, casi poniendo el espejo de regreso en las manos del hombre. Se dio la vuelta y se alejó apresuradamente.

Azula lo siguió, su rostro mostraba algo parecido a la preocupación.

—¿Qué pasó? ¿No te gusta?

—No. Está bien. Estoy bien —aseguró. Azula no parecía convencida. Afortunadamente, una figura que usaba una máscara azul se acercó a ellos e interrumpió su conversación.

Aang agrandó los ojos al ver ese rostro horriblemente familiar, la máscara azul, los feroces dientes blancos... Había pasado tanto tiempo desde que lo había visto por última vez. En su mundo, era Zuko quien estaba tras de la máscara, lo había rescatado... Y luego, con la misma rapidez, recordó que a Zuko le había gustado la máscara.

—Hey, Zuko —saludó Aang. Se preguntó en qué momento se había puesto esa ropa negra, pero las inconfundibles espadas de Zuko estaban allí, a su espalda. Se preguntó, también, si Ty Lee tenía algo que ver con su nuevo atuendo; tal vez ella lo había obligado a actuar en alguna obra de teatro— ¿A dónde fue Ty Lee?

El Espíritu Azul se encogió de hombros.

—Zuzu, te ves ridículo —le informó Azula tras un breve momento de vacilación que dejó perplejo a Aang—. Ahora que perdimos a esa chica, ¿podemos irnos?

—Um... está bien —dijo Aang. Realmente no tenían ninguna razón para quedarse. De todos modos, Aang no estaba de humor para el carnaval—. Probablemente nos volvamos a encontrar con Ty Lee en la Ciudad Dorada, si es que en verdad está yendo hacia allí.

—Está bien, vámonos —dijo Azula—. Zuko, quítate esa estúpida máscara.

Zuko negó con la cabeza y siguió caminando.

—¿Por qué está tan estúpidamente callado? —le preguntó Azula a Aang, quien se encogió de hombros—. Apuesto a que es porque la gente insípida como Ty Lee se enamora de tipos fríos y distantes. Ella se le subió a la cabeza, supongo.

Zuko los llevó a las afueras del carnaval, donde el ruido de la multitud disminuyó tanto que podían oír el canto de las cigarras al atardecer. Después de un momento, no había nadie a la vista, hasta que Zuko dobló una esquina donde llegaron a un campamento con tiendas muy juntas, un callejón sin salida. El campamento estaba lleno de soldados de la Nación del Agua, y en el medio, estaban Zuko y Ty Lee.

Aang miró al Espíritu Azul, alarmado, mientras se quitaba la máscara, revelando el rostro lleno de cicatrices y la victoriosa sonrisa de Sokka.

Dejó escapar una carcajada.

—¿Qué es lo que le dice el héroe a su enemigo en esa obra del amor de los dragones o como se llame? “¡Por fin te tengo, bandido!” No puedes huir ahora, Avatar. Esta vez tengo a tus amigos —Aang y Azula adoptaron posturas de combate a la vez que más soldados cerraban sus salidas. Sokka metió la mano en el bolsillo, sacó el tocado dorado de Azula y lanzó al aire, volviendo a atraparlo en su mano, una sonrisa burlona en sus labios.

Azula se abalanzó hacia delante, a punto de gritarle palabras poco amables, pero Aang la interrumpió.

—¡No! —dijo Aang bruscamente, extendiendo su mano para detenerla—. Estarías haciendo exactamente lo que él quiere que hagas. Si usamos la fuerza bruta, habrá consecuencias. —Es mucho más inteligente de lo que jamás fue el Príncipe Zuko. Aang dejó caer su bastón—. Sokka, tómame y deja al resto en paz.

Sokka suspiró.

—Por un lado, parece que tienes una muy buena opinión de mis planes, y realmente deberías, eso me encanta, pero por otra parte... ¿Qué tan idiota crees que soy? Sé lo que tramas. Una vez que estés encadenado y tus amigos estén a salvo, no tendrás ninguna razón para contenerte y simplemente escaparás. Puedo ver cómo piensas, chico.

—¿Ah, sí? ¡Pues ve esto! —gritó Ty Lee, dándole un codazo en el estómago al soltado que la retenía. Una vez libre de su agarre, ella se dio la vuelta y lo golpeó en los hombros, inutilizando sus brazos. Ella procedió a hacer lo mismo con el soldado que sostenía a Zuko, esquivó el golpe de una lanza y al mismo tiempo dejó libre a su amigo. Se movió con rapidez, incapacitando a casi una docena de guerreros de Sokka antes de que se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo para poder defenderse.

Aang aprovechó la oportunidad y atacó, disparó un torrente de fuego contra Sokka, quien sacó agua de su bolsa para detener las llamas. Usando Aire Control para impulsarse, Aang saltó sobre Sokka y agarró la correa de cuero de las espadas de Zuko, quemando la envoltura de las armas que estaban en la espalda de Sokka. Se las arrojó al desarmado Zuko, quien las atrapó y las desenvainó, listo para ayudar.

—¡Ahora sería un buen momento para llamar a Appa! —gritó Azula, lanzándole una bola de fuego a uno de los muchos soldados que todavía los tenían rodeados. Aang estaba ocupado luchando contra Sokka, esquivando sus peligrosos ataques de agua y contraatacando con viento y fuego. Sokka se mantuvo en constante movimiento, esquivando y lanzando su boomerang, pero Aang se le adelantó y desvió su trayectoria con el viento. Eso le resultó útil como distracción y le dio tiempo de apartarse del camino y evitar los golpes que Sokka le lanzaba, usando su machete y garrote en tándem.

—¿Quién es tu nueva amiga, Avatar? —preguntó Sokka, cortando aire con su machete— ¿Recogiendo chicas en el circo ahora? ¡Pensé que eras un monje!

Aang lo esquivó saltando hacia un lado y blandió su bastón, pero Sokka se inclinó hacia el suelo y se preparó. El Príncipe Zuko nunca había bromeado con Aang cuando estaba decidido a capturarlo.

—Estás equivocado, Sokka.

—Bueno, como sea... ¡esa habilidad suya es molesta! Realmente sabes cómo elegir a tus aliados, ¿eh?

—Lo que sea que pueda arruinar tus planes funciona para mí —respondió Aang, girando su bastón para que levantara una corriente ascendente de aire bajo los pies de Sokka—. ¡Aunque casi me atrapas esta vez!

—Aang, ¿estás tratando de animarlo? —Azula retrocedía con cada ráfaga de fuego que salía de sus puños, acercándose más a Zuko y Ty Lee. La acróbata seguía moviéndose entre sus enemigos, haciendo que varios cayeran al suelo. Aang no pudo evitar sonreír mientras se alejaba de su pelea con Sokka y retrocedía hacia ellos; por una vez, era agradable tener sus habilidades únicas de su lado. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de Sokka, logró hacer sonar el silbato para llamar a su bisonte.

Aang hizo girar su bastón en círculos para desviar un chorro de agua con el que Sokka intentó derribarlo, luego giró para hacer más viento y atacar a Sokka. El tornado en miniatura hizo que el Príncipe saliera volando hacia atrás con un grito, arrojándolo a él y a un puñado de sus hombres dentro de una de las tiendas, que colapsó encima de ellos.

—¡Ahí está nuestra salida! —dijo Zuko, cruzando sus espadas frente a él para bloquear un golpe de una lanza de un soldado de la Tribu Agua. El hombre con el que estaba luchando cayó al suelo, revelando a Ty Lee, quien estaba detrás de él con los dedos extendidos.

El resto de los soldados de Sokka se apresuraron a cerrar la ruta de escape que había hecho Aang, amenazando al grupo con sus armas y agua. Azula, Zuko y Ty Lee retrocedieron hasta que sus espaldas se tocaron entre sí, estaban superados en número y ya estaban cansados.

—¡Atrápenlos! —gritó Sokka desde el suelo, apartando a sus guerreros a un lado y tratando de ponerse de pie. Justo cuando los guerreros estaban a punto de atacar, un fuerte rugido resonó en los cielos y Appa apareció, flotando sobre el suelo. Azula fue la primera en saltar y agarrar los cuernos del bisonte, poniéndose sobre su cabeza. Ty Lee la siguió, subiendo de un salto a la silla y luego se volvió para ayudar a Zuko a subir junto a ella. Aang se quedó en el suelo, blandiendo su bastón para mantener alejados a tantos soldados como fuera posible, especialmente cuando las flechas comenzaron a salir disparadas. Y cuando Appa se había alejado lo suficiente saltó...

...Sólo para ser derribado por Sokka, quien lo agarró por el tobillo y lo arrastró al suelo, listo para golpear al Avatar con su garrote. Aang apretó los puños rápidamente y separó los brazos con fuerza, creando una barrera de aire que se extendió a su alrededor, lanzando a Sokka el aire una otra vez. Aang se puso de pie y desplegó su planeador, pero antes de volar, miró a Sokka, sintiéndose culpable y confundido, antes de que los gritos de Azula lo instaran a moverse.

Un momento después, Aang aterrizó de nuevo en la silla de Appa mientras el bisonte volaba alejándose del carnaval. Ty Lee y Zuko se sentaron en la silla mientras Azula tenía el control de las riendas.

—¡Wow, eso fue genial! —dijo Ty Lee, aplaudiendo— ¡Esos chicos de la Tribu Agua son muy malos, pero les dimos una lección!

Aang sonrió y se rascó la cabeza.

—Entonces... Ty Lee, ya que también vas a ir a la Ciudad Dorada, ¿por qué no vienes con nosotros?

—Qué amable de tu parte. ¡Me encantaría! —dijo feliz, juntando sus manos con entusiasmo—. Espero no ser una carga para ustedes.

—¿Estás bromeando? —dijo Zuko, sorprendido—. ¡Eso fue increíble! ¿Qué fue eso?

—Bloqueo de Chi —le informó Ty Lee, repitiendo los movimientos—. Sé golpear los puntos de presión adecuados para evitar que la gente pueda moverse o usar su control sobre los elementos. —Aang pudo ver que movía mucho las manos al hablar.

—¿Entonces puedes bloquear el chi y leer auras? —preguntó Aang.

—¡Sip! Hey, eso me recuerda. ¿Quieres que termine de leer tu aura? —le preguntó.

—Esto debería ser interesante —comentó Azula desde la silla.

Aang se encogió de hombros.

—Seguro.

—Está bien —dijo Ty Lee, sentándose frente a él y cruzando las piernas—. Bueno, eres un chico muy enojado.

—¿Eh, gracias? —Se preguntó cuánto podría descubrir.

—Pero también veo determinación. Y tristeza. Culpa. Miedo —dijo, su voz bajaba con cada emoción que mencionaba. Parecían tener un efecto sobre ella—. Tienes muchas capas, Aang. —Todos se quedaron en silencio—. Pero también hay otras cosas escondidas allí. Veo felicidad, un poco de esperanza y amor.

Azula apartó los ojos del cielo para mirarlos a ambos.

Aang asintió.

—Gracias, Ty Lee —dijo con sinceridad.

—¡No hay problema! —respondió ella, levantando sus pulgares. Volvió a sonreír de nuevo—. Entonces, ¿están muy muy seguros de que ahora puedo ser parte de su pequeño grupo? —preguntó.

—Por supuesto. Cuantos más, mejor —dijo Aang, sonriendo. Las palabras de la antigua Ty Lee resonaron nuevamente en su cabeza.

"Solías sonreír tanto. Creí que podríamos haber sido amigos".

Aang le debía al menos eso.

Chapter 15: Zhao de la Nación del Fuego

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Libro 1: Fuego

Capítulo 14: Zhao de la Nación del Fuego

La luna, en lo alto, se volvió del color de la sangre, una luz de un tono rojo intenso lo cubrió todo, y ya no iluminaba los cielos. El comandante Zhao estaba de pie frente al Oasis de los Espíritus, proclamando al cielo que había capturado al pez, anunciando su victoria sobre el mundo.

—Ahora… soy una leyenda —dijo casi susurrando, la voz le temblaba, aún no podía creer que había completado su destino. Tui, el espíritu de la Luna, se sacudió y luchó débilmente por liberarse dentro de la bolsa llena de agua, tan indefenso como ahora lo estaba la Tribu Agua que se extendía ante él—. Por generaciones, la Nación del Fuego contará historias sobre el Gran Zhao, el que oscureció la Luna. Me llamarán Zhao el Conquistador, Zhao el Asesino de la Luna, Zhao... ¡el Invencible! —Durante su discurso, sus ojos se habían desorbitado por la emoción, mientras sus hombres, que estaban detrás de él, contemplaban la escena. El orgullo y la gloria eterna estaban al alcance de sus manos...

... Y entonces un lémur se abalanzó sobre su cabeza, tirando de sus mejillas y sus patillas.

—¡Quítenlo! —gritó Zhao, sacudiendo la cabeza rápidamente— ¡Quítenlo! —Mientras sus hombres se movían para ayudarlo, el lémur voló y aterrizó en el brazo extendido de un muy enojado Avatar. Los hombres de Zhao y los compañeros del Avatar adoptaron posiciones de combate—. No te molestes —dijo Zhao, elevando la bolsa con una mano y cerrando la otra en un puño del que podría salir fuego en cualquier momento. Una sola bola de fuego salida de sus nudillos acabaría con la vida de la luna para siempre ...

El Avatar, sorprendido, dejó caer su bastón y levantó las manos en un gesto de rendición.

—¡Zhao! No.

—Es mi destino... destruir la luna y la Tribu Agua.

—Si destruyes la luna no solo dañarás a la Tribu Agua —le había dicho Aang—, no dañarás a todos, incluyéndote. —Zhao pareció titubear—. Sin la luna, todo estaría fuera de equilibrio. —El pez negro, La, nadaba frenéticamente en el agua del Oasis, sin su par—. No tienes del caos que eso provocaría en el mundo...

—Él tiene razón, Zhao —dijo una voz más profunda y áspera desde un lado. Iroh apareció, vestido con una capa roja y dorada.

—General Iroh —musitó Zhao— ¿Por qué no me sorprende descubrir tu traición?

—No soy un traidor —dijo Iroh, quitándose la capucha—. La Nación del Fuego necesita a la luna. Todos dependemos del equilibrio. —Su voz se volvió agresiva cuando Zhao ni siquiera se movió. Apuntó al hombre casi amenazadoramente—. ¡Cualquier cosa que le hagas a ese espíritu, lo haré contigo multiplicado por diez! ¡Déjalo ir, ahora!

Zhao vaciló y se tensó a la vez que Iroh adoptaba una postura de lucha, pero sus rasgos reflejaban derrota. Se inclinó para dejar al pez en el agua, liberándolo de nuevo. El cielo volvía a brillar otra vez con la luz de la luna y el Yin y el Yang regresaron su danza eterna una vez más. De repente, los ojos de Zhao se llenaron de furia y, en un estallido de ira incontrolable, llevó su mano hacia atrás y atacó el estanque con fuego, que cobró vida y arrasó con todo antes de desaparecer. Yaciendo en el centro del estanque, con una intensa quemadura que cubría un costado de su cuerpo, Tui flotaba en la superficie del agua mientras La nadaba frenéticamente a su alrededor.

La luna y la noche se volvieron negras.

Iroh inmediatamente tomó la ofensiva, golpeando a Zhao y sus hombres con furiosas ráfagas de fuego. Zhao huyó mientras sus hombres caían al suelo por el dolor. Conmocionados, Aang, Katara, Sokka y Yue se unieron a Iroh junto al estanque, mirando al oasis.

Iroh levantó con pesar al pez muerto del agua. Yue comenzó a llorar mientras se derrumbaba en brazos de Sokka.

—No queda ninguna esperanza... se acabó.

Lleno de ira e intenso dolor por la pérdida de un espíritu cercano, el Estado Avatar brilló, cobrando vida, y la voz de Aang se unió a todas las demás voces de sus vidas pasadas.

—No. No se ha acabado.


Como siempre, Aang recordó su pesadilla en el momento en que se despertó, se había parte de su rutina por la mañanas. Este sueño en particular le provocó un sentimiento de ira e impotencia, principalmente con los espíritus. Su enojo hacia los espíritus se había multiplicado porque lo habían abandonado en un mundo diferente que siempre parecía retorcer sus entrañas en racimos complicados y confusos.

La muerte de Yue fue la primera que Aang había sufrido durante la guerra, y por eso, lo había afectado mucho. Por primera vez, al menos que recordara, sintió algo parecido al odio hacia Zhao... un sentimiento al que pronto se acostumbraría en el transcurso de un año. Aang asumió que Zhao había muerto durante el tiempo que el que entró en el Estado Avatar, junto con todos los demás soldados de la Nación del Fuego. Y Aang había querido verlo muerto.

—¡Buenos días, Aangie! —La vista del cielo matutino fue bloqueada por un rostro feliz y sonriente.

—Hey, Ty Lee —le dijo, su voz aún pesada por el cansancio.

Se inclinó hasta ponerse frente a él y mirarlo con un ceño fruncido.

—¡Vaya, tú y Azula definitivamente son aburridos por la mañana!

—Lo siento, no podemos ser tan geniales como tú y Zuzu —dijo Azula, gruñendo contra su almohada.

—¡Pero eres una Maestra Fuego! ¿No se supone que deberías “levantarte con el sol” o algo así? —Cuando Ty Lee no recibió respuesta, sonrió para sí misma—. Bueno, me alegro de que Zuko esté aquí para ver el amanecer conmigo. Ustedes realmente no le prestan mucha atención, por eso siempre es el que se levanta más temprano por las mañanas.

—¡Ty Lee! —gruñó Zuko— ¡Se suponía que no ibas a decirles eso!

Azula soltó una carcajada y se incorporó en su saco de dormir, estirándose.

—Oh Zuzu, eres un romántico empedernido.

El estado de ánimo de Zuko estaba por los suelos mientras preparaba el desayuno, sintiéndose absolutamente miserable. Hoy había huevos duros y brotes de bambú con salsa dulce picante junto con albaricoques secos como guarnición, una comida más elaborada que de costumbre, y Aang sospechaba que Ty Lee podría haber tenido algo que ver con eso, tal vez había cocinado todo eso para impresionarla o era que ella tenía una habilidad inesperada para cocinar y lo ayudó. De cualquier manera, se le hizo la boca agua. Aang sonrió mientras veía a Ty Lee convivir con sus amigos, feliz de que estuviera con ellos. Ella había traído un sabor completamente nuevo al grupo y su alegría y sonrisas eran contagiosas.

Tal vez esto era una señal de que sus comidas con carnes secas y demasiado saladas por fin acabarían. A pesar de que Aang había abandonado sus hábitos vegetarianos, seguía sin gustarle la mayoría de las carnes. En el Reino Tierra, donde el suelo había sido quemado y destruido por la Nación del Fuego durante el Cometa, era difícil conseguir comida, especialmente para un vegetariano como él. Entonces, tuvo que empezar a comer carne por necesidad.

—¿Sabes qué? ¡Sé exactamente lo que podría alegrarle el día a Azula! —exclamó Ty Lee, apuntando con el dedo hacia arriba—. Y, bueno, tal vez también el de Aang, si le gusta el resultado.

Azula entrecerró los ojos amenazadoramente.

—¿Qué estás insinuando?

—Bueeeno, —continuó Ty Lee—, sé de un enclave no muy de aquí donde puedes tomar lecciones de canto. —Bajó la voz hasta susurrar misteriosamente algo que Aang o Zuko no estaban destinados a escuchar, pero, de todos modos, la oyeron— ¡A Aang podría gustarle tu voz! Debes tener algún lindo rasgo que atraiga a tus pretendientes. En mi caso, es mi sentido del estilo.

Azula abrió los ojos de par en par y (esta era la primera vez que Aang la había visto así) estaba absolutamente atónita. Sin embargo, esa expresión se desvaneció con rapidez y se dirigió bruscamente a Ty Lee.

—No voy a aprender algo tan inútil como el canto. Si vuelves a sacar el tema, quemaré cada prenda que tengas y no tendrás nada para lucir tu estilo.

Ty Lee soltó una risita.

—¿Por qué no? ¡Será divertido!

—Y ella cree que Azula no cumplirá su amenaza —le susurró Zuko a Aang.

Aang se encogió de hombros.

—Cantar podría ser una gran habilidad para aprender —dijo—. Creo que te vendría bien, Azula.

Volvió la cabeza hacia Aang como un látigo, tan rápido que fue un milagro que no se lastimara el cuello.

—¿Qué?

—Pero Ty Lee, realmente no creo que tengamos tiempo de sobra. Necesitamos llegar a la Ciudad Dorada —dijo Aang, dejando escapar un suspiro. Se colocó su nueva cinta para cubrir su frente, ajustándola en la parte posterior de su cabeza—. Ya hemos tardado más de lo necesario en atravesar la Nación del Fuego.

—¿Qué? ¡No! ¡Quiero ir! —dijo, agitando las manos frenéticamente—. No tenemos que llegar a la Ciudad Dorada con tanta urgencia, ¿verdad? —rio nerviosamente—. Quiero decir, no es tan importante.

—Ya nos hemos desviado bastante —dijo Zuko, recogiendo los restos del desayuno—. Tal vez sería mejor simplemente ir allí.

—¿Qué les pasa a ustedes dos? ¿Dónde está su sentido de la diversión? —preguntó Azula, que finalmente se había molestado tanto como para intervenir—. El carnaval resultó ser divertido. Vamos a ir a ese enclave de cantantes, y eso es todo.

Zuko dejó caer los hombros y gruñó. Era mejor no cruzarse con las decisiones “finales” de Azula, aunque Aang se preguntó qué la había hecho cambiar de opinión tan abruptamente. Por el contrario, Ty Lee aplaudió en el acto. Aang se preguntó por qué se veía tan feliz por desviarse de su destino principal, ¿acaso ya no quería ir a la Ciudad Dorada? ¿Acaso quería ir en primer lugar? Tendría que preguntarle más tarde, tal vez cuando Zuko y Azula estuvieran distraídos con las lecciones de canto.


El sombrío callejón se sentía oscuro e imponente mientras caminaba, sintiendo escalofríos recorrer su columna a cada paso. Estaba tenso y alerta a cualquier señal de un ataque, su único ojo azul se movía en todas direcciones. Por el contrario, su abuela caminaba a su lado perfectamente tranquila.

—Alégrate, nieto mío —le dijo ella, sus ojos azules brillaban—. Basado en su reputación, este hombre seguramente podrá atrapar al Avatar.

—Si no lo mata primero... —dijo Sokka rodando los ojos—... No puedo creer que esté haciendo esto.

El sonido del chirrido del metal contra la piedra los detuvo a ambos en seco. Sokka se puso en guardia, sus manos aferrándose a su garrote y a su machete. Kanna ni siquiera se inmutó. Cuando el hombre apareció, Sokka pudo verlo por primera vez. Se fijó en el brazo de metal del hombre, que terminaba en una garra afilada. Luego, su mirada se posó en la pierna del hombre, su otra extremidad metálica. Por último, levantó la vista hacia el rostro del hombre y el extraño tatuaje en forma de ojo que tenía en la mitad de la frente.

Era el Hombre Combustión, el asesino y cazarrecompensas más temido del mundo.

—He oído mucho sobre ti —le dijo Sokka al hombre, su mirada calculadora y alerta ante cualquier movimiento repentino—. Sé que eres bueno en lo que haces y nunca fallas en un objetivo. Pero quiero que encuentres al Avatar y lo captures… vivo.

El hombre no dijo nada, lo que solo podía suponer que significaba una aprobación. Si se hubiera negado, supuso, lo habría sabido con una declaración.


—¡Ahí está! ¡Allí abajo! —chilló Ty Lee, emocionada, su trenza se agitaba al viento. Más de una vez, su trenza había golpeado a Azula en la cara, y cada vez que eso sucedía durante el vuelo, ella se molestaba más y más hasta que amenazó a Ty Lee con quemar su pelo, por lo que, esta última se deslizó hacia el otro lado de la silla.

Aang permaneció en silencio y en guardia mientras el bisonte aterrizaba en el centro del prado rodeado por un anillo de pasillos cercados y casas con gradas de madera. Era un pabellón al aire libre, probablemente reutilizado de un antiguo claustro de sabios, con huertos para sustentar a los instructores de canto y aproximadamente a una docena de estudiantes. En el camino hasta aquí, Ty Lee les había explicado que este enclave era una escuela muy selectiva para cantantes e incluso artistas de teatro; un par de ex alumnos incluso habían llegado a formar parte del grupo de los Actores de la Isla Ember. Los propios instructores eran miembros retirados de un renombrado grupo de canto itinerante; Aang temió por un momento que estos iban a ser los nómadas cantantes que había conocido hace tiempo, hasta que Ty Lee le explicó que eran un tesoro de la Nación del Fuego, nativos de los pueblos y aldeas de las Islas Interiores. Unos pocos rinocerontes de Komodo que pastaban en el prado se alejaron cuando Appa aterrizó, pero varias personas de todas las edades se acercaron con curiosidad por la llegada del Equipo Avatar.

Cinco personas estaban al frente de la multitud. Todos eran hombres, y uno de ellos tenía una decoración de plumas en el cabello que Aang reconoció vagamente. Ty Lee saltó de Appa y extendió las manos.

—¡Hola! —saludó ella—. Ha pasado un tiempo, ¿no es así?

—¡Ty Lee! —dijo el hombre de enfrente, sonriendo ampliamente—. ¡Seguro que sí! Es bueno verte. ¿Has venido a montar tu número de trapecio de nuevo? ¡Los alumnos no pararon de hablar de eso!

Zuko parpadeó con sorpresa mientras bajaban de Appa.

—Ty Lee, ¿conoces a estos tipos?

—Oh, sí —dijo—. Pasé por aquí una o dos veces con el circo. ¡Pero casi me olvido de presentarlos! Aang, Zuko, Azula... ¡conozcan a los Rinocerontes Rítmicos, los mejores cantantes de la Nación del Fuego!

Aang tuvo que apretar los labios para no reír. Ahora reconocía a estos tipos. Él y sus amigos los habían enfrentado ocasionalmente durante el transcurso de la guerra, pero hasta donde sabía, cayeron en batalla durante una pelea en los territorios del sur.

—Encantado de conocerlos —dijo el líder, uniendo palma con puño en una reverencia—. Soy Mongke. Bienvenido a nuestro enclave.

—¿Esto es lo mejor de lo mejor? —susurró Azula, por lo que solo Aang y Zuko pudieron escuchar—. Bueno, no puede ser tan difícil.

—De hecho, estamos aquí para una prueba —dijo Ty Lee, poniendo sus manos en sus caderas. El resto de su audiencia había comenzado a dispersarse, regresando a sus lecciones, pero Mongke y sus compañeros Rinocerontes se quedaron—. ¡Aquí, mis amigos creen que tienen lo necesario!

—De hecho, no —dijo Zuko, haciendo una mueca—. De verdad que no.

Aang se rascó la cabeza.

—¿Cuánto llevará esto? Realmente no tenemos tiempo para quedarnos aquí por mucho tiempo...

Azula agitó una mano con desdén.

—Oh, no tomará mucho. Estoy segura de que podré dominarlo pronto.

Mongke soltó una risa

—Bueno, Ty Lee, ¡sin duda eres bienvenida a la audición! Pero déjanos darles a ti y a tus amigos un recorrido primero, es posible que descubran qué clase de música es para ustedes.


Mongke y los Rinocerontes Rítmicos los llevaron al edificio central. En el camino, después de que le dijeran el resto de sus nombres, Aang trató de reconstruir lo que recordaba de los otros Rinocerontes Rudos cuando Mongke los presentó. Aang nunca había sabido cuales eran sus nombres antes, pero recordaba a Ogodei, cuya cabeza estaba afeitada excepto por una larga trenza negra que sobresalía de su nuca y a Kahchi con su impresionante barba. Uno de ellos, en el mundo de Aang, había mantenido el rostro oculto detrás de un casco; e incluso aquí, Yeh-Lu tenía el rostro cubierto con una tela drapeada que tenía estampado el símbolo de "Belleza". Por último, Vachir completaba el grupo con sus tatuajes alrededor de los ojos que hicieron que Aang se preguntara si los Arqueros Yu Yan existían en este mundo. Los cinco demostraron ser de lo más amables y les dieron una cálida bienvenida a pesar de lucir intimidantes a primera vista, les mostraron las partes más notables del enclave con entusiasmo y alentaban a los estudiantes que pasaban a su lado. Todos menos Mongke finalmente se retiraron para regresar con sus estudiantes, pero antes de irse, hicieron que Aang y los demás prometieran asistir a su concierto la noche siguiente.

Después de pasar por los pasillos donde los dormitorios de los estudiantes y el comedor, Mongke los condujo a un atrio interior con asientos escalonados que proporcionaba una excelente distribución acústica para cualquiera que estuviera de pie en el escenario. Se había dispuesto una gran cantidad de instrumentos en el escenario e incluso Ty Lee hizo sonar la cuerda de un laúd al pasar, el sonido reverberó por el resto del atrio. Aang y Zuko se sentaron en los asientos con Mongke mientras Ty Lee y Azula se preparaban para sus demostraciones. Ty Lee se estiró, gorjeó y se aclaró la garganta, y cuando Mongke le dijo para que cantara la primera, se dirigió al centro del escenario con toda solemnidad, con mirada baja en una muestra de emoción sombría que hizo que Aang, Zuko y Mongke se inclinaran hacia adelante con interés.

—¡La laaa! —El sonido que salió de su garganta se asemejaba a una bandada de gansos de gila muriendo al mismo tiempo, tan terrible que Aang tuvo que apretar los dientes—. ¡Laaaaa la! ¡La laaaa!

—Bueno, Ty Lee, eso ciertamente estuvo lleno de emoción —dijo Mongke, tan pronto como terminó. Aang tiró de los lóbulos de sus orejas para aliviar el zumbido—. Aunque creo que tu verdadero talento es la acrobacia.

Ella sonrió tímidamente.

—Lo imaginaba. ¡Oh, bueno! Tenía que intentarlo al menos una vez, ¿sabes? ¿Qué te pareció, Zuko?

Zuko se había tapado los oídos por un momento durante su actuación, pero logró esbozar una débil sonrisa.

—Uh, nunca creí que alguien pudiera cantar así.

Ty Lee se rio.

—¡Está bien, puedes decir que fue terrible!

—¿Es mi turno? —preguntó Azula, acercándose al lado de Ty Lee en el centro del escenario—. Tengo una canción lista.

Ty Lee se unió a Aang y los demás en sus asientos mientras Azula miraba algo más allá de ellos y se aclaró la garganta. Zuko se rio entre dientes mientras su hermana preparaba su voz.

—Esto va a ser bueno —dijo—. No creo que Azula sepa ninguna canción de principio a fin. Y son todas de nuestro tío.

Azula respiró hondo y se llevó una mano al centro del pecho.

—Invierno, otoño, verano y primavera —cantó, alargando las palabras más de lo que Aang creía que requería la canción.

"Cada año las aves vuelan,

Cuatro estaciones, cuatro amores.

Cuatro estaciones, para el amor.

Regresa al nido y nunca vueles,

Vuela al viento, que el invierno canta,

Lejos de las hojas, un grito de lamento,

El sol o la luna, ¿cuál lo traerá?

Invierno, otoño, verano y primavera.

Cuatro estaciones, cuatro amores.

Cuatro estaciones, para el amor".

Una vez que terminó, se puso una mano en la cadera y esperó expectante.

—¿Y bien?

Zuko parpadeó sorprendido y susurró a Aang.

—¿Quién hubiera imaginado que recordaría toda la canción?

—Dolorosamente normal —dijo Mongke, con los brazos cruzados y nada impresionado—. Forzado y sin emociones. Está claro para mí que nunca antes has cantado frente a una multitud en tu vida.

La ceja de Azula se elevó, y por segunda vez ese día parecía aturdida.

—¿Perdón?

Aang se hundió en su asiento. Azula lo había hecho mejor de lo que esperaba, pero incluso él creyó que Mongke estaba siendo un poco duro con ella.

—Tal vez algún día consigas mejorar si trabajas lo suficiente —continuó Mongke—. Pero es obvio que no naciste con el don.

Zuko dejó escapar un silbido bajo.

—Ha pasado mucho tiempo desde que la vi dirigir esa mirada hacia alguien que no sea yo.

Azula se veía furiosa.

—Aang, Zuko, Ty Lee, nos vamos —dijo, subiendo los escalones del atrio, apenas disminuyendo la velocidad para mirarlos—. Ahora mismo.

—¿Ahora? —preguntó Ty Lee, uniendo sus manos—. ¡Pero Azula, ya eres perfecta de muchas otras maneras! ¡Tu voz es mucho mejor que la mía!

Azula parecía estar a punto de replicar cuando se detuvo en seco, con los ojos fijos en la puerta. Aang siguió su mirada y se le heló la sangre.

Zuko se puso de pie y se quedó boquiabierto.

—¿Zhao? ¿Eres tú?

Justo en la puerta, Zhao aplaudía a Azula lentamente. A diferencia de todas las otras veces que Aang había visto al hombre, hace muchos años, esta vez no llevaba armadura; en cambio, vestía una túnica gris sobre los hombros y pantalones sueltos a juego atados con un cinto negro. Una abertura en su túnica dejaba ver las vendas envueltas alrededor de su torso. Por lo demás, seguía llevando el pelo recogido en un moño alto con orgullo tenía y las mismas patillas pobladas que Aang recordaba.

—Vaya, vaya —dijo. Incluso su voz rezumaba con el mismo tono condescendiente—. Qué sorpresa. Los mismísimos hijos de Ozai, en persona. Nunca pensé que los vería a ustedes los dos por aquí.

Aang recordó lo mucho que el Príncipe Zuko odiaba a Zhao. Pero ahora, la sorpresa de Zuko se convirtió en una gran sonrisa.

—¡Zhao, es bueno verte!

Tanto Zuko como Azula se acercaron a Zhao mientras este último extendía los brazos para rodearlos a ambos por los hombros.

—Ustedes dos sí que han crecido —dijo Zhao—. Su padre estará encantado de verlos.

—¿Padre? —preguntó Azula, con los ojos muy abiertos. Aang sintió que su corazón latía incontrolablemente contra su pecho. Él no podía estar aquí. Se preparó para alejarse de un salto por si Ozai entraba por la otra puerta, el pánico que sentía aumentó tanto que sintió que podría llegar a enfermar—. ¿Está aquí?

—No —dijo Zhao, dejando escapar una risita entre dientes, y ante sus palabras, Aang dejó que sus extremidades se relajaran. Zhao apartó a Zuko y Azula de Aang, Ty Lee y Mongke como si ni siquiera los hubiera notado—. No en este... circo. Vengan, mi campamento está afuera. Les contaré todos los detalles emocionantes.


Aang y Ty Lee estaban sentados en la esquina de la tienda de Zhao, comiendo sus tazones de sopa, que era más una bola de masa agria, mientras Zhao relataba todos los detalles de la horrible batalla que terminó con él herido y todos sus enemigos Maestros Agua devastados. Hizo un gesto hacia el estante donde había dejado sus armas, tenía espadas anchas, espadas largas, un arco y un carcaj lleno de flechas, un guan dao y varias dagas, todas pulidas y libres de polvo mientras contaba la historia de cómo había destripado a un enemigo con ese mismo cuchillo, había arrebatado la espada de las manos de otro guerrero, usó la lanza como muleta mientras los enemigos lo perseguían a través del desierto... Todos los detalles sangrientos comenzaron a hacer que incluso Zuko se pusiera verde, pero Azula lo escuchó con la más absoluta atención.

—¡Ahora, Azula, imagina el terror en su rostro cuando usé su propia espada contra él! Obviamente, también la blandí con mucha más habilidad que él, pero podría ser algo difícil para ti imaginar ese tipo de talento si no has visto nada parecido antes. —Zhao le dio una mirada significativa a Zuko mientras lo decía—. No hay nada que sustituya la habilidad y el entrenamiento de un soldado de verdad.

Zuko frunció el ceño.

—¿Qué hay de Lu Ten? Hemos visto sus demostraciones muchas veces.

Azula interrumpió a Zuko, ansiosa por más detalles.

—Entonces, ¿cómo te hirieron? ¿Y por qué papá y los demás te dejaron aquí?

Aang frunció el ceño al ver como pasaban por alto a Zuko, pero se mordió la lengua mientras Zhao continuaba explicando que los habían sido superado en número y se quedó atrás para mantener a raya a las fuerzas enemigas mientras Ozai y el resto de sus soldados se retiraban. Habían elegido dejarlo en un enclave de canto, de todos los lugares, porque era el lugar seguro más cercano para que Zhao descansara y se recuperara.

—Entonces, ¿su padre todavía está cerca? —preguntó Ty Lee. Bajó el cuenco a su regazo y desvió la mirada—. Quizá... quizá puedan verlo.

Al oír su sugerencia, Aang se encontró sintiendo un dolor familiar ante la idea de que Zuko y Azula escogieran a su padre. Entendía cómo se sentía Ty Lee..

—Están avanzando por las costas orientales —respondió Zhao—. Pero deberían regresar pronto para recogerme de nuevo antes de que crucemos el mar hacia el Reino Tierra. Así que si quieren verlo, esta será su última oportunidad.

—No solo mi padre, también Lu Ten —dijo Zuko, recostándose en su asiento—. Será... extraño.

Zhao hizo un gesto hacia Aang con sus palillos.

—Y si llevas al Avatar para presentárselo a tu padre, seguramente te recompensará. Lo verá con buenos ojos.

Aang sintió el calor de la ira agitándose en sus entrañas.

—No soy un premio. Puedo ver lo que piensas, solo quieres ese reconocimiento para ti, ¿no es así?

Sus palabras fueron más duras de lo que pretendía. La voz de Zhao se hizo más profunda mientras sonreía y hablaba entre dientes.

—Tienes una lengua muy afilada, muchacho —dijo—. Yo soy uno de los mejores soldados de Lord Ozai. ¿Por qué querría utilizarte?

—Aang, tu aura se está volviendo muy roja —señaló Ty Lee con voz tímida.

Envalentonado por el silencio de Aang, quien se había mordido la lengua para evitar decir algo que pudiera ofender a Zuko o Azula, Zhao continuó.

—Debes respetar a tus mayores, ¿no te enseñaron eso en la escuela de monjes? Uno esperaría que el Avatar fuera mucho más disciplinado que esto.

Azula frunció el ceño mientras volvía la vista del uno al otro.

—¿Qué está pasando aquí? Aang, sabemos que no eres solo un premio para llevar a nuestro padre.

Aang estaba a punto de responderle a Zhao cuando Zuko se puso de pie y agarró a Aang por el hombro.

—Vamos. Salgamos. —Desconcertado por la acción de Zuko, Aang le lanzó una última mirada a Zhao antes de levantarse y seguir a Zuko fuera de la tienda. Parte de él sintió que Zhao intentaría atacarlo furtivamente por la espalda, y ese pensamiento le dejó un hormigueo en la parte posterior de su cuello—. Tienes que calmarte. —dijo Zuko—. ¿Qué te molesta?

—¿Qué me molesta? —preguntó Aang, incrédulo, mientras miraba hacia la tienda. Al mirar a Zhao, solo podía ver al hombre arrogante y destructivo que casi había acabado con la luna e hizo que Aang perdiera a una amiga. Pero incluso más allá de eso, recordó un evento similar con sus amigos en su mundo, cuando Aang hizo algo tan estúpido que Sokka y Katara lo dejaron atrás para reunirse con su padre. Se apartó de la tienda, de cara al enclave de los Rinocerontes Rítmicos al otro lado del campo—. Zhao es un idiota.

Zuko se encogió de hombros y vaciló antes de responder, dejando que el canto de las cigarras llenara el silencio.

—Él puede serlo a veces.

—¿No te diste cuenta de la forma en que hablaba de ti?

—Más o menos —admitió Zuko—. Pero él siempre ha sido así. Estoy acostumbrado. Azula siempre era la que recibía más atención de todo el pueblo.

—¡Pero eso no significa que debas aguantarlo! —dijo Aang—. ¿Cómo es eso justo?

—Siempre nos enseñaron a mostrar respeto y a ser disciplinados, en especial con nuestros mayores y, particularmente, con los que no son de nuestra familia —dijo Zuko. Pateó una piedra suelta en la hierba—. Así ha sido siempre. Hablar demás deshonraría a nuestro padre. Y, bueno, ahora que estás con nosotros, eres nuestra responsabilidad. Si ofendes a Zhao, nos estarías deshonrando a Azula y a mí, y por extensión, a nuestro padre.

Aang se cruzó de brazos y miró hacia otro lado.

—No soy la responsabilidad de nadie —dijo, pero incluso él sabía que había sonado presuntuoso. Aun así, pudo leer entre líneas lo que Zuko había querido decir, lo consideraba parte de su familia.

Zuko suspiró pero luego sonrió.

—Si tú lo dices —dijo. Volvió la vista a la entrada de la tienda cuando se abrió y Azula y Ty Lee salieron para dirigirse hacia el enclave—. Volveré adentro. Pero tengo un mal presentimiento sobre lo que harán Azula y Ty Lee al escabullirse de esa manera, ¿por qué no vas a ver qué están haciendo?

Contento de tener una excusa para no volver a la tienda de Zhao, Aang asintió y siguió a las dos chicas hacia el pabellón en el centro del valle. Se agachó cuando las escuchó hablar, y se detuvo en seco cuando Azula comenzó a vocalizar. No usó palabras, pero empezó a cambiar el tono y el volumen de su voz siguiendo las instrucciones de Ty Lee. Aunque su canto todavía no era tan bueno, Aang se encontró sentándose en la hierba y escuchando. Supuso que ella se había tomado muy en serio las palabras de Mongke, incluso cuando estaba tratando de hacer que pareciera lo contrario. Por alguna razón que no podía entender, dejó que el sonido de su voz lo transportara a sus recuerdos agradables y nostálgicos.

—¡Oh! ¡Aang! ¿Qué estás haciendo aquí?

Ty Lee lo había visto mientras él aún estaba absorto viendo a Azula practicar y se puso de pie de un salto.

—¡Oh, yo estaba, eh, sólo quería ver qué estaban haciendo ustedes dos!

—Oh —dijo Ty Lee, agitando una mano—. Azula solo está tratando de impresionar...

Azula apretó un dedo, resaltado por su afilada uña, sobre los labios de Ty Lee.

—No. Digas. Otra. Palabra.

Ty Lee asintió temerosa, pero Aang sonrió mientras tiraba de la parte de atrás de la cinta que le sujetaba el pelo.

—¡Creo que estás mejorando, Azula!

Señaló a Aang con su mano libre.

—¡Eso también va para ti! Tú no viste nada.


Sokka no sabía qué pensar del Hombre Combustión. Parecía saber a dónde ir y cómo encontrar al Avatar, todo sin dirigirle una sola palabra a él o a su abuela. Habían dejado atrás Sokka y, ahora, eran solo ellos tres viajando por tierra. El trío se había detenido para tomar un breve respiro y dejar descansar a los búfalos yaks, pero cuando Sokka tiró de las riendas para dárselas a su abuela y al Hombre Combustión, se dio cuenta de que las criaturas no estaban listas para partir en lo absoluto.

Su abuela y el Hombre de la Combustión estaban sentados alrededor de una pequeña mesa de madera jugando al Pai Sho.

Sokka arqueó las cejas y luego las frunció.

—¿Qué están haciendo ustedes dos? —preguntó mordazmente. Ni siquiera sabía de dónde había sacado su abuela la mesa o el tablero de Pai Sho.

Kanna lucía tan inocente como siempre mientras movía una ficha por el tablero.

—Solo estamos jugando una partida corta de Pai Sho. Príncipe Sokka, ¿te gustaría unirte a nosotros?

Sokka apretó los puños.

—¡No! ¡Tenemos que encontrar al Avatar! Tengo un plan.

—Pero este amable caballero y yo estábamos teniendo una agradable conversación —dijo Kanna, haciendo un puchero.

Sokka dudaba mucho que el hombre le hubiera dirigido siquiera una palabra. Nunca hablaba. Incluso ahora, su rostro estaba tan impasible como siempre. Sokka solo pudo golpearse la frente con la palma y suspirar exasperado.


Pasaron la mayor parte del día siguiente ayudando en el enclave y escuchando más historias de Zhao. Todo el tiempo, Aang tuvo que aguantar la actitud condescendiente de Zhao, su rechazo hacia Zuko e incluso su ocasional rudeza hacia Ty Lee, quien no se percataba de sus insultos. Finalmente, Aang se dio cuenta de que Zhao veía a Azula como la favorita de Ozai, y al estar de su lado, Zhao se aseguraba de estar del lado de Ozai. Todo el asunto hizo que Aang se enojara en nombre de Zuko; incluso aquí, ¿Azula recibía mejores tratos que su hermano? ¿Solo porque ella podía hacer Fuego Control y él no? Y se sintió de esa manera todo el tiempo hasta que llegó el momento de asistir al concierto de los Rinocerontes Rítmicos.

La multitud se había reunido fuera del pabellón e incluso gente de aldeas que estaban a medio día de camino habían asistido. A medida que la noche cálida y luminosa descendía sobre ellos, los Rinocerontes y un puñado de sus estudiantes preparaban su actuación, algunos con sus instrumentos mientras los mismos Rinocerontes cantaban sin acompañamiento. Los cinco hombres vocalizaron en armonía entre sí, uno de ellos entonando un canto de garganta, guiando al resto de sus compañeros. Aang nunca había oído nada parecido, y, al final de su actuación, se encontró aplaudiendo tan fuerte como todos los demás.

Cuando la presentación terminó, Zhao se alejó, volviendo a su tienda con un ceño fruncido. Azula, Zuko y Ty Lee no parecieron darse cuenta, pero Aang, con una mirada de desconfianza, vio a Zhao irse. La única razón por la que Azula y Zuko querían quedarse un día más era para tener la oportunidad de pasar más tiempo con él (por alguna razón inexplicable), entonces, ¿por qué se iba?

Mongke se acercó a Aang y se detuvo a su lado, mirando a Zhao.

—No me entristecerá verle la espalda por última vez cuando se vaya. Es demasiado orgullosos como para quedarse aquí.

Ty Lee se acercó a Aang y Mongke, quizás para que Zuko y Azula no la oyeran. Sabi estaba colgada a su espalda, sus grandes orejas asomandose por encima de los hombros de Ty Lee.

—Ha estado siento algo grosero, ¿no es así?

—Le dispararon en la espalda con una flecha —dijo Mongke, con el rostro ensombrecido por las sombras de las antorchas cercanas—. Me hace creer que huyó durante una batalla cuando intentaba huir y abandonar a sus compañeros. Así que, por supuesto, está amargado porque lo dejaron mientras se recupera, en un lugar que no es digno de él.

—Ya estoy harto de él —murmuró Aang en voz baja. Después de haber oído a Mongke, todo cobró sentido. Se adentró en la noche, siguiendo los pasos de Zhao para decirle lo que pensaba. Con cada paso, Aang se enfurecía más y más. Recordó la arrogancia de este hombre y su capacidad de destrucción. Recordó a Yue y al monstruo en el que Aang se había convertido tras ver las acciones de Zhao. Recordó toda la destrucción la flota de Zhao había causado en el Polo Norte, y en cómo se había odiado y temido a sí mismo por tanto tiempo después de eso. Todo había comenzado con Zhao. Era culpa suya. Alcanzó a Zhao justo antes de que entrara en su tienda—. ¡Zhao!

Zhao tensó los hombros cuando se dio la vuelta para mirar a Aang.

—¿Qué es lo que quieres, niñito?

—Te he descubierto —dijo Aang, agarrando su bastón con fuerza—. Has caído en desgracia, te has deshonrado a ti mismo. Huiste de la batalla como un cobarde y te dispararon por la espalda y ahora quieres a Zuko y Azula para que puedas recuperar tu gloria a los ojos de tu superior. —No se atrevió a decir el nombre de Ozai. Aún no —. Tú me quieres a mí. Al Avatar. Realmente solo me ves como un premio.

Zhao hizo una mueca de furia.

—¡Cuida tu boca! ¡No tienes idea de lo que estás diciendo!

—¿No la tengo? —Aang extendió los brazos—. ¡Todo lo que te importa eres tú mismo y tu estatus!

Escuchó pasos en la hierba detrás de él. Azula fue la primera en llegar y lo agarró por el hombro.

—¡Aang! ¿Qué crees que haces?

—Zhao es un cobarde —dijo Aang con vehemencia, disfrutando la forma en que Zhao se estremeció ante la palabra—. Le dispararon en la espalda mientras intentaba huir.

Zuko agrandó los ojos con sorpresa.

—¿Qué? Aang, esa es una acusación muy seria...

—Sí, me dispararon en la espalda —dijo Zhao. Su voz se había vuelto fría—. Pero no fue porque traté de huir. —Inclinó la cabeza hacia Azula y Zuko—. Su padre se había caído de su rinoceronte de Komodo durante una batalla contra los guerreros de la Tribu Agua y perdió el conocimiento. Sus arqueros lo apuntaron e hice lo primero que me vino a la mente: protegí su cuerpo con el mío. Milagrosamente, la mayoría de las flechas no me hicieron daño y solo una me dio—. Cuadró los hombros y se irguió en toda su estatura—. Así que no te atrevas a llamarme cobarde, Avatar.

Aang sintió un dolor en el pecho cuando su corazón dio un vuelco.

—De ninguna manera, eso es mentira. Lo acabas de inventar para quedar bien, como todas tus otras historias… —Pero incluso él sabía que no sonaba convincente.

—No lo sé, Aang… —dijo Ty Lee, mordiéndose los dedos.

—Has sido horrible con Zhao desde que llegamos aquí —dijo Azula, con el puño cerrado—. Lo conocemos de toda la vida. Honestamente, no me importa si está mintiendo o no. Puede que no te guste, no tienes por qué, pero esta es la primera noticia que tenemos de nuestro padre y de sus soldados desde que se fueron de la aldea.

Aang miró a Zuko, quien solo frunció el ceño, negó con la cabeza y no dijo nada.

—¿Por qué lo estás defendiendo? ¡Mira la forma en que nos ha tratado, especialmente a Zuko...!

Azula le dio una bofetada. Un golpe lo suficientemente fuerte como para que le picara la cara, para que sintiera sus largas uñas arañar su mejilla.

—¡Ya basta, Aang!

Podía verla de nuevo, la misma Azula que había matado a todos sus seres queridos. Y fue como si la estuviera viendo por primera vez.

—Conocemos a Zhao desde hace mucho más tiempo que a ti —dijo Zuko con voz dura—. Creo que sigues olvidando de eso.

Pero te conozco desde hace mucho más tiempo del que crees, quiso decir, pero las palabras no le salieron.

—Nos iremos con Zhao —dijo Azula finalmente. No miró a Aang a los ojos mientras lo decía—. Vamos a reunirnos con nuestro padre de nuevo. Así que deberías irte.

Aang dejó caer los hombros. Después de todo, había permitido que sucediera lo mismo que antes. Se equivocó. Alejó a sus amigos con su propio egoísmo. Pero su ira contra Zhao permaneció, como si el sentimiento estuviera atascado en su garganta para que no pudiera decir nada más. La ira contra Zhao, la ira contra males peores.

—Ty Lee, ¿vienes? —preguntó Zuko— ¿O vas con Aang?

Ty Lee bajó los ojos y se retorció los dedos.

—Aang va a ir a la Ciudad Dorada. Y, bueno, yo también tengo que ir...

Zuko cerró los ojos por un momento antes de regresar a la tienda de Zhao.

—Está bien entonces —dijo, antes de desaparecer dentro de la tienda.

Azula lo siguió sin decir una palabra de despedida.


Llamas furiosas y destructivas salían de los puños de Aang con cada movimiento de sus brazos. Los arcos de fuego volaban de cada patada. El sudor le cubrió la frente, haciendo que su cabello se pegara a su cabeza. Se había sacado la cinta del Loto Blanco. La noche avanzó, pero Aang seguía igual de furioso.

Ty Lee estaba hecho un desastre. Se había acurrucado cerca del fuego, con los brazos alrededor de las rodillas. De alguna manera, se le metió en la cabeza la idea de que todo era culpa suya, que esto nunca habría sucedido si no se hubiera unido al grupo del Avatar. Después de todo, fue ella quien los había traído a este enclave…

Aang, finalmente, sintió que su energía se acababa, y la oscuridad lo rodeó una vez que sus llamas se extinguieron. Ambos habían salido de los terrenos del enclave justo después de su enfrentamiento con Zhao y, ahora, estaban acampando en la playa de la isla. Las olas golpeaban la orilla, pero Ty Lee y la fogata estaban fuera del alcance de la marea. Aang se sentó junto a ella con las piernas cruzadas, suspirando. Su bastón yacía al lado del fuego, su cinta atada en él. Appa estaba lo suficientemente cerca del fuego para sentir su calor, y Sabi estaba en la cabeza de Ty Lee, consolándola suavemente...

—¿Por qué estabas tan enojado? —le preguntó Ty Lee de repente, sin apartar los ojos del fuego mientras hacía dibujos en la arena con los dedos—. Nunca creí que pudieras llegar a ser así.

—No lo entenderías. Nadie podría —dijo.

—¿Por qué no dejas que intenten entenderte? —preguntó ella.

Aang no respondió por unos momentos.

—¿Qué importa ahora? Ellos decidieron irse. Ya no me importa —dijo finalmente.

—Yo creo que sí —respondió ella en voz baja.

Los pensamientos de Aang lo llevaron de regreso a un momento similar con Sokka y Katara. También lo habían dejado... pero no fue tan malo como esto. ¿Alguna vez Zuko y Azula volverían? Aunque esta vez... tenía a Ty Lee. No estaba solo. Ty Lee había elegido quedarse.

Sintió una oleada de afecto por ella. Estaba realmente agradecido.

—Ellos se preocupan por ti. Sé que sí —dijo Ty Lee—. Son leales. No creo que te abandonen jamás.

Ella era tan ingenua, tan optimista. Justo como solía ser.

—Estoy feliz de que seas mi amiga, Ty Lee. Me alegro de que estés aquí conmigo, al menos.

Ella le sonrió.

—Yo también, Aang.


Más de una hora después, Azula se encontró mirando la palma de su mano. Podría haber jurado que todavía le hormigueaba por la bofetada que le había dado a Aang.

—Ustedes dos tomaron la decisión correcta —dijo Zhao, desconcertado por los comportamientos sombríos de Azula y Zuko—. Van a reunirse con su familia de nuevo. Al lado del Avatar, solo les esperaba peligro y miseria. No los merece.

—Tienes razón —dijo Azula—. Creí que podía entenderlo perfectamente.

—Bueno, te equivocaste —dijo Zuko encogiéndose de hombros—. Eso es todo.

—Él nos estaba ocultando muchos secretos —dijo Azula.

—¿Ves? No es digno de confianza —intervino Zhao—. Ustedes dos necesitan estar rodeados de gente en la que confíen. —Se tensó cuando un fuerte ruido retumbó en algún lugar afuera, era frecuente y casi rítmico, haciéndose más y más fuerte como si se acercara a ellos. Sonaba como algo metálico. Tanto Azula como Zuko se levantaron para salir y enfrentar lo que fuera, pero Zhao extendió el brazo y bloqueó la entrada de la tienda, esperando. El sonido se detuvo.

Una garra de metal rasgó repentinamente la tela de la tienda, abriendo un agujero que reveló a un hombre calvo y barbudo con un extraño tatuaje en la cabeza. Zhao, Zuko y Azula saltaron hacia atrás, tomaron sus armas y se prepararon para luchar. Con unos pocos golpes rápidos de su brazo, el hombre de metal arrancó la tienda, haciendo que sus postes cayeran al suelo y dejándolos a todos bajo el cielo nocturno. El Príncipe Sokka apareció detrás del extraño hombre de extremidades metálicas, se agachó bajo el brazo del hombre para inspeccionar a su alrededor.

—¿Dónde está? ¿Por qué el Avatar no está con ustedes? —preguntó Sokka.

—Te lo perdiste. Se fue hace mucho —dijo Zuko, apretando su agarre en sus espadas.

—¡Ustedes saben dónde está! ¡Díganmelo! —demandó Sokka.

—Lo dejamos hace horas —dijo Azula, con los ojos entrecerrados—. Déjanos en paz. —Sokka le hizo un gesto al hombre de metal, quien se acercó a Azula y la agarró del brazo. El agarre de su mano de hierro era insoportablemente apretado y frío. Azula no podía liberarse—. No te tengo miedo —dijo con fiereza. El hombre no respondió.

—Muéstrales tu poder —dijo Sokka, con los brazos cruzados. Una sonrisa asomandose en su rostro.

El hombre de metal fijó su mirada en algún lugar por encima de Azula, respiró y un rayo de luz pura salió disparado del tatuaje en su frente. El rayo chocó con los árboles que los rodeaban, que explotaron en un torbellino de fuego y madera. Azula, instintivamente, se acercó al gigantesco hombre para protegerse, quien seguía sin inmutarse, ni siquiera cuando se estaba arriesgando a ser golpeado por los escombros mientras todos los demás se protegían.

—Bueno, eso fue innecesario... —dijo la anciana junto a Sokka. Junto al hombre de metal, se veía diminuta.

—¿Ahora le temes? —preguntó Sokka.

—¡Zhao, déjame ir! —gritó Zuko de repente, tratando de liberarse del agarre de Zhao.

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Ese hombre es demasiado fuerte para que podamos manejarlo!

—¡No voy a abandonar a mi hermana!

—Eso es lindo —dijo el Príncipe de Agua con una sonrisa oscura.

Con un grito, Zhao desenvainó su propia espada, larga y afilada, corrió hacia Sokka, sosteniendo el arma detrás de él mientras se preparaba para golpear. Sokka levantó su machete para bloquear el ataque.

—Eso fue una tontería —le dijo Sokka con los dientes apretados mientras bloqueaba el golpe de la espada de su oponente.

—Oh cielos… —murmuró Kanna para sí misma.

El Hombre de la Combustión no hizo nada excepto seguir sujetando a Azula.

Zhao retiró su arma, moviendo la espada para blandirla una y otra vez, gruñendo con cada golpe contra el machete de Sokka. Estaba desatando toda su furia en ataques descontrolados.

—Nunca he perdido una pelea contra un enemigo —dijo Zhao entre respiraciones.

—Bueno, entonces tus enemigos eran estúpidos —dijo Sokka con los ojos entrecerrados.

—No has tenido en cuenta una cosa, Sokka —observó Azula de repente, poniendo una sonrisa de suficiencia—. Luchando así, has perdido la ventaja de tu alucinante compañero. Es un luchador de larga distancia que daña a cualquier persona y a cualquier cosa, sin importar que sean amigos o enemigos.

Sokka gruñó y sacó su garrote de una correa que llevaba en la espalda, usando las armas entrecruzadas para bloquear los ataques de Zhao. Esquivaba cuando era necesario, y giraba para golpear al hombre con su garrote. Un golpe fue todo lo que necesitó: Zhao fue alcanzado directo en el estómago y se dobló de dolor. Zuko, cuyas espadas ya estaban desenvainadas, se movió para ayudar a Zhao antes de que Sokka pudiera asestarle un golpe final, pero fueron interrumpidos por la voz de alguien que no esperaban.

—Sokka, no lo hagas.

Aang había llegado.

Un momento después, un borrón rosa aprovechó de la distracción y saltó desde los árboles, golpeando el brazo del Hombre Combustión en un intento por liberar a Azula. El hombre perdió el control de su brazo, pero la mano de metal todavía la sujetaba.

—Ups —dijo Ty Lee. La mano de carne del hombre le dio un revés y lanzó volando a la chica hacia uno de los árboles cercanos que no había sido destruido.

—¡Ty Lee! —gritó Zuko, dejando solos a Sokka y a Aang. Corrió hacia la chica y levantó la parte superior de su cuerpo entre sus brazos. Ella estaba apenas consciente, con la mirada desenfocada mientras trataba de parpadear para que el dolor pasara—. Ty Lee, háblame. ¿Estás bien?

—Ay, eso dolió… —gimió, frotándose la espalda y la cabeza. Siguió alternando entre ambas; aparentemente, no podía decidir cuál atender primero. Estaba aturdida, pero por lo demás bien.

—¿Sabes cómo evitar que ese hombre siga explotando cosas con su mente? —le preguntó Zuko rápidamente.

—¿Qué…?

Una de dichas explosiones estalló justo encima de ellos, no apuntando directamente hacia ellos por temor a que el Hombre de la Combustión quedara atrapado en su propia onda expansiva, pero lo suficientemente lejos de los dos como para causar un daño potencial. Zuko se arrojó protectoramente sobre Ty Lee, protegiendo su cuerpo de más daño. Los fragmentos de madera aterrizaron sobre él.

Azula seguía tratando de liberarse del férreo agarre del hombre, pero él no cedió. Dejó de luchar por un momento, y finalmente decidió recurrir a herir permanentemente al hombre. Entrecerró los ojos cuando una bola de fuego cobró vida en la palma de su mano. Estaba lista para tirársela a la cara, pero el hombre la desconcentró y la arrojó lejos, haciéndola rodar por el suelo. Su cabello ondulado se había desatado y le caía por la espalda, enmarañado con tierra. Se levantó del suelo y adoptó una postura de lucha, sus ojos ambarinos fijos en el hombre que tenía delante.


Sokka estaba frente a Aang, listo para acabar con Zhao, pero fue interrumpido cuando Aang inhaló profundamente. Sokka esperaba una ráfaga de aire, pero antes de que Aang lo desatara, levantó un dedo frente a su boca y lanzó fuego, dejando que el aire avivara las llamas y las hiciera crecer. La enorme cantidad de fuego chocó contra el suelo y el calor arrasó con todos ellos, pero Sokka evitó el ataque.

Aang estaba gratamente sorprendido con el resultado del ataque que acababa de inventar, usando una combinación de Aire y Fuego control. Dado que, por alguna razón, no podía recordar cómo escupir fuego, había tenido que hacer el Fuego Control con las manos.

Sokka no había saltado lo suficientemente lejos de Zhao. Aang saltó hacia él y arrojó su bastón, dejando que los vientos giraran a su alrededor para alejar a Sokka del otro hombre. El bastón de Aang regresó fielmente a él y su estratagema funcionó. Zhao se puso de pie.

—Estoy dispuesto a luchar contigo contra el enemigo que tenemos en común —dijo Aang con los dientes apretados—. No creas que esto es un signo de amistad. No lo es. Realmente no me gustas, si sirve de algo, lamento lo que dije.

Zhao lució levemente sorprendido por su franqueza, pero sonrió.

—Entonces somos aliados por esta única vez. Y no te preocupes, la aversión es mutua.

—De acuerdo —dijo Aang. Examinó a Sokka—. Creo que está punto de Agua Control. Mantente en guardia.

Aang estaba en lo correcto. Sokka usó ambas armas, su garrote y su machete, para levantar agua del arroyo que corría junto al campamento de Zhao y los atacó a los dos. Un garrote y un machete resultaron ser herramientas sorprendentemente buenas para hacer Agua Control: el garrote dirigía el poder contundente de la presión del agua mientras que el machete representaba la habilidad del agua para cortar con precisión. Y Sokka era lo suficientemente hábil para utilizar ambos a la vez.

Aang apuntó con su bastón al torrente de agua que se dirigía hacia ellos y lanzó una corriente de fuego, manteniéndolo durante el ataque. Mientras el vapor se disipaba, Sokka decidió correr hacia él, blandiendo sus armas a la vez. El agua se arrastró detrás de ellos, lista para golpearlo. Aang se agachó para dar una patada y lanzó un arco de aire horizontal para hacerlo tropezar, pero el guerrero de la Tribu Agua saltó, esquivando el ataque y lanzándole un golpe de agua al mismo tiempo. El agua alcanzó a Aang en la cintura y lo derribó. Cuando cayó, Zhao corrió en su ayuda y blandió su espada contra Sokka, quien la bloqueó con su machete y atacó el flanco desprotegido de Zhao con su garrote.

Aang regresó rápidamente a la lucha, golpeando a Sokka en el estómago con una pequeña ráfaga de aire y dándole a Zhao suficiente tiempo para recuperarse. Aang recogió vientos en con la punta de su bastón y lo blandió con discreción hacia Sokka, quien simplemente se hizo a un lado y lo dejó pasar. Sin embargo, el Hombre Combustión, que estaba ocupado con Azula, Zuko y Ty Lee, estaba justo detrás de él y la ráfaga lo golpeó. Apenas le hizo daño, pero en cambio, el gigantesco hombre se volvió y se dirigió hacia Aang. Sokka se volvió hacia él al mismo tiempo. Aang, rápidamente, supo que su bastón le sería inútil contra las dos armas de Sokka, así que lo tiró.

Kanna, que estaba parada a un lado, fue golpeada con el bastón que había arrojado. Ella frunció el ceño.

—Hei Bai, perdónalos. Van a quemar todo el bosque. Pero perdóname también a mí —dijo. Ella recogió agua del arroyo y la convirtió en una gran ola, empapando a todos en el campo de batalla. Todos hicieron se detuvieron un instante cuando el agua los alcanzó y la miraron con ira pura reflejada en sus rostros.

Todos excepto el Hombre Combustión, porque su rostro siempre estaba desprovisto de emoción.

—¡Van a destruir todo el bosque! —gritó Kanna.

Sokka la ignoró y usó toda el agua del suelo que tenía a su disposición, dejando salir una aliento helado en dirección a Aang. Sin embargo, antes de que los alcanzara, se vio obligado a bloquear los golpes de las espadas gemelas de Zuko. Las hojas curvas de su amigo pararon fácilmente las propias armas de Sokka, y ambos siguieron blandiéndolas, llegando a un punto muerto. Su pequeño intercambio terminó cuando Sokka golpeó a Zuko en el estómago con un trozo de hielo.

Azula lanzó una gran y potente bola de fuego a la parte descubierta del Hombre Combustión, pero el fuego simplemente pasó por encima de él y apenas le hizo daño. Se dio la vuelta, enfurecido, y envió una explosión a ella y Ty Lee, que estaban juntas. Ty Lee dio un dio una voltereta en el aire para apartarse del camino, mientras que Azula simplemente se agachó. Un árbol detrás de ella se incendió. Ella sonrió y le envió ráfagas de fuego cortas y continuas, siempre en movimiento. Él no se movió, sino que intentó dispararle incesantemente, acercando las explosiones cada vez más a él.

El suelo tembló y por un momento Aang pensó que el Hombre Combustión empezaba a seguirle el ritmo, pero, en cambio, vio cinco rinocerontes acercándose hacia ellos desde el enclave. Hicieron todo lo posible rodearlos y Aang vio que los jinetes eran los Rinocerontes Rítmicos, todos los cuales empuñaban las mismas armas que Aang recordaba de su mundo.

—¡Vamos, chicos! —les gritó Monkge a sus compañeros—. ¡Demostrémosles por qué solían tenernos tanto miedo!

Vachir tenía su arco listo mientras Ogodei arrojaba sus cadenas alrededor del Hombre Combustión, quien las atrapó con su garra de metal. Yeh-Lu intentó arrojar algunas bombas, pero el Hombre Combustión las notó a tiempo y las detonó él mismo, lo que provocó que el Rinoceronte enmascarado se volara lejos. Kahchi y Mongke atacaron juntos mientras el Hombre Combustión estaba distraído con los explosivos, el primero con su lanza y el segundo con las manos desnudas, lo que le dio tiempo a Azula para recuperar el aliento.

Aang, Sokka y Zuko estaban absortos en una batalla de complicados movimientos y delicadeza, esquivando los ataques del otro. Zuko atacó a Sokka, Sokka rasgó el la camisa de Aang y Aang corrió alrededor a ambos a la velocidad del viento, disparando a Sokka por todos lados con ráfagas de fuego. Mientras luchaba, su mente estaba trabajando para idear un plan que detuviera al Hombre Combustión. En su mundo, él y sus amigos apenas habían podido hacerle daño, y ahora, sus números eran menos y ninguno de ellos era un Maestro totalmente realizado. Aang tenía en mente la única debilidad de este asesino, pero no tenían armas contundentes ni una Maestra Tierra... Estaba molesto con la inutilidad cada vez mayor de su propio control.

Y, luego, Aang se fijó en el garrote que llevaba Sokka. Rápida como un rayo, la mano del Maestro Aire se disparó hacia la muñeca izquierda de Sokka, que sostenía el garrote con patrones de la Tribu Agua. Zuko aprovechó la oportunidad y trató de contener a Sokka, envolviendo sus brazos alrededor del torso del Maestro Agua y lo mantuvo inmóvil, levantándolo en el aire. Aang le arrebató el garrote de las manos a Sokka y luego fue a ayudar a Azula.

Zuko logró quitarle el machete de las manos, pero el Maestro Agua se liberó. Como Zuko ahora estaba desarmado, se abalanzó de lleno contra el otro chico y ambos cayeron al suelo en un lío de patadas y puños, el uno empujando al otro contra el barro. Sokka le dio una patada a Zuko y rodó hasta ponerse sobre la espalda de chico, con las manos en la nuca mientras empujaba la cara de su oponente contra el barro. Zuko luchó por liberarse, pero Sokka lo mantuvo allí, esperando que cayera inconsciente por la falta de aire. Zuko sintió que sus esfuerzos se volvían cada vez más débiles, pero más frenéticos a medida que el pánico se apoderaba de él.

Y luego una rodilla voladora golpeó a Sokka en las costillas y lo arrojó lejos de Zuko. Ty Lee aterrizó hábilmente sobre sus pies y se movió para ayudar a Zuko, quien estaba completamente cubierto de barro. Sokka usó Agua Control para quitarse el barro de su propia ropa y levantó los puños hacia Ty Lee, listo para pelear. Zuko todavía estaba aturdido y tragó bocanadas de aire para recuperar el aliento.

Ty Lee miró a Sokka con desdén.

—Oh, por favor. No tienes oportunidad contra mí —Hizo una voltereta para acercarse al Maestro Agua y saltó en el aire, aterrizando al lado de Sokka y golpeándolo con sus dedos. Sabiendo de su extraña habilidad, Sokka trató de esquivar sus ataques—. Oooh, parece que estamos bailando juntos —dijo Ty Lee—. Es una lástima que no me gusten los chicos malos.

Como no estaba llegando a ninguna parte, Ty Lee se inclinó, estiró la pierna y giró con rapidez para desestabilizarlo, derribando al chico y golpeó sus puntos de presión mientras él aún estaba en el aire. Ty Lee dio una voltereta hacia atrás para evitar que el barro la salpicará, sonrió y corrió hacia Zuko mientras Sokka soltaba gritos desesperados.

Aang se deslizó por el suelo para evitar un ataque del Hombre Combustión, tratando de vencer al hombre uniendo fuerzas con Azula, que estaba al otro lado del hombre, y los Rinocerontes que mantenían su distancia. El hombre de metal daba vueltas para intentar golpearlos a todos con sus explosiones, pero Aang y Azula lanzaron ráfagas de fuego para interrumpir sus ataques y proteger a sus compañeros. Tenían dificultades por acercarse a él. De repente, Aang recordó a Sokka y tomó inspiración en sus movimientos, reviviendo recuerdos de como solía lanzar su boomerang. Podría hacer lo mismo con el garrote, pero este no regresaría… Además, no quería que lo hiciera.

Mientras Kahchi hacía frente al Hombre Combustión y lo mantenía distraído, Aang apuntó con cuidado y lanzó el garrote.

Giró por el aire, en un movimiento dolorosamente lento, casi como si estuviera dándole tiempo al Hombre Combustión para que, simplemente, pudiera apartarse del camino. Justo ahora, estaba siendo distraído por Azula y Kahchi y no podría evitar el golpe, y el garrote chocó contra su cabeza. Fue el primer ataque que realmente pareció haberlo lastimado, haciéndolo tambalearse ligeramente hacia atrás.

—¡Todos, corran! —gritó Aang. Rápidamente, giró ambos brazos, envolviendo al Hombre Combustión con vientos. Un furioso vendaval lo rodeó, pero no sería suficiente como para detener sus explosiones, aunque ese no era su propósito. Aang expandió el tornado, cubriendo a todos con él, incluidos Sokka y Kanna, para alejarlos de la explosión incontrolada del hombre. Aang no se quedó a ver si el Hombre Combustión seguía de pie después de eso, sino que tomó su silbato de bisonte y llamó a Appa.

El ruido de las explosiones había disuadido a Appa de acercarse, pero cuando escuchó el silbido acudió en su ayuda. Aterrizó con Sabi justo al lado del arroyo, y Azula y Zuko fueron los primeros en subirse a su lomo. Ty Lee fue la siguiente, devolviéndole el bastón de Aang. Miró preocupada a Sokka y Kanna. Sokka estaba en el suelo, completamente cubierto de barro, pero a salvo de la explosión. Aang lo miró una vez más antes de saltar sobre la cabeza de Appa, gritando ¡Yip, yip!

El barro, los árboles y el fuego se hicieron cada vez más pequeños a medida que Appa ascendía más y más, y los cuatro exhalaron al mismo tiempo cuando se dieron cuenta de que ya no corrían peligro.

Ty Lee se inclinó sobre la parte trasera de la silla mientras miraba la escena muy por debajo de ellos.

—Vaya, ¿quién hubiera imaginado que los Rinocerontes Rítmicos eran tan rudos?

—Espera, ¿a dónde fue Zhao? —preguntó Zuko, alarmado.

—Lo vi huir durante la pelea —dijo Aang con cautela. No estaba seguro de si Zuko y Azula le creerían o no—. Él me ayudó, pero creo que fue él quien llamó a los Rinocerontes en busca de ayuda.

Azula se encogió de hombros sin entusiasmo.

—Bueno, él nunca ha sido el más valiente de los hombres...

La silla se llenó de un incómodo silencio mientras Sabi volaba hacia la cabeza de Aang y se enroscó alrededor de su cuello. Zuko y Azula, finalmente, decidieron hablar al mismo tiempo.

—Aang, lo sentimos —dijeron con fuerza. Y luego los dos se miraron el uno al otro.

—No deberíamos haberte dejado de esa manera —dijo Azula.

—Nuestra misión es contigo —dijo Zuko.

Ty Lee sonrió.

—¡Sí! Estoy tan contenta de que volvamos a ser una gran familia feliz —les dijo a todos—. ¿Abrazo grupal?

Todos la miraron, alarmados y se negaron. La idea le llenó el corazón de pena.

—Yo también lo siento —admitió Aang—. Conocen a Zhao de toda la vida y yo no tenía derecho a juzgarlo. Estaba siendo un poco idiota, pero no habría sido tan malo si yo no me hubiera comportado como otro idiora para empezar.

—Solo estoy molesta porque perdimos la oportunidad de volver a ver a papá —dijo Azula, suspirando.

—No te preocupes por eso —dijo Aang, y un escalofrío sacudió su columna—. Estoy seguro de que nos encontraremos con él uno de estos días —¿En la Bahía Camaleón, quizás? se preguntó.

—Quizás —dijo Zuko—. Probablemente, Zhao está en camino a ver a padre justo ahora.

El silencio los rodeó de nuevo. Azula lo observó de reojo, pero Aang no podía adivinar lo que estaba pasando por su cabeza.

Ty Lee rompió el silencio, soltando un chillido y dándose palmadas en la frente.

—¡Oh, no! ¡No vamos a poder terminar nuestras lecciones de canto! Azula, definitivamente podemos seguir practicando por nuestra cuenta, así que no te preocupes...

—No —dijo Azula, interrumpiéndola—. Creo que ya tuve suficiente de eso. Yo misma he llegado a aceptar que realmente no puedo ser perfecta en cada pequeña cosa que intento. Me molestó un poco cuando ese tipo me dijo que solo podría ser “promedio en el mejor de los casos”, pero eso es mucho mejor que “no tener el don”, así que lo aceptaré. Es una habilidad inútil, considerandolo en general, y no tengo el deseo de seguir practicando...

—De verdad que no puede manejar bien las críticas —le susurró Zuko a Ty Lee mientras Azula continuaba sin cesar. Ty Lee se rio—. Le dará vueltas al asunto durante horas. Honestamente, tengo que decir que su actuación fue impresionante.

Aang la dejó continuar y sonrió para sí mismo mientras avanzaba para tomar las riendas. Le había gustado la voz de Azula, pero esto era más propio de ella.

Chapter 16: El Desertor

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Libro 1: Fuego

Capítulo 15: El Desertor

Se movía como una bailarina.

Fluía, relucía, brillaba, iluminaba... Sentía que podría sentarse allí durante horas, usando todas las palabras que conocía para describirla, aunque ella solo estaba haciendo una cosa. El estanque frente a ella resplandecía bajo la luz de la luna. Estaba escondido entre los arbustos, con la cabeza apoyada en una mano, solo mirándola con una leve sonrisa en su rostro. Echaba de menos los momentos simples como estos. Ella nunca lo había notado mientras estaba allí, pero era mejor así. Ella no tenía por qué saber de sus sentimientos. No todavía.

Y, sin embargo, Toph lo sabía. Ella podía fácilmente sentir el cambio en sus latidos cuando ella estaba cerca. Toph notaba cada vez que él se alejaba del grupo para ir a verla mientras entrenaba sola… Solía fingir que iba tras ella para protegerla, porque era peligroso para ellos estar solos en estos días. Toph no se lo tragaba. Por supuesto que no. No era necesario que la talentosa Maestra Tierra supiera que Katara podría manejar cualquier problema por sí misma, especialmente bajo la luz de la luna.

Ahora se habían vuelto algo mayores. Cada día era una batalla por sobrevivir en un mundo plagado de guerras. Había pasado tanto tiempo sin tocarla, sin sentir sus labios en los suyos... Echaba de menos esos días. Pero desde ese primer beso, nunca volvió a mencionarlo. La guerra tomó control de sus vidas.

Ya no había tiempo para el amor. Todos ellos, sobre todo Sokka, lo habían aprendido por las malas al perder a Suki… y a todos a los que querían.

Mientras su mente vagaba, Katara pareció haberlo visto. Desde su posición cerca del agua, tocó una de sus muchas cintas de agua y atacó a la figura en los arbustos, sin siquiera haberse girado para indicar que había notado de antemano a su espía.

Se había vuelto más inteligente y más hermosa con los años.

Con un grito, la figura que estaba entre los arbustos cayó hacia atrás mientras el agua lo cubría por completo. Katara pareció deslizarse hacia él, lista para atacar de nuevo, pero dejó caer el agua cuando descubrió de quién se trataba.

¿Aang? Inclinó la cabeza, confundida. Sus brillantes ojos azules aparecieron en su campo de visión y él sonrió débilmente.

Hola trató de decir casualmente. Katara le dedicó una curiosa y divertida sonrisa—. Solo venía a verte.

Bueno, de alguna manera, atrapé al todopoderoso Avatar con la guardia baja. Deberías haber tenido más cuidado. Pensé que eras otra persona... y podría haberte lastimado seriamente.

Está bien dijo, levantándose con una sonrisa. Parecía reservarlas solo para ella en estos días. Él confiaba en su Agua Control. Nunca, jamás le haría daño... Era demasiado gentil y cariñosa. Había visto su fiereza en batalla, pero con su familia, ella era una persona diferente. Para Katara, el Agua Control era un arte para ser apreciado. Esa era, en parte, la razón por la que no usaba Agua Control tanto como los otros elementos. El agua le pertenecía a ella.

Vamos, volvamos al campamento. Estás todo sucio ahora le dijo. Y juntos, regresaron con el resto de su familia, caminando uno al lado del otro. Aang ya no era más bajo que ella.


Aang se despertó más feliz que de costumbre esa mañana. Su sueño había sido mucho más placentero de lo habitual, pero no podía recordar con qué había soñado esa noche.

Su mejorado estado de ánimo no pasó desapercibido para sus compañeros de viaje.

—¡Te ves inusualmente alegre esta mañana! —señaló Ty Lee con una sonrisa, entregándole un tazón de avena para el desayuno—. ¿Dormiste bien?

Se rio cuando Sabishi saltó sobre él, lamiendo su rostro. Ty Lee tomó eso como una respuesta y sonrió.

—Aang se ve diferente hoy —comentó Zuko a Ty Lee y Azula, fuera del alcance del oído de Aang—. Parece... como si fuera un chico normal.

Era algo que siempre les había puesto los pelos de punta desde que conocieron a Aang. Tenía doce años, pero actuaba mucho mayor de lo que parecía. Los tres decidieron que este era un buen cambio. Comieron mientras veían al Avatar llenar de mimos a su bisonte, que ronroneaba agradecido por la atención.

Cuando Aang finalmente se sentó junto al fuego para tomar su comida, Azula le hizo una pregunta.

—Entonces, ¿a dónde vamos ahora?

Aang no respondió por un momento mientras se llevaba la comida a la boca, luego se volvió hacia ella, pensativo.

—Bueno, deberíamos seguir hacia el norte —dijo—. La Nación del Fuego realmente no es tan grande, así que deberíamos llegar a la Ciudad Dorada en solo unos días.

Ty Lee, que estaba a punto de meterse una porción de avena en la boca, se atragantó y sus ojos grises se agrandaron con miedo.

—¡Ty Lee! ¿Estás bien? —le preguntó Zuko apresuradamente, moviéndose para ayudarla. De un solo trago, Ty Lee terminó su comida y respiró hondo.

—Sí, estoy bien, gracias —dijo rápidamente—. ¿Llegaremos en solo unos días?

—Eso creo —dijo Zuko, desenrollando uno de los mapas que tenía a mano—. Nuestro desvío por las islas exteriores nos ralentizó un poco, pero estamos de vuelta en el camino y en el continente, justo al norte del antiguo Capitolio.

Aang, cuya expresión parecía haber sido solo una fachada feliz, volvió a la normalidad.

—¿Por qué pareces tan nerviosa de ir a la Ciudad Dorada? —le preguntó a Ty Lee con un indicio de sospecha en su voz.

—¿Yo? ¿Nerviosa? ¿Qué quieres decir? —preguntó la chica, jugando con sus dedos y moviendo sus ojos rápidamente de un lado a otro—. ¡Déjame ver ese mapa! —Le arrebató el viejo pergamino a Zuko y lo escaneó rápidamente—. ¡Oh, miren! ¡Justo aquí! Eso es lo que quería mostrarles antes de llegar a la Ciudad Dorada.

—¿Qué es? —preguntó Azula, con los ojos entrecerrados. Al igual que Aang, ella también había comenzado a sospechar de la chica. La acróbata le entregó el mapa.

—No muy lejos de aquí están los Jardines de Agua —explicó la chica—. Es uno de los lugares más hermosos de la Nación del Fuego.

—¿Qué es? —preguntó Zuko con disgusto.

—Es un sistema fluvial muy extenso —respondió—. Estuve allí una vez, está lleno de agua de todos los ríos que se cruzan entre sí. La vegetación hace que el lugar se vea muy bonito, especialmente de noche. ¡Hay muchos insectos que brillan!

—¿Y por qué querríamos ir allí? —preguntó Aang con los brazos cruzados.

—Sí, no tiene sentido—dijo Azula.

—Es uno de los lugares más románticos de la Nación del Fuego —dijo, dándole un codazo a Azula—. Quería llevar a Zuko allí. —El muchacho se sonrojó de inmediato.

—B-bueno, no me importaría —logró decir Zuko, con la cara ardiendo—. Podría valer la pena verlo.

—Pero tendremos que esperar hasta la noche. Es mejor a esa hora —dijo Ty Lee.

—Está bien, vamos —dijo Azula de inmediato.

—¡¿Qué?! —exclamó Aang, volviéndose hacia ella—. ¡Hace un segundo estabas de mi lado!

—¡Entonces está decidido! —Ty Lee aplaudió, emocionada.

Cuando los demás comenzaron a levantar el campamento, Ty Lee empezó a sentirse culpable, pero disfrazó sus pensamientos con una sonrisa.

Con suerte, podrían salir ilesos del problema que se avecinaba.


—No hay duda al respecto —dijo Sokka, examinando detenidamente sus mapas junto a su lugarteniente, Kinto—. El Avatar debe estar dirigiéndose a la Ciudad Dorada para encontrar a un Maestro de Fuego Control. Debió haber creído que podía confundirme con su desvío.

—¿Pero no viaja ya con una Maestra Fuego, señor? ¿Esa chica? —preguntó Kinto. Los ágiles dedos de Sokka se movieron automáticamente hacia el tocado en forma de fuego que estaba en su bolsillo, acariciando la delicada pieza.

—No es una experta —dijo Sokka abruptamente—. La he observado de cerca en la batalla. Ella también debe estar buscando un Maestro. Aparte del Avatar, el único miembro de su pequeño equipo por el que debemos preocuparnos sería la otra chica, y ella ni siquiera tiene armas...

—No la subestimes, Príncipe Sokka —dijo Kanna en voz alta, irrumpiendo en la habitación con una bandeja de galletas de foca.

—No planeo hacerlo, abuela —dijo con frialdad, negándose a mirar en su dirección—. Es una formidable Maestra Dim Mak. También la he estudiado a ella. —Conocía las bases de su estilo de lucha, habiendo estudiado intensamente casi todos los tipos. Su habilidad era rara, pero no infalible. En solo dos encuentros, el Maestro Agua se había hecho una buena idea en gran medida su estilo de lucha. Ella ya había arruinado sus planes antes, pero ahora también la tomó en cuenta...

El chico de un solo ojo fue repentinamente apartado por su abuela, cuyos ojos escanearon apresuradamente el mapa. Inclinó su rostro arrugado cerca del pergamino y una sonrisa apareció en su rostro.

—¡Estamos cerca de los Jardines de Agua! ¡Vamos a verlos! —Sus ojos brillaron mientras le suplicaba a su nieto.

—Debemos llegar a la Ciudad Dorada —dijo Sokka—. Una de las fortalezas de la Nación del Agua está allí, no quiero volver a encontrarme con Bato. —Sacó el machete de su funda y lo hizo girar entre sus dedos, luego lo agarró con fuerza y miró fijamente la hoja—. Él es un obstáculo.

—Pero los Jardines de Agua son mágicos —dijo Kanna—. Por la noche, los espíritus iluminan toda el agua, las plantas y el aire. Atrae a muchos turistas y hay muchos lugares para practicar Agua Control, pero lo mejor de todo es que habrá muchas chicas de tu edad, suspirando románticamente en su soledad...

—Dije que no —dijo Sokka con severidad.

—Es un lugar importante e interesante para visitar, y por lo que hemos aprendido de todas las paradas que ha hecho el Avatar, ¡seguramente le gusta visitar estos lugares turísticos!

Él no respondió.

—Bato podría capturar primero al Avatar si no vamos.

Parecía estar reconsiderando.

—Recibirás una ración extra de galletas de foca —canturreó.

—Capitán, fije el rumbo hacia los Jardines de Agua—Kanna se apresuró a ponerse su camisa con estampado de flamencos y loros de colores y su sombrero de paja con alegría.

Fuera de esa habitación, en el barco, oculta entre las sombras del cargamento del Príncipe, una figura azul enmascarada esperaba.


La cola de Appa rozó el agua azul clara mientras nadaba a través del estrecho río con los pasajeros en su espalda. Sabishi estaba ocupada atrapando mosquitos en el aire. Ty Lee estaba colgando de uno de los cuernos de Appa, hundiéndose lo más que podía en el agua y mirando su reflejo. Zuko giraba la cabeza en todas direcciones, admirando todo el lugar y, mientras Aang le dirigía a Ty Lee una mirada de sospecha, Azula parecía desinteresada.

Aang pudo ver por qué los Jardines de Agua eran tan famosos. Aunque el calor era desagradable y su ropa y cabello se le pegaban a la piel, el agua era refrescantemente clara y azul, y las grandes plantas a ambos lados del río de un verde vibrante y lleno de vida, con flores silvestres de muchos colores adornando el bosque húmedo. Los sonidos peculiares de animales diurnos y aves exóticas llenaban el aire.

A pesar de que no estaba prestando atención a su entorno, estar en un lugar donde la vida lo golpeaba con toda su intensidad era realmente asombroso. Estaba acostumbrado a ver tierras devastadas por la guerra, el fuego y la destrucción… Y también era una rareza en este mundo. Según Zuko, Azula y también Haru, en el antiguo puesto militar del Reino Tierra, el Reino Tierra de este mundo era un páramo seco y muerto o un desierto en expansión.

—¿Alguien quiere ir a nadar? —preguntó Ty Lee de repente, volviendo la cabeza hacia ellos—. El agua se ve tan clara y fresca...

Mientras Aang dirigía su mirada hacia el agua prístina, l e pareció que el frescor lo llamaba... Si tan solo pudiera hacer Agua Control de nuevo... Pensó momentáneamente en ir a nadar. Sería divertido.

—¡Sokka! —Azula saltó de su asiento, mirando con avidez río abajo. Aang volvió la cabeza en esa dirección, viendo un barco de madera doblar una curva, dirigiéndose directamente hacia ellos.

—¿Cómo sabes que es él? —preguntó Zuko, saltando a la cabeza de Appa para agarrar las riendas.

—¿Quién más tiene un barco de madera, tonto? —Azula puso los ojos en blanco y se volvió hacia Aang—. ¿Nos vamos o nos quedamos a enfrentarlo?

—Realmente no tiene sentido pelear con él cuando podemos simplemente huir… —reflexionó Aang, inclinándose sobre la silla para mirar agua más de cerca.

—Uh-oh —dijo Ty Lee, clavando la vista en dirección opuesta. Mientras Aang miraba, el río parecía estar ralentizando su flujo... incluso moviéndose a contracorriente. Vio hacia arriba cuando una sombra pasó sobre el bisonte. Sabishi chilló de miedo.

Tres esquifes plateados navegaron hacia ellos, provenientes de uno de los muchos ríos que se bifurcaban en el principal detrás de ellos. Varios Maestros Agua estaban de pie en las cubiertas, moviéndose al unísono para crear una gran ola que pudiera derribar al bisonte del Avatar.

—¡Vuela! —gritó Aang.

—¡Estoy en ello! —Zuko regresó, azotando las riendas—. ¡Appa, yip, yip! —El bisonte no tardó en obedecer, sintiendo el miedo y el peligro que se dirigía hacia ellos a gran velocidad. Con un poderoso aleteo de su cola, que hizo salpicar el agua por todas partes, el bisonte se elevó hacia el cielo.

Ty Lee se sentó de nuevo en la silla con un suspiro de alivio.

—¡Oh hombre, eso estuvo cerca!

—¿Qué están haciendo esos dos aquí? —preguntó Azula en voz alta—. Sokka y Bato nunca trabajarían juntos...

Se interrumpió a sí misma cuando su pregunta fue respondida.

Desde el cielo, los cuatro pudieron ver fácilmente los numerosos edificios que rodeaban los antiguos Jardines de Agua naturales. Los árboles estaban secos y marchitos. Elegantes barcos de plata estaban atracados a lo largo de las orillas de los ríos. La bandera de las Tribus Agua ondeaba orgullosamente sobre el paisaje. Este era territorio reclamado por el enemigo. Los hermanos de la Nación del Fuego soltaron un jadeo.

Azula se volvió hacia Ty Lee, que estaba en silencio.

—¡Lo sabías! —la acusó.

Al otro lado de la silla, totalmente alejado de lo que estaba sucediendo a su alrededor, Aang miró por el costado de Appa hacia el barco de madera debajo de ellos. Sus ojos grises y tormentosos se encontraron con el furioso azul de la mirada de Sokka. Después de pensarlo un momento, saltó.

El viento azotó contra su ropa y su cabello mientras caía hacia el agua, con los brazos y piernas extendidos. Los gritos de pánico de sus compañeros se perdieron detrás a la vez que se dejaba caer, sintiéndose libre de todos los problemas, regocijándose por completo con pura alegría de caer y caer...

El chico desplegó su planeador y fácilmente pareció flotar sobre el resto de la corta distancia que le quedaba, aterrizando justo en el medio de la cubierta del barco de Sokka. Movió su bastón en un círculo, derribando a varios de los soldados rápidamente con una ráfaga de viento. Sokka estaba en guardia y no tardó en contraatacar, atrayendo las corrientes de agua del río debajo de él y lanzándolos hacia el Avatar, en un flujo constante e inquebrantable.

Aang esquivó el ataque de la lanza de otro soldado, blandiendo su bastón hacia arriba una vez, y luego levantó el otro lado y golpeó al hombre contra la cubierta con una poderosa ráfaga de aire. La fuerza de sus ataques lo dejó inconsciente, pero Aang ya se había olvidado de él antes de que el soldado golpeara el suelo. Se elevó de la balaustrada, haciendo caer a varios soldados, pareció cabalgar con el viento y se dejó caer de nuevo con una fuerza asombrosa. Se agachó para esquivar el feroz ataque de boomerang y se giró para hacerle frente al único oponente que le quedaba.

Sokka recuperó hábilmente su arma cuando volvió casi obedientemente hacia él, mirando a los ojos del Avatar resueltamente.

Aang, para sorpresa del Príncipe, dejó caer su bastón en un gesto de rendición.

—No quiero pelear contigo. Tenemos que hablar.

—Deberías escucharlo, nieto —dijo la voz de una anciana, llegando a la cubierta mojada y resbaladiza. La nave de Bato se acercó lenta pero seguramente, a solo un disparo de distancia—. La diplomacia siempre debe ser bienvenida.

—Quizás para ti —escupió Sokka—. Retírate. Este es nuestro asunto.

Aang asintió con la cabeza dirigiéndose a la anciana.

—Kanna.

Sus brumosos ojos azules se agrandaron con sorpresa, pero ella asintió con la cabeza en respuesta.

—¿Qué es lo que le gustaría decir? —Se volvió hacia el Príncipe.

—Sokka, yo... yo sé que, en algún lugar dentro de ti, hay algo de bondad...

—Eres un tonto ingenuo —los interrumpió Bato. Su barco estaba ahora lo suficientemente cerca como para que pudiera hablar con ellos. Sokka no se movió. Tratando de no mirar al otro Maestro Agua—. Cualquier bondad que nuestro estimado Príncipe haya tenido se marchitó hace mucho tiempo. Ahora no es más que la fachada de un hombre.

Aang agrandó los ojos. Lo sabía. Sabía que había algo bueno en él, tenía que hacer que volviera… Traer al viejo Sokka de regreso. Su corazón se llenó de júbilo.

—Te diría que te alejes de aquí —comenzó Kanna—, pero ya que lo derrotaste formalmente en un Sedna Kai...

—Basta —gruñó Sokka peligrosamente—. No digas una palabra más.

Nadie tuvo la oportunidad de hacerlo. De repente, flechas, hombres y armas salieron disparados desde los árboles que los rodeaban, personas con capas sucias de color marrón, verde y azul se balanceaban en las enredaderas para aterrizar en cualquiera de los dos barcos. Los soldados de Bato respondieron de inmediato al ataque, levantando sus armas, pero fueron derribados rápidamente. Los misteriosos atacantes invadieron ambas naves con una habilidad practicada, ayudando a Aang a salir de una situación que estaba descontento al verla interrumpida.

Para su sorpresa, uno de los atacantes, un chico apenas mayor que Zuko o Sokka, le habló, blandiendo una bola de agua en sus manos.

—¡Síguenos! —dijo apresuradamente, lanzando la esfera concentrada—. Tus amigos están a salvo.

Esa fue toda la confirmación que necesitaba. Tan pronto como la mayoría de los soldados estuvieron fuera de combate, los atacantes huyeron del lugar. Aang los siguió con la misma velocidad, lo que decía mucho. Se movían asombrosamente rápido. Sus pasos, cuidadosamente entrenados, pasaban por encima de cualquier bache del suelo irregular, esquivaban cualquier raíz rebelde que se les atravesaba en el terreno pantanoso. Los sonidos de la batalla se perdieron detrás de ellos cuando los hombres con capas sucias se precipitaron hacia el follaje. Aang recordaba mucho a los Maestros Agua del Pantano que había conocido en su propio mundo. ¿Eran estos la versión de este mundo? ¿Por qué estaban en la Nación del Fuego?

De repente, sin previo aviso, el grupo entró de lleno a un claro. Aang, que no encontró más raíces o vegetación que lo ayudaran a disminuir su velocidad, estuvo a punto de tropezar y caer. Se detuvo justo a tiempo y luego inspeccionó a su alrededor.

Primero vio a Appa, con Zuko, Azula y Ty Lee todavía sobre su lomo, luciendo tensos y cautelosos. Sus ojos pasaron de ellos rápidamente, queriendo tener una idea del terreno a su alrededor por si necesitaban huir de nuevo. Era solo un pequeño claro con un río feroz que atravesaba el medio y un bosque denso que lo rodeaba. Un pequeño campamento parecía estar instalado en todas partes, lleno de Maestros Agua cubiertos con capas marrones.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Aang al Maestro Agua que lo había rescatado—. ¿Quiénes son ustedes?

—Todos somos desertores de la Armada de la Nación del Agua —dijo el joven con orgullo—. Por supuesto, no somos los primeros. Nuestro líder, el Maestro Pakku, lo es. Es un gran hombre y un poderoso Maestro Agua.

Una sacudida de emoción le recorrió las venas y Aang sonrió. Otro viejo amigo, y esta vez, estaba del lado de Aang.

—Mi nombre es Sangok —continuó el hombre—. Fui la segunda persona en abandonar la Armada del Agua y sobrevivir... pero, por supuesto, nadie te reconoce por eso.

—Mi nombre es Aang —le dijo el chico—. ¿Puedo encontrarme con el Maestro Pakku?

—Por supuesto. Ya sabemos que eres el Avatar. ¿Viniste aquí para aprender Agua Control?

—Me sentiría honrado —dijo Aang apresuradamente. Tenía un gran respeto por el hombre; él también había muerto en su nombre durante la guerra. Sería bueno volver a ver a Pakku.

—¡Iré a buscarlo! —dijo el joven emocionado. Aang lo vio correr hacia una de las tiendas y se acercó a sus amigos.

—Chicos, estamos a salvo aquí. Pueden bajar ahora —dijo.

—Aang, son Maestros Agua —dijo Azula, en su mente, eso era suficiente para desconfiar.

—Lo sé, pero están de nuestro lado —respondió— ¿Cómo llegaron aquí chicos?

—Íbamos a volver para ayudarte después de que hicieras ese estúpido salto, pero nos atraparon y nos dijeron que viniéramos aquí —dijo Azula en un toco brusco, enfatizando la palabra estúpido—. Acabamos de descubrir que eran Maestros Agua.

—Sí, por eso me van a enseñar —dijo con una sonrisa. Zuko estuvo a punto de caer de Appa por la sorpresa, pero Ty Lee parecía aliviada.

—¿No tomará eso mucho tiempo? —preguntó Ty Lee. Parecía casi... esperanzada.

Mientras Aang le dirigía una mirada de sospecha, dos hombres salieron de una tienda. Uno era Sangok, joven y emocionado. El otro era un anciano de expresión amarga. La parte superior de su cabeza estaba calva, pero el cabello que tenía era blanco. Vestía pieles de un azul descolorido y caminaba con la experiencia que venía con la edad.

Pakku estaba exactamente como Aang lo recordaba.

—Eres un chico extraño, Avatar Aang —dijo el viejo Maestro Agua, que lo estaba mirando—. Eres un niño y afirmas no saber cómo controlar los otros tres elementos, pero caminas como si fueras un Avatar completamente realizado, uno con el peso del mundo sobre sus hombros. Tus ojos han visto dolor y destrucción. Has perdido a personas que eran importantes para ti. No creo que no hayas dominado el Agua Control.

Tan perceptivo como siempre, Maestro Pakku, pensó Aang para sí mismo, sonriendo por dentro. E igual de escéptico. Me alegro de que no hayas perdido ese don.

—Oh, pero lo he hecho —respondió Aang con el mismo tono, para sorpresa de sus amigos—. He dominado el Agua Control mil veces. He vivido mil vidas de dolor y pérdida. Sin embargo, lo estoy haciendo de nuevo... y lo volveré a hacer otra vez... y otra. Ese es el destino del Avatar, Maestro Pakku.

—Ahora no hay ninguna duda en mi mente, incluso hablas con el tono evasivo de un Maestro Agua. A pesar de eso, te enseñaré lo que desees.

La fachada de Aang cayó cuando la sorpresa inundó su expresión.

—¿Qué? ¿Eso es todo? ¿Ni siquiera me vas a dar un sermón sobre dominar los elementos en el orden incorrecto?

—Debería, ¿no? —se preguntó en voz alta, acariciando su barba—. ¿Por qué molestarse? Ya debes saber esto. Además, el Avatar Kuruk me visitó en un sueño muy recientemente, y me contó de tu... situación. Es imperativo que domines el Agua Control... por milésima y una vez más.

Aang elevó tanto las cejas que se perdieron en su cabello, y su boca se abrió por sí sola. ¿Pakku estaba insinuando que sabía sobre la llegada de la Luna de Seiryu, o que sabía que Aang venía de un mundo diferente? Pakku lo estaba mirando con complicidad. Aang asintió con la cabeza al anciano.

—Eso es bueno y todo, pero si eres un desertor de la Armada, ¿por qué te escondes en su propio territorio? —intervino Azula—. Me parece una estupidez.

Pakku sonrió inteligentemente.

—Porque nunca pensarían en buscarnos aquí. Estamos ubicados al lado del río más caudaloso de todos los Jardines de Agua, nadie se acerca. Estamos perfectamente a salvo, por ahora. Este lugar ha estado bajo el control de la Armada del Agua por casi cinco años. —Hizo un gesto para que Sangok se fuera. El joven asintió y se fue.

Eso fue todo lo que Azula necesitaba saber. Se volvió hacia Ty Lee.

—¡Sabía que este lugar estaba bajo el control del enemigo! —soltó en un siseo—. Has estado aquí antes. ¡Nos pusiste en peligro, sabiendo muy bien lo que sucedería!

—Así es —dijo Aang de inmediato, habiéndose olvidado de Ty Lee—. Nos has estado ocultando algo. Antes, quería respetar tu privacidad. Ahora, dado que tu secreto nos está poniendo en peligro, exijo saber.

La chica se veía tan pequeña y asustada, mirándose los pies y jugueteando con su trenza.

—No… no puedo decirles… —Parecía estar al borde del llanto.

—Entonces te irás —dijo Aang con brusquedad.

—¡No! —gritó, sus ojos llenos de dolor mirando a los de él, igual de grises—. ¡No me obligues a irme! ¡Ustedes son mis amigos! Pueden confiar en mí...

—¿Qué razón tenemos para confiar en ti? —habló Zuko finalmente, negándose a mirar a Ty Lee a la cara. Ty Lee parecía como si le hubieran abofeteado.

Pakku miraba al acróbata con ojos calculadores. La reconoció. Sabía quién era ella. Sabía lo que era... y por qué lo mantenía en secreto.

—¿Vamos a empezar tu entrenamiento o qué? —los interrumpió. Todos apartaron la vista de Ty Lee para mirarlo, la Maestra Fuego tenía una mirada furiosa en su rostro.

—Pido disculpas, Maestro Pakku. Ty Lee ha estado con nosotros por un tiempo, pero... ella nos está escondiendo cosas —explicó Aang.

—Y sé exactamente lo que está escondiendo —respondió el anciano. Las cuatro caras volvieron a mirar hacia arriba en estado de shock. La de Ty Lee fue la mejor.

—Pero ese es su secreto para guardar. No es una carga terrible, te lo digo yo. Solo confía en ella —Y luego guardó absoluto silencio sobre el asunto.

—Miren… —comenzó Ty Lee—. Prometo... que se los diré... una vez que lleguemos a la Ciudad Dorada. ¿De acuerdo?

Aang, sabiendo que esto era todo lo que conseguirían de ella, asintió de mala gana.

—Bien... puedes quedarte. Pero mientras tu secreto no nos ponga en peligro de nuevo.

Ty Lee asintió con agradecimiento. Zuko parecía herido y ligeramente traicionado. Azula no se veía convencida.


Afortunadamente, para aprender Agua Control, Aang no tuvo que sufrir ningún tedioso ejercicio de respiración o estricta disciplina. Pakku simplemente le enseñó sobre los movimientos, la gracia y la capacidad de corte que tenían los Maestros Agua: el poder de adaptarse, redirigir y equilibrar. El Agua Control era el elemento del cambio.

El Maestro Agua comenzó de la misma manera que lo había hecho Katara, hace tantos años. Primero probaron el más simple de todos los movimientos de Agua Control: mover el agua hacia arriba y hacia abajo en la orilla del río, como las olas del océano en una playa. Fue en una escala mucho más pequeña, y Aang lo había entendido bien la primera vez, pero esta vez sucedió algo que lo sorprendió.

Exhaló, y la frialdad de su corazón pareció manifestarse cuando el agua se congeló, volviéndose sólida debajo de él, casi anclando sus propios pies en el suelo.

Sin embargo, a medida que avanzaban, sucedió lo mismo que había sucedido con su entrenamiento de Fuego Control. Algo muy dentro de él pareció hacer clic, y las nociones básicas y los recuerdos del Agua Control lo inundaron. Conocía la teoría, los movimientos y la estabilidad de un Maestro Agua. Fue capaz de mover el agua frente a él, sentirla fluyendo por sus venas y elevar un chorro de agua al aire.

Aang sonrió. Había vuelto a ser un Maestro Agua.


Pakku y sus hombres no planeaban irse pronto del centro de la guarida del león tortuga. No era necesario hacerlo hasta que fueran descubiertos. Por lo tanto, el Equipo Avatar tampoco se fue del lugar.

Alrededor del mediodía del día siguiente, Pakku decidió dejar a Aang y los demás solos cerca de la orilla del río que atravesaba el campamento. Zuko y Ty Lee estaban pasando el tiempo juntos sentados al borde de una roca que sobresalía del río, mientras que Aang y Azula estaban justo al lado de la orilla, practicando su Fuego Control. Tenía prohibido hacer Agua Control sin la supervisión de Pakku, lo que provocó que Aang dejara que su Fuego Control se volviera más agresivo y potente de lo normal. Odiaba que lo trataran como a un niño.

—No estás concentrado —le espetó Azula después de unos minutos—. Casi me quemas.

—Quiero hacer Agua Control —dijo con franqueza. Sus ojos grises escudriñaron las corrientes, profundas y premonitorias, del río. Una sola roca sobresalía de la espuma cerca del centro.

Azula puso los ojos en blanco.

—No me digas que estás pensando en ir allí. Puedes hacer Agua Control perfectamente desde aquí.

—No para lo que tengo en mente —dijo con una sonrisa muy parecida a la de Azula. Dio unos pasos hacia atrás, calculó cuidadosamente la distancia entre él y la roca y saltó. Las corrientes de aire lo transportaron a su destino de manera segura, pero cuando aterrizó, casi resbaló. Se volvió hacia Azula una vez que se estabilizó y la miró con una sonrisa triunfante. Ella puso los ojos en blanco de nuevo.

De vez en cuando, el agua lamía la superficie de la roca y amenazaba con arrastrarlo junto con la corriente. Rápidamente, remedió esto congelando el agua que rodeaba sus pies a la roca. Contento con el resultado se puso de cara al flujo de la corriente, extendió la mano y desvió el agua alrededor de su roca. Luego, levantó una pequeña pared circular de agua que lo rodeó por completo y la hizo crecer hasta que quedó cubierto por una esfera gigantesca. Bajó las manos y dejó que el agua cayera a su alrededor mientras preparaba otro movimiento en su mente.

Ty Lee movió la mano a modo de saludo desde el borde de la roca en la que estaba sentada, y le gritó algo, pero él no pudo oírla por encima del rugido del río.

Aang extendió sus manos hasta que estuvieron perfectamente horizontales a ambos lados de su cuerpo. El agua obedeció, elevándose y chocando contra la orilla del río. Volvió a juntar las manos rápidamente, tirando toda el agua a su costado, para iniciar otro movimiento, pero se detuvo abruptamente cuando escuchó un grito por encima del rugido del río.

Detrás de él, la figura roja de Azula estaba siendo arrastrada por la corriente del río, y estaba haciendo todo lo posible para mantener la cabeza fuera del agua. Aang maldijo y rápidamente trató de saltar tras ella, pero sus pies congelados a la roca lo mantuvieron en su lugar y estuvo a punto de caer al río el mismo. Con un rápido movimiento de su mano, el agua se derritió y se preparó para seguirla antes de que se perdiera de vista, pero no tenía su planeador. Estaba comenzando a entrar en pánico.

A pesar del hecho de que nunca llegaría a tiempo, saltó a través del río de regreso a la orilla para encontrar su planeador y seguirla por el aire, pero se distrajo cuando el Maestro Pakku se abalanzó sobre el río y navegó sobre una tabla de hielo, más rápido de lo Aang podría seguir. Cuando aterrizó en tierra firme, Zuko y Ty Lee corrieron hacia él.

—¡¿Por qué no estabas prestando atención?! —preguntó Zuko al chico—. ¡Tu Agua Control arrastró a mi hermana al río!

—Deja de gritar, estoy segura de que fue un accidente… —trató de intervenir Ty Lee.

—¡PODRÍA ESTAR AHOGÁNDOSE! —gritó Zuko, y parecía listo para saltar al río él mismo.

—¡Zuko, ella estará bien! —gritó Aang—. Pakku ha ido tras ella, ¡estará a salvo!

Zuko intentó empujar a Aang fuera del camino para seguir a lo largo de la orilla del río detrás de Pakku y Azula, pero Aang lo agarró del brazo y lo tiró al suelo.

—¡Zuko, cálmate! ¡No estás pensando con claridad! Pakku es uno de los mejores Maestros Agua más que conozco. Ella estará bien. —Aang estaba demasiado enojado y concentrado en calmar a Zuko como para notar su desliz. Ty Lee se encogió cuando Zuko cayó al suelo.

—Ella es todo lo que me queda… —Zuko soltó un sonido lastimero. No se movió de su lugar en el suelo y Aang se relajó. Ty Lee se sentó y llevó la cabeza de Zuko a su regazo y le acarició el cabello, murmurando palabras consoladoras. Aang miró hacia fijamente hacia donde Azula y Pakku habían desaparecido, esperando tener razón y que Azula estuviera a salvo.


Escondido detrás de uno de los grandes arbustos del bosque, Bato sonrió mientras veía al grupo de amigos, aparentemente muy unidos, pelear entre sí. Esto podría ser ventajoso, pensó para sí mismo. Fue él quien había extendido la mano para que la corriente arrastrara a la chica al río.

Y por encima de él, en la rama de un árbol, el Espíritu Azul lo miraba fijamente.


Pakku la alcanzó rápidamente, divisando el espeso cabello negro azabache de la chica entre la espuma blanca del río. Antes incluso de alcanzarla, levantó una de sus manos y levantó el agua debajo de ella, arrojándola sobre tierra firme. Se deslizó fuera de su tabla de hielo y aterrizó junto a la chica mientras ella farfullaba cosas de rodillas.

—Ese chico es un tonto —dijo Pakku de inmediato, sin siquiera preguntarle si estaba bien. Y como él no mostró compasión, ella no ofreció gratitud.

—Dímelo a mi —tosió Azula, Se llevó las manos a ambos lados de la boca y sopló pequeñas llamaradas, tanto para calentarse como para despejar sus pulmones. El sonido que salió de ella se parecía más a una tos violenta que a un rugido.

Pakku la observó con una mirada distante… una extrañamente empática. Ella le resultaba familiar y, por razones que solo él conocía, se sentía algo protector con ella. Sin saber por qué, empezó a hablar con la joven.

—Siempre quise ser un Maestro Fuego.

Ella lo miró, dándole una mirada curiosa y penetrante. En su mente, su rostro se transformó en una versión más joven de alguien más, y luego de volvió a la normalidad. Ella dijo una sola cosa.

—¿Por qué?

No podía decirlo con exactitud, pero ahora, Pakku le parecía vagamente familiar.

—El agua y el hielo son fríos. Como acabas de notar, pueden ser feroces y peligrosas. El fuego arde con calor y vida.

Azula resopló y se puso de pie.

—El fuego es la vida misma —dijo—. Respira, crece y se alimenta como un ser vivo... hasta el punto de llegar a estar fuera de control. De hecho, todos los elementos son igualmente peligrosos. ¿Qué pasa con un terremoto o un desprendimiento de rocas? ¿O un tornado? —Ella se rio burlonamente para sí misma—. Y Aang decía que eras sabio...

Normalmente, Pakku la habría regañado por hablar fuera de lugar, pero ahora estaba en silencio.


Aang pateó una piedra suelta del suelo mientras salía del campamento y se alejaba de los demás. Zuko todavía estaba enojado. Azula y Pakku aún no habían regresado… pero solo habían pasado unos minutos. Y Ty Lee le estaba haciendo compañía a Zuko. Mientras caminaba, solo tenía una cosa en mente.

Sokka no lo había resentido tanto como Zuko.

Y eso le hizo extrañar aún más a sus viejos amigos.

—¿Qué pasa, Avatar? —Aang giró la cabeza hacia la voz, reconociendo fácilmente el tono burlón con el que Bato solía hablar. Antes de que pudiera moverse, las enredaderas se ajustaron alrededor de sus manos y pies, inmovilizándolo donde estaba.

—¿Qué quieres, Bato? —Dejó salir un gruñido, pero el hombre que estaba escondido entre árboles no lo inquietaba. No hizo ningún esfuerzo por escapar, pero las enredaderas continuaron envolviéndose en su cuerpo, cubriéndolo por completo. Luego perdió el equilibrio y cayó.

¿Esto era todo lo que tenía para él?

—Solo conversar —respondió el Maestro Agua desde el denso follaje—. Ahora, si eres tan amable de venir conmigo… —El hombre comenzó a usar su Agua Control para arrastrar a Aang por el suelo, llevándolo cerca del río. Si pensaba que podía ahogar a Aang fácilmente, se llevaría una sorpresa. Si se trataba de una emboscada, podría escapar fácilmente. No estaba preocupado—. ¿Por qué te has alejado de tus amigos?

—Bueno, quería pasar un tiempo a solas, pero alguien me interrumpió groseramente —respondió Aang sin pestañear.

—Tus amigos ya no confían en ti, ¿verdad? —Bato lo arrastró a la ribera abierta y Aang fue repentinamente cegado por la brillante luz del sol, pero sus ojos se adaptaron rápidamente. Sintió el calor en su rostro, y la planta que lo estaba sujetando comenzó a marchitarse y a agonizar...

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Aang yendo al grano, ahora que podía ver a su oponente. Bato entornó los ojos y sonrió con suficiencia.

—No hay paz en su pequeño grupo. Todos ustedes tienen sus... secretos.

—¿Y tú qué sabes? —preguntó Aang, su voz llena de ira—. Has estado espiándonos, pequeño rufián, ¿no es así?

—Puede que sí... ¿Pero por qué no los dejas? No te quieren ni te necesitan. No les importas.

—¿Qué, entonces quieres que me una a ti o algo cursi como eso? Lo siento, pero no voy a caer en algo tan estúpido, Bato.

—Ese es Almirante Bato para ti, mocoso. —El Maestro Agua achicó los ojos—. Así que... veo que esta es tu decisión. Fiel a tus amigos como el buen Avatar que eres, ¿no es así? —Bato dio un paso atrás y apretó su mano, haciendo que las enredaderas alrededor de Aang se apretaran también—. No tienes elección. Ahora eres mi prisionero.

—Eso quisieras —respondió Aang, luchando contra la fuerza de las enredaderas. Inhaló y exhaló, centrando el calor del sol en sus manos y en su pecho. Concentrándose, extendió los brazos, liberándose de sus ataduras con una ráfaga de fuego que redujo las enredaderas a cenizas. Adoptó una postura de Fuego Control al instante y atacó rápidamente, lanzando una bola de fuego al hombre.

—Luchar de frente no es mi estilo —dijo Bato, sacando agua del río para formar un escudo que disipó el ataque. Le devolvió el favor a Aang y este saltó hacia el agua, deslizándose sobre ella como un verdadero Maestro de Agua Control. Antes de que pudiera lanzar otra bola de fuego de las yemas de sus dedos, Bato levantó ambas manos y el agua se elevó entre ambos, enroscándose alrededor del Avatar y protegiendo a Bato de los ataques de Aang. Luego, se congeló—. Bienvenido a mis dominios, Avatar.

Aang miró directamente hacia la única abertura en el hielo que había y saltó hacia ella, pero se cerró y se congeló rápidamente. Aang sonrió y agitó su mano sobre él, descongelando el hielo él mismo. El agua le salpicó, pero se liberó de su prisión de hielo y miró a su alrededor.

Bato había construido una gran cúpula de hielo con varios agujeros intercalados en toda la superficie, dejando pequeños túneles debajo. Bueno, si quisiera jugar a ese juego...

—Entonces, juguemos —dijo Aang, para sí mismo, en voz baja, con una sonrisa asomándose en su rostro. Amaba los juegos. Se zambulló de cabeza en uno de los agujeros.

El espacio era pequeño para él, pero usando una combinación de su Fuego Control y su limitadas habilidades Agua Control, pudo derretir la mayor parte del hielo a su alrededor y avanzar a pesar de los obstáculos que había en el túnel. Muy rara vez eran lo suficientemente grandes como para que pudiera ponerse de pie. Finalmente, llegó a tierra firme, al fondo del río, y pudo pararse derecho. No había ni rastro de Bato.

Y luego una púa de hielo salió disparada de la pared y estuvo a punto de empalar al muchacho. Lo esquivó por poco, pero ambos lados del túnel se cerraron, aprisionándolo. Usó el poco Aire Control que pudo en el espacio reducido para saltar lo más cerca posible del techo, donde clavó la mano en el hielo para sostenerse. Luego, destruyó el techo con una ráfaga de fuego potenciada por su ira, saliendo al aire libre una vez más. Inmediatamente, notó que una cúpula de muchas paredes había sido levantada. Quitó el hielo del techo para terminar de formar un laberinto. De esa manera, pudo divisar a Bato a través de algunas de las torres de hielo. El hombre se movía rápidamente a través de las paredes que había construido, volviéndolas a sellar y enviando poderosas ráfagas de agua o picos de hielo en dirección del Maestro Aire. Aang esquivó a cada uno de ellos o respondió con tanto fuego como pudo, pero Bato detuvo rápidamente su movimiento derritiendo el hielo sobre el que estaba parado instantáneamente y congelando sus piernas dentro de él.

Aang luchó por moverse, condensando calor en sus pies mientras simultáneamente enviaba pequeñas bolas de fuego a Bato o creando ráfagas de viento con sus manos. El hielo a su alrededor se derritió aún más y el agua engulló al Avatar hasta que estuvo completamente sumergido.

La superficie del agua se congeló, sellando su único escape y atrapándolo en un globo de agua y hielo. Aang contuvo la respiración, ya que era lo único que podía hacer. Quería maldecir a Bato y a su engañoso estilo de lucha, era algo a lo que definitivamente no estaba acostumbrado. El hielo que impedía su escape se congeló y se agrandó aún más, limitando rápidamente el poco espacio que tenía. En lugar de maldecir a Bato, comenzó a pensar en sus posibilidades de sobrevivir, que eran cada vez más escasas. El Aire Control era inútil bajo el agua. La Tierra Control no era una opción. ¿El Fuego Control? El hielo era demasiado espeso ahora como para derretirlo. Y su escaso entrenamiento de Agua Control nunca funcionaría para luchar contras las habilidades superiores de Bato...

Si tan solo tuviera una espada... Recordó el arma de Sokka que había sido forjada con acero. Eso le habría sido útil aquí. Desafortunadamente, nunca había empuñado una espada en ninguna de sus vidas.

Aang estaba comenzando a sentirse mareado. Su corazón comenzó a latir erráticamente. Sus párpados se volvieron más pesados... Su espacio se hacía cada vez más pequeño... Incapaz de contenerlo más, abrió la boca como para gritar.

Y de repente, fue empujado hacia arriba y fuera del agua, encontrándose de lleno con el aire caliente una vez más. Intentó tragar saliva, pero se olvidó del agua en su sistema y comenzó toser. Cuando pudo, se las arregló para mirar hacia arriba para ver la forma envuelta en una capa marrón de Pakku. Pero Pakku no estaba mirando a Aang.

El chico miró detrás de él, siguiendo la mirada de Pakku, notando por primera vez el lugar donde dos ríos se unían. Colisionaban en el río principal, grande y feroz donde se encontraba el campamento de Pakku. Y dos botes de la Tribu Agua seguían el flujo del río. Aang vio a Sokka al frente de uno; el otro debía ser de Bato.

Aang maldijo cuando Bato sonrió. Bato solo lo estaba distrayendo.

—Da un paso atrás y ve con tus amigos —dijo Pakku con severidad—. Están a salvo, detrás de nosotros.

—¿Pero qué hay de ti? —le preguntó Aang a su Maestro.

—Me ocuparé de los soldados —dijo el anciano con su característica sonrisa. La prisión de hielo en la que había estado atrapado se derritió excepto por la pequeña plataforma en la que estaban, que simplemente bajó al nivel del suelo. Pakku levantó los brazos y el agua derretida se elevó en un gran orbe detrás de ambos y luego se dirigió hacia los dos barcos. Los botes fueron arrastrados instantáneamente por el torrente, pero al menos una docena de soldados, Sokka y su abuela, saltaron de cada uno.

Con el agua constantemente alimentando su arsenal, Pakku saltó sobre altas serpientes hechas de agua altas que giraban y disparaban agua a las docenas de soldados que se avecinaban bajo él, deshaciéndose de varios de ellos con cada nueva ola. Pakku realizaba cada movimiento con la gracia que solo un Maestro totalmente realizado podía adquirir, doblando las muñecas y deteniendo a los soldados constantemente, utilizando el agua y el hielo a su antojo. Finalmente, congeló a la mayoría de los soldados en un extenso campo de nieve, en prisiones de hielo que los inmovilizaron.

Aang no perdió tiempo admirando el poder del Maestro, pero Zuko, Azula y Ty Lee se habían quedado atónitos. Los sacó de su trance con un grito.

—Azula, ayúdame a encargarme de Bato y Sokka —le gritó a la Maestra Fuego. Ella apartó los ojos del Maestro Agua y asintió con la cabeza, su rostro se endureció mientras sentía el fuego arder dentro de ella. Segundos después, ambos llegaron como si esperaran que esta pelea ocurriera. O tal vez estaban corriendo para atrapar a Aang. De todos modos, no importaba.

Esta vez, Aang adoptó una elegante postura de Aire Control mientras Azula se preparaba. Calculando rápidamente la fuerza de sus oponentes con sus ojos, Aang decidió cómo enfrentaría esta batalla. Para ganar, tendría que luchar contra Bato y dejar a Sokka en manos de Azula.

Aang acumuló se impulsó con un rápido movimiento circular y desató poderosos vientos sobre Bato, enviando al hombre volando lejos de Sokka. Aang continuó con su implacable ataque, rotando las muñecas para enviar ráfagas de aire a Bato, pero rodó hacia un lado para evitarlo, dando una patada con los pies.

Mientras tanto, Sokka fue el primero en atacar a Azula, como para sacarla del camino para poder reclamar su premio. Ella bloqueó su ataque de agua con un muro de fuego que levantó apresuradamente, empezó a rodear a Sokka, disparando una bola de fuego con las yemas de sus dedos a modo de contraataque. Su espeso cabello negro estaba desordenado y le cubría el rostro, casi bloqueándole la vista. Sokka absorbió el ataque y respondió con una esfera concentrada de agua, pero Azula la esquivó rodando hacia un lado.

—Luchas como un Maestro Aire —dijo Sokka, entrecerrando los ojos—. Claramente no conoces tu propio arte.

—¡Cállate! —le espetó, casi lanzándose hacia adelante con la fuerza de su propio puñetazo. Una ola de fuego salió de sus puños, pero Sokka usó el agua del suelo que estaba a su alrededor para construir un muro que repelió el fuego. Luego congeló el muro y le lanzó flechas hechas de hielo. Ella se agachó, no era lo suficientemente fuerte para detener el ataque. Como el fuego no estaba funcionando, decidió intentar distraerlo con palabras—. Voy a recuperar mi tocado hoy —gruñó, inclinándose. Estaba lista para reaccionar en cualquier momento.

—Me gustaría verte intentarlo —respondió al desafío. Sacó el tocado en forma de llama de su bolsillo y se lo colocó, burlándose abiertamente de ella—. Ahí. Intenta tomarlo. —Azula dio una patada y envió un arco de fuego ardiente hacia él, pero Sokka corrió hacia un lado y usó los charcos del suelo para lanzarle discos congelados. Azula replicó uno de los movimientos había visto hacer a Ty Lee y saltó fuera del camino con una voltereta. Sonrió.

—No puedes alcanzarme —se burló. Le disparó pequeñas dagas de fuego y se abalanzó hacia adelante, justo después de haber lanzado las dagas, acumulando más fuego en la punta de los dedos. Mientras Sokka se concentraba en bloquear los pequeños proyectiles, Azula levantó el fuego y pareció estar a punto de golpear de lleno a su enemigo, dejando una rastro de fuego a su paso que recordaba a un látigo. Sokka logró bloquear el ataque en el último momento, pero una mano con pálidos y largos dedos se alargó para tomar el tocado...

Pero ella había descuidado uno de sus flancos. Sokka la golpeó en el estómago con una bola de agua, arrojándola a varios metros de distancia. Aterrizó en el suelo, jadeando de dolor. Sokka sonrió victorioso y estaba a punto de darse la vuelta para encargarse de Aang, pero sintió que algo le faltaba. Su rostro se tiñó de sorpresa al darse cuenta de lo que había pasado.

El tocado no estaba.

Azula sonrió, sosteniendo su preciada posesión, de vuelta en sus manos una vez más.

—Tuviste suerte —siseó—. No importa. Esa es una pequeña pérdida. Cuídalo.

Azula, totalmente agotada, no pudo encontrar la energía para detenerlo mientras se dirigía hacia Aang.


—¿Cómo diablos terminé luchando con la anciana? —preguntó Ty Lee, en una postura de combate algo descuidada. Kanna se llevó las manos a la espalda, inclinó la cabeza y sonrió.

—Nunca debes subestimar a una anciana —respondió Kanna, dándole a la chica una sonrisa que llegó a sus ojos—. Conozco a muchos de mi edad que son bastante fuertes.

—Está bien, quédate ahí y sé una buena anciana —dijo Ty Lee, acercándose lentamente a ella. Parecía haber ignorado cada palabra que Kanna decía—. Eres una cosita linda, ¿lo sabías? Como sea... esto no dolerá. Solo quédate quieta. Tengo que impedir que puedas hacer Agua Control, por si acaso.

—¿Oh? —preguntó Kanna, interesada. Ty Lee levantó la mano para golpear el hombro de la mujer, pero se detuvo abruptamente cuando Kanna movió la mano hacia adelante, reuniendo toda el agua y la ligera escarcha del suelo a su disposición y la congeló en una gran columna de hielo para inmovilizarla.

—¿Qué? ¡Hey! —Ty Lee trató de liberarse, con los brazos y las piernas extendidos. No podía moverse—. ¡Maldita sea, anciana! —chilló.

Kanna solo sonrió.


Pakku navegó río abajo, alejándose de la refriega en la que el Avatar y sus amigos se habían metido mientras huía de regreso a su campamento. Sus seguidores, ajenos a la batalla, estarían esperando. Ahora que los habían descubierto, tenían que irse. Sabía que podía confiar en las habilidades del Avatar... se las arreglarían para escapar del Comandante Bato y el Príncipe Sokka. Además, no estaba bien quebrantar el equilibrio y enseñarle al Avatar el Agua Control antes que el Fuego o la Tierra...

Una figura vestida de negro surgió de los árboles a su izquierda, pareciendo haberse deslizándose por el aire mientras elevaba el agua a su alrededor, creando una pared de hielo totalmente sólida que dividió el río por completo. Esto sucedió tan rápido que el anciano estuvo a pocos metros de estrellarse con la pared. La figura avanzó por la parte superior de la pared con aparente facilidad.

Tan pronto como el desconocido Maestro Agua se detuvo, balanceándose peligrosamente sobre la pared, Pakku pudo distinguir la figura femenina del desconocido y vio su máscara oni azul. Aparte de la máscara, estaba vestida completamente de negro. El cabello estaba oculto dentro de la capucha, y su mano descansaba sobre una espada envainada a su espalda. De pie en la superficie del agua, Pakku le habló.

—¿Y tú quién eres? —preguntó casualmente.

La figura se llevó una mano al borde de su máscara y levantó la otra para retirar la capucha y levantar la máscara al mismo tiempo. La piel bronceada, el cabello caoba y un par de ojos azules se revelaron ante él. Su cabello estaba recogido con un broche y tenía una mirada feroz en los ojos.

—Hola, Maestro —dijo.

—Es bueno verte de nuevo, Katara.

La Princesa de la Nación del Agua lo miró con frialdad.

—¿A dónde crees que vas?

—Ya me conoces... voy donde sea que la corriente decida llevarme —respondió Pakku con una sonrisa.

—No puedo dejar que hagas eso. —La joven se ató la máscara de demonio a la capucha y la dejó reposar sobre su espalda—. Eres un criminal muy buscado, después de todo.

—¿Dónde está la antigua Katara? No te enseñé a ser fría como el hielo que controlas. —respondió—. Bien. Si lo que quieres es una pelea, la tendrás. —Antes de que pudiera siquiera juntar agua debajo de él, Katara saltó de la pared, girando en el aire y levantando el agua muy por debajo de ella para volar hacia el anciano. Pakku creó otra serpiente de agua para elevarse y evitar el ataque, soltando afiladas dagas de agua sobre la chica al mismo tiempo.

Esto no la desconcertó. Ella se deslizó hasta detenerse en el lecho fangoso del río, usando sus manos para, primero para estabilizarse y luego provocar un torrente de agua que Pakku fue capaz de bloquear, pero el agua lo rodeó y lo golpeó por la espalda. La princesa y ex alumna del Maestro Pakku, trabajaba con enormes cantidades de agua en todos sus ataques, y la usaba para aplastar a sus enemigos bajo el inmenso peso.

Pero también podía ser rápida y certera cuando lo deseaba.

Desenvainó la corta hoja wakizashi de su espalda y la lanzó hacia el anciano, juntando agua a lo largo de la hoja, que alargó la espada, volviéndola más afilada y peligrosa. Cuando el ataque falló, recuperó su espada y dejó que el chorro de agua se alargara hasta formar un látigo, con el que pudo golpearlo a pesar de la distancia que los separaba.

Pakku no estaba dispuesto a dejarla ganar esta pelea. Levantó una pared de agua y se la arrojó, convirtiéndola en flechas de hielo mientras el agua aún estaba en el aire. Ella, simplemente levantó la otra mano y detuvo a las afiladas puntas, invirtiendo su trayectoria y redirigiéndolas hacia su maestro. Se quedó de pie donde estaba, rígida, con los labios apretados formando una delgada línea, sus mirada endurecida y solemne.

A medida que Pakku se acercaba, ella también se movió, girando rápidamente con los brazos extendidos, inclinándose y sacando púas heladas del agua del suelo húmedo. Giró tres veces más, creando más hielo con cada giro. El agua subió por sus manos hasta cubrir sus brazos, enroscándose en látigos que azotaron en dirección al Maestro de Agua Control...

El rugido de un animal por encima de ella pareció distraer a la chica lo suficiente como para volver la mirada hacia el ruido. Sus ojos siguieron al bisonte del Avatar, que, probablemente, estaba yendo al lugar donde Bato y su hermano estaban luchando contra el Avatar. Cuando regresó su atención a su oponente, él se había ido.

Katara tomó la máscara y se puso de nuevo, ocultando su identidad una vez más.


Aang repelió dos chorros de agua consecutivos con una lluvia de fuego, expandiéndolo y dejándolo crecer, alimentándolo con una suave brisa. Sokka y Bato se cubrieron la cara e inmediatamente volvieron al ataque. Ambos luchaban ferozmente, como si estuvieran compitiendo entre sí para ver quién podía derrotar al Avatar primero. Bueno, Aang no dejaría que ninguno de los dos ganara.

Saltó sobre una de las ramas de los árboles que lo rodeaban y echó un vistazo al lugar de la batalla. Los soldados de Bato y Sokka todavía estaban congelados en el suelo. Azula y Zuko estaban tratando de sacar a Ty Lee de una columna de hielo. Pakku no estaba a la vista.

Básicamente, la batalla había terminado.

Antes de que cualquiera de sus oponentes pudiese atacarlo, sacó su silbato de bisonte y sopló. El movimiento no los desconcertó; de hecho, parecían estar moviéndose más rápido. Aang aceleró y salió disparado del árbol, cruzando el árido fondo del río (el flujo de agua había sido bloqueado por los ataques anteriores de Pakku) con la velocidad que solo un Maestro Aire podría poseer. Alcanzó a Zuko, Azula y Ty Lee al otro lado del río rápidamente. Zuko le entregó al Avatar su bastón con un aire taciturno.

—Hemos terminado aquí. Appa ya viene —dijo. Derritió el resto del hielo con un movimiento de la mano y liberó a Ty Lee, a lo que ella asintió agradecida. Aang notó el tocado que sobresalía del cabello de Azula, pero no tuvo la oportunidad de decir nada cuando Bato y Sokka se acercaron, ambos juntando agua en sus manos.

Aang saltó hacia adelante y blandió su bastón con todas sus fuerzas, golpeando a Bato con una poderosa ráfaga de viento. Sokka logró tirarse al suelo justo a tiempo, pero cuando trató de levantarse, otra ráfaga de viento lo derribó al suelo, cortesía de Appa.

Aang mantuvo un ojo en Sokka cuando Appa aterrizó en el suelo y los otros tres treparon a la silla. La cabeza del chico estaba boca abajo en el barro, pero mientras Aang miraba, Sokka levantó la cara hacia él lentamente. Entonces, sin previo aviso, Sokka levantó la mano y disparó una estaca de hielo que había sacado del barro debajo de Aang, pero con sus rápidos reflejos, el Avatar pudo evitar el hielo y saltó a la silla de Appa. El bisonte se alejó volando de inmediato.

Aang volvió la vista con pesar hacia su viejo amigo, pero sabía que en este momento, no podía hacer nada. Se prometió que ayudaría a Sokka, después...

Sabishi inmediatamente se acurrucó alrededor de Ty Lee, quien lucía miserable y furiosa al mismo tiempo.

—Bueno... Eso fue bastante interesante —dijo Aang.

—¡Dímelo a mí! —dijo Ty Lee—. ¡Me venció una anciana! ¡Una anciana!

—Yo gané mi pelea —dijo Azula con orgullo, señalando su tocado recién recuperado. Ty Lee lo miró con asombro—. Y pudimos ver bastante de este sitio. ¿Qué le pasó a Pakku?

—Estará bien —dijo Aang—. Seguramente, tenía que ocuparse de otros asuntos —Por mucho que lo intentara, todavía no era su momento de aprender a hacer Agua Control.

Zuko, que estaba a la cabeza de Appa, cruzó los brazos, soltando las riendas. Su voz estaba llena de ira.

—Al menos ustedes pudieron pelear con alguien. Yo tuve que ocuparme del trabajo sucio.

—Está bien, Zuzu. Estoy segura de que habrá muchas otras cabezas de la Tribu Agua para golpear —dijo su hermana, sonriendo.

—Me siento inútil —dijo el chico en voz baja—. Ni siquiera tengo la excusa de no ser un Maestro. Ty Lee no lo es, y es increíble peleando —continuó Zuko. Ty Lee bajó la cabeza.

—Lo sentimos —dijo.

—No es tu culpa —respondió, aunque en un tono más brusco de lo que pretendía.

Cuando Sabishi se posó en el hombro de Aang, mordisqueando su comida, Aang miró hacia el horizonte delante de ellos mientras Zuko meditaba. Por más que intentara sentirse mal por su amigo, su mente estaba en otra parte.

Todo ese tiempo, no podía dejar de preguntarse dónde podría estar Katara en este mundo.

Su mirada se centró en la parte posterior de la cabeza de Ty Lee, su trenza se agitaba al viento. Parecía estar mirando hacia el norte con resentimiento... en dirección a la Ciudad Dorada.

¿Me pregunto qué nos esperará allí?

Chapter 17: El Torneo

Notes:

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Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 16: El torneo

 

No podía respirar... No podía moverse... No podía controlar los elementos... Y hacía tanto, tanto frío.

Incapaz de aguantar más, abrió la boca y, por instinto, respiró hondo, tragando bocados enteros de agua.

Iba a morir.


En cuanto despertó, el chico se sentó de golpe, jadeando y respirando a bocanadas. Tan pronto como se dio cuenta de que podía respirar, se calmó.

Aang se dejó caer en su almohada en el suelo, pensando en lo indefenso que se había sentido cuando Bato lo encerró en el hielo, lleno completamente de agua. El hombre había intentado ahogarlo. Ni siquiera durante todo el tiempo que había pasado huyendo de su mundo, nunca antes había estado tan cerca de morir en ese momento. Su Aire Control resultó inútil bajo el agua. Su Fuego Control no era lo suficientemente poderoso. Su limitadas habilidades de Agua Control no eran lo suficientemente buenas como para combatir a Bato. Y la Tierra Control ni siquiera era una opción.

Solo un objeto material sólido podría haber roto, no, rasgado una abertura en ese hielo tan espeso. Aang no había querido admitirlo en ese momento, pero estaba asustado. Incluso en su "mundo", su hogar, sus poderes nunca le fallaron.

La noche era oscura y tranquila. Lo único Aang podía escuchar era el viento que sacudía los árboles y el constante crepitar del fuego. Perdido en sus pensamientos, contemplando sus debilidades, Aang volvió a caer en un sueño intranquilo. Sus sueños se llenaron de numerosos recuerdos de Sokka, el Sokka que conocía, su mejor amigo, que empuñaba la espada que había hecho con el mineral del meteorito como un Maestro, cortando metal con facilidad.

Al otro lado del campamento, Zuko aún estaba muy despierto cuando se apartó del fuego. Escuchó la agitada respiración de Aang, una de las señales más reveladoras de que estaba teniendo una pesadilla, pero no hizo nada para indicarle al chico que lo había oído. Zuko tenía los ojos fijos en sus espadas enfundadas que estaban a un brazo de distancia de él.

Poco sabían Aang o Zuko, sus contemplaciones eran las mismas… pero los pensamientos de Zuko eran notablemente más oscuros.

Era incompetente con sus espadas. Era más débil que el resto, incapaz de ayudar a sus amigos en una pelea. Aang, Azula y Ty Lee tenían habilidades increíbles en las que podían confiar. No podía pelear a la par con Sokka o Bato, siempre se quedaba fuera de los enfrentamientos. Se había visto obligado a mirar de lejos mientras Aang o Azula se encargaban de todo. Su hermana ni siquiera había tenido un Maestro formal y sus habilidades estaban floreciendo a un ritmo prodigioso.

Y ni siquiera podía usar como excusa el hecho de que era un no-maestro. Ty Lee también lo era, sin embargo, era una de las luchadoras más habilidosas que conocía.

El corto entrenamiento que recibió de Mai, su maestra de shuriken-jutsu, había sido de poca ayuda. Ella tampoco era una Maestra... Aun así, era capaz de lanzar sus cuchillos con una precisión mortal. Todavía tenía todos las dagas, los dardos y las agujas: incluso había comprado otros pocos. Ella era otro ejemplo de que un no-maestro podía arreglárselas para pelear bien.

Zuko golpeó el suelo con el puño cerrado. Estaba enfadado. Estaba celoso.


—Este es… el último lugar antes de la Ciudad Dorada —anunció Zuko, algo malhumorado, mientras llegaban a la cima de una colina que se alzaba cerca de una pequeña ciudad.

—Es un poco triste, ¿no? —Azula contempló la vista por un momento, pero pasó de ella rápidamente—. Oh, bueno. Ahora estoy un paso más cerca de dominar el Fuego Control.

Ty Lee rio nerviosamente, encogiéndose mientras colgaba una bolsa sobre su hombro.

—Eh je... Sí.

A diferencia de la mayoría de los otros pueblos de la Nación del Fuego, este lugar se veía relativamente bien cuidado. Al estar tan cerca de la Ciudad Dorada, estaba bien protegido de la Armada del Agua. La pequeña ciudad tenía caminos de piedra limpios y las casas estaban bien distribuidas, había una escuela e incluso tenía un pequeño templo. Sin embargo, por encima de la ciudad, se erigía un gigantesco castillo de piedra. Al norte, al otro lado del mar, se divisaba una gran isla. En esa isla, en medio de una cordillera volcánica, estaba la Ciudad Dorada.

Aang agarró su bastón. Sabishi, la pequeña lémur, se enroscó en él, mientras miraba hacia la ciudad como un ser omnipresente.

—Conseguiremos suministros y nos iremos. Planeo llegar a la Ciudad Dorada mañana por la tarde —Aang le dio una mirada de despedida a Appa, que estaba pastando en los campos, antes de irse.

—Entonces, ¿quién crees que vive en ese castillo? —preguntó Azula mientras caminaban por la hierba, escudriñando el imperioso edificio—. ¿Crees que podría ser de alguien de la realeza?

—Nah —dijo Ty Lee—. Los miembros de la realeza más cercanos están en la Ciudad Dorada. Lo más probable es que sea un señorío o algo así.

—¿Un señorío? —repitió Zuko con curiosidad.

—Sí, un terrateniente rico. Tal vez de alguien lo suficientemente rico como para tener algo de influencia en la ciudad. O, más probablemente, la ciudad se construyó alrededor de sus tierras —informó Ty Lee—. Sin embargo, dado que este territorio está bajo la protección de la Ciudad Dorada, todavía sirve a la realeza.

—Parece que sabes mucho sobre el sistema político de por aquí, Ty Lee —especuló Azula, lanzándole una mirada de desconfianza—. ¿Cómo sabes todo esto?

Ty Lee solo le sonrió dulcemente.

—Oh, son solo cosas que aprendí en mis viajes.

—¿Qué opinas de esto, Aang? ¿Aang? —le preguntó Azula, tratando de ponerlo de su lado.

—No me importa la política —respondió el Avatar. Según su experiencia, los líderes de las naciones no eran dignos de su confianza. El gobierno del Reino Tierra estaba corrompido. El de la Nación del Fuego ansiaba el poder absoluto. El de la Tribu Agua era demasiado tradicional y anticuado. Incluso los Monjes que dirigían a los Nómadas Aire de antaño, solían basar sus decisiones en una filosofía laxa y, en algunos casos, en creencias equivocadas.

Ty Lee siguió evadiendo las preguntas de Azula mientras entraban a la ciudad sin problemas. Su discusión tardó tanto tiempo que Zuko y Aang tuvieron que encargarse de comprar los suministros mientras las chicas continuaban su disputa. Aang le pagó a un comerciante con tantas piezas de cobre como pudo encontrar para conseguir los suministros que necesitaba. Zuko, que estaba apoyado en el mostrador, parecía distraído.

—Oye, chico —dijo un hombre con voz ronca detrás de Aang. El Avatar se dio la vuelta apresuradamente, sin saber si esperaba un ataque terminar involucrado en una conversación incómoda con hombre, pero se sorprendió levemente cuando los ojos del sonriente hombre se posaron en Zuko.

—¿Qué? —respondió Zuko con pesadez.

—¿Eres bueno con esas espadas? —preguntó el hombre, señalando las espadas dobles colgadas a la espalda de Zuko.

Zuko titubeó.

—Supongo.

El hombre le entregó un volante.

—¡Entonces ven y participa en el torneo de esgrima, es mañana en la arena! Los mejores espadachines de la Nación del Fuego asistirán. ¡Incluso se rumorea que estará supervisado por el gran Maestro Piandao en persona!

Eso llamó la atención de Aang. Se enderezó y escuchó.

—¿Es solo un rumor? —preguntó Aang con escepticismo.

—Sí. Se dice que el Maestro Piandao nunca sale de su castillo ni se presenta en público. —El hombre miró hacia el castillo que sobresalía de la ciudad en medio del bullicio de la gente—. Son pocos los que le han visto la cara. —Aang y Zuko siguieron su mirada, ahora sabía que el castillo le pertenecía a Piandao—. ¡Bueno, nos vemos en el torneo!

Ambos guardaron silencio por un momento mientras el hombre se alejaba. Entonces, Zuko se volvió hacia Aang, irguiéndose en toda su altura para mirar a Aang.

—Quiero participar —dijo.

—Ya te lo dije. Llegaremos a la Ciudad Dorada mañana —repitió Aang con severidad—. No tenemos tiempo para esto.

Zuko le puso el folleto en la cara

—Mira. El ganador del torneo recibirá entrenamiento profesional. No puedo dejar pasar esta oportunidad.

—Y son diez piezas de cobre para entrar. No podemos permitirnos eso.

Zuko suspiró y negó con la cabeza, suspirando abatido.

—No lo entiendes.

—¿No entiendo qué? —Su pregunta sonaba tan inquisitiva como la de Azula, de lo que se enorgulleció.

—Ustedes tres tienen esas habilidades impresionantes y su control. Yo no tengo nada. No he podido hacer nada para ayudarlos a luchar. —Soltó una risa cínica, imitando a Aang en un tono más agudo de lo normal—. Mírame, soy fuerte y soy un Maestro. yupi. —Se acercó tanto a Aang que casi lo acorraló contra la pared y acercó su rostro al del chico, que era más bajo que él, acentuando cada palabra que salía de su boca—. Ahora es mi turno de brillar.

Aang quería reír, pero estaba enojado con Zuko por ser tan atrevido. El inexperto espadachín dio un paso hacia atrás y se volvió, mirando al volante. Aang miró la hoja de papel. Si se decía que Piandao iba a estar allí, a Aang le habría gustado ver otro rostro familiar... Alguien que, como muchos otros, murió en la guerra, defendiendo la causa del Avatar...

—Bien, iremos. Si te sientes tan seguro. —concedió Aang.

Zuko asintió con la cabeza, dejando que su rostro formara la más pequeña de las sonrisas


Más tarde ese día, después de que Ty Lee se las arreglara para conseguir las piezas de cobre que necesitaban, Zuko fue a la arena para registrarse para el torneo. Cuando Zuko entró en la arena, examinó el área y a los competidores.

Había todo tipo de luchadores. Algunos parecían débiles y tímidos y apenas tenían la edad suficiente para sostener una espada. Unos pocos se veían como si nunca hubieran tocado un arma en su vida. Otros, sin embargo, caminaban con la disciplina y la gracia de un guerrero experimentado y sostenían sus armas con suficiencia. Todos estaban de pie, claramente, observando a los otros competidores justo como él hacía, o esperando la oportunidad de ver al Maestro Piandao, si se presentaba la ocasión.

Y otros estaban allí para presumir, lo que Zuko pudo notar rápidamente cuando una multitud ansiosa comenzó a reunirse alrededor de un hombre joven, ruidoso y bullicioso que estaba tratando de atraer la mayor atención y risas posibles. Zuko era uno de los pocos que estaba fuera del tumulto, con los brazos cruzados, sin mostrar ningún interés en el otro chico.

La arena tenía forma de óvalo, con las gradas rodeándola y dispuestas como si estuvieran en un estadio, los asientos se elevaban más y más a medida que se extendían hacia afuera. El anillo era cuadrado y estaba hecho de piedra, lo que proporcionaba mucho espacio para que los combatientes lucharan. Toda la arena estaba cubierta con un techo expansivo.

—Oye, ¿quién eres tú? —Zuko suspiró mientras se volvía hacia la fuente de la voz, reconociéndola como la del guerrero presumido que había visto hace unos momentos—. ¿Eres alguna clase de novato? —Zuko simplemente lanzó una mirada en su dirección, dándole el único reconocimiento que sentía que se merecía. No estaba aquí para hacer amigos. El otro chico le dio una sonrisa arrogante—. ¿Sabes quién soy?

Sintiendo hacia dónde se dirigía esto, Zuko trató de alejarse.

—No soy de por aquí —Los fanáticos comenzaron a congregarse alrededor de ambos.

—Bueno, soy Chan, el mejor espadachín de este lugar —dijo jactanciosamente, señalando su pecho con el pulgar—. Y yo soy el que va a ganar el torneo y a recibir entrenamiento del Maestro Piandao.

—Suenas bastante confiado —dijo Zuko, tratando de detenerlo, sus ojos dorados escanearon el espacio de un lado al otro, tratando de encontrar un hueco entre su creciente audiencia.

—¡Por supuesto que lo es! ¡Es más fuerte que cualquier hombre en la Ciudad Dorada, amigo! Recorrió todo el camino desde allí —dijo otro chico, apartándose el cabello de los ojos con indiferencia.

—Ruon-Jian, no hay necesidad de presumir —dijo Chan, restándole importancia con la mano. Volvió su atención a Zuko—. Bueno, de todos modos, no hay necesidad de que un luchador tan inexperto como tú entre en este torneo: probablemente eres un debilucho de una de las aldeas pobres del sur o algo así. Ahórrate la vergüenza. No estaría sorprendido de verte empuñar el lado equivocado de tu espada.

Zuko llevó una mano a las espadas que tenía en la espalda.

—¿Quieres ver lo fuerte que soy? —desafió, inclinándose para adoptar una postura de lucha. Chan también llevó la mano a la empuñadura junto a su cadera.

—¡Paren, paren! —gritó uno de los oficiantes, abriéndose paso la multitud—. ¡Guarden sus energías para el torneo!

—Tuviste suerte, novato —dijo Chan con los ojos entrecerrados. Después de eso, simplemente le dio la espalda a Zuko y levantó una mano, haciendo un gesto a sus fans para que lo siguieran.

—¡Sí, novato con suerte! —añadió Ruon-Jian mientras se iba.

—Solo son bonitos niños ricos —se rio entre dientes Zuko. Ninguno de los dos parecía del tipo que podía usar una espada correctamente.

De pie lejos de la multitud dispersa, apoyado en silencio contra una pared, un hombre con una capa marrón, oculto bajo una capucha, observaba el enfrentamiento, oculto de la mirada de cualquier competidor atento.


—No veo por qué le dejas hacer esto, Aang. ¡Podría haber encontrado un Maestro de Fuego Control hoy mismo! —se quejó Azula a la mañana siguiente, recogiéndose el pelo en un moño apretado, ahora adornado con su tocado en forma de fuego. Se estaban preparando para ir al torneo, Zuko se había adelantado, pero Ty Lee estaba feliz por el retraso inesperado.

—Oh, deja que se divierta —dijo la otra chica con una sonrisa—. Él se lo merece. —A eso, Azula simplemente resopló y por lo demás la ignoró.

—Incluso aquí, lejos de casa, Zuzu no deja de hacer todo lo posible para molestarme —dijo Azula con un gruñido—. ¡Y no puedo creer que estemos yendo a verlo! Si no fuera por él, estaríamos sentados en una lujosa habitación en la Ciudad Dorada en lugar de estar acampando en medio de esta inmundicia. Estoy harta de eso.

—Solo un día más, Azula —le dijo Aang cansinamente, tomando el camino a la ciudad. Todas las posadas estaban llenas de visitantes que venían a ver el torneo anual, lo que los había obligado a acampar afuera para pasar la noche.

—¿Y si Zuzu tiene suerte y gana? No nos quedaremos para la final —respondió la Maestra Fuego con firmeza. Honestamente, Aang dudaba que Zuko pudiera llegar tan lejos, pero no respondió.

Se las arreglaron para atravesar la multitud mientras se dirigían a la gran arena en el centro de la ciudad. Encontraron asientos sin demasiados problemas. Aang se sentó entre Azula y Ty Lee, esperando a que comenzaran los enfrentamientos. Azula cruzó las piernas con aburrimiento y se examinó las uñas, sin mostrar ningún interés en lo que sucedía a su alrededor. En contraste, Ty Lee estaba alegre y atenta junto a Aang. El chico entrecerró los ojos y leyó el orden de los enfrentamientos y miró a los oponentes al otro lado de la arena.

—Zuko es uno de los primeros —informó Aang.

—Gracias a Agni —dijo Azula—. Una vez que pierda, podemos salir de aquí rápidamente.

—Eres un gran apoyo para tu hermano —señaló Ty Lee.

Casi una hora después, cuando las gradas estaban llenas, sonó un gong y un locutor anunció el inicio del torneo y deseó suerte a todos los competidores, no sin antes recalcar estrictamente las reglas, que eran simples: derribar al oponente sin matarlo. Agradeció a las personas que habían patrocinado este torneo: el Maestro Piandao, que estaba sentado al otro lado de la arena en los asientos apartados, oculto tras unas persianas. Sin embargo, Aang pudo distinguir la silueta de un hombre sentado. ¿Piandao saldría esta noche? Parecía ser la pregunta que todos tenían.

Pasaron tres enfrentamientos poco emocionantes: en su mayoría, los guerreros algo más experimentados derribaron a los más débiles. Para Aang, algunos mostraron potencial, pero nadie hasta ahora había demostrado estar a la altura de Sokka, quien era, posiblemente, el mejor esgrimista vivo en el mundo de Aang.

Zuko fue el cuarto. A Azula no parecía importarle, pero por otro lado, Ty Lee de alguna manera había conseguido un cartel de “Número Uno” y lo estaba agitando con entusiasmo, gritando el nombre de su novio. Zuko llegó primero al centro de la arena. Su oponente se tomó su tiempo, caminando con arrogancia y aceptando perezosamente los vítores de sus fanáticos. Al parecer, era muy conocido.

Ty Lee de repente dejó lo que estaba haciendo y saltó detrás de Aang, chillando.

—¡Escóndeme, escóndeme!

—¿Qué? ¿Por qué? ¿De quién? —preguntó Aang, perplejo.

Ty Lee asomó la cabeza por encima de su hombro, revelando solo sus ojos.

—Quédate aquí y escóndeme.

—E-está bien… —dijo Aang, incómodo, volviendo la vista hacia la arena donde el enfrentamiento estaba a punto de comenzar. Ambos contrincantes intercambiaron unos insultos antes de pelear.

Azula bufó, mostrando su evidente disgusto por estar allí.


—¡Oh, hey, mira eso! Tuve la suerte de enfrentar al novato! —dijo Chan con una sonrisa arrogante, sacando su espada recta de plata, girándola en su mano. La audiencia vitoreó—. Veamos si el novato vale la pena. —Chan flexionó las piernas, preparándose para la pelea y blandiendo su espada con una mano, haciendo señas a Zuko para que continuara.

En respuesta, Zuko suspiró y desenvainó sus espadas dobles, las giró una vez y las dejó adaptarse a sus callosas palmas.

—Estoy listo para empezar.

Con esas palabras, la batalla empezó.

Zuko atacó primero, ansioso por borrar la sonrisa del rostro de Chan. Corrió hacia él y levantó su espada izquierda por encima del hombro para lanzar un golpe. Como era de esperar, Chan levantó su espada lo suficientemente rápido para bloquear a su oponente, y Zuko atacó el flanco que había dejado expuesto con la otra espada. Chan saltó hacia atrás esquivando la hoja y devolvió el ataque con la misma rapidez. Chan atestó una andanada de estocadas a su oponente. Sus movimientos eran torpes y agresivos, pero a Zuko le resultó cada vez más difícil resistir a medida que Chan aumentaba la velocidad de sus golpes. Zuko se dio cuenta de que era inútil solo defenderse; los ataques de Chan no hacían más que enviar dolorosos temblores por sus brazos, debilitándolos. Fue en ese momento que Zuko recordó la distintiva curva que tenían sus espadas, así que inclinó sus armas. al tiempo que Chan atacaba de nuevo para que su espada, que era recta y rígida, cayera sobre la curva de sus hojas en el momento del impacto, parando el golpe.

Zuko aprovechó la oportunidad inmediatamente y arremetió contra la descuidada defensa de Chan, pero el otro chico levantó la rodilla y lo golpeó en el estómago. Zuko se dobló, pero antes de que Chan pudiera hacerle un corte en la espalda, un movimiento ilegal, Zuko blandió su espada izquierda, pasando la hoja muy cerca de su estómago expuesto, lo que obligó a su oponente a retroceder para esquivarlo. En cambio, cuando Zuko se enderezó, Chan no perdió tiempo y golpeó la espada izquierda de Zuko, lanzándola fuera de su agarre. El arma cayó al suelo.

—¿Qué vas a hacer sin una de tus espadas? —se burló Chan, jadeando—. Eres débil.

Zuko no respondió. No creía que el golpe que había recibido estuviera dentro de las reglas, pero si los jueces no intervinieron, entonces debió haber sido legal. Sostuvo la espada que le quedaba con ambas manos, listo para blandirla con tanta fuerza como fuera posible. Chan golpeó a Zuko, quien lo bloqueó por encima de su cabeza. La espada de Chan chocó sobre la suya y se deslizó contra el filo, pero una vez estuvo libre, Zuko giró la hoja, lanzando un tajo hacia el lado flanco izquierdo de su oponente. Sin embargo, Chan saltó hacia atrás nuevamente y esta vez, eligió una estrategia diferente, intentar apuñalar a Zuko. Su espada fue capaz de bloquear una buena cantidad de estocadas. De alguna manera, logró retorcer y hacer que la espada de Chan para que se deslizara contra la suya de nuevo, esta vez, deteniendo la hoja cerca de la empuñadura. Zuko y Chan sostuvieron sus espadas una contra otra, esforzándose mientras el enfrentamiento se convertía en una competencia de fuerza. Sus rostros estaban cerca, ambos podían ver el sudor cubriendo la cara del otro. Al darse cuenta de que esto no estaba yendo a ningún lado, Zuko simplemente giró su arma hacia un lado y levantó el codo derecho, golpeando a Chan en la cara.

El favorito de la multitud dejó escapar un grito de dolor por el impacto, se dobló y se llevó las manos a la cara. Desde allí, Zuko clavó la empuñadura de su única espada en el hombro de Chan, tirándolo al suelo.

La audiencia estaba en silencio.

Su luchador favorito había sido derrotado... por un novato.

Azula se quejó.

—¡¿Así que ahora tenemos que quedarnos aquí más tiempo?!


Unas horas más tarde, y después de que la multitud se calmó, Zuko se estaba preparando para su próximo combate contra alguien con un nombre que Aang no reconoció. El Avatar, su hermana y Ty Lee se unieron a él junto a la arena, dándole un poco de apoyo emocional antes de su próximo combate. Aunque Ty Lee fue la única en hacerlo, ya que Azula se aseguró de mencionarle cada uno de sus errores y, en general, trató de hacerlo sentir peor.

—¡Eso fue increíble, seguro que lo harás genial!

—... Eso fue absolutamente patético. No puedo creer que hayas perdido tu espada...

—... ¡Wow! ¡cuando lo golpeaste en la cara con el codo...

—Nuestro anciano tío podría haberlo hecho mucho mejor...

—... Y luego, pum, cayó al suelo...

—Tu agarre fue débil.

—¡Tus músculos se veían muy tensos!

—Te quedaste quieto como una estatua.

—¡Cállense! —gritó Aang. Hubo un breve momento de silencio y luego continuaron.

—¡Buena suerte en tu próximo partido! ¡Es tu turno ahora!

—Estaré esperando tu horrendo FRACASO.

—Solo ve —le dijo Aang en voz baja a Zuko, empujándolo hacia la arena. Zuko asintió, agarrando las espadas mientras caminaba hacia el centro, apenas escuchando al locutor mientras gritaba el siguiente partido.

—Los combatientes de esta ronda… ¡Zuko y Lee!

Zuko vio a su oponente avanzar hasta encontrarse con él en el centro. Tuvo que tragarse su nerviosismo. Este hombre parecía mucho más experimentado que Chan: caminaba con el porte de un guerrero. Vestía una capa marrón andrajosa, la capucha le cubría los ojos, ensombreciendo por completo su rostro. Desenvainó una larga espada jian de algún lugar dentro de los pliegues de su capa, agarrando la empuñadura con fuerza sin dirigirle una sola palabra a Zuko. El chico tomó su posición.

—¡Comiencen!

Al igual que en la primera batalla, Zuko comenzó el combate corriendo hacia adelante con sus dos espadas, blandiéndolas horizontalmente. Lee bloqueó ambas espadas dando un paso hacia atrás e inclinándose hacia adelante con su espada, como si tratara de probar las defensas de Zuko. Zuko atrapó la hoja entre las suyas, pero Lee la deslizó por el borde y liberó su arma, dejando salir una lluvia de chispas.

—Estás tan quieto como una estatua. Mueve un poco los pies —le susurró Lee, lanzando un tajo en diagonal con su espada. Zuko arqueó una ceja con sorpresa, pero esquivó el golpe y trató de golpear el hombro de Lee. De alguna manera, Lee levantó su espada lo suficientemente rápido como para evitarlo, haciendo retroceder a Zuko. Después del ataque, Lee lo golpeó en el estómago con la empuñadura de la espada.

—Ouch... Eso no se ve muy agradable —Ty Lee hizo una mueca desde el costado—. ¡Ve por el cuello! ¡Al cuello!

—... Está loca —le dijo Aang a Azula, alejándose de la acróbata.

—¡No! ¡A los ojos! —gritó Azula, animando a su hermano.

Recuperándose rápidamente, Zuko levantó su espada izquierda justo a tiempo para bloquear otro golpe con la base de su espada. Sin embargo, ahora estaba sosteniendo dicha arma al revés y era difícil girarla lo suficientemente rápido como para seguir con otro ataque. Lee atacó de nuevo, forzando su hoja hacia el brazo de Zuko, haciendo que pareciera una tonfa alargada. Una vez que Lee pareció hacer una pausa, Zuko tomó la ofensiva nuevamente, tratando de que su oponente se acercara para poder sorprenderlo con un movimiento de pinza, usando ambas espadas para atacarlo por ambos flancos. La maniobra pareció sorprenderlo, casi cortándole la cabeza; Lee fue capaz de inclinarse hacia atrás lo suficientemente rápido como para ver las cuchillas cruzar y cortar el aire donde había estado su cabeza unos momentos antes.

Aprovechando su posición, Lee pateó a Zuko, enviándolo lejos de él. Una vez que estuvieron a una distancia segura, Lee, aparentemente, decidió ponerse serio. Se quitó la capa marrón, revelando una piel sorprendentemente bronceada y cabello castaño recogido en un moño alto, con una barba perfectamente recortada que hacía juego con su pelo.


Aang se levantó rápidamente de su asiento.

—Ese es Piandao… —murmuró en voz baja. Azula lo miró con curiosidad, pero a nadie más parecía importarle que el hombre hubiera revelado su identidad. ¿De verdad no había nadie que hubiera visto su rostro en público antes?—. Zuko va a perder —dijo Aang, ni un rastro de duda en su voz. ¿Qué estaba haciendo Piandao al ingresar a su propio torneo con otro nombre? Obviamente, el que estaba en el asiento detrás de la cortina debía ser otra persona.


—Un movimiento sorprendente, muchacho —dijo 'Lee' lo suficientemente alto para que Zuko lo oyera—. Casi ganas este enfrentamiento. Es hora de que me ponga serio.

—Tienes mucha confianza, viejo —respondió Zuko con ironía. Lee simplemente sonrió, respondiendo con tres simples golpes de su espada, dos de los cuales fueron bloqueados por las espadas de Zuko. Luego, saltó hacia atrás para evitar el último.

—¡Bien, bien! Ahora usas tus pies —felicitó Lee. ¿Qué estaba pasando con este tipo? Mientras continuaban intercambiando ataques, Lee siguió hablando—. Calcula tus ataques con cuidado. Acabas de pasar por alto un defecto en mi defensa.

Con el siguiente golpe que Lee bloqueó, empujó hacia adelante las hojas con toda sus fuerzas, un movimiento sorpresivamente poderoso, y golpeó a Zuko haciendo que se tambaleara hacia atrás. Mientras tropezaba, Lee continuó con la ofensiva, corriendo hacia adelante, hacia el frente descuidado de Zuko. El muchacho hizo lo único que pudo para esquivarlo... se dejó caer de espaldas. Lee se abalanzó hacia él, dirigiendo una estocada al suelo, una que Zuko apenas logró evitar, entornando los ojos con miedo. De no haberse apartado a tiempo, ¡habría sido empalado!

Zuko se puso de pie de nuevo, balanceándose sobre la punta de los dedos de los pies por un momento. Dado que la mayoría de las armas blancas eran legales en las peleas, se apresuró a meter la mano en la bolsa que llevaba en la cadera y disparó una andanada de dagas kunai que Mai le había dado al hombre, que fueron descartadas hábilmente.

—¿Dagas? Qué forma más curiosa de luchar contra alguien —comentó Lee, girando su espada para cortar a Zuko. Se las arregló para bloquear el golpe, pero la espada de Lee se deslizó fácilmente sobre los bordes de las espadas gemelas de Zuko, un fuerte golpe de la empuñadura de Lee lo alcanzó en la cara, tirándolo hacia atrás y haciéndolo ver estrellas. Lee aprovechó la oportunidad y le dio un empujón en el pecho, haciendo al chico tambalearse hasta el borde de la arena, donde cayó al suelo.

Zuko gimió de dolor, agarrándose la cabeza dolorida.

—¿Listo para rendirte, chico? — se burló Lee—. Este lugar no es para ti. Vuelve a la aldea a la que perteneces.

Enfurecido por sus palabras, Zuko se puso de pie, aun tambaleándose, jadeando todo el tiempo. Se soltó la cabeza y recogió sus espadas, agarrándolas con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.

—No voy a caer ante ti tan fácilmente —respondió con los dientes apretados.

—Bien —respondió Lee con una sonrisa sombría, corriendo hacia Zuko y sosteniendo su espada con ambas manos. En respuesta, Zuko juntó sus espadas en una sola hoja, blandiéndolas para evitar los ataques de Lee.

Cuando Zuko lanzó un tajo horizontal, Lee se agachó con ligereza, esquivando las hojas y extendió la pierna, girándola en un movimiento hábil para derribar a Zuko al suelo una vez más. El chico cayó de espaldas mientras Lee se ponía de pie.

—Estás demasiado cansado para seguir peleando. Este combate ha terminado —dijo Lee al locutor.

—¡Espera! —gritó Zuko, claramente adolorido. Su frente estaba perlada de sudor, su labio superior estaba hinchado y sangraba, y el moretón en su mejilla se oscurecía rápidamente—. No he terminado aún.

Lee lo miró con ojo crítico, como si le preguntara al chico si estaba seguro de lo que decía. Cuando Zuko no se retractó, Lee preparó su espada de nuevo.

—Muy bien.

Decidido a terminar el combate de una vez, por el bien del chico, Lee le propinó varios cortes superficiales en los brazos, en las piernas, en la cara y el abdomen. Sangre de un color sorprendentemente roja manchó la ropa del muchacho. Esto, solo pareció estimular a Zuko a continuar, llevándolo a un ataque furioso, blandiendo sus espadas juntas con todas sus fuerzas.

—Estás siendo imprudente ahora —dijo Lee entre golpes, su voz comenzaba a mostrar tensión. Para salir victorioso, debes calmar tu mente, pensó para sí mismo.

Finalmente, después de varios movimientos más de sus espadas, Zuko comenzó a sentir los brazos pesados y sus fintas se volvieron lentas. Sus ojos parecían a punto de ponerse vidriosos, sus rodillas estaban cediendo. Estaba listo para colapsar. Había estado luchando todo el día. Lee simplemente dejó de atacar y Zuko cayó de rodillas, incapaz de seguir luchando por más tiempo. El propio Lee estaba sin aliento.

—Peleaste bien —le dijo el hombre mayor.

—Gracias... eres bueno para ser viejo —logró decir Zuko entre jadeos—. Fue un honor pelear contigo.


Tan pronto como el enfrentamiento terminó, el locutor proclamó al ganador, Aang, Azula y Ty Lee se apresuraron a la arena de combate mientras la multitud estallaba en vítores. Ty Lee fue en ayuda de Zuko y Aang fue a encontrarse con Piandao, mientras Azula se quedó atrás con los brazos cruzados.

El viejo maestro de la espada estaba examinando una serie de cortes en sus brazos que parecieron sorprenderlo cuando notó a Aang.

—Buenas noches, Avatar —saludó el hombre, sabiendo que no se suponía que tenía que saber su identidad. Se arrodilló y le ofreció una mano a Zuko y le habló—. Soy el Maestro Piandao, y ofrezco instruirte en el arte de la espada.

Notes:

Dato: Chan y Ruon-Jian son los mismos chicos del episodio de la playa :)
Gracias por leer ♡♡♡

Chapter 18: El Maestro de la Espada

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 17: El Maestro de la Espada

Zuko se armó de valor mientras caminaba hacia el castillo de Piandao en la cima de la colina, concentrándose en el terreno irregular bajo sus pies. La hierba de los campos a su alrededor se balanceaba con el viento. La brisa era tranquilizadora. Inconscientemente, miró al horizonte en busca del mar, pero el castillo de Piandao bloqueaba la vista. Tragó saliva. Por alguna razón, estaba inexplicablemente nervioso.

Necesitaba hacer esto. Tenía que demostrar su valía a sus amigos. Ese pensamiento lo empujó hacia adelante.

Sus botas se arrastraron sobre el rocoso sendero mientras subía la ligera pendiente. Mientras se acercaba a las gigantescas puertas, examinó el diseño grabado en la roca. Era un loto blanco, bellamente tallado en las puertas, hecho de piedra blanca pero con los bordes delineados en oro. Por alguna extraña razón, el diseño parecía coincidir con el de cinta que Aang llevaba en la cabeza. Mientras se acercaba a la puerta, Zuko respiró hondo y se tranquilizó, y levantó la mano hacia la ornamentada aldaba de oro.

Una repentina ráfaga de viento lo tomó por sorpresa, alborotándole el cabello y la ropa. Un instante después, Aang estaba allí, patinando hasta detenerse al lado de Zuko, jadeando.

—Vine aquí tan rápido como pude —dijo Aang, enderezándose. Sacudió un poco la tela naranja de su ropa, limpiándola de suciedad y arrugas.

—¿Por qué?, ¿qué sucedió? —preguntó Zuko, entrecerrando los ojos con preocupación. ¿Había pasado algo?

—No pasa nada. Solo que también me gustaría entrenar con el Maestro Piandao.

Las palabras de Aang pasaron por su cabeza como una ráfaga de viento, vaciando su mente de cualquier otro pensamiento. Aang, el Avatar, ¿quería aprender a usar una espada?

Más importante aún… se lo estaba quitando a Zuko. ¡Dominar el arte de la espada era su forma de ayudar a sus amigos! Se suponía que lo haría único y útil. Aang no tenía por qué aprenderlo. Este era el Camino de los no maestros, como él.

—¿Por qué? —preguntó Zuko sombríamente.

Aang, aparentemente, no esperaba esta reacción.

—Pensé que podría ser útil —respondió, dándole a Zuko una mirada significativa. Claramente advirtiéndole que no se metiera en su camino. Sin otra palabra, Aang golpeó la aldaba contra las pesadas puertas.

Uno de los sirvientes de Piandao abrió la entrada justo antes de que Zuko abriera la boca para discutir.

—¿Sí? —preguntó el hombre. A Aang le pareció un esnob. Sin embargo, vio a Zuko—. Ah, debes ser el nuevo estudiante. Puedes entrar. —Zuko le dirigió una sonrisa victoriosamente a Aang cuando lo dejaron entrar.

—Espere, también quisiera entrenar con el Maestro —dijo Aang apresuradamente. El mayordomo suspiró.

—Bien... Terminemos con esto...

El mayordomo los condujo por largos y ostentosos pasillos, todos los cuales mostraban elaborados diseños del loto blanco o murales de los antiguos y olvidados leones tortugas. Aang los observó con curiosidad mientras Zuko se dedicaba a mirarlo de reojo. El Avatar se negó a mirar en su dirección. Finalmente, el grupo se detuvo frente a un nuevo par de grandes puertas.

—Creo que esto no hace falta decirlo, pero deben mostrar respeto al Maestro. —El mayordomo bostezó, abriendo las puertas.

Tanto Aang como Zuko se quedaron sin aliento ante el tamaño de la habitación y toda una pared que parecía estar hecha de ventanas, con vistas al tranquilo océano de abajo. Piandao estaba de pie frente a esa ventana, de espaldas a ellos, con las manos cruzadas a la espalda, mirando el sol naciente, casi en su cenit.

—Zuko, que bueno verte —lo saludó el Maestro de la espada, volviéndose hacia él. Sus ojos vagaron tranquilamente hacia Aang, fijos por un momento en su cinta de loto blanco, y luego habló de nuevo—. Veo que has traído a un amigo.

Aang lo saludó haciendo la reverencia tradicional de la Nación del Fuego.

—Mi nombre es Aang. También me gustaría aprender el arte de la espada.

—Zuko, ¿creíste que aceptaría a un segundo estudiante solo por ser amigo tuyo? —cuestionó Piandao.

—No, Maestro —dijo Zuko, mirando a Aang—. Acabo de descubrir que él también quería aprender con usted.

—Tengo curiosidad por saber por qué el Avatar querría blandir una espada —dijo con calma— ¿No es suficiente para ti poder controlar los elementos? El manejo de la espada es un arte mucho más delicado. —Aang abrió los ojos de par en par. ¿Cómo era posible que Piandao siempre fuese capaz de reconocerlo como el Avatar incluso antes de conocerse?

Para responder a su pregunta, Aang recordó su sueño que había tenido el día anterior y la prisión de hielo llena de agua que Bato había usado contra él. Había estado a punto de morir, sus poderes le habían fallado. Su propia fuerza le había fallado. No podía permitir que algo así sucediera de nuevo… necesitaba estar preparado para cualquier cosa. Recordó la facilidad con la que Sokka podía usar su espada para cortar hielo y metal. Y si uno de sus enemigos quisiera luchar cerca de él en un espacio reducido, un bastón no sería suficiente. También estaba interesado en ver cómo sus habilidades podían mejorar con un arma como una espada jian... y, como siempre, sentía curiosidad por intentar algo que nunca había hecho antes.

Cuanto más cambiaba, más se parecía a él mismo.

Finalmente, Aang le respondió.

—Controlar los elementos... Es parte de mí. Es en lo que confío —dijo con cuidado—. Pero cuando eso falla... es el peor sentimiento del mundo. Recientemente, estuve a punto de morir y me di cuenta de algo: no puedo confiar únicamente en mi poder. Me sentí tan impotente. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que me ayude a derrotar al Emperador del Agua.

Piandao lo miró fijamente durante un buen rato, como si tratara de ver si era sincero. Aang no vaciló bajo su mirada escrutadora.

—Muy bien —dijo finalmente. Rodeó su escritorio, acercándose para poner ambas manos en cada uno de sus hombros—. Haré de ustedes dos dignos guerreros.


Su entrenamiento comenzó de inmediato, tan rápido que Aang tuvo la certeza de que este era el entrenamiento más raro que había tenido. Aang y Zuko debían usar idénticos uniformes negros adornados en oro, pero por lo demás, eran sencillos y holgados.

Empezaron con la caligrafía. Ambos estudiantes se sentaron uno al lado del otro en el escritorio de su Maestro, con los pinceles colocados sobre los rollos de pergamino. Aang sumergió el suyo en la tinta negra y se echó la manga hacia atrás, preparándose para escribir sobre varias cosas, como les había indicado. Después de meditarlo por un momento, comenzó con un poema corto que el Monje Gyatso le recitaba a menudo, y uno que escuchó de Iroh varias veces antes de que fuera asesinado. Desafortunadamente para Aang, no había practicado su caligrafía en un tiempo extremadamente largo, probablemente desde que estuvo con los monjes muchos, muchos años atrás, pero recordaba lo suficiente y su escritura era bastante ordenada.

Zuko, evidentemente, no había recibido mucha instrucción en la caligrafía, cosa que Aang notó al mirar su papel. Se complicaba con palabras sencillas y tenía cuidado en mantener el pincel recto en todo momento. Sabía que Zuko podía leer y escribir, porque Iroh sin duda los había educado a él y a su hermana, aun así estaba teniendo problemas.

Luego, fueron enviados a arreglar los jardines de rocas afuera. Aparentemente, se suponía que esto debía enseñarle a uno cómo tomar ventaja del entorno. Después de que Piandao le diera una estricta advertencia de no usar ningún tipo de Tierra Control (a lo que Aang respondió con total naturalidad que aún no sabía cómo), Aang y Zuko se pusieron a trabajar.

Aquí, también, Aang tuvo que pensar largo y tendido. Prefería tener rocas girando a su alrededor, listas para golpear a sus enemigos, pero Aang empujó varias rocas altas hacia su lado del jardín (porque Zuko trazó una línea divisora en el medio, diciéndole tajantemente que no se acercara a su lado del jardín). Después de acomodar las rocas como creyó mejor, Aang hizo que varias agujas salieran disparadas del suelo, creando un efecto de túnel de viento. Se lo mostró con orgullo a Piandao, incluso lanzando una ráfaga de aire larga y continua, cuyo poder fue potenciado gracias a las rocas. El Maestro pareció desaprobarlo un poco, pero Aang le informó secamente que el Aire Control no estaba en contra de las reglas.

Zuko terminó con una miserable pila de rocas y cantos rodados, que, según él, le daban la ventaja de tener un terreno elevado contra sus enemigos.

Aang sonrió con orgullo. Lo estaba haciendo mejor que su amigo, y ni siquiera tenía conocimientos previos con la espada. Sin que él lo notara, Zuko estaba silenciosamente furioso con el Avatar.


—Ugh —se quejó Azula—, no puedo creer que esos dos me dejaron para hacer de tu niñera. —Muy molesta, la Maestra Fuego holgazaneaba en el campamento con Ty Lee como única compañía. La acróbata revoloteaba de un lado a otro, parloteando constantemente sobre Zuko y dándole a Azula un dolor de cabeza.

—¡Oye, no soy una bebé! ¡Y no puedes decir que me calle! —protestó la otra chica—. ¿Por qué estás tan gruñona últimamente? —Apoyó la cabeza sobre los codos y estiró los pies para rascarse la frente.

—¡Porque se supone que para este momento ya debería tener un Maestro de Fuego Control! —dijo enojada, dejando salir pequeñas hileras de humo de las yemas de sus dedos—. Ya deberíamos habernos ido de aquí. Conociendo a Zuzu, le tomará meses dominar esa pieza de metal, si es que puede. Honestamente, Aang tendrá que entrenarlo y así podremos irnos rápidamente.

—¿Qué te hace pensar que Aang dominará la espada primero? —inquirió Ty Lee—. Pareces tenerlo en alta estima.

—¿Qué? ¿No crees que pueda? Él es el Avatar y no es torpe o idiota… la mayor parte del tiempo —dijo Azula, agitando la mano como si fuera obvio.

—No creo que esa sea tu verdadera razón —dijo Ty Lee, acercándose a ella con una mirada de astucia—. Te gusta Aang, ¿no es así?

Azula farfulló con indignación por un momento, pero Ty Lee lo encontró ridículamente gracioso.

—¿De qué estás hablando? No me gusta nadie.

—No lo sé, Azula. Lo haces muy obvio.

—¡Ja! —se burló Azula—. Eres tan perceptiva como un niño.

—Sabes, siempre dicen que los niños son los más perceptivos...

—Bueno, entonces eres una tonta —respondió Azula, examinándose las uñas—. Hemos terminado con este tema.

—¡Deja de negarlo, Azula! No es propio de ti. ¿Quieres gustarle a Aang o no? Puedo hacer que le gustes. —Cuando Azula no respondió, Ty Lee continuó—. Quiero decir, puedo ver por qué te gusta. Es bastante lindo, si no tomas en cuenta que es algo bajito. Y es noble. Y fuerte y valiente... Parece ser el tipo de chico perfecto para ti.

—Dijiste que... ¿Puedes hacer que le guste? —preguntó Azula, sin apenas mirar a Ty Lee. El rostro de la chica estalló en una de las sonrisas más grandes que jamás había visto.

—¡Por supuesto! ¡Soy una experta en eso! —Reconociendo su victoria, Ty Lee procedió a darle a Azula más consejos sobre chicos.


Zuko estaba furioso. Estaba muy enojado con Aang. ¿Por qué querría aprender a usar la espada? No tenía sentido, no cuando Aang ya tenía tanto talento. Zuko quería una habilidad propia que lo hiciera destacar a ojos de sus amigos, pero Aang se la estaba quitando. Piandao se dio cuenta de su frustración cuando Aang se alejó.

—Estás celoso —señaló Piandao, mirando la espalda de Aang.

—Sí —asintió Zuko, mirando a su amigo.

—Olvídalo —dijo el hombre—. Un sentimiento como los celos no es de ayuda en el campo de batalla.

—Pero todo siempre le resulta tan fácil —dijo Zuko abatido—. El chico es muy fuerte. ¿Y yo? Solo soy un fracasado. Siempre lo he sido.

—Date algo de crédito, tú fuiste el que lo hizo bien en el torneo, no Aang —dijo el Maestro—. El autodesprecio tampoco es un rasgo útil en el campo de batalla.

—Lo sé pero…

Piandao lo interrumpió.

—Al principio, te elegí como mi alumno por encima de los demás competidores, no porque ganaras, sino por tu feroz determinación y tu voluntad de luchar. Tenías mucho más potencial que cualquier otra persona allí.

Zuko quedó atónito, en silencio, y Piandao formó una pequeña sonrisa.

—Solo piensa en eso.


Piandao resultó sorprendentemente indulgente. Después de arreglar el jardín de rocas, dejó que tuvieran un descanso. Los tres estaban sentados alrededor de una mesa en el hermoso patio del Maestro, con el sol cayendo sobre ellos. El mayordomo les sirvió té y pequeños pasteles de crema de vainilla. A Aang le encantó especialmente el postre dulce.

Después de eso, finalmente les entregaron espadas de práctica.

Justo en la parte trasera del castillo de Piandao había un cuadrado liso hecho de piedra, que servía como un cuadrilátero de práctica personal de Piandao. Zuko fue el primero en pelear un duelo contra el mayordomo, Fat, quien era, sorprendentemente, un espadachín habilidoso. Ambos llevaban armadura acolchada, luchando con hojas sin filo.

Zuko resistió bien contra el mayordomo, pero una vez que fue desarmado, Piandao inmediatamente le dio sus críticas. Volvió a comentar sobre su horrible movimiento de pies, pero destacó su velocidad y la ventaja de la juventud. Zuko era rápido para bloquear y devolver los ataques; tenía habilidad con la espada, pero aún no estaba refinada.

Zuko le sonrió a Aang al pasar, como desafiándolo a hacerlo mejor. El chico no se acobardó ante el desafío.

Sostuvo la espada de manera protectora frente a él en una postura torpe, para nada acostumbrado al extraño peso en sus manos. Cuando Piandao preguntó si estaban listos, Fat y Aang asintieron. Después, Fat esperó a que Aang atacara.

El Avatar comenzó con un golpe dirigido hacia el estómago del hombre, pero fue bloqueado muy fácilmente. El mayordomo deslizó su espada sobre la de su oponente y la lanzó girando fuera de su mano. Se estrelló contra el suelo.

Aang sonrió tímidamente a Piandao.

—Nunca has sostenido una espada en tu vida, ¿verdad? —preguntó Piandao, levantando una ceja.

—No —dijo Aang con sinceridad. Zuko se estaba riendo, pero lo ignoró.

—Primero, tienes que empezar con tu agarre. Segundo, cuida tu postura. Era horriblemente defectuosa y te habrías caído fácilmente si Fat te hubiera atacado primero. —Piandao le mostró las posturas ofensivas y defensivas apropiadas, que Aang imitó hasta que las memorizó. Luego, como si fuera un niño pequeño, Fat le enseñó, con impaciencia, algunas técnicas fáciles para bloquear y atacar, la forma correcta de sostener su espada, y Piandao le dijo que era su deber hacer tomar las decisiones adecuadas en batalla. Aang asintió, absorbiendo tanta información como pudo.

En el transcurso del entrenamiento, Aang mejoró un poco, y Piandao destacó su agilidad notablemente superior incluso sin el uso de su Aire Control (que, a diferencia de antes, tenía prohibido usar. Piandao le había dicho estrictamente que no usara ningún tipo de control). Hasta ahora, lo único en lo que Aang era bueno era en esquivar.

—No creas que recibirás un trato especial por ser el Avatar —le dijo una vez Piandao.

Finalmente, Aang y Zuko fueron llamados para batirse en duelo. Era un evento que Aang había previsto desde el comienzo del entrenamiento, y no lo estaba esperando. Zuko todavía estaba enojado con él, pero siendo algo arrogante por el hecho de que era un espadachín con más experiencia que Aang. Los dos adoptaron posturas idénticas.

Antes de que Piandao comenzara oficialmente la pelea, Zuko y Aang se atacaron entre sí.

Para ellos, esto era más que un duelo amistoso. Era una competencia. Una batalla de honor.

Sus espadas se encontraron justo entre los dos, chocando con un destello de chispas. Zuko, inmediatamente, acercó su espada para tratar de golpear a Aang en el hombro, pero lo bloqueó a tiempo. Aang se alejó de él, tomando distancia, y luego corrió hacia su oponente nuevamente con su espada en ristre. Una vez más, se encontraron en medio de sus acometidas, chocando con una fuerza sorprendente que hizo que el brazo de Aang se estremeciera.

Rápidamente, Zuko se movió para atacar a Aang con varias estocadas rápidas, muy pocas de las cuales logró apartar. Usando solo una mano para sostener su espada, Aang saltó fuera del camino de la furiosa andanada de Zuko. La espada de su oponente lo siguió, y en ese momento Aang se dio cuenta de la única ventaja que tenía: su velocidad.

—Bien, Aang. Usa tus ventajas —dijo Piandao.

El chico usó sus reflejos para agacharse bajo los golpes horizontales de Zuko y para saltar. esquivando los verticales. Rara vez usaba su espada para bloquear, en lugar de eso, prefería golpear ligeramente donde podía hacer daño. Pelear con una mano le daba más velocidad, dos manos le daban poder. Como era habitual, prefería la velocidad, por lo que dar golpes rápidos con su espada se adaptaba a su estilo. Aang estaba usando los movimientos circulares de un Maestro Aire, constantemente girando alrededor de Zuko en un intento de confundirlo.

—Elige los movimientos correctos —dijo su maestro.

Pronto, Zuko descubrió su patrón e interrumpió los movimientos de Aang con una certera estocada de su espada roma y luego avanzó agresivamente, haciendo retroceder a Aang hasta el borde del cuadrilátero. Aang se vio obligado a salir a la hierba, pero Zuko continuó el ataque, aprovechando el terreno elevado. Aang pudo bloquear algunos de sus golpes, pero tuvo la mala suerte de que Zuko lo golpeara en el brazo de la espada. Rápidamente se vio abrumado y obligado a luchar a la defensiva. Intentó parar una vez, pero Zuko no cayó en la trampa.

—Zuko, lucha hasta el final. Aang, buen intento en esa parada.

Con un último y poderoso golpe, Zuko le arrancó la espada de su mano. El Avatar fue vencido. Aang aceptó con gracia la derrota, inclinándose ante Zuko. El adolescente devolvió la reverencia, como era la costumbre.


Azula nunca hubiera imaginado esta escena. Ella y Ty Lee continuaron hablando sobre sí misma y Aang, y la acróbata le dio muchos consejos. Primero, quería que fuese más amable. En segundo lugar, Ty Lee parecía tener un problema con su apariencia.

—Tienes tanto cabello, Azula. Déjalo ser libre. Te ves muy estricta e intimidante con el cabello recogido. A los chicos no les gusta eso. Relájate —dijo la chica—. Sonríe un poco más.

Ahora, Ty Lee estaba cepillando el cabello de Azula, desenredando los nudos que había adquirido durante sus viajes. Sacó delicadamente el tocado dorado de Azula. Mientras Ty Lee la peinaba, Azula sintió que sus ojos se cerraban, relajándose con la sensación.

Hacía mucho tiempo que nadie le cepillaba el cabello.

Recordó, hace varios años, cómo su madre solía peinarla. Era tan relajante. Madre siempre le decía lo mucho que le encantaba su cabello, grueso y del más oscuro tono de negro. Madre siempre conseguía dejarlo sedoso y suave y Azula nunca supo cómo.

Azula esperó pacientemente mientras Ty Lee lavaba su cabello con algunos de sus exóticos productos, lo enjuagó y lo peinó como creyó mejor. Cuando terminó, Ty Lee lo dejó secar naturalmente. Luego, la acróbata buscó algo entre las cosas de su bolso personal y sacó un objeto dorado.

—¿Qué es eso? —preguntó Azula bruscamente.

En respuesta, Ty Lee abrió la parte superior del objeto, revelando una sustancia rojo rubí.

—¡Lápiz labial! —respondió ella alegremente—. Vamos hacer algo simple aquí, pero este color te queda bien. Se verá lindo.

—Si tú lo dices… —dijo Azula, nerviosa.


—Ahora es el momento de que ustedes dos hagan sus propias espadas —dijo Piandao, conduciéndolos a su taller. Una vez que entraron en la habitación, ambos pares de ojos, gris y dorado, se agrandaron al ver las numerosas espadas, expertamente diseñadas, que colgaban de las paredes y estaban expuestas en fila. La habitación estaba caliente, dominada en gran parte por la forja—. De hecho, déjame ver tus espadas, Zuko.

Zuko hizo lo que le ordenaron. Desenvainó sus espadas y se las entregó a Piandao.

—Son de muy buena calidad y estás haciendo un excelente trabajo cuidándolos. —Probó el peso—. No es el tipo de espada que yo elegiría, pero eres competente con estas. Yo diría que sigas usándolas. No necesitarás forjar una nueva.

—Gracias, Maestro —dijo Zuko asintiendo, tomando sus espadas y enfundándolas.

Aang dejó que sus ojos vagaran por la habitación, posando su mirada en una hoja de color negro azabache colocada sobre una mesa, junto a una funda decorativa.

Era la hoja de mineral de meteorito de Sokka, la cual Aang conocía muy bien.

—Maestro, ¿qué es eso? —preguntó Aang, señalando la espada negra.

—Ah… —Piandao se acercó a la espada y la levantó de la mesa—. Esta, es la mejor espada que he creado y mi favorita. La forjé con el mineral de un meteorito que aterrizó aquí hace unos años. —Se quedó mirando la espada por unos momentos, luego se volvió hacia Zuko—. Puedes irte ahora. Aang tiene que quedarse aquí para hacer su espada. Le tomará buena parte de la noche.

—Gracias, Maestro. Regresaré por la mañana —dijo el adolescente. Sin otra palabra, se volvió para retirarse.

—Espera.

Zuko se detuvo.

—No será necesario que vuelvas—dijo Piandao. Se volvió hacia su alumno—. Ya eres un esgrimista muy hábil. Creo firmemente que no necesitas ningún entrenamiento adicional, has aprendido mucho en tus viajes.

—Pero, Maestro… Solo ha pasado un día —protestó Zuko—. Y todavía no soy tan bueno.

—Tu viaje con el Avatar es más importante —dijo Piandao—. Y valórate más a ti mismo y a tus habilidades; ya he dicho que tienes una asombrosa cantidad de potencial y habilidad bruta. Tienes una determinación feroz, como el más fuerte y noble de los leones tortugas. No solo eso, sino que eres lo suficientemente fuerte para entrenar a Aang ahora.

—¡¿Qué?! —exclamó Zuko.

—No puedo enseñarte nada más. El arte de la espada es algo que debes descubrir por ti mismo.

Aang se quedó sin palabras. Volvería a ser el aprendiz de Zuko, pero esta vez sería algo diferente. Este inesperado giro de los acontecimientos no lo molestó; de hecho, le gustaba la idea de volver a entrenar con Zuko.

—Y tú, Aang... siento en ti mucho dolor, conflicto, muerte y destrucción... pero también la voluntad de ayudar a tus amigos y luchar hasta tu último aliento. También eres un digno espadachín, y le confío plenamente tu entrenamiento a Zuko.

—Gracias, Maestro —dijo Aang con una reverencia.

—Pero primero, haremos tu espada —dijo Piandao—. Zuko, puedes irte ahora.

—Adiós, Maestro —dijo Zuko con otra reverencia—. No sé qué más decir.

Piandao sonrió.

—Has sido mi mejor alumno.


Primero, incluso antes de fabricar su espada, Aang tuvo que examinar minuciosamente cada uno de los materiales para espadas que Piandao tenía para ofrecer. Probó el peso, la durabilidad y la maleabilidad, siguiendo los consejos de Piandao. Finalmente, Aang tuvo que concluir que ninguno de los materiales le convenía, tenía la mente puesta en una hoja específica.

Una hora después de que Zuko se fuera, Aang se volvió hacia Piandao.

—Maestro, ¿puedo usar un material propio? —preguntó después de pensarlo un poco.

—Por supuesto, Aang —dijo el hombre mayor—. Eso sería preferible.

—Genial. Regresaré por la mañana, entonces —dijo. Se inclinó a modo de despedida y el Avatar se puso en marcha.

Esa no era su intención en absoluto.

Aang salió a la noche, pero en lugar de regresar al campamento, esperó en el bosque en las afueras de la ciudad. Se sentó en la rama de un árbol y no se movió durante varias horas, preparándose para lo que estaba a punto de hacer.  

Cuando finalmente fue medianoche, Aang saltó de la rama del árbol, frotándose el trasero dolorido. Evitó la ciudad por completo, dirigiéndose hacia la muralla del castillo de Piandao.

Su Aire Control le permitió sobrevolar fácilmente los altos muros. Todavía vestido con su uniforme oscuro, no fue visto en la noche. El chico se dirigió a la fragua de Piandao, que estaba abierta al exterior para que el humo del horno se disipara en el aire. Aang encendió una pequeña llama en su palma mientras deambulaba hacia la colección de espadas del Maestro. Una vez que encontró la espada de meteorito, sonrió para sí mismo. La luz del fuego se reflejó en la hoja negra de manera inquietante. Lentamente, la mano de Aang se cerró alrededor de la empuñadura.

Antes de que pudiera levantarla, una espada blanca la clavó a la mesa. Aang miró al responsable, atónito.

Piandao estaba allí. Lo había atrapado.

—Eres fácil de leer, Avatar —dijo el hombre—. Mi espada no será robada esta noche.

Decidido a no dejar la espada, Aang hizo que su fuego saltara al rostro del hombre, lo que lo distrajo lo suficiente como para soltar su espada, dejando que Aang liberara la hoja de meteorito. Aang saltó hacia atrás sobre otra mesa, sosteniendo la espada negra, lista. Se sentía cómoda en su palma.

Piandao se apartó el brazo de la cara. El fuego había servido solo como distracción, no tenía la intención de hacerle daño al hombre.

—Lo siento por hacer esto, pero realmente quiero esta espada —dijo Aang como forma de explicación.

—Tendrás que luchar por ella —desafió Piandao, golpeando la mesa en la que estaba Aang. El Avatar saltó hacia atrás, frenando su caída con Aire Control, decidido a poner distancia entre los dos. Le dio la espalda por solo un momento para salir corriendo de la habitación cerrada y salir a la arena de entrenamiento, que estaba justo afuera. Cuando giró la cabeza para ver dónde estaba su oponente, se sorprendió al ver que Piandao estaba mucho más cerca de lo que pensaba.

Aang se dio la vuelta el tiempo suficiente para blandir su espada tres veces, utilizando la inercia para enviar tres ráfagas de viento con su Aire Control, todas las cuales golpearon al hombre. La fuerza del ataque lo lanzó de nuevo contra la mesa destruida, pero Aang miró su espada con sorpresa.

Apenas había puesto esfuerzo en su Aire Control. ¿La hoja había amplificado y condensado de esa manera las ráfagas de aire? Un sinfín de posibilidades llenaron su mente y sonrió. Sabía lo mucho que ese tipo de poder de ataque iba en contra de la filosofía de los Maestros Aire, pero, por el momento, no le importaba. Se preguntó por qué ningún otro Maestro Aire usaba espadas.

Piandao no iba a recuperar su espada hoy.

El hombre se recuperó más rápido de lo que Aang hubiera imaginado posible, corriendo hacia el chico de nuevo con su espada en ristre. Aang blandió la hoja de meteorito una vez, pero Piandao fue lo suficientemente inteligente como para esquivar el golpe. Con notable agilidad, el hombre pudo esquivar todos los golpes que le siguieron. Se estaba acercando a Aang, por lo que el chico saltó hacia atrás, usando una corriente de aire que lo elevó más alto en el aire, pero el Avatar condensó el viento a su alrededor y lo dirigió con su espada, blandiéndola y haciendo uso de todo el poder de corte de la espada. Aang aterrizó en la parte superior de la pared de tejas de Piandao, mientras observaba los efectos de su arco de viento.

—¡Bien! ¡Utiliza tu control como ventaja! —gritó Piandao. Aang arqueó una ceja. ¿Piandao realmente le estaba dando una lección en un momento como este?

El hombre mayor logró saltar contra la pared y usarla como apoyo, impulsándose para alejarse de los ataques de Aang. Aang estaba muy impresionado por el poder que la espada le había dado, solamente el filo podría dejar una marca en la roca. Y también una marca bastante profunda en el suelo.

Aang lo tenía claro. No estaba tratando de matar a Piandao, solo estaba probando las nuevas e interesantes habilidades que la espada de meteorito le había proporcionado. Satisfecho con los resultados, envió tres pequeñas bolas de fuego hacia Piandao para distraerlo, luego saltó de la pared y se perdió en la noche.

Piandao apartó las tres bolas de fuego fácilmente con su espada, disipándolas. Una inmensa decepción al ver a su alumno huir brotó dentro de él, pero el Maestro no lo persiguió. Por ahora, dejaría que el Avatar se quedara con la espada, porque la había ganado.

… Pero pelearía otro día.

Iba a recuperar la espada de meteorito.


Aang pasó el resto de la noche fuera del campamento, por si acaso uno de sus amigos aún estaba despierto y pudiese cuestionar por qué había regresado antes de lo esperado. Esperó hasta la mañana siguiente para volver, y los encontró a los tres despiertos.

Zuko fue el primero en ver la espada desnuda a un costado de su cadera.

—¿De verdad te dejó tener eso? —preguntó sorprendido. El chico dejó su desayuno junto al fuego y se levantó para pararse frente a Aang.

—No, no lo hizo —dijo Aang con sinceridad. Luego mintió—. Aún le quedaba material sobrante del meteorito. Forjamos una réplica.

—Wow... Esa espada es increíble —dijo Zuko. Por un momento, un silencio incómodo llenó el ambiente entre ellos.

—Mira, lo siento —dijeron ambos a la vez. Aang se rio entre dientes.

—Tú primero —dijo Zuko.

—Lo siento, Zuko —dijo Aang—. Sé que querías aprender a manejar correctamente la espada tú mismo, pero...

—Aang, eso no es importante —interrumpió Zuko—. Yo soy el que lo siente. Estaba siendo egoísta —dijo, avergonzado. Hubo otro momento de silencio, pero Aang extendió su mano en señal de disculpas.

—Bueno, será mejor que me acostumbre a llamarte Maestro —le dijo Aang con una sonrisa. Ahora era el turno de Zuko de reír.

—Sí —dijo, rascándose la nuca—. Espero no arruinarlo.

—Apuesto a que serás un buen Maestro —le dijo Aang. Sabía que lo era—. Bueno, salgamos de aquí. ¡Deberíamos estar en la Ciudad Dorada al final del día!

—Al fin —dijo Azula, levantándose para saludarlo. Aang sintió su mandíbula abrirse por sí sola.

Su cabello estaba suelto, en vez de recogido en el moño apretado que siempre llevaba. Caía libre sobre su espalda en una cascada de ondas oscuras. La había visto con el cabello suelto muchas veces antes, pero ahora...

… Ahora se parecía a Katara.

Específicamente, la forma en que Katara solía llevar su cabello mientras estaban escondidos en la Nación del Fuego, antes del eclipse. El cabello de Azula era ondulado, espeso y oscuro, pero su característico flequillo seguía ahí, diferenciándola del estilo específico que Katara prefería. Azula aún tenía parte del pelo recogido en un moño alto, pero su brillante tocado dorado sobresalía de su peinado, reflejando la luz del sol. Además, Azula llevaba lápiz labial rojo, algo que nunca la había visto usar aquí, pero que era un detalle muy característico de ella en el mundo de dónde venía.

Ty Lee soltó una risita.

—Se ha quedado mudo.

Azula tenía las manos juntas, retorciéndose los dedos.

—¡Dile algo, Aangie! —ordenó Ty Lee.

—Uh... Te ves bien, Azula —dijo, rascándose la nuca. Sintió que la sangre se le subía a la cara.

Azula se rio suavemente, de manera inusual.

—Gracias —dijo ella. Un momento después, cuando nadie hizo nada (excepto Zuko, que se quedó boquiabierto con horror), Azula adoptó una postura firme, y, de repente, volvió a ser Azula—. Ahora, pongámonos en marcha. ¡Estoy lista para dominar el Fuego Control! —. Extendió las palmas de las manos, llamas ardiendo en cada una de ellas.

Aang se rio, notando que el campamento ya había sido levantado; todo estaba listo para irse, cosa que, sin duda, era el trabajo de Azula.

—Si, vamos.

Cuando los cuatro amigos subieron a la silla de Appa y volaron hacia el cielo, todos tenían en mente pensamientos diferentes.

Ty Lee y Azula estaban de frente en dirección a la Ciudad Dorada, una con inquietud y la otra con entusiasmo. Azula solo podía pensar en el Fuego Control.

Zuko tenía los ojos fijos en la masa de tierra que acababan de dejar, su mente en el Maestro que estaban dejando atrás y los problemas que podría encontrar con su propio entrenamiento con la espada, aun creía que no estaba listo.

Y los ojos de Aang estaban en la espada de meteorito, que aún no tenía una funda para ser guardada. Se sentía un poco culpable por haberla robado, pero no podía dejar de pensar a quién le había pertenecido.

La espada era de Sokka. Y un día él la recuperaría. Aang se juró devolvérsela una vez que Sokka estuviera de su lado. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por el bien mayor.

Como siempre decían, el infierno estaba lleno de buenas intenciones.

Notes:

Notas originales del autor: Ok, algunos de ustedes pueden estar en desacuerdo con las dos decisiones principales de Aang en este capítulo: entrenar con espadas y robar la espada de meteorito. La primera fue explicada bastante a fondo en este capítulo, así que espero que la gente no lo cuestione; pero la decisión de Aang de robar, marca cuán lejos Aang está dispuesto a llegar para hacer lo que siente que es correcto... lo cual ha hecho antes. Pero tengan en cuenta que este Aang, herido por la guerra, es muy diferente del antiguo Aang.

 

Como sea, en el próximo capítulo finalmente llegarán a la Ciudad Dorada, donde se revelarán secretos y ¡nos prepararemos para el final del Libro Uno! ¡Al fin!

Chapter 19: El Ojo de Agni

Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 18: El Ojo de Agni

 

Incluso con el Señor del Fuego Azula muy lejos, en la Nación del Fuego, su presencia en Ba Sing Se todavía se podía sentir profundamente.  

Aang mantuvo la cabeza gacha mientras caminaba junto a Suki y a Haru, atravesando el Sector Bajo de la ciudad. Los agentes de Dai Li estaban de pie frente a un edificio en llamas, la luz del fuego hacía que sus sombras se alargan antinaturalmente. El incendiar edificios era uno de los pasatiempos favoritos de Azula, su forma de ahuyentar a los disidentes que aún luchaban por la libertad del Reino Tierra. Como todos los edificios de este sector estaban muy juntos, los incendios se extendieron por toda la manzana, devorando a sus enemigos y muchos otros más. Si la ciudad era un tablero de Pai Sho, entonces Azula era la niña destructiva que arrasaba con todas las fichas de su oponente.  

A Aang y sus compañeros les resultó fácil entrar en la ciudad después de la destrucción de los muros exteriores durante el Cometa de Sozin. La destrucción, ordenada por Ozai, había alcanzado los muros del Sector Bajo, pero todo lo que estaba fuera de él estaba reducido a cenizas. Vastos campos de tierras de cultivo desaparecieron en el lapso de un solo día y el hambre ahogaba a la gente de Ba Sing Se tanto como el humo de todo el fuego desatado por Azula.  

Sintió calor de las llamas mientras recorría el perímetro de la manzana. Sokka, Katara, Toph y Zuko se habían adentrado al laberinto de apartamentos construidos unos sobre otros a lo largo de los años para buscar a las personas que estaban atrapadas dentro de los edificios en llamas, y era el trabajo de Aang, Suki y Haru asegurarse de que el Dai Li no se diera cuenta. Los refugiados del Sector Bajo veían los incendios con miradas de total derrota plasmada en sus rostros; algo que se había convertido en algo habitual para ellos. Sus expresiones hicieron que Aang sintiera un profundo dolor en el pecho. Esperaba que pudieran salir victoriosos en esta misión por la que habían regresado a la ciudad, para liberarla del gobierno de la Nación del Fuego.  

Suki apretó la muñeca de Aang, un dolor agudo que llamó su atención. Su cabeza se disparó en la dirección en la que ella miraba y su corazón latió despavorido cuando divisó a Ty Lee entre la multitud. Miraba fijamente al fuego, la luz se había desvanecido de sus ojos. Ni siquiera los había notado cuando el trío se dispersó por los callejones que rodeaban la manzana.  

Para cuando se alejaron a una distancia segura, Haru se volvió hacia ellos, jadeando.

¿Qué es? ¿Qué pasó? 

Vimos a Ty Lee dijo Suki con expresión sombría—. Sokka y los demás tienen que salir de allí. No podemos luchar contra ella aquí, no con todos estos Dai Li. Y con toda esta gente. 

Peor que la propia Ty Lee, era el presagio de lo que su presencia anunciaba.

Azula no puede estar lejos. No se suponía que viniera a Ba Sing Se este mes dijo Aang. Tenían que salir de allí, pero sería complicado. Lo más peligroso de haber venido a Ba Sing Se era que no podían llevar a Appa por si necesitaban una salida rápida.

El humo negro se elevó en el cielo y la luz del fuego arrojó un tono carmesí en la puesta de sol que le recordó a Aang a la sangre. Pero incluso a lo lejos, con varios edificios de distancia entre ellos, Aang podía sentir el calor.

Y luego, las llamas se volvieron azules.


Según Ty Lee, el extremo norte de la Nación del Fuego se había formado enteramente de la actividad volcánica, capa tras capa acumulándose durante miles de años. Una buena parte del pequeño continente era un campo volcánico, que constantemente arrojaba cenizas al cielo y derramaba lava por todo el suelo y el agua, creando constantemente nuevas tierras y cubriendo las antiguas. Como resultado, la isla era relativamente nueva en comparación con el resto de la Nación del Fuego, y el suelo era, quizás, el más fértil del mundo, habiendo estado al margen de la guerra con el Imperio del Agua.

Con volcanes cubriendo toda la isla, la Ciudad Dorada estaba protegida y segura, ubicada en la caldera de una gran cráter inactivo, uno incluso más grande que el de la antigua capital de la Nación del Fuego. Se decía que la propia Agni protegía a su gente de los humos venenosos de los gigantescos volcanes que rodeaban la ciudad. El Primer Dragón los bendijo con cosechas eternas y luz de sol, haciendo de la gente de la Ciudad Dorada autosuficientes y manteniéndolos a salvo de la guerra.

El sol y el viento cálido en su rostro lo hicieron sonreír. Trató de dejar atrás las memorias de su sueño de anoche y compartió la felicidad de Azula de haber llegado a su destino para encontrar un Maestro de Fuego Control. La Ciudad Dorada, finalmente estaba ante ellos. Azula, apenas capaz de contener su entusiasmo, usó las únicas formas que tenía para demostrarlo: Zuko y su Fuego Control. Se estaba burlando de su hermano incesantemente, amenazando con lanzarle ráfagas de fuego desde sus nudillos, tratando de asustarlo para que saltara al océano.

Al otro lado de la silla, Ty Lee estaba sentada con las rodillas apretadas con fuerza, se mordía el pulgar mientras miraba fijamente al frente con sus grandes ojos grises. Aang ajustó la cinta de su cabello y se apartó de su asiento a la cabeza de Appa para sentarse a su lado.

—Así que, finalmente vas a contarnos tu secreto, ¿no es así? —le preguntó Aang. No quería presionarla, sobre todo por los secretos que él mismo ocultaba a sus amigos, pero le preocupaba incluso ahora que el de ella tuviera el potencial de ponerlos en peligro.

Por un momento, no dijo nada; en cambio, continuó mirando al vacío. Finalmente, asintió con la cabeza.

—Creo... creo que fue un error venir con ustedes—dijo, con voz temblorosa.

—No digas eso —dijo Aang, frunciendo ligeramente el ceño—. Lo pasaste muy bien viajando con nosotros. Disfrutamos de tu compañía.

Zuko logró alejarse de Azula, gateando sobre la silla de Appa para sentarse detrás de Ty Lee.

—Sí... ahora eres parte de nuestra familia. Bueno, es incómodo para mí llamarte familia, pero, ya sabes, por asociación. —Se encogió de hombros con torpeza, su rostro ardiendo con un intenso sonrojo.

—Incluso me gustas un poco ahora —dijo Azula, deslizándose para sentarse frente a ella. La Maestra Fuego había decidido conservar su nuevo peinado, que ahora volaba libremente al viento, parte de su cabello estaba levantado y sujeto en un moño alto, adornado con su tocado dorado que brillaba bajo la luz del sol.

—No importa lo que pase allí, siempre serás bienvenida, puedes venir con nosotros, donde sea que vayamos —dijo Aang.

Ty Lee les dio a todos una sonrisa anhelante y sus ojos comenzaron a lagrimear. Se apresuró a limpiar sus lágrimas con la palma de la mano.

—Gracias, chicos —dijo—. De verdad. No me merezco esto. —Sabi ronroneó y se elevó sobre el hombro de Ty Lee, lamiendo su cara.

—Incluso Sabi te quiere —dijo Zuko, sonriendo.

Ty Lee se incorporó y sonrió de verdad, regalándoles una de las sonrisas más brillantes que habían visto hasta el momento. Extendió los brazos y agarró a Zuko y Azula por el cuello, acercándolos a ella para abrazarlos.

—¡Únete también, Aang!

Aang miró a sus tres amigos: Azula estaba atónita, pero Zuko tenía un brazo alrededor de Ty Lee. Lentamente, extendió sus brazos alrededor de Zuko y Azula, completando el círculo. Ty Lee los apretó a todos felizmente, trayendo recuerdos a Aang de antiguos abrazos con su otra familia… El pensamiento se había apoderado de él como un pesado y abrumador manto. Sabi se escurrió en medio de todos ellos, acurrucándose contra sus piernas.

Durante unos segundos, permanecieron así. Azula fue la primera en apartarse, seguida de Aang y Zuko.

—Eso... fue extraño. Esto no sale de la silla, ¿de acuerdo? —murmuró Azula con torpeza. Ty Lee se rio y Zuko sonrió, pero Aang no dijo nada.

Aang todavía podía sentir los brazos de Katara, Sokka, Toph y Zuko rodeándolo. Deseó que Momo también estuviera allí.

Azula dejó la silla para agarrar las riendas de Appa, mientras Ty Lee se acostaba boca abajo y balanceando sus piernas en el aire, acercándose a la Ciudad Dorada con una perspectiva más feliz.

Zuko pareció notar su repentino cambio.

—¿Qué pasa, Aang?

—Nada. Solo… recordé algunas cosas —dijo como única respuesta. Zuko parecía a punto de insistir, pero Aang fue salvado por un grito de Azula.

—¡Llegamos!

Mientras Aang, Zuko y Ty Lee miraban por encima de la silla, notaron que el océano desaparecía y que debajo de ellos empezaba a aparecer tierra firme. La imponente cadena de montaña, que se había sentido tan lejana durante mucho tiempo, ahora podía verse claramente, haciéndolos sentirse pequeños. El humo brotaba de los campos volcánicos en algún lugar del otro lado de la isla. Cada pico era inmensamente ancho, con suaves pendientes, y la ocasional veta de magma brillante que caía en cascada por las laderas de las montañas, le recordaban a Aang a las viejas pinturas de tinta. Le hizo pensar en la calidez y las maravillas de la Nación del Fuego que había visto antes de quedar encerrado en el iceberg.

—Entonces, ¿dónde está la ciudad? —preguntó Zuko, un momento después de que se recuperaron de su asombro. La sonrisa de Azula se desvaneció mientras consideraba la pregunta.

—Es por ahí —dijo Ty Lee, señalando hacia adelante, ligeramente a la derecha—. Justo detrás de esta montaña.

—Has estado aquí antes —dijo Azula.

—Sí —confirmó Ty Lee, asintiendo con la cabeza rápidamente.

—Tanto mejor para nosotros. —Sonrió. Azula le indicó a Appa que rodeara la montaña grisácea que estaba frente a ellos... solo para revelar otra, un poco más grande. Sin embargo, en el valle, Aang vio cientos de pagodas rojizas, similares a las que había en el resto de archipiélagos de la Nación del Fuego.

Aang se inclinó sobre el costado de la silla.

—¡Allí!

—¿Eso... es todo? —preguntó Azula, apenas disimulando su decepción.

—No... eso es solo las afueras —dijo Ty Lee—. Mira, ¿viste esa columna de llamas? Ésa es nuestra señal. Ve hacia ellas.

—¡Un Maestro Fuego! —exclamó Azula. Casi directamente debajo de ellos, había un gigantesco y estrecho puente de piedra que parecía dividir las hileras de casas. Llevaba a un túnel decorado con un arco dorado y figuras talladas en los bloques que le recordaron a Aang su aventura en la ciudad de los Guerreros del Sol. Varias figuras estaban fuera del túnel y de las casas, pequeños puntos que miraban al bisonte volador. Fueron ellos quienes habían disparado la señal de fuego al aire. Appa comenzó a descender.

Ty Lee se removió, inquieta, y luego lanzó un chillido agudo. Salió disparada hacia su equipaje en la parte de atrás de la silla y rebuscó entre la ropa, lanzando una camisa o dos hacia el cielo.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Zuko, en pánico, al ver volar parte de su propia ropa. Ty Lee no respondió. Un momento después, encontró lo que estaba buscando y sacó una larga y ostentosa capa de color rojo, adornada con oro.

—... ¿Dónde conseguimos eso? —se preguntó Aang en voz alta. Ty Lee se la puso apresuradamente en la cabeza y se acomodó la capucha, ocultando sus rasgos—. No eres una fugitiva aquí, ¿verdad?

No tuvo la oportunidad de responder porque aterrizaron en el puente, cuyo trabajo en piedra y construcción rivalizaba con los artesanos del Reino de la Tierra al otro lado del mundo. Tenía un aspecto casi siniestro, tallado en la piedra pómez sacada de las montañas circundantes, pero la roca negra hacía que el llamativo color del oro y el mármol resaltaran aún más.

—¿Quiénes son? —dijo uno de los hombres que había lanzado la señal de fuego. Tenía el cabello recogido en una coleta de fénix y un chaleco abierto sin camisa. Aang soltó un jadeo cuando reconoció al hombre como uno de los miembros de los Guerreros del Sol.


—El Avatar está viajando a la Ciudad Dorada en busca de un Maestro del Fuego Control.

El jefe Bato dejó que sus palabras se asentaran entre los capitanes y los otros jefes que tenía ante él, la mayoría de los cuales llevaban una armadura formal del lobo y las demás armas y utensilios militares que representaban a cada uno de sus clanes. Sentados alrededor de la mesa del consejo, Bato se había quitado el yelmo de Búfalo Yak para que todos pudieran ver su rostro con claridad. Como líder de esta expedición, quería que vieran su rostro, sus ojos llenos de vehemencia. Los grandes oradores y narradores eran muy respetados en las Tribus del Agua, y tener el rostro descubierto, claramente, había dejado que su audiencia pudiese relacionarse mejor con él. Era una de las tácticas favoritas de Hakoda, no hablar como si fuera superior o el señor supremo, como lo habían hecho sus antepasados, sino que se dirigía al resto como uno más de ellos. Casi como un igual, en lugar de un emperador, elegido por los espíritus.

—La Nación del Fuego es fuerte. Son apasionados, obstinados y salvajes. Se necesitará la fuerza de una invasión masiva para derrotarlos —continuó Bato—. Esto nos presenta, perdón por el juego de palabras, una oportunidad dorada.

—Entonces convoquemos a toda la armada e inundemos su ciudad —dijo un capitán, apretando el puño.

—No, no —dijo Bato, inclinándose hacia adelante en su silla. Hizo un gesto sobre el mapa extendido sobre la mesa—. La gente de la Nación del Fuego es poderosa. Su propia ubicación es un enemigo feroz para nosotros, todo son campos volcánicos y montañas. Nuestra agua sería difícil de controlar en ese tipo de lugar. Hay una razón por la que han resistido durante cien años.

—Entonces, ¿qué debemos hacer? —preguntó uno de los jefes, pensativo.

—Los Maestros Fuego solo se involucran en peleas directas y por honor. Lo usaremos a nuestro favor... con un ataque furtivo en la noche. No estarán preparados para eso. Muy pronto, la Nación del Fuego caerá como los Nómadas del Aire.


Aunque los soldados y guardianes de la ciudad se veían exactamente como los Guerreros del Sol, Aang notó que los civiles regulares en las afueras de la ciudad vestían exactamente como nobles de la Nación del Fuego, cada uno con túnicas largas de color rojo, negro y, ocasionalmente, de colores rosas con uno o dos picos en los hombros. Todos llevaban el pelo en moños altos o peinados recogido hacia atrás, decorados con tocados rojos o dorados. Algunos incluso llevaban la cabeza calva con largas coletas de fénix, justo como el hombre que los estaba escoltando, recordándole a Aang a un desterrado Príncipe Zuko. Al pasar, los civiles inclinaron la cabeza a modo de saludo, haciendo tímidas reverencias, como patos tortuga en un estanque.

Aang y los demás fueron conducidos hacia el oscuro túnel, que era lo suficientemente grande como para que Appa pudiera entrar, su única fuente de luz eran las bolas de fuego que ardían sobre las palmas de los soldados. Aang y Azula los imitaron rápidamente, lo que provocó que los guardias soltaran exclamaciones de sorpresa al ver a los dos nuevos Maestros Fuego en medio de ellos.

—Esta montaña es enorme... —dijo Zuko, mirando las paredes del túnel salpicadas por la luz del fuego. Estaban tallados con antiguos murales de dragones y fuego, decorados con incrustaciones de brillantes piedras solares —. ¿La ciudad es subterránea?

—No —dijo uno de los guardias—. Esta montaña solía ser un volcán, así que la ciudad está asentada en el cráter. Este es el volcán más grande de la Nación del Fuego, tal vez del mundo.

—Es conocida como el Ojo de Agni —continuó uno de los otros guardias—. Desde arriba, el borde del volcán y el interior dorado hacen que parezca el gran Ojo del sol.

—Eso es asombroso —dijo Azula.

—La isla incluso tiene la forma de un sol —dijo Ty Lee, atrayendo toda la atención sobre ella. Sus rasgos aún estaban ocultos por su capucha. Las llamas en las palmas de los Maestros Fuego proyectaron una sombra sobre su rostro—. Es casi redonda, con penínsulas en espiral hacia afuera, casi como si fuera una aureola.

—Efectivamente —dijo el primer guardia, mirándola de reojo. Puertas dobles de piedra aparecieron en la oscuridad, señalando el final del túnel. Estaban decorados con dos dragones entrelazados que rodeaban una brillante piedra solar roja. Uno de los guardias dio un paso atrás y clavó un puño, cubierto en llamas, en la piedra, haciendo que las puertas se abrieran lentamente.

—Bienvenidos —dijo, mientras Aang y los demás se protegían los ojos—, a la Ciudad Dorada.

Una luz cálida y dorada brilló al final del túnel cuando las puertas se abrieron, expandiéndose para revelar la hermosa ciudad en todo su esplendor. Los cuatro quedaron casi cegados por el oro que apareció ante ellos. Cada edificio era una obra de arte, todos los tejados tenían toques dorados que asemejaban a garras de dragón. Las calles habían sido delicadamente embaldosados, rectos y uniformes, con varios bloques de oro aquí y allá. La arenisca blanca brillaba casi tanto como el oro, pero palidecía en comparación con el resto de la majestuosidad de la ciudad. Aang no creía haber visto antes tanta riqueza en un solo lugar.

El Avatar, sus amigos y sus escoltas caminaron junto a Appa, mientras los encantados niños asomaban la cabeza para ver a los recién llegados, riendo y chillando de alegría al ver a Appa. Aang deseaba tener al menos tres cabezas más para ver todo lo que lo rodeaba: las palmeras se alineaban con las calles y la vegetación caía de los lados de varias edificaciones como cascadas. La hiedra se enrollaba en el oro y las coloridas flores crecían entre las piedras preciosas. Incluso el agua, esparcida por toda la ciudad en estanques anchos y poco profundos, parecía oro fundido a la luz del sol. Solo Ty Lee tenía la vista clavada hacia adelante, su figura lucía más pequeña de lo habitual bajo el peso de su gran capa.

Una gran estatua estaba en medio de la calle frente a ellos, levantada sobre un estrado. Era la figura de oro de un hombre poderoso, sin camisa, con las manos extendidas, lanzando fuego constante desde sus manos hacia el cielo. Pequeños dragones dorados gemelos estaban enroscados alrededor de su torso, arrojando otras dos corrientes de fuego. Este parecía ser el centro de la ciudad, el núcleo, todo giraba alrededor de esta estatua. Había gente por todas partes, pero todos dejaron bastante espacio para el bisonte y sus compañeros.

Aang no tardó en darse cuenta de que su escolta tenía la intención de llevarlos directamente al palacio, como invitados de honor. Más allá, pudo ver el palacio brillando como un sol, visible para todos los habitantes.

Los ojos de Azula brillaban tanto como el oro que los rodeaba, mientras trataba de asimilar la vista.

—Por fin —dijo. Se volvió hacia Aang con una sonrisa de satisfacción—. ¿Crees que nos organizarán un gran festival? Me vendría bien un festival.


Una isla de hielo flotaba en medio del océano, manteniendo una docena de los barcos de Bato unidos, mientras esperaban en su posición y se preparaban para el asalto. Dentro de tres días, comenzaría el plan de Bato. Caminó por la cubierta de su barco, sus botas resonando contra el suelo de madera. Todos los barcos crujieron y se quejaban por el hielo que los unía, pero esto había facilitado el intercambio de suministros entre los barcos.

—Hombres, iremos de cacería —anunció Bato a sus marineros—. Como tal, necesitaré a los mejores cazadores de cada clan presentes. Al amparo de la noche, nos infiltraremos en su ciudad y la tomaremos desde dentro. Voluntarios, levántense y den un paso adelante, y los marcaré con el valor y la destreza.

Y ahora la tripulación del príncipe Sokka estaba bajo su mando para el asedio, por lo que ese obstáculo estaba fuera del camino.


Lady Kanna estaba preocupada por su nieto.

Pasó horas encerrado en su habitación entre sus mapas, pieles e inventos, meditando, planificando y dibujando bocetos para varios juguetes nuevos. No era saludable, pensó, necesitaba luz del sol y aire fresco. Solo salía por las tardes para comer y entrenar. Capturar al Avatar se había convertido en una obsesión para Sokka… y había mejorado ahora que el Avatar había regresado después de cien años.

Entonces, con un tablero de Pai Sho bajo del brazo y una bandeja de sus galletas favoritas, Kanna caminó por el corto pasillo del barco y entró en la habitación del Príncipe después de llamar brevemente a su puerta.

—Pensé que mis órdenes habían sido claras —dijo Sokka sin emoción en su voz—. No me molestes.

Estaba sentado perezosamente en su silla, haciendo girar en sus manos un pequeño artilugio de madera mientras miraba inexpresivamente el mapa del mundo clavado en su mesa de caoba. Afortunadamente, había dejado que la luz del sol entrara en la habitación a través de una ventana, pero aparte de eso, solo había una linterna. Como siempre, sus pieles de oso polar, plumas de gallina ártica y numerosas armas estaban colgadas en las paredes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Kanna, cerrando la puerta detrás de ella.

—Trato de pensar en un plan —respondió—. Por favor, vete.

—¿Un plan para hacer qué?

—Ahora que mi tripulación me ha dejado por Bato... tengo que infiltrarme solo en la Ciudad Dorada.

—¡¿Qué?! —exclamó—. ¡Ningún nieto mío se va a involucrar en algo tan peligroso!

—Estoy formando un plan —respondió—. Solo déjame pensar. Antes de que se vaya. —Cuando ella no se movió, él la fulminó con la mirada—. Ugh, abuela, vamos. Se está alejando.

—Bato no te permitirá unirte a la invasión ya que te negaste a estar a sus órdenes —dijo Kanna, dando un mordisco a una de sus galletas—. Pero algunos barcos de su flota aún están cerca. Te está vigilando.

—Entonces apartaré su vista de mí —dijo, levantando los pies e inclinándose hacia adelante con una sonrisa casi salvaje—. Tengo una idea.

—¿Cómo?

—Envía esta carta —dijo, tomando un pincel y tinta. Trazó varias pinceladas con una floritura, su entusiasmo era evidente. Cuando terminó, agitó el papel para secarlo y se lo entregó a Kanna con una sonrisa—. Fingiré mi propia muerte.


La sala del trono del palacio era escalofriantemente similar a la del antiguo capitolio de la Nación del Fuego que Aang recordaba. Los pilares monolíticos, el fuego ardiendo detrás del trono y los fríos pisos de mármol, trajeron recuerdos horribles que Aang nunca había querido revivir. Sin embargo, la única diferencia esta vez era el hombre sentado en el trono y las personas sentadas a los costados. Aang reconoció a una de ellas: su cabello, de un blanco puro, estaba más limpio de lo habitual y estaba recogido en un moño alto, pero esa mirada escrutadora era inconfundible.

El Maestro Jeong Jeong.

Aang, Zuko, Azula y Ty Lee fueron conducidos a la sala del trono donde se inclinaron ante el Señor del Fuego. Aang se estremecía con cada paso, lleno de una ira y un miedo inesperados. Ty Lee le dirigió una mirada furtiva y esto le hizo preguntarse si su aura hervía de cólera. Afortunadamente, este Señor del Fuego no era Ozai, por lo que Aang no se abalanzó sobre él con una justa e incontrolable furia.

—El Avatar no tiene por qué inclinarse ante mí —dijo el Señor del Fuego—. Eres un invitado de honor.

—Gracias. Es estupendo estar aquí por fin —respondió Aang en tono respetuoso. La vista de este hombre lo tranquilizó: parecía severo pero fuerte, con un fuego en sus ojos que lo delataba como un digno líder de este pueblo. Su cabello negro estaba recogido en un moño alto, al igual que los demás, pero solo tenía un tocado rojo de tres puntas, muy distinto del tocado dorado de cinco puntas que Aang veía a Ozai usar normalmente. Antes de que Aang pudiera decir algo más, los ojos del Señor del Fuego se agrandaron.

—¿Señor del Fuego, qué pasa? —preguntó Aang, tratando de seguir su mirada. ¿Estaba mirando a… Azula?

—No soy el Señor del Fuego —dijo el líder, mirando a Aang—. Soy simplemente el Gran Jefe Zhuzhen... pero esa chica es más de la realeza que yo —Y luego... se inclinó ante Azula, seguido por Jeong Jeong y los otros dos o tres hombres y mujeres detrás de él—. Ella es la heredera legítima de la Nación del Fuego.

Azula solo bostezó.

—No, no lo soy, técnicamente mi tío lo sería. ¿Cómo lo supiste?

—Tu tocado dorado —dijo el Gran Jefe, parpadeando—. Era el símbolo de la realeza en la antigua Nación del Fuego.

—Sí, y ahora es solo una reliquia familiar y, desafortunadamente, yo no soy una princesa —dijo Azula—. Y mi hermano no es un príncipe —Aang recordó que se le habían mencionado esto antes, hace varias semanas cuando le contaron por primera vez la historia de ese tocado... En un mundo diferente, si las cosas hubieran sucedido de cierta manera, Azula habría sido una tirana de la realeza...—. Esto no significa nada ahora. Nuestro lugar no está en la Ciudad Dorada para gobernar.

—Un grupo interesante se ha presentado ante nosotros... —musitó el Gran Jefe—. El Avatar, el príncipe y la princesa de un antiguo linaje... y una figura encapuchada. No permitiré tal falta de respeto en mi salón del trono. —Ty Lee se quedó inmóvil.

Azula se cruzó de brazos.

—Solo hazlo y escúchalo —le dijo a la otra chica—. Deja de acobardarte. Apuesto a que ni siquiera sabrán ni les importará quién eres.

—Si tú lo dices, Azula... —suspiró Ty Lee, quitándose la capucha.

Hubo un momento de silencio.

—¿Ves? Te dije que ella no era nadie importante —dijo Azula con aire de suficiencia a nadie en particular.

—¡Princesa Ty Lee!

Tres pares de ojos se abrieron de par en par y se volvieron hacia su compañera al unísono. Ty Lee se removió inquieta bajo sus mirada.

—... Hola, papá —dijo dócilmente.

Zuko se agarró la frente como si fuera incapaz de comprender las palabras que había escuchado.

—¿Ty Lee es una princesa? —Aang sintió que su propia cabeza daba vueltas ante la ironía de la situación.

—No esperaba verte de regreso —dijo Zhuzhen, su rostro se volvió frío y distante de repente. Jeong Jeong y los demás se quedaron en silencio, mirando con calma a la princesa frente a ellos—. ¿Por qué te escapaste?

—¡Por la misma razón que lo hicieron todas mis otras hermanas! —le gritó al hombre, de pie, en toda su altura—. ¡No quería gobernar! ¡No estaba lista! ¡Nunca estuve lista!

—Ese es tu deber, Ty Lee —dijo finalmente Jeong Jeong—. Como princesa y heredera, tu deber es para con tu gente.

—¡Pero yo era la menor de las siete! —Tembló, tratando de reprimir sus conflictuadas emociones y aflicciones, finalmente luchando por salir a la superficie—. Nunca esperé tener que gobernar... pero cuando todas las demás se escaparon de casa...

—La responsabilidad recayó sobre ti de repente —dedujo Zuko, dándole a Ty Lee una mirada comprensiva—. Fue lo mismo para mí y Azula cuando mamá murió y papá se fue...

—¿Por qué huyeron todas tus otras hermanas? —preguntó Aang con suavidad.

—Por la misma razón que yo... no estaban listas para gobernar. Primero, mi hermana mayor se escapó, y la responsabilidad siguió pasando a cada una de nosotras en orden... hasta que llegó a mí. —Lágrimas calientes corrían por su rostro. Tenía la cabeza gacha, tratando de que su padre no las viera.

—Pero luego querías volver... con nosotros —dijo Azula—. Eso no tiene sentido.

—No sé... no pensé en lo que hice hasta después de que me había unido a ustedes. Parecía una oportunidad perfecta en ese momento... ir a casa, ver si alguna de mis hermanas estaba de regreso... tratar de arreglar las cosas con Papá… —Su voz tembló—. Pero sabía que sería un error. —Salió corriendo de la cámara.

—¡Ty Lee, espera! —gritó Zuko, corriendo tras ella.

Aang se volvió hacia el Gran Jefe Zhuzhen y sus Sabios del Fuego.

—Lo siento... ni siquiera sabíamos que solía vivir en la Ciudad Dorada.

—Está bien —dijo el Gran Jefe con un suspiro, masajeándose las sienes—. Solo espero que no vuelva a huir… —Su voz se fue apagando—. Quizás estaba siendo injusto con ella. Gracias por traerla a casa.

—Bueno, basta de eso —dijo Azula, agitando la mano despectivamente en dirección a Ty Lee—. Aang y yo vinimos a buscar un Maestro de Fuego Control. ¿Tiene alguno en mente?

—Bueno... —comenzó Zhuzhen.

—¿Qué hay de él? —cuestionó Aang, señalando directamente a Jeong Jeong—. Parece poderoso.

—El Maestro Jeong Jeong es el Maestro Fuego más fuerte de toda la ciudad —dijo el Gran Jefe. A Azula se le iluminaron los ojos—. Pero no enseña.

—¿No enseña a quién? —preguntó Aang, preocupado. ¿Tendría el mismo problema que tuvo con Pakku y Katara...?

—Yo no enseño a nadie —dijo Jeong Jeong, su voz tan rígida como siempre.

—¿Por qué no? —preguntó Azula, sonando un tanto insultada.

—Todavía no he encontrado un estudiante digno —dijo el Maestro Fuego.

—Bueno, él es el Avatar —Azula le hizo un gesto a Aang—. Y yo soy su mejor amiga —razonó. Aang se rio para sus adentros. Decidió sentarse y dejar que este evento siguiera su curso—. Somos bastante dignos.

—No —dijo Jeong Jeong rotundamente.

Azula le lanzó una de sus penetrantes miradas al Maestro. Abrió la boca para hablar.

—Como princesa de la Nación del Fuego...

—No eres una princesa —interrumpió Jeong Jeong, alisando su chaleco rojo, blanco y dorado—. Lo has admitido.

Ahora Azula estaba empezando a enojarse.

—¡Jefe Zhuzhen, ordénele que me enseñe!

—Estoy seguro de que puedes encontrar otro Maestro —trató de apaciguarla el Gran Jefe.

Azula apretó la mandíbula con determinación.

—Solo aprenderé de los mejores.

—Te hace falta paciencia y disciplina —dijo Jeong Jeong—. Ve con los otros alumnos y aprende primero ejercicios sencillos de respiración y meditación.

Azula fulminó con la mirada al Maestro de Fuego Control.

—Muy bien —dijo, totalmente rígida—. Superaré al resto de la competencia y luego volveré para que me juzgues. —Se dio la vuelta rápidamente y salió de la sala del trono sin mirar atrás.

—Pido disculpas por ella también —dijo Aang con una sonrisa. Zhuzhen se rio entre dientes.

—Asegúrate de regresar al palacio esta noche... se hará un festival en su honor —respondió el Gran Jefe—. Te encontraremos un Maestro.

—En realidad, comparto la opinión de Azula —declaró Aang—. Creo que solo Jeong Jeong servirá. —Notó la expresión ligeramente divertida del Maestro, pero no hizo ningún otro comentario—. Hasta esta noche, señor, Maestro —dijo Aang, dirigiéndose al jefe y al Maestro Fuego. Ellos asintieron con la cabeza y se fue.

Hizo una nota mental para felicitar a Azula más tarde.


—¡Ty Lee! —Zuko bajó corriendo los escalones de piedra del Palacio, siguiéndole los pasos tras la angustiada chica. El sol había comenzado a ponerse detrás del borde de la caldera, ensombreciendo la ciudad—. ¡Ty Lee, espera!

La chica finalmente se detuvo al pie de los escalones y se sentó, poniendo la cabeza entre las manos.

—Seguro que ahora crees que solo soy una mimada niña rica, ¿no?

Zuko se detuvo y se sentó a su lado.

—Eso no es cierto.

Ella soltó una risita.

—¡Mírame! Estoy llorando por nada. ¡Esta ciudad entera será mía! —Extendió las manos como para abarcar el mar de oro que tenía ante sí—. Se supone que debo ser feliz.

—Pero en lugar de eso escapaste —dijo Zuko—. Está bien... puedo entender un poco como te sientes.

—¿En serio?

—Fue como dije allá dentro —continuó—. Después de que mamá muriera y papá se fuera a la guerra, toda la responsabilidad de la aldea recayó sobre nosotros dos. Tuvimos que encargarnos de la caza, de proteger a todos e incluso tuvimos que asumir el liderazgo... todo lo que teníamos para ayudarnos era nuestro tío Iroh.

—Sí, pero, aparentemente, ustedes dos lo estaban haciendo bien —dijo Ty Lee—. He vivido toda mi vida en el palacio, protegida desde que nací... No sé realmente cómo dirigir una ciudad tan grande.

—Al menos tuviste la oportunidad de ver el mundo real —dijo Zuko—. ¿Hace cuánto tiempo huiste?

—Hace casi un año… —dijo, dejando escapar un profundo suspiro—. Y supongo que fui la primera en volver. Tal vez sentía un poco de nostalgia.

—¿Cuántas hermanas tienes? ¿Todas ellas huyeron? —preguntó Zuko, su voz llena de sorpresa.

—Sí... La mayor era Ty Lokka... Ella escapó primero. Luego fue Ty Luko, y Ty Zula la siguió. Luego fueron Ty Ru y Mai Lee, y luego... Su San.

—¿Sabes dónde está alguna de ellas? —preguntó Zuko con el ceño fruncido.

—No... —Se hizo un ovillo—. Quiero decir, supongo que puedo esperar a que alguna vuelva a casa antes de que llegue mi momento de gobernar. Pero ninguna ha escrito ni nada. Y sé que papá está muy preocupado por todos ellas.

La rodeó con su brazo para intentar hacerla sentir mejor.

—Bueno... tal vez puedas quedarte con nosotros hasta que llegue tu momento de gobernar... y entonces volveremos para apoyarte —le susurró al oído. Ella se dejó atrapar por sus palabras y giró la cabeza para mirar sus ojos sinceros. Se movieron al unísono, para besarse.

Y antes de que sus labios se tocaran, ella se apartó.

—No, no puedo.

—¿Por qué no? Pensé que te gustaba —dijo. No podía fingir que no se sentía herido, especialmente cuando ella se puso de pie y se alejó de él.

—Me gustas, Zuko...

—¿Entonces por qué no podemos estar juntos? Todo estaba bien antes de venir aquí. —Ella siempre había sido la primera en expresar sus sentimientos. No pudo evitar repasar los eventos de los últimos días en su mente, preguntándose dónde podría haber metido la pata, pero sus siguientes palabras lo detuvieron en seco.

—Porque... estoy comprometida. ¡Me voy a casar!

Y luego salió corriendo de nuevo, pero esta vez fue incapaz de seguirla.


La figura semimetálica hacía ruido a cada paso, aplastando ramitas y piedras bajo sus pies. Caminaba tranquila y abiertamente al amparo de la noche, dispuesto a cumplir su misión. Este trabajo lo había llevado a una ciudad portuaria en los límites de la Nación del Fuego, específicamente, a un muelle de la Armada de la Tribu Agua.

Se detuvo frente al barco del Príncipe Sokka.

Y de repente, desde el tatuaje en forma de ojo en su frente, un único rayo de luz salió disparado hacia el barco de madera, destruyendo gran parte de él con una explosión. Un segundo y un tercer rayo le siguieron, envolviendo la nave en llamas, reduciendo al barco y a cualquiera que estuviera allí dentro a cenizas.

Cumplida su misión, el Hombre Combustión abandonó la escena para cobrar su paga.


Toda la Ciudad Dorada estaba llena de vida bajo el cielo nocturno, celebrando un festival en honor al Avatar y sus amigos del sur. Los tejados dorados brillaban a la luz de las hogueras que rodeaban la ciudad, iluminándolo todo incluso con el cielo oscuro en lo alto.

Zhuzhen, Aang, Ty Lee, Zuko y Azula estaban sentados en la cabecera de una mesa gigantesca llena de más platillos de la Nación del Fuego de los que Aang podía nombrar. Vio calamares y pescado fritos, platos de arroz que acompañaban cuencos de carne humeante, cuyos jugos y especias hacían que le picara la nariz. Alguien le pasó una ración de adobo de cerdo cocido a la brasa, cubierto en una salsa de soja, mientras que alguien más le sirvió una cucharada del guiso de cola de jabalí y verduras en salsa de maní. Otros le ofrecieron alimentos más dulces, hechos de piña o plátano. El Maestro Jeong Jeong y dos Guerreros del Sol se batieron en duelo a tres bandas en una plataforma elevada. Azula quedó fascinada por el poder de su Fuego Control.

Anillos de fuego rodearon a cada uno de los tres Maestros. Hubo bengalas y cohetes, bolas de fuego, movimientos acrobáticos, puñetazos y patadas y fuegos artificiales lanzados al aire detrás de ellos en deslumbrantes demostraciones de color. Terminaron el espectáculo lanzando corrientes de fuego al centro de la plataforma, lo que desató un infierno de llamas rojas.

Azula ignoró las cavilaciones de Zuko, la cuidadosa mirada de Aang y el inusual comportamiento abatido de Ty Lee. La relación de la princesa y el Gran Jefe parecía ser distante y fríamente cordial tras los acontecimientos del día. No volvieron a tocar el temas de la huida de Ty Lee o su ascensión al trono cuando alcanzara la mayoría de edad.

Mientras Azula observaba la simulación del duelo de fuego en la plataforma, sus ojos se abrieron cuando se le ocurrió una repentina, aunque loca, idea. Incapaz de esperar a que la presentación terminara, se levantó de su asiento y se acercó a la plataforma, hablando en voz alta con Jeong Jeong e interrumpiendo el duelo.

—¡Te desafío a un duelo! —gritó ella. Todos quedaron en silencio cuando los Maestros Fuego detuvieron su actuación y la miraron desde arriba, tan atónitos como el resto. Solo Jeong Jeong, que ahora vestía un chaleco con hombreras puntiagudas de oro para el espectáculo, no pareció inmutarse.

Ty Lee dejó caer los palillos en su plato con estruendo.

—¡Azula, no lo hagas! —le gritó a su amiga.

—¿Conoces las reglas de un Agni Kai? —Jeong Jeong le habló con frialdad. Azula no respondió y Aang se preguntó si alguna vez había oído hablar del término en este mundo—. En un Agni Kai, luchamos a muerte. No son tomados a la ligera.

—Si gano, solo quiero que nos enseñes a Aang ya mí —dijo Azula, su voz llena de orgullo—. Sin embargo, si resultas victorioso, puedes apegarte a las reglas que desees.

Zuko se golpeó la frente con la palma de la mano.

—Mi hermana es muy inteligente, pero a veces es una idiota...

Aang se levantó y saltó sobre la mesa, cayendo al lado de Azula.

—Azula, no voy a dejar que pelees una batalla por mí. Nos batiremos en duelo juntos contra él.

—Aang, esta es una batalla de honor. No entiendes nuestras costumbres, no te metas —le dijo con cierta dureza, con los ojos fijos en el Maestro de Fuego Control.

—Muy bien —dijo Jeong Jeong, haciendo un gesto a los otros Guerreros del Sol para que despejaran la plataforma. Azula saltó para tomar su lugar, adoptando una postura de Fuego Control—. Acepto tu desafío. Si pierdo, volveré a aceptar aprendices de Fuego Control. —El rostro del hombre se endureció—. Comienza.

Azula no perdió el tiempo, inmediatamente, tomó la ofensiva con dos golpes rápidos y una patada, liberando dos bolas de fuego y un arco de llamas. Jeong Jeong se esquivó las bolas de fuego inclinándose y partió el arco por la mitad con la mano, liberando, a continuación, una corriente constante de fuego que rodeó a Azula y la envolvió en llamas. La chica metió las manos juntas en el infierno ardiente y las extendió, dispersando el ataque mientras corría para acercarse a su oponente, disparando una ola de fuego desde sus palmas.

Jeong Jeong respondió con un colosal muro de fuego que cubrió toda la arena y más, absorbiendo fácilmente el ataque. Su joven oponente lo tomó por sorpresa cuando atravesó la pared con una ráfaga de fuego salida de su puño, casi golpeándolo en la cara, pero él redirigió su brazo y la empujó hacia un lado. Él lanzó una patada de fuego en su dirección mientras ella se tambaleaba, pero la chica se levantó del suelo y giró las piernas en el aire, casi tirándolo al suelo con un remolino de fuego.

—Entrenar con ella valió la pena, Aang —le dijo Zuko a un divertido Avatar.

—¿Ha sido suficiente para demostrarte lo buena que soy? —le preguntó Azula al anciano, sonriendo.

—No —respondió rotundamente—. No tienes ningún control sobre tus llamas, estuviste a punto de lastimar a los otros varias veces. El fuego está...

—Vivo, lo sé —lo interrumpió.

El Maestro formó una bola de fuego en sus manos y se la arrojó a Azula, quien cruzó los antebrazos para bloquear el ataque, pero aun así logró empujarla hacia atrás. Jeong Jeong metió los brazos en su cuerpo por un momento y reunió una inmensa cantidad de calor, liberando un infierno de llamas giratorias que lo cubrió con un escudo de fuego y disparó un rayo de fuego a Azula. Ella había reunido suficiente fuego para protegerse de la mayor parte del ataque, pero la fuerza del golpe la empujó hacia atrás y cayó de la plataforma. Sin embargo, se recuperó rápidamente y se abalanzó hacia él, lanzando una llamarada continua con sus puños unidos. Su moño estaba deshecho y su tocado había caído al suelo con un estrépito. El Maestro Fuego Control sostuvo ambas manos frente a él, protegiéndose del poder del ataque mientras el fuego se desviaba por sus costados, haciendo que Aang sintiera el calor de las llamas mientras se acercaba tanto a la batalla como le era posible.

Azula no se detuvo con la corriente de fuego, por lo que Jeong Jeong se acercó a ella. Para Aang, el calor se estaba volviendo más intenso mientras se acercaba, pero el Maestro presionó la fuerza de las llamas de la chica con su propio fuego. Finalmente, la joven Maestra detuvo la oleada de poder mientras su oponente se acercaba, pero él formó una bola de fuego con los restos de su llamarada y se la arrojó.

El poderoso ataque la alcanzó de lleno y la tiró hacia atrás de nuevo, pero, esta vez, le resultó demasiado doloroso ponerse de pie y seguir luchando. Ella gimió desde el suelo, esperando recibir el golpe final.

En cambio, el Maestro de Fuego Control se distrajo con un destello dorado que venía del suelo y se arrodilló para recoger el tocado. Sus ojos se abrieron al reconocer el artefacto.

—No lo creo —dijo Jeong Jeong, su voz llena de sorpresa.

—¿Qué es lo que no crees? Ya sabes de mi linaje —espetó Azula. Se incorporó lentamente, encogiéndose de dolor.

Jeong Jeong le dio una de sus características expresiones estoicas.

—Honestamente, pensé que era una falsificación. Se han hecho muchas réplicas de esta corona a lo largo de los años, pero esta, en específico, tiene un rasguño en el interior por un accidente que recuerdo bien. No sólo desciendes de la antigua realeza de la Nación del Fuego... Conozco a la última persona a la que perteneció este tocado. Lo he visto antes.

—Sí, antes, cuando entramos por primera vez al palacio —dijo mordazmente—. ¿Me vas a matar o no?

Él la ignoró.

—No me refiero a eso. Antes era mío. Este tocado le pertenecía a un hombre llamado Iroh, y en los días de la realeza de la Nación del Fuego, era costumbre que el Príncipe Heredero se lo diera a un amigo de confianza para que lo cuidara... Era una forma de hermandad.

—¿Qué? ¿Conoces a mi tío? —preguntó la joven Maestra Fuego. Los ojos de Aang se abrieron de par en par al reconocer la escena. ¿De verdad los mundos eran tan similares, en esencia, que eventos parecidos podrían suceder con personas completamente diferentes?

—Eres del archipiélago del sur, ¿no? Viví en tu pueblo hace muchos años. Iroh era mi mejor amigo cuando éramos jóvenes, pero cuando llegó el momento de irnos a la guerra, al cumplir la mayoría de edad, tuve miedo. No creía en la guerra o en las razones que nos dieron para luchar en ella —dijo Jeong Jeong, mirando el tocado dorado posado en su palma.

—¿Qué pasó? —preguntó Azula, poniéndose de pie. Zuko, Ty Lee, Zhuzhen y todas las demás personas de la fiesta estaban paralizadas y en silencio.

—Iroh me ayudó a desertar y venir aquí —continuó Jeong Jeong—. Hui deshonrado, pero él no me juzgó ni por un instante. Le debo la vida... los soldados del pueblo me habrían golpeado si me negaba a unirme a ellos. Dejé este tocado atrás, lo devolví a sus legítimo dueño, porque no creía que mereciera la hermandad de Iroh.

—Nunca supe que el tío luchó en la guerra… —dijo Zuko, asombrado.

—Lo he decidido —dijo Jeong Jeong, enderezando su postura—. Te enseñaré, Azula. Le debo mucho a tu tío. Y al Avatar, si todavía desea aprender de mí.

—Por supuesto, Maestro Jeong Jeong —dijo Aang, inclinándose respetuosamente ante él. El recuerdo de la muerte de Jeong Jeong en medio de las llamas plagaba su mente. Había muerto en la batalla el día del Cometa de Sozin, pero se había llevado consigo a muchos Maestros Fuego con su poder. Esta vez, esperaba compensárselo.

Azula aceptó de vuelta su tocado del manos del Maestro y, para sorpresa de todos, también hizo una profunda reverencia.

—Será un honor aprender con usted.


Kanna fue conducida al camarote privado de Bato en su barco, con una expresión de tristeza en su rostro. El jefe del clan estaba sentado en una pequeña mesa bebiendo té cuando ella llegó.

—Lady Kanna, es un placer —dijo—. ¿Ha aceptado mi oferta?

Ella sollozó en su pañuelo.

—Lo siento, Jefe Bato —dijo con voz ronca—. El dolor por la muerte de Sokka todavía me pesa...

—Entonces debería unirse a la invasión y presenciar mi gloriosa victoria sobre los restos de la Nación del Fuego, en venganza por nuestro lobo perdido. Sus habilidades curativas son conocidas en toda la Nación del Agua, y su ayuda será imprescindible para la victoria. Acepte sanar a todos nuestros heridos y así evitará que se pierdan más vidas, en honor a nuestro venerable príncipe —dijo mientras ella se sentaba a la mesa. Bebió una taza de té caliente que ayudó a calmar sus nervios—. ¿Sabe algo del ataque? —le preguntó el jefe—. ¿O de la persona que estaba detrás de esto? Reciba mis más sinceras condolencias. El emperador no se tomará esta afrenta a la ligera.

—Sí... El asesino conocido como el Hombre de Combustión estaba detrás de esto. Nos hemos encontrado con él antes —dijo en voz baja—. Sin embargo, ayudaré en tu misión, en nombre de mi amado nieto —Levantó su taza de té en un brindis—. Por la Nación del Agua.

—Por la victoria.


Aang y Jeong Jeong estaban en medio de una meditación silenciosa mientras el sol salía y se elevaba, centrando el calor en sus cuerpos. Estaban sentados juntos sobre una plataforma con vista a la ciudad, flanqueados por estilizadas estatuas doradas de dragones en forma de bloque. Aang sintió cierta inquietud por la posibilidad de volver a aprender de Jeong Jeong, pero esperaba ser más paciente esta vez.

Azula irrumpió en la escena con fuego ardiendo en sus manos, pateando y girando mientras practicaba las formas de su viejo pergamino de Fuego Control.

Jeong Jeong suspiró.

—Realmente no conoces el valor de la meditación, ¿verdad?

—Ahora mismo, no —dijo—. Siento el fuego cobrar vida dentro de mí. Quiere salir. ¿No lo sientes tú también, Aang?

—Sí —dijo Aang, abriendo un ojo y tratando de ocultar su sonrisa—. Pero, eh, el Maestro Jeong Jeong cree mucho en eso de sentarse, quedarse quieto y respirar. Probablemente deberíamos escuchar sus consejos.

Ella puso los ojos en blanco, pero sonrió y se sentó a su lado.

—Muy bien, pero ¿cuándo comenzamos con formas complejas de Fuego Control?

Chapter 20: El Asedio Dorado, Parte 1

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Libro 1: Fuego

Capítulo 19: El Asedio Dorado, Parte 1

 

Se inclinó hacia atrás bajo la corriente de fuego carmesí, que pasó peligrosamente cerca de su cara, y el calor que recorrió su cuerpo hizo que sus ropas se agitaran como si estuvieran al viento. Curvó la espalda y se puso de pie, contraatacando con una ráfaga igualmente poderosa que salió de sus puños. Se las arregló para hacer que las llamas formaran un arco, lo que era bastante posible desde esa distancia.

Su oponente cargó fuego en las puntas de sus dos dedos extendidos e hizo estallar un infierno que se dirigió hacia él, consumiendo por completo su ataque, mucho más débil que el de ella, y apresurándose a arremeter hacia él. El joven, a modo de defensa, formó un grueso muro de fuego que lo rodeó y le sirvió de escudo, protegiéndolo de la explosión.

—¡Están alardeando demasiado! ¡Utilicen ataques más directos! —les gritó su maestro.

Una bola de fuego de tamaño normal cobró vida en las puntas de los dedos de la chica quien, siguiendo el consejo de su maestro, se concentró en el joven que tenía delante. Ella disparó una llamarada, más pequeña y veloz que las anteriores, esperando desorientar a su oponente. Sin embargo, él saltó por encima de las llamas y contraatacó desde el aire.

—¡Hey, eso no es justo! ¡Está usando Aire Control! —gritó Azula.

Aang aterrizó, manteniendo su postura de Fuego Control.

—Claro que no. Simplemente salté muy alto —respondió con una sonrisa de satisfacción. Ella lo miró fijamente, lanzando una poderosa bola de fuego de largo alcance. Aang llevó la palma de su mano hacia adelante, respondiendo al ataque con una continua y poderosa ráfaga de fuego que salía desde sus manos. Mantuvo la fuerza de sus llamas mientras volaban hacia ella. Luego saltó hacia adelante en una doble voltereta frontal y disparando otra ráfaga con sus pies juntos.

Azula logró crear un escudo de fuego a tiempo, pero la fuerza de la explosión hizo que se deslizara hacia atrás. Ella se recuperó rápidamente, disparando otro tiro que explotó a los pies de su contrincante. Salió despedido hacia atrás, pero se recuperó dando una voltereta en el aire, aterrizando limpiamente en el suelo. Ella giró dos veces, continuando con su ataque y pateando dos arcos de fuego hacia él.

Aang respondió haciendo complejos movimientos con sus manos y elevando una palma, levantando una pared de fuego que absorbió fácilmente las llamas. Luego convirtió la pared en un ataque y lo envió en su dirección, pero ella lo atravesó con las manos juntas y disipó la pared. Corrió hacia el Avatar con dagas de fuego en las manos, blandiéndolas como si fuera una experta en la lucha con cuchillos. El chico retrocedía un paso más con cada corte que esquivaba, pero se las arregló para saltar lo suficientemente lejos de ella para atacarla con un disco de fuego ardiente.

Ella lo esquivó, convirtiendo sus dagas en látigos y sacudiéndolos en dirección a Aang desde las distancia. El Avatar fue capaz de saltar y evitar los golpes, pero una enorme ráfaga de fuego destruyó los látigos.

—Suficiente —dijo Jeong Jeong, interrumpiendo su sesión de práctica. Tanto Azula como Aang aceptaron agradecidos el breve descanso, encorvándose y respirando profundamente—. Ustedes dos han progresado más que cualquier estudiante que haya tenido en el pasado. Gracias a su feroz determinación, ambos están casi listos para volverse Maestros.

—¿Casi? —Azula soltó un suspiro exasperado—. Hemos estado trabajando muy duro. —Se había visto obligada a recoger su cabello en un moño apretado, estaba sudando demasiado por el calor del Fuego Control.

Aang se tumbó en el suelo, clavando la vista en el cielo despejado. Su pecho subía y bajaba con sus continuas y profundas respiraciones. Estaba dominando el Fuego Control mucho más rápido de lo que había dominado el Agua Control en su propio mundo, aunque, esta vez, tenía la ventaja de contar con sus conocimientos previos. Todas las habilidades y técnicas que había aprendido estaban regresando a él; era como si solo tuviera que ejercitar sus “músculos de control” para recuperar toda su fuerza. Por eso estaba dominando el Fuego Control tan rápido.

Pero Azula... ella no contaba con ese conocimiento previo. Su rápido progreso se debía a su propia habilidad. Ella era una verdadera prodigio.

—Ustedes dos solo han estado aprovechando el poder destructivo del Fuego Control —explicó su Maestro—. El fuego es el elemento de la armonía y la vida.

—Bueno, el fuego tiene dos lados —dijo Aang. Él ya sabía esto—. Está el lado destructivo y el lado de la “armonía y la vida”. Solo estamos usando... ambos.

Jeong Jeong le envió una mirada penetrante, con las manos cruzadas a la espalda.

—¿Estás tratando de instruirme sobre mi propio arte? ¿Has sido testigo de la verdadera destrucción que puede provocar el fuego? Si permites que tu Fuego Control se salga de control, puede consumirte —Aang le devolvió la mirada. Había visto ambos lados del Fuego Control. Su Maestro no tenía derecho de asumir que no lo había hecho.

Azula suspiró de nuevo.

—Pero somos mejores que eso.

Fue el turno de Jeong Jeong de suspirar.

—Es por eso que no he aceptado a un estudiante de Fuego Control en tantos años. Todos se preocupan solamente por superar a sus enemigos con puro poder. Primero deben entender la calidez y la vida que el fuego trae consigo antes de poder convertirse en verdaderos Maestros —Jeong Jeong comenzó a alejarse—. Ahora piensen en eso mientras meditan.

Azula puso los ojos en blanco.

—Nos va a volver a dejar aquí por otras tres horas, ¿no es así?

—¡A meditar!


Zuko y Ty Lee caminaban juntos en círculos alrededor de la fuente de fuego dorado.

Sin embargo, la acróbata se estaba equilibrando sobre el borde de piedra, lo que la hacía estar a unos centímetros más arriba que él.

—¿No es divertido? —preguntó Ty Lee—. Solo pasar el rato... como amigos.

—Sí. Como amigos —confirmó Zuko, aunque no le gustaba decirlo.

—Solo como amigos —dijo Ty Lee.

—Es solo una relación platónica —reafirmó Zuko.

—Sin sentimientos románticos en absoluto, nop.

—Sí, por tu compromiso y todo eso.

Ambos se miraron el uno al otro.

—Esto no va a funcionar —dijeron al mismo tiempo.

Ty Lee suspiró y se sentó, abatida.

—Lo siento, Zuko.

—Está bien, aunque no lo entiendo del todo... —dijo, aunque mentía. No estaba bien—. ¿No son los matrimonios concertados una tradición de la Tribu Agua?

—Sí —dijo ella—. Pero soy de la realeza. Mi papá necesita casarme algún día, para poder gobernar la ciudad junto a mi esposo —Zuko se sentó a su lado—. No tengo la libertad de elección como el resto...

—Esa es parte de la razón por la que te escapaste, ¿no? —preguntó Zuko—. Ni siquiera lo amas, ¿verdad?

—Ese no es el punto —dijo Ty Lee, sacudiendo la cabeza—. Es mi deber. ¡He estado comprometida con ese chico desde que nací!

—¿Quién es? —preguntó Zuko.

—El hijo de un noble.

—¿Al menos te gusta siquiera? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Es muy engreído —admitió Ty Lee—. Nuestros padres intentaron que jugáramos juntos una o dos veces cuando éramos niños, pero él era un algo molesto e inmaduro y peleábamos mucho... Ahora, apenas hablamos.

—Parece que será un matrimonio feliz —comentó Zuko con sarcasmo.

—Bueno, no me casaré con él hasta que tenga la edad suficiente —dijo Ty Lee—. Solo tengo catorce.

Suspiraron juntos.

—Supongo que no hay nada que podamos hacer, por ahora —dijo Zuko.


Como parte de la familia real de la Tribu Agua del Sur, Kanna tenía el privilegio que ninguna otra mujer tenía: podía unirse al Almirante Bato en la plataforma de observación del buque insignia. Como jefa de la división de sanadores, Kanna estaba al tanto de toda la planificación e incluso se suponía que debía estar en la primera línea de cualquier batalla, al igual que el resto de sanadores. Sin embargo, todas las mujeres tenían prohibido luchar.

Como si Kanna alguna vez hubiera hecho caso de esa regla en particular.

Bato estaba de pie con porte orgulloso, tenía las manos juntas a la espalda mientras la nave insignia se acercaba al pequeño tramo de tierra firme conocido como Ojo de Agni. Kanna conocía muy bien todo el misticismo y las leyendas que rodeaban a la isla, pero el almirante Bato parecía ignorarlo por completo.

De alguna manera, Bato había conseguido una versión moderna y actualizada de una de las armaduras de los soldados de la Nación del Fuego, la cual estaba usando en este momento. Otros diez Maestros Agua, disfrazados con atuendos comunes para pasar por ciudadanos de la Nación del Fuego (algunos vestían túnicas, otros portaban uniformes o armaduras de Guerreros del Sol), iban a infiltrarse en la ciudad junto a él.

En secreto, Sokka estaba entre ellos.

El Príncipe del Agua iba ataviado con una pesada capa roja y dorada, una que ocultaba en gran medida sus rasgos, pasando desapercibido incluso para Bato. La mitad de su rostro estaba cubierta con una tela para mayor protección. Si la capucha de alguna manera se le caía de la cabeza, solo la aguda mirada de su ojo azul quedaría al descubierto, por ahora.

—Esta noche y mañana, la Nación del Agua, finalmente, saldrá victoriosa en la guerra por la Nación del Fuego —dijo Bato a su equipo—. Nos desharemos de la mayor arma de los Maestros Fuego. ¡Estarán indefensos!

Kanna agrandó los ojos con sorpresa.

—¿Qué quieres decir?

Bato le mostró una sonrisa astuta.

—Cuando estaba estudiando bajo el mando del general Pakku en el Reino Tierra, me encontré con una antigua biblioteca... mientras estaba allí, descubrí pergaminos que narraban a detalle la caída de los espíritus del fuego al reino de los mortales.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Kanna, con los ojos muy abiertos por el horror.

—Voy a eliminar la fuente de su poder de destrucción —dijo Bato, riendo para sí mismo—. Esos espíritus se arrepentirán de haber venido al mundo de los mortales... a nuestro mundo...

—¡Uno no debe tomarse los espíritus a la ligera, Bato! ¡Te meterás en un lío! —advirtió Kanna—. Ese es un asunto complicado y peligroso. Te lo estoy advirtiendo por tu propio bien.

—No aceptaré el consejo de una mujer sollozante que afirma haber ido al Mundo de los Espíritus. No te he traído a esta misión de conquista para darme consejo —dijo con severidad. Kanna se vio obligada a mantener la boca cerrada y hacer una reverencia.

—Sí, Bato. Me quedaré en mi lugar —dijo ella en voz baja. Sokka apretó los puños.

—Bien, bien… —Bato se volvió hacia uno de sus soldados, uno que no formaba parte del grupo élite—. Comandante, dígale a la armada que se prepare para la batalla. Si mis hombres y yo no regresamos mañana al mediodía, comience el ataque a la ciudad.

—La luna llena está de nuestro lado esta noche...


Zuko y Ty Lee estuvieron sentados juntos durante mucho tiempo, sin pronunciar una sola palabra. Zuko finalmente levantó la vista, saliendo de su ensoñación cuando se dio cuenta de que el mundo estaba sumido en el silencio y la noche había caído. La mayoría de los ciudadanos se habían ido, probablemente ahora dormían en sus hogares.

—Ty Lee, deberíamos irnos —le dijo Zuko—. Vamos... te acompañaré a casa. —Ella asintió en silencio, bajó los ojos y retorció las manos nerviosamente frente a ella. Caminaron por la ciudad de oro por bastante tiempo antes de que ella dijera algo.

—Mira, Zuko… lo lamento por todo.

—¿De qué hablas? —preguntó Zuko, perplejo.

—De todo... mis responsabilidades se interponen en todo. No quería que esto sucediera, nunca lo planeé. No sé cómo podré elegir. No sé si podemos estar juntos…

—¿Qué estás diciendo? ¡Por supuesto que podemos! —protestó—. ¿A quién le importa si eres una princesa? Soy heredero de la Nación del Fuego, ¿no? Deberíamos estar bien que estemos juntos... ambos podríamos gobernar...

—Eso es solo una ilusión, Zuko. Un sueño sin esperanza. Nunca sucederá —dijo con tristeza.

—Ty Lee, esto no es propio de ti... —Los dos se detuvieron en una bifurcación de las pulcras calles de piedra, sorprendidos al pasar por un callejón vacío. Esta noche, la luna brillaba en un círculo casi perfecto. Ambos se tomaron un momento para mirar el orbe brillante.

... Y Ty Lee perdió el equilibrio. Ella gritó y trató de aferrarse al chico.

—¡Ty Lee! —gritó Zuko, intentando alcanzar a la chica mientras era arrastrada al callejón oscuro. Zuko desenvainó sus espadas y corrió tras ella. En las sombras, todo parecía inquietantemente tranquilo. Llamó de nuevo a Ty Lee, pero no hubo respuesta. Sus espadas plateadas brillaban. De repente, vislumbró un movimiento a su derecha y volvió la cabeza justo a tiempo para ver una esfera de agua azul, destellando bajo la luz de la luna. La esfera se estrelló contra su costado y lo lanzó contra la pared de un edificio.

¡Maestros Agua! gritó en su cabeza. Dos más parecieron surgir de la oscuridad, vestidos como ciudadanos de la Nación del Fuego. ¿Qué estaban haciendo? ¡¿Dónde está Ty Lee?!

Antes de que pudiera averiguar algo más, un zarcillo de agua se abalanzó sobre el muchacho. Este rodó hacia un lado, esquivando el golpe, pero uno de los otros Maestros Agua lanzó un charco al suelo. Zuko fue capaz de esquivar los picos de hielo levantándose del suelo con la mano. Sin perder el impulso, el chico corrió hacia el tercer soldado listo para golpearlo de frente. El soldado intentó dispararle con una bala de agua de su morral, pero el chico de la espada se hizo a un lado y lanzó un tajo contra el hombro desprotegido del hombre.

Dejó a ese soldado solo por un momento para encargarse del que estaba más cerca de él. Corrió hacia el hombre, que intentó lanzar un rayo de hielo en la dirección de sus pies, pero Zuko saltó, esquivando el ataque y lo golpeó en la cara con una doble patada giratoria. Quedó inconsciente de inmediato, pero antes de que Zuko pudiera recuperar el equilibrio, el primer Maestro Agua lo golpeó en el aire con una bala de agua. El muchacho se estrelló contra el suelo, pero cayó cerca del soldado con el hombro cortado. Desde el suelo, Zuko giró sus pies por encima de su cabeza, golpeando al soldado dos o tres veces en el estómago. Y cayó.

Antes de que el primer Maestro Agua pudiera reanudar su ataque, Zuko le lanzó una de sus propias espadas. El hombre tiró la espada a un lado con un chorro de agua, que era lo que pretendía Zuko: sus espadas no estaban hechas para apuñalar. En su lugar, la mano libre de Zuko pasó por su bolsillo y lanzó tres cuchillos con una precisión milimétrica, dándole en las mangas y clavándolo contra la pared de piedra.

Antes de que pudiera recuperarse, Zuko corrió hacia él con la espada que le quedaba. El hombre se encogió, esperando ser asesinado, pero el joven guerrero simplemente lo golpeó en la cara con la empuñadura de su arma, dejándolo inconsciente. Terminado su trabajo, Zuko se inclinó para recoger su espada y arrancó sus cuchillos de la pared, dejando que el Maestro Agua cayera al suelo. Los tres soldados estaban inconscientes.

—¡¿Qué está sucediendo aquí?! —preguntó una voz apresuradamente, entrando en el callejón a toda prisa. Zuko abrió los ojos de par en par al verlo: moño alto, chaleco sin mangas, pantalones cortos de un rojo sangre y todo.

Chan estaba aquí.

Chan parecía igual de sorprendido al ver a Zuko.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con desagrado. Zuko vislumbró un moretón oscuro que todavía estaba en su mejilla, y sonrió, satisfecho.

—Debería preguntarte lo mismo —respondió Zuko con brusquedad, envainando sus espadas. La espada larga de Chan estaba en su cadera. Zuko recordaba bien su duelo en el torneo, una batalla que Zuko había ganado.

—Vivo aquí —respondió Chan en el mismo tono. Se miraron el uno al otro durante un buen momento, pero luego Chan pareció recordar por qué estaba allí en primer lugar—. ¿Qué demonios pasó aquí?

—Un ataque de Maestros Agua —dijo Zuko en tono sombrío—. Se han infiltrado en la ciudad. Se llevaron a Ty Lee.


—¡Déjame ir! —Ty Lee trató de luchar, pero con las muñecas y los tobillos atados, no pudo hacer nada. La cuerda estaba cortando dolorosamente su piel, dejando sus muñecas en carne viva—. ¿Qué quieres?

—Cállate, mocosa —la silenció Bato. Media docena de sus soldados seguían con él, uno o dos de ellos incapacitados por el momento, a causa de la princesita. Todos ellos habían tenido que unir fuerzas para luchar contra ella y detenerla—. Eres la Princesa de la Ciudad Dorada, adivina.

Ty Lee dejó de luchar por un momento y frunció el ceño como si de verdad estuviera pensando en ello.

—Hmm... no lo sé.

Bato se dio una palmada en la frente.

—¡Eres nuestra rehén, tonta!

—Ohh… —exclamó en voz baja—. Eso tiene sentido. Aunque eres algo espeluznante.

Bato la miró sin comprender. De seguro le serviría bien para respaldar sus planes, siempre que funcionaran.

—Tu padre tendrá que tomar una decisión... la vida de su hija... o su ciudad.

—¡No! —gritó Ty Lee, su rostro contorsionado de ira—. Daría la vida por mi ciudad.

—Oh, ¿pero tu padre podrá tomar la decisión correcta? —preguntó, sus ojos brillaban con malicia. Todo estaba saliendo tan bien como esperaba, esta chica era casi una bendición.

Detrás de él, haciéndose pasar por uno de sus Maestros Agua, encapuchado, Sokka se alejó del grupo, adentrándose en la noche.


Zuko fue capaz de notificar al Gran Jefe de la Ciudad Dorada a tiempo. En respuesta, Zhuzhen convocó a todos los guardianes de la ciudad. Muchos Guerreros del Sol y soldados con uniformes tradicionales de la Nación del Fuego se congregaron en el salón central del Palacio de Zhuzhen. Aang, Azula y Zuko se mantuvieron en silencio mientras el jefe hablaba.

—Este será uno de nuestros más grandes momentos —comenzó Zhuzhen, hablando en voz alta. Todos los ojos y oídos estaban puestos en él—. Como muchos de ustedes saben, una enorme flota de la Tribu Agua está en nuestras aguas. No se detendrán ante nada, excepto la muerte, hasta que estemos fuera de su camino. Luchen con fuerza, todos. Luchen con el fuego de nuestros corazones. Nuestra fuerza prevalecerá. Sacaremos a las Tribus del Agua de nuestra tierra ardiente. ¡Por la victoria!

Varios hombres y mujeres tenían lágrimas en los ojos. Algunos estaban tensos, sabiendo que muchos rostros podrían desaparecer para siempre. Sin embargo, todos aplaudieron sus palabras.

En silencio, para que nadie más pudiera escucharlo, Zhuzhen le habló a Zuko.

—Ven conmigo. Tengo una misión especial para ti —Aang y Azula asintieron con la cabeza a su amigo y hermano mientras se ponía de pie para ir junto a Zhuzhen y Jeong Jeong.

—¿Qué es? —le preguntó Zuko. Chan apareció de repente al lado del Gran Jefe.

—Quiero que ustedes dos encuentren a mi hija y la mantengan a salvo.


El sol estaba saliendo. Era un nuevo día.

—El silencio antes de la batalla es ensordecedor —le dijo Zhuzhen a Aang en privado, sentado en Appa, mientras esperaban a que sus soldados terminaran los preparativos. Los dos estaban frente al Palacio Dorado, observando el brillante mar de oro que tenían ante ellos. No podían ver el océano, Aang se sentía limitado y tenso. No podrían saber el momento exacto en el que la Armada del Agua llegaría.

—Estoy acostumbrado —soltó Aang. Zhuzhen le lanzó una mirada inquisitiva—. Yo estaba allí cuando atacaron a mi gente. Pero no pude salvarlos. Quizás las cosas sean diferentes esta vez —Aang no lo dijo en voz alta, pero estaba pensando en una batalla mucho más grande que esta.

Zhuzhen asintió.

—Eso espero.

Aang agarró las riendas de Appa.

—Bueno, será mejor que me vaya ahora. Veré sus números y trataré de retenerlos tanto como pueda. —Y, después de comprobar dos veces para ver si su espada estaba a su lado, se elevó hacia el cielo, a lomos de su bisonte, voló sobre el borde del cráter y más allá de la gigantesca montaña.

… Pero ya había soldados de la Tribu Agua subiendo la montaña.


La ciudad estaba inquietantemente silenciosa cuando Zuko y Chan regresaron juntos al lugar donde Ty Lee había sido secuestrada. A Zuko no le gustaba este giro de los acontecimientos, pero ahora estaba tratando de encontrar a Ty Lee, y haría cualquier cosa para cumplir su misión... incluso trabajar con su rival más acérrimo. Chan, como de costumbre, estaba siendo molesto y presumido, creyéndose capaz de rescatar a Ty Lee por sí solo.

—Ella es mi prometida, hombre. Debería salvarla —dijo Chan de pronto.

—¡¿Qué?! —rugió Zuko, volviéndose hacia el otro adolescente—. ¿Ty Lee debe casarse contigo?

—Sí, ¿cuál es el problema? —preguntó Chan sin pestañear. Zuko respiró hondo para calmarse y se alejó de él.

—Nada... sigamos buscando...


Azula estaba en la parte delantera del Palacio, odiando cada momento en que no podía estar luchando junto a Aang. Había deducido, con su estúpida lógica, que ella estaría más segura en la ciudad mientras él se enfrentaba a los soldados en la montaña, solo, y trataba de evitar que entraran. No podía creer lo estúpido que estaba siendo. La había dejado atrás para que peleara junto a las demás fuerzas de la Ciudad Dorada, si es que lograban infiltrarse por las paredes naturales del borde del volcán.

Estaba debatiéndose entre rechazarlo por su estupidez y arrancarse el pelo de la preocupación.

¿Por qué la hacía sentir así?

Casi como si fuera una señal, Aang pareció materializarse a la luz del sol. Primero, era una mancha en la sombra, pero a medida que se acercaba, pudo identificar al Avatar volando en su bisonte. Aterrizó justo en frente de ella, pero Zhuzhen corrió hacia la escena.

—¿Qué pasó? —preguntó Azula bruscamente—. Volviste muy rápido.

Estaba jadeando y sudaba.

—Son demasiados.

Azula sintió un peso frío cayendo en su estómago. Si el Avatar no podía ayudarlos, ¿quién podría…?

—Tienen demasiadas catapultas y mucha agua que llevan con ellos —continuó Aang—. Hay muchos marchando hacia la montaña. Hice volar a algunos, pero continuaron volviendo. No necesitan a la Armada. Ya nos superan en número.

Y luego, un enorme bloque de hielo entró en la ciudad, chocando contra la piedra y destruyendo un edificio. Más proyectiles le siguieron desde las catapultas situadas en la montaña. Eso solo podía significar que la parte de la ciudad situada fuera del volcán ya debía haber sido atacada... estaban siendo invadidos. Pronto, las tropas entrarían por la entrada principal. La Ciudad Dorada no podía arriesgarse a disparar sus propias bolas de fuego fuera del volcán... podrían acabar alcanzando a los habitantes más pobres del exterior.

—¿Tienes alguna idea? —preguntó Zhuzhen desesperadamente. Aang pensó por un momento, pero luego algo hizo clic en su mente. Parecía cauteloso, pero emocionado.

—¿Hay espíritus cerca?


Aang se alegró internamente cuando Zhuzhen asintió y le habló del lugar más espiritual de la ciudad. Comenzó a llevarlos a la parte trasera del palacio. Aang tenía un plan… se preguntaba qué le esperaría allí. Todo dependía de lo que ocurriera una vez que llegara allí. ¿Era algún tipo de Oasis de los Espíritus? ¿Algo más?

Necesitaba hablar con Koh. O algún otro espíritu antiguo. No importaba.

—¿Vas a pedirles a los espíritus un que nos ayuden con un poderoso bombardeo espiritual? —preguntó Azula con voz entusiasta. Aang se rio.

—No, pero me vendría bien un poco de su sabiduría —respondió. Su entusiasmo decayó visiblemente ante su respuesta.

—¡Aang! ¡Azula! —Tres cabezas se volvieron hacia Zuko, quien corría hacia ellos y gritaba sus nombres—. ¿Qué están haciendo? ¿Qué está pasando?

—¿Dónde está mi hija? —intervino Zhuzhen de inmediato.

—No lo sé —le dijo Zuko rápidamente—. Chan abandonó la búsqueda. No sé a dónde fue... pero no hay señales de ella.

—¿Y tú también te estás rindiendo? ¿Qué pasa si ella está en peligro? —preguntó Zhuzhen agresivamente.

—No lo está —dijo Aang con confianza—. Como fue secuestrada, probablemente quieran usarla como rehén o algo así. Quizás quieran oro o la ciudad.

—El oro está bien. La ciudad, no tanto —dijo Zhuzhen.

—No dejaremos que eso suceda, pero de cualquier manera, ellos se pondrán en contacto con nosotros primero —dijo Aang—. Ella estará bien hasta entonces. —Ahora había algo más importante.

Zhuzhen suspiró.

—Ty Lee es muy importante para mí.

—Bueno, ciertamente la recibió con una cálida bienvenida —dijo Azula sarcásticamente.

—Lo sé —dijo Zhuzhen con tristeza—. Ty Lee tiene demasiado peso sobre sus hombros. Se merece mucho más. Su responsabilidad va más allá de las necesidades de la ciudad.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Zuko.

Aquí viene…

—Lo explicaré cuando lleguemos al Altar —dijo Zhuzhen rotundamente. Zuko y Azula asintieron. Aang estuvo a punto de caer.

—¿Dónde está? —preguntó Azula—. ¿Qué es?

Tan pronto como Azula hizo su pregunta, vieron una gran puerta dorada. Tenía incrustaciones de rubíes brillantes y piedras solares, y había runas talladas que mostraban a un anciano rodeado por dos dragones que lanzaban fuego desde sus fauces. De la puerta salían tres tubos cilíndricos.

Era una cerradura.

Y el Fuego Control era la clave.

Aang, Azula y Zhuzhen parecían pensar lo mismo. Y, al unísono, se movieron para lanzar ráfagas de fuego dentro de los tubos. Lentamente, la puerta comenzó a abrirse con un chirrido, y la vista que vieron provocó tres jadeos.

Lo primero que captó su visión fue una estructura en forma de T, excepto que era enorme. En realidad, era una gran escalera empinada con pasarelas en la parte superior que conducían a dos túneles opuestos. En el suelo, en la base de las escaleras, había una serie de canales de agua que se enroscaban en el centro y luego se extendían hacia afuera.

De pie en el medio, Aang se dio cuenta de que el agua formaba la figura del sol, si era vista desde arriba.

—Este es el Altar del Dragón —les dijo Zhuzhen. Y luego, el Maestro Aire se dio cuenta de que este era el lugar donde vivían los dos últimos dragones, en su mundo.

—¿De verdad hay dragones aquí? —Azula miró a su alrededor con entusiasmo, como si uno de ellos fuera a aparecer ante ella.

—Sí... los dos últimos —declaró Zhuzhen—. El resto murió al comienzo de la guerra, luchando con los Maestros Fuego en el frente de batalla.

—¿Por qué los dragones son tan importantes para los Maestros Fuego? —preguntó Azula—. Vi murales de ellos por toda la ciudad.

—Los Maestros Fuego aprendieron originalmente de los dragones, Azula —dijo Aang, recordando ese pequeño dato.

—Admiraban su majestuosidad y fuerza interior, y la hicieron suya —agregó Zhuzhen.

—Entonces, ¿dónde están? —preguntó Azula de mala gana.

—En sus túneles, obviamente —declaró Zuko. Se volvió hacia Zhuzhen—. Entonces, ¿qué estabas diciendo sobre Ty Lee…? —Parecía ligeramente temeroso de preguntar.

El Gran Jefe suspiró.

—Ella carga con una responsabilidad terrible sobre sus hombros... una que no me gustaría que se llevara a cabo —Aang contuvo la respiración—. Cuando nació, estaba terriblemente enferma. Sabíamos que no iba a sobrevivir. —Se estaba acercando—. Ella era la más pequeña de nuestras siete hijas, y la noticia nos entristeció profundamente... Los Sabios del Fuego nos dijeron que ofreciéramos su cuerpo a Agni, el Primer Dragón que vive en los cielos y en el sol. La colocaron sobre ese altar.

Aang, Zuko y Azula guardaron silencio.

—Entonces, para nuestro asombro, los dos dragones salieron de sus guaridas y volaron en círculos a su alrededor —dijo Zhuzhen—. No sabíamos lo que estaba pasando. Teníamos miedo de ir a buscar a la bebé. Y de repente, se posaron a ambos lados del altar... y escupieron fuego sobre mi hija —Zuko tenía los ojos abiertos de par en par. Azula se mostró indiferente. Aang se esperaba algo así—. Creímos que la habían reducido a cenizas como castigo... pero en cambio, el fuego pareció darle vida. La rejuvenecieron y le dieron la fuerza para superar su enfermedad.

—Ahora, Ty Lee, literalmente, vive con el espíritu del Fuego dentro de ella.

Y eso era lo que Aang necesitaba saber. Se dirigió al centro del Sol de agua y se sentó en el suelo, juntando los puños.

—Aang, ¿qué estás haciendo? —preguntó Azula, mirándolo con extrañeza.

—Estoy meditando. Necesito entrar en el Mundo de los Espíritus. Vuelvo enseguida. No tenemos mucho tiempo —Cerró los ojos. Cuando volvieron a abrirse, brillaban con el poder del Espíritu del Avatar.

—Eso fue rápido… —comentó Zuko.

—Protegeremos a Aang —dijo Azula, mitad para Zhuzhen y mitad para sí misma—. No podemos dejar que nadie llegue a su cuerpo físico, o podría no ser capaz de encontrar el camino de regreso. —El hombre de túnica parecía muy interesado.

—Ve a buscar a Chan —le dijo el Gran Jefe a Zuko—. Debería ayudar, ya que huyó antes. Con las fuerzas de la Tribu Agua en la ciudad, necesitarán toda la ayuda posible. —Zuko no parecía muy contento, pero accedió.


Zuko no tardó en ser testigo de la destrucción de la Ciudad Dorada.

Los Maestros Agua habían irrumpido en la ciudad, usando sus cuatro pieles llenas de agua para acabar con cualquiera que se atreviera a hacerles frente. Y, una vez dentro de la ciudad, tenían más agua a su disposición. Eran intimidantes con sus armaduras de lobo. Sin embargo, los soldados de la Nación del Fuego se alzaron contra ellos, empuñando lanzas, espadas y usando su propio elemento. Los rinocerontes de Komodo se enfrentaron a los búfalos yak. Eran apasionados y fieles al nombre que los definía, cada uno tenía un poco del espíritu de Agni dentro de ellos.

¿Estaría Chan ahí abajo en alguna parte? ¿O se estaba escondiendo como un cobarde?

¿Los otros jugadores importantes de este juego estaban también en la Ciudad Dorada? ¿Estaban allí Bato y Sokka?


El cuerpo de Aang estaba inmóvil y estaba en silencio. Azula miró al chico: su pelo oscuro y rebelde cubría su cabeza y la mayoría de sus tatuajes de flechas, sus ojos brillando, su atuendo, que recordaba tanto a los de un Maestro Fuego... Mientras miraba, lo protegía. Y estaba preparada para cualquier cosa. Con el sol a su espalda, ahora sentía que podía superar a cualquier enemigo.

—No tienes que preocuparte, Aang —le dijo en voz baja, apretando el puño. Pareció haber olvidado que Zhuzhen todavía estaba allí—. Yo te protegeré.

—De verdad lo crees, ¿no? —La cabeza de Azula giró en la dirección de la voz. Dejó escapar un pequeño grito de sorpresa e inmediatamente adoptó una postura controlada de Fuego Control. Debería haber esperado esto.

—No me sorprende verte, Sokka —respondió.

—¡Iré a buscar a Zuko! —le dijo Zhuzhen a Azula, pasando rápidamente junto a Sokka sin problemas para ir a buscar ayuda. Aang era el objetivo de Sokka. Azula era lo único que se interponía en su camino.

La Maestra Fuego fue la primera en atacar, disparando rápidas bolas de fuego con las puntas de sus dedos. Azula quería maldecir a las corrientes de agua que la rodeaban a ella y a Aang, eso sería una desventaja. Y Sokka las aprovechó al máximo, creando un muro de agua para bloquear su ataque. Lo hizo girar alrededor de él y lo dirigió hacia ella, pero Azula abrió los brazos y evaporó el ataque con un muro de fuego. Las rojas llamas se elevaron hacia el cielo, donde se disiparon cuando no quedó nada para quemar.

Ahora fue el turno de Sokka para atacar, corrió hacia ella mientras recogía el agua detrás de él, listo para dispararla directo a la chica. Azula no pudo esquivarlo, Aang estaba detrás de ella y el ataque lo alcanzaría. Así que simplemente aceptó el desafío y le devolvió el favor con una ráfaga de fuego dirigida al Príncipe del Agua, pero el líquido se arremolinó frente a él y bloqueó el golpe. Se lo lanzó una vez más, pero el golpe fue contenido de nuevo, y luego volvió a girar y atacar, pero fue detenido por otro muro de fuego.

Sokka estaba sin aliento, jadeando ligeramente.

—Asquerosa salvaje. Has encontrado un Maestro, ¿no es así?

Azula simplemente sonrió en respuesta.

Ella lanzó puñetazos, patadas y dirigió sus llamas hacia él, pero el Príncipe, sin perder el equilibrio, se deslizó en el agua sobre el suelo, bloqueando cada uno de sus ataques. Estaban extremadamente cerca el uno del otro ahora. Ella tenía la ventaja del combate cuerpo a cuerpo. Envolvió su puño en llamas mientras enviaba un sólido puñetazo al Maestro Agua. Él fue capaz de evitar la peor parte del golpe con una defensa de agua, pero la fuerza del mismo lo empujó hacia atrás.

Azula respiró hondo, sintiendo que el poder del sol aumentaba su fuerza. Disparó un chorro de fuego desde su mano derecha, pero lo extendió y lo volvió más delgado, convirtiéndolo en un látigo mientras se alejaba de Sokka. Lo blandió y lanzó chasquidos al aire, dirigiendo cada poderoso latigazo al Maestro Agua. Lo hizo mantenerse en constante movimiento. Ella estaba ganando.

Era glorioso... se sentía poderosa.

De repente, Sokka encontró tiempo para detenerse, levantó los brazos e hizo que el agua se abalanzara sobre la Maestra Fuego desde ambos lados. Ella se protegió del ataque con una cúpula de fuego, pero cuando la disipó, vio picos de hielo levitando a ambos lados. Se precipitaron hacia ella.

El fuego normal no sería suficiente para derretir el hielo a tiempo. Un simple escudo no la protegería de esos ataques tan penetrantes. Sería inútil tratar de protegerse.

Pero Azula no era el tipo de persona que se rendía fácilmente.

Apuntó con los puños a los picos de hielo y dejó salir tanto fuego como pudo. El calor de sus llamas era abrumador, pero necesitaba más, tenía que ser más rápida, antes de que los picos pudieran alcanzarla. Les dio más calor y más energía a sus llamas.

Y, de repente, el fuego dorado se volvió azul eléctrico. Brillaba más que cualquier otro fuego bajo la luz del sol cada vez más débil.

Azula sonrió de nuevo. Los picos de hielo ya no eran un problema.

Lanzó un torrente de fuego azul al aire, solo usando un poco más de energía de lo normal para mantenerlo vivo, y arrastró las llamas hacia el suelo, justo encima de Sokka. Se dejó caer de espaldas, convocando una gran cantidad de agua para disipar el ataque, haciendo que un siseo de vapor se elevara desde su posición.

Sokka se puso de pie. Una mirada de rabia pura llenaba sus ojos mientras observaba a la chica, su único ojo azul se entrecerrado de tal manera que recordaba a una rendija. Y luego ambos se dieron cuenta de algo.

Había caído la noche. La luna desprendía una luz plateada en lo alto, estaba llena y brillante. Fue el turno de Sokka de sonreír.

El agua se elevó por todos los lados, saliendo desde las corrientes que formaban el sol, y brillaba con un tono azul etéreo. No podría esperar un combate justo con todo el poder que tenía Sokka bajo la luna llena. Antes de que pudiera reaccionar, todo el torrente de agua chocó con ella y la arrojó contra el suelo de piedra, dejándola inmóvil.

Cuando el agua y el vapor de su débil intento de defensa se despejaron, Azula sintió la cabeza flotar, vio a Sokka de pie victoriosamente sobre ella, sosteniendo a Aang por el cuello de su camisa. Había ganado. Mientras perdía y recobraba conciencia, Sokka habló.

—Tú creces con el sol. Yo crezco con la luna.


Varias horas después, bien entrada la noche, Azula despertó. Lo primero que hizo, por supuesto, fue mirar a su alrededor, presa del pánico. ¡¿Dónde estaba Aang?!

Sokka se lo había llevado... ella había fallado. El Avatar había sido tomado ante sus propios ojos.

… Aún no era lo suficientemente fuerte.

Chapter 21: El Asedio Dorado, Parte 2

Notes:

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Chapter Text

Libro 1: Fuego

Capítulo 20: El Asedio Dorado, Parte 2

 

Previamente:

Varias horas después, bien entrada la noche, Azula despertó. Lo primero que hizo, por supuesto, fue mirar a su alrededor, presa del pánico. ¡¿Dónde estaba Aang?!

Sokka se lo había llevado... ella había fallado. El Avatar había sido tomado ante sus propios ojos.

… Aún no era lo suficientemente fuerte.


Appa se dejó caer justo en la entrada del Altar del Dragón con un estrépito, Zuko estaba sentado sobre su cabeza y Zhuzhen iba en la silla.

—¡Azula! —llamó el chico a su hermana. Ella estaba de rodillas, su cabello caía en una cascada enmarañada sobre sus hombros, y chorreaba agua. Tenía la expresión de alguien que había sido derrotado. Ni siquiera se movió ante el sonido de su voz—. ¿Qué pasó? ¿Dónde está?

—Sokka pasó —dijo finalmente—. Se llevó a Aang frente a mí...

—Vamos —dijo Zuko, sin apartarse de las riendas—. Todavía podemos encontrarlos. Sokka no puede haber ido muy lejos.

—¿Dónde pudo haber ido? —preguntó Zhuzhen tímidamente.

—Al único lugar al que podría ir, lejos de la ciudad —Zuko miró hacia el norte, más allá del Altar del Dragón, hacia el desierto—. Debió haberse visto obligado a entrar en los campos volcánicos. Todavía podemos encontrarlos —repitió. Cuando su hermana no hizo ningún ademán de moverse, le gritó—. ¡Azula! ¡Vamos!

—No me grites, hermano —siseó con veneno en su voz. Giró su cuerpo para mirarlo fijamente. Zuko abrió los ojos de par en par. El fuego en su mirada y su cabello alborotado le daban la apariencia de una persona trastornada. Eso lo asustó.

—Azula —dijo con más gentileza—. Vamos. Podrás vengarte de Sokka. Tenemos que salvar a Aang.

El momento de rabia de Azula pasó y pareció calmarse. Agarró su tocado dorado en la mano y sus ojos relucieron con determinación.

—Está bien. Vamos. —Y con la gracia de un gato, saltó al lomo de Appa.

—Gran Jefe Zhuzhen, quédese aquí. Debe estar con su gente. Ellos lo necesitan más que nosotros —le dijo Zuko al líder de Ciudad Dorada. El hombre saltó de la silla de Appa ágilmente.

—Tienes razón —respondió Zhuzhen—. Que la luz de Agni brille sobre ustedes dos —dijo. Sin otra palabra, Appa voló hacia el cielo ceniciento y a las tierras peligrosas del horizonte.

Tenía esperanza para ellos.


Sokka avanzó arrastrando los pies por el terreno rocoso, totalmente alerta. El Avatar, cuyo cuerpo aún brillaba, estaba colgado sobre su espalda, inmóvil. Esto le puso las cosas difíciles al Príncipe del Agua. La tierra a su alrededor era despiadada e implacable, con ríos de lava y géiseres de aire caliente rodeándolo. El humo y la ceniza en el aire le quemaban los ojos y la garganta. No sabía cuánto tiempo más podría soportar estar en este lugar. Se cubrió la boca con un trozo de tela, en un intento de facilitar su respiración.

Sin embargo, estaba preparado. Siempre estuvo preparado. Sabía exactamente hacia dónde iba y lo qué estaba haciendo. El plan era atravesar la cordillera y los campos volcánicos hasta la costa, lejos de la ciudad. Su abuela había dispuesto que un barco atracara en la isla. Desde allí, los dos se encontrarían y regresarían a la Tribu Agua del Sur... ahora con el Avatar en sus garras. Sokka finalmente pondría fin a su exilio autoimpuesto y recuperaría su honor ante su pueblo.

El honor era, tradicionalmente, un asunto de la Nación del Fuego, pero Sokka era solo un humano. Estaba avergonzado y tenía que compensarlo.

El único obstáculo sería atravesar los campos con vida.


El Mundo de los Espíritus seguía siendo un lugar extraño.

Era exactamente como recordaba: solo un gran pantano. Un enorme, desagradable y repugnante pantano lleno de criaturas molestas, groseras y problemáticas. Y, para colmo, no podía usar sus poderes.

Simplemente genial.

Aang ignoró el hecho de que estaba vestido con sus ropajes de Nómada del Aire de nuevo, siempre parecía sucederle en el reino de los inmortales. Era extraño, y nunca le había prestado mucha atención, pero lo último que tenía puesto era un simple uniforme de la Nación del Fuego, para practicar su Fuego Control.

Odiaba destacar del resto en estos días. Supuso que era natural después de haber tenido que pasar desapercibido constantemente en cualquier lugar que estuviera.

Para empeorar las cosas, el molesto y obstinado mono blanco estaba de regreso, vestido con ropas humanas y sosteniendo un collar de cuentas mientras oraba y tarareaba para sí mismo, en profunda meditación, estaba sentado en su extraño altar bajo un arco de madera. Aang se acercó a él, teniendo una fuerte sensación de déjà vu.

—Oye, dime dónde está Koh —exigió Aang. El mono lo ignoró y tarareó más fuerte—. ¡Oye! ¡Necesito ayuda aquí! —Hoy no se sentía particularmente paciente.

—Vete. Largo —dijo el mono tajantemente.

—No —respondió Aang en el mismo tono, cruzándose de brazos.

El mono abrió un ojo a regañadientes y reconoció a Aang, pero un fuego fatuo brillante pasó volando tranquilamente.

—Sigue esa cosa. Te mostrará lo que necesitas —dijo el espíritu mono, cerrando el ojo de nuevo. Cuando Aang no se movió, la criatura volvió a hablar—. Adiós.

—No soy un idiota —dijo Aang con brusquedad—. Ahora dime dónde está Koh.

Ahora, el mono abrió ambos ojos.

—Hm. No volviste a caer en ese truco. Supongo que no eres tan tonto como pareces. —Comenzó a meditar de nuevo.

El Avatar sintió su sangre hervir.

—Ahora, espera un minuto... —gritó, pero mientras señalaba con el dedo al mono, se quedó paralizado—. Espera. ¿Qué quieres decir con “otra vez”?

El mono suspiró.

—Esto ya sucedió antes, ¿no es así?

—¿Quieres decir... lo recuerdas? ¿Sabes de mi otra vida? —preguntó Aang, con gran sorpresa en su voz. Luego, volvió a enojarse—. ¿Pero cómo es que Kuruk no lo sabía? ¡Pensé que estaba aquí solo, pero él me mintió todo el tiempo!

—No tengo tiempo para esto —murmuró el mono para sí mismo, cerrando los ojos y tarareando de nuevo.

—No me vengas con esa basura —le dijo Aang con dureza—. Tienes toda la eternidad para meditar. Eres un espíritu. Quiero una explicación, ahora. —Se cruzó de brazos y esperó.

—Acércate —dijo el mono. Aang inclinó la cabeza ante la extraña petición, pero accedió y subió al altar del mono—. Más cerca —dijo el mono de nuevo. Aang se inclinó hacia la criatura. De repente, sintió un fuerte golpe en la cabeza, con algo que parecía ser una extraña especie de bastón.

—¡Oye! ¡¿Qué fue eso ?! —gritó el Avatar, haciendo una mueca y llevando una mano sobre el bulto que seguramente estaba creciendo en su cabeza.

—Eres molesto —dijo el mono simplemente—. Das por hecho muchas cosas, y eres demasiado ruidoso, y me distraes.

—¿Que yo soy molesto...?

—El Mundo de los Espíritus ya no está en equilibrio —interrumpió el mono en medio de su arrebato—. Están sucediendo cosas que están fuera de mi control. Mi vida inmortal muy bien podría terminar antes del Apocalipsis. O, de hecho, el Apocalipsis podría estar ya sobre nosotros...

—¿Qué está sucediendo? —preguntó el monje, sin esperar respuesta continuó—. ¿Este Mundo de los Espíritus está conectado a mi mundo?

—Sólo existe un Mundo de los Espíritus, así que sí —dijo el mono—. No te preocupes por estos problemas, van mucho más allá de tus obligaciones como Avatar y no puedes hacer nada en este momento para ayudar.

—Entonces, ¿por qué lo mencionaste? —dijo Aang dijo inexpresivamente.

El mono puso los ojos en blanco.

—Porque estabas asumiendo cosas. Quizás puedas enterarte de ello en otro momento. —Entonces, el mono cerró los ojos y se puso a meditar de nuevo.

—¿Por qué Kuruk me mintió? —preguntó Aang, sentándose y cruzando las piernas. Por alguna razón, eso del Fin de los Mundos no pareció molestarle mucho.

—Tú no mentiste. Simplemente no sabías la verdad todavía —dijo el mono, manteniendo los ojos cerrados.

—¿Qué quieres decir con “tú”? —preguntó Aang, entrecerrando los ojos.

—Tú eres el Avatar, ¿correcto? Todos comparten el mismo espíritu. Sus identidades no me importan.

—¿Quién eres tú, de todos modos? —preguntó Aang inquisitivamente—. Eres un espíritu extraño.

—Esa es una cosa extraña para decir viniendo de ti —dijo el mono—. Has conocido a muchos espíritus extraños.

—Buen punto —concedió Aang.

—Soy El Juez de los Mortales, el rey mono Enma, el Monje Errante, el Omnipotente, el Gran Rey Enma, Yama, el Monje Risueño, y Sun Wukong... pero puedes llamarme Enma, es más simple —declaró el mono con los ojos cerrados.

—Son muchos nombres. ¿No es un poco excesivo? —preguntó Aang, levantando una ceja.

—Tú lo preguntaste —dijo Enma simplemente—. Tengo muchos más nombres en muchas lenguas antiguas.

—Interesante. Así que probablemente sabes mucho —dijo Aang.

—Así es —dijo el mono.

—Es un alivio. Me alegro de no tener que volver a ver a Koh.

Enma continuó tarareando.

—¿Me puedes ayudar? —le preguntó Aang.

—Esperaba que decirte todo eso te asustaría, pero parece que no —dijo Enma—. Actualmente estamos en el reino de Koh. Sería de buena educación ir a visitarlo.

—Bueno, estás loco, babuino tonto —le dijo Aang.

—Quizás —dijo Enma, tarareando de nuevo para sí mismo.

—Bueno... como ya sabes de dónde vengo realmente, eso me evita tener que explicarte —dijo Aang—. Necesito saber quiénes son esos espíritus del fuego que le dieron a Ty Lee una parte de su vida. Pueden estar en peligro.

—Tienes razón —confirmó Enma.

—Entonces, ¿quiénes son? ¿Cuáles son sus nombres? —preguntó Aang con entusiasmo.

—Son Ran y Shao, la primera pareja de dragones, después del propio Agni, quien también le enseñó el arte del Fuego Control a los mortales —explicó Enma rápidamente—. Irónicamente, también son los últimos dragones, pero eso no es importante...

—Está bien, eso pensé —dijo Aang. Comenzó a levantarse para, de alguna manera, regresar al mundo normal, pero las siguientes palabras de Enma lo detuvieron.

—¿Te vas? Hm. Y aún tenía más que decir. Es extraño que quieras irte cuando finalmente quiero decir algo más —reflexionó el mono. Aang no se movió, esperando a que terminara.

—¿Bien? —lo instó Aang—. Date prisa. ¡No me queda mucho tiempo!

Enma suspiró y puso los ojos en blanco.

—Ran y Shao no son los espíritus del fuego... son los espíritus de los dos aspectos que componen el fuego.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Aang, enderezándose.

—Ran es la vida, y su compañera, Shao, es la destrucción. Juntos, vuelan en una danza eterna que forma ambos aspectos del Fuego Control —explicó Enma—. Ellos fueron los que le enseñaron el arte a tu raza, después de todo. —Enma dejó escapar un profundo suspiro y cerró los ojos por un momento—. El espíritu de la destrucción está dentro de tu amiga. Shao está en peligro. Ese Maestro Agua planea erradicar los poderes destructivos del Fuego Control, de esa manera el arma más letal de sus enemigos se volvería inútil. Creo que sabes cómo resultaría eso si sucediera —finalizó Enma.

Aang apretó los puños.

—Está bien, entonces tengo que salir de aquí. No sé cuánto tiempo me queda —Aang se volvió de nuevo para irse.

—Estoy sorprendido, joven Avatar —dijo Enma, haciéndolo congelarse en su lugar nuevamente—, que no estés preguntando en este momento cómo podrías regresar a casa. —El mono volvió a abrir un ojo y lo observó detenidamente.

—Eso no es importante justo ahora —dijo Aang después de unos instantes—. Todo lo que necesito en este momento es regresar al mundo natural. ¿Cómo lo hago?

Enma sonrió.

—Tus amigos están aquí para guiarte de regreso.

Y de repente, una figura turbulenta tomó forma en el agua y una criatura en blanco y negro emergió de los árboles. Eran la Dama Pintada y Hei Bai.

—Hola a ustedes dos —saludó Aang a los espíritus con una sonrisa. El espíritu de la mujer le ofreció una respuesta, mientras que el espíritu del bosque ofreció un gruñido bajo.

—Buena suerte, Aang —dijo el espíritu del río en voz baja, envolviéndolo en agua. Sintió que su conciencia lo abandonaba mientras aquel rostro le traía recuerdos de Katara.

Estaba regresando al mundo natural, el lugar donde la Tribu Agua gobernaba y donde sus antiguos enemigos ahora estaban de su lado.

Sin embargo, descubrió que no le importaba demasiado. Tenía que ayudarlos. Eran sus amigos y lo necesitaban, ahora.


—Por fin —dijo Enma, volviendo a su meditación sin distracciones. Sin embargo, Hei Bai adoptó su forma de monstruo y lo atacó con rayos sónicos. La Dama Pintada rio con delicadeza.


Gigantescas bolas de hielo y olas de agua se estrellaron contra los ornamentados edificios de la Ciudad Dorada mientras continuaba el asedio nocturno. Los Maestros Agua habían entrado en la ciudad mucho antes y, una vez dentro, se encontraron con muchas fuentes para utilizar su control. Los Maestros Fuego los mantenían a raya en todo momento, protegiendo su hogar con la pasión y la habilidad por las que eran conocidos.

Jeong Jeong estaba al frente del ataque, luchando contra hordas de Maestros Agua con enormes muros de fuego que absorbían y disipaban cada ataque dirigido a él. Estaba completamente rodeado por un furioso infierno que, sorprendentemente, no causó daño alguno a ninguno de los edificios cercanos, un testimonio del asombroso control que tenía sobre su elemento.

Sin embargo… no era suficiente. Los Maestros Agua tenían la ventaja de la noche a su favor.

En otra parte de la ciudad, Bato, un grupo de sus soldados y Ty Lee estaban al aire libre, ahora que los Maestros Agua estaban asolando la ciudad. Intentaba, sin éxito, encontrar el Altar del Dragón... pero ninguno de los mapas de la Ciudad Dorada que había revisado lo mencionaba. Una sonrisa fría iluminó su rostro cuando se volvió hacia Ty Lee, quien justo ahora se estaba entreteniendo intentando arreglar su trenza con las manos atadas. Lo único que consiguió con eso fue que su cabeza girara de forma errática.

—¡Princesa! —la llamó Bato.

—¿Qué es lo que quieres ahora? —se quejó ella.

—Muéstranos dónde está el Altar del Dragón —ordenó.

—¿Para qué? —preguntó inquisitivamente. A Bato se le ocurrió otra idea.

—Bueno... porque escuché un rumor hace muchos años de que algunos dragones todavía vivían allí. Siempre han sido mis criaturas favoritas y tenía muchas ganas de verlas —dijo con veneno en su voz.

—Oh, está bien. Bueno, en ese caso, ¡vamos! —dijo la chica, emocionada—. Pero... vas a tener que desatar mis piernas para que pueda mostrarte el camino.

—No cuentes con ello —gruñó Bato.


El Gran Jefe Zhuzhen contempló su ciudad mientras era sitiada, con una expresión de tristeza en su rostro. Su última hija estaba ahí abajo en alguna parte... y posiblemente corría peligro. No paraba de darle órdenes a sus hombres, pero se vio obligado a permanecer encerrado en el Palacio en lugar de salir al campo de batalla junto a sus soldados.

El suelo retumbaba. Ran y Shao estaban enfadados y agitados, su sueño siendo perturbado.

Esperaba que las ancestrales criaturas no fueran liberadas este día.


—¡No puedo ver nada! ¡Todo está cubierto de ceniza y humo! —Su misión de rescatar a Aang de Sokka no iba nada bien, ya que los vapores volcánicos comenzaban a afectarlos también a ellos. Se vieron obligados a taparse la boca y la nariz con sus túnicas—. ¡Tenemos que seguir buscando! —dijo Azula con convicción, como si tratara de convencerse a sí misma.

Appa soltó un sonoro rugido. A él también le estaba afectando. Pero quería encontrar a Aang tanto como ellos.

Mientras Azula escudriñaba el suelo debajo, una luz resplandeciente, ligeramente azul, centelleó sobre su cabeza, distrayéndola. Tanto ella como su hermano volvieron la vista hacia el cielo, viendo pasar un rayo de luz que aterrizó en una cueva a cierta distancia.

—¡Ese debe haber sido Aang! —dijo Azula de inmediato.


Sokka hacía tiempo que le había cerrado los ojos al Avatar, sentía que las bolas brillantes lo estaban mirando. Ahora, casi parecía estar durmiendo, pero estaba bien atado, por si acaso.

Los dos se habían refugiado de alguna manera en un viejo e inactivo respiradero en la ladera de la montaña, por ahora a salvo de los humos venenosos del exterior. No sabía cuándo sus pulmones estarían lo suficientemente despejados para salir de nuevo… y eso lo enfurecía. Golpeó la pared de la cueva con el puño, ganándose unos nudillos magullados por su arrebato.

¡¿Cómo es posible que mis planes nunca funcionen?! —rugió, agregando una patada por si acaso. Siempre había algo interfiriendo, algo totalmente fuera de su control, siempre interponiéndose en su camino—. Mi hermana... Ella nunca ha fallado. Es una luchadora, sí, pero a pesar de los problemas que causa, es la favorita de padre —resopló Sokka—. Ella es una prodigio en el Agua Control... yo apenas soy un Maestro.

Mi padre dice que ella nació con suerte. Y dice que yo tuve suerte de nacer.

Sokka detuvo su diatriba hacia el Avatar, congelado por los pensamientos que colaron de la nada en su cabeza. ¿De dónde había salido eso? Su padre... nunca había dicho tal cosa. Estaba tan perdido en su propia mente, que no notó al Avatar sentado detrás de él.

—¡Hey, Sokka! —gritó Aang. El Príncipe se volvió hacia él, viendo una especie de sonrisa irónica. Tan pronto como el Maestro Agua se movió, una gran ráfaga de viento fue expulsada desde los pulmones del chico. Sokka salió despedido al exterior, derrapando contra el suelo rocoso. Se puso de pie rápidamente, poniendo una mano en su machete mientras el Avatar salía cómicamente del respiradero. Esta vez, el chico escupió fuego por la boca y el Maestro Agua rodó hacia un lado para evitar ser golpeado. Estuvo a punto de rodar sobre un géiser de aire caliente.

—No podrás escapar tan fácilmente —dijo Sokka bruscamente, entrecerrando el único ojo que le quedaba. Mientras decía esas palabras, se vio obligado a esquivar una ráfaga de fuego proveniente del cielo. Cuando se volvió para mirar, la amiga Maestra Fuego del Avatar estaba sentada en el lomo del bisonte, que gruñó a modo de saludo—. ¿Vuelves para una revancha? —le dijo Sokka, una vez que aterrizó en el suelo ante el bisonte. No estaba preparado para esto, se vio obligado a usar el agua que tenía para beber en su contra.

—Créeme Sokka, no será como la última vez —respondió, sonriendo. Empujó todo su cuerpo hacia adelante en el ataque, desatando una ráfaga de fuego naranja desde sus nudillos. El fuego lo tiró hacia atrás, haciendo que su cabeza chocara con una piedra. Y no supo nada más.

Zuko ya estaba al lado de Aang, cortando la cuerda que lo ataba. Una vez libre, Aang se acercó a Sokka y levantó la figura inconsciente del Príncipe sobre su espalda.

—¿Qué estás haciendo? —exigió saber Azula en lugar de preguntar.

—No vamos a dejarlo aquí para que muera —respondió Aang sin rodeos. Ella se cruzó de brazos en respuesta y saltó sobre el bisonte. Zuko no discutió.

—Sí, me parece muy lógico. ¡Traigamos al tipo que siempre intenta matarnos! —Una voz resonó en la cabeza de Zuko.

—¿Quién dijo eso? —preguntó el chico a Aang y Azula.

—¿Quién dijo qué? —respondió Aang.

—N... No importa —dijo Zuko, sacudiendo levemente la cabeza—. Regresemos a la ciudad.


—¡Por ahí!

—¿Por dónde?

—¡Por ahí! ¡No, no, no a la izquierda! ¡Sube esas escaleras!

—Bueno, si pudieras ser más específica… —gruñó Bato. La chica, que iba sobre los hombros de uno de sus hombres, realmente estaba empezando a molestarlo. Tenía que encontrar y matar al dragón lo más rápido posible, antes del amanecer, antes de que los Maestros Fuego pudieran contraatacar con toda su fuerza.

—Bueno, si mis manos estuvieran libres, podría señalar —argumentó Ty Lee—. Pero noooo. Tengo que quedarme atada. —Cada paso sacudía a Ty Lee mientras sus captores corrían. Ella, como todos los demás, miraba al frente con determinación en sus ojos. Pronto, llegaron al Palacio y Ty Lee apretó la mandíbula.

—¿El Palacio? ¿Por qué nos has traído aquí? —gritó Bato, volviéndose hacia la princesa.

—Los dragones están cerca del Palacio, tonto —respondió Ty Lee. Y de repente, comenzó a gritar—. ¡HEY! ¡HEY! ¡ALGUIEN! ¡AYUDA! —No pudo decir nada más, pero los guardias del Palacio empezaron a aparecer. La princesa sonrió, su plan había funcionado.

—Estúpida desgraciada. —gruñó Bato—. ¡Nos estabas conduciendo a una trampa todo el tiempo!

—Ajá —dijo con una amplia sonrisa— ¿En serio creíste que era tan estúpida? —Pero cuando los guardias los rodearon, Bato levantó a la chica con una mano y sostuvo su machete bajo su garganta con la otra.

—Un movimiento más y su preciada Princesa será asesinada —dijo Bato con confianza a los guardias. El propio Gran Jefe se abrió paso entre la multitud.

—¡Ty Lee! —gritó Zhuzhen. La amenaza del machete de Bato le impidió decir algo más, el frío metal se presionó contra el cuello de su hija.

—Me llevarás hasta los dos dragones o la chica morirá —amenazó el Almirante.

—¡Papá! ¡No lo hagas! ¡Con gusto aceptaré la muerte por mi gente! —gritó Ty Lee. Zhuzhen estaba en conflicto. ¿Sacrificaría a su pueblo o a su hija?

—Ven —dijo finalmente Zhuzhen, derrotado. Bato sonrió, empujando a Ty Lee, flanqueado por sus soldados.

—Deja a tus hombres atrás —aclaró Bato mientras se movían. Zhuzhen les indicó a sus soldados que se quedaran, y el Gran Jefe los guio él mismo.

Llegaron a la ornamentada puerta dorada que servía de entrada al Altar del Dragón, la cual solo podía abrirse mediante Fuego Control. Zhuzhen abrió las puertas y continuó, abriendo paso a la gloriosa vista del Sol de Agua y las escaleras del Dragón: la escena de la victoria de Bato. La puerta estaba sellada detrás de ellos para que nadie más pudiera entrar.

—¿Dónde están los dragones? —le preguntó Bato a Zhuzhen—. Si esto es otra emboscada...

—No es una emboscada —dijo Zhuzhen en voz baja—. Los dragones aparecerán una vez que subas los escalones y te pares sobre su altar...

—Bien. Ya no me eres útil —dijo Bato, dándole un rápido golpe en la sien con el mango de hueso de su machete. El Gran Jefe cayó al suelo, inconsciente. Bato se volvió hacia su pequeño equipo de soldados—. Han hecho bien su trabajo. Quédense aquí y hagan guardia —Se volvió hacia las imponentes escaleras... con la intención de subir él mismo. Dejó caer a Ty Lee a sus pies, quien aterrizó con un ahogado grito de dolor. Cada paso que daba Bato simbolizaba su ascensión, no solo al altar, sino su absoluto ascenso al poder. Se deleitó en la gloria.

Un fuerte y grave rugido resonó en el aire, haciendo que Bato y todos los demás levantaran la vista a la fuente de aquel sonido. Bato estaba a la mitad de los escalones... y maldijo.

El Avatar había llegado.

El chico saltó de la cabeza de su bisonte antes de que aterrizara en el suelo, desenvainando su espada y derribando a todos los soldados de Bato con una onda expansiva de aire. Incluso Ty Lee cayó, pero como ya estaba en el suelo no rodó tan lejos. Aang blandió su espada negra y cortó sus ataduras de un solo tajo, liberando a la chica. Ella estiró sus extremidades.

—Al fin —gruñó Ty Lee, flexionando sus músculos adoloridos. Para entonces, Appa había aterrizado y Zuko saltó de la silla con entusiasmo, con sus propias espadas desenvainadas.

—¡Azula, quédate ahí! —le gritó Aang a la Maestra Fuego—. ¡Vigílalo! ¡No dejes que se lo lleven! —Sabía muy bien de quién estaba hablando.

La chica puso los ojos en blanco, pero aceptó a regañadientes. El Príncipe del Agua estuvo inconsciente durante todo el viaje de regreso y, por alguna razón, Aang quería conservarlo. Ella no había estado de acuerdo… pero él le dijo estrictamente que le hiciera caso. Supuso que sería un gran golpe para sus enemigos: la Nación del Agua. Sokka estaba actualmente escondido debajo de una manta.

Aang corrió a la base de la escalera y movió su espada en un arco por encima de su cabeza, liberando espadas de aire en la estela de su arma. Ninguno de ellos llegó lo suficientemente lejos como para golpear a Bato, quien siguió corriendo. Cuando Aang se dispuso a seguirlo, una mancha rosa pasó a toda velocidad a su lado y trepó los escalones con asombrosa habilidad y equilibrio, decidida a detener al Maestro Agua. Aang la siguió, aunque a un ritmo un poco más lento: había dejado su planeador en Appa, y no tenía tiempo para volver a buscarlo ahora.

Bato estaba casi en la cima, Ty Lee le pisaba los talones, seguida por Aang.

—¡Bato! ¡Detente! —gritó una voz con voz ronca, logrando alcanzar sus oídos incluso a esta altura. El Maestro Agua se volvió y miró fríamente la intrusa.

—Lady Kanna, qué agradable sorpresa —dijo condescendientemente. Formó un muro de agua y la sostuvo directamente debajo de él en la escalera, evitando que Ty Lee llegara a él. Era tan alta que no podría evitarla de un salto.

Sin embargo, Aang sí podría.

Alcanzó a Ty Lee en poco tiempo y, dándole una mirada rápida, saltó hacia arriba con ayuda de un viento feroz, cambió de dirección y se lanzó hacia Bato, impulsado con una ráfaga de fuego que salía de sus pies. Desenvainó su espada, listo para blandirla, pero el agua se enroscó a su alrededor por la espalda y lo arrojó hacia atrás, hacia el cielo, donde cayó, cayó, cayó...

En el aire, Aang giró los brazos frenéticamente, generando una ventisca que ralentizó su caída y aterrizó sobre un colchón de aire. Estaba a salvo, pero de vuelta a donde había comenzado. Miró a Bato y Ty Lee.

—¡CUALQUIER COSA QUE LE HAGAS A ESOS DRAGONES, LO HARÉ CONTIGO MULTIPLICADO POR DIEZ! —gritó Kanna. Bato, haciendo caso omiso de sus palabras, llegó finalmente a la cima del Altar del Dragón.

Esperaron.

El Maestro Agua extendió los brazos en la parte superior del altar, como si quisiera abarcar el mundo entero entre sus manos y los espíritus que tenía a su alcance.

—¡Ran! ¡Shao! —rugió—. ¡Vengan y enfrenten su destino!

Como respondiendo a su llamada, dos figuras, largas y serpentinas, salieron disparadas de los túneles a ambos lados de él, con rostros feroces, enormes alas y penetrantes ojos amarillos. Uno era el color del agua y el cielo... del fuego azul... y el otro de un color rojo rubí, del carmesí del fuego y la sangre, y del amanecer, justo como el cielo detrás de ellos. Juntos, pregonaban su majestuosidad, volando, elevándose en el aire, como si nadaran por los cielos, los últimos de su especie. Vida y Destrucción. Ran y Shao. Las dos caras del Fuego Control, manifestándose en todo su esplendor.

Se retorcieron y se enroscaron alrededor de las escaleras y de Bato, conjurando grandes vientos que lo desestabilizaron a él y a Ty Lee. La Princesa, y los que estaban abajo, jadearon de asombro; no era frecuente que los dos verdaderos Maestros del Fuego Control salieran de sus guaridas. Bato usó el agua del muro que había creado y la hizo girar, condensando el agua en una larga lanza de hielo. Apuntó con cuidado, siguiendo la trayectoria del dragón azul, Shao. Ella volaba en círculos, muy lentamente, observando al Maestro Agua cautelosamente con uno de sus ojos serpentinos, como si se resignara a su destino. Llevó la lanza hacia atrás, listo para disparar...

Y fue abordado por la espalda por la figura de Ty Lee, que no tuvo tiempo de bloquear su chi. Los dos rodaron y forcejearon, peligrosamente cerca del borde del Altar. Pero antes de que la Princesa pudiera incapacitarlo, él se las arregló para atacarla con un chorro de agua... empujándola hacia el borde.

—¡TY LEE! —gritó Zuko a todo pulmón. Aang rodeó la gran escalera a la velocidad del viento, planeando hacer todo lo posible para salvar su vida, pero la vio quieta, aferrada a la parte superior del Altar, con toda la fuerza que fue capaz de reunir.

Y luego, Bato tiró su lanza, dirigiéndola al punto débil de la criatura, en medio de sus escamas azules… hacia su flanco inferior. A su corazón.

El hielo atravesó al dragón, que escupió una sangre sorprendentemente negra. Shao emitió un fuerte rugido de lamento, que resonó con fuerza en el valle y por toda la ciudad. Pareció caer del cielo lentamente, todo el mundo estaba congelado, incapaces de reaccionar. Finalmente, se estrelló contra el suelo, justo en la base de la escalera, derramando el agua fuera de los canales por todo el lugar.


Afuera, en la Ciudad Dorada, la batalla continuaba. Los soldados del fuego estaban combatiendo a sus enemigos con armas, pero los que habían estado usando su Fuego Control todavía estaban en pie.

Jeong Jeong era una de esas personas, estaba enfrentándose a media docena de Maestros Agua. Los miró con calma y disparó un chorro de fuego desde sus puños, lanzando ataques continuos que los cubría a todos.

Pero… no parecía hacer ningún daño, como si no fuera más que una brisa cálida. Los soldados, encogidos para protegerse, se dieron cuenta de que una fuerza invisible les había salvado la vida y continuaron atacando.

Esto les estaba sucediendo a los Maestros Fuego de todo el mundo.


Kanna entró en acción, mostrando una sorprendente fuerza y habilidad para una mujer de quien se creía tenía prohibido pelear. El agua de los canales que formaban el sol se acercó hacia ella, y Kanna la aceptó agradecida, se rodeó con el agua y utilizó la forma de pulpo para agarrar a todos los soldados de Bato y golpearlos contra el suelo. La dragona y sus alas parecían ocupar todo el espacio del lugar sagrado. Su compañero, Ran, rodeó el cielo frenéticamente alrededor de Bato.

Bato temía la ira de la mujer. Usando el agua que le quedaba, se cubrió los pies y se deslizó por toda la escalera, atrayendo el agua que salía de los canales destruidos bajo él, avanzando hasta la forma inmóvil de la dragona. Kanna estaba a punto de perseguirlo, pero Aang la detuvo con una petición.

—Por favor... Necesitamos que cure al dragón por nosotros —suplicó Aang. Se elevó sobre la figura de Shao y rodeó la parte de atrás del Altar, viendo a Ty Lee todavía colgando por su vida—. ¡Ty Lee! ¡Déjate caer! ¡Te atraparé!

La chica sintió que la fuerza abandonaba sus dedos rápidamente, que ahora estaban blancos y pálidos. Miró con miedo debajo de ella, viendo la mancha en el suelo que era Aang. Sería una caída muy larga... pero no le quedaba mucho tiempo de ninguna manera. Se vería obligada a soltarse.

Y así lo hizo.

El viento silbó junto a ella mientras caía, lanzando un grito prolongado y prolongado. Y de alguna manera, el viento pareció hacerse más fuerte, haciendo que su cabello se soltara hacia arriba, y tal vez incluso ralentizando su caída ...

Y se sorprendió cuando aterrizó sobre algo blando que la hizo rebotar. Y voló sin gracia alguna a los brazos de alguien, haciendo que ella y la otra persona se cayeran dolorosamente al suelo. Miró a la persona que ahora estaba aplastando debajo de ella.

—¡Aang! —gritó con alegría, abrazándolo tan fuerte como pudo. Aang cobró una expresión solemne cuando el colchón de aire que había utilizado para atraparla se disipó, y miró más allá de la chica a la forma de la dragona caída.

El angustiado dragón rojo angustiado, Ran, finalmente hizo un nuevo movimiento, saliendo disparado hacia la ciudad. Un rugido de venganza salió de su garganta.

Había fallado de nuevo... y ahora sería Ty Lee quien pagaría el precio, entregando la vida que le había sido prestada...


Una furia absoluta de la peor clase se apoderó del Señor de los Dragones mientras descendía en picado sobre la ciudad, sus ojos ardiendo, haciéndolo parecer una sombra roja. Sus instintos bestiales se apoderaron de él por completo, pero la majestuosa criatura, de alguna manera logró, diferenciar entre los Guerreros del Sol, los que adoraban a los de su especie, y el enemigo.

Destruir. Quemar. Matar.

Ran, que comúnmente simbolizaba el calor y la vida, estaba desatando la destrucción total sobre los adoradores de la luna que estaban debajo de él, desatando un espectáculo terrible de contemplar: hasta la última de sus presas moría en agonía, heridas por sus garras punzantes o convertida en cenizas en una tormenta de fuego. Los inocentes civiles inocentes lloraban y escondían a sus hijos de la espantosa vista, pero podía sentir los corazones que se compadecían del angustiado dragón que había perdido a su otra mitad.

El descendiente directo de Agni se enroscó y se elevó por encima de la ciudad y las montañas, volando libre por primera vez en décadas. Aunque no pudo deleitarse con el sabor de la libertad… Todavía quedaba sangre por derramar.

Ran posó sus ojos serpentinos en la flota de la Armada del Agua.


—Toda esperanza está perdida... —murmuró Ty Lee con tristeza, cayendo de rodillas frente al cuerpo de Shao. La dragona de color zafiro estaba inmóvil. Zuko, Azula, Kanna y Ty Lee estaban afligidos y aterrorizados por el destino de los Maestros Fuego... pero Aang se sentía peor que todos ellos.

Había vuelto a fallar. Sabía lo que vendría después... y no podría detenerlo...

—Has sido tocada por los espíritus —dijo Kanna con asombro, señalando a Ty Lee—. Tienes una parte de su vida dentro de ti.

El rostro de Ty Lee adoptó una expresión obediente. Solemne. Triste.

—Sí... Tienes razón, ¿eh? —Y se puso de pie.

Zuko se movió como para intervenir, pero Aang se le adelantó.

—¡No!

Todos los rostros se volvieron hacia el Avatar, normalmente calmado y sensato, que ahora estaba en estado de shock.

—No puedo dejar que esto suceda… ¡Ty Lee no puede morir!

—¡Aang, no existe otra opción! —le dijo Azula bruscamente, pero él pudo escuchar el dolor en su voz. Hacía tiempo que había abandonado su lugar junto al inconsciente Sokka para unirse a ellos.

—Sí... Tiene que haberla —dijo Aang con sinceridad—. Kanna... eres nuestra única esperanza. ¡Cúrala!

—Pero… ya está muerta…—dijo la anciana en voz baja, apoyando una mano en el suave vientre de la dragona.

—¡No! ¡Rápido! ¡Inténtalo!, ¡maldita sea! ¡Cúrala! —¡Sabía que esto iba a ocurrir y no podía hacer nada para detenerlo! Sus ojos ardían y le dolía la garganta mientras le gritaba a la vieja Maestra Agua, y sin siquiera darse cuenta, dejó caer las lágrimas.

Venir aquí, a este mundo… todo había sido en vano. Creyó que tendría la oportunidad de cambiar las cosas, pero ¿era el destino irreversible? ¿Estaba Yue destinada a morir? ¿Estaba Ty Lee destinada a morir?

Aang se derrumbó de rodillas y sollozó libremente, sintiéndose derrotado, inútil, como un fracaso... Verlo así enfureció a Zuko, quien apretó los puños. Azula lo miró con suavidad y desvió la mirada, incapaz de verlo derrumbarse. Ty Lee sintió que su propia determinación vacilaba al ver su forma derrotada.

Solo Kanna vislumbró la gloriosa, pero dolorosa figura del joven muchacho que de repente miraba hacia adelante, sus ojos y tatuajes iluminados por un brillo sobrenatural.

El Espíritu Avatar había vuelto a despertar.

El puente entre los mundos se levantó lentamente y se enderezó, y por una vez, los feroces vientos no azotaron el espacio a su alrededor. Mientras se levantaba, con calma, acercó las manos hacia sí y extendió los dedos. El agua alrededor de sus rodillas comenzó a subir.

El chico lanzó sus manos al cielo, convocando toda el agua a su alrededor, liberándola de los canales y las rocas, y la levantó en el aire. Algunas gotas flotaban detrás de la gran masa de agua, capturando los ojos de todos los presentes.

Y entonces, el gran ser ante ellos habló, su voz combinada con los miles de espíritus que vivían dentro de él.

—Kanna, ayúdame. Ayúdanos.

La masa de agua comenzó a brillar.

Era de un blanco puro, como los ojos y los tatuajes del que contenía el Espíritu Avatar, brillando lo suficiente como para cegarlos casi por completo. Zuko, Azula y Ty Lee se protegieron los ojos. Cada gota brillante relucía tanto como las mismas estrellas. El Avatar las guio hasta la herida de la dragona, y cuando la curación comenzó su largo y difícil proceso, se escuchó un delicado zumbido que se asemejaba a la música, aunque suave y lúgubre.

Kanna se unió al Avatar en concentración, poniendo sus manos en el agua sobre la horrenda herida. Su propio y pequeño espíritu se veía diminuto en comparación con los poderosos seres que estaban a su lado, pero eso la hizo sentirse casi completamente en paz. Con este tipo de ayuda, la tarea que tenía por delante no le pareció tan abrumadora: la luz sagrada hacía que pareciera que nada podía salir mal.

—Miren —jadeó Ty Lee, incapaz de apartar los ojos del maravillosa espectáculo—. ¡Está respirando!

Y así era, el pecho de Shao subía y bajaba. Estaba viva.


Bato surfeó sobre una plataforma de agua mientras dejaba que lo arrastrara por la ciudad, lejos de todos los combates y lejos del dragón. Solo estaba concentrado en dejar la ciudad e ir a un lugar seguro, con su misión cumplida: si su flota todavía seguía en pie, podrían tomar la ciudad en cuestión de horas...

Y de repente, sintió como si se estrellara contra una pared sólida e invisible. El agua se detuvo, arrojando al Maestro al suelo. Bato gimió y se incorporó. Solo un Maestro Agua podría haberle hecho eso...

—¡! —le gritó una voz femenina. Bato giró la cabeza y miró a la persona que se había atrevido a desafiarlo, de pie en medio del camino, a varios metros de distancia. Definitivamente era una mujer, de piel morena, con un espeso y ondulado cabello caoba, y fríos ojos azules—. ¡Trataste de asesinar a mi hermano!

—¡Princesa Katara! —exclamó Bato, aturdido—. ¿Qué está haciendo aquí?

—Cuidándole las espaldas a mi hermano —escupió, balanceando el brazo. Agujas de hielo dispararon al guerrero de la Tribu Agua, quien las esquivó rodando—. ¡Intentaste matarlo... más de una vez!

—¡Pues, qué lástima! Tu hermano ha estado muerto por días —dijo Bato con veneno en su voz—. Asesinado por un cazarrecompensas que contrató hace meses.

—Esa fue una trampa... planeada por el mismo Sokka. —La Princesa del Agua lo fulminó con la mirada—. Eres débil y estúpido, ¿lo sabías? Y estás vivo. ¡Y voy a matarte en su nombre! —El agua de los charcos de las lluvias recientes salió disparada hacia el Maestro Agua desde ambos lados, congelándose en el aire hasta convertirse en mortales carámbanos de hielo. Fue capaz de condensar la humedad del ambiente lo suficientemente rápido en un chorro de agua, que golpeó a la chica más rápido de lo que el ojo podía ver.

Con ira en sus facciones, la joven guerrera se lanzó en dirección al hombre, sacando agua de su bolsa a medida que avanzaba. Un lazo de agua se envolvió alrededor del tobillo del hombre y fue tirado con fuerza, enviándolo al suelo. Bato gruñó y recogió agua del suelo, lanzándole más picos de hielo.

Ella se hizo a un lado, corriendo de nuevo hacia él en zigzag al mismo tiempo que recogía el agua que estaba a ambos lados de ella. Se enroscó en el aire y se abalanzó sobre su oponente, casi aplastándolo con su asombroso peso.

—Sabes —jadeó Bato—. Es humillante para un hombre tener a una mujer peleando sus batallas por él, rompedor de costumbres.

—Es por eso que él no sabe sobre mí —Katara sonrió, continuando con el ataque.


Ran detuvo su furia incontrolable, sintiendo que la vida de su compañera regresaba a ella. Lanzó un último rugido de victoria hacia el cielo e hizo caso omiso a la flota ardiendo y derritiéndose bajo de él... y voló de regreso.

Mientras se elevaba sobre la ciudad de oro, el gran dragón vio a más gente del agua arrojando su endeble líquido al aire. Ran se lanzó hacia ellos.


—Eso es, Bato. Has perdido —dijo Katara en tono sombrío, enderezándose. Se apartó el largo pelo de la cara.

El hombre gruñía, tratando de liberarse del pilar de hielo en el que ella lo había encerrado. Había sido deshonrado, derrotado por una mujer a la que nunca se le había enseñado formalmente a luchar.

—¡No! —gritó angustiado. Ella se cruzó de brazos, apartando la vista... hacia el cielo. Allí, divisó una vista aterradora.

—¡Bato! —gritó, pero era demasiado tarde y se vio obligada a apartarse fuera del camino de un salto. El dragón carmesí se abalanzó sobre el Maestro Agua y lo arrancó de la parte superior del pilar de hielo, agarrándolo con sus grandes fauces. El dragón echó la cabeza hacia atrás y se lo tragó. Katara se estremeció, pero permaneció oculta. No había nada que ella pudiera hacer.

Además, ese monstruo probablemente se lo merecía.


Permanecieron en silencio mientras el Avatar y la anciana sanadora trabajaban, aún rodeados por aquel etéreo resplandor, curando la terrible herida del dragón azul. Ambos tenían los ojos cerrados con fuerza, concentrándose en recordar todos sus conocimientos, buscando en lo más profundo de sí mismos. Zuko, Azula y Ty Lee esperaron conteniendo el aliento.

Y finalmente, los brazos del Avatar parecieron estremecerse, y el resplandor se extinguió junto con el zumbido espiritual zumbido. Aang logró soltar el agua suavemente con lo último de su poder, pero se derrumbó inmediatamente después. Zuko y Azula estaban allí para atraparlo.

Soltó un quejido.

—No me he sentido así en algún tiempo —murmuró Aang, agarrándose la cabeza. La única vez que Azula lo había visto en Estado Avatar, no se desplomó así… pero esta vez había usado mucho más poder con facilidad. Ella lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos, contenta de que estuviera a salvo...

—¡Lo hiciste! —Zuko fue el primero en gritar de alegría, dando un puñetazo al aire, al darse cuenta del destino de la dragona—. La dragona está viva y a salvo... ¡Ganamos! —Y se volvió hacia Ty Lee y sonrió como ella, abrazándola con fuerza—. Estás viva…

Y, para sorpresa de todos, Azula también se unió voluntariamente, sonriendo de oreja a oreja.

A lomos de Appa, Sokka apareció de debajo de la manta, todavía atado por las gruesas cuerdas. Parecía aturdido y confundido.

—¿Qué está... pasando aquí? —murmuró levemente, entrecerrando el ojo sano.

Kanna les dio a los otros cuatro chicos una mirada inquisitiva.

—Podemos explicarlo —dijo Azula, riendo para sí misma. Estaba demasiado feliz para preocuparse por la reacción de la anciana.


El sol volvió a salir sobre la gran ciudad, un nuevo día que trajo consigo la curación y la reconstrucción. La gente del pueblo se puso a trabajar, volviendo a levantar su hogar tras el asedio de los Maestros Agua e incluso el ataque del dragón, sacando a los enemigos rezagados de su ciudad y limpiando la bahía de los barcos hundidos.

Zhuzhen estaba de pie, observando su ciudad, con las manos entrelazadas a la espalda y una sonrisa en el rostro. Su cabeza estaba fuertemente vendada por el golpe que había recibido de Bato, pero él también estaba feliz. Aang, Azula, Zuko y Ty Lee se acercaron a su lado.

—Bueno... Tenemos que irnos, pronto —comenzó Aang—. Necesito encontrar un maestro de Tierra Control.

—Lo sé —declaró Zhuzhen—. Necesitas completar tu destino. Gracias, Avatar, por salvar mi ciudad y mantener alejados a los Maestros Agua. Tenemos una gran deuda contigo.

—No se preocupe por eso —dijo Aang con una sonrisa. Su mirada fue captada por Jeong Jeong, quien estaba subiendo, a zancadas, los escalones hacia el grupo. Tenía el mismo aspecto de siempre—. ¡Maestro Jeong Jeong! —dijo Aang a modo de saludo. Azula hizo una reverencia.

—Maestro Aang, Maestra Azula —dijo brevemente, devolviéndoles la reverencia. Aang casi sintió que sus ojos se salían de su cabeza y Azula se quedó boquiabierta.

—¿Maestros? —Azula pareció ahogarse, conmocionada—. P-pero...

—No tartamudees —le ordenó a la Maestra de Fuego Control—. Ambos han progresado rápidamente, lo han hecho mucho mejor que cualquier otro estudiante que haya visto. Se esfuerzan mucho y han mostrado una determinación y una valía feroces, así como el potencial para crecer y aprender. Se les ha considerado dignos de llevar el título de Maestro.

—Gracias —dijo Aang agradecido, y ambos intercambiaron otra reverencia. Luego, Aang miró hacia el horizonte—. Entonces —dijo, volviéndose hacia Zuko, Azula y Ty Lee—. ¿Están conmigo? —preguntó esperanzado—. Nuestro próximo destino es el Reino Tierra... y después de los peligros que vieron aquí, bueno...

—No te atrevas a terminar esa frase —dijo Azula entre dientes—. ¿Eres así de estúpido y tan poco observador? ¿En serio necesitas preguntar?

—¿Q-qué quieres decir? —preguntó Aang. Zuko se puso a su lado en señal de apoyo y se rio.

—Vaya, Aang. Nunca creí que fueras tan denso —dijo—. Por supuesto que vamos contigo... Estamos en esto hasta el final. Pensé que lo sabías desde el principio. —Zhuzhen y Jeong Jeong sonrieron. Aang se volvió hacia el único miembro de su grupo que quedaba.

—¿Ty Lee?

Ella jugueteó nerviosamente con los dedos, evitando mirarlo a los ojos.

—Lo siento, Aang. Y Zuko, y Azula…—dijo en voz baja—. Creo... creo que ahora mi lugar está con mi pueblo. —Mientras hablaba, sonaba gradualmente más segura de sí misma—. Me tomó un tiempo darme cuenta, y ustedes me ayudaron, pero... estoy lista para aceptar mi posición como Princesa de la Ciudad Dorada. Daría cualquier cosa por mi gente. Por fin lo entiendo. —Apretó el puño—. Lo siento, pero me quedaré aquí.

Aang sonrió con gentileza.

—Está bien, Ty Lee. Estoy feliz por ti.

Zuko la tomó de las manos.

—¿Está segura? —Ella asintió—. Bueno... no puedo obligarte a cambiar tu decisión, ¿cierto? —Suspiró—. Así que... supongo que eso fue todo entre nosotros, ¿no?

Ella asintió con tristeza.

—Sí…

—Nunca fue amor verdadero, ¿verdad? —preguntó.

—No… —Pero ella sonrió—. No me voy a meter en el camino de esa otra chica que tienes en mente —dijo con picardía. Ante su expresión de asombro, ella se rio—. ¡Sé de ella, Zuko! Puedo verlo en tu aura. Y no me importa. Espero que estés feliz con ella, quienquiera que sea.

Mai… pensó Zuko para sí mismo, apretando la mandíbula. No lo había notado, pero… ¿Tenía ella tanto efecto en él? ¿Tan solo tras los pocos días que estuvieron juntos? Volvió a centrarse en Ty Lee.

—¿Pero qué hay de Chan? Espero que las cosas mejoren para ti...

—Oh, no te preocupes por eso —dijo, resoplando—. Papá me dio la libertad de elegir con quién quiero casarme.

—¿Con quién? —preguntó, genuinamente interesado.

—¡No con Chan! —Y volvió a reírse. El sonido de su risa fue contagioso, lo que hizo que todos los demás se unieran. Rodeó a Zuko en un fuerte abrazo, como si se estuviera despidiendo por última vez. Un momento después, Aang y Azula los rodearon con sus brazos, y Sabishi se enroscó alrededor de su cabeza.

Jeong Jeong rompió el momento de felicidad.

—¿Qué van a hacer con su joven prisionero? —preguntó, mientras Sokka era conducido hacia ellos y Appa, atado con una cuerda. Aang suspiró al ver a su antiguo amigo.

—Lo llevaremos con nosotros, como quería su abuela —dijo Aang sin emoción. Sokka no reaccionó, ya lo sabía. Había estado allí cuando Kanna decidió dejarlo con el Avatar, con la esperanza de que ellos fueran una "buena influencia" para él, mientras ella huía al Reino Tierra para encontrarse con algunos "contactos". No había dicho una sola palabra desde ese momento, con una bien disimulada ira hirviendo en su interior, enfurecido con todos los que lo rodeaban, que lo trataban como un vulgar animal...

Aang había planeado que esto ocurriera esta vez, pero no esperó que Kanna dejara ir a su nieto de inmediato. Se preguntó cómo eso le habría afectado al Maestro Agua. Aang estaba preocupado por su viejo amigo e, inconscientemente, apretó con fuerza la empuñadura de su espada negra. Odiaba hacerle esto a Sokka.

Mientras miraba hacia el sur, hacia el Reino Tierra, Aang se preguntó qué tan diferente sería este viaje del anterior, solo podía imaginar lo que les esperaba en el territorio de los Maestros Tierra. El giro más reciente de los acontecimientos lo empujaba a él y a sus amigos hacia los destinos que les correspondía...

¿Su próxima misión? Encontrar a Toph.


Katara estaba actualmente en una cueva junto al mar no muy lejos de la Ciudad Dorada, mirando hacia el océano mientras planeaba su siguiente movimiento. ¿Le seguiría los pasos a la traidora de su abuela? ¿O volvería a ir tras su hermano, que ahora estaba en las garras del enemigo? Sabía que no podía enfrentarse a todos ellos por sí misma... Necesitaba algo más, alguien nuevo que la ayudara en su misión.

Y luego lo recordó: era la Princesa y tenía el apoyo de toda la Nación del Agua a su disposición.

Nadie secuestraba a su hermano y se salía con la suya.

Notes:

¡¡¡¡Muchas gracias a todos quienes han llegado hasta aquí!!!!
Aún quedan un montón de capítulos por venir pero aún así es genial haber terminado el Libro Uno (por fin!!)
La próxima semana subiré el primer capítulo del Libro Dos :D Siento como si estuviera leyendo por primera vez este fic y estoy emocionada por todo lo que se avecina.
Espero que hayan disfrutado de la lectura hasta aquí y prometo hacer mi mejor esfuerzo para hacer de esta una traducción de calidad y digna del trabajo de Baithin (AKA Ogro :D)
De nuevo infinitas gracias por estar aquí. Si les gusta pueden dejar kudos o comentar, como siempre estaré feliz de leerlos.
¡Los veré la próxima semana en el Reino Tierra...!
♡♡♡

Chapter 22: Fusión

Notes:

¡Hola, hola :D!
Aquí está el primer capítulo del Libro Tierra. Puedo asegurar que se vienen escenas geniales y emocionantes.
Recomiendo leer las notas originales del autor que dejaré traducidas al final, le dará un poco más de contexto a la dirección que está tomando esta historia.
Si tienen comentarios o notan algún error pueden dejármelo saber en los comentarios :)
¡Muchas gracias por leer y disfruten el capítulo :D! ♡♡

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 1: Fusión

Observó a su mejor amigo, su hermano, afilar su machete, sus manos callosas raspaban el arma con una piedra de pedernal, trabajando la hoja de hueso y metal hasta que las puntas tuvieran un filo mortal. Lo hacía con la facilidad de años de experiencia y práctica; al haber nacido en las Tribus del Agua, resultaba natural en él. Su rostro era duro e impasible, sus rígidos ojos azules estaban fijos en sus herramientas. Sin embargo, aparte de sus ojos y sus armas, no parecía venir de la Tribu Agua en absoluto.

Al igual que todos los demás miembros de su grupo de viaje, iba vestido con un atuendo sencillo del Reino Tierra. Llevaba un chaleco de un verde bosque común, con mangas blancas, abrochado con un cinturón en donde guardaba una vaina elegante y su garrote de la Tribu Agua atado a él. En la espalda llevaba un estuche de cuero, que contenía un boomerang. También usaba pantalones marrones lisos, que estaban metidos en un par de botas oscuras de cuero, manchadas de barro. Como la mayoría de los hombres del Reino Tierra, tenía el cabello recogido en un moño en la parte superior de su cabeza.

Era mejor pasar desapercibido que esconderse, como siempre decía Aang. El grupo parecía vivir según esta regla.

Aang estaba vestido con el viejo uniforme de la escuela del Maestro Yu, pero con un sombrero kasa en forma de cuenco que cubría la mayor parte de su rostro, además de su cinta de tela que ocultaba su tatuaje de flecha. Como todos los Maestros Tierra, iba descalzo. Tristemente, Toph era la única que tenía el lujo de usar ropa con la que estaba familiarizada, siempre y cuando se mantuvieran dentro de los territorios del Reino Tierra.

Ninguna nación podía garantizarles seguridad.

Ambos se sentaron juntos en un silencio agradable, siendo los únicos que permanecieron en el campamento. Zuko, Katara y Toph habían ido a una aldea cercana para reponer sus suministros. Aang y Sokka se quedaron para proteger el campamento y mantener a Appa escondido.

Sorprendentemente, Sokka fue el primero en romper el silencio. Desde la reciente muerte de Suki, se había vuelto bastante callado en las últimas semanas.

—¿Te gustaría aprender a manejar uno de estos? —preguntó, refiriéndose a su machete.

—¿Qué hay que aprender? Todo lo que tienes que hacer es blandirlo a un lado y al otro —respondió el Avatar, concentrado en practicar su Arena Control. Como era de esperar, Sokka se sintió ligeramente ofendido y frunció el ceño.

—Bueno, ¿entonces de qué te servirá saber Arena Control? —replicó con una sonrisa.

—Tiene muchos usos —respondió Aang, ofendiéndose en broma—. Es tan útil como el Agua Control; incluso puedo usar los mismos movimientos, pero es más útil si no hay agua alrededor.

—En ese caso, puedes usar cualquiera de los otros tres elementos que tienes —respondió Sokka—. No tengo ni idea de por qué recurrirías a la Arena Control.

—Todo está en los estilos detrás de cada arte de Control. Con Agua Control, puedo defenderme y redirigir los ataques; la Arena Control utiliza casi los mismos principios. Es por estas cosas que no eres un Maestro.

—Aun así no puedes golpear ninguna cabeza solo con arena —dijo Sokka, imitando un rápido golpe con su garrote, pero sus dedos estaban cansados, y lo dejó caer sobre su rodilla, sacándole un aullido de dolor. Y casi sin motivo alguno, los dos estallaron en carcajadas. Aang cayó al suelo, agarrándose el estómago, y Sokka hizo lo mismo. Se sentía tan bien reír, olvidarse de la guerra eterna por un momento. Los dos parecían un par de locos, riendo así de fuerte sin ninguna razón aparente. Estos momentos eran raros: la guerra había hecho que sus mentes se agotaran, desgastándolas hasta convertirlos en tensos y débiles caparazones andantes. Parecía como si acabaran de romperse.

Después de lo que se sintió como un buen y largo rato, ambos pudieron respirar con normalidad de nuevo y, simplemente, se quedaron tendidos en el suelo con los brazos abiertos, mirando hacia el cielo oscuro. Se estaba haciendo tarde, pero aún no les preocupaba la ausencia de sus tres compañeros. Las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo a medida que la noche caía.

—¿Oye, Aang? —preguntó Sokka, volviendo a romper el silencio—. ¿Echas de menos a... —Parecía estar pensando en un nombre—... a todos? —Su momento feliz se desvaneció repentinamente, como si nunca hubiera existido, y el aire se llenó de una silenciosa melancolía.

—Por supuesto —dijo Aang de inmediato—. Siempre. Pienso mucho en todos ellos. —“Ellos” eran todos sus amigos que habían muerto... Y realmente todos ellos habían sido sus amigos.

—A veces los veo —dijo Sokka con la mirada vacía—. En mis sueños.

—Yo también.

—Es como si estuviera allí para cada uno de ellos —continuó Sokka—, mientras yo los veía morir. Puedo ver su miedo, siento mi impotencia... La peor parte es su frialdad. No fui capaz de protegerlos a todos. Yue... Suki... papá... mamá...

—Jet —agregó Aang—. Bumi, Haru, Tyro, Teo y su padre...

La lista continuó mientras los dos guerreros nombraban a cada uno de los amigos que habían perdido. Casi de manera morbosa, se preguntaron en voz alta quién sería el siguiente.

—Si soy yo —dijo Sokka—, cortaré todas las cabezas que pueda antes de irme.

—Pero si soy yo, esos tipos van a ser testigos de una destrucción como nunca antes la habían visto. —Aang sonrió—. Será una enorme tormenta de fuego. O podría enterrar a todos los soldados a mi alrededor en una avalancha de rocas, o tal vez una tormenta de nieve...

—Secuestraré un dirigible y lo estrellaré contra los demás...

—Los azotaré con un viento muy fuerte y los tiraré a todos por un acantilado...

—Lanzaré una bomba suicida al cielo...

Ambos suspiraron juntos, felices.

—Sí... Así es como me gustaría irme. —Como héroes.


Aang se despertó a la mañana siguiente e inmediatamente comenzó su ritual habitual de recordar sus sueños. Todas las noches venían, pero por alguna razón, no tenía que sacar tantas de esa noche como pudiese. Los recuerdos de los sueños no se estaban desvaneciendo de su mente... venían a él con facilidad. Y el sueño nunca antes se había sentido tan real. Podría haber jurado que estaba de vuelta allí, viajando como un fugitivo en el Reino Tierra, con la roca contra su espalda y la brisa nocturna acariciándole el rostro. Incluso recordaba, con asombrosa claridad, cómo cada vez que Sokka raspaba el filo de sus armas con la piedra para afilar, Aang sentía como si le estuvieran arañando los dientes. Era extraño, como mínimo.

En aquel entonces, todos parecían tener algún tipo de deseo por morir. La mayoría de las veces, con todos sus amigos muertos, perdían la noción de por qué estaban luchando. Katara era la única que tenía ganas de vivir, y eso la hacía seguir adelante. Pero, inevitablemente, había perdido toda esperanza de ganar. Ella fue la primera en sugerir que dejaran de ayudar a quienes la necesitaban. ¿Quién quedaba? Nadie la culpaba por sus pensamientos.

Curiosamente, siempre era Toph quien los ponía de nuevo en marcha, como Aang recordaba antes. Ella, constantemente, los forzaba a recuperarse cuando alguien golpeaba su punto más bajo, los sacaba del lodo, y era entonces cuando tomaba las riendas y les mostraba a los otros cuatro de qué estaba hecha. Era como el sargento de un ejército, empujándolos a seguir adelante, a nunca rendirse... Ella era su inagotable fuente de estabilidad. A diferencia de Katara, los años no la habían vuelto tan maternal, pero defendía ferozmente a su familia de cualquier daño que pudiera ocurrirles. Pero a veces, parecía como si su deseo por morir superaba al del resto. Incluso las rocas más duras se erosionan con el tiempo.

Incluso los fuegos más ardientes se apagaban.

Incluso las hojas más finas perdían su filo.

Incluso los vientos más fuertes decaían.

Incluso los ríos más feroces se secaban.

¿Quién quedaba para darles una razón para luchar?


Aang nunca había creído que se sentiría tan a gusto en un barco de la Nación del Fuego. Al igual que los de su mundo, los tonos parecían variar entre el negro y el rojo. Había algunos adornos y baratijas doradas en la cabina de Aang, pero el barco no era tan grandioso ni aterrador como los del mundo del que venía. La Ciudad Dorada tenía algunos barcos propios, pero no eran nada comparados con la flota de la Armada del Agua.

Sintiéndose inquieto, Aang saltó de su cama de satén rojo y se adentró en los pasillos de metal negro, escuchando el ahora familiar repiqueteo de los motores de la nave. Hacía tres semanas que habían dejado la Ciudad Dorada. Ahora se dirigían al sur. Jeong Jeong estaba llevando a algunos de sus hombres al continente de la Nación del Fuego para ayudar en la defensa, a la vez que dejaba al Avatar, a sus compañeros y a su prisionero a mitad de camino. Partirían en Appa esta misma mañana.

La luz del sol le iluminó la cara mientras ascendía a la cubierta del barco, y se dirigía a la barandilla después de saludar rápidamente a Appa y Sabishi. La lémur hembra había bajado las orejas, observando tímidamente lo que pasaba con sus grandes y protuberantes ojos. Se aferraba a Appa con más frecuencia que a los humanos, incluido Aang.

Al otro lado de Appa, Sokka estaba fregando la cubierta con manos y rodillas, supervisado por una claramente encantada Azula. Desde que fue capturado, la tripulación obligó a Sokka a realizar trabajos manuales, constantemente vigilado por Aang, Azula o Zuko cada vez que estaba fuera de su "celda". Sokka había sido retenido en una cabina en la torre del barco, aunque originalmente se suponía que debía haber sido puesto en una celda de prisión debajo de la nave. Aang se opuso ferozmente, usando la excusa de que allí abajo estaba más cerca del agua. Jeong Jeong cedió.

Azula parecía estar disfrutando demasiado burlándose y humillando al Maestro Agua, pero Sokka lo aceptaba en silencio o la ignoraba por completo. Curiosamente, no había hecho ningún intento de escapar todavía, pero Aang no dudaba de la posibilidad de que se le ocurriera un plan brillante, eso y la probabilidad de que tuviera la misma fuerza mental que Aang sabía que tenía Sokka. Sokka no estaba atado, por ahora, porque no había ningún lugar en el barco donde pudiera ir, y cuando estaba afuera, siempre era vigilado. Si no, estaba encerrado en su cabina.

Sigue limpiando tu inmundicia, Maestro Agua gruñó Azula. No había notado a Aang a sus espaldas—. Limpia la suciedad que tu pueblo ha desatado en este mundo. ¿Sabes que eres responsable de la gente hambrienta en mi Nación? ¿O de las tormentas de polvo en el Reino Tierra? Es porque tú y los tuyos se aseguran de dejar la tierra estéril dondequiera que vayan. Es despreciable. Asesinan a gente inocente incluso sin la guerra. Aang sabía que cada vez que Azula pensaba que él no estaba cerca, arrojaba toda su ira y odio contra Sokka, siempre hablando en tonos hirientes y venenosos. Desde que había dominado el Fuego Control, se había vuelto más como la Azula que él conocía; ahora, ella no solo era palabrería, tenía poder que la respaldaba. Y sabía cómo usarlo.

Sokka siguió fregando, sumergiendo su esponja en un balde de agua.

En un ataque de rabia, Azula pateó el cubo hacia el Maestro Agua y lo empapó por completo. Él se limitó a quitarse el agua de encima con su control, sin siquiera mirarla.

¡Mírame, monstruo! Ella echó la pierna hacia atrás para patearlo de nuevo, e incluso unas chispas de fuego se acumularon alrededor de las puntas de los dedos de sus pies. Mientras se echaba hacia atrás, Aang la agarró por el tobillo y casi tropezó. Se volvió enojada hacia el Avatar—. ¿Qué estás haciendo?

Evitando que lo lastimes sin razón declaró Aang con firmeza. Su mirada era dura. No me contradigas. Ella liberó su pierna del agarre del chico.

¿Por qué lo estás defendiendo? exigió, esperando una respuesta. Aang simplemente se encogió de hombros.

Soy el Avatar. Es lo que hago Entrecerró los ojos hacia ella—. Que no vuelva a ocurrir. Azula le devolvió la mirada.

¿Desde cuándo eres un idiota moralista?

Creo que estás exagerando un poco dijo Aang, suspirando. Esta no era la primera vez que habían tenido este tipo de discusiones en las tres semanas que habían llevado de viaje—. Vamos, tengo que decirte algo dijo después de un momento.

La mayor parte de la ira de Azula se disipó de inmediato, inclinando la cabeza ligeramente, con curiosidad.

¿Oh? ¿El Gran Avatar Aang va a revelarme por fin otra parte de su misterioso pasado? Él no respondió, pero se alejó. Hambrienta de más información sobre el chico, Azula lo siguió, segura de que el idiota de la Tribu Agua no intentaría escapar, había demasiados hombres en cubierta vigilándolo. Una vez que estuvieron lo suficientemente lejos de cualquier oído indiscreto (principalmente el de Sokka), Aang se detuvo y se volvió hacia la chica, era más alta que él—. ¿Y? ¿Por qué lo has estado defendiendo tanto? ¿Han sido secretamente mejores amigos con él desde el principio? preguntó sarcásticamente.

Aang se rio para sus adentros, no tenía idea de lo cerca que estaba.

Es... algo complicado dijo después de un momento—. ¿Recuerdas, hace tiempo, dije que había algo de lo que no podía contarte? Hizo una pausa—. Tiene que ver con eso.

Mm, y yo que pensaba que me dirías algo jugoso dijo, cruzando los brazos—. Bien... de todos modos, ya he descubierto tu gran secreto.

Aang enarcó una ceja y se cruzó de brazos, imitando la pose de Azula, divertido.

¿De verdad?

dijo ella, absolutamente segura de sí misma—. Y tengo muchas pruebas.

Escúpelo dijo Aang.

Primero, lo vi en tus ojos… siempre me ves a mí, o a Zuko, o a Ty Lee, o a Sokka con una mirada de suficiencia, como si supieras algo sobre todos que ninguno de nosotros ni siquiera imagina, pero son sobre todo a los tres. Además, he visto remordimiento y tristeza en tus ojos, como si hubieras visto la tragedia que nos espera. A juzgar por tus terribles pesadillas, supongo que estoy en lo correcto, siempre pareces estar reviviendo esos momentos—. Para ese entonces, Aang sintió su corazón martillear contra su pecho, sus ojos grises entornados por el miedo. ¿Cómo podía saber estas cosas? —. Además, he notado un patrón: es como si siempre estuvieras un paso adelante de todos, como si supieras de antemano que ciertas cosas iban a suceder, y considerando tu nivel de inteligencia, estoy segura de que muchos de tus planes no se te ocurrieron en el momento. Simplemente lo sabías porque ya lo habías experimentado. Lo ves todo como si lo hubieras vivido antes. Reaccionas a ciertas cosas de forma bastante inesperada, desde la nostalgia que sientes al ver a Sokka hasta el inmenso odio por Zhao. No puedes haberlos conocido antes, ya que has estado atrapado en ese volcán por cien años. Así que… Aang se preparó, con las piernas ancladas férreamente al suelo, incapaz de huir de sus siguientes palabras...… he deducido que eres un viajero del tiempo.

Aang parpadeó.

Y luego estalló en carcajadas.

¡Eso tiene que ser lo más ridículo que he escuchado! gritó, dándose una palmada en la rodilla—. ¿Un viajero en el tiempo? ¿Es eso posible? Oh, Azula... Se secó una lágrima del ojo—. Eres muy graciosa.

Azula movió el labio inferior, entrecerrando sus ojos ambarinos hacia él, claramente molesta.

¡Bueno, no tienes que ser tan dramático al respecto! resopló, giró sobre sus talones y se alejó. Le gritó por encima del hombro—. ¡Lo descubriré uno de estos días, te lo juro, chico Avatar! Mientras se alejaba de él, habló en voz baja, hundiendo los hombros en derrota… Creía que lo había atrapado también...

Aang dejó de reírse a su espalda una vez que se fue, e inmediatamente se puso serio y melancólico. No tenía idea de lo cerca que estaba. ¿Azula siempre era tan observadora? ¿O él era simplemente estúpido? ¿Estaba dejando un rastros tan evidentes? Se prometió cubrir mejor sus huellas… se estaba arriesgando demasiado.

Por alguna razón, no quería que lo supieran. Aún no.


Tan pronto como el Avatar alejó a Azula de su prisionero, Jeong Jeong se acercó al chico. El viejo Maestro notó que estaba sufriendo a su manera. Rara vez, si es que alguna vez lo hacía, hablaba con alguien, a pesar de los esfuerzos de Aang por comunicarse. No sabía por qué el Avatar se empeñaba tanto, pero sus esfuerzos eran en vano. Jeong Jeong sabía exactamente lo que molestaba al Maestro Agua.

Para empezar, estaba derrotado. Otros tres chicos lo habían capturado y lo obligaron a subir a un barco de la Nación del Fuego, haciéndolo trabajar y sufrir como un esclavo. Era extrañamente orgulloso, para ser un guerrero de la Tribu Agua, y su orgullo estaba herido.

Además, su abuela prácticamente lo había traicionado, alguien que lo amaba y en quien confiaba. Ella dejó que se quedara con el Avatar mientras huía. Ahora que era una traidora a su pueblo, era una fugitiva. Y ella fue la razón por la que Jeong Jeong se acercó al Príncipe de Agua.

Ella te ama, ¿sabes? murmuró el anciano. Sokka no levantó la mirada.

¿Quién, esa bruja Maestra Fuego? preguntó sarcásticamente—. Lo dudo. Y continuó fregando, ¿era Jeong Jeong el único que notaba que estaba limpiando el mismo lugar una y otra y otra vez?

Tu abuela, Kanna declaró rotundamente el Maestro Fuego. Ella cree que esto es para mejor.

Como sea murmuró Sokka, apenas audible—. No cambia el hecho de que me haya traicionado.

Míralo como quieras soltó Jeong Jeon con un asentimiento apenas perceptible—. Puede que salgas de este problema como una persona más fuerte.

¿Cómo? ¿Viéndome obligado a vivir con salvajes de la Nación del Fuego? preguntó Sokka con brusquedad. No tenía idea de por qué le estaba respondiendo a este hombre, pero su natural sarcasmo, reprimido durante mucho tiempo, estaba saliendo a la superficie junto a su ira; era la única forma que tenía para enmascarar sus verdaderos sentimientos.

Quizás dijo el Maestro Fuego Control enigmáticamente—. No dejes que tus sentimientos te consuman. Haz lo que creas que es mejor. Sokka no respondió, pero Jeong Jeong no dijo nada más porque Azula estaba de regreso.


Cuando Azula volvió a la cubierta para vigilar a Sokka, encontró a Jeong Jeong frente al chico. Los dos se miraban en silencio, pero por alguna razón, Azula sintió que se estaba entrometiendo El único ojo de Sokka estaba frío, desprovisto de emociones. Azula sabía que aún resentía el rechazo y la traición de su abuela, pero a ella no le importaba. Jeong Jeong era más difícil de leer.

—¿Qué está pasando? —le preguntó Azula a su Maestro. Sokka desvió la mirada y volvió a su agotador trabajo. Jeong Jeong no le respondió, solo suspiró y se masajeo las sienes, luciendo de repente incluso más viejo de lo que ya era. ¿El hombre se estaba volviendo blando?

—No es tu asunto, mujer —se burló Sokka, hablando por primera vez. Ella lo fulminó con la mirada.

—Cállate, bastardo sexista —maldijo—. Mi gran Nación no tiene tus tontas tradiciones tribales, así que no tienes derecho a decirme eso a mí, tu superior. —Sokka parecía estar a punto de atacarla, pero ella se puso en posición. Jeong Jeong sacudió la cabeza.

—Cállense, los dos —dijo con severidad—. Estos niños de hoy no tienen ningún respeto por nadie —Azula obedeció a su Maestro de mala gana, y por alguna razón, Sokka también lo hizo. ¿Qué había pasado entre ellos? Se unió a su Maestro para observar en silencio al miembro de la Tribu Agua debajo de ella, recordando todos los enfrentamientos que habían tenido (e incluso la vez que habían trabajado uno al lado del otro) mientras trabajaba bajo el sol, con una fina capa de sudor cubriéndole la cara. Al pensar en sus encuentros, recordó la del Altar del Dragón, donde había desatado un torrente de llamas azules durante la segunda mitad de la pelea. Cuando lo intentó de nuevo, sus llamas se volvieron rojas. Decidió preguntarle a su Maestro.

—Jeong Jeong —dijo, olvidando deliberadamente su título—. Cuando luché contra él, en el Altar del Dragón, mi fuego se volvió azul. Nunca lo había visto antes.

El hombre pareció profundamente perturbado por esto.

—¿Puedes hacerlo de nuevo?

—No —dijo ella, un poco confundida—. Mi fuego volvió a ser rojo después de eso.

Jeong Jeong exhaló con alivio y sus ojos se cerraron.

—Bien.

—¿Qué significa eso? —preguntó la chica.

—Luchaste contra él con mucha más pasión de la que nunca antes habías sentido —explicó el anciano—. Tanto que peleaste con la intención de matar. —Azula entornó los ojos, recordando la emoción de la batalla y su locura inducida por el poder—. Cuando eso sucede, la llama de un Maestro Fuego arde de color azul —dijo después de una breve pausa.

Azula no se molestó en lo más mínimo.

—¿Puedo hacer eso todo el tiempo?

Jeong Jeong suspiró.

—No veo por qué querrías hacerlo. Esa sed de destrucción lleva a algunos Maestros Fuego por el camino equivocado. ¿No has notado que el espíritu de la destrucción, Shao, es azul? —Azula asintió. Tenía sentido, después de todo, y la chica siempre se basaba en la lógica—. La verdadera esencia del Fuego Control es la vida y la armonía. No olvides mis lecciones, a menos que quieras que tu fuego interior consuma tu ser.

Ella hizo una reverencia.

—Gracias, Maestro Jeong Jeong —dijo con inusual amabilidad. Se volvió y se marchó, bastante decidida a aprender a controlar el fuego azul, a pesar de las advertencias de su Maestro. No podía olvidar la oleada de energía que había experimentado y la emoción que había sentido.

Detrás de ellos, Sokka procesó la información, almacenándola cuidadosamente para un propósito diferente.


Un gran barco plateado de la Nación del Agua atravesaba las aguas del océano sin esfuerzo, deslizándose entre las mareas y redirigiendo el flujo de las aguas para impulsarlos más rápido hacia su destino. El barco se estaba moviendo en dirección al norte, hacia los mares del Reino Tierra, habiendo partido directamente de la ciudad de hielo de la Tribu Agua del Sur. Sin embargo, todavía no habían entrado en territorio enemigo: la mayor parte del océano estaba bajo su control. Al fin y al cabo, la Nación del Agua tenía una armada incomparable.

Dos filas de soldados en cubierta hicieron una profunda reverencia cuando su Princesa apareció, atravesando con confianza el camino que habían abierto para ella. Llevaba una sencilla túnica azul y pantalones holgados, forrados con plata, pero también tenía joyas de hueso y hielo, este último siempre congelado y listo para usar como arma por si lo necesitaba. Su cabello castaño era largo, espeso y suelto, muy diferente de lo que las mujeres comunes solían hacer con su cabello. Una vez que la Princesa estuvo en medio de todos los soldados, habló en voz alta.

—Valientes hombres de la Tribu Agua del Sur —dijo—. Todos ustedes han sido llamados aquí para ayudarme en mi misión: rescatar a su Príncipe de las manos del Avatar y capturar a la traidora Lady Kanna. —Se detuvo por un momento—. ¡Luchen con fuerza! Alcancen su objetivo como una ola feroz, arrasen con todos los que se interpongan en nuestro camino.

Muchos de los hombres la miraron a ella y escucharon sus palabras de ánimo. Sintiendo la emoción por la batalla, no una simple misión de rescate. La Princesa continuó hablando de las hazañas heroicas que harían, de su coraje e ingenio, de sus habilidades y destrezas. Tenía un don con las palabras, era conocida por convencer a los hombres para que hicieran como ella deseara. Todos se asombraban de su poder, era muy extraño para ellos verlo venir de una mujer. Debido a la Princesa Katara, los hombres sentían deseos insaciables de derretir el hielo en su corazón (pues nadie sabía que estaba allí, pero era evidente en sus ojos) y las mujeres constantemente admiraban su voluntad y su impulso para mejorar sus vidas. El pueblo amaba a su Princesa y moriría por ella si lo consideraban necesario.

Y eso era justo lo que Katara quería.

—Puede que alguno de ustedes se sienta reacio a pelear junto a una mujer —continuó, pero muchos hombres negaron con la cabeza con vehemencia—. No lo estén —dijo con frialdad—. Somos tan poderosas como el resto de ustedes. Si hay alguna objeción, alcen la voz ahora y lucharemos para ver quién es más fuerte. —Hizo una pausa por un momento, sus ojos azules revolotearon de un lado a otro—. Bien —dijo finalmente—. ¡Bien entonces! —gritó triunfalmente—. ¡Prepárense para traer a su Príncipe de vuelta a casa!

Y en cuanto su voz se perdió entre los ruidosos vítores, Katara giró sobre el talón de su pie y regresó al interior de su nave. Cuando estaba a punto de abrir la escotilla plateada, su compañera apareció a su lado.

—Realmente los tienes todos en tus manos, Katara —dijo Suki, sonriendo a través de su maquillaje blanco. La Guerrera Kyoshi miró a los hombres con los brazos cruzados, cubriendo su pechera. Estaba vestida con la armadura verde oscuro de su gente, la última de los suyos. Su cabello castaño rojizo estaba cuidadosamente recortado, y sus ojos de mirada ligeramente traviesa parecían cambiar de tonos azules a verdes e incluso grises, dependiendo de cómo se los mirara.

—Por supuesto. Siempre lo logro —dijo Katara, dándole una sonrisa de igual picardía.


Appa finalmente estaba cargado y listo para partir, lleno de comida, ropa (porque Aang parecía obsesionado con vestirse como ciudadanos del Reino Tierra) y Sokka. Aang, Azula y Zuko estaban en la cubierta del barco, junto con Jeong Jeong y varios de sus hombres y mujeres, igualmente listos para retomar rumbo. Aang y Azula se inclinaron en señal de despedida y agradecimiento a su Sifu.

—¿Por qué Ty Lee no puede estar aquí para despedirse? —preguntó Zuko, no por primera vez.

Azula puso los ojos en blanco.

—No puede salir de su ciudad solo para ir a nuestra aldea —le volvió a explicar su hermana, como si le hablara a un niño pequeño. Jeong Jeong y su gente estaban planeando regresar a la aldea de Zuko y Azula para ayudar a protegerlos de la guerra y a reconstruir, y Ty Lee se vio obligada a quedarse atrás para que pudiera aprender a ser una gobernante digna de la Ciudad Dorada—. Estás patéticamente enfermo de amor.

El viejo Maestro Fuego Control los ignoró y puso ambas manos sobre los hombros de Aang y Azula.

—Ambos han sido buenos estudiantes —dijo—. Aprendan el uno del otro. Sigan practicando hasta que no quede nada que aprender. Incluso entonces, no se detengan. Mantengan la cabeza fría. El viaje que tienen por delante está a punto de volverse aún más peligroso. —Ofreció su consejo rápidamente y luego se volvió hacia Zuko—. Tengo algo para ti. —Zuko, interesado, vio como Jeong Jeong le ofrecía una ornamentada vaina de espadas dobles, igual a las suya, pero mucho más bonita. El hombre desenvainó espadas, unidas con empuñaduras de oro y rubíes rojos en el pomo—. Estos fueron un regalo del mismísimo Maestro Piandao, pero nunca les di un uso adecuado. No sé mucho sobre espadas, pero las tuyas son viejas y casi inservibles. Toma estas y pruébalas, Zuko.

El joven guerrero se quedó boquiabierto, pero se recompuso rápidamente y aceptó las armas con manos temblorosas.

—Gracias, Maestro Jeong Jeong. —Azula frunció el ceño.

—Buena suerte en su viaje —dijo Jeong Jeong, retrocediendo mientras los tres abordaban su bisonte. Sokka estaba sentado en la silla, con las manos atadas con una gruesa cuerda, mirándolos con rabia a todos.

—Saluda al tío Iroh de nuestra parte —dijo Zuko con una sonrisa, y él y Azula se despidieron con la mano mientras el bisonte volaba hacia el cielo. Mientras se elevaban, Zuko se acomodó en la silla—. Bueno, se siente bien volver a moverse.

—Oh, por favor —dijo Azula—. No me digas que no disfrutaste ese entrenamiento extra de espada con los otros soldados.

—Chicos, no empiecen —dijo Aang, sentado a las riendas, como siempre. Ya sentía un gran dolor de cabeza... empeorando constantemente. Incluso llegó al punto en que tuvo que agarrarse la cabeza de dolor, incapaz de reprimir un pequeño gemido que se le escapó de los dientes. Zuko se dio cuenta.

—¿Qué pasa, Aang? —preguntó preocupado. A Sokka y Azula no parecía importarles.

—Solo… un dolor de cabeza… —murmuró, pero no lo escucharon por encima del rugido del viento, que era cada vez más fuerte, alborotándole el cabello. El dolor palpitaba en su cabeza, sus ojos se nublaron hasta el punto de no poder distinguir los cuernos de Appa. Sabishi se enroscó alrededor de su cabeza y chilló con preocupación, pero sus pequeños sonidos resonaban como golpes de tambor, y ahora incluso Azula se acercó preocupada. Pero no los oía, cerró los ojos y se dejó caer contra el pelaje de Appa.

Estaba inconsciente.

—¿Qué está pasando? —preguntó Zuko—. ¿Qué le sucedió?

Y luego sus tatuajes comenzaron a brillar.

—¡El Estado Avatar! —exclamó Azula, casi con un tinte de miedo. Incluso Sokka se sentó, listo para defenderse a pesar de que sus manos y tobillos estaban atados. Sin embargo, esto fue innecesario porque el Avatar yacía inmóvil ningún viento inusual lo acompañaba—. No... Solo está entrando en el Mundo de los Espíritus —comprendió Azula—. ¿Pero por qué? No necesitaba hablar con los espíritus.

Pero los espíritus necesitaban hablar con él.


Una anciana supervisaba a la Princesa, sus ojos gris claro casi cubiertos por completo de arrugas y su cabello grisáceo cayendo suelto. Su mirada no era perezosa. De hecho, estaba lejos de serlo. Sus ojos eran penetrantes y miraba a la Princesa con la misma fiereza de un halcón ártico. Ella era la Maestra de la Princesa y estaba muy involucrada en su trabajo. Iba vestida con las ropas típicas de los ancianos de la Tribu Agua.

Katara estaba enfrentando a cuatro de sus soldados armados, aunque claramente no tenían ningún deseo de hacerles daño. Solo eran títeres para su ejercicio de entrenamiento.

Literalmente.

La Maestra Agua inclinó los dedos hacia adelante, bajándolos al sentir algo parecido a una cuerda invisible que la conectaba con cada uno de los soldados. La Princesa se inclinó hacia adelante y ellos también lo hicieron. Tenían los ojos abiertos de par en par por el miedo mientras ella practicaba su habilidad mortal en ellos. Claramente, no esperaban esto. Un hombre vestido de azul retrocedió sobre sus talones, blandiendo su machete contra Suki, que estaba apoyada en la balaustrada abanicándose con una de sus armas doradas. El hombre no pudo controlar su brazo mientras blandía la hoja, pero la guerrera Kyoshi deslizó uno de sus abanicos bajo el arma del hombre, desviándolo suavemente hacia un lado y ella giró por debajo de su brazo, clavándole el otro abanico cerrado y deslizando su pierna contra los pies del soldado, derribando al hombre al suelo.

El siguiente hombre literalmente voló hacia ella, levitando a varios centímetros del suelo, blandiendo su propia arma con torpeza y rigidez. Un tercero fue enviado a Suki, patinando sobre la punta de los pies, moviéndose para empalarla con una lanza. Detrás de ellos, Katara bailaba, levantando los brazos y retorciendo los dedos, controlando a las cuatro figuras a la vez. Mientras Suki estaba lidiando con tres de sus títeres, Katara se entretenía con el último, retorciendo grotescamente sus brazos y piernas, tratando de ver hasta dónde llegarían antes de romperse. Intentaban gritar, pero sus bocas estaban cerradas con fuerza.

—Es suficiente, Katara —dijo su Maestra con calma. Los cuatro soldados cayeron inmediatamente al suelo, con la respiración agitada.

—Sí, Hama —aceptó Katara—. ¿Cómo lo he hecho? —preguntó, ansiosa por escuchar sus elogios.

—Perfecto —dijo la anciana con una sonrisa fría—-. Hacer Sangre Control sin la ayuda de la luna llena es un talento admirable. —Suki volvió a abanicarse, mirando tranquilamente a los soldados caídos con una sonrisa triunfante—. Ahora, debemos hablar de asuntos más importantes.

—Mi hermano y mi abuela —dijo Katara asintiendo—. ¿Qué sugieres?

—Un pequeño equipo de élite —dijo Hama, sus ojos mirando a ambas chicas.

—¿Quieres decir... nosotras tres? ¿Viajando solas? —preguntó Suki con una pizca de disgusto. Le parecía que la anciana solo las retrasaría.

—¡Bah! Por supuesto que no —dijo Hama, agitando una mano con desdén hacia la chica Kyoshi—. Ustedes dos... y una amiga.

Katara sonrió y sus ojos brillaron de emoción, otra aventura, una rápida, al margen de su objetivo original. Cualquier cosa era mejor que estar encerrada en casa, y aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para salir... lo que incluía recurrir a la máscara del Espíritu Azul y acompañar a su hermano en cuanto retomara su misión de cazar al Avatar, que continuaría una vez que recuperaran al muchacho.

—Tengo en mente a la persona adecuada.


—Aang, me alegro de volver a verte —dijo una antigua y benigna voz, que resonó hacia el a través de la niebla.

—¿Qué? ¿Quién está ahí? ¿Dónde estoy? —preguntó el Avatar a la voz incorpórea, tratando de ver a través de la densa niebla. De repente, una forma alta se materializó frente a él, y al ver al hombre, Aang supo dónde estaba: el Mundo de los Espíritus. ¿Pero cómo?

—Estoy feliz de ver que estás bien —dijo Avatar Roku. Aang le dio una mirada curiosa.

—Dijiste que te alegrabas de volver a verme... ¿Qué quieres decir? Nunca antes nos hemos conocido —dijo Aang, ansioso por evitar otra situación en la que Roku no supiera del mundo del que Aang provenía realmente. Kuruk no lo sabía, ¿por qué sería diferente con Roku? Además, en este mundo, Kuruk era su predecesor.

—Estoy dolido, Aang —dijo Roku con una pequeña sonrisa—. ¿Te has olvidado tan fácilmente de tu consejero espiritual?

Aang abrió los ojos con sorpresa.

—Pero… ¡No puedes ser tú! ¡Avatar Kuruk no sabía sobre mí! Quiero decir, sobre el mundo del que realmente vengo... ¿Cómo puedes ser tú?

—Soy yo —dijo Roku, extendiendo sus brazos cubiertos con su túnica—. Te informé sobre el cometa de Sozin. Yo soy tu verdadero predecesor.

—¿Cómo? ¿Qué está pasando? ¿Me trajiste al Mundo de los Espíritus?

—Una pregunta a la vez. Tengo muchas cosas que decirte —dijo Roku, su tono era un poco más severo—. No me interrumpas, como no estabas cerca de ningún lugar espiritual, tuve que arrastrarte directamente hasta aquí, dentro de tus sueños. Por eso, el mundo en el que estamos ahora no cobró forma —explicó, señalando la niebla que los rodeaba—. Ahora... Sí, hasta ti, a este mundo, pero solo hace poco. Y es por ti, Aang.

—¿Qué fue lo que salió mal? —preguntó.

—Bueno, en realidad no es tu culpa en lo absoluto —reflexionó Roku—. Vine aquí más bien por accidente. Deja que te lo explique. Existen muchos, muchos mundos, muchas dimensiones diferentes que corren paralelas entre sí, y de vez en cuando se cruzan en momentos importantes, lo que las hace espiritualmente activas. Todos estos mundos giran y surgen de un mundo en particular: el Mundo de los Espíritus.

Aang sentía que su cabeza daba vueltas de nuevo.

—Un momento... ¿De qué estás hablando? ¿Existen más mundos? ¿Entonces éste no es sólo una extraña coincidencia o un producto de mi imaginación? —Tenía la impresión de que sus vidas pasadas lo habían creado al enviarlo aquí, convirtiendo este mundo en una realidad.

—Sí —afirmó Roku. Cerró los ojos y la niebla que los rodeaba se arremolinó en una miríada de colores, quedándose inmóvil después de un momento, como el agua—. Déjame mostrarte... —Aang, de repente, se encontró de nuevo en el mundo mortal, con Roku a su lado. Estaban de pie en medio de una aldea bulliciosa. Aang estaba a punto de preguntarle a Roku qué estaba pasando, pero pronto se vio a sí mismo, aunque en una versión calva, más joven e inocente de él, corriendo por las calles con Zuko, quien no tenía cicatrices, y Azula a su lado. Sin embargo, la persona de la que estaban huyendo apareció justo frente a ellos, saliendo desde un callejón lateral, disparándoles con una bala de agua: Sokka—. Este es el mundo en el que te has estado quedando últimamente, tal y como hubiera sido sin tu interferencia —El Aang de su visión, sonriendo, saltó sobre Sokka y blandió su bastón, golpeándolo con una ráfaga de viento desde atrás.

—Pero…

—Ten paciencia —lo interrumpió Roku, la niebla se arremolinó de nuevo, y esta vez Aang fue recibido con una visión del mismo pueblo. Pero ahora, un Aang más joven corría con Sokka y Katara junto a él, enfrentando al Príncipe Zuko, desterrado y con cicatrices. Aang se quedó boquiabierto. Recordaba este momento…—. Eso no es todo —dijo Roku. Este era su propio mundo y lo reconocía bien.

La niebla se arremolinó de nuevo, y ahora se encontró con una imagen de Azula, Katara y Sokka trabajando hombro a hombro, las dos primeras enfrentándose contra el propio Aang. El aire salió de sus dedos, golpeando tanto a Katara como a Azula, y le dolió verse a sí mismo lastimando a las personas que le importaban... Cuatro Nómadas del Aire, irreconocibles, aparecieron a su lado, blandiendo con sus varas contra Sokka.

—¡No! —gritó Aang. La niebla se arremolinó de nuevo. Casi tenía miedo de mirar, pero ahora se le presentó una escena silenciosa de alguien que era claramente el Rey Tierra, Kuei, enfrentando a Aang, Zuko, Sokka, Azula y Katara, todos listos para atacar al Rey. Dio un paso atrás y una figura más pequeña apareció entre las sombras: Toph. Ella los atacó a todos.

Y continuó. Aang fue testigo de varias combinaciones de sus amigos luchando entre sí, formando diferentes equipos y alianzas, a veces Aang era el villano y otras veces el héroe. Fue testigo de cómo podría haber sido el mundo con diferentes Naciones invadiendo a todas las demás. A veces, Mai, Ty Lee, Suki, Haru, Jet y muchos otros amigos y aliados aparecían en sus visiones. Los observó a todos con una mirada pétrea.

—Todas estas son situaciones diferentes que podrían haber sucedido, pero todas están ocurriendo en diferentes momentos y en diferentes lugares. Tú podrías haber estado en el centro de cualquiera de ellas —explicó Roku con calma.

—¿Qué sentido tiene esto? —preguntó Aang. No quería seguir viendo estas cosas.

—Es necesario que lo entiendas, porque ha ocurrido algo sin precedentes...


Zuko arrastró el cuerpo inmóvil de Aang hasta la silla de montar y tomó las riendas en su lugar. No había nada de qué preocuparse: seguirían su curso hacia el Reino Tierra hasta que el Avatar regresara de su viaje espiritual.

Con su único ojo, Sokka no hizo nada más que observar detenidamente a la Maestra Fuego del Avatar mientras ella vigilaba cuidadosamente su cuerpo inmóvil, levantando la vista hacia a Sokka de vez en cuando como si dijera: “Lo tocas y mueres”. Por suerte, el Príncipe del Agua no se inmutó ante tal amenaza.

Ahora, podría agarrar el Avatar muy fácilmente. El otro chico estaba en la cabeza del bisonte, prestando más atención al mapa que tenía para evitar que saliera volando. La pequeña lémur (que luce bastante apetitosa, pensó Sokka) estaba preocupada por el inmóvil Avatar, y sería inútil considerarla en sus planes. Ni siquiera la Maestra Fuego sería una amenaza: si intentaba hacer Fuego Control, sus llamas serían barridas por los vientos rugientes que los rodeaban antes de que pudieran hacerle daño al Maestro Agua. Y la entrometida acróbata ya no era un factor a considerar.

Con un movimiento rápido, mientras la chica miraba al Avatar, Sokka hizo su jugada, agarrando al Avatar por el cuello y acercándolo a él, como si fuera a estrangularlo hasta la muerte con la cuerda que ataba sus manos. Como era de esperar, la chica se levantó para atacar antes de que él tocara al Maestro Aire, pero las llamas de su puño fueron devoradas por el viento, disipándose en la nada a lo lejos. Sokka sonrió, girando su dedo en círculos para crear una daga de hielo en el aire, manteniéndola cerca del cuello del chico.

Azula comprendió sabiamente la amenaza y volvió a sentarse, lanzándole una mirada amenazante.

—Parece que obtuve mi premio —se burló Sokka.

—Esa fue una jugada barata —dijo, apretando los dientes con ira. Zuko escuchó el ajetreo en la silla y volvió la vista a los dos, y luego a Aang en brazos de Sokka. El chico le dio al Maestro Agua una mirada igual de amenazadora que la de su hermana.

—Como si tú fueras mejor que esto —señaló Sokka—. Me viene a la mente ese estúpido incidente del pergamino de Fuego Control. —La mayoría de las batallas entre ambos habían consistido de artimañas y, en diferentes situaciones, la chica había llegado a sorprenderlo más de una vez, y se imponía incluso cuando aún no había dominado su arte. Ahora, ella tenía el poder de su lado. Era una digna oponente, y Sokka sonrió con suficiencia mientras ella continuaba mirándolo—. Ahora tienes dos opciones. —Presionó el cuchillo de hielo contra el cuello del chico—. Deja que el Avatar muera, o libérame en cuanto lleguemos al Reino Tierra. —Con un poco de suerte, también se llevaría al Avatar—. Debería ser una elección sencilla.

—Si fuera por mí, lo sería —dijo Azula, reclinándose en su asiento y examinándose las uñas—. Para empezar, nunca te quise aquí. Muy bien. Zuko, mantén el curso hacia el Reino Tierra —le ordenó a su hermano. Tenía un plan, aunque era una basado en el azar y no muy eficaz. Solo implicaba esperar a que Aang despertara, ya que ella no podía hacer nada. Si se despertaba antes de llegar al Reino Tierra… Bueno, estarían bien. Si no, Sokka ganaría.

Zuko asintió, y por la mirada en sus ojos supo que él tenía el mismo plan en mente.


—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó Aang a Roku con los ojos muy abiertos.

—Más bien habría que preguntar, “¿Qué está ocurriendo?” —dijo Roku—. Desde que los otros espíritus Avatar y yo te enviamos aquí, sucedió algo más que no planeamos. Fueron Enma y Koh quienes nos informaron de nuestro error —Aang no había hecho nada. Esto no podía ser bueno—. Cuando dejaste tu mundo para venir a este, hemos afectado el equilibrio de todos los mundos.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué podría pasar?

—Los mundos se están cruzando más que nunca —dijo Roku con gravedad—. Incluso en el Mundo de los Espíritus se sienten las repercusiones. Ya no hay equilibrio y las cosas solo van a empeorar. Para explicarlo de forma sencilla, el mundo del que vienes está tratando de llevarte de regreso... y en el proceso ha cruzado los límites hacia este mundo. Yo soy uno de los resultados. En circunstancias normales, no podría estar hablando contigo ahora. En cambio, estarías viendo a un Roku diferente. Esa también es la razón por la que pude traerte al Mundo de los Espíritus tan fácilmente.

—Eso... no suena bien —observó Aang tontamente.

Roku negó con la cabeza.

—Se pone mucho peor. En este momento, el mundo de dónde vienes está en un estado de suspensión.

—¡¿Qué?! —gritó Aang.

—No te preocupes. Los otros espíritus lograron salvarlos a todos por ahora. Las cosas pueden volver a la normalidad... pero sólo cuando vuelvas a donde perteneces.

—¡Entonces llévame de vuelta! —ordenó Aang.

—No puedo hacerlo —dijo Roku con tristeza—. Todavía no. Los mundos aún no se han fusionado por completo, pero lo harán... Solo entonces podrás regresar a casa. Pero las cosas pueden volverse peligrosas en el camino. Es posible que veas algunas... extrañas similitudes entre tu mundo y las cosas que te sucedan aquí. No sé en qué resultará todo esto, pero, con el tiempo, los mundos comenzarán a interferir entre ellos cada vez más.

—¿Qué debo hacer? —preguntó Aang.

—Sigue haciendo lo que has estado haciendo. Intenta salvar este mundo de la guerra antes de la llegada de la Luna de Seiryu. Si no lo haces, si fallas... El equilibrio puede dañarse aún más, sumiendo a ambos mundos en el caos y, eventualmente, reducirlos a la nada —dijo Roku con frialdad.

Genial. Ahora tenía el peso de dos mundos sobre sus hombros.

—No dejaré que eso suceda. No puedo. ¡No volveré a fallar! —protestó Aang con rabia, apretando el puño.

Roku esbozó una pequeña y gentil sonrisa, desvaneciéndose lentamente en la niebla, su voz fusionándose con las miles de otros espíritus Avatar.

Creemos en ti, Aang.


El resplandor de poder que iluminaba sus tatuajes de flechas se extinguió en cuanto entró de nuevo al mundo mortal, sintiendo un objeto frío presionado contra su garganta y algún tipo de sustancia que le dificultaba respirar. El par de fuertes brazos morenos que lo sujetaban se pusieron rígidos al ver que el brillo de sus flechas se desvanecía, pero los reflejos de Aang fueron más rápidos, dejando salir olas de calor ardiente de su cuerpo, derritiendo ligeramente el cuchillo de hielo que estaba contra su piel. Una barrera de aire salió de su cuerpo y explotó afuera, arrojando el otro cuerpo lejos de él. Rápido como un búho gato, giró sobre la silla de Appa y se posicionó para atacar, pero Sokka estuvo a punto de salir despedido del bisonte.

El Príncipe del Agua se acomodó en su asiento, reconociendo su derrota. Todo estaba en silencio en el bisonte. Incluso Sabishi se congeló de miedo.

—Eso salió bien —dijo Azula con total naturalidad—. Esa probablemente fue el enfrentamiento más fácil que hemos tenido con él.

—Por si no lo has notado, no hay mucho que pueda hacer sobre el lomo de un bisonte, a cientos de metros de altura con las manos atadas y sin armas útiles —respondió Sokka. Aang sonrió y se relajó, sintiendo de repente la tensión de haber estado en el Mundo de los Espíritus.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estabas en el Mundo de los Espíritus? —preguntó Zuko apresuradamente, ignorando a Sokka y Azula. Aang ideó una mentira con rapidez.

—Me hablaron del Estado Avatar —dijo el chico—. No... se supone que deba usarlo demasiado. Suceden cosas malas.

—Claro —dijo Azula, cruzando los brazos con incredulidad—. Esto tiene que ver con eso que aún no puedes contarnos, ¿verdad?

Aang sonrió tímidamente.

Las cosas volvieron a una aparente normalidad, pero Aang dejó que Zuko condujera a Appa mientras contemplaba su viaje al Mundo de los Espíritus. Sokka se perdió en sus pensamientos y Azula continuó vigilando al Maestro Agua. Sabishi se acurrucó en el regazo de Aang. El Avatar los miró a todos en silencio, pasando sus dedos por la vaina de su espada, cuyo verdadero dueño estaba sentado a solo unos metros de él. Recordó todos los cambios que había logrado, salvar la vida de Ty Lee y capturar a Sokka, con la esperanza de cambiarlo para mejor.

Lo que estaba en juego esta vez era mucho más grande, ahora, el destino de dos mundos, y quizás el del Mundo de los Espíritus, dependía de él. No podía permitirse el lujo de fallar.

No obstante, esta seguía siendo una segunda oportunidad.

Notes:

"La idea de que los mundos se fusionaran fue una de las fuerzas impulsoras de esta historia... Y admitiré algunos datos triviales: Hama fue uno de los primeros cambios de personajes en los que pensé, curiosamente. Ella fue puesta en lugar de Lo y Li, pero su papel será mucho más importante en el Libro 3.
Ese vistazo a otros mundos incluyó algunos agradecimientos a otros fanfics y escritores que conocía en ese momento y que utilizaban el "nation switch" como premisa.
 
En el momento de escribir esto, todavía tenía algunos problemas con la caracterización de Katara. Traté de que no se pareciera demasiado a Azula: ella está más orientada a la familia (aunque le desagrada su padre) e inspira lealtad que raya en el fervor por parte de sus subordinados en lugar de usar directamente el miedo para controlarlos. Más o menos en esta época fue cuando comencé a adaptarme a la caracterización de Sokka y a diferenciarlo de Zuko. Seguía siendo un poco flojo, pero estaba trabajando en eso"

Chapter 23: La Cueva de los Dos Enamorados

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 2: La Cueva de los Dos Enamorados

 

El miedo y el odio se apoderaron de su ser cuando Zuko fue lanzado hacia un lado con fuerza, cayendo inconsciente al chocar con los escombros quemados, levantando cenizas negras al aire. Aang tomó la ofensiva contra la despiadada Maestra Fuego, atacándola con la misma inclemencia que ella le había mostrado al resto del Reino Tierra.  

Tras la llegada del Cometa, el Reino Tierra había sido reducido a poco más que un montón de ceniza y muerte... y solo Ba Sing Se se mantenía en pie, aunque, de todos modos, estaba bajo el control de la Nación del Fuego. El Avatar y la Orden del Loto Blanco habían servido únicamente como una débil distracción para la Nación del Fuego, lo que sólo impidió que Ozai desatara su ira en las tierras del este. En cambio, lucharon contra él en su propio territorio (y perdieron), mientras Azula había sido enviada para dar su golpe final contra el Reino Tierra.  

Como resultado, fue devorado por la llamas.

Aang siguió usando los movimientos circulares del Dragón Danzarín, apartando los feroces ataques de Azula, imitando a un dragón real. En cualquier momento, era capaz de cambiar sus ataques de Fuego por Aire Control con bastante facilidad, varios movimientos de la Danza se asemejaban a las posturas del Aire Control, y los utilizó con gran eficiencia.

—¿Por qué sigues peleando? —le preguntó Azula con desdén, una vez que estuvo a una distancia segura—. ¡No queda nada por lo que luchar! ¡Has perdido!

—¡Aún no! —respondió Aang, arrancando piedras directamente del suelo y lanzándolas contra ella—. No importa lo difícil que se pongan las cosas, siempre estaremos aquí para enfrentarte, Azula. —Ella apartó una de las rocas de una patada y esquivó las demás, pero solo respondió a sus palabras con una mirada—. No importa cuántos de nosotros caigan ante ti, otro tomará su lugar y continuará luchando. —Atacó de nuevo, usando una ráfaga de viento para lanzarle un trozo de madera quemada—. E incluso si nos vences a todos... —La obligó a retroceder con una implacable ráfaga de fuego cargado—... Alguien tomará nuestro lugar. La batalla nunca terminará. Nunca ganarás el mundo entero.

La expresión en el rostro de Azula era una furia absoluta. Saltó hacia atrás lo suficientemente lejos como para evadir su último ataque.

—¡Eres un tonto, Avatar! ¡Un tonto muerto y frito! —Una máscara de calma pareció descender sobre el rostro de la princesa, Azula comenzó a mover los brazos lentamente, sintiendo sus energías positivas y negativas...

En respuesta, Aang se preparó tranquilamente para el ataque.

Un rayo salió disparado de la punta de sus dedos con el sonido de una explosión, dirigiéndose hacia Aang.

El Avatar lo guio hasta la punta de su propio dedo, acercando la energía a su cuerpo, usó su mano izquierda para llevarla hacia su estómago. La intensidad del poder que tenía en las manos le hacía sentir como si estuviera controlando su propio rayo, aunque esto era aún más peligroso. Sin embargo, no tenía miedo.

Después de pasar sus manos por su estómago, evitando cuidadosamente su corazón, dirigió la energía a través de su mano derecha, enviándola hacia Azula en una explosión.  

Sus ojos ambarinos se abrieron de par en par con sorpresa y se impulsó hacia un lado con sus características llamas azules mientras se elevaba inofensivamente hacia el cielo.  

—Mi querido Zuzu te ha enseñado ese pequeño truco, ¿no? —asumió la chica, entrecerrando los ojos hacia él—. Vas a morir hoy.  

—Tal vez —dijo Aang—. Pero pase lo que pase, esta batalla no terminará hasta que tú y Ozai sean derrotados.


¡Aang, despierta!

Zuko solo recibió un sonido ahogado por la almohada como respuesta, pero continuó sacudiendo al chico hasta que abrió los ojos perezosamente.

¿Qué? se quejó.

Tenemos que ponernos en marcha le dijo Zuko—. Me siento incómodo aquí. Después de un momento, dijo—. Y no podemos hacer que Sokka despierte.

—¡Quizás esté muerto! —rio Azula, su voz más lejana que la de Zuko, al otro lado del campamento. Aang suspiró en su almohada.

—Sokka siempre ha tenido el sueño pesado… —murmuró.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó Azula inquisitivamente, acercándose al chico.

Aang se levantó de golpe, recordando de repente dónde estaba.

—Dije... Sokka es como un gato aletargado —dijo lentamente. Azula le dio una mirada escéptica. Cuando Aang se despertó por completo, escaneó su entorno rápidamente en busca de cualquier señal de peligro (y extrañó profundamente su sentido sísmico, lo que le facilitaba mucho este tipo de trabajo).

Estaban en el Reino Tierra. Los cuatro habían acampado en una zona rocosa y estéril, cercada por rocas desenterradas posiblemente por un Maestro Tierra. Zuko y Azula, quienes siempre despertaban más temprano que el resto, tenían una fogata encendida, y Zuko había puesto una olla con el desayuno sobre las llamas. Sokka, como decían Zuko y Azula, seguía durmiendo como un tronco.

—Buena suerte tratando de despertarlo —dijo Zuko, que había vuelto a atender el fuego y la olla del desayuno—. Lo intentamos.

De repente, teniendo una idea traviesa, Aang sonrió y se arrastró fuera de su saco de dormir, recogiendo un palo largo y seco del suelo.

—¿Qué haces con eso? —preguntó Azula, con curiosidad—. ¿Vas a sacarle el otro ojo?

—No... Mira —dijo Aang, lanzándole una sonrisa. En silencio y con cuidado, se acercó al Maestro Agua que dormía profundamente, lo golpeó varias veces con el palo y luego lo deslizó dentro de su saco de dormir. Fingiendo estar alarmado, Aang gritó—. ¡Sokka, cuidado! ¡Hay una serpiente en tu saco de dormir!

El Príncipe del Agua dejó escapar un grito muy femenino y se revolvió en su saco de dormir, tratando de salir de él tan rápido como pudo en un pánico salvaje y confuso, despertando incluso a Sabishi. Mientras tanto, Aang, Azula y Zuko estallaron en carcajadas ante su broma. Una vez que el Maestro Agua finalmente logró salir de su saco de dormir, los miró con expresión sombría a todos, incapaz de hacer nada con sus manos aún atadas con una cuerda.

—¡Aang! —Azula rugió de risa, agarrándose el estómago—. ¡Eso tiene que ser lo más gracioso que he visto nunca! ¡No sabía que podías llegar a ser así! —La risa de Aang se apagó ante la expresión de enojo de Sokka y se limitó a sonreír tímidamente a Azula.

—Bueno, ese fue un maravilloso saludo matutino —espetó Sokka—. No sabía que fueran tan infantiles.

Azula se puso seria al oír su comentario.

—No somos infantiles, simplemente no tenemos un palo en el...

—Chicos —advirtió Zuko—. Dejen de pelear.

—Bueno, chicos —intervino Aang, antes de que las cosas pudieran intensificarse aún más—. ¡Ya que estamos en el Reino Tierra, es hora de empezar a mezclarnos!

—¿Qué quieres decir? —preguntó Azula con cautela, apartando solo un poco los ojos de Sokka para mirarlo.

—¡Tenemos que usar ropa del Reino Tierra! —dijo, tratando de hacerlo sonar lo más emocionante posible.

—¿Por qué? —preguntó Zuko con curiosidad—. Me gusta mostrar que soy de la Nación del Fuego... especialmente porque estamos en un lugar nuevo.

—Siempre he dicho que es más seguro mezclarse que esconderse... —explicó Aang—. Es peligroso aquí... más aún porque podría ser un objetivo potencial. Y eso los pondrá en peligro a ustedes.

—De ninguna manera, solo estás siendo paranoico —dijo Azula, cruzando los brazos—. Estamos perfectamente bien.

Aang le ofreció otra sonrisa tímida.

—Sólo síganme la corriente, chicos. ¿Por favor?

Zuko se frotó las sienes, suspirando.

—Bien, pero ¿dónde vamos a conseguir la ropa del Reino Tierra?

Aang sonrió con entusiasmo y saltó sobre Appa, rebuscando entre su equipaje. Dramáticamente, sacó ropa de colores marrones y verdes.

—¡Tuve el honor de elegirlos personalmente para ustedes!

Azula enarcó una ceja.

—¿De dónde sacaste eso?

La expresión de Aang rápidamente se volvió seria.

—Eso no es importante —dijo con la mirada perdida.

—De ninguna manera voy a seguirte la corriente con tu estupidez —dijo Sokka, finalmente hablando—. ¿Por qué no querría yo que los encontraran?

—Es eso o una muerte violenta a manos de las tropas del Reino Tierra si alguna vez te encuentran a ti —le señaló Aang—. Eres su enemigo, y destacas con todo ese atuendo azul.

—Dame eso —exigió Sokka y luego su rostro adoptó una expresión de fingida inocencia—. Pero necesitaré que me desaten las manos para vestirme adecuadamente.

—No cuentes con eso. Será divertido verte intentar —dijo Azula, sonriendo como una loca.


Cuando terminaron de vestirse, Aang retrocedió para examinarlos a todos.

—¡Buen trabajo, chicos! ¡Todos lucen como ciudadanos o refugiados comunes y corrientes del Reino Tierra!

—Yupi —dijo Sokka sin emoción—. Siempre quise jugar a los disfraces. —Sokka vestía un chaleco verde claro sin mangas, forrado de amarillo y un cinturón a juego. Con pantalones y botas marrones, no destacaba en lo absoluto. Sin embargo, todavía tenía las manos atadas y estaba desarmado… Aang se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto.

—Esto es... realmente genial —admitió Zuko. Llevaba un abrigo marrón largo, sin mangas y hecho jirones que le llegaba casi hasta las rodillas, ajustado sobre su torso, pero suelto por debajo de la cintura. Las mangas de la camisa que vestía por debajo le cubrían los brazos y estaban atadas con fuerza en las muñecas para que no le estorbaran al blandir sus espadas. También llevaba unos pantalones de un marrón claro y botas negras que completaban su nuevo look. Sus nuevas espadas doradas, un regaló Jeong Jeong, lucían extrañamente fuera de lugar, pero no estaba tan mal, pensó Aang.

—Supongo que mi tocado grita que soy la Nación del Fuego, ¿verdad? —preguntó Azula, sacando lentamente el adorno dorado de su cabello. Ella llevaba una túnica oscura con el emblema del Reino Tierra sobre una camisa verde de manga corta. Brazaletes de tela le cubrían las muñecas. La túnica se extendía más allá de su cinturón amarillo, cubriendo parte de sus pantalones marrón claro metidos en sus botas. Además, tenía un collar amarillo. Había decidido volver a recogerse el pelo en un moño completo.

—Toma, usa esto —dijo, entregándole un lazo verde lima. Ella se lo arrebató de las manos y se lo ató al moño. Le daba la apariencia (engañosa) de una niña inocente.

—¿Cómo me veo, Sr. Pantalones anchos? —preguntó con un tono de picardía. Aang no pudo evitar que el color subiera a su rostro, pero no sabía si era por su pregunta o por el nuevo y vergonzoso apodo que le había dado. Él mismo vestía el típico uniforme de los estudiantes de Tierra Control, aunque sin mangas... Y sus pantalones blancos eran, de hecho, anchos. Sin embargo, sólo le llegaban arriba de los tobillos, dejándolos un poco al descubierto, ya que solo usaba zapatos normales.

—Te ves... bien —dijo con cautela. Azula abandonó su actuación.

—¿Eso es todo? —preguntó, haciendo un mohín de enfado.

—Uh… ¡Sokka! —dijo Aang, evitando una crisis—. No puedes llevar el cabello recogido en una cola de lobo. Necesitas un peinado del Reino Tierra.

Sokka le dio una mirada penetrante.

—¿Cómo sabías cómo se llamaba esto? Y no, no la voy a cortar.

—Conozco estilos de todas las naciones —respondió Aang—. Soy el Avatar y un nómada, ¿recuerdas? —Se rascó la barbilla—. Bueno, no tienes suficiente cabello para llevarlo en un moño, tienes los lados y la parte posterior de tu cabeza afeitados…

—Espera, Aang —lo detuvo Zuko—. Los estilos que dices conocer eran hace unos cien años. Lo más probable es que las cosas hayan cambiado desde entonces.

—Créeme, no lo han hecho —dijo Aang. A Sokka no pareció importarle que Zuko mencionara que Aang había vivido un siglo antes—. De todos modos, Sokka, intentemos esto.

—¿Qué...? —Antes de que pudiera terminar su frase, Aang le quitó el lazo que le ataba el cabello, dejando que sus rizos castaños cayeran hacia los lados, cubriendo la parte afeitada. Sokka fue incapaz de detenerlo, pues sus manos seguían atadas.

Azula estalló de risa.

—¡Eso... luce... tan... estúpido!

—¡Ugh! ¡No! ¡No me quedaré así! ¡Me veo ridículo! —se quejó Sokka de inmediato.

—Lástima —dijo Aang dando por terminado el asunto—. Además, una vez que dejes crecer tu cabello, se verá mejor.

—Haces que suene como si fuera a estar con ustedes permanentemente. —Sokka frunció el ceño—. Eso no sucederá. Son unos idiotas y débiles.

Azula dio un paso adelante amenazadoramente, un fuego rojo brotando de sus puños cerrados.

—No le hables así a Aang.

Zuko se interpuso entre los dos, extendiendo las manos para mantenerlos a un brazo de distancia.

—¡Chicos, dejen de pelear! ¡No se han detenido desde que Sokka se unió a nosotros! Azula, deja de burlarte de él, y Sokka… creí que eras más maduro que esto. —Se volvió hacia Aang—. Aang, deja de meterte con él y de hacer tonterías. Tenemos que ponernos en marcha. Dijiste que querías ir a Omashu, ¿verdad?

Aang, aturdido, solo pudo asentir.

Azula no se inmutó.

—¿Qué hay de Sokka? ¡Está diciendo tonterías sobre nosotros! —protestó ella—. ¡Y Aang no se está metiendo con él! ¡Ese es mi trabajo!

—Bien, me portaré bien, mamá, siempre y cuando ella se calle —le dijo Sokka a Zuko, señalando a Azula.

—Sokka, Azula, ya basta —dijo Aang, sintiéndose pequeño—. Zuko tiene razón. Tenemos que llegar a Omashu.

—¿De todos modos, por qué quieres ir allí? —preguntó Azula, volviéndose hacia él.

—Sólo quiero comprobar algo. Solía tener un amigo allí —dijo.

Sokka se cruzó de brazos, entrecerrando su único ojo.

—Eso es inútil. Omashu ha estado en ruinas desde hace varios años.

—Y Aang… Tus amigos de hace cien años probablemente ya no estén por aquí —dijo Zuko en voz baja.

Aang sonrió y le dio un pulgar hacia arriba.

—Créeme. Sé que está vivo. Bumi es capaz de todo.

—Lo que tú digas... —dijo Sokka—. Bien. Vayamos entonces. Estoy cansado de este lugar.

—El Aang optimista me asusta —le comentó Azula a su hermano mientras subían a Appa.

Desde lo alto del bisonte, Zuko pudo inspeccionar sus alrededores. Protegiéndose los ojos del sol, le gritó a Aang, que todavía estaba en el suelo.

—¡Oye, veo algunos viajeros!

Intrigado, Aang saltó a la cabeza de Appa, tratando de localizar a las personas que Zuko había visto. Cuando pudo identificarlos, su estómago dio un vuelco.

—Oh no…

—¿Qué? —preguntó Azula, interesada.

—¡Vamos! Chicos, tenemos que irnos —les apresuró Aang—. Sokka, tú especialmente. Sube aquí.

—¿Son malos? —le preguntó Zuko al Avatar, agarrando las empuñaduras de sus espadas.

—Algo así —le dijo Aang. En otra época, en otro mundo, Aang podría haber tenido paciencia para tratar con ellos, pero ahora era diferente— ¡Rápido! ¡Antes de que nos vean! —El grupo de personas se estaba acercando… Por pura suerte, el Avatar y sus compañeros aún no habían sido vistos.

—¡Hey, mira! ¡Viajeros! —gritó uno de los recién llegados, sorprendido

… demasiado tarde.

—Nooo —gruñó Aang. La colorida banda se acercó a los restos del campamento de Aang, saludándolos alegremente.

—¡Hola! Soy Chong, y ella es Lily, y este es Moku... ¡Somos Nómadas Cantantes!

La expresión de Aang era de horror.


No te enamores de esa mujer,

Tu corazón se romperá...

Aang no sabía cómo se había metido en esta situación. Los músicos viajeros insistieron en que los acompañaran, ya que la vida en las tierras salvajes del Reino Tierra era peligrosa en estos tiempos y un grupo de niños pequeños necesitarían protección y entretenimiento. Aang supuso que en algún lugar, en el fondo, era lo suficientemente compasivo como para no abandonarlos por completo y volar directamente a Omashu. Además, viajar con molestos músicos que cantaban constantemente valdría la pena si iban a la Cueva de los Dos Amantes, que ahora sospechaba que estaba de camino a Omashu. Tenía recuerdos agradables de ese lugar.

… Con Katara.

Con tristeza, miró a Azula. Katara no estaba aquí. Y, de repente, sintiéndose por completo como un loco, Aang se imaginó una situación similar entre él y Azula, inclinándose hacia ella para besar su hermoso rostro de un blanco perla...

—El amor es más brillante en la oscuridad.

—Esto es una tortura —dijo Sokka, sacando a Aang de sus pensamientos. Él no sabía qué pensar de ellos—. Esto es lo peor que podrías haberme hecho —continuó Sokka, pero Aang solo escuchaba a medias mientras escuchaba la canción de fondo.

"Invierno, primavera,

Verano y otoño.

Invierno, primavera,

Verano y otoño.

Cuatro estaciones,

Cuatro amores

Cuatro estaciones

Para el amor…"

—Y este tiene que ser el paisaje más aburrido que he visto —se quejó Sokka de nuevo. La tierra a su alrededor era estéril, unos pocos árboles sin vida salpicaban el terreno, por lo demás plano, rodeada de regiones montañosas. Los viajeros caminaban por una pequeña grieta que conducía a los senderos de la montaña. Ante estas palabras, Aang miró con irritación al Príncipe del Agua.

—Cállate —le dijo Aang con dureza—. Tu propia gente ha hecho esto. Secaron la tierra con su Agua Control por culpa de su estúpida guerra. No pueden cultivar sus cosechas. Apuesto a que muchos animales han muerto. Y todo es su culpa.

—No es mi culpa personalmente —replicó Sokka, dándole una mirada igual de fría—. Es nuestra forma de compartir nuestra grandeza con el resto del mundo. —Mientras lo decía, no parecía convencido de sus propias palabras.

—Sí, ¿destruyendo vidas? Pensé que eras más inteligente que eso, Sokka. Tu gente ha herido y asesinado a inocentes. Ya verás. Pronto nos cruzaremos con alguna aldea desventurada. —Y con esas oscuras palabras, Aang caminó por delante de Sokka, dejándolo solo con sus contemplaciones.

Al doblar otra curva, los senderos de la montaña se abrieron para revelar un río, la primera señal de agua dulce que habían visto desde que entraron al Reino Tierra.

Pero el río estaba teñido de un rojo de sangre, porque se estaba librando una batalla entre las tropas del Reino Tierra y las de la Tribu Agua. Había pocos soldados en cada bando, pero definitivamente eran suficientes para causar una cantidad considerable de estragos. Los Maestros Tierra se escondían detrás de trincheras mientras que los Maestros Agua estaban de pie en la orilla del río protegiéndose con paredes de hielo. Y los siete viajeros habían quedado atrapados justo en el medio.

—¡Oh, hombre! Esto no se ve muy feliz —reflexionó Chong. Lily y Moku parecían asustados, pero Aang y los demás estaban en alerta. Una roca estuvo a punto de aplastar a Lily y a Azula, pero una poderosa ráfaga de viento la apartó de ellas.

—¡No me ataquen! ¡Estoy de su lado! ¡Soy su Príncipe! —les gritó Sokka a los Maestros Agua, saltando arriba y abajo mientras varios picos de hielo eran disparados desde el suelo húmedo a sus enemigos. Azula disipó este ataque con una ráfaga de fuego mientras Aang golpeó a Sokka con un fuerte viento, aunque solo fuera para callarlo.

—La Cueva de los Dos Amantes debe estar por ahí —dijo Chong, tan tranquilo como siempre mientras señalaba a través del campo de batalla en lo que parecía una dirección aleatoria.

—¿Qué es eso? —preguntó Zuko al hombre, con sus espadas en ristre. Lily comenzó a cantar en respuesta.

—Un hombre... y una mujer se amaban...

—¡Ahora no es el momento! —le gritó Sokka exasperado. Rocas y hielo venían en su dirección constantemente.

—Vayamos a las cuevas, son nuestra única opción ahora —dijo Azula—. Zuko, Sokka, Chong, Lily, Moku, póngase en el medio —ordenó—. Aang y yo los detendremos.

Y en eso, Zuko fue el primero en correr por el campo de batalla, arrastrando a un Sokka que no estaba dispuesto a seguirlo. Los nómadas cantantes parecieron seguirlos a paso lento, como si estuvieran aturdidos. Aang y Azula estaban a ambos lados de Appa, desviando el fuego cruzado mientras se lanzaban al corazón de la pelea. Aang no tenía idea de dónde estaba Sabishi, esperaba que estuviera volando hacia un lugar seguro.

—¡Los Maestros Tierra creen que somos un enemigo! —le gritó Aang a Zuko—. ¡Todo porque escucharon los gritos de Sokka! —Y, debido a su suerte, los Maestros Agua no detuvieron su ataque porque no habían alcanzado a oír a Sokka.

Zuko señaló hacia adelante con su espada, notando donde el claro se estrechaba en un camino montañoso nuevamente.

—¡Ahí! ¡Podemos usar ese lugar para refugiarnos! —Aang protegía la parte trasera mientras los demás corrían hacia el supuesto lugar seguro, pero temía que se encontraran con un callejón sin salida. No sabía qué sentir cuando Zuko gritó que había divisado la entrada de la cueva.

Un trío de soldados del Reino Tierra los siguió, con la intención de capturar al príncipe enemigo. Dos de los soldados cargaron contra Aang con sus lanzas, pero Aang desenvainó su espada y apartó las armas que venían contra él, canalizando el fuego hacia arriba y hacia abajo con la hoja. El tercer soldado movió el suelo bajo sus pies, empujando al Avatar hacia atrás. Volvió la cabeza y vio a Appa correr hacia la cueva detrás de los demás, Aang se giró hacia los soldados, dispuesto a atacarlos, pero los tres estaban lanzando rocas a la boca de la cueva.

Estaban provocando un derrumbe.

—¡No! —gritó Aang, abandonando la batalla con los soldados para correr tras sus amigos. Con la velocidad que solo un Maestro Aire podía poseer, se lanzó a la cueva justo cuando las rocas caían, cortando sus vías de escape. Se encontró con una oscuridad instantánea y los fuertes ruidos de las rocas que cambiaban de lugar.

Una vez que todo estuvo en silencio, una llama apareció en la palma de Azula, y Aang hizo lo mismo. Para su sorpresa, él y Azula eran los únicos allí.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Aang, buscando a sus amigos y a los Nómadas Cantantes.

—Más adelante en la cueva... pero hubo otro derrumbe, y nos separamos de ellos —dijo Azula—. Al menos, eso es lo que creo que sucedió. Me quedé cerca de la entrada para asegurarme de que llegaras a salvo.

—Gracias, Azula. Me alegro de no estar completamente solo —dijo, sonriéndole.

—No te pongas así de blando conmigo —lo reprendió, pero la oscuridad ocultó su sonrojo—. Es algo gracioso, somos los únicos dos Maestros Fuego, así que los otros deben estar dando tumbos en la oscuridad... ¡Ja! Ojalá pudiera verlos.

—Bueno, no veremos a nadie a menos que salgamos de aquí —dijo Aang—. Esperemos que salgan sanos y salvos...


—¡Sabes, para ser un supuesto maestro de estrategias, eres un idiota! —le gritó Zuko a Sokka—. ¿Por qué gritaste a todo el mundo quién eras? ¡Casi haces que nos maten!

—No podría importarme menos si los matan —respondió Sokka, negándose a mirar a Zuko a los ojos. La cueva estaba iluminada por la luz de las antorchas de los nómadas, que observaban la escena con leve interés.

—Bueno, si no te diste cuenta, ¡también te estaban atacando! —gruñó Zuko y apretó el puño, tratando de contener su ira—. ¡Y por lo que sé, Azula y Aang probablemente fueron aplastados en el derrumbe!

Oh, no dejes tu ánimo bajar.  

Y si las rocas caen la sonrisa no hay que perder  

Cuando el túnel está oscuro en payasos pensarás ¡Hey, hey!  

¡La cueva te impresionará, Zuko!

Chong continuó cantando alegremente, tocando su pipa. Lily bailaba y agitaba sus panderetas mientras Moku los acompañaba con sus grandes tambores.

—Y yo estoy a punto de matar a estos músicos —murmuró Sokka. Zuko, ignorándolos por completo, golpeó la pared de roca que los separaba de Aang y Azula, casi rompiéndose la mano en el proceso. Apretó los dientes por el dolor. Sabishi chilló con tristeza, colgada alrededor del cuello de Moku—. No parece que nadie más esté haciendo algo para sacarnos de aquí —reflexionó Sokka para sí mismo—. Supongo que depende de mí. —Se volvió hacia el malhumorado Zuko—. Oye, ¿te importaría cortar la cuerda? No puedo hacer nada para ayudar de esta manera.

—¿Por qué quieres ayudar? —La voz de Zuko salió ronca.

—Escucha, quiero salir de aquí tanto como tú, y dado que nadie más está haciendo algo, es mi trabajo pensar en ideas. Ahora, corta esto—explicó Sokka, extendiendo sus muñecas atadas hacia Zuko. Tenía muchas ganas de salir de aquí. No estaba seguro de cuánto tiempo podría soportar la compañía de los molestos cantantes. Zuko, sin embargo, era capaz de tolerarlos, incluso parecía tener la capacidad de ignorarlos por completo.

—¿Por qué debería confiar en ti? Lo más probable es que te vuelvas contra nosotros.

Sokka puso los ojos en blanco.

—Lo que sea. Bien, podríamos quedarnos aquí para siempre por lo que me importa —Zuko le entregó su antorcha a Chong, y antes de que Sokka pudiera parpadear, el guerrero desenvainó una de sus espadas y cortó la cuerda sin esfuerzo. Sonriendo, Sokka estiró los brazos y se arrancó los restos de sus ataduras, frotándose las muñecas doloridas—. Vamos, tenemos que romper algunas rocas.


Aang tiró de la pesada y redonda puerta de madera, en un esfuerzo por hacer que se moviera, mientras Azula se mantenía a un lado, brindándole luz pero dejándole todo el trabajo a él. Appa gimió triste e impacientemente detrás de ellos, los túneles lo habían puesto nervioso. En retrospectiva, Aang pensó que probablemente fue esta experiencia la que hizo que Appa tuviera miedo a los espacios pequeños en el mundo de dónde venía.

Appa resopló y, de repente, cargó contra la puerta que Aang estaba tratando de abrir. Aang dejó escapar un grito de pánico y saltó fuera del camino, empujando a Azula a un lugar seguro. Sus llamas se apagaron por un momento, pero Appa logró hacer una abertura. Aang se puso de pie y se limpió el polvo, encendiendo otro fuego en la palma de su mano.

—Gracias por empujarme, Aang —dijo Azula, molesta. Era obvio que la cueva la estaba poniendo nerviosa, aparentemente, a le gustaba tanto como a Appa. De pie, miró hacia la nueva cámara que había abierto Appa—. ¿Qué es este lugar? —preguntó, dejando entrar la luz.

—Es una tumba —dijo Aang, saltando a la cámara. Levantó su llama para iluminar las estatuas de piedra de los dos amantes, unidos en un beso eterno. Los dos sarcófagos yacían en paz no muy lejos.

—¿De quién? —se preguntó Azula.

—¿Probablemente de los dos enamorados? —sugirió, levantando una ceja—. Mira, hay una inscripción debajo de las esculturas. —Lanzándole una mirada furiosa, Azula se acercó a la inscripción y leyó en voz alta la historia de los dos amantes.

Mientras leía, Aang dejó vagar su memoria al momento que había compartido con Katara.

El amor es más brillante en la oscuridad —leyó Azula. Soltó una risa—. Esto tiene que ser la cosa más cursi que he escuchado. —Frunció el ceño cuando Aang no se rio—. Aun así, es una historia de amor bastante trágica.

—Supongo —dijo Aang. Este era el lugar donde él y Katara habían estado a punto de tener su primer beso…—. Sabes, acabo de tener una idea loca.

—¿Qué? —preguntó Azula.

Aang pareció pronunciar sus palabras lenta y cuidadosamente, pero sus ojos no estaban fijos en ella. En cambio, miraba a la escultura, luciendo contemplativo... y un poco triste.

—¿Y si nos besamos?


—Eres malo con las ideas —le señaló Moku a Sokka. Sokka sostuvo un trozo de pergamino frente a su rostro, tratando de trazar un mapa de los túneles que ya habían atravesado. Sin embargo, los túneles parecían estar cambiando...

—¿Por qué no ayudas? —le espetó a Zuko, que caminaba a su lado sin hacer nada útil—. ¿No eres bueno con los mapas?

—Soy bueno leyéndolos, no haciéndolos —le dijo Zuko, su voz desprovista de emoción.

—¡Yo soy bueno con los mapas! —exclamó Chong.

—¿De verdad? —preguntó Sokka, incapaz de ocultar su sorpresa.

—No, en realidad no —dijo Chong—. Pero soy bueno cantando.

—No vuelvas a cantar —dijo Sokka en tono brusco, claramente molesto de haber sido forzado a convivir junto a todas estas personas. Todavía no podía creer que su abuela le hubiera hecho esto...

Antes de que su discusión continuara, el grupo escuchó un gran estruendo que venía del interior de la cueva y que se volvía cada vez más fuerte. Algo venía a por ellos. Sokka se preparó para un enfrentamiento, pero era inútil sin sus armas o una fuente de agua. Su garrote, el machete y su boomerang estaban en el estúpido bisonte, que estaba con el Avatar y la Maestra Fuego...

Y de repente, una especie de monstruo surgió de las paredes de roca, cubriéndolos a todos con escombros, piedras y polvo. Zuko y Sokka, inconscientemente, se abrazaron con miedo y gritaron a todo pulmón al mismo tiempo, mirando a esta nueva monstruosidad. Detrás de ellos, otra criatura irrumpió a través del túnel, provocando que los dos volvieran a gritar. Al volver a juntarse, ambos se dieron cuenta de lo que estaban haciendo y se alejaron de un salto como si se hubieran quemado, dejando escapar expresiones de disgusto.

—Eso nunca sucedió —dijo Zuko.

—De acuerdo —dijo Sokka. El Maestro Agua se tambaleó hacia atrás mientras los músicos corrían presa del pánico, pero el Príncipe aterrizó sobre la pipa que Chong había olvidado, lo que hizo que una sola nota resonara en la cueva. Sokka se escabulló, alejándose del instrumento, pero las criaturas, tejones topo, notó Sokka, parecieron detenerse por un momento, como si la nota musical los hubiera afectado.

—¡Haz eso de nuevo! —le gritó Zuko a Sokka.

—¡No puedo! ¡No puedo ver en la oscuridad! —Ahora, Zuko tenía la única antorcha encendida. Gruñendo y corriendo hacia el instrumento antes de que los tejones topo atacaran de nuevo, Zuko sostuvo su antorcha justo por encima del suelo para buscar la pipa. En cambio, encontró uno de los muchos instrumentos de Moku: un cuerno tsungi. Luchó por ponerse esa estúpida cosa, pero los tejones topo empezaron a ponerse inquietos.

—¡Canta algo! —gritó Zuko vagamente, tratando de acomodar el gran instrumento de viento alrededor de su cuerpo.

—¡No sé ninguna canción! —respondió Sokka, estaba casi cara a cara con el segundo tejón topo, casi podía sentir su aliento en su rostro.

—¡Inventa algo!

—Eh... Tejones topo vienen hacia mí... Esos grandes tejones topos, que trabajan en los túneles...

—¡Ugh, no sirves para esto! —gritó Zuko, pero el extraño instrumento finalmente encajó en su lugar, envuelto a su alrededor cómodamente. Sopló una sola nota larga. Los tejones topo se detuvieron de nuevo. Y, con cautela, Zuko comenzó a cantar algo que solía escuchar de su tío.

“Es un gran camino hacia Ba Sing Se

Pero en esta ciudad hay bellas chicas

Y sus dulces besos los tendrás que conocer

Están en Ba Sing Se.”

—¡Adelante! ¡El poder de la música! —dijo Chong alegremente—. ¡Y creo que conozco esa canción! Eh... no en realidad no.

—¡Sokka, no puedo soplar en esta cosa y cantar al mismo tiempo! ¡Ayúdame! —le susurró Zuko apresuradamente al Maestro Agua.

—Uh... Es un gran camino hacia Ba Sing Se... —Y ambos cantaron juntos para aplacar a las furiosas bestias, al principio inseguros, pero ganando confianza a medida que avanzaban.

—¡Sí! ¡Aléjenlos, chicos! —dijo Chong, animándolos. Su collar de flores blancas lo hacía destacar en la oscuridad.

—¡Podrían ayudar, saben! —les susurró Sokka con urgencia—. ¡Me siento como un idiota!

—No canto, yo bailo —dijo Lily, señalándose a sí misma.

—Yo tampoco canto. Toco la batería —dijo Moku. Sokka se dio una palmada en la frente.

—Son bastante dóciles —notó Sokka—. Supongo que la música bastará. Que nos saquen de aquí —le dijo a Zuko, quien asintió y siguió tocando el cuerno tsungi. Los tres músicos tocaron sus instrumentos al ritmo de la canción, siguiéndolos con displicencia mientras tocaban para su audiencia, los tejones topo.

Y aunque Chong estaba cantando una melodía totalmente diferente, a los tejones topo no parecía importarles.

“Un hombre y una mujer se amaban

Sus pueblos estaban en guerra

La montaña había que cruzar

Y poder juntos estar”


—¿Un beso? —preguntó Azula, desconcertada—. ¿Quieres decir que realmente crees en estas cosas?

—Vale la pena intentarlo —dijo Aang. No podía creer que estaba pasando por esto...—. Ahí dice que tenemos que dejar que el amor guíe nuestro camino.

—Pero, Aang… —señaló Azula—. No estamos enamorados.

—Quizás no... Pero vale la pena intentarlo de todos modos —dijo Aang con convicción. Nunca antes había besado a otra chica, solo a Katara, pero ella nunca lo correspondió. Ella no quería interponerse en sus deberes. ¿Cómo sería… si el beso fuera correspondido? —. ¿Quieres intentarlo?

—¿Te refieres a si quiero besarte? —preguntó ella para aclararlo—. Eso es absurdo. Sólo en una situación de vida o muerte. —Soltó una risa nerviosa.

—Esto se parece mucho a una situación de vida o muerte —mencionó Aang, con una sonrisa incómoda. ¿Sería lo mismo besar a Azula? De pronto ella parecía... infantil, en cierto modo. Se puso a juguetear con uno de sus flequillos y se mecía sobre sus pies. Aang notó de repente lo linda que se veía con esa cinta verde adornando su cabello. Nunca antes la había visto así, con esa luz.

“El amor es más brillante en la oscuridad”. Las palabras de Katara continuaron resonando en su cabeza, como si intentaran burlarse de él o que la recordara a ella. No lo sabía. Era extraño, pero sintió como si ella estuviera allí con ellos.

—Bien... Continuaremos por los túneles y veamos si podemos encontrar una salida —dijo Aang, pero poco sabía él que Azula parecía como si se hubiera estado preparado para un posible beso.

—¿Q-qué? —tartamudeó, sorprendida.

—Sigamos —repitió Aang. Había otro túnel que llevaba a una bifurcación desde la cámara de la tumba, y siguieron ese camino. Appa iba justo detrás de ellos. Ambos estaban en silencio, pero Aang seguía escuchando a Katara, repitiendo las mismas palabras, una y otra vez… como si le diera una pista. Sus ojos se abrieron al recordar un hecho crucial—. ¡Azula!

—¿Qué? —preguntó ella, alarmada.

—Apaga el fuego —dijo, apretando un puño sobre su propia llama.

—¿Por qué?

—Solo hazlo —le ordenó, y ella obedeció sin hacer otra pregunta, sorprendentemente. Aang miró hacia el techo... que no brillaba en absoluto—. Pensé que funcionaría...

—¿De qué estás hablando, Aang? —preguntó Azula. En la más absoluta oscuridad, Aang sintió que la mano de ella buscaba la suya y la estrechó para tranquilizarse.

Y fue entonces cuando lo escuchó: en lo profundo del suelo, sintieron un estruendo desconcertante. Aang y Azula se tensaron, encendiendo un par de llamas en las manos que tenían libres, las otras todavía juntas.

Una criatura muy bienvenida irrumpió a través de las paredes de roca a su izquierda, y otra la siguió a la derecha inmediatamente después. Se cubrieron los ojos con los brazos libres, tosiendo hasta que el polvo se asentó.

—¡Azula! ¡Aang! —oyeron a una voz gritar.

—¿Zuzu? —preguntó Azula, y ambos vieron al chico emerger del polvo, envolviendo a su hermana menor en un abrazo feroz.

—Pensé que ustedes dos estaban muertos… —murmuró Zuko en su hombro.

—Estamos bien, Zuzu —respondió ella, dándole torpes palmaditas en la espalda, sus manos libres de Aang—. Ahora quítate, me estás avergonzando.

—¡Hey, son ustedes dos de nuevo! —señaló Chong. Aang lo ignoró. En cambio, su atención se centró en Appa, quien inicialmente había mirado a los tejones topo con precaución, pero se estaba acostumbrando a ellos. Sabishi se reunió con el bisonte.

—Estos tejones topo nos encontraron —le explicó Zuko a Aang—. Y nos están sacando de aquí.

—¡Es el poder de la música! —intervino Chong.

—Vamos, ¿podemos irnos ya? —preguntó Sokka hastiado, sentado en lo alto de uno de los tejones topo—. Quiero salir de aquí. Ahora.

—Sokka ha estado actuando extraño. Nunca lo creerías a menos que lo veas —le susurró Zuko a Aang. Aang sonrió mientras seguían el túnel, las tres criaturas gigantes abrían el camino. Los Nómadas Cantantes continuaron contando historias sobre los túneles secretos, para consternación de los chicos, pero pronto llegaron a un callejón sin salida, que fue derrumbado por los tejones topo.

La luz inundó el túnel. Eran libres.

Appa fue el primero en salir corriendo a la luz del sol, saltando alegremente y disfrutando del aire fresco. Sabishi volaba en círculos sobre él.

—¡Por fin! —exclamó Sokka, apartándose del tejón topo. Estaba seguro de que pondría este día en la parte superior de su lista de “las peores experiencias de la historia”—. Adiós, tontos nómadas.

—¡Adiós! —dijo Lily alegremente, comenzando a alejarse—. Fue divertido viajar con ustedes.

—¡Espero volver a verte pronto! —dijo Moku, siguiéndola.

—Escuchen, muchachos —dijo Chong a los cuatro—. No se esfuercen demasiado con los planes. Simplemente tomen las cosas como vengan... Vayan a donde el viento los lleve, y déjense llevar —Le sonrió a Aang—. Maestro Punta de Flecha, fue un placer cantar con usted.

—Yo no canté...

—Aang, déjalo estar —intervino Zuko.

—Simplemente vayan y toquen sus canciones —les dijo Sokka, exasperado. Mientras los cuatro veían a los tres nómadas irse, cantando una canción a medida que avanzaban, los pensamientos de Aang vagaron de nuevo hacia Katara y luego hacia Azula. Azula miró a Aang por el rabillo del ojo, sus mejillas enrojecieron levemente. Zuko pensaba en el extraño Maestro Agua que ahora estaba con ellos, decidiendo que, después de todo, no era tan malo como parecía.

"Y si tu perdido estás

El amor contigo estará..."

—¡Ah, esperen! —exclamó Zuko, volviéndose hacia Sokka—. ¡Está desatado! —Aang ni siquiera volvió la vista hacia Sokka.

—Déjalo —dijo Aang—. Estará bien.

Sokka sonrió.

—Seré un buen chico, no te preocupes.

—¿A qué se debe el repentino cambio de actitud? —preguntó Azula.

—Solo estoy tratando de atraparlos con la guardia baja —dijo Sokka con total naturalidad.

Aang sonrió. El mismo impredecible Sokka de siempre.

—Bueno, eres malo en eso —dijo Azula, y los dos comenzaron a discutir de nuevo. Dejándole a Zuko el trabajo de detenerlos, Aang caminó hasta la cima de la colina de donde se podía ver su próxima parada.

Iba a ver las ruinas de Omashu con sus propios ojos.

Chapter 24: Las Ruinas de Omashu

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Libro 2: Tierra

Capítulo 3: Las Ruinas de Omashu

 

No puedo creerlo. Sé que la guerra se expandía, pero Omashu me parecía... intocable.


Comenzó a caer una suave lluvia.

No podía creerlo. Esto es a lo que se había reducido.

Al menos antes, la ciudad del Reino Tierra había sido habitada por la Nación del Fuego, pero ahora...

Estaba vacía, en ruinas. Nadie vivía aquí en estos días. Incluso desde el otro lado del cañón, cerca de la salida de la Cueva de los Dos Enamorados, Aang pudo verlo. Las grandes torres se habían derrumbado, los sistemas de entrega de correo eran inexistentes. La montaña sobre la que estaba construida la ciudad había sido modificada de manera extraña, y Aang se dio cuenta de que, probablemente, era obra de los Maestros Tierra, un intento por defender su hogar.

E incluso después de que la batalla había sido perdida hace años, el agua seguía reclamando su triunfo. Las cascadas corrían por la ladera de la montaña que rodeaba las ruinas. Cintas de agua corrían elaboradamente incluso a través de la ciudad, fluyendo desde un punto central: el punto más alto de Omashu, el palacio. Por alguna razón, la ciudad parecía estar empujada contra la ladera de la montaña detrás de ella, y los ríos se alimentaban por el agua de las montañas. El agua terminaba su recorrido en el fondo del barranco, que parecía ser un gran lago en sí mismo. Supuso que había un canal subterráneo conducía el agua al mar.

Detrás de él, Azula y Sokka habían dejado de discutir, y la primera se puso a su lado.

—Sabes —dijo—. Si lo miras con detenimiento, las ruinas se ven un poco... bonitas.

La expresión pétrea de Aang no cambió.

—Lo era, cuando aún era una ciudad.

—Pero ahora ha quedado reducida a nada —dijo Sokka condescendientemente—. El asedio duró días, y la Nación del Agua ganó. Ni siquiera le dieron a la ciudad la oportunidad de rendirse—. Zuko se acercó tras ellos, viendo con sus propios ojos la otrora gran ciudad. Miró a Sokka con los ojos entrecerrados—. Los mataron a todos —finalizó Sokka.

—¡Cállate, Sokka! —gritó Aang.

Aang apuntó a Sokka con su espada, que respondió usando la lluvia para juntar agua y hielo en las puntas de sus dedos. Azula no hizo nada mientras las gotas se resbalaban por su rostro y cabello, pero Zuko corrió entre ellos.

—¡Chicos, deténganse! —gritó mientras aumentaba la lluvia se volvía más fuerte—. Vamos a refugiarnos.

—¡Oh, pero me encanta la lluvia! —gritó Sokka en respuesta, condensando el agua en una bala sólida y disparándola a Aang, quien la esquivó y le devolvió una ráfaga de fuego. No llegó muy lejos antes de chisporrotear, creando un vapor que siseó en el aire.

Tratando de terminar la pelea rápidamente, Zuko se deslizó detrás de Sokka y le puso una de sus espadas en el cuello.

—¡No hagas nada más! —le gritó Zuko a Aang, su mano temblaba mientras sostenía la espada. Sokka lo notó y se dejó caer, extendiendo su pierna hacia atrás y haciendo tropezar a Zuko. Un segundo después quedó inmovilizado. Sokka se quedó quieto por un momento para mirar a sus dos enemigos. Aang había envainado su espada y sacado su bastón, mientras Azula se permanecía igual de quita, luciendo ligeramente divertida por la situación, pero no parecía que fuera hacer nada para intervenir.

—¿Por qué querías llevarme contigo, Avatar? —le preguntó Sokka a Aang, furioso, su único ojo entornado por la ira. Con su cabello revuelto y empapado, parecía un loco—. ¡¿Por qué mi abuela me dejó ir tan fácilmente?! —Movió su mano hacia Aang, disparando una cuchilla de agua desde el suelo. En respuesta, el Avatar saltó, esquivando el ataque y luego dejó caer su pie en una patada descendente, golpeando a Sokka con un torrente de viento que lo obligó a caer al suelo. Cuando Aang aterrizó, giró su bastón en un movimiento horizontal, golpeando al Maestro Agua con un amplio arco de viento.

Esferas de agua se elevaron junto a Aang y convergieron sobre él desde ambos lados, uno en la cabeza y otro en las piernas, haciéndole girar hacia el suelo. Antes de que su cara golpeara contra el barro y las rocas, detuvo su caída con las manos y miró a Sokka, que estaba de pie.

Sokka estaba a punto de atacarlo con más agua, pero sin previo aviso, Azula se le acercó por detrás y le dio un puñetazo en la nuca. Antes de que pudiera caer hacia adelante, lo agarró del brazo izquierdo y se lo retorció casi hasta romperlo, en lugar de simplemente sujetarlo detrás de él. Sokka cayó inconsciente.

—Esa fue una jugada sucia —le dijo Aang a Azula mientras se levantaba del suelo lleno de lodo. Todos estaban completamente empapados.

—Lo sé —dijo Azula con una sonrisa de satisfacción. Un relámpago iluminó sus facciones—. Descongelemos a Zuzu antes de que se ahogue o algo así.

Dejando a Sokka encima de Appa, quien se sentía miserable bajo la lluvia, Aang y Azula descongelaron a Zuko con el fuego de sus manos. Cuando el chico se puso de pie, trató de limpiarse el barro y habló.

—Deberíamos intentar encontrar refugio.

—¿La cueva? —sugirió Azula.

—No... Probablemente se esté llenando de agua ahora mismo —dijo Aang. Volvió a mirar a Omashu—. Deberíamos ir allí. —Zuko parecía incómodo con la declaración, pero Azula se encogió de hombros.

—Como sea. Mientras estemos protegidos de la lluvia —dijo. Otra ráfaga de rayos iluminó el cielo.


Piandao permaneció en una postura meditativa, alto y erguido con su espada recta, manteniendo una posición correcta. Mantenía el equilibrio con el balanceo del barco en el océano ligeramente agitado, con los ojos cerrados. Se encontraba en la parte delantera del barco, de cara a su destino.

El Reino Tierra.

Pero se avecinaba una tormenta. Podía sentirla en sus huesos. Más específicamente, él se dirigía a la tormenta. Detrás de él, Fat, el mayordomo, se acercó.

—Llegaremos al Reino Tierra pronto, señor —dijo—. Le aconsejo que entre. Va a empezar a llover. —En cuanto terminó sus palabras, gotas de agua comenzaron a caer sobre ellos dos.

—Está bien —dijo Piandao con un pequeño suspiro, caminando hacia el interior de su barco privado. Era más pequeño que los de la Armada del Agua, pero cumplía su propósito.

—¿Está seguro de que no quiere que algunos guardias lo acompañen mientras viaja? —preguntó Fat, mostrando cierta preocupación por el viejo Maestro.

—Sí, estoy seguro. Y por última vez, no necesito ninguna protección.

—¿Ni siquiera un carruaje?

—Viajar a pie será suficiente —dijo Piandao. La extravagancia no era importante. Le bastaba con vivir y viajar como un campesino normal del Reino Tierra. De esa manera, estaría más seguro durante su búsqueda.

Iba a cazar al Avatar.

Quería recuperar su espada de meteorito.


El grupo se las arregló para encontrar una casa grande y cavernosa, lo suficientemente alta para estar seca y lo suficientemente grande como para que cupiera Appa. Volando hacia la ciudad, Aang y Azula volvieron a atar al inconsciente Sokka, pero cuando terminaron, ya había recobrado la consciencia. Azula, Zuko y Sabishi se reunieron alrededor de un fuego encendido en la mano de Aang, ya que encontrar madera seca sería una tarea imposible. Sokka se sentó obstinadamente fuera del pequeño círculo.

—Tan pronto como la tormenta termine, saldremos de aquí —dijo Azula—. Nunca me había sentido tan miserable en mi vida. —Se sentía más que miserable, estaba de mal humor. Y no era divertido estar cerca de Azula cuando estaba de mal humor.

—Y que lo digas —dijo Aang. Las tormentas le traían malos recuerdos, tanto en su mundo como en este.

La lluvia se había vuelto más ligera, pero seguía siendo una tormenta. Al menos los estruendos de los relámpagos ya no eran tan fuertes como para no dejarlos dormir, aunque la humedad y el frío se ocuparon de mantenerlos despiertos de todos modos. Había corrientes de aire y el agua parecía filtrarse por todas partes.

—Alguien debería contar una historia —dijo Zuko. Después de una pausa, dijo—. ¿Alguien tiene alguna buena?

—¡Yo la tengo! —dijo Sokka, su voz cargada de falsa emoción—. Una vez, no hace mucho, fui capturado por un grupo de idiotas que no tenían idea de lo que estaban haciendo. Entonces fui traicionado. Y humillado. Pero luego, apareció un brillante y alegre arcoíris y todos vivimos felices para siempre.

Los otros tres lo miraron fijamente.

—Relájense, chicos —dijo Sokka con desdén—. Estaba bromeando. No hay final feliz. Todavía estoy capturado.

—No veo le encuentro la gracia a tu historia —dijo Azula rotundamente.

—Una pena —escupió Sokka—. Te vendría bien un poco de gracia en tu vida.

Azula lo fulminó con la mirada, y luego a su hermano.

—Así se hace, Zuzu. Tu idea de la hora del cuento fue tan mala como lo esperaba.

—Al menos estoy tratando de pensar en algo —respondió Zuko, apoyando con desgana la barbilla en sus rodillas.

Sokka resopló.

—No puedo creer que respondas a algo tan patético y poco masculino como Zuzu, viniendo de una chica.

—Cállate, cíclope —espetó Azula. Antes de que Sokka pudiera intentar atacarlos de nuevo y humillarse con sus manos atadas, Aang los detuvo con un fuerte silbido.

—¡Bien, chicos! ¡Suficiente!

Azula y Sokka se quedaron en silencio al instante.

—¿Cómo es que a mí nunca me escuchan? —se quejó Zuko.

—Por favor, Azula, deja de pelear con él —dijo Aang, casi suplicando—. No vale la pena. No quiero ver como se lastiman el uno al otro.

Azula entrecerró los ojos.

—¿Por qué te preocupas por él? —preguntó ella—. ¿Por qué querías traerlo con nosotros en primer lugar?

Sokka gruñó y miró a Aang.

—A mí también me gustaría saberlo.

—Tiene que ver con eso que no puedes decirnos, eso ya lo sabemos —dijo Zuko, entrando en la discusión—. Pero, ¿qué es y por qué no puedes decírnoslo?

—¿De qué están hablando? —preguntó Sokka, elevando su voz de forma agresiva—. ¿Por qué estoy involucrado en los secretos que estás ocultando?

—Chicos, no es nada, de verdad...

—Como si no fuera una mentira obvia —interrumpió Azula.

—¿No confías en nosotros, Aang?

—¡Dinos de una vez!

Aang se agarró la cabeza con ambas manos y miró a todos, los ojos muy abiertos con un ligero pánico, tratando de poner sus pensamientos en orden.

—Has guardado secretos durante demasiado tiempo.

—Te hemos contado todo sobre nosotros —dijo Zuko—. Somos familia, ¿no es así?

—¿No es así?


Puede que el monje Gyatso y los otros Maestros Aire se hayan ido, pero aún tienes una familia, Sokka y yo somos tu familia ahora.


¡No lo sé!

Aang arrojó el fuego que tenía en sus manos al suelo, haciendo que se disparara hacia arriba en una gran columna de impotencia e ira. Azula, Zuko y Sokka saltaron hacia atrás, protegiendo sus rostros del calor. Una el fuego se consumió en el aire, Azula bajó la mano con calma, y miró con tristeza a Aang.

—Pero, ¿por qué? Después de todo este tiempo, ¿no significamos nada para ti?

Aang no pudo mirarla a los ojos, pero su voz sonaba dolida.

—Por favor… no quise decir eso. Estoy muy confundido. Solo dame tiempo, y luego se los diré. ¿De acuerdo?


Katara y yo no dejaremos que nada te pase. Es una promesa.


¿Se había cumplido alguna vez esa promesa? ¿Acaso no habían pasado todos por una vida de dolor?


Aang no podía negárselo a sí mismo por más tiempo. Se había encariñado con Azula, Zuko, Sokka y con todo el mundo en el que vivían. Pero, de alguna manera, eso lo hacía sentirse abrumadoramente culpable. Se sentía como si estuviera traicionando a Katara y a Sokka de su mundo.

¿Eran Zuko y Azula parte de su familia ahora? ¿O simplemente había abandonado a la anterior para formar una nueva? ¿Estaban siendo reemplazados?

Azula se cruzó de brazos y miró hacia otro lado. Sokka se encontró haciendo lo mismo, pero al girar la cabeza se encontró con la mirada de Azula. Resoplando, ambos volvieron la vista hacia otro lado, alejándose el uno del otro.

Zuko, en un intento de calmar la situación, esbozó una sonrisa incómoda y señaló hacia afuera.

—Miren. Dejó de llover. —Cuando nadie dijo nada, tomó su espada envainada—. Aang, vamos a entrenar. Estoy cansado de estar sentado. —Dando un largo suspiro, pero sabiendo que esto era más de lo que podía haber pedido, Aang lo siguió al exterior.


El caballo avestruz maniobró bien a través del paso de montaña, evitando peñascos rocosos y rápidas caídas hasta la muerte. Un antiguo y sinuoso sendero aún era visible y utilizable, guiando a la anciana en su camino hacia las Ruinas de Omashu.

A pesar de que llevaba una capucha marrón cubriendo su rostro y un chal oscuro sobre los hombros, además de las gruesas ropas del Reino Tierra, la mujer aún podía sentir el frío calándole hasta los huesos. Viajar a través de pasos de las grandes montañas solo hacía que el frío fuera peor. Sin embargo, el caballo avestruz que montaba era un corcel leal y se quedó con ella a pesar de las condiciones del viaje.

Eso no significaba que no fuera susceptible al miedo.

Los bandidos eran algo común aquí, y habría sido una estupidez si hubiera venido sin estar preparada. Tres ladrones emergieron de las escarpadas rocas, blandiendo espadas y cuchillos, sonriendo cruelmente. La anciana fijó sus ojos azules en ellos sin miedo, la única parte visible de su rostro.

—Vaya, vaya... —dijo uno de los bandidos, sosteniendo torpemente su cuchillo—. ¿Qué tenemos aquí? ¿Una vieja decrépita en un camino abandonado? La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar.

—No estoy de humor para largas conversaciones sobre los malos caminos que han elegido en su vida —dijo la anciana simplemente—. Así que voy a hacer esto rápido. —En un movimiento veloz, antes de que los otros dos pudieran siquiera apuntarle con sus espadas, la mujer saltó del caballo avestruz con la agilidad de alguien mucho más joven que ella. Rodó hasta detenerse frente al primer ladrón, lo agarró por la muñeca y desvió la puñalada que el hombre había intentado atestar en medio del pánico con su mano enguantada, tomándolo por sorpresa y golpeándolo en el pecho con la palma de su mano. El bandido rodó por el sendero de la montaña y se detuvo a varios metros más abajo. Gritando de miedo, se alejó corriendo.

Adoptando una postura defensiva, esperó a que uno de los otros bandidos cargara contra ella, y uno de ellos lo hizo. Se agachó esquivando la puñalada, y le golpeó la muñeca, desviando su mano hacia arriba, lo agarró del brazo y lo arrojó por encima del hombro. El hombre se estrelló contra el suelo, dolorido. Él también se levantó y corrió.

El tercer bandido la miró con mucha más cautela, con miedo en sus grandes ojos marrones. Estaba a punto de volver a montar en su caballo avestruz y enviarlo lejos con calma, pero, de repente, una flecha salió disparada de un precipicio invisible; no llegó a alcanzarla, pues cayó a una distancia considerable, pero aun así podría representar una amenaza. Sus agudos ojos azules se dispararon hacia el arquero, que ahora se preparaba para dispararle de nuevo. Antes de que pudiera hacerlo, ella entró en acción.

Sus pasos eran ligeros mientras caminaba por la pared rocosa, impulsándose hacia adelante con ayuda de los salientes de piedra, que habían estado en el lugar. Moviéndose ágilmente con cada paso, estaba a punto de alcanzar al arquero justo cuando él sacaba otra flecha temblorosa preparando para disparar. Ella estaba demasiado lejos y no podría apartarse de su trayectoria.

La flecha salió disparada.

Un destello de plata.

Otro hombre estaba allí, cortando la flecha en el aire con su espada, utilizando una destreza y un equilibrio increíbles como para mantenerse firme sobre las rocas y moverse con su espada, cortando el arma del arquero a la mitad.

La mujer giró en el acto, dando grandes zancadas de regreso al suelo para derribar al último bandido, del que temía otro ataque furtivo. Al aterrizar, sin embargo, se agachó en un intento de reducir el impacto, pero el dolor le recorrió por sus viejos huesos. Afortunadamente, el bandido se fue cuando ella aplicó un poco de presión a sus piernas. El espadachín se encontró con ella solo un momento después, calmando al pobre caballo avestruz.

—¡No me vuelvas a llamar vieja decrépita nunca más! —gritó la mujer, agitando su puño hacia los bandidos que huían. Se volvió hacia su salvador, sonriéndole afablemente al viejo (aunque claramente más joven que ella) hombre.

—Piandao, me alegro de verte —dijo Kanna amablemente, bajándose la capucha.

—Lady Kanna —saludó, devolviéndole la sonrisa—. No esperaba verla aquí. —Envainó su espada blanca. Seguía teniendo la misma voz distintiva que ella recordaba. Caminaron por el sendero, el caballo avestruz entre ellos.

—Eres el mismo de siempre, salvando a las pobres ancianas de encontronazos con escorias —dijo, soltando una carcajada.

Él esbozó una sonrisa más amplia.

—Es lo que hago. —Una vez que saludos terminaron, pasaron a asuntos más serios—. ¿Qué la trae por estos lares? El camino a Omashu no es el lugar más seguro en estos días.

Ella puso las manos en sus caderas.

—¿Cómo lo sabes, hombre de la Nación del Fuego?

Él asintió con la cabeza.

—Ese encuentro con los bandidos me dijo lo suficiente.

—Muy cierto —respondió ella—. Estoy aquí para recuperar a mi nieto. Está con el Avatar en Omashu. El propio muchacho me dijo que vendrían aquí.

—Entonces parece que tenemos el mismo objetivo —dijo Piandao—. Estoy buscando al joven espadachín amigo del Avatar. Nunca había visto a un estudiante con tanto potencial. He visto su bisonte en el aire. —Después de dar la vuelta a una curva en el camino, la vista de las Ruinas de Omashu apareció ante ellos... pero estaban por en lo alto. La entrada a la ciudad y el Palacio estaban justo debajo de ellos. Un estrecho y empinado camino descendía hasta ella.

—Con cuidado —advirtió Piandao a la Maestra Agua—. Este camino fue construido por arqueólogos Maestros Tierra unos años después de la caída de la ciudad. —Mientras caminaba con cuidado por el sendero, miró hacia atrás, solo para ver a Kanna deslizándose por la cascada que rodeaba el camino, sobre una serpiente de agua. Vitoreando felizmente. Piandao simplemente negó con la cabeza.

A veces, las personas mayores parecían actuar como niños.


La espada negra de Aang se encontró con las hojas dobles plateadas de Zuko en un feroz bloqueo, pero Zuko deslizó su espada derecha hacia un costado, y rebotó en la punta de la de Aang. Aang saltó hacia atrás y mantuvo su mano izquierda alejada de la acción mientras usaba la derecha para golpear hábilmente a Zuko de forma ligera, pero repetidamente, en un estilo más rápido al que normalmente prefería. Zuko respondió a todas sus estocadas con paradas y tajos. Siguieron así durante mucho tiempo.

Sabía que era peligroso hacerlo, pero la caótica mente de Aang no pudo evitar divagar durante su pequeño duelo de práctica. Bloques de piedra y escombros cubrían el suelo a su alrededor. A las casas les faltaban paredes y techos; algunos eran solo muros que apenas se mantenían en pie. Lo que quedaba del sistema de entrega de correo ahora solo servía como vías para que el agua se deslizara hacia abajo. Todo estaba en silencio, excepto por el constante repiqueteo del agua, los ocasionales resbalones, y el chapoteo de sus en los charcos. Una niebla baja se cernía sobre todas las ruinas.

No había gente en ningún lugar de la ciudad. Quería desesperadamente saber más sobre el asedio de Omashu, pero Sokka admitió no saber más de lo que ya les había dicho. Junto con lo que Aang había escuchado de Long Feng hace semanas, el destino de Bumi era desconocido. Aang no sabía si su viejo amigo estaba muerto, al igual que en su mundo, o si todavía estaba vivo en algún lugar. Según Sokka, todos fueron asesinados.

Bumi se había ido.

Aang suspiró, aceptando el hecho, a pesar de que sus esperanzas de volver a ver a su viejo amigo se habían esfumado El Avatar lanzó una estocada un poco más fuerte a su compañero de entrenamiento.

—¡Hey, Aang! ¡Cálmate! —advirtió Zuko, bloqueando la estocada de Aang con la parte plana de su espada. Empujó al Maestro Aire, haciendo que se deslizara hacia atrás hasta chocar con un pilar de piedra descolorido. Desorientado por un momento, Aang se detuvo, pero miró a Zuko y bajó su pesada espada, reajustando su agarre.

—Sólo estoy comenzando —respondió el Avatar, sonriendo. Zuko le devolvió la sonrisa y adoptó una postura más elaborada.

—Bien —dijo otra voz desde arriba. Aang miró a su alrededor, poniéndose en guardia con su espada al instante. Se dio la vuelta justo a tiempo para levantar su espada y bloquear la hoja recta de su espada plateada—. Entonces estás listo para una pelea más larga.

—¡Maestro Piandao! —jadeó Zuko—. ¿Qué está haciendo aquí?

Aang entrecerró un poco los ojos, tratando de no ceder ante el fuerte agarre del Maestro. Aang sintió su brazo de la espada de Aang temblar mientras sostenía la empuñadura con ambas manos.

—No esperaba que me siguieras —dijo.

—¿Esperabas que te dejara ir con mi espada más preciada? —respondió el hombre. Zuko abrió los ojos de par en par.

—Aang, ¿tú robaste eso? —preguntó acusadoramente—. ¡Me dijiste que habían forjado una nueva!

—Lo siento, Zuko —le dijo Aang a su amigo—, no quería mentirte. —Piandao rompió el agarre, deslizando su espada hacia la parte inferior del cuerpo de Aang, pero el Avatar la bloqueó. El viejo Maestro giró, atacando con un golpe más fuerte que envió a Aang dando tumbos hacia atrás.

—Quiero eso de vuelta —dijo el Maestro. Las manos de Zuko temblaron, sus nudillos se volvieron blancos, aun empuñando sus espadas.

—Lo siento... Pero realmente no puedo —dijo Aang. La espada del meteorito le pertenecía a Sokka, y eso lo tenía muy claro. Sokka necesitaba esa espada para salvar más vidas… cosa que había hecho en innumerables ocasiones en el pasado. En este mundo, sin embargo, la espada se convertiría en un símbolo de su amistad... Le pertenecería a Sokka, si todo salía como Aang planeaba. No era solo por la nostalgia.

—¿Por qué no? —gritó Zuko, cargando contra su amigo. Los ojos de Aang se abrieron considerablemente mientras esquivaba los golpes, evitándolos ágilmente los ataques de ambos. Con la ayuda de su Aire Control, saltó hacia atrás a una distancia segura, pero Piandao lo alcanzó inmediatamente después.

—¡Me gusta mucho esta espada! —dijo Aang como respuesta.

—Zuko, sal de esta pelea —dijo Piandao—. No tiene nada que ver contigo.

Zuko parecía herido, pero no envainó sus espadas.

—¡Pero quiero ayudarlo!

—No permitiré que te vuelvas contra tus amigos. No es honorable —respondió el viejo Maestro de la espada.

—La verdad es que correr y huir tampoco lo es, pero no tengo otra opción —dijo Aang, usando de nuevo su Aire Control para rodear a Piandao y Zuko y subir correr hacia las ruinas de piedra. Piandao no tardó en perseguirlo, pero se quedó atrás en segundos.

Aang corrió de regreso a la casa abandonada lo más rápido que pudo, esperando que Azula y Sokka no hubieran destrozado el lugar en otra de sus peleas. Estaba intentando encontrar una explicación para darles y decirles por qué Zuko de repente parecía haberse vuelto en su contra. No podía dejarlo atrás exactamente, pero... Tenía que hacer algo.

Cuando regresó a la casa, Azula, Sokka, Appa y Sabishi estaban afuera. Sorprendentemente, la Maestra Fuego y el Maestro Agua no estaban tratando de matarse el uno al otro.

—Estoy aburrida, Aang —dijo Azula, bostezando—. ¿Cuándo podemos irnos? Molestar a Sokka ha perdido su atractivo. —El Maestro Agua la miró, con las manos aún atadas, mientras masticaba cecina de foca.

—Nos vamos en un par de minutos —respondió Aang. Sorprendentemente, Sokka parecía incluso más feliz de abandonar las ruinas.

—¡Espera! —una voz los llamó. Aang agarró su espada, temiendo encontrarse con Piandao nuevamente, pero Kanna emergió de entre de los bloques de piedra—. Me alegro de haber llegado a tiempo —dijo la anciana sonriendo.

—Hola Kanna —saludó Aang, haciendo una rápida reverencia. Sokka se puso de pie de inmediato, fulminando con la mirada a su abuela. Estaba un poco sorprendido, pero fue solo porque olvidó que habían planeado reunirse aquí después de que Kanna terminara de reunir información de sus “fuentes”.

—¡¿Por qué me dejaste con ellos ?! —gritó Sokka de inmediato, renunciando a un saludo—. ¿Por qué no me trajiste contigo? ¡Eres una traidora!

—Sokka, por favor. Encontré un lugar donde ambos podemos estar a salvo —le dijo Kanna—. El Loto Blanco te ofrece refugio. Los dos podemos escondernos de la Tribu Agua y del Reino Tierra en paz. —Aang arqueó una ceja con curiosidad. ¿El Loto Blanco? ¿Qué era eso?

Sokka agrandó los ojos con sorpresa.

—¿Me… llevarás contigo? —Sus mirada se endureció de inmediato—. ¡Pero me dejaste con ellos! —dijo, señalando a Aang—. ¡Me abandonaste!

—Fue sólo temporal —dijo Kanna en voz baja—. Te amo, nieto mío. Por favor, ven conmigo. Lo siento. —Su voz era sincera y Sokka parecía estar temblando. Aang decidió intervenir.

—No... Él está bien con nosotros —dijo. Kanna, Sokka y Azula lo miraron fijamente.

—¿Por qué? Encontré un lugar para él —respondió Kanna—. Ciertamente no lo quieres contigo. Incluso lo tienes atado.

—Bueno, sí —dijo Azula, hablando por primera vez—. cada vez que lo desatamos, intenta atacarnos.

—Así que déjame quitártelo de encima —ofreció Kanna.

—No... no puedo —dijo Aang, apartando la mirada de la vieja Maestra Agua—. Quiero que Sokka se quede con nosotros.

—No puedes hacer esto, Avatar —dijo Kanna, arrugando la frente. Aang suspiró, en la Ciudad Dorada, se habían llamado el uno al otro por su nombre—. ¿Por qué no me lo das?

—¡No soy un objeto para intercambiar! —intervino Sokka—. ¡Abuela, ayúdame a capturar al Avatar para que pueda llevarlo a casa, a la Nación del Agua!

—No podemos hacer eso, Sokka —dijo en voz baja, sacudiendo la cabeza—. Ahora estamos de su lado.

—¡Yo nunca tomé esa decisión! —gritó Sokka—. ¡Yo no soy un traidor!

Y esa era exactamente la razón por la que Aang quería tener a Sokka con él.

Sokka necesitaba cambiar. Aang sabía que su viejo amigo era capaz de hacerlo, Zuko lo había hecho en su mundo, ¿no? Sokka tenía algo bueno en él. Incluso había comenzado a mostrar algo de eso en el poco tiempo que fue su prisionero... Aang apretó el puño. No iba a renunciar a Sokka. Era su mejor amigo, su hermano, y no lo iba a abandonar. Sintió que solo él podía cambiar al Príncipe del Agua, y esta vez, tenía que suceder más rápido, Zuko se había unido a ellos demasiado tarde.

Tenía que ganar la guerra esta vez. Necesitaba la ayuda de Sokka mucho antes. Kanna no podría hacerlo por él a tiempo.

Pero todo parecía ir mal... Su gran plan se estaba desmoronando a su alrededor... al igual que estas ruinas.

Hubo un cambio en el aire.

—¡Aang, cuidado! —gritó Azula. El Avatar se apartó a toda velocidad justo a tiempo mientras la espada de Piandao se hundía en el suelo, donde había estado momentos antes.

—¡Azula, sube a Appa, rápido! —gritó Aang—. ¡Toma a Sokka!

—¿Qué? —exclamó Kanna—. ¿Qué está pasando? —Piandao sacó su espada del suelo rocoso mientras Zuko se acercaba detrás de él—. Piandao, ¿qué estás haciendo?

—El Avatar tomó mi espada —dijo el viejo hombre—. Ahora está tratando de llevarse a tu nieto. —Zuko estaba al lado de su Maestro, con sus dos espadas desenvainadas—. Zuko, ve con tus amigos. Ahora.

—Pero...

—¡Ve! Tu lugar es con el Avatar y tu hermana, a pesar de sus acciones. Eso es lealtad. No abandonas a tus amigos por nada —dijo, mirando significativamente al joven guerrero más—. Tu lealtad es uno de tus rasgos más asombrosos. Nunca lo olvides. —Zuko se quedó ligeramente boquiabierto, pero asintió, corriendo hacia el bisonte.

—¡Estúpida Maestra Fuego, suéltame! —le gritó Sokka a Azula mientras ella trataba de contenerlo.

—¡Sube... a... Appa! —dijo con fiereza, luchando para sujetar al fuerte muchacho. Sokka se soltó de su agarre a pesar de que sus manos seguían atadas. Los empujó a ambos hacia adelante y le arrojó agua, ella la esquivó. Luego hizo que sus puños se envolvieran en llamas.

Antes de que Azula pudiera hacer algo, Aang golpeó a Sokka con un torrente de viento, haciéndolo volar hacia el pelaje de Appa. Sokka se recuperó rápidamente, preparándose mientras Azula pensaba en una forma de subirlo al bisonte. Un momento después, Zuko estaba a su lado. Ella sonrió. Dos contra uno: no había forma de que Sokka pudiera vencerlos ahora, especialmente con las manos atadas.

Piandao atacó primero, cargando contra Aang con su espada. Aang bloqueó cada golpe, cada choque producía chispas. Las espadas era solo un borrón para cualquier espectador, pero los dos podían ver claramente el rostro del otro. Sus ojos fijos en su oponente, llenos de determinación.

Piandao estaba haciendo retroceder a Aang.

Usando la fuerza de un solo golpe, Aang se apartó de la espada de Piandao y se impulsó hacia atrás, aterrizando suavemente sobre un colchón de aire. Estaba a punto de darse la vuelta y correr, pero un chorro de agua se estrelló contra él y lo tiró al suelo.

Kanna había entrado en la refriega.

Aang fue lo suficientemente inteligente como para no intentar subestimarla.

—Deja que Sokka venga conmigo —dijo—. No lo obligues a ir contigo a la fuerza. —Aang se puso de pie y la miró con resolución en los ojos.

—Lo siento... pero tiene que quedarse con nosotros —respondió. Varios pequeños látigos de agua intentaron converger sobre él, pero una barrera de aire repelió los ataques. El Avatar contraatacó con una estocada de su espada, liberando un poderoso arco de fuego que fue bloqueado por una pared de hielo. Antes de que Kanna pudiera devolver el ataque, Piandao se abalanzó sobre él de nuevo, blandiendo su espada lentamente pero con fuerza. Aang lo esquivó por un pelo, usando la agilidad que le otorgaban sus habilidades de Aire Control. Agachándose y evitando los ataques, Aang saltó hacia atrás de nuevo, aunque esta vez más alto. Se giró y subió a toda velocidad por la montaña de escombros.

¿En qué tipo de lío se había metido? Sus planes para ayudar se estaban saliendo de control...

Mirando hacia atrás, al enfrentamiento de Aang contra los dos Maestros, Azula puso los ojos en blanco.

—Estoy haciendo todo el trabajo sucio. ¿Cómo es que Aang se divierte tanto? —Flexionó los dedos, dejando que Zuko se ocupara de Sokka. Los dos chicos, por el momento, estaban enzarzados en una pelea de puñetazos, pero Zuko tenía un ventaja significativa ya que las manos de su rival seguían atadas. Sokka, por desgracia, estaba haciendo un buen trabajo bloqueando los intentos de Zuko de noquearlo.

Sin embargo, cuando el único ojo de Sokka brilló, Zuko supo que algo no iba a terminar bien.

—¡Todavía puedo hacer Agua Control con los pies, idiotas! —gritó Sokka, y hasta ese momento los dos hermanos de la Nación del Fuego no se dieron cuenta de que había estado acumulando agua alrededor de los pies. De repente, se deslizó hacia adelante, chocando contra Zuko y tirándolo al suelo. Azula no tuvo tiempo para reaccionar cuando el Príncipe patinó sobre el agua, apartándola de su camino. Cuando se deshizo de sus dos obstáculos, Sokka se deslizó hacia la montaña de escombros en la que estaba Aang, congelando el agua bajo de él y volando a través de la rampa helada.

Mientras estaba en el aire, la rampa se volvió a derretir en agua y, con las manos atadas, Sokka se las arregló para levantarse de manos contra la roca, manipulando el agua con sus pies para crear un látigo más grande de lo normal. Azula se quedó estupefacta. Aang ni siquiera se dio cuenta, estaba muy concentrado en su pelea con los dos viejos Maestros. Azula entrecerró sus ojos ámbar, ¡no iba a dejar que la derrotaran tan fácilmente! Iba a proteger a Aang. Ahora era una Maestra de Fuego Control, tenía el poder suficiente para hacerlo.

Una ráfaga de fuego lo suficientemente grande como para envolver al Príncipe del Agua brotó de la punta de sus dedos, y el Maestro Agua se vio obligado a olvidarse de su ataque para crear un escudo giratorio que lo protegiera del fuego, todo mientras aún mantenía el equilibrio sobre sus manos atadas. Azula frunció los labios. Eso era anormal.

O algo característico de Ty Lee. Lo que realmente no era distinto.

Aang, de hecho, había visto a Sokka por el rabillo del ojo. Trató de atraerlo para poder sorprender a los tres guerreros, golpeándolos a todos a la vez con el mismo ataque. Vio a Azula detener al chico de la Tribu Agua, pero Sokka seguía donde él quería.

—Tienes cosas que ambos queremos, Avatar —dijo Piandao. Como enemigo, el hombre no era tan amable como Aang lo recordaba... y extrañaba eso. Estaba empezando a odiar la palabra 'Avatar' cuando se referían a él.

—No soy su enemigo —dijo Aang con calma mientras el Maestro se abalanzaba de nuevo. Al mismo tiempo, Kanna expulsó otra ráfaga de agua. Aang sonrió, Sokka seguía en el lugar correcto. El chico apretó los puños y el aire giró rápidamente a su alrededor, disparándose en todas direcciones y, al mismo tiempo, protegiéndolo de cualquier ataque. Piandao y Sokka fueron arrojados hacia atrás, este último cayó justo en la silla de Appa. El agua del ataque de Kanna se disipó.

—Ciertamente actúas como tal —dijo Kanna, su voz casi triste.

Aang se volvió para gritarle a Azula en medio de la pelea.

—¡Azula! ¡Tú y Zuko suban a Appa ahora! ¡Váyanse!

—¡Está bien! —asintió la chica. Inmediatamente se puso en marcha, tomando las riendas de Appa mientras Zuko subía a la silla, mirando con remordimiento a su Maestro a la vez que sostenía a Sokka. Kanna y Piandao no pudieron hacer nada mientras el bisonte se elevaba hacia el cielo, seguido de un pequeño lémur.

Aang bajó su espada mientras Appa ganaba altura.

—Lo siento. No lo entienden, pero tengo que hacer esto.

Kanna frunció el ceño.

—Desobedeciste mis deseos y traicionaste mi confianza —dijo con frialdad.

Aang asintió con la cabeza.

—Lo sé —Mientras hablaba, su bastón de madera cayó del cielo y casi lo golpeó en la cabeza. Miró hacia arriba, Azula se lo había tirado. Volvió a dirigir su mirada a los viejos Maestros—. Me voy. Yo... espero que nos volvamos a ver.

Piandao sostuvo su espada hacia Aang.

—No te dejaré ir todavía. Aún tienes mi espada.

La mirada de Aang era pétrea, pero desplegó su planeador y voló antes de que el Maestro de la espada pudiera atacarlo de nuevo. Otro pesar había caído sobre sus hombros y todos lo notaron.

Piandao dejó caer los hombros.

A veces, los niños parecían actuar como personas mayores.


Aang aterrizó en la silla de Appa mientras continuaban volando por el cielo, dejando atrás las ruinas de Omashu. Mientras plegaba su planeador, Zuko lo miró con desaprobación. La mirada de Sokka era de odio. Aang se negó a mirarlos a los ojos.

—No quería ser el malo —dijo Aang—. Esa no era mi intención.

—¿Por qué tomaste su espada? —lo interrogó Zuko—. ¿Por qué nos mentiste?

Azula se deslizó al frente de la silla, sentándose al lado de Aang.

—Obviamente, por ti —dijo ella—. Estás actuando de manera irrazonable. De hecho, estoy orgullosa de Aang. Está empezando a mostrar su garras —dijo con una sonrisa.

—¡Esto no es una broma! ¡Y no lo apoyes! —le gritó Zuko—. Los dos están siendo irresponsables. ¿Qué demonios te hizo robarle a un noble y respetado Maestro?

—No eres mi madre ni mi padre, así que no finjas que sabes de lo que estás hablando —dijo Aang con veneno en su voz. Zuko retrocedió—. No conoces mis razones y no puedes decirme qué hacer.

—Entonces dime tus razones —dijo Zuko con voz dura. Se cruzó de brazos y miró a Aang. Aang imaginó una horrenda cicatriz apareciendo sobre su ojo izquierdo, y la idea lo hizo suspirar.

—No quiero hablar de eso —respondió, apartando la mirada del chico de la espada.

—Entonces ya no puedo confiar en ti —dijo Zuko. Aang sintió un peso caer en su estómago.

—¿Qué hay de Sokka? —preguntó Azula, señalando al Maestro Agua con un gesto de la mano.

—Lo mismo —murmuró Aang, mirando con culpabilidad a las ruinas. Nada estaba saliendo como lo tenía planeado… Había asumido que Kanna aparecería con información sobre la guerra en el Reino Tierra, no buscando Sokka… No sabía que ella lo quería de regreso.

—A ella todavía le importo —dijo Sokka a nadie en particular.

—Aw, que dulce —canturreó Azula—. No.

—No quería decir eso en voz alta… —murmuró Sokka, desplomándose en su asiento.


—Lo seguiremos juntos —le dijo Piandao a Kanna, mientras ambos navegaban por las ruinas.

—Solo no te quedes atrás —le dijo, ofreciendo una sonrisa falsa. Ahora los dos estaban a la caza del Avatar, cada uno con un objetivo diferente.


Aang pretendía hacer dos nuevos enemigos. No quería que Sokka lo odiara con vehemencia. No quería que Zuko desconfiara de él.

Por primera vez desde que llegó a este nuevo mundo, incluso después de descubrir que sus amigos eran sus enemigos y sus enemigos eran sus amigos, incluso después de saber que el destino de múltiples mundos estaba sobre sus hombros, Aang se sentía en su peor momento. Esperaba que todo mejorara cuando encontrara a Toph y cuando les revelara la verdad a todos sus amigos. ¿Azula, al menos, seguiría confiando en él? ¿Lo perdonarían por manipularlos? ¿Se enfadarían?

Quería contarles todo... Pero no sabía cómo, o si podría.

Chapter 25: Las Pruebas

Notes:

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Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 4: Las Pruebas

 

Fue solo unos días después de su misión fallida en Ba Sing Se, y el grupo, ahora reducido a seis, se refugió lejos de la ciudad, se escondieron en lo profundo de un bosque para recuperar su fuerza y voluntad.

Aang se había separado del resto de sus amigos, pensando y meditando para sí mismo mientras recorría el viejo sendero. Escuchó el constante rugido de una cascada cercana. Aang, Sokka y Katara habían estado aquí antes, cuando viajaron juntos por primera vez... Ahora, las cascadas eran buenos lugares para acampar, cubrían cualquier tipo de ruido que pudieran hacer. Pero su verdadero campamento estaba lejos de las cataratas, en lo profundo del bosque. Sabían bien cómo desaparecer.

Zuko y Katara se habían alejado juntos un poco antes. Como el padre y la madre no oficiales del grupo, a menudo tomaban decisiones sobre el próximo destino, discutían sobre las últimas cosas que habían sucedido, manteniéndose al día mutuamente sobre la salud física, mental y emocional actual de los chicos... Mantenían a todos en marcha brindándoles tanto apoyo y aliento como podían. ¿Quién diría que Zuko tenía instintos paternales?

El hecho de que Zuko y Katara fueran los "padres" no significaba que hubiera algún vínculo romántico entre ellos. Se desataría un infierno si Zuko pusiera un solo dedo sobre Katara...

En lugar de buscarlos sin rumbo fijo, Aang permitió que su sentido sísmico se extendiera en todas direcciones, esperando encontrar sus posiciones exactas. Una vez que las vibraciones le dieron la respuesta que quería, asintió. Su suposición de que estarían en la cascada era correcta.

Zuko y Katara estaban sentados juntos en una roca bastante grande, con los hombros caídos y el rostro abatido. Después de su terrible experiencia en la prisión y la tortura, estaban más delgados, más pálidos y más demacrados que nunca. Aang supuso que estaban conversando sobre los recientes acontecimientos en Ba Sing Se, la pérdida de Haru, tratando de encontrar la determinación necesaria para persistir antes de que fueran a animar al resto y hablar sobre nunca rendirse ante nada... él quería estar junto a ellos, tratando de planear qué hacer a continuación.

Nunca te rindas, no sin luchar. Sigue adelante. No te detengas. No mueras.

En el momento en que Aang entró en el claro, Zuko presionó sus labios contra los de Katara. Ni siquiera notaron la presencia del chico.

Conmoción (¿qué está haciendo Zuko?), rabia (voy a matarlo), confusión (¿cómo sucedió esto?), tristeza (¿por qué no se aparta...?) e impotencia (¿por qué no puedo moverme?) lo abrumaron a la vez, al verlos unidos por lo que le pareció una eternidad, incapaz de gritar, incapaz de detenerlos. Lo sintió todo y, sin embargo, no sintió nada en absoluto.

De repente, los ojos entrecerrados de Katara se abrieron salvajemente, dándose cuenta un poco tarde de lo que estaba sucediendo. Se apartó ferozmente de Zuko, mirándolo con furia.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó acaloradamente. Fue entonces cuando notó a Aang y su expresión, y se llevó una mano temblorosa a su boca—. ¡Oh!

Zuko tardó un poco más en notar la presencia de Aang, pero aún estaba congelado por el rechazo. Parecía no tener noción alguna de qué hacer. Entonces, siguió la mirada de Katara, fijando los ojos en los de Aang.

Aang sintió que si el Estado Avatar funcionara, se habría activado ahora. Pero no era el momento de huir. Zuko tocó a su Katara, y ahora iba a enfrentarse a un Avatar muy enojado.

—¿Por qué hiciste eso? —gruñó Aang, repitiendo la pregunta de Katara. Katara se movió de la roca, lejos de Zuko, pero no se acercó a Aang—. No puedes tocarla. Es mía.

Katara, que había estado mirando a Zuko, se volvió hacia Aang con el mismo tipo de ira en sus ojos.

—¿Perdón? ¿Qué acabas de decir?

—¿Qué te hizo pensar que podrías tocarla? —Aang se enfureció, ignorando por completo a la Maestra Agua.

—No necesito el permiso de nadie —respondió Zuko, entrecerrando los ojos hacia Aang. El chico soltó otro gruñido, casi arrojándose sobre Zuko, olvidando sus poderes, olvidándose de su bastón, olvidándose de cualquier sentido o razonamiento, pensando solo con los puños. Cantidades abrumadoras de tensión y dolor se acumularon y colapsaron dentro de él, desbordándose sobre todo.

Aang fue interrumpido de su ataque por el sonido de rocas moviéndose, y de repente, Toph apareció en el claro, arrastrando a Sokka y a Suki tras ella.

—¿Qué diablos está pasando aquí, Pies Ligeros? Tus vibraciones están bailando como locas.

—Están a punto de matarse el uno al otro por un estúpido beso —dijo Katara, sin apartar los ojos de ellos dos.

—¡Chicos, esperen! ¡Deténganse! Hemos perdido demasiado como para pelear por algo tan estúpido como eso. ¡No podemos dividirnos ahora! —gritó Sokka. Suki movió los ojos con preocupación entre ambos chicos.

—Toph, deberíamos irnos… —dijo en voz baja, agarrando a la Maestra Tierra por el cuello de su camisa.

—No, quiero ver esto...

—¡Solo porque la ames, Aang, no significa que nadie más pueda hacerlo! —continuó Zuko, ignorando a su audiencia. Los ojos azules de Katara se agrandaron (antes luminosos e inocentes, ahora heridos, enfadados e incluso un poco fríos), todos sabían que Aang la amaba, pero esta era la primera vez que lo decía abiertamente.

Aang entrecerró los ojos peligrosamente.

—¿Qué acabas de decir?

—Oh no... —musitó Suki débilmente.

—Yo... yo la amo, y no hay nada que puedas hacer al respecto —dijo resueltamente el Maestro Fuego.

—Estás equivocado —dijo Aang—. No la amas. Solo crees hacerlo.

Zuko apretó los puños y cerró los ojos en un intento de contener su rabia.

—¿Qué te hace decir eso? Eres solo un niño. ¿Qué sabes tú sobre el amor?

—La muerte de Mai está fresca en tu memoria. Estás perdido, enojado y confundido, y Katara es la única a la que puedes recurrir. ¡Estás haciendo esto porque Mai está muerta!

Zuko abrió los ojos de golpe, mirándolo peligrosamente. Esta fue la única advertencia que recibió Aang sobre su siguiente ataque. El fuego salió de los puños del ex-Príncipe, llamas grandes y devoradoras. Aang retrocedió, y contraatacó abriendo una fisura bajo los pies de Zuko. El Maestro Fuego saltó fuera del camino, pero antes de que pudiera atacar de nuevo, un torrente de agua estalló entre ellos, golpeando a los Maestros en el pecho y arrojándolos lejos el uno del otro. Katara creó una pared de hielo para separarlos aún más.

—¡Ya es suficiente! ¡Ambos están siendo estúpidos e inmaduros!

Aang y Zuko se miraron ferozmente el uno al otro a través del hielo cristalino, como si se vieran realmente por primera vez.

—Zuko, lo siento, pero no me gusta que me besen de la nada —le dijo al Maestro Fuego a su derecha. Aang sonrió triunfalmente, pero ella se volvió hacia él de inmediato—. ¡Eso tampoco significa que tú puedas! —Luego se dirigió a ambos, cerrando los ojos y tratando de calmarse, habló con los dientes apretados—. Nadie en este grupo atacará a nadie más. Hemos ido demasiado lejos como para dividirnos ahora. Las cosas se están poniendo más difíciles que nunca, pero no nos vamos a caer. No podemos. El mundo entero depende de nosotros ahora...

—Zuko, tú comenzaste el ataque, y aunque el comentario de Aang fue completamente innecesario, deberías haber mostrado moderación. —En medio de su oración, miró a Aang—. Y no soy propiedad de nadie.

Con eso, la Maestra Agua, enojada, se alejó, sin volver a mirar a ninguno de los dos.


La relación entre Aang y Zuko nunca volvió a ser la misma.

Aang suspiró abatido, mirando al cielo de las primeras horas de la mañana. Optó por no dejar su saco de dormir ya que todos los demás estaban dormidos y no se despertarían hasta, al menos, dentro de una hora.

Los dos continuaron siendo amigos, y Zuko nunca volvió a intentar algo con Katara, pero después de ese día, todo se volvió tenso. Habían dicho muchas cosas de las que ambos se arrepintieron después, pero quedaron en el pasado y no podían cambiarse. Esperaba ver las cosas como una segunda oportunidad con el Zuko de este mundo, pero después de su última hazaña en las ruinas de Omashu, las cosas no parecían estar yendo mejor...

Zuko seguía sin confiar en él.

Zuko aún estaba enojado con él más que nunca. Sokka también lo estaba, pero había sido así todo el tiempo. Justo cuando Aang pensó que estaba haciendo algún tipo de progreso con el Maestro Agua...

Por ahora, la única compañía que tenía era la de Azula, Sabishi y Appa.

Era una horrible ironía el que Azula fuese la única que confiara en él.

La Maestra Fuego estaba recostada contra la pierna de Appa, hacía girar una minúscula bola de fuego entre sus dedos, como la de un apostador y su moneda.

—Esa cara inexpresiva te hace ver como un completo idiota —dijo ella, sacándolo de su ensimismamiento.

—Gracias, Azula —respondió, inexpresivo.

—Entonces, ¿a dónde vamos ahora? —dijo ella arrastrando las palabras, aburrida—. Omashu no fue un gran éxito.

—Gaoling —dijo Aang—. He oído que allí hay muchos buenos Maestros Tierra —Como Toph, añadió interiormente.

—¿Hola? ¿Tierra a Aang? —dijo Azula, incorporándose y chasqueando los dedos en su cara—. Deja de mirar al vacío. Te hace lucir espeluznante.

—Estás llena de cumplidos hoy.

Ella sonrió.

—Lo sé. Es parte de mi irresistible encanto. —Trató de obtener una reacción de él, pero no hubo ninguna. Frunció el ceño—. Entonces, ¿en qué estabas pensando?

—Algunos viejos amigos —respondió misteriosamente. Su ceño se profundizó.

—¿Qué amigos? Háblame de ellos —Era casi una orden, pero se dispuso a escuchar. Aang suspiró.

—En realidad hablaba de Zuko y Sokka —respondió.

—Ugh, ¿todavía estás pensando en eso? Eres un bebé —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Solo ignóralos, y Zuzu volverá arrastrándose hacia ti. Es un gran cobarde.

—Sí, supongo, pero Sokka...

Sus ojos ambarinos se dispararon en su dirección.

—¿Por qué te importa lo que Sokka piense de ti? —preguntó rápidamente, como si intentara tomarlo con la guardia baja y asustarlo para que respondiera. Apretó la pequeña llama en su puño.

—Ahora está con nosotros...

—De mala gana —interrumpió Azula.

—Sí, pero...

—Y lo odia —volvió a interrumpir.

—Pero con el tiempo estará de nuestro lado —dijo Aang con claridad, enunciando cada palabra—. Te lo prometo.

—De nuevo, voy a preguntar por qué.

—Tal vez... algún día me pueda enseñar a hacer Agua Control.

—¿De verdad crees que puede redimirse? —preguntó ella, mirándolo con curiosidad.

—Sé que puede. Tiene el potencial. Hicimos algunos progresos —confirmó en voz alta.

Azula suspiró.

—¿No lees nada de ficción, Aang?

—Nunca tuve tiempo —respondió, poniendo las manos detrás de la cabeza— ¿Por qué?

—Bueno, deberías saber que en la mayoría de las historias, cada vez que algún villano idiota intenta redimirse en un momento horriblemente cursi, muere. Y por lo general tienen una gran escena para ese momento.

Una imagen de Jet apareció en la mente de Aang.

—Eso no le va a pasar a Sokka —dijo Aang con determinación.


—Yo digo que nos mantengamos en un nivel bajo, que vayamos entre las montañas en vez de volar sobre ellas —argumentó Sokka.

—¿Por qué? Es más rápido y eficiente pasar por encima —replicó Azula—. Podemos sobrevolar las montañas. Lo hemos hecho antes.

—¡Si pasamos por encima, nos verán!

—Pensé que querías que te encontraran —dijo Azula, cruzando los brazos.

—No las tropas del Reino Tierra —respondió, mirándola fijamente— No nos verán si atravesamos los valles.

—No, hay muchos túneles de viento allí —dijo Azula.

—El viento será igual si vamos por encima de las montañas —añadió Aang. Azula lo fulminó con la mirada—. Estamos a punto de pasar por la montaña más alta del mundo. Si la sobrevolamos, estaremos demasiado alto.

—¡En la cima del mundo! —dijo Azula triunfalmente.

Aang miró a Zuko, quien estaba sentado en la silla y prefirió mantenerse al margen de la discusión.

—¿Qué piensas, Zuko? Tú llevas las riendas.

—¿Desde cuándo te importa mi opinión? Por lo general, solo te ocupas de tus asuntos —respondió con frialdad.

Appa dejó escapar un gemido cuando se elevó más alto en el cielo.

—¿Cuál es tu problema, Zuzu? —preguntó Azula, frunciendo el ceño. Aang suspiró.

—No se siente bien ser traicionado —dijo Sokka, cruzando los brazos y evitando sus miradas—. Dímelo a mí.

—Bueno, entonces, ¿por qué ustedes dos no hacen una fiesta para darse lástima el uno al otro? —preguntó Azula con falsa dulzura.

—¡Ya lo superé! —respondió Sokka. Miró con odio a Aang, haciendo que el chico más se estremeciera. Aang pasó sus dedos por la vaina de su espada.

Pronto valdrá la pena.

Aang recorrió su cinta con la mirada, se la había quitado por un momento, sus ojos fueron atraídos por el símbolo del loto blanco. En Omashu, Kanna mencionó algo sobre un loto blanco que le había ofrecido refugio a ella y a Sokka... ¿qué era eso? ¿Algo figurativo? ¿Hablaba con acertijos y proverbios?

El Avatar salió de sus cavilaciones cuando sintió el cambio repentino de altitud cuando Appa ascendió aún más en el cielo. Ahora, estaban tan alto que el nivel de oxígeno era mucho menor, y Aang sabía que, para aquellos que no eran Maestros Aire, podría ser difícil respirar. La montaña más alta del mundo estaba justo enfrente de ellos, pero los picos eran tan altos que se perdían entre las nubes, envolviendo las cimas de las montañas y protegiéndolos de la vista.

Mientras el bisonte se acercaba a las nubes, Aang se paró en la silla, inhalando y exhalando con calma, comenzando a girar lentamente. Cuando dio una vuelta completa, aceleró y liberó el viento que había estado acumulando en sus manos, que se precipitó hacia las nubes y despejó una nube, haciendo un túnel a través vapor frío, bañándolos en un rayo de luz de sol y revelándoles el cielo azul claro.

Parecía que Zuko había tomado una decisión: volar sobre la montaña.

Mientras Aang miraba a través del túnel que había creado, entrecerró los ojos. ¿Por qué el sol parecía tan brillante y tan cercano? Intentó mirar fijamente la bola brillante de oro fundido, pero le lastimó los ojos. ¿Qué estaba pasando? ¿Habían ido tan alto que dejaron el mismo planeta? ¿Qué tan alta era esta montaña?

Y luego se elevaron a través de las nubes, revelando la majestuosidad de la montaña entera ante sus ojos. Por un momento, Aang pensó que el sol descansaba en su pico más alto. Luego, a medida que se acercaban, se dio cuenta de que era un templo dorado de piedra como nunca antes habían visto. El gran tamaño y la anchura de la montaña eran eclipsados por esta antigua civilización que habían descubierto, y los templos puros y sagrados que habían creado.

Azula bostezó.

—Oh, mira eso. Una parada.

—¡No sabía que había gente viviendo aquí! —exclamó Aang, dejando que un poco de su antiguo e infantil entusiasmo por descubrir algo nuevo saliera unos instantes—. En todos mis viajes, nunca había oído hablar de un lugar como este. —Algo parecido a la emoción estalló dentro de él: ¿quién podría vivir en un templo en la cima de una montaña además de los Nómadas del Aire, especialmente en uno tan alto y mucho más apartado que los Templos del Aire?

Sorprendentemente, Sokka fue el primero en expresar sus pensamientos, mirando a Aang con su único ojo.

—¿Crees que podría haber Nómadas del Aire?

Azula se burló.

—¿Estás bromeando? —le dijo a Sokka—. Mira la parte superior del templo. Es todo una aleación de oro, por si no te diste cuenta. No sabía que eras también ciego de ese otro ojo. Obviamente, aquí viven Maestros Fuego.

—¿Pero por qué? —preguntó Zuko—. No tienen ninguna razón para vivir tan apartados, cuando podrían estar igual de seguros en la Ciudad Dorada —dijo, hablando por primera vez sobre el tema—. La Nación del Fuego no es la única que usa oro, ¿sabes?

—Vayamos allí y veamos —dijo Aang. Nadie dijo nada más. A medida que el bisonte se acercaba, pudieron observar que las paredes del templo parecían de un blanco puro, como si fuera un mundo de fantasía entre las nubes. Casi de inmediato, el pesimismo de Aang regresó cuando no pudo ver ni un solo bisonte volador o personas en planeadores.

Azula, que tenía mejor vista, habló.

—¡Miren! ¡Murales de Maestros Fuego! Tenía razón, estaban equivocados, ¡ja, ja! —se burló de todos ellos.

—Espera —dijo Sokka—. Ralentiza al bisonte. Es posible que esta gente no sea muy amable con los intrusos. Hay catapultas en las paredes del templo.

—Eso si todavía hay gente viviendo aquí —dijo Zuko, pero tiró un poco de las riendas.

Sokka se puso alerta, apuntando con ambos puños, ya que sus muñecas aún estaban atadas.

—¡Están cargando una catapulta!

—Ugh —dijo Azula, sin inmutarse en lo absoluto—. ¿Por qué tenías que tener razón?

Aang entró en acción cuando una bola de roca y fuego fue lanzada al aire, levantando su planeador y blandiéndolo hacia el proyectil con todas sus fuerzas, desviando su trayectoria hacia un costado. Como en los viejos tiempos. Una estela de humo negro quedó a su paso, abriendo otro agujero en el mar de nubes blancas.

Inmediatamente le siguió otro proyectil, pero Aang se vio obligado a abrir su planeador y se lanzó en picado por debajo de él, confiando en que sus amigos lo esquivarían. Detrás de Aang, Zuko obligó a Appa a descender rápidamente.

—¿Todavía estás decidido a llegar allí? —le preguntó Azula a Aang casualmente, con los brazos cruzados, mientras Appa volaba junto al Maestro Aire.

—Sí, quiero ver cuál es su problema —dijo Aang, preparándose para esquivar cualquier otro proyectil que planearan lanzar. A medida que se acercaban a la ladera de la montaña, los Maestros Fuego se alinearon a las paredes y lanzaron rocas combinadas con fuego naranja. Aang se elevó por encima de ellos, se dispuso a llegar a las paredes y tratar de detener más conflictos, dejando a Azula encargarse de los misiles. La Maestra Fuego se paró a la cabeza de Appa, metió los brazos y formó un amplio arco de rojo de llamas ardientes que cortaron a cada una de las bolas de fuego.

Aang trató de aterrizar entre los Maestros Fuego, Guerreros del Sol, notó, pero corrientes de fuego interrumpieron cada uno de sus intentos. Entonces, en lugar de intentar volar entre ellos, se enfrentó a los Maestros Fuego cara a cara. Sonriendo para sí mismo, dio la vuelta a su planeador y se puso de pie en la parte superior de él, literalmente surfeando en el aire como veía hacer a Gyatso en sus días de juventud. Después de esto, desató una pared de fuego ondulante con ambas manos, que bloqueó casi por completo las vistas y los ataques de cada uno de los otros Maestros Fuego, revelándose como el Avatar y deteniendo simultáneamente todos sus ataques.

Ahora, una vez entre sus filas, Aang se dirigió al salón del templo, abierto al cielo más allá. Cerró cuidadosamente su planeador y esperó a que el conmocionado silencio de los Guerreros del Sol terminara para que pudieran saludarlo y disculparse. Una vez que su muro de fuego se consumió, la conmoción inicial pareció irse con él. Sin embargo, en lugar de un saludo, estuvo a punto de recibir un puño de fuego en la cara. Aang sonrió.

Era experto en luchar contra los Maestros Fuego.

Aang se agachó por debajo del ataque y usó sus palmas para repeler los ataques subsiguientes de los otros Maestros. Se vio obligado a dejarse caer por debajo de una ola de fuego particularmente grande, pero detuvo su caída con la mano y lanzó un contraataque con el pie.

—¡Alto!

Ante estas palabras, los Guerreros del Sol detuvieron inmediatamente su ataque y se pusieron rígidos, pero se mantuvieron alerta. El hombre que había hablado apareció ante Aang, jadeando y sin aliento.

—¡Este es el Avatar! —dijo el hombre, a quien Aang reconoció como el Jefe Guerrero del Sol que conoció con Zuko, una vez. Aang se mantuvo en posición, sin saber qué esperar.

—¿Por qué me atacaron a mí y a mis amigos? —preguntó. Appa llegó flotando hasta él, Zuko con sus espadas desenvainadas y Azula de pie y con un aire de suficiencia, como si ella misma hubiera orquestado todo esto y supiera lo que iba a suceder a continuación. Sokka parecía el más tenso de ellos, estaba indefenso con sus manos atadas.

—¿Por qué han venido aquí? —preguntó el Jefe, mientras otro hombre se acercaba a él, sus miradas duras.

—Poseemos una curiosidad natural —respondió Sokka con indiferencia, saltando del lomo de Appa. Parecía como si ya no supiera reconocer una amenaza, pero Aang conocía bien a Sokka, incluido al Príncipe Sokka. Lucía tranquilo y sereno por fuera, pero sus delgados músculos estaban tensos y listos para entrar en acción en cualquier momento—. Solo estamos de paso, ya sabes. —De forma inteligente, Sokka estaba tratando de bajar la guardia del enemigo, fingiendo ser idiotamente inofensivo.

—¿Por qué nos atacaste? —preguntó Aang de nuevo.

—Los Guerreros del Sol han protegido sus secretos durante varios miles de años, y después de enterarnos de lo que les sucedió a los Nómadas del Aire, hemos mantenido alejados a todos y cada uno de los intrusos. Este templo del sol no correrá con el mismo destino —dijo el Jefe, cruzando sus musculosos brazos mientras se enderezaba casi en una pose real. Ante sus palabras, Azula bajó de la silla de bisonte.

—¿Secretos del Guerrero del Sol? —preguntó con interés. Zuko, todavía sentado a la cabeza de Appa, miró a su hermana y puso los ojos en blanco.

—Nuestras antiguas técnicas de Fuego Control —dijo el hombre al lado del Jefe. A Azula le brillaron los ojos.

—¡Cállate, Ham Ghao! —dijo el Jefe.

—Sí —continuó Ham Ghao, su voz tomando el mismo tono que Azula usaba normalmente—. Se debe completar una prueba para poder practicarlas.

—¿En verdad? —preguntó Azula.

—¡Ham Ghao, guarda silencio! —exigió el Jefe, enderezándose su ornamentado tocado—. Cuando alguien elige comenzar una prueba, no puede irse hasta que la haya completado.

—Tanto mejor para aprender correctamente las técnicas —dijo Azula—. ¡Estoy dentro!

Aang, Zuko y Sokka soltaron un quejido de horror.


El templo del Avatar Kuruk se encontraba en la cima de una de las islas del sur, rodeado de tormentas de nieve y vientos feroces, una de las últimas zonas totalmente sagradas de las Tribus Agua. El templo no sólo estaba protegido por el terreno, sino también por una hermandad de Sacerdotisas, una con la que el Avatar Aang había luchado antes.

La Princesa Katara y Suki caminaron por el sendero de la montaña que conducía al templo. Katara iba ataviada con una gruesa capa de la Tribu Agua y su capucha, mientras que Suki vestía su pesada armadura de siempre. Katara evitó que la lluvia las tocara, aunque el viento continuó helándoles los huesos. Estaba ansiosa por llegar al templo, tomar lo que quería y emprender su viaje hacia el Avatar lo antes posible. Suki permaneció en silencio, sobre todo para no despertar la ira de su Princesa. Soportó la tormenta con su habitual resiliencia.

A pesar de su prisa por dejar este lugar, la Princesa disfrutó bastante de estar en el templo del Avatar Kuruk. Era uno de los pocos lugares en la Nación del Agua donde las mujeres no estaban atadas al sinfín de tabúes antiguos que tenían las Tribus. Las Sabias del Agua, todas ancianas, estaban aquí para proteger el templo, porque la mayoría de los hombres estaban en la guerra. Cuando era niña, Katara había deseado venir a entrenar aquí, aunque eso fue antes de que su abuela la entrenara en secreto. Aparte de Katara, Kanna y las Sabias, sólo otras tres mujeres en toda la Nación del Agua conocían el arte de la lucha, y Suki era una de ellas. Hama era otra.

Las chicas finalmente terminaron de caminar casi penosamente por el resbaladizo sendero de la montaña que llevaba al templo, una reluciente estructura de piedra y hielo, predominantemente azul, con escalones helados que conducían a la entrada. Una puerta de hielo sólido les cerraba el paso, pero con un movimiento de su mano, Katara fundió una abertura y entró, seguida rápidamente por Suki.

La Guerrera Kyoshi flexionó los dedos y sacudió su cabello castaño rojizo, anunciando su presencia.

—Vaya, qué tormenta hay ahí fuera.

—¡Princesa Katara! ¡Lady Suki! —dijo una anciana Sabia del Agua, cojeando hacia ellas—. ¡Qué visita tan inesperada!

—Lo siento, Ogoka. No puedo quedarme mucho tiempo —dijo Katara, abriendo los brazos—. Estoy aquí para ver a mi amiga.

La mujer asintió.

—Muy bien. Iré por ella.

—No es necesario —dijo una voz suave detrás de la mujer. Katara miró más allá de Ogoka y esbozó una sonrisa—. Hola, Princesa —dijo, postrándose en el suelo.

—No hay necesidad de tanta formalidad. Somos amigas, ¿recuerdas? —dijo Katara, caminando hasta quedar frente a su amiga. La sacerdotisa, aún en el suelo, miró hacia arriba y sonrió, poniéndose de pie y abrazándola—. Me alegro de verte.

—Sí —asintió la chica.

—¡Yue! —Suki sonrió, abrazándola. Yue le devolvió el abrazo, riendo.

Apenas mayor que Katara, los luminosos ojos azules de Yue brillaban con una gentil bondad que solo era eclipsada por su cabello blanco como la nieve. El único otro color que había en su pelo era un mechón de negro en la parte delantera de su cabeza, recogido hacia un lado de su cara. Tenía el porte de una princesa, porque eso era lo que era. En el momento en que cumplió dieciséis años, dejó su hogar en el Polo Norte, donde su padre gobernaba, para venir a entrenar en el templo, donde podría aprender a luchar y evitar cualquier tipo de matrimonio forzado.

Aunque ambas eran princesas, Katara tenía un rango mucho mayor que Yue, ya que la familia gobernante del Polo Sur tenía a toda la Nación del Agua bajo su control. El jefe Arnook del Polo Norte respondía ante el emperador Hakoda, el padre de Katara.

—Muy bien, chicas —les dijo Katara a sus amigas—. Voy a necesitar su ayuda. Vamos tras el Avatar, tiene a mi hermano cautivo. ¡Ese chico lamentará el día en que secuestró a mi hermano!

—Eso significa que veremos a Sokka de nuevo, ¿verdad? —preguntó Suki, sonriendo tímidamente.

—Sí... Sokka —dijo Yue con aire soñador.


Un viento frío barrió frente a cuatro túneles adyacentes excavados en la ladera de la montaña, cada uno de ellos minuciosamente decorado con murales de los Guerreros del Sol. Altos arcos enmarcaban los túneles artificiales creados por antiguos Guerreros, lo que delataba la importancia de ellos. Aang, Azula, Zuko y Sokka estaban cada uno frente a un túnel.

—¿Cómo es que yo tengo que hacer una de las pruebas? —se quejó Sokka—. ¡Ni siquiera soy un Maestro Fuego!

Zuko se cruzó de brazos.

—Yo tampoco —dijo, mirando a Aang, como si fuera su culpa que se viera obligado a hacer esto—. Y si sus secretos están tan celosamente guardados, ¿por qué nos dejas hacer estas pruebas tan fácilmente?

—¡Silencio! —dijo el Jefe Guerrero del Sol, detrás de todos ellos. Ham Ghao, como siempre, estaba a su lado, sonriendo mientras se frotaba la barbilla. Más guerreros estaban detrás de los dos—. Nuestros secretos de Fuego Control no son la única recompensa una vez completadas las pruebas. —Miró a Zuko—. Y nuestras pruebas tampoco son precisamente fáciles. Hay una razón por la que se llaman "pruebas". Pocos han tenido éxito sin perder la cabeza en el intento.

Aparentemente, Sokka y Zuko todavía tenían aún más quejas.

—¿Por qué nos obligan a aceptar esto?

El Jefe los fulminó con la mirada.

—Una vez que alguien entra en nuestro templo y solicita tomar las pruebas, no puede irse hasta que las hayan completado. Ella es la razón —señaló a Azula, quien puso los ojos en blanco y bostezó—. Tienen prohibido abandonar este lugar. Una solicitud para someterse a las pruebas no puede ser rechazada.

Aang, al igual que Azula, no tenía quejas, pero no estaba dispuesto a entrar sin estar preparado.

—¿Qué hay ahí? ¿Qué nos espera?

—Tendrán que navegar por un laberinto —dijo Ham Ghao.

—No es solo un viaje físico, sino también espiritual —agregó el Jefe.

—¿Podemos empezar ya? Estoy ansiosa por ser una mejor Maestra Fuego —dijo Azula con impaciencia.

—Muy bien. —Dos guerreros se acercaron y se pusieron a ambos lados de Zuko y Sokka, dándoles antorchas. Uno de ellos también quemó las cuerdas de las manos de Sokka, liberándolo. Sonrió y flexionó las muñecas. Cuatro mujeres se acercaron y se posicionaron detrás de cada uno de los chicos y les ofrecieron una taza simple de un líquido transparente—. Beban eso —dijo el Jefe—. Porque puede que sea lo último que beban.

—No puedo controlarlo —dijo Sokka, agitando las manos inútilmente—. ¿Qué está pasando?

Aang, Azula y Zuko bebieron. El líquido ardió al bajar por sus gargantas. Aang miró el fondo de la taza vacía. Eso no era agua...

—Bébelo —le dijo Ham Ghao a Sokka. Cuando vio que los otros tres seguían de pie después de beber el líquido desconocido, se lo tragó todo, palideciendo.

—Ahora vayan. Tienen la bendición de Agni —dijo el Jefe, mientras los tambores comenzaban a sonar detrás de él. Zuko encendió su antorcha, fue el primero en entrar.


Las pisadas de Zuko repiqueteaban suavemente contra la piedra sólida, sus ojos escudriñando los alrededores hasta donde la luz del fuego se lo permitía. Dentro del túnel, nada estaba decorado. Era solo piedra lisa que iba en línea recta, hasta él podía ver. ¿En dónde se ramificarían los caminos y comenzaría el laberinto?

Cuando llegó al primer cruce, varios minutos más tarde, se dio cuenta de que sus ojos estaban fijos en la llama de la antorcha. Parecía que su alrededor se volvía más oscuro, aunque la llama se hacía cada vez más brillante. Su visión estaba volviéndose borrosa. Los ojos se le pusieron vidriosos. El fuego creció y creció, desprendiéndose de la antorcha llena de cera, y flotó hasta el centro del cruce, donde el fuego se extendió y se disipó. Apareció la silueta de un hombre.

Zuko se desmayó en cuanto una bota escarlata entró en su línea de visión.


Aang corrió por el oscuro pasillo, una llama naranja brillante se encendió en la palma de su mano. La oscuridad parecía extenderse por kilómetros y kilómetros sin fin. Estaba ansioso por dejar el laberinto, aprender los secretos del Fuego Control (¿algo sobre el rayo, tal vez?) y seguir su camino para encontrar a Toph en Gaoling. Pero Azula tuvo que abrir la boca y exigir tomar las pruebas, pero esta era una parada aceptable. Cualquier cosa que los ayudara a hacerlos más fuertes, lo era. Cualquier cosa para derrotar al Emperador del Agua. Cualquier cosa para volver a casa con Katara.

Aang se detuvo de repente, ladeando la cabeza.

¿Fue solo un truco de la luz, o acababa de ver el dobladillo de un vestido azul delante de él? ¿Fue porque había estado pensando en ella hace un segundo? Escuchó un zumbido en el fondo de su mente, se sintió desorientado. Sacudió la cabeza y corrió hacia la figura.

Se sorprendió cuando llegó a un cruce que llevaba a cuatro caminos. ¿A dónde había ido ella?

Allí. Un pie, desapareciendo por el pasaje de la derecha, acompañado de un destello azul y blanco. Una risa tintineante siguió a la figura. El corazón de Aang se aceleró, sus ojos se abrieron al reconocer el ruido.

Es Katara. Tiene que serlo.


Los veloces pies de Azula se deslizaron por el pasillo de piedra, un par de llamas rojas ardiendo en ambas manos. Caminaba con determinación, con los ojos ambarinos fijos al frente, ansiosa por completar la prueba y mejorar sus habilidades. Ese poder sería suyo. Se aseguraría de superar incluso a Jeong Jeong, su Maestro.

Un cansancio repentino parecía estar tratando de dominarla, pero se forzó a seguir adelante, razonando que probablemente eran los efectos de esa extraña bebida. ¿Por qué no se le ocurrió simplemente fingir que lo bebía, o al menos tragar solo un poco? No quería que eso interfiriera con su prueba. De repente se sintió febril, lo que estaba empezando a ponerla nerviosa. Los Maestros Fuego nunca se sentían incómodamente febriles. No así. Temía enfermarse en cualquier momento.

Y luego entró en una bifurcación. Se detuvo solo por un momento, lista para lanzarse por un camino al azar... Y luego las llamas gemelas que ardían en sus palmas se volvieron de un color azul eléctrico. Sobresaltada, trató de apagarlos, pero parecían estar fuera de su control, proyectando una luz azul alrededor del área, flotando en el aire, girando a su alrededor. Azula sospechó de inmediato una interferencia espiritual. ¿En qué se había metido? Se puso en posición de combate cuando las llamas azules se volvieron demasiado rápidas para seguirlas con la mirada, moviéndose juntas como un anillo feroz que la rodeaba sin cesar. Azula volvía la vista constantemente en todas direcciones, esperando que un enemigo invisible saltara sobre ella desde cualquier lado. El sudor se le acumulaba en la frente.

El anillo se expandió, saltando a dos antorchas apagadas en las paredes, donde las llamas azules descansaron, extrañamente tranquilas y quietas. Provocaron un frío resplandor en toda la pequeña cámara, atormentándola, sosteniéndola, inyectando hielo en sus venas. Las palabras de Jeong Jeong, sobre llamas azules que representaban una intención asesina, le vinieron a la cabeza. Podía sentirlo, a su alrededor... una presencia malévola estaba con ella.

—Oh, ¿te asusté?

Azula se giró.


—Esto es estúpido —murmuró Sokka para sí mismo—. Estúpidos Maestros Fuego y sus estúpidos rituales. Idiotas.

Sin embargo, estaba contento de tener las manos libres. Durante los últimos días, la cuerda había estado cortando carne viva, y ahora aprovechó la oportunidad para flexionar las muñecas por completo. Se sentía tan bien tener las manos sueltas, con ganas de hacer algo, con ganas de hacer Agua Control. Sin embargo, el túnel apagó todos los pensamientos de libertad. Tal vez, una vez que salieran de esto, se comportaría mucho mejor con el grupo del Avatar para que lo dejaran tener sus manos libres...

En algún momento del camino, cayó inconsciente. Y Sokka soñó.


—¡Espera! —llamó Aang a la figura, corriendo tras ella, con la mano extendida. La vio deslizarse por otra curva del túnel, riendo alegremente, haciendo que el chico la siguiera—. ¡Quiero verte! —Siguieron girando y girando por muchos caminos diferentes que parecían bifurcarse eternamente. ¿Qué tan profundidad era esta montaña? ¿Podría salir alguna vez?

Su voz sonaba distante, lejana, pero ella seguía riendo, diciéndole que todavía estaba ahí. Ella estaba con él. Siempre lo estaría.

—¡Katara!

Su propia voz hizo eco por los largos y vacíos túneles, acompañada por el sonido de sus pies corriendo (pero curiosamente, no los de ella). Vio su larga trenza marrón balanceándose sobre su espalda, los rizos de su cabello agitándose mientras se movía. Pero siempre estaba de espaldas a él. Quería ver su rostro. No tenía ninguna duda sobre quién era ella. Lo sacaría de aquí. Ella era su guía. Tenía una fe inquebrantable en su pureza y bondad.

Y luego Katara despareció más allá de la luz del fuego. Deseó que la llama fuera más brillante, no queriendo perderla de vista, y de repente se encontró en una amplia cámara.

Y no estaba solo.

Estaban ahí. Todos estaban ahí.

Katara estaba al frente, flotando a solo unos metros de su alcance, con las manos entrelazadas a la espalda, sonriéndole con cariño, justo como él la recordaba. Sokka estaba a su lado, con el brazo sobre los hombros de su hermana, luciendo una sonrisa con ambos ojos perfectamente intactos. Toph apareció al otro lado de Katara, con una sonrisa genuina, y aunque ella no podía ver, sabía que lo estaba mirando. Momo se colocó sobre la cabeza de Toph, y Appa, lleno de cicatrices pero feliz, estaba detrás de ellos.

Y más allá, a su alrededor, flotando a muchos pies por encima de él, todos con sonrisas solo para Aang, estaban los demás. Hakoda estaba allí, su sonrisa tan amplia que le hacía arrugar los mismos ojos cansados que Aang no había visto en años; Bumi, junto a Iroh, ambos sonriendo; Suki, que estaba más cerca, tenía una mano en la cadera y una sonrisa de aprobación; Haru, junto a Suki; el Mecanicista, Teo, incluso Pakku y Jeong Jeong. Todos estaban aquí.

Aang esbozó la sonrisa más radiante que jamás había tenido. Se sentía tan feliz, tan libre de cargas, tan aliviado de verlos a todos de nuevo. Las lágrimas cayeron de sus ojos gris tormenta, que se tornaron al mismo tono de gris claro de antes.

Y lo mejor de todo, cada uno de ellos estaba lleno de color. No eran espíritus, pero no estaban físicamente con él. Pero esto era más de lo que podía haber pedido.

Cuando cayó de rodillas y lloró no se sintió solo.

Más tarde, se dio cuenta de que la única persona que faltaba era Zuko.


Zuko se agarró la cabeza, gimiendo y sacudiendo la cabeza para disipar la espesa niebla que apareció sobre su visión. Lo primero que sintió fue la fría piedra debajo de él, pero también había un suave calor que llenaba la pequeña cámara. Se frotó los ojos y se puso de pie.

Solo para volver a caer al suelo en estado de shock, se vio a sí mismo de pie en el centro de la cámara.

—Estás despierto —le dijo el otro Zuko. Se quedó boquiabierto, incapaz de mover la boca para pronunciar las palabras correctas—. No tengas miedo. Estás a salvo por el momento.

Mientras hablaba, Zuko echó un buen vistazo al hombre frente a él, distinguiendo fácilmente varias diferencias extrañas entre el hombre mayor y él mismo. La más obvia, era una terrible cicatriz que se extendía sobre su ojo izquierdo, una quemadura sufrida años atrás. El Zuko quemado lucía mayor, y por lo que podía leer en sus ojos, también estaban marcados, pero en su interior. Este Zuko había visto mucho y experimentado aún más. Su rostro estaba demacrado, casi hundido, su piel tenía una palidez enfermiza. Su cabello negro azabache era rebelde y largo, pero su ropa roja, hecha jirones y gastada, se ceñía con fuerza a un cuerpo musculoso.

—¿Qué eres, mi hermano? —le preguntó Zuko al hombre mayor que se compartía extrañas similitudes con él.

—No del todo —dijo el otro Zuko—. Piensa en mí como una especie de guía espiritual.

—¿Por qué te pareces tanto a mí, pero también te ves tan diferente? —preguntó el joven Zuko—. ¿Qué eres?

—Soy... una especie de parte de ti, como tú eres una parte de mí —dijo el hombre de las cicatrices. Gimió, pasando sus dedos por el pelo—. No lo sé, es difícil de explicar.

—Bueno... dijiste que estabas aquí para guiarme, así que escúpelo —dijo Zuko, extendiendo los brazos—. Estoy perdido.

—Bueno... ¿qué necesitas? —preguntó torpemente el guía espiritual. Ambos se pasaron los dedos por el pelo, perdidos, sin darse cuenta de que compartían el mismo hábito nervioso—. Puedes empezar contándome cómo te trajeron parcialmente al Mundo de los Espíritus.

—¡¿Qué?! —preguntó Zuko sin cicatrices—. ¿Cómo es puedo estar parcialmente en el Mundo de los Espíritus?

—Bueno... todavía estás en el mismo lugar, pero puedes verme. No soy realmente un espíritu, pero funciona de la misma manera. Creo.

—Estás tan perdido como yo, ¿no? —dijo Zuko inexpresivamente. El hombre mayor bajó la cabeza—. Bueno... creo que los Guerreros del Sol nos dieron algún tipo de droga. Recuerdo que me sentí un poco mareado antes de desmayarme... Y fuiste tú quien salió del fuego de mi antorcha, ¿no?

—Sí —confirmó Zuko con cicatrices.

—Ugh. Entonces esto es culpa de Azula y Aang —murmuró Zuko—. Esos dos son una mala influencia el uno para el otro. Todo lo que les interesa es aprender a hacer Fuego Control, cuando hay muchas cosas más importantes que deberían estar haciendo...

—Esperemos que Azula no sea una mala influencia para Aang —murmuró el hombre entre dientes.

—¿Qué?

—Nada —dijo el desgastado espíritu—. Pero en realidad no se les puede culpar. Todos los Maestros quieren dominar su arte.

—Pero están un poco obsesionados con eso. Hemos estado peleando mucho últimamente, sobre su Fuego Control y todo lo demás. Ya no confío en Aang, y creo que mi hermana va por el mismo camino...

—No quieres a tu hermana como enemiga. Confía en mí —dijo Zuko con cicatrices, su rostro duro. Y luego sus rasgos se suavizaron, junto con el resplandor del fuego—. Pero Aang... deberías confiar en él. Estoy seguro de que está haciendo todo en tu beneficio. Quiere ayudar. Se está esforzando mucho, nunca lo entenderías.

—¿Y tú lo harías?

—Sí —dijo el Zuko mayor, sus ojos no daban lugar a discusión—. Conozco a Aang. Y a pesar de nuestras diferencias, lo considero mi mejor amigo. Tú también deberías.

Zuko miró a su otro yo.

—¿De qué estás hablando? ¿Cómo puedes ser amigo de él? ¡Eres un espíritu!

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? —preguntó el otro Zuko, perdiendo la paciencia—. ¡No soy un espíritu!

Zuko suspiró.

—Seguramente es una cosa del Avatar.

—Bien. Déjalo así.

—Sabes, nunca pensé que estaría discutiendo con mi guía espiritual. Debes ser bastante malo en el trabajo.

—¡Cállate! Solo piensa en lo que te he dicho. —El hombre de las cicatrices se alejó un paso de su contraparte y le tendió la palma de la mano—. Aang va a necesitar toda la ayuda que posible. Te necesita. Y, para ayudarlo, te voy a dar un regalo.

—¿Un regalo?

—Un regalo —repitió el hombre de las cicatrices—. Úsalo bien. —Y, para gran sorpresa de Zuko, el hombre de la cicatriz hizo brotar un par de bolas gemelas de fuego que rodearon la palma de su mano, encontrándose en el centro. Salieron desde su palma, golpeando a Zuko en el pecho, tirándolo al suelo con gran fuerza.

No se enteró de nada más.


La voz le produjo un escalofrío de miedo que le recorrió la espalda. No sabía por qué, pero la presencia la asustaba.

En parte porque le resultaba muy, muy familiar.

Pero cuando se volvió, vio a alguien a quien no esperaba en absoluto.

Su madre.

La voz que había escuchado no pertenecía a Ursa, que lucía pequeña y triste, vestida con una pesada túnica de color rojo oscuro, una prenda que Azula nunca había visto antes.

—¿Mamá…? —preguntó Azula, olvidándose por un momento de la presencia maligna

—Azula... Siempre tuviste un cabello hermoso —dijo Ursa. Incluso su voz sonaba triste.

—Siempre te gustó, ¿no? —preguntó Azula, permitiendo que una sonrisa se reflejara en su rostro. Sabía que no podía ser real. Su madre era solo una visión. Y lo aceptó por ahora—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—No quería perderme la coronación de mi propia hija —susurró Ursa en voz baja.

—¿Qué? —preguntó Azula, perpleja—. ¿De qué estás hablando?

—Sé que no eres un monstruo —dijo Ursa con tristeza—. Creo que estás confundida. Toda tu vida has usado el miedo para controlar a las personas. Como a tus amigas Mai y Ty Lee.

—¿Qué tienen que ver ellas con esto? ¿Cómo las conoces?

—Estás asustada... Pero te amo, Azula. En verdad.

Azula se mordió el labio, enojada. Estaba harta de esta alucinación, seguramente provocada por esas drogas. Convocando llamas en sus manos, disipó la imagen de su madre.

Y entonces, el frío regresó.

—¿Qué pasa? ¿No amas a tu propia madre?

Azula miró la figura que tenía delante, sintiendo como si estuviera contemplando una versión retorcida de sí misma. La chica, no, la mujer, frente a ella tenía el mismo cabello, el mismo cuerpo, el mismo rostro… pero sus ojos ambarinos contenían algo más. Algo maligno. Algo... antinatural. Tenía la misma sonrisa, pero como todo lo demás en esta mujer, era retorcida. Algunos mechones de cabello negro, como la tinta, escapaban de su apretado moño. Unas profundas ojeras, que indicaban muchas noches de insomnio, se notaban bajo la línea de sus ojos entrecerrados, mirando a Azula con frialdad.

—Esa no era mi madre —dijo Azula resueltamente.

—Qué extraño —dijo la mujer igualmente extraña, mirando a Azula—. Estar frente a ti. —La luz azul del fuego titiló sobre de su piel de porcelana.

—¿Quién eres tú? —preguntó Azula, con un poco de miedo en su voz. Se maldijo a sí misma, intentando no mostrarlo. La sonrisa de la mujer se hizo más amplia, sabiéndose temida.

—Soy la Princesa Azula de la Nación del Fuego y heredera al trono —anunció con orgullo—. Y tú eres la misma.

—No soy una Princesa —dijo Azula con firmeza—. Y tú no existes.

—¿No estás aceptando tu derecho de nacimiento, tu derecho divino a gobernar? Ese es el verdadero poder, y lo que deberías buscar.

—Estoy en busca del verdadero dominio del Fuego Control —dijo Azula—. Ese es el poder más fuerte que existe.

La Princesa Azula se rio para sí misma.

—Eres tan diferente a mí después de todo. No estás viendo el panorama general. Sí, serás fuerte ahora, pero ¿qué pasará cuando envejezcas y te vuelvas decrépita? Serías la realeza toda tu vida. Piensa en las conquistas que podrías hacer en ese tiempo...

—No tengo ningún deseo de ser una tirana —dijo la joven Azula, con los ojos entrecerrados—. A Aang no le gustaría eso.

Y la Princesa se rio más fuerte, esta vez agarrándose el estómago, perdiendo la compostura. Azula la miró con recelo mientras aullaba como una lunática.

—¿Aang? ¿El Avatar? ¿Realmente lo deseas?

—¿Qué tiene de gracioso eso? —demandó Azula, apretando los puños, perdiendo un poco su propia compostura. ¿Por qué no podía hacer fuego control ahora mismo? —. ¿Qué eres tú, de todos modos? ¿Qué sabes?

La Princesa Azula se apartó el flequillo, elevando el brazo horizontalmente a medida que sus afiladas uñas se deslizaban por su cabello.

—Piensa en mí como tu demonio interior. Literalmente —dijo, acentuando su última palabra con ferocidad. Se acercó a Azula, otra sonrisa creciendo en sus labios, cada paso, casi depredador, la asustaba aún más. ¿Qué era ella que podía causarle tanto miedo a Azula? Nunca se había sentido así...—. Si lo que buscas es el dominio del Fuego Control, entonces está bien. Pero no te volverás verdaderamente poderosa viajando con ese monje Maestro Aire. El arte del Fuego Control tiene muchos secretos oscuros y mortales. Cosas que él no aprobaría.

Con cada palabra, la Princesa Azula se acercaba aún más a Azula, dando vueltas a su alrededor, pasando uno o dos dedos por su hombro. Azula no se movió… cada toque le enviaba más y más escalofríos por la espalda. A su espalda, la oscura Princesa acercó su cabeza al oído de Azula, haciéndole sentir su respiración en el cuello. Y susurró, casi de manera seductora.

—Deja atrás al Avatar. No aprenderás nada si viajas con tus amigos. Te traicionarán algún día. Te retendrán. Confía en mí,

Azula se liberó del agarre del demonio, mirándola con odio.

—Te equivocas. Aang nunca me traicionaría.

La Princesa se rio, pero Azula corrió.


Sokka se despertó en la oscuridad absoluta. Maldiciendo y buscando a tientas su antorcha, no estaba preparado cuando un rayo de luz brilló sobre alguien, a cierta distancia. Entrecerró su ojo bueno, tratando de divisar bien a la persona. Era una mujer y le parecía extrañamente familiar... Pero estaba de espaldas a él.

—¿Katara…? —preguntó inseguro. Se puso de pie y se acercó, y con un sobresalto, se dio cuenta de quién era—. Mamá.

Empezó a caminar hacia ella, pero desapareció en la oscuridad, perdiéndose para siempre. De nuevo.

—¡Mamá! —gritó, corriendo tras ella. Pero no había nadie allí.

Hubo un destello de luz, y lo siguiente que supo fue que estaba en el muelle de un pueblo de pescadores. Miró a su alrededor, confundido.

—Sí, ahora, ¿pero qué pasará con ellos cuando ella no esté? Si de verdad quisiera ayudar, debería usar sus poderes para volar esa fábrica. —Sokka se giró hacia la fuente de la voz, reconociéndola como una versión más desenfadada de la suya. Su ojo sano se entornó con sorpresa, viendo una versión más feliz y más completa de sí mismo, de pie junto a personas que se parecían inquietantemente mucho a Aang y Katara. La extraña imagen comenzó a hacer gestos para imitar algún tipo de magia espiritual explosiva—. Oooo... pow.

Y luego el Avatar habló.

—Así no es la magia de los espíritus, Sokka. Es algo como… —E hizo un baile estúpidamente elaborado en el acto, como para superar al Sokka bufón—. Woooo...

Los dos se tomaron del brazo un momento después, haciendo el ridículo con más ruidos y moviendo los brazos, lo que hizo que la doble de Katara se alejara.

El Príncipe Sokka estaba perplejo. ¿Qué había sido eso?

Su visión se volvió borrosa de nuevo, y ahora se encontró en el interior de algún hogar del Reino Tierra. El Avatar seguía allí, así como las dos personas que se parecían extrañamente a él (todavía con sus dos ojos) y a su hermana. Una niña pequeña también estaba allí… ¿Y se estaba hurgando la nariz? Ninguno pareció notar su presencia.

El Avatar tenía lo que parecía una cortina de ventana envuelta alrededor de sus hombros, su nariz levantada como queriendo imitar a alguien de la clase alta. Habló de una manera que aparentemente pensó que era muy sofisticada.

—Buenas noches, Señor Sokka de la Tribu Agua —le dijo Aang al doble de Sokka, confirmando su identidad—. Señorita. Katara de la Tribu Agua. —Su hermana—. Señor Momo de la Dinastía Momo, su Momeza —. ¿Se lo había dicho al… al lémur? ¿No se llamaba Sabishi o algo así?

El Príncipe Sokka estaba completamente confundido.

El Sokka bufón se unió al otro chico.

—Avatar Aang, me da mucho gusto verlo...

Aang se inclinó ante Sokka, quien devolvió una reverencia más profunda. Aang hizo otra reverencia aún más profunda, instigando al bufón a responder con otra que casi alcanzó el nivel de sus rodillas. Y ambos echaron la cabeza hacia atrás para inclinarse de nuevo, cuando...

Crack.

Sus cabezas chocaron dolorosamente y ambos cayeron al suelo.

¿Podría existir alguna versión alternativa e idiota de sí mismo en algún lugar? Esperaba que no… No había actuado de esa manera desde que era un niño, y ahora estaba avergonzado y algo apenado.

El oscuro túnel volvió a aparecer y siguió caminando. En algún lugar, encontró la antorcha. Mientras caminaba, las paredes comenzaron a retorcerse, abriéndose como si fueran ventanas, mostrándole más escenas de la vida alternativa del Sokka bufón.

—Pero tú eres el que nos hace reír con tus comentarios sarcásticos.

—Tú eres el chico de las ideas.

—No te preocupes, Sokka. ¡A dónde vamos, no necesitarás pantalones!

—Sabes, eres bastante sabio para ser un niño.

Sokka estaba corriendo ahora, corriendo a lo largo del túnel, lejos de todos estos falsos recuerdos.

—¿Oye, Aang? ¿Echas de menos... a todos?

—Por supuesto. Siempre. Pienso mucho en todos ellos.

—... No pude protegerlos a todos.

—Estornudaste... y volaste veinte metros en el aire.

—¡ESTÁ BIEN! —gritó el príncipe Sokka—. ¡Lo entendí! De alguna manera, en alguna parte, ¡éramos amigos! ¡Ahora déjame en paz!

Y luego vino la oscuridad.



Aang emergió de nuevo a la luz del sol, tapándose los ojos por un momento hasta que su vista se acostumbrara. Cuando pudo volver a ver, se dio cuenta de que Azula, Zuko y Sokka ya habían completado sus pruebas. Aang se preguntó cómo habrían sido las suyas.

Azula lucía espantada. Por alguna razón, estaba en alerta máxima, nerviosa y asustadiza. Algo parecía estar en el fondo de su mente, algo pesado y agobiante. ¿Con qué se había encontrado? La preocupación por su amiga lo corroía. Aunque, por otra parte, una lección de Fuego Control la animaría.

Zuko parecía casi curioso y contemplativo, no tan enojado con el mundo como antes, y dispuesto a bajar la guardia alrededor de Aang de nuevo. El Avatar sonrió. Al parecer, había superado su desconfianza hacia Aang. Por alguna razón, se estaba agarrando el pecho.

Sokka, como Azula, parecía perturbado, pero perplejo. Estaba mirando abiertamente a Aang, con muchas preguntas en su único ojo azul. Aang rompió el contacto visual y miró a los Guerreros del Sol, que estaban todos reunidos frente a ellos, esperando que los cuatro terminaran sus pruebas. El Jefe estaba a la cabeza.

—Todos han completado con éxito sus pruebas —dijo el Jefe—. Cada uno de ustedes ha tenido una experiencia diferente, espero que les haya servido de algo. Durante muchas épocas, estas pruebas se han usado para han juzgar el valor de cualquiera que busque el verdadero dominio del Fuego Control.

—¡Pero no somos Maestros Fuego! —gritó Zuko de nuevo, señalándose a él y a Sokka—. No hay ninguna razón por la que tuviéramos que pasar por eso. ¿Qué ibas a hacer, retenernos aquí y matarnos si no lo hacíamos?

El Jefe se rio entre dientes, sorprendiéndolos.

—Lo sé. Nunca íbamos a matar a nadie. —Tanto Zuko como Sokka cayeron al suelo, de bruces—. Pero es una experiencia valiosa por la que la mayoría moriría.

—No fue tan asombroso —dijo Sokka con brusquedad.

—Varía para algunas personas —dijo el Jefe encogiéndose de hombros.

—Los túneles solo tenían un camino, ¿no? —dijo Aang—. El laberinto estuvo en nuestras mentes todo el tiempo. —Él, por su parte, tuvo una experiencia increíble.

—¿Podemos avanzar a la parte del Fuego Control ahora? —bromeó Azula—. Lo hemos estado retrasando una y otra vez. Vayamos al grano.

—Muy bien —dijo el Jefe—. Te lo mostraremos aquí y ahora. —Azula y Aang escucharon absortos (el primero con más entusiasmo) mientras Zuko y Sokka intentaban no parecer interesados—. ¿Alguno de ustedes dos ha presenciado la ejecución del Fuego Control Azul?

—Sí —dijeron Aang, Azula y Sokka a la vez. Aang miró a Azula y Sokka, sorprendido. Lo estaban mirando de la misma manera—. ¿Cuándo pasó esto?

—Por favor, den más detalles —dijo el Jefe.

—Lo usé involuntariamente en una pelea contra Sokka en el Altar del Dragón en la Ciudad Dorada —dijo Azula rápidamente—. Le pregunté a mi Maestro al respecto, pero me advirtió que no lo volviera a usar nunca. —No es que ella fuera a seguir sus órdenes. Lo había intentado varias veces después de su conversación, pero ningún rastro de azul volvió a aparecer en sus llamas... hasta que conoció a la Princesa Azula.

—¿Avatar?

—Prefiero no hablar de eso —dijo Aang, pensando, casualmente, en la misma persona que Azula.

—Muy bien. —El Jefe se volvió para mirar de nuevo a los dos Maestros Fuego—. Como sabrán, el fuego azul nace de la intención de matar, una de las formas más duras y peligrosas de Fuego Control. Algunos piensan que conduce a la autodestrucción, pero a menudo es necesario. En la mayoría de los casos, es más poderoso y más caliente que el típico Fuego Control rojo y naranja.

—Entonces... ¿Solo quieres que convoquemos a la intención asesina a voluntad? —preguntó Aang. No estaba seguro de poder hacer eso todo el tiempo. Por otro lado, explicaba mucho sobre la Azula de su mundo…

Azula extendió la palma de la mano y, casi de inmediato, una chispa de llama azul cobró vida. Ella sonrió.

—Excelente.

—Sin embargo, para usar esa habilidad sin que las lleve a su propia destrucción, necesitan equilibrio —continuó el Jefe, extendiendo ambas manos. A su izquierda, descansaba una bola de fuego azul—. Con la destrucción, también hay vida. —Y para gran sorpresa de Aang, una bola de fuego blanco puro se formó en la palma derecha del Jefe, titilando serenamente—. El fuego blanco nace del deseo de proteger, y es tan fuerte como el azul, si no más. Utilicen ambos con precaución y moderación. Un desequilibrio excesivo puede destruir su espíritu interior.

Azula extendió la otra mano, deseando que se formara un fuego blanco. Ella arrugó la frente mientras miraba fijamente su palma vacía.

—No funciona.

—Aún no has encontrado nada que valga la pena proteger —informó el Jefe—. Lo harás, con el tiempo.

—Déjame intentarlo —dijo Aang. Concentrándose, extendió ambas palmas, boca arriba. Pensando en todo lo que amaba, sus amigos, este mundo y el suyo propio, y su deseo de protegerlo todo, convocó fuego blanco en su mano derecha. Era agradablemente cálido, y la vida en él prosperaba. Al mirar su mano izquierda, Aang recordó la destrucción causada por la Princesa Azula y el Señor del Fuego Ozai, la ruina del Reino Tierra y la muerte de sus amigos. Por primera vez en su vida, Aang fue capaz de hacer fuego azul. Era tan malévolo como lo recordaba de Azula—. Puedo sentir el equilibrio —dijo—. Ninguna fuerza es mayor que la otra.

—No puedo hacerlo —dijo Azula con los dientes apretados, la ira se filtró en su voz—. No puedo hacer fuego blanco. —El fuego azul continuó ardiendo en su otra mano.

—Eso es porque eres pura maldad —interrumpió Ham Ghao, molesto.

—Lo harás algún día —dijo Aang para tranquilizarla—. Eres fuerte. Sé que puedes.

—Como sea. Todo lo que necesito es fuego azul —dijo, adoptando una postura de Fuego Control. El fuego en su mano se disparó hacia adelante en un pulso de color azul, liberando un calor que sobrecogió a todos los que estaban cerca, especialmente a Ham Ghao, que parecía como si se hubiera quemado. Aang frunció el ceño.

—Eso es todo lo que necesitaban aprender —dijo el Jefe, alejándolos—. Pueden irse ahora.

—Nos aseguraremos de cerrar la puerta al salir, gracias —dijo Sokka con sarcasmo. Aang apagó el fuego azul y blanco con ambas manos, para luego colocar una en su cadera y moviendo la cabeza hacia Sokka con desdén.

—Vamos, nos iremos ya, chicos —les dijo a los demás.

—Y no vuelvan —dijo el Jefe con expresión dura. Aang arqueó una ceja y el rostro del Jefe se iluminó—. ¡Solo bromeaba! Son bienvenidos en cualquier momento.

—No, no lo son —dijo Ham Ghao con amargura, tapando su quemadura.

Minutos más tarde, los cuatro estaban a lomos de Appa, volando de regreso a la Tierra.

—Eso no estuvo tan mal —les dijo Zuko a todos.

—No, no lo estuvo —dijo Aang—. De hecho lo disfruté. —Esperó para ver si volvería a tener la usual respuesta fría de Zuko de estos días. Cuando Zuko esbozó una sonrisa, Aang también sonrió—. Entonces, ¿qué viste? —preguntó.

—Realmente no lo sé —dijo Zuko—. La persona con la que hablé no fue muy clara.

—Y que lo digas —dijo Sokka.

—¿Hablaste con alguien? —preguntó Aang, sorprendido.

—Un espíritu —corrigió Zuko. Casi pudo sentir la molestia del hombre de las cicatrices mientras lo decía.

—Yo también —dijo Azula misteriosamente. No dio más detalles.

—Oye, no has atado mis muñecas —les señaló Sokka, echándole una mirada a Aang de reojo.

—Te has estado portando bien últimamente —dijo Aang, sonriendo—. Te daré otra oportunidad.

Aang, sintiéndose más feliz que en mucho tiempo, miró hacia adelante con optimismo. Ya voy, Toph.


—Su equipo está reunido —dijo la anciana, sus ojos grises pasando por encima de las tres mujeres jóvenes frente a ella.

—Sí, y nuestra misión empieza —dijo la princesa Katara—. Hama, pon rumbo hacia el sur del Reino Tierra. Vamos a cazar un Avatar.

Detrás de ella, abordando el Barco Real de la Tribu Agua, estaban Suki y Yue, ambas listas y dispuestas a servir a su Princesa y amiga.

—Ya voy, hermano.


—Buen trabajo, chicos. Ustedes dos hicieron un trabajo excelente.

—Sokka no lo hizo.

—Oye, no me aparecí directamente ante él. Quería marcar la diferencia.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué hiciste, Sokka?

—Le mostré algunos de mis recuerdos. Los más felices.

—Qué ternura. Pero Azula estaba tramando algo. Pude sentirla allí.

—¿Azula? ¿Qué está haciendo?

—Se apareció ante su contraparte. Probablemente le contó cosas.

—¿Qué cosas?

—¿Cómo voy a saberlo? Ella estaba allí, eso es todo lo que importa.

—¿Cómo? ¿No están todos los demás de nuestro mundo... ya sabes... estancados?

—Pero nosotros no.

—¿Por qué? ¿Por qué nos salvamos de eso?

—Probablemente fue Pies Ligeros. Apuesto a que tuvo algo que ver con eso.

—Es imposible saberlo. No podemos hablar con él exactamente.

—… ¡Ugh! ¡Estoy tan enfadada! Siento que somos inútiles, atrapados en este pequeño rincón del Mundo de los Espíritus. Necesitamos hacer más.

—No podemos. No hasta que los mundos comiencen a fusionarse más. Por el momento, tenemos que aparecer ante nuestras contrapartes y hacer que ayuden a Aang. Somos como espíritus ahora, y con eso, podemos hacer más. Observar más.

—¡No somos espíritus!

Toph sonrió, golpeando su palma con el puño.

—Tengo que empezar a aparecerme a mi otro yo dentro de un rato. Tendrá algunos traseros que patear. Solo un poco más y podré ayudar. ¡No más días aburridos para mí!

Notes:

¡Hola, hola!

Solo paso por aquí para agradecer de nuevo a todas las personas que leen esta traducción, en verdad me esfuerzo por hacer un buen trabajo y lo disfruto mucho :D
Este capitulo es especial para mi, de hecho, aparte de ser el más largo hasta ahora, fue el capítulo que me hizo decidir que quería traducir DR ¡¡Y aquí estoy!!
Probalemente influyó un poco la escena del incio jaja (Seh, también amé Zutara por un tiempo, pero ¿quién no?). Amé todo de este cap, desde el inicio hasta el final, sobre todo la interacción entre ambas partes de Azula, los recuerdos de Sokka y, evidentemente, la conversación entre Zuko y el Príncipe Zuko JAJAJA. En fin, podría seguir por horas y horas.
Cualquier comentario, sugerencia o corrección pueden dejarla en los comentarios o dejar kudos si gustan, me haría muy feliz :'D
De nuevo, infinitas gracias por leer. Traeré el próximo capítulo lo antes posible, título tentativo: Los Libertadores.
♡♡

Chapter 26: Los Libertadores

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 5: Los Libertadores

 

Aang envidiaba a Toph.

Ella no podía ver la destrucción ni las tierras quemadas o el páramo muerto que se extendía ante ellos. El verde exuberante y el gris oscuro no hacían ninguna diferencia para ella. Todo era simplemente tierra, sin importar cuán dañada y devastada por la guerra estuviera. A veces, después de ver los árboles caídos, y reducidos a cenizas, y las grandes extensiones de tierra y roca que antes solían ser verdes praderas, Aang cerraba los ojos y fingía ver otra cosa, o de otra manera sentía el suelo por lo que era, simplemente tierra. Lo que Toph veía todo el tiempo. Era afortunada.

Ella no podía ver la sangre, el humo, el fuego o las tierras desoladas.

(No fue hasta más tarde que se dio cuenta de lo que ella veía en cambio, y comenzó a notarlo por sí mismo).

Y tal vez, debido a que nunca fue testigo de la desesperanza, ella misma se encargaba de mantener viva la esperanza, tal vez solo un poco más que el resto de ellos.

Sin embargo, a pesar de eso, estaba tan marcada por la guerra como todos los demás, tanto por dentro como por fuera.

La chica de catorce años, como todo el mundo en estos días, tenía profundos cortes y quemaduras a lo largo de sus brazos y piernas. No había crecido mucho en altura, pero parecía dolorosamente mayor. Se había visto obligada a cortarse el pelo cuando casi se prendió fuego en una ocasión. Era tan práctica como siempre. Y en muchos otros aspectos, era la misma.

Pero no fue hasta hace poco que Aang pensó en lo bonita que era. Parecía que la había notado por primera vez. Y ella se fijó en él.

Todavía amaba a Katara. Ella lo sabía. Ella todavía amaba a Sokka, y él también lo sabía. Pero ahora eran adolescentes. Y como Katara seguía sin corresponder a su afecto, y Sokka estaba demasiado ocupado con Suki, todo lo que tenían era el uno al otro para descargar sus frustraciones.

—Hola, Pies ligeros —saludó con una sonrisa, sentándose a su lado—. Anímate un poco. Nos encontramos con este tipo de cosas todo el tiempo. —Aang miró de nuevo las llanuras polvorientas. Esto solía ser tierras de cultivo... Él había estado allí cuando todo se incendió.

—Eso no hace que pueda acostumbrarme —respondió.

Ella negó con la cabeza, sonriendo.

—Nunca cambiarás, Pies ligeros.

—Es lo que te gusta de mí, solo admítelo —dijo en broma, tratando de animarse por el bien de ella. Solo porque se sentía deprimido, no iba arrastrar a todos con él. Tenían una razón para celebrar: la noche anterior, liberaron una pequeña aldea de la Nación del Fuego. Aunque los Maestros Fuego probablemente regresarían, el Avatar y sus amigos seguían luchando… Necesitaban razones para alegrarse.

—No te hagas ilusiones —respondió Toph, dándole un puñetazo en el brazo—. No sé de qué estás hablando.

—Puedo notar que estás mintiendo —dijo, en el mismo tono que ella usaba cuando lo decía. Lo golpeó de nuevo, pero él apenas se movió ahora. Aang se rio.

—Ah, Pies ligeros... ¿Has estado haciendo ejercicio? —preguntó ella con picardía—. Quizás te mereces un nuevo apodo ahora.

—¿Cómo qué? —preguntó, sonriendo.

—¿Qué tal un ascenso a Piernas Ligeras? —Y entonces se echó a reír. No pudo evitarlo. Él se rio con ella. Al unísono, volvieron a caer en la tierra (levantando nubes de polvo) y miraron al cielo. Ambos soltaron suspiros relajados.

Después de un momento de cómodo silencio, Toph habló en voz baja.  

—Sabes... El aire no se siente diferente.  

—En realidad no —dijo Aang después de un momento—. Pero después de la batalla sí. Siempre lo es.  

—Sí —estuvo de acuerdo Toph—. Pero... es la consistencia. Yo... nosotros necesitamos eso. Nos movemos mucho, cambiamos tanto. Solo quiero que algo permanezca igual.  

—Sí —dijo Aang con nostalgia.  

—Prométemelo, Aang —dijo Toph, volviendo la cabeza en su dirección—. Prométeme que, cuando todo esto termine, nunca cambiarás.  

—Ya he cambiado —dijo solemnemente.  

—Entonces vuelve a ser como antes.  

—No puedo. —Después de un momento, miró fijamente sus ojos pálidos y sonrió—. ¿Pero acaso no me quieres, no importa cómo sea?  

Ella volvió a darle un puñetazo en el brazo, devolviéndole la sonrisa.  

—Cállate de una vez, coqueto desesperado. —Aang se rio entre dientes. No podía contener la risa con ella. Por alguna razón, siempre era capaz de sacar a relucir este lado de él, y era divertido. Al mismo tiempo, también podían desenterrar sus inseguridades más profundas y sacar a la luz momentos de debilidad entre ellos. El vínculo de Aang y Toph no había hecho más que crecer con los años.

—Supongo que lo aprendí de Sokka —bromeó Aang. Toph soltó una leve risita, pero sonó lejana. Se dio cuenta demasiado tarde del nombre que se le había escapado.  

Sin embargo, la lejanía de la mente de Toph solo duró un momento.  

—Deberías aprender más de Chispita. Él no es un coqueto en absoluto. ¿Quién sabe? Quizás ahora estoy enamorada de él… —Y sonrió.  

—Toph, me temo que me has puesto celo-¡AH! —Aang se levantó de un salto, frotándose la espalda donde una piedra afilada parecía haberse clavado repentinamente sus costillas—. ¿Por qué fue eso?  

—¡No eres tan indestructible como crees! —Toph se sentó, sonriendo triunfalmente—. ¡Mantente en guardia, Piernas ligeras!


Aang se sorprendió cuando descendieron sobre un espeso bosque. Era el primer signo real de vida verde que había visto en el Reino Tierra. ¿Qué espíritu de la naturaleza protegía este lugar? Incluso había esperado ver el pantano, y algunos Maestros Agua buenos, pero ni siquiera eso quedaba en pie. La Nación del Agua le había drenado la vida a todo.

El bosque también era grande. Se extendía a lo largo de muchos kilómetros, cubriendo lo que de otro modo serían grandes llanuras e incluso subiendo por la ladera de una montaña hasta un valle lejano. Sin que Aang siquiera se lo dijera, Appa se desvió de su ruta principal y se sumergió bajo los árboles, casi desesperado por encontrar algo de comer. Aang y los demás también tenían hambre, había poco alimento en los páramos secos. Todo lo que tenían eran las propias raciones que los Guerreros del Sol les habían dado, y eso no duraría para siempre.

Sabishi se removió inquieta en su hombro.

—No te preocupes, chica. Te conseguiremos algo de comer allí —le dijo.

—Estoy sorprendido —dijo Zuko—. Pensé que la Nación del Agua lo había destruido todo.

—No todo —agregó Sokka con brusquedad, recostándose en la silla, sus manos desatadas por ahora—. Nunca conquistamos Ba Sing Se, así que todavía hay tierras de cultivo y cosas allí. Además, hay muchas más en el Reino Tierra. Y algunas no fueron ni siquiera culpa nuestra, muchas ya estaban desiertas.

—Supongo que tienes razón —dijo Aang—. Tal vez no deberíamos ir allí si este lugar todavía es seguro… —Miró significativamente a Sokka, comenzando a tirar de las riendas de Appa.

—Solo ve —dijo Sokka, agitando la mano con desdén—. No revelaré este lugar si alguna vez vuelvo con mi gente. Hay que dejar que alguien se salga con la suya.

Aang sonrió. Desde que dejó a los Guerreros del Sol, Sokka parecía un poco más cómodo con ellos. Azula, sin embargo...

Durante los primeros días, estuvo tan asustadiza y nerviosa como Sabishi. Algo que experimentó la había desconcertado, y parecía extrañamente callada y retraída, mirándose las manos sin comprender. De vez en cuando, un fuego azul cobraba vida en ellas. Aang estaba preocupado por ella, pero como muchas otras mujeres que conocía, sabía que no aceptaría ninguna ayuda. Aang decidió dejarla en paz por ahora y permitirle que superara sola lo que fuera que la estaba molestando.

Appa se precipitó a través de las copas de los árboles en su afán por encontrar algo bueno para comer, en el proceso golpeando a sus pasajeros contra troncos de árboles y ramitas y hojas en medio de quejidos generales. Las copas de los árboles eran excesivamente gruesas y arrojaban una luz muy tenue sobre el follaje de abajo. Además de los árboles altos, no parecía que en este bosque creciera mucho más.

Pero los árboles eran de un tamaño y una naturaleza que Aang nunca antes había visto. Eran increíblemente gruesos, altos y viejos, haciendo parecer pequeños a los humanos e incluso al bisonte volador en comparación. Aunque no eran ni parecidos al Árbol Baniano del Pantano Brumoso, estos árboles seguían siendo eran grandiosos. Tan pronto como el bisonte aterrizó con un fuerte estruendo, arrojando a sus pasajeros al suelo, se elevó de regreso a las copas de los árboles para darse un festín con todo lo que pudiera encontrar. Appa aterrizó en una rama gruesa, con un aspecto lo suficientemente cómico como para hacer reír a Aang. Sabishi siguió al bisonte dando aleteos, con la intención de encontrar pequeñas nueces e insectos para ella.

Los cuatro se quedaron quietos durante un largo rato, contemplando todo lo que rodeaba. Ver tantos árboles, especialmente de este tamaño, los sorprendió y asombró a todos. El suelo del bosque estaba lleno de caminos de tierra, pero millones de hojas caídas lo cubrían, abriendo puertas en las copas de los árboles para que entrara la luz del sol. Y por primera vez desde que estaba en el Reino Tierra de este mundo, Aang escuchó ruidos de animales además del graznido de una rata buitre y las pequeñas patas escurridizas de una musaraña del desierto.

El momento pasó en medio del silencio y empezaron a montar un campamento en medio del camino.

—¿Crees que hay aldeas por aquí? —preguntó Zuko, examinando el equipaje que Appa había dejado caer.

—¿Quién sabe? —dijo Aang—. Probablemente.

—Eso espero... Tenemos que reabastecernos pronto. Y estaría bien tener una cama de verdad... —Zuko suspiró con anhelo.

—Sí. Estoy cansado de la naturaleza —se quejó Sokka.

Azula le espetó de inmediato, haciendo que su hermano diera un brinco.

—Oh, echas de menos viajar como la realeza, ¿no? Bueno, lidia con ello, asqueroso Maestro Agua. Hemos estado haciendo esto por mucho tiempo. No vamos a consentirte mientras viajas con nosotros.

Ahora reinaba un silencio absoluto. Incluso los animales en la distancia dejaron de hacer ruidos.

Y luego, Aang escuchó el canto de un pájaro, seguido de otro que le respondió. Decidió ignorarlo, saltando en defensa de Sokka.

—¡Wow, Azula! Cálmate, fue solo un pequeño comentario que hizo. Zuko también dijo algo sobre eso —señaló. Tan pronto como estas palabras salieron de su boca, Sokka se volvió hacia él.

—¡No necesito que me defiendas! Puedo manejar a esta chica yo mismo. ¡No te metas en esto!

El rostro de Azula se contrajo de ira.

—¡No te atrevas a hablarle así! No tienes ningún derecho. No eres nadie —su voz bajó a un gruñido mortal—. Siempre serás nadie.

—¡Cuida tus palabras, mujer! —le gritó.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? ¡No sigo tus estúpidas costumbres de la Tribu Agua!

—¡Los dos, detengan esto! —intervino Aang de nuevo—. Todos estamos un poco nerviosos, así que... —Ambos lo ignoraron, pero su pelea se interrumpió cuando Aang sintió un profundo estruendo bajo sus pies, y el movimiento de la tierra a un costado... Algo se dirigía hacia el centro de su campamento—. ¡Sokka! ¡Cuidado! —Aang movió una de sus manos hacia adelante, llamando una ráfaga de viento que arrastró a Sokka, Azula, Zuko y todas sus posesiones a un lado. Él mismo se apartó de un salto, justo a tiempo para evitar que una roca mortal saliera del suelo donde Sokka se encontraba momentos antes.

Los otros tres aterrizaron ágilmente sobre sus pies, sin discutir al notar el repentino ataque de un Maestro Tierra. Pero como estaban concentrados en el suelo, no esperaban un ataque desde arriba.

Quien lideraba el ataque era un joven de salvaje cabello castaño, que salía de los árboles blandiendo un par de extrañas espadas dobles en sus manos, con la intención de llegar a Sokka. Zuko saltó frente al indefenso Maestro Agua con sus propias espadas, interceptando inmediatamente el ataque con el audible sonido del choque de espadas. Azula fue quien se percató del siguiente ataque, una flecha en el aire, de nuevo, dirigida a Sokka, y la detuvo con una columna de fuego azul.

Después del chico salvaje y la flecha, salieron más niños de las copas de los árboles. Había uno con otra mata de pelo castaño en la cabeza, lanzándose hacia Azula con dos cuchillos. Siguiendo a este niño, una persona enorme empuñando un tronco se abrió camino hacia Sokka, quien estaba haciendo todo lo posible para evitar los ataques de un niño pequeño con una lanza.

Sokka superó fácilmente al niño más pequeño, arrebatándole la lanza de sus manos para poder ahuyentar al gigante que se abría paso pesadamente hacia él. Mientras Azula esquivaba frenéticamente los ataques del niño del cuchillo, no dejó de prestar atención a todo lo que la rodeaba. Zuko estaba enfrascado en un duelo de espadas con el chico de cabello salvaje, quien, sorprendentemente, era muy hábil. Sus espadas dobles terminaban en curvas que servían para arrancar huesos y carne, además de que podían enganchar el arma del enemigo. Era rápido, pero Zuko fue capaz de seguirle el ritmo.

Todavía había un enemigo que no había aparecido... Azula estaba segura de ello. ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba el Maestro Tierra?

Su pregunta fue respondida un momento después por un lejano estruendo bajo sus pies, que se acercaba cada vez más al lugar del enfrentamiento en el suelo del bosque. Más arriba en el camino, Azula vio una nube de tierra y, un momento después, a una niña pequeña a la cabeza de una ola de tierra, con una mano extendida y la otra cerrada en un puño, lista para entrar en combate. Por su aspecto, a Azula le pareció fuerte, considerando el tamaño de su ola de tierra. ¿Qué edad tenía ella? ¿Diez? ¿Doce?

Azula se defendió del filo de los cuchillos y se puso al lado de Aang en cuanto pudo, lista para derrotar a esta Maestra Tierra junto a él. Pero para su sorpresa, él no se estaba preparando para pelea en absoluto. En cambio, su rostro se iluminó con una sonrisa.

—¡Toph!

La pequeña niña sobre la ola de tierra pareció sobresaltarse y su concentración se rompió. Se tambaleó y trató de recuperarse, pero ya era demasiado tarde. Su ola de tierra tembló y ella cayó al suelo dolorosamente. Azula hizo una mueca.

—¡¿Cómo sabes mi nombre?! —exigió la pequeña chica con rabia, sus ojos de un verde pálido entrecerrados. Tras una inspección más cercana, Azula notó que, a pesar de que su ira estaba puesta en él, solo había girado la cabeza en dirección a Aang, sin verlo realmente. Era ciega. Atraída por la curiosidad, Azula abandonó su postura de Fuego Control. Detrás de ella, la pelea se detuvo.

—¿Conoces a este tipo, Bandida? —le preguntó el chico de pelo salvaje con las espadas de gancho.

—¿Quién eres tú? —le gritó Bandida a Aang. Sorprendido, y aparentemente sin palabras, el joven Avatar saltó en el aire, muy por encima de sus cabezas.

—La verdad es que no te conozco... en realidad estaba diciendo, “¡Vaya, estos chicos deberían estar en un top!” —dijo como excusa. Azula puso los ojos en blanco mientras él aterrizaba suavemente en el suelo. Era terrible para mentir. La chica llamada Bandida empujó el pie hacia adelante y le sonrió sombríamente, atrapando sus tobillos en una roca en el momento en que aterrizó.

—¿Por qué no te quedas en el suelo y vuelves repites eso, chico? —insistió Bandida—. ¿Quiénes son ustedes? ¡Y quiero la verdad!

—Soy el Avatar —dijo Aang con sinceridad y una sonrisa. Bandida gruñó.

—¿Por qué viajas con un Maestro Agua? —ordenó saber el chico de pelo salvaje.

—Es nuestro prisionero —respondió Aang. Para Azula, su sonrisa parecía casi descarada. ¿Qué le pasaba…? Bandida volvió a gruñir, pero lanzó un puñetazo en dirección a Sokka, atándole las manos y las piernas al igual que las de Aang.

—Ahora es nuestro prisionero —dijo el de pelo salvaje—. Gracias por hacer una buena obra para el Reino Tierra.

—¡Espera! —protestó Aang—. Él se queda conmigo.

—Sí —dijo Zuko, sorprendiendo a Azula al defender a Aang—. Es nuestro. Solo estábamos de paso, así que déjanos ir.

El chico de cabello salvaje volvió a poner sus espadas en sus caderas y enganchó sus dedos en sus pantalones, caminando con calma hacia Zuko.

—Se ve que eres bueno con la espada. ¿Cómo te llamas?

—Zuko —respondió.

—Soy Jet. Encantado de conocerlos —dijo el chico de pelo salvaje. Señaló a Bandida—. Esa es Bandida… aunque no sabía su verdadero nombre hasta ahora. —Bandida apartó la cabeza de él, pero Jet pasó a presentar a los demás—. Les presento a Smellerbee —dijo, señalando al niño que empuñaba los cuchillos—. Longshot —señaló al chico con el arco y flechas, emergiendo de los árboles—. Pipsqueak y el Duque —dijo finalmente, refiriéndose a la peculiar pareja que había estado conteniendo a Sokka—. Somos los Libertadores.

Y luego, se fijó en Azula, de pie a un lado con los brazos cruzados.

—¿Una Maestra Fuego? Genial. Me gustaría ver más de tus habilidades algún día. ¿Cómo te llamas? —preguntó carismáticamente, poniéndose un trozo de paja entre los dientes.

—Azula —dijo secamente—. Suelta a Aang.

Jet le hizo una reverencia.

—Como desees. —Le hizo una señal a Bandida, quien desmoronó las ataduras de Aang sin decir palabra. Para molestia de Azula, seguía mirando a la Maestra Tierra.

Finalmente, Zuko envainó sus espadas.

—¿Quiénes son ustedes?

—Él ya ha dicho que somos los Libertadores —dijo Bandida con fastidio—. ¿No escuchas?

—Eh... quería preguntar a qué se dedican —corrigió Zuko.

—Sígannos. Se los explicaré de camino a nuestro campamento —dijo Jet, haciéndoles un gesto para que lo siguieran. Appa continuó volando entre los árboles de arriba.

—Jet, espera —dijo Smellerbee—. ¿Qué hay de esta escoria de estanque? —Empujó a Sokka hacia adelante, amenazándolo con la punta de su cuchillo. Sus muñecas todavía estaban sujetas por las rocas mientras miraba furioso a Smellerbee con su único ojo. Azula se rio bajo su mano ante el apodo.

—Se queda con nosotros pase lo que pase —intervino Aang con insistencia.

—Bien, tráelo —consintió Jet—. Pero nunca andará por ahí suelto. Se quedará bajo llave.

—Bien —aceptó Aang.

—¡¿Qué?! —estalló Sokka— ¿Me dejaron tener las manos libres, pero ahora voy a estar atado de nuevo?

Jet se volvió hacia el Maestro Agua, con la ira grabada en sus apuestos rasgos.

—Fue una mala idea dejarte libre en primer lugar. Tienes suerte. No suelo tomar prisioneros de la Tribu Agua —escupió. El séquito dejó de caminar y se hizo el silencio. Y luego, Bandida comenzó a moverse de nuevo, ignorando a su líder, seguida inmediatamente por los otros Libertadores.

Sokka no se dejó intimidar, mirando a Jet fríamente con su único ojo.

—Como sea.

Unos minutos más tarde, llegaron a una cueva.

Al principio, Azula pensó que era una natural, ya que no podía ver a su alrededor y había montañas cerca. Pero entonces se dio cuenta de que ninguno de los árboles crecía en los lados de la piedra y que no parecía erosionada por el tiempo. Esta cueva había sido hecha por un Maestro Tierra. Fue en esta cueva donde entraron los Libertadores, y los otros cuatro los siguieron. Aang y Azula encendieron fuegos rojos en sus palmas.

—Me estoy cansando de las cuevas —dijo Azula arrastrando las palabras—. Estoy empezando a odiarlas.

—No te preocupes —le dijo Jet con una sonrisa, su enfado inicial había desaparecido—. Se abrirá pronto. —Zuko se acercó a él—. Y dijiste que querías saber qué hacen los Libertadores, ¿verdad? —le preguntó Jet. Zuko asintió. Azula no respondió, pero escuchó atentamente la conversación, mientras que Aang apenas parecía estar prestando atención. Seguían mirando a Bandida...—. Todos somos huérfanos de guerra. Mis padres fueron asesinados por la Nación del Agua.

» Longshot allí, nunca dice mucho, pero creemos que es porque tuvo que pasar por muchas cosas malas en el pasado, como el resto de nosotros. Conocí a Bandida y me enteré de que ella vivía en la misma ciudad que yo y fundamos los Libertadores juntos. Nuestros padres fueron asesinados. Conocimos a Smellerbee y Longshot poco después, y al Duque mientras hurgaba en nuestra comida… —Jet apretó los puños—. Ahora, luchamos contra la Nación del Agua, haciendo todo lo posible para mantener a salvo este valle y una aldea cercana. Queremos que los Maestros Agua se vayan para siempre.

Aang y Zuko bajaron la mirada, por razones totalmente diferentes, sin que Azula lo supiera. Ella, por su parte, habló con Jet.

—Esa es una visión idealista y probablemente nunca lleguen a lograr nada. No hay nada que un grupo de niños pueda hacer contra todo un ejército y una armada.

—Podemos intentarlo —dijo Jet—. Eso es todo lo que importa, ¿no? Y si hacemos todo lo posible, cualquier cosa para sacar a los Maestros Agua de aquí, valdrá la pena. Esta tierra es mía.

—Esos Maestros Agua van a caer —dijo Bandida con una sonrisa, apenas iluminada por la luz del fuego.

—Azula, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir? —le preguntó Zuko a su hermana con desdén—. Estamos tratando de hacer lo mismo. ¿No crees que podamos?

—¡Por supuesto que podemos! —respondió Azula—. Tenemos el Avatar y a una Maestra Fuego. Y un rehén, supongo —Zuko se dio una palmada en la frente y gruñó.

—Bueno, tenemos a una Maestra Tierra y un maestro de la espada —dijo Bandida, volviéndose y poniéndose frente a Azula. Un rayo crepitó en los ojos de la Maestra Fuego mientras la miraba—. No nos subestimes. Somos más fuertes de lo que crees.

—Damas, damas … —dijo Jet, interponiéndose entre ellas—. Deténganse. —Azula miró a Bandida con altanería y se cruzó de brazos—. Entonces, ¿cuál es tu razón para pelear, Azula?

—No necesito una razón. Lucho para ganar —dijo con tono mordaz, mirando a Jet significativamente —. Y haré lo que sea necesario. —Jet sonrió.

—Perdimos a nuestra madre a manos de la Nación del Agua —le informó Zuko.

—Ya veo —dijo Jet.

—Este túnel es muy complejo —dijo Aang de repente—. Sube y baja, e incluso hemos dado la vuelta un montón de veces, pero ¿dónde termina? ¿Tú hiciste esto, To-Bandida?

—Sí, y no lo hice mal a propósito, si eso es lo que estás insinuando —le espetó—. Hice este, y muchos más, para proteger nuestro hogar.

—Nos ha mantenido a salvo durante mucho tiempo —dijo el chico gigante y musculoso, el cual Azula asumió que era Duke.

—¡Sí, Pipsqueak tiene razón! —dijo el niño más pequeño, haciendo que Azula reevaluara inmediatamente su opinión—. Nunca nos han encontrado los Maestros Agua. —Azula divisó de repente un rayo de luz, y tras girar un recodo, el túnel de la cueva se abrió.

Un bosquecillo lleno de árboles y cabañas de madera, escondido en secreto del resto del mundo apareció ante ellos. Flanqueado por paredes de roca de granito que podrían confundirse con pequeñas montañas, el lugar estaba muy protegido. Todas las cabañas estaban hechas de madera y árboles, algunas formando parte del tronco de un árbol o incluso unas cuentas sobre las ramas. La naturaleza les daba un buen escondite, y ellos lo sabían aprovechar. En lo alto de las paredes de roca, había muchos agujeros de tamaño humano, que Azula supuso que eran entradas y salidas rápidas al campamento de los Libertadores, a las que podía accederse desde los árboles. Aquí, vieron más niños, incluso huérfanos más pequeños.

—Vaya —dijo Aang—. Estoy impresionado.

Siempre pragmática, Azula inmediatamente encontró defectos.

—Apuesto a que este lugar se inundaría fácilmente.

—Ja, ¿estás bromeando? —Bandida parecía insultada—. Prácticamente hice este lugar yo mismo. El agua de lluvia se drena. No soy tan estúpida.

—Las paredes de roca que hiciste son evidentemente nuevas y, lo más probable, es que han sido reemplazadas cada año, más o menos, a juzgar por la falta de vegetación en ellas. Tampoco hay erosión —señaló Azula inteligentemente. Bandida se cruzó de brazos y se volvió hacia ella con brusquedad.

—¿Y tu punto es?

—Es obvio que cualquier transeúnte, podría decir que tus paredes de roca “protectoras” son artificiales, y la Nación del Agua lo sabría de inmediato e inundaría este lugar —dijo Azula.

—Vaya —repitió Aang—. Estoy impresionado.

—Yo también —dijo Jet, con las cejas levantadas—. Nos vendría bien alguien como tú, Azula. Serías útil para encontrar cualquier defecto en nuestros planes. Entonces, ¿qué dices de una misión mañana?

—¿Mañana? No planeamos quedarnos en este agujero de tierra —respondió Azula. Se examinó las uñas—. Pero por supuesto que me necesitarías. Aunque primero tenemos que encontrarle a Aang un maestro de Tierra Control.

—No, está bien, podemos quedarnos un tiempo —dijo Aang—. Me gusta aquí. —Volvió a mirar a Bandida, tratando de encontrar algo que decirle, Azula lo sabía.

—¡Ja, ahora estás atrapada en este agujero de tierra! —se burló Bandida—. Así es como me gusta, de todos modos. Así que lárgate si no te gusta.

—Ya que eres ciega, te diré que estoy rodando los ojos —dijo Azula con desdén.

Bandida gruñó y apretó los puños, casi como si estuviera lista para una pelea.

—¡Haré rodar toda tu cabeza!

—Azula —dijo Zuko amenazadoramente, usando su mejor voz de hermano mayor—. No empieces.

—Como sea —respondió ella, haciendo un gesto vago con la mano—. Voy a buscar algo para comer.

—¿Entonces nos ayudarás mañana? —preguntó Jet.

—Claro, supongo —respondió ella, desapareciendo en la aldea de niños plagada de árboles.


Arrojaron a Sokka con brusquedad a la cabaña de madera, que no tenía nada más que un suelo de tierra, y lo ataron con las manos a la espalda. Incluso los tobillos. Le lanzó una mirada de odio al más grande con su único ojo.

—No intentes salir de aquí —dijo la chica de aspecto rudo—. Longshot y yo estaremos afuera todo el día. No recibirás nada, escoria de estanque. —Le dio una patada en el estómago. El niño que estaba detrás de ella se rio.

—Para ser un Maestro Agua, no eres tan duro —se burló el niño, siguiendo el ejemplo de Smellerbee le dio otra patada. Sokka se encogió de dolor. Los dos salieron.

Vestido con ropa verde del Reino Tierra, con el rostro en el suelo, sus manos y pies atados a la espalda, Sokka sintió que esta humillación era superada solo por otra de años atrás. Por alguna inexplicable razón, se sintió traicionado por el Avatar. Todo este tiempo, el chico había tratado de protegerlo, y ahora lo estaba dejando con un grupo de huérfanos destrozados por la guerra que parecían decididos a torturarlo... Esos falsos recuerdos del otro Sokka que presenció en las cuevas del Guerrero del Sol se repitieron en su cabeza, y Sokka comenzó a sentir una pizca de arrepentimiento.

A pesar de que había intentado durante mucho tiempo capturar y matar al Avatar, el chico había sido notablemente indulgente e incluso lo defendía después de que fue capturado. Sokka tuvo suerte de que Aang no intentara matarlo a su vez. Y ahora, estaba atado de nuevo, en las garras de los Libertadores... Tenía que haber alguna forma de escapar.

Pero apenas podía moverse y estaba completamente indefenso, con dos niños muy armados y mortíferos fuera, esperando a que lo intentara.

Por ahora, no había nada que pudiera hacer y se resignó a su destino.


El Avatar y sus amigos recibieron una de las cabañas en los árboles para descansar durante la noche, mientras que Sokka fue llevado en soledad a una cabaña en el suelo, cerca de Jet y Toph.

Los insectos nocturnos no eran ruidosos, pero Aang fue incapaz de conciliar el sueño. A juzgar por la respiración de Azula y Zuko, tampoco pudieron.

Toph estaba en su mente.

¿Qué estaba haciendo ella aquí, entre los Libertadores? ¿Por qué ahora había elegido el nombre de "Bandida"? ¿Realmente lo había perdido todo? ¿Gaoling fue destruida, y sus padres con ella? ¿Era buena o… como Jet?

En este punto, Aang sabía que no debía confiar en Jet. Aang lo vigilaba y lo escuchaba de cerca, y notó muchas de las cosas que antes no. Seguía tan decidido como siempre a acabar con la nación enemiga, dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Aquella noche en la cena, repitió esas mismas palabras siniestras ante una multitud de estridentes vítores, y Aang se preocupó bastante. Tendría que ser muy cuidadoso en este punto, no sabía lo que Jet podría o intentaría hacer. Afortunadamente, Azula no cayó presa de sus encantos, por lo que se mantuvo alerta y, con suerte, notaría algo si Aang no lo hacía.

Zuko, por otro lado...

Zuko y Jet se estaban volviendo amigos rápidamente como resultado de su similar habilidad con las espadas. Zuko probablemente lo veía como un verdadero amigo, pero Aang sabía que Jet solo quería manipularlo. ¿Jet enviaría a Aang y a uno de los otros a hacer alguna tarea inútil, mientras él destruía un pueblo? ¿Podrían detenerlo de nuevo, incluso si Jet tenía a Toph de su lado?

Aang necesitaba planear las cosas cuidadosamente a partir de aquí. Si no se hubieran encontrado a Toph con los Libertadores, Aang no se quedaría mucho tiempo con Jet y se iría lo antes posible. Toph complicaba las cosas. ¿Dónde estaban sus lealtades?

Necesitaba hablar con ella. Se puso de pie para irse y buscarla.

—¿A dónde vas? —preguntó Azula de repente. Aang se congeló.

—A dar un paseo —respondió—. No puedo dormir.

—¿Puedo ir contigo? —Su pregunta lo sorprendió, pero rápidamente encontró una respuesta.

—Necesito pensar en algunas cosas solo —dijo—. Lo siento. —Y se fue.

Aang saltó de su cabaña de madera en el árbol, aterrizando silenciosamente en el duro suelo. Más allá, identificó el lugar de Toph fácilmente, ya que era la única hecha de tierra. Junto a la de ella estaba la cabaña de los prisioneros, donde Sokka yacía en su interior. Aang no había visto a Sokka en toda la noche; tenía prohibido asistir al banquete, y Jet dijo que su gente se encargaría de alimentar a Sokka y dejarlo salir para ir al baño. Aang accedió, aunque un poco reticente. Se empeñó en que el Maestro Agua no sufriera ningún daño. Jet no desafiaría directamente a Aang; prefería trabajar en secreto. Si Aang se mantenía alerta, nada malo sucedería. Sokka era fuerte, estaba seguro de eso. Sokka no permitiría que le hicieran nada.

Cuando Aang se acercó a la tienda de tierra de Toph, esta se abrió y ella salió, habiéndolo detectado.

—¿Qué quieres? —preguntó ella con brusquedad.

Fingiendo hacerse el tonto, Aang le preguntó:

—¿Cómo sabías que venía? ¿Y que era yo? —Ella se cruzó de brazos y se negó a responder, pero él insistió—. Realmente puedes ver, ¿no?

—No —respondió ella—. No como tú crees. Puedo ver con Tierra Control.

—Entonces debes ser muy buena —señaló.

—La mejor —aclaró—. Veo todo sobre el suelo. Sé lo que harán mis oponentes antes de que lo hagan. No mucha gente puede entender mi forma de luchar.

—Yo sí —dijo Aang—. No te subestimaría —Ni en un millón de años. De vuelta en su mundo, a pesar de que Aang dominaba los cuatro elementos, Toph seguía siendo una difícil oponente. A menudo, se enfrentaba a gente como Azula y salía ilesa, algo de lo que pocos podían alardear.

—No mires ahora —dijo Toph en voz baja—, pero puedo sentir a uno de tus amigos observándonos desde los árboles.

—¿Puedes sentir a las personas incluso si no están conectadas a la tierra? —preguntó Aang, asombrado. Esa era una nueva habilidad.

—No tan fácilmente —admitió Toph—. Puedo sentir las vibraciones de alguien a través del árbol, pero no puedo decir quién es. Podría ser cualquiera, pero sé que mis muchachos no son tan tontos como para espiarme. Todo lo que sé es que está de pie allí y sin moverse —Aang estaba doblemente impresionado… Sus habilidades sensoriales parecían superar incluso a las de su Toph—. Entonces, ¿vas a seguir haciéndome perder el tiempo, o me dirás por qué viniste aquí?

—¿Podemos ir a un lugar más privado? —preguntó. Ella movió un brazo y la puerta de su cabaña de tierra se abrió.

—Adelante —dijo. La siguió al interior de la habitación poco iluminada, pues la poca luz que había venía de afuera, y se sentó. Luego la puerta se cerró, dejando fuera la mayor parte de la luz de luna. Aang encendió un fuego en la palma de su mano para poder ver, proyectando una tenue luz sobre la vivienda de Toph.

No había nada aquí. Era solo una habitación circular con un techo sorprendentemente complejo que dejaba entrar el aire pero mantenía afuera la lluvia, pero aparte de eso, no había nada que destacar. Toph ni siquiera tenía una cama, pero eso tenía sentido. Ella siempre prefirió dormir en el suelo duro.

—¿Y bien? —preguntó ella.

—Me preguntaba si podrías enseñarme Tierra Control —dijo sin rodeos. Toph parpadeó—. Para poner fin a la guerra, antes de que acabe el invierno, debo añadir, necesito dominar todos los elementos. Ya tengo aire y fuego, pero...

—No —dijo rotundamente—. A menos que estés dispuesto a quedarte aquí, no voy a dejar mi hogar —Aang se miró las manos. No podía quedarse, no si eso significaba dejar a Toph cuando dominara la Tierra Control. La quería con él.

—¿De verdad eres tan leal a Jet? —preguntó.

—Por supuesto que lo soy —le espetó con veneno—. Él es... bueno, mi mejor amigo. No puedo dejar este lugar para ir contigo. Es mi hogar.

—Lo siento —dijo Aang.

—De todos modos, no sería una gran maestra.

—¿Crees en lo que hace Jet? —le preguntó de repente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—¿Hacer lo que sea necesario? —preguntó—. ¿Le harías daño a los inocentes?

Ella se cruzó de brazos.

—¿Qué tipo de pregunta es esa? Jet no lastima a personas inocentes. Nunca lo haría. —Aunque, para Aang, no sonaba muy segura.

—¿Incluso si eso significa liberar a este valle de la Nación del Agua para siempre? —planteó. Toph hizo una pausa.

—Jet no es así. No lo conoces. Solo… vete —ordenó, abriendo la puerta de nuevo.

—Pero, Toph...

—¡Fuera! —exigió. Suspirando, Aang se puso de pie y salió. Un minuto después, estaba de vuelta en la casa del árbol.

Toph no se dio cuenta hasta más tarde de que él la había llamado por su nombre real.


Azula vio como Aang se levantaba y salía de su cabaña, y menos de un minuto después, lo siguió fuera hacia la noche. ¿Qué tenía en mente? Parecía distraído todo el día y la noche, especialmente durante la cena. Iba a ir a hablar con él.

Al salir a la veranda de madera desnivelada, notó que él estaba en el suelo y caminaba con un propósito. En lugar de seguirlo por el suelo, eligió atravesar las ramas de los árboles, caminando junto a él tan silenciosamente como pudo.

Entrecerró los ojos cuando él se detuvo frente a la cabaña de la Maestra Tierra y miró de cerca mientras la puerta se abría y la niña le preguntaba por qué estaba allí. Escuchando atentamente, oyó a Bandida hablarle a Aang sobre su Tierra Control, lo que llenó de una natural curiosidad a Azula, y luego sus voces bajaron y Bandida lo condujo al interior.

Azula no sabía por qué, pero por algún motivo, Bandida no le agradaba ni un poco. La chica era muy arrogante con sus habilidades de Tierra Control, tan cínica y descarada. Era ruidosa y desagradable. Pero, extrañamente, había atraído la atención de Aang con mucha facilidad, lo que hizo que Azula ardiera por dentro. ¿Quién era Bandida para él? ¿Por qué estaba tan interesado en ella? ¡Se suponía que debía gustarle Azula…!

—Hey —dijo una voz detrás de ella. Azula se sorprendió, pero no mostró ninguna reacción. En cambio, puso los ojos en blanco.

—Hola, Jet —respondió ella, con los ojos todavía fijos en la cabaña de tierra de Bandida. Estaba harta del constante coqueteo de Jet. Había estado sobre ella durante toda la cena.

—¿Qué estás haciendo aquí tan tarde? —preguntó, apoyándose contra una rama detrás de él. Seguía jugando con una fina ramita entre los dientes, y Azula casi sintió un repentino deseo de quemarla.

—Solo admiro el cielo nocturno —respondió, aunque era dolorosamente obvio que ni siquiera estaba mirando el cielo. No le importaba. Solo esperaba que Jet captara la indirecta y se fuera.

—Aún me vas a ayudar mañana, ¿verdad? —le preguntó a ella.

—Supongo —respondió ella.

—Sin embargo, te voy a necesitar para algo más que la planificación. —Sus ojos se movieron rápidamente en su dirección, captando su atención.

—Continua.

—Necesito tu ayuda para destruir la aldea —dijo sin rodeos. Azula se irguió sobre las tablas de madera y lo miró, calculando su expresión. A pesar de lo escandaloso que sonaba destruir la misma aldea que intentaba proteger, parecía serio. Se cruzó de brazos.

—¿Por qué el repentino cambio de opinión? —le preguntó ella con curiosidad.

—No he cambiado de opinión —dijo—. Es la única forma de deshacerse de los Maestros Agua para siempre. Están apostados en ese lugar y no se van a ir.

—¿Y eres plenamente consciente de que eso significa matar inocentes?

—Sí —dijo—. Azula, ellos mataron a nuestras familias. Lo hicieron sin remordimientos. Nosotros somos inocentes, ¿no? Recuerda lo que le pasó a tu madre...

—Por venganza, entonces… —Cerró los ojos, viendo una explosión de fuego azul, una risa delirante, un recuerdo de destrucción que no era suyo… Una parte de ella la instaba a hacerlo. A destruir. A matar. Y luego recordó la forma en que su madre fue asesinada durante la redada...

Azula sucumbió al sentimiento dentro de ella.

—Estoy dentro —dijo, abriendo sus ojos ambarinos de golpe. Se veían decididos y serenos, llenos de frialdad.

Jet sonrió. No había sido tan difícil ponerla de su lado como pensó que sería. Tal vez sería una buena Libertadora...


Zuko salió de la casa del árbol, renunciando a la idea de intentar dormir y optando por salir a dar un paseo como lo hicieron Aang y Azula. Los insectos lo habían picado toda la noche y estaba cansado de ello. Salió arrastrando los pies y se estiró, dejando escapar un bostezo. No vio a su hermana ni a Aang por ninguna parte. En realidad, era difícil ver algo, ya que las antorchas estaban apagadas porque había pasado el toque de queda.

...Entonces, ¿por qué veía figuras oscuras corriendo por el suelo? Sospechando inmediatamente, Zuko alcanzó sus espadas y se agarró a la cuerda que lo bajaría al suelo del bosque, golpeando el suelo en silencio y preparando una mano para desenvainar sus espadas. Sin embargo, en el momento en que sus pies tocaron el suelo, sintió la fría hoja de un cuchillo presionando contra su garganta.

—No hagas otro movimiento —dijo la voz áspera de Smellerbee.

—¿Qué estás haciendo? —gruñó con los dientes apretados.

—Una misión —respondió la niña—. No puedes interferir. Arruinarás nuestro trabajo.

—¡Puedo ayudar! —susurró Zuko furiosamente—. Puedo serles útil. —Smellerbee pareció pensarlo por un momento, retiró el cuchillo y lo apartó de ella.

—Bien. Sígueme, y no te pongas en medio.

Zuko la siguió en silencio mientras los Libertadores abandonaban su campamento. Muchos otros niños corrían ahora con ellos. Fuera del campamento, Zuko recibió un barril grande y pesado. Se dio cuenta de que muchos otros de los chicos mayores llevaban sus propios barriles. Pipsqueak tenía dos colgando sobre sus hombros.

—¿Qué son estos? —gruñó el espadachín, levantando el barril.

—Gelatina explosiva. Vamos a volar las líneas de suministro de la Nación del Agua —dijo Smellerbee apresuradamente—. Vamos.

—Esperen —Zuko los detuvo—. ¿Dónde está Jet? ¿Sabe de esto?

—Sí —siseó la chica—. ¡Ahora vamos!

—Pero, Smeller, ¿no estamos…? —comenzó Pipsqueak, pero Smellerbee lo silenció rápidamente. Por suerte para ellos, Zuko ya estaba fuera de su alcance auditivo.

—Jet no quiere que esos tres sepan de esto —le dijo la chica en voz baja—. Nos arruinarán el plan.

Desde allí, el grupo continuó arrastrando los barriles hasta la ciudad. Zuko se sentía orgulloso de sus habilidades de sigilo, aprendidas de Mai; esperaba sorprender a los demás. Los otros niños se desvanecieron en la aldea al amparo de la noche. Los únicos habitantes del pueblo que podía ver despiertos eran los soldados de la Nación del Agua que patrullaban el lugar.

Zuko se confundió cuando los niños se separaron en diferentes direcciones. Estaba a punto de seguir a uno de ellos, pero Smellerbee lo detuvo.

—No vas a ir con ellos —le dijo—. Deja tu barril detrás de esa casa. Vas a asegurarte de que los soldados de la Nación del Agua no nos encuentren.

—Entendido —respondió Zuko, ansioso por ayudar a la causa de los Libertadores.


Después de echar a Aang de su casa, Toph Beifong notó una cantidad inusual de movimiento en el campamento de los Libertadores. ¿Qué estaban haciendo todos levantados después del toque de queda…?

Decidió investigar.


Zuko saltó silenciosamente entre los tejados, sin perder de vista a sus aliados y a los Soldados del Agua. Era más sigiloso que muchos de ellos, en comparación con las descomunales pisadas de Pipsqueak y el ligero repiqueteo del Duque.

Hablando del niño pequeño...

Zuko miró atento al niño mientras doblaba una esquina, haciendo rodar uno de los barriles de gelatina explosiva frente a él. Desafortunadamente, había llamado la atención de uno de los soldados de patrulla que empuñaba una lanza tres veces más grande que el Duque.

—¡Eh, chico! ¡Has traspasado el toque de queda! —gritó el soldado. El Duque le sacó la lengua al hombre y se dio la vuelta para huir, abandonando su barril. El soldado comenzó a perseguirlo, pero Zuko saltó desde arriba, clavando la empuñadura de su espada en la cabeza del hombre, dejándolo inconsciente de inmediato. Encantado, el Duque agarró la lanza del soldado y comenzó a pincharle con ella.

—¡Hey, gracias, Zuko! —dijo el niño. Zuko sonrió en respuesta.

—No hay problema.

—¿Vas a acabar con él o no? —preguntó una voz desde la oscuridad. Zuko se volvió abruptamente, preparando su espada, pero solo era Smellerbee.

—¿Qué quieres decir? Ya ha caído —respondió Zuko.

—Pero se levantará y alertará a los otros soldados, poniendo fin a nuestra misión inmediatamente. Hay que matarlo —dijo la chica. Pipsqueak y Longshot aparecieron a su lados.

—¡No voy a matarlo! ¡Es un hombre indefenso!

—Entonces quítate de en medio. Yo lo haré —dijo ella, sosteniendo su cuchillo en posición sobre el cuello del soldado inconsciente. Zuko apretó los dientes. Esto iba en contra de sus creencias… ¡Tendría que detenerlos!

—Un soldado consciente que se acerca a ti con un arma es una cosa —dijo Zuko—. Pero no cuando están así. Aléjate de él —Smellerbee lo ignoró por completo, apretando la daga contra su cuello...

Y una pequeña piedra golpeó la hoja, arrancándole la daga de las manos. Smellerbee volvió la vista hacia la persona que la había interrumpido, con el ceño fruncido en su rostro decidido.

—¡Bandida! ¿Por qué has hecho eso?

La diminuta Maestra Tierra se cruzó de brazos mientras se acercaba a ellos.

—¿Qué están tramando?

—Estamos bajo las órdenes de Jet. Déjanos en paz —respondió Smellerbee.

—Jet nunca me mencionó esto.

—Bueno, no estoy mintiendo, ¡y lo sabes muy bien! —replicó Smellerbee—. Tal vez simplemente no quería que lo supieras.

—Cualquiera que sea el caso, no matarás a este soldado. Prefiero que mis enemigos se levanten y luchen, como el aspirante a ninja de aquí —dijo Bandida. Zuko enarcó una ceja—. Fuera de aquí. Esta misión está abortada.

—Como sea. Hemos terminado aquí de todos modos —dijo Smellerbee, mirando a Bandida. Se fue, seguida por los demás.

Una vez que se fueron, Zuko se volvió hacia la Maestra Tierra ciega.

—¿“Aspirante a ninja”? —repitió.

—Gracias por detenerlos —dijo la pequeña—. A veces, todos son despiadados y no tienen problemas para matar a los indefensos... O a los inocentes —agregó después de una pausa—. Yo no soy así. Prefiero las peleas justas.

—Y Jet... ¿apoya lo que hacen? —preguntó Zuko inseguro.

—Sí. Nos hemos peleado mucho por eso. —Ella suspiró.

A estas alturas, era bien entrada la noche y el sol apenas comenzaba a salir por el este.

Regresaron al campamento juntos, ambos sumidos en sus contemplaciones.


El hambre le arañaba el estómago. La sed le secaba la garganta. Esta gente... eran monstruos. Sufría el dolor que le infligieron sus captores. ¿El Avatar y sus amigos autorizaron esto? ¿Sabían que estaba sucediendo? ¿Vendrían a salvarlo?

A medida que pasaban las horas y el dolor aumentaba, el Príncipe Sokka de la Nación del Agua deseaba ser rescatado.


—¡Jet! —bramó Bandida, entrando atronadoramente en la cabaña de Jet, donde estaba descansando sobre un mapa del valle—. ¿Qué estaba pasando en el pueblo? ¿Qué estaban haciendo Smellerbee y los demás allí? ¡Y no me mientas!

La miró con una sonrisa de satisfacción.

—Ese pueblo va a arder en llamas —respondió sin rodeos. Bandida abrió los ojos de par en par con horror. ¡Los barriles y cajas de gelatina explosiva habían desaparecido...!

—¡No puedo creer que hicieras algo así!

—Detenlo si quieres. Adelante. —Ella apretó los puños y cerró los ojos, temblando de ira. Parecía como si estuviera a punto de decir algo más, pero se alejó de él y se fue, encontrándose con Zuko afuera.

—¿Qué está pasando? —preguntó Zuko.

—Ve por Aang y tu hermana. Regresaremos a la aldea.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Van a volarlo todo. Tenemos que sacar la gelatina explosiva de allí. ¡Deprisa!

—Pero me dijeron que solo iban a volar el puesto de los soldados...

—Mintieron. ¡Solo ve! ¡Me reuniré con ustedes tres en la aldea! —Y antes de que Zuko pudiera replicar, la Bandida Ciega saltó sobre una ola de tierra y se abalanzó a través del campamento, dirigiéndose hacia la aldea en peligro.

Un minuto después, Zuko despertó a un Aang adormecido.

—¡Despierta! ¡Tenemos que correr a la aldea! Te lo explicaré en el camino. ¿Dónde está Azula?

Aang, instantáneamente alerta, miró a su alrededor en busca de la Maestra Fuego. Sabía lo que debía estar sucediendo.

—No hay tiempo para encontrarla. Vamos. —Corrió hacia afuera, casi olvidando que estaba en los árboles. Buscó a Appa, pero el bisonte no estaba por ningún lado. Aang maldijo en voz baja.

Tendrían que llegar a la aldea a pie.


Azula esperaba en la cima de un acantilado con vistas a la aldea de madera, con las rodillas acurrucadas contra el pecho.

Tenía miedo. No porque ella ayudaría a destruir esta aldea, sino porque debería haber estado tratando de detenerlos. ¿Qué le pasaba a ella? Había cientos de inocentes abajo a punto de enfrentar una feroz destrucción.

Pero son débiles por dejar que la Nación del Agua los conquistara. Se lo merecen.

Lo sé, argumentó Azula, pero algo en esto no se siente bien.

Es la única forma de deshacerse de los Maestros Agua. Ellos se llevaron a tu madre. No dudarían en matarte.

Una pasión ardiente invadió a la chica, y el fuego azul salió de sus dedos.


Aang entornó los ojos con rabia al escuchar los detalles del plan completo.

—¿Cómo se supone que vamos a sacar todos los barriles de gelatina explosiva a tiempo?

—¿Cómo vamos siquiera a encontrarlos todos? —preguntó Zuko con exasperación—. ¿Cuánto tiempo nos queda?

—¡No lo sé, pero quedarnos sentados aquí lloriqueando no va a ayudar en nada! ¡Divídanse! —rugió Toph, ordenando a los otros dos que entraran en acción.

Aang fue tras cada barril y caja que pudo ver, pero no encontró ninguna gelatina explosiva en ellos. Todos estaban llenos de arroz o maíz o algún otro alimento. Pasó por muchos barriles antes de que se le ocurriera.

La gelatina explosiva estaba mezclada con la comida. ¡Todo es un truco!

El tiempo se agotaba. ¿Quién o qué los encendería? Detener eso sería la única forma de salvar la aldea...


—Azula. Me alegro de verte aquí.

Azula se giró para ver a Jet acercarse a ella, y le dedicó una pequeña sonrisa a modo de saludo. Él sonrió de vuelta.

—¿Estás lista para dar rienda suelta a tu poder?

—Sí. ¿Qué quieres que haga?

—Hay barriles de gelatina explosiva por toda la ciudad, como sabes. Si uno solo se prende fuego, todos responderán a la explosión y estallarán a la vez. Los harás detonar a todos.

Azula abrió los ojos de par en par, pero sus rasgos faciales se convirtieron en una sonrisa casi psicótica.

—Excelente. ¿Cuándo quieres que lo haga?

Jet se sacó la ramita de la boca y la hizo rodar entre los dedos.

—Ahora.

Azula asintió y se acercó al borde del acantilado. Respiró profundamente y una bola gigantesca y retorcida de llamas azules comenzó a crecer entre sus manos.


El sol se elevaba en el cielo, una advertencia inminente de que su tiempo se acababa y apenas habían logrado algo. Aang estaba frustrado con Toph, ella no sabía nada sobre el plan de Jet. Al mismo tiempo, estaba feliz de que ella no estuviera involucrada.

Y luego Aang lo vio.

Otra bola de fuego se alzaba por encima de ellos, casi tan brillante como el sol pero un azul penetrante, un cometa de destrucción, el presagio de un caos absoluto.

Y la única portadora de llamas azules que conocía era Azula. Su estómago dio un vuelco.

—¡¿Qué está haciendo?! —gritó Zuko, al darse cuenta de lo mismo. Pero Aang apenas lo escuchó, porque ya se había elevado en el aire en su planeador.


—¡Ese es Aang! —exclamó Azula—. ¿Qué está haciendo?

—¡Está tratando de detenerlo! —gruñó Jet, poniendo una mano en la empuñadura de su espada. Aang se levantó en su planeador, usando su Aire Control para golpear la bola de fuego a un lado con todas sus fuerzas. El fuego se consumió en el viento, y Azula y Jet apretaron los puños.

Y luego se dirigió hacia ellos.

La expresión de Azula era de miedo. ¿La atacaría?

—¡Azula! —rugió Aang, una vez que estuvo lo suficientemente cerca con su planeador—. ¿Qué estás haciendo?

Jet respondió por ella, sosteniendo ambas espadas en sus manos mientras se ponía frente a la Maestra Fuego.

—Está haciendo lo que yo quiero que haga. Lo que ella quiere hacer.

Aang aterrizó en el borde del acantilado, su rostro dejó de lado la usual expresión de dureza que llevaba. Con la mirada de alguien que había sido traicionado, miró a Azula.

—¿Por qué?

—Tenemos que liberar este lugar de la Nación del Agua —respondió ella, tratando de convencer a Aang—. ¿No lo entiendes?

—¿De quién lo vas a liberar? Después de volar todo, ¿quién quedará? —le preguntó, frunciendo el ceño—. Estoy decepcionado de ti, Azula.

¡No necesito tu aprobación! —gritó, y Aang dio un brinco hacia atrás. ¿Qué era este lado de Azula? ¿Qué le sucedía? Parecía como si estuviera a punto de atacarlo. Aang preparó su bastón.

—Si te enfrentas a nosotros —dijo Jet, dando un paso adelante—, tu prisionero va a morir. Aang se congeló, con los ojos muy abiertos y los nudillos blancos. Azula cayó de rodillas, temblando.

Se había olvidado de Sokka.

—¡Déjame en paz! —le gritó Azula al cielo. Aang posó los ojos en ella. ¿Le estaba gritando a él o a otra persona? Incluso Jet la miró inseguro.

—¡Jet! —gritó otra voz, apareciendo en la escena. Aang y Jet miraron a la recién llegada, Toph, quien llegó en una ola de tierra arrastrando a Zuko detrás de ella. El espadachín se puso de pie a trompicones, luciendo un poco maltratado por el viaje. Desenfundó sus espadas.

—¿Qué estás tratando de hacer, Jet? —preguntó Zuko—. ¡Esta es una aldea llena de inocentes!

—¡Voy a ayudar a Sokka! —advirtió Aang, desplegando su planeador de nuevo. Sin embargo, Jet atrapó el bastón con sus espadas de gancho y lo hizo caer al suelo, dañando el ala del planeador. Aang lo fulminó con la mirada, ¡no podía creer que Jet le hubiera hecho eso de nuevo! —. Azula, ven conmigo —le dijo con frialdad a la Maestra Fuego. Casi automáticamente, se movió para seguirlo—. Zuko, te dejo a Jet. —Zuko asintió, sosteniendo sus espadas frente a él. Toph se quedó de pie, sin saber qué hacer.

Mientras corrían de regreso al campamento de los Libertadores, Azula habló con Aang.

—Yo... no sé qué me pasó. Es como si... hubiera otra persona dentro de mí. ¿Qué me está pasando, Aang? —preguntó, no le importó mostrarle a Aang lo aterrada que estaba del monstruo que llevaba dentro. Aang no respondió. Estaba profundamente perturbado. Lo que ella hizo hoy era algo que la Princesa Azula de su mundo haría...—. Entonces, ¿por qué estamos ayudando a Sokka, de todos modos? —preguntó después de un momento, mientras volvían a entrar al bosque a la carrera—. Jet no puede matar a Sokka desde donde está ahora, o decirle a su gente que lo haga. Fue una amenaza vacía.

—No, no lo fue —respondió Aang—. Jet puede comunicarse con sus otros Libertadores a través del canto de los pájaros. Yo mismo lo escuché. Vamos, podría hacerlo en cualquier momento. ¡No podemos dejar que Sokka muera!


Zuko y Jet se enfrentaron el uno al otro, mirándose con dureza. Bandida se quedó inmóvil detrás de Zuko.

—¿Por qué lo hiciste, Jet? —le preguntó Zuko.

—Como ya he dicho, estoy intentando liberar este lugar —respondió—. Los Maestros Agua han sido una plaga en este bosque por demasiado tiempo. Hay que eliminarlos. ¿No lo entiendes?

—Nunca entendería tus métodos —dijo fríamente Zuko—. Eres un monstruo.

—Ten cuidado —advirtió Jet—. Puedo acabar con la vida de tu amigo Maestro Agua con solo un silbido.

—¡No te dejaré! —rugió Zuko, corriendo hacia el Libertador con sus espadas levantadas. Jet se encontró con él de frente, sus armas chocaron en una explosión de chispas.

Las espadas de Zuko se movieron automáticamente, parando cada estocada de Jet, esquivando sus golpes verticales, saltando sobre los horizontales. Ahora era un Maestro de la espada. Podía enfrentarse a Jet. Tenía una oportunidad de ganar.

Pero Jet tenía unas espadas extrañas: los ganchos en el extremo eran una cosa, se usaban para agarrar el arma de su enemigo, pero incluso las empuñaduras de sus armas eran afiladas. Y, según descubrió Zuko, las empuñaduras podían unirse a los ganchos, creando un arma larga que Jet podía girar hacia Zuko. El espadachín de la Nación del Fuego retrocedió ante los impredecibles y peligrosos vaivenes del arma de su oponente.

Pero ahora, Jet tenía un arma. Zuko tenía dos.

Atrapó su espada derecha en el gancho de la nueva arma de Jet y golpeó el flanco desprotegido de Jet con su espada izquierda. Jet se las arregló para apartarse del camino, casi retorciendo la espada atrapada de Zuko en su espalda. Zuko se liberó y se enfrentó a Jet de nuevo, y este separó sus armas unidas. Ambos estaban jadeando ahora.

Zuko, sin embargo, no le dio ningún respiro.

Zuko se abalanzó sobre él al instante, tratando de atacar a Jet con un corte de pinza usando ambas espadas. Jet levantó sus espadas de gancho justo a tiempo, bloqueando el ataque, y luego los dos se quedaron estancados, forzando sus armas entre sí.

La batalla estaba en un punto muerto.

Para ese momento, se habían movido varios metros de distancia de donde estaban antes, habían dado la vuelta hacia Bandida. Y finalmente decidió entrar en acción.

El suelo se elevó entre los dos espadachines y los alejó el uno del otro, obligando a sus espadas a separarse. Bandida se abalanzó sobre Jet con un grito de dolor e ira, lágrimas brotando de sus ojos ciegos. Varios pilares de piedra estuvieron a punto de golpearlo, y él estaba haciendo todo lo posible para esquivarlos.

—¡Confié en ti, Jet! Todo este tiempo, y estabas planeando acabar con la misma aldea que hemos dedicado nuestras vidas a proteger… ¡No puedo creerlo! —le gritó en medio de sus ataques.

Jet dejó de intentar defenderse de sus palabras, demasiado ocupado esquivando los bloques de piedra que volaban hacia él. Dos de ellos se le acercaron a la vez, pero los apartó con sus espadas, pero de entre el polvo salió otra roca de tamaño mediano que lo golpeó en el estómago, haciéndolo retroceder y rodar hasta ponerse torpemente de pie. Trató de atacarla, pero Bandida avanzó hacia él a través de la tierra y lo atrapó entre un árbol y una pared de piedra que lo mantuvo firmemente en su sitio.

Jet trató de liberarse, pero era totalmente incapaz de moverse. Zuko se acercó a ellos sin decir una palabra.

—¡No puedes detenerme! Sokka está muerto —dijo con frialdad. Y luego silbó hacia el cielo.

—¡No! —gritó Zuko, al escuchar un silbido de respuesta—. ¡Aang, date prisa!

Bandida levantó los puños hacia Jet, en silencio cuando se dio cuenta de que había perdido a su mejor amigo.


—Espero que no acabemos arrepintiéndonos de esto más tarde, chico Avatar —murmuró Azula a Aang mientras se escondían en los árboles, mirando a Smellerbee y los otros Libertadores desde lo alto. Estaban esperando alrededor de la cabaña de los prisioneros.

El distante silbido de un pájaro resonó por todo el bosque.

—Esa es nuestra señal —dijo Pipsqueak, golpeando un tronco contra la palma de su mano. Abrió la puerta de madera, exponiendo a Sokka a la luz. Aang dejó escapar un grito ahogado al ver a su viejo amigo.

Sokka tenía un aspecto terrible. Sus ropas estaban rasgadas y sucias, manchada de sangre y suciedad. Tenía el pelo enmarañado, la piel estaba llena de cortes y magulladuras y su cuerpo estaba débil y cansado. Una ira instantánea explotó en su interior, y justo cuando Sokka fue arrojado al suelo, Aang saltó de su escondite y golpeó a Pipsqueak en la parte posterior de la cabeza con una corriente de aire.

Se dio la vuelta con ira.

—¿Quién hizo eso? —preguntó estúpidamente. Antes de que Aang pudiera responder, Smellerbee corrió hacia él con dos cuchillos y, a pesar de su velocidad y habilidad, tuvo dificultades para esquivarla. Era casi tan rápida como él y probablemente un poco más peligrosa, tanto que tuvo problemas para sortear todas sus ágiles puñaladas y mordiscos.

Y luego estaban las flechas que venían desde los árboles, lo suficientemente certeras como para hacerle daño sin poner en peligro a Smellerbee. Longshot era muy hábil. Aang logró salir del alcance de Smellerbee lo suficientemente rápido como para liberar una barrera de aire giratoria que lo cubrió por completo, desviando todas las flechas y empujando a la pequeña chica hacia atrás. Aang saltó hacia los árboles, girando en el aire con su control, impulsándose desde los troncos para elevarse lo más posible y así poder tener ventaja sobre el arquero.

Longshot continuó disparándole flechas a medida que se acercaba, pero Aang disparó una fina corriente de fuego hacia su arco, cortando la flecha y perforando un agujero en el arco, dejándolo inservible. Longshot arrojó el arma lejos, pero continuó sacando flechas, lanzándolas hacia él. Un Aang sorprendido consiguió recomponerse lo suficientemente rápido como para lanzar una ráfaga de aire hacia el arquero con su pie, haciéndolo caer del árbol, donde aterrizó en otra rama, inconsciente.

Durante su pelea con Longshot, Smellerbee había conseguido trepar a los árboles y lo enfrentó en las ramas. Sabiendo que no debía iniciar un incendio bosque, poniendo a todos en peligro de una muerte casi segura, Aang se limitó a usar Aire Control, enrollando volutas de viento alrededor de los árboles y manipulando las corrientes con tanta fuerza como pudo, tratando de lanzar a Smellerbee lejos de él. Ella clavó sus dagas en la corteza de los árboles para sostenerse en su lugar, resistiendo el feroz viento de Aang.

Se acercó a él arrojándole un cuchillo de corto alcance, seguido con una patada en el pecho. Consiguió esquivar el proyectil, pero la patada le hizo perder el equilibrio y dejó su flanco expuesto a un fino tajo. Soportando el dolor, Aang usó el aire para que lo llevara de vuelta al tronco del árbol, donde giró y la rodeó con ambos pies, tirándola de la rama del árbol. Ella cayó.

Antes de que Smellerbee golpeara el suelo, la atrapó con una corriente de aire ascendente, salvándola de una muerte segura. Cayó al suelo con más suavidad, pero estaba inconsciente. Con una mano en su herida, Aang saltó para ayudar a Azula.

Mientras tanto, Azula estaba tratando de minimizar el uso de sus llamas para que el bosque no se incendiara. El color de su fuego cambiaba constantemente entre rojo y azul mientras se protegía de Pipsqueak y el Duque. El Duque se abalanzó hacia ella con su lanza, pero Azula pateó el mango del arma y la destruyó instantáneamente, haciéndolo huir. Pipsqueak resultó ser más formidable mientras blandía su tronco con una fuerza tremenda. Esquivando sus numerosos golpes, encendió el tronco en llamas en medio de uno de los golpes, lo que hizo que Pipsqueak lo sacudiera con pánico. Luego, se golpeó con él en la cabeza, dejándolo inconsciente.

Sneers, el último Libertador que tenía la edad suficiente para pelear, se abalanzó sobre Azula con dos espadas largas cuando ella estaba de espaldas, pero Aang interrumpió el ataque al aparecer repentinamente detrás de Azula con su espada de meteorito, desarmándolo fácilmente. El chico huyó gritando.

Una vez terminada la pelea, Aang se encogió y volvió a llevarse la mano al pecho, retirándola para ver sangre cubriendo su palma. Arrancó un trozo de tela de la ropa de Pipsqueak, se quitó la camisa y envolvió la tela alrededor de la larga herida. Era fina, pero sangraba mucho.

—¿Estás bien? —le preguntó Azula.

—Estoy bien —respondió Aang, ajustando su vendaje improvisado.

—No puedo creer que hayamos hecho todo eso por el bien de un Maestro Agua —dijo Azula, poniendo los ojos en blanco. Estaba tratando de ocultar su sonrojo, no sabía que Aang fuera tan musculoso...

De repente, recordando, Aang se volvió hacia Sokka, que estaba sentado en el suelo y los miraba con los ojos muy abiertos.

—Me salvaron la vida —dijo atónito. Aang se quedó sin palabras por un momento, pero luego sonrió.

—No esperes que lo hagamos de nuevo —dijo Azula cruzándose de brazos.

—¿Estás bien? —preguntó Aang, echando un vistazo a los numerosos cortes y magulladuras de Sokka.

—Tengo hambre —dijo escuetamente. Aang desenvainó su espada de nuevo y cortó las cuerdas de las muñecas de Sokka con una precisión experta. Sokka lo miró confundido, con las cejas fruncidas. Aang lo miró a su único ojo azul, preguntándose si debía intentar ofrecerle una mano amistosa tan pronto, pero fue interrumpido por el rugido de Appa.

—Hola, amigo —llamó Aang al bisonte—. Espero que no te hayan lastimado.

—No lo parece —dijo Azula.

—Vamos. Busquemos a Zuko y salgamos de aquí —dijo Aang, poniendo el brazo de Sokka sobre su hombro y ayudándolo a subirse a la silla de Appa. Azula los siguió, y el bisonte se elevó hacia el cielo.

Azula miraba al frente, perdida en sus pensamientos, sin apenas percibir nada a su alrededor. Sokka estaba en el mismo estado, preguntándose por qué sus enemigos le salvarían la vida.

Aang le habló a Azula en voz baja.

—¿Por qué lo hiciste?

—No lo sé. Estaba atrapada en todo lo que Jet decía —dijo, con la mirada baja. Las manos le temblaban—. Me siento como un monstruo.

—No lo eres, puedo ver que te arrepientes —dijo Aang en voz baja. Azula le dio la espalda.

La verdad era que no estaba arrepentida. En absoluto.

Una parte distante de su mente se reía para sí misma, sintiéndose triunfante.


Aang se encontró con una escena que le resultó inquietantemente familiar: Zuko y Toph estaban frente a Jet, quien estaba atrapado contra un árbol con una gruesa roca. Jet se rio cuando vio a Sokka encima del bisonte.

—Derrotamos a tu gente —le dijo Aang a Jet, con dureza—. No vuelvas a atentar contra este valle. Sube, Zuko. Nos vamos.

—Son unos tontos —gritó Jet—. ¡La Nación del Agua nunca dejará de ser despiadada! ¡Nos matarán a todos algún día!

Aang, Azula, Zuko, Sokka y Toph lo ignoraron.

Y luego intentó usar la culpa.

—Azula, pensé que te importaba. Pensé que creías en lo mismo que yo.

—¡Cállate, Jet! —gruñó ella—. ¡No me hables! ¡No quiero escuchar tus palabras nunca más!

Toph bajó la cabeza, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Zuko, que todavía no se había subido a Appa, parecía querer consolarla.

—Voy a dejar los Libertadores —dijo finalmente Toph—. Y no puedes detenerme. —Le dio la espalda—. Adiós, Jet. Aang, gracias por todo. —Comenzó a alejarse.

—¡Espera! —la llamó Aang—. Ven con nosotros. Serás bienvenida aquí. —Ella hizo una pausa.

—No. Prefiero estar sola. —Y eso fue todo lo que dijo al respecto, alejándose de ellos, dejando atrás a los Libertadores y su hogar para siempre.

Los hombros de Aang se hundieron.

Notes:

Dato random: este capítulo es más largo que el anterior :'D

Chapter 27: La Bandida Ciega

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 6: La Bandida Ciega

 

Las lágrimas rodaban por sus pálidas mejillas.

Se preguntó, una y otra vez, por qué Jet había hecho lo que hizo. Debió haberlo notado a lo largo de los años, pero él siempre fue un símbolo de justicia para ella. Siempre hacía lo correcto. Pero, ¿qué le pasó?, ¿qué le hizo cambiar su forma de actuar? Creía tanto en él... ¿La había estado manipulando todo este tiempo? ¿Los estaba manipulando a todos?

Todavía tenía fe en sus otros amigos. Creía que todavía tenían la oportunidad de hacer lo correcto. Por esta razón, se encontró de vuelta en el campamento de los Libertadores. Su hogar. Se secó los ojos, negándose a que sus amigos vieran sus lágrimas.

Bandida (no, ¿Toph?) sintió que Smellerbee, Longshot y los demás se ponían de pie a trompicones, sus latidos acelerados por la ira al encarar su derrota. Ninguno de ellos parecía herido, y estaba agradecida por eso. Smellerbee fue la primera en darse cuenta de que había llegado al campamento.

—¡Bandida! ¿Ha tenido éxito la misión? —ella preguntó. La Maestra Tierra volvió la cabeza en dirección a una de sus mejores amigos.

—No —Su respuesta carecía de emociones.

—¿Fue el Avatar? —preguntó Smellerbee con tono mordaz.

—Sí —respondió ella—. Yo lo ayudé a detener a Jet. —El ritmo cardíaco de Smellerbee, el de todos los demás, se aceleró notablemente. Longshot fue el único que no mostró ninguna reacción, como siempre. Echaría de menos eso.

—¿Por qué? —Smellerbee sonaba traicionada—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dejaste a Jet con el Avatar?

—No, Aang y sus amigos se fueron. Yo también me voy. Y serían estúpidos si se quedan junto a Jet —dijo Bandida.

—Siempre seguiré Jet —dijo Smellerbee acaloradamente.

—¡Sí! Siempre ha estado con nosotros. Ha luchado por nosotros desde el principio —añadió Pipsqueak.

—Jet solo lucha por sí mismo —murmuró Toph, deseando evitar conflictos. Se dirigió a su cabaña de tierra y bajó la puerta. Una vez dentro, movió el suelo y surgieron cuatro objetos.

Los objetos más grandes eran martillos dobles, destinados a ser las armas de un Maestro Tierra. La mayoría de las veces, nunca los dejaba atrás, pero ahora los tomó, deslizando primero los mangos en su cinturón.

En segundo lugar, sintió un cinturón viejo y pesado... el premio del campeonato del torneo del Estruendo Tierra VI, en el que participó cuando sus padres aún estaban vivos. Dejó este objeto en el suelo.

El siguiente objeto era una caja: de madera, con un fino acabado en laca, tallada con la insignia del Reino Tierra y con esquinas detalladas y granuladas. Incluso después de estar bajo tierra durante mucho tiempo, estaba limpia, porque la dueña de la caja sacó la mayor cantidad de polvo posible al desenterrarla.

La chica se arrodilló y abrió la caja. Dentro había unos cuantos cachivaches.

Lo primero que sacó fue una pequeña muñeca de porcelana de una niña del Reino Tierra, que le había regalado su madre cuando era poco más que una bebé. A la niña no le gustó en su momento, pero fue una de las pocas cosas que pudo llevar consigo después de salir de su casa. Esta muñeca fue lo primero que metió en su bolso. Luego fue un peine verde, con el que la chica pasó varios minutos cepillando su cabello. Era de su madre. El pelo, un poco enmarañado pero bastante liso, le caía hasta la espalda. Cuando terminó, guardó el peine con cuidado en su bolso.

Por último, sacó una diadema verde de la caja. En cada extremo, había ovillos de algodón teñido e hilo, suaves y de clase alta. Se la había regalado su padre, quien le dijo que lo usara para mostrar su bonita cara en lugar de ocultarla tras su pelo. Se lo colocó en la cabeza.

Después de empacar la poca comida que tenía en su casa, la niña partió del campamento de los Libertadores, pero Smellerbee estaba esperando afuera.

—¿A dónde vas? —preguntó la otra chica.

—Voy por mi cuenta —respondió—. Puedes venir, pero nunca volveré aquí.

—¡Pero Bandida…!

—No me llames así —dijo, interrumpiéndola—. Ya no soy Bandida. Mi nombre es Toph Beifong.

Y entonces, Toph se fue. Smellerbee no la siguió.


Sokka miró las estrellas.

No podía dormir, no cuando su mente estaba tan ocupada. El Avatar, la Maestra Fuego y el espadachín dormían en sus sacos cerca del fuego, inusualmente cansados después de un día lleno de batallas y traiciones. Todavía estaba en estado conmocionado porque habían luchado por él y por un pueblo que su propia gente controlaba.

El Príncipe cerró su único ojo mientras golpeaba el suelo con el puño.

¿Qué les pasaba? ¿Por qué actuaban de esta manera? ¡Se suponía que eran sus enemigos! Lo habían capturado, lo habían alejado de su abuela. Se suponía que iba a ser al revés. Sokka era quien debía que capturar al Avatar.

Y no solo eso, sino que el chico había sido inusualmente amable con él. ¡Por el amor de Sedna, ¡el chico y sus amigos, que lo miraban con extrema aversión, le salvaron la vida! ¿Eran enemigos? ¿Captores? ¿Compañeros? ¿Camaradas? ¿Amigos? No, definitivamente no eso último...

Sokka quería gritar. Quería alejarse. Quería dejarlos atrás para siempre. ¡Lo confundían demasiado!

Y ahora, no había nada que lo detuviera. No estaba atado ni indefenso. No lo vigilaban por la noche. Podía escapar.

Y así lo hizo.


Toph no podía dormir.

Así que caminó y pensó. Y recordó. Dirigió sus cavilaciones a su familia, en la que intentaba no pensar desde que se unió a los Libertadores.

Cuando estaban vivos, los detestaba. Los Beifong eran una familia rica y noble, probablemente la más rica de todo el Reino Tierra gracias a un negocio que ella era demasiado joven para recordar, y mantuvieron a su pequeña hija ciega en reclusión. La ocultaron del mundo. Creían que era demasiado frágil y débil, como la muñeca de porcelana que llevaba en la bolsa a la espalda.

A lo largo del camino seco y desolado, Toph sintió un grupo de personas y dos caballos avestruz durmiendo en algo que era poco más que un pozo contra el tronco de un árbol muerto, uno de los únicos en kilómetros. La muchacha resopló. Todos ellos, seis hombres, todos comerciantes ambulantes, estaban dormidos e indefensos. Probablemente estaban de camino a Ba Sing Se. No había nadie vigilando, así que Toph entró en su campamento, echó un vistazo a su carro y tomó lo que necesitaba. Ni siquiera pensó en el dinero, porque los Libertadores nunca lo necesitaban, por lo que robó lo que creyó que podría servirle más tarde.

No en vano la llamaban la Bandida Ciega.

Después de su éxito, Toph revisó sus hallazgos, palpándolos entre sus dedos. Sorprendentemente, era un peine, pero los dientes estaban afilados y todo estaba hecho de hueso liso. Frunciendo el ceño, arrojó el objeto al suelo. Era un material de la Tribu Agua, lo que significaba que esos idiotas mercaderes provenían de la Tribu Agua o comerciaban con ellos. El pequeño sentimiento de culpa que se había alojado en su mente desapareció.

Su odio por las Tribus del Agua estaba justificado.


La niña, de siete años y medio, estaba escondida al amparo de la noche. No podía "ver" la oscuridad, pero se sentía cansada, así que razonó que pronto sería hora de irse a la cama. Y menos mal, porque estaba de camino a casa para hacer precisamente eso. Ya había pasado la hora de dormir que sus padres le fijaron, pero no le importaba en lo más mínimo.

Sonrió durante todo el camino, inmensamente feliz por su viaje a la ciudad. ¡Se había colado sola en el torneo Estruendo Tierra IV y ganó el cinturón del campeonato! ¡En su primer intento! Todos esos tipos eran farsantes, y los tejones topo le enseñaron bien. Quería agradecerles a sus amigos la próxima vez que se escapara a sus cuevas.

Toph Beifong aún no era una Maestra Tierra experta, pero estaba trabajando en ello. Pronto, se decía a sí misma, ¡sería la mejor del mundo!

Con sus pies, sintió a los guardias de su propiedad corriendo en un pánico, y Toph congeló de miedo. ¿La habían descubierto? ¿Sabían sus padres que se había escapado?

¡Protege la propiedad a toda costa! gritó un guardia. Toph arrugó el rostro confundida, sintiendo los pasos distantes de cientos de personas, todas infiltrándose en la ciudad de Gaoling. Podría haber más que se extendieran más allá del alcance de sus sentidos. Se estaban moviendo a escondidas, moviéndose de forma extraña, tirando a otras personas al suelo sin estar cerca de ellos. ¿Estaban controlando algún elemento? No sentía que la tierra se moviera con ellos... ¿Eran Maestros Agua? Toph sintió curiosidad al instante.

Toph estaba dentro de la seguridad de los muros de su propiedad, pero sintió que varias personas se acercaban a hurtadillas, con armas largas (¿lanzas?) y rodeando el lugar. Gruñó cuando uno se acercó a ella, casi asustando al hombre porque no la vio. Dio un puñetazo hacia adelante y el suelo se elevó para agarrarlo por la cintura, atrapándolo en su sitio.

¡¿Por qué están a mi casa?! exigió saber. El hombre no respondió, pero sus brazos no podían moverse, por lo que se sintió razonablemente a salvo de un ataque. Empezó a correr hacia su casa. ¡Tenía que advertirles a sus padres! Los guardias estaban siendo derribados a su alrededor, con extraños palos asomando por el pecho de ellos. ¿Por qué no se levantaron? ¿Por qué no podía sentir sus latidos?

Esto era malo… la niña, de siete años y medio, lo sabía. Era muy malo.


El frío metal y el hueso del boomerang de Sokka volvieron a sentirse como en casa en sus manos. Lo lanzó para probarlo, tratando de sentir si seguía volando igual o si Azula lo había estropeado de alguna manera, pero todo parecía estar en orden. Incluso su garrote era el mismo de siempre. Se las arregló para encontrar todas sus posesiones, que guardó antes de dejar el campamento del Avatar.

Después de estar muy lejos de ellos, la mente del guerrero se sentía más clara. Eligió no insistir en el tema de su rescate. En cambio, comenzó a planificar las cosas para evitar que su mente fuera en esa dirección.

Primero, iba a reencontrarse con su abuela en algún lugar. Tras estudiar rápidamente el mapa del Avatar, pero dejándoselo al chico, Sokka decidió que su mejor opción para encontrarla estaba en la ciudad portuaria de Gang Kou, que estaba bajo el firme control de la Nación del Agua, como la mayoría de las ciudades portuarias del Reino Tierra. Era grande y estaba en entre las principales rutas comerciales. Se sintió razonablemente seguro de su decisión. Además, estaba bastante cerca.

Entonces, con una perspectiva más brillante de la que había tenido en días, el Príncipe Sokka recorrió el camino a pie.


De día (cosa que sabía porque sintió el calor del sol golpeando su rostro) Toph se encontró con un letrero.

Por primera vez, Toph se puso a pensar en el lugar a dónde quería ir. Ni siquiera se había planteado antes considerar un destino. Solo quería caminar y poner la mayor distancia posible entre ella y Jet.

¿Quería simplemente vagar sin rumbo fijo, sin un propósito, robando por capricho a quien se cruzara en su camino? ¿O quería ir a otro lugar y comenzar una nueva vida? ¿Encontrar una nueva pandilla de niños, huérfanos, a los que dirigir con su experiencia? Esa idea le gustaba bastante. Encontrar una vida en un lugar como Ba Sing Se no le atraía.

Pero le habría gustado saber dónde estaba. A lo lejos, escuchó y sintió un carro que se movía en su dirección, tirado por dos caballos avestruz. Que ironía.

—¿Disculpe? —dijo Toph dulcemente, llamando la atención de los comerciantes que estaban en el carro—. ¿Podría decirme dónde estoy?

Uno de los desaliñados comerciantes detuvo el carro, mientras ella sentía las miradas de todos.

—¿Qué hace una niña como tú sola? —preguntó uno de ellos—. ¿No eres un poco joven?

—Sólo estoy tratando de encontrar el camino de regreso a la ciudad porque me escapé. Quiero ver a mi papá de nuevo —dijo con fingida tristeza. Todos se lo creyeron.

—¿No puedes leer el letrero? Gang Kou está por el camino de la izquierda —dijo irritado. Toph agachó la cabeza.

—No... no sé leer. ¡Pero muchas gracias, señor! —dijo ella. Los comerciantes se alejaron por un camino diferente—. Idiotas —murmuró en voz baja.

Gang Kou. Eso sonaba como un buen lugar para empezar.


Toph se apresuró a recorrer los pasillos vacíos de su casa, buscando a sus padres por todas partes. La mayoría de los guardias que patrullaban los pasillos estaban tratando de contener a los Maestros Agua, pero Toph sabía que sus padres estarían a salvo dentro de la casa. Puso su mano en el suelo, deseando que sus sentidos se extendieran aún más. Allí... los encontró dirigiéndose apresuradamente a su habitación. Estaban en el mismo piso que ella.

Uh-oh murmuró para sí misma. Afortunadamente, había túneles que ella misma construyó y que se extendían alrededor de la parte inferior de su casa, conduciendo a cada una de las habitaciones. Se hundió en el suelo y se abrió paso a través del túnel, apareciendo en su habitación y sellando el agujero justo cuando entraban.

¡Toph! ¿Qué estás haciendo despierta? le preguntó Lao Beifong con severidad.

Acabo de escuchar ruidos aterradores afuera dijo débilmente, adaptándose a la imagen de una niña pequeña—. Quería ir a buscarte. Maldita sea, esperaba que no se dieran cuenta de todo el polvo que la cubría...

Está bien, querida. Ven conmigo dijo Poppy, su madre. Extendió una mano y Toph la tomó, siguiendo a sus padres mientras salían de su habitación—. Solo quédate tranquila y no tengas miedo, Toph. ¿De acuerdo? Era extraño, considerando que el ritmo cardíaco de sus padres estaba muy acelerado. ¿De qué tenían miedo? Seguramente los guardias podrían manejar las cosas. Y si no, ¡Toph podría!

Toph sintió muchos golpes en la planta baja de la casa, el mismo piso en el que estaba la pequeña familia. Aparentemente, sus padres también lo escucharon y se detuvieron.

Toph, ¿serías capaz de cavar un agujero en el suelo con tu Tierra Control? preguntó su padre, arrodillándose frente a ella. Toph se quedó sorprendida. ¡Su padre nunca le permitía hacer Tierra Control a menos que estuviera bajo la estricta mirada del Maestro Yu!

Algo debía estar realmente mal.

S-sí, eso creo dijo. Ahora incluso Toph comenzaba a sentirse asustada.

Hazlo ahora dijo su padre—. Y entra en ese agujero, y no salgas, no importa lo que escuches, ¿de acuerdo? La agarró por los hombros con firmeza—. Prométemelo, Toph.

Lo prometo dijo rápidamente—. ¿Pero qué pasa? ¡Los dos pueden venir conmigo! Tengo túneles secretos debajo de la casa... ¡Podemos escondernos todos juntos! Casi esperaba que se enfadaran por su declaración.

 No dijo su madre—. Sería demasiado sospechoso, y nos buscarían, y nos encontrarían a todos. No saben que existes. Estás a salvo, mi amor. Su madre se arrodilló al otro lado—. Te amamos, Toph. Pase lo que pase.

¿A dónde van? les preguntó. Lágrimas corrían por su rostro ahora.

Nos vamos por un tiempo, para lidiar con algunos clientes enojados dijo su padre—. Pero volveremos.

¿Lo prometen? Toph quería una confirmación.

Su padre hizo un ruido con la garganta, pero le respondió.

Lo prometemos. Volvió a haber un cambio repentino en su frecuencia cardíaca, uno que Toph captó. ¿Qué significaba eso…?

Más tarde, tras rodearse de más gente, descubrió que a eso le llamaban mentiras.

Tanto su madre como su padre la abrazaron, pero hubo otro golpe, y esta vez fue mucho más cercano.

¡Vete, Toph! la apresuró su madre—. ¡Haz tu agujero y escóndete! ¡Recuerda, no salgas! Con un rápido asentimiento y una repentina determinación de mostrarles a sus padres lo buena Maestra Tierra que era realmente, abrió el piso y cayó en sus túneles ya hechos. Sus padres hicieron caso omiso a sus poderes de Tierra Control, solo vieron a su pequeña hija desvanecerse en la oscuridad. Toph levantó las manos y las juntó, cerrando el agujero sobre su cabeza. Ya no podían verla, pero ella sabía que todavía estaban allí. Y luego ambos se alejaron a toda prisa.

Usando sus túneles, Toph los siguió por debajo.


Gang Kou era una gran ciudad, de lo que Toph se dio cuenta una vez que puso los pies en ella. Se quedó con la boca abierta de asombro, nunca esperó algo como esto. Había creído que el pueblo en el valle era grande, y tal vez incluso Gaoling, su antigua ciudad natal, era aún más grande (no es que recordara mucho de ella) pero esto...

Los dos guardias de la Tribu Agua no prestaron atención a la Maestra Tierra mientras cruzaba la entrada, llena de comerciantes que entraban y salían. La niña de doce años estaba orgullosa de sí misma por haber encontrado todo por su cuenta. ¡Y una ciudad así de grande tenía que estar llena de huérfanos de guerra!

Mientras caminaba por la ciudad, se enteró, escuchando las conversaciones, que esta era una ciudad portuaria y una bastante importante. Eso significaba que tenía agua… Y donde sus sentidos sísmicos se cortaron repentinamente, significaba que el agua estaba cerca. No podría ver el gran océano (no es que fuera una fanática de los mares, de todos modos) pero esperaba sentirlo de alguna manera. Con su sentido guiado de la dirección, Toph se dirigió a los muelles.

Extrañamente, muchas personas también se acercaron, entusiasmadas por algo. Manteniendo sus oídos atentos en las conversaciones que captaba mientras todos pasaban corriendo su lado, Toph pudo deducir que alguien importante estaba llegando.

—¿La Princesa? ¿Realmente vendrá aquí?

—¿Pero por qué?

—¡Vamos a ver!

¿Princesa? ¿El Reino Tierra tenía una princesa? Toph lo dudaba.

—¡Princesa del Hielo Katara! —Uno de sus fanáticos estaba echando espuma por la boca.

Supongo que no.

Una Princesa de la Tribu Agua, ¿eh? Eso llamó la atención de Toph, y la niña no pudo evitar preguntarse si era solo una princesita remilgada o si realmente era digna de su título. No sabía nada de las costumbres de los Maestros Agua. Si podía luchar, entonces… Toph sonrió. En ese caso, esa chica iba a caer. Sería un duro golpe para sus enemigos si su princesa fuera eliminada, ¿no? Toph no temía las repercusiones. Ella era la mejor Maestra Tierra del mundo.

Así que Toph siguió a la gente hasta donde se estaban reuniendo. Las vibraciones se dispararon, pero pudo detectar una rampa bajando de un barco atracado. Estaba hecho de un metal muy caro. La Maestra Tierra se unió a la multitud mientras esperaban frente a la nave.

Los primeros en descender fueron los miembros de la Guardia Real, formados en flancos ordenados mientras caminaban hacia el puerto rocoso. En el momento en que todos se detuvieron y se prepararon para recibir a su Princesa, Toph hizo su movimiento.

Separándose de la multitud, echó los brazos hacia adelante mientras la tierra se levantaba alrededor de cada uno de los Guardias Reales y los tiraba hacia abajo, hundiéndolos a todos hasta los hombros. En instantes, Toph había inutilizado a todos los guardias de la princesa. La multitud se alborotó de inmediato y los guardias de la ciudad, de la Tribu Agua, fueron tras la Maestra Tierra, pero unas losas de piedra se alzaron frente a ellos y se estrellaron contra ellos, lanzando a los soldados con lanzas al agua salada, la cual no podían controlar. Toph sonrió al sentir que alguien más bajaba por la rampa. Tres personas, para ser exactos.

—¿Qué clase de asesina eres? —preguntó una de ellas al pisar tierra firme. Los sentidos de Toph inmediatamente analizaron a esta chica, revelándole que llevaba un pesado ropaje y que se estaba abanicando—. ¡Estás atacando a la luz del día! —¿Podría ser esta la princesa?

—¡No soy una estúpida asesina! —gritó Toph en respuesta, una vez que las otras dos chicas siguieron a la primera. La del medio, que tenía ropa más ligera, se adelantó un poco, pero había nada destacable en ella. Y también estaba desarmada. La tercera, sin embargo, vestía una túnica, lo cual era extraño porque bastante calor, y era la única que Toph podía notar que estaba armada: una katana larga. ¿Eso era todo? ¿Solo tres chicas, dos de las cuales estaban desarmadas? No sabía cuál era la princesa, pero podría encargarse de todas, ¡sin problemas!—. ¡Solo estoy aquí para bajarle los humos a la Tribu Agua!

—Estoy impresionada —dijo la chica del medio—. Has derribado a toda mi Guardia Real. —Toph enarcó una ceja. ¿Así que esta era la princesa Katara, ya que había dicho que era su Guardia? Toph gruñó y extendió su postura, sacando los pesados martillos de su cinturón—. Suki, Yue, encárguense de ella. —La multitud se quedó en silencio.

—¡Entendido! —dijo la chica de los abanicos con entusiasmo—. Estoy más que lista para una buena pelea. —Abrió otro abanico y cargó contra Toph, lo que hizo que la chica resoplara. De verdad, ¿qué esperaba hacer con un par de abanicos? Su propia madre solía ocuparlos con frecuencia y no podía pensar en ningún uso mortal para ellos. Toph golpeó el suelo frente a ella con ambos martillos, agrietándolo en toda su extensión y haciéndolo elevarse y retorcerse, creando una ola irregular de pilares de roca que iban en línea recta. La chica de los abanicos, Suki, supuso, se apartó del camino con elegancia, pero al mismo tiempo corrió de nuevo hacia Toph. Levantó uno de sus martillos, arrastrando un pilar tras este, y golpeó la roca en el aire, lanzándola a Suki como un misil. Con asombrosa velocidad, la chica se agachó bajo el ataque y siguió avanzando hacia Toph.

Toph dio un paso atrás.

Sus martillos de acero giraron, enviando una lluvia de piedras a la chica cuando estuvo lo suficientemente cerca como para golpear a Toph, haciéndola retroceder un poco mientras usaba sus abanicos de metal para bloquear los pequeños y numerosos ataques. Rápidamente, al darse cuenta de que los martillos eran demasiado lentos para ser de utilidad en esta batalla, Toph volvió a engancharlos a su cinturón y echó su mano hacia adelante para mover la tierra lo suficiente como para darle a Toph algo más de espacio.

La segunda chica, después de mostrar cierta vacilación, corrió tras Toph ahora, sosteniendo la larga y delgada katana a un costado, arrastrándola detrás de ella. Toph lanzó dos rocas al mismo tiempo hacia ambas chicas, Suki esquivó uno y Yue dividió la otra por la mitad con un corte bajo, y volvieron a atacarla. Cuando Yue se acercó, Toph esquivó un tajo inminente y la golpeó con una roca en su flanco expuesto, mientras se giraba justo a tiempo para sentir la punta afilada del abanico de Suki rozar su codo, pero una serie de rocas la arrojaron lejos. Toph maldijo. Resulta que esos abanicos son armas de verdad.

Se deslizó hacia adelante en la tierra mientras se doblaba y alisaba a su voluntad, y ahora que estaba detrás de las chicas, de espaldas a ellas, dio un salto hacia adelante y forzó sus codos hacia atrás, golpeándolas a ambas en el trasero con tierra levantada, empujándolas. hacia la multitud, que de repente entró en pánico y corrió.

Toph levantó sus manos en garras en dirección a Katara, que estaba quieta y observaba la batalla, mientras Suki y Yue se levantaban detrás de Toph y se ponían en posición de nuevo. No se movieron, esperando a ver qué haría Katara.

Durante la batalla, Toph se las arregló para obtener un análisis detallado de las dos chicas que tenía a su espalda. Suki era rápida, agresiva e inesperadamente peligrosa, la primera en iniciar la batalla. Sus armas ligeras le permitían moverse libremente. Yue, por otro lado, era un poco más lenta debido al peso de su espada, pero era capaz para dar golpes mortales con ella. Blandía su katana con una especie de gracia calmada, como el movimiento del agua. Parecía reprimirse con sus golpes, casi como si no le gustara pelear. No había dicho ni una palabra.

—De nuevo, estoy impresionada —dijo Katara—. Vamos, chicas. Este será un buen calentamiento para nuestro enfrentamiento contra el Avatar.

—¡Vamos! ¡Quiero pelear contigo ahora, no con tus amiguitas! ¡Debes ser una remilgada princesita si las necesitas para que luchen tus batallas por ti! —se burló Toph, al darse cuenta de que su objetivo era Aang. Eso era interesante. Katara descruzó los brazos y adoptó una postura de Agua Control.

—¡Eres buena, pero yo soy mejor! —gritó Katara—. ¡Veamos qué piensas después de esto!


Toph siguió a sus padres mientras corrían hacia la sala de reuniones, donde la Maestra Tierra pudo sentir a los últimos guardias de la propiedad escondiéndose. Estaban planeando una última resistencia contra los asaltantes. Toph pudo escuchar la mayor parte de lo que se decía.

Inundaron la mayor parte de la ciudad dijo un guardia.

Congelaron y destrozaron todo dijo otro—. Maestro Beifong, ¿qué debemos hacer?

Tenemos que seguir luchando. Nos encontraremos con ellos aquí dijo Lao. 

¡Ya vienen! chilló Poppy. Las puertas del estudio se abrieron de golpe cuando la gente entró en la habitación, moviendo sus brazos y piernas hacia los ocupantes. A veces, Toph podía sentir el agua corriendo por el suelo sobre ella, pero cuando mantenían su elemento elevado del suelo, Toph no podía sentir nada. Sus guardias cayeron al suelo, donde los latidos de sus corazones se volvieron cada vez más rápidos y luego se quedaron quietos. Toph estaba preocupado. ¿Qué significaba eso? ¿Qué les estaba pasando a todos? 

Al final, sus propios padres fueron los únicos que quedaron en pie. Lao se puso delante de su esposa.

¿Qué quieres con nosotros? Un asaltante le cortó el brazo y Lao cayó de rodillas ante el grito de Poppy, que estaba temblando tanto que a Toph le costaba sentir algo más. La misma Toph estaba temblando... ¿Qué les estaba pasando a sus padres? ¿Se quedarían quietos como los guardias? Toph quería ayudar, luchar contra estos Maestros Agua, ¡pero prometió quedarse aquí, pasara lo que pasara! 

Pasara lo que pasara.

¡No toques a mi esposa!

¡Lao!

Toph acurrucó las rodillas contra su pecho y lloró.  

Sus padres fueron levantados del suelo de repente, ambos sin hacer ruido, y cuando cayeron momentos después, se sentían… diferentes.

Muchas horas después, mientras los soldados se dispersaban por toda su propiedad, Toph perdió el conocimiento.  

Más tarde, Toph despertó y descubrió que todo estaba quieto. Seguía hecha un ovillo, apoyada en la roca, con rastros de lágrimas surcando su rostro. Todo estaba en silencio por encima de ella. No sentía a mamá y ni a papá. ¿Los secuestraron?

Finalmente, Toph creyó que era seguro salir de su agujero y entrar directamente al estudio donde escuchó por última vez a sus padres. Había gente tumbada por toda la habitación, lo que había sucedido más de una vez en la casa de los Beifong después de las fiestas que sus padres solían dar. Pero ahora no sentía ningún latido.

Caminó hacia donde estaban sus padres por última vez, sintiendo que un par de personas no identificables yacían en el suelo una al lado de la otra. Sabía que eran ellos, vestidos con sus habituales túnicas pesadas y lujosas.  

¿Mamá?, ¿papá? preguntó tentativamente, arrodillándose junto a ellos. Su mano agarró uno de sus brazos. ¿Por qué no podía distinguirlos?—. Despierta. Lo sacudió, pero estaba rígido. Agarró el brazo con más fuerza, pero no esperaba que fuera tan delgado. Y no podía ser su madre, porque ahora notaba que tenía el cabello corto. Este era su padre—. ¡Papá, por favor, abre los ojos! ¿Qué le pasaba a su brazo? Bajó la mano para entrelazar sus dedos con los de su padre, pero se sentían secos y quebradizos, tan arrugados como los de un anciano. Sintió los huesos bajo su piel dolorosamente delgada. 

Toph lloró sobre los cuerpos sin vida de sus padres.

Gracias a los dioses que no podía ver, porque las expresiones de sus padres eran de puro temor, su piel tensa y seca, estirada sobre esqueletos quebradizos, sus cuerpos congelados para siempre en un horror mortal.


Katara levantó las manos y una inmensa ola se elevó desde el puerto, el agua, a su entera disposición, se acumuló sobre su cabeza dando vueltas, pero Toph no podía ver lo que estaba sucediendo. Una vez que Katara dejó caer las manos, Toph erigió un escudo de tierra, sin anticipar el poder repentino del ataque. Su frágil roca comenzó a resquebrajarse bajo la presión a medida que el agua se filtraba por todas partes, llegando hasta sus tobillos. A pesar del agua, Toph sintió que Suki y Yue se acercaban por detrás, así que empujó su mano hacia abajo y se el suelo se movió, elevándose a sí misma sobre un pilar de tierra.

Katara se movió para atacar de nuevo, lanzando agua en su dirección, pero, en cambio, la roca fue empalada con hielo justo por debajo de Toph, mientras que Suki la sorprendió arrojando también algo. Toph echó la mano hacia atrás, atrapando el abanico de metal justo antes de que la golpeara, y lo tiró al suelo. Sintió que el agua se arremolinaba en torno al pilar en el que estaba, subiendo y ganando poder al mismo tiempo que Suki trepaba por la roca.

Toph dio una patada hacia atrás, golpeando a Suki en el estómago y derribándola, mientras dejaba caer su pilar de tierra y se deslizaba hacia adelante sobre él, interrumpiendo el ataque de Katara, levantando las manos hacia arriba para bloquear el repentino torrente de agua. Una vez que estuvo de nuevo en el suelo de nuevo, sintió que Yue se acercaba a ella, blandiendo su espada en rápidos golpes horizontales, pero Toph deslizó numerosos bloques por el suelo para intentar detenerla.

En lugar de sacar más agua del mar, Katara sacó municiones de los charcos de agua salada que había dejado sus ataques y giró los brazos para disparar veloces y numerosas ondas de agua, tan afiladas como navajas, a la Maestra Tierra. Toph tuvo dificultades para esquivarlas todos, ya que solo se necesitaba uno para atravesar sus defensas de roca. Puso toda su concentración en bloquear los ataques de Katara, así que no estaba preparada para que Suki saliera de la nada con su abanico extendido. La chica Kyoshi lo cerró en el último momento y le propinó un puñetazo a Toph en la cara, tirándola al suelo donde se retorció sobre su espalda, empujando sus manos hacia arriba, enviando una columna de granito hacia Suki, de la cual ella se apartó con ligereza. Antes de que Toph pudiera impulsarse para volverse a poner de pie, el hielo cubrió su cuerpo y la inmovilizó en donde estaba. Fue totalmente incapaz de moverse.

—Tú, pequeña y molesta Maestra Tierra —dijo Katara mordazmente—. Vienes a desafiarme de la nada y no tienes la habilidad para respaldar tus palabras. Ni siquiera me voy a molestar en hacerte mi prisionera.

—¡Hey, tú misma dijiste que estabas impresionada! —argumentó Toph, tomándose esto como una ofensa—. ¡Soy la mejor Maestra Tierra del mundo!

—Entonces el Reino Tierra está en un estado lamentable —respondió Katara, formando una lanza de hielo en el aire con su Agua Control—. Adiós, Maestra Tierra. —Se preparó para apuñalar a Toph, quien trató de mover la tierra congelada debajo de ella... Vaya, esta chica era buena, incluso había congelado el suelo varios metros bajo de ella... Toph gruñó y se tensó.

Pero algo, lo que sea que haya sido, hizo que la Princesa se detuviera, y eso era lo que Toph necesitaba. Salió de su prisión de hielo con una explosión de roca y tierra, lo que provocó que las tres muchachas retrocedieran. En lugar de luchar, Toph optó por escapar, girando sobre sus talones y deslizándose por el suelo, levantando una nube de polvo detrás de ella para ocultar su huida.

Toph tenía una expresión oscura en el rostro mientras abandonaba la batalla. Odiaba admitir su derrota, pero esa estúpida Princesa de Hielo había hecho trampa y convirtió el enfrentamiento en un tres contra uno, lo cual no era justo en absoluto. Sin embargo, tenía que admitir que Katara y sus dos acompañantes eran poderosas, y el hecho de que estuviera buscando a Aang no era nada bueno... Tenía que advertirles y, posiblemente, encontrar otra oportunidad de luchar contra la Maestra Agua...


Algún tiempo después, Toph escapó de casa.

Después de reunir algunas de sus posesiones inútiles, como una muñeca vieja y el peine de su madre, las metió en una pequeña caja pulida que tenía su papá. Y luego dejó la propiedad de los Beifong para siempre.  

Afuera, en la ciudad de Gaoling, pudo percibir que los asaltantes se habían ido... Pero toda la gente también. Los latidos de sus corazones estaban quietos, y las casas se encontraban en ruinas, pedazos de piedra caían por todas partes.  

Pero en algún lugar entre los escombros, había un corazón que aún latía. Estaba debajo de un montón de rocas, por lo que Toph se sorprendió al encontrarlo. El latido era lento, pero una vez que comenzó a levantar las rocas con su Tierra Control, se aceleró mientras la pequeña figura temblaba de emoción. Era un niño que se había escondido en un agujero hasta que dejó de oír la refriega, pero cuando las casas se derrumbaron, debió haberse quedado atascado. Era un poco mayor que Toph y no se conocían, pero estaban felices de haber encontrado a alguien.  

Más tarde se enteró de que su nombre era Jet, y ella le dijo que se llamaba Bandida, el nombre que había usado en el Estruendo Tierra IV.  

No hacía falta decirlo, pero se convirtieron en los mejores amigos... Los únicos supervivientes de la destrucción de Gaoling.


Toph arrastró los pies por el camino seco y rocoso. Estaba sedienta, herida y cansada, pero no podía detenerse. Había soldados tras ella, pero perdieron a la Maestra Tierra en algún lugar del desierto. Debieron haber abandonado la persecución, sabiendo que no sobreviviría.

El calor del sol quemaba su rostro inexpresivo. No se dio cuenta de que sus pasos eran cada vez más lentos. Y no notó cuando su cabeza golpeó el suelo, porque se había desmayado.


—¿La han encontrado?

—No, Princesa. Escapó de nuestros hombres, pero se ha adentrado en una de las áreas más secas del Reino Tierra, sólo superada por Si Wong —dijo el soldado.

—Está bien, entonces. No lo logrará después de todo —respondió Katara. Esa estúpida Maestra Tierra tuvo suerte, porque Katara podría haber jurado que escuchó una voz que la distrajo cuando le gritó que dejara de hacer lo que estaba haciendo, pero debió haberlo imaginado. Además, era una voz tan familiar.

Desechó el pensamiento. Había sido demasiado extraño.

—Hama —dijo Katara, llamando a su maestra—. Dejaré atrás a la Guardia Real. Hoy han demostrado su inutilidad. Viajaré únicamente con mi pequeño equipo. Cazaremos al Avatar solo nosotras tres.

—Muy bien —dijo la anciana.

Suki sonrió.

—¡Es hora de encontrar a Sokka! —dijo sugestivamente. Yue simplemente sonrió.

—Sí, Sokka…

—Deja de babear. ¡Ni siquiera lo has visto todavía!


Sokka se cubrió del fuerte sol, tomando un largo trago de su abundante cantidad de agua. La ciudad portuaria estaba tentadoramente cerca, allí podría encontrar una comida caliente, una cama de verdad, y a su abuela… Sí, las cosas estaban mejorando.

Arrastró los pies por el camino seco y rocoso durante mucho tiempo. La monotonía lo estaba afectando, por lo que su aguda vista (que carecía de percepción de profundidad) buscó algo interesante. Casi de inmediato, vio una mancha negra delante de él en el camino. El Príncipe ladeó la cabeza. Su ojo pudo distinguir la forma de una persona. Corrió hacia la figura colapsada, pero se detuvo en seco al reconocerla.

Era una de esos Libertadores, la Maestra Tierra. ¿Cómo se llamaba? ¿Bandida?

¡Ayúdala, tonto!

¡Pero si era una de los Libertadores! ¡Ella me torturó! Ni siquiera se le ocurrió que estaba discutiendo con su subconsciente.

¡No ella específicamente! ¡Dale un poco de agua!

¡Oblígame!

Pero mientras Sokka pensaba en ello, su lado caballeroso venció a su lado racional, y se arrodilló junto a la chica caída y descorchó su piel llena de agua. Tenía la boca entreabierta y los ojos vidriosos. Esto no era bueno.

—Toma, dale un trago —le dijo. Le echó un poco en la cara y le dejó caer un poco en la boca abierta y luego en la garganta. Ella se atragantó y abrió los ojos débilmente. Sus manos se clavaron en suelo y su mirada perdida se volvió feroz.

—¡Aléjate de mí! —gritó ella.

—¡Estoy tratando de ayudarte! —gritó Sokka en respuesta. Ella saltó lejos de él con un repentino estallido de energía.

—¡No, no lo hacías! ¡Me estabas ahogando! —replicó ella, pero de repente se sintió invadida por una oleada de vértigo y se cayó—. No, no voy a escucharte.

—¿Espera, qué?

—¿No dijiste algo? —preguntó la niña.

—No... ¿Estás bien? —cuestionó tentativamente—. ¿Qué estás haciendo aquí sola?

—¿Crees que no puedo manejarlo solo porque soy ciega? —desafió ella.

—No es eso. Estás deshidratada —respondió—. Toma, bebe un poco más.

—¿Y si está envenenado?

Puso los ojos en blanco, tomando un sorbo para demostrar que estaba bien. Entonces la niña se lo quitó de las manos y engulló una gran parte.

—¡Hey! ¡Aún tenemos que llegar a la ciudad!

—No voy a ir a la ciudad —respondió, limpiándose la boca—. Allí hay una Princesa Maestra Agua loca que está cazando a Aang. Tengo que advertirle. —Sokka abrió los ojos de par en par y Bandida saltó de repente con sorpresa—. ¡Oye! ¿Por qué no estás con Aang?

—Escapé... —murmuró—. ¿Dijiste que querías ir a buscarlo?

—Sí. ¡Y vas a volver conmigo, se empeñó mucho en retenerte el otro día! —afirmó ella. Sorprendentemente, él no puso ningún reparo a su declaración.

Ve con ella.

—Está bien, está bien. Te llevaré con él —le dijo Sokka.

Si estaba con Aang… Eso significaba que encontraría a su hermana.

Y Sokka regresó por donde había venido, con Bandida a su lado.

Chapter 28: La Persecución

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 7: La Persecución

 

Confiaba en Suki. Formaba parte de su equipo ahora, tanto como cualquier otra persona, incluido Haru.

Pero ahora, debido a los agentes Dai Li y a las maquinaciones de Azula, Aang y Suki eran los únicos que quedaban para enfrentarse a la tiránica Maestra Fuego. Ambos estaban vestidos con sus disfraces del Reino Tierra, Suki con su viejo uniforme de guardia de la Bahía Luna Llena, ya que era allí donde la batalla estaba sucediendo actualmente.

Estaban luchando en la cima de un paso de montaña, corriendo para derrotar a Azula antes de que ella pudiera destruir personalmente el santuario oculto, uno que albergaba un orfanato de niños cuyos padres habían sido las más recientes en la guerra... la lluvia de destrucción de Ozai sobre el Reino Tierra. Y la princesa estaba haciendo esto solo para bajar aún más su moral y eliminar a los sobrevivientes. Con la ayuda del Dai Li, escaló el traicionero paso de montaña.

Solo Aang era lo suficientemente ágil para seguirla. Con el Dai Li obstruyendo el camino de todos los demás, solo Suki pudo seguirle el ritmo. Y lo hizo bien, la chica Kyoshi ni siquiera se quedó sin aliento. Llegaron a la cima de la montaña. La nieve yacía a sus pies.

Hmm canturreó Azula—. Parece que los Dai Li no pudieron vencer a todos tus molestos amigos. Le lanzó una mirada significativa a Suki—. Mi prisionera favorita... No tienes lugar en esta pelea.

Aang no estaba muy seguro de cómo había sucedido, pero tener a Suki a su lado era mucho mejor que estar solo. Aunque temía por su seguridad...

La Guerrera Kyoshi desenfundó sus relucientes abanicos dorados.

Ya veremos. Me he vuelto mucho más fuerte dijo con una sonrisa de satisfacción.

Azula puso los ojos en blanco.

¿No recuerdas lo que pasó la última vez?

Suki estaba a punto de responder, pero Aang le tendió una mano y la detuvo.

Ella solo está tratando de provocarte. Es mejor no hablar con Azula antes de pelear con ella. Créeme, lo sé por experiencia.

Bien, entonces dijo con determinación—. ¡Las acciones hablan más que las palabras, de todos modos!

Se lanzó a la carrera, impulsada hacia adelante por Aang, quien empujó la tierra bajo sus pies. Acelerando hasta llegar a su lado, Aang transformó la nieve en afilados carámbanos, obligando a Azula a esquivarlos. Suki redirigió su impulso con una patada desde un afloramiento de rocas, atrapando uno de los brazos de Azula en entre sus afilados abanicos. La mano libre de Azula se preparó para disparar fuego contra ella, pero Aang lanzó una roca en el puño, cubriéndolo por completo. Azula aprovechó la fuerza de su ataque para doblarse hacia atrás en una patada, golpeando a Suki en el estómago. Más rocas rodearon a Aang, deslizándose por el suelo y hacia los pies de Azula.

La Maestra Fuego tuvo que seguir moviéndose después de eso. Aang disparó una plataforma desde el suelo debajo de Suki, catapultándola por encima de Azula, casi dándole una patada en la cabeza. Azula esquivó a duras penas el inesperado ataque, lo que provocó que el pie de Suki se clavara en su hombro y lo usara para saltar lejos. Girando tan pronto como aterrizó, Suki se abalanzó de nuevo hacia la Maestra Fuego, abriendo sus abanicos lo suficientemente rápido como para disipar una de sus ráfagas de fuego azul, luego cerrándolos nuevamente para golpearla en la cara.

Azula salió volando hacia atrás, tambaleándose por el golpe, pero rápidamente se puso de pie, gruñendo. Unos cuantos mechones de cabello se habían salido de su apretado moño.

No sé qué está pasando con Azula, pero algo no va bien especuló Aang con calma, ocultando su sorpresa por las habilidades de combate cuerpo a cuerpo de Suki. En realidad, nunca había tenido la oportunidad de presenciarla en acción...

Ha estado así desde que mató a Mai y Ty Lee dijo Suki, entrecerrando los ojos.

Es posible que hayan mejorado dijo Azula bruscamente, aparentemente sin escucharlos—. ¡Pero aun así los mataré a los dos! Guardando prudentemente la distancia, Azula disparó puños de llamas contra ellos, pero Aang se puso frente a Suki y apartó la mayoría de las llamas con su bastón. Cuando comenzó a atacarlos con diferentes ráfagas de fuego, Aang tuvo dificultades para mantenerlos a raya. No podía esquivarlos por completo, porque se suponía que debía proteger a Suki. Moverla a un lado la dejaría expuesta: estaba justo detrás de él.

Cuando Aang giró la cabeza por una fracción de segundo para ver cómo estaba, estuvo a punto de girarse por completo para comprobar lo que vio, una acción que le habría costado la vida. Suki se había ido, pero ahora corría hacia Azula desde un costado. La Maestra Fuego no se había dado cuenta y continuó descargando una andanada de ataques contra el Avatar, hasta que Suki la golpeó en la cara con el pie.

Azula retrocedió de nuevo, tambaleándose, y le dio a Aang una oportunidad para mover el suelo debajo de ella, alterando su equilibrio aún más. Suki atacó sus flancos indefensos, golpeándola en el estómago con los puños. Azula jadeó de dolor pero logró detener su caída con una mano, extendiendo ambas piernas y barriéndolas en una ola de fuego azul, haciendo tropezar a Suki e inmediatamente invirtiendo sus posiciones. Afortunadamente para la chica Kyoshi, Aang estaba a su lado y la hizo rebotar con nieve, y las dos chicas se enzarzaron en una pelea de puños. Los ataques de Azula estaban salpicados de llamas, pero Suki desplegó sus abanicos para atrapar y disipar todo el fuego, un enemigo peligroso para Azula a corta distancia.

Azula, cada vez más frustrada, se volvió y se puso en movimiento, tratando de poner distancia entre ellos. Lanzaba continuamente bolas de fuego a Suki, pero Azula era más rápida. Aang se apresuró a alcanzarlas, y sabiendo que Suki podía arreglárselas sola, la ayudó a volver de nuevo a la refriega creando una rampa de hielo sobre la que se deslizó. En un intento de distraer a Azula, lanzó una piedra sobre la cabeza de Suki y corrió a su máxima velocidad para ganar impulso y arrojarle todo el aire que pudo desplazar.

¡Solo acéptalo, Azula! le gritó Aang—. ¡No puedes con los dos a la vez! Azula había alcanzado una de las crestas de la montaña, obteniendo con éxito una ventaja de altura. Pero eso no la protegía de Aang, quien la atacaba continuamente con hilos de agua que giraban y picos que emergían del suelo debajo de ella, ocasionalmente expulsando una ráfaga de fuego junto a las de aire.

¡Y definitivamente no con los tres! gritó Sokka, emergiendo desde abajo. Aang abrió los ojos de par en par.

¡Sokka! ¡El Dai Li! gritó, tratando de rechazar a Azula tanto como pudo mientras Suki trepaba justo detrás de ella. Lanzó un arco de viento hacia el infierno de llamas azules que se acercaban a él.

Katara, Toph y Zuko se están encargando dijo Sokka, desgastado pero apenas herido por su batalla con el Dai Li mientras levantaba su espada negra—. ¡Derribemos a Azula de una vez por todas!

—¡Si tienes tanta ventaja en números yo podría reducirlos un poco! gritó Azula en respuesta, sonriendo, mientras comenzaba a hacer círculos con los brazos, tejiendo el mortal ataque del rayo mientras la energía crepitaba a lo largo de sus dedos y subía y bajaba por todo su brazo. Aang entornó los ojos, esperando fervientemente que Azula lo atacara a él o a Sokka. Podría defender a Sokka y redirigir el rayo, pero si Suki estaba tan lejos de él… No iba a alejarse del lado de Sokka.

Suki continuó trepando por la rígida ladera de la montaña, sujetándose a todos los asideros rocosos que pudo y escalando sin la ayuda del Fuego Control, como solía hacer Azula. Encontró el pequeño camino en el que se encontraba Azula y comenzó a correr tras ella. Azula tenía los ojos puestos en Aang, podría interrumpir el ataque...

Aang sabía lo que iba a pasar antes de que sucediera. La sonrisa de Azula era oscura y maliciosa mientras volvía los ojos de Aang a Suki, quien se acercaba rápidamente a ella desde un costado. Sosteniendo su rayo en sus manos como una serpiente monstruosa, de repente apuntó sus dedos en la dirección a Suki, y la habría golpeado directamente en el pecho si Aang no hubiera logrado impulsar a su amiga en el aire con una columna de piedra a tiempo. En cambio, el ataque de Azula hizo estallar la roca en millones de trozos calientes y fundidos, y Suki se elevó en el aire justo encima de ella. Azula vio esto, y antes de que nadie pudiera hacer nada más, un segundo rayo salió disparado de su mano y golpeó a Suki con una precisión mortal, tirándola por los aires, arrojándola directamente desde la montaña.

¡No! gritó Aang, angustiado, mientras Suki caía hacia su muerte. Estaba casi dispuesto a saltar justo detrás de ella, pero Sokka corriendo para atacar a Azula sin ningún tipo de razonamiento lo puso inmediatamente de nuevo en la ofensiva—. ¡Sokka, vuelve! ¡Yo me ocuparé de ella!

¡No, voy a matarla! rugió, con la voz encendida de odio. Azula sonrió, pero no hizo nada cuando una forma negra comenzó a elevarse detrás de ella, trayendo consigo el sonido de un motor. Una de las aeronaves de su flota había llegado y venía a llevársela...

Siento mucho lo de tu novia, Sokka dijo ella, haciéndole un mohín de burla. Su imagen de perfección se veía empañada por los muchos golpes que había recibido de Suki en la batalla, algo que Azula llevaría consigo durante mucho tiempo. Pero la victoria había tranquilizado su mente—. Aún puedes salvar a tus estúpidos huerfanitos. Destruir este santuario realmente no importaría a largo plazo de todos modos. ¡Hasta la próxima! Se despidió con un rápido movimiento de su mano, y una vez que la aeronave se fue volando, Sokka cayó de rodillas y sollozó.

Aang, con las piernas débiles, estuvo a punto de caer junto a él cuando los demás se unieron a ellos en la cima de la montaña. Katara los miró con horror.

¿Esa fue… Suki?

La vista derrotada de Sokka y de Aang fue la única respuesta que recibió.


—¡Aang, despierta!

El Avatar, aturdido, abrió los ojos, despertando con el resplandor del sol y de Azula.

—¿Qué ocurre? —preguntó, inmediatamente alerta.

—Sokka se ha ido. —Fue su única respuesta.

—¿Qué? ¿A dónde fue? —preguntó Aang, sentándose y mirando por todo el campamento.

—No lo sabemos. Zuzu cree que se escapó durante la noche. Lo está buscando ahora —respondió ella. A pesar de la situación, Aang sintió una inmensa gratitud hacia sus amigos por hacer el esfuerzo de averiguar qué había pasado con el Maestro Agua, aunque a ninguno de los dos les gustara. Habían respetado los deseos de Aang.

Aang no se movió. En cambio, le contó con calma a Azula su especulación mientras ella se sentaba a su lado.

—Parece como si no hubieras dormido nada —le dijo. Su cabello se alborotaba más con cada día que pasaba y, últimamente, parecía haber bolsas oscuras debajo de sus ojos. Casi estaba hecha un desastre. ¿Estaría molesta consigo misma por su decisión de ayudar a Jet?

—¿Y? ¿Acaso insinúas que debería haber estado despierta para ver a Sokka cuando se fue? Bueno, no lo estaba. Ese estúpido zoquete resultó ser muy sigiloso —respondió de inmediato, ligeramente ofendida.

Aang levantó las manos en señal de rendición.

—No estaba insinuando nada. Estoy algo preocupado por ti. —Se sintió extraño al decir esto. Esto era, normalmente, la especialidad de Katara...

Azula se cruzó de brazos con altivez.

—No hay nada de qué preocuparse. Estoy bien. —Luego, lo fulminó con la mirada— ¿No vas a intentar buscar a Sokka?

Sorprendiéndose a sí mismo, Aang respondió rápidamente.

—No —Al ver su ceja enarcada, decidió explicarse—. Al fin me he dado cuenta de que el lugar de Sokka aún no está de nuestro lado. Si realmente quisiera venir, no tendría ninguna razón para mantenerlo prisionero. Solo haría que nos odiara aún más. —En su mundo, el Príncipe Zuko debió haber experimentado algo para cambiar su decisión y su destino. Y, con Iroh encarcelado, Aang supo que Zuko lo había hecho todo por su cuenta. Tal vez Sokka necesitaba algo de tiempo para averiguar lo que quería.

Volvió a fulminarlo con la mirada.

—Eres muy raro, ¿lo sabías? Después de todo lo que hemos pasado con ese imbécil, ¿te parece bien dejarlo ir?

—Volveremos a encontrarnos con él —le dijo Aang con confianza—. Confía en mí.

Ella puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas


El viaje fue sorprendentemente suave, aunque Katara no debería haber esperado menos. En segundo lugar, sólo después de los sabuesos anguila y en términos de velocidad, las panteras de nieve provenían directamente de la Tribu Agua del Sur, el hogar de Katara, por lo que eran resistentes, letales y perfectamente eficientes para viajar. Al igual que la gente de las Tribus del Agua, las panteras de nieve no tenían ningún problema para adaptarse al entorno, por lo que alejarlas de los campos de nieve no les molestó en lo más mínimo. Y ahora, con la balandra real a sus espaldas, Katara y sus amigas pudieron rastrear al Avatar y a su hermano a toda velocidad.

Primero, rastrearon el olor de Sokka, hasta que Suki divisó algo de pelaje grueso, blanco y áspero por todas partes. Katara nunca había visto a la criatura, pero estaba segura de que era el bisonte del Avatar.

Katara, Yue y Suki continuaron viajando por las tierras muertas del Reino Tierra, concentradas en su presa mientras cabalgaban sobre las gigantescas panteras blancas de nieve. Sus monstruosas patas golpeaban el duro y seco suelo mientras avanzaban. Las chicas, con sus ropas negras y ajustadas, contrastaban fuertemente con el impecable pelaje blanco de sus monturas.

Mientras cabalgaban, Katara notó una mirada algo perturbada en su amiga.

—¿Algo te molesta, Yue?

—No —respondió vacilante la chica de cabello blanco. Iba agachada sobre su pantera de nieve, su pelo blanco parecía mezclarse con el pelaje, pero se distinguía claramente por su flequillo negro.

—No muestres ninguna vacilación al luchar contra el Avatar. Podría hacer que te mataran. Tenemos que salvar a Sokka, ¿recuerdas? —Yue generalmente guardaba sus pensamientos para sí misma, pero para Katara, era muy fácil de leer.

Yue apretó la mandíbula y asintió de forma casi suntuosa. Demostraría su valentía ante Katara cuando se enfrentara al Avatar.

No podía decepcionar a sus amigas… ni a Sokka.


Zuko regresó poco después, sin traer nada de su búsqueda del Maestro Agua. Aang le dijo que no importaba y Azula le contó las cosas que le dijo. Zuko parecía estar ligeramente enfadado por eso, pero no dijo nada más al confuso Maestro Aire. En cambio, trató de recordarle a Aang lo que deberían haber estado haciendo antes de distraerse con los Libertadores.

—Entonces, a Gaoling, ¿verdad? —preguntó mientras empacaban el campamento. Aang detuvo su misión de eliminar las huellas de su campamento con repentina brusquedad.

—Eh... no lo sé —admitió. Si Toph no estaba allí, ¿cuál era el objetivo de ir? De repente se le ocurrió que no tenía ningún objetivo en mente. Con Bumi y Toph fuera de sus posibilidades, ¿quién podría ser su maestro de Tierra Control? ¿Haru? Pero él estaba lejos, en la Nación del Fuego...

Todavía estaba empeñado en que Toph fuese su maestra, pero no tenía idea de adónde pudo haber ido. ¿Podría haber querido viajar de regreso a Gaoling, su hogar, para encontrar a sus padres? No… Toph era huérfana en este mundo, y lo más probable era que su ciudad natal hubiera sido destruida en un asalto. ¿Qué iba a hacer Toph? ¿Qué iba a hacer Aang?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Azula, mirando al chico con desconfianza.

—Bueno... estoy más bien decidido a tener a Toph como mi maestra —respondió.

—¿Quién es Toph? —preguntó Zuko. Los ojos de Aang se abrieron de miedo cuando se dio cuenta de su desliz.

—Eh... Bandida, esa Maestra Tierra ciega de los Libertadores, ¿recuerdas?

Azula puso los ojos en blanco.

—¿Cómo podría olvidar a esa sucia y desagradable niña?

Aang saltó inmediatamente en su defensa.

—Oye, es mi amiga. No te atrevas a decir algo así sobre ella en mi presencia. —Azula arqueó una ceja, mirándolo con escepticismo.

—¿Cómo es que sabes su verdadero nombre? —preguntó ella.

—Me lo dijo una vez —respondió, desviando la mirada. Azula entrecerró los ojos, cada vez más enfadada cuando los celos volvieron a cobrar vida en algún lugar cerca de su estómago. ¿Qué tipo de relación tenían el Avatar y esa Maestra Tierra? Si algo sabía, era que nunca le había dicho su nombre a nadie.

Zuko, sin percibir la tensión entre ambos, hizo otra pregunta.

—Entonces, ¿cómo planeas encontrarla? No parecía muy interesada en unirse a nosotros cuando se lo pediste.

—Encontraré una manera —respondió Aang.


Azula estaba aburrida.

En este momento, estaban a lomos de Appa, volando bajo, tratando de encontrar cualquier rastro de la Maestra Tierra ciega que Aang tanto deseaba como maestra. Su razonamiento era que ella no podría haber ido muy lejos, y algo en el fondo le decía que estaba cerca. Aang buscaba atentamente a la chica en su planeador mientras Zuko llevaba las riendas de Appa y Azula colgaba de la parte trasera de la montura, mirando hastiada las sombrías y poco interesantes tierras del Reino Tierra. ¿Cuál era el punto de buscar a "Toph" si no quería ser la maestra de Aang en primer lugar?

Y Azula tuvo que admitir para sí misma que extrañaba tener a Sokka cerca, aunque solo fuera para burlarse de él y aliviar su aburrimiento. El Maestro Agua era un mejor objetivo que su hermano, porque se defendía en lugar de enojarse o quejarse, o simplemente ignorarla.

En sus cavilaciones, Azula no dejó de notar las tres figuras blancas que corrían por las áridas llanuras con una velocidad inusual. Al incorporarse con un poco más de atención y, sus ojos ambarinos enfocaron un jinete sobre cada criatura, completamente vestidos de negro.

—¿Hey, Zuzu? —llamó la Maestra Fuego, alertando a su hermano—. Alguien nos está siguiendo.


Katara examinó al bisonte volador, incapaz de creer que la criatura mágica existiera hasta que lo vio con sus propios ojos. Sonrió al verlos y se bajó la máscara oni azul, ocultando sus rasgos y escondiendo su cabello. Descubrió que, a menudo, si ocultaba su género a sus enemigos (en su mayoría hombres), estos la tomarían en serio mientras luchaban, no estaban dispuestos a golpear a una chica o algo estúpido como eso. A Katara no le importaba, era mucho, mucho más satisfactorio levantarse la máscara y revelar su sexo a los enemigos que derrotaba.

Quería una pelea justa con el Avatar. Y se la iba a dar. Le ordenó a Suki y Yue que también se pusieran las máscaras.

Al ver que las figuras del bisonte se fijaban en ella (el Avatar, en su planeador, estaba en la distancia y con suerte se detendría junto con el bisonte), Katara saludó. La chica de cabello azabache en la parte posterior del bisonte, la Maestra Fuego del Avatar, a quien Katara había conocido antes, avisó al que llevaba las riendas del bisonte, haciendo que la enorme bestia se girara y mirara a las tres chicas que estaban en el suelo.

Bueno. Tal vez pensarían que era amistosa.

—Mantengan las máscaras puestas, chicas —murmuró a sus compañeras, sin moverse del lomo de su pantera de nieve. A lo lejos, el Avatar en su planeador se dio la vuelta y voló hacia sus compañeros. Katara sonrió debajo de su máscara. A su derecha, Yue los saludó dócilmente.

—¿Quiénes son? —inquirió la Maestra Fuego. El Avatar aterrizó en el suelo a una distancia segura de ellas, mirando a Katara con curiosidad. Con sorpresa, la Princesa notó que era mucho más joven de lo que esperaba, pero era difícil saber su edad exacta debido a la frialdad y el oscuro pasado que había en sus ojos. La Maestra Agua lo descartó al fondo de su mente. Era una buena lectora de emociones, especialmente porque el Avatar parecía mostrarlas tan abiertamente.

Katara se deslizó por el costado de la enorme pantera de nieve y se acercó al Avatar lentamente, observando cada uno de sus movimientos (la rigidez de sus piernas, el apretado agarre de su bastón, por nombrar algunos) y desenvainó la corta y delgada hoja wakizashi. Inmediatamente, el Avatar retrocedió un poco.

—¿Qué quieres? —preguntó agresivamente—. ¿Quién eres tú?

La Princesa se lanzó al ataque como respuesta, blandiendo su espada con una precisión mortal. El Avatar dio una voltereta hacia atrás y movió su bastón en un arco horizontal, pero ella esquivó el arco de viento que le siguió. El bisonte aterrizó en el suelo, acompañado por un orbe de fuego azul, que ella evitó rodando.

—¡Aléjate de él! —gritó la Maestra Fuego, saltando de la silla del bisonte. Ella adoptó una postura de Fuego Control—. Eres mi oponente.

—De ninguna manera —negó Suki, apareciendo al lado de Katara y desenfundando a sus abanicos. La Princesa del Agua no apartó los ojos del Avatar, que hizo lo mismo. Ni siquiera pareció notar la presencia de Suki o Yue, quienes aparecieron cuando el espadachín se dejó caer en el combate que se avecinaba.


—Chicos, ¿no deberíamos salir de aquí? —preguntó Zuko a sus compañeros, sosteniendo sus espadas listas frente a él. Tenía los ojos puestos en la figura de la máscara noh, que empuñaba una katana. Esta extraña gente enmascarada le parecía peligrosa.

—No —dijeron Aang y Azula a la vez. Zuko apretó sus espadas con más fuerza.

Aang miró a la figura de la máscara del Espíritu Azul, habiéndose encontrado con ella una vez antes en este mundo. Sabía que, de donde venía, estaba relacionada a Zuko. Una vez antes, asumió falsamente que debía ser Zuko, hasta que se quitó la máscara y fue Sokka quien los atrajo a una trampa.

Algo le decía que ahora Sokka no era uno de los enmascarados. Se movían con mucha más gracia, delicadeza y letalidad de lo que Sokka jamás podría. Estas personas le daban muy malas vibras, pero en lugar de correr, tenía que saber quién estaba debajo de ellas. Con una comunicación tácita, el Espíritu Azul se convirtió en el oponente de Aang. Arrojó su bastón sobre la silla de Appa, quien se puso en su propia postura de combate detrás de ellos, y desenvainó su espada de meteorito. No conocía a nadie que pudiera blandir un arma como este Espíritu Azul.

Ni siquiera podía distinguir sus géneros, excepto el de la anodina de la máscara verde kabuki, que era mujer, a juzgar por su voz. No se fijó en los relucientes abanicos dorados que empuñaba cuando dio un paso adelante para enfrentarse a Azula en batalla.

Aang hizo el primer movimiento, corriendo hacia adelante con un golpe de su espada dirigido hacia el Espíritu Azul, que fue bloqueado más rápido de lo que podía parpadear con la delgada hoja wakizashi. El espíritu (¿demonio?) pasó por debajo de su espada y acercó su propia espada en un golpe a su cuello, Aang lo bloqueó y saltó lejos, pero se lanzó directo al ataque nuevamente con rápidos golpes de la espada negra.

Azula entrecerró los ojos antes de entablar la pelea con la figura de la máscara kabuki. Sabía quién estaba bajo la máscara del Espíritu Azul, se había encontrado antes, cuando Aang y Zuko estaban enfermos y fue capturada por las Tribus Agua. No le había contado a ninguno de sus compañeros su experiencia, pero cuando su salvadora estaba inconsciente, le había quitado la máscara para descubrir a una chica de la Tribu Agua debajo. Nunca esperó volver a verla. Ahora, deseaba luchar contra ella y demostrar que ya no era tan débil como en ese entonces, que necesitaba ser rescatada y debía recibir órdenes. Pero Aang le quitó la oportunidad.

Sin apenas darse cuenta, Azula envió una bola de fuego roja en dirección de la chica de la máscara de kabuki, pero la explosión fue disipada por sus abanicos dorados mientras esta corría hacia Azula para atacar. Tomada por sorpresa, la Maestra Fuego se inclinó hacia atrás para evitar el golpe de uno de los abanicos metálicos, que no alcanzaron su cuello por poco. Lo siguiente que supo fue que ya no tenía los pies sobre el suelo, haciendo que Azula aterrizara dolorosamente sobre su espalda. Miró a la guerrera encima de ella, quien debía estar sonriendo bajo esa horrible máscara.

—¡Levántate y dame una pelea de verdad! —se burló. Llamas de color azul eléctrico brotaron de los puños de Azula, distrayendo a su oponente el tiempo suficiente para que extendiera sus piernas y liberara un arco horizontal de color azul por el suelo en un intento de hacerla tropezar. No cayó en el anzuelo, pero Azula se puso de pie—. ¡A eso me refería!

Mientras tanto, Zuko y su oponente de la máscara noh comenzaron su batalla, iniciando una danza mortal con sus espadas. La katana de su oponente era pesada y ligeramente difícil de bloquear, pero fácil de parar. Consiguió atrapar su arma entre sus hojas gemelas, pero la katana pudo soltarse. La figura golpeó a Zuko de nuevo, más rápido de lo que pudo reaccionar, haciendo sonar sus dos armas con una fuerza sorprendente. Este ataque fue seguido por un golpe horizontal en su abdomen, que Zuko trató de evitar saltando hacia atrás. La punta de la larga katana de su oponente le rozó el estómago, haciéndolo sangrar. Zuko se estremeció.

Su oponente estuvo a punto de dejar caer su espada, llevando ambas manos hacia donde su boca estaría, horrorizada.

—¡Oh, no! ¡Lo siento mucho! ¿Te lastimé? —preguntó con voz suave, pero llena de pánico.

—No fue nada, de verdad —dijo Zuko con dureza, confundido por su comportamiento. Si estas personas enmascaradas eran asesinas, lo hacían realmente mal.

Aang continuó su batalla con el Espíritu Azul, enviando ráfagas de aire en medio de los golpes de espada contra la máscara de la figura, tratando de quitarla, pero ésta aguantó. El demonio era rápido y peligroso, como si pudiera predecir cada uno de sus movimientos, leer todas sus acciones, seguirlo a todas partes... Trató de alejarse un poco para hacer Fuego Control, pero se sorprendió mucho cuando el Espíritu Azul lanzó carámbanos de hielo desde la punta de sus dedos, revelando que era un Maestro Agua. Pequeñas cantidades de agua fueron extraídas del aire, enviadas a toda velocidad para cortarlo. Bloqueó estos pequeños golpes con la parte plana de su espada, que chisporroteó hasta convertirse en vapor cuando su espada se encendió en llamas. La marca ardiente golpeó al Espíritu Azul, que fue lo suficientemente rápido para esquivarlo, pero Aang no notó el pequeño movimiento de su mano ni la minúscula hoja de hielo que apareció en ella, lista para clavarse en su cuello. Por pura suerte, se movió para atacar con su Fuego Control cuando sintió que le rozaba la espalda.

Su ataque de Fuego Control se transformó en uno de Aire Control a medio camino mientras intentaba alejar al demonio de él. El viento lo apartó de él lo suficiente como para darle un poco de espacio para respirar.

—¡Zuko, Azula, tenemos que irnos! —Estas personas parecían ser casi tan mortales como la Princesa Azula. Algo en ellos era extremadamente inquietante, haciendo que su instinto le dijera que se alejara. No sabía si sus compañeros podrían hacer frente a este tipo de peligro todavía.

Los movimientos de Aang fueron puramente evasivas mientras trataba de alejarse del Espíritu Azul, que le estaba causando una cantidad inesperada de problemas. Saltó alto en el aire, sorprendido de ver a Appa debajo de él, de espaldas a la persona enmascarada, golpeando su cola contra el suelo con suficiente fuerza para desatar un viento feroz que alcanzó al Espíritu Azul. A juzgar por el gruñido de dolor, Aang determinó que se trataba de una mujer, un hecho que lo desconcertó por completo. ¿Quién estaba debajo de esa máscara?

Saltó a su bisonte, inmediatamente siendo recibido por la lémur, Sabishi, y contempló las batallas que aún se estaban librando bajo él. Zuko y Azula no parecían haberlo escuchado, así que con las dos manos extendidas, hizo que los vientos rodearan a los hermanos de la Nación del Fuego, les impidió seguir peleando y los apartó, subiéndolos directamente a la silla de Appa. Sin decir una palabra más a sus oponentes, Appa ascendió y puso la mayor distancia posible entre ellos.

—¿Quiénes eran? —preguntó Zuko maravillado —Eran realmente buenos.

—Casi demasiado buenos —dijo Aang, recordándole bastante a la Princesa Azula y sus amigas.

—La de los abanicos era molesta —se mofó Azula—. Estaba tratando de deshacerme de ella rápidamente y ayudarte, Aang, pero demostró ser más dura de lo que pensaba.

Aang se sentó con la espalda recta con un sobresalto y miró a Azula.

—¿Abanicos? —Solo conocía a una persona, o, más específicamente, a un grupo de personas, que peleaban con abanicos— ¿Oíste su nombre?

Azula le dio una mirada interrogativa, como si tratara de leer su mente.

—No. ¿Se suponía que debía haberlo hecho? “Oye, sé que estamos peleando ahora mismo, pero realmente me gustaría saber tu nombre”. ¿Es así como querías que se lo preguntara? —preguntó cortante.

Aang suspiró y negó con la cabeza. Ahora que lo pensaba, había visto que una de las personas enmascaradas blandía abanicos, pero estaba más distraído por la máscara del Espíritu Azul. ¿Podría uno de ellos haber sido Suki…? Además, la espada que manejaba el Espíritu Azul era una que veía usar a Suki con frecuencia...

—No lo entiendo —dijo Aang de repente.

—¿Qué?

—Esas chicas son Guerreras Kyoshi —dijo—. Las reconocí.

—¿Y?

—Las Guerreras Kyoshi llevan el nombre del Avatar Kyoshi, y todas son del Reino Tierra, no de la Tribu Agua. ¿Por qué estaban luchando contra nosotros? —les preguntó—. Pero... Por otra parte, con la que estaba peleando era una Maestra Agua...

—¿A quién le importa el porqué? —preguntó Azula con desdén. Con la confusión plagando su mente, Aang se decidió con inquietud a poner tanta distancia como pudiera entre ellos y el trío de chicas.


—¿Por qué no me escuchas y te subes de una vez? —espetó Toph, apretando los puños y agarrándose con fuerza al costado del caballo avestruz. Ella no se había subido todavía, prefiriendo que su “compañero” montara en la bestia y la ayudara a subir. No le gustaba, pero tendría que cabalgar junto al Maestro Agua.

—¡Pero lo robaste! —replicó Sokka.

—¿Y qué? ¡Nunca alcanzaremos a Aang sin él!

Después de mucha discusión, Sokka finalmente cedió y montó en el caballo avestruz, subiendo a Toph detrás de él. Afortunadamente, Sokka era un rastreador experto y Toph podía leer las huellas sin esfuerzo con su Tierra Control, por lo que sabían exactamente a dónde se habían ido el Avatar y sus amigos. Mientras avanzaban, Sokka no pudo evitar interrogar a la pequeña Maestra Tierra.

—¿De verdad no crees que el Avatar y los demás puedan con mi hermana? —le preguntó.

—Le vendría bien una advertencia, eso es todo —respondió ella con brusquedad. Claramente, se sentía incómoda encima del caballo avestruz—. Aang confía en ti por alguna estúpida razón, pero yo no. No sé por qué lo hace, pero cuando nos encontremos con esa linda Princesa que es tu hermana, probablemente lo traicionarás. Puedo ver a través de ti. Sé lo que estás planeando. Y entonces sabrá que fue una estupidez confiar en un Maestro Agua.

—¿De qué diablos estás hablando? ¡Ni siquiera he hecho nada todavía! Y tampoco sé por qué confía en mí. No le he dado ninguna razón para hacerlo —respondió Sokka—. Además, es una estupidez decir eso cuando te estás sujetando a un caballo avestruz en movimiento y tus manos alrededor de mi cintura justo ahora.

Ella ignoró el insulto.

—¡Ajá, entonces confesaste que no estás de su lado!

—Duh —respondió—. Y él debería saberlo.

—Eso es raro. En el campamento de los Libertadores nos dio la impresión de que eran amigos. —Toph arrugó la cara en concentración—. Ese chico es raro. No lo entiendo. Su historia sigue cambiando, pero no puedo decir si está mintiendo o no. —Y eso era algo que la dejaba aún más perpleja.

Sokka había estado confundido por el comportamiento del Avatar desde el principio, pero mientras pensaba en lo que decía Toph, trató de imaginar una situación en la que su hermana se enfrentaba al Avatar, con él atrapado en el medio. Y no sabía de qué lado estaría.


Tomó impulso barriendo todo aire como pudo, saltando alto y bajando tan fuerte como pudo, liberando todo el viento reprimido que había acumulado con sus movimientos. Los vientos torrenciales azotaron el campamento, derribando a las chicas con las máscaras noh y kabuki y dándoles espacio libre para escapar. Azula y Zuko ya estaban a lomos de Appa, arrojando fuego y dagas a las tres atacantes. El bisonte voló hacia el cielo y Aang lo siguió en su planeador.

—¿Cómo siguen encontrándonos? —gruñó Zuko, una vez que Aang aterrizó en la silla—. ¡Es la tercera vez que nos atacan mientras intentamos dormir!

—Y ni siquiera estamos cerca de descubrir quiénes son y qué quieren —murmuró Aang.

—Sé cómo nos siguen encontrando —dijo Azula, que era la única que no parecía sufrir la falta de sueño. Tiró del grueso pelaje de Appa, sacando un mechón de pelo blanco—. Appa está mudando.

Aang, reconociendo la situación, no objetó.

—Entonces solo hay una cosa que podemos hacer. —Iba a recrear el mismo plan para enfrentarse a una de las chicas a solas e interrogarla. Necesitaba saber quiénes eran. Algo se sentía horriblemente mal en ellas. ¿Era solo una coincidencia que estuvieran en la misma zona del Reino Tierra que la última vez?

Aang rebuscó entre las cosas del grupo y sacó una bolsa de mano, se dispuso a sacar la mayor cantidad de pelo de Appa que pudo y meterlo a la bolsa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Azula con los ojos entrecerrados.

—Voy a crear un rastro falso. Ustedes dos llevarán a Appa en otra dirección —les dijo.

—¿Qué pasa si todas van tras de ti, en lugar de separarse? —preguntó Zuko.

—Olvidas que tengo un planeador y puedo salir volando —informó. Una vez que la bolsa estuvo tan llena como pudo, Aang desplegó dicho planeador y se preparó para saltar desde la silla de Appa—. Nos vemos luego.

—Hay tantas formas en que este plan puede salir mal —le dijo Azula a su hermano una vez que se había ido.

—Bueno... vamos a tener que confiar en Aang —dijo—. No importa lo difícil que haya sido últimamente.

—Habla por ti —respondió ella, cambiando la dirección del bisonte, alejándose de Aang.


—Parece que le hemos dado demasiado crédito al Avatar y a sus amigos —dijo la figura de la máscara del Espíritu Azul mientras se arrodillaba para recoger un mechón de pelo. Katara puso los ojos en blanco bajo la máscara—. ¡Al menos podrían haberle dado un baño a su bisonte para intentar desviarnos!

—En lugar de eso, ahora hay dos senderos que van en direcciones distintas —observó Yue con serenidad. Personalmente, estaba cansada de usar la máscara noh y la ropa negra ajustada, por lo que volvió a ponerse sus pesadas ropas de la Tribu Agua, cruzando las manos bajo sus mangas. Suki había hecho lo mismo, prefiriendo usar su uniforme y el maquillaje de Guerrera Kyoshi.

—¿Deberíamos hacer lo que ellos quieren que hagamos y separarnos? —preguntó Suki, cruzando los brazos.

—¿Por qué no? No tengo ningún problema en entrar en su juego. Los venceremos de todos modos —respondió Katara, su sonrisa se asemejaba a la del exterior de la máscara—. Suki, Yue, sigan el rastro original. Obviamente, si ven a mi hermano, lo liberarán. Yo seguiré el rastro más nuevo.


El pelaje blanco caía de la bolsa como nieve, creando un rastro falso para las personas que perseguían al Avatar. El rostro de Aang, ligeramente arrugado por el cansancio, se puso sombrío mientras volaba. Estaba decidido a descubrir la identidad de las tres chicas, por lo que esperaba que las tres acabaran siguiéndolo. Si aún llevaban las máscaras, tendría que quitárselas.

No quería alejarse demasiado de los demás, así que aterrizó al otro lado de un ancho río. El agua fluía a una rapidez moderada y parecía profunda; esperaba que la Maestra Agua que lo seguía encontrara el campo de batalla adecuado y se quedara para luchar. Se preguntó si hablar con ellas funcionaría. La tierra era sorprendentemente fértil y la hierba a ambos lados del río era verde. Los altos pinos formaban un bosque, que el río atravesaba sin problemas.

Aang se sentó y esperó.

No tardó en aparecer una de ellas: el Espíritu Azul. Tenía que darles crédito a las panteras de nieve, si podían seguirle el ritmo a Appa, esas criaturas debían ser rápidas. Al otro lado del río, el Espíritu Azul desmontó de la pantera de nieve y saltó al agua, cruzando a toda velocidad sin esfuerzo. Aang se puso de pie y se preparó para luchar, olvidándose de sus armas. Parecía que ella también recurriría únicamente a su control para esta batalla.

—Dime quién eres —le dijo Aang—. Por favor. Quiero saber tu nombre. —Si no era Zuko bajo la máscara del Espíritu Azul y no era Sokka, entonces, ¿quién podría ser? Como esperaba Aang, la chica enmascarada empujó una mano hacia adelante y lo atacó con un torrente de agua antes incluso de llegar a tierra firme. El Maestro Aire esquivó el ataque saltando por encima de él mientras la Maestra Agua arrojaba una ola a la orilla del río, arremolinando el agua en el suelo. En el momento en que Aang aterrizó, el agua se precipitó hacia él, pero saltó sobre ella y lanzó dos puños de llamas en respuesta.

El agua se elevó frente a ella para bloquear el ataque, pero él adoptó una estrategia ofensiva abrumadora para quitarle esa máscara. Le lanzó más llamas rojas, seguidas de rápidos puños de fuego que inmediatamente evaporaron el agua. Más agua desvió sus ataques hacia un lado a medida que se acercaba. Ella se movió ágilmente para frustrar cada uno de sus ataques, evitando ser lastimada pero sin hacer nada contra él. Giró a un lado de ella y logró golpearla con una ráfaga de viento antes de que pudiera erigir un escudo a tiempo, tirándola al río.

La corriente del río no hizo nada para detenerla mientras se elevaba por encima del agua, lanzando otra ola a tierra mientras su elemento la rodeaba por todos lados. Se estaba acercando, girando a su alrededor con ella fuera de la superficie. Viendo solo una forma de escapar, saltó tan alto como pudo y la bombardeó con llamas de un azul intenso desde arriba. Se sorprendió a sí mismo con esos: ¿realmente tenía la intención de matarla? Bueno, obviamente no estaba tratando de proteger a nadie…

Ella se las arregló para bloquear el ataque con hielo, pero en el mismo movimiento, unas agujas heladas lo atacaron desde abajo. Aún en el aire, Aang logró quemar los carámbanos con más fuego azul mientras aterrizaba. Corrió hacia ella de nuevo, extendiendo ambas piernas y liberando arcos de aire y fuego. El agua rodeó los brazos y las piernas de la chica mientras lo esquivaba, pero sus manos acuosas se extendieron hacia él al mismo tiempo. Ambas intentaron apuñalarlo, pero él se agachó y consiguió acercarse aún más, golpeándola en la barbilla con vientos en espiral que cubrían sus puños.

La observó, conteniendo la respiración, mientras la fuerza del ataque la hacía volar verticalmente. Mientras caía hacia atrás, notó que la máscara se desprendía.

Y luego aterrizó dolorosamente en el suelo, su salvaje melena de cabello castaño libre de la capucha negra.

Aang cayó hacia atrás, con la boca abierta en una expresión de completo horror.

—Kat-Katara... —jadeó.


Appa aterrizó con un ruido sordo en medio de la ciudad fantasma. Sus tres ocupantes, Zuko, Azula y Sabishi, se cayeron de él, cansados, cuando Appa estuvo a punto de colapsar.

—¿Por qué aterrizaste aquí? —le preguntó Zuko a su hermana.

—Porque este lugar está desierto y podríamos encontrar un sitio para descansar —le espetó.

—No lo creo —respondió Zuko, señalando detrás de ella. Se giró, la ira surcando su rostro, y reconoció a las dos personas que se les habían acercado en panteras de nieve. Sabía que eran las enmascaradas, aunque vestían ropas completamente diferentes. Todavía tenían las mismas armas.

—Tenía razón. Todas eran chicas —dijo Azula con una sonrisa.

—¿Qué quieren ustedes dos? ¡Aang no está con nosotros! —les dijo Zuko.

—¿Qué hay de Sokka? —preguntó la de la katana, acercándose a los hermanos.

—¿Sokka? Se nos escapó el otro día. Se lo perdieron —informó Azula con frialdad a la chica de cabello blanco—. ¿Para qué lo necesitaban, de todos modos? ¿Lo van a ejecutar? —preguntó esperanzada.

—La Princesa Katara y el emperador Hakoda lo quieren de vuelta —le dijo la chica de cabello blanco a Azula, sus ojos azules se volvieron fríos y duros—. Ustedes lo capturaron.

—¿A quién le importa? —preguntó la chica de pelo castaño—. Obviamente, Sokka no está aquí. ¿Podemos pelear ya?

—Cuando quieras —acordó Azula, acomodándose en una postura de Fuego Control. La otra chica abrió sus abanicos dorados con una sonrisa.

—Esta es una revancha que he estado esperando —dijo, justo antes de abalanzarse sobre la Maestra Fuego. Azula disparó una bola de fuego comprimida con las yemas de dos dedos, lo que hizo que la chica se apartara del camino en una ráfaga verde y dorada.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? Por alguna razón, el Avatar quería saberlo —le dijo Azula, poniendo en blanco sus ojos ambarinos.

La otra chica soltó una risita.

—Suki, ¡pero no tendrás la oportunidad de decírselo!

Sin embargo, Zuko y la chica de cabello blanco no se enzarzaron en batalla todavía.

—Míralas —dijo Zuko, suspirando exasperado al ver a su hermana—. No sabe cuándo parar.

—Suki es igual —dijo la chica en voz baja—. Solo lo hace porque le encanta pelear. —La chica bajó su katana y se sonrojó—. ¿Cómo está tu herida? ¿Estás bien?

Zuko enarcó una ceja y se frotó el estómago, donde había recibido el corte.

—Estoy bien, no fue nada. —Se frotó la nuca con torpeza—. Entonces…

—Yue —dijo, sonriendo—. ¿Y tú…?

—Zuko — le dijo con una sonrisa—. Entonces, Yue, ¿no te gusta pelear?

—Oh, en realidad no... no me gusta mucho la sangre ni nada por el estilo... —Detrás de ellos, una ráfaga de fuego azul comprimido arrojó a Suki contra los restos derruidos de una casa, y tanto Zuko como Yue se estremecieron—. Será mejor que vaya a ver cómo está. ¡Ve a ver a tu amiga! —le dijo Yue a Zuko por encima del hombro mientras corría en ayuda de Suki. Zuko olvidó la incómoda conversación cuando recordó a Aang. Desterró todo pensamiento sobre esta extraña chica al fondo de su mente y corrió hacia su hermana.

—Vamos, tenemos que ir con Aang —le dijo. Sin otra palabra, Azula estaba sobre la cabeza de Appa y agarrando las riendas, ansiosa por ayudar a Aang.


No... no puede ser... No mi Katara... Es demasiado pura, demasiado buena...

Pero algo en el fondo le decía que era verdad. Siempre lo supo. Era fácil de deducir, pero esa parte de su mente, la curiosidad por saber el paradero de Katara en este mundo, estaba prácticamente bloqueada por su negativa a creer nada terrible sobre ella. Y ahora que se enfrentaba a la verdad...

Dolía mucho más.


¡Yo nunca, jamás le daré la espalda a alguien que me necesite!

Te necesito, Katara. ¿No lo entiendes?

No se levantó. Ni siquiera se movió. No hizo nada mientras ella arremetía contra él con un torrente de agua y dejaba salir un rugido de rabia, permitiendo que el ataque lo golpeara. Lo amenazó con hielo y agua, golpeándolo por todas partes. Katara lo hizo sangrar y él no hizo nada para detenerla. Su mirada estaba en blanco mientras su mente rechazaba por completo la idea de que Katara pudiera hacerle daño.

Se negaba a creerlo.


Sokka y yo somos tu familia ahora.

Familia. ¿Por qué la familia podía lastimar tanto?

No sintió nada. Ni dolor, ni tristeza, ni alivio por verla. Solo estaba… entumecido. Congelado.

—¡Atácame! —le gritó, pero él no la escuchó—. ¡Dame una pelea de verdad! ¡¿Por qué te has detenido?! —El agua hacía cortes en su forma inerte, salpicando todo de sangre. El nivel del agua subió por debajo de él en un intento de hacer que se pusiera de pie, pero ella lo golpeó con toda su fuerza cuando él no hizo nada—. ¿Es porque soy una chica? —Usó hielo para empujarlo y encerrarlo contra un árbol, pero su cabeza simplemente colgaba lánguida, tenía los ojos muy abiertos, congelados en una expresión de horror. Ella le dio un latigazo en la cara, tratando de sacarlo de allí—. Olvídalo. Eres débil. Es evidente que algo anda mal contigo. Ni siquiera vale la pena mantenerte con vida.

Fue arrojado hacia adelante desde el árbol, impulsado hacia el río. Antes de estrellarse en el agua, la tierra se elevó a su encuentro y atrapó al muchacho. Una pequeña niña se deslizó junto a él, haciendo rodar el suelo para golpear a Katara de frente. La Maestra Agua, que no se esperaba el ataque, salió volando hacia un árbol.

—¿Me echaste de menos, Princesita? —preguntó Toph con una sonrisa—. Aang, ¿qué estás haciendo? ¡Levántate! —Dio un fuerte pisotón, y una parte del suelo golpeó se clavó en su espalda, haciéndolo caer de pie, donde tropezó.

El sonido de la voz de Toph pareció sacarlo de su estado catatónico.

—¿Cómo…? —preguntó débilmente, viendo a la Maestra Tierra de pie junto a él.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué no estás peleando? —exigió saber.

—Yo…

—¡Sokka! —gritó Katara y su rostro se iluminó con una sonrisa. Su hermano, lleno de cicatrices, apareció ante ella.

—Hola, hermanita —dijo distraídamente, ayudándola a ponerse de pie. Ella tomó su mano agradecida y se puso a su lado.

Toph se mantuvo firme en su postura de Tierra Control cuando sintió que esto sucedía, y su rostro se oscureció cuando Sokka se puso al lado de su hermana. Se lo esperaba, pero ahora había llegado el momento de que ella luchara contra él.

Aang se quedó perfectamente quieto, con los ojos muy abiertos y frenéticos clavados en Sokka. El propio Sokka parecía inseguro de lo que estaba haciendo, mirando el agua acumulada alrededor de sus pies en lugar de ponerse en posición para pelear, como su hermana y Toph. Todo parecía estar centrado en el Príncipe. El tiempo pareció detenerse.

Y luego se aceleró de nuevo cuando Sokka envió un amplio arco de agua hacia Aang, quien de alguna manera logró enroscar el aire a su alrededor para dispersar el ataque. Sokka giró los brazos y disparó más y más agua en dirección al Avatar, la ira se apoderó de sus acciones. Se sentía frustrado con el chico, todo lo que le hizo hacer, pensar, decir, sentir… Dejó de lado su confusión y permitió que sus instintos de batalla se hicieran cargo, golpeando a Aang y a sus débiles defensas tan fuerte como pudo.

Toph decidió dejar que Aang se encargara de Sokka mientras le lanzaba piedras a Katara, removiendo el suelo e intentando por todos los medios derribar a la princesa. Sin embargo, la naturaleza del agua le permitía filtrarse a través de las rocas y enroscarse alrededor de las mejores defensas de Toph, lo que no le permitió bajar la guardia en ningún momento, obligándola a responder incluso al más mínimo movimiento. El agua era una sustancia engañosa. A veces, parecía gentil e indulgente, pero también podía acabar con civilizaciones enteras. Las arremetidas más poderosas de Toph fueron bloqueadas con una sólida pared de hielo, que instantáneamente se transformó en agua y se convirtió en un ataque ofensivo...

Aang no fue capaz de hallar la voluntad necesaria para usar su Fuego Control. Ni siquiera podía devolver los ataques. Se sintió como si fuera solo un pequeño niño llorón, totalmente indefenso. ¿Qué le pasaba? Se suponía que ver a Katara lo haría feliz... Pero no cuando ella se comportaba así. No cuando ella era una enemiga...

Y ahora Sokka estaba enfrentándose a él de nuevo...

El viento era el único elemento que permanecía fielmente a su lado, llevándolo lejos de los asaltos de Sokka sin apenas un pensamiento. Pero sus movimientos eran cada vez más lentos a medida que el dolor de sus heridas lo afectaba. El agua serpenteó alrededor de su cuerpo, haciéndolo estrellarse contra uno de los árboles con otro gruñido de dolor. Aang sintió que su visión se nublaba...

El rugido del fuego lo devolvió a la conciencia cuando vio a Azula de pie frente a él, dándole la espalda y encarando a Sokka. Sostenía dagas de fuego azul en las manos.

—¿De verdad dejaste que este idiota te golpeara, Aang? —le dijo Azula condescendientemente—. Vaya, vaya. Realmente debes estar fuera de tus casillas.

Sokka simplemente miró a Azula. Ella le devolvió la mirada.

—Apártate de mi camino —ordenó.

—¿En verdad crees que va a funcionar? Sabes que esta pelea tiene que ocurrir, así que ríndete. Eres mi oponente número uno —respondió con una sonrisa de satisfacción.

—Bien. Llevo semanas queriendo pelear contigo —accedió, lanzando un latigazo de agua cortante. Una ola de fuego azul salió de las manos de Azula, bloqueando el ataque mientras Aang seguía en el suelo debajo de ella.

—¿Qué estás haciendo, Aang? —preguntó Azula entre dientes, creando un muro de fuego para contener una ola particularmente grande. Estuvo a punto de caer bajo la fuerza de esta, pero se obligó a resistir—. ¡Levántate! —Cuando el muro se dispersó, lanzó otras dos bolas de fuego y una patada. Las dagas volvieron a cobrar vida en sus manos cuando saltó sobre el Maestra Agua, blandiendo sus armas improvisadas con una precisión mortal. El agua se elevó del suelo para hacerla retroceder, pero ella siguió avanzando.

Aang finalmente se forzó a mirar a Katara, a mirarla de verdad, para verla pelear contra Toph y Zuko. El pelo le caía más allá de sus hombros, pero su estilo característico seguía allí, así como sus hermosos ojos azules. Se levantó para ir a su encuentro, sin prestar atención a las ráfagas de fuego azul y al agua mientras Azula y Sokka continuaban luchando.

Una pared de tierra impidió que una lluvia de fragmentos de hielo empalara a Zuko, pero este emergió de las defensa con sus espadas desenvainadas, cortando solo el aire a la vez que Katara lograba esquivar sus golpes. Unas cuchillas de agua le devolvieron el ataque mientras ella pasaba con fluidez de la defensa a la ofensiva. Otro torrente de agua salió disparado para alejar a Toph, pero Zuko demostró ser más hábil de lo que ella imaginaba, obligándola a sacar su propia espada, aunque más pequeña. Con su hoja, lanzó breves estocadas, logrando arrancarle las armas de las manos. Cuando sus espadas cayeron al suelo, ella empujó una mano hacia adelante y las alejó.

—¿Qué harás ahora sin tus armas? —preguntó con una sonrisa. Él levantó los puños mientras ella envainaba su espada, pero fue solo para protegerse de otro ataque de Toph. Sacó más agua del río, que tomó a la chica desprevenida, envolviéndola en un remolino arrastrándola hacia el centro. Toph soltó un grito espeluznantes antes de quedar abruptamente sumergida.

—¡Bandida! —gritó Zuko tras ella, a punto de lanzarse al río. Pero cuando trató de correr, tropezó y finalmente notó que tenía los pies enterrados en hielo. Vio a la chica entrar en pánico y tratando de mantenerse a flote, pero no podía hacer nada para ayudarla.

—Y ahora me ocuparé de ti —dijo Katara, cuando una bala de agua golpeó su pecho y lo tiró al suelo de espaldas.


Un regalo?

—Un regalo —repitió el hombre de las cicatrices—. Úsalo bien. —Y, para gran sorpresa de Zuko, el hombre de la cicatriz hizo brotar un par de bolas gemelas de fuego que rodearon la palma de su mano, encontrándose en el centro. Salieron desde su palma, golpeando a Zuko en el pecho, tirándolo al suelo con gran fuerza.

No se enteró de nada más.


Se inclinó hacia él y puso una mano sobre su cabeza, formando una lanza de hielo entre los dedos. La llevó hacia atrás, preparando el ataque.

Antes de que la lanza de hielo pudiera apuñalarlo en el pecho, Zuko empujó su puño hacia adelante para golpearla, sin saber exactamente lo que estaba haciendo, sin esperar nada especial, sin haber planeado nada en absoluto.

Y para su gran sorpresa, de sus nudillos brotó fuego y bañó el rostro de la princesa, haciéndola retroceder con un grito. Al mismo tiempo, el hielo que rodeaba sus tobillos se derritió y Zuko se puso de pie de un salto, mirándose las palmas de las manos con asombro. Katara se llevó las dos manos a la cara, ambas cubiertas de agua brillante. Zuko logró recobrar la cordura cuando Katara dejó ir el agua brillante que rodeaba sus manos, su rostro estaba cubierto de pura, justo a tiempo para que ella lo atacara bruscamente con cuchillas de agua. Rodó para alejarse de ella, recordando a Toph y tratando de correr en su ayuda, pero para su gran alivio, vio a Aang en su planeador, sacándola del río.

En ese momento crucial en que estaba de espaldas a Katara, ella lo atacó de nuevo. Se dio la vuelta justo a tiempo para verla, y una figura con una capa marrón hecha jirones saltó frente a él para interceptar el ataque.

—¡Kanna! —exclamó Zuko, atónito.

—Abuela —saludó Katara con frialdad.

—¿Atacar a un chico cuando está de espaldas? No es así como te enseñé, Katara —dijo la anciana. Más atrás, Zuko vio a su maestro, Piandao, interrumpir el combate entre Azula y Sokka. Sokka se alejó de sus dos enemigos, jadeando. Zuko recuperó sus espadas y ayudó a Kanna a rodear a Katara, justo cuando Aang y Toph regresaron. El círculo alrededor de los hermanos de la Nación del Agua estaba completo.

—Sokka, parece que ya ni siquiera podemos confiar en nuestra propia familia —dijo Katara a su hermano.

—¡Sokka, no la escuches! —protestó su abuela—. ¡Ella ya no es la niña con la que creciste!

—Oh, cállate, Gran-Gran —escupió Katara—. Sokka es un niño grande. Deja que tome sus propias decisiones. —Sokka, al lado de su hermana, apretó los puños.

—Aang, Zuko, me alegro de verlos, aunque no sea en las mejores circunstancias —dijo Piandao, tomándose el tiempo de saludar a sus dos alumnos. Aang no quitó los ojos de Katara, aún parecía estupefacto, incapaz de hacer o decir nada. Katara aprovechó la pausa a su favor, levantando un brazo en el aire y sacando agua del árbol detrás de ella, que inmediatamente se redujo a nada. Seis delgados zarcillos de agua emergieron del árbol y se precipitaron hacia cada uno de los enemigos de la chica, ataques que fueron bloqueados por todos los Maestros. Piandao intentó atravesar el agua con su espada, pero se convirtió en una afilada hoja de hielo justo antes de que se le clavara en el pecho.

Piandao retrocedió con un rugido de dolor cuando Azula, Toph y Kanna disparaban sus ataques contra Katara y Sokka, pero la Princesa logró rodearse a sí misma y a su hermano con una esfera de agua que los llevó directamente al río, donde la corriente los arrastró a ambos.

—¡Voy a matar a esos dos! —gritó Azula con el puño cerrado, mirando a los Maestros Agua que se alejaban navegando. Toph golpeó una roca contra el suelo con ira mientras Zuko y Kanna estaban al lado de Piandao. Un guante de agua curativa cubrió inmediatamente las nudosas manos de la anciana mientras derretía el fragmento de hielo clavado en el pecho del hombre.

Azula, sin preocuparse por Piandao, vio a Aang de rodillas, encorvado y lleno de desasosiego. Se arrodilló a su lado y puso una mano en su hombro, pero no estaba preparada en absoluto para verlo llorar.

Chapter 29: Verdades Amargas

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Libro 2: Tierra

Capítulo 8: Verdades Amargas

 

Katara... te amo.

Le hizo costó todo el coraje que tenía para decir esas cuatro simples palabras mientras los dos estaban juntos en el claro iluminado por la luna. La ira de Aang por Zuko aún no había disminuido, pero cuando Katara salió corriendo después de que ambos pelearan, él la siguió.

Ella desvió la mirada, casi con tristeza.

Lo sé, Aang dijo en voz baja.

No era lo que esperaba en absoluto. Quería que ella dijera algo más. Quería que hiciera algo más, además de abrazarse a sí misma y bajar la cabeza.

Entonces, ¿por qué no podemos estar juntos? preguntó.

Porque... estoy confundida.

¿Confundida? Se enfadó de nuevo—. ¿Es por Zuko?

No lo sé, Aang. Sus ojos se oscurecieron—. Te quiero, mucho, pero no sé si podríamos hacer esto. Estamos en medio de una guerra, Aang.

¿Y? ¡Sokka y Suki están juntos! protestó, y odió lo infantil que sonaba—. Es por la forma en que lo averiguaste, ¿no? ¿Porque Zuko te lo dijo?

No, no es por eso. Sabía lo que sentías por mí mucho antes admitió—. ¿Recuerdas cuando estabas con el Gurú y trataste de desbloquear tu último chakra? Aang abrió los ojos de par en par y ella continuó—. Me viste. Azula me tenía encadenada y encarcelada. Viniste a rescatarme. Katara sonrió.

¿Cómo sabes que te vi? preguntó sorprendido.

Porque yo también te vi.

¿Qué? ¿Cómo?

Estábamos conectados, Aang, en ese momento. Tenías toda la energía del universo y pensaste en mí. Me viste y yo te vi. Sentí todo lo que sentías por mí y, simplemente, lo supe.

¿Qué? —preguntó Aang, su voz llena de necesidad.

Supe que no podíamos estar juntos.

Sintió que su mundo se derrumbaba, que se desmoronaba en pequeños pedazos, tanto que apenas escuchó sus siguientes palabras.

Tienes que dejarme ir...


Aang abrió los ojos.

Esperaba débilmente que todo fuera un sueño (no solo su encuentro con la Katara de este mundo, sino toda esta realidad distorsionada) porque quería volver a casa ahora más que nunca. Echaba de menos el toque reconfortante de Katara, la estabilidad de Toph, el humor desenfadado de Sokka, extrañaba a Zuko y su...

—Despertaste —Aang dio un respingo al oír esa voz, y sintió un calambre al girar la cabeza tan rápido para ver a la persona que le estaba hablando—. Estás hecho un desastre —dijo Azula.

—No sabía que me había quedado dormido —respondió en voz baja y algo ronca.

—No solo te quedaste dormido. Lloraste hasta quedarte dormido —dijo con desdén—. ¿Qué pasó ahí antes?

—¿Cuánto tiempo estuve fuera? ¿Cuánto tiempo pasó? —El sol todavía aún estaba alto en el cielo y no se habían movido del lado del río.

—Sólo una hora o dos —respondió. Aang miró hacia la orilla del río, viendo a Kanna de rodillas en el suelo frente a Piandao, curando la herida que le había hecho Katara. De repente se sintió mareado de nuevo.

—¿Dónde están Zuko y Toph? —preguntó.

—Zuzu fue a buscar leña. Parecía distraído. Bandida está junto a Appa. —Aang miró a su bisonte, que estaba tomando su tan esperado descanso. Toph estaba recostada sobre el lado peludo de Appa, con una ramita en la boca, mientras Sabishi volvía la cabeza hacia su amigo Maestro Aire y voló suavemente hacia él. La acarició distraídamente. Azula lo fulminó con la mirada—. ¿Qué te pasó? ¿Por qué te derrumbaste de repente en medio de la pelea? Tienes suerte de que Kanna estuviera aquí para curarte mientras dormías... Podrías haber muerto.

—Lo siento —murmuró.

—¿Al menos podrías decirme qué pasó? —exigió Azula. Toph se apartó de Appa y se acercó a él.

—¡Yo también quiero saber! ¿Desde cuándo eres tan débil y endeble?

—También quiero saber —dijo Zuko, emergiendo de los árboles con los brazos llenos de madera seca y quebradiza.

—¿Conoces a Katara? —preguntó Toph—. ¡Dime la verdad, porque sabré mientes!

—¿Katara era su nombre? —preguntó Zuko—. Entonces, las tres chicas que nos perseguían eran Katara, Suki y Yue.

Aang se agarró la cabeza y gimió. ¿Por qué estaban todos de pie a su alrededor, haciéndolo sentir tan pequeño?

Fue salvado por los gruñidos de Piandao.

Zuko se alejó inmediatamente de Aang y se acercó a su Maestro y Kanna. De mala gana, Aang lo siguió.

—¿Como está? —preguntó Aang a la anciana vestida con la ropa hecha jirones del Reino Tierra. El guerrera se sentó y gimió.

—Vivo —respondió—. Gracias, Kanna.

—Por supuesto —respondió la anciana con una suave sonrisa—. Tu brazo estaba herido. No podrás empuñar un arma durante bastante tiempo —dijo, comenzando a envolver un cabestrillo alrededor de su brazo herido—. La mayor parte de la herida estaba centrada alrededor de tu hombro. El fragmento de hielo no solo logró dañar tus músculos, articulaciones y tendones, sino que parte de él se derritió dentro de ti. Sospecho que Katara usó una rama muy precisa de Agua Control para causarte más daño interno en el brazo.

—Perfecto —refunfuñó Piandao—. ¿En tan poco tiempo? Debe ser muy hábil.

—Lo es —dijo Kanna—. Después de todo, fui yo quien la entrenó.

—¿Quién es ella? —preguntó Azula, con los labios apretados—. No tuve la oportunidad de luchar contra ella, pero parecía fuerte.

—Es la princesa —murmuró Toph—. Y voy a asumir que tienes un alto rango en la Tribu Agua —le dijo a Kanna.

—Soy su abuela —admitió Kanna.

—Entonces... ¿Ella era la hermana de Sokka...? —preguntó Zuko con los ojos muy abiertos. La anciana asintió y se volvió hacia Aang.

—Entonces, Avatar, ¿ves lo que has hecho? —le preguntó, sus ojos azules lo miraban con dureza—. Es tu culpa que Sokka los haya traicionado a todos hoy. —Aang bajó la mirada, aceptando la culpa, pateándose mentalmente por haberla escuchado cuando ella quería a su nieto. ¿Por qué había sido tan persistente en llevarse a Sokka con él en primer lugar? Esa era la elección de Sokka, no la suya...

—No culpes a Aang, vieja vaca —arremetió Azula, defendiendo a Aang, a pesar de lo que había hecho, de las mentiras que le había dicho. Lo estaba respaldando como siempre lo hacía—. Es culpa de Sokka por traicionarnos, no de él. ¿Cómo se suponía que Aang iba a saber lo que pasaría? ¡Él confiaba en ese tonto! —Cada una de sus palabras lo lastimaba un poco más, metiéndole en la cabeza el hecho de que Aang realmente tenía la culpa. ¿Por qué seguía defendiéndolo? No se merecía esto...

—¿Por qué Aang confió en él en primer lugar? ¡Sabía que ese Maestro Agua no era bueno! —dijo Toph—. ¿Los ves ahora, Pies ligeros? ¡Fue una estupidez confiar en él!

—¿Es por eso que no pudiste luchar? ¿Porque no pudiste aceptar la traición de Sokka? —preguntó Zuko, entrecerrando los ojos. Estar cerca de Piandao parecía hacer aflorar su antigua rabia por haber robado la espada de meteorito.

No. Aang no podía soportar la traición de Katara.

Azula se cruzó de brazos y se puso de pie frente a él, mirando al Avatar con sus feroces ojos ambarinos.

—¿Por qué no pudiste luchar? ¿Por qué solo aceptaste todos sus golpes?

—Sentí tu ritmo cardíaco. Te estabas volviendo loco, ¡pero no te movías! ¿Tuviste algún tipo de colapso mental o algo así?

—¿Qué significa Katara para ti?

Esta discusión estaba descontrolándose, ya no podía seguirles el ritmo, no podía, no podía... Se agarró la cabeza y se encogió, sintiéndose tan pequeño como un niño, tan vulnerable y débil. ¿Cómo podía Katara hacer eso? ¿Y por qué le dolía tanto esto?

Porque la amo. Todavía la amo y nada ha cambiado.

Creía que la guerra y todo el dolor que sufrió lo había endurecido, pero no había sido así. Ella era su debilidad, y ahora todo se desvanecía.

—Es hora de que reveles tus secretos, Aang —declaró Azula con voz dura.

Le tembló la voz al responder.

—Bien. Se los contaré todo.


—¿De verdad perdieron la pelea? Pensé que eran mejores que eso —dijo Katara a sus subordinadas con desaprobación, cruzando los brazos. Suki tenía las manos en las caderas, pero Yue se inclinó profundamente en señal de disculpa—. Fue por ustedes que los dos amigos del Avatar pudieron unirse a la pelea. Es su culpa que yo perdiera.

—Gran cosa —dijo Suki, poniendo los ojos en blanco—. De todos modos, te superaban en número. Estás enfadada porque ese chico te golpeó en la cara con una bola de fuego.

Katara se apartó de su amiga, hirviendo de ira.

—No sabía que era un Maestro Fuego. —Tenía una pequeña cicatriz de quemadura en la cara, justo debajo del ojo, en forma de luna creciente de lado—. Morirá la próxima vez que nos veamos.

—Nunca había visto a la Princesa Katara tan enojada antes —dijo Yue a Suki con preocupación, una vez que esta se marchó furiosa—. Por lo general, es tan tranquila y tan llena de esperanza.

—Je. Me sorprende que no me golpeara —admitió Suki, sonriendo.

—Es porque su hermano ha vuelto —dijo Yue en voz baja, mirando a Sokka al otro lado del barco. Katara se había acercado a él—. Está más contenta.

Suki frunció el ceño.

—Sin embargo, Sokka no luce feliz.

Yue agarró el brazo de su amiga.

—Vamos. Dejémoslos solos y vayamos a comer algo —dijo, empujando a la Guerrera Kyoshi hacia adentro.

Katara se acercó a su hermano, pero parecía extrañamente distante.

—¿Qué pasa? ¿No deberías estar feliz de haber regresado? Podemos irnos a casa ahora.

—No quiero ir a casa —refunfuñó Sokka—. No puedo, no sin el Avatar. Lo necesito que para demostrarle a mi padre y a nuestro pueblo que no soy un inútil.

—¿A quién le importa lo que piense el pueblo? ¡Eres un Príncipe! —dijo, poniéndose de pie detrás de él y posando las manos sobre sus hombros, tratando de glorificar aquella posición tanto como pudiera—. Puedes hacer lo que quieras y decir lo que quieras, y ellos te escucharán.

—Eres muy ingenua. Nunca nada es así.

—¿Yo soy ingenua? ¡No puedo creerte! ¿De verdad crees que a alguien le importaría si les llevas el Avatar? Son solo gente común. No les importa la guerra. No les importa el Avatar.

—A Padre sí.

—A Padre no le importará si traes a casa al Avatar, y lo sabes. La ira que sientes contra él no tiene nada que ver con el Avatar, y ambos lo saben. Eso haría que él te acepte con los brazos abiertos. Estás siendo estúpido. —Su voz era fría, pero decía la verdad. Y se había equivocado al hacerla enojar; odiaba que la llamaran ingenua.

—De todos modos, ¿por qué me estás ayudando? —espetó—. No ganarás nada con esto. No necesitaba tu ayuda. Estaba perfectamente bien sin ti. —En otro tiempo, le habría enojado que una chica lo estuviera ayudando, especialmente si esa chica resultaba ser su hermana pequeña, pero las recientes experiencias que había tenido con chicas, en concreto, Azula y Toph, le hicieron ver que las chicas podían ser bastante fuertes.

—¡Solo quería volver a reunir a nuestra familia! —gritó ella—. ¡Debes ocupar tu lugar en el trono, o de lo contrario algún otro clan vendrá a arrebatártelo de inmediato! ¡Nuestra cultura no me dejaría subir al poder, así que tienes que hacerlo tú!

—Así que eso es todo, solo quieres gobernar a través de mí, ¿no es así? —gruñó—. Sabía que tenías un motivo oculto. Eres tan predecible.

Katara hervía de ira por dentro, pero se quedó quieta, y sus siguientes palabras salieron perfectamente controlada.

—Bien. ¿Quieres saber qué es lo que realmente quiero hacer? No necesito al Avatar. Es débil. Todo lo que necesito es conquistar el Reino Tierra en nombre del Emperador Hakoda. —Sokka entornó los ojos—. Necesito tu ayuda para hacerlo. Sólo entonces Padre aceptará a una chica, a una hija como algo que valga la pena. —Se quedó callada por un momento, permitiéndole asimilar sus palabras—. Entonces, ¿me ayudarás?

—Como sea —dijo—. Está bien —Ella sonrió y le dio una palmadita en el hombro mientras se alejaba, dejándolo con sus cavilaciones. Sabía bien que ella solo lo estaba utilizando y que se llevaría todo el mérito. A Katara le encantaba la atención. Pero a pesar de la forma en que estaba actuando, ¿realmente lo quería junto a ella? Recordó a Aang, quien verdaderamente parecía quererlo como amigo. Recordó a Azula, a quien veía como un igual. Y también recordó a Zuko, con quién tenía mucho en común.


Sorprendentemente, Kanna se movió para irse, y parecía que iba a llevarse a Piandao con ella. Aang los miró.

—¿Qué están haciendo? —preguntó.

—Pensé que esto era algo que querrías compartir solo con tus amigos —dijo la anciana—. Estaba respetando tu privacidad. Sé que te arrepientes de tus errores.

—No, quiero que ustedes también escuchen esto. —Ella asintió y volvió a sentarse al lado de Piandao—. Todos está implicados en esto.

—Entonces cuéntanos —dijo Azula con entusiasmo, sus ojos dorados brillando.

Aang se armó de valor para lo que estaba a punto de decir.

—Todo lo que voy a decirles es sumamente importante. Nadie más puede saberlo. Puedo confiar en ustedes con mi vida. —Kanna, Piandao y Toph parecieron ligeramente sorprendidos por esto, pero continuó—. Y, por favor, traten de comprenderlo. Hice todo lo que hice por su propio bien, para mantenerlos a salvo. He metido —le dijo a Azula—. Los he engañado y he robado —dijo, mirando a Piandao—. Todo por ustedes. Así que, si me odian una vez que les diga la verdad, lo entenderé. Haré este viaje solo si es necesario.

—¡Bien, pero escúpelo ya! —lo apresuró Toph.

—De acuerdo —dijo, bajando la cabeza. Y luego miró directamente a Zuko—. Imagina un mundo en el que la Nación del Fuego está en la cúspide de su poder, dominando del mundo con mano de hierro, en el que harían cualquier cosa por el poder... incluso eliminar a los Nómadas del Aire en el mayor genocidio que el mundo haya visto jamás. —Zuko entornó lo ojos—. Aang, el Avatar, logró escapar de la destrucción de su gente huyendo, quedando atrapado en una tormenta en la que se congeló y quedó a la deriva en las aguas del sur, donde estuvo dentro de un iceberg durante cien años.

—Pero, el volcán —dijo Azula—. Estabas en un volcán en este mundo. —Aang asintió, sabiendo que ella sería la primera en entender su extraño problema.

—El iceberg fue encontrado por dos hermanos que vivían en una pequeña aldea de la Tribu Agua del Sur. Sus nombres eran Sokka y Katara. —La voz le tembló de nuevo cuando notó todas sus reacciones. Lo odiarían por esto, o no le creerían en absoluto, y esto no era nada comparado con las cosas que sucederían después—. Katara, Sokka y yo viajamos al Polo Norte para aprender a hacer Agua Control juntos, perseguidos por un príncipe desterrado, Zuko, que intentaba capturarme para restaurar su honor. Un hombre llamado Almirante Zhao también nos perseguía.

Zuko gimió y puso su cabeza entre sus manos.

—Así que por eso lo odiabas —señaló Azula, con bastante calma. Perceptiva como siempre, Azula—. ¿Entonces aprendiste a hacer Agua Control primero? —Aang se rio entre dientes. Confía en Azula para sacarle todos los pequeños detalles.

—Sí. El ciclo Avatar y el ciclo de las estaciones están invertidos —dijo—. Katara dominó el Agua Control primero y se convirtió en mi Maestra. Y luego viajamos al Reino Tierra para encontrar un maestro de Tierra Control. Encontré a la maestra perfecta en una chica ciega pero inmensamente poderosa, venía de una familia rica, pero competía en secreto en torneos clandestinos.

—¡Oh, sí! —gritó Toph, levantando un puño en el aire—. Así que por eso estabas tan decidido a que te enseñara.

Aang asintió.

—Pero para ese entonces, alguien nuevo se había unido a la carrera para capturarme. Ella era la Princesa Azula, una prodigiosa Maestra Fuego, y hermana menor del Príncipe Zuko, quien era mejor que él en todos los sentidos. Su Fuego Control era más débil que el de ella, pero estaba tan decidido como siempre.

—Era de esperarse —dijo Azula, pero pareció darse cuenta de algo.

—¿Podía hacer Fuego Control en ese mundo? —preguntó Zuko sorprendido, mirando sus manos—. Pero...

—Fue poco después de esto que un amigo nuestro murió a manos de Long Feng. Jet, un Libertador que nos había traicionado a Katara, Sokka y a mí unos meses antes, estaba muerto.

—¿Qué? —preguntó Toph, y había tanto dolor en su voz que hizo que Aang se estremeciera—. ¿Jet...?

—Long Feng. Lo recuerdo —dijo Azula, apretando los puños. Kanna y Piandao se miraron.

—Poco después de esto, la Princesa Azula conquistó Ba Sing Se con solo la ayuda de sus dos amigas y su hermano. Ella… ella logró quitarme la vida cuando traté de acceder al Estado Avatar —se atragantó Aang.

Azula agrandó los ojos en verdadera conmoción, y parecía absolutamente horrorizada. Aang continuó.

—Pero Katara me devolvió la vida con sus habilidades curativas. Y luego, manteniéndose a mi lado como siempre, Katara, Sokka y Toph se unieron a mí para infiltrarnos en la Nación del Fuego. Reunimos una fuerza de invasión para sitiar la Capital, pero fallamos. Todos los adultos fueron tomados prisioneros y la Princesa Azula hizo que los ejecutaran.

Toph notó un cambio repentino en los latidos de Azula; por lo general, era inquietantemente rítmico, pero ahora eran tan irregulares que era una maravilla que nadie más pudiera sentirlos.

—¿Por qué no usaste el Estado Avatar? Podrías haber ganado... —dijo Zuko en voz baja.

—Azula lo bloqueó cuando me mató, pero tampoco pude usarlo porque no logré desbloquear todos mis chakras. Tenía que dejar ir a alguien que amaba, pero no pude, y el Estado Avatar quedó bloqueado para mí para siempre —admitió Aang con culpabilidad.

—Katara —dijo Kanna de repente. Aang la miró—. Amabas a Katara.

Aang hundió los hombros, pero sonrió con cansancio.

—Siempre.

Azula envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas.

—Hubo muchas más pérdidas en la guerra, pero Zuko se unió a nosotros eventualmente y me enseñó Fuego Control. Ayudó un poco, pero tantas personas murieron que al final solo quedamos nosotros cinco. La Princesa Azula y el Señor del Fuego Ozai eran mis enemigos más acérrimos. Derrotarlos terminaría con esta guerra, pero solo el mero hecho de levantarnos tras cada fracaso consecutivo lo hacía todo mucho más difícil. Al final, supe que necesitaba el Estado Avatar para ganar, así que viajé al Mundo de los Espíritus. Allí, mis vidas pasadas, en lugar de simplemente restaurar nuestro Espíritu, decidieron enviarme aquí.

—¿Así que fuiste un Maestro experto todo el tiempo? —preguntó Toph, arrugando la nariz.

—No. Lo olvidé todo —respondió—. No sé por qué. —Miró a todos a su alrededor: Kanna y Piandao tenían expresiones contemplativas, Zuko lo miraba con asombro, Toph estaba sumida en sus pensamientos y había en Azula una expresión que no pudo reconocer—. Pueden preguntarme lo que quieran. Ya no tengo nada que esconder. Pero... solo quiero saber si me creen. —Tragó saliva—. Quiero saber si me odian o no por haberlos manipulado y mentido de esta manera. Lo siento mucho, mucho. —Tenía los ojos húmedos mientras se inclinaba sobre sí mismo, postrándose ante ellos en el suelo. Su voz se quebró.

Azula se puso de pie.

—Necesito pensar —dijo en voz baja, caminando hacia el bosque. Zuko la siguió. Aang miró a Toph.

—¿Y tú? —le preguntó.

—No sé... Es muy extraño y no me lo creo, no quiero creerlo, pero estás diciendo la verdad. —Ella le sonrió—. Pero es un más bien genial que estés haciendo esto por ellos, es tu segunda oportunidad para salvar a todos tus amigos, ¿no?

—Supongo que sí —dijo Aang.

—Es bastante dulce —dijo con una verdadera sonrisa—. Supongo que mi otro yo tiene suerte de tener un amigo como tú.

Él le devolvió la sonrisa con inmenso alivio.

—Me alegra que pienses eso, Toph.

—Supongo que así es como sabes mi nombre, ¿no? —preguntó, y él asintió. Luego miró a Kanna.

—Definitivamente es una historia increíble —dijo la anciana—. Pero ahora entiendo tus motivos. Sokka era uno de tus mejores amigos, ¿no?

Aang asintió.

—Más que eso. Me mata tener que pelear contra él. —Apretó la mandíbula—. Estoy luchando por él, por Katara, por Toph y Zuko.

—Entonces estaré de tu lado —dijo Kanna.

Piandao se sentó de nuevo, dejando salir otro gruñido de dolor.

—¿Cómo encajo yo aquí? —le preguntó al Avatar.

—Eras el Maestro de Sokka, como lo fuiste de Zuko y de mi —le dijo Aang. Desenvainó la espada de meteorito—. Esta espada le pertenecía a Sokka en mi mundo, la forjó él mismo. Espero devolvérsela algún día.

—Una intención admirable —le dijo Piandao—. Pero sigue siendo mi espada.

—Lo siento, Maestro —dijo Aang, inclinando la cabeza—. Pero...

—Lucharé contigo por ella, una última vez —dijo el viejo maestro.


Azula se adentró en el espeso bosque, tantos pensamientos corriendo por su mente que no podía comprenderlos por completo. La historia de Aang era tan extraña, tan irracional, tan aterradora, pero explicaba muchas cosas. No podía negárselo a sí misma. Sabía que era verdad, y ahora conocía la verdadera identidad de la horrible presencia que vivía dentro de ella: la Princesa Azula. El odioso ser estaba riendo, el horrible ruido resonaba en su mente y todos sus pensamientos y sentimientos, más fuerte que sus habituales susurros en la noche. La Princesa le repetía cuatro palabras.

Eres un monstruo.

Así la veía Aang. Para él, ella no era más que la persona que había asesinado a sus amigos y a todos los que le importaban. Ella lo había herido y causado una tristeza insoportable.

Eres un monstruo.

Él nunca la amaría ...

¡Eres un monstruo!

No... Él amaba a Katara... Ella no era nada para Aang, ya no. ¡Y tenía mucho sentido! Ahora entendía por qué Aang la atacó en su primer encuentro. ¿Cómo podía soportar estar en su presencia, después de todo lo que le había hecho? Cuando la miraba, ¿veía a la princesa Azula en su lugar?

¡Eres un monstruo!

—¡Azula!

Se estremeció, apoyándose contra un árbol grueso para no caer de rodillas, no frente a su hermano.

—¿Qué quieres, Zuzu? —Ella no miró en su dirección, no quería que viera las posibles lágrimas que surcaban su rostro.

—¿Le crees? —le preguntó a su hermana.

—Sí —respondió ella, absolutamente segura—. Sí. Es verdad. Tiene que serlo. ¿Por qué si no iba a saber tanto?

—Supongo que tienes razón. Aunque es un poco extraño, ¿no? Soy su Maestro de Fuego Control en ese otro mundo —dijo, mirando sus manos—. Tengo que volver. Tengo que preguntarle algo a Aang.

—Entonces vete —dijo.

—Me quedaré con él y llevaré esto hasta las últimas consecuencias —dijo Zuko resueltamente—. Necesita nuestra ayuda ahora, más que nunca. —Cuando no respondió, se acercó a ella—. ¿Zula? ¿Estás bien?

Su mano apretó la corteza del árbol.

—No. No lo estoy —logró decir—. ¿Cómo puede viajar con nosotros? ¿Dormir cerca de mí? Fui yo quien mató a todos sus amigos.

Zuko negó con la cabeza.

—No, no fuiste tú. No eres la misma persona. Vienen de dos mundos totalmente diferentes. No dejes que eso te moleste.

—No lo entiendes.

—¡Sí que lo entiendo! ¡Yo también era su enemigo en ese otro mundo!

—Pero al final te convertiste en un traidor y te uniste a él —dijo Azula mordazmente. ¿Fueron esas sus palabras?

—Vamos, Azula. Regresemos —le dijo con calma—. Podemos hacer que Aang nos aclare todo esto.

—¡No! —gritó, volviéndose para encararlo por completo. Él retrocedió ante su mirada un tanto enloquecida—. ¡No le dirás nada a Aang!

Zuko apretó los dientes.

—Está bien. Vamos.


—Piandao, no deberías estar peleando todavía —le dijo Kanna a su paciente mientras se levantaba, su brazo izquierdo estaba en cabestrillo, pero sostenía la espada en el derecho.

—Es una pelea de honor —gruñó Piandao—. Debo hacer esto.

—¿Estás seguro? —preguntó Aang.—Sí —dijo el Maestro haciéndole una reverencia a su alumno, que Aang le devolvió—. Ahora comencemos. —Sorprendentemente para Aang, el hombre fue el primero en atacar, lanzándose hacia el chico con un golpe de su espada plateada. La espada negra bloqueó el ataque con solidez, y Aang dio un paso atrás para golpear de nuevo. Esta vez, Aang usaría sus poderes en absoluto, ni siquiera para protegerse. Ambos estaban peleando con una sola mano, pero Aang era más rápido.

El movimiento de sus pies y sus posturas eran perfectos mientras atacaba, atacando a Piandao desde todas las direcciones con su espada, agachándose y zigzagueando bajo la mayoría de las arremetidas. Piandao tampoco estaba del todo incapacitado: sus golpes seguían siendo fuertes a pesar de que usaba una sola una mano. Pero los movimientos rápidos afectaban y agitaban su herida. Aang podía ver claramente cómo sus dientes se apretaban y el sudor se formaba en su frente. Cuando Aang lo atacó con un poderoso golpe por encima de la cabeza, que él bloqueó, el sonido del acero pareció causarle al hombre un intenso dolor. Se agarró la herida y se tambaleó hacia atrás, y Aang bajó su espada preocupado, acercándose a Piandao.

—¿Maestro...? —preguntó inseguro. Tuvo que tirarse al suelo para evitar una puñalada dirigida a él cuando Piandao volvió a atacar.

—¡Nunca bajes la guardia, Aang! —lo reprendió Piandao. Aang asintió con la cabeza, sonriendo con una pizca de alivio, y continuó el duelo de espadas.

Aang saltó hacia un lado para evitar un tajo vertical, y luego se vio obligado a agacharse para evadir uno horizontal. Se enderezó y bloqueó la espada plateada en medio de otro tajo, deslizando el filo de su espada a lo largo de la de su oponente y luego usó la parte plana de la hoja para bloquear otro ataque. Aang fue tomado por sorpresa nuevamente cuando Piandao golpeó a Aang en la cara con el codo, haciéndolo retroceder dando tumbos. Estuvo a punto de dejar caer su espada. Reafirmando su agarre en el arma, Aang la empuñó con ambas manos y golpeó a Piandao de nuevo, pero maniobró hábilmente el arma de Aang fuera del camino y lo golpeó en el hombro con la empuñadura. Aang gruñó de dolor.

—¡Vamos, Aang! ¡Golpea su viejo trasero! —lo animó Toph.

Solo concéntrate…

Aang volvió a adoptar una postura baja, empuñando el arma con una sola mano; corrió hacia Piandao y descendió sobre él con la pesada espada, que el Maestro esquivó y regresó el golpe, pero Aang era demasiado rápido para él. Levantó la espada de meteorito y bloqueó la hoja de Piandao de frente, provocando sonido agudo. Aang usó su espada para enredar la de Piandao mientras el sonido de sus armas continuaba resonando y se la quitó con éxito de las manos. Antes de que siquiera pudiera parpadear, Aang apuntó su espada al cuello de Piandao.

—Admiro tu devoción por tus amigos —dijo Piandao—. Esa es una gran fortaleza.

—Gracias, Maestro —dijo Aang, apartando su arma y haciendo reverencia. Piandao lo imitó.

—Excelente trabajo. La espada es tuya para devolverla a tu amigo. —Zuko y Azula salieron del bosque justo a tiempo para ver a los dos inclinándose el uno al otro.

—¿Qué pasa? —preguntó Zuko.

—Zuko, ten en cuenta que todo lo que hizo Aang, lo hizo por ti y todos sus otros amigos. Sus intenciones son nobles —le dijo Piandao a su otro alumno—. Además, me alegra ver que han seguido entrenando entre ustedes.

—Entonces, ¿tuvieron suficiente tiempo para pensar? —preguntó Aang esperanzado.

—Sí —dijo Zuko—. Aang, estamos contigo en todo momento.

Azula, que estaba muy serena, asintió.

—Gracias por contarnos todo, Aang.

Sonrió.

—Oh, Aang, tengo una pregunta para ti —le dijo Zuko, y chasqueó los dedos, haciendo que un pequeño fuego apareciera sobre su mano—. ¿Puede tu mundo explicar esto?

—Bueno, el Príncipe Zuko era un Maestro Fuego —dijo Aang, inmensamente asombrado. Miró más de cerca la llama—. ¿Podría ser esto a lo que Roku se refería? ¿Es porque los mundos se están fusionando?

—¿Los mundos se están fusionando? —preguntó Kanna de repente.

—Sí, mi vida pasada me dijo que, como que estoy en el mundo equivocado, están comenzando a fusionarse para devolverme al correcto... Pero si se acercan demasiado, ambos mundos se destruirán —dijo, algo dócilmente.

—Genial —dijo Toph con una sonrisa—. Es más emocionante si la apuesta es más alta. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—No estoy del todo seguro, pero Roku dijo que apenas estaba empezando. El hecho de que Zuko pueda hacer Fuego Control ahora debe ser el resultado de ello —explicó Aang—. Así que a eso se refería. —Se preguntó brevemente si el Príncipe Sokka terminaría perdiendo sus poderes de Agua Control—. De todos modos, Zuko, tenemos que explotar esa habilidad. Voy a enseñarte a hacer Fuego Control.

Zuko abrió los ojos con sorpresa.

—¿Qué, en serio?

—Sí. No podemos perder esta guerra. Tenemos que ser fuertes y estar tan preparados como sea posible —dijo Aang—. No quiero perder a ninguno de ustedes...

—Oye, espera un minuto —lo detuvo Toph—. Decidí enseñarte Tierra Control —le dijo a Aang—. Para que no tengas tiempo para jugar con el fuego. Haz que Azula lo haga.

Zuko miró a su hermana con miedo, a lo que ella respondió sonriendo sombríamente.

Aang le sonrió a Toph. 

—Gracias, Toph.

Kanna dio una palmada después de mirar de nuevo la herida de Piandao, llamando su atención.

—Está bien, ahora que todos estamos del mismo lado, tenemos que pensar qué vamos a hacer. ¿Hay alguna forma de que puedas ir a casa, Aang?

—No lo sé. Los espíritus están tratando de resolverlo —le dijo Aang—. De todos modos, no quiero ir a casa. No hasta que termine aquí. —Kanna asintió.

—Primero tengo que enseñarle Tierra Control —agregó Toph.

—Y yo necesito aprender Fuego Control —agregó Zuko.

—Todo depende de lo que vayan a hacer Sokka y Katara —le dijo Aang a la anciana—. Las cosas han sucedido de manera muy similar a como pasaron en mi mundo, así que creo que tengo una idea... Puede que intenten apoderarse de Ba Sing Se. —No podía imaginarse a su Katara haciendo eso, pero...

Piandao entornó los ojos.

—Eso no sería bueno.

—Así que tenemos que ir y alertar al Rey Tierra —les dijo Aang.

—El Rey Tierra dejó el poder hace unos años —le informó Kanna—. No es sabido por la gente en general, pero tengo mis fuentes.

Aang frunció el ceño.

—Eso no sucedió en mi mundo hasta después de la conquista. —Y luego recordó algo, algo crucial—. Esperen. Nos enteramos de algo que nos ayudaría en la guerra, un gran secreto de la cultura de la Nación del Fuego. Hicimos planes basándonos en esa información y fue nuestro objetivo final durante meses, pero el plan fracasó.

—¿Y? ¿Sugieres que intentemos hacer algo así y que fracasemos? —preguntó Toph sarcásticamente.

—Siempre existe la posibilidad de que no fallemos esta vez —le dijo Aang—. Tenemos que intentarlo.

—¿Qué es? —preguntó Kanna.

—En mi mundo, supimos que se avecinaba un eclipse solar —dijo Aang—. Y si averiguamos la fecha de un eclipse lunar...

Los ojos de Kanna se abrieron con sorpresa.

—Ese plan tiene cierto mérito.

—¿Qué ocurre durante un eclipse? —preguntó Azula con voz apagada.

Aang sonrió.

—Durante un eclipse lunar, los Maestros Agua pierden su poder.

Chapter 30: La Astrónoma

Notes:

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Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 9: La Astrónoma

 

Aang odiaba venir a la Quema.

Desde las costas occidentales del Reino de la Tierra hasta las murallas de Ba Sing Se, todo se había reducido a cenizas el día del Cometa. Aldeas y pueblos enteros habían quedado reducidos a cenizas en medio de la destrucción de Ozai y Azula a lo largo del norte, e incluso un año después nada había crecido en su lugar. Los animales y los espíritus abandonaron la Quema por completo. Los pocos supervivientes y refugiados desplazados por el ajuste de cuentas se habían dispersado por todo el Reino de la Tierra, provocando una crisis de hambruna y sobrepoblación en las pocas ciudades que quedaban mientras la propia Nación trataba de librarse del desastre.

Incluso Ba Sing Se, territorio de la Nación del Fuego desde antes del fatídico verano, no se había librado de la ira del Rey Fénix. Aunque su inmolación terminó allí cuando encontró resistencia y el cometa pasó volando, llevándose su poder consigo, gran parte del Sector Bajo había caído. La inestabilidad y el hacinamiento posteriores provocaron una plaga, y fue entonces cuando Haru había sugerido esconderse en la Quema para esperar a que pasara.

Se instalaron en la base del monte Makapu, que todavía tenía una media cúpula de lava endurecida que protegía los restos de su pueblo. Aang caminó entre las ruinas el primer día que llegaron, preguntándose si la tía Wu, la adivina, había previsto la calamidad del fuego que llovía de los cielos. La lava endurecida les servía de eficaz refugio contra el calor del sol y las tormentas de polvo y ceniza, y lo que era más importante, contra las aeronaves de la Nación del Fuego que de vez en cuando pasaban por encima en su camino hacia Ba Sing Se.

Aang estaba con Teo y el Duque cuando los Dai Li atacaron.

No sabía cómo la guardia personal de Azula los había encontrado. Pero con Sokka, Katara y Suki habiendo salido de la Quema en Appa ese mismo día para recoger suministros y con Toph, Zuko y Haru cerca de la cima de la montaña en el campamento, no podían haber sido atacados en peor momento.

Luchó para proteger a Teo y al Duque de los agentes Maestros Tierra, con el pavor de saber que Azula no podía estar lejos. Incluso podría haber encontrado ya a Zuko y a los demás en la montaña y Aang no quería otra cosa que ir a reunirse con ellos. Pero se mantuvo firme frente a la media docena de Dai Li, apartando sus manos de piedra en el aire con su bastón y apurando a sus dos amigos hacia un lugar seguro. El Duque, a pesar de su corta edad, se había convertido en un luchador capaz por sí mismo, pero para el Dai Li bien podría haber estado blandiendo un palillo de dientes.

Los barriles de los lados de la silla de ruedas de Teo se abrieron y lanzaron una serie de bombas cilíndricas contra las filas de agentes, dispersándolos en un estallido de polvo y gelatina explosiva. Eso les dio a los tres espacio extra para retirarse a un edificio destruido con cimientos de piedra donde se escondieron y planearon su siguiente movimiento.

—Ustedes dos tendrán que quedarse aquí —les dijo Aang, intentando asomar la cabeza por una de las ventanas en ruinas sin que lo notaran—. Creo que sólo fue un pequeño grupo el que nos encontró. El resto debe estar en la montaña.

Teo se acercó a la puerta y miró al exterior.

—Te verán si te vas —dijo.

Aang agarró su bastón, con los nudillos blancos.

—De eso se trata. Los alejaré de ustedes.

Vio que los dos compartían una mirada antes de que Teo bajara los ojos y respondiera.

—El Duque y yo saldremos de aquí.

—¿Qué?

El Duque clavó la culata de su lanza en el polvoriento suelo.

—¡Sí! Teo y yo correremos hacia el otro lado. Estaremos bien!

Teo empujó su silla hacia Aang, dándole una alentadora palmada en el brazo. Aang tenía claro que sólo estaba poniendo una fachada de valentía por el bien de Aang.

—Desde el Día del Sol Negro nosotros dos te hemos estado retrasando. No somos Maestros como ustedes ni podemos luchar como Sokka y Suki. No tienes que seguir cuidándonos, seguiremos por nuestra cuenta.

Aang sintió que sus ojos ardían.

—No es así —dijo. Habían perdido tanto juntos y no quería fallarle a más gente, ni siquiera a la memoria del Mecanicista y de Pipsqueak, dejando atrás a otros dos de sus amigos—. No me importa. Ustedes son nuestros amigos.

—Seguiremos luchando, vayamos donde vayamos —dijo el Duque, apretando el puño y sonriendo—. ¡No te defraudaremos, Aang!

—Y sé que todos nos volveremos a ver algún día —dijo Teo—. Tan seguro como las estrellas.

No sabía qué significaba eso, pero no tenía tiempo para cuestionarlo. Intentó decir algunas palabras de despedida, pero cuando se le atascaron en la garganta, Teo y el Duque lo alejaron a toda prisa para salvar a sus amigos.

Nunca se enteró de lo que les pasó.


El dolor y las molestias que le habían dejado las batallas del día anterior hicieron que su sueño fuera agitado e inquieto, y cuando Azula lo despertó con un codazo por la mañana, se levantó en un estado de alerta total. Ella no dijo nada mientras él se incorporaba y hundía sus manos en el pelaje de Appa, rascando entre las patas del bisonte mientras este se despertaba refunfuñando. Aang miró a Azula mientras guardaba su saco de dormir con movimientos rígidos, como si intentara ni siquiera mirar en su dirección. Todas las verdades que había revelado volvieron rápidamente a él y el peso en su espalda disminuyó tanto que podría haber sido capaz de volar.

—Azula, ¿está todo bien? —le preguntó, con voz tentativa.

Los hombros de ella se tensaron por un momento, pero respondió sin siquiera mirarlo.

—Estoy bien.

Se puso de pie y entrecruzó los dedos.

—Sé que probablemente tienes muchas dudas...

—Si las tuviera, preguntaría —dijo en un tono cortante. Sus ojos se encontraron con los de él y vio las bolsas debajo de ellos, junto con otras señales de que su gracia y aplomo habituales habían comenzado a desaparecer. A pesar de eso, sus labios se curvaron en una sonrisa—. Ya me conoces. Soy enérgica y directa y siempre precisa en lo que digo y en mis intenciones. Si tuviera algo de lo que quisiera hablar, lo diría.

Le devolvió la sonrisa y pensó que era mejor no presionarla, así que decidió confiar en sus palabras y caminó por el otro lado de Appa, donde el resto del grupo los esperaba en un círculo que Aang y Azula completaron. La llanura boscosa a la que habían huido después de luchar contra Katara resultó ser un lugar seguro y eficaz para acampar, ocultándolos bajo un refugio de árboles durante la noche.

—Buenos días, Aang —dijo Kanna, una vez que se sentó entre ellos. La anciana se había echado el chal sobre los hombros y pasó un cuenco lleno de algo dulce y granulado.

—Hola a todos —dijo, presionando sus palmas contra la arcilla caliente. Se quedó mirando su desayuno, tratando de reunir las palabras que quería decir—. Sé que ayer dije muchas cosas, así que si tienen algo que preguntar o si quieren replantear algo, o incluso si quieren tomarse un tiempo para asegurarse de que todavía quieren ayudarme...

—Oh, detente ahí mismo —dijo Toph, echándose hacia atrás—. Si sigues preguntando, tal vez no te ayude.

Zuko asintió hacia él.

—Estamos contigo, amigo.

Aang miró a Azula, quien puso los ojos en blanco.

—¿Acaso tienes que preguntar?

Piandao sonrió, sentado en una postura perfectamente derecha a pesar de que se estaba recuperando de la lesión.

—Subestimas la lealtad de tus amigos.

—Cualquiera que se preocupe de corazón y vea por los mejores intereses de mis nietos es digno de confianza —dijo Kanna, con la mirada y la voz llenas de convicción—. Ahora, pasemos a nuestro siguiente objetivo. Debemos encontrar la fecha del próximo eclipse lunar.

Toph golpeó la tierra con el puño y levantó una pesada piedra contra la que se recostó.

—¿Cómo se enteraron del eclipse solar?

—Bueno... Encontramos una biblioteca espiritual en el medio del desierto de Si Wong donde un búho gigante amenazó con matarnos, pero nos enteramos de la fecha del Día del Sol Negro en un planetario que había dentro —respondió Aang, encogiéndose de hombros.

Zuko fue el único que no pareció inmutarse por eso.

—Está bien, entonces tenemos que encontrar esa biblioteca de nuevo —dijo, desplegando su mapa—. Estamos bastante cerca del desierto de Si Wong.

Aang se llevó el cuenco a los labios, pero lo volvió a bajar con el ceño fruncido.

—¿Me escuchaste? Está en medio de un desierto. Y hay un búho asesino ahí.

—¿Y? Nos ocuparemos de ese búho antes de que pueda matarnos —dijo Azula, señalando con el dedo a nada en particular con una sonrisa salvaje.

—Permítanme aclarar algo —dijo Aang—. En ese mismo viaje, nos robaron a Appa y nos vimos obligados a caminar por el desierto, donde casi morimos de sed e insolación y había avispas halcón esperando para arrancarnos el hígado a picoteos. Los días eran abrasadores y las noches heladas. No recuperamos a Appa hasta que fuimos a Ba Sing Se, semanas después. La cual, por cierto, tampoco era una ciudad muy divertida.

—Está bien, no al desierto —comentó Toph, levantando los pies—. Hombre, parece que se embarcaste en algunas aventuras locas.

Aang sacudió la cabeza y suspiró.

—Eso ni siquiera comienza a describir todo lo que pasamos.

—He oído los rumores que corren sobre ese lugar —dijo Kanna—. Pero no sabía que fueran ciertos. En cualquier caso, debemos planificar cada circunstancia. He vivido varios eclipses en mi tiempo, y aunque me prohibieron inmiscuirme en la logística y la planificación de la guerra, soy consciente del potencial de mi hijo para las artimañas. Me preocupa más el hecho de llevar una fuerza de invasión a la ciudad que solo por derrotar a Hakoda. —Aang esperaba que pudieran hacer ambas cosas durante un eclipse, pero no tenía nada que añadir en voz alta.

—Primero debemos enfocarnos en descubrir si habrá alguno antes de la Luna de Seiryu, ¿no es así? —preguntó Azula.

—Sabemos de alguien que debería poder predecir el próximo eclipse con más precisión que cualquier otro —dijo Piandao.

—Alguien versado en los sucesos cósmicos del universo —continuó Kanna—. Una persona que estudia astronomía y analiza las estrellas con fines científicos y no por algo como la adivinación.

Zuko se rascó la barbilla y se volvió hacia Aang.

—¿Hay alguna posibilidad de que este eclipse lunar pueda ocurrir en la misma fecha que el eclipse solar que experimentaste la última vez, ya que dijiste que las cosas parecen estar sucediendo de la misma forma?

—Los eclipses lunares ocurren cada pocos años —dijo Kanna, encogiéndose de hombros—. Pero nunca he visto un eclipse solar.

—Sí, tonto —dijo Azula, aunque Aang no pudo evitar notar que sus palabras carecían del tono habitual que tomaban cuando se burlaba de su hermano. No podía decir si era solo por amabilidad o si estaba relacionado con lo que parecía estar molestándola.

—¡Tú tampoco lo sabías! —Zuko frunció el ceño pero luego se volvió hacia Aang—. Si ocurren con más frecuencia, ¿no significa eso que tendremos más oportunidades? Si fallamos una vez, no es gran cosa, ¿verdad?

Aang negó con la cabeza.

—No quiero arriesgarme a perder más gente —dijo—. Y además, solo tengo hasta la Luna de Seiryu. —No dijo en voz alta qué tipo de devastación podían desatar las Tribus Agua. No tenía forma de saber lo que Hakoda había planeado.

—No sirve de nada hacer planes hasta que sepamos la fecha, o las fechas, que bien puede haberlas —dijo Kanna, inclinándose hacia adelante para marcar el mapa de Zuko—. Cuando la encuentren, mencionen mi nombre y díganle que el Loto Blanco requiere su ayuda.

El Loto Blanco. Aang tenía el vago recuerdo de Jeong Jeong, Pakku, Bumi e Iroh vistiendo túnicas a juego y hablando en secreto entre ellos, pero como nunca se lo dijeron y él nunca tuvo la oportunidad de preguntarle a ninguno de ellos después del cometa, era un misterio que todos habían decidido dejar sin resolver. Lo que sea que fuera la sociedad, duró poco.

—¿A dónde irán? —preguntó Aang.

—Ba Sing Se —dijo Piandao—. Tenemos contactos que deberían poder ayudarnos. Pero no te preocupes —agregó, justo cuando Aang abría la boca para decir algo—. No le diremos a nadie su secreto.

Aang suspiró.

—Gracias. Entonces… ¿supongo que nos veremos allí después?

No le entusiasmaba volver a visitar Ba Sing Se, pero esperaba que fuera en mejores circunstancias. Esta vez, tenía a Appa.


Animados por contar la ayuda de Kanna y Piandao (y con un plan sólido que no implicaba ir al desierto) se dirigieron al sureste del Reino Tierra a un grupo de montañas que rodeaban el fondo de una bahía, un vecino de la Bahía Camaleón. Constituía uno de los lados de un canal entre el Reino Tierra y la Columna del Tigre Blanco, una cadena montañosa que conducía al Templo del Aire del Este. Podía ver las montañas a lo lejos, ocultas por un velo de niebla que confundía lo lejos que estaba realmente la orilla opuesta.

Agradecido con Zuko por tomar las riendas, Aang se arrastró junto a Toph, quien no se había movido de su lugar en la silla más cercana al equipaje, agarrándose a lo todo lo que podía como si esperara que la tiraran fuera de Appa en cualquier momento.

—¿Estás bien? —le dijo él, con una sonrisa en el rostro.

Toph agarró el borde de la silla con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos.

—¡Muy bien! O tal vez algo enferma, mi estómago no se ha decidido todavía.

Aang se rio mientras Sabi daba saltitos por lo que solo podía asumir que era preocupación por la Maestra Tierra.

—Te acostumbraste a volar con el tiempo.

—No hables de mí pasado, Aang. Es un poco espeluznante.

—Lo siento —respondió asintiendo con la cabeza. Ahora que todos sus secretos habían salido a la luz, se descubría a sí mismo dejando salir comentarios como esos—. Pero es verdad. La otra tú incluso acabó por disfrutarlo.

—¿Y eso por qué?

—Una vez me dijo que le daba una especie de paz. Después de las batallas, en las que las vibraciones solían ser una locura, se iba a volar con Appa durante horas y horas, o me obligaba a darle un paseo en mi planeador. Estar en el aire nos ayudaba a relajarnos.

—Algo me dice que ustedes no estaban bien de la cabeza —comentó Toph, su rostro se puso verde—. Aang, nunca, jamás, volaré contigo en ese endeble palo de madera.

Aang se rio de nuevo.

—Por favor, llámame Pies ligeros. No suena bien cuando dices mi nombre real.

Azula lo miró con curiosidad.

—¿De verdad responderías a eso? —preguntó con disgusto, sentándose al otro lado de la silla con los brazos cruzados—. Parece que eran muy unidos en ese otro mundo.

Aang miró directamente a Azula, perplejo por su declaración.

—Sí, lo éramos —afirmó, y le dio un puñetazo juguetón a Toph en el brazo, a lo que ella devolvió el golpe tres veces más fuerte—. Me alegro de tenerte con nosotros, Toph.

—Más te vale —refunfuñó, soltando un grito de miedo cuando Appa se dejó caer unos metros—. Pies ligeros —agregó tardíamente.

Kanna les había dicho que buscasen un faro que la Astrónoma usaba como residencia, más allá de las canteras de piedra y los confines del desierto. Cuando cayó la noche, asumieron que el faro sería fácil de detectar desde el aire, pero después de horas de vuelo y de que sus párpados se volvieran pesados les resultó más difícil de lo que pensaban encontrar el lugar. Pero era una noche clara con muchas estrellas, por lo que asumió que la Astrónoma estaría ocupada con su trabajo.

—¡Ahí está! —gritó Toph, señalando hacia el mar turbio. Zuko y Azula se volvieron hacia ese lado de la silla para mirar.

Aang puso los ojos en blanco.

—Chicos, es ciega —les recordó.

—Aw, arruinaste mi diversión —dijo Toph, sentándose de nuevo con los brazos cruzados. Tanto Zuko como Azula la fulminaron con la mirada.

—Me hiciste eso una vez —dijo Aang, tratando de contener su sonrisa.

—Ugh, ¿en serio? Y aquí me tienes pensando que estaba siendo original...

Finalmente, fue Azula quien razonó que una fuente de luz brillante no sería propicia para observar las estrellas, y después de descender a una altitud más baja y volar a lo largo de la costa, finalmente vieron una torre oscura con un largo telescopio dorado en la parte superior, donde estaría el faro, al final de un sendero rocoso que daba al canal. Adosada a su base vieron lo que presumiblemente era su casa con techo inclinado y puerta de madera, con las ventanas oscurecidas. Más adelante en el camino de tierra, vieron otra choza con tubos de metal que sobresalían del techo de los cuales salía humo. Una luz cálida y dorada brillaba a través de su única ventana, señal de que había un fuego ardiendo en el interior de un horno o una chimenea.

Cuando aterrizaron, la fuerza del peso de Appa y su gruñido de cansancio anunciaron su llegada a quienquiera que estuviera dentro de la choza, porque la puerta se abrió y un muchacho salió empuñando una barra de metal, con gafas protectoras sobre los ojos mientras permanecía en una postura cautelosa. Pero una vez que puso sus ojos en el bisonte volador, aflojó el agarre de su arma improvisada y los miró con la mandíbula abierta.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó, con asombro y admiración evidentes en su voz.

Cuando reconoció al chico, Aang también se quedó con la boca abierta. Aunque ahora caminaba con ambos pies, era inconfundiblemente Teo.


—¿Recuerdas que te pedí que me ayudaras a tomar el control de Ba Sing Se, verdad, hermano? —le preguntó Katara a Sokka, con amabilidad irradiando de sus palabras y de su voz.

Sokka apartó la cabeza de su hermana, su voz en cambio era fría y su único ojo la miraba atentamente.

—Por supuesto. ¿Por qué, esperabas que lo olvidara?

Katara rio.

—Algo así. A veces eres tan tonto.

Pasar sus días en el barco de la Tribu Agua lo volvían impaciente e inquieto, y por mucho que lo odiara, un sentimiento de culpa se abría paso en su estómago cada vez que pensaba en su abuela y cómo la había traicionado. Quería salir y luchar contra algo, encontrar alguna forma de liberar la ira que sentía. Trató de ejercitar su Agua Control tanto como pudo, pero cuando su mente estaba tan turbada como ahora, le costaba manejarla.

Los estados de ánimo de su hermana y de las otras dos chicas en el barco tampoco ayudaban. Katara siempre le hablaba con falsa amabilidad poco disimulada, siendo siempre la entrañable hermana pequeña que lo colmaba de cumplidos y presumía sus hazañas ante sus hombres. Sokka era más inteligente que su hermana, pero lo compensaba con su poder. No dejaría que lo manipulara. Además, asumió que ella había puesto a Suki y Yue a coquetear con él en sus intentos de controlarlo: Suki seguía intentando entablar conversación y Yue bateaba tímidamente las pestañas, pero él se las ignoraba a las dos cada vez que lo hacían.

Sin embargo, había otra mujer en el barco, y ésta era la que más lo asustaba. Hama se acercó a él con las manos debajo de las mangas, sin siquiera hacer una reverencia en señal de respeto al acercarse.

—¿Qué quieres? —le preguntó a la anciana. Katara se apoyó en la balaustrada contemplando las velas, pero él se negó a mirar a ninguna de ellas.

Katara pareció pensar que la pregunta iba dirigida a ella.

—Bueno, ¿no quieres saber el plan?

—¿Para Ba Sing Se?

—En serio, hermano. Deja de permitir que tu mente divague. Sí, estoy hablando de Ba Sing Se.

Se volvió hacia ella.

—¿Cuál es tu plan? —Ahora que la miraba por completo, trató de cambiar su expresión por una máscara de despreocupación.

Ella sonrió, parecía lucir casi como un depredador.

—Yo, tú, Suki y Yue haremos la mayor parte del trabajo; derribaremos a Ba Sing Se desde el interior, ya que los muros son, aparentemente, impenetrables.

Sokka se puso una mano en la cadera, con millones de situaciones desarrollándose claramente en su cabeza.

—¿Y cómo planeas entrar?

—Nos disfrazaremos de refugiados y usaremos a una fuerza de invasión real como tapadera para ocultar lo que estamos haciendo. Algunos de los hombres de papá descubrieron dónde atraca ese tonto ferry de refugiados de la ciudad, el que viene de la Bahía Luna Llena. Está justo afuera de las murallas, y es el único lugar donde los muros se abren regularmente para dejar entrar a los refugiados. Los invasores atacarán ese lugar mientras nosotros nos colamos dentro silenciosamente.

—Obviamente estará fuertemente protegido —dijo Sokka, haciéndole notar los defectos de su plan—. La fuerza de invasión también necesitaría ser sigilosa.

Katara sonrió.

—Por supuesto. Por eso sacaremos uno de sus propios inventos.

Sokka entornó los ojos, e incluso su boca se abrió un poco con estupor.

—Pero eso lo diseñé hace tanto tiempo. ¿Me estás diciendo que...?

—Sí —dijo Katara asintiendo—. Nuestros ingenieros finalmente construyeron tus submarinos.

Sokka sintió su corazón dar un salto de emoción, sorprendiéndolo. Sonrió.

—¡Estupendo! Tengo que decir que estoy deseando ver cómo quedaron —Katara y Hama sonrieron, pero luego el entusiasmo de Sokka decayó de repente—. ¿Pero cómo van a apoderarse de la ciudad un par de refugiados? No es como si pudiéramos hacer Agua Control. Se supone que seríamos gente inofensiva.

—Eso es cierto —dijo Katara—. Pero tengo un plan en mente. Y todavía hay algo sobre el Agua Control que debes aprender y que te ayudará en ese sentido.

Sokka frunció el ceño.

—¿Qué es?

—Príncipe Sokka, propongo humildemente completar tu entrenamiento —le dijo Hama.

—¿Mi entrenamiento? —preguntó, volviéndose para darle una mirada gélida.

—Sería un honor para mí enseñarte algunas de las técnicas secretas e increíblemente oscuras del Agua Control —continuó Hama, aunque frunció los labios como si hubiera probado algo amargo—. Dudo mucho que tu abuela te haya enseñado estas habilidades.

—Ya soy un Maestro Agua completo —afirmó.

Hama se irguió tanto como su ligera joroba se lo permitió.

—Pero ni siquiera los Maestros expertos deben dejar de aprender.

Eso era cierto, supuso.

—¿Qué crees que puedes enseñarme?

Hama sonrió, sus labios estirándose en su rostro arrugado.

—El arte de la Sangre Control.

Sokka entornó los ojos mientras se le helaba la sangre, pero se las arregló para ocultar su reacción rápidamente.

—Ya sé hacer Sangre Control.

Katara se inclinó hacia él con interés.

—¿En serio? Bueno, vamos a verlo.

—¿Lo has olvidado? —le preguntó a su hermana—. La Sangre Control solo se puede hacer en luna llena.

—Solo si eres un aficionado —dijo Katara con confianza, extendiendo sus manos hacia un soldado que pasaba. Sus dedos se doblaron en forma de garras y el hombre retrocedió, sus pies se deslizaron por la cubierta mientras lo arrastraba hacia ella como si lo estuviera atrayendo con un gancho invisible de otro mundo—. Ahora, ¿todavía crees eso?

Sokka se quedó estupefacto. Estaba lejos de ser luna llena, pero con la facilidad con la que lo había hecho, podría haber sido posible incluso a plena luz del día.

—¿Pero... cómo?

Hama se adelantó cuando Katara liberó al hombre de su control y él se alejó tropezando.

—Con la suficiente habilidad y práctica, la Sangre Control se puede hacer casi en cualquier momento. Yo mismo me encargaré de tu entrenamiento, Príncipe Sokka.

Sokka se rascó la barbilla.

—Eso probablemente ayudaría si alguna vez hubiera que pelear. Nadie sabría que estamos haciendo Agua Control. —Asintió y apretó la mandíbula, alejando los pensamientos y advertencias que su abuela le hizo una vez sobre la Sangre Control cuando le enseñó la habilidad por primera vez—. Enséñame, Hama.


Teo se llevó las gafas a la frente y miró al resto con recelosa curiosidad después de apartar los ojos de Appa. Aunque usaba gafas protectoras, tenía el pelo más desordenado que antes y estaba lleno de manchas de suciedad y grasa en la cara y la ropa, por lo demás tenía el mismo aspecto.

—Eh... ¿puedo ayudarlos, chicos? —preguntó finalmente.

—Sí —dijo Zuko, mirando a Aang cuando éste no dijo nada—. Estamos buscando a la Astrónoma. ¿Vive aquí?

Aang tenía tantas preguntas que no podía hacer. ¿Estaría el Mecanicista en esa choza detrás de Teo? Su ayuda sería invaluable en esta guerra como lo fue en su mundo. Pero también se preguntó por la secuencia de eventos que habían llevado a Teo a vivir en este rincón aislado del Reino Tierra en lugar del Templo Aire del Norte. En cualquier caso, parecía que vivían aquí solos: pasaron por el pueblo más cercano en su camino hacia el faro y ese yacía enclavado en el valle de un río al menos a dos días de viaje a pie.

Teo volvió los ojos hacia Appa.

—Eso es un bisonte volador, ¿no? ¿Son Maestros Aire?

—Yo lo soy —dijo Aang, dando un paso adelante—. Soy el Avatar.

—¡Vaya, he oído los rumores, pero es asombroso verte en persona! —exclamó Teo, colapsando la varilla de metal para que se ajustara a su cadera—. Mi nombre es Teo. Vamos, los llevaré a verla.

Después de que Teo encabezara el camino de vuelta al faro, Zuko se puso al lado de Aang y le susurró en voz baja.

—Lo conocías, ¿verdad?

—Sí —dijo Aang, sonriendo. Le alegraba ver que Teo todavía parecía ser abierto y confiado, a diferencia de la melancolía practicidad que desarrolló tras de la muerte de su padre con los otros prisioneros de guerra—. Es un amigo.

La casa en la base del faro estaba hecha, en su mayoría, de ladrillo seco, con pisos de bambú y habitaciones divididas con biombos verdes sin decorar. Una cama elevada ocupaba una de las esquinas de la casa, con tuberías de metal pasando por debajo, trayendo agua tibia y vapor desde algún depósito subterráneo que funcionaba como calefactor. Toda la vivienda se sentía agradablemente cálida y olía a incienso, cuya fuente Aang divisó en una pared del fondo, ardiendo en dos palillos. Cuando notó que era una ofrenda a alguien que había fallecido, su corazón dio un vuelco.

 

Era un retrato pintado del Mecanicista, sin cejas y todo. Aang odió el hecho de que su primer pensamiento al ver el retrato fuera que no podrían aprovechar sus inventos en este mundo, pero luego la tristeza de no poder reunirse con otro amigo se apoderó de él. Pero si el Mecanicista estaba muerto, Aang se preguntaba por qué Teo seguía actuando de la misma manera que lo hizo cuando se conocieron, en lugar del chico triste en el que se convirtió después de la ejecución.

Teo abrió una puerta y reveló una escalera de piedra en espiral que subía por la torre. Mientras ascendían, comenzó a explicarles la historia del faro.

—Los marineros solían venir por aquí con mucha más frecuencia en los viejos tiempos —dijo—. Hay muchas tormentas aquí, por lo que es peligroso para ellos. Los comerciantes del sur pasaban por este canal para llegar a Ba Sing Se, y confiaban en el faro para guiarse. Hoy en día, la mayoría de los piratas y la Armada del Agua navegan por aquí. Y es perfecto para nosotros, ya que estar lejos de la luz de cualquier ciudad o pueblo nos brinda una vista clara del cielo nocturno.

—Y las Tribus Agua nunca los acosan, supongo —dijo Azula, a lo que Teo se encogió de hombros.

Después de varios minutos de subida, las piernas de Aang ardían cuando llegaron a la cima. Incluso Toph hizo comentarios al respecto, aunque Aang sospechaba que tenía menos que ver con el esfuerzo y más con la altura, a pesar de que la torre estaba hecha de piedra. Cuando Teo finalmente se detuvo frente a una puerta y la abrió, todos suspiraron de alivio al ver que la estrecha escalera se abría a una habitación redonda con paredes de cristal, ofreciendo una vista espectacular del mundo de abajo.

Una gigantesca linterna apagada ocupaba la mayor parte del espacio en el centro, pero alrededor de los bordes de la habitación divisaron signos del desorden de la Astrónoma: mapas y cartas estelares, algunos de los cuales habían sido enrollados mientras que otros yacían extendidos; montones de libros y pergaminos habían sido esparcidos al azar; un globo terráqueo, varios telescopios, instrumentos hechos de oro, plata y hierro que no pudo identificar en absoluto. Otros pergaminos que detallaban cálculos matemáticos y científicos, que no tenían sentido para ninguno de ellos, estaban esparcidos por el suelo y las estanterías. Vio velas para medir el tiempo y dispositivos de cronometraje que incluso los Maestros Aire usaban para orientarse, junto con herramientas utilizadas por marinos y navegantes. Todo el vértice del faro estaba abarrotado de tanto desorden que les dificultaba moverse alrededor de la linterna gigante hacia el otro lado que daba al canal de abajo.

—¿Qué es toda esta basura? —preguntó Toph, casi derribando el globo mientras pasaba—. ¿Mirar al cielo realmente implica usar todo esto? Tengo que decir que no veo el atractivo en absoluto. —Levantó un libro, al revés, por lo que Aang giró la cabeza para leer su título, El Manual de las Estrellas del Gran Firmamento. Por curiosidad, miró más de cerca algunos de los otros libros que tenía cerca, entre los que se encontraban títulos como Los Oficios Celestiales, La Intersección de los Cielos y la Tierra, y Tratado del Abad Sui y el Maestro Ukilik Sobre las Inexactitudes de los Mapas Estelares de la Dinastía de Jade, escrito por los Siete Sabios en la Corte del Crisantemo Divino. Supuso que algunos podrían encontrar esos extensos tomos como lecturas emocionantes.

—¡Oh, visitantes! —dijo una voz alrededor de la linterna. Cuando llegaron al otro lado de la misma, Aang se fijó en el extraño aparato que había en su interior que debió haber sido usado alguna vez para enfocar la baliza en un rayo de luz. Y, sobre todo, vio el telescopio gigante que el astrónomo presumiblemente usaba para la mayor parte de sus observaciones estelares, el más grande que había visto nunca, que sobresalía de la sala de cristal y se extendía hacia el cielo—. ¡Y a esta hora! Qué lindo. Bienvenidos a mi humilde observatorio.

—Han venido aquí para conocerte, mamá —dijo Teo, señalando a Aang y los demás—. Este es el Avatar y sus amigos.

Aang trató de no mostrar su sorpresa al ser presentado a la madre de Teo. Alta y esbelta, vestía una pesada túnica de color esmeralda oscuro, adornada con oro y un sombrero a juego que tenía la insignia del Reino Tierra, una larga borla que se extendía desde la parte trasera hasta los hombros. Su cabello, liso y de un tono marrón más claro que el de Teo, se extendía hasta la parte baja de la espalda. Tenía los ojos muy abiertos y oscuros, y parecía parpadear con menos frecuencia que la mayoría de las personas.

—¿El Avatar y sus amigos vinieron a verme? —preguntó ella—. ¡Ah, sabía que acabarían viniendo!

—¿Ah, sí? —preguntó Zuko, retrocediendo sorprendido—. ¿Lo viste en las estrellas?

—Oh, no, me estás confundiendo con una astróloga —dijo, riendo tras su mano—. No hago predicciones. Durante las últimas horas vi una forma blanca con manchas volando por el cielo y parecían no tener rumbo fijo, ¡pero supe reconocer a un bisonte volador! Solíamos ver imágenes de ellos por todo el Templo Aire del Norte. Son criaturas realmente majestuosas, me encantaría echar un vistazo al cielo estrellado desde una de sus lomos...

—¿Han estado en el Templo Aire del Norte? —preguntó Aang, cortándola en su sorpresa. Entonces este Teo tenía una historia similar, aunque su madre estaba viva.

—Ah, sí, solíamos vivir allí —continuó la Astrónoma, desconcertada—. Al principio huimos allí como refugiados cuando nuestra aldea cayó ante las Tribus Agua, pero fue bastante difícil adaptar a nuestra gente a las formas de vida de los Maestros Aire de antaño, sin ofender, Avatar, muchos de nosotros acabamos marchándonos. Mi pequeño Teo era muy joven, pero me imagino que si hubiera tenido la edad suficiente, él y su difunto padre habrían hecho todo tipo de inventos maravillosos juntos y las cosas habrían sido tan diferentes...

—Mamá —dijo Teo, empujándola suavemente—. Te estás yendo por la tangente, probablemente no les importa...

Ella se rio entre dientes y cruzó las manos bajo las mangas.

—¡Oh, qué tonta soy! Pido disculpas. ¿Qué los trae por aquí?

—El Loto Blanco quiere pedir un favor —dijo Azula. Aang se dio cuenta de que ella luchaba por no poner los ojos en blanco—. Kanna nos dijo que te buscáramos para preguntarte por la fecha de un eclipse lunar.

—Un eclipse lunar —repitió la astrónoma. Se lamió el dedo y hojeó uno de sus libros—. Recuerdo a Kanna. Qué anciana tan encantadora... tendré que investigarlo. Pero mientras tanto, ¿sabías que la constelación del león tortuga es visible esta noche? Y en unos meses será posible divisar una estrella invitada azul a simple vista. He esperado tanto tiempo para verla, es un acontecimiento único en la vida. A medida que se acerque, ¡verás que no es una estrella invitada en absoluto! Los Maestros Agua la llaman "Luna de Seiryu", y creo que será un espectáculo precioso, podremos contemplar una segunda luna en el cielo. Aunque es un nombre inapropiado, ya que no orbita nuestro mundo como lo haría una luna verdadera. Sería más exacto llamarlo “Planeta de Seiryu”. ¿Sabías que hay otros planetas además del nuestro?

—Sí, suena magnífico —dijo Azula, frunciendo el ceño. Ella se hizo eco de los propios pensamientos de Aang al respecto—. Especialmente cuando lo usan para devastar el resto del mundo.

La astrónoma frunció los labios.

—Oh, había olvidado que da poder al Agua Control. Es una pena que algo tan maravilloso pueda transformarse en algo tan aterrador como eso. También solía haber un gran cometa que aparecía cada cien años, pero parece que los antiguos eruditos calcularon mal su regreso porque se perdió la última llegada programada. Qué extraño. —Se tocó la barbilla y miró al cielo, perdida en sus pensamientos—. Apuesto a que también habría sido hermoso ver eso.

Aang se preguntó si se refería al cometa de Sozin. Si era así, ¿se suponía que existía en este mundo? ¿Le daría poder a los Maestros Fuego de la misma manera que la Luna de Seiryu potenciaba a los Maestros Agua? En cualquier caso, habría preferido que ambos eventos celestiales simplemente se perdieran su llegada programada. El cometa era hermoso, claro, si uno consideraba que un cielo rojo sangre era atractivo.

—Uh, ¿el eclipse? —le recordó Zuko, vacilante.

—¡Ah, sí! Bueno, tengo que buscar en mis registros y catálogos de estrellas —dijo—. Teo, ¿por qué no llevas a todos al piso de abajo y les preparas té mientras yo investigo? Puede que tome algo de tiempo.

—Seguro que le tomará tanto tiempo, si sigue distrayéndose —murmuró Toph en voz baja.

—Buena idea —dijo Teo, volviéndose hacia Aang con una sonrisa—. ¡O hay algo que podría mostrarte! Siempre he querido conocerte para que pudieras ver esto.


—Entonces, ¿a qué se debe tanto entusiasmo? Oye, Pies ligeros, este chico parece ser casi tan ligero como tú —señaló Toph.

Teo se volvió hacia Aang y sonrió una vez que los alejó bastante del faro.

—Aang, entrena conmigo —dijo Teo—. La mayor parte de mi tiempo lo paso en el taller haciendo herramientas para mamá, o para facilitarnos la vida aquí fuera, pero también he intentado aprender a luchar.

Aang casi saltó hacia atrás sorprendido.

—¿Qué? ¿Puedes pelear? —También se sorprendió gratamente al saber que la choza era su taller y se preguntó qué tanto habría heredado de su padre en cuanto a sus inventos.

—Sí, pero no uses tu espada, ni ningún otro Control que no sea el Aire —le dijo Teo—. Siempre soñé con conocer a un Maestro Aire, especialmente a uno experto. —Teo adoptó una postura que le resultó extremadamente familiar a Aang. Aang le dio su espada a Zuko y su bastón a Azula. Aang adoptó la misma postura de lucha mientras Sabi chillaba nerviosamente, como si sintiera el cambio en la atmósfera—. ¿Listo?

Aang llevó su brazo hacia adelante en respuesta, lanzando una ráfaga de viento hacia el otro chico. Con una gracia sorprendente, Teo se apartó y saltó hacia Aang, pero en lugar de atacarlo de frente, el chico se desvió hacia un lado, lanzando una patada. Aang usó su antebrazo para bloquear el ligero golpe y agacharse, devolviendo la patada. Un arco de viento se deslizó por el suelo, pero Teo saltó por encima del ataque y se elevó por encima de los hombros de Aang, aterrizando detrás de él. Aang usó su Aire Control para girarse y enfrentarlo, pero el no-maestro logró volver a escurrirse detrás de él.

Aang juntó los puños y extendió una barrera que salía de todos sus lados, apartando al otro chico y consiguiendo algo de espacio para recuperarse. Teo detuvo su caída con una voltereta mientras Aang barría ambos brazos y una pierna hacia él, lanzando contundentes ráfagas de aire. Teo juntó sus manos y dispersó una de las ráfagas y esquivó las otras, acercándose cada vez más a Aang.

Los otros tres observaron como Aang agarraba los zarcillos de aire y los usaba para bloquear un puñetazo del otro chico, pero esto sólo lo rozó ligeramente y desvió el ataque. Aang se agachó para evitar otro golpe, pero le devolvió el favor atacando a Teo en su abdomen expuesto. El no-maestro se las arregló para levantar su otra mano y repeler el golpe de Aang, en realidad se parecía más a una parada, pues apartó su brazo del de Aang y abriendo sus defensas; pero entonces, Teo deslizó su pie hacia adelante en un intento de romper la postura de Aang. Sin embargo, Aang mantuvo los pies firmemente sobre el suelo, y consiguió girar los brazos para desviar otro ataque de Teo, pero éste repitió la misma maniobra cuando Aang trató de devolverlo.

Todo el tiempo, ambos chicos daban vueltas alrededor del otro interminablemente, girando sobre el terreno; esquivando, repeliendo y moviéndose. Para ese entonces, Aang había resuelto no usar su Control para que la pelea fuera más justa.

Aang logró abrir otra de las defensas de Teo, aprovechó la oportunidad para saltar por encima de la cabeza del chico, agarrándolo por los hombros en el aire y sujetándolo por los brazos. Deslizó su pie y derribó a Teo debajo de él, terminando rápidamente la pelea. Ambos chicos estaban jadeando, pero Aang no podría haber estado más eufórico.

—¡Eres un Maestro Aire! —proclamó Aang. Appa, que estaba cerca, dejó escapar un fuerte aullido de satisfacción.

Zuko abrió los ojos de par en par.

—¿Qué? ¡Pero si no vi ningún tipo de Control!

—Bueno, no un Maestro —aclaró Aang—. ¡Pero conoces todas las formas! ¡Si fueras un Maestro, estarías cerca de ser un experto! ¿Cómo aprendiste?

—Estudié todos los pergaminos que pude encontrar en el Templo Aire del Norte —dijo Teo con orgullo, todavía sentado en el suelo—. No sabía lo bueno que era, porque nunca tuve nada ni nadie contra quien luchar, pero estudié todas las formas por completo.

—¿E hiciste esto sin un maestro formal? —preguntó Aang—. Estoy impresionado.

—¡Oye, yo tampoco tuve un maestro! —protestó Toph—. Bueno, al menos no uno formal.

—Bueno, todavía tengo mucho que aprender —confesó Teo tímidamente—. ¿Crees que...?

—No mucho, en realidad. Tu postura estaba algo fuera de lugar en algunos puntos, pero es solo porque en realidad no puedes hacer Aire Control. Sobre eso no hay nada que puedas hacer al respecto —le dijo Aang, encogiéndose de hombros.

—Oh —dijo Teo, con los hombros cayendo. Dio unas palmaditas en la barra de metal plegable que colgaba de su cinturón—. Bueno, espero que esto pueda compensar algunas de esas deficiencias. En todo caso, nos ayuda a protegernos de algunos bandidos ocasionales.

—No te desanimes —le animó Aang—. Si no hubiera usado Aire Control, podrías haberme ganado incluso a mí.

—Genial —dijo Toph—. Ahora tenemos dos Pies Ligeros por aquí.

—Bueno, esto fue divertido, pero voy a descansar un poco mientras podamos —dijo Azula, caminando hacia Appa con un bostezo—. Y te sugiero que tú también lo hagas, porque no quiero que su parloteo sobre el Aire Control me mantenga despierta toda la noche.


A la mañana siguiente, Toph despertó a Aang muy temprano, arrastrándolo por los cabellos hasta la extensión de tierra más vacía que pudieron encontrar. Se resistió un poco al comienzo de su entrenamiento de Tierra Control porque quería disfrutar de uno de sus raros despertares tras una noche sin sueños, pero Toph le dijo que no toleraría la pereza y que sería prudente no llevarle la contraria. Él lo sabía bien.

Teo había venido a mirar, aunque Zuko y Azula estaban haciendo otras cosas (Aang esperaba que Azula comenzara a entrenar a Zuko en el Fuego Control). Aang escuchaba con atención mientras Toph le mostraba las formas y le decía a Aang que la imitara. Incluso Teo se unió, aunque solo fuera por diversión. A Toph no le importaba la atención, sobre todo porque su alumno adicional parecía más dispuesto a aprender que el original. Aang se encontró haciendo el tonto como solía hacerlo, divirtiéndose genuinamente con Toph porque quería. Se sentía más libre ahora que ella conocía sus secretos.

Los recuerdos volvieron a él cuando ella le enseñó la firmeza que un Maestro Tierra debía poseer. Tenían que ser fuertes, inflexibles, increíblemente obstinados y no estar dispuestos a moverse ni a retroceder. Todo lo que decía era tan opuesto a lo que tanto Aang como Teo habían aprendido sobre las ideas del Aire Control, pero Aang lo captó más rápido que la última vez. Al igual que cuando aprendió a hacer Fuego Control de nuevo, algo pareció hacer click en su mente. Teo estaba convencido de que Aang era algún tipo de prodigio.

Lejos de eso, pensó. Al menos, ya no se sentía de ese modo.

De vuelta en su mundo, Aang había intentado aprender todos los estilos de control que pudo manejar. Con sus amigos y maestros, aprendió a controlar los cuatro elementos con la mayor pericia, cada uno de ellos eclipsando individualmente el poder de todos los demás Maestros vivientes, excepto, quizás, Ozai y Azula, los que más importaban. Eran más fuertes que los Maestros más antiguos y más experimentados simplemente porque no quedaba ninguno. Supuso que la arrogancia podría haber sido su perdición y la de sus amigos.

Con Katara, se adentró en el reino de la Sangre Control, enfrentándose a sus miedos entre sí y bordeando el arte oscuro, pero se dio cuenta de que tenía tanto corazón para ello como Katara, y ambos prometieron usarlo solo en las circunstancias más extremas sin llegar realmente al límite. Después de decidir eso, practicaron los otros dones que Katara recibió de Hama, usando el agua en los árboles y las plantas, incluso imitando los movimientos que vieron hacer a Huu para controlar las plantas directamente. Practicaron el estilo del norte y el estilo del sur, perfeccionando sus técnicas. Al regresar al Polo Norte, Aang incluso aprendió a curar, y Katara lo dominó hasta el punto de superar a Yugoda, la sanadora.

Con Toph, Aang comenzó a aprender los conceptos básicos de Metal Control, una habilidad con la que tuvo muchos problemas al principio y nunca llegó a dominar ese arte del todo. Pero a medida que se familiarizaba más con la tierra y el metal impuro, se las arregló lo suficiente como para manejarse por su cuenta. Cuando probó hacer Arena Control, le resultó mucho más fácil de lo que creyó: siendo más similar al Aire Control o al Agua Control, lo entendió con facilidad. Después de descubrir que no podían aprender nada más del estilo único de Toph, decidieron aprender los más comunes: el estilo “duro”, que practicaban la mayoría de los Maestros Tierra en el mundo, y el estilo “suave”, una forma más rara pero no menos útil. Sorprendentemente, fue Haru quien le enseñó a Aang y Toph ambos estilos. Toph era una estudiante sorprendentemente dedicada.

Con Zuko, Aang aprendió a redirigir un rayo, y luego, a generarlo él mismo. Zuko fue capaz de hacerlo por primera vez después de unirse a ellos y pasar la habilidad al Avatar. Pero ese arte traía recuerdos que ambos preferían mantener enterrados, y más allá de dominar el estilo de los Guerreros del Sol, no profundizaron en los secretos del Fuego Control. Pensando en retrospectiva, Aang se preguntó si Zuko sería más adecuado para controlar el fuego blanco.

Mientras entrenaba, Aang se dio cuenta de que debería haber aprendido algo más que el control de los elementos para poder usar todas las habilidades disponibles. ¿Por qué no había pensado en pedirle a Sokka que le enseñara a usar una espada? ¿Por qué no aprender artes marciales de Suki cuando aún estaba viva? Con el tiempo, terminó por enseñarle a Sokka el combate cuerpo a cuerpo, el cual fue muy efectivo contra Ty Lee, pero como Avatar, Aang nunca miró más allá de la aparente superioridad del Control. Estaba contento de haber tomado la espada en este mundo.

Pero ahora, tenía que empezar de nuevo con lo básico.

Los espíritus eran muy injustos con él.


—¡Zuko, Azula, tómense un descanso! —llamó Aang a sus amigos, mientras Azula continuaba lanzando bolas de fuego en dirección a Zuko. Azula etiquetó esto como una demostración de los ataques opresivos de un Maestro Fuego, aunque en verdad simplemente se estaba divirtiendo con Zuko mientras este esquivaba todo lo que ella lanzaba. Aang, Toph y Teo esperaron en los escalones frente al faro a que el Astrónomo saliera con noticias del eclipse. En un momento dado, voló hasta allí en su planeador para ver cómo iba su progreso, pero no pudo entender ni resolver sus cálculos.

—Me sorprende que te estés tomando un descanso —jadeó Zuko al pasar—. ¿No solías estar obsesionado con el entrenamiento?

Aang frunció el ceño.

—¡No estoy obsesionado! —Aunque incluso Toph lo miró, atrapándolo en su mentira—. Honestamente, me sorprende que Toph me deje siquiera tomar un descanso.

—¿Por qué molestarse con el entrenamiento constante? Lo entendiste bastante rápido, y dijiste que ya lo habías aprendido todo antes —dijo Toph, hurgando en la suciedad que tenía entre los dedos de los pies.

Ante la mirada inquisitiva de Teo, Aang aclaró rápidamente.

—Sí, con mis vidas pasadas y todo eso. Pero aun así, no recuerdo lo que aprendí en mis vidas pasadas —dijo, enfatizando sus palabras y agregando un guiño por si acaso, que se dio cuenta de lo inútil que era el gesto un segundo después.

Ella se encogió de hombros en respuesta.

—Como sea.

Detrás de ellos, las puertas del faro se abrieron y la Astrónoma salió a la luz del sol. Los miró a todos con una sonrisa amable, aunque para Aang no pasaron desapercibidas las bolsas bajo sus ojos.

—¡He determinado la fecha! —anunció ella.

Aang se puso de pie de un salto y Zuko y Azula detuvieron su Fuego Control.

—¿Cuándo es? —preguntó Aang, con la voz acelerada.

—¡Exactamente dentro de un año! —exclamó, sus grandes ojos casi salidos de triunfo.

Aang se tambaleó.

—¡Eso no es posible! ¡Tienen que ocurrir con más frecuencia que eso! ¿No es así?

—No siempre —señaló, enfatizando con un dedo largo y huesudo.

—¿Esa es la más cercana? —bufó Zuko.

La Astrónoma se llevó un dedo a la nariz.

—Oh, ¿querían saber la fecha más cercana?

Aang dejó caer la cabeza hacia atrás, exasperado.

—Sí, ahora ponte a ello —espetó Azula—. No me digas que hemos perdido el tiempo.

La Astrónoma volvió a hurgar en sus notas, pero miró hacia arriba solo un momento después.

—¡Ajá! ¡El próximo eclipse lunar es solo unas semanas antes de la llegada de la Luna de Seiryu!

Aang suspiró con alivio, con la esperanza de que, de alguna manera, pudieran tener éxito con un plan de batalla esta vez.

—¿Está segura? —le preguntó.

Ella levantó su dedo índice y sonrió.

—Tan segura como las estrellas.

Su frase despertó un recuerdo lejano en el fondo de su mente.

—¿Eh? ¿Qué significa eso?

—Solo un pequeño dicho que tengo —respondió ella, subiéndose las anchas mangas hasta los codos para hacer un gesto hacia el cielo—. Durante muchos siglos, las estrellas siempre han estado allí. Inmutables, siempre observándonos. No importa lo que suceda ni lo mucho que cambien las cosas en la superficie de la tierra, ellas siempre han sido las mismas. Siempre podemos estar seguros de que su luz estará allí.

Después del Día del Sol Negro, recordó cómo Teo solía decir eso a menudo. Ahora entendía por qué.

—Ya veo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Zuko—. Sabemos que sucederá, pero ¿qué vamos a hacer?

—Tenemos que informarle al Rey Tierra, por supuesto. Aunque, Kanna dijo que él dejó el poder, así que podría ser difícil encontrarlo —dijo Azula, cruzando los brazos—. También deberíamos hacérselo saber a Padre —añadió viendo a su hermano. Zuko asintió.

—Kanna nos dijo que nos encontráramos con ella y Piandao en Ba Sing Se —les dijo Aang a todos—. Tenemos que ir allí, por mucho que no quiera. Dijeron que tienen contactos, así que espero que sea seguro.

—¿Cuánto más seguro puede ser en Ba Sing Se? —se preguntó Teo. Aang le dirigió una mirada inquieta, pero se dio cuenta de que nunca había entrado en detalles sobre el desastre político en el que se había convertido la Ciudad Impenetrable con el resto de sus amigos, y menos con Teo.

Azula golpeó su puño en la palma.

—Está bien, entonces. Solo tenemos que pasar la información y luego podemos decidir qué hacer a continuación. —Se volvió hacia Aang—. ¿Qué piensas, Pies Ligeros?

Aang levantó una ceja e inclinó la cabeza hacia ella.

—Uh, suena raro cuando me llamas Pies Ligeros. Sería mejor que no lo hicieras.

Azula miró a Toph con disgusto, que se hurgaba la nariz.

—¿Qué? ¿Entonces ella se hurga la nariz y puede llamarte como quiera pero yo no?

Toph sacó un moco con la punta de su dedo.

—Escucha, no sé cuál es el problema con tu complejo de superioridad, pero me está empezando a poner de los nervios.

Azula se burló.

—¿Crees que tengo un complejo de superioridad? Si tengo que escuchar que eres la “mejor Maestra Tierra del mundo” una vez más, voy a tener que demostrarte que yo soy la mejor Maestra Fuego.

—Ya quisieras, Reina Amargada —dijo Toph, cuadrando los hombros y apretando los puños—. Eso me suena a un desafío.

Aang pensó secretamente que ambas tenían un poco de complejo de superioridad, pero no creyó prudente expresarlo en voz alta.

—Eh, ¿podríamos evitar pelear?

Azula la miró con la nariz levantada.

—No necesito pelear contigo para demostrar nada. Haré que me temas para demostrar mi punto.

Toph estiró el cuello hacia un lado y usó rodeó su oreja con una mano.

—¿Qué es eso? ¿Dices que estás demasiado asustada para pelear conmigo?

Las fosas nasales de Azula se ensancharon.

—¡Eso no fue lo que quería decir y lo sabes, inculta jabalí puercoespín!

—Uh, ¿ustedes sienten eso? —preguntó Teo, extendiendo su postura para mantener el equilibrio—. El suelo está temblando.

—Toph hace eso cuando está enojada —le susurró Aang.

—No, no soy yo —dijo Toph.

Aang se paró protectoramente frente a la Astrónoma y a Teo justo a tiempo para que una figura masiva surgiera de la tierra, una bestia cubierta de pelo y con garras afiladas a la cual Aang identificó como un tejón topo. Los bañó en rocas y polvo y Azula pasó a la ofensiva con un aluvión de llamas azules que se desvanecieron de la piel de la bestia sin ningún efecto. Aang trató de volarlo con viento y Zuko desenvainó sus espadas, pero sus armas bien podrían haber sido palillos para lo que sirvieron.

—¿Qué es? —gritó Toph, la única de ellos que retrocedió—. ¡Suena como un tejón topo, pero se siente todo raro!

—¡Música! —gritó Zuko—. ¡Necesitamos música! —Cuando les dio la espalda para dirigirse hacia su equipaje, el tejón topo lo arrastró con sus garras y se dio la vuelta para huir. Appa rugió y se abalanzó sobre él, persiguiendo a la bestia desde el aire mientras Zuko los llamaba alarmado a gritos.

Sin detenerse a preguntarse por qué un tejón topo se molestaría en secuestrar a Zuko, Aang desplegó su planeador y siguió a Appa y la criatura, Sabi volando junto a ellos. El topo tejón descendió hacia el desfiladero, donde Aang vio la boca de una cueva que se adentraba en las montañas y continuaba hacia el desierto. Cuando el topo tejón llegó a la mancha de sombra negra, Aang aceleró y trató de alcanzar a Zuko justo en el momento en que tanto él como el topo tejón desaparecieron. Aang cambió de dirección y voló hacia arriba, volando en un bucle para aterrizar a lomos de Appa mientras miraba la boca de la cueva con los puños apretados sosteniendo su bastón.

De alguna manera, a pesar de estar lejos de cualquier solsticio o equinoccio, un espíritu había cruzado y arrastrado a Zuko al Mundo de los Espíritus.

Notes:

Notas originales del autor:
"Saben, escribí esto mucho antes de que LoK saliera al aire. Teo es, básicamente, mi headcanon de lo que era Zaheer antes de obtener su Aire Control, en términos de saber luchar como un Maestro Aire y hacer las artes marciales sin usar ningún tipo de control.
No hice muchos OCs (Personajes Originales), pero la Astrónoma fue uno de ellos".

Chapter 31: El Primer Gurú

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 10: El Primer Gurú

 

En este mundo y en el suyo, Aang nunca había visto a Appa tan decidido a ir adentrase bajo tierra.

No sabía si tenía que ver con el deseo de rescatar a Zuko o de derrotar al espíritu tejón topo que lo había secuestrado, pero fue Appa quien guio el camino a través del túnel que conducía a las montañas. Incluso a la luz del fuego, pudo ver que los túneles habían sido construidos con una piedra roja y polvorienta, como el ocre, y se entrecruzaban en un laberinto que le recordaba a la Cueva de los Dos Enamorados; apropiado, ya que ambos habían sido construidos por tejones topo. Aang y Azula flanqueaban a Appa a ambos lados con llamas para iluminar el camino mientras Toph y Teo caminaban detrás de ellos.

—Nunca he visto a los tejones topo hacer algo así —dijo Toph, su voz salió en un gruñido—. Y conozco bien a los tejones topo.

—No me sorprende —dijo Azula—. Los dos son criaturas brutas.

Toph golpeó la pared de la cueva con el puño.

—Puntitas, ¿has oído algo? Suena como si alguien estuviera de humor para que le patearan el trasero.

Teo se apartó de ella de un salto, sorprendido.

—Uh, ¿yo soy Puntitas? ¿O querías decir Pies Ligeros? Me he perdido.

Azula se rio.

—Oh, por favor. Todos sabemos que el que tuviera un Maestro adecuado prevalecería en una pelea.

—¿Quieres probar esa teoría?

Aang dejó escapar un gemido. Se llevó una mano a la frente y notó por primera vez ese día que debía haberse olvidado de ponerse la cinta por la mañana.

—Ugh, chicas, ¿podemos no hacer esto justo ahora? Tenemos que encontrar a Zuko. No sé por qué un espíritu se lo habría llevado. Es un poco preocupante.

—Bueno, ya te dije que no puedo sentir a dónde fue ese espíritu tejón topo. No está emitiendo vibraciones en la tierra como lo haría un tejón topo real —dijo Toph.

Teo se frotó la barbilla.

—Aang, si es un espíritu, ¿no puedes sentirlo o algo así? Se supone que eres el puente entre nuestros dos mundos, ¿verdad?

Aang suspiró.

—Si tan solo fuera así de fácil —dijo. Se le ocurrió otro pensamiento—. Por lo general, los espíritus se enfadan en reacción a algo malo que ha sucedido en la naturaleza. ¿Sabes de algo así por aquí?

—No que yo sepa —dijo Teo, encogiéndose de hombros.

Aang también tuvo que considerar la posibilidad de que Teo, sin saberlo, fuera responsable, ya que él y su madre eran los únicos humanos alrededor, pero no quería sacar conclusiones precipitadas todavía.

—¿O las Tribus del Agua han hecho algo malo por aquí?

Sacudió la cabeza.

—No. Como dije antes, solo pasan por el canal a veces.

Dejaron un rastro de huellas mientras caminaban; La arena roja cubría el suelo en un polvo fino y le recordó a Aang que el desierto de Si Wong comenzaba no muy lejos al noroeste de ellos. Periódicamente, Toph daba un pisotón para intentar obtener una lectura del sistema de túneles, pero no podía rastrear ni al tejón topo ni a Zuko. Mientras tanto, Appa parecía cada vez más agitado, soltando gruñido tras gruñido mientras sus seis patas avanzaban velozmente por los túneles, a veces a un ritmo incluso más rápido que el resto.

Aang palmeó una de sus patas después de alcanzar a Appa en una de esas ocasiones.

—¿Qué pasa, amigo? ¿Estás preocupado por Zuko?

Azula se pasó la mano por el flequillo.

—Supongo que no puede reducir la velocidad para que deje de levantar todo ese polvo con esas grandes patas suyas, ¿verdad? Me sigue llenando el pelo de suciedad.

—De alguna manera, no me sorprende que el gran monstruo peludo esté mostrando más preocupación por Zuko que nuestra Reina Amargada —dijo Toph—. Además, una saludable capa de tierra es buena para el cuerpo.

Azula frunció el ceño.

—Lo siento, algunos de nosotros nos bañamos. Y si te unes a nuestro pequeño grupo, espero que también te laves regularmente, al menos tres veces a la semana y cualquier noche que pasemos en una ciudad o cerca de un río.

—No hice eso con los Libertadores y no planeo empezar ahora —Toph puso ambas manos detrás de su cabeza y sonrió.

—Me das asco.

—Dijo la chica que acaba de pisar caca de murciélago lobo.

—¿Qué? ¡Ugh! —Las exclamaciones de repulsión de Azula resonaron a través de los túneles y arrastró su bota por la arena en un baile frenético. Aang consideró que era mejor ignorarlas y seguir caminando con Appa.

Teo se acercó a Aang sigilosamente y le siguió el ritmo.

—¿Esas dos son así siempre?

—La verdad es que han mejorado un poco —dijo Aang, dándole una sonrisa incómoda—. Antes solían intentar matarse la una a la otra.


A pesar de que sus pies rebotaban contra el duro suelo arenoso, Zuko apenas sentía cuando el tejón topo lo arrastraba con sus garras hacia un destino que no podía adivinar. Los oscuros túneles se apartaron de su camino como la montaña misma se transformara a voluntad del espíritu tejón topo, forjando caminos y rompiendo paredes a su antojo. La criatura no hacía ruido alguno, no se esforzaba por mantenerlo sujeto entre sus garras, pero ningún tipo de forcejeo ayudó a Zuko a liberarse. Esperaba que el animal oliera a una mezcla de almizcle y suciedad, pero no parecía tener olor en absoluto.

Intentó zafarse, hacer Fuego Control e incluso cantar, pero nada funcionó. No quería darse por vencido y dejar que el espíritu lo arrastrara (tal vez al Mundo de los Espíritus, para no volver jamás), pero algo en su interior, algo que le recordaba al Maestro Fuego con cicatrices, le dijo que debería esperar y ver qué pasaba.

No estaba preparado para vislumbrar una repentina y cegadora luz cuando otra pared de roca cayó. Entrecerró los ojos y se los cubrió, pero algo en el fuerte calor del sol le hizo sentirse revitalizado de una manera que nunca antes había experimentado, y cuando pudo abrir los ojos se encontró en lo que parecía una montaña hueca. La piedra roja se alzaba por todos lados, casi como el interior de una caldera, pero más estrecha y con una abertura más pequeña en lo alto, la cual dejaba entrar los rayos del sol en un ángulo perfecto para que le dieran directamente. A pesar de que este lugar debía recibir poca luz solar la mayor parte del día y de su proximidad al desierto, una fresca hierba verde cubría el suelo rojizo. Entre la hierba crecían flores silvestres, salpicándola de todo tipo de colores.

Cuando se dio la vuelta para contemplar la hondonada, estuvo a punto de tropezar hacia atrás cuando se encontró cara a cara con una antigua estatua. Justo al lado, el templo más antiguo que jamás había visto se alzaba en alto, su estructura lucía como si hubiera sido tallada en el interior de la montaña. No se parecía a ningún templo que Zuko hubiera visto antes, con bloques desiguales apilados uno encima del otro en diferentes tonos de rojo y ocre que le daban la impresión de que podría derrumbarse en cualquier momento, pero unos pilares gruesos y macizos lo sostenían en pie cerca de la base y, aparentemente, impedía que eso sucediera.

En su sorpresa, no se dio cuenta de que el tejón topo se había desvanecido. Ni siquiera lo había dejado caer al suelo; en cambio, se encontró de pie y no recordaba cómo.

Examinó la estatua más de cerca en busca de una pista sobre dónde la habrían encontrado, pero el tiempo había desgastado todos sus rasgos, incluso la ropa. Justo cuando comenzó a considerar explorar el interior del templo, un hombre apareció en la puerta.

Siempre que Zuko se imaginaba a un viejo sabio, y si el tío Iroh no le venía a la mente, entonces este sería el tipo de anciano en el que pensaría. Se parecía al tipo de anciano que Zuko veía a veces en las pinturas de antiguos eruditos y espiritistas, con una larga barba blanca que le llegaba hasta la cintura y un fino bigote casi igual de largo. Llevaba el pelo recogido en un moño al estilo del Reino Tierra, con túnicas gastadas y deshilachadas que se arrastraban por el suelo. Si alguna vez tuvieron algún color, hace mucho que se habían desvanecido en un marrón apagado. Un bastón de madera nudosa completaba la imagen y Zuko casi esperaba que se moviera como tinta húmeda en una página, pero cuando hizo un gesto de bienvenida notó que era todo de carne y hueso.

—Ofrezco mis más sinceras disculpas por cualquier alarma —dijo el hombre. Incluso sus anchas mangas se colgaban casi hasta el suelo—. Le di instrucciones específicas al espíritu tejón topo, pero parece que no pudo traerme el Avatar como yo deseaba.

El espíritu en cuestión apareció detrás del hombre por un momento, olfateó el aire y luego volvió a desaparecer.

Zuko dio un paso atrás.

—¿Tú... puedes controlarlos? ¿Aunque son espíritus?

—¿Controlarlos? No —dijo, sacudiendo la cabeza—. Controlar un espíritu es controlar una fuerza de la naturaleza. Solo podemos fluir y vivir en armonía con ellos. Otros espíritus que residen en estas montañas me avisaron de la presencia del Avatar en las cercanías y le dije al tejón topo que lo buscara, pero no pensé que “Tráeme al chico que está en sintonía con sus otros yo” podría ser malinterpretado... sin embargo, aquí estamos.

Zuko frunció el ceño.

—No sé por qué me confundiría con él.

El anciano se frotó la barbilla.

—Me pregunto... pensaría que lo que dije solo describiría al Avatar, por la naturaleza de sus vidas pasadas, pero tal vez hay más en ti de lo que parece.

—¿Qué quieres con el Avatar, de todos modos? —A Zuko no le importaba eso. Aang era el que lo preocupaba.

—¿Por qué no entras al templo? —preguntó el anciano—. Podría prepararte un poco de té y luego podríamos hablar.

Zuko se mantuvo firme.

—No lo creo.

—Ah —dijo el hombre. Se sentó en la hierba, cruzó las piernas y puso el bastón sobre su regazo—. Perdóname de nuevo. Hace tanto tiempo que no estoy cerca de otra persona que he olvidado algunas simples cortesías. ¡Es comprensible que no confíes en mí! Pero soy Shēn, un gurú en estos lares. —Ante la mirada interrogante de Zuko, aclaró—. Un maestro espiritual. Aunque supongo que no he hecho mucho de eso últimamente desde que vine aquí para buscar la iluminación en la soledad.

Zuko se sentó en la hierba pero no se acercó al hombre.

—Zuko —dijo, a modo de presentación.

—Para responder a tus preguntas, no puedo estar completamente seguro de por qué el tejón topo te confundió con el Avatar, aparte de la posibilidad de que estés más en paz con otra parte de ti mismo, tal vez algo ajeno, que él. —Cuando Zuko luchó por encontrar las palabras para responder a eso, Shēn continuó—. Lo único que esperaba era darle al Avatar algún consejo, y tal vez una lección, para ayudarlo.

Zuko no estaba seguro de con qué parte de sí mismo había hecho las paces mejor que Aang, pero se preguntó si tenía algo que ver con el Maestro Fuego de las cicatrices. De cualquier manera, no era algo que se sintiera preparado para reflexionar. Si tuviera al tío aquí, sería una mejor opción para ayudar a Zuko a resolver cualquier pensamiento de naturaleza espiritual. Pero lo mejor era concentrarse en las cosas que podía entender.

—¿Qué es este lugar?

El anciano sonrió.

—Ah, es un lugar encantador, ¿no? Este templo ha sido olvidado por muchos de los sabios de hoy, pero creo que este es uno de los primeros templos Avatar. Quizás incluso el lugar de nacimiento del primer Avatar salido de estas tierras, mucho antes de que las cuatro naciones llegaran a ser lo que son hoy. Un erudito podría incluso conjeturar que la piedra roja se utilizó una vez en pinturas y pigmentos, y se la valoraba por sus cualidades únicas.

—¿El primer Avatar de Tierra? —preguntó Zuko. Nunca había pensado en tales cosas, si es que el ciclo siquiera había tenido un comienzo.

Shēn levantó un dedo.

—Personalmente, creo que el primer Avatar nació con fuego. Simplemente me parece apropiado para la primera persona cuya responsabilidad era traer calidez, luz y orden al mundo. Lo que haría de este Avatar el segundo... tengo que preguntarme, ¿crees que alguno de ellos alguna vez supo que el Avatar formaría parte de un ciclo? —Hizo un gesto hacia la estatua sin rasgos—. Es posible que esta solo haya oído historias sobre el Avatar anterior y nunca imaginó que habría otro. ¡Oh, si pudiera echarle un vistazo a su cabeza! Preguntas como esas tienen respuestas fascinantes, creo.

Una respuesta brusca salió antes de que Zuko pudiera detenerse.

—¿Es eso lo que haces? ¿Sentarte aquí y hacer preguntas que nunca obtendrán respuesta?

El gurú se rio entre dientes.

—Más o menos. Siempre me han gustado los debates filosóficos.

Zuko se puso de pie.

—Bueno, gracias por la conversación, pero debería ir a buscar a mis amigos.

Shēn sonrió lo suficiente como para que la expresión le llegara a los ojos.

—Oh, no creo que sea necesario —dijo—. Están mucho más cerca de lo que piensas. Parece que voy a poder hablar con el Avatar después de todo, supongo que tuve la suerte de que la otra persona que se ajustaba a los criterios que le di a mi amigo tejón topo era uno de los compañeros del Avatar. He llegado a apreciar esa suerte en mi larga vida.

Zuko miró a su alrededor.

—¿Eh? —Justo cuando estaba a punto de decir que iba a irse de todos modos, con la intención de dejar atrás este extraño lugar y a este hombre aún más extraño, el suelo retumbó y un espacio en la pared estalló en una nube de polvo cobrizo.


Con una capa de niebla cubriéndolos y sin una flota de la que preocuparse, el buque de guerra de Katara atravesó Bahía Camaleón, rodeó el bloqueo enemigo y entró en el estrecho que llevaba a la Bahía Luna Llena y al Paso de la Serpiente sin ser notado. Era allí, en el lago occidental, donde habían planeado reunirse con el resto de la flota de Katara.

La flota de Katara. A Sokka le resultaba extraño pensar que la flota le pertenecía a ella, lo meditaba con la misma intensidad con la que analizaba el sabor de una cerveza amarga en su lengua (un barril se había echado a perder y ahora la bebida tenía un sabor rancio). Nunca había oído hablar de una mujer, y mucho menos de una niña, como Katara, que obtuviera el mando de toda una flota, y se preguntó hasta qué punto había llegado para que Padre lo aprobara. Y permitirle a alguien como ella, sin experiencia, ajena a la sangre de una verdadera batalla, organizar una campaña contra la gran capital del Reino Tierra... Casi lo hizo sospechar, como si su padre le hubiera tendido una trampa para que fracasara. O tal vez era una prueba para Sokka: para guiarla en la dirección correcta, para actuar como su asesor y estratega, y evitar que su campaña resultara un desastre.

Eso lo hacía más fácil de digerir. De lo contrario, no podía concebir la idea de que Katara obtuviera el mando de una flota antes que Sokka. A pesar de haberse exiliado voluntariamente durante un par de años, seguía siendo el hermano mayor. La idea de que le hubieran dado el mando independientemente de si Sokka estaba ahí o no era absurda. Después de todo, la gloria de la victoria era para el comandante y el estratega.

Pero, contra todo pronóstico, Katara había logrado controlar bien a sus hombres. Sus marineros y guerreros la miraban expectantes, la admiraban. Se esforzaban, no por miedo o disciplina, sino por un sentido de lealtad genuina, incluso cuando navegaban, sin miedo alguno, en territorio enemigo. La servían con fervor y aferraban a sus dulces palabras con celo, porque Katara sabía qué decir, y los oradores siempre habían sido valorados a lo largo de la historia de la Nación del Agua. Las palabras podían inspirar a los hombres, al igual que podía romperlos y ella tenía la capacidad de hacer ambas cosas.

Sokka, al menos, no pensó que ella fuera gran cosa.

Por primera vez, consintió en batirse en duelo con ella, para entrenar juntos su Agua Control y ella se lanzó a ello con deleite. Con los ojos encendidos por la emoción de la batalla, le arrojó un diluvio de agua y hielo durante toda la mañana. Por la noche, la idea era que él comenzara a entrenar en Sangre Control, pero, por ahora, habían creído que era una buena idea darles un espectáculo a sus hombres. Simplemente no había esperado salir tan magullado de la pelea mientras que ella apenas parecía haber sudado.

Aunque Yue observó y esperó obedientemente las órdenes de su Princesa, Suki se sentó contra la balaustrada del barco y se abanicó con una sonrisa depredadora.

—¿Te importaría entrenar conmigo ahora, Sokka? —preguntó, su maquillaje hacía que su expresión pareciera traviesa.

—Creo que debería descansar —dijo Yue, con el ceño fruncido—. Ha estado entrenando durante horas.

—No me molesta —dijo Sokka. No iba a dejar que Yue lo consintiera, tenía que defender su orgullo. Ya había tenido suficiente de eso con Gran...—. Un guerrero no tiene la oportunidad de descansar en el campo de batalla.

Suki tenía un brillo en sus ojos que lo hizo sospechar.

—Bueno, señor guerrero, no puedo esperar a ver qué puedes hacer. Vamos a acabar con Ba Sing Se.

Hama caminó hacia ellos por detrás de Sokka y este trató de no dar un salto al verla.

—Quizás —dijo—. Pero la fuerza bruta por sí sola no será suficiente para derribar los muros de la ciudad impenetrable. Se necesitarán engaños, planificación y mucho sigilo. La astucia será su mejor arma. Y esperemos que el Avatar no se interponga en nuestro camino.

Katara enderezó su postura y sonrió.

—Bueno, no tenemos que preocuparnos por nada en ese aspecto. Tengo un plan en mente para mantener al Avatar alejado de la ciudad en caso de que decida dirigirse en esa dirección. —Levantó una cinta adornada con un loto blanco, una que Sokka reconoció pues le pertenecía al Avatar.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Sokka. No creía que el Avatar se alejara de donde quiera que estuviera solo para recuperar esa cinta, pero si Katara tenía un plan diferente en mente, no esperaba que se lo contara todo todavía.

—Oh, la dejó caer durante nuestra pelea —dijo—. Podemos utilizarla a nuestro favor. Y no te preocupes, Hama, mi querido hermano es muy astuto.

Él se encogió de hombros. Katara también era astuta a su manera, tenía una forma de manipulación que hacía que la gente la quisiera, era tan sutil que los tentaba con una supuesta gratitud sincera o una pequeña recompensa. A la gente le gustaba sus sonrisas, la sensación de que habían hecho algo bueno por ella. No era tan estúpido como para tragarse sus halagos; sabía que no eran más que su intento de manipularlo también a él. Pero le seguiría el juego, se deslizaría evitando sus manipulaciones y mantendría la cabeza por encima de la corriente en lugar de oponerse a ella directamente.

—También soy bueno para muchas otras cosas —dijo, y las palabras le parecieron tan ajenas que casi se encogió de incomodidad. En cambio, esbozó una sonrisa y, sin poder evitarlo, miró hacia Suki y Yue, quienes se echaron a reír, para su absoluto horror.

Katara puso los ojos en blanco.

—Sí claro.

No tenía idea de dónde había salido eso.


Cuando el polvo se despejó, Aang entrecerró los ojos para protegerse de la repentina luz del sol, pero preparó su bastón y su espada, solo para ver a Zuko ileso justo delante de ellos y a un anciano sentado en la hierba frente a un templo abandonado. Aang bajó sus armas mientras Appa salía a la luz del sol y le daba a Zuko una gran y húmeda lamida.

Zuko se congeló y apartó los brazos de él, cubierto de baba.

—…Hola chicos.

Después de asegurarse de que Zuko estaba bien, Appa se volvió hacia el anciano con un gruñido bajo. El anciano, sorprendentemente, no se movió y su rostro se iluminó con una sonrisa.

—Oh, qué criatura tan majestuosa. ¡Qué bendecido debo ser para ver a uno de ellos en vida!

La desconfianza de Appa hacia el hombre dejó perplejo a Aang, ya que ese era el tipo de comportamiento más típico de su Appa, pero Aang se acercó a Appa y puso su mano sobre una de sus peludas patas.

—Está bien —le susurró a su bisonte. Aang no sentía nada peligroso en este hombre; en todo caso, se sentía como parte del entorno: pacífico, antiguo e inflexible. Esto se sentía como un lugar espiritual, casi tan vivo como el Oasis de los Espíritus en el Polo Norte. No era de extrañar que Aang hubiera creído que Zuko había sido arrastrado al Mundo de los Espíritus. Con su toque, Appa dejó escapar un breve gruñido y retrocedió.

—Soy el Gurú Shēn —dijo el anciano, completamente imperturbable por la postura agresiva de Appa—. Bienvenido a mi pequeño santuario.

—No podía enviar un simple mensaje, ¿verdad? —preguntó Azula, con los labios apretados en una delgada línea—. O, mejor aún, ¿no podía salir de aquí para ir a vernos usted mismo? Simplemente tenía que hacer algo dramático como convocar a un espíritu tejón topo para secuestrar a mi hermano.

Toph levantó un puño.

—¡Sí! ¡No me gusta que haya intentado engañarme con un espíritu!

Azula puso los ojos en blanco.

—No creo que él supiera de tu ceguera para hacer eso intencionalmente, tonta.

—¡Duh, lo sé! En serio, ¿cuál es tu problema? ¿Tienes algo que quieras decirme a la cara?

—Puede que no te hayas dado cuenta, pero he estado diciendo cosas a la cara todo este tiempo. Tú eres la que está siempre irascible y se ofende por todo.

Toph dio un pisotón.

—¿Irascible?

Después de que terminó de limpiar la baba de Appa, Zuko miró a Azula con el ceño fruncido.

—¿Qué significa eso, de todos modos? ¿Y todavía no han resuelto lo que les molesta?

Teo levantó la mano y le susurró a Aang.

—Si me lo preguntas, las dos son bastante irascibles, ¿no es así?

—Pido disculpas por cualquier discordia que haya podido causar —dijo Shēn, inclinando la cabeza con los brazos abiertos—. Solo pretendía hablar con el Avatar. Y mostrarle este lugar, es posible que esté conectado con una de sus vidas pasadas.

Al mirar la estatua, Aang pudo sentir su inmensa antigüedad junto con un peso en el aire que no podía describir, pero no captó nada que le trajera un nombre a la mente como sucedió cuando miró por primera vez la estatua de Roku. Quizás había tratado de ir demasiado atrás esta vez. En todo caso, quienquiera que fuera la persona de esta estatua alguna vez no le importaba ahora

—Es sólo una estatua —dijo—. ¿De qué querías hablar conmigo?

—Creo que se puede hallar mucho valor en la historia —dijo Shēn, mirando la estatua con una sonrisa desganada—. Podemos aprender de los errores del pasado para tomar mejores decisiones en el futuro.

—¿Una lección de historia? —preguntó Teo—. No es lo que esperaba.

Aang tampoco lo esperaba. No entendía cómo lo que este gurú tenía que decir podía ser tan importante como para arrastrar a Zuko hasta aquí para llamar su atención.

—No cualquier lección de historia —dijo el gurú—. Sino la historia de nuestro mundo. Cómo llegó a ser. En el principio, en el vacío primordial, un único ser de luz y oscuridad apareció de la nada. En ese momento, el Mundo de los Espíritus se formó a su alrededor. En su unión, la luz y la oscuridad crearon a los primeros leones tortuga, quizás los primeros y únicos seres completos, si me lo preguntas.

—¿Leones tortuga? —preguntó Aang. Le parecía haber oído hablar de una criatura así, pero no sabía dónde ni cómo.

—¿Cómo sabes esto? —preguntó Toph—. No es como si hubieras estado en ese entonces.

Shēn se acarició la barba.

—Lo sé de buena fuente de alguien a quien conozco y en quien confío, que una vez habló con un león tortuga sobre tales cosas.

Aang abrió los ojos de par en par, pero Azula se puso una mano en la cadera.

—No veo qué tiene que ver esto con nosotros, pero continúa.

El gurú asintió y aceptó.

—Con el tiempo, la luz y la oscuridad se separaron y se volvieron distintas, por razones que desconozco, y en su naturaleza se volvieron tan diametralmente opuestas que, en cierto sentido, paradójicamente seguían juntas. Enzarzadas en combate, claro, pero unidas durante eones por el deseo de eliminar a la otra de la existencia. Durante este tiempo, los humanos, los animales y los espíritus comenzaron a formarse. Y se dice que cada vez que la luz y la oscuridad se atacaban entre sí, la fuerza de sus golpes creaba un nuevo mundo, reflejos de la otra y del Mundo de los Espíritus.

—¿Un nuevo mundo? —preguntó Teo, con los ojos muy abiertos—. Si estuvieron haciendo eso durante eones, ¿eso significaría que hay innumerables mundos?

Aang captó la mirada de Azula pero ninguno de los dos dijo nada. No pudo leer la expresión de su rostro.

—Efectivamente —dijo Shēn—. Lo entiendes bastante rápido. Una historia interesante, ¿no crees? Me gusta creer que tiene algo de verdad.

—Leones tortuga que hablan —dijo Azula, burlándose—. No puedes hablar en serio.

—¿La luz y la oscuridad siguen luchando? —preguntó Zuko—. ¿O es, no sé, una metáfora de cómo todavía hay muchos conflictos en el mundo?

Azula lo miró con una ceja levantada.

—Bueno, eso es sorprendentemente profundo para ti, Zuzu.

Él se encogió de hombros.

—Me recuerda un poco a los proverbios del tío.

Shēn sonrió.

—En cierto sentido, tienes toda la razón. Pero los eruditos y sabios a lo largo de la historia que han estudiado al Avatar han llegado a pensar que el mismo espíritu de la luz está dentro de ti. —Miró a Aang mientras hablaba—. Pero lo que quiero que recuerdes hoy es que tanto la luz como la oscuridad nacieron al mismo tiempo, entrelazados, son un uno mismo. E incluso ahora, puede que no estén tan separados. Y no creo que eso las haga necesariamente “buenas” o “malas”.

En este punto, el sol se había ocultado tras el borde de la montaña ahuecada, ensombreciendo el santuario. Aang tragó saliva.

—Dijiste que las tortugas león vienen de una época en que la luz y la oscuridad estaban unidas, y eso hizo que fueran seres completos. ¿Significa eso que al resto de nosotros nos faltan piezas?

Shēn juntó las manos y se rio entre dientes.

—Ah, y ahí está la pregunta que esperaba que hicieras. Efectivamente, creo que ese es el caso. Aunque como Avatar, tienes un poco más de esa luz sublime en ti que el resto de nosotros.

Azula se cruzó de brazos.

—Eso no tiene sentido. Eso significa que los humanos son fundamentalmente defectuosos y me niego a aceptar eso.

Toph soltó una fuerte carcajada.

—La verdad duele, ¿no? Tal vez ahora puedas bajarte de ese alto caballo avestruz en el que vives.

Aang negó con la cabeza mientras Azula lanzaba una mirada furiosa a Toph.

—Eso tampoco me gusta —dijo—. No quiero ser mejor que nadie solo por ser el Avatar. No estaría aquí hoy sin mis amigos.

—Pero estás un poco más completo que los demás —continuó Shēn—. Tienes el conocimiento, poder y sabiduría de todas tus vidas pasadas. Aunque parece que no estás tan en paz con tus otros yo, es por eso que mi espíritu tejón topo me trajo a la persona equivocada. —Sus ojos se posaron en Zuko.

—Nos confundió, gran cosa —dijo encogiéndose de hombros—. Estábamos cerca uno del otro en ese momento.

El anciano ladeó la cabeza.

—Hay una extraña energía espiritual que los rodea a todos —dijo. Sus ojos pasaron brevemente por Azula—. Para algunos, es más como un manto que se les ha adherido.

—¿Todos nosotros? —preguntó Teo, con los ojos muy abiertos—. ¿Incluso yo?

—Y dijiste que yo podría ser el que estaba más en paz con esta energía —dijo Zuko, cruzando los brazos—. ¿Por qué yo? ¿Y qué te hace pensar que es algo espiritual?

Aang se mordió el labio y la preocupación por sus amigos se apoderó de su estómago.

—Espera un minuto, ¿qué significa todo eso? ¿Qué se ha “adherido” a mis amigos? ¿Es algo peligroso?

—No puedo responder a ninguna de esas preguntas —dijo Shēn—. Pero es algo que los espíritus han notado, y pensé en hacérselo saber a todos. —Appa, aparentemente cansado de toda la discusión, finalmente se dejó caer sobre su estómago con un gruñido de satisfacción—. ¡Incluso ese bisonte ha sido tocado, y para mí eso ciertamente se siente propicio!

—¿No puedes decirnos más? —preguntó Aang, con el ceño fruncido—. No parece correcto. Estas cosas espirituales no deberían estar sucediéndoles, sea lo que sea. —Odiaba la idea de que pudiera haber hecho algo para poner en peligro a cualquiera de ellos.

Zuko se rascó la cabeza.

—Como dije, no creo que sea algo espiritual. No... no se siente mal. Estoy bastante seguro de que está relacionado con el que pueda Fuego Control ahora.

—Oho, ¿obtuviste tu Fuego Control gracias a eso? —preguntó Shēn, sonriendo—. ¡Qué delicia! Ciertamente has sido tocado por la buena suerte.

—Vaya, qué suerte tiene Zuzu —dijo Azula. Su voz salió aguda, reverberando a través del santuario, y cuando Aang la miró vio sus ojos dorados a través del velo de sombras—. Qué maravilla. Ahora, si no te importa, creo que hemos perdido suficiente tiempo aquí.

—He compartido todo lo que pretendía —dijo Shēn, con los brazos abiertos— Espero haber podido ayudarte, joven Avatar.

La cabeza de Aang daba vueltas con todo lo que había aprendido hoy, y con lo difícil que resultaba tratar de reconstruirlo todo de una manera que tuviera sentido para él.

—Supongo que sí. Gracias, Guru Shēn.

El anciano se puso de pie e hizo una reverencia, sosteniendo su bastón a la espalda.

—Que la buena fortuna los bendiga en su viaje. Tal vez, algún día, podamos volver a encontrarnos.


El olor a alcohol rancio le asaltó la nariz cuando entraron al establecimiento en el borde de un pueblo de pescadores en la costa sur del Lago Este. El olor se filtraba en la madera de las mesas, las paredes, el suelo; empapando la ropa de los clientes de la taberna como si ellos mismos no se hubieran movido en años. Tenía un centro abierto con una chimenea ardiente en la pared del fondo, mientras que una veranda rodeaba la parte principal de la taberna. Sokka no podía ver bien el nivel superior, ya que no estaba tan bien iluminado como el piso principal, pero allí arriba parecía bastante menos ruidoso.

Una multitud de todo tipo se agolpaba en el centro de la habitación. Sokka pudo ver a toda clase de sujetos desagradables que podía imaginar: piratas, bandidos, borrachos, pendencieros y ex soldados del Reino Tierra y la Nación del Agua por igual, que se divertían todos juntos a pesar de sus diferentes orígenes. Sokka supuso que, si incluso su la gente de su nación era bienvenida aquí, este lugar operaba fuera de la ley del Reino Tierra. Con Katara, Suki y Yue, se sentía sumamente fuera de lugar.

—Katara, ¿qué estamos haciendo aquí? —le siseó con la comisura de la boca.

—Ya te lo dije —dijo con un aire de irritación—. Conocía a una cazarrecompensas. Ella es lo mejor de lo mejor.

Él puso los ojos en blanco.

—Tú y tus contactos —murmuró—. ¿Qué te hace pensar que una cazarrecompensas cualquiera podrá hacer lo que nosotros no pudimos?

—Ella no tiene que atraparlo —dijo—. Sólo lo distraerá. Lo alejará de Ba Sing Se.

Un coro de vítores y abucheos se elevó desde el centro de la multitud y en un hueco entre la gente, Sokka vio a un hombre enormemente musculoso trabado en una lucha de brazos con una mujer mucho más pequeña que él. Los ojos de Sokka se fijaron en sus brazos desnudos y tatuados, tensos por el esfuerzo de obligar al hombre a bajar, pero su rostro no delataba ningún indicio de dificultad. Su oponente, por otro lado, respiraba pesadamente por la nariz mientras su rostro enrojecía.

Con un último empujón, la mujer estrelló el puño del hombre contra la mesa y la multitud estalló de nuevo en vítores mientras ella se ponía de pie y bebía su bebida con un ademán burlón. Sokka se quedó boquiabierto.

—Oh, por favor —dijo Suki, poniendo una mano en la cadera—. Yo hago eso todo el tiempo.

Katara la saludó con la mano.

—¡Hey, por aquí! ¡June!

La mujer, June, volvió la vista hacia Katara y sonrió, abriéndose paso entre puños de felicitación y palmaditas en los hombros. De cerca, los ojos de Sokka se desviaron del maquillaje oscuro de sus ojos y labios hasta su túnica sin mangas ajustada al cuerpo y el látigo en su cinturón. Se aclaró la garganta.

—Me retracto —le dijo Sokka a Katara antes de que la mujer estuviera lo suficientemente cerca para escucharlo—. No se trata de una cazarrecompensas cualquiera.

—Es realmente simpática si dejas de lado su exterior rudo y los tatuajes temibles —dijo Yue.

—Bueno, mira eso —dijo June, dándole a Katara un rápido saludo llevándose dos dedos a la frente—. Es el escuadrón de la princesa. ¿Es hora de pedir ese favor?

Sokka se dio una palmada en la frente y gimió antes de volverse hacia Katara y Yue.

—Oh, vamos. ¿De verdad dejaron escapar que ustedes dos son princesas?

Ambos lo miraron y se cruzaron de brazos, pero June habló.

—No, tú acabas de hacerlo —dijo, riendo—. Princesas de verdad, ¿eh? ¿Quién lo hubiera imaginado?

Sokka estaba a punto de replicar cuando se dio cuenta de lo que había hecho y las palabras murieron en su garganta.

—Es hora de cobrar ese favor —dijo Katara continuando como si Sokka ni siquiera estuviera allí. Levantó la cinta del Avatar—. Hay alguien a quien necesito que encuentres. Creo que esto será suficiente para captar su olor.

June tomó la cinta en sus manos.

—Oh, creo que Nyla y yo podemos encargarnos de eso.


Salieron volando a lomos de Appa desde lo alto del santuario después de que el gurú les prometiera que sus espíritus tejones topo no volverían a secuestrar a ninguno de ellos. Para cuando regresaron a la torre de la Astrónoma, ya había anochecido, por lo que se prepararon para pasar otra noche con Teo y su madre. Dado que la Astrónoma se había retirado a lo alto del faro para aprovechar otra noche despejada, Aang y los demás cenaron con Teo. En su mayor parte, comieron sin hablar mucho, demasiado absortos en las cosas que el gurú les había dicho y la perspectiva del viaje que les esperaba. Los cinco se apretujaron en la mesa dentro de la casa de Teo, agradecidos por la oportunidad de comer bajo un techo por una vez.

—¿Están seguros de que no les ha hecho? —preguntó Aang por quinta vez—. ¿Esa energía espiritual que se les ha adherido, como dijo el gurú?

—Solo quiero saber por qué es más fuerte en Zuko —dijo Teo, mirando fijamente sus palillos—. Eso es lo que dijo, ¿verdad?

Zuko dejó su tazón de caldo de verduras sobre la mesa.

—No sé. Pero como dije, para mí no se siente precisamente espiritual.

—¿Y obtuviste Fuego Control debido a eso? —preguntó Teo, mirándolo de cerca—. ¡Nunca había oído hablar de algo así!

—Tengo que averiguar qué tipo de espíritus son —dijo Aang, recostándose en su taburete contra la pared. Sus ojos se posaron en el retrato del Mecanicista antes de apartar la mirada—. Nunca había oído hablar de espíritus que puedan otorgar a las personas el don del Control.

Zuko frunció el ceño.

—Ya te he dicho que no creo que sea un espíritu.

—Pero el Control es espiritual...

—Bueno, no creo que debamos descartar una explicación científica...

—...Podría ser mi culpa, como si algo no estuviera en equilibrio.

El cuenco de Azula se estrelló contra la mesa y su contenido se derramó sobre el borde.

—Solo deja de hablar de eso —dijo, con el rostro contorsionado en una mueca—. Zuzu aprendió a hacer Fuego Control. Gran cosa. Tal vez siempre fue un Maestro, pero era demasiado débil y lamentable para demostrarlo hasta ahora.

Toph soltó una carcajada.

—¿Ah, sí? ¿O crees que tienes miedo de que tu inexperto hermano mayor se convierta en un mejor Maestro Fuego que tú? En serio, nunca he conocido a alguien que estuviera tan lleno de sí mismo.

Aang frunció el ceño. Temía que sus disputas llegaran pronto a un punto de ebullición y no tenía la energía para manejar eso.

—Azula, eso no es justo para Zuko. Y Toph, no provoques así a Azula.

Los ojos de Toph se abrieron con incredulidad mientras se sentaba más erguida.

—¿Me estás diciendo que no la provoque? Escucha, me he esforzado mucho en no darle un puñetazo en la cara después de todos los comentarios que esta princesa remilgada ha hecho hoy. Alguien tiene que bajarle los humos, en mi opinión.

Las fosas nasales de Azula se ensancharon.

—¡No hables de mí como si no estuviera aquí!

—¿Qué pasa? ¿No puedes soportar no ser el centro de atención?

Zuko extendió las manos mientras ambas chicas se ponían de pie, mirándose la una a la otra.

—Toph, todavía no conoces bien a Azula, pero ella dice cosas así todo el tiempo. No te lo tomes personal.

Toph lo señaló con el dedo.

—¿De verdad dejan que les hable así? No hay posibilidad de que yo me quede aquí sentada y acepte eso.

Teo se había hundido tanto en su asiento que su cabeza ahora apenas se asomaba por encima de la mesa.

—Uh, ¿podrían continuar afuera, por favor?

—No voy a permitir que esta insignificante discusión se convierta en una brutal pelea callejera —dijo Azula, con sorna—. Todos sabemos que soy más sofisticada que eso. —Al mirarla, Aang no pudo evitar pensar que parecía aún más imperiosa de lo habitual, con burla en los ojos y altivez en los hombros. Vio algo de la otra Azula en ella y lo aturdió demasiado como para decir algo.

Toph golpeó la mesa con los puños.

—¡Ugh, ya estoy harta de tu actitud engreída! Los Libertadores tenían una palabra para la gente como tú y no creo que quieras escucharla.

Aang recuperó su voz después de que el sonido de sus puños sobre la mesa lo sacara de su ensueño.

—Será mejor que se detengan ahora antes que digan algo de lo que no puedan retractarse.

Toph hizo crujir sus nudillos.

—Oh, no me arrepiento de nada de lo que he dicho.

La comisura de la boca de Azula se curvó.

—Bueno, eso es lo primero en lo que estamos de acuerdo. —Hizo girar la mano, poniendo la palma hacia arriba, y las llamas cobraron vida en las puntas de sus dedos que destellaron en azul por un momento antes de volverse carmesí—. ¿Y de verdad crees que me preocupa que mi hermano sea un mejor Maestro Fuego que yo? Por favor. Aunque bajo mi tutela, incluso Zuzu sería capaz de superarte sin ningún esfuerzo.

—¿Crees que eres así de buena, eh? ¿Eres pura palabrería, o crees que puedes respaldar eso?

Azula puso los ojos en blanco.

—Si una pelea es lo que se necesita para convencerte, entonces por supuesto. —Hizo un gesto hacia la puerta—. Vamos.

Afuera, bajo la luz de las estrellas, Azula y Toph se pusiera la una frente a la otra en un campo abierto, alejado del faro y el taller de Teo. Las montañas donde vivía el gurú se alzaban en la distancia. Aang, Zuko y Teo estaban cerca, listos para intervenir si era necesario; Aang, sin embargo, se había exasperado tanto con sus constantes dimes y diretes que quería que ambas pelearan y, con suerte, superaran lo que les molestaba de la otra. Incluso Appa estaba junto a Aang, inquieto aunque Aang hiciera todo lo posible para calmar al bisonte.

Toph hizo crujir su cuello.

—Desde que nos conocimos tuve la sensación de que yo no te agradaba —dijo—. Y siempre ha sido mutuo. ¿Sabes de lo que me di cuenta? Con todo lo que nos confesó Aang, tiene mucho sentido.

Azula entrecerró los ojos y habló en un tono tan bajo que hizo que Aang sintiera punzadas recorriendo su columna.

—¿Y eso por qué?

—Estás loca y eres malvada —dijo Toph, con las piernas extendidas en una postura de combate—. Eso es todo. Esta pelea lleva mucho tiem...

Azula la cortó en seco con una ráfaga de fuego azul que salió disparada hacia Toph, rasgando la tierra a su paso. Toph levantó un bloque de piedra para defenderse, pero el fuego de Azula lo atravesó y la fuerza de la explosión empujó a Toph hacia atrás, tanto que tuvo que cruzar los brazos para protegerse. Ella le devolvió el favor arrastrando el pie hacia adelante, haciendo que el suelo se moviera como si un tejón topo estuviera cavando debajo de él. Una losa de roca estalló bajo los pies de Azula, pero ella saltó y la fuerza la impulsó en el aire, donde desató una serie de bolas de fuego rojas que envió hacia Toph que estaba debajo de ella.

Toph dio un fuerte pisotón y el suelo debajo de ella descendió al mismo tiempo que un escudo la cubría desde arriba. Tan pronto como Azula aterrizó, un ataque invisible desde abajo se lanzó hacia ella, pero Azula se mantuvo en movimiento, nunca se quedaba en un lugar por más de un segundo y sincronizándose con los ataques de Toph para aprovechar el impulso todo lo que podía. El aluvión de piedras era continuo, pero Azula era lo suficientemente diestra como para esquivarlas, provocando que Toph atacara desde otra dirección mientras Azula esquivaba los golpes y se acercaba al escudo de Toph desde un ángulo distinto. Después de un ataque con una punta de piedra irregular, Azula giró en torno a él y saltó sobre una rampa de tierra anterior que Toph había hecho para deslizarse hacia el escudo, que destruyó con una patada descendente envuelta en llamas.

Toph emergió de su agujero para encontrar a Azula tomando la ofensiva, girando alrededor de misiles de piedra y tierra para contraatacar con arcos de fuego. Toph se vio obligada a moverse, deslizándose lejos de ella sobre una ola de tierra, pero los ataques de Azula eran implacables y sus movimientos constantes.

Teo sostenía su vara de metal plegable lista para defenderlo, como si esperara que una de las dos se volviera contra él en cualquier momento.

—Esta pelea es bastante seria, ¿eh?

Zuko miró a Aang.

—¿Deberíamos detenerlas antes de que alguna resulte herida?

Antes de que Aang pudiera responder, la voz de Toph resonó desde detrás de un pilar de piedra que había usado para defenderse.

—No puedes quedarte quieta, ¿verdad? Sabes, ¡peleas como Pies ligeros!

Azula se volteó hacia el pilar y lo golpeó con una ráfaga de fuego potenciada por una patada voladora, haciéndolo caer, pero Toph apuntó sus puños y lo lanzó hacia Azula. Desde el suelo, Azula se levantó y rodó fuera del camino justo antes de que el pilar se estrellara contra la hierba donde había estado momentos antes. Se puso de pie de un salto, dio una patada giratoria e hizo un movimiento de mano que produjo un disco de fuego y ambos ataques embistieron contra Toph. Appa se balanceó sobre sus patas y gruñó, tal vez asustado por el fuego, pero Toph ascendió sobre otro pilar de piedra por encima del ataque, del que saltó y el cual se derrumbó con una onda que hizo caer a Azula.

Fue el turno de Toph de iniciar su ataque, dando fuertes pisotones para producir las rocas que lanzaba hacia Azula, pero cada ataque provocaba nubes de polvo que oscurecían la figura de Azula. La luz del fuego que titilaba en el interior de la pequeña tormenta de polvo era el único indicio de que Azula seguía en pie, bloqueando o desviando los ataques de Toph con fuertes estruendos de rocas destrozadas. Justo cuando Toph dio sus primeros pasos para adentrarse en la nube de polvo, jadeó cuando una ola de fuego rodó hacia sus pies descalzos, que apenas logró cubrir con tierra mientras el fuego se esparcía sobre su ropa. Chamuscada y enojada, Toph echó hacia atrás su puño para golpearlo contra el suelo, pero Azula emergió de la nube de polvo de un salto, con fuego envolviendo su puño. Toph logró agacharse para esquivarla y se cubrió con un escudo de piedra, pero Azula se situó sobre ella con una chorro de fuego constante que sobrecalentaba la roca.

Las llamas no salían de su puño ni de sus dedos, sino de su palma abierta, cubriendo el escudo circular de piedra. Aang pudo ver el sudor brillando en la frente de Azula, que estaba concentrada en la roca frente a ella, con los ojos entrecerrados con una gélida ira. La corriente de llamas rojas se iluminó y se volvió de un azul eléctrico, su intensidad era casi cegadora en la noche. Zuko se movió para intervenir, pero Aang se le adelantó y le gritó a Azula que detuviera su asalto. Antes de que pudiera precipitarse a la batalla, Appa se lanzó hacia adelante con un poderoso rugido dirigido a Azula, haciéndola retroceder y dándole a Toph la oportunidad de salir de su refugio.

Los ojos de Aang se agrandaron con sorpresa mientras miraba a Appa. ¿Qué había movido tanto al bisonte para que sintiera la necesidad de detener a Azula? ¿Había percibido la intención detrás de sus ataques? ¿Azula realmente quería hacerle daño a Toph? ¿O Toph tenía la intención de lastimar a Azula? Estaba a punto de poner fin a la pelea por completo cuando Toph se lanzó sobre Azula, convirtiendo la batalla a una pelea cuerpo a cuerpo. Azula se las arregló para rodar hacia atrás y hacer que Toph cayera a toda velocidad por encima de su cabeza, pero cuando el cuerpo de Toph se estrelló contra el suelo y ella se incorporó para forcejear con Azula de nuevo, vio que tenía una amplia sonrisa en el rostro.

Con sus brazos entrelazados en una lucha de fuerza física, Toph dejó escapar una carcajada entre dientes.

—Hay más espíritu de lucha en ti de lo que esperaba, Remilgada —dijo.

—¡Y tú eres irritantemente terca! —dijo Azula, agarrando los brazos de Toph y tratando de quebrantar su fuerza. Ella también tenía una sonrisa, y eso convenció a Aang de retirarse. Incluso los gruñidos de Appa se redujeron a un rugido de descontento.

—¿A qué se refería Toph con lo de malvada? —preguntó Teo a Aang y Zuko—. ¿Qué pasó entre ellas?

Zuko miró a Aang, pero Aang no quitó los ojos de Azula y Toph. No tenía una respuesta para Teo.


A la mañana siguiente, Azula y Toph se veían magulladas y maltrechas, pero de mejor humor después de haber descargado todas sus frustraciones con la otra. Mientras empacaban sus provisiones y las podía sobre Appa, quien descansaba boca abajo con las seis patas extendidas, Aang lo rascaba detrás de las orejas mientras pensaba en los eventos de los últimos días. Sus amigos conocían sus secretos y todos habían decidido quedarse con él, incluso después de que surgiera un conflicto a raíz de la revelación. Pero ahora tenían un nuevo problema, algún tipo de influencia espiritual los estaba acechando.

Al menos no tuvieron que volver a caminar por el desierto. Y esta vez no había perdido a Appa.

—¿Te sientes mejor ahora, amigo? —preguntó suavemente, presionando su frente contra el pelaje de Appa—. ¿Ves? No fue una pelea seria. Puede que Azula y Toph incluso sean amigas ahora.

Appa refunfuñó cuando Azula y Toph lanzaron juntas la tienda sobre la silla de Appa. Todavía intercambiaban insultos, pero Aang ya no podía percibir ningún veneno entre ellas.

—Ese lanzamiento ha sido terrible —dijo Azula, protegiéndose los ojos de la luz del sol mientras miraba hacia la silla—. Eres tan baja que fallaste y ahora toda la tienda se deshizo.

—¿Estás bromeando? Ni siquiera te esforzaste en lanzarla. Si de verdad falló, es culpa tuya.

Teo se acercó a ellos con los brazos cruzados y frunciendo el ceño.

—Si quieren quedarse más tiempo son bienvenidos —dijo—. Es agradable tener a otros chicos por aquí.

—Tenemos que llegar a Ba Sing Se —dijo Zuko, trepando por la cola de Appa— Tu madre nos ha dado información valiosa que podría ayudar con la guerra.

Mirando a Teo, Aang sintió otra punzada de culpa al recordar la última vez que vio al Teo de su mundo.

—Eres bienvenido a unirte a nosotros —dijo Aang. Si el otro chico realmente tenía algún tipo de espíritu que lo acosaba, quería asegurarse de que Teo estuviera bien. Las palabras del gurú perseguían a Aang, haciéndolo dar vueltas en sueños en su saco de dormir. Saltó sobre la cabeza de Appa y agarró las riendas—. Cuantos más, mejor.

Teo se rascó la nuca.

—Te lo agradezco —dijo— Pero mamá me necesita. Después de todo, somos las únicas personas en kilómetros a la redonda.

Aang sonrió, comprendiendo. Teo aún tenía familia aquí, y sería injusto separarlo de ella. Si tan solo pudiera tener al Mecanicista y a la Astrónoma juntos en este mundo.

—Cuídate, entonces —dijo—. ¡Y dale las gracias por toda la ayuda!

Teo se rio.

—Estuvo despierta toda la noche mirando las estrellas. No se despertará hasta dentro de unas horas, pero cuando lo haga, ¡se lo diré!

Después de que se alejaran volando del faro, con Teo despidiéndose con la mano detrás de ellos, Aang estiró el cuello para mirar a sus amigos en la silla.

—Siguiente parada, Ba Sing Se —dijo. Una lúgubre sensación de presagio se apoderó de él, pero solo él sabía lo mal que podía estar la ciudad. Tendría que informarles de todo lo que había sucedido allí para que supieran qué esperar.

—¿Sigues planeando ocultar tu identidad una vez que lleguemos? —preguntó Azula—. Has dejado de usar tu cinta.

Aang se llevó una mano a la frente, apoyando los dedos sobre la flecha azul.

—Ha desaparecido —dijo. No esperaba sentirse tan nostálgico al respecto—. Desde la pelea con Katara. Pero no... creo que es mejor que los líderes de Ba Sing Se sepan que el Avatar ha llegado.

Chapter 32: El Paso de la Serpiente

Chapter Text

 Libro 2: Tierra

Capítulo 11: El Paso de la Serpiente

 

Como hacía todos los días, la Guerrera Kyoshi se aplicó el maquillaje con cuidado, cubriendo la totalidad de su rostro, casi como una máscara. Como la última de las Guerreras Kyoshi, Suki hacía todo lo posible para mantener la antigua tradición. Se lo debía a su pueblo.

Quizás no fuera mejor que la Princesa Katara, que se escondía detrás de máscaras de todo tipo. Ocultaba su identidad y su género para engañar a sus oponentes, para no ser subestimada. Suki, por otro lado, se ponía la pintura facial para intimidar, para conquistar a sus enemigos. Ella no era una Maestra, así que tenía que hacer todo lo que estaba en sus manos para ganar.

Mientras se aplicaba el lápiz labial, pensó en sus objetivos de impresionar a Sokka y sonrió ante el espejo.

Hubo un suave golpe en su puerta plateada, que coincidió con un vaivén de la nave, haciendo que su mano se sacudiera erráticamente y haciendo que la pintura roja se extendiera a su cara pintada de blanco. Frustrada, Suki casi dejó salir un gruñido.

—¿Qué?

—La Princesa Katara quiere que salgamos a cubierta —dijo Yue con recato, entrando en la habitación. Al ver a su amiga, se llevó la mano a la boca para ocultar una risita— Eh, Suki...

—Sí, ya que la pintura está estropeada —dijo irritada—. Dile a Katara que puede esperar.

—¡Suki, no deberías tratar a una princesa de esa manera! —la amonestó Yue—. ¡No solo eso, sino que es nuestra amiga!

—Ya deja de adorar el suelo que pisa. Tú también eres una princesa, ¿no? —señaló Suki, limpiando un paño húmedo en su cara. Vio el ceño fruncido de Yue en el espejo.

—Sí, pero ya sabes cómo funciona eso.

—Lo que quiero decir es que dejes de ser tan obediente y de acatar sus órdenes todo el tiempo. —Mientras Suki se arreglaba el maquillaje de la cara, miró a Yue en el espejo. El mechón negro de su cabello contrastaba fuertemente con los plateados y azules de la habitación y las pieles y cueros de la Tribu Agua.

—¿Pero no eres leal a ella? —preguntó Yue con horror. Suki puso los ojos en blanco.

—Por supuesto sí. Es prácticamente mi hermana. —Suki se dio la vuelta, terminando con su rutina matutina. Estaba a punto de decir más, pero Sokka apareció en la puerta.

—Katara me envió a buscarlas —dijo, claramente disgustado por el hecho. Por alguna razón, vestía de verde y amarillo, la misma ropa que el Avatar lo había obligado a usar, según su historia.

—Bien. ¡Ya voy! —dijo Suki, enfundando sus abanicos y katana en el cinto mientras abrochaba su escudo plegable en su antebrazo. Prácticamente corrió hacia la puerta cuando Sokka se dio la vuelta para subir a cubierta. Yue suspiró y los siguió.

Al salir a la luz del sol, tanto Suki como Yue se sorprendieron al ver que la propia Katara iba vestida con la ropa de alguien del Reino Tierra, con las manos en las caderas y una sonrisa en su rostro.

—¿Por qué no están llevando la ropa que se suponía que debían usar hoy? ¿No recuerdan el plan? —Tras su dura reprimenda, Yue hizo una mueca y Suki gimió.

—¿Así que me puse todo este maquillaje hoy por nada?

Katara tenía puesto un vestido verde claro, de manga larga, con un cinturón de cuero marrón ceñido a la cintura. El vestido estaba cortado en ambos lados para facilitar sus movimientos, revelando unos pantalones blancos debajo y unas botas marrones. Su cabello, sin embargo, seguía igual.

—¡No puedo creer que las dos lo hayan olvidado! —exclamó Katara, regañándolas como si fueran un par de niñas. Las chicas se dieron la vuelta inmediatamente y bajaron de nuevo a la cubierta inferior, para cambiarse y ponerse el conjunto de ropa que Katara les había preparado personalmente.

Mientras regresaban a sus habitaciones, Yue miró a Suki.

—¿Qué pasó con desobedecer sus órdenes?

Suki frunció el ceño.

—Cállate.

El plan de Katara, aunque no era precisamente inteligente y perfecto, era simple y efectivo. Consistía en vestirse como refugiados del Reino Tierra y entrar a la ciudad como cualquier otro, abrirse camino hasta el Palacio y tomar por la fuerza el trono de los Generales que estaban actualmente en el poder. Dado que actualmente no había ningún rey (estaba desaparecido, al igual que los demás reyes de las diferentes ciudades-estado), la transferencia del poder sería dolorosamente fácil. Mientras tanto, usarían el asedio al Muro Externo como distracción.

Personalmente, Suki no podía esperar a entrar en batalla.

Su disfraz había sido robado de una de las guardias de una caravana y, por lo tanto, era adecuada para el combate. La pieza superior de su ropa consistía en un chaleco de cuero verde, con largas mangas blancas y una túnica encima que le llegaba casi hasta las rodillas. Unos pantalones blancos a juego, botas marrones y un extraño sombrero militar completaban su uniforme. Llevaba su cabello corto, castaño rojizo, recogido en una coleta en la parte de atrás de su cabeza. Mirándose en el espejo, se quitó con pesar toda la pintura facial. Una vez más, se equipó con sus armas; no le importaba que no coincidieran con las armas requeridas de un guardia, no iría a ninguna parte sin sus abanicos, espada o su escudo.

Volviendo al pasillo, se encontró con Yue, que vestía la túnica delgada, marrón y andrajosa de una campesina, con mangas largas y anchas y un dobladillo ligeramente suelto que se arrastraba ligeramente alrededor de sus pies. Su pesada katana se veía extraña colgada en su cadera. Llevaba un chal marrón sobre los hombros, probablemente para usarlo una vez que llegaran a la ciudad, para ocultar su pelo blanco.

—Esto no está tan mal —comentó Yue mientras caminaban hacia Katara.

—Supongo que no —coincidió Suki—. Ahora vayamos antes de hacer esperar a Katara más tiempo.

Afuera, Katara movía el pie con impaciencia, pero sonrió cuando las vio.

—Perfecto. Dos chicas normales del Reino Tierra. —Suki puso los ojos en blanco. Ella era una chica del Reino Tierra de nacimiento.

—Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Vamos a marchar hasta los muros, tocar la puerta y pedir que nos dejen entrar? —preguntó Suki, ajustando el brazalete de su escudo plegable.

—La mayoría de los campesinos llegan a la ciudad en un ferry que viene desde un lugar llamado Bahía Media Luna. Creen que no sabemos nada al respecto, pero está en el agua, y lo sabemos todo sobre las bahías ocultas y costas ocultas de todo el Reino Tierra. El ferry entra en una cueva justo debajo del Muro Exterior y emerge en el único puerto de Ba Sing Se, donde se encuentran las aduanas y demás. —Katara hizo una pausa para lograr un efecto dramático—. Allí es donde una flota naval atacará justo cuando lleguemos.

—¿Vamos a ir en el ferry, o viajaremos con las fuerzas de invasión? —cuestionó Yue cortésmente.

—Ninguna de las dos cosas —dijo Katara. Ahora, Sokka estaba escuchando atentamente el plan, sintiendo curiosidad—. Nos descubrirán si vamos con la flota, y los transbordadores obviamente detendrán su avance en el momento en que escuchen la noticia de un ataque.

—Entonces, ¿qué haremos en lugar de eso? —preguntó Sokka, mirándola fríamente con su único ojo.

—Iremos a pie, a través del Paso de la Serpiente, un estrecho puente terrestre que conduce directamente a la puerta principal de Ba Sing Se. No tendremos nada que ver con el ataque —dijo Katara con orgullo.

Sokka se quedó boquiabierto en estado de shock, mientras que las tres chicas parecían no darse cuenta del peligroso plan que Katara acababa de proponer.

—¡¿El Paso de la Serpiente?! —estalló Sokka—. Nadie en su sano juicio pasaría jamás por allí. Los lugareños lo evitan a toda costa. ¡Es el paso más mortífero del Reino Tierra!—¿Qué, creen que alguna serpiente gigante y aterradora vive allí? —se burló Suki, mientras Katara y Yue se reían de él, esta última detrás de su manga.

—¡Sí! ¡Eso es exactamente lo que dicen! —gritó Sokka.

—Hermano, —dijo Katara, sacudiendo la cabeza como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño—, probablemente recibió el nombre por el camino estrecho y sinuoso que vi en el mapa. Deja de hacer el ridículo.

—Oh, por favor. Solía vivir junto al Unagi. Nada puede ser peor que eso —le dijo Suki.

—Hay demasiados agujeros en este plan —gimió Sokka.


—Tu postura es incorrecta y ese fuego fue patético —le espetó Azula a su hermano, con las manos cruzadas tranquilamente detrás de la espalda mientras caminaba a su alrededor—. Estás dejando que tus piernas se abran demasiado y tu respiración es errática. Perderás el control de esa manera. ¡Debes ser diligente y preciso!

—¡Lo estoy intentando! —protestó, tratando de calmar su respiración.

—No me respondas. Cincuenta sentadillas, ahora.

—¡¿Qué?!

—¡Ahora!

—No voy...

—¡Cien!

Zuko suspiró.

—Una sentadilla, dos sentadillas…

A varios metros de distancia, Aang miró a Azula con nerviosismo.

—Tal vez debería ayudar a Zuko… —le dijo a Toph.

—No, porque estás ocupado conmigo —dijo—. Si tienes suficiente energía para preocuparte por Chispita, entonces claramente no llevas suficiente peso en tu espalda. —Dio un pisotón en el suelo, lanzando una piedra al aire para que aterrizara en la creciente pila de rocas que estaba en la espalda de Aang. Se esforzó para equilibrar el peso y usó su Tierra Control para evitar que su carga cayera. Para hacer las cosas aún más difíciles, Toph sacudía periódicamente el suelo, para disgusto de Azula que trataba de entrenar a Zuko.

—Quizás deberíamos ponernos en camino —sugirió Zuko después de un tiempo, claramente cansado por el entrenamiento—. Es un gran camino a Ba Sing Se, después de todo. —Hizo una pausa—. Ja, ¿lo entienden?, ¿como en la canción? —bromeó con cansancio.

A nadie le hizo gracia.

—¿Por qué nadie en este pequeño grupo es gracioso? —murmuró Toph—. Me he reído más con las bromas de Longshot, dioses.


—Esto es bastante siniestro —señaló Yue, mirando las palabras grabadas en la entrada de madera en la entrada del paso—. “Abandonen la esperanza”.  Qué espantoso.

Espero que Sokka no vaya trastabillando por ahí y haga que esto sea potencialmente peligroso para nosotras —dijo Katara, mirando a su hermano que tenía los brazos cruzados.

—¿Por qué habría de hacer eso? —preguntó, levemente insultado.

—Oh, ¿recuerdas la vez que te clavaste dos anzuelos en el pulgar? ¿O qué tal cuando tropezaste y caíste al canal, te atropelló una góndola, la volteaste y empapaste a todos los que estaban cerca con tu Agua Control, lo que asustó a un lobo ballena he hizo que atacara a los peatones cercanos, lo que finalmente terminó en varias casas derrumbadas mientras un grupo de soldados intentaba calmar la cosa? —le recordó Katara—. Sin mencionar la vez que...

—¡Está bien, lo entiendo! —gritó por encima de su voz, haciendo reír a Yue. Mientras tanto, Suki ya se había adelantado.

—¿Van a venir o no? —preguntó, abanicándose. Katara la miró y asintió.

—Si, vamos.

Katara pasó junto a Suki, insistiendo en tomar la delantera. Suki la siguió justo detrás de ella, seguida por Sokka mientras Yue subía por detrás, con la mano descansando suavemente sobre su katana. Posó los ojos en el horizonte. Se acercaba la noche. Al ser Maestros Agua, tanto Katara como Sokka preferían la noche para viajar y entrenar mientras estaban en su punto más fuerte. Pero algo en este paso hacía que Yue se sintiera ansiosa, una ligera y molesta sensación. Y ella sabía que debía confiar en sus instintos por la noche.

—Quizás deberíamos haber escuchado a Sokka —se dijo a sí misma. Se había quedado atrás, por lo que aceleró el paso hasta llegar junto a Sokka.

—Sientes lo peligroso que es este lugar, ¿no? —le preguntó sin que se lo pidiera.

—Sí —respondió ella.

Él sonrió.

—Eres casi como una Maestra Agua. Nunca he oído hablar de alguien que tenga poderes extraños por la noche.

—Supongo que soy única —Ella le sonrió cálidamente. Su flequillo negro caía sobre sus ojos sorprendentemente azules. Si supieras qué tanto...

—No has cambiado en absoluto —continuó Sokka—. Supongo que Katara y Suki necesitan tu sensatez.

Yue soltó una risita, tirando de sus largas mangas marrones.

—Sí. Pero tú eres el chico de las ideas. ¡También te necesitamos!

Varios metros delante de ellos, Suki puso los ojos en blanco. Entonces vio algo.

—Hey, miren. Un barco de la Tribu Agua —señaló, desviando la atención de Sokka y Yue el uno del otro. El elegante barco plateado brilló como el oro cuando los rayos del sol lo golpearon mientras se ponía.

—¡Qué bonito! —intervino Yue.

—¿Esa es la flota? ¿La que se está moviendo para atacar Ba Sing Se? —preguntó Suki.

—Sí. Tenemos que darnos prisa —respondió Sokka—. No queremos que invadan la ciudad antes de que lleguemos.

—Está bien, entonces. —Yue sonrió—. ¡Pongámonos en marcha! —Solo Sokka captó el paso en falso que dio, hacia el borde del acantilado, y la agarró justo antes de que la roca bajo sus pies se derrumbara y ella dejara salir un grito de sorpresa. La atrajo hacia él. Las rocas se estrellaron contra el océano. Yue trató de decir algo.

—Buena atrapada, hermano —felicitó Katara sonriendo—. Me sorprendiste.

Suki desvió la mirada.

—Nada especial. Podría haberlo hecho yo.

—Vaya... —suspiró Yue—. Gracias —le dijo sinceramente, con el rostro sonrojado. Sokka continuó caminando, encontrándose inusualmente molesto por el comentario de su hermana. Yue frunció el ceño—. ¿Qué ocurre?

—Dioses, cambia de humor más que Katara —murmuró Suki en voz baja a Yue.


La noche había caído por completo, y Katara, sorprendentemente, les pidió que descansaran. Acamparon en un nicho de roca que estaba protegido por afloramientos de piedra. Al parecer, Katara había elegido este lugar estratégicamente y lo había hecho bien. Pero entonces Sokka pensó, ¿quién iba a atacarlos en este paso abandonado?

Sokka dobló una esquina con su petate de cosas para dormir, solo para encontrarse con Suki, que se estaba cambiando de ropa en relativa intimidad. Gritó sorprendido y dejó caer todo al suelo. Suki, quitándose el uniforme de guardia, se volvió hacia él sólo en ropa interior.

—¡¿Q-qué estás haciendo?! —balbuceó Sokka, tratando de recoger por sus cosas para salir corriendo lo más rápido posible.

—Sólo me estoy preparando para dormir. ¿Cuál es el problema? —En todo caso, Suki parecía divertida, con las manos en las caderas y mirándolo sin ninguna preocupación por el mundo. Se acercó y Sokka retrocedió contra la pared de roca, hundiéndose más y más.

—¿No tienes pudor, mujer? —preguntó, con la voz quebrada—. ¡Solo llevas puesto unos cuantos pedazos de tela!

Ella sonrió, con un entusiasmo casi salvaje.

—Te estás sonrojando. —Se inclinó para mirarlo directamente a los ojos, y Sokka, descubrió con temor que sus ojos se desviaban—. ¿Esto te hace incómoda? —Tragó saliva, tratando de encontrar aire para respirar. Suki se echó hacia atrás en toda su altura, riendo—. ¡Parece que eres solo palabras cuando se trata de chicas!

Antes de que Sokka pudiera responder, los dos oyeron un suave repiqueteo de otro par de pies. Era Yue, doblando la esquina, completamente vestida, su cabello blanco brillando a la luz de la luna.

—Katara ha encendido el fuego... ¡oh! —Al ver a una Suki casi desnuda de pie junto al Príncipe, Yue se congeló y su rostro se volvió de un rojo aún más profundo que el de Sokka—. Um... Eh... Bueno... Si ustedes dos quieren comer algo... quiero decir, comida... Um... ¡Oh! Oh, dioses... —Y se alejó tan rápido como había llegado.

—Bueno, eso fue extraño e incómodo —soltó Suki. Tuvo la delicadeza de ayudar a Sokka a ponerse de pie, quien se sintió fortalecido por su ventaja de altura sobre ella.

—Uh... ¡Ponte algo de ropa! —ordenó torpemente, y se escabulló incluso más rápido que Yue. Una vez se había ido, Suki puso los ojos en blanco.


Aang observó atentamente mientras Azula hacía Fuego Control, viendo como lanzaba numerosos e incontrolados golpes al aire, liberando tórridas cantidades de llamas con cada ráfaga, cada una de ellas de un azul escalofriante. Recordó sus entrenamientos con Jeong Jeong y los Guerreros del Sol: habían dicho que el fuego azul era alimentado por una intención asesina.

Y si Azula lo estaba usando en su entrenamiento, sola, ¿qué significaba eso?

Finalmente, el fuego mermó cuando se vio obligada a descansar, desplomándose y jadeando pesadamente. Aang se preguntó si ese nocivo espíritu, fuera lo que fuera, la estaba cansando. Cuando estaba a punto de abrir la boca, ella desató otra furiosa explosión de azul, un ancho torrente que podría devorar todo a su paso, capaz de destruir la roca.

Antes de que llegara al borde de la cantera, el fuego se disipó en el aire y ella vio a Aang, iluminado por la luna, apareciendo tras el fuego.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le preguntó, respirando con fuerza, su apretado moño estaba deshecho. La cinta verde colgaba suelta de su pelo.

—¿Cuándo me notaste? —preguntó de vuelta. Ella cambió.

—No lo hice.

—Hace unas semanas, lo habrías hecho.

—Lo sé.

—Azula, estoy preocupado por ti.

Ella le lanzó una mirada oscura.

—Ya te he dicho que no deberías estarlo. Puedo manejarlo yo sola.

—Necesitas que tus amigos te ayuden a sobrellevar tus cargas. Una persona importante para mí me lo dijo —dijo.

—¿Quién? ¿Katara? —espetó—. ¿Por qué no sales de aquí y vuelves con tu novia? —Sus dedos se crisparon. Descubrió una parte profunda, muy profunda de sí misma anhelando, moviéndose, desenroscándose como un dragón.

Quieres matarlo.

¡No! protestó contra la voz, contra la influencia que la presionaba, contra el ardor de su mente.

—No —dijo Aang, de alguna manera se había puesto frente a ella sin que se diera cuenta—. Quiero ayudarte. Eres importante para mí, Azula. —Puso una mano gentil sobre su hombro, haciendo que se estremeciera y retrocediera—. Lo has sido desde que te conocí.

—Maté a todos tus amigos. Ayudé a destruir tu mundo. —Ella intentó apartarse, pero él la agarró por las muñecas.

—Azula, por favor, escúchame. No fuiste tú. Nunca lo fuiste, y no te culpé ni una vez. —Azula lo miró atentamente, con cautela. Era extraño verlo tan emocionalmente abierto, ver sus tormentosos grises agitarse en lugar de ser un par de rocas impenetrables. Era como si algo también lo estuviera cambiando a él— Te diré algo que ni siquiera les dije a mis amigos en mi mundo. —Aang la miraba a los ojos con tanta intensidad, con tanto sentimiento, como si tratara de escudriñar su alma. Azula guardó cada segundo, grabándolo todo en su mente para siempre—. En el fondo —continuó—, nunca culpé a la Princesa Azula por todo lo que hizo.

Ante estas palabras, el espíritu de princesa dentro de ella se exaltó.

—¿Qué? —le preguntó sin aliento.

—Estaba siendo controlada, presionada para ser la mejor, tanto que realmente parecía estar destrozándola. Yo... me sentí mal por ella —admitió, finalmente desviando la mirada—. Una parte de mí también quería ayudarla.

Está mintiendo.

—Lo deduje después de sacarle a Zuko todo lo que sabía sobre ella —continuó Aang—. Eh, me refiero al Príncipe Zuko. —Habló en voz baja—. Ambos crecieron de la peor manera posible, pero Zuko al menos tenía a su madre y a su tío para apoyarlo. Azula no tenía a nadie.

Madre me odiaba. ¡Ella también te odia!

—Quería salvarla.

—¿Entonces crees que puedes ayudarla a través de mí? —Azula tenía los ojos muy abiertos, casi incrédulos.

—Algo así —dijo Aang—. Pero... te has desviado por un camino oscuro.

No le escuches, te está mintiendo.

Pero para Azula, los argumentos de la Princesa sonaban cada vez más débiles.

—Quiero salvarte, Azula. Te necesito. Los necesito a todos.

Su corazón latía rápidamente.

¡Eres mía!

La abrazó.

Escuchó un cristal rompiéndose: un espejo.

Esta era... la primera vez que Aang había reservado este tipo de contacto sólo para ella.

—Aang —susurró. Y dejó salir las lágrimas.


—No te veía como del tipo de persona que sabe cómo iniciar un fuego. —Katara levantó la vista de su trabajo, poniendo los ojos en blanco al ver entrar a su hermano al campamento, poco más que un nicho de rocas con una fogata en el centro y sus sacos de dormir alrededor. Al ver los rostros de Suki, que lucía extrañamente triunfante, y de Yue, que se veía horrorizada, la princesa no pudo evitar preguntarse qué había pasado entre los tres.

El propio Sokka parecía estar bastante incómodo, mirando periódicamente a Suki mientras se sentaba.

—No me insultes, hermano —respondió ella, ofendida. El chico sonrió. ¡Punto para Sokka!—. Al menos puedo esquivar el hielo —replicó con crueldad. Ella sonrió mientras él se levantaba enfadado, pero luego pareció decidir no hacer nada, alejándose de ella con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

Suki y Yue miraron la batalla entre los dos hermanos.

—¿Quieres decir que aún estás decepcionado por la prueba del iceberg? —preguntó Suki sin rodeos—. Eso no fue nada. Eras solo un niño.

—No me importa —dijo obstinadamente, fijando la vista en la fogata—. No quiero hablar de ello.

—Oh, vamos. Es obvio que te molesta —presionó Suki—. Afróntalo o te molestará para siempre. En serio, ¿cuál es el problema? —Katara levantó una ceja.

—Es una prueba importante a la que se enfrentan todos los hombres de la Tribu Agua para demostrar que han entrado en la edad adulta. No espero que lo entiendas. No estabas allí —dijo con frialdad. Ella le dio una palmada en la cabeza, lo que provocó que él la fulminara con la mirada.

—Eh, ¿hola? Estuve allí. Fue solo unos días después de que tu madre me encontrara, ¿recuerdas? —ella le recordó.

—Bueno, entonces no entenderías lo importante que es. Eres del Reino Tierra. Así que no tienes nada que decir en esto —le espetó Sokka. Ella se puso de pie ahora, imponiéndose sobre él.

—Sí, sí. ¿Y qué? ¡No significa que sea tan tonta como una piedra! ¡He vivido con ustedes casi toda mi vida, obviamente he aprendido algunas de las costumbres de la Tribu Agua! —Suki se paseó alrededor de la fogata, despotricando—. ¿Y sabes qué? ¡También estoy cansada de tu complejo de superioridad! ¿Solo porque somos chicas, y porque yo nací en el Reino Tierra, sí, somos más débiles que tú y no importamos? ¿Crees que tienes derecho a darnos órdenes a todas? Bueno, ¡tengo noticias para ti, Sokka! No solo podemos las tres patearte el trasero, ya que, aparentemente, aún no eres un hombre de verdad, ¡no tienes derecho a obligarnos a hacer lo que quieras!

Katara se echó a reír ante el abrupto silencio de Sokka.

—¡Ese fue un golpe bajo, Suki!

Yue miró con tristeza a Sokka, pero le habló en voz baja a Suki.

—Eh... Nunca me dijiste cómo conociste a Katara y Sokka. ¿Cómo te volviste parte de la Tribu Agua? —intervino, tratando de calmar pacíficamente la situación. Suki la miró como si hubiera olvidado que la norteña estaba allí.

—Es cierto, no lo sabrías —dijo Suki. Sokka se recostó contra la roca, completamente derrotado y humillado por la chica Kyoshi. Se alegró de que la conversación tomara un rumbo totalmente diferente.

—No mucha gente lo sabe —dijo Katara—. La mayoría piensa que es solo la hija adoptiva del Jefe Hakoda.

—Nací en un lugar llamado Isla Kyoshi —comenzó Suki, dándole la espalda a Sokka—. No recuerdo mucho al respecto, ni quiénes son mis padres... creo que ambos murieron en la guerra. Los dos eran guerreros.

—Guerreros Kyoshi, ¿igual que tu estilo de pelea? ¿De ahí es de donde viene? —cuestionó Yue, con sorpresa en su voz—. ¿Y le permitían luchar a las mujeres?

—Sí —confirmó Suki, asintiendo—. Hace mucho tiempo, solía ser solo para mujeres hasta que comenzó la guerra. —Desplegó el abanico, que reflejaba la luz del fuego y arrojó su rostro en oro—. Es una vieja tradición de lucha que incluso algunas personas de la Tribu Agua aprendieron, ya que la isla está cerca del Polo Sur. De todos modos, no recuerdo mucho, pero después de un periodo de paz tentativa con el Polo Sur, la isla Kyoshi fue tomada y, según Katara, la mayoría de mi gente fue asesinada.

—¿Tú… no estás disgustada? —preguntó Yue, asombrada y horrorizada—. ¡Pero eso es… simplemente monstruoso!

—¿Qué? Nuestra nación lo hace todo el tiempo —dijo Katara encogiéndose de hombros.

—Eres demasiado ingenuo, Yue —dijo Sokka, decidiendo volver a entrar en la conversación. La chica de cabello blanco frunció el ceño y enfocó los ojos en sus manos entrelazadas.

—Ya te lo he dicho, no recuerdo a nadie, así que… —Suki miró fijamente su reflejo en el abanico—... Supongo que no me molesta demasiado. Realmente no lo he pensado—. La princesa del norte no parecía estar convencida—. De verdad, Yue. No es nada.

—De todos modos —continuó Katara por ella—. Nuestra madre fue una de las sanadoras en esa batalla, encontró a Suki y la acogió. Eso es todo, en realidad. Conseguí una hermana más divertida que Sokka y los dos conseguimos otra compañera de juegos.

A Sokka no le hizo gracia.

—A papá no le importaba demasiado. Por aquel entonces, estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa que mamá quisiera —dijo Katara.

—Y eso fue hace mucho tiempo —intervino Sokka.

—Sí... lo fue, ¿verdad? —Katara miró hacia el fuego, que se estaba muriendo por falta de atención—. Bueno, vamos a dormir. Tenemos un largo camino por delante en la mañana.


A lo lejos, una criatura de cuatro patas hacía retumbar el suelo, enviando ligeras ondas sísmicas en todas direcciones. Era lo suficientemente perceptible como para despertar a una niña dormida.

Toph abrió los ojos.

—Chicos, algo se acerca. Y viene rápido.

Aang respondió de inmediato, sorprendiéndola. Ella no sabía que estaba despierto.

—¿Qué es?

—Es un animal, pero se dirige directamente hacia nosotros —respondió Toph.

—¿Cómo puedes saber que viene específicamente hacía nosotros? —murmuró Azula—. Debe ser solo algún animal.

—Porque mientras se acerca, acelera. ¡Tenemos que movernos! —les instó la Maestra Tierra.

A medida que se acercaba, Aang también pudo sentirlo.

—Chicos, carguen todo en Appa. Debemos salir de aquí. —Clavó la vista en las canteras de roca donde probablemente aparecería la bestia; ahora, Aang empezaba a dudar haber elegido este lugar para acampar. Había decidido descansar en una zona más baja y cerrado en lugar de un sitio más alto donde tendrían una posible ventaja en una pelea. Y dado que la bestia los perseguía a ellos, como dijo Toph, entonces probablemente tenía un jinete.

Zuko se puso en acción, despertó al bisonte y arrojó cosas al azar sobre la silla. Azula se unió a él cuando Toph puso su mano contra el suelo.

—¡Está aquí!

Un Shirshu saltó sobre las rocas que rodeaban su campamento, deteniéndose ágilmente en una postura agazapada, frente a ellos. La dueña de Shirshu hizo sonar el látigo.

—No esperaba que estuvieras despierto a esta hora —dijo June con una sonrisa oscura—. Eso hará que las cosas sean un poco más difíciles.

—¡Adelante, chicos! ¡Yo la distraeré! —Aang giró, tomando impulso para lanzar un ataque de su bastón, y soltó una corriente de aire comprimido que se precipitó hacia la cazarrecompensas que él conocía personalmente, y ella logró esquivar la corriente maniobrando a su Shirshu alrededor de él. No sólo estaba desviando su atención, sino que al mismo tiempo le estaba mostrando que él era el Avatar, y su probable objetivo. Saltó la parte más alta del terreno, alejándola de sus amigos.

En su mundo, Aang estaba casi seguro de que June había logrado sobrevivir en los dos años posteriores al Cometa de Sozin. Se habían cruzado con ella en varias ocasiones y, después de convencerla, estuvo dispuesta a ayudarlos sin ningún precio. La conocieron a través de Zuko, pero ella no tuvo problemas para recordar a Aang, Sokka o Katara. Era una aliada valiosa con un gran tesoro de información confiable y habilidades de lucha, pero Aang no estaba seguro de querer llamarla su amiga.

Sin embargo, no quería herirla, lo cual era otra razón por la que quería mantener a sus amigos fuera de la batalla.

—¿Eres una cazarrecompensas? —le preguntó Aang inocentemente, agazapado y listo para saltar: ella era rápida y él necesitaba mantenerse alerta. No solo la parálisis que causaba el veneno del Shirshu era peligrosa, sino que su látigo también lo era.

—¿Qué me delató? —preguntó ella, divertida. El Shirshu, ¿se llamaba Nyla?, se lanzó hacia él, sacando su lengua de púas. Aang levantó una barrera de viento justo a tiempo para evitar que lo tocara, pero se vio obligado a saltar fuera del alcance del látigo de June, que había sido lanzado con tanta fuerza que hizo un pequeño corte en la piedra donde estaba parado justo antes.

Aterrizando suavemente sobre una roca más alta, Aang insistió en sus preguntas.

—¿Quién te contrató?

—Me temo que decirte eso sería un incumplir con el contrato —le dijo, instando a su bestia a perseguirlo. Aang se vio obligado a seguir moviéndose: el Shirshu no era rival para él en cuanto a velocidad, pero seguía siendo lo suficientemente rápido como para que no pudiera permanecer en un solo lugar—. Te querían con vida, así que si vienes en silencio, ¡podrás descubrirlo por ti mismo!

—Gracias por la oferta, pero tendré que rechazarla —respondió, corriendo contra la pared de roca y montando su Patineta de Aire para ganar velocidad y alcanzar rápidamente a Shirshu y a su jinete. Mientras estaba a salvo y en terreno elevado, trató de pensar en una forma de deshacerse de ella, pero el suelo debajo de la enorme criatura estalló. Aang apretó los dientes. Eso era Tierra Control, y no quería que Toph se involucrara. No sabía cómo peleaba June, y esa era una de las únicas ventajas que alguien podía tener sobre Toph.

Como era de esperar, Nyla logró saltar lejos del ataque de Toph, sin daños mayores, pero Toph emergió del agujero en el suelo y lanzó deslizándose sobre varios pilares hacia la cazarrecompensas.

—¿Una Maestra Tierra? —June lo pensó un segundo—. No eres rival para mí. He peleado con cientos de ustedes. —El Shirshu se abalanzó sobre los ataques de Toph, acelerando directamente hacia ella. Aang saltó de nuevo en un esfuerzo por desviar su atención.

—Buena suerte con esa actitud —gritó Toph—. ¡Soy mejor que todos los demás! —Levantó los brazos para deslizarse sobre una losa de piedra, pero no contaba con que la lengua larga y delgada del monstruo fuese un arma; de todos modos, no podía verla. Le dio directo en el hombro, haciendo que la pequeña niña cayera contra las rocas.

Aang agarró su bastón, sintiéndose un poco agradecido con Toph por la distracción, lo que le permitió golpear a June con una bola de aire comprimido directamente desde el costado, lanzándola fuera de su montura. Cuando ella salió volando, Aang aterrizó a lomos del Shirshu, tomando las riendas mientras se sacudía salvajemente.

—¡Vamos, Nyla! ¡Cálmate! —Esto era un juego de niños para él—. Una vez luché contra el Unagi hasta someterlo —se jactó con orgullo ante el Shirshu.

Tumbada en el suelo, con el pelo revuelto y la frente llena de moretones, June miró al Avatar mientras se asía a la montura.

—¿Sabes el nombre de Nyla…? —Se frotó la cabeza—. Ese chico tiene más agallas de lo que pensaba.

Nyla estaba a punto de desbocarse, negándose a ceder ante Aang. Justo cuando estaba a punto de bajar e ir a por Toph, vio a Appa volando sobre las rocas, Azula y Zuko en el lomo. Appa le dio la espalda al Shirshu, levantando la cola para azotarlo con un único y poderoso golpe. Aang eligió sabiamente este momento para saltar de fuera de Nyla cuando una poderosa ráfaga derribó al Shirshu y lo estrelló contra una pared de roca. Aang corrió junto a Toph, y vio a Sabishi que intentaba débilmente levantar a la pequeña Maestra Tierra en el aire ella misma. Aang la ahuyentó y recogió a Toph en sus brazos.

—¡¿Qué demonios, Pies Ligeros?! —le gritó al oído mientras él saltaba hacia Appa—. ¿Por qué no puedo golpearte?

—Esa cosa es un Shirshu. Tiene la lengua cubierta de veneno paralizante. Se te pasará pronto —le informó, aterrizando a salvo en la silla. Sabishi revoloteó hasta su cabeza.—Una pena. Esperaba que Toph pudiera volver a causar más alboroto con su Tierra Control —suspiró Azula—. Lástima que no sea permanente.

—¡Hey!

Antes de que Appa se elevara más alto y más lejos, Aang se volvió y le gritó a la cazarrecompensas.

—¡Adiós, June!

—¿Otra amiga tuya? —preguntó Zuko.

—Se podría decir que sí —respondió Aang—. Me pregunto cómo nos encontró. Alguien la contrató y tuvo que darle algo que nos pertenecía, para que pudiera rastrearnos por el olor. Es un poco aterradora en ese sentido.

—Conocías a gente muy loca —dijo Zuko, moviendo la cabeza con diversión.

—Créame, ni siquiera hemos conocido a la mitad de ellos.

—En serio, Aang. ¿Cuándo pasará el efecto de esto? ¡Necesito golpear algo!


Katara los hizo levantarse muy temprano con la intención de cruzar el Paso y estar listos para entrar en Ba Sing Se justo cuando ocurriera el asedio; con suerte, todos estarían más preocupados por el ataque que por examinar las historias de cuatro nuevos refugiados.

Pero, se recordó Sokka a sí mismo, eso era algo de lo que tenía que preocuparse más tarde.

El grupo permaneció en silencio mientras caminaban, ya que Sokka todavía no estaba dispuesto a hablar con Suki después de la noche anterior; Yue lo seguía, tratando de evitar mirar en su dirección tanto como pudiera. Se sintió culpable por no haber hablado en su defensa contra Suki y Katara.

En poco tiempo, los cuatro se encontraron con una parte del camino que descendía hasta quedar totalmente sumergida bajo el agua. Katara continuó caminando como si nada, pisando ligeramente la superficie del agua sin preocuparse por sus compañeros. Encogiéndose de hombros, Sokka la siguió, creando pequeños bloques de hielo bajo sus pies al caminar. Suki y Yue se detuvieron delante del agua.

—Uh, ¿qué se supone que debemos hacer? —preguntó Suki.

Katara se volvió, casi sorprendida por la pregunta.

—Supongo que tendrán que nadar.

—Eso no es justo —protestó Suki. Sokka miró a su hermana. Ella puso los ojos en blanco.

—Oh, está bien —aceptó Katara. Hizo un gesto en dirección a Suki, congelando la superficie del agua y permitiéndole caminar sobre ella. Yue estaba a punto de seguirla, pero Sokka la detuvo.

—Ven, Yue. Haremos algo diferente —dijo. Sus ojos se abrieron cuando él presionó su mano en el agua, haciendo que el mar a su alrededor tomara forma de cuenco y se congelara.

—¿Es... un barco? —preguntó insegura.

Sin responder, Sokka se deslizó sobre la superficie del agua detrás de ella y se apoyó contra la roca donde terminaba el camino.

—¿Lista? —preguntó.

Ella asintió.

Con una fuerte patada, Sokka y Yue salieron disparados del sendero, haciendo que el agua salpicara a ambos lados de ellos. Sokka se agarró con fuerza al bote de hielo mientras pasaban a toda velocidad por delante de Katara y Suki. Disfrutó de las exclamaciones de miedo y alegría de Yue.

En su puente de hielo, Suki se cruzó de brazos celosamente.

—Presumido.

Katara miró entre las sorprendentes maniobras de su hermano y Suki, divertida, pero luego vio una forma oscura en el agua, y Sokka se dirigía directamente hacia ella.

—¡Tenemos problemas! —anunció Katara. Sokka notó algo, lo que fuera que había, en el agua justo cuando su hermana gritaba para anunciar los problemas. El mar se agitó cuando el enorme cuerpo nadó directamente debajo de Sokka y Yue. La superficie del agua se elevó cuando una parte de la forma larga y oscura de una criatura se alzó y salió del agua, una torre de escamas verdes, azules e incluso doradas: la cola de un monstruo temible.

—¡Está bajando! —gritó Sokka, levantando los brazos en un esfuerzo por defenderlos a él y a Yue. La cola cayó en picado con una fuerza tremenda, golpeando contra la superficie del agua y lanzándolos hacia atrás, dando tumbos a través del tempestuoso mar.

—¡Suki, vigílalos! —le dijo Katara a su amiga, saltando al agua ella misma, con la intención de enfrentarse a la serpiente mientras se enroscaba bajo el agua de nuevo. De pie en la superficie, Katara levantó las manos como si levantara un gran peso, sacando a la serpiente de las profundidades y acercándola a la superficie. Cuando las escamas se volvieron visibles nuevamente, lanzó las manos hacia adelante, empujando a la serpiente. Ahora, tenía el centro de su cuerpo en su poder. Sintió que la cola y la cabeza se retorcían, pero apretó los dedos, congelando a la serpiente en su sitio. Por primera vez, la cabeza rompió la superficie del agua y dejó salir un chillido.

Sokka abrió los ojos, y a punto de abrir la boca también, ante la sorpresa de estar totalmente bajo el agua. Obligándose a no entrar en pánico, trató de orientarse y buscó la superficie. Por encima de él, vio a Yue, con los ojos cerrados, su cabello blanco casi perfecto abriéndose en forma de abanico a su alrededor. Parecía como si estuviera durmiendo serenamente. Agarrándola por la cintura, formó hielo directamente debajo de ellos y dejó que los empujara a él y a Yue al aire libre. En cuanto pudo, el príncipe abrió la boca y aspiró tanto aire como pudo, y luego se apoyó contra el iceberg que él mismo había hecho y tosió. Puso a Yue en una posición sentada, apartando su sedoso cabello blanco y empapado de su rostro. Ella también comenzó a toser. En cuanto se aseguró de que ella iba a estar bien, saltó del iceberg para unirse a su hermana en la batalla.

Para cuando la alcanzó en una tabla de surf hecha de hielo, era evidente que ella tenía el control total de la serpiente, moviéndola y haciéndole cortes con cintas y zarcillos de agua, maniobrando con pericia alrededor de sus peligrosas embestidas y manteniéndola en su sitio. Cuando Sokka se acercó, deslizó su tabla de surf, acompañada de al menos una docena de picos de hielo, clavándolos justo en el costado de la criatura, lo que hizo que chillara de dolor por segunda vez.

—¿En serio tienes arruinar mi diversión, hermano? —se quejó. Katara puso los ojos en blanco y suspiró, sosteniendo su mano derecha frente a ella, rígida en donde estaba, mientras su mano izquierda comenzaba a levantar una gran cantidad de agua desde abajo, apretando los dedos mientras lo hacía. Un enorme pico surgió del agua, directamente debajo de la serpiente, empalándola en el hielo. Con un último grito estremecedor, la serpiente cayó contra la lanza que la levantó a mitad de camino fuera del agua.

—La has matado —dijo Sokka, con asombro y un poco de miedo. Ahora, la gente del Reino Tierra podría llamar este lugar “El Paso de Katara” porque ahora un monstruo aún más temible lo había conquistado.

—Sí que lo hice, ¿eh? —dijo, claramente orgullosa de sí misma—. Bueno, pongámonos en marcha.


Después de que los dos Maestros Agua consiguieran que Suki y Yue cruzaran la brecha en el paso, sólo quedaba un corto viaje hasta Ba Sing Se.

—Bueno, supongo que Sokka tenía razón sobre la serpiente —señaló Suki divertida.

—Se los dije —murmuró a los tres.

—Vamos, ya casi llegamos —dijo Katara—. No puedo creerlo. Ba Sing Se va a dejar entrar a la Nación del Agua a través de la puerta principal. ¡Ahí está el muro!

—No celebres todavía —le aconsejó Sokka—. Demasiadas cosas pueden salir mal.

—Oh, por favor. La piedra el agua siempre erosiona a la piedra. Podemos hacer esto —dijo con confianza.

—Sí, deja de ser pesimista —lo reprendió Suki.

—¡Esto es muy emocionante! —exclamó Yue—. ¡Mira lo grande que es el muro!

Sokka miró la ciudad impenetrable con una mirada escéptica. Tuvieran éxito o no en su misión, las cosas estaban a punto de cambiar para todos.

Se preguntó si vería al Avatar allí.

Chapter 33: La Ciudad del Conflicto

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 12: La Ciudad del Conflicto

 

Habíamos estado en muchos pueblos y ciudades en nuestro tiempo, pero Ba Sing Se era el peor de ellos.

Dividido en tres sectores, la gente se mantenía separada dependiendo de su riqueza y estatus. Los campesinos, los refugiados, los criminales y los don nadie se encontraban en el Sector Bajo, lo más lejos posible de la nobleza y la realeza del Sector Alto. Los muros los dividían, pero la burocracia y los secretos los mantenían aún más separados. Toph, tú, el otro tú, supongo, pero ella no es muy diferente, lo odiaban más que nada.

Fuera de las murallas de la ciudad no estaban mucho mejor tras el Cometa de Sozin. La Nación del Fuego había reducido el Reino Tierra a nada más que polvo y cenizas. Katara me confesó una vez en privado que envidiaba la incapacidad de Toph para verlo, el Reino de Cenizas. No tuve el corazón para decirle que Toph y yo podíamos ver eso y más, los huesos enterrados bajo la guerra y el exterminio. El Reino del Polvo, el Reino de los Huesos, lo llamábamos.

De todos modos, fue en Ba Sing Se donde perdimos a un amigo por segunda vez. Pero fue allí donde realmente comenzaron nuestras derrotas. La Princesa Azula conquistó la ciudad para la Nación del Fuego y puso todo en marcha para que yo no pudiera derrotar al Señor del Fuego Ozai para el día del Cometa.

En los años siguientes, intentamos retomarlo solo una vez. Si Azula fue capaz de hacerlo con solo dos personas a su lado, pensamos, ¿por qué nosotros no? Creíamos que no teníamos mucho más que perder.

Siempre había más que perder.

No he vuelto desde entonces.


La Ciudad Impenetrable.

Sus muros seguían en pie tan firmemente como siempre, un bastión de civilización en un paisaje que, de otro modo, sería implacable y estéril, como si el desierto de Si Wong se hubiera expandido y conquistara la tierra misma. Mientras sobrevolaban las áridas tierras del Reino Tierra, extenuadas por cien años de guerra contra Maestros Agua, Aang sintió una punzada de pavor en su estómago que se hacía más intensa a medida que se acercaban a las murallas de la ciudad. Había pasado tanto tiempo desde su regreso. Se preguntó si así era como se sentía Iroh al regresar a Ba Sing Se por primera vez desde su asedio de seiscientos días.

Como si sintiera su malestar, Sabishi, la lémur, se acurrucó contra el cuello de Aang y le gorjeó al oído. Él le rascó la cabeza y sonrió, su cola anillada se movía de un lado a otro en señal de placer.

—Gracias, Sabi. —Appa soltó un gruñido bajo y Aang le dio una palmada en la cabeza también a él.

Las cosas serían diferentes esta vez. Tenía Appa.

Sobrevolaron el muro sin incidentes, pasando junto a los numerosos soldados confundidos del Reino Tierra que estaban en la cima. De repente, el paisaje muerto se transformó en campos verdes detrás del muro, tierras de cultivo que se extendían más allá de la vista.

Azula se colgó de la silla y miró hacia el suelo.

—¿No vamos a parar a saludar?

—No —dijo Aang—. Cuanto más nos adentremos en la ciudad antes de detenernos, mejor. Si vamos al Sector Bajo o al Medio, nunca llegaremos a los líderes de la ciudad. Nos harán esperar meses.

Aunque Aang no sabía qué les esperaría en el Sector Alto. Kanna y Piandao les dijeron que el rey Bumi había viajado a Ba Sing Se hace cinco años, después de la caída de Omashu, y habló con el rey Kuei. Kuei había procedido a abdicar del trono y ninguno de los dos reyes fue visto desde entonces, aunque según Kanna, este era un secreto guardado para el pueblo en general. Eso le dio a Aang la esperanza de que su más viejo amigo estuviera vivo, pero también creó una variable desconocida. ¿Quién tenía el control de la ciudad ahora? Tampoco podía ser Long Feng: él lideraba la nación de refugiados, Jie Duan, en la Nación del Fuego. Más secretos, más confusión.

Las tierras de cultivo de la Zona Agraria pasaron debajo de ellos y el bisonte volador entró en la ciudad propiamente dicha. Zuko y Azula soltaron un jadeo, pero rápidamente se taparon la nariz.

—Qué ciudad tan grande... —dijo Zuko.

Azula frunció el ceño.

—Y muy sucia.

—Es el resultado de demasiadas personas tratando de vivir tras de la seguridad de las murallas —explicó Aang con los brazos cruzados—. Mantenidos en la miseria y separados de los más afortunados detrás de aún más muros. Es lo mismo en mi mundo.

—Entonces recuérdame de nuevo ¿por qué nos has traído aquí? —preguntó Toph, recostándose con las manos detrás de la cabeza. Tenía una rama de hierba en la boca que seguía recordándole a Aang a Jet. Suponía que ella había aprendido el hábito de él.

—Ese eclipse lunar —le recordó—. El que podría ayudarnos a derrotar a la Nación del Agua antes de que llegue la Luna de Seiryu. —Aunque cuanto más pensaba en ello, le parecía terriblemente conveniente que ambos eventos astrales ocurrieran en este mundo en perfecto paralelismo con el suyo...—. La Astrónoma nos dijo que se acercaba uno, pero con suerte podemos precisar su fecha exacta con el Reino Tierra y elaborar un plan de invasión.

—¿Siquiera estamos seguros de que esa mujer sabía de lo que estaba hablando? —preguntó Azula, poniendo los ojos en blanco—. Podría haberse inventado todo o haberse engañado a sí misma por completo.

Aang volvió a imaginarse a la Astrónoma en su mente, la mujer con anteojos demasiado grandes y un cuerpo enjuto. La madre de Teo, que de alguna manera, estaba viva en este mundo y el Mecanicista no.

—Creo que podemos estar seguros —dijo Aang—. Hubo un eclipse solar en mi mundo. Todo dependía de eso.

Ninguno tuvo una respuesta a eso, pero, de todos modos, no hubo mucho tiempo para una: el Sector Alto pasó por debajo de ellos, y poco después, los muros del palacio.

El Palacio del Reino Tierra era exactamente como lo recordaba: un enorme complejo fortificado que quizás fuera el más grande del mundo. La insignia del Reino Tierra se destacaba con orgullo en varias paredes de yeso rojo opaco y torres de vigilancia se extendían a lo largo de muchos de los muros, protegiendo los numerosos ministerios y cámaras de consejo y jardines encerrados en su interior. Aang medio esperaba ver bloques de piedra siendo lanzados contra ellos desde las torres de vigilancia, pero tal ataque no se produjo. Aun así, todavía se preparaba para un ataque.

Appa aterrizó en el pabellón del palacio sin ninguna fanfarria y Aang saltó de su cabeza, el bastón en mano y la espada de meteorito en el cinturón. Los miembros de la guardia real fueron los primeros en aparecer, pero no tardó en notar que los agentes de Dai Li se mantenían en las sombras de los muros del palacio. Ni la guardia real ni el Dai Li tenían armas o prepararon posturas de Tierra Control, pero todos estaban tensos. Recordó que Long Feng, en la Nación del Fuego, se había llevado al Dai Li con él cuando se convirtió en rey de Jie Duan. Lástima que no los haya llevado a todos.

—¿Es este el tipo de bienvenida que recibe el Avatar? —preguntó Azula, saltando de Appa para pararse junto a Aang—. Deberían darle la bienvenida con honor y respeto —Toph y Zuko siguieron su ejemplo.

Un soldado se adelantó a la multitud, un hombre corpulento, barbudo, con armadura y los pies descalzos.

—Nadie puede ver al Rey Tierra sin una cita previa, ni siquiera el Avatar. No puedes simplemente irrumpir en el Sector Alto sin pasar por los procedimientos adecuados...

—No hay ningún Rey Tierra —dijo Aang, interrumpiéndolo antes de que pudiera terminar. No le agradó volver a oír hablar de los estratos de la burocracia obstructiva—. Sé la verdad. Pero aun así me gustaría hablar con quién sea que esté a cargo.

El hombre se cruzó de brazos y se acarició la larga barba castaña. Con un sobresalto, Aang lo reconoció como el general de su mundo que intentó obligar a Aang a entrar el Estado Avatar y comenzar una campaña prematura contra la Nación del Fuego con Aang a la vanguardia. Le parecía que había sido hace tanto tiempo.

—Debes estar equivocado, Avatar, pero me disculpo. Hablaremos en privado, dentro del palacio. Soy el General Fong del Consejo de los Cinco.

Fong giró sobre sus talones y se pavoneó de vuelta al palacio, haciéndoles un gesto para que lo siguieran. El mar de guardias se separó para ellos y Aang caminó hacia adelante con una pizca de inquietud.

—Toph, ¿ha dicho la verdad? —le susurró mientras caminaban.

Ella titubeó.

—¿Cómo sabías...? Oh, no importa. Y no, en realidad no. Había una mentira por ahí, pero no estoy segura de qué parte.

Mientras caminaban por los pasillos del palacio, pasando por grandes pilares y murales y obras de arte y antigüedades invaluables, Aang recordaba más de su visita anterior, como si hubiera sido una vida diferente. Tenía que seguir recordándose a sí mismo que el Dai Li no tenía ninguna razón para atacarlos (todavía) y que el palacio estaba a salvo (por ahora). En su mundo, podían confiar en el Consejo de los Cinco, al menos hasta antes de que la Princesa Azula conquistara la ciudad y los encarcelara. El Fong de su mundo era un idiota, pero al menos estaba de su lado.

Además, Aang podía entender sus razones ahora. Hubo un tiempo en el que él también deseaba poder desatar todo el poder y la rabia del Estado Avatar sobre la Nación del Fuego.


La realeza de la Tribu Agua y su séquito avanzaron por del último tramo de tierra batida hacia las enormes murallas de la ciudad, el Paso de la Serpiente ya era un recuerdo lejano tras ellos. Avanzaron a pie, con botas y sandalias repiqueteando contra el polvoriento camino. A Sokka le dolían los pies.

—Parece un desierto —dijo Suki—. ¿No se supone que el desierto de Si Wong está algo lejos de aquí?

—Lo está, oficialmente —dijo Sokka—. Pero la tierra está completamente seca ahora. Es posible que se haya expandido.

—No sé por qué alguien querría vivir aquí —dijo Yue, su cabello blanco cubierto por un chal marrón hecho jirones de modo que solo asomaba el mechón de negro—. Es tan miserable.

Katara tosió. Sokka también sintió que el polvo se le metía en la garganta cada vez que abría la boca.

—Nuestra gente hizo esto —dijo ella—. Bueno, los Maestros Tierra también, en represalia. Pero es la única forma de poder abrirnos paso hacia el interior.

—Ni siquiera se siente que haya humedad en el aire que los Maestros Agua la puedan usar —dijo Suki, extendiendo su mano como si quisiera palparla.

Sokka se aclaró la garganta.

—No por ahora. Hay una sequía bastante grave en el Reino Tierra en este momento. —Se preguntó si cien años de drenar el agua del aire tenían algo que ver con eso—. Nunca podremos olvidar el precio de nuestra conquista. —Recordó su tiempo con el Avatar y su disgusto por lo que hacía su gente, y la forma en que atesoraban las raras ocasiones en que encontraban un bosque o campo exuberante, intacto en medio de la guerra. Sokka se apartó el pelo del ojo mientras miraba hacia el muro, protegiéndose la cara del sol para verla mejor. Esta era la primera vez que estaba tan cerca de Ba Sing Se.

—Sabes, tu cabello se ve muy bien suelto —dijo Suki, sonriéndole—. Me gusta.

Se frotó la nuca, sintiendo un calor allí que no tenía nada que ver con el sol que caía sobre ellos.

—Bueno, tenemos que mezclarnos con los refugiados.

—A mí también me gusta —dijo Yue con una sonrisa gentil, a su otro lado—. Te ves muy a gusto.

Katara puso los ojos en blanco, pero se detuvo en el camino, mirando hacia el oeste.

—¿Ven eso, chicos?

Sokka siguió su mirada, divisando una lejana nube marrón en el horizonte. Incluso desde esta distancia, Sokka podía ver los vientos agitándose a su alrededor.

—Tormenta de polvo —dijo—. Vamos, tenemos que encontrar refugio. ¡Rápido!

—¡Pero está muy lejos! —dijo Yue—. Quizás podamos llegar a la ciudad antes de que nos alcance.

—De ninguna manera —dijo, tomándola de la mano—. Se mueven rápido. ¡Vamos!

Katara, por suerte, no lo puso en duda ni lo cuestionó. Ella corrió por camino a su derecha, hacia las montañas y se dirigió a una grieta en la piedra. Sokka, Suki y Yue corrieron tras ella, escondiéndose detrás de una grieta con un saliente rocoso justo antes de que la tormenta de polvo los alcanzara. Los cuatro se cubrieron los ojos y la boca, apegándose a la piedra mientras el polvo, la tierra y la arena inundaban su visión.

Yue se había cubierto la cara y el cabello y todo lo que Sokka podía ver eran sus brillantes ojos azules mirándolo en la oscuridad con miedo.

—¿Qué tipo de espíritu causa esto?

—No es ningún espíritu —dijo él—. Estas son frecuentes en todo el Reino Tierra. Pero estamos a salvo por ahora. —Se había encontrado con bastantes durante su tiempo de autoexilio.

—Los Maestros Tierra deben haber construido estos refugios exactamente para estas situaciones —señaló Suki, el rugido del viento se hizo menos ensordecedor a medida que se adentraban más en la grieta—. Se nota por la forma en que está excavada la montaña. Supongo que es bastante útil. —Miró las manos de Sokka y Yue, que seguían entrelazadas. Sokka la soltó rápidamente. Suki continuó sin una sola reacción cruzando su rostro, desprovisto del maquillaje que usualmente portaba como una máscara—. Entonces, Katara… ¿Esa tormenta de polvo nos impedirá encontrar al tipo con el que se supone que debemos encontrarnos?

Sokka miró hacia su hermana cuando llegaron a la parte más profunda de la grieta. Tuvo que agacharse para evitar golpearse la cabeza.

—¿Qué tipo?

Katara se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared de piedra, sonriendo.

—Nuestro contacto. Casualmente, alguien que vive en el desierto. Un Maestro Arena.

—¿Un Maestro Arena? ¿Estás loca? ¿Por qué estás…? —agitó las manos en el aire mientras luchaba por encontrar la palabra—. ¿Conspirando con ellos?

—Él es la clave de la operación, Sokka —le dijo—. Quiere ayudarnos y, a su vez, nos necesita.

—¿Qué razón podría tener para ayudar a la Nación del Agua?

—Tengo mis razones —Una voz salió de la boca de su pequeña cueva y Sokka se volvió hacia él divisando a un hombre con un pañuelo que le cubría la cara y la cabeza excepto sus ojos, que se ocultaban tras unas gafas oscuras. Tenían vendas envueltas alrededor de sus brazos y piernas en una tela del color de la arena y el pelo oscuro se le asomaba por debajo del paño de su cabeza. Para Sokka, parecía una de las criaturas muertas de las que a veces oía hablar en los cuentos, un cadáver momificado que se levantaba de las arenas.

—Ghashiun, sobreviviste a la tormenta —dijo Katara—. Me alegro de verte.

Sokka se cruzó de brazos.

—Por supuesto que sobrevivió, es un Maestro Arena. Katara, no puedes confiar en él.

Ghashiun se quitó las gafas, revelando ojos marrones oscuros que miraron a Sokka con tanta desconfianza como la que éste le devolvía. Parecía más o menos de la edad de Sokka.

—Ódiame si quieres, pero tengo la información que necesitan. Y a menos que me equivoque, su incursión en Ba Sing Se ya se está preparando en la costa. No pueden dar marcha atrás ahora, ¿verdad?

—Si no puedes confiar en él, confía en tu hermana —le dijo Suki—. Katara sabe lo que está haciendo. Ba Sing Se va a caer.


El general Fong había convocado una reunión con los demás generales y, sorprendentemente, Aang solo tuvo que esperar una hora antes de que se todos llegaran y comenzara la reunión. Se reunieron en las cámaras del consejo de guerra, una habitación oscura con altos pilares y una enorme mesa rectangular en el centro. Los candelabros en las paredes iluminaron la habitación cuando cayó la noche y los sirvientes corrieron las cortinas de color rojo ocre antes de salir. Aang solo vio a Fong y otros dos sentados en la mesa cuando entraron, hombres a los que recordaba vagamente por su rostro, aunque no por su nombre. Observó, con curiosidad, la ausencia de agentes Dai Li aquí, pero una docena de guardias reales se alineaban en el perímetro de la habitación.

—¿No eran el Consejo de los Cinco? —preguntó Azula mientras se sentaban—. Solo veo a tres.

—Pido disculpas, pero dos de ellos están apostados en el Muro Exterior con un contingente de soldados reforzando nuestras defensas —dijo Fong. Toph dio unos golpecitos con el dedo en la mesa una vez. Verdad. Aang sintió que algo de tensión abandonaba sus hombros. Al menos no tendría que luchar para convencer a nadie de la existencia de una guerra esta vez.

—¿Así que realmente no sabes lo que le pasó al Rey Tierra después de su renuncia? —preguntó Zuko.

—No lo sabemos —dijo uno de los otros generales, un hombre con una mirada feroz y una cinta en la cabeza, chapada en hierro, que le daba un aspecto aún más severo—. Desafortunadamente. —Toph volvió a dar golpecitos solo una vez—. Pero debemos preguntar, ¿cómo dieron con esta información?

—Bumi es mi amigo —dijo Aang. Las palabras le vinieron fácilmente—. Nos contó lo que sucedió antes de volver a esconderse. Tampoco tenemos ni idea de dónde está —La mentira también le resultó fácil.

—Ya veo —dijo el general Fong, acariciando su barba—. ¿Has venido aquí para ayudar en el esfuerzo de guerra, Avatar? —Algo parecido a la codicia brilló en sus ojos. En este mundo, Aang no había desatado su furia contra una flota de naves enemigas, por lo que Fong no tenía motivos para codiciar el poder del Estado Avatar, todavía. No parecía tan evidente, pero su deseo por el poder de Aang seguía ahí. Eso estaba bien para Aang. Significaba que querrían mantenerlo cerca.

—Sí —respondió, asintiendo. Entrelazó los dedos mientras consideraba sus palabras—. Pero primero… —Tenía que asegurarse de que podía confiarles su información. Hasta el día en que dejó su mundo, Aang y sus amigos aún no sabían cómo Azula se había enterado del eclipse solar. Asumieron el Dai Li se lo habían dicho, y no iba a permitir que eso sucediera de nuevo—. ¿Quién está involucrado en el liderazgo de esta ciudad ahora que el rey se ha ido?

Uno de los otros generales respondió, frotándose el largo bigote entre los dedos.

—El Consejo de los Cinco supervisa el ejército y el ministerio se encarga de todos los demás asuntos de estado. Hay un ministro de Moneda, un ministro de Infraestructura, un ministro de Asuntos Cíviles y la Gran Secretaria que los supervisa a todos y al Dai Li —Toph golpeó la mesa con los dedos una vez.

—¿Y por qué no están aquí? —preguntó Aang. Quería ver a esta Gran Secretaria por sí mismo. Si era como Long Feng, planeaba dejar atrás a Ba Sing Se y no mirar atrás.

—La Gran Secretaria está demasiado ocupada con otros asuntos como para involucrarse en una reunión de guerra —respondió Fong. Toph tamborileó con los dedos sobre la mesa dos veces.

Una mentira.

—Ya veo —dijo Aang. Entonces decidió que era mejor no mencionar todavía el eclipse lunar. Apoyó las palmas de las manos sobre la mesa—. Bueno, entonces. Tengo razones para asumir que la Nación del Agua está planeando un asalto a la ciudad mientras hablamos. —Se estaba arriesgando aquí y lo sabía; su única prueba de esto era que Azula había hecho lo mismo en su mundo con el taladro, y luego con una infiltración silenciosa.

Se preguntó si la Princesa Katara haría lo mismo. Le dolía el corazón el solo pensar en esa posibilidad; anhelaba y a la vez aborrecía la idea de volver a cruzarse con ella. ¿Sería capaz de invadir Ba Sing Se? Odiaba admitirlo, pero no la conocía en este mundo. No sabía de lo que era capaz.

Pero ahora que Sokka estaba de regreso con ella, había una gran posibilidad de que él fuera quien ideara una estrategia para ello. Incluso en este mundo, Sokka era capaz de ese tipo de cosas. Los apartó a ambos de su mente.

—Imposible —dijo uno de los otros generales, con sorna—. Patrullamos las costas de Ba Sing Se a diario. La mayor parte de nuestra armada mantiene a salvo todo el Lago Oeste desde aquí hasta la Bahía Media Luna. No hemos visto ningún movimiento de la Armada del Agua en los últimos días que sugiera un asalto inminente.

—¿Puedes decirnos algo sobre este ataque? —preguntó Fong. Su tono era tan amable que casi parecía condescendiente, como si le hablara a un niño—. ¿De dónde viene, cuando planean invadir? Supongo que al anochecer, pero se los conoce ´por atacar durante el día si les conviene.

Aang miró hacia otro lado, apretando los dientes.

—No.

Fong dejó escapar un breve suspiro.

—Ya veo. Bueno, continuaremos patrullando el Muro Exterior, como siempre.

Zuko habló a continuación, con los brazos cruzados.

—¿Qué pasa con la gente fuera de sus muros? En todo el tiempo que llevamos en el Reino Tierra, apenas hemos visto puestos de soldados aquí y allá. Es como si hubieran abandonado el esfuerzo de guerra y se hubieran escondido aquí esperando que la Nación del Agua los invada. —Su voz era dura, su tono acusador. Aang creyó ver un poco de su Zuko en él; podía imaginar fácilmente la cicatriz sobre su ojo izquierdo.

—Asumes demasiado —dijo el general del bigote largo, frunciendo el ceño—. Con la caída de Omashu y Gaoling hace años, nuestras fuerzas han sido distribuidas solo en puntos estratégicos en todo el Reino Tierra y lejos de sus costas. Ba Sing Se es nuestra capital, y su proximidad al mar requiere que la mayor parte de nuestras defensas permanezca aquí.

El general de la cinta golpeó la mesa con el puño.

—¿Por qué te estás defendiendo de un niño? Él no sabe de qué está hablando.

—Muku, estos niños son el Avatar y sus compañeros —dijo Fong—. Se merecen nuestro respeto.

Toph sonrió.

—Tú lo has dicho.

—Aun así, la lucha es más feroz en la Nación del Fuego —continuó Zuko, ofreciendo al general bigotudo un ceño fruncido igual de intenso—. El Rey Long Feng de Jie Duan está contribuyendo más al esfuerzo de guerra, incluso si es un idiota que solo está tratando de ganar poder en la Nación del Fuego para sí mismo. Y ahora está trabajando con la Ciudad Dorada. Y hay aún más mar que necesitan defender desde allí. No creo que tenga que recordarles que es una nación insular.

Aang pensó que era mejor no mencionar que Long Feng de este mundo también había intentado hacer que asesinaran al Rey Kuei, pero las palabras de Zuko lo impresionaron igualmente.

Azula sonrió.

—Bien dicho, hermano.

El general Muku parecía suficientemente intimidado, cruzando los brazos al igual que Zuko y desviando su hosca mirada.

El otro general hizo girar su bigote alrededor de su dedo, sumido en sus pensamientos, pero murmuró algo para sí mismo antes de hablar.

—¿Sugieres entonces que organicemos una ofensiva? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué recursos? Es un esfuerzo tonto que terminará en un fracaso. ¿Crees que, en estos últimos cien años, todos nuestros predecesores no lo han intentado? Ni siquiera hemos podido llegar a las costas de los Polos Norte o Sur antes de que una flota de barcos de la Armada del Agua acabe con la nuestra. Sin mencionar su entorno helado que pone a nuestros Maestros Tierra en una grave desventaja.

Azula se mofó.

—¿Y qué? Como dijo mi hermano, ¿se quedarán aquí sentados detrás de sus muros como cobardes? También podrían rendirse y se ahorrarían el problema.

Muku volvió a golpear la mesa con el puño.

—¡Hablas fuera de lugar!

—Hablo con la verdad —dijo Azula, sin inmutarse. Aang se sentó y escuchó, preguntándose si debería intervenir o no—. ¿Han considerado otras vías de invasión? ¿El cielo, tal vez?

—Puede que no hayas prestado atención, pero somos Maestros Tierra —respondió Muku, con el ceño fruncido—. No podemos volar.

—Entonces superen esa limitación —respondió Azula—. Seguramente su gente puede poner su mente a trabajar e inventar algo. Una nave que vuele, tal vez.

Fong se echó a reír, una profunda carcajada que hizo retumbar la mesa.

—Hablas como si algo así fuera fácil. Nunca había oído hablar de algo así.

—Esta es una sala de guerra, no un lugar para fantasías infantiles —refunfuñó Muku.

Aang se aclaró la garganta. Se preguntó de dónde había sacado Azula la idea, pero decidió que le pediría los detalles más tarde.

—No parece que vayamos a llegar a ninguna parte —dijo, empujando su silla hacia atrás y poniéndose de pie— Pero si es posible, me gustaría quedarme en Ba Sing Se por un tiempo. Tal vez podamos pensar en más ideas. —También quería averiguar más sobre esa Gran Secretaria, o ver si podía investigar algo sobre Bumi o Kuei.

—Por supuesto, sería un honor para nosotros seguir hospedando al Avatar —dijo Fong, también de pie. Dirigió una mirada significativa a los otros generales—. General Fa Lan, General Muku, ¿no están de acuerdo?

Fa Lan se puso de pie y se inclinó respetuosamente mientras Muku solo se limitó a refunfuñar y ambos se marcharon.

—Al fin —murmuró Toph para que Fong no pudiera escucharla—. Esto fue aburrido y esos idiotas me estaban poniendo de los nervios.

Fong les indicó con un gesto que salieran primero por la puerta.

—Incluso me he tomado la libertad de preparar su alojamiento como invitado de honor en el Sector Alto. Uno de los guardias los acompañará allí.

—Gracias, Fong —dijo Aang, haciendo una reverencia. Cuando salieron y comenzaron a caminar por los pasillos para salir del palacio, un soldado corrió hacia Fong y se inclinó rápidamente antes de hablar.

—¡General, señor! ¡Hemos visto una flota de barcos de la Armada del Agua acercándose desde el Lago Este! ¡Se dirigen a Puerta Santuario!

—¿Puerta Santuario? ¿Pero cómo? —Fong se quedó mirando a Aang, con los ojos entornados y la boca abierta, pero se compuso rápidamente y le dio órdenes al soldado—. ¡Eh, prepara las almenas! ¡Concentra todas nuestras defensas en el puerto de la ciudad! —Se volvió hacia Aang, con las manos cruzadas a la espalda—. Avatar Aang, podría...

—Ayudaremos —dijo Aang antes de que pudiera terminar. No estaba seguro de si debería sonreír con satisfacción por haber predicho con éxito el ataque o no—. Volaré allí en Appa y comenzaré a luchar. —Probablemente, asumió, contra Sokka y Katara.

—No irás solo, no —dijo Azula—. Voy a ir contigo. Me necesitarás si te congelas de nuevo con la princesa.

—Iremos todos —dijo Toph, apretando el puño—. Quiero otra oportunidad para golpear sus cabezas.

—Buena suerte, Avatar —dijo Fong—. Nuestras fuerzas estarán justo detrás de ti.


—No me gusta esto —dijo Sokka, con los brazos cruzados mientras esperaban bajo los enormes muros exteriores de la ciudad. Un pequeño asentamiento se encontraba justo afuera de las murallas, sobre peñascos rocosos, una cueva escondida con un puerto lúgubre y barcos transbordadores en diversos estados de deterioro. Supuestamente, un puerto hermano llamado Bahía Media Luna (oh, la ironía, pensó) se encontraba al otro lado del Paso de la Serpiente para transportar refugiados a Ba Sing Se. Llamaban a este lugar Puerta Santuario, la última parada para los refugiados antes de que se les permitiera el acceso a la ciudad; era algo así como una oficina de aduanas, pero, con el tiempo, se habían construido casas destartaladas alrededor de la puerta debido a la cantidad lo mucho que podían llegar a tardar algunas personas en ser autorizadas a entrar—. ¿Cómo se supone que vamos a entrar sin el papeleo adecuado?

—Ten paciencia, hermano —dijo Katara. Sus ojos pasaron por los hombres y mujeres vestidos de negro que patrullaban la Puerta del Santuario, pero luego se volvieron hacia Sokka—. No necesitaremos papeleo. Ghashiun nos tiene cubiertos.

Sokka bajó la voz de nuevo mientras miraba al Maestro Arena que estaba en la fila con Suki y Yue a cierta distancia, esperando ver a los funcionarios de aduanas.

—Sigo sin ver por qué confías en él.

—Está dispuesto a hacer lo que sea necesario para reunirse con su hermana —dijo—. Puedo entenderlo. —Dejó que esas palabras se hundieran en su cabeza por un momento antes de continuar—. Mencioné antes que su hermana vive en la ciudad. Ella es miembro de los Dai Li, que son algo así como una fuerza policial. Cuando ella aún estaba en formación, solían reunirse en secreto bajo de la ciudad. —Bajó la voz a un susurro—. Hay una enorme red de catacumbas en el subsuelo, accesibles incluso desde aquí. Así entrará nuestra gente: túneles submarinos que conducen a las catacumbas. Y Ghashiun es el único que puede navegar por ellos para nosotros.

—Pero cómo... —Se interrumpió cuando uno de los guardias vestidos de negro patrulló cerca y luego continuó cuando se alejaron a una distancia segura—. ¿Cómo se supone que nuestra gente llegue a esos túneles? La ciudad está llena de Maestros Tierra, los colapsarán tan pronto como se enteren de que estamos allí.

—No lo sabrán —susurró Katara en respuesta—. Mientras nuestra flota ataca desde la superficie, una fuerza oculta de submarinos entrará en los túneles desde debajo. —Sonrió y lo agarró por las muñecas—. ¿No lo ves, Sokka? Tus inventos y mis conexiones, juntos. Es perfecto. Mientras ellos se infiltran en la ciudad de esa manera, los cinco entraremos como cualquier otro refugiado, coordinando en la superficie y en el subsuelo.

Volvió a mirar a Ghashiun, que se cruzó de brazos en silencio mientras Suki y Yue charlaban a su alrededor sobre algo que Sokka no podía oír.

—¿Cómo lo conoces, de todos modos? —Katara lo soltó y dio un paso atrás.

—Nos conocimos hace dos años —respondió—. En mis viajes cuando fui a estudiar sanación en el Polo Norte. —Puso una mano en su pecho y sonrió, una imagen de inocencia que solo Sokka sabía que era fingida—. Suki y yo, eh, nos desviamos un poco de mi ruta principal y fuimos al Reino Tierra en secreto. Conocimos a Ghashiun en un oasis en el desierto, nos hicimos amigos y nos mantuvimos en contacto. Fue en ese momento cuando también perdió el contacto con su hermana. Desde entonces no ha vuelto a saber nada de ella.

Sokka se burló. Por supuesto que dejaría atrás su comitiva real para irse a explorar. Padre se habría puesto furioso si lo hubiera sabido.

—Amigos, ¿eh?

—Oh, por favor —le espetó ella—. No te hagas ilusiones. Solo vi el valor de tener a alguien como él cerca.

—Pero sigue siendo un... —Sokka se vio interrumpido por las campanas que sonaban en alarma en lo alto de Puerta Santuario. Los refugiados se congregaron con sus familias mientras los soldados y los guardias se apresuraban a sus puestos.

—¡La Tribu Agua! —anunció un soldado—. ¡Justo al lado de la costa!

Una de los guardias, una mujer con cabello color cuervo a juego con su ropa, comenzó a organizar a la multitud, pero Sokka creyó que no mostraba mucho entusiasmo al respecto.

—Está bien, gente. Que no cunda el pánico. Sigan adelante...

Suki, Yue y Ghashiun corrieron hacia ellos y Katara comenzó a actuar como una más de los refugiados asustados.

—¡Está bien, permanezcan juntos, todos! ¡Saldremos de esta!

Miraron hacia el agua y vieron velas lejanas, adornadas con el emblema de la Nación del Agua. La invasión había comenzado.


Aang se sentó en la parte trasera de la silla de Appa, con los hombros tensos mientras se preparaba para la posibilidad de volver a ver a Katara. Azula se sentó con él, con un brazo sobre su rodilla mientras Toph agarraba el otro lado de la silla y Zuko iba a las riendas de Appa. El pobre bisonte necesitaba un descanso: el camino de ida y venida entre el palacio y los muros exteriores era un largo viaje y le estaba pasando factura.

—¿Cómo se te ocurrió la idea de una nave aérea? —le preguntó Aang. Acarició distraídamente la cabeza de Sabi mientras recordaba la última vez que hablaron—. ¿Fue... ese espíritu que está dentro de ti, como los de Zuko y Toph? —El Gurú de las montañas, Shen, les había dicho que lo que estaba dentro de Azula era una fuerza malévola, pero Aang no sabía nada sobre cómo deshacerse de tal cosa. Nunca había oído hablar de algo así; hasta donde él sabía, los espíritus nunca antes se habían unido a los humanos.

—No lo sé —admitió—. Se me ocurrió en un sueño, supongo. Tonto, ¿verdad? Vi estos enormes globos y gigantescas naves de metal negro flotando. No hay forma de que esas monstruosidades de metal puedan volar.

Aang frunció el ceño.

—Soñaste con mi mundo. —¿Pero cómo? —. ¿Qué tipo de espíritus hay dentro de ustedes, chicos? —¿Y por qué no hay uno en mí? ¿Es porque soy el Avatar? —. Tengo que averiguar cómo sacárselos antes de que salgan lastimados.

Aunque una pequeña parte en su interior se agitó, preguntándose si, de hecho, también tenía algo que llevaba algo consigo.

Toph se encogió de hombros.

—No sé. He estado bien con el mío hasta ahora, ha permanecido bastante tranquilo.

—Lamentablemente, no tenemos tiempo para deliberar más sobre esto —dijo Azula, descartándolo con un gesto de la mano—. Estaré bien por ahora.

Aang suspiró. Si aún no estaban preocupados por eso, entonces supuso que no era algo por lo que valiera la pena preocuparse en este momento. Con suerte, habría tiempo para ayudarlos más tarde, especialmente si los espíritus que los acechaban eran la causa del extraño comportamiento de Zuko y Azula en los últimos días.

—Prepárense, chicos —los alertó Zuko, mirando por encima del mapa que les habían dado—. Estamos casi en el muro exterior. Y Puerta Santuario debería estar aquí.

Los sonidos de la batalla retumbaron en la distancia incluso antes de que llegaran a la cima del muro, pero tan pronto como llegaron al otro lado, Aang se quitó de encima a Sabi y saltó de la silla, planeador en mano.

La Armada del Agua había congelado toda la bahía e incluso desde el cielo vio manchas en el hielo teñidas de rojo por la sangre.

Chapter 34: Puerta Santuario

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Libro 2: Tierra

Capítulo 13: Puerta Santuario

 

Aang, quédate quieto.

No pudo. El dolor le atravesó el hombro izquierdo y, aunque intentó con todas sus fuerzas no moverse, seguía produciéndole espasmos. La flecha se le había hundido más mientras luchaban por escapar de la emboscada, cada uno de sus movimientos la hacía clavarse más y más en su carne. La sangre le tiñó la ropa mientras huían, sus respiraciones eran cortas y desiguales y su mente ardía al pensar que la flecha podría haber sido envenenada.

El equipo había logrado encontrar un lugar relativamente seguro en un templo en ruinas y Katara se puso a trabajar, ordenándole que mordiera un trozo de tela. Ella le arrancó la manga y le limpió un poco de sangre, con una mirada de sombría determinación, mientras él hacía todo lo posible por no llorar. Vagamente sintió a Toph usando Tierra Control para sujetarle los brazos y las piernas.

No creo que esté envenenado dijo—. Pero me alegra que hayas tenido el buen sentido de no intentar sacarlo.

Una parte distante de su mente pensó que era una pena. Quizás si se ponía al filo de la muerte, el Estado Avatar podría aparecer para detenerlo.

Lo hizo sin previo aviso. La agonía le penetró su hombro y bajó por su brazo y se retorció tanto como pudo a pesar de su limitado movimiento. Katara usó Control (¿Sangre Control?) para cerrar la herida en cuanto la flecha cayó al suelo. Sus manos brillaban con poder curativo del agua, enterrándose profundamente en su herida. Respiró hondo en un intento de calmarse, con la visión borrosa por las lágrimas y la ropa pegajosa por el sudor. Sacó el otro brazo de la tierra, una vez que se sintió seguro de que no iba a apartarse, solo para no sentirse tan atrapado.

Siento que haya dolido tanto le dijo Katara, con los ojos todavía fijos en la herida. El dolor seguía palpitando en su brazo y en el pecho, pero ahora podía sentir sus esfuerzos por aliviarlo—. Una herida como esta es... nueva para mí.

Un rayo duele más gruñó. La tela debió habérsele caído de la boca. También debió haber gritado, sentía la garganta en carne viva.

No sé cómo lo haces, dulzura comentó Toph. Aang asumió que Zuko, Sokka y Suki estaban asegurándose de que estuviera a salvo—. Tengo que darte mucho crédito. Eso casi me hace enfermar.

Dale crédito a Aang también. Ha sido muy valiente. Ella le sonrió y por un momento todo el dolor desapareció.

¿Cómo… cómo hiciste Sangre Control? No es luna llena consiguió decir. Se arrepintió de sus palabras cuando hicieron que su sonrisa desapareciera de su rostro.

Es fácil cuando la sangre está en el exterior dijo, volviendo a prestar toda su atención a sus cuidados—. No es como si lo estuviera haciendo para controlarte.

Enséñame a curar dijo después de un momento. La curación era uno de los muchos secretos del Agua Control que nunca tuvo la oportunidad de aprender.

Ella se rio.

¿Qué, entre todos tus otros entrenamientos? ¿Y con nosotros en constante movimiento?

Me las arreglaré.

Si te enseño a curar, entonces no me necesitarás más dijo, con un toque bromista en su tono.

Qué locura murmuró. Sus párpados empezaron a sentirse pesados, debió haber perdido más sangre de lo que pensaba—. Siempre te necesitaré.

Toph se puso de pie, señalando con el pulgar las ruinas de un arco que solía ser una puerta.

Me voy a ir antes de que vomite de verdad.

Katara encontró vendas en su mochila y envolvió su hombro con una suave risa y su brazo con una sonrisa que hizo que el dolor se atenuara aún más.

El interior de la herida va a necesitar curarse de nuevo antes de que se cierre completo, pero estarás bien. Ahora tienes que descansar.

Aprenderé a hacerlo, cueste lo que cueste. La cabeza le daba vueltas. Ni siquiera notó cuando ella lo empujó suavemente hacia su rollo de dormir—. Sifu Katara...


Una docena de barcos de la Armada del Agua.

Solo una docena, y ya habían causado mucho daño.

Aang cayó sobre el hielo que cubría el puerto, blandiendo su bastón contra una masa de soldados que avanzaban hacia los muelles. Su ráfaga los hizo resbalar por el hielo y la nieve, pero un par de ellos escaparon a su embestida y se abalanzaron sobre el garrote y machete en mano. Aang desenfundó la espada de meteorito en su otra mano y rechazó sus ataques, atacándolos con Fuego Control una vez que los obligó a abrir una de sus defensas.

Una docena de barcos de la Armada del Agua. Un campo de hielo que abarcaba el puerto. Sus números eran pocos, pero sus tácticas lo compensaban. Desafortunadamente, en este momento, las fuerzas de Ba Sing Se eran aún menores.

El hielo bajo los pies de Aang se derritió y trató de arrastrarlo al mar, pero saltó fuera de su alcance y derribó al Maestro Agua ofensivo, cortando sus defensas con su espada, potenciada con Aire Control. Intentó pensar qué hacer con los barcos, pero éstos brillaban con una capa de hielo. Quemarlos no era una opción.

La gente gritaba en algún lugar detrás de él. Los refugiados clamaban por cruzar al otro lado de Puerta Santuario cuando los soldados de la Tribu Agua salían del hielo y un puñado de guardias y soldados del Reino Tierra luchaban contra ellos. La rabia le invadió el estómago al verlo.

¿Por qué no dejan pasar a los refugiados?

El viento silbó a la espalda de Aang y éste escuchó un gruñido seguido por el sonido de un cuerpo cayendo a la nieve. Se volvió justo a tiempo para ver cómo la vida abandonaba a su casi atacante y una figura ágil vestida de negro aparecía como si saliera del agua.

—Mira por dónde caminas, Avatar —dijo su salvadora. Con su pelo negro y liso recogido hacia atrás y una máscara sobre la boca, Aang tardó un momento en reconocerla.

—¡Mai! —exclamó—. ¿Qué estás haciendo aquí? —No es una enemiga en este mundo, tuvo que decirse a sí mismo. En la Nación del Fuego, era la líder de los Guerreros Roku. Y luego algo hizo clic: ¿acaso en su mundo Suki y las Guerreras Kyoshi no había tomado un trabajo de guardias en la Ba Sing Se en su mundo?

—Te lo explicaré más tarde —respondió ella, tan inquebrantable como siempre—. Cúbreme. He arriesgado mi trasero viniendo aquí al hielo para salvar el tuyo. —Lanzó una honda que envolvió los tobillos de otro soldado que se acercaba y lo derribó, a lo que Aang siguió con una ráfaga de aire que hizo al soldado a deslizarse por el hielo.

Se apresuraron a regresar a los muelles con el mayor cuidado posible.

—Tenemos hacer pasar a los refugiados por la puerta —dijo—. ¡Si no lo hacemos, esto será una masacre!

—Lo sé —respondió Mai, con los brazos cruzados de forma protectora, los cuchillos le enmarcaban el rostro—. Pero requiere Tierra Control y los soldados no la abrirán, incluso si yo se los ordeno.

Aang apretó los dientes.

—Yo lo haré.

En este punto, Appa había dejado a los demás y se había unido a la refriega él mismo, golpeando con la cola a un grupo de soldados de la Armada del Agua y alejándolos de los muelles. Toph levantó un muro de piedra para darles algo de espacio, sacando el hielo y la nieve de los muelles. Aang vio a más Guerreros Roku formando su propia barrera, agachándose y zigzagueando tras barracas y construcciones para asaltar a sus enemigos desde las sombras.

—¿Alguna señal de la princesa y sus amigos? —preguntó Azula, ajustando sus brazaletes de cuero—. Tiene que estar aquí, ¿no? —Aang negó con la cabeza.

Zuko desenvainó sus espadas y notó a Mai junto a Aang, sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué? ¡Mai!

—Te tomó bastante tiempo fijarte en mi —dijo—. ¿Has continuado tu entrenamiento?

—Eh... —Sacudió la cabeza, como para asegurarse de que ella estuviera de verdad frente a él—. ¡Sí, lo he hecho!

—Chicos, no tenemos tiempo —los instó Aang—. Escuchen…

—Debería haber esperado que el Avatar estuviera aquí.

El hielo se apoderó del estómago de Aang cuando escuchó la voz. Su voz. Respiró hondo y se volvió hacia ella, divisando a la persona que había hablado en la parte superior del muro de tierra de Toph. Llevaba la ropa de una campesina del Reino Tierra, pero sin dudas era Katara. Preparó su bastón.

—Toph, necesito que abras esa puerta. Ayuda a los refugiados a pasar. Oblígalos a abrirles la entrada si es necesario —ordenó, con los ojos fijos en Katara. Ella estaba de pie con los brazos cruzados, mirándolos con vago interés. Otra chica, Yue, se dio cuenta, estaba a su lado—. Zuko, Mai, ustedes dos sigan luchando contra los soldados. Azula...

Azula lo interrumpió.

—Yo me quedo aquí. —Se puso a su lado y adoptó una postura de Fuego Control.

Él asintió con la cabeza mientras sus amigos salían corriendo para hacer lo que él les pedía.

—Iba a decir eso.

—¿Me darás una pelea real esta vez, Avatar? —preguntó Katara—. Qué sorpresa. ¡Pensé que a los Maestros Aire les encantaba huir!

Respondió dando un pisotón, rompiendo la pared sobre la que estaba y arrojándole rocas. Katara saltó de nuevo al mar, con el agua arremolinándose a su alrededor. Los látigos de agua arremetieron contra Aang y Azula, pero juntos crearon un fuego lo suficientemente caliente como para convertir el agua en vapor. Aang notó que las llamas de Azula eran azules.

Miró a Azula con el ceño fruncido.

—¿Recuerdas lo que te dije?

—Lo sé, lo sé —dijo en voz baja, lo suficientemente alto para que él la oyera—. No la mataré. —Lanzó llamas naranjas a Katara, abalanzándose hacia la Princesa antes de que Aang pudiera hacerlo.

Aang se sintió agradecido por eso. Cambió su objetivo a Yue, quien no pudo evitar su ataque inicial pero ya se había recuperado, blandiendo su pesada espada hacia él. La bloqueó con su propia espada justo a tiempo, sorprendido por la fuerza detrás del golpe.

—¿Peleas con espadas? —preguntó, mirándolo asombrada con sus grandes ojos azules—. No habría esperado que usaras un arma así.

Aang soltó una risita mientras intercambiaban golpes, pero se dedicó a esquivar en lugar de bloquear debido a las dolorosas vibraciones que le subían y bajaban por el brazo. Creyó que parecía notablemente despreocupada por la lucha librándose a su alrededor.

—No me digas. He pensado lo mismo —Sin su Control, él no era rival para ella, así que saltó fuera de su alcance para terminar rápidamente con su pelea usando Tierra Control.

Yue era más rápida de lo que esperaba y se precipitó hacia él, penetrando sus defensas y golpeándolo con la empuñadura de su espada. El golpe que recibió en el estómago lo hizo doblarse, permitiéndole a ella agarrarlo del pelo. Aang consiguió forzar su rodilla hacia abajo, hundiéndole la pierna en el suelo antes de que pudiera golpearlo en la cabeza con ella, aturdiéndola lo suficiente como para hacer que lo soltara. Trató darle un tajo con la espada, pero su pie atrapado hizo que perdiera el equilibrio y él tuvo tiempo para cubrir su mano con rocas y sujetar así la hoja, arrancándosela de las manos y hundiéndola más en el suelo. Tiró la espada a un lado.

—Tienes una mirada tan triste en tu rostro —dijo ella, una vez más mostrando una sorprendente falta de angustia por la situación y su derrota—. Lo siento si te hice daño.

—Bueno, eh... —titubeó, sin saber qué responder a eso. Nunca habló mucho con Yue en el poco tiempo que la conoció—. ¿Trataré de sonreír más...?

—¡Aang! —El grito de Azula lo salvó de responder—. ¡Deja de hacer el tonto y ven aquí!

Con un puerto lleno de agua y hielo detrás de ella, Katara tenía a Azula contra las cuerdas. Azula mantuvo la ligereza en sus pies, moviéndose entre los ataques de Katara y respondiendo con ráfagas de rojo y naranja. Pero Katara bailaba, pisando el hielo que había acristalado el puerto con la misma grácil agilidad de la Katara que él conocía. Discos relucientes flotaban en sus manos y se dirigían hacia Azula, que conseguía romperlos justo a tiempo con patadas potenciadas por llamas que Katara, a su vez, absorbía con agua y lluvia. Aang saltó a la refriega después de deshacerse de la idea de ayudar a Katara, en su lugar, añadiendo sus propias llamas a las de Azula.

—Qué bueno que te unas a nosotras —dijo Katara, usando su aliento para cubrir sus dedos con escarcha. Aang no se atrevió a responder. Pequeñas y ásperas punzadas de frío rodaron por su piel y le helaron hasta los huesos.

—¿Dónde está tu querido hermano? —le preguntó Azula, haciendo girar una bola de fuego antes de arrojársela a Katara—. Estoy en deuda con él por abandonarnos.

—¿Dónde está el tuyo? —respondió Katara—. Estoy en deuda con él por darme este pequeño regalo. —Señaló su rostro, donde Aang vio una pequeña quemadura bajo el ojo izquierdo que parecía una luna creciente. Al principio pensó que era ojera—. Va a dejar una cicatriz.

En casa, Katara tampoco podía curar las cicatrices. Su cuerpo en ese mundo estaba lleno de todo tipo de estas.

—¿Qué tal otra a juego? —preguntó Azula, que adoptó una postura para disparar fuego con las yemas de los dedos, pero se quedó congelada en el sitio, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué? ¿Por qué no puedo moverme?

A Aang le dio un vuelco en el estómago. Reconocía esa mirada, el miedo en sus ojos y el temblor de sus extremidades mientras trataba de luchar contra la fuerza que actuaba sobre ella.

—Sangre Control... —susurró.

El brazo de Azula se giró hacia Aang, una marioneta danzando con las cuerdas de su titiritera.

—¡Aang! ¿Qué está pasando? —Su rostro se convirtió en una mueca mientras intentaba resistirse, pero Aang esquivó sus ataques. Una mano con uñas que parecían garras le azotó frente a su cara, pero él le bloqueó el brazo con el suyo, apartándola con una ráfaga de viento inofensiva.

Miró a la Maestra Agua que bailaba sobre el hielo, con las manos levantadas y los dedos extendidos.

—¡Katara! ¡Detén esto!

—No puedes decirme qué hacer, Avatar —le informó con toda la confianza en sí misma que él conocía y amaba normalmente. Esta vez, se encontró horrorizado ante la escena, su marioneta enmarcada por el cielo nocturno y la luna detrás de ella.

La media luna


Toph no sabía cuándo las cosas habían llegado al punto en el que obedecía las solicitudes de Aang sin protestar. Quería una revancha con Katara, pero parte de ella aceptaba que aún no era el momento para eso. Antes de conocer al Avatar, la única persona en su vida a la que había respetado tanto había sido Jet.

Pero Jet la manipulaba. La confundía. Usaba la fuerza de su amistad a su favor. La moldeaba de la manera que él quería y jugaba con palabras que de alguna manera sonaban verdaderas pero que era tan dulces como la gelatina explosiva. Había estado ciega durante años hasta que Aang llegó y cambió todo eso.

Aang tenía sus propios secretos, pero ahora que ellas los conocía, había sido tan honesto y directo con ella como cualquier otro Maestro Tierra. La historia de su otra vida era difícil de creer y, a menos que se hubiera engañado a sí mismo por completo, ella sabía que tenía que ser verdad, quizá mejor que nadie. El espíritu que de alguna manera se había adherido, sofocó todas sus dudas al respecto.

Se había dado cuenta de que ese mismo espíritu la había empujado a aceptar la ayuda de Sokka cuando la encontró inconsciente en el camino, abatida por el calor agobiante. Toph no quería acostumbrarse a eso de escuchar voces y sentimientos extraños en su cabeza, pero una parte de ella descubrió que le gustaba. Se sentía como tener a una vieja amiga, estable, directa y reconfortante.

¡Deja de perder el tiempo y derriba ese muro!

Innumerables y aterrorizados refugiados se empujaban contra una línea de guardias Maestros Tierra frente a Puerta Santuario, una cacofonía de pisadas que hizo que sus sentidos se agitaran. Las familias se abrazaban entre sí, encogiéndose miedo ante la marea invasora de la Armada del Agua. Los guerreros de pies ligeros que lanzaban cuchillos que trabajaban con la chica que Zuko conocía, ¿Mai?, se estaban encargando de la mayor parte de los combates, pero Toph sabía que los superaban en número. No había posibilidad de que los guardias Maestros Tierra o sus ayudantes contratados ganaran esta pelea.

Y, sin embargo, los guardias de la puerta se negaban a dejar pasar a la gente.

En medio del estruendo, Toph escuchó a una niña llorando sobre las sedas de sus padres mientras los tres se acurrucaban juntos. Se aferraban el uno al otro, el padre les susurraba mentiras sobre cómo saldrían ilesos de esto. Que volverían a casa y tomarían el té y pasearían por sus jardines y que todo estaría bien. La niña dejó caer su muñeca al suelo y la cabeza de porcelana se hizo añicos.

Tenía que ayudarlos o habría una masacre.

Toph dio un pisotón, elevándose sobre un pilar de roca más alto que cualquier otra persona en la multitud.

—¡Oigan, imbéciles! ¡Dejen pasar a estas personas o enfrenten mi ira! —Dio otro pisotón, por si acaso, sacudiendo la tierra y llamando la atención de toda la multitud.

—¡No sin la debida autorización! —respondió un guardia de voz áspera y dura—. No podemos permitir que estos refugiados...

—¿Así que los dejarán morir a todos? —gritó ella—. ¿Qué clase de soldados son? —Dio un paso adelante, el suelo se levantó a su encuentro mientras ella bajaba a su nivel, la multitud se separó para ella.

El guardia levantó una mano, un gesto para que se detuviera.

—¡Se nos ha ordenado mantener estas puertas cerradas!

—¡Y ordeno lo contrario! —Toph lo apartó de su camino sin apenas esfuerzo, la rabia ardía en su vientre. ¿Cómo podía la gente de Ba Sing Se soportar esto? ¿Cómo podía el Consejo de los Cinco permitir esto?

El guardia se puso de pie rápidamente, adoptando una postura de Tierra Control.

—¡Detente! ¡Retírate o atente a las consecuencias! —La gente de la multitud tenía otras ideas, varios se abalanzaron sobre él antes de que pudiera cargar contra Toph.

—¡Déjanos pasar!

—¡Sálvanos, por favor!

—¡Tenemos niños con nosotros!

Más guardias corrieron en ayuda de los suyos, gritando y luchando contra la multitud de cuerpos. Algunos guardias ayudaron a la gente, pero muchos ayudaron a los suyos. La gente se abalanzó sobre Toph, luego la empujaron con fuerza, clavándole codos y hombros a medida que aumentaba su desesperación.

—¡Hey, esperen! —gritó, pero nadie la oyó, y las fuertes pisadas, los gritos de angustia y el rápido palpitar de los corazones se combinaron hasta abrumar sus sentidos y todo lo que supo fue que la fría y dura piedra estaba presionada contra su mejilla. Por un momento pensó que se había caído y que la pisotearían, pero en lugar de eso, la habían aplastado contra la reja tallada y ornamentada de la Puerta Santuario.

Pero la tierra era su ancla, su fuerza. Se aferró a ella con sus manos y empujó, pensando en la muñeca de porcelana que se había hecho añicos y en la que conoció en su infancia. El estruendo le devolvió la vista y sintió que el ancho de la pared se convertía en polvo. Con la cabeza inclinada y las manos extendidas, destruyó el muro y sonrió cuando sintió el aire fresco de la noche más allá. Permaneció en su sitio mientras los refugiados corrían a un lugar seguro, al santuario, y ahora todos le estaban dejando bastante espacio para ella. Algunos incluso le dieron las gracias a gritos, pero eran tantos los que pasaban a su lado que ni siquiera podía formarse una imagen de todos ellos.

—Voy a contarle a sus altos mandos lo que pienso de esto la próxima vez que los vea —les dijo a los guardias, que se quedaron atrás, sin volverse para mirarlos. Permanecieron en silencio, acobardados, y parte de ella quería que se ahogaran en su vergüenza. Pero la otra parte, la parte de los Libertadores que permanecía en ella, habló en su lugar—. Salgan y peleen, todos ustedes. Demuéstrenle a las Tribus Agua que no podrán arrebatarnos esta ciudad.


Aang jadeó, su pecho latía en breves respiraciones, como si el aire que controlaba decidiera dejar atrás sus pulmones.

—¿Cómo estás... cómo estás haciendo esto?

Una sonrisa oscura adornó los rasgos de Katara y por primera vez Aang se dio cuenta.

Esta no era Katara. No la Katara que conocía. Ella nunca se deleitaría con algo como esto, forzando su control sobre otro sin importar cuánto poder le diera. Mientras ella arrastraba a Azula hacia él de nuevo, se lanzó hacia Katara con vientos y llamas girando en su mano.

Justo cuando estaba a punto de golpearla, apartó el puño extendido de su objetivo y lo estrelló contra el hielo debajo de él y agrietó el suelo bajo sus pies. Ella había tomado el control de su brazo, pero él siguió el movimiento y dio una voltereta hacia adelante, bajando con una patada que la golpeó con un espiral desde arriba.

El cuerpo de Katara chocó contra el hielo y sintió que el movimiento regresaba a su mano derecha. Azula cayó de rodillas, las cuerdas que la controlaban fueron cortadas.

Aang estaba a punto de continuar el ataque cuando el sonido de un cuerno rugió desde algún lugar detrás de él. Se giró para mirar, y vio como Puerta Santuario se derrumbaba y una multitud de refugiados se abrían paso hacia un lugar seguro más allá. Al mismo tiempo, los soldados del Reino Tierra de otras partes del muro exterior llegaron al puerto, montando una defensa contra la Armada del Agua con catapultas que derribaron tres de sus barcos.

Katara se puso de pie.

—Bueno, parece que Ba Sing Se ha conseguido organizarse lo suficiente para contraatacar hoy —señaló—. Esa es mi señal para irme, supongo.

Aang entrecerró los ojos.

—¿Cuál era tu propósito al venir aquí hoy? ¿Por qué con una flota tan pequeña?

—Pensé en intentar asaltar la ciudad por primera vez —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Y la Armada nunca me daría el mando de más de esta cantidad de barcos. Solo soy una mujer, ya sabes. Pero ha sido divertido. Gracias por esta lección, Avatar. —Ella sonrió, pero antes de que él pudiera responder, se hundió en el hielo y desapareció en el mar.

Una vez más, maldijo su incapacidad para hacer Agua Control lo suficientemente bien como para ir tras ella.


—No puedo creer que ni siquiera se apegara a su propio plan.

Suki se encogió de hombros y se acercó a él cuando los guardias pasaron patrullando.

—Dale un respiro, Sokka. Vio al Avatar y quiso otra oportunidad de luchar.

Sokka la hizo callar.

—¡No uses ese nombre! ¡Recuerda lo que decidimos! —Estaban ahora en un camino de tierra entre casi un centenar de refugiados mientras los soldados del Reino Tierra intentaban restablecer el orden y sofocar el pánico. Habían logrado atravesar Puerta Santuario, mezclándose entre la multitud una vez que los muros cayeron y la gente se coló por la brecha. Sokka se había dado cuenta de que era la compañera del Avatar, Toph, la que les permitió pasar a todos, pero pasó a su lado y esperó que ella no se percatara de ellos. Se preguntó, brevemente, qué quería el Avatar en Ba Sing Se, pero ahora no había tiempo para eso.

Se suponía que Katara y Yue debían ir con ellos. En cambio, Sokka se encontró solo con Suki y Ghashiun, el Maestro Arena. No era un giro de acontecimientos que él hubiera preferido, dejar que su exaltada hermana estropeara las cosas de alguna manera.

—No te llamaré Boulder —dijo Suki—. Ya sabes, para alguien que supuestamente es muy creativo, se te ocurrió un alias estúpido.

—Dice la que eligió el nombre “Song”. No te ves como una Song.

Ella puso sus manos en sus caderas.

—¡Yo creo que es un nombre muy bonito!

Ghashiun, ahora sin sus gafas, puso los ojos en blanco.

—¿No pueden dejarlo para más tarde?

Sokka se cruzó de brazos.

—¿Y qué hacemos ahora?

—El plan todavía está en marcha —le dijo Suki—. En lugar de estar aquí arriba con nosotros, simplemente están allá abajo. —Señaló el suelo, hacia la red oculta de túneles que serpenteaban por toda la ciudad, según Ghashiun—. Solo tenemos que encontrar una manera de coordinarnos con ellas.

Muchas cosas, para el malestar de Sokka, dependían de Ghashiun. Se encontró mirando fijamente al Maestro Arena, quien se dio cuenta y le devolvió la mirada antes de cruzar los brazos y apartar la vista.

Una oficial de aduanas que parecía bastante disgustada por tener que dejar su escritorio en Puerta Santuario se acercó a ellos. Sostenía un trozo de papel en el que le costaba escribir sin nada para apoyarlo.

—¿Nombres?

—¡Soy Song, y este es mi novio Tseng! —dijo Suki, enganchando su brazo en el de Sokka.

Sokka contuvo un gemido.

—Sí, solo una pareja. Cuyos nombres suenan muy parecidos. Sí, lo escuchamos mucho.

—Y este es nuestro amigo Ghashiun —continuó Suki, señalando al Maestro Arena.

La oficial garabateó la información, pero hizo un agujero en su papel con la pluma.

—Correcto. ¿Dirección prevista?

—Sector Bajo, bloque este. Barrio de los Farolillos de Papel —dijo Ghashiun.

—No puedo creer que estén dejando pasar a todos a la vez —se quejó la oficial una vez que hizo otro agujero y la acción hizo que se le cayera el tintero, manchando la tierra de negro—. ¿Cómo se supone que voy a seguirles la pista a todos, eh? ¡Hay maneras de hacer esto! —Levantó los brazos en el aire y el papel se le arrugó en la mano.

—Creo que necesita un pequeño descanso, señora —dijo Suki, tratando de calmarla—. Pareces un poco... estresada.

—¡Por supuesto que estoy estresada! —Apretó su pluma con tanta fuerza que se rompió—- ¡Acaba de haber un ataque! Y tuve que dejar mis sellos favoritos atrás. ¡No hay nada de organización en este momento! —Se marchó murmurando algo sobre conseguir una pluma nueva.

—Me recuerda a ti cuando te pones nervioso —le dijo Suki a Sokka, arqueando una ceja con diversión.

Él se burló.

—Ja, ja. Ahora vámonos, tenemos que caminar mucho antes de llegar al Sector Bajo.


El sol ya había pasado su cenit en el cielo cuando llegaron al Sector Alto al día siguiente. Todos, excepto Zuko, por extraño que pareciera, estaban de mal humor. Aang supuso que Mai podría haber sido otra excepción, pero era difícil saber lo que sentía. Se había unido a ellos a lomos de Appa sin decir una palabra y Aang tampoco sintió la necesidad de decir nada al respecto.

Volaron de regreso al Sector Alto después de la batalla, permaneciendo solo el tiempo suficiente para asegurar la retirada de la Armada del Agua. Puerta Santuario había sido cerrada nuevamente una vez que todos los refugiados lograron pasar, y el Ministerio de Asuntos Civiles trabajó durante la noche para que todos se instalaran en la ciudad. Ese hecho había sorprendido a Aang, pero supuso que la ciudad les debía al menos eso después de lo que Toph le había contado sobre su enfrentamiento en la puerta.

—¿Qué estás haciendo en este lugar, Mai? ¿Tu isla está bien? —Zuko estuvo sentado en silencio la mayor parte del vuelo de regreso, dando a sus amigos la oportunidad de descansar, pero Aang sabía que había estaba lleno de preguntas para la Guerrera Roku durante todo el camino y finalmente abrió la boca una vez que pasaron los muros que rodeaban el Sector Alto.

—Isla Creciente está bien —respondió—. Empezamos a recibir algo de apoyo de la Ciudad Dorada. —Se sentó con las piernas dobladas, jugueteando con las fundas de los cuchillos que llevaba alrededor de las muñecas. Aang se preguntó si ese apoyo significaba que había conocido a Ty Lee—. Me aburrí después de eso, ¿sabes? —Lo miró con un atisbo de sonrisa—. Después de que me contaste todas tus aventuras, pensé que era hora de que nosotros también saliéramos de allí.

—Sin embargo, te convertiste en una simple guardia del ferry —dijo Azula, sentada con las piernas cruzadas y con una expresión hosca. Flexionó los brazos y los dedos como si todavía estuviera cavilando sobre su traición—. Algo bajo para los estándares de los estimados guerreros fundados por un Avatar para proteger su hogar.

Zuko frunció el ceño.

—¡Azula!

Mai se encogió de hombros.

—Nunca dije que esto tampoco fuera aburrido. Pero mis hombres y mujeres decidieron ayudar de cualquier manera que pudiéramos. Y aquí era donde nos necesitaban.

—¿Siempre mantienen esa puerta cerrada cuando la Armada del Agua está invadiendo? —preguntó Toph, cruzando los brazos. Se apoyó en dos sacos de dormir y puso los pies en lo alto en un tercero. Sabi siguió intentando jugar con ella, pero mantenía la distancia.

Mai frunció el ceño.

—Eso no tuvo nada que ver con nosotros. Estoy yendo con ustedes a la ciudad para hablar con alguien sobre eso y otras cosas.

Appa volvió a aterrizar en el pabellón exterior del palacio, pero un funcionario con túnica verde oliva los guio a su nueva vivienda. Aang estaba demasiado cansado para protestar y solo anhelaba descansar un par de horas después de sus constantes vuelos y peleas. El funcionario los condujo a una casa amplia situada al lado de un jardín topiario y estanques de peces koi.

El interior de la casa se sentía similar a como lo recordaba en su mundo, con un amplio vestíbulo de entrada y un corto tramo de escaleras que conducían a un nivel superior con una mesa de té. En el centro de la sala había una mesa de comedor corta y redonda con cojines de color crema para sentarse. Unas cortinas del color de las hojas de otoño dejaban entrar la luz de las ventanas que daban a los jardines y a la terraza de madera de cerezo lacado detrás de la casa. Las puertas corredizas conducían a las demás habitaciones, presumiblemente a sus dormitorios. Aang olió algo amaderado y un poco terroso que podría haber sido ginseng.

—Hogar dulce hogar, supongo —dijo, una vez que todos pudieron ver bien los alrededores. El funcionario los dejó después de asegurarles que podían pedir cualquier cosa que necesitaran. Aang solo quería un lugar para que Appa descansara al aire libre y lo suficientemente cerca como para que nunca se perdiera de vista.

—¿Cuánto tiempo planeamos quedarnos aquí? —preguntó Azula—. Todavía no les hemos contado sobre...

—Lo sé —dijo Aang. El eclipse lunar—. Ya pensaré en lo que vamos a hacer.

—Sería bueno si te quedaras aquí un poco —dijo Mai—. Me hecho una pequeña idea del progreso de Zuko en la Puerta, pero... el Fuego Control es nuevo. Espero que eso no signifique que ya has olvidado lo que te enseñé.

Zuko se frotó la nuca.

—Sí... te has perdido muchas cosas. —Buscó en el bolsillo del cinturón una de las dagas arrojadizas que había atesorado durante casi la todo su viaje—. Y no he holgazaneado ni un solo día.

Un pensamiento vino a Aang.

—Mai, ¿me recuerdas en qué tipo de cosas se especializan los Guerreros Roku?

Ella metió las manos en los bolsillos mientras consideraba su pregunta.

—Espionaje, infiltración. Lucha a larga distancia, la cual es más segura para nosotros. ¿Por qué preguntas?

—Puede que necesite tu ayuda —dijo—. De todos ustedes.

Alguien llamó a la puerta de su casa. Aang instintivamente miró a Toph, quien se encogió de hombros.

—No sé quién es —dijo.

Caminó hacia la puerta y la abrió, encontrándose cara a cara con una anciana extrañamente familiar que vistió una túnica verde oscuro ribeteada de negro. Olía fuertemente a incienso y a un perfume dulce de melocotón y jazmín, tenía el pelo recogido en un apretado moño gris, aunque algunos cabellos se habían salido de su lugar presumiblemente en su prisa por llegar aquí. Tenía los ojos cubiertos de rímel azul y las mejillas empolvadas.

—Hola, Avatar Aang —dijo, ofreciendo una rápida reverencia—. Soy la Gran Secretaria Wu.

Aang la reconoció con un sobresalto y tuvo que contenerse para no exclamar en voz alta la identidad con la que la conocía en su mundo. Ella era la adivina. Tía Wu, la llamaban los aldeanos. En su mundo, después de visitar su pueblo por primera vez, nunca volvió a verla y, francamente, ni siquiera había pensado en ella en años. Se preguntó qué secuencia de eventos había llevado a una simple adivina de una aldea a uno de los más altos cargos de Ba Sing Se en lugar de Long Feng. Su siguiente pensamiento, absurdamente, fue si ella todavía adivinaba fortunas y futuros, y si le haría una lectura a él.

Mai encontró las palabras que él no pudo enunciar cuando vaciló un segundo de más para dar una respuesta.

—Nos honra, Gran Secretaria —dijo. Su voz no salió de su habitual tono monótono, pero Aang captó la practicada facilidad que mostraba en su reverencia y su sonrisa educada—. Por favor, entre y comparta un poco de té con nosotros. —Ella asintió con la cabeza hacia Zuko, quien lo tomó como una solicitud para comenzar a preparar el té y se fue a la parte trasera de la casa en busca de la bomba de agua.

Wu negó con la cabeza y cruzó el umbral.

—No, lo has entendido mal. Me encantaría un poco de té, pero antes debo agradecerles a todos por sus heroicas actuaciones en Puerta Santuario. Me temo que habríamos perdido mucho más si no hubieran estado presentes.

—Los Guerreros Roku hicieron gran parte del trabajo —dijo Zuko mientras volvía y rebuscaba en el armario de madera de la esquina para encontrar las hojas de té, una tetera y tazas. La tetera estaba adornada con diseños de flores primaverales, pintadas sobre la porcelana blanca.

—Y habríamos perdido mucho menos si tan solo hubieran abierto las puertas a esa gente —intervino Toph, con el flequillo cubriéndole los ojos de tal manera que se veía más imponente que nunca—. Toda esa gente vino a Ba Sing Se en busca de seguridad y ustedes los excluyeron como si fueran alimañas.

Wu pareció sorprendida por su franqueza, pero se recompuso rápidamente.

—Fue una situación verdaderamente lamentable y en la que no tuve nada que ver, se los aseguro. Yo estoy a cargo del Dai Li y de los distintos ministerios, no del ejército.

—La policía secreta, quieres decir —dijo Aang. No sabía por qué lo decía; tal vez era la ira de Toph la que irradiaba e influía en él. Ella tenía razón en estar enfadada. En lugar de mirar a Wu, se concentró en Zuko mientras usaba Fuego Control para calentar la tetera—. Pensé que tenían las manos metidas en todo por aquí.

Mai se puso rígida y lo miró con una alarma apenas perceptible manifestada sólo por el leve movimiento de su mano. Se preguntó si ocultaba un arma en la palma de su mano o si era solo un reflejo de estar en una situación potencialmente peligrosa.

—El Avatar no pretende faltarle el respeto —le dijo a Wu, con voz cautelosa y mesurada—. Simplemente estamos cansados por la batalla.

—Oh, no, yo creo que sí —dijo Azula, sentándose en uno de los cojines y doblando una pierna sobre la otra—. Zuzu, sírveme una taza, ¿quieres?

Wu juntó las manos debajo de las anchas mangas onduladas de su túnica y suspiró.

—No me ofende. Hace cinco años, los Dai Li que estaban bajo el mando de Long Feng eran corruptos, pero una vez que fui elegida para tomar su cargo, trabajé para erradicarlos desde su núcleo. Mi trabajo aún no está terminado, pero he logrado avances significativos para retornar a nuestro objetivo original de la época del Avatar Kyoshi: proteger la herencia cultural de Ba Sing Se.

Aang no necesitó la verificación de Toph para sentir la veracidad en su voz. Asintió hacia Wu y se sentó a la mesa, siguiendo el ejemplo de Mai e invitándola a unirse a ellos.

—Entiendo —dijo—. Por favor, siéntate con nosotros.

Toph no se movió.

—¿Es por eso que hay media docena de hombres afuera observándonos?

Aang volvió a quedarse helado y miró a Wu, quien se había sentado, perfectamente a gusto, y ya había comenzado a beber su té. Ella sonrió después de dejar la taza de té en la mesa.

—Los Dai Li me acompañan a todas partes. Es por mi propia seguridad, aunque honestamente, en momentos como este se vuelve algo sofocante. Aun así, es un requisito. Puede que seas el Avatar y estos tus amigos, pero todavía no nos conocemos, y según tengo entendido, Long Feng se ha enfrentado a ustedes en el pasado. La confianza debe establecerse en ambas partes, especialmente en una ciudad como esta.

Aang casi se burló. Si tan solo supiera cuán insuficiente era eso.

Azula tamborileó con los dedos sobre la mesa mientras sorbía su té.

—Entonces, ¿qué nos puedes ofrecer para que confiemos en ti?

—Honestidad y transparencia —respondió—. Hospitalidad y protección. Y lo más importante, un consejo: la única forma de durar lo suficiente en esta ciudad para marcar la diferencia es considerar sus palabras cuidadosamente. La mantis viuda negra caza con una garra, pero devora a su presa sometiéndola con las otras cuatro.

—¿Qué clase de proverbio es ese? —preguntó Zuko, frunciendo el ceño—. Las mantis viudas negras tienen seis garras.

Aang tomó un sorbo de té, reflexionando sobre sus palabras mientras el sabor de la lavanda y la menta le calentaba las entrañas. No se había dado cuenta de que aún sentía los escalofríos de la batalla. De Katara.

—Hubo una razón por la que vinimos a Ba Sing Se —le dijo finalmente—. Necesitamos ayuda. Se acerca un eclipse lunar y queremos montar una invasión contra las Tribus Agua antes de la llegada de la segunda luna. Es entonces cuando los Maestros Agua pierden su poder.

Wu se rio. No estaba seguro de lo que esperaba, pero no era eso.

—¿Un eclipse lunar? Querido muchacho, después de todos estos años de guerra, ¿no crees que ya lo hemos intentado? —Metió la mano en su túnica y sacó un diario muy gastado, de encuadernado grueso y corroído, con la inscripción de un sol y una luna en la portada y contraportada—. Los astrólogos y adivinos reales, si es que se les puede llamar así, sabían de los próximos eclipses lunares desde hace años. Se han trazado mapas y fechas para la próxima década, y déjenme decirles que son más comunes de lo que piensan. Yo misma era parte de los adivinos reales antes de asumir este cargo y sé que esto es cierto.

Azula golpeó su taza de té contra la mesa, su contenido se derramó sobre ella. Mai y Zuko la miraron mal y se apresuraron a secar la madera con servilletas de seda.

—¿Entonces nos estás diciendo que es inútil? ¿No han conseguido aprovechar el hecho de que los Maestros Agua pierdan su poder, así que simplemente se rendirán y seguirán escondiéndose detrás de estas paredes?

Toph se puso de pie con los puños cerrados.

—Estoy de acuerdo con la Reina Amargada. Esa es la opción cobarde. Hablas igual que los generales.

Wu dejó suavemente su taza de té y le dio unas palmaditas en los labios con una servilleta.

—Admiro tu franqueza, pero es un esfuerzo inútil. Los eclipses lunares duran sólo un período aproximado de tres horas. Reconozco que es mucho más largo que un eclipse solar, pero aun así, no es tiempo suficiente para cruzar los océanos para los Polos Norte y Sur para montar una invasión, y mucho menos para tomar sus ciudades. No soy un guerrero ni un soldado y, sin embargo, lo sé.

—¿Así que eso es todo? —preguntó Zuko, poniéndose de pie y extendiendo las manos. Sabi se alejó de él, chillando alarmada por el movimiento repentino—. ¿Van a rendirse porque creen que la guerra ya está perdida?

Wu cruzó las manos en su regazo y miró a la mesa.

—Como he dicho, no tengo experiencia militar y poco puedo opinar sobre nuestras campañas. Pero sí sé que el Reino Tierra está fracturado, la esperanza perdida. Muchos de los que no se han escondido detrás de estos muros han huido a las arenas de Si Wong. Es todo lo que puedo hacer para mantener este reino a flote, con la cabeza por encima del agua. Pero hay enemigos dentro y fuera. Quizás mi predecesor tuvo la idea correcta de huir a la Nación del Fuego y consolidar el poder allí.

Había muchas cosas que Aang no sabía, pero Long Feng era una constante en ambos mundos.

—No, Long Feng sólo pensaba en sí mismo —dijo.

Wu respiró hondo y le sonrió.

—Efectivamente. —Terminó su té y luego se puso de pie—. Ya les he impuesto mi presencia el tiempo suficiente y estoy segura de que están cansados. Lamento tener que rechazar tu plan de invasión, pero deseo que te quedes como invitado en nuestra ciudad todo el tiempo que puedas.

—Gracias por la visita, Gran Secretaría —dijo Mai, poniéndose de pie al mismo tiempo ella. Aang casi había olvidado que Mai estaba allí.

—Cuando termines de descansar, al general Fong le gustaría verte en el palacio —le dijo Wu—. Me informó cuando al partir que estaba demasiado ocupado para venir aquí él mismo. Estoy segura de que lo entiendes.

Aang asintió. Su cabeza les daba vueltas a sus pensamientos mientras reflexionaba sobre la conversación.

—Iré. Gracias.

Wu se detuvo antes de llegar a la puerta.

—Ah, y una última cosa —dijo—. Dentro de tres días, daré un fiesta en tu honor, Avatar, como bienvenida a nuestra ciudad y como muestra de gratitud por defenderla. —Sonrió—. Habrá muchos bailes y la oportunidad de conocer a muchas personas influyentes dentro de la ciudad. Por favor, vistan sus mejores atuendos.

—Eh, claro —dijo mientras ella se marchaba. Ni siquiera creía tener algo que pudiera considerar como su mejor atuendo.

Toph le dio una patada baja a la pata de la mesa que hizo temblar las tazas de té y le valió una mirada de reprimenda de parte de Zuko.

—Sí, claro, como si alguien del Sector Bajo fuera a estar allí.

—Toph, ¿todo lo que dijo fue verdad? —preguntó Aang. Miró por la ventana pero no vio a ningún agente Dai Li.

—Eso creo —dijo—. Sin embargo, esa señora era buena hablando en capas.

—¿Eh? —preguntó Zuko.

Toph suspiró y aclaró.

—Hablar de manera indirecta para evitar decir la verdad o mentir, o decir ambas cosas en la misma oración. Es difícil saberlo con certeza.

—Pero la fiesta —dijo Azula, juntando las manos con una palmada—. Codearse con la alta sociedad de Ba Sing Se. Bueno, al menos suena divertido. Venir aquí no será una completa pérdida de tiempo.

—¿Eso es todo? ¿El hecho de que la idea del eclipse lunar fuera inútil no te molesta en lo más mínimo? —le preguntó Zuko.

—Por supuesto que sí —repuso ella—. Pero no voy a insistir en ello, querido hermano. Solo tenemos que pasar a la siguiente idea. Y tener contingencias listas para la próxima vez.

—¿Por qué no volvemos al plan original? —sugirió Zuko. Aang ni siquiera estaba seguro de a qué se refería con eso en este momento, su plan original era regresar a casa—. Aang, aún necesitas dominar todos los elementos. A menos que creas que puedes vencer al Emperador sin Agua Control, necesitamos encontrarte un maestro.

—Katara —dijo inmediatamente, pero enmendó su aseveración justo después de eso—. O Sokka, supongo.

—¿Esa Maestra Agua malvada con la que acabas de luchar? —preguntó Mai—. ¿La Princesa y el Príncipe de la Nación del Agua?

Toph extendió una mano.

—Espera, amigo. Aún no dominas por completo la Tierra Control.

Aang ignoró la pregunta de Mai.

—Quedémonos al menos hasta la fiesta. Quiero averiguar más sobre lo que le pasó al Rey Bumi. Hace cien años, era mi amigo. Y espero que eso no haya cambiado.

—¿Alguno de ustedes siquiera conoce la etiqueta adecuada para una fiesta como esa? —les preguntó Mai, poniendo una mano en la cadera—. A juzgar por su comportamiento con la Gran Secretaria, supongo que no. En serio, ¿qué pasa con todos ustedes para hablarle así? Este no es el tipo de lugar en el que pueden hacer enemigos tan descuidadamente.

Aang movió los pies. En su mundo, Toph era la mejor en ese tipo de cosas.

—Eh, ¿Toph?

—A mí no me mires —dijo—. No he sido parte de la nobleza desde que era pequeña.

—¿Qué, como si fuera difícil? —preguntó Azula, haciendo girar distraídamente el pelo de su flequillo alrededor de sus dedos—. Puedo aprender y dominar la “etiqueta adecuada” en poco tiempo.

Mai se encogió de hombros.

—Azula tiene una oportunidad. Tal vez incluso Aang. —Señaló con la cabeza a Zuko y Toph—. Pero ustedes dos no parecen tener esperanza.

Zuko frunció el ceño.

—¿Cómo sabes sobre ese tipo de cosas? Te criaste en una isla apartada como Azula y yo.

—Aun así involucraba política —le informó—. Ceremonias, riqueza... Parte de mi entrenamiento consistió en aprender a sentarme quieta, ser cortés y hacer lo que me decían. Ayuda cuando se necesita una infiltración, a leer el entorno y mezclarse en una multitud de personas para hacerse invisible. Como dije, los Guerreros Roku no se limitan a lanzar cuchillos. Todavía tienes mucho que aprender, Zuko.

—Tenemos tres días —dijo Aang— Por ahora, descansemos un poco. Tengo una cita con el General Fong.


Los submarinos llegaron a la red de catacumbas subterráneas sin ser detectados. Katara se encontró avanzando entre ellos, junto con Yue, en lugar de hacerlo en la superficie, colándose en la ciudad con Sokka, Suki y todos los refugiados.

—Está muy oscuro y húmedo aquí —dijo Yue, de pie con Katara mientras los soldados desembarcaban de los submarinos. Se habían instalado en una orilla subterránea con cavernas tan altas que su iluminación no alcanzaba el techo. La oscura masa de agua parecía casi un cristal negro, apenas ondeando mientras los submarinos se balanceaban en la superficie. Algo en ella lucía inquietante, así que Katara se volvió hacia su amiga y notó que su cabello blanco y sus brillantes ojos azules casi parecían luminiscentes en la oscuridad.

—Lo siento, Yue —dijo—. Yo también preferiría no estar aquí, pero... solo puedo culparme a mí misma. Luchar contra el Avatar fue divertido, ¿no crees?

—Lo fue —respondió Yue, mirando hacia los túneles que conectan esta caverna con las demás—. Y no me molesta. Es cómodo aquí.

Katara nunca había entendido por qué Yue disfrutaba de la noche y los lugares oscuros, pero supuso que era mejor que temerla.

—Si tú lo dices. Vámonos. Necesitamos encontrar una caverna lo suficientemente grande para albergar a nuestras fuerzas y usarla como nuestra base de operaciones. —Levantó la linterna, proyectando sombras en el túnel que tenía delante. Ghashiun había trazado un mapa de los pocos túneles que conocía, y una ruta directa a la ciudad, pero sospechaba que ninguna persona viva los conocía en toda su extensión. Katara tenía mucho trabajo por delante, pero el primer paso estaba completo. Habían llegado al interior de los muros exteriores.

Yue encabezaba la marcha, tan serena como siempre.

—¿No estás preocupada por Sokka y Suki?

—Creo que esto es mejor para todos. Con Sokka manejando las cosas arriba y yo aquí abajo, Ba Sing Se no tendrá la menor oportunidad.

Chapter 35: Desconfianza y Deliberaciones

Notes:

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Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 14: Desconfianza y Deliberaciones

 

 La precaución nunca fue el fuerte de Toph.

Con el tiempo, también dejó de ser un aspecto distintivo de Aang.

Por eso los dos se habían escabullido del campamento por la noche para asaltar ellos solos la fortaleza. En cuanto llegaron, Aang recordó que era el mismo lugar donde Zhao lo había apresado una vez, donde el Espíritu Azul lo había rescatado. Parecía que había pasado toda una vida.

Ahora, con el Metal Control de Toph, la fortaleza no tenía la menor oportunidad. La rompió como si fuera papel, abriendo el camino para que Aang desatara el caos en la noche. Estos soldados de a pie no tendrían ninguna oportunidad contra su fuerza y habilidad combinadas. Estaban aquí sólo para vengarse, para someterlos a la destrucción como el Señor del Fuego había hecho con el resto del Reino Tierra, dejando este como uno de los pocos lugares que su furia no había alcanzado.

¡Detente!

Un cuerpo se abalanzó sobre él. No había percibido a la persona que se acercaba, demasiado concentrado en golpear a los Maestros Fuego hasta dejarlos inconscientes, demasiado decidido a destrozar sus armas y catapultas. Como acto reflejo, recogió el aire a su alrededor, arrojando a quien fuera que estuviera sobre él lejos, pero cuando se giró para enfrentarse a su atacante, se horrorizó al ver a la chica que amaba.

¿Katara? ¿Qué estás haciendo?

Impidiendo que hagas una estupidez dijo ella, levantándose del suelo—. Esto es una imprudencia. No servirá para nada. Esta no es la forma de vengar a todos los que hemos perdido.

¿Qué otra cosa podemos hacer?

Ella no tenía respuesta para él.

Salgamos de aquí. Ahora. Hablaremos de esto más tarde.


Aang se frotó los ojos para alejar el sueño mientras esperaba en la antecámara de la sala de guerra. Después de reunirse con la Gran Secretaria Wu, él y los demás se metieron en la cama y había acabado durmiendo mucho más de lo que esperaba. Cuando se levantó, ya había anochecido y se dirigió al palacio con Toph y Mai a bordo. Ambas querían acompañarlo, pero él tenía sus propias razones para traerlas en primer lugar: estaba decidido a ser un jugador en la intrincada política de Ba Sing Se esta vez, en lugar de ser solo un peón, y las necesitaba para eso.

A Toph la quería por sus habilidades para detectar mentiras, eso era cierto. Pero había algo en ella que era diferente en este mundo y que él no había previsto: era mucho más decidida y franca a la hora de combatir la injusticia, de una forma que le recordaba a su Katara. A la Toph de su mundo no le habría importado venir a una reunión con el general Fong; esta Toph exigió venir. Se paseaba de un lado a otro en la antecámara, las lámparas de la pared hacían bailar las sombras sobre su rostro.

En cuanto a Mai, aún tenía mucho por aprender sobre ella, en este mundo y en el otro, pero tenía talento para la diplomacia y mucha experiencia que podría serle útil. También tenía la intención de hacer uso de sus Guerreros Roku. Ella lanzaba un cuchillo al aire y lo atrapaba una y otra vez mientras esperaban, suspirando de vez en cuando por el aburrimiento.

Las puertas de la sala de guerra se abrieron y un puñado de oficiales del ejército salió, saludando a Aang y a los demás al pasar. Un ayudante los hizo pasar al interior, donde encontraron a Fong sentado en la mesa de estrategia con varios pergaminos, mapas y figuras de piedra esparcidas a su alrededor. Por lo demás, la sala de guerra tenía el mismo aspecto que el día anterior, con soldados apostados en la puerta en lugar del Dai Li una vez más.

—Avatar Aang y compañía, gracias por venir —dijo Fong, extendiendo los brazos—. Y sobre todo, ofrezco mi más sincero agradecimiento por su labor de defensa en Puerta Santuario. —Se fijó en Mai y sonrió—. ¡Y traes contigo a una de las estimadas Guerreras Roku! Por supuesto, ¿dónde estaríamos sin la protección de los valientes hombres y mujeres de sus filas?

Toph le sacudió el puño.

—¡Muy bien, muy bien! Basta de halagos —Aang se preguntó cuánto duraría antes de su primer arrebato. Para su sorpresa, se las arregló para no derribar las puertas mientras esperaban fuera. Intercambió una mirada con Mai, que puso los ojos en blanco—. ¿Qué es todo ese asunto con los soldados bloqueando la puerta? Los refugiados estaban acorralados allí y habrían muerto si no hubiera hecho nada.

Un ceño fruncido surcó la cara de Fong.

—No tenían órdenes de abrirlas. Es una lamentable necesidad, pero con el ataque no podíamos arriesgarnos a que los Maestros Agua se infiltraran en nuestras murallas durante el ataque. —Se pasó los dedos por la barba y se detuvo un momento a considerar sus palabras—. Anoche salvaron muchas vidas, pero ¿a qué precio? ¿Y si algunos de los enemigos consiguieron pasar? Cualquier daño que hagan a nuestra ciudad o a su gente es tu responsabilidad.

Toph resopló.

—Merece la pena. No iba a quedarme de brazos cruzados y dejar que esa gente muriera.

—Estoy con Toph —dijo Aang sin dudar—. Asumiré la responsabilidad de lo que ocurra.

—Al igual que los Guerreros Roku —dijo Mai, sorprendiendo a Aang—. Pienso retirar a seis de Puertas Santuario para que trabajen aquí, en la ciudad. Espero que no haya oposición. —Algo en su forma de hablar con Fong y Wu parecía muy diferente a como lo hacía con sus amigos, y era una faceta de ella que Aang no conocía de su mundo, si es que Mai siquiera la tenía.

—Muy bien. —Fong suspiró. Toph se recostó en su silla, satisfecha, y él echó un vistazo al mapa de la mesa, con los ojos puestos en la Nación del Fuego—. Has mencionado un contacto previo con el rey Long Feng. ¿Puedo preguntar cuándo fue eso?

—En algún momento del verano —contestó Aang, sintiendo curiosidad por la nueva dirección de la conversación—. Fue... una especie de enfrentamiento.

—Ya veo —respondió Fong—. ¿Entonces no te opondrás a confrontarlo de nuevo?

Aang frunció el ceño.

—No, si no pudiera evitarlo. ¿Por qué?

—Aunque abandonó Ba Sing Se hace cinco años y estableció a Jie Duan a partir pueblo humilde, su influencia se sigue sintiendo en esta ciudad —dijo—. Algunos de los Dai Li aún le son leales: sus ojos siguen mirando y sus oídos siguen escuchando en nuestros consejos y ministerios. Era un hombre astuto y ambicioso, ¿saben?, y controlaba esta ciudad y a nuestro rey con papel, moneda y un puño de hierro. Como consejero del rey, Long Feng le ocultó toda conocimiento sobre la guerra y prohibió su mención dentro de los muros de la ciudad. —Bueno, eso explicaba la notoria ausencia del Dai Li en la sala de guerra—. Y el Consejo de los Cinco cree que ahora escucha con los oídos de la Gran Secretaria Wu.

—Podrías haberle contado al rey de la guerra tu mismo, lo sabes —señaló Aang—. Pero no lo hiciste. Se necesitó la intervención de Bumi para hacerlo.

Fong dudó de sus palabras por un momento.

—Bueno, sí, podríamos haberlo hecho. Por supuesto. Pero Long Feng era un hombre poderoso que prácticamente crio al Rey Kuei. Una sola palabra contra Long Feng hubiera hecho que cualquiera de nosotros desapareciera rápidamente. Así que, en cambio, enfocamos nuestros esfuerzos en la guerra.

Toph levantó los pies sobre la mesa.

—¿Y qué, crees que ese tal Long Feng va a intentar apoderarse de Ba Sing Se de nuevo?

—El antiguo rey Bumi fue quien lo asustó. Pero como no hemos visto ni tenido noticias de Bumi en estos cinco años, tememos que Long Feng pueda intentar volver.

Aang sopesó sus opciones, haciéndose una idea de a dónde quería llegar con esto. Si fuera cierto y Long Feng tenía a Wu en sus manos, eso explicaría su reticencia sobre el plan del eclipse lunar. Pero, de nuevo, había planteado un buen punto al respecto en primer lugar.

—No sé dónde está Bumi. Ya te lo dije.

—Lo entiendo —dijo Fong—. Pero tengo una petición para ti, Avatar.

—¿Y qué es?

Levantó una de las figurillas de barro, una que se parecía extrañamente a un agente Dai Li, y la hizo rodar entre los dedos.

—Averigua lo que puedas de la Gran Secretaria. Gánate su confianza e informa al Consejo de los Cinco todo lo que descubras sobre Long Feng o sus maquinaciones.

—Bien —dijo, después de pensarlo por un momento. No sabía qué averiguaría, si es que había algo, sobre la influencia de Long Feng. Recordó lo que Wu le dijo sobre la mantis viuda negra y sus cinco garras: ¿una advertencia sobre el Consejo de los Cinco?—. Informaremos todo lo que sepamos. ¿Hay algo más que necesites de mí hoy, o alguna otra información sobre Wu que puedas ofrecer?

Fong esbozó una sonrisa de triunfo.

—Eso sería todo —dijo—. Gracias, Avatar Aang.


Aang les dijo a Toph y Mai que reprimieran se reservaran sus preguntas hasta que regresaran a la casa, donde podrían discutir todo en privado, pero tan pronto como cruzaron la puerta encontraron a Azula y Zuko esperándolos, sentados a la mesa del comedor central, antes de que Toph pudiera siquiera abrir la boca.

—¿Fuiste al palacio? —preguntó Azula, con los ojos entrecerrados en señal de acusación—. ¿Por qué no me llevaste?

—Supuse que ustedes dos estaban entrenando —dijo Aang—. Además, después de nuestra charla con Fong ayer, no estaba seguro de cuán dispuesto estaría a tenerte a ti y a Zuko cerca...

Azula se puso de pie.

—¿Qué? No seas absurdo. ¡Puede que haya tenido un pequeño arrebato, ¡pero no es razón para excluirme de algo así!

Aang levantó las manos en un gesto de rendición.

—Lo siento, no quise excluirte de nada. Lo prometo.

Ella se cruzó de brazos y levantó la nariz de una forma imperiosa que le recordó a la Princesa Azula.

—Una simple disculpa no es suficiente, ponte de rodillas y pide perdón.

Aang no pudo evitar reírse de eso.

—Sí, claro.

Zuko se pellizcó el puente de la nariz y suspiró ante su hermana.

—Déjalo estar, Azula. De todas formas, ¿qué nos perdimos?

—Aang prometió espiar a Wu para el Consejo —dijo Toph, hurgándose el oído.

—No lo hice —respondió Aang rápidamente—. Bueno, más o menos. Pero no planeo hacerlo. Parecen que se están enfrentando entre sí y quiero averiguar por qué. No quiero tomar partido todavía hasta que tengamos claro el panorama general.

—Justo lo que diría un Maestro Aire, siempre tratando de escapar de sus problemas —dijo Toph.

Aang frunció el ceño.

—En realidad no. Es más bien el enfoque de un Maestro Tierra: jing neutral. Escuchando y esperando el momento adecuado.

Toph se rio.

—¡No discutas con tu maestra sobre diferentes tipos de jing! Pero bueno, tienes un punto. —Acarició a Sabi cuando el lémur se enroscó en su cabeza—. Como sea, ¿no dijiste que ese tipo Long Feng mató a Jet en tu mundo? Si realmente está del lado de Wu, entonces no quiero tener nada que ver con ella. Pero esos generales también me molestan mucho, así que no soy fanática de ningún lado.

—¿No tomas partido en absoluto? ¿Quién habla como un Maestro Aire ahora? —preguntó Aang, sacándole la lengua. Ella le dio un puñetazo en el brazo en respuesta.

—¿Long Feng? —preguntó Zuko—. ¿Que está haciendo?

Aang explicó los detalles de su encuentro con Fong y ambos Maestros Fuego se frotaron la barbilla en poses idénticas, absortos en sus pensamientos. Azula fue la primera en hablar.

—¿Confiabas en los generales de tu mundo?

—No estaban tan involucrados en el liderazgo de la ciudad —dijo Aang—. Todo se reducía a Long Feng. Una vez que lo desenmascaramos y lo metieron en prisión, comenzamos a trabajar más de cerca con los generales, pero algunos de ellos eran diferentes. Fong no era parte del Consejo de los Cinco en ese entonces. Pero en realidad no importó, de todos modos, una vez que Azula tomó el control de la ciudad, los arrojó a todos a la cárcel. Y en mi mundo, Wu no tenía nada que ver con Ba Sing Se; ella era solo una adivina que conocí una vez en un pueblo lejos de aquí.

—¿De qué están hablando? —preguntó Mai, apoyándose en la pared más cercana a la puerta.

A Aang le dio un vuelco el estómago, había olvidado de que ella estaba allí y había bajado la guardia. Se rascó la nuca, sonriendo tímidamente.

—Eh, bueno... es una larga historia...

—Aang es de otro mundo —dijo Azula, agitando la mano con indiferencia—. Uno en el que yo soy malvada, Zuzu es un traidor a la Nación del Fuego, y tú y yo éramos mejores amigas hasta que te maté por traicionarme también. Noticias viejas.

Ella arqueó una ceja.

—De acuerdo, entonces —dijo, parpadeando como su única reacción—. Continúa.

Zuko miró a su hermana y se removió incómodo ante su explicación.

—Te contaré los detalles más tarde, Mai. —Se cruzó de brazos y miró a Aang—. Entonces, ¿vamos a buscar a tu amigo Bumi?

Aang se encogió de hombros.

—Ni siquiera sé por dónde empezar. Podría estar en cualquier lugar, Bumi es un genio loco y nada me extrañaría viniendo de él.

—También existe la posibilidad de que sea malvado —dijo Toph—. Nunca se sabe.

—De ninguna manera —dijo Aang—. Bumi es Bumi. —No había posibilidad de que Bumi fuera capaz de algo así: esperaba que el antiguo rey de Omashu fuera otra constante en este mundo, al igual que parecía serlo la astucia de Long Feng. Se volvió hacia Mai, recordando algo más que había surgido de su reunión con Fong—. Mai, ¿dijiste que ibas a llamar a algunos de tus guerreros aquí, a la ciudad?

—Sí —respondió ella—. Eso fue principalmente para que Fong dejara de quejarse.

—¿Puedo pedir tu ayuda? —preguntó—. ¿Tú y los otros Guerreros Roku?

Ella se encogió de hombros.

—Somos aliados del Avatar, siempre.

Él sonrió.

—Genial. Quiero que hagan lo que puedan para asegurarse de que Wu y el Consejo de los Cinco estén diciendo la verdad. Entren a hurtadillas en sus reuniones de guerra, sigan al Dai Li. Asegúrense de que no estén haciendo nada como reunirse en secreto en instalaciones bajo tierra o lavándole el cerebro a la gente. Informen a cualquiera de nosotros cuando crean que es seguro hacerlo. Todos tenemos que tener cuidado en esta ciudad, nunca bajen la guardia.

—Claro —dijo ella, asintiendo. Mai se enderezó, sacó las manos de los bolsillos y se volvió hacia Zuko—. Debería irme entonces, necesito enviar un mensaje a mis guerreros de Puerta Santuario. ¿Quieres venir conmigo? Puedes contarme más sobre este otro misterioso mundo en el que estoy muerta. —Ella le dio atisbo de sonrisa—. Suena lúgubre.

Zuko le devolvió la sonrisa.

—Por supuesto.

—Gracias, Mai —dijo Aang, despidiéndose de ellos—. A Mai seguro que no le perturba eso, ¿eh?

Azula volvió a cruzarse de brazos.

—No creo que nada sea capaz de perturbar a esa chica. —Le tendió un pergamino enrollado y atado con una cinta blanca—. De todos modos, esta carta llegó mientras no estabas. Es Kanna. Está en la ciudad con Piandao y quiere reunirse contigo esta noche.


Suki abrió el abanico de papel, dejando que Sokka admirara la obra de arte que lo adornaba. El artista había pintado un feroz tigre armadillo, en papel lavanda, cazando a través de un bosque de bambú brumoso, mientras que un abanico a juego representaba a un dragón, sus bigotes enroscándose y convirtiéndose en parte de la niebla.

—¿Qué te parece? ¿Son un buen reemplazo? —preguntó, inclinándose hacia él con una sonrisa tímida.

—Son bonitos, pero también inútiles —dijo—. Tienes tus abanicos laminados en casa.

—Estos no están hechos a ser armas, bobo —dijo, cerrándolos de golpe. Sin embargo, su sonrisa no había desaparecido—. También tenemos bolsos en casa, pero aun así insististe en conseguir uno nuevo porque te gustó cómo se veía.

Sokka palmeó el bolso verde que llevaba en la cadera.

—Pero era una buena oferta y los bolsos siempre son útiles.

—Te empeñaste en que combinara con tu nueva ropa.

—¿Y? De nuevo, lo recalco: tengo buen ojo para las mejores ofertas.

—Eso lo aprendiste de tu Gran Gran, ¿no? —bromeó Suki, pero se dio cuenta de lo que había dicho un momento después, su una sonrisa vaciló—. Oh, lo siento.

Sokka sintió que su humor se oscurecía y frunció el ceño.

—No me la menciones. —No quería seguir dándole vueltas al hecho de que ella lo dejara a merced del Avatar.

Después de una pausa, el vendedor ante el que habían estado miró de un lado a otro entre ellos, con una serie de abanicos multicolores que mostraban todo tipo de escenas pintadas que estaban exhibidas detrás de él.

—Entonces... ¿van a comprar algo, niños?

—No —dijo Sokka, adelantándose al siguiente puesto.

El barrio de los Farolillos de Papel tenía un buen nombre; calles atestadas de vendedores se alineaban en toda esta zona de Ba Sing Se y linternas de papel lo iluminaban todo, organizado por colores. Esta parte de la ciudad era particularmente conocida por su bazar donde los artesanos del papel vendían todo tipo de productos: artículos de papelería, pergaminos, molinetes, cometas, linternas con todo tipo de extraños diseños y formas, abanicos, obras de arte de origami y más. Sokka echó el ojo en un pergamino de pared colgante con poemas sobre el mar en delicada caligrafía, pero tuvo que recordarse a sí mismo que era algo que a su abuela le habría gustado y que ella no estaba allí. Al estar en el Sector Bajo, no existían ninguna sensación de privacidad y los callejones del bazar se sentían abarrotados de gente, pero había una cierta atmósfera de vida y simple diversión en el vecindario.

—¡Ghashiun, hey! —exclamó Suki, abriéndose paso entre la multitud. El Maestro Arena esperaba en la esquina, apoyado en un puesto que vendía versiones en papel de la insignia del Reino Tierra colocadas en biombos. El mal humor de Sokka aumentó al verlo.

—¿Algo? —preguntó Ghashiun, moviendo solo la cabeza en su dirección cuando se acercaron. Todavía cubría parte de su rostro con un paño, dejando visibles solo sus ojos y su nariz. Sokka supuso que era una mejoría.

—No —dijo Sokka. Esparcidos por esta parte de la ciudad había un puñado de posibles puntos de encuentro que Ghashiun conocía y dónde podrían contactar a Katara y Yue, lugares donde el subsuelo de Ba Sing Se conectaba con la ciudad de arriba. Eso significaba que tenían que merodear alrededor de pozos, una fuente y varias rejillas de alcantarillado para esperarla, pero, aparentemente, aún no lo habían logrado—. Y un pequeño “hola” estaría bien. Ya sabes, algo de respeto por las personas con las que estás atrapado.

—No has hecho nada para merecerlo todavía.

Sokka apretó el puño y lo agitó hacia él, pero Suki le agarró el brazo con ambas manos.

—¿Sabes con quién estás hablando, verdad?

—Vamos, Sokka —dijo ella—. Lo sabe. Simplemente no te metas en una pelea o pondrás en peligro la misión.

Sokka enfureció.

—No, si quiere decirme algo, lo puede decir de hombre a hombre.

—¿Qué, me vas a ignorar porque soy una mujer?

—Una chica, pero sí.

Suki dio un pisotón los brazos rígidos a los costados y el rostro enfurecido.

—¿Hablas en serio? Después de todo este tiempo, ¿seguirás siendo así?

Sokka frunció el ceño de nuevo.

—Olvidas tu lugar.

Ante eso, Ghashiun se irguió, mirándolo.

—No, tú olvidas el tuyo. Donde estamos, tu estatus no significa nada en este momento.

Suki se cruzó de brazos.

—Es curioso que vuelvas a ser un imbécil en cuanto Katara no está cerca.

Sokka vio arena trepando por la pierna de Ghashiun y reconoció la sutil amenaza.

—Respeto a tu hermana —dijo el Maestro Arena—. No a ti.

—Sí, bueno, nunca le gustarás —dijo Sokka—. Puede que haya usado sus artimañas femeninas contigo, pero eso no significa nada. —Movió los dedos hacia Ghashiun al decir "artimañas femeninas". Ante eso, el nativo de Si Wong puso los ojos en blanco, se dio la vuelta y se dirigió a su apartamento por un camino sinuoso bordeado de farolillos azules.

—Voy a revisar otra rejilla de alcantarillado —dijo Suki, vagando en una dirección diferente—. Nos vemos.

Sokka la vio irse, con un vago sentimiento de arrepentimiento revolviéndole el estómago, pero no dijo nada.


Parecía que los funcionarios del Reino Tierra no sabían lo que era que un Avatar renunciara a las posesiones mundanas, porque el dormitorio de Aang estaba lleno de todo tipo de comodidades que no le importaban. Su cama estaba tendida con capas de sábanas de seda en diferentes tonos de verde del Reino Tierra, aunque todavía estaba desordenada por su siesta anterior. Había un cofre de bambú en la esquina, encima del cual encontró frascos de líquidos multicolores que Aang sospechaba que eran perfumes. Unas opulentas túnicas forradas con jade, ópalos o perlas colgaban en el interior de un armario en otra esquina, junto a un perchero con sombreros a juego en la parte superior y varios pares de zapatos en la parte inferior. Junto a la ventana circular que tenía vista a las zonas más hermosas de los estanques de peces koi, Aang se encontró cara a cara con su propio reflejo, en un espejo con patas de garra, y vio absoluta perplejidad; no tenía idea de qué hacer con todo esto.

Un golpe en la puerta le evitó seguir deliberando sobre esto.

—Puedes pasar —les ordenó.

Vio a Azula en el espejo cuando abrió la puerta, apoyándose contra el marco.

—Tu habitación es del mismo tamaño que la mía. Qué sorpresa, creía que el Avatar recibiría un trato especial.

—No necesito mucho espacio —dijo, volviéndose hacia ella con los brazos abiertos—. No necesito nada de esto. Este es un trato especial.

Ella se acercó al armario y pasó un dedo por la manga de una toga formal.

—Bueno, puede que necesites algo de esto para la fiesta en dos días.

Él sonrió.

—No sé. No creo que alguna vez me haya vestido para algo tan elegante como eso.

Azula se rio entre dientes.

—No, seguro que no. —Miró al espejo y luego a él—. Sokka no estuvo en la batalla. Seguro te diste cuenta.

Aang se rascó la nuca. Ahora, su pelo era lo suficientemente largo como para pasar los dedos por él, tendría que intentar cortárselo antes del banquete.

—Lo hice ... pero tenía otra cosa en mente. ¿Es eso de lo que viniste a hablar?

Azula asintió y luego se examinó las uñas.

—Sé que lo hiciste. ¿Pero no te parece sospechoso? Y algo más, Katara y la otra chica llevaban ropas del Reino Tierra.

Él se encogió de hombros.

—Sokka es más del tipo estratega, incluso en este mundo. Probablemente estaba coordinando el ataque en alguna de esas naves. —Pateó la esquina de una alfombra puesta en el centro del dormitorio, notando el patrón de vid verde que hacía juego con las cortinas—. Y todavía hay mucho que no sé sobre Katara. Tal vez usaba eso porque ya estaba en la puerta para el ataque sorpresa. Tal vez solo le gusta el verde en este mundo, ¿quién sabe?

Azula se echó el pelo ondulado por encima del hombro, viéndose al espejo mientras se lo cepillaba con los dedos, pero se quedó mirando el reflejo de Aang.

—Tal vez. Pero también olvidaste decirme sobre la Sangre Control. ¿Es eso algo que ella puede hacer en tu mundo? ¿Qué habría hecho yo para contrarrestarlo si no hubieras estado allí? Ni siquiera sabía que un Control como ese existía.

—Lo siento —dijo—. Ella puede hacerlo en mi mundo, pero odiaba ese poder. No sabía que podía usarlo aquí. Como dije, no conozco a Katara y no sé de lo que es capaz. —Y sin luna llena, además… Frunció el ceño, aún sin saber cómo lidiar con eso. Tenía que pensar en una solución. Pensar en ello demasiado tiempo le inquietaba.

—No, creo que eres plenamente consciente de lo que ella es capaz de hacer, pero te niegas a verlo —dijo, volviéndose hacia él—. Esta no es la misma Katara que conoces, no es la misma Katara que amas. Ella es malvada.

Se sentó contra la cama, con los brazos cruzados y repentinamente interesado en sus zapatos.

—¿Recuerdas lo que les dije justo después de que les contara todo sobre mí? ¿Sobre cómo pensaba, a pesar de todo, que había algo en lo más profundo de la Princesa Azula que podía ser salvado? —Volvió a mirarla—. También tengo que darle esa oportunidad a la Princesa Katara. Incluso si todavía hay mucho que necesito descubrir sobre ella.

—¿Y si es mucho peor que yo? —preguntó Azula—. ¿Y si Katara es completamente irredimible? ¿Qué harás entonces? —Su voz subió de volumen con cada pregunta, todavía sin gritar, pero él percibió una nota de desesperación en su tono y no estaba seguro de qué hacer con eso.

—Aún no lo sé —admitió—. Pero tengo que creer.

—Si es peor, un monstruo sin una pizca de bondad en ella, puedes huir —dijo ella, extendiendo el brazo—. ¡Volverás a tu mundo donde puedes dejarte caer en sus brazos y todo estará bien y estarás luchando a muerte conmigo de nuevo!

Aang se puso de pie, con los puños cerrados, pero con una sensación de opresión en el pecho.

—¿De qué estás hablando?

—Sabes exactamente de lo que estoy hablando —dijo, con los ojos húmedos pero sin llegar a derramar lágrimas. Su voz tembló por el esfuerzo de mantenerla firme—. ¿Has pensado siquiera en lo que podría sucederle a este mundo una vez que regreses a casa? ¿Que seguiremos viviendo sin ti en él, tal vez incluso sin un Avatar? —Creyó ver un indicio de algo salvaje detrás sus ojos ambarinos—. ¿Que un día dejarás atrás a Zuko, Sabi, Appa y Toph? ¿Qué hay de mí?

—Azula, yo...

—¿Que estoy diciendo? —preguntó, limpiando una lágrima antes de que esta pudiera caer—. Por supuesto que no nos echarías de menos. Volverías a ver a las otras versiones de nosotros, o, más bien, a las otras versiones de ellos, a los que conoces mejor. Con los que has luchado por más tiempo. A los que amas como una familia.

—No seas ridícula —dijo. Su voz era lo bastante firme, su rostro lo suficientemente severo, como para atraer su mirada directamente hacia la suya—. No existe una Sabi en mi mundo. En su lugar, teníamos un lémur llamado Momo.

Azula se quedó con la boca abierta una fracción de pulgada y por un momento Aang se deleitó con el hecho de que había logrado hacer que se quedara estupefacta, y luego se río. Al principio una risa suave, pero luego progresó rápidamente hasta el punto de que las lágrimas comenzaron a caer y se agarró el estómago, doblándose. Era la risa más genuina que jamás había escuchado de Azula, y era contagiosa, porque pronto se encontró a sí mismo desternillándose de risa como ella. Después de lo que parecieron minutos en los que apenas podía respirar, ella consiguió articular las palabras.

—Así que Sabi es nueva, ¿eh? Supongo que debería apreciarla más si ella es lo que te retiene aquí.

Él le puso una mano en el hombro, dándole un apretón en lo que esperaba que fuera un gesto de consuelo mientras ambos se sentaban en el borde de la cama.

—No sé qué va a pasar —dijo—. No sé cuándo, cómo o si alguna vez podré regresar. Pero quiero que sepas que he venido a atesorar mi tiempo aquí. —En cambio, tomó su mano y sonrió—. Tú, Zuko y todos los demás se han convertido en una parte de mi familia tanto como los otros. Cuando, y si, llega el día en el que tenga que volver, no sé si habrá una versión de mí que se quedará, o si vendrá el próximo Avatar en el ciclo, o nadie en absoluto. Pero te quiero a ti, a Zuko, a Toph, a Sabi y a Appa a mi lado todo el tiempo hasta ese día, ¿de acuerdo?

Ella le apretó la mano una vez y luego la apartó, levantándose de nuevo y dirigiéndose hacia la puerta.

—No hay duda de eso —dijo. Respiró hondo y volvió a ser Azula—. Bueno... debería irme a la cama. Me encantaría ir a tu reunión con esos vejestorios, pero no tengo deseos de quedarme despierta toda la noche. Probablemente Zuzu esté en la sala principal esperándote.

Él sonrió y se puso de pie.

—Tienes razón. Será mejor que me vaya. Buenas noches, Azula.

—Buenas noches, Aang.

Por primera vez, se permitió considerar la idea de un futuro en este mundo y lo que podría conllevar si nunca tuviera la oportunidad de volver a casa.


Más de una vez, Katara se preguntó si la misión de infiltración en los túneles bajo Ba Sing Se realmente había sido una buena idea o si los había condenado a todos sin querer. Nunca lo habría conseguido sin los mapas y las indicaciones de Ghashiun: había tantos túneles y cavernas entrecruzados que era un milagro que alguien lograra trazar un mapa, incluso si el camino hacia el interior de los muros de la ciudad era la única parte que conocía. Algunos túneles se enroscaban en círculos antes de bifurcarse en diferentes caminos. Algunos eran lo bastante anchos como para que Katara caminara al lado de dos docenas de hombres y otros lo suficientemente estrechos como para que se vieran obligados a avanzar en fila india. Algunos descendieron a profundidades con pozos tan negros y tan hondos que cuando Katara arrojaba una piedra nunca oía que tocara el fondo, mientras que otros llevaban a curvas cerradas que terminaban callejones sin salida. Se habían encontrado con cavernas y cámaras abiertas tan altas que Katara estaba segura de que verían la luz del sol en cualquier momento, pero resultó que estaban a mucha más profundidad bajo tierra de lo que había pensado.

Llevaron la cuenta del tiempo con velas y se detuvieron una vez para descansar durante la noche en una cámara lo suficientemente grande como para albergar a toda la fuerza invasora, unos trescientos soldados.

Katara sabía que la ciudad había sido construida sobre otras ciudades más antiguas que la precedieron, pero nunca hubiera adivinado que los antecesores de Ba Sing Se se extendían más allá de los muros interiores que hoy se erigían en la ciudad. Donde arriba se encontraban hileras de tierras de cultivo (con suerte y si los mapas de Ghashiun eran correctos), en las profundidades se habían topado con las ruinas. Algunos de los túneles habían sido excavados en forma de pasillos, la mampostería seguía resistiendo después de todos estos años. Encontraron estatuas sin rostro ni rasgos distintivos, desgastadas por el tiempo. Unas cuantas veces pasaron junto a artefactos hechos de oro u otros metales preciosos, algunos oxidados, desechados o perdidos hace mucho tiempo. Una copa con incrustaciones de varios trozos de cristal brillante llamó la atención de Katara hasta que uno de sus soldados la hurtó, como hicieron con el resto. Incluso descubrieron acueductos que seguían corriendo con agua limpia de una fuente que no podían ver, un hallazgo bienvenido en todo caso.

Marcharon principalmente en silencio o en susurros inquietos. Al principio, un soldado trató de cantar, pero sus ecos le respondieron y a nadie le gustó el sonido que hacía contra la piedra, por lo que nadie volvió a intentarlo. En una enorme caverna, se encontraron con el esqueleto de un templo abandonado hace mucho tiempo, como todo lo demás aquí abajo, con tres minaretes aún en pie y orgullosos mientras que el cuarto había caído hace algunos años, desmoronado en una pila de escombros frente al templo. Varios soldados se detuvieron para orar, meditar y arrodillarse, cualquier cosa para evitar sentir que nunca saldrían de las profundidades. Yue los guiaba en la oración, porque de todos, ella parecía la menos perturbada.

Katara no los culpaba. Todavía tenían mucho camino por recorrer.


Sokka miró hacia las sombras en el pozo, escuchando el murmullo del agua en los canales subterráneos de la ciudad, muy por debajo de él. Éste estaba situado en una plaza justo afuera del apartamento que Ghashiun había conseguido para ellos, una cosa destartalada con solo dos habitaciones y una cama de hierro con un colchón raído que Sokka sospechaba que podría estar infestado con algún tipo de cucarachas. La cama era para Suki (quien, según sus observaciones anteriores, probablemente no dormía en ella de todos modos), por lo que no tenía deseos de regresar y acurrucarse en la misma habitación que el Maestro Arena para pasar la noche.

—Esto no es lo que esperaba del Sector Bajo —dijo una voz detrás de él. Sokka se giró tan bruscamente que perdió el equilibrio por un momento que temió por un instante caer al pozo. Pero el que hablaba era solo Ghashiun, y Sokka se maldijo a sí mismo por casi hacer Agua Control como reflejo—. Hay belleza aquí. —La plaza donde se encontraban se cruzaba con el distrito de los faroles azules y el distrito de los faroles rojos, arrojando al Maestro Arena una suave luz púrpura.

Sokka respondió con una mirada fulminante en su único ojo.

—¿Qué quieres?

Ghashiun miró al cielo. Sokka solo vio un puñado de estrellas a pesar de que era una noche clara.

—Extraño la luna del desierto —dijo, quitando la parte de la máscara que le cubría la boca—. Me hizo compañía muchas noches frías.

—El desierto no está muy lejos. Puedes regresar —dijo Sokka.

El Maestro Arena se volvió hacia Sokka. Sus ojos le recordaban al Maestro Agua a los escarabajos, oscuros y brillantes.

—Sigues sin confiar en mí.

Sokka se burló.

—Duh. ¿Por qué debería? —Hizo una pausa—. Mejor aún, ¿por qué tú confías en nosotros? ¿En mi hermana?

—Cuando la conocí, fue poco después de que dejara de tener noticias de mi propia hermana —dijo, apoyándose en el pozo de piedra—. En un lugar llamado Oasis de las Palmeras Brumosas, donde me había detenido en mi camino de regreso desde aquí después de que se suponía que iba a ver a Nagi. —Ante la mirada interrogativa de Sokka, agregó—. Mi hermana. Solíamos reunirnos debajo de la ciudad, cuando ella podía escabullirse de su entrenamiento de los Dai Li, o si no nos comunicábamos con cartas.

—¿No son ellos como…? —Sokka se acercó un poco más, bajando la voz—. ¿La policía secreta en esta ciudad? ¿Por qué querría unirse a ellos?

—Sí, pero también protegen y preservan la herencia cultural de Ba Sing Se —dijo—. La historia y el arte, la música y las leyendas. Esa parte le atrajo más, ya que la cultura de nuestra propia gente ha cambiado mucho en los últimos años.

—¿Cómo es eso?

Ghashiun hizo girar arena entre los dedos como si fuera un trozo de cuerda.

—Aquellos que no llegan aquí, acuden al desierto. Donde no hay agua, no hay Maestros Agua. Y donde hay muchos pueblos diferentes, también hay muchas culturas diferentes. Algunas estaban destinadas a ser engullidas, aunque gran parte de ellas cambiaron a algo nuevo, si me preguntas.

—Ah.

—De todos modos, Nagi no quería que sucediera lo mismo con el resto del Reino Tierra, así que vino aquí. Pero un día dejó de responder, y en la luna creciente, cuando se suponía que nos debíamos reunirnos, nunca apareció. Mi madre murió hace años de fiebre solar y nuestro padre siempre ha estado ausente, así que ella era todo lo que tenía. Esto fue hace dos años.

—Déjame adivinar —dijo Sokka—. Katara te contó su triste historia sobre cómo nuestra madre se también se ha ido, y tú te la tragaste.

Ghashiun se encogió de hombros.

—También me ayudó a golpear a algunos tipos de una tribu rival que intentaron asaltarme, pero sí —dijo.

—Odio tener que decírtelo, amigo, pero ella aprovecha todo lo que tiene y lo usa con cualquiera que la escuche —dijo—. Y dado que ella es quien es —tuvo cuidado de no decir “una princesa”, en caso de que alguien estuviera escuchando desde las sombras—, hablamos de casi todo el mundo.

—Aun así, los sentimientos detrás de esto son auténticos.

—Quizás, en algún momento lo fueron —dijo Sokka—. Cuando éramos niños. Pero eso ya es un cuento viejo.

—También mencionó a un hermano —continuó Ghashiun—. Un guerrero valiente, un estratega brillante y un inventor creativo que se exilió poco antes de eso. Un hermano al que ella siempre quiso que regresara a casa para que pudieran volver a ser una familia.

—Ella puede tratar de inflar mi ego todo lo que quiera, y realmente podría lograrlo, pero eso no cambia lo que hizo. Ella es la razón por la que ya no somos una familia. —Se puso de pie y se volvió hacia el pozo, inclinándose sobre él hasta que su collar de dientes de ballena colgara sobre el abismo—. Cuando trato de imaginar el rostro de mi madre, todo lo que puedo ver es a Katara porque la culpo de lo que sucedió. Ella alejó a nuestra abuela hasta el día de mi prueba de esquivar el hielo y ella es la razón por la que nuestro papá dejó al menos de fingir que nos ama. Pero ella no lo ve de esa manera. Para ella es todo un juego; un enfermizo deseo de ver a todos comiendo de su mano. —Apretó los puños, presionando los nudillos contra la piedra con tanta fuerza que se tornaron blancos. No sabía por qué le había contado todo esto a Ghashiun, pero le resultó más fácil de lo que había pensado.

Quería ver a Gran, hablar con ella solo una vez. Pero eso era imposible ahora. Ella se había puesto del lado del Avatar.

Después de todo eso, el rostro de Ghashiun permaneció impasible. Una suave brisa rozó los faroles, haciendo que los azules, rojos y púrpuras bailaran y se fusionaran hasta que la llama del interior se extinguió, dejándolos a ambos en la oscuridad.

—Sea cierto o no, es difícil no seguirla. Ella me considera un amigo y este camino me llevará de regreso a mi hermana. —Comenzó a caminar de regreso al apartamento, pero la siguiente observación de Sokka lo hizo detenerse.

—Amas a mi hermana, ¿no? —Supuso que debería haberse sentido enojado, protector, pero no pudo reunir las emociones suficientes como para hacer algo al respecto.

—No de la forma que piensas —respondió Ghashiun—. Como amigo, tal vez. Como a un líder, más bien.

—Bueno, ella solo te está usando.

—Entonces también la usaré. Y a ti, si es necesario.

Sokka se encogió de hombros y lo siguió con un bostezo, decidiendo que también podría irse a la cama.

—Entonces me alegro de que por fin estemos siendo honestos el uno con el otro.


El Sector Bajo era exactamente como Aang lo recordaba.

Los edificios y la gente estaban apiñados y demasiado juntos. Los niños corrían sin supervisión por las sinuosas e irregulares calles, incluso a esta hora de la noche, con los rostros demacrados por el hambre. Las ollas hervían con estofado a los lados de la calle atendidos por cocineros de sonrisas apagadas que repartían comida a la gente esperanzada, mezclando los aromas de las especias con el hedor acre de verduras en mal estado y algo peor. Aun así, Aang prefería este Sector a los Medios y Altos; no tenía la sensación de que lo estuvieran observando.

Supuso que esa era la razón por la que Kanna y Piandao habían querido reunirse con ellos aquí.

Aang no estaba seguro de a dónde se suponía que debía ir exactamente, pero se ahorró largas horas de búsqueda infructuosa cuando una pequeña y anciana mujer se enganchó a su brazo, llevándolo por diferentes calles con sorprendente fuerza.

—Ven, querido —dijo, y Aang reconoció a Kanna incluso con el chal andrajoso que cubría su cabeza.

Condujo a Aang y Zuko a un pequeño apartamento de un piso, llevándolos al interior mientras ella miraba a ambos lados de la calle antes de meterse tras ellos. Se bajó el chal y sonrió.

—Me alegra ver que ustedes, niños, llegaron a la ciudad sin incidentes.

Aang miró a su alrededor, aunque no había mucho que ver en la habitación destartalada. Piandao estaba sentado en una cama en la esquina, su espada oculta a la vista, pero se puso de pie cuando entraron e intercambió reverencias con Aang y Zuko.

—Espero que estén bien.

—Lo mismo digo, Maestro —dijo Aang—. ¿Su herida se ha curado bien?

Piandao le puso una mano en el hombro donde Katara lo había empalado.

—Gracias a Kanna. Como era de esperar de la mejor sanadora conocida en el mundo.

Kanna les entregó a ambos niños tazas de té verde que ella había preparado y se paseó por el apartamento, entrando y saliendo de la otra habitación que Aang asumió que era su habitación para buscar cojines para que se sentaran mientras hablaban.

—Pido disculpas por el desorden —dijo—. Acabamos de llegar a la ciudad esta mañana. —A pesar de eso, Aang ya podía ver signos de toques hogareños: un jarrón de flores sin adornos estaba en el alféizar de la ventana cerrada y un tablero de Pai Sho ya había sido colocada debajo, a medio jugar.

—¿Desorden? —preguntó Piandao, cruzando los brazos con una sonrisa irónica—. Has estado barriendo y limpiando desde que llegamos.

—¿Por qué no vienen al Sector Alto con nosotros? —preguntó Zuko, compartiendo una mirada con Aang—. Tenemos mucho espacio.

—Prefiero evitar un escrutinio innecesario —dijo Kanna—. Esto está bien para nosotros.

—¿Cómo pudieron pasar tan rápido? —preguntó Aang—. Pensé que el ataque a Puerta Santuario había hecho que cerraran temporalmente la ciudad a los refugiados que llegaran.

Kanna le dio una sonrisa que era casi pícara.

—Como te he dicho, tenemos nuestras conexiones.

—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó Zuko.

—El Loto Blanco —observó Aang—. Lo mencionaste antes, cuando nos dijiste que fuéramos a buscar a la Astrónoma.

Piandao se unió a ellos en el suelo, bebiendo de su taza de té con el mayor sosiego.

—En efecto.

—¿Viste a mis nietos en el ataque? —preguntó Kanna. Suavemente se puso de rodillas, dejando escapar un suspiro una vez que se acomodó y bebió su té.

—Luché contra Katara —dijo Aang, tratando de mantener la voz firme. Todavía se sentía muy extraño decirlo—. Ella usó Sangre Control con nosotros, pero logramos detenerla el tiempo suficiente para que los soldados llegaran y se defendieran. Se retiraron.

Kanna miró su té.

—¿Sangre Control, dices? No es luna llena. Ha mejorado. —Volvió a mirarlo a los ojos—. ¿Y Sokka?

—Allí no —respondió Aang—. Azula cree que está tramando algo. ¿Pero eso es posible? ¿Hacer Sangre Control sin luna llena?

—Con suficiente práctica, sí —dijo—. Y talento natural. Katara tiene ambos y la tutela de quien creó el arte.

—Hama —dijo Aang. Un escalofrío subió y bajó por su columna y los tres lo miraron.

Zuko frunció el ceño.

—¿Quién?

—La conoces —dijo Kanna—. Supongo que no debería sorprenderme. Le enseñé a Katara a hacer Agua Control hasta que conoció a Hama y decidió que la Sangre Control era el secreto del poder y el dominio.

Aang frunció el ceño.

—Incluso en mi mundo, Hama era malvada.

—Ella fue mi primera amiga cuando viajé al Polo Sur para casarme con mi esposo. Y durante mucho tiempo, mi única amiga —continuó Kanna—. Fue una de las primeras en hablar en contra de las reglas opresivas impuestas a las mujeres en nuestras tribus, y la más franca. Ella y yo practicamos nuestro Agua Control juntas en secreto. Naturalmente, cuando Katara tuvo la edad suficiente, se aficionó a Hama. Para ese entonces, Hama había descubierto la Sangre Control y me lo enseñado, aunque me horrorizó. Pensó que Katara también debería aprenderla, y yo no estuve de acuerdo, y desde entonces dejé de ser su maestra.

—Para ser justos, imponer la voluntad de uno sobre otro no es menos horrible que algunas de las otras cosas de las que son capaces las artes de control —señaló Piandao—. El Fuego Control y la Tierra Control son igualmente capaces de mucha destrucción. —Miró a Aang—. Y estoy seguro de que el Aire Control también lo es, aunque ningún Maestro Aire que yo sepa ha explorado esa faceta.

—No lo habrían hecho —dijo Aang, frunciendo el ceño. Aunque Aang no estaba seguro de si él mismo era capaz de hacerlo o no, en este punto—. Pero supongo que todo depende de cómo lo use el Maestro. He visto mucho de lo que la gente es capaz de hacer.

—Sokka había llegado a la misma conclusión —dijo Kanna—. Por eso también le enseñé a hacerlo después de su exilio.

Aang casi dejó caer su té.

—¿Sokka es un Maestro Sangre?

—No uno muy bueno, debo admitir —dijo Kanna, encogiéndose de hombros—. Pero sí, me convenció. Pensé que debería saberlo, por si acaso. Confié en que no abusaría de ello —Suspiró de nuevo—. Bien, entonces. Si Sokka realmente está tramando algo, entonces lo comunicaremos.

—A tus contactos —supuso Aang—. ¿Quiénes son? ¿Qué es el Loto Blanco?

Kanna sonrió.

—Una pieza de Pai Sho y el símbolo en esa cinta que solías usar.

—Una sociedad secreta —explicó Piandao una vez que Aang y Zuko lanzaron miradas de fastidio por las palabras de Kanna—. Uno dedicado a la búsqueda del equilibrio y el conocimiento de todas las naciones, independientemente de las fronteras. Aunque incluso me propusieron un trabajo como calígrafo en el distrito de los Farolillos de Papel. ¿Qué tal eso?

Zuko se inclinó hacia adelante.

—¿En serio? ¿Para qué nos puedan ayudar? ¿Dónde están?

—¿Bumi es uno de los miembros? —Aang recordó, años atrás, cuando escuchó una conversación entre Bumi y el Maestro Jeong Jeong mientras se preparaban para luchar contra Ozai durante el cometa. Tenía la sensación de que se conocían antes de la batalla, pero nunca había tiempo para hablar de verdad.

—Los secretos del Loto Blanco no son para los no iniciados —dijo Kanna—. Solo te estamos diciendo esto porque eres el Avatar. Y además, todavía soy nueva, así que todavía hay muchas cosas que yo misma desconozco.

Aang dejó su taza de té.

—Pero es como dijiste, soy el Avatar. ¡Nadie está más dedicado a la paz y el equilibrio que yo!

Kanna tranquilamente tomó un sorbo de su taza de té y la dejó, cruzando las manos en su regazo.

—La Sociedad del Loto Blanco ha decidido que todavía no se puede confiar en ti.

Aang sintió que su rostro se calentaba.

—¿Qué? Por qué?

—Eres imprudente e impulsivo —le dijo, con los ojos duros como el hielo—. Secuestraste a Sokka después de que acordamos que lo devolverías a mi cuidado. Le robaste a Piandao. Es posible que los dos hayamos decidido pasar por alto esos hechos, pero el Loto Blanco te ha considerado demasiado temerario.

Aang tuvo que apretar sus propias manos para evitar temblar de ira.

—¿Les dijiste todo eso? ¿Qué más les dijiste?

—El secreto de tu otro mundo está a salvo con nosotros, no te preocupes —dijo Piandao, que parecía nervioso—. Pero incluso los espiritualistas entre ellos han notado los efectos del desequilibrio del Mundo de los Espíritus, la fusión entre ellos. Lo ven como un descuido de tus deberes.

Zuko frunció el ceño.

—¿No puedes llevarnos a conocerlos para que Aang pueda explicarlo? No es su culpa. ¡Lo apoyaremos!

Aang frunció el ceño.

—Les dije a ambos por qué hice esas cosas. Fue para ayudar a Sokka a ver que estaba en el lado equivocado. ¡Y ahora tengo que hacer lo mismo por Katara!

—No puedes forzar a nadie a redimirse —dijo Kanna—. Se necesita tiempo y paciencia. Es un camino complicado y diferente para todos. Quien decide tomarlo a menudo puede tropezar, incluso desviarse, pero es un camino que solo ellos pueden elegir. Y es un camino que debes recorrer tu mismo, Avatar Aang. —Por primera vez, mientras miraba a la anciana, la encontró tan diferente al tío Iroh que hizo que su corazón doliera de añoranza por el hombre de la sonrisa amable y las bromas tontas que ocultaban su gentil sabiduría. Kanna, por otro lado, era más calculadora de lo que nunca fue él—. Te apoyaré en tu viaje —continuó—. Porque tu destino está para siempre entrelazado con el de mis nietos y tus otros amigos, quizá doblemente.

—¿Y qué hay de tu hijo? —preguntó Aang, con el rostro ensombrecido. La cabeza le dolía por el cansancio—. El Emperador Hakoda es tu hijo, ¿no? ¿Es mi destino derrotarlo también?

Kanna frunció el ceño.

—Creo que has asumido ese destino de otro. Pero no puedo decirlo con certeza. —Nadie habló por un momento, y ella aprovechó la pausa en la conversación para levantarse y recoger las tazas de té vacías—. Es tarde y estoy cansada —dijo—. Todos deberíamos descansar un poco.

—Gracias por el té —dijo Aang, descubriendo que cualquier animosidad que tenía hacia ellos se había desvanecido, siendo reemplazada por un deseo de dormir. Se sentía muy, muy cansado—. Y la información. ¿Qué hacemos ahora?

—Gánate la confianza del Loto Blanco —dijo Piandao—. Es posible que tengan una tarea para ti en los próximos días. —Se acercó a la esquina de la habitación con el tablero de Pai Sho y tomó una pieza, presionándola contra la palma de Zuko.

—Una pieza del Loto Blanco —dijo Zuko, haciéndola rodar entre sus dedos—. Saben, es una pieza de la táctica favorita de mi tío.

—Estoy familiarizado con la estrategia —dijo Piandao—. No sé cómo les entregarán su encargo, pero estén atentos. Y cuídense, mis estudiantes.


Para cuando Aang y Zuko regresaron a casa, era bien pasada la medianoche. Aang se dejó caer en la cama sin molestarse en quitarse la ropa, su mente dando vueltas por todas las reuniones y conversaciones del día, los bandos y los secretos.

Se quedó dormido antes de que pudiera deliberar en quién podía confiar más.

Notes:

Como dato: Ghashiun es en mismo Maestro Arena que secuestró a Appa en el desierto :3

Chapter 36: Cuentos de Ba Sing Se

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 15: Cuentos de Ba Sing Se

 


El cuento de Aang


Avatar,

Tu club favorito de Pai Sho está dispuesto a darte tu primer trabajo para prepararte para la iniciación. Dirígete a los siguientes lugares de la ciudad, di estas palabras a las personas que encontrará allí y te entregarán paquetes; pueden o no estar asociados al club Pai Sho. El tiempo es esencial. También lo es la discreción. No debe mirar dentro de ninguno de los paquetes o de lo contrario el club sabrá que no eres de fiar.

En el primer lugar, dile al anciano detrás del mostrador: "El amor es dulce hasta que te muerdes la lengua, pero no lames el hielo para calmarlo".

En el segundo, "Deja ir tus preocupaciones y no hables de las palabras en el viento".

En el tercero, "El calor del corazón y del hogar aleja el frío del invierno, pero una manta hecha con cuidado y esmero aún más".

Y en el último, "La flor que florece en la adversidad es la más rara de todas".

-Tu abuela escurridiza

Aang enrolló la carta, reflexionando sobre el significado de las palabras de Kanna. Había encontrado el pergamino en la puerta principal a primera hora de la mañana, pero había estado deseando relajarse por una vez y pasar el día con Appa y Sabi. La segunda página de la carta le daba los detalles de cada una de las ubicaciones e instrucciones del lugar donde había que entregarlos al final.

Suspiró y se apoyó en Appa.

—Supongo que el Loto Blanco nos mantendrá ocupados hoy, amigo —le dijo al bisonte—. Quieren que recorramos los Sectores Medio y Bajo. —Saltó sobre la cabeza de Appa y el bisonte soltó un gruñido que sonó a determinación. Extendió su brazo para que Sabi se posara, pero ella voló a su regazo y lo chistó hasta que él le rascó la barriga.

Se elevaron hacia el cielo y, a pesar de que el invierno se avecinaba con fuerza, el sol era brillante y cálido. Anhelaba la oportunidad de volar en Appa sin ningún lugar a donde ir en particular, pero lamentablemente esa no parecía ser su realidad en el corto plazo.

—No hemos tenido tiempo solo para nosotros tres, ¿verdad? —preguntó a sus compañeros. Sabi vocalizó una respuesta que no pudo entender y acurrucó aún más su regazo.

Sostuvo la carta en sus manos mientras dejaba que Appa diera vueltas muy por encima de la ciudad por un momento, tratando de determinar la ubicación de su primer objetivo. Utilizando el palacio como guía para las direcciones cardinales, calculó una aproximación aproximada de cada uno de sus destinos. Aang estaba agradecido de tener a Appa para atravesar la ciudad esta vez: los cuatro lugares estaban tan lejos entre sí en el Sector Medio como podían estar, mientras que el lugar donde tenía que entregar todos los paquetes estaba en el Sector Bajo. no muy lejos de donde tuvo que ir la noche anterior para encontrarse con Kanna y Piandao. Dirigió a Appa a una bajada en picada.

El primer lugar estaba al final de la calle de una fuente con tejones topo de piedra como centinelas a su alrededor, arrojando agua por la boca a un estanque. Los niños jugaban cerca de ella, haciendo todo lo posible por alcanzar las monedas que brillaban en el fondo del estanque sin que sus padres se dieran cuenta. Todos los ojos que antes habían estado sobre la fuente, se posaron en Appa mientras descendía, pero Aang lo hizo aterrizar en un tejado mientras saltaba fuera de él y se dirigía al primer lugar.

—Vaya, ¿ese es el Avatar?

—¡No puede ser!

—¡Es un niño!

—¡Los rumores eran ciertos!

—¡Mira ese monstruo gigante y esponjoso! ¡Quiero jugar con él!

—Avatar, ¿puedes ayudarme? ¡Nadie viene a mi tienda y necesitamos algo de publicidad!

Aang saludó cortésmente a tanta gente como pudo mientras se apiñaban a su alrededor, tratando de sonreír, pero ya no estaba acostumbrado a este tipo de atención. En otro tiempo le habría encantado.

—Lo siento, estoy un poco ocupado ahora mismo...

Resultó que la primera ubicación en la carta era una panadería. Percibió el olor el pan fresco y otros aromas dulces, pero tuvo que recordarse a sí mismo que no había tiempo para distracciones. Vio a un hombre corpulento con un mechón de pelo blanco detrás del mostrador que miró a Aang a través de un par de gruesos anteojos y sonrió.

—Hola, ¿puedo ayudarte?

—Eh... —Aang se rascó la cabeza, tratando de recordar el proverbio de Kanna—. ¿El amor es dulce hasta que te muerdes la lengua, pero no lames el hielo para calmarlo?

El hombre enarcó una ceja y lo miró con confusión por un momento. Aang sonrió tímidamente.

—¡Oh! ¡La orden! —dijo el anciano, chasqueando los dedos—Sí, iré a buscarlo. Desapareció en una habitación en la parte de atrás, murmurando algo que Aang no pudo oír, y regresó con una cesta tejida que tenía una tapa de madera que sostenía con las dos manos y una bolsa de cuero cerrado con un cordón encima—. Aquí tienes.

Aang tomó ambos, sorprendido por el peso de la canasta cuando hizo que sus rodillas se doblaran.

—Eh... Gracias.

—¡De nada!

Aang se dio la vuelta y acomodó la canasta en sus manos, mirando por la ventana de la tienda cuando escuchó el rugido de Appa. El bisonte volador se había unido a los niños en el suelo, dejándolos trepar por encima de él y deslizarse de su cola hacia la fuente mientras otros niños intentaban agarrarse a la cola a Sabi mientras ella revoloteaba en el aire sobre ellos. Aang se les unió en el exterior, saltando alto para colocar la canasta y la bolsa en la silla y los fijó a ella tan fuerte como pudo. La bolsa tenía algo blando dentro, como arena. Resistió la tentación de abrir cualquiera de los dos paquetes.

—Lo siento, todos —dijo a toda la gente, despidiéndose con la mano mientras saltaba sobre la cabeza de Appa para tomar las riendas—. ¡De verdad tengo que irme! ¡Asuntos de Avatar! —Sabi chilló y cayó de nuevo en el regazo de Aang con alivio.

En los siguientes lugares, las cosas transcurrieron de la misma manera. Aang no sabía el propósito de la segunda ubicación, que era un edificio bastante lúgubre y vacío donde un hombre hosco con una cicatriz en la frente estaba sentado en un taburete y frunció el ceño cuando lo vio entrar.

—Deja ir tus preocupaciones y, um, no hables de las palabras en el viento —dijo Aang vacilante.

—No necesito ningún consejo —gruñó el hombre. Hizo un gesto hacia un gran saco de tela rebosante por su contenido—. Pero toma, llévatelo. Niño raro.

Aang frunció el ceño pero recogió el saco. Ni siquiera podía rodearlo con los brazos y era incluso más pesado que la canasta.

—Eh, gracias —dijo antes de irse.

De camino a la tercera ubicación, cuando Appa se preparaba para aterrizar, Aang miró hacia atrás y vio que algo blanco se derramaba del saco de tela y se perdía en el viento y en la ciudad de abajo.

—¡Oh no! —exclamó, saltando de nuevo a la silla y apretando la cuerda alrededor de la parte superior del saco para cerrarlo mejor—. Espero que el Loto Blanco no me reste puntos por perder eso —murmuró a Sabi.

Encontró a una mujer bonita en el tercer lugar, que trabajaba en una tienda de textiles; una costurera.

El calor del corazón y del hogar aleja el frío del invierno, pero una manta hecha con cuidado y esmero aún más —dijo.

La mujer pareció desconcertada por un momento, pero luego le sonrió.

—¡Claro que sí! —Sacó un baúl de madera, liso salvo por un cerrojo de bronce que lo mantenía cerrado. Ella tuvo la amabilidad de sostener un extremo mientras él se lo llevaba a Appa; este era el paquete más pesado hasta el momento.

—¡Gracias! —gritó mientras salían volando.

Para cuando llegó al cuarto lugar, los brazos le escocían al saber que estarían adoloridos por la mañana. Trató de averiguar qué clase de personas podría ser la Sociedad del Loto Blanco, especialmente porque el último lugar era una simple florería donde estaba una chica de cara redonda no mucho mayor que Aang detrás del mostrador. ¿Realmente podría ser miembro de la sociedad secreta?

—La flor que florece en la adversidad es la más rara de todas.

La chica se dio unos golpecitos en los labios, pensativa.

—Extraña petición, pero está bien, lo intentaré. ¿Necesitas una flor que florezca en la adversidad? Hmm... Sugeriría lirios de fuego, ¡nacen en la boca de un volcán! ¡Oh! ¿O qué tal un pensamiento de nieve? Crecen mejor en pleno invierno, incluso durante las tormentas de nieve.

—Uh... El pensamiento de nieve, supongo —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Solo un par de tallos o un ramo?

La carta no decía nada al respecto.

—¿El ramo, tal vez?

—Está bien, dame un minuto —dijo la florista. Desapareció en la parte de atrás y regresó con un montón de flores azules y blancas, moteadas con algo brillante que relucía como el hielo cuando se sostenía a la luz en cierto ángulo—. ¿Son para una chica? —preguntó ella, dándole un guiño de complicidad.

—Eh, algo así —dijo, rascándose la nuca—. Mi abuela.

—¡Oh! ¡Qué dulce! Ojalá algún día tenga nietos que me traigan flores. —Sonrió mientras trabajaba en armar el paquete en un ramo—. Siempre he tenido el sueño tonto de que el Rey Tierra vendría y me traería flores algún día —dijo, dando un suspiro soñador y mirando un retrato del Rey Kuei en la pared. Aang también lo miró: el rey de las gafas se veía exactamente igual a como lo recordaba—. Pero supongo que el Avatar sería lo más parecido.

Sintió que el rubor le subía a las mejillas y la nuca.

—¿Q-qué?

—El Rey Tierra ya no hace apariciones públicas, así que es agradable verte aparecer por aquí —continuó—. Mi nombre es Yin.

—Eh, soy Aang.

—Bueno, es un placer conocerte, Avatar Aang —dijo, entregándole el ramo—. ¡Que tengas un buen día! ¡No dudes en pasar por aquí cuando quieras!

Agradecido de que el ramo, al menos, fuera un ligero, viajó al lugar final para realizar la entrega. De hecho, era el mismo vecindario del Sector Bajo en el que había estado la noche anterior y, a pesar de que Kanna lo había llevado del brazo a través de un laberinto de calles y callejones, pudo reconocer el hecho de que las direcciones en la carta lo llevaban directamente a la puerta de Kanna.

Llamó a la puerta.

La vieja Maestra Agua abrió la puerta, sonriendo de alegría cuando lo vio.

—¡Lo hiciste! Ahora ayúdame a llevar todo adentro.

—¿Qué es todo esto, de todas formas? —preguntó mientras comenzaba a descargar los paquetes del bisonte. Ahora estaba hambriento y algo agitado y sentía un peso en el estómago mientras sus anteriores sospechas le daban vueltas en la cabeza.

Kanna quitó la tapa de la cesta tejida.

—Esto es harina para hornear —dijo. Colocó la bolsa acordonada en el mostrador y la abrió para que él pudiera ver el interior—. Y azúcar. Quería hacer algunas galletas.

Aang abrió el saco de tela, palideciendo al descubrir todo tipo de ropa interior que, absolutamente, no necesitaba ver.

—¡Ah!

Kanna le hizo un mohín y arrastró el saco a su dormitorio.

—Solo tú tienes la culpa de eso. Esta es mi ropa limpia.

—¿Y el baúl?

—Edredones y mantas. Se acerca el invierno y no quería pasar frío.

—¿Y las flores?

—¡Para darle un poco de color a este lugar, obviamente!

—¿Qué pasa con los códigos? ¿Eran proverbios?

Kanna sonrió.

—¡Todas las tonterías que me inventé!

Aang frunció el ceño.

—Espera... ¿algo de esto es para el Loto Blanco? ¿Me estás diciendo que pasé todo el día haciendo recados para ti?

Kanna se rio.

—Bueno, tener un bisonte volador hace que sea mucho más fácil que obligarme a correr por toda la ciudad. ¡Gracias por la ayuda, querido! Considéralo como una venganza... la expresión de tu rostro cuando viste mis calzones valió la pena con creces!

Aang gimió y se dio la vuelta para marcharse sin decir otra palabra, las carcajadas de Kanna se prolongaron detrás de él.


El cuento de Azula y Toph


Azula estiró los brazos por encima de la cabeza, entrelazando los dedos y disfrutando de la sensación del sol en su rostro. Un suspiro escapó de sus labios mientras caminaba por las calles junto a Toph. Puede que la Maestra Tierra no haya sido su primera opción como acompañante en este hermoso día, pero tampoco quería ir a comprar suministros con Zuko. En lugar de eso, ambas se dirigieron a una glorieta en el parque donde Azula había oído que habría una obra de teatro al aire libre. No se lo había contado a Toph todavía, Azula sospechaba que no tendría ningún deseo de ir si lo supiera.

El Sector Alto estaba lleno de gente hoy; hombres y mujeres ociosos que no tenían nada mejor que hacer con su vida que caminar bajo sus sombrillas, admirar los topiarios y reírse de cosas inútiles. Esta gente no tenía ni idea de lo que realmente acechaba fuera de los muros de su preciosa ciudad...

Un silbido lanzado en su dirección sacó a Azula de sus pensamientos. Era una multitud de chicos de aproximadamente la misma edad que ella y Toph.

—¡Hola, guapa! —le gritó uno de ellos desde el otro lado de la calle—. ¿Qué tal si vienes a pasar el rato con nosotros hoy? —Ni siquiera miraron a Toph.

Toph resopló, levantando su flequillo.

—Oh, por favor —dijo para que solo Azula pudiera oírla.

Azula se puso la mano en la cadera.

—¿Y por qué deberíamos?

Un chico, aparentemente su cabecilla, se acercó a ellas con confianza, y se apartó el pelo azotado por el viento.

—Porque creo que eres muy bonita. Y tú crees que soy guapo, ¿verdad?

—Sí, eso ya lo has dicho —dijo Toph, frunciendo el ceño.

—Sí, vas a tener que hacerlo mejor —agregó Azula, con una ceja alzada—. Pero supongo que eres agradable a la vista.

El chico pareció desconcertado por eso, pero se recuperó rápidamente.

—Bueno, eh... ¡tus ojos son hermosos, como monedas de oro! Y tu cabello es como la seda. Y tu ropa...

—Está bien, está bien —dijo Azula, conteniendo una risa. Miró por la calle de piedra caliza a las chicas de la nobleza que pasaban con el pelo recogido en trenzas y los labios pintados en diferentes tonos de rojo—. Iremos contigo siempre y cuando nos traten a las dos como princesas por hoy.

Toph palideció.

—Espera, ¿qué?

El chico miró a Toph y luego se encogió de hombros.

—Seguro, supongo. —Volvió a mirar a Azula, sonriendo—. ¡Ven con nosotros al parque! Los chicos y yo conseguimos un montón de verduras para tirarles a algunos actores que están montando una obra de teatro o algo así.

—Bueno, eso suena estúpido y sin sentido y casi tan divertido como verlo —dijo Azula—. Estoy dentro.

Volvió corriendo hacia sus amigos, pero antes de que Azula pudiera seguirlo, sintió que Toph tiraba de su manga.

—Espera.

—¿Qué pasa? ¿No quieres que esos chicos nos adulen? —Creyó que sería una buena distracción para dejar de pensar en Aang, y luego se preguntó por qué pensaba eso. No había nada sobre Aang que ocupara su mente más de lo habitual. Era simplemente Aang, tan exasperante y confuso como siempre— ¿O prefieres ver la obra? Algunas personas de mi pueblo solían interpretarlas, y a Zuzu, al tío y a mi madre les gustaban, así que a veces iba...

—No, no es eso —dijo Toph—. Es solo que... Esos chicos piensan que eres tan bonita y no es como si me fueran a mirar dos veces.

—Bueno, soy bonita —dijo Azula.

—Me alegro mucho de no poder ver tu rostro para confirmar o negar eso. —Se encogió de hombros—. Quiero decir, al crecer, Smellerbee y yo nunca nos preocupamos por ese tipo de cosas. Y todos los chicos nos tenían demasiado miedo para decir algo. Nunca importó.

Azula frunció el ceño pero puso una mano sobre el hombro de Toph en su mejor esfuerzo por ser reconfortante.

—Bueno, mi madre solía decirme que hay cosas más importantes que ser bonita. Eres fuerte y valiente y siempre dices lo que piensas. Eres irritantemente testaruda pero feroz. No te soportaba cuando nos conocimos, pero ahora, supongo que te considero una amiga.

Toph inclinó la cabeza.

—Eh... Gracias, supongo. —Bajó la voz casi hasta que casi se convirtió en un susurro—. Pero... ¿soy bonita?

Azula finalmente se dio cuenta del meollo del asunto cuando habló como si admitiera un gran secreto. Pensó que Toph nunca se había visto tan pequeña, tan vulnerable, con el flequillo cubriéndole los ojos y la cara fija en el suelo.

—Mmm. Nunca hubiera pensado que tendrías una inseguridad como esa, pero si quieres saberlo... Sí, creo que eres bonita. Y puedes decir cuando la gente está mintiendo, así que sabes que estoy siendo honesta.

—Sí, le mentiste perfectamente a ese tipo sobre ser agradable a la vista —dijo Toph, sonriendo. Se frotó los ojos con la palma de la mano y Azula notó, con un sobresalto, que había dejado caer una lágrima—. Pero... gracias, Reina Amargada.

Azula juntó las manos a la espalda y se inclinó hacia adelante, los ojos brillando con picardía y una sonrisa tan venenosa como el jade blanco.

—Ahora, ¿qué dices si ambas usamos nuestros considerables poderes de intimidación y hacemos a esos chicos esclavos de todos nuestros caprichos?

—Me parece una gran idea.


El cuento de Zuko y Mai


—Todavía es un poco difícil de creer —dijo Mai, balanceándose sobre una fuente con la facilidad y la gracia de un ciervo lince. Mirándola desde atrás y desde abajo, Zuko no pudo evitar admirar la imagen de ella de pie frente al cielo del atardecer. Naranjas, rojos, rosas y azules se mezclaban como acuarelas en un lienzo, como si ella nadara en un mar de fuego. A pesar de que solo vestía de negro y rojo, pensó que se veía hermosa rodeada de tanto color.

—Sí —dijo, paralizado—. Es…

Ella bajó de un salto y aterrizó sobre ambos pies sin ningún esfuerzo aparente y le tomó un momento a Zuko darse cuenta de que el hechizo se había roto.

—¿También te cuesta creerle al Avatar?

—¿Qué? —preguntó Zuko. Sacudió la cabeza, alejando la bruma de confusión de su mente—. Oh, no. Es, eh, una historia un poco loca, pero le creo. —La imagen del hombre con cicatrices que le había dado el Fuego Control se elevó al primer plano de sus pensamientos, pero Zuko sacudió la cabeza para desterrarlo también a él.

Mai se cruzó de brazos y se sentó en el borde de la fuente, mirando al cielo. Esta parte del Sector Alto estaba tranquila y vacía, como si hubiera sido reservada solo para ellos.

—Es raro pensar que tu hermana me asesinó en ese mundo.

Zuko se sentó a su lado.

—Ella no es la misma. —La voz le salió ronca—. No le... tienes miedo, ¿verdad?

Mai tardó un momento en responder.

—No. Pero sospecho que mi otro yo sí.

—Azula se lo tomó muy mal cuando Aang nos dijo la verdad —admitió Zuko—. Pero... ¿puedo decirte algo que no le he dicho a Aang?

Ella fijó sus ojos en los de él.

—¿Qué?

—Un Gurú nos dijo que llevamos algunos espíritus que se han adherido a mí, a Azula y a Toph —explicó—. Pero no creo que sean espíritus. Yo lo vi. Se parecía a mí, pero un poco más mayor y tenía una cicatriz sobre el ojo izquierdo. Y Aang dijo que nuestros dos mundos están siendo forzados a unirse.

—Crees que es ese otro Zuko.

—Sí —dijo—. Y que Zuko era un experto Maestro Fuego. Creo que fue él quien me dio la habilidad de hacer Fuego Control.

—¿Y cómo se manifiesta esta versión espiritual de ti de otra manera? —Ella apartó la mirada—. No es que sea una experta en bebidas espirituosas ni nada por el estilo.

—No lo sé —respondió Zuko—. A veces siento cosas que no son mías. A veces tengo sueños extraños. También he oído su voz en el fondo de mi cabeza algunas veces, como si estuviera tratando de decirme qué hacer.

—Bueno, yo no he oído ninguna voz —dijo Mai—. Supongo que a la otra yo no le importó lo suficiente como para pedir un aventón.

Zuko sintió una opresión en el pecho.

—O tal vez... —Se calló.

—¿O tal vez es porque está muerta, eso es lo que estabas a punto de decir? —Mai resopló, su voz escociendo como una avispa buitre—. Sí, quizás.

Zuko recordó cómo el Gurú había dicho que Teo, el hijo de la Astrónoma, también tenía una especie de presencia espiritual a su alrededor, y se preguntó si eso significaba que el Teo del mundo de Aang había tratado de fusionarse con él. Pero, ¿qué pasa con todos los demás en el mundo? ¿Hasta dónde había llegado esto?

—¿Por qué crees que Mai terminó volviéndose contra Azula? —preguntó Mai de repente—. ¿Por qué la repentina muestra de moralidad después de dejar que su princesa cometiera todo tipo de atrocidades?

—No puedo decirlo con certeza —admitió Zuko—. Ni siquiera Aang lo sabe. Tenías una mejor amiga llamada Ty Lee que traicionó a Azula contigo. Pero lo que sí me dijo fue que, en el otro mundo, tú y yo estábamos... saliendo. Juntos. —Se aclaró la garganta, decidiendo que era mejor dejar de lado el hecho de que Ty Lee era algo así como su ex novia en este mundo, y por primera vez se preguntó si él también tenía ese tipo de relación con ella en el mundo de Aang. El calor le subió al cuello y buscó desviar la conversación hacia cualquier tema que se le pudiera ocurrir, fijando los ojos en los postes de las linternas apagadas que salpicaban el exterior de la plaza—. Uh... ¿Quieres ver cuánto he practicado el Fuego Control? —Se puso de pie.

Mai permaneció sentada, cruzando las manos en su regazo con una expresión ilegible.

—Seguro.

Zuko respiró hondo y apuntó a cada uno de los postes uno por uno con dos dedos, tal y como Azula le había enseñado. Sintió el calor subiendo a sus dedos y lo dejó salir, finas ráfagas de fuego se dispararon hacia las mechas de la linterna con una precisión milimétrica. Tenía que agradecerle al entrenamiento de Mai por eso.

Se detuvo un momento para admirar su obra, las llamas bailando como estrellas en el manto de la noche que había caído a su alrededor. Volvió a mirar a Mai, y le encantó ver cómo sus ojos oscuros reflejaban la luz del fuego, lo que le hizo pensar que había absorbido todos los colores del atardecer en ellos.

Se levantó y se acercó a Zuko, poniéndole una mano en la espalda baja.

—Es bonito —admitió—. Y a la luz de lo que me acabas de decir... nadie puede decir con certeza lo que estaba pasando por su mente, ni siquiera Aang. Pero creo que soy yo la que está en la mejor posición para adivinar. —Llevó los dedos de su otra mano suavemente a su barbilla, girando su rostro paraque mirara el de ella—. Y creo que lo hizo porque la otra yo podría haber amado al otro tú.

Mai lo besó y él sintió que se derretía con su toque, presionando su cuerpo contra el de ella en un intenso abrazo. Sintió todo el calor del cielo oscuro inundar su ser, en sus labios y los de ella y en las manos que apretó contra su espalda y su brazo, y el acre olor del humo...

—¡Zuko! ¡Detente! —exclamó de repente, apartándose de él. Por un momento estuvo demasiado sorprendido por la forma en que ella había levantado la voz para hacer algo hasta que la vio golpear furiosamente su ropa, sus largas mangas dejando un rastro de humo negro. Presa del pánico, se lanzó sobre ella y ambos cayeron a la fuente en un revoltijo de agua y extremidades. Cuando salió a la superficie, el rímel negro se había corrido por sus mejillas y su rostro no delataba diversión—. Necesitas aprender a manejar mejor tu Fuego Control.

—¡Lo siento! —Se impulsó para ponerse de rodillas y en su apuro resbaló y cayó, salpicándola de nuevo—. ¡Todavía soy nuevo en esto!

Pero esa vez ella finalmente sonrió, lo suficiente para que toda tensión abandonara a Zuko y él no pudo evitar reír.


El cuento de Sokka y Suki


Sokka no podía creer que Suki hubiera logrado arrastrarlo a una casa de poesía.

Le pareció que era un establecimiento elegante en medio del Sector Bajo, y esperaba que estuviera lleno de tipos nobles estirados y engreídos, pero se sentía más como una taberna que había sido readaptada en algo nuevo, con toda la desfachatez y el encanto que eso conllevaba. Lo encontró demasiado oscuro para su gusto y el olor a licor y pipas viejas se impregnaba y se asentaba en la madera con el paso de los años, pero gente de todo tipo había venido aquí, turnándose para dar rienda suelta a su creatividad en la plataforma elevada que usaban como una escenario. Todos ellos añadían una cierta cantidad de teatralidad a sus actuaciones que incluso hicieron que Sokka, por un breve y salvaje momento que sofocó rápidamente, quisiera saltar allí y decir algo él mismo. Ni él ni Suki actuaron y, en cambio, escucharon en silencio, sin querer llamar la atención de forma indeseada.

Después, caminaron por las sinuosas calles de la ciudad, y se deambular acabó por alejarlos del distrito de los Farolillos de Papel. El viento les traía música de algún lugar lejano de la ciudad, flautas y cuerdas componiendo una melodía que lo hizo sentirse a gusto en este sitio por primera vez.

—Entonces... ¿te gustó? —le preguntó a Suki, hablando por primera vez desde que salieron de la casa de poesía.

—Estuvo bien —dijo ella, encogiéndose de hombros sin entusiasmo—. Me recordó a las noches de haiku que se hacían en mi pueblo. Pensé que esto me gustaría más.

—¿Tu pueblo? —preguntó—. ¿Lo recuerdas? —Rara vez había hablado sobre la Isla Kyoshi y de su tiempo allí antes de que él la conociera. Debido a su proximidad a la Tribu Agua del Sur, había sido uno de los primeros territorios del Reino Tierra en caer ante ellos en la guerra, mucho antes de que ninguno de los dos hubiera nacido. Pero Suki había vivido allí hasta la edad de cinco o seis años, cuando su gente se rebeló y el abuelo de Sokka los reprimió rápidamente. Sokka recordaba vívidamente cuando su padre regresó a casa con Suki, habiéndola adoptado como protegida de la familia real. No fue hasta años después que se enteró de que ella era poco más que una rehén para evitar que el jefe de la aldea se rebelara de nuevo.

Fue la abuela de Sokka quien convenció a Hakoda, cuando se convirtió en emperador dos años después, para que la dejara comenzar su entrenamiento de Guerrera Kyoshi, una parte de su singular cultura que a Gran le había gustado (aunque su padre pensaba que era poco más que un estilo de baile, como hizo Sokka en aquel momento). Suki era la última de ellos que todavía practicaba ese arte. Ese hilo de pensamientos lo llevó de regreso a su abuela y la apartó de su mente.

—Un poco, sí —dijo, con un toque de firmeza que le dijo a Sokka que había terminado de hablar del tema—. ¿Te gustó?

—¿La poesía? —se burló él—. Cosas tontas de chicas.

Ella arqueó una ceja y sonrió.

—Sí, claro. Estabas tan absorto con todos los que hablaban que pensé que ibas a llorar en cualquier momento.

—¡De ninguna manera!

—Ajá. Tus ojos se veían llorosos y todo.

Estaba a punto de replicar cuando se dio cuenta de que sin querer habían entrado en una plaza con un pozo de ladrillos bien escondido de todo lo demás contra la pared del Muro Exterior, uno de los posibles puntos de encuentro con Katara. Se estremeció cuando una brisa helada recorrió la plaza vacía. Todavía no tenían noticias de ella y sabía que Suki había empezado a preocuparse por ella y Yue.

Suki se acercó al pozo y pasó el dedo por el borde, mirando hacia las profundidades. Cientos de pozos salpicaban toda la ciudad, una parte integral de su plan.

—¿Desearías que Yue estuviera aquí contigo en la ciudad, mientras yo estoy allí con tu hermana? —le preguntó sin mirar en su dirección.

Frunció el ceño. Era tan propio de ella decir exactamente lo que tenía en mente en lugar de dejar que se revolviera y se convirtiera en algo más grande. Era franca y directa, un rasgo que él admiraba de ella y del que las mujeres de su tribu tendían a carecer.

—¿Por qué piensas eso?

—Bueno, no lo sé —dijo—. No parece que disfrutes de mi compañía.

—Estamos aquí en una misión —dijo. Algo se agitó en su interior, la misma parte que lo había instado a rescatar a Toph cuando yacía en medio de un camino polvoriento, inconsciente y deshidratada. Una parte que no deseaba nada más que envolver a Suki en un abrazo, un dolor que se sentía como una pérdida, hueco y punzante. Reprimió la sensación—. No es momento para disfrutar de nada.

—Tú y Yue estuvieron prometidos una vez —dijo ella—. ¿Tiene que ver con eso?

—Solo porque nuestros padres lo dijeron —respondió. Y a él le había gustado la idea, hace tiempo. Incluso había venido a vivir con su familia (como otra pupila, aunque menos rehén que Suki; Katara había estado encantada de tener dos "hermanas") después de que eso se decidiera, dándoles a los dos la oportunidad de conocerse antes de que cumplieran los dieciséis. Pero ambos habían sido niños, con solo doce años. Pensó que a Yue también le había gustado la idea, al menos hasta que resolviera convertirse en acólita en el Templo Agua del Avatar Kuruk, con todas las demás sabias mujeres. Había sido su elección anular el compromiso—. Escucha, no sé de dónde viene todo esto. ¿Por qué mencionas a Yue?

—¡No te mataría hablar de tus sentimientos a veces, ya sabes, en lugar de desviar la conversación! —dijo, volviéndose hacia él con las manos en las caderas.

La misma extraña sensación de pérdida burbujeó en su interior cuando pensó en Yue, dejando a Sokka confundido más que nada.

—Es estar aquí —dijo finalmente—. En esta estúpida ciudad. Es pensar en mi abuela y en que hizo lo que hizo. —La idea de lo que su gente había hecho, obligando a la mitad del Reino Tierra a esconderse detrás de estos muros. Vaciando bosques. Secando pantanos. La idea de que a alguna parte inexplicable de él incluso le gustara estar aquí, la poesía y los faroles y las tiendas; el olor en el aire de algo cocinándose a todas horas del día o de la noche, ya fuera unas papas o un festín de carne con aromas de especias que casi podía saborear en su lengua. La música y las multitudes tenían una calidez que le faltaba a su ciudad. O tal vez no era la Ciudad del Polo Sur la que carecía de todo eso, sino solo su palacio. Su antiguo hogar.

—¿La odias?

—Sí —dijo Sokka de inmediato, pero luego lo corrigió con la misma rapidez—. No. No lo sé.

—Bueno, creo que debes decidir si lo haces o no —dijo Suki, cruzándose de brazos—. Y lo que harías si la volvieras a ver.

Se pasó una mano por el pelo suelto y dejó escapar un suspiro que pareció consumir toda su energía.

—Supongo que sí.

Ninguno de los dos dijo nada después de eso. Su cabeza daba vueltas. La medianoche había llegado y había pasado, pero no tenía ningún deseo de regresar a su apartamento, solo para dar vueltas en su saco de dormir durante la noche. La lejana melodía finalmente se apagó y todo se volvió anormalmente silencioso, excepto por el agua que corría debajo de ellos, en lo profundo del pozo. Pero ahora que no oía nada más, parecía como si el agua corriera más rápido, más fuerte, subiendo a su encuentro.

—¿Sokka? —preguntó Suki, alejándose del pozo—. ¿Qué es eso?

El agua brotó desde las sombras, trayendo consigo a su hermana, que estaba en su cresta y se bajó de ella, dejando que el oleaje bañara la plaza. Salió del pozo, se sacudió el polvo de su vestido verde y respiró hondo.

—Ahh —suspiró, cerrando los ojos—. Mi primer bocanada de aire fresco en días. —Sokka sabía que había aprovechado el momento para disfrutar de la sensación de estar bajo la luz de la luna de nuevo; él, como cualquier Maestro Agua, se sentía vigorizado cada vez que su sangre vibraba con su energía.

Se acercó a ella con los dientes apretados.

—¿Eres idiota? ¿Y si alguien te ve? Que vinieras aquí no era parte del plan.

Katara lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Ese es el tipo de saludo que recibo? —Se puso una mano en la cadera y volvió a mirar hacia la oscuridad del pozo—. Nada ha ido según el plan desde que comenzó todo esto.

—Eso es culpa tuya —le dijo Sokka.

—Puede que sí —admitió mientras Suki la abrazaba a modo de saludo—. Pero necesitaba salir de allí por un tiempo.

—¿Qué pasa? —preguntó Suki, con el ceño fruncido por la preocupación cuando Katara pareció incapaz de apartar la mirada de las entrañas de la ciudad. Algo en la forma en que miraba hacia abajo inquietaba también a Sokka.

—Bueno, desde ayer... algunos de nuestros hombres han estado desapareciendo.


El cuento de Kanna


Kanna tarareaba para sí misma mientras trabajaba, dándole forma a la masa y la pasta de frijoles rojos con los dedos. Había mucho por hacer, pero hornear le proporcionaba la sensación de comodidad y familiaridad que necesitaba urgentemente. Se sentía sola en esta ciudad.

Ella tenía a Piandao, claro, pero él era más bien un colega dentro del Loto Blanco. Lo conocía desde casi el mismo tiempo que ella era miembro. Solo en ese aspecto, ella era su subalterna. Además, después de que el Loto Blanco le diera su trabajo de caligrafía, había pasado la mayor parte de sus días allí, sirviéndoles de tapadera mientras ella se quedaba en casa; fingiendo ser su anciana madre que pasaba el tiempo sola, el enlace secreto del Avatar con el Loto Blanco.

No siempre le había gustado hornear. Era un pasatiempo que había redescubierto durante el exilio del Príncipe Sokka debido a las muchas noches en el mar sin nada más que hacer. Antes de eso, sin embargo, le encantaba cocinar. A Kanna no le importaba que preparar comida estaba por debajo de su posición: era la reina consorte y, más tarde, la Madre Luna (un título rimbombante que pretendía transmitir algún tipo de importancia como madre del Emperador, según pensaba siempre, pero en esencia no era más que eso), no una sirvienta común. Pero su esposo y luego su hijo le permitían ese capricho. Después de todo, a menudo disfrutaban de los frutos de su trabajo: les encantaban algunos de sus platos característicos, como la carne de foca dorada y glaseada en una salsa de quinotos del océano, estofado de gallina ártica o los platos de filete de pescado con verduras resistentes importadas de la Isla Kyoshi y más allá.

La cocina siempre fue algo de lo que podía sentirse orgullosa, algo que era suyo, no como el Agua Control que había compartido con Hama. Era un vínculo con su recuerdo de un hogar lejano antes de que la enviaran al sur para casarse con un príncipe. Ella había amado a otro, en ese entonces, y había sido amada a su vez. Pakku también había atesorado su cocina. Así que, cuando se encontró en un lugar desconocido lleno de gente desconocida, la cocina fue a lo que pudo recurrir al principio.

Durante muchos años fue algo suyo. Al menos hasta más tarde, después de que tuvo a su hijo y otra muchacha fue llevada al palacio. Otra chica en una situación igual a la suya, aunque de la tribu Pingüino del sur en lugar de la del norte, como Kanna.

El dulce olor de sus pasteles de luna flotaba en el aire y no se había dado cuenta de que se había quedado tan atrapada en sus pensamientos y recuerdos y los había sacado del horno de leña cuando terminaron de hornearse. Los dejó enfriar en el alféizar de la ventana y volvió a poner en un jarrón el ramo de flores que el Avatar le había traído. Unos minutos más tarde, notó unas manos diminutas y sucias que se asomaban por la ventana y tomaban sus pasteles calientes directamente del plato. Más manos siguieron poco después, así que se acercó a la ventana y se asomó por ella.

—Ya, ya —dijo—. Podrían haber preguntado, ¿saben?

Un puñado de niños se dispersó, pero una se quedó, con una mirada hosca fija en sus pies.

—Lo siento —dijo la niña. Se limpió un poco de la pasta de judías rojas de sus manos en su sencillo vestido, sucio y hecho jirones en algunas partes—. Pero huelen bien.

Kanna la miró, podía reconocer a un niño hambriento cuando lo veía.

—No lo sientas, querida. Ve a buscar a tus amigos y diles que podemos compartir, ¡no puedo comer todo esto yo sola!

La niña sonrió y se fue corriendo, regresando solo momentos después con los mismos niños que devoraron el plato en segundos.

—¡Gracias, señora!

—¡Estaban riquísimos!

—Solo llámenme Gran Gran —dijo con una sonrisa—. Supongo que tendré que hacer más, ¿no? Pero tomará algo de tiempo, así que vayan a jugar y vuelvan más tarde.

La mayoría de los niños hicieron precisamente eso, excepto la que se quedó había quedado atrás antes. Miró a Kanna sus ojos verdes muy abiertos, retorciéndose los dedos.

—¿Puedo ayudar?

—Por supuesto que puedes —respondió, y se puso a trabajar para juntar los ingredientes en un tazón nuevamente. La niña se incorporó sobre sus codos, balanceándose sobre el alféizar de la ventana con los pies colgando afuera—. ¿Alguna vez has horneado antes?

—Sí —dijo ella—. Papá me dejaba mezclar.

—Entonces ese será tu trabajo de nuevo —dijo Kanna, entregándole el tazón y la cuchara para mezclar—. Debes ser una experta.

—¡Sí! —La niña sacó un poco la lengua mientras trabajaba y finalmente se sentó en el alféizar por completo para sostener el cuenco en las piernas—. Ya no lo hace —dijo—. Siempre está muy cansado después de trabajar todo el día en el Sector Medio como mamá. Eso está muy lejos de aquí.

—Oh, apuesto que sí —dijo Kanna, ofreciéndole una sonrisa comprensiva. Supuso que la mayoría de los niños de Ba Sing Se tenían una historia similar, si es que no eran huérfanos—. Debe trabajar muy duro.

La niña resultó ser una parlanchina, parloteando sobre todo tipo de temas y preocupaciones de una niña de siete años en el Sector Bajo. Quizás se debió a que el recuerdo estaba fresco en su mente, pero a Kanna le había recordado a la muchacha, una adolescente en ese momento, que llegó al palacio de hielo de la Tribu Pingüino, a quien le había enseñado a cocinar. La prometida de su hijo, Kya.

Kya también había estado sola. Con miedo. Una niña, como Kanna, atrapada en las tradiciones de su tribu que habían desarraigado su vida y tomado decisiones por ella. Callada y amable, pero ansiosa por aprender, más valiente de lo que Kanna había sido nunca. Con el tiempo, Kya se había convertido en algo así como una hija para ella. La cocina se había convertido en una tradición para ellas, una habilidad y pasatiempo que habían cultivado juntas. Habían construido una relación entre ellas y habían encontrado la fuerza para resistir el duro entorno del Polo Sur.

La anciana se había preguntado a menudo qué les habría deparado el destino de haber tenido la libertad de elegir una vida por sí mismas. Qué destino podría haber tenido Kya si Kanna hubiera hecho lo correcto en lugar de permanecer de brazos cruzados. Pero era demasiado tarde, y ahora Sokka y Katara no tenían a su madre.

Vio a Kya de pie a su lado, cocinando con ella, la niña que había sido cuando vino por primera vez a vivir al palacio. Luego, como madre, con sus dos hijos tirando de sus faldas, ambos amados a pesar de las tristes circunstancias de Kya. Le sonrió a Kanna y un carámbano de culpa se retorció en su pecho.

—¿Señora? —preguntó la niña, devolviéndola a la realidad—. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

Kanna se secó los ojos apresuradamente.

—No te preocupes por mí —dijo—. Anda, corre y ve por tus amigos de nuevo. La segunda tanda debería estar lista pronto.

Ella frunció el ceño con preocupación rebosante en sus ojos, pero hizo como le había dicho, saltando del alféizar de la ventana y desapareciendo en la ciudad. Kanna se apartó de la ventana, sus ojos se posaron en los pensamientos de nieve y recordó la noche en que los vio por última vez.

La ventisca se había arreciado y el viento aullaba aquella noche, cuando la tundra reclamó uno de los suyos.

Notes:

Notas originales del autor: "No era mi intención exponer algo de la historia de Suki y Yue, pero ya habíamos visitado eso antes en la trama, así que no había mucha oportunidad de hacerlo de nuevo. Sinceramente, es una especie de retcon. Probablemente sea uno de los únicos retcons reales que voy a hacer, pero hace unos diez años no lo había pensado tanto como ahora y me di cuenta de que la historia original que tenía (Kyoshi siendo invadida y cayendo en manos de las Tribus Agua por primera vez cuando Suki era una niña y Kya recogiéndola para adoptarla) no tenía mucho sentido. En esta versión, Suki (y, en menor medida, Yue) es una protegida de la familia, más o menos como lo era Theon para la familia Stark en Juego de Tronos. Yue tenía un estatus un poco más elevado hasta que se unió a las Sabias del Agua.

Además, es posible que hayan visto un pequeño cameo de un personaje de La Leyenda de Korra."

Chapter 37: La Noche de las Cien Juergas

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 16: La Noche de las Cien Juergas

 

Entonces… ¿de verdad se conocían desde el principio?

Iroh se rio entre dientes, agarrándose la barriga, que realmente ya no parecía ser tan grande.

No del todo. Sabíamos de las hazañas y actos de los demás dentro de nuestra sociedad, pero no hemos tenido la oportunidad de reunirnos todos en persona hasta ahora.

Aang asintió ante la respuesta, pero de ahí surgieron más dudas. Quería preguntar más, necesitaba preguntar más: ¿qué sociedad?, ¿es eso a lo que se refería Bumi con lo de "todos los ancianos se conocen"?, ¿por qué nadie se lo dijo?, ¿por qué no se habían reunido antes, durante el Día del Sol Negro que terminó con tanto fracaso y muerte?, ¿por qué ahora, cuando el cometa estaba a solo unas horas de aparecer?

Habían acampado en las afueras de Ba Sing Se, donde la sociedad secreta de Iroh planeaba recuperar la ciudad. Según la información de Zuko, tenían una idea aproximada de dónde Ozai y Azula tocarían tierra y comenzarían su inmolación del Reino Tierra. El Equipo Avatar se había encontrado con el campamento de Iroh, una congregación de tiendas de campaña y personas con túnicas índigo y mantos blancos, que el mismo Iroh llevaba incluso ahora, y los dos estaban sentados juntos ahora, en su tienda, hablando y repasando estrategias.

Aang, tu destino, todos nuestros destinos, convergerán hoy. Todo cambiará a partir de ahora continuó Iroh—. Puedo sentirlo.

Iroh. Bumi. Pakku. Jeong Jeong. Piandao. Se alegraba de volver a verlos, a pesar de las circunstancias, pero el pavor inundaba su estómago y el miedo a su inminente confrontación con Ozai casi lo hizo enfermar.

Iroh... no sé qué hacer. Todos quieren que acabe con el Señor del Fuego, pero no sé si puedo.

Confía en ti mismo, Aang dijo Iroh. Sé que tomarás la decisión correcta y salvarás al mundo.

Iroh tenía razón. Desde ese día, todo había cambiado.


—¿Cómo se supone que voy a luchar en esto? —preguntó Aang, su rostro se torció en una mueca mientras se miraba a sí mismo en el espejo. Le habían dado una túnica de color amarillo mostaza con un dobladillo que casi le llegaba a los pies, abierta pero atada a la cintura con una banda de satén negro. Las mangas eran anchas pero con gruesos puños negros y ribetes dorados. Debajo de la túnica exterior, vestía una túnica sencilla de un color lino más claro que le daba comezón y le llegaba a las rodillas, lo que hacía que todo se sintiera voluminoso y pesado. El dobladillo de la túnica exterior había sido decorado con patrones de nubes arremolinadas; apreciaba el nivel de detalle que hasta incluía un bisonte volador en miniatura volando entre ellas. Completando el conjunto, había un collar de cuentas para orar y botas negras lisas.

Mai le dio una mirada divertida al collar mientras se lo ponía.

—Supongo que al menos recordaron que eres un monje. Pero esto no está pensado para luchar. Vamos a una fiesta, no a una batalla.

—Nunca usábamos nada tan extravagante en ese entonces —respondió. Quienquiera que hubiera diseñado este atuendo no tenía idea de lo que realmente era un Nómada del Aire, al parecer. Se miró de nuevo en el espejo, pasando la mano por su cabello cuidadosamente recortado, cortesía de Mai—. Pero eso es fácil de decir para ti. No llevas túnicas gigantes que te pesen.

En efecto, la Guerrera Roku se las había arreglado para proveerse de ropa que le diera mucha más libertad de movimiento. Vestía de negro, como de costumbre, con mangas anchas y voluminosas para ocultar su multitud de armas. Por lo demás, usaba botas largas y pantalones grises debajo de una falda corta; Aang estaba acostumbrado a verla con vestidos más largos, por lo parecía que la hacía ver más alta. Combinado con sus mangas que parecían alas, le daba la impresión de estar viendo una especie de gorrión. Elegante, pero funcional. Mai tenía la excusa de venir al banquete como guardaespaldas del Avatar, no como invitada al igual que el resto de ellos. Ella se encogió de hombros y metió las manos en las mangas.

—¿Bajamos y nos reunimos con los demás?

Él asintió y ella abrió el camino. Zuko, Azula y Toph ya los estaban esperando junto a la puerta, listos para salir, todos con distintos niveles de reticencia.

—Han tardado bastante —dijo Toph cuando llegaron. Llevaba un hanfu de color verde pálido, con un pañuelo verde más oscuro alrededor de los brazos y un tocado con incrustaciones de perlas que estaba puesto de lado en su cabello corto. Las mangas se le extendían mucho más allá de sus manos, casi tocando el suelo. Se puso de pie, con una postura más agazapada de lo normal y Aang creyó que era porque Toph no se había vestido con algo así en años. No podía leer su expresión, pero cuanto más pensaba en ello, más se parecía a la forma en que vestía cuando Aang la conoció por primera vez en la propiedad de los Beifong, o en su visión con el jabalí volador.

Zuko no dejaba de retocarse el pelo en su reflejo, tratando de asegurarse de que su moño estuviera recto, lo que hizo que Aang lo viera con más detenimiento solo para notarlo: llevaba la corona de Azula en el cabello, aparentemente ella se la había prestado para esta ocasión. Su ropa era la más familiar a Aang: un tarje al estilo de la Nación del Fuego con hombros puntiagudos, todo rojo, negro y dorado. Se puso firme cuando Mai entró en la habitación.

—¡Vaya, Mai, te ves hermosa!

Ella esbozó una sonrisa y él le ofreció su brazo, que ella tomó mientras salían hacia la puerta.

—Gracias, Zuko —dijo—. Bien hecho, has recordado tus cortesías.

—¿Qué pasa, Toph? —preguntó Aang, frunciendo el ceño—. ¡Te ves genial!

Su rostro se suavizó por un momento, pero luego volvió a poner una expresión de inquietud.

—Gracias, Pies ligeros. Es solo que esto no es lo mío.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó Azula, con el labio inferior sobresaliendo en un mohín—. ¿No tienes nada bueno que decir sobre mi atuendo?

—¡Por supuesto que sí! —dijo Aang, su rostro se calentó al mirarla. A Azula le habían dado un hanfu carmesí, que se abría en la cintura con un dragón dorado bailando a lo largo de los pliegues desde el dobladillo hasta el pecho. Tenía mangas sueltas que combinaban con el carmesí y el dorado, dejando sus hombros desnudos. Diseños bordados que representaban un arco iris de llamas y flores decoraban las mangas, mostrando toda una escena entre sus pliegues cuando extendía los brazos. Su larga cabellera había sido tejida en un elaborado tocado al estilo del Reino Tierra, el cual Aang supuso que pesaba sobre su cabeza—. Te ves... fantástica —se atragantó con las palabras, fijando sus ojos en una orquídea rojo sangre que había en su tocado—. Eh, bueno, es mucho, todos llevamos mucho, pero las dos se ven increíbles...

Satisfecha, enganchó su brazo en el de Toph.

—¿Ves, Toph? Hemos conseguido que el Avatar se enredara con sus palabras —dijo, compartiendo una mirada divertida con Aang.

—Vayamos y terminemos con esto —dijo Toph.

Aang soltó una bocanada de aire y tomó el otro brazo de Toph, tratando de disipar su sonrojo con pura fuerza de voluntad.

—Estoy de acuerdo.


—Estás siendo obstinada si crees que deberíamos quedarnos. No estás pensando con claridad.

—Odio cuando haces eso.

—¿Hacer qué? ¿Señalar tu imprudencia?

—No, simplemente hacerme a un lado y que no me respetes porque soy “obstinada” o “irracional”. Es increíble, después de todo lo que hemos logrado para llegar aquí, ¿solo quieres abandonarlo todo e irte?

Suki, que se había mantenido al margen de la discusión con Ghashiun, aprovechó ese momento para intervenir.

—Ustedes dos deberían bajar la voz —instó—. Si nuestros vecinos los oyen, todo el asunto será inútil, y una es una vieja gruñona y ni siquiera sabe que somos el enemigo.

Sokka apretó el puño pero se dio la vuelta y dejó escapar un profundo suspiro.

—¿Pero once hombres desaparecidos? A no ser que hayan conseguido perderse ahí abajo, significa que algunos Maestros Tierra nos han descubierto y están tratando de acabar con todos. Lo saben, Katara. Tenemos que irnos.

—¿No crees que darían la alarma si lo supieran? ¿Que toda la ciudad estaría alborotada? —replicó ella. El estrecho apartamento empezaba a irritarla aún más.

—Eso provocaría pánico —respondió—. Por supuesto que no lo harían. Y no lucharían directamente contra nosotros porque tienen la ventaja. Conocen esos túneles.

—Así no es como luchan los soldados del Reino Tierra —dijo Katara—. Creo que solo estás siendo un cobarde. —Su tono estaba mezclado con rencor, golpeando donde sabía que dolería para vengarse de él por llamarla irracional.

Él la miró rabia y por un momento Katara creyó había logrado hacer que se retractara, pero hoy estaba demostrando ser más terco que de costumbre.

—Está bien, si no son soldados, ¿entonces qué es?

—Ya te lo he dicho. Yue cree que los espíritus se los están llevando.

Se burló.

—¿Ahora incluso tú te tragas sus tonterías?

—Hey —dijo Suki, interviniendo de nuevo—. Si alguien sabe de espíritus, es ella.

Y así fue como sus discusiones iban y venían durante todo el día: Sokka y Katara discutían cada vez con más intensidad mientras Suki trataba de hacer de pacificadora y Ghashiun permanecía en silencio. En última instancia, la decisión era de Katara porque era su misión, pero cuando Sokka por fin estuvo dispuesto a considerar la idea de que los espíritus fueran los culpables, la instó a regresar de todos modos, porque eso tenía el potencial de ser aún peor. Para empezar, Katara no estaba segura de si le creía a Yue, incluso ella admitía que era extraño que tantos espíritus habitasen un área debajo de una ciudad tan enorme.

Pero no importaba. Ella no iba a dar marcha atrás ahora.


—¡Yo nunca, jamás le daré la espalda a alguien que me necesite!


Salió a la noche sola para refrescarse la mente, su torbellino de pensamientos la hacía sentir mareada. Katara había logrado cruzar las murallas de la ciudad. Había atravesado el laberinto de túneles para llegar aquí y ahora podrían continuar con el plan original: trazar los puntos de acceso a los túneles en toda la ciudad y coordinar un ataque combinado, pero para eso ella y Ghashiun necesitaban encontrar a su hermana, Nagi, y así la información que ella pudiera proporcionar.

Respiró el cálido aire de la noche, extendiendo los brazos mientras sentía el poder de la luna fluyendo a través de ella, recordando las enseñanzas de su abuela de como la luz de la luna recorría sus venas. El ronco tono de Hama diciéndole que la luna era solo una ayuda resonó en su otro oído. Incluso cuando no había luna llena, nunca la abandonaba, su poder siempre estaba ahí para ser aprovechado.

—¿Siempre sales a hacer ejercicios de respiración tú sola por la noche en medio de la calle?

Katara estuvo a punto de darse la vuelta con una ola de agua elevándose tras su cabeza, a punto de arrastrarlo con el agua, pero recordó dónde estaba y se detuvo a tiempo. Fijó sus ojos en un chico con el pelo castaño y desgreñado que estaba apoyado casualmente contra un puesto de frutas vacío, con una ramita entre los labios. No se había dado cuenta de que estaba allí.

—¿Siempre te acercas de la nada a las chicas solas en mitad de la noche? —le preguntó, frunciendo el ceño—. Lo que yo hago no es asunto tuyo.

El chico se quitó la ramita de la boca y la hizo rodar entre los dedos.

—Lo siento por eso. Francamente, no estoy suelo poder acercarme de la nada a mis amigos en absoluto. —Se aproximó a ella, pero mantuvo la distancia, lo cual a Katara le pareció bien—. Déjame empezar de nuevo. Hola, soy Jet, y soy un idiota por asustarte.

El pensamiento de realmente arrastrarlo con una ola de agua pasó por su mente; un pensamiento intrusivo parecido al eco de la voz que escuchaba a veces, como un recuerdo.

—June —dijo—. Y sí, yo diría que sí.

Él se encogió de hombros, ofreciéndole una sonrisa torcida.

—Supongo que me lo merezco. —Se inclinó y ladeó la cabeza, enganchando las manos en su cinturón donde ella notó que guardaba un par de espadas. Él siguió su línea de visión—. ¿Qué te trae a Ba Sing Se, June?

—Soy una refugiada —dijo, manteniendo la voz mesurada. Consideró la posibilidad de llevarlo a un callejón con su Sangre Control y dejarlo allí, pero algo en él la intrigaba—. Cómo todos los demás.

—No creo que eso sea cierto, June —dijo, acercándose. Katara se mantuvo firme—. No tienes la misma mirada de derrota que el resto. Creo que eres una luchadora.

—Quizás sea que soy nueva en esto.

Volvió a poner la ramita entre sus labios y ella la vio oscilar mientras hablaba.

—De ninguna manera. Eres como yo, June.

La clásica táctica de manipulación. El uso repetido de su nombre, entrando poco a poco en su espacio personal, haciendo como si se identificara con ella, distinguiéndolos a los dos de los demás y dándole algo en lo que fijarse. Puede que ni siquiera se hubiera dado cuenta de que hacía esas cosas, pero ella era una experta. Lo único que le faltaba eran los cumplidos.

Se abrazó a sí misma y apartó la mirada, tratando de parecer pequeña.

—Pero mis ojos, son...

—Azules —dijo, terminando por ella—. Y creo que son muy bonitos. Pero puedo asumir lo que pasó... y no representan quienes eres tú, June. Mucha gente tiene una historia similar.

Ahí está. Nada mal.

—Gracias —dijo ella, volviendo a mirarlo.

Él se encogió de hombros.

—Te dejaré volver a tus ejercicios de respiración. Siento haberte molestado, June, pero estoy seguro de que tendré la oportunidad de compensártelo. —Se dio la vuelta, despidiéndose con un gesto de su mano mientras se marchaba—. Nos vemos.

Lo vio irse, casi compadeciéndose de él. Katara se preguntó si esto era un juego para Jet, si a menudo trataba de manipular a la gente para sus propios fines. Sin embargo, tenía razón en un aspecto: ella era una luchadora, por lo que se preguntó para qué podría necesitar luchadores. Su enfado con su hermano se había evaporado solo para ser reemplazada por el enigma del chico que parecía pensar que podía ser tan carismático como ella. Eso le vendría bien...


—Oh, una chica tiene sus medios...


La Gran Secretaria Wu extendió los brazos y se dirigió a todos los invitados en el gran salón con un amplio gesto de sus largas mangas.

—¡Bienvenidos, todos, a celebramos el esperanzador regreso del Avatar al mundo! Olvidémonos de las preocupaciones de la guerra solo por una noche y disfrutemos de la fiesta, música y baile- —Un coro de aplausos se elevó en la audiencia y se volvió hacia Aang—. Avatar Aang, ¿te gustaría decir algunas palabras?

Se le cortó la respiración cuando ella lo volvió el centro de atención.

—Ah, eh... No olvidemos ser humildes a través de todo esto. Eh, como solían ser los monjes.

Wu sonrió y Aang no estaba seguro de si le había decidido ignorar pasar su rara declaración o no.

—Expresado tan elocuentemente, Avatar —dijo—. Uno nunca debe abstenerse de mostrar gratitud por las cosas simples de la vida. ¡Sabias palabras! Ahora... basta de hablar, ¡que comience la noche de las cien juergas!

Se sentó en su cojín a la derecha de Aang, que ocupaba el lugar de honor en el centro de la mesa. Azula estaba a su izquierda y Toph sentada al otro lado, con Zuko más abajo. El Consejo de los Cinco, aunque esta vez solo faltaba uno de ellos, Muku, también tenía un lugar en su mesa, junto con un puñado de ministros, sabios y dignatarios. Afortunadamente, Aang estaba de espaldas a la pared, dándole una vista completa del resto del salón de fiesta que le recordaba al salón del trono del Rey Tierra.

La única persona que tenía su propia mesa era el Rey Tierra, o más bien, la marioneta que habían colocado detrás de un velo en su palanquín para que solo se pudiera ver su sombra. Permaneció en silencio con el Dai Li flanqueándolo y los asistentes lo adoraban mientras su silueta hacía gestos a la gente ocasionalmente. Aang casi deseaba que hubiera un oso presente, ya fuera el verdadero Bosco o no.

Bailarines con trajes sofisticados, zapatos elevados y maquillaje pesado hicieron una actuación en el centro de la sala, con cascabeles tintineando en sus mangas, sombreros y tocados mientras lanzaban tiras de seda si fueran agua y giraban entre ellos. Algunos bailaban con abanicos, lo que le hizo recordar a las Guerreras Kyoshi con cariño. La música de una banda que tocaba en un rincón lejano resonaba en el pasillo; distinguió los sonidos de un cuerno tsungi, una flauta de bambú y un instrumento de cuerda cuyo nombre desconocía.

Los criados trajeron varios platos de comida durante la noche, con tanta ligereza como los espíritus. Pronto, toda la mesa estaba cubierta de platos y Aang nunca había visto tanta comida en su vida: pato tortuga asado, atún salmón cocido, cerdo y verduras hervidas a fuego lento en una salsa que olía tentadoramente a jengibre. El cerdo pollo con sésamo chisporroteaba frente a Azula, quien comenzó a cortarlo con elegancia, recordando las lecciones de Mai. Otro conjunto de platos y cuencos de porcelana contenía cola de venado, sopas, bollos de carne y pasteles que no reconoció. Aang se quedó con el arroz, las verduras y los alimentos que conocía. Toph, notó, apenas comió nada.

Wu se echó hacia atrás las mangas de seda y se volvió hacia Aang.

—Avatar, ¿te importaría si te hago una lectura?

—¿Una lectura? —preguntó, colocando los palillos en su soporte.

—Sí —dijo ella—. Como recordarás, hace tiempo fui sibila real para el rey antes de convertirme en Gran Secretaria. Y hace muchos años solía ser una simple adivina.

—Lo recuerdo —dijo—. Y no me molestaría.

Wu sonrió.

—Maravilloso. Tus manos, por favor.

Extendió las manos con las palmas hacia arriba y notó que el general Fong los miraba desde el otro lado de la mesa. Su conversación anterior, en la que Aang había accedido a espiar a Wu, le vino a la mente.

—No creo que puedas ver más que una épica batalla de vida o muerte en mi futuro —dijo—- Se supone que debo luchar contra el Emperador del Agua, después de todo.

—Puede que te sorprendas —dijo, frunciendo sus labios pintados. Le pasó el dedo índice por la palma de su mano—. Qué curioso... tu línea de la vida es fuerte, eso indica vitalidad. Pero la línea de tu cabeza se desvanece y está dividida, como si estuvieras atrapado entre dos grandes caminos, dos decisiones que pesan en tu mente. Y eso te frena.

Aang puso los ojos en blanco, pero ella no se dio cuenta.

—¿Sólo dos?

—Aquí hay contradicciones. A pesar de tu fuerte vitalidad, veo una vida truncada, pero no se siente como si fuera la tuya.

—Muerte y perdición —dijo, su voz plana—. Genial. ¿Pero cómo puedes leer el destino de otra persona en mi palma?

Ella frunció el ceño.

—No estoy segura. Puede que tenga que consultar los huesos más tarde... Nunca antes había leído a un Avatar. Tal vez las reglas sean diferentes.

—Podría ser —dijo.

Sus rasgos se suavizaron.

—No te desanimes. Si pierdes la esperanza en el futuro, las personas que te ven como su guía también pueden perderla.

Suspiró.

—Lo sé. Trato todos los días de aferrarme a ella. —Para él, Katara era ese símbolo de esperanza. Pero ya no la tenía.

—Es más difícil de lo que parece —dijo Wu, sonriendo—. Pero es por eso que necesitamos tener noches como estas. Una oportunidad para que la gente olvide la desesperación que hay fuera de estos muros. Sé que desapruebas lo extravagante que es esto, pero el enemigo del exterior no es lo único que luchamos por mantener alejado. —Se inclinó más hacia él, bajando la voz—. Vivimos en una paranoia constante, ya sabes, varios grupos compiten por el poder aquí en la ciudad. El Consejo de los Cinco le teme al desierto de Si Wong y a la creciente influencia de las tribus de Maestros Arena. Yo estoy preocupada por el Cristal Rastrero, por el día en que la Nación del Agua haga su movimiento, o cuando Long Feng tome represalias en venganza. Sin mencionar... otras sociedades.

—¿Qué quieres decir? —preguntó—. ¿Quiénes son? —Nunca había oído hablar del Cristal Rastrero. ¿Es un proverbio, un código o algo más?

—Ahora no es el momento para hablar de eso —dijo, y sospechó que Fong había estado tratando de escuchar, incluso mientras hablaba con uno de los sabios—. Pero, como dije, el pueblo necesita esto.

—Supongo que tienes razón —admitió, cruzando las manos en su regazo—. Aunque estoy seguro de que también hay otras formas de conservar la esperanza. —Estaba empezando a sentirse abrumado con esto. Había demasiadas cosas que no sabía y eso lo frustraba.

—Puede que sí —respondió Wu—. Pero esto es lo que la gente sabe. Necesitan un símbolo y tú podrías cumplir ese papel... y debo admitir que esperaba que te afeitaras la cabeza esta noche para lucir esas flechas tuyas. —Soltó una risa entre dientes tras la manga de su túnica.

—No puedo ser solo un símbolo —dijo, mirando hacia la sombra del supuesto rey detrás de los velos—. Tengo que luchar.

—No por esta noche, al menos —le dijo ella, volviendo a su comida—. Relájate. Mézclate con los sabios, los nobles y los generales que aún no has tenido el placer de conocer. —Señaló a un hombre con una impresionante barba blanca que le habían presentado anteriormente como el general Yo Gan Jin, que estaba picoteando cuidadosamente la comida con sus palillos. Junto a él estaba sentada una mujer corpulenta, la general Zhu Zhang, quien desgarró una pierna de cerdo jabalí con sus propias manos. Aang tenía la sensación de que los había conocido en su mundo, pero no podía ubicarlos.

Se salvó de dar una respuesta cuando Azula le puso una mano en el brazo.

—Se me están entumeciendo las piernas —dijo, inclinándose—. Vamos a bailar.

Aang se puso de pie con ella de inmediato.

—De acuerdo. —Se inclinó ante Wu—. Gracias por la lectura, tía Wu. —La demasiado familiar forma de llamarla escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla, pero a la Gran Secretaria no pareció importarle.

Estaba tan contento de haber sido salvado de la perspectiva de mezclarse con la gente que ni siquiera consideró el hecho de que Azula lo había invitado a bailar. En este momento, los bailarines profesionales se habían ido. Azula se volvió hacia él una vez que llegaron a la pista de baile y se inclinó para hacer una reverencia, extendiendo su brazo como quisiera exhibir la obra de arte que llevaba en su manga.

—Estoy empezando a aburrirme —dijo—. Esta fiesta no es realmente lo que esperaba. Mai todavía está haciendo lo suyo, ¿no es así? Estoy pensando en unirme a ella.

—Lo siento —dijo, porque no sabía qué más decir—. ¿Puedes… bailar, acaso?

—No imagino que sea tan difícil —respondió ella, dedicándole una sonrisa altiva. Comenzó imitando una versión más lenta de lo que los bailarines habían hecho antes, gesticulando, moviéndose y agachándose detrás de sus mangas. Trató de seguirle el ritmo, pero se sentía rígido e incómodo. Mientras continuaban, ella notó su malestar, frunció el ceño y le pisó accidentalmente el pie—. Está bien... supongo que me equivoqué.

—Tengo una idea mejor —dijo, y en su mente floreció un maravilloso recuerdo de un baile diferente, en una cueva y con una multitud de personas mirándolo a él ya Katara, hace tanto tiempo—. Haz lo que yo.

Dio un paso hacia adelante con un golpe de su mano al aire, haciendo un círculo con los brazos en una postura de Fuego Control, y dio vueltas alrededor de ella. Azula sonrió, deslizándose con las formas del Dragón Danzarín, pero se movieron más rápido de lo normal cuando el ritmo de la banda se aceleró y se saltaron el último paso para repetir la danza una y otra vez, mirándose fijamente mientras hacían las formas. Aang sintió el calor circulando entre los dos, sus rostros enrojecidos, mientras más y más gente se ponía de pie para verlos, aplaudiendo junto con la música. Dieron saltos, se esquivaron y se rieron cuando su tocado se torció, pero Azula no se molestó en arreglarlo mientras continuaban haciendo sus formas. Finalmente, terminaron la danza con la última forma, con el torso doblado y sus dedos tocándose para formar un círculo con los brazos.

Estaban cara a cara, jadeando y, por un momento, sus dedos hicieron algo más que rozarse hasta que Aang terminó el baile con una reverencia formal. Azula lo miró con una sonrisa y los ojos entrecerrados, el sudor perlaba su frente, y le devolvió la cortesía.

Azula se ajustó el tocado, pero fue en vano porque el pelo se le había soltado, aunque no pareció importarle.

—Bueno, ha sido divertido.

—Lo fue —coincidió—. Por experiencia, sé que las formas de Agua Control probablemente sean más adecuadas para bailar —admitió—. ¡Pero el Dragón Danzarín funcionó muy bien!

—Agua Control —dijo, y su rostro decayó—. Así que sacaste esa idea de Katara, ¿no?

Él frunció el ceño.

—Bueno, bailamos una vez. ¿Qué ocurre?

—Necesito un poco de aire. —Se alejó sin decir una palabra más, abriéndose paso entre los juerguistas e ignorando sus gritos para que volviera.


Zuko se sentía tan fuera de lugar sentado a la mesa con sabios y ministros que discutían asuntos que no tenían nada que ver con él, que casi siempre se quedaba en silencio. En un momento, trató de plantear el tema de la guerra con el general Fa Lan, pero el hombre se limitó a enroscarse el largo bigote en el dedo y volvió a conversar sobre el presupuesto militar con el Ministro de Hacienda. Sintió un rayo de esperanza cuando el estirado general Yo Gan Jin intentó entablar una pequeña charla cortés con Zuko y le preguntó cómo conocía al Avatar. Antes de que Zuko pudiera responder, la general Zhu Zhang hizo un comentario sobre cómo Yo había manchado de salsa en sus prístinas mangas blancas y la miró con disgusto antes de excusarse para limpiarse.

Toph tampoco fue de ayuda. La mayoría de las otras personas en su mesa habían decidido ignorarla después de que ella insultara a uno de los sabios cuando le ofreció un bollo hervido. Zuko se alegró de que Mai no hubiera estado allí para ver ese arrebato.

—¿Entonces no vas a comer? —le preguntó, jugueteando con una chuleta de cerdo a medio comer alrededor de su plato.

Su respuesta salió en un murmullo bajo.

—¿Cómo puede esta gente comer así cuando tantos otros se mueren de hambre fuera de los muros?

—No es justo —estuvo de acuerdo—. Pero no somos como ellos.

—¿Quieres saber lo más loco? —le preguntó, inclinando la cabeza en su dirección—. Yo lo era. Cuando era muy pequeña. Tanto que, si mis padres aún estuvieran vivos y hubieran escapado de nuestro hogar, probablemente podrían haber estado aquí mismo. En esta misma fiesta.

Zuko imaginó a su propia madre, su cuerpo flotando justo debajo de la superficie del agua. Con los ojos cerrados como si estuviera durmiendo, sus flores favoritas esparcidas a su alrededor después de que su canasta se hubiese caído.

—Sí —dijo—. Es difícil pensar en lo que pudo haber sido.

—Me pregunto si aquí es donde los habría conocido a ustedes por primera vez —dijo—. Si mis padres hubieran logrado arrastrarme a esta fiesta. —Bajó la voz aún más, apenas más que un susurro—. Desde que llegué aquí... me he preguntado por qué sucedió eso. Por qué Gaoling cayó. ¿El Consejo de los Cinco los abandonó, como a todos lo demás fuera de sus muros?

Zuko frunció el ceño.

—No puedes pensar así. Mi tío siempre decía que no podemos perdernos en lo que no es posible cambiar y centrarnos en lo que sí podemos.

Toph descruzó los brazos.

—Eres cercano a tu tío, ¿eh? Hablas mucho de él.

—Je. Soy más cercano a él de lo que soy con mi padre. Siempre ha sido así.

Ella sonrió.

—Bueno, algún día, espero tener la oportunidad de conocerlo.


Para cuando escapó de la multitud, eludiendo peticiones, preguntas y buenos deseos, Azula había logrado perder a Aang. Salió a los pasillos del palacio, vacíos excepto por algún guardia ocasional o un juerguista borracho. Se preguntó brevemente si los Guerreros Roku habían logrado evitar al Dai Li en su misión de reconocimiento del palacio, pero apartó el pensamiento de su mente cuando le pareció ver a Azula a lo lejos, al final del pasillo, pero era una mujer diferente. Se le revolvió el estómago.

La había herido. No sabía cómo ni por qué, pero sabía que tenía que arreglarlo.

Su búsqueda lo había llevado al patio del palacio, más allá de la escultura de una antigua reina y topiarios de tejones topo y osos. Allí encontró los jardines del rey, un laberinto de setos que le llegaban a la cintura y caminos de ladrillo cuidadosamente mantenidos, estanques, arroyos y cascadas, linternas de papel que iluminaban el camino y un arcoíris de flores. En el otro extremo del jardín, encontró un ciruelo en flor junto a un estanque, sus raíces nudosas se aferraban a la tierra llena de pétalos. Azula estaba sentada sobre ellos, con el vestido se amontonado alrededor de ella y, por un momento, pensó que estaba lanzando chispas en el aire con su Fuego Control, hasta que se dio cuenta de que eran luciérnagas. Se había deshecho del tocado y su cabello caía suelto y libre.

Aang se acercó con pasos vacilantes.

—Azula... ¿estás bien?

Ella estaba de espaldas a él.

—Vete, Aang.

—Quiero saber qué hice mal. —Se sentó con las piernas cruzadas junto al estanque y la miró con preocupación, notando que se había quitado todo el maquillaje con la manga. Los distantes sonidos de la charla y la fiesta se habían desvanecido muy por detrás de ellos.

Ella se burló.

—Nada que puedas cambiar, así que no te preocupes.

—Solo dímelo. Déjame intentarlo. —Él frunció el ceño—. Todo parecía estar bien mientras bailábamos.

—Para ti, tal vez —dijo—. No estabas bailando conmigo. Estuviste en otro lugar todo el tiempo, ¿no es así?

—¿De qué estás hablando? Estaba allí mismo, contigo. —Se inclinó hacia ella, con el rostro crispado en una expresión de incredulidad.

Ella seguía evitando su mirada.

—Tal vez, pero no puedes compartir momentos que tuviste con ella y… repetirlos conmigo. No soy Katara. No soy un sustituto de ella.

Extendió la mano para tomar su hombro en un gesto reconfortante, pero se detuvo a mitad de camino. Azula no podía reemplazar a Katara. Nadie podía.

—Yo no... yo no pienso eso. Nunca fue mi intención. Katara es...

—Lo sé —lo interrumpió, su voz aguda. Finalmente lo miró a los ojos—. La amas. Lo has dicho antes y no necesitas repetirlo.

Volvió a poner las manos en el regazo y se quedó mirándolas.

—Bueno... entonces no sé qué decir. Has estado actuando muy extraño desde que te conté mi secreto. —Sus ojos se abrieron de par en par y la miró de nuevo—. ¡Es ese espíritu! Tiene que serlo. Azula, tengo que hacer algo al respecto. ¡No puedes seguir viviendo con eso! —Había pasado tan poco tiempo, demasiadas cosas como para enfocarse en hallar una forma de manejar eso. La culpa lo carcomía por dejar que el problema se hubiera prolongado por tanto tiempo.

—No es un espíritu —dijo, manteniendo un tono uniforme—. Ella no es un espíritu. ¿Quieres saber a lo qué has estado ciego todo este tiempo? Es tu Princesa Azula. La asesina. El monstruo.

Se volvió hacia ella, de rodillas, con la boca abierta por la conmoción. El ámbar de sus ojos casi parecía brillar con algo salvaje que él había notado antes y que, de alguna manera, había pasado por alto y supo que era verdad, la certeza de ello resonaba en su cabeza con tanta fuerza que no podía creer que no hubiera considerado la posibilidad antes. Miró a Azula pies a cabeza, como si por fin la estuviera viendo por primera vez, como si en ese mismo momento fuera a transformarse y convertirse en la joven que había matado a tanta gente cercana a él. Intentó acercar su mano para tocarla, pero retrocedió como si ella estuviera… contaminada.

—¿Pero cómo?

—No sé cómo ni por qué. Debe ser la fusión. —Su voz sonó más aguda y tensa de lo normal, y flexionó los dedos—. Pero hace semanas que la siento. Aferrándose a mí. Ardiendo en el fondo de mis ojos, peleando y gritando y riendo y susurrando. Intentando salir. Intentando lastimarte. Intentando lastimar a Zuko. Y se está volviendo más fuerte y ha sido cada vez más difícil contenerla. —Ella lo miró de frente de nuevo y él vio tanta vulnerabilidad y tanto dolor reflejados sus brillantes ojos.

En ese momento se odió a sí mismo por apartarse como si lo hubiera quemado y le tomó ambas manos, con los ojos fijos en los de ella.

—Voy a arreglar esto, Azula. No tienes que hacerlo sola. No eres como ella. Y eres muy fuerte por haber podido luchar contra ella tanto tiempo como lo has hecho.

La lagrimas cayeron, resbalando por su mejilla, pero entrelazó los dedos con los de él en lugar de apartarse. Un anillo de luciérnagas flotaba alrededor de su cabeza como una corona.

—Una cosa ha funcionado hasta ahora, me ha ayudado a mantenerla alejada. —Dejó escapar un suspiro, hundiendo los hombros—. Es... pensar en ti. Pensar en lo mucho que te amo. —Entonces sonrió, y la tensión abandonó sus mirada y Aang supo, sin duda alguna, que ella decía la verdad.

Le soltó las manos y apartó la mirada, posando los ojos en una ciruela que había caído a sus pies. Emociones que no pudo identificar se arremolinaron dentro de él y las palabras le fallaron.

—No hace falta que digas nada —dijo, con la mirada baja. Hizo rodar entre sus dedos una flor de ciruelo que humeó y cayó en cenizas—. Sé que no sientes lo mismo. Nunca lo harás. Lo acepté hace un tiempo, creo que incluso antes de saber lo que yo misma sentía.

—Azula, yo...

Se interrumpió cuando sintió una ligera vibración con su Tierra Control y se giró para ver a uno de los Guerreros Roku aterrizando perfectamente detrás de él, con una máscara de tela cubriéndole la mitad de la cara.

—Avatar Aang —dijo la guerrera, con la cabeza inclinada—, Mai quiere que veas algo. Sígueme.

Intercambió una mirada con Azula, quien asintió y se secó los ojos.

—Ya voy —dijo. Él asintió con la cabeza a cambio y siguió la Guerrera Roku, manteniéndose en las sombras y evitando a las personas con las que se cruzaban, especialmente a los Dai Li. Sopesó la confesión de Azula en su mente, repitiendo el recuerdo una y otra vez; el miedo, la desesperación y la esperanza en sus ojos se negaban a abandonarlo, haciéndolo sentir culpable. La guerrero los dirigió fuera del palacio y hasta una pagoda dentro de las puertas del palacio, la luna se cernía sobre ella y proyectaba una luz plateada que hacía que Aang se sintiera expuesto a cualquiera que pudiera estar mirando por las ventanas del palacio. Vio a Mai en uno de los tejanos escalonados, casi indistinguible en las sombras.

—Montaré guardia aquí —dijo la guerrera de Mai.

—Supongo que yo también lo haré —dijo Azula. Ella puso los ojos en blanco con vaga molestia, pero hizo un gesto hacia Mai—. ¿Qué estás esperando? Sube con Mai.

—¿Estás…?

—Estoy bien —dijo en un susurro severo—. ¡Ve!

Asintió y saltó, su túnica ondeó mientras los vientos lo llevaban hasta donde Mai lo esperaba afuera de una ventana cerrada.

—Esta es la residencia de Wu —dijo—. Su estudio privado está cruzando esta ventana.

—¿Y el Dai Li? —preguntó.

—Algunos están abajo —respondió—. La mayoría está patrullando el palacio. Tenemos que ser rápidos.

Él asintió con la cabeza y ella abrió la ventana, deslizándose sin hacer ruido. La siguió a una habitación iluminada por faroles tenues y cargada de acre olor a incienso. El estudio de Wu era sorpresivamente pequeño, lleno de estanterías y extraños instrumentos astrológicos y mapas estelares. Vio un montón de huesos que sabía por experiencia que usaba para la adivinación. Él y Mai revisaron los documentos que guardaba pila ordenada: informes de varios ministerios y negocios en toda la ciudad. Encontró un pergamino junto a una campana de bronce que explicaba los conceptos básicos de la geomancia direccional, un diario que usaba para la lectura de las nubes y un libro abierto titulado Los Cuatro Auspicios. Buscaron en los cajones y Aang comenzó a sentir que no encontrarían nada útil, nada que determinara dónde estaban sus lealtades, ni nada sobre el Consejo de los Cinco o el Rey Bumi, cuando sus dedos rozaron una ficha de madera. Una pieza de Pai Sho de loto blanco.

La recogió y la examinó. ¿Podría Wu también un ser miembro? ¿Era esto algo que Kanna y Piandao le habían ocultado? ¿Insinuaba esto una conexión con Bumi, si él también era miembro? Estaba a punto de indicárselo a Mai cuando la Guerrera Roku que los había llevado allí apareció en la ventana.

—Rápido —dijo—. Debemos partir. La Gran Secretaria está regresando.

—¿Ya? —preguntó Mai—. Pero si todavía debería estar en la fiesta. —Se volvió hacia Aang—. Ugh. Inconveniente, pero tenemos que irnos.

Aang apretó la pieza de loto blanco en su mano.

—No —dijo—. Estoy cansado de los secretos de todos. Necesito saberlo.

Mai enterró su rostro en su mano y negó con la cabeza.

—Bien.

Apenas habían esperado un minuto cuando un par de agentes Dai Li entraron en la habitación, con los ojos muy abiertos por la sorpresa de ver a Aang y Mai allí. Levantaron los puños.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó uno de ellos.

—¿Qué pasa? —La voz de Wu resonó desde el pasillo. Apareció entre los dos agentes un momento después, con el cabello alborotado—. ¡Avatar Aang! Te he estado buscando por todas partes... ¿qué estás haciendo en mis aposentos privados?

—Encontré esto —dijo, sosteniendo la pieza de loto—. Dime... ¿eres miembro de la Sociedad del Loto Blanco?

Ella puso una mano en el pecho.

—¿La Sociedad del Loto Blanco? ¿Esos rebeldes? ¡Cielos, no!

Aang bajó el brazo, vacilante.

—¿Rebeldes?

—Llevo muchas lunas investigándolos —dijo—. ¡El Loto Blanco, el Cristal Rastrero, todo ellos! —Entrecerró los ojos hacia él y Mai—. ¿Están aliados con ellos? ¿Es este ataque culpa suya?

El corazón de Aang se aceleró.

—¿Ataque? ¿Qué ataque?

Wu se agitó, sacudiendo las mangas mientras señalaba hacia el palacio a través de la ventana.

—¡El asalto al palacio!

Mai y él se miraron.

—¡Zuko y Toph todavía están ahí! —exclamó Aang—. ¡Tenemos que ir a ayudar! —Las preguntas que inundaban su mente se desvanecieron. Ahora era momento de actuar—. ¿No es la Nación del Agua?

Wu negó con la cabeza.

—No hay Maestros Agua. Pero ya tienen rehenes en el salón de banquetes.

Habría saltado por la ventana en ese mismo momento, pero no tenía su planeador, así que se volvió hacia Mai de nuevo.

—Necesitamos un plan.

—Un ataque furtivo —dijo—. Estoy segura de que mis guerreros están luchando, pero tendremos que coordinarnos con el Dai Li. —Miró a Wu, quien asintió con la cabeza después de un momento de vacilación, aparentemente aceptando que ellos no eran los culpables—. Vamos, no tenemos tiempo que perder.


Zuko estaba contento de ser un Maestro Fuego ahora, pero nada podía vencer a un buen par de espadas.

Toph había percibido la llegada de sus asaltantes antes de que atacaran, dando una alarma que les permitió contraatacar antes de verse abrumados. No tuvieron suficiente tiempo para poner a salvo a todos los invitados; la mayoría se había reunido en el centro del salón de banquetes, con Toph y Zuko y los generales y Dai Li formando una defensa a su alrededor.

Todos los atacantes vestían ropas y capuchas marrones poco llamativas; algunos usaban Tierra Control y otros armas convencional, que era de donde Zuko había sacado un par de espadas gemelas después de desarmar al asaltante con Fuego Control. Los generales Fong y Fa Lan intentaron mantener el orden entre las masas aterrorizadas, especialmente desde que Wu consiguió escapar con algunos de sus Dai Li en medio de la confusión inicial y el otro círculo de agentes Dai Li escoltó al falso rey hasta un lugar seguro.

La general Zhu Zhang se golpeó el puño en la palma de la mano.

—¡No voy a quedarme sentada aquí esperando a que se aproximen! ¡Yo digo que vayamos al ataque!

—Necesitamos un plan —instó el general Yo Gan Jin. Tanto él como Zhu eran no-maestros, por lo que dieron las órdenes mientras Fong y Fa Lan se ocupaban de las defensas—. ¡Estos insurrectos lamentarán el día en que nos atacaron estando todos juntos!

—No sé —dijo Zuko. Señaló a Toph, que ya se había adelantado y había arrasado con una docena de ellos—. Mi amiga está peleando mucho más que ustedes. —Zuko estaba de pie con las espadas cruzadas frente a él, disparando ráfagas de fuego a cualquier enemigo que se acercara a los asustados invitados. Su túnica no le daba mucha movilidad.

—¡Me gusta su espíritu! —exclamó Zhu Zhang, y levantó una mesa entera en sus musculosos brazos y la arrojó a la refriega, saltando tras los asaltantes con sus propias manos.

—Necesitamos sacar a esta gente de aquí —dijo Zuko a los tres generales que quedaban.

Otro agente de Dai Li, una mujer joven con una capucha que llevaba debajo de su sombrero cónico y con una espesa trenza negra sobre el hombro, dio un paso adelante con guantes de roca cubriéndole los puños.

—Pueden escapar por los niveles inferiores del palacio —les informó, abriendo un agujero en el suelo—. Deberían estar a salvo allí.

—No sabemos si estos rebeldes se han infiltrado en esas partes del palacio —dijo Fong.

Alguien lanzó una enorme roca por encima de sus defensas, la cual Fa Lan logró romper antes de que golpeara a alguien.

—Creo que ese es el curso de acción más seguro para ellos en este momento —dijo—. ¡Todos, vayan abajo! —El general Yo Gan Jin lideró el camino.

Zuko ayudó a guiar a la gente bajo tierra, ansiosa por unirse a Toph para que pudieran separarse y buscar a Aang, Azula y Mai. Vio señales de otros guerreros Roku peleando, agujas y cuchillos descartados que habían clavado a sus objetivos en varias superficies, pero no tenía idea de a dónde podrían haber ido sus amigos. Tan pronto como confirmó que los generales tenían bajo control la situación con los invitados, corrió al lado de Toph, salvándola de una emboscada con una corriente de fuego antes de que pudieran atacarla.

—¿Estás bien, Toph? —preguntó, de pie espalda con espalda con ella.

A pesar de su largo vestido y sus mangas, no parecía mal, lanzando un golpe de revés que rompió un pilar de piedra y lanzó a un enemigo lejos de ellos.

—Ya sabes —dijo.

Zuko atrapó la lanza de un enemigo entre sus espadas y desarmó al hombre, e inmediatamente se volvió para golpear a otro cuando apareció alguien tan grande que creyó que eran Zhu Zhang y apartó a su agresor con un enorme tronco. Un niño saltó de los hombros del recién llegado, golpeando a cualquiera que pudiera alcanzar con su lanza. Zuko los reconoció con un sobresalto, pero Toph fue quien exclamó sus nombres.

—¡Pipsqueak! ¡El Duque! ¿Qué están haciendo aquí?


Aang se sintió agradecido por la gran cantidad de pilares que recubrían los pasillos del palacio mientras se dirigían hacia su destino. Él, Azula y Mai pasaron desapercibidos junto a los asaltantes, luchando solo cuando tenían que hacerlo para evitar ser detectados. Aang trató de verlos bien cuando pasaban, pero no pudo identificar a ninguno de los atacantes ni distinguir sus afiliaciones. Podrían haber sido cualquier cosa, pero las palabras de Wu sobre el Loto Blanco siendo rebeldes resonaban en su mente.

Kanna había dicho que ella misma era bastante nueva en la sociedad. ¿Cuánto podría saber realmente sobre eso? ¿Y Piandao? A pesar de que la organización tenía el mismo nombre en su mundo, no podía descartar la posibilidad de que tuvieran objetivos muy diferentes.

Se habían separado de Wu y sus Dai Li, planeando rodear el salón de banquetes por las dos entradas y aislar a los asaltantes allí. Cuando llegaron a la entrada sur, su objetivo, Aang se lanzó hacia adelante en un movimiento en espiral, el aire giró a su alrededor y golpeó a un grupo de ellos justo donde se habían reunido más estrechamente, derribando a varios de los asaltantes. La túnica casi se le enganchó en las piernas, pero se las arregló para estabilizarse justo a tiempo para agacharse bajo el golpe de un Maestro Tierra y contraatacar con un arco de fuego al que se sumó Azula justo detrás de él cuando saltó a la refriega.

Aang usó Tierra Control para atrapar a tantos de ellos como pudo, con la esperanza de interrogarlos más tarde, pero vinieron más Maestros Tierra enemigos. Sus movimientos eran extrañamente rápidos y precisos, ligeros y familiares, y de repente Aang se dio cuenta de que luchaban igual que los Dai Li.

—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó, pero ninguno se dignó contestar. Más enemigos llegaron a llenar sus filas y Aang se preguntó de dónde habían salido todos; parecía como si hubieran estado en el palacio todo el tiempo y su mente se agitó con las implicaciones.

Justo cuando los tres parecían estar a punto de ser abrumados, una lluvia de flechas silbó en el aire e inmovilizó a varios de los asaltantes contra las paredes, mientras otra figura rápida se lanzaba a la batalla con cuchillos en sus manos. Una tercera figura los siguió justo después, enganchando sus espadas alrededor de los tobillos de uno de los asaltantes y haciéndolo caer de bruces, deshaciéndose de otro con una patada.

Aang reconoció a sus salvadores de inmediato. Longshot, Smellerbee y Jet.

Se dio cuenta de que no debería haberse sorprendido.

—¿Qué hacen aquí? —les preguntó Azula, limpiándose las manos una vez que se ocuparon de sus enemigos. Su tono de voz no indicaba sorpresa ni enfado, solo curiosidad.

—Vinimos a salvarlos, por supuesto —dijo Jet, quitándose la ramita de los labios con una sonrisa desenfadada—. Y no te preocupes, los Libertadores están ahora con un grupo llamado Cristal Rastrero. Sus amigos están a salvo.

Ese nombre de nuevo. ¿Cuántos de los que participaban en este juego habían convergido esta noche?

—¿Y ahora qué? —preguntó Aang, en guardia. Quería confiar en Jet, de verdad que sí, pero no sabía si este Jet había pasado por las mismas experiencias que el otro Jet en Ba Sing Se.

Jet apoyó una de sus espadas de gancho en el hombro.

—Ven con nosotros y lo verás.

Chapter 38: El Lago Logai

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Libro 2: Tierra

Capítulo 17: El Lago Laogai

 

¿Alguna novedad?

Zuko se trepó a la cola de Appa justo mientras el bisonte se elevaba hacia el cielo, balanceándose cuidadosamente hasta que llegó a la silla y se sentó entre sus amigos.

dijo Zuko, pero a Aang no le gustó la expresión sombría de su rostro. Grandes noticias. Se formó una rebelión para recuperar Ba Sing Se.

¿Qué? exclamó Katara. ¿No son buenas noticias? ¿Cómo es que no hemos escuchado nada sobre eso? ¡Ahora estamos muy cerca de la ciudad!

Perdieron dijo Sokka. Ni siquiera levantó la vista de la espada que había estado puliendo. ¿No es así?

Zuko se apartó el pelo de los ojos.

Fueron aniquilados. Por completo. Sin sobrevivientes, según este informe. Levantó los documentos que había robado de un campamento y Aang pudo ver la mitad de la insignia de la Nación del Fuego en el sello de cera.

Toph jugueteó con su brazalete de meteorito, un hábito que había desarrollado por todo el tiempo que pasaban en el aire.

¿Alguien que conozcamos murió allí? Habló con un tono tan casual que podría haber estado preguntando sobre el clima. Era más fácil así.

Sí. Bueno, al menos ustedes lo conocían dijo Zuko. El Rey Tierra. Él fue quien lo lideró, reunió a toda esa gente. También menciona a su oso.

¿Quién lo hubiera imaginado? comentó Sokka. Todavía no levantó la vista de su espada—. Nunca hubiera pensado que sería capaz.

Le tomó dos años dijo Toph. La pulsera se enroscó en sus dedos. Me pregunto qué ha estado haciendo todo ese tiempo. Supuse que se había quedado escondido.

Podría haber venido a pedirnos ayuda dijo Aang con los brazos cruzados. Ignoró los intentos de Momo de jugar con él y el lémur voló hacia el hombro de Katara. Enviarnos un mensaje de alguna manera. Tal vez las cosas podrían haber sido diferentes. No pudo reunir la energía para sentir con fuerza la pérdida de Kuei. Era una pena, sin duda, y deseaba haberlo hecho mejor, pero ya habían perdido mucho. El dolor era familiar.

No podemos pensar así dijo Katara, pero Aang la conocía lo suficientemente bien para saber que era ella la que más pensaba de esa manera, la que anhelaba lo que podría haber sido. Olfateó el aire y luego hizo una mueca—. Huelo algo quemado.

Sokka finalmente levantó la vista, mirando a su alrededor en busca de humo, pero el cielo había estado claro y azul todo el día.

¿Ceniza?

No dijo Zuko, llevándose dos dedos a la cicatriz. Conozco ese olor. Eso no es ceniza.


La lucha terminó tan abruptamente como había comenzado.

Jet los condujo a los túneles debajo del palacio mientras sus Libertadores se quedaban atrás como distracción. Un Maestro Tierra que trabajaba junto a Jet, un hombre bastante adulto, lideró el camino, abriéndoles paso y cavando cada vez más bajo el palacio.            Una intensa curiosidad impulsó a Aang a seguir adelante, mientras el caos se desataba en lo alto y sintió más y más como si las cosas hubieran sido arrancadas de su control. Aún no sabía si el Cristal Rastrero era un aliado o un enemigo, si Jet estaba llevando a Aang, Azula y Mai a una trampa, quiénes podrían ser los asaltantes del palacio o qué pretendían hacer.

Tampoco sabía dónde podrían estar Zuko y Toph. Y Aang tuvo que creer en la palabra de Jet, en que estaban a salvo y se reunirían en un punto de encuentro.

Después de que su grupo escapara por debajo del palacio, todos los demás también parecieron hacerlo. Los atacantes se dispersaron usando los mismos túneles, cruzándose solo ocasionalmente con el grupo de Aang, donde fácilmente podrían haberlos puesto en peligro. Los Dai Li también revisaron los túneles en busca de los atacantes, a los que Jet y el Maestro Tierra del Cristal Rastrero evitaron porque decían que esto iba a ser una misión secreta y la Gran Secretaria los consideraba enemigos. Aang se sentía como si fuesen ratones hurones corriendo en sus madrigueras, sin estar seguro de lo que encontrarían detrás de cada recodo y descenso.

—Longshot y Smellerbee estarán bien —dijo Jet, como tranquilizándose a sí mismo—. Ellos también saldrán del palacio. Y Zuko y Bandida están con Pipsqueak y el Duque. No están lejos ahora.

—Asumiendo que Toph haya ido con ellos —señaló Azula, sus llamas azules reflejaban una luz inquietante que iluminaba el camino—. Estoy segura de que recuerdas lo que pasó cuando nos conocimos. —Su comentario sarcástico no pareció tener ningún efecto en Jet.

—No tenían más remedio que salir de allí con mi gente —dijo Jet mientras hacían una pausa para que el Maestro Tierra pudiera trazar su ruta. Le sonrió a Azula—. ¿No te alegra que hayamos venido a rescatarte?

Aang se alegró de ver a Azula poner los ojos en blanco.

—No conoces a Toph tan bien como crees —dijo Aang—. Ella inventaría otra opción si no hubiera más, siempre.

—Niños, bajen la voz —dijo el Maestro Tierra, presionando la espalda contra la pared del túnel. Bajó la voz a un susurro, con el bigote blanco erizado temblando—. Alguien viene. Creo que es el Dai Li otra vez.

Aang recordó a los asaltantes del palacio y la forma en que notó que habían luchado. Como los agentes Dai Li, disparando piedras pequeñas para sujetar y contener. Rápido y preciso.

El suelo cayó debajo de ellos. Aang vio un brillo repentino antes de darse cuenta de que habían caído al vacío, con el suelo muy en lo alto: habían caído en una caverna. Los acueductos fluían muy por debajo de ellos y se apresuró a tirar del agua con su limitado conocimiento de Agua Control y frenar su caída con una ráfaga de aire, atrapando a Jet y Mai en la corriente. Azula retrasó su caída, impulsándose con chorros de fuego, y descendió con gracia al suelo mientras el guía Maestro Tierra suavizaba su aterrizaje con una onda expansiva.

—Gracias —dijo Mai, extendiendo sus mangas empapadas con una mueca.

Aang usó Agua Control para ayudarla a secar su ropa, mirando alrededor a la caverna donde habían terminado. El brillo que había visto era un cristal verde; habían llegado a las catacumbas. Sintió un escalofrío recorriendo su columna. El recuerdo de su propia muerte invadió sus pensamientos con fuerza.

—Lo siento, amigos —dijo el guía Maestro Tierra. Aang miró hacia donde habían caído y notó que el Maestro Tierra había logrado sellar el agujero mientras caían antes de que el Dai Li los hubiera visto—. Sólo esperaba que hubiera otro túnel debajo de nosotros. Estamos más cerca de lo que pensaba.

—Eso está bien —dijo Jet—. Sigamos moviéndonos.

Azula alisó los pliegues de su vestido.

—¿No puedes decirnos nada todavía?

—Todavía no —respondió Jet, adelantándose junto al guía. Aang negó con la cabeza para despejar la bruma en la que su mente se había sumido, el recuerdo de la muerte, traiciones y rayos. El recuerdo de la última vez que pudo acceder al Estado Avatar en su mundo.

Continuaron sin incidentes a partir de entonces, siguiendo un laberinto de pasajes que solo Jet y el guía parecían conocer. No se cruzaron con los Dai Li ni a los asaltantes, aún desconocidos, pero sí se encontraron con otros pocos miembros del Cristal Rastrero: luchadores y Maestros Tierra que operaban con eficiencia profesional. Aang notó que retrocedían, daban vueltas por diferentes y tortuosos caminos, y avanzaron por ciertos pasajes varias veces, tal vez en un esfuerzo por ocultar su destino o deshacerse de cualquier perseguidor. Los Maestros Tierra rara vez cavaban túneles; en cambio, simplemente abrían caminos entre los que ya existían.

Los túneles empezaron a ascender de nuevo después de lo que parecieron horas, lo suficientemente alto como para que las raíces de los árboles comenzaran a perforar la tierra por encima de ellos y tejieran una red por encima de ellos. Poco después, el aire comenzó a sentirse húmedo, el agua goteaba del techo. La túnica formal de Aang se sentía sucia por la tierra y la batalla, pero no quería quitarse la túnica exterior todavía y dejarla atrás para que alguien pudiera seguirle el rastro.

El guía atravesó la última pared para llegar a una serie de cámaras interconectadas y Aang reconoció este lugar de inmediato. Conocía las altas concavidades de las cavernas unidas por hileras de paredes de ladrillo y túneles circulares, que se ramificaban en múltiples celdas de detención, un vestigio de la historia de este lugar como prisión, iluminado por el siniestro resplandor de las linternas que bordeaban los pisos.

Estaban debajo del lago Laogai.

Aang se puso en posición de combate y encaró al guía Maestro Tierra y se alegró de ver que Azula y Mai confiaban en él lo suficiente como para seguir su ejemplo.

—Nos trajiste al lago Laogai —dijo con los ojos entrecerrados—. El cuartel general secreto del Dai Li... ¡esto debe ser una trampa!

El guía levantó las manos en gesto de rendición.

—¡Alto ahí! ¡No he hecho tal cosa, este es el cuartel general del Cristal Rastrero!

Jet se cruzó de brazos, sin siquiera inmutarse por el hecho de que Azula estaba apuntado sus puños hacia él.

—¿Este es el agradecimiento que recibimos por haberlos puesto a salvo? No sabemos dónde tienen su cuartel general los Dai Li, pero no es aquí.

—¿Esperas que confiemos en ti? —preguntó Azula, con los ojos entrecerrados.

—Se los dije, he pasado página —dijo—. Mis Libertadores y yo vinimos a Ba Sing Se para ayudar en el esfuerzo de guerra. Ustedes nos inspiraron para hacer una diferencia real... pero nos encontramos entre estos tipos. —La miró con una ceja levantada—. Y eso es bastante raro, viniendo de ti. Si mal no recuerdo, no tuviste ningún problema en seguir mi plan de volar esa ciudad. ¿No fue hace tanto, verdad?

Azula parecía dispuesta a escupir una respuesta, pero Zuko y Toph doblaron una esquina. Verlos ilesos animó a Aang y enderezó su postura. Ambos todavía usaban sus ropas formales, aunque el hanfu verde pálido de Toph tenía aún más suciedad que la túnica de Aang y había abandonado su tocado al igual que Azula.

Zuko corrió al lado de Mai, sonriendo.

—¡Hey, están bien!

Al parecer, Toph había percibido a Jet y mantuvo su distancia. Jet, por su parte, no dijo nada y apartó la mirada de ella. Aang aún no sabía qué hacer con este nuevo Jet que se había unido a un grupo de resistencia diferente, pero supuso que dependía de qué clase de grupo fueran.

—Normalmente no operamos tan cerca de los terrenos del palacio —dijo el guía—. O incluso la ciudad. Pero nos enteramos de un ataque y tuvimos que ir a ayudar. Además, sabíamos que estaban allí.

Azula arrancó el broche de su tocado, que Zuko llevaba en ese momento, y se recogió el cabello en un moño incompleto, colocando el tocado en su lugar. Él intentó protestar, pero ella le sacó la lengua y luego se volvió hacia la guía.

—Así que nos has estado espiando, ¿verdad?

—Nuestros líderes han estado muy interesados en las acciones y el paradero del Avatar —continuó el guía—. Los llevaremos a ellos.

—Aquí es donde los dejo —dijo Jet, dirigiéndose a una bifurcación de los túneles—. Por ahora. Tengo que encontrar a mi gente.

Toph dejó escapar un suspiro mientras se marchaba.

—¿Estás bien, Toph? —preguntó Zuko con el ceño fruncido por la preocupación.

—¿Sabes qué? —ella dijo—. Los alcanzaré más tarde. —Salió corriendo detrás de Jet, dejando atrás a Aang, Zuko, Azula y Mai, que se miraron y se encogieron de hombros. Aang apartó esa inquietud de su mente: tenía muchas otras cosas por las que preocuparse en este momento, y confiaba en que Toph tomaría las decisiones correctas.

Pasaron por varias celdas de detención antiguas, muchas de las cuales parecían haberse convertido en alojamientos temporales para pequeñas familias que Aang supuso que eran refugiados. Barriles y cajas de suministros estaban abarrotados en otras habitaciones, encerradas detrás de rejas de metal. El cuartel del Cristal Rastrero estaba lleno de actividad, incluso fuera de las celdas, mientras la gente pasaba junto a su grupo en un estado de inquietud general. El guía explicó que muchos de ellos eran Maestros Tierra que trabajaban las veinticuatro horas del día para asegurarse de que todos los túneles que conducían al lago Laogai cambiaran constantemente. Para el Dai Li y el Consejo de los Cinco, esta prisión subterránea se había derrumbado e inundado hace un siglo.

Aang sabía que los Dai Li también usaban la red secreta de túneles debajo del palacio para recorrer la ciudad, así que si el Cristal Rastrero lograba recorrerlos sin llamar mucho la atención, entonces la extensión y profundidad de las catacumbas parecían mucho más amplias de lo había creído.

El guía los dejó frente a una puerta de metal lisa y dijo que los líderes del Cristal Rastrero estaban al otro lado. Aang abrió la puerta, las bisagras chirriaron en protesta, y se encontró en la cámara más grade que había visto hasta ahora bajo el lago Laogai. Sus ojos recorrieron las cadenas y los grilletes que colgaban del techo, cayendo sobre la mesa de guerra en el centro de la cámara donde estaban sentados un puñado de hombres y mujeres. Los ocupantes más llamativos eran un oso pardo y un gorila cabra que descansaban juntos, pero después de ellos, la mirada de Aang se posó en un anciano que llevaba un sombrero de plumas de dos puntas y una túnica marrón forrada de piel.

El anciano se volvió hacia él y extendió los brazos.

—¡Debes ser el Avatar! —él dijo—. ¡Bienvenido, bienvenido!

Aang respondió corriendo hacia el antiguo rey y lo rodeó en un abrazo, enterrando su rostro en la túnica del hombre. Estaba igual que siempre y su corazón se hinchó de cariño y alivio.

—Bumi, genio loco. Me alegro de volver a verte.

El viejo rey lo apartó con sorpresa por un momento, pero le devolvió el abrazo.

—¿Sabes que soy yo? Oh, arruinaste mi diversión. ¡Esperaba hacerte una broma! —Se rio entre dientes, su risa hizo que Aang sintiera dolor y añoranza por su infancia, cuando todo era diferente—. Aang, te he echado de menos. ¡Y siempre pensé que eras calvo por naturaleza!


Toph siguió a Jet, sin saber que diría o haría y pensando que probablemente habría sido mejor ignorar su presencia. Pero no podía. No estaba lista para volver a verlo tan pronto después de su traición, pero sabía que tenía que hacer algo.

Jet se detuvo en un pasillo desierto, dándole la espalda.

—Ahora sé que fui demasiado lejos con lo que traté de hacer —dijo—. Y lo arruiné. Pero voy a arreglarlo, haciendo algo realmente bueno, aquí con el Cristal Rastrero.

Ella apretó los puños.

—¿Cómo sé que estás diciendo la verdad?

Se dio la vuelta para mirarla.

—¿Qué quieres decir? Por supuesto que lo sabes. Siempre sabes cuando alguien miente.

—¿Lo sé? —replicó ella, con la voz mezclada con ira—. Me manipulaste todo ese tiempo. Me ocultaste secretos. Me usaste. Y no soy la herramienta de nadie. —De alguna manera, había sido capaz de sortear sus habilidades detectar mentiras. El hecho de que hubiera podido engañarla y ella no lo supiera cómo, solo la frustraba más.

—Eso no es cierto —dijo—. Yo solo... no sabía cómo decírtelo. Siempre fuiste mi número dos. No, mi compañera. Mi igual.

Ella lo señaló con el dedo.

—No me insultes así. Soy mejor que tú. Nunca quise lastimar a gente inocente. ¡Solo trataste de mantenerme como tu arma todo ese tiempo!

Se inclinó hacia adelante, moviendo los brazos mientras trataba de discutir con ella.

—¡No fue así! Vamos, Bandida. Cometí algunos errores, pero ahora estoy tratando de mejorar las cosas. Tienes que darme una oportunidad. Smellerbee, Longshot y todos los demás... todos te extrañan. Te queremos de vuelta “Bandida".

Se alejó de él, caminando de regreso a donde Aang y los demás se habían ido.

—Ahora tengo una misión diferente —dijo—. Estoy luchando de verdad contra el imperio. Entrenando a Aang para que pueda vencer a los grandes enemigos. Así que no, nunca más me uniré a los Libertadores". Respiró hondo, tratando de calmar su propio ritmo cardíaco acelerado—. Y ya no es Bandida. Mi nombre es Toph.

Sus hombros cayeron y no dijo nada más mientras ella se marchaba.


Bumi hizo salir a todos sus soldados para poder hablar en privado con Aang y los demás, junto con la otra persona que lideraba el Cristal Rastrero junto a él: el antiguo Rey Tierra, Kuei. Kuei era significativamente más musculoso de lo que Aang recordaba, acentuado por sus capas de armadura y hombreras. Por lo demás, llevaba un sombrero de terciopelo verde con borla y sus anteojos que seguían siendo las siempre. Un enorme martillo de guerra descansaba al alcance de su mano, y Bosco, el oso, y Flopsie, el gorila cabra, jugaban entre ellos más allá. Todos se sentaron en la mesa que a Aang le recordó a la de la cámara de guerra del Consejo de los Cinco, aunque esta estaba tallada de forma más tosca en la tierra.

Después de las presentaciones, Zuko y Azula se lanzaron con las preguntas que habían estado rebosando en sus mentes. Pero ahora que Aang sabía que Bumi estaba vivo y a salvo, quería dejar a un lado todas sus preocupaciones por un tiempo, liberarse del peso de lo desconocido, correr y reír y gastar bromas con su amigo más antiguo.

Mai se inclinó hacia adelante para atrapar la mirada de Aang.

—Aang, concéntrate —dijo—. Estás soñando despierto con algo.

Había estado mirando al frente, a Flopsie y a Bosco, pero miró a Mai con un suspiro lo suficientemente sombrío como para igualar los de ella.

—Lo siento. Sí, tienes razón.

—¿Saben quién atacó el palacio? —preguntó Zuko—. Tengo mis sospechas, pero...

Bumi lo miró con un ojo entrecerrado y el otro abierto de par en par.

—Sospechas, ¿eh? ¿Podrías compartir algunas de ellas, solo para ver si estamos todos en la misma página?

—El Dai Li —respondió Zuko—. Atacarse a sí mismos. No sé por qué, pero hay tanta desconfianza en la ciudad que alguien debe estar tratando de manipular las cosas. —Aang asintió con la cabeza, pensaba algo similar y se alegró de ver que Zuko lo compartía.

—Eres un chico listo —dijo Bumi—. Pero no lo estás pensando lo suficiente. ¡Considera más posibilidades!

—Tienes razón en parte —explicó Kuei—. Capturamos a algunos y no hemos podido interrogarlos por completo, pero creemos que Long Feng es el culpable, desde Jie Duan. Su ciudad en la Nación del Fuego. —Frunció el ceño y apretó los puños—. Se llevó a algunos de sus agentes con él cuando huyó de aquí hace cinco años.

Aang frunció el ceño.

—¿Qué podría querer? ¿Está tratando de recuperar Ba Sing Se?

—Quizás indirectamente —dijo Kuei—. No debería saber que me retiré, pero probablemente tiene espías bajo el mando de la Gran Secretaria Wu que le pasan información.

—No lo creo —dijo Azula, dándose golpecitos en los labios—. Nos topamos con él hace meses y nos pidió que te asesináramos. Así que, a no ser que haya descubierto lo contrario hace relativamente poco, sigue pensando que eres el rey.

Kuei juntó los dedos y miró por encima de la mesa, en la que tenía un mapa de la ciudad y sus alrededores.

—¿Es así? Bueno, en cualquier caso, debe sospecharlo. Creo que atacó el banquete de bienvenida porque asumió que yo estaría allí y planeaba asesinarme o destapar la farsa del rey al mundo.

—Bueno, ¿por qué no te destapas tú mismo? —dijo Azula, pero su rostro se enrojeció de una manera muy poco propia de Azula y tartamudeó mientras Zuko y Bumi se echaban a reír—. U-um, bueno, eso sonó mal. ¡Saben a lo que me refiero! —Los animales se animaron al oír las risas, ladeando la cabeza en señal de confusión. Mai se limitó a bostezar.

Kuei se sonrojó de vergüenza y se quitó las gafas para limpiarlas.

—Bueno, eh, de hecho. —Se volvió a poner las gafas sobre la nariz, se aclaró la garganta y puso cara seria—. Si hiciéramos eso en este momento, la gente podría pensar que solo soy un falso rey y no podría hacer lo que he estado haciendo aquí. Esto me da más libertad para hacer lo que pueda para ayudar en el esfuerzo de guerra de una manera más directa. Como rey, no era más que un títere que bailaba en la ignorancia hasta que Bumi vino aquí y me dijo la verdad.

Azula frunció los labios.

—Bueno, ¿qué han estado haciendo? ¡Ustedes dos son reyes! Podrían tener todo el poder, pero en lugar de eso están aquí dando vueltas bajo tierra. Podrían volver y gobernar y tomar todas las decisiones que quieran, les guste o no a sus súbditos. Y eso incluye al Consejo de los Cinco, Wu, los ministerios, a todos ellos.

—No es tan simple —dijo Bumi—. Kuei tomó la decisión correcta al salir de esa compleja red. En cambio, está aquí para esperar el momento adecuado para atacar para que esta ciudad no corra la misma suerte que Omashu. ¿Has visto a Omashu? Ahora es ¡Oh-mash-uh! —Soltó una carcajada que nadie más compartió—. Oh, lo sé, probablemente no debería tomarlo a la ligera, pero no pude resistirlo. No te preocupes, gran parte de la tragedia fue evitada. Mucha de mi gente vive en Ba Sing Se ahora, o en las montañas en las afueras de la ciudad.

—El Cristal Rastrero hace un gran trabajo para asentar a tantos refugiados como sea posible —dijo Kuei una vez que Bumi hubo terminado—. Los colamos en la ciudad o los instalamos en las montañas, como dijo Bumi. Hace mucho tiempo, solía haber un pueblo reclamado por los daofei, o grupos de forajidos, por ahí, pero desde entonces ha sido abandonado, así que los trasladamos. Luchamos para protegerlos de la Nación del Agua, pero también trabajamos para mitigar algunas medidas extremas tomadas por el Consejo de los Cinco. Y recientemente hemos comenzado a coordinarnos con otros grupos independientes contra la Nación del Agua, como sus amigos los Libertadores.

—¿Medidas extremas tomadas por el Consejo? —preguntó Zuko—. ¿Cómo cuáles?

—¡Esa es una explicación para otro momento! —dijo Bumi, poniéndose de pie—. ¡Tu amiga Guerrera Roku luce muy aburrida y, francamente, yo también lo estoy!

—Gracias —dijo Mai, pero Aang no tenía claro si estaba siendo sarcástica o no.

—Ustedes, niños, deben regresar al palacio antes de que todos sospechen —dijo Bumi—. ¡Y sus linda y elegantes ropas están muy sucias!

—Quiero volver por Appa y Sabi —dijo Aang. Se sentía lo suficientemente inquieto al dejarlos solos durante tanto tiempo—. Pero después de eso, no tenemos ninguna razón para quedarnos más. Volveremos aquí.

—No estoy tan seguro de si deberías —dijo Kuei—. Podríamos usar su ayuda para planear una invasión. Necesitaríamos una fuerza tan grande como podamos.

—Intentamos que nos ayudaran, pero no quisieron —dijo Zuko—. Solo están enfocados en defender en lugar de atacar. Incluso nos descubrimos que un eclipse se acerca, en el que los Maestros Agua perderían su poder, pero dijeron que sería inútil.

—Tal vez sea así —dijo Bumi—. Se ha hecho, la Nación del Agua ha sabido que esperar de un ataque durante un eclipse por años. ¡Pero podemos planear uno para cualquier día! ¡Es posible que lo esperen menos!

—Siempre y cuando sea antes de que llegue la segunda luna —dijo Aang, y pensó en el cometa de Sozin, resplandeciendo en un cielo anaranjado. Consideró los méritos de la idea—. Antes de que desaten una devastación total.

Bumi lo miró con algo que Aang no pudo determinar, pero luego se encogió de hombros.

—Sí, por supuesto. Los distraeríamos lo suficiente como para que puedas colarte y derrotar al Emperador del Agua.

—¿Podemos confiar en Wu? —preguntó Aang—. ¿Y el Consejo de los Cinco? ¿Al menos lo suficiente para planificar la invasión?

—Al Consejo le gusta el poder que tienen —dijo Kuei—. Y su seguridad. Me temo que ven a Wu como débil e indigna de su posición. —Se ajustó las gafas—. Y Wu es una mujer paranoica, que ve enemigos en cada sombra.

—Tengo esa impresión de Wu —admitió Aang. Recordó lo que había dicho sobre el Loto Blanco, refiriéndose a ellos como un grupo de insurrectos.

—Honestamente, tiene todo el derecho a sospechar —admitió Kuei—. Fue elevada a una posición de liderazgo después de que Long Feng huyó y yo abdicara del trono, ella ha tenido que lidiar con enemigos de todos lados. No sabe casi nada sobre el Cristal Rastrero y probablemente piensa que somos un grupo de rebeldes tratando de llegar al poder. No creo que esté trabajando con Long Feng, aunque sé que es una posibilidad, y estoy seguro de que ella se pregunta constantemente si él está usando a sus propios agentes Dai Li para espiarla.

—No me gusta la idea de volver, pero haremos lo que podamos —dijo Aang, poniéndose de pie—. Gracias a ambos por contarnos todo esto. Me hace sentir mucho mejor con todo.

—Por supuesto —dijo Kuei, sonriendo—. Fue un placer conocerte, Avatar Aang.

Zuko, Azula y Mai salieron de la cámara delante de Aang mientras Kuei se marchaba con Bosco, pero Bumi extendió una mano para evitar que Aang se uniera a sus amigos.

—Espera, Aang. Antes de que te vayas, me gustaría hablar.

Aang miró a sus amigos y asintió con la cabeza para que continuaran.

—Sí, yo también —dijo.

—Iremos a buscar a Toph —le dijo Azula. Se dio cuenta de cómo ella evitaba mirarlo a los ojos, y cuando se volvió no pudo evitar mirar su cabello ondulante mientras se alejaba, perdido en los recuerdos de luciérnagas y flores de ciruelo. No había tenido tiempo para pensar en su confesión y se preguntó si tendría la oportunidad de hablar con ella al respecto.

Bumi se acercó a rascarle la barriga a Flopsie cuando la gigantesca criatura se dio la vuelta sobre su espalda, sacando la lengua con placer.

—Aw, mi Flopsie-wopsie-poo. Eres un buen chico. —Miró a Aang—. Ven, Aang. ¡A Flopsie le encanta esto!

—Paso —dijo Aang, dándole una sonrisa tímida—. Tengo que volver pronto a la ciudad, como dijiste.

Bumi frunció el ceño.

—¿Quién eres tú?

A Aang le dio un vuelco el estómago.

—¿Qué quieres decir? ¡Soy Aang!

—No, no lo eres —dijo Bumi—. El Aang que conozco no dejaría pasar la oportunidad de jugar con ningún animal, por muy apurado que estuviera.

Se encogió de hombros.

—Tuve que cambiar. Soy el Avatar ahora. Tengo que crecer en algún momento, ¿no?

—Te haré saber que tengo ciento doce años y no tengo ninguna intención de “crecer” pronto —le informó Bumi—. Y tú tienes, ¿qué, doce?Se rascó la nuca.

—Sí, bueno…

—Aang, ¿qué te ha pasado? —preguntó Bumi, la sinceridad en su voz sacudió a Aang hasta la médula. Vio la tristeza brotar en los ojos del viejo rey—. Después de todos estos años, sigues siendo mi más viejo amigo. Y el más joven, pero eso no viene al caso. Te conozco, y sé que este no eres tú. Este niño tan serio y callado, que calcula y sopesa cuidadosamente sus palabras antes de pronunciarlas, que habla de la destrucción como si él mismo hubiera sido testigo de la desesperación... No tengo idea de quién es.

Aang respiró hondo.

—Necesito saber. ¿Eres miembro del Loto Blanco?

Bumi pareció desconcertado por un momento, pero algo parecido a la decepción brilló en sus ojos antes de ser reemplazado con una mirada astuta.

—Eso es un secreto.

—Entonces sí —dijo Aang. Cualquier duda persistente que tenía sobre Kanna y Piandao se evaporó—. Wu se equivoca al decir que ustedes son rebeldes.

—Bueno, lo somos, desde su punto de vista —dijo Bumi, encogiéndose de hombros—. Hacemos muchas cosas que a ella y al Consejo de los Cinco no les gustaría. Así que tiene razón, pero desde un ángulo diferente.

Se quedaron en silencio por un momento, mirándose el uno al otro como si estuvieran se evaluando entre sí. Aang dejó escapar un suspiro, rompiendo el silencio el primero, y tomó una decisión. Si no podía confiar en Bumi, ¿en quién podía confiar?

—Tal vez parezca que tengo doce, pero tengo algo así como quince o dieciséis...

—Ciento quince o dieciséis —lo corrigió Bumi—. Espera, ¿eso te hace mayor que yo?

—Bueno, a veces me lo parece —dijo Aang, sonriendo. Era típico de Bumi enfocarse en un detalle como ese—. Sé que dijiste que te aburrían las explicaciones, pero tengo algo que decirte.


Katara había pasado la mayor parte del día siguiente con Jet.

A pesar de que ser bastante nuevo en Ba Sing Se, el chico estaba bien informado. Fingió ignorancia cuando él le dio un recorrido por varios vecindarios en el Sector Bajo, le presentó a los miembros de su pequeña pandilla y le explicó cómo funcionaba la vida aquí. Había establecido una relación con muchos cocineros y dueños de tiendas y otros miembros notables de la comunidad, ayudando a mantener alimentados a los otros niños. A cambio, él y sus otros “Libertadores” mantenían los vecindarios a salvo de las pandillas rivales y contrabandeaban varias medicinas, legales o no, por la ciudad. Incluso insinuó tener un trabajo más secreto que implicaba ayudar con la situación de los refugiados.

También insinuó, en varias ocasiones, que estaban reclutando.

Ella se había reído en cada ocasión. Restó importancia a sus propias habilidades. Hizo una demostración falsa de la forma en que manejaba una espada corta y delgada. Pero eso pareció hacer que él quisiera reclutarla aún más. Ella lo condujo mientras él la guiaba por la ciudad, sin querer le mostró sus puntos clave de acceso a las vías fluviales subterráneas y le explicó que a nadie le gustaba el Dai Li, por lo que conocía las mejores formas de evitarlos.

A última hora de la tarde, regresó al estrecho apartamento y se encontró con Sokka y Ghashiun en la puerta, que acababan de regresar de buscar suministros.

—¿Y dónde has estado todo el día? —preguntó Sokka, lanzándole una mirada acusadora.

—Oh, conocí a alguien —respondió ella—. Me dio un recorrido maravillosamente esclarecedor por la ciudad.

Sokka prácticamente le siseó y se acercó a ella.

—¿Estás loca? ¿Qué pasa si se te escapa algo? Estamos aquí tratando de hacer lo que podamos para no llamar la atención. Yue ha estado bajo tierra con todos nuestros hombres durante días. ¿Y estás ahí afuera simplemente recorriendo la ciudad?

Bajó la voz y el aire a su alrededor se enfrió.

—No te atrevas a hablarme así. Te haré saber que obtuve todo tipo de información útil de esta persona. Tanto que si no llegáramos a encontrar a la hermana de Ghashiun probablemente estaríamos bien.

—Encontraremos a Nagi —dijo Ghashiun de inmediato. Sus ojos oscuros se endurecieron—. No olvides nuestro trato.

Sokka empujó a Ghashiun hacia el apartamento, se le había puesto la piel de gallina por el frío.

—Sí, sí, nadie se está olvidando nada. Puede que incluso nos encontremos con ella esta noche. Pero no te preocupes, Katara, me encargaré de tu gran plan.

Giró sobre sus talones mientras se alejaban, decidiendo que no quería volver con ellos todavía. Escogió una dirección al azar, se dirigió hacia la cualquier entrada a los canales subterráneos que pudiera encontrar, con la esperanza de practicar algo de Agua Control lejos de cualquier mirada indiscreta. Katara se recordó a sí misma que era estúpido e imprudente, pero el Agua Control era una de las únicas cosas que conseguían calmarla cuando estaba enojada.

Al doblar la siguiente esquina, estuvo a punto de chocar con Jet.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió ella, preguntándose qué podría haber visto—. ¿Me estás... siguiendo?

—¿Conocías a ese tipo? —preguntó Jet, mirando en dirección al apartamento. Parecía que ni siquiera la veía—. ¿El que tiene un ojo?

¿Conocía a Sokka? Ella improvisó con la primera mentira que se le ocurrió.

—Lo acabo de conocer —dijo, poniendo una mano en su pecho y haciendo todo lo posible por sonar dolida—. Me compadecí de él. Vi un ojo como el mío y me pregunté si alguien le había sacado el otro ojo por alguna clase de estúpida venganza. Cuando traté de ofrecerle unas palabras amables, me hizo a un lado. Es solo un hombre triste y amargado.

—Lo he conocido antes —dijo, volviendo su mirada hacia ella. Se acercó a Katara, casi de manera protectora—. Ese tipo es un Maestro Agua, June. ¡Tenemos que hacer algo!

Se movió para pasar junto a ella, llevando las manos hacia sus espadas, pero Katara le puso una mano en el brazo para detenerlo.

—Espera, Jet —dijo—. Si lo que dices es cierto, entonces no deberíamos montar una escena. Necesitamos advertir a alguien. Al Dai Li.

Bueno, había sido divertido. Ahora tenía que usar Sangre Control con él, en algún lugar donde nadie pudiera encontrar su cadáver.

—Ellos no —dijo. Apretó el puño y dejó escapar un suspiro de frustración entre dientes. Creyó que iba a golpear algo.

—¿Estás seguro de que es quien crees que es? —preguntó Katara—. ¿Y si estás confundido?

—No lo estoy —dijo Jet—. Viajaba con el Avatar. Los conocí a ambos hace semanas, y ahora el Avatar también está aquí en la ciudad. No creo que lo sepa.

—¿El Avatar? —A Katara se le iluminaron los ojos—. ¿Tú lo conoces? —Tuvo cuidado de no poner énfasis en la palabra "tú" para no ofenderlo—. ¡Entonces deberíamos ir a decírselo! ¡Él puede hacer algo!

—Tienes razón —dijo Jet, enderezándose. Parecía que le había costado un enorme esfuerzo contenerse para no emboscar a Sokka en ese mismo momento—. Aang está en el Sector Alto. ¡Vamos!

Katara tuvo suerte de que él no viera su sonrisa.


Aang se paseaba de un lado a otro en su casa mientras los demás lo miraban y esperaban a que organizara sus pensamientos. Su conversación con Bumi había ido bien, aquel genio loco no dudaba de él ni un poco. Sentía una carga más ligera cada vez que revelaba su secreto, pero, al mismo tiempo, sentía como si sus amigos de casa se estuvieran desvaneciendo, volviéndose menos tangibles; como si se convirtieran en solo una historia en lugar de formar parte de su pasado.

—Entonces, ¿vas a dejar de pasearte en algún momento o vas a decirnos lo que tienes en mente? —preguntó Toph, inclinándose con el puño presionando su mejilla—. Si sigues haciendo eso, podrías empezar a cavar trincheras en el suelo.

—Solo estoy tratando de darle sentido a todo —dijo—. Las están siendo un poco diferentes de lo que fueron en casa y es un poco confuso.

—¿Porque Long Feng no es el Gran Secretario aquí? —preguntó Mai.

Aang asintió.

—Supongo que sí. La Princesa Azula se infiltró en la ciudad y la tomó desde el interior al hacerse con el control del Dai Li.

Pero esta vez parecía haber aún más bandos de los que preocuparse. No sabía si podría ir a la par con todos ellos, encontrar una manera mantenerse al tanto de las cosas cuando todavía no podía estar seguro de dónde acechaban sus enemigos. Había confiado demasiado en su conocimiento previo hasta este punto, y ahora que las cosas habían cambiado, se sentía frustrado por no poder predecir las cosas de ahora en más.

El Consejo de los Cinco. La Gran Secretaria y el Dai Li. Ambos grupos llenos de paranoia, ambos grupos trabajando indirectamente el uno contra el otro, pero si Ba Sing Se quería evitar ser conquistado, tendrían que trabajar juntos.

El Cristal Rastrero, el Loto Blanco y los libertadores, al menos estaban conectados de alguna manera. Y Jet no parecía que le hubieran lavado el cerebro esta vez. Pensando en retrospectiva, se permitió un momento de diversión mórbida ante el hecho de que ahora Jet trabajara para una facción que operaba en el lago Laogai, el lugar de su muerte. Independientemente de dónde estuviera Jet, quería intentar salvarlo esta vez. ¿O esos eventos que condujeron a su muerte nunca llegarían a ocurrir?

Long Feng, que todavía era parte del juego pero acechaba desde otro lugar. Aang no tenía idea de qué hacer con él estando en la Nación del Fuego, excepto mantenerse alerta.

Sokka, Katara y la Nación del Agua. La parte más importante a considerar, pero no estaba seguro de cómo influirían en los eventos futuros.

Todo el asunto le daba dolor de cabeza, como si estuviera jugando una partida de Pai Sho sin conocer ninguna de las reglas o estrategias.

—¿Estás seguro de que puedes confiarle tu secreto a ese viejo loco? —preguntó Azula. Daba golpecitos en la mesa de té con los dedos, sus uñas repicando contra la madera con un ritmo que a Aang le distraía—. No parece que haya terminado de entenderlo, ¿sabes?

—Estoy seguro, y confío en él. Es un genio loco y uno de los Maestros Tierra más poderosos del mundo. Al igual que Toph —dijo Aang, con una expresión que, esperaba, no diera pie a discusiones. Toph soltó bufido pero no dijo nada—. Zuko, ¿has enviado un mensaje al palacio?

Zuko asintió.

—Sí. Todo el mundo está bien, y Wu dijo que se alegraba de saber que estamos a salvo. Todavía están tratando de averiguar quién atacó, así que han estado tratando de rastrearlos por los túneles todo el día y la noche. Tampoco atraparon a ningún miembro del Cristal Rastrero o de los Libertadores, por lo que puedo decir, eso es bueno.

—Los Guerreros Roku pueden actuar como tu enlace con el Cristal Rastrero mientras estemos aquí en la ciudad —ofreció Mai—. Enviaremos y traeremos cualquier mensaje que necesites.

—Genial, gracias —dijo Aang, sonriendo. La ayuda de Mai en este mundo también era bienvenida.

Con tantos factores que habían cambiado en este mundo, estaba seguro de que el destino de Ba Sing Se procedería de manera diferente, pero para bien o para mal, no podía predecirlo.


Sokka descubrió que Ghashiun se había mantenido ocupado durante su tiempo en la ciudad.

El Maestro Arena había buscado información sobre los Dai Li desde que llegaron, tratando de encontrar alguna noticia de su hermana. Las mujeres en sus filas, especialmente aquellas tan jóvenes como Nagi, parecían ser raras, por lo que había podido reducir su búsqueda. Durante sus primeros dos años de servicio, los agentes estaban confinados al Sector Bajo para mantener la paz, por lo que Nagi debería haber estado entre ellos. Ghashiun también se había enterado de que esos Dai Li no parecían tener un cuartel general conocido en el Sector Bajo; utilizaban, sobre todo, el sistema de túneles que corrían debajo de la ciudad, lo que hacía que Sokka estuviera ansioso por encontrar a Nagi lo antes posible.

Sokka admitió a regañadientes que la necesitarían si sus hombres querían evitar cualquier patrulla Dai Li. Como estaban las cosas, la ciudad se encontraba en alerta máxima debido a los rumores de un ataque al palacio la noche anterior, por lo que Yue y los soldados de la Nación del Agua se retiraron a las cavernas del Muro Exterior. Temía que la redada retrasara su propio ataque planeado y una vez más consideró la idea de cancelar todo y reducir sus pérdidas para retirarse.

Miró a Ghashiun, preguntándose una vez más qué ganaría el Maestro Arena ayudando a las Tribus del Agua a apoderarse de la capital del Reino Tierra. ¿Realmente no era leal a su propia gente? Recorrió las calles con determinación, haciendo caso omiso de las personas que se apresuraban a regresar a sus hogares. Ba Sing Se se sentía vacío, pero Sokka asumió que los Dai Li debían estar observando todo, sin ser vistos, mientras buscaban a los culpables del ataque al palacio.

—Oye —dijo Sokka en voz baja, lo suficientemente fuerte para llamar la atención de Ghashiun—. Tengo una idea. Sígueme la corriente.

Ghashiun vaciló lo suficiente como para indicar que había escuchado a Sokka, pero siguió caminando.

—¡Tú! ¡Maestro Arena! —gritó Sokka de repente, señalando con un dedo acusador a la espalda de Ghashiun—. Eres uno de los que atacaron el palacio, ¿no?

Ghashiun se giró con los ojos muy abiertos y, con un movimiento rápido, lanzó su mano hacia él. La arena se precipitó desde el suelo a la cara de Sokka, pero se agachó para esquivar el golpe y corrió hacia el otro lado. El suelo se movió debajo de él cuando la arena se elevó para enredar sus pies, pero después de tropezar brevemente, logró recuperar el equilibrio y correr hacia un callejón.

—¡Que alguien me ayude! —gritó Sokka, agarrando una caña de un puesto de pesca que había cerrado por la noche. La caña de madera tenía un gancho de hierro en el extremo, el cual blandió hacia Ghashiun, pero la arena se levantó para agarrar el arma de Sokka y arrancarla de sus manos de una manera muy parecida a la de un Maestro Agua. Nunca había sabido que los Maestros Arena utilizaban formas de Agua Control, ¿lo habría aprendido de Katara?

Se dio la vuelta y corrió hacia las sombras del callejón, pero Ghashiun lo alcanzó y giró a Sokka para inmovilizarlo contra la pared, manteniéndolo en su lugar y sujetando la parte delantera de su camisa.

—¿Qué estás haciendo? —siseó Ghashiun, lo suficientemente cerca como para que Sokka sintiera su aliento en la cara.

Sokka sonrió, sin inmutarse por la mirada asesina en los ojos de Ghashiun.

—Intentando hacer que te arresten —dijo en un susurro—. Pensé que sería una manera fácil de ver a tu hermana, y ella te sacaría de allí una vez que le explicaras que lo hiciste para encontrarla. ¿Y si eso no funciona y nunca vuelvo a verte? Gran cosa.

Ghashiun los mantuvo sujeto, sus ojos calculadores clavados en Sokka.

—Ese es un plan arriesgado.

—Y aun así es mejor que deambular sin rumbo fijo —respondió Sokka. Se aclaró la garganta, sintiéndose incómodo al tener a Ghashiun tan cerca de él—. ¿Me vas a dejar ir ahora para que podamos continuar con esta farsa?

Ghashiun lo soltó y dio un paso atrás, dejando espacio para que Sokka siguiera huyendo. Antes de que Sokka pudiera dar más de unos pocos pasos, la arena se deslizó alrededor de sus tobillos y lo hizo tropezar, enviándolo de bruces al suelo. Se volvió para mirar a Ghashiun, quien tenía un brillo de diversión en sus ojos. Estaba disfrutando esto.

Sokka volvió a ponerse de pie y corrió, gritando mientras avanzaba, pero antes de llegar al final del callejón, una figura en sombras apareció frente a él, erguida, una figura siniestra con la luz de las linterna de las calles a sus espaldas. La figura vestía túnicas largas y un sombrero en forma de cono.

—¡Has venido a rescatarme! —exclamó Sokka, juntando sus manos en un gesto de gratitud.

El agente de Dai Li se abalanzó hacia adelante, atrapando las manos de Sokka en piedra, y le ató los pies justo después, haciéndolo caer al suelo. Detrás de él, escuchó el tintineo de las cadenas mientras Ghashiun también caía al suelo.

—Quedan ambos bajo arresto por sospechas de crímenes contra el Rey Tierra.

Chapter 39: El Segundo Gurú

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 18: El Segundo Gurú

 

Sabía que nunca podría ocultarte la verdad, Bumi.

Una gran parte de mí se alegra de que hayas podido comprenderlo tan rápido. Eres la única persona en todo el mundo que me conoció hace tantos años, que sabe cuánto he cambiado desde entonces. Appa también, supongo. Creo que le entristece a veces, pero no es como si pudiera decir nada.

Hace años, Toph me dijo que nunca cambiase. Eso es como decirle al viento que sea tan inflexible como la montaña. Rompí esa promesa. No era mi intención. ¿Pero acaso una parte de mí no fue siempre así? En mi mundo, cuando perdí a Appa en el desierto, estaba tan de rabia e impotencia. Tomé la vida de una criatura inocente por primera vez. En otras ocasiones, me he enfadado con mis amigos por cosas de las que en realidad no los culpaba. Pensando en retrospectiva, muchas de esas veces fueron para defender a Appa o alguna otra parte de mi cultura.

La ira dentro de mí siempre estuvo ahí. Es solo que hace tiempo que dejé de ocultarla.

—¿Así que ahora escondes al niño que llevas dentro, a quién eres realmente? me preguntaste.

No tenía una respuesta para eso.


—¿Qué pasa? ¿Por qué me arrestan también? ¡No tuve nada que ver con el ataque al palacio!

Sokka forcejeó con sus ataduras en vano, conteniendo sus insultos hacia los Dai Li. Lo retuvieron en una habitación oscura que olía a moho, con paredes y pisos de madera para mantener a raya la Tierra Control de Ghashiun. Unas barras de metal dividían la habitación por la mitad y los separaban de los tres agentes Dai Li del otro lado. El cerebro de Sokka trabajaba a toda marcha mientras trataba de pensar en una forma de librarse de esta situación; no tenía a nadie a quien culpar más que a sí mismo por ser arrestado, pero no pensó en la posibilidad de que su plan saliera tan mal.

Si descubrían que era un Maestro Agua...

Las cadenas metálicas de Ghashiun tintineaban mientras se retorcía y revolvía contra la espalda de Sokka.

—Yo tampoco. Fue sólo una estúpida estratagema. Quiero ver a mi hermana.

Uno de los Dai Li, un hombre con una cicatriz brutal en el puente de la nariz, se burló de él.

—Ya lo veremos. Una investigación en curso sugiere la participación de un Maestro Arena en el ataque al palacio. Y tampoco descartamos como culpables a los de la Tribu Agua —dijo, lanzándole a Sokka una sonrisa victoriosa.

Sokka le devolvió la mirada.

—Él no es de la Tribu Agua —dijo Ghashiun, y su intervención sorprendió a Sokka—. Se escapó de una de las colonias cuando era niño.

—Oh, entonces es un bebé de barro —dijo el agente de Dai Li—. Igual de malo, en mi opinión.

A Ghashiun se le quebró la voz y dejó caer la cabeza.

—Déjame ver a Nagi, por favor.

El agente se rio entre dientes. Sokka no quería nada más que dejarle otra cicatriz.

—¿Suplicando ahora? Bueno, es tu día de suerte. Conozco a Nagi, solía trabajar aquí hasta que la ascendieron al palacio. ¿No le decepcionará ver a su querido hermanito involucrado en un ataque al palacio que ella lucha por defender? —Se dio la vuelta para marcharse—. Puede que me lleve algo de tiempo. ¿Quién sabe si podré localizarla siquiera? Aún no he decidido si quiero hacerlo.

Después de irse, Sokka le dio un codazo a Ghashiun en el brazo.

—Gracias por defenderme —dijo.

Ghashiun soltó un bufido.

—¿Es esa una muestra de tu infame sarcasmo?

—No —dijo Sokka—. De verdad.

Ghashiun había tenido la oportunidad de delatarlo a él, a Katara y a toda la fuerza de invasión bajo de la ciudad, pero no lo hizo. Sokka supuso que eso debía significar algo. Su ojo escudriñó la habitación más allá de las barras de metal, tratando de formular un plan y adaptándolo para incluir a Ghashiun. Sospechaba que los Dai Li usaban este lugar como cuartel general y como prisión provisional hasta que sus prisioneros pudieran ser trasladados a otro lugar; por lo que Sokka podía recordar, era una edificación simple de una sola habitación en el Sector Bajo, tal vez uno de los muchos que había en cada barrio. Los dos Dai Li que quedaban en la habitación con Sokka y Ghashiun estaban sentados en sencillos taburetes de madera con una caja de transporte como mesa, sobre la que jugaban con aburrimiento una partida de dados de hueso.

Esperaron casi toda la noche antes de que la puerta se abriera para dejar pasar a una recién llegada. Otro agente Dai Li, esta era una mujer joven, tal vez uno o dos años mayor que Sokka y Ghashiun, que llevaba una capucha marrón debajo de su sombrero cónico y un aro de cobre sin adornos en la frente. Tenía una trenza gruesa y negra que sobresalía y le caía hasta la base de la garganta y sus ojos eran tan oscuros como los de Ghashiun. El primer pensamiento de Sokka fue que era realmente bonita.

—¡Ghashiun! —exclamó, acercándose hasta los barrotes para examinarlo más de cerca. Su rostro se endureció—. ¿Cómo pudiste hacer algo tan estúpido?

Ghashiun retrocedió como si lo hubiera picado un escarabajo escorpión.

—Hacía tanto tiempo que no te veía… te extrañaba, hermana.

Ella cerró los ojos y respiró hondo, volviéndose hacia sus colegas.

—¿Podrían dejarnos? Estaré bien.

Solo un agente de Dai Li se levantó para marcharse, pero el otro se quedó.

—No se puede, Nagi. Conoces las reglas.

Suspiró pero luego se volvió hacia Ghashiun.

—Tienes suerte de que a Kong le guste presumir de todo lo que puede conmigo. De lo contrario, nunca habría sabido de ti. —Chasqueó los dedos—. Realmente es un mal momento para hacerte arrestar, Ghashiun. La gente de Ba Sing Se desconfía mucho de los nuestros, y están comenzando a surgir algunos rumores sobre la participación de Si Wong en el ataque al palacio.

—No tuvimos nada que ver con eso —dijo Ghashiun—. Esta fue solo una idea que tuvimos para encontrarte.

Los hombros de Nagi cayeron, como si se hubiera desinflado.

—Veré lo que puedo hacer. Puede que me hayan ascendido recientemente, pero mi posición entre los Dai Li es frágil en el mejor de los casos, y tú la has puesto en peligro. Es posible que salgas libre, pero aun así habrá una investigación y si tienes suerte, un juicio. Y espero de corazón que hayas entrado a la ciudad por medios legales.

Ghashiun desvió la mirada.

—No sé por qué estás tan decidida de formar parte de un grupo que desprecia a nuestra gente. A ellos no les importa Si Wong.

—Todo está bien —dijo Sokka, poniendo una sonrisa de arrogancia—. No hicimos nada malo, así que no hay nada de qué preocuparse. Entonces, ¿qué tal si nos deshacemos de estas cadenas?

Nagi volvió su mirada hacia él.

—¿Quién es?

—Tseng —dijo Ghashiun rápidamente—. Un amigo mío. Me ayudó a encontrarte.

Se llevó la palma de la mano a la frente y sacudió la cabeza.

—Veré qué puedo hacer para sacarte de aquí. Pero puede llevar tiempo.


La mañana llegó, y con ella el canto de los pájaros crestados de plumaje rojizo. Aang se levantó temprano de la cama a pesar de haber estado despierto por bastantes horas en la noche, con el sueño perturbado por la constante planificación y los pensamientos que iban y venían, así que después de que saliera el sol decidió salir al jardín fuera de su casa para observar a los pájaros y, con suerte, calmar su mente lo suficiente como para meditar. No se molestó en ponerse una camisa, pero sí tomó una sencilla bata marrón que se colgó sobre los hombros.

Se deslizó por la puerta trasera, con los pies descalzos arrastrándose suavemente sobre la madera de cerezo lacada que recubría en el exterior de su casa. Los pilares, hechos de la misma madera, sostenían una pérgola sobre la que colgaban enredaderas entretejidas. A lo largo de ellas brotaban diminutas flores blancas que salpicaban la hiedra y cubrían gran parte del patio trasero de la casa. Se sentó bajo la hiedra y contempló los estanques de peces koi que estaban justo al otro lado de una capa de grava blanca que cubría el suelo y las capas de piedra caliza que formaban el borde alrededor del agua tranquila. Un gorrión cerca de la orilla del agua, pero uno de los pájaros crestados graznó y lo ahuyentó. Appa mordisqueaba tranquilamente un fardo de heno a la derecha de Aang, justo al lado de la cerca de los jardines del estanque de peces koi, y emitió un gruñido bajo a manera de saludo.

Aang cerró los ojos y se sentó en posición de loto, escuchando los sonidos lejanos del Sector Alto mientras los nobles y funcionarios del gobierno comenzaban su jornada. Se centró en los sonidos más agradables: los pájaros en el cielo, el viento en los árboles que irrumpía entre los murmullos distantes, el agua corriente en el canal que fluía por las calles más allá. Olió la laca abrumadora debajo de él y luego se concentró en el aroma terroso del suelo y en los árboles, las algas acumuladas en los estanques.

Pensó en las flores de ciruelos, en las luciérnagas y en Azula, pero esa imagen también le recordó a la princesa Azula y la revelación de que ella había estado allí todo el tiempo, detrás de los ojos de esta Azula. Acechando a su amiga. Observándolo a él y todo lo que hacía.

El sonido del aleteo de un lémur lo sacó de sus cavilaciones. Literalmente, Sabi le había saltado a la cabeza y tiraba de sus orejas.

—Sabi, ahora no —dijo, decidido a mantener los ojos cerrados. Pero ella no se detuvo, haciendo sonidos mientras se movía hacia su espalda y le manoseaba la túnica. Aang suspiró y abrió los ojos, solo para ver a Sabi, la lémur, sentada en la grava frente a él con la cabeza inclinada en algo parecido a la confusión, con las orejas presionadas hacia atrás contra su cabeza—. ¿Qué?

Se levantó de un salto y se dio la vuelta, pero la criatura que estaba aferrada a él se había metido bajo sus brazos y se había enroscado en su hombro. Una cola anillada golpeó a Aang en la cara y éste estiró la mano para agarrarla, pero se movió fuera de su alcance. Unas pequeñas manos peludas le rodearon la cabeza y le acariciaron el pelo, pero se quitó a la criatura de encima y la sostuvo frente a él, con los ojos entornados con incredulidad.

—¿Momo? —preguntó con voz vacilante. El nuevo lémur lo miró con los ojos muy abiertos y comenzó a aletear y chillar, luchando contra el agarre de Aang. Sobresaltado, lo soltó, solo para que el lémur se lanzara de nuevo hacia Aang y trepara por su torso. Sabi arqueó la espalda y siseó, pero voló directamente hacia Aang en lo que él solo podía asumir que era una actitud protectora, y de repente Aang se encontró atrapado entre un torbellino de dos lémures que chillaban y luchaban entre sí—. ¡Hey esperen!, los dos, ¡paren!

—¿Qué está pasando? —La puerta corrediza detrás de Aang se abrió y Azula salió, con el cabello alborotado y la ropa desaliñada—. No me gusta que me despierten tan temprano con todos estos chillidos.

Zuko y Toph salieron detrás de ella, el primero con sus espadas listas.

—¿De dónde ha salido eso? —gritó Zuko por encima del bullicio.

Los esfuerzos de Aang para calmar a los lémures que peleaban fueron en vano, pero finalmente se detuvieron cuando Appa se acercó y soltó un rugido ensordecedor que seguramente despertaría a todo el Sector Alto. Ambos lémures se separaron rápidamente, Sabi se enroscó en las piernas de Aang mientras que el recién llegado voló hacia la cabeza de Toph.

—Por fin —dijo Toph—. Pero no es Sabi quien está en mi cabeza, ¿verdad?

Aang miró más de cerca al otro lémur que se había clamado y ahora se acurrucaba a Toph. Algo dentro de él pareció atraerlo al lémur, un hilo de energía que los conectaba a ambos, y Aang recordó las palabras del Maestro Pantano de hace mucho tiempo. Todos estamos conectados. Aang esbozó una sonrisa.

—Es verdad. Es Momo, tiene que serlo.

—¿El lémur de tu mundo? —preguntó Zuko—. ¿Físicamente? ¿El mismo lémur que conocías?

—No lo sé —dijo Aang. Podría haber sido imposible decirlo con certeza, pero descubrió que no importaba. Se sentía como si un pedazo de su hogar hubiera regresado y lo hubiera encontrado. Sabi olfateó el aire, acercándose a Momo tímidamente.

—¿Viste esto? —preguntó Azula. Levantó un trozo de pergamino enrollado y atado con una cuerda—. Estaba en el suelo.

—No —dijo Aang, frunciendo el ceño—. ¿Supongo que Momo debe haberlo traído con él?

Lo desenrolló, escudriñó brevemente su contenido y se lo entregó a Aang con algo parecido a un ceño fruncido.

—Es para ti.

Lo aceptó, confundido, y leyó el pequeño manuscrito en voz alta para que Toph escuchara.

"Avatar Aang,

Espero que esta carta te encuentre bien. Puede que reconozcas a este pequeño lémur como un viejo amigo tuyo; lo encontré hace poco. ¡Es una auténtica bomba de energía! Su inteligencia y lealtad son admirables. Al igual que el otro, en otro tiempo y en otro lugar, no tengo ninguna duda de que llegará a ti con esta carta. Están conectados, después de todo.

Pero también escribí esta carta para dar una noticia grave. El Mundo de los Espíritus está en caos, como estoy seguro de que sabes, y solo está empeorando. Como Avatar, es tu deber hacer algo al respecto, ante todo. Trabajaremos juntos en este enigma. Estoy seguro de que recuerdas dónde encontrarme.

-Gurú Pathik"

—¿Lo conoces? —preguntó Zuko, su voz baja con sospecha—. ¿Cómo?

—Lo conozco—dijo Aang. Pero lo más preocupante era que Pathik parecía conocer a Aang—. Y necesito ir al Templo del Aire del Este.

—¿De verdad? —preguntó Azula. Ella apretó el puño en disposición—. Entonces vamos.

Aang negó con la cabeza.

—No. Creo que... necesito ir solo.

—¿Quién es este tipo? —preguntó Toph—. No creo que tenga que recordarles la última vez que nos encontramos con un gurú extraño. Se llevó a Zuko. Pero parecía saber algo sobre tu otro mundo.

Aang trasladó la conversación al interior, perdido en sus pensamientos. La última vez, cuando dejó Ba Sing Se, regresó y descubrió que todo había comenzado su descenso hacia el desastre. Pero los conocimientos de Pathik podrían ser demasiado valiosos como para ignorarlos, independientemente de cuanto supiera sobre el mundo de Aang.

—La última vez que me encontré con este gurú, me enseñó a usar el Estado Avatar —dijo—. Ni siquiera aquí, no he sido capaz de controlarlo.

¿Acaso no se había adentrado en el Mundo de los Espíritus, desencadenando todo esto solo para recuperar su conexión con el Estado Avatar en primer lugar? ¿Tendría Gurú Pathik todas las respuestas? En su mundo, nunca más volvió a saber del excéntrico anciano; era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra después de la llegada del cometa de Sozin. Apenas escuchó a sus amigos discutir las cosas detrás de él hasta que Azula le puso una mano en el hombro.

—¿Por qué tienes que ir solo? —preguntó ella. La miró a los ojos, de un dorado intenso, que lo veían con la misma agudeza que la de un halcón. Calculadores, pero decididos.

Puso su mano sobre la de ella y la retiró de su hombro.

—La última vez que salí para reunirme con él, la Princesa Azula aprovechó ese tiempo para infiltrarse en la ciudad. Yo no estaba allí para detenerla, y Sokka y Toph también se fueron por sus propios motivos.

Esa línea de pensamiento también lo llevó a otro lugar. Los padres de Toph no estaban vivos en este mundo, así que si las cosas procedían de la misma manera, ella no tendría ninguna razón para irse. Pero Zuko y Azula...

La puerta principal se abrió y todos se volvieron para ver a Mai de pie en la entrada. Entró y la cerró detrás de ella.

—Bien, están todos aquí —dijo—. Noticias del Cristal Rastrero. Bumi dice que están aliados con un contingente de soldados de la Nación del Fuego estacionados en Bahía Camaleón. Un hombre llamado Ozai los lidera y pidió ayuda al Cristal Rastrero. —Desvió la mirada—. Recuerdo que me dijiste una vez, Zuko, que él es...

Aang dejó escapar una bocanada de aire que no sabía que había estado conteniendo. Ahí está... Qué sincronía.

—Padre —suspiró Zuko, con los ojos abiertos de par en par—. ¿Está… cerca?

—Aang, no pareces sorprendido —dijo Azula, mirándolo, con el rostro desprovisto de emoción.

Se cruzó de brazos, con la piel de gallina hormigueándole en la parte posterior de su cuello mientras consideraba la idea de encontrarse con Ozai en este mundo. Azula era una cosa. Katara era otra. Pero no sabía si podría soportar ver al Señor del Fuego él mismo.

—Yo... no —dijo después de un momento—. Si... si quieren ir a verlo, lo entenderé.

Toph se encogió de hombros.

—Sí. No me importa quedarme con Madame Melancólica y poner a Katara en su lugar si intenta algo. Aunque no quiero trabajar para poner al Consejo de los Cinco o a Wu de nuestro lado.

Mai puso los ojos en blanco ante el apodo.

—No lo sé —dijo Zuko, frunciendo el ceño. Miró a Azula—. Padre... papá... Sería extraño verlo. Y esto puede parecer una locura, pero no estoy seguro de estar listo para ello. Y sé que Aang no querría verlo en absoluto.

Azula se puso una mano en la cadera.

—No me sorprende, Zuzu. Una parte de mí podría haber aprovechado la oportunidad hace un tiempo, pero hemos pasado dos años sin verlo y no siento la necesidad de apresurarme a ir a verlo pronto. —Volvió a mirar a Aang y soltó una risita—. Además, ¿recuerdas cómo reaccionó Aang cuando intentamos irnos con Zhao? Podría volverse a enfadarse con nosotros.

Aang frunció el ceño.

—No quiero entrometerme entre ustedes y su familia. No otra vez.

Azula soltó una risa seca.

—No hemos sido una familia desde que mamá murió. Además, como dijiste, aquí nos necesitan más.

—Pero tenemos a Toph, a Mai, a los Guerreros Roku, incluso a Jet y al Cristal Rastrero...

—No, Aang —dijo Azula con voz firme—. Está decidido. Nos quedaremos, así que ve con ese gurú y haz lo que tengas que hacer. —Y entonces, apartó la mirada de él, como si se despidiera.

—Sí. Estaremos atentos a Katara y Sokka —dijo Zuko, apretando el puño—. ¿Cómo invadió la Nación del Fuego la última vez?

—Fueron solo tres de ellas —dijo Aang, alejándose de Azula. Algo más parecía estar en su mente y no estaba seguro de qué—. Azula, Mai y Ty Lee. Se infiltraron en la ciudad con uniformes de las Guerreras Kyoshi y tomaron a Ba Sing Se desde adentro. Entonces, tal vez eso signifique... ¿Podrían intentar infiltrarse entre de los Guerreros Roku?

Todos miraron a Mai, quien se encogió de hombros.

—Supongo que es posible. Una parte de mi gente todavía está estacionada en Puerta Santuario, o a lo largo de la ruta desde aquí hasta el lago Laogai, así que estamos un poco dispersos.

—Está bien —dijo Aang. Se sentía un poco más cómodo ahora con la idea de dejar Ba Sing Se por un tiempo—. Entonces ustedes comiencen una investigación. Envía un mensaje a Puerta Santuario y asegúrate de que toda tu gente todavía esté allí. Toph debería ser capaz de averiguar si alguien no está donde se supone que debe estar, o si alguien está encubierto...

—Aang —dijo Toph, en tono brusco—. Podemos manejar esto. Solo vete.

Sintió una oleada de gratitud hacia sus amigos, especialmente porque parte de él sospechaba que Zuko y Azula no fueron a ver a Ozai por lo que sabían sobre el Señor del Fuego y respetaban sus sentimientos al respecto.

—Pero…

Azula agitó su mano hacia la salida, con los ojos brillando como el fuego.

—¡Ve!

Levantó las manos en un gesto de rendición.

—Está bien, está bien, déjame ir a cambiarme primero...


Zuko suspiró de una manera que habría enorgullecido a Mai mientras trabajaba en sus ejercicios matutinos para prepararse para el día que le esperaba. Inclinado sobre el lavabo del baño, se salpicó la cara con agua fría para quitar los restos de crema de afeitar, una necesidad, ya que la fina pelusilla de melocotón en su rostro no era un vello facial convincente, por lo que mantenía sus mejillas lisas. Las gotas frías gotearon sobre su pecho desnudo cuando se puso de pie y examinó su reflejo en el espejo. Concentrándose en su respiración, ocupándose de su fuego interior como Azula le había enseñado y observó cómo el agua se convertía en vapor y se alejaba.

Sonrió ante su reflejo. Nunca se dio cuenta de que ganar la habilidad de doblarse le daría pequeñas alegrías como esa. ¿Cuánto daban por sentado su hermana, Aang y todos los demás maestros? Debe haber sido la primera persona en la historia en desarrollar la flexión después de no haber nacido con ella. Lo más extraño de todo, se sentía natural, como si una parte de él hubiera desaparecido y hubiera regresado a él. Se prometió a sí mismo que nunca daría por sentado su nuevo don y agradeció en silencio al príncipe que se lo había otorgado.

Por sólo un segundo, el tiempo suficiente para que Zuko pensara que se lo había imaginado, vio una desagradable cicatriz de una quemadura sobre su ojo en el espejo. Se llevó la mano a la cara, asustado, y dejó escapar un suspiro de alivio cuando sintió la piel suave bajo los dedos.

Deslizó su chaleco sin mangas rojo y amarillo sobre sus hombros y se lo ató con una banda a la cintura, dejando su cabello ingeniosamente despeinado. Se sentía bien volver a usar ropa de la Nación del Fuego después de que Aang había insistido hasta el punto de la paranoia en que se mezclaran con el Reino Tierra. Salió del baño y sintió un peso familiar en su hombro tan pronto como llegó al salón principal: Sabi bajó de las vigas para posarse sobre él, ronroneando suavemente en su oído. Se había quedado atrás mientras Aang llevaba al nuevo lémur, Momo, al Templo del Aire del Este.

—Parece que estamos solos, Sabi —dijo, rascando al lémur detrás de las orejas—. Las chicas me dejaron atrás porque ninguna de ellas quería ir al palacio. ¿Cómo es eso justo? —De alguna manera, le había tocado a Zuko encontrar una manera de convencer a los generales de que fueran a la guerra mientras investigaban a los Guerreros Roku. Azula había dicho que era porque él nunca se rendiría.

Supuso que tenía razón en eso. Incluso había redactado puntos de discusión de sus argumentos para llevarlos al Consejo de los Cinco, guardados a buen recaudo bajo el brazo.

Tan pronto como abrió la puerta principal para salir, se encontró cara a cara con Jet, de todas las personas.

—¿Jet? ¿Qué está pasando? —Sabi se escondió detrás de su cabeza y se agazapó.

El Libertador entró con una mirada hosca en su rostro y una postura tan tensa que parecía listo para entrar en acción en cualquier momento.

—¿Dónde está Aang? —preguntó.

Zuko frunció el ceño, todavía resentido por la facilidad con que había caído en las manipulaciones de Jet en el pasado. El hecho de que ahora fuera parte de las filas del Cristal Rastrero no significaba que fuera digno de confianza.

—No está aquí. ¿Qué quieres?

Jet se volvió bruscamente hacia la puerta y dejó escapar algo parecido a un gruñido.

—Sokka está en la ciudad. Lo vi. ¿Simplemente dejaron que se les escapara?

Zuko abrió los ojos de par en par

—¿De verdad? ¿No está… escondido o algo así? ¿Disfrazado de soldado? —Los demás necesitaban saber esto de inmediato: si atrapaban a Sokka a tiempo, podrían evitar que la predicción de Aang se hiciera realidad.

—En realidad, no es una mala idea. Estoy un poco molesta por no haber pensado en eso.

La voz provenía de la puerta y Zuko sintió fuego en las venas cuando vio a Katara apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Llevaba ropa del Reino Tierra, pero no se podía negar quién era, la frialdad en sus ojos la delataba.

—¡Katara! —exclamó, adoptando una postura de Fuego Control, con la palma y el puño abiertos.

—¿Eh? —Jet dijo—. Esta es June.

Zuko envió una ráfaga de golpes en su dirección, el movimiento hizo que Sabi volara hacia un lugar seguro. Bolas de fuego brotaron de sus puños, pero Katara extendió una mano casi perezosamente e hizo que el agua se encontrara con las llamas en un siseo de vapor.

—La hermana de Sokka —gruñó Zuko, concentrándose mientras trataba de mantenerse en movimiento, evitando el agua que se deslizaba por el suelo.

Jet, para su fortuna, saltó a la acción con sus espadas de gancho sin una palabra de protesta, solo un gruñido de ira. Katara esquivó sus estocadas, su rostro era la imagen de una perfecta tranquilidad, fluyendo como el agua. Zuko se apresuró a acercarse para atacar con las espadas desenvainadas, y por un momento él y Jet cortaron solo el aire a pesar de haberla rodeado por ambos lados.

Ella se inclinó hacia atrás bajo un doble horizontal de ambos, sus espadas se trabaron por un momento, pero Katara conjuró agua de la nada y los congeló con un soplo. Zuko se tambaleó hacia adelante cuando Jet tiró de las hojas, por lo que Zuko las soltó, con el fuego ardiendo en su palma mientras se acercaba a Katara con un golpe de gancho. Ella agarró su muñeca y la desvió en un movimiento fluido, dirigiéndola hacia Jet, quien soltó su espada para esquivar a Zuko, solo para que Katara lo golpeara en el estómago con una esfera de agua.

El ataque envió a Jet dando tumbos hacia la pared donde ella lo congeló en su lugar y Zuko estuvo a punto de tropezar antes de darse cuenta de que, de alguna manera, le había congelado los pies en el suelo. Dejó escapar un grito de frustración mientras se liberaba con patadas de fuego, emprendiendo una furiosa ofensiva de ataques para hacer todo lo posible para sacársela de encima.

Sabía que era inútil. Sabía que estaba en desventaja, todavía era un Maestro Fuego novato. Pero no podía darse por vencido.

Sus músculos se tensaron, dolorosamente, y luego dejaron de moverse. Zuko vio como sus venas se contraían, sobresaliendo en su pálida piel, y contra su voluntad sus brazos apretaron a sus costados. Con los ojos muy abiertos y el corazón martilleando por el miedo, vio a Katara ponerse delante de él con los dedos extendidos como garras. Supo de inmediato lo que era esto, de lo que ella había hecho, pero no estaba preparado para la horrible sensación de que sus extremidades no estuvieran bajo su control.

El fantasma de una sonrisa pasó por el rostro de Katara.

—Ha sido algo más divertido de lo que esperaba —admitió—. Y desearía haberlo alargado por más tiempo, de verdad, ya que te debo la pequeña marca en mi cara—. Por primera vez, Zuko vio la sombra de una cicatriz de quemadura debajo de su ojo izquierdo y se hinchó de orgullo por haber logrado hacerle eso—. Pero no hay tiempo suficiente para eso.

Jet se puso de pie a trompicones detrás de Katara y ella extendió la otra mano en su dirección, tomando el control de su cuerpo. Jet se inclinó con movimientos bruscos para recoger sus espadas, meterlas en el cinturón de Katara y ponerse al lado de Zuko. La expresión del rostro de Jet reflejaba la de Zuko.

—¿Qué... qué es esto? ¿Qué está pasando? —jadeó.

Zuko sintió la ira burbujear en su interior mientras ella los controlaba por completo con una mano, casi con indiferencia, mientras Katara se inclinaba para recoger las espadas dobles de Zuko, admirándolas como si fuera una coleccionista sopesando su calidad.

—Creo que deberías haberte quedado con tus espadas —le dijo a Zuko—. Tu Fuego Control es bastante lamentable.

Sus mandíbulas se abrieron de par en par y gritó de rabia, incapaz de hacer nada más, y la rabia que se agitaba dentro de él se desenrolló como un dragón, deslizándose hasta su pecho y luego a su garganta. Las llamas brotaron de su lengua en una ola de rojo y naranja que vio reflejada en los grandes ojos azules de Katara por un momento hasta que logró reunir suficiente agua para defenderse del ataque. Zuko sintió la sensibilidad regresando a sus dedos el tiempo suficiente para abalanzarse contra Katara, pero ella recuperó la compostura lo suficientemente rápido como para detener sus movimientos después de que él los tirara a ambos al suelo.

Zuko la miró directamente a los ojos, sus extremidades tan inmóviles con la una piedra, de nuevo, pero se sintió extrañamente satisfecho de tenerla inmovilizada en el suelo debajo de él.

—¿Todavía crees que mi Fuego Control es lamentable? —Su voz salió en un tono más bajo de lo normal. Sentía que se había frito las cuerdas vocales y no creía que pudiera reunir la energía suficiente para desatar otro ataque como ese pronto— Ya van... dos veces que te tomo por sorpresa.

Ella lo empujó lejos de ella, ambas manos extendidas a los chicos para mantenerlos tan quietos como pudiera.

—Nunca tendrás otra oportunidad.

La habitación se sintió varios grados más fría cuando ella se puso de pie, toda diversión desapareció de sus ojos. Deslizó sus manos hacia la parte trasera de la casa y tanto Zuko como Jet arrastraron sus pies hacia la puerta trasera y hacia los jardines los estanques de peces koi. Un canal pasaba por la parte posterior del mismo, separando su propiedad del resto del Sector Alto, lejos de los ojos de cualquier espectador. Antes de esto, a Zuko le gustaba la privacidad que les había dado, pero ahora no había nadie alrededor para ver a Katara teniéndolos a ambos bajo su control.

—¿Qué nos estás haciendo? —preguntó Jet, gruñendo y luchando en vano contra la Sangre Control—. ¿Cómo estás haciendo esto?

—Los llevaré a donde nadie pueda encontrarlos —dijo detrás de Zuko. Vio a Jet arrojarse al canal y los pies de Zuko lo siguieron a regañadientes. El agua fría cubrió a Zuko cuando Katara los sumergió por completo y se zambulló tras ellos, la corriente y su Agua Control se los llevó a los tres con toda la fuerza de un río embravecido. Sus pulmones ardían en busca de aire y se agarró la garganta, sin siquiera darse cuenta de que podía había recuperado el control de sus extremidades, pero eso no importaba porque no podía hacer nada. Sus dedos fallaron en asirse a la piedra, que pasaba junto a ellos con demasiado rapidez.

Su cuerpo se estrelló contra el de Jet y pronto se volvieron una maraña de brazos y piernas, ambos luchando y retorciéndose, completamente a merced de Katara. Ya no podía verla, la corriente era todo lo que podía sentir, y los arrastró hasta que su pecho se agitó tratando de inhalar aire inexistente y su visión se volvió borrosa. La oscuridad lo reclamó y su último pensamiento fue que su madre había sufrido la misma agonía que el sufría ahora.


La mañana trajo la libertad para Sokka y Ghashiun, algo que Sokka no estaba seguro de que fuera a suceder. Pero Nagi había hecho un esfuerzo y los dejó libres con una advertencia y la promesa de que habría una investigación sobre todo lo relacionado con su llegada a Ba Sing Se y sus actividades desde entonces.

Sokka no estaba preocupado. Sabía que nunca tendrían la oportunidad de hacerlo antes de que las Tribus del Agua tomaran el control.

Sokka regresó al apartamento sin Ghashiun, dejándolo libre para disfrutar de su tiempo con su hermana algo que Sokka no quería presenciar. Encontró a Suki, quien le informó que sus guerreros se habían movido lenta y cautelosamente hasta sus posiciones alrededor de la parte más vulnerable de la ciudad, coordinándose con Yue. Más guerreros habían desaparecido de la noche a la mañana, despertando el miedo y la tensión entre los hombres, pero aun así siguieron adelante.

Sin embargo, se enteró de que nadie había visto a Katara en toda la noche que Sokka pasó preso en las garras del Dai Li, lo que preocupó y enfureció a Suki de sobremanera (especialmente una vez que descubrió lo que había estado haciendo). Sokka trató de no pensar demasiado en ello. Katara había salido corriendo el día anterior con resentimiento, pero creyó que probablemente simplemente se había dejado llevar por la situación y que eventualmente volvería en sí una vez que se hubiera cambiado. Hacía tiempo que había aprendido que no había manera de detener su ira; una vez que se abría esa compuerta, lo único que pudo hacer fue dejar que saliera.

El olor de la carne cociéndose en un puesto de comida callejera le llegó a la nariz y, aunque no pudo identificar la carne en sí, se le hizo la boca agua. En otro puesto había pescado hirviendo a fuego lento en una salsa de ostras que le provocó una inesperada sensación de nostalgia, por su hogar, por la comida caliente que su madre y su abuela preparaban juntas.

Al principio pensó que se lo había imaginado cuando la anciana con la que tropezó se parecía a Gran, lo que podía explicar fácilmente ya que la tenía en sus pensamientos. Pero cuando su mirada azul se fijó en la de él, todos los músculos de su cuerpo se tensaron.


Kanna había ido al barrio de los Farolillos de Papel para visitar a Piandao en su trabajo de caligrafía, con la intención de dejar una cesta de comida: fideos de arroz y carde de pollo cerdo. Así que fue una coincidencia que se encontrara con su nieto de camino a casa.

Vio su mandíbula apretarse, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa. Realmente estaba aquí, tal y como el Avatar sospechaba, lo que significaba que Katara no podía estar lejos. Cada instinto en ella, junto con su sentido del deber, le pedía a gritos que alertara a Piandao. Aang. Incluso al Dai Li. Pero su deber no significaba nada en este momento; no le había causado nada más que problemas en el pasado. Sabía lo que debería haber hecho, pero, sobre todo, sabía que amaba a Sokka; en ningún mundo podría entregar a su propio nieto, a su sangre, hiciera lo que hiciera.

Su labio tembló y extendió una mano como para acariciar su mejilla.

—Sokka...

Sus mirada era duro, como hielo.

—¿Qué vas a hacer ahora, abuela? —Para Kanna estaba claro que su nieto sabía que ella tenía todo el poder en esta situación. No podía decir qué haría él sabiendo eso, si entraría en acción o huiría y se escondería, pero ninguna de esas cosas iba de acuerdo con la naturaleza de Sokka.

Tenía el ingenio de su padre y, a pesar de todo, conservaba la ternura de su madre. Kanna no pudo evitar sentirse orgullosa de ambos rasgos. La luz de Kya todavía permanecía dentro de él, ambos compartían el tono de azul exacto en los ojos. Tenía que decírselo ahora antes de que fuera demasiado tarde; encontrarse con él así solo podía ser obra de los espíritus que había decidido bendecirla con buena fortuna. Una pequeña oportunidad.

—Voy a decirte la verdad, nieto mío —dijo, tomando su mano entre las suyas. Él no se apartó. El mar de gente siguió pasando a su alrededor, sin saber y sin darle importancia a su reencuentro—. Sobre lo que le pasó a tu madre esa noche hace siete años. Es hora de que lo sepas y lamento no habértelo contado antes. Pero dolía demasiado decirlo.

Su ojo se ensanchó de nuevo, con el rostro desencajado por la sorpresa, pero rápidamente volvió a su expresión original.

—¿Te refieres a antes de que me traicionaras con el Avatar?

Sintió como si un carámbano se retorciera en su pecho, una sensación familiar.

—Sí —dijo ella—. Otro de mis remordimientos. Nunca deseé que pasaras por una experiencia tan terrible. —Hizo una pausa y le soltó la mano—. Ven conmigo, nieto mío.

Lo condujo a la casa que compartía con Piandao y él la siguió, sin decir nada, lo que le sentó muy bien porque no estaba segura de poder decir algo más, como si las palabras fueran a acabarse antes de decir lo que tenía que decirle. Ni siquiera preparó una taza de té, sino que se sentó en los cojines y le contó todo a Sokka. Él escuchó absorto, incapaz de alejarse de la verdad que había anhelado todos estos años. Cuando las lágrimas rodaron desde su único ojo, Kanna no quería nada más que abrazarlo. Una parte de ella esperaba que él la odiara, que la reprochara por su inacción, pero tenía que decirle la verdad para compensar el haber perdido su confianza.

La voz le salió ronca después de que terminara su historia.

—¿Podrías perdonarle sus errores a una anciana?

Se limpió el ojo, demasiado orgulloso para dejar que sus lágrimas siguieran cayendo. Se aclaró la garganta antes de hablar.

—¿Así que has sido un traidora a las Tribus Agua todo este tiempo?

—Desde ese día —confirmó. Si él la consideraba una traidora, que así fuera. Miró hacia la ventana enrejada y vio los rayos del sol que se colaban por ella, tiñéndola del color naranja del atardecer—. De eso... no me arrepiento.

—Una parte de mí siempre ha culpado a Katara —dijo, hundiendo la cabeza entre las manos—. Fue infantil. Estuve mal. Pero necesitaba dirigir esos sentimientos a alguna parte.

Ella asintió con la cabeza.

—Lo entiendo bien. Si mantienes tus sentimientos tras un dique, tarde o temprano se estancarán o estallarán.

Se quedaron en silencio y Kanna deseó tener más sabiduría para ofrecerle, cualquier cosa para ayudarlo a ordenar el caos que le había provocado con lo que le acababa de revelar. Para ayudarlo a tomar una decisión.

—¿Qué harás ahora? —preguntó finalmente—. ¿Se lo dirás a tu hermana?

Sokka dejó escapar un largo suspiro.

—No sé qué se supone que debo hacer. Mamá, ella... ella podría estar viva. Y la extraño tanto.

Lo observó detenidamente, se había llevado la mano a la boca y su mirada estaba fija en nada en particular.

—Estás en una encrucijada, mi querido Sokka. Y necesitas hacer lo que sientes que es correcto. Piensas demasiado.

Se puso de pie, con los puños apretados a los costados.

—Bueno, siento que tengo que irme. —Caminó hacia la puerta, dudando un momento antes de abrirla, pero no miró hacia atrás—. Adiós, Gran.

Kanna se preguntó si acababa de agregar otro error a una vida llena de ellos.


Su abuela tenía razón, pensaba demasiado.

Pensó en su madre. Pensó en Katara, y en cómo aún no había aparecido cuando cayó la noche y descendió a las entrañas de la ciudad con Suki para reunirse con Yue. Pensó en su padre y en su abuela. En su abuelo, el anterior emperador, un hombre al que apenas conocía. Pensó en su tribu y en la Nación del Agua y en el plan para conquistar Ba Sing Se, que le parecía más imprudente con cada día que pasaba.

Y finalmente, el Avatar. El chico que trató de hacerse su amigo de la manera más descabellada por razones que no podía descifrar. El chico al que su abuela había dado su apoyo.

Lo práctico, lo lógico, sería decirle a Katara que había visto a Gran. Pero, ¿acudir a su hermana para resolver todos sus problemas era lo correcto? Eso no era lo que quería, de eso estaba seguro.

¿Pero qué quería?

Se hizo a un lado para dejar que Suki pasara primero por un tramo particularmente estrecho de los túneles, el techo bajo los obligó a ambos a agacharse mientras caminaban. Más adelante resonaron pasos y charlas en voz baja, y cuando el túnel volvió a nivelarse, Sokka y Suki se encontraron en una pequeña cámara con un acueducto de arcos altos que la atravesaba. Aquí encontraron a Yue esperándolos, de pie un poco alejada de Ghashiun y Nagi, quienes en ese momento estaban enfrascados en una discusión bastante unilateral.

—¿Le dijiste a papá que ibas a venir a buscarme?

—No, hermana.

—No puedo creer que hayas hecho algo tan imprudente. Lamento no haberme puesto en contacto con él, pero mi ascenso fue muy repentino y no quería enviar ninguna carta a... ya sabes. Por si acaso.

—Pensé que eso sería en el mejor de los casos. Pero tenía que asegurarme.

—¿Haciendo que te arresten?

—¡Viniendo a buscarte! Debes saber que las cosas rara vez son “el mejor de los casos” con nosotros.

—¿Cómo es esa cosa con la tribu Hami? Tu culpa.

—Ellos nos robaron primero.

—¿O aquella vez que trataste de hurgar en la caravana de un comerciante de escarabajos solo para descubrir que todos estaban dentro de sus veleros de arena dormidos?

—Un error sin importancia.

Yue se removió incómoda mientras los hermanos discutían, pero pareció inmensamente aliviada tan pronto como vio a Sokka y Suki.

—¡Oh! Ahí están. Es bueno verlos —. Se acercó y atrajo a Suki en un fuerte abrazo, quien se lo devolvió—. Después de las constantes discusiones de Sokka y Katara, pensé que estaría preparada para esto —agregó en un susurro—. Pero cambian de un tema a otro cuando discuten.

Una parte de su discusión le llamó la atención a Sokka y se asió a ella.

—¿Así que podrías haberle enviado una carta a tu hermano todo este tiempo y no lo hiciste? —dijo, cruzando los brazos—. ¿Por qué no? Eso podría haberle ahorrado muchos problemas.

La pregunta efectivamente los silenció a ambos de discutir.

—Bueno, ustedes son refugiados, ¿verdad? —preguntó Nagi. Sokka compartió una mirada con Ghashiun, quien mantuvo su rostro impasible. Al parecer, Ghashiun todavía no había compartido que trabajaba con la Nación del Agua—. Entonces es posible que sepas sobre el otro refugio seguro, la ciudad de Si Wong. No somos muchos los miembros de la tribu Si Wong entre los Dai Li y prefieren que no mantengamos ninguna conexión con nuestra tierra natal. Los líderes de Ba Sing Se todos se sienten amenazados por ello... y si una ciudad como esta se siente amenazada por ti, tiendes a hacer lo que dicen.

Sokka cruzó las manos en forma de cruz.

—Espera, espera, espera. ¿Ciudad de Si Wong? ¿Hay toda una ciudad allí?

Ghashiun se cruzó de brazos. Aquí abajo, no llevaba la cabeza cubierta y se tenía el cabello oscuro recogido a la altura de la nuca.

—Te dije que muchas tribus se han unificado a lo largo de los años e incluso muchos forasteros se han huido al desierto. Pero sí, hay una ciudad secreta que surgió en el corazón de las arenas como resultado de la expansión de la Nación del Agua. Pocos en el Reino Tierra lo saben y la Nación del Agua aún menos —Le dio a Sokka una mirada significativa—. Y me gustaría que siguiera siendo así.

—¿Y Ba Sing Se se siente amenazado por ello? —preguntó Suki con los labios fruncidos. ¿Por qué?

Nagi negó con la cabeza, su aro de cobre reflejando la luz de su antorcha.

—No lo diré. Los Dai Li pueden no ser como solían ser hace cinco años, pero aún es peligroso hablar con tanta libertad.

Sokka archivó esa información para más tarde. Otra cosa más a la pila de pensamientos que tenía que ordenar.

—Entonces, ¿por qué permaneces en sus filas?

—En parte es porque todavía puede irme bien aquí —respondió Nagi. Se apartó de él para adentrarse a zancadas en otro pasadizo sombrío, la larga túnica y su gracia natural la hacían parecer que se deslizaba—. Pero pronto verás la otra razón.

Nagi y Ghashiun fueron a la cabeza mientras Sokka los seguía unos pasos con Yue y Suki. Yue parecía la misma de siempre a pesar de los días que había pasado bajo tierra, perfectamente apacible y decidida a cumplir con los deberes que se le habían encomendado.

Aun así, se volvió hacia Sokka con el ceño fruncido por la preocupación mientras caminaban.

—Los guerreros están cada vez más inquietos —dijo—. Están decididos a no decepcionar a la Nación, pero me preocupa que se estén acercando a su límite. Quieren pelear, y muchos temen la oscuridad aquí abajo, aunque intenten no demostrarlo. No hay mucho que pueda hacer para mantenerlos tranquilos. No me respetan de la misma forma que a tu hermana.

—Pronto —dijo Sokka—. Una vez que hayamos averiguado lo que necesitamos. —Inclinó la cabeza hacia la espalda de Nagi.

—Ella... no parece saber quiénes somos —dijo Yue, con voz vacilante.

Sokka captó su pregunta tácita. ¿Por qué Nagi iba a ayudarlos? Sospecharía si le ocultaran sus identidades y comenzaran a preguntarle sobre las diversas rutas subterráneas de la ciudad. No tenía una respuesta para su ex prometida.

—¿Pero cómo estás, Sokka? —preguntó ella en voz baja. Ella inclinó la cabeza hacia él, con los ojos azules muy abiertos y receptivos, casi luminiscentes en la oscuridad—. Tienes algo en mente.

Soltó una risa seca y vio que Suki les echaba a ambos una mirada de soslayo.

—Muchas cosas —dijo—. Solo estoy... tratando de averiguar lo que quiero.

Suki abrió la boca un poco sorprendida, pero la cerró tan pronto como se dio cuenta. Apartó la mirada de él y la fijó en la oscuridad.

Yue miró hacia adelante y juntó los dedos, estirándolos frente a ella.

—Bueno... si me permites darte un consejo, haz tu mejor esfuerzo para separar tus propios deseos de lo que los demás puedan esperar de ti. Y luego piensa en lo que es más importante.

Sokka se rascó la barbilla, sopesando sus palabras. Su padre quería que fuera el hijo pródigo, un fuerte sucesor. Katara era más difícil de descifrar, pero amaba el control. Gran quería que ayudara al Avatar. Pero todavía le costaba descubrir qué quería para sí mismo. Entonces se dio cuenta de que Yue sabría mucho sobre lo que los demás querían para ella: no podía tomar sus propias decisiones, así que se unió a los Sabios del Agua por su propia voluntad, para finalmente tener algo de control sobre su vida.

—Lo que es más importante... Gracias, Yue.

Yue había escapado de sus ataduras del deber, las mismos que encadenaban a las demás mujeres de la Nación del Agua. Gran había hecho lo mismo, a su manera. Y su madre había sido víctima de ello.

Ella le dedicó una brillante sonrisa.

—No es nada.

Continuaron descendiendo. Al cabo de un rato, los revestimientos de piedra empezaron a cambiar a medida que atravesaban los túneles, pasando a ángulos más suaves y siglos de mosaicos descoloridos en los pisos y las paredes. Pasaron junto a hileras de estatuas más antiguas que cualquier cosa que Sokka hubiera visto, erosionadas hace mucho tiempo por el agua y, posiblemente, incluso por el viento, descoloridas de una manera que sugería exposición a la luz solar. ¿Pero cómo?

—Nagi, ¿qué es esto? —preguntó Suki, expresando sus pensamientos—. ¿A dónde nos llevas?

—Ghashiun dijo que ustedes tres estaban interesados en la historia de Ba Sing Se —dijo Nagi—. Y quería mostrárselos, considéralo un tour privado. Nadie nunca viene aquí, ni siquiera los Dai Li.

—Ah. Sí —dijo Sokka con lo que esperaba que fuera una voz convincente—. Amo la historia.

Nagi sonrió.

—¡Bueno, entonces te lo contaré todo! ¿Sabías que Ba Sing Se es probablemente la ciudad más antigua del mundo? Los eruditos estiman que fue fundada hace unos cinco mil años. Comenzó como una ciudad subterránea y la gente extraía los cristales aquí abajo, y con el paso de los años fueron construyendo más y más. Con el tiempo se trasladaron a la superficie, pero siguieron construyendo en capas, por lo que estatuas como estas han sido erosionadas por el viento y el agua. Y luego, se elevaron incluso más allá de la superficie. ¿No es genial?

—Wow —dijo Sokka, rascándose la nuca—. Realmente conoces la historia.

—Todo es parte de la herencia cultural por la que me uní al Dai Li, para protegerla —dijo, continuando su caminata nuevamente—. Es genial que tengamos la ciudad de Si Wong, pero con la afluencia de personas hemos perdido partes de nuestra cultura. Muchas personas que viven allí ahora ni siquiera habían puesto un pie en el desierto antes. —Tiró de su larga trenza—. No me malinterpretes, creo que la mezcla de diferentes culturas es hermosa siempre que las personas se respeten entre sí, pero vine aquí para compartir partes de la cultura de nuestra tribu con la gente de Ba Sing Se para que sobreviviera. Y... Debo admitir que no siempre es lo que esperaba. No a muchos les gusta nuestra comida o música y algunos incluso me menosprecian por ser una Maestra Arena, o me desestiman llamándome carroñera...

—Creo que deberías haberte matriculado en la Universidad Ba Sing Se —dijo Ghashiun, con el ceño fruncido—. Allí podrías haber estudiado toda la cultura que quisieras.

—La cultura más amplia del Reino Tierra, tal vez —replicó—. Ya hemos hablado de esto, Ghashiun. No es lo que quería. Solo hay un profesor que enseña sobre nuestra cultura, y es un conocedor y le apasiona, pero no es parte de ella.

Continuó su recorrido por las catacumbas y les mostró ruinas de templos antiguos, soldados de terracota que lucharon por una dinastía olvidada hace mucho tiempo y artefactos de los que Sokka no pudo encontrar ni pies ni cabeza. Todo el rato, tuvo la sensación de que estaban siendo observados. De vez en cuando captaba un movimiento en las sombras más allá de la luz de las antorchas o escuchaba pisadas suaves, como las de un animal, pero cada vez que miraba con atención no encontraba nada. Su paciencia comenzó a agotarse después de un tiempo cuando la cera de la antorcha mermó y se preguntó cómo meter el tema sobre sus identidades y el plan de infiltración.

—¿Qué es esto? —preguntó Suki, inclinándose para recoger algo de la esquina de lo que parecía ser una antigua cámara funeraria, un ataúd de bronce oxidado que ocupaba la mayor parte de la habitación—. He encontrado una pila de libros y parecen estar en buenas condiciones.

Yue se acercó a ella.

—¡Qué interesante!

—Déjame ver —dijo Nagi, apareciendo a su lado en un instante—. ¡No los toques, podrían ser frágiles!

Suki ya tenía uno en sus manos, pero, ante las palabras de Nagi, lo sostuvo a un brazo de distancia de ella.

—Oh, lo siento.

Nagi frunció el ceño, pero con tomó con cautela el tomo de sus manos, mirando la portada como si fuera un gran tesoro y hojeándolo.

—Hm, esto es extraño. Este libro es un registro de los sabios de la Nación del Fuego al servicio de diferentes señores de la guerra, hace cientos y cientos de años. Sin embargo, algunas de las páginas están carbonizadas. Qué mal.

—¿Qué hace un libro como ese aquí abajo? —preguntó Sokka. Se unió a ellos y limpió la arena y el polvo para inspeccionar la portada de un libro diferente—. Este es un estudio antropológico sobre una tribu de la que nunca he oído hablar.

—¡Y hay un pergamino de Agua Control! —señaló Yue. Sokka vio una cuerda junto al pergamino, que había sido atada en un familiar nudo de mariposa, obviamente hecho por un miembro de la Tribu Agua, lo que verificaba la autenticidad del pergamino para Sokka más que cualquier otra cosa.

Ghashiun se echó hacia atrás, tenso y alerta.

—Alguien ha estado aquí recientemente. Deberíamos irnos.

—Eso es extremadamente improbable —dijo Nagi—. Estamos muy lejos de la ciudad y me aventuro a bajar a las catacumbas con bastante regularidad. Nadie viene aquí. Supongo que es posible que los haya pasado por alto en esta cámara específica, pero...

Las dudas de Sokka de que este plan nunca funcionaría resurgieron en su mente. Nagi era alguien que amaba demasiado a su gente como para volverse contra ellos y aliarse con la Nación del Agua.

—Esto es una pérdida de tiempo. Estoy de acuerdo con Ghashiun en esto, tenemos que irnos.

En ese momento, no quería nada más que encontrar a Katara y salir de allí.


Una fresca niebla primaveral envolvía las blancas agujas del Templo Aire del Este mientras Aang se acercaba. El templo se extendía a través de tres montañas separadas, conectados por una serie de puentes, con grupos de tejados verdes que se elevaban hasta el cielo. Guio a Appa alrededor de la aguja central, con los ojos bien abiertos en busca del gurú mientras Momo saltaba de un lado a otro, desde la cabeza de Aang a la silla de montar. Rodeó la montaña y llegó a un círculo de meditación en un tramo de terreno plano, con enormes obeliscos de piedra que lo rodeaban como si fuesen un lugar de poder espiritual. Appa se tumbó a descansar con un leve gemido de contenido mientras Momo se acurrucaba alrededor del bastón de Aang.

Encontró a Gurú Pathik sentado en el centro.

Tenía la misma impresionante barba blanca y las mismas ropas raídas, y bebía de una taza que Aang solo podía asumir que contenía jugo de banana con cebolla. El círculo olía a incienso y a musgo húmedo y, cuando Aang entró, pudo sentir el peso en el aire que significaba que estaba cargado espiritualmente.

—Hola, Avatar Aang —dijo Pathik.

Aang hizo una reverencia antes de tomar asiento en la posición de loto.

—Es un gusto conocerte, Gurú Pathik.

El viejo gurú sonrió; una mirada antigua y sabia que Aang recordaba bien.

—Vamos, Aang. Sabes tan bien como yo que nos hemos conocido antes. En otro mundo, en otra vida.

—¿Pero cómo lo sabes? ¿Cómo es posible?

—Olvidas que estoy conectado a la energía cósmica en este universo. Sé que hay otros mundos, incontables mundos que coexisten con este. —Frunció el ceño y su tono se endureció—. Y también sé que todos esos mundos están en grave peligro, que el delicado equilibrio entre ellos se está saliendo de control, de forma lenta pero segura. El Mundo de los Espíritus se encuentra en el nexo de todos ellos, y se enfrenta a un potencial colapso.

Aang se inclinó hacia adelante, Roku ya le había dicho esto, pero ¿había empeorado tan pronto?

—¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo arreglarlo? Sé que no pertenezco aquí, pero... ¿no hay algo que pueda hacer?

Pathik negó con la cabeza.

—Todo debe regresar a su lugar para que el orden se restaurado —dijo, y por un momento Aang sintió que el mundo se detenía—. Aang, es hora de que vuelvas a casa.

Notes:

Notas orginales del autor: "Lo sé, Kanna le reveló su historia a Sokka pero no al público y odio ese trope. Originalmente, iba a incluir lo que pasó con Kya en este capítulo, pero simplemente no hay espacio y se merece un capítulo entero. No tenía un capítulo de "Sokka Solitario", así que estaré metiendo la historia de fondo en unos cuantos capítulos a partir de ahora. Pero por favor, tengan paciencia, lo sabrán, lo prometo."

Chapter 40: El Velo

Notes:

¡Hola, hola :D!
Vayamos al grano. No tengo excusas para justificar lo tarde que he traído este cap (dos meses? casi tres?) pero estos caóticos meses están acabando y al fin tengo tiempo para volver a traducir yupi!
En fin, lo más probable es que publique más seguido de hoy en adelante. (Una sorpresa la próxima semana? Ya veremos :D)
A todos quienes continuan leyendo, muchísimas gracias. Disfruten el cap ♥♥

Chapter Text

Libro 2: Tierra

Capítulo 19: El Velo

 

La gigantesca estatua de la monja lo miraba fijamente, con un rostro imposible de leer. Aang se preguntó si ella lo juzgaría, si consideraba el peso de lo que había hecho y lo que no pudo hacer. Una parte de él quería que ella juzgara su corazón apesadumbrado solo para poder liberarse de la culpa por un fugaz momento, en paz. Los músculos de su espalda se contrajeron dolorosamente y respiró hondo, emulando la pose meditativa de la monja.

Pero la estatua no hizo nada, salvo seguir sentada entre sus ropajes cubiertos de liquen. No se había movido de este lugar en el Templo del Aire del Este en siglos, pero muchas cosas habían cambiado. Todos los ocupantes se habían ido hace mucho tiempo. El criadero de los bisontes se había convertido en una zona oxidada y llena de malas hierbas. Incluso el gurú que había atendido este templo había desaparecido y los signos de deterioro comenzaron a aparecer. El agua de lluvia que caía desde el agujero en el techo se acumulaba en los faldones de la estatua.

Unos pasos suaves se acercaron a Aang, se detuvieron a su lado y alguien se sentó junto a él. Supo que era Katara sin abrir los ojos.

¿Ha habido suerte? preguntó ella. Se le unió contemplando a la monja, su voz vacilante, como si temiera interrumpir su meditación. Sé que has estado intentando en todo el templo...

Ni siquiera sé si ella es el Avatar Yangchen o si solo es una de las hermanas de aquí.

Había sido un esfuerzo infructuoso; parte de su viaje para reconectarse con sus vidas pasadas como pudiera. Pero todo había sido tan silencioso como esta estatua.

Katara puso su mano sobre la de él.

Podrás encontrarlos de nuevo. Lo sé. ¿No recuerdas lo que dijo el Maestro Pantano, hace tres años?

El Aang más joven se habría reído al recordar el hecho, pero en lugar de eso sus palabras salieron inexpresivas.

¿Eso de los pantalones?

—¿Qué? No. Se inclinó más cerca de él, sus hombros rozando los suyos y se llevó una mano al pecho. Aquellos que se han ido nunca nos dejan realmente. He guardado sus palabras cerca de mi corazón.

Ante sus palabras, sus brazos y piernas palpitaron con inquietud, con electricidad. Se puso de pie y su respuesta salió a borbotones.

Si realmente nunca se hubieran ido... Estarían aquí para ayudarme. Me darían el poder de poner fin a esta guerra para que no sigamos perdiendo gente y no tengamos que conformarnos con tenerlos en el corazón. Preferiría poder abrazarlos y reír con ellos, pero los otros Avatar me han abandonado y no van a volver. He fracasado. Peor que nunca. Y no creo que haya vuelta atrás. No ahora, ni nunca.

Podemos salir de esto, Aang. Tenemos que hacerlo. Se frotó el brazo y bajó la cabeza haciendo que su cabello se cayera por encima de su hombro. Porque no puedo... no podemos aceptar la alternativa.

Se apartó de ella. Quería decir que lo sentía, que podía arreglar esto, pero estaba tan cerca de darse por vencido para siempre.

Una parte de mí desearía que nos quedemos aquí, en este templo. Escondidos del mundo.

Es una bonita idea dijo. La sonrisa que le dedicó no era alentadora, ni alegre. Solo melancolía. Tal vez podríamos.

No dijo. La guerra nos encontraría. Siempre lo hace.


El mundo volvió a acelerarse de golpe.

Aang dejó su posición de loto, inclinándose hacia el gurú hasta que sus palmas estuvieron apoyadas en la tierra.

—¿Ir a casa? ¿Puedo… puedo hacer eso? ¿Pero cómo?

Pathik rodeó con sus manos un cuenco de arcilla con jugo de banana con cebolla y lo inclinó ligeramente hacia Aang.

—Creo que sabes lo que voy a decir.

Sus ojos se posaron en el cuenco en las manos de Pathik y recordó la primera vez que le habían ofrecido la bebida. Pensó en los remolinos de agua con su flujo siendo obstruido por el lodo.

—Tengo que abrir mis chakras de nuevo, ¿no?

—Tus chakras están más confusos que nunca. Has estado atascado entre el miedo, la culpa y el dolor. Has perdido tanto en tan poco tiempo. Una parte de ti ha encontrado una especie de fuerza, una especie de significado... en tu sufrimiento. —Pathik sonrió—. Eso es bueno... es el primer paso para la recuperación. Para la renovación y el crecimiento.

Aang apretó los puños, interrumpiendo al gurú antes de que pudiera continuar.

—Espera, ¿qué quieres decir? ¿Estaba destinado a sufrir tanto?, ¿dices que tuve que perder a todas esas personas importantes para mí para encontrar el significado de la verdadera fuerza? —Se puso de pie, con la rabie creciendo en su interior, años de dolor que habían bullido hasta llegar a un punto de quiebre—. ¿Dices que tuve que luchar y vivir con miedo durante tres años, huyendo de un lugar a otro, sin saber nunca qué vendría luego? ¿A quién podría perder después? ¿Todo para poder decir que he sido iluminado?

El gurú se quedó quieto, como una estatua.

—Todos en esta tierra procesan su dolor y sus sentimientos de manera diferente. Algunos pueden encontrar ese significado en su dolor. Déjalo salir. Déjalo ir.

El pecho de Aang se agitó y sintió que le faltaba el aire. Quería arrancar el cuenco de jugo de banana con cebolla de las manos de Pathik y arrojarlo contra el obelisco para que se hiciera añicos.

—Bueno, eso no es suficiente para mí. No quiero “encontrar un significado en el sufrimiento”. ¡Quiero encontrar sentido y fuerza en el amor y en la vida!

Pathik cruzó las manos en su regazo, sereno ante la furia de Aang.

—Has hecho lo mismo en muchas de tus vidas pasadas y lo harás en la próxima.

—Ellos no son yo —Aang caminó de un lado al otro en el círculo de meditación, sintiéndose atrapado, como un tigre armadillo enjaulado—. Puede que sean mis vidas pasadas, pero no son yo. Te equivocas.


¡Si te vas ahora, ya no serás capaz de entrar en el Estado Avatar!


El recuerdo volvió a él, espontáneamente. En ese momento había estado tan asustado, tan enojado con Pathik por tratar de hacer que soltara a Katara. Aang se detuvo y fijó su mirada en el anciano.

—Y te equivocaste una vez antes —dijo—. Después de salir de aquí la última vez, entré en el Estado Avatar. Solo una vez, por un momento, y no he podido hacerlo desde entonces... Pero eso fue suficiente. Me dijo lo suficiente. —Se había aferrado a esa esperanza durante tanto tiempo, todo ese tiempo, solo para poder decirse a sí mismo que podría hacerlo de nuevo algún día. Y había sido capaz entrar al Estado Avatar nuevamente, pero solo después de venir a este mundo.

Pathik cerró los ojos y sonrió.

—¿Me equivoqué? Te aferraste a la chica que amabas como si fuese lo más importante del mundo. Dejaste que tu amor nublara tu juicio, te retuviera. En ese momento, ella no era tu ancla al mundo, sino tu grillete. Y la dejaste ir por tu cuenta para controlar el Estado Avatar, aunque fuera brevemente. —El relámpago de la princesa Azula había puesto fin a eso.

Toda la ira de Aang se desvaneció, dejándolo con una sensación de vacío.

—Por un tiempo pensé que intentaste decir que no podía encontrar el amor, que no podía encontrar el amor, que no podía estar con alguien para formar una familia algún día. Pero luego supe sobre Roku y cómo había podido casarse. —Pero todo eso había sido un malentendido todo el tiempo.

Pathik asintió.

—Roku nunca permitió que su conexión con este mundo le impidiera hacer lo que tenía que hacer. Su deber como Avatar.

—Así que nunca quisiste que la olvidara por completo. —Ese comentario desencadenó otro recuerdo: su conocimiento del chakra del pensamiento en la coronilla—. Cuando abrí el último chakra, me dijiste que no podía tener ningún apego mundano.

—Ya nos estamos saltando al último chakra, ¿verdad? —Ante eso, Pathik se rio entre dientes—. En eso, amigo mío, admitiré que estaba equivocado. Desde entonces he aprendido que la responsabilidad de un Avatar es con el mundo, que nunca puedes alcanzar la iluminación porque eso requiere un desapego completo. Para ti y para nadie más, abrir el chakra del pensamiento significa una conexión con toda la energía cósmica en nuestro mundo, una conexión con tu Ser más elevado, el espíritu en la fuente de todo tu poder. Pero nunca el desapego completo. —Inclinó la cabeza hacia Aang, como una reverencia—. Así que, por favor, perdóname ese error. Y acerca de mis comentarios sobre cómo encontrar sentido en el sufrimiento, no tenía la intención de ofenderte.

Aang dejó escapar un suspiro. Era agotador retener toda esa ira.

—Incluso a mi edad, nunca dejamos de aprender —continuó Pathik—. Yo diría que tus vidas pasadas también pueden cometer errores, incluso ahora, mucho después de que se hayan ido.

—Como su error al enviarme aquí. A este mundo. No esperaban que todo esto sucediera. —Aang hizo un gesto amplio como si de alguna manera abarcara todo lo que había sucedido en su viaje hasta ahora.

—Tenían buenas intenciones —dijo Pathik—. ¿Te has enterado de lo que pretendían para ti?

Aang asintió.

—Querían que viera el mundo desde una perspectiva diferente... —Después de todo su tiempo aquí, ¿acaso no lo había hecho? Había llegado a aceptar a Azula como amiga. Había visto la oscuridad de la que todas las naciones, y todas las personas, habían sido capaces todo el tiempo.

Pero eso no podía ser todo, no podía ser suficiente. Todo eso, ¿solo para aprender a aceptar? ¿Perdonar a los demás?

Pathik cerró los ojos y respiró hondo como si se preparara para lo que le esperaba.

—Volviendo al tema del apego mundano... Para volver a casa, puede que no necesites abrir todos tus chakras de nuevo. Solo necesitas seguir tu apego al mundo.

Pensó en Katara de inmediato. En Sokka. En Toph. En Zuko.

—¿Solo eso?

—La vida es una ilusión, y también lo es la muerte —dijo Pathik, y el eco de las palabras de un hombre diferente reverberó en los oídos de Aang—. Pero... como te dije una vez antes, la ilusión más grande en este mundo, en todos los mundos, es la ilusión de la separación. Tu hogar todavía está con nosotros, al alcance de la mano; está más allá del velo que separa los mundos, y ese velo se encuentra más delgado que nunca. Todo lo que tienes que hacer es atravesarlo.

Aang buscó la energía que los rodeaba y el toque del Mundo Espiritual rozó sus sentidos. Un escalofrío, pero también algo cálido. Caótico. Viva. Nunca antes lo había sentido tan cerca.

—Más allá del velo... —Se sentía delgado. Peligroso, como si algo pudiera surgir del otro lado. Se sintió más potente que cualquier solsticio.

—Pero... solo puedes estar unido a un mundo. —Pathik volvió a abrir los ojos—. En este momento, estás dividido entre este mundo y el tuyo, y eso está provocando que todos lo demás estén desequilibrados. Así que es hora de elegir.

Entonces sintió como si le hubieran abofeteado.

—¿Qué quieres decir? ¿Hay otra opción?

—Podrías quedarte aquí. Si quieres.

—¿Para siempre?

—Para siempre.

Por un momento salvaje e irracional, se lo imaginó. Eligiendo quedarse en este mundo por voluntad propia. Ayudando a poner fin a la guerra y formando una nueva vida aquí, con diferentes amigos. Pensó en Azula: la valiente, feroz y leal Azula, que lo amaba. Tendría a Zuko, a Toph y a Sokka. A Suki, a Bumi y Iroh, vivos de nuevo, aunque hubieran cambiado un poco.

Pathik continuó y Aang lo miraba sin verlo, escuchando su voz como si viniera de lejos.

—Si eliges quedarte en este mundo, de una vez por todas, el equilibrio se restablecerá. Los mundos volverían a ser como eran y vivirías aquí, permanentemente.

Pero entonces pensó en Katara y el hechizo se rompió. Su visión de una vida en este mundo se hizo añicos.

—Todavía tengo vínculos con el otro mundo —dijo Aang, y la ironía de su declaración no pasó desapercibida para él. Después de todo este tiempo, seguía siendo Katara quien lo ataba al mundo y esta vez ella lo guiaría de regreso—. A mi mundo. No puedo dejarlos. Si me quedo aquí, todos morirán sin mí.

—Tal vez —dijo Pathik—. No puedo predecir el futuro. Pero si quieres regresar, debes irte ahora.

—¿Ahora mismo?

—Tan pronto como sea posible, antes de que llegue la tormenta y el Mundo de los Espíritus haga algo más que rozar este.

El corazón le latía con fuerza en el pecho. Nunca tendría la oportunidad de despedirse… pero quizá fuera mejor así. Aang no quería pensar en cómo sería decirles a sus amigos que nunca los volvería a ver. Zuko se mostraría hosco, pero lo aceptaría. Toph podría usar la ira para ocultar su tristeza. Y Azula...

Ella lo sabía. Antes de irse para encontrarse con Pathik, había notado su comportamiento despectivo, algo había pasado por su mente cuando lo incitó a ir al Templo del Aire del Este. Se lo había imaginado todo el tiempo y sabía que existía la posibilidad de que él no volviera. La comprensión lo golpeó con toda la fuerza de un elefante koi.

¿Cómo pudo haber sido tan estúpido como para no notar su dolor?

Aang se abrazó las rodillas.

—¿Qué pasará con este mundo cuando me vaya? ¿Qué me pasará... a mí?

—La vida continuará su curso aquí —dijo Pathik—. Y tu volverás a casa. Tu mundo te quiere de vuelta, así que será fácil.

—No —dijo Aang. Su voz salió baja y apenas perceptible al principio, pero fue ganando volumen a medida que encontraba las palabras—. Me refiero... al otro yo, el que nació en este mundo. El Aang cuya vida tomé. Él tenía recuerdos antes de que yo llegara, y amigos. Él tenía una vida, fue enviado al Templo Aire del Oeste. Conoció a un chica allí y era el mejor amigo de Kuzon y Bumi. —Rara vez pensaba en estos recuerdos; se parecía mucho a entrometerse en la privacidad de otra persona—. Se suponía que este era su destino, luchar contra la Nación del Agua, pero yo se lo arrebaté.

Ante esas palabras, a Pathik parecieron caerle todos sus años encima. Sus hombros se hundieron y sus arrugas parecieron profundizarse.

—Esa puede ser, quizás, la parte más lamentable de toda esta situación —dijo—. Como dije antes, no puedo predecir el futuro. Puede ser que simplemente se despierte como de un largo sueño sin recuerdos de tu tiempo en su cuerpo. O puede ser que se haya ido para siempre y, que cuando tú te vayas, el espíritu Avatar pase al siguiente en el ciclo.

—¿Le hará daño? —La pregunta infantil escapó de los labios de Aang—. ¿Morir, así?

Pathik suspiró, pero sus palabras salieron suaves y reconfortantes con una sonrisa débil.

—Será tan rápido y fácil como quedarse dormido.

Aang se miró las manos. Cuando se había encontrado por primera vez en este mundo, maldijo a su cuerpo por ser débil. Por ser más joven de lo que estaba acostumbrado. Pero no tenía derecho a hacerle eso al otro Aang, a tomar su cuerpo. Sus manos temblaron cuando pensó en la posibilidad de que haber tomado la vida de su otro yo.

—Si... si eso es cierto, entonces no puedo irme. Todavía no. Si hay alguna posibilidad de que el espíritu Avatar vaya al siguiente en el ciclo, entonces no puedo abandonar a todos aquí. Nunca ganarían el guerra a tiempo para que llegara la Luna de Seiryu y pasarían por el mismo dolor que todos nosotros.

Apretó los puños temblorosos, tomando una decisión.

—Así que eliges quedarte aquí para siempre. —Pathik asintió y se puso de pie. Aang nunca lo había visto tan rígido, su cuerpo pesado.

—No —dijo Aang—. No para siempre. Solo el tiempo suficiente para terminar lo que tengo que hacer.

Pathik cruzó las manos detrás de la espalda.

—Entonces continúas siendo una amenaza para todos los mundos. Las barreras entre ellos se debilitarán progresivamente. El Mundo de los Espíritus se sumirá en el caos y se infiltrará en cada mundo que toque, el velo se desvanecerá. Si continúas por este camino, no serás capaz de volver a casa en absoluto. —Le sacudió el brazo como si quisiera remarcar su punto—. Y nunca podrás controlar el Estado Avatar estando unido a dos mundos separados, como estás ahora.

De todas las cosas, una sonrisa apareció en el rostro de Aang y se puso de pie, con el bastón agarrado en una mano mientras que la otra descansaba en la empuñadura de su espada de meteorito.

—Te has equivocado antes, lo hiciste la última vez, cuando me dijiste que nunca podría entrar en el Estado Avatar. Voy a quedarme con la posibilidad de que estás equivocado de nuevo, incluso con todas esas probabilidades en mi contra.

Pathik se quedó quieto, tenso, con la barba agitándose por el viento que soplaba en el círculo de meditación. El vendaval aullaba a través de los obeliscos de piedra, produciendo una especie de música que los nómadas habían atesorado una vez. Por un momento, Aang pensó que Pathik tenía la intención de oponerse a él, pero los hombros del viejo gurú se cayeron en señal de derrota y sonrió.

—Bueno, Avatar Aang, si pretendes persistir en este camino, no puedo detenerte. Admiro tu tenacidad.

—Aceptaré todo lo que el universo intente arrojarme —dijo—. Y se lo devolveré. Seguiré luchando hasta que mis dos mundos estén a salvo.

—Entonces vete —dijo Pathik, haciendo un gesto hacia el cielo con una sonrisa propia—. Haz lo que debes. Lleva el equilibrio a todos los mundos. No hay tiempo que perder.

Aang hizo una reverencia.

—Gracias, Gurú Pathik —dijo. Sin esperar una respuesta, corrió hacia Appa y extendió su brazo para que Momo se posara sobre él, listo para volver a Ba Sing Se. De vuelta a sus amigos.

—Buena suerte, Aang —dijo Pathik—. Por el bien de todos, espero sinceramente estar equivocado.


Zuko se despertó con un dolor agudo en el pecho y en la cabeza. Trató de abrir los ojos, pero se la vista se le nubló, y sin previo aviso su pecho se agitó y se retorció de para ponerse de costado y toser y expulsar el agua de sus pulmones. Cuando terminó, notó que la piedra debajo de él estaba fría y que al apretar la frente contra ella le aliviaba los dolores y le ayudaba a pensar con claridad.

—Ya era hora de que despertaras.

Zuko se giró hacia la voz tan rápido que se mareó y soltó un quejido, pero cuando su visión se enfocó, se centró en Katara, que estaba lo suficientemente lejos de él para evitar cualquier ráfaga de Fuego Control. Se puso de pie, tambaleándose levemente, pero antes de que pudiera hacer algo más que tomar una postura, Katara extendió un brazo hacia adelante y todo su cuerpo se pegó a la pared que tenía detrás.

Un hombre de pie junto a Katara, y en quien Zuko no había reparado antes, se acercó e hizo un gesto hacia Zuko, inmovilizándole las muñecas y los tobillos con esposas de roca, de modo que sus brazos se extendieran a ambos lados de él. El hombre estaba envuelto casi de la cabeza a los pies en una tela del color de la arena con un estilo de ropa que Zuko nunca había visto antes. Incluso su rostro permanecía casi oculto.

—Gracias, Ghashiun —dijo Katara.

A su lado, Zuko encontró a Jet inmovilizado de la misma manera, lanzado dagas con la mirada hacia Katara y el Maestro Tierra llamado Ghashiun. Aprovechó el momento para orientarse, averiguar dónde estaban y tratar de formular un plan de escape. Katara los tenía en una caverna que Zuko sabía que estaba muy por debajo de la ciudad, con cristales verdes amontonados para proporcionar su única fuente de luz. Un túnel se extendía más allá de la curva redondeada que Zuko podía ver, por lo que supo que esta caverna no estaba completamente aislada de todo lo demás. Un rescate, ya fuera del Cristal Rastrero o de los Libertadores podría estar por llegar.

Pero Zuko no era de los que se rendían fácilmente y esperaba a que alguien viniera a salvarlo.

—¿Qué pasa, Katara? ¿Manteniendo la distancia por si consigo dispararte con algo de fuego otra vez? —Sonrió, tratando de parecer confiado—. Veo que te las arreglaste para evitar que te haga una segunda cicatriz, pero ¿qué dices? Suéltame y pelea conmigo de nuevo, sin tu Sangre Control. Quizá nuestro destino sea seguir batiéndonos en duelo.

Ella se enfureció y se acercó unos pasos, abriendo su odre de agua con un movimiento rápido. El agua cubrió su brazo izquierdo y se congeló, formando una punta afilada que blandió como una espada.

—Sigue hablando así y me aseguraré de que tu destino termine, en ese mismo momento. Y para siempre. —Se acercó y antes de que él pudiera siquiera pensar en volver a golpearla con su aliento de fuego, Katara hizo un gesto con su mano libre y él giró la cabeza hacia un lado, exponiendo su cuello al filo de su espada. El hielo le presionó contra la garganta, un dedo frío que podría perforarle la yugular en cualquier momento.

El vapor se elevó desde la punta de su arma improvisada y Zuko sonrió de nuevo, dejando que el calor de su cuerpo embotara la espada.

—Eres audaz, lo reconozco —dijo, ofreciéndole su propia sonrisa. Una que se sentía más peligrosa que cualquier cosa que él pudiera esperar lograr—. Pero no estás en posición de pelear conmigo. Dime dónde está el Avatar.

—Eso es lo que querías todo el tiempo, ¿no? —preguntó Jet, el odio exudando de su expresión— ¡Jugaste conmigo todo el tiempo para que te llevara directamente al Avatar!

Katara se volvió hacia él a continuación y la peligrosa ira, rebosante y aguda, justo debajo de la superficie, que estaba dirigida a Zuko, cambió a otra cosa. El cambio fue suave e inmediato, su tono ligero, altivo y burlón.

—Y te lo creíste muy fácilmente, ¿no? Pensaste que yo era solo una chica a la que podrías engatusar para obedecer todos tus caprichos, demasiado cegada por tu cruzada justiciera contra la Nación del Agua para darte cuenta de que yo sería la que iba a acabar contigo.

Zuko apretó los dientes. Necesitaba que Katara se enfadara. Si enfurecía, se volvería descuidada. Y tal vez cometería un error. Quizás entonces él podría enfrentarse a ella o escapar.

—Pero necesitaste usar Sangre Control para atraparnos —dijo Zuko—. Y ahora tienes un Maestro Tierra de tu lado. Sokka pelearía con nosotros de manera justa en lugar de usar a algún cómplice para retenernos así.

Ella volvió su atención hacia Zuko de nuevo.

—No me hables de Sokka. Y tú eres quien lo mantuvo encadenado.

—Fueron mucho más generosos con él de lo que yo hubiera sido —dijo Jet, su voz baja e igual de peligrosa que la de Katara—. Creo que los Maestros Agua son mejores muertos que prisioneros.

En un solo movimiento, veloz como un camaleón cobra, formó una púa de hielo y se la arrojó a Jet con la fuerza suficiente para incrustarla en la pared, cortándole el brazo en el proceso, haciéndolo sisear de dolor.

—Ten cuidado o decidiré que yo tampoco quiero prisioneros. —Katara volvió a dirigirse a Zuko como si Jet no fuera más molesto que una mosca araña—. Ahora, ¿vas a decirme dónde está el Avatar?

—¡No le digas nada! —gruñó Jet, luchando contra sus ataduras—. Si planeas invadir la ciudad, te detendrá. Todos nosotros lo haremos.

—Está por aquí en alguna parte —dijo Zuko, orientando toda la fuerza de su mirada hacia ella. Si supiera que Aang se había ido de Ba Sing Se, quizá daría la orden para comenzar el ataque. No se inmutó ante su mirada. Se le ocurrió que si tuviera la cicatriz del Príncipe Zuko habría sido más intimidante—. ¿Cómo se supone que voy a saber dónde están todos mis amigos? No soy controlador como tú.

Katara entrecerró los ojos, apenas.

—No sabes nada de mí.

Jet seguía retorciéndose contra la pared en un débil intento por liberarse.

—Sé que eres una mentirosa, conspiradora...

—Cállate, Jet —dijo Zuko. No quería escuchar las acusaciones hipócritas de Jet en este momento, no cuando había mucho más en juego.

—Sí —dijo Katara, manteniendo sus ojos fijos en Zuko—. Cállate, Jet. —Lanzó otro dardo de hielo a Jet sin mirar y éste le atravesó la pierna.

Esta vez, Jet solo gruñó, aparentemente no había llegado a perforar tan profundamente.

—¿Tratando de silenciarme ahora? Típico de un Maestro Agua. ¡Luchen con nosotros de manera justa, cobardes! —Zuko ni siquiera podía ver dónde Katara y el Maestro Tierra, Ghashiun, habían escondido sus espadas, pero no estaba seguro de si Jet había notado que sus armas habían desaparecido.

—Realmente me estoy cansando de escucharte —dijo Katara. Extendió una mano hacia Jet y juntó los dedos, forzando su mandíbula a cerrarse—. ¿Y sabes qué? Por si acaso. —Sacudió el brazo y una ráfaga de fragmentos de hielo de su odre de agua silbaron en el aire, volando hacia él, clavándose en todo su cuerpo. Zuko escuchó un grito ahogado de dolor de Jet pero no pudo abrir la boca para gritar. Las venas de Jet sobresalían de sus sienes, su cabeza inmóvil por la Sangre Control de Katara. Parecía que incluso estar sujetado allí lo lastimaba—. ¿Qué te parece, Zuko? ¿Listo para hablar?

Los riachuelos de la sangre de Jet gotearon hasta el suelo de la caverna, formando pequeños surcos carmesí de los que Zuko no podía apartar la mirada mientras los gritos luchaban por escapar de la garganta de Jet.


Azula esperaba encontrar a Zuko en casa cuando ella y Toph regresaran de su investigación de los Guerreros Roku con Mai, pero Sabi fue la única en recibirlas. La lémur se planeó desde las vigas para aterrizar en el hombro de Azula, chillando algo que ella no pudo entender. Azula la tomó por el cuello y la mantuvo a un brazo de distancia, pero la lémur continuó retorciéndose y tratando de comunicarse.

Aang era mejor en este tipo de cosas, la lémur tendía a evitarla la mayor parte del tiempo en general, pero Azula miró a Sabi en un intento de discernir su inusual comportamiento.

—Toph, ¿sabes lo que está tratando de decir? —preguntó—. Me pregunto si tiene hambre. Hablas mono, ¿no?

Toph le dio un puñetazo en el brazo, pero Azula vio un atisbo de sonrisa.

—No sabes nada sobre animales, ¿verdad? —Presionó la palma de su mano contra el suelo—. Suena asustada por algo, pero no sé qué. Nada parece estar mal aquí.

Sabi bajó la cabeza e hizo un suave gorjeo. Azula, frotándose el brazo donde seguramente se formaría un feo moretón, supuso que la criatura podría ser algo linda a veces.

—Quizá solo esté celosa del nuevo lémur —reflexionó, y su rostro se suavizó por un momento—. No es que importe ya —añadió. La fría sensación de que Aang no volvería de su reunión con el gurú todavía pesaba mucho sobre ella.

—¿Crees que Zuko sigue reunido con el Consejo de los Cinco? —sugirió Toph. Les había tomado la mayor parte de la tarde localizar a todos los Guerreros Roku que Mai había convocado a la ciudad y no descubrieron evidencia de ningún infiltrado entre sus filas. No obstante, Mai seguía insistiendo en viajar en tren hasta Puerta Santuario para ver a sus otros guerreros todavía estacionados allí en persona, por lo que Azula y Toph decidieron regresar.

—Me preocupa muy poco el paradero de mi hermano mayor —dijo Azula, inspeccionándose las uñas. Todavía estaban perfectamente retocadas desde que se las hizo para del banquete de bienvenida—. Tal vez fue a buscar a Piandao para jugar con espadas o algo así.

—Puedo decir que estás mintiendo —canturreó Toph con una sonrisa de satisfacción—. Vamos. Odio decirlo, pero probablemente deberíamos ir a comprobar en el palacio, por si acaso.

Azula puso los ojos en blanco y soltó un bufido, pero accedió. Quizás era mejor asegurarse de que estaba a salvo.


Tanto los agentes Dai Li como los guardias reales estaban de centinelas a la entrada de la cámara de guerra, lo que a ambas chicas les pareció extraño al principio, pero cuando entraron se encontraron con a cinco miembros del consejo reunidos, la Gran Secretaria y los ministros. La atmósfera se sentía acalorada. Todos discutían como niños; el Consejo de los Cinco quería tomar represalias contra alguien, cualquiera, a quien sea que pudieran señalar como los culpables del ataque al palacio la otra noche mientras los ministros discutían para imponer un toque de queda en la ciudad y Wu solo estaba sentada masajeándose las sienes con los dedos, como si tratara de quitarse un dolor de cabeza. Azula pensó que era una maravilla que toda la ciudad no los oyera pelear; esta cámara de guerra, en los niveles más altos del palacio, tenía toda una veranda trasera abierta a la nublada puesta de sol, con vistas a los jardines del palacio muy por debajo.

Azula se apoyó en una columna de mármol negro y esperó. Un desventurado escriba, sentado en un pequeño escritorio junto a ella, casi saltó de su asiento sorprendido cuando notó la presencia de Azula y Toph, pero volvió a sus apresurados garabatos en lo que Azula pensó que era un débil intento de registrar todo.

—¡Necesitamos colocar más soldados en el muro! —insistió el general Muku, de aspecto serio, que llevaba una cinta metálica rodeándole la frente.

—¡Debemos aumentar las patrullas en el Sector Bajo! —gritó la general Zhu Zhang, igualmente seria pero con el doble de fuerza. Golpeó la mesa con los puños, haciendo temblar las figurillas del enorme mapa que había sobre ella—. ¡Los atacantes pudieron haber huido allí!

El general Yo Gan Jin la increpó.

—¡No, no, eres una tonta Zhang! ¡Es claramente un ataque externo! ¡Maestros Agua!

—Ninguno de ellos usaba Agua Control, viejo chiflado.

—Zuko no está aquí —le susurró Azula a Toph mientras miraban, ambas demasiado entretenidas con el espectáculo como para interrumpir—. Estaría sentado en silencio, demasiado débil como para decir una palabra con todo esto.

—El Dai Li debería seguir investigando a cualquier persona del Sector Bajo con antecedentes penales —graznó un viejo ministro que Azula había conocido en la fiesta y que encontró demasiado desagradable para recordar su nombre—. Particularmente en los vecindarios con una alta población de Maestros Arena exiliados.

Otro general, Fa Lan, hizo girar su largo bigote entre los dedos.

—Sigo creyendo que es Long Feng y sus fuerzas de Jie Duan. ¡El motivo está ahí! —Basándose en lo que Bumi y Kuei les habían dicho, Fa Lan parecía estar más cerca de la respuesta correcta.

El general Fong dejó escapar un largo suspiro y levantó la mano para silenciar todas las incesantes discusiones. Azula se sorprendió cuando se detuvieron; no tenía idea de que les infundiera tanto respeto.

—Wu, ¿tus Dai Li han descubierto algo sobre el Cristal Rastrero?

Azula no reaccionó a la pregunta, pero sintió a Toph removiéndose ligeramente a su derecha. Estaban a punto de irse, decidiendo que esto era una causa perdida, cuando la pregunta de Fong hizo que Azula se detuviera. Wu aún no sabía que habían estado en contacto con Bumi y el antiguo rey.

Wu inclinó la cabeza hacia él. Hoy llevaba un sombrero con un mortero negro rectangular, como una especie de corona, con cuentas que se juntaban cuando movía la cabeza.

—El Cristal Rastrero ha permanecido en silencio en las últimas semanas —dijo—. Lamentablemente, todavía sabemos poco sobre ellos.

—Ya veo —dijo Fong, reclinándose en su silla con una expresión parecida a la decepción.

—Como estaba diciendo, esos Maestros Arena...

La discusión continuó como si nunca hubiera sido interrumpida, pero un mensajero entró corriendo en una habitación llevando un pergamino que entregó a un magistrado, quien lo desenrolló, lo leyó y rodeó la mesa para susurrarle algo a Fong en el oído.

—¿Qué fue eso? —preguntó Toph a Azula en voz baja—. Ese tipo parecía entusiasmado por algo. O nervioso. —Azula miró con atención al magistrado para intentar leer su expresión.

Fong se sentó de nuevo con el rostro serio.

—Noticias de la Nación del Fuego —dijo, con las palmas de las manos apoyadas en la mesa—.  Ayer, Jie Duan fue conquistada y ha pasado a formar parte de las Tribus del Agua.


Debajo de él, el lago Laogai brillaba como el fuego ante el atardecer, sus aguas estaban tranquilas mientras Aang pasaba por encima. Había tenido la idea de volver aquí en su camino de regreso del Templo del Aire del Este para informar a Bumi que estuviera atento a las maquinaciones de Katara y Sokka. Después de aterrizar a Appa en la orilla del lago, rodeó las orillas para sentir las vibraciones a su alrededor, buscando el túnel secreto que conducía al cuartel general debajo del lago. Sus sentidos de Tierra Control habían mejorado en las últimas semanas: encontró la entrada tras unos minutos de búsqueda y descendió con una sonrisa triunfante en su rostro.

La energía en los túneles y las habitaciones secretas se sentía muy diferente a la última vez que había estado allí. Antes, habían estado en alerta máxima después del ataque al palacio, Maestros Tierra y soldados con una variedad de diferentes tipos de armaduras y ropajes moviéndose de un lado a otro. Ahora, veía pasar a hombres y mujeres con pergaminos bajo el brazo o supervisando a los diversos refugiados que se habían filtrado a la ciudad en secreto. Uno de ellos le indicó a Aang dónde se encontraba Kuei, y ese camino lo llevó a las catacumbas.

Encontró al colíder del Cristal Rastrero en una caverna medio iluminada por gemas verdes y la otra mitad por un guardia que sostenía una antorcha. Kuei examinaba los restos de un arco de piedra incrustado en la roca que enmarcaba la salida de la caverna, frente al cual se encontraba una estatua cuyo rostro se había desmoronado hacía eones. Bosco dormía a los pies de Kuei, su respiración era el único ruido que había en la caverna. El guardia asintió con la cabeza hacia Aang cuando entró y llamó la atención del antiguo rey, quien se dio la vuelta y lo saludó con una sonrisa.

—Hola, Aang —dijo Kuei—. ¿Estabas buscando a Bumi, por casualidad? Está trabajando junto a nuestros Maestros Tierra para formar un nuevo túnel que conduzca a nuestro cuartel general.

—Sí —dijo Aang, encogiéndose de hombros. Bosco dejó escapar un gruñido somnoliento y se acomodó—. Pero está bien. Solo quería que uno de ustedes supiera que estaba estoy un poco preocupado de que las Tribus del Agua ataquen la ciudad pronto.

—¿Es eso? —preguntó Kuei. Se tocó la barbilla, pensativo—. ¿Tienes alguna razón para creer que este ataque se avecina?

Aang se rascó la nuca.

—Er... solo un presentimiento. Pero mis presentimientos tienden a ser correctos.

Kuei asintió y sonrió de nuevo, ajustando su martillo de guerra colgado a su espalda.

—Ya veo. Bumi me dijo que confiara en tu juicio, y así lo haré. Si vienen, el Cristal Rastrero te ayudará en la batalla, y yo mismo lucharé junto a ti en el frente si es necesario.

Aang posó los ojos en el poderoso martillo de guerra. Todavía le costaba creer que se trataba del mismo Rey Kuei que conocía en su mundo: un hombre tímido e ingenuo que apenas sabía cómo enfrentarse a una discusión política, y mucho menos a una batalla.

—Sabes cómo usar esa arma, ¿eh?

—Oh, sí —dijo, acomodándose las gafas—. Lo aprendí hace cinco años, cuando dejé el trono para poder proteger a mi gente. No soy un Maestro Tierra, pero aun así quería hacer mi parte. Dicen que somos un espectáculo temible: Bosco y el Rey Guerrero, cabalgando hacia la batalla. —Hizo un gesto hacia el oso dormido y se volvió hacia el arco, que tenía garabateadas palabras antiguas que Aang no había notado antes, desvanecidas por el tiempo—. Pero si me preguntas, prefiero que me conozcan como un Rey Erudito. He aprendido mucho sobre la historia de mi nación desde que vine aquí para estudiarla.

Aang entrecerró los ojos en un intento por leer la escritura gastada.

—¿Qué dice?

Kuei sonrió como si estuviera emocionado por hablar sobre sus últimos descubrimientos.

—El texto describe esto como la entrada a un mausoleo. Solía haber una edificación aquí, pero fue olvidada hace mucho tiempo y se construyeron siglos de historia sobre él. Me gustaría comenzar a excavar pronto, pero la mayoría de los túneles colapsaron y quiero tratar de evitar la destrucción de cualquier otra cosa mientras navegamos por ellos.

—¿Un mausoleo? —preguntó Aang—. ¿Para quién? —Luchó contra el impulso para apartarse del arco, que se le hizo espeluznante de repente; percibió el mismo tipo de carga espiritual que había sentido en el círculo de meditación en el Templo Aire del Este y se preguntó si este podría ser un lugar de conexión con el Mundo de los Espíritus.

—Para esta antigua reina, sospecho —dijo Kuei, señalando la estatua sin rostro—. Lleva una armadura, así que pensé que era una simple guerrera al principio, pero está hecha de una piedra más cara que las figuras de terracota que solemos ver aquí abajo, lo que indica un rango superior. Y usa una insignia en su solapa, ¿lo ves? —Señaló más cerca y Aang vio un surco en la roca que parecía más o menos en forma de flor—. Eso sugiere que es de la realeza y, teniendo en cuenta la armadura, una feroz luchadora. Sumando todo eso, es probable que sea la Gran Reina Xi Ma de la dinastía Onyx o la Reina Li Quorong, su tía. Ambos de una dinastía muy anterior a la de mi familia, hace unos mil quinientos años.

—Vaya —dijo Aang, impresionado—. ¡De verdad sabes de esto! —Nunca había oído hablar de ninguna de estas personas.

Kuei le sonrió y estaba a punto de responder cuando unos pasos apresurados resonaron por el túnel hacia ellos. Aang cerró los ojos por un momento para activar su sentido sísmico: se acercaba un hombre con sandalias, uno que no conocía, pero el extraño no parecía ser agresivo o estar asustado.

Otro fragmento de la historia entró en su caverna: un Guerrero del Sol, de todas las cosas, sin camisa excepto por una gargantilla de latón dorado que brillaba a la luz de las antorchas, brazaletes a juego, varios collares de cuentas largos y bandas doradas alrededor de los bíceps. Llevaba el cabello negro como el Príncipe Zuko cuando Aang lo conoció por primera vez: afeitado a excepción de una cola de fénix, liso como la seda. Aang tuvo dificultades para determinar su edad; no veía arrugas en la penumbra y sus vibrantes ojos dorados eran agudos e inquisitivos.

Hizo una pequeña reverencia hacia Kuei y Aang, quien se alegró de ver que esta persona no era un servil.

—Kuei —dijo. Sus ojos se deslizaron hacia Aang, y una cálida sonrisa suavizó sus esculpidos pómulos. Al verlo más de cerca, Aang calculó que el hombre debía estar entre los treinta y los cuarenta—. Traigo noticias. Pero primero, es un honor conocerlo, Avatar Aang.

Kuei le tendió una mano de bienvenida.

—Ah, Aang, este es Xai Bau, un asociado de Bumi que lleva unas semanas con nosotros.

Aang hizo una reverencia a modo de saludo.

—No esperaba ver a alguno de los Guerreros del Sol aquí —dijo.

—A mi gente le gusta permanecer oculta—dijo Xai Bau—. Pero todavía me aferro a las costumbres antiguas, como tu amigo Bumi. —Sus ojos brillaron y Aang se dio cuenta del significado detrás de sus palabras: un Loto Blanco—. Pero hablaremos sobre eso más adelante. Vengo a informar de la caída de Jie Duan ante las Tribus del Agua.

Kuei se cruzó de brazos y Bosco se removió, gruñendo y bostezando al despertar.

—Long Feng... ¿se sabe algo de su paradero?

Xai Bau negó con la cabeza, sacudiendo su cola de fénix.

—Lamentablemente, sus exploradores no han reportado nada de él en sus halcones mensajeros. La Armada del Agua continúa bloqueando el continente de la Nación del Fuego, pero la Ciudad Dorada ha montado una contraofensiva.

Kuei apretó los dientes y por un momento Aang vio un atisbo de un Rey Guerrero en él. —Ese tonto... si tan solo se hubiera quedado aquí en lugar de dividir aún más a nuestra gente. Ahora todos sus ciudadanos, muchos de ellos mi gente, no tienen ningún otro lugar a dónde ir. —Se frotó las sienes—. Me pregunto si Long Feng se habrá debilitado debido a su mezquino deseo de atacar el palacio la otra noche.

—La Gran Brecha se ha ensanchado —dijo Xai Bau, y Aang esperaba que quisiera decir en un sentido metafórico, pero con todo lo que sucedía a la vez, no podía estar seguro—. Esperemos que la Ciudad Dorada no los abandone solo porque son de una nación diferente.

Aang frunció el ceño.

—Ellos no harían eso. —Tenía fe en que Ty Lee presionaría para hacer todo lo que estuviera en su poder para ayudar a los necesitados, incluso si eran del Reino Tierra.

Xai Bau lo miró y Aang sintió el calor del fuego de una chimenea.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿El mundo no se dividido para ti más que nunca? Incluso una tribu de mi propia gente huyó a los picos más altos del Reino Tierra hace un siglo debido a un simple desacuerdo, quienes, según entiendo, has conocido antes.

Aang reflexionó sobre su punto y estaba a punto de responder cuando Bosco gruñó a algo en la oscuridad y un animal que chillaba emergió de las sombras debajo del arco. Los cinco pares de ojos en la habitación se volvieron hacia el otro túnel solo para encontrar un zorro con la cola erizada, a la defensiva.

—¿Un zorro? —preguntó Kuei—. ¿Qué podría estar haciendo eso aquí abajo? —Al oír su voz, el zorro lanzó otro grito y se dio la vuelta para volver corriendo por donde había venido.

—Un Buscador de Conocimiento —dijo Xai Bau, su voz casi reverencial—. Qué casualidad.

Aang conocía a esos zorros. Una sensación de aprensión se apoderó de él y se preguntó si Xai Bau estaba en lo correcto o no.


—¿Jie Duan ha caído? ¡Eso significa que no pueden haber estado detrás del ataque al palacio!

—¿Significa esto que la Ciudad Dorada pedirá ayuda?

—¿Crees que esa serpiente todavía está viva o se habrá rendido a las Tribus del Agua?

La cámara de guerra estalló en un alboroto una vez que Fong dio la noticia de la caída de Jie Duan. Azula permaneció en silencio, preocupada por las ramificaciones a largo plazo de tal evento mientras los líderes de la ciudad discutían lo que ocurriría a corto plazo. Por despreciable que fuera, Long Feng lideraba uno de los pocos bastiones, además de la Ciudad Dorada, que seguían en pie en la Nación del Fuego. Con la caída de Jie Duan, el resto de la nación insular seguramente lo seguiría. Apretó los puños y solo podía esperar que su aldea pasara desapercibida o que fuera lógica y se rindiera si la armada volvía a sus costas. A pesar de que la Ciudad Dorada tenía la mayor parte del poder de la Nación del Fuego, no hacían nada para unificar a su gente; no lideraban. Muchas ciudades y pueblos estarían perdidos.

Sabía que su gente lucharía. No había honor en ceder tan pronto como el enemigo se manifestaba. Y morirían de ser necesario.

—Todos son como niños —murmuró Toph, inclinándose hacia un lado como para captar mejor las voces de cada uno—. Esto me recuerda a una cena con los Libertadores, todos gritando uno encima del otro para hacerse oír su voz. Pero nadie está escuchando.

La voz de Fong, una vez más, rompió el estruendo.

—Gran Secretaria —dijo—. Ofrézcanos su sabiduría de nuevo. —Algo en sus palabras sonó falso en oídos de Azula, como si estuvieran revestidas con un tinte de sarcasmo—. ¿Me dijo una vez, en privado, que creía que Long Feng estaba detrás del ataque al banquete del palacio?

Wu cruzó las manos una sobre la otra, su multitud de anillos y brazaletes tintineando.

—Así fue. Y todavía lo creo. El general Fa Lan y yo, al menos, parecemos estar de acuerdo en este asunto.

Fa Lan se burló.

—Eso dije antes, pero es obvio que estaba equivocado, a la luz de lo que acabamos de descubrir. ¿Por qué iba Long Feng a enviar a sus hombres aquí mientras la Armada del Agua asediaba su ciudad?

—Ese cobarde… —la voz de Toph salió baja y con profunda ira—. Se retractó en cuanto vio que no le convenía.

Azula permaneció en silencio, esperando ver cómo se resolvía esto.

Wu pareció ofendida.

—Bueno, ¿cómo se supone que voy a saber la respuesta a eso? A pesar de que tenían el rostro oculto, mis agentes Dai Li reconocieron el estilo de lucha de aquellos que solían estar entre sus filas. —Detrás de ella, sus dos guardias Dai Li, un hombre y una mujer, asintieron con la cabeza pero no dijeron nada.

El general Muku le dirigió una mirada severa que le recordó a Azula a una rana toro.

—Has estado husmeando las sombras desde que fuiste nombrada para este cargo, Gran Secretaria, viendo enemigos donde no los hay, incluso inventando algunos propios... No necesito recordarte tu grupo malvado secreto Pai Sho.

Un coro de risas se elevó alrededor de la mesa de guerra, proveniente tanto de los generales como de los ministros. Wu frunció el ceño a todos.

—¿Creen que el Loto Blanco es un invento? Tenemos pruebas de que falsificaron documentos de entrada para refugiados potencialmente peligrosos, se aliaron con grupos daofei fuera de la ciudad y, sobre todo, ¡se han infiltrado en todos los niveles de nuestra sociedad, probablemente para espiarnos! Hay miembros de la Tribu Agua en sus filas, ¿a quién creen que le están pasando su información?

Azula tuvo cuidado de no entrecerrar demasiado los ojos, por si alguien la veía y pensaba que podía saber más sobre el Loto Blanco. Se preguntó de dónde había sacado Wu esa información errónea, aunque parte de ella también sabía que algunas partes de lo que Wu decía eran técnicamente correctas. A su lado, sintió que Toph se tensaba. Las cosas se estaban poniendo feas y Azula tenía una idea de a dónde podría ir esto.

—Creo que solo está desviando la culpa —dijo Fa Lan, señalando a Wu—. ¿Los atacantes pelean como agentes Dai Li? Bueno, tenemos al Dai Li aquí mismo en esta ciudad, ¡mira su historia! ¡Mira quién los lidera ahora!

—Guardias —dijo Fong—. Traigan a la agente Nagi.

Los guardias reales entraron en tropel por la puerta con una mujer con un uniforme Dai Li forcejeando entre ellos. Azula nunca la había visto antes.

Wu se puso de pie y miró hacia la puerta, su silla raspando ruidosamente el suelo.

—¿Nagi? —Lanzó una mirada furiosa a Fong—. ¿Qué significa esto?

—Nagi ha sido arrestado por liberar a un sospechoso fundamental en el ataque al palacio la otra noche —dijo Fong con voz tranquila—. Un Maestro Arena de Si Wong, su hermano. Y un posible hombre de la Tribu Agua.

—Mi hermano y su amigo hicieron algo estúpido —dijo Nagi, serena pero con sus ojos oscuros entrecerrados por la ira—. Sospechan de él solo porque es de Si Wong. ¡No tuvieron nada que ver con el ataque!

Uno de los ministros intervino.

—¡Tiene sentido para mí! ¿De qué otra manera los atacantes entrarían a hurtadillas en el palacio sin ser vistos si no fuera con ayuda interna? Ella está apostada en el palacio, ¿no es así? ¡La he visto antes!

—Está diciendo la verdad —dijo Toph, lo suficientemente alto para que todos la oyeran. Todos en la habitación parecieron notarla a ella ya Azula por primera vez—. ¡Puedo decir cuando la gente está mintiendo!

El general Muku se cruzó de brazos.

—¿Puedes? Qué conveniente. Es sabido que la gente del desierto de Si Wong tiene una razón sólida para querer consolidar más poder. Esta guerra no ha sido más que beneficiosa para ellos: con los ataques de los Maestros Agua se expande el desierto y se amplían sus fronteras regionales. Mientras más refugiados van a ese maldito lugar más aumenta su influencia. ¡Hay rumores de que han formado toda una ciudad propia! ¿Y si ese poder se les sube a la cabeza y ponen sus ojos en Ba Sing Se para conseguir más territorio?

—Estimadas compañeras del Avatar —dijo Fong, juntando los dedos—. Por favor, manténganse fuera de esto.

—¡Esa es una acusación ridícula! —protestó Nagi, mirando a Muku con indignación—. ¿Cómo te atreves?

El general Yo Gan Jin se acarició la larga y blanca barba.

—Esta Nagi informa directamente a Wu, ¿no es así? Creo que es prudente iniciar una investigación sobre ambos.

—Estoy de acuerdo —dijo Fong, cerrando los ojos—. Lo siento, Wu. ¡Guardias, llévenlas a ambas bajo custodia!

Wu miró alarmada a su alrededor mientras los guardias se acercaron a ella, asiendo sus brazos con fuerza. Sus escoltas Dai Li se apartaron y no hicieron nada, lo que sorprendió a Azula, no había lealtad allí.

—¡Esto es un atropello! —exclamó Wu—. Todos sabemos que solo te estás dando aires de grandeza y esto es un arresto. ¡No tienes pruebas!

Azula tuvo que apretar el hombro de Toph con fuerza para evitar que la Maestra Tierra atacara a todos en ese mismo momento mientras los guardias se llevaban a Wu y Nagi.

—Ahora no —le susurró Azula al oído—. Traeremos a Aang—. Si es que vuelve...

—Lo siento de verdad, Wu —repitió Fong, dejando escapar un largo suspiro—. Realmente he disfrutado de tu amistad. ¿Pero no deberías haber previsto esto?


—Katara, ¿a dónde fueron tú y Ghashiun? ¡Me estoy cansando de tus prolongadas desapariciones!

Sokka estaba con Suki a su lado cuando Katara regresó a su apartamento a última hora de la noche luciendo incluso más malhumorada que de costumbre. Pasó junto a él y Suki, ignorando las palabras de Sokka y miró por la ventana polvorienta hacia la noche. Sokka creyó ver sangre seca en una de sus manga, pero no podía decirlo con certeza con la escasa iluminación. Ghashiun no había vuelto con ella, Sokka también notó eso.

—Katara, ¿qué está pasando? —preguntó Suki, su voz más suave que la de Sokka.

—Mi fuente de información sobre las rutas subterráneas de la ciudad me condujo a un hilo suelto que necesitaba cortar —dijo—. Ese Libertador resultó ser un compañero del Avatar.

Sokka se dio una palmada en la frente al imaginárselos, a todos ellos, incrédulos de que de alguna manera hubieran encontrado a su hermana.

—¿Libertador? ¡No me digas que tu fuente era un tipo llamado Jet! ¿Qué ocurrió?

—Me llevó a donde el Avatar ha estado viviendo en la ciudad —continuó Katara, su paso errático—. Pero solo ese Maestro Fuego estaba allí. Tuve que deshacerme de ambos, Ghashiun los encerró en un agujero debajo de la ciudad. Pero ahora tenemos que comenzar el ataque antes de que el Avatar descubra que están desaparecidos.

—¿Así que esta noche es la noche? —preguntó Suki—. ¿Quieres que le diga a Yue que movilice a los hombres? ¡Deberían estar en posición!

—Pero todavía hay muchas cosas que no sabemos —dijo Sokka—. Katara, tienes que entrar en razón. No podemos precipitarnos. —No le había contado de su encuentro con Gran, la historia de su madre… Necesitaba moverse, hacer algo, pero no sabía por dónde empezar ni cómo decirlo. Parte de él también estaba inexplicablemente preocupado por Zuko: a pesar de ser enemigos, el otro chico no merecía morir así.

La otra parte de él recordaba la tortura por la que Jet y su pandilla lo sometieron, y el dolor, los pequeños cortes en los brazos y las piernas que Sokka se encargó de curar a duras penas. Los cortes habían dejado cicatrices que eventualmente se desvanecerían, pero su recuerdo nunca lo haría. Tal vez Jet podría quedarse allí abajo.

—No —dijo Katara, su voz firme. Miró a Sokka de manera tan directa y desafiante, tan diferente a las mujeres de su tribu que él no tuvo las palabras ni la fuerza para enfrentarse a ella, especialmente porque también vio un atisbo de su madre en sus ojos—. Estoy empezando a pensar que estás tratando de retrasar el ataque, hermano. Solo faltan cuatro días para la luna llena; me gustaba tu plan de esperar hasta entonces, pero esto tendrá que servir. Está lo suficientemente cerca. Transmite las órdenes para que la redada comience de inmediato.

—Espera —dijo Sokka, extendiendo su brazo. Katara lo miró como si estuviera a punto de explotar y él apretó la mano y la dejó caer de nuevo a su lado—. Solo... diles a los hombres que no lastimen a los transeúntes. La gran mayoría de la gente en esta ciudad no tiene nada que ver con la guerra, solo están tratando de vivir sus vidas en paz.

—Y por codicia —añadió Katara, entrecerrando los ojos hacia él. Pero suspiró—. Bien, daré la orden de no lastimar a la gente inocente del pueblo. Mantendremos a la ciudad como rehén hasta que los líderes se rindan, pero no puedo prometer que nadie quedará atrapado en el fuego cruzado. ¿Cuándo te volviste tan blando, Sokka? ¿Gran-Gran se ha metido en tu cabeza?

Lo dijo burlonamente, pero Sokka recordó las palabras de su abuela.

—Sí —dijo—. Supongo que sí.

—Iré contigo, Suki —dijo Katara, dirigiéndose a la puerta. Miró a Sokka con algo parecido al asco, pero por lo demás ignoró su respuesta—. Supongo que les daré a nuestros hombres un pequeño discurso inspirador antes de comenzar.


Los rieles normalmente no estaban habilitados hasta tan tarde al Sector Bajo, pero como una invitada importante a la ciudad y compañera del Avatar, Mai tenía ciertos privilegios. El vagón estaba vacío excepto por Mai, dos de sus Guerreros Roku la acompañaban y una escolta oficial que debía guiar al trío hasta Puerta Santuario. Pronto, llegarían a la estación del Sector Bajo, donde debían hacer un trasbordo más hacia otra línea de rieles que los llevaría hasta el Sector Bajo y, finalmente, a Puerta Santuario, a donde estaban el resto de los guerreros de Mai.

—Nunca olvidaré lo bonita que es la ciudad por la noche —dijo Xiao, una joven que era, por mucho, la más alegre de los Guerreros Roku. Dejó escapar un suspiro ensoñador—. Es como un montón de estrellas titilantes, pero en el suelo. —A pesar de su comportamiento, Xiao era la más competente entre ellos en la lucha cuerpo a cuerpo con sus cuchillos. De rostro redondo y afable, con el pelo recogido en dos moños, Mai la había encontrado molesta en su día, pero desde que dejó su isla había llegado a apreciar más a la guerrera.

—Isla Creciente también es bonita por la noche, ya sabes —dijo Lu Mao, un chico simpático y desenfadado, que se le daba bien imitar la conducta y los acentos de la gente para pasar desapercibido en las misiones de espionaje e infiltración—. Solo tienes que mirar el pueblo desde la playa.

El vagón se deslizó hasta detenerse y los cuatro ocupantes miraron a su alrededor confundidos. Mai se puso de pie, los ojos entrecerrados con sospecha mientras dirigían su mirada hacia la noche.

—Estoy segura de que no es nada —dijo la guía, una mujer bonita que se había presentado con el nombre de Joo Dee al principio, pero se corrigió rápidamente, como si rompiera un viejo hábito y ahora Mai no sabía cómo llamarla—. Quizás sólo una piedra en el carril.

—¡No lo creo! —dijo Xiao, señalando por la ventana a un vecindario del Sector Medio. Una fuente se congeló y luego explotó hacia afuera, arrojando trozos de roca y hielo por todas partes. En otra parte de la ciudad, Mai vio un chorro de agua brotar de un pozo y Lu Mao vio al menos tres más. Hombres vestidos de azul cabalgaban sobre la columnas de agua, esparciéndose por las calles de Ba Sing Se en masa.

—¡La Tribu Agua! —exclamó el guía, jadeando—. ¿Se han infiltrado en nuestra ciudad al fin?

Mai se acercó a la puerta del vagón, la abrió y escuchó los sonidos del pánico afuera mientras los guerreros asaltaban la ciudad.

—Xiao, Lu Mao, permanezcamos juntos —dijo, saltando por la puerta hacia el tejado de un edificio de abajo. Ambos la siguieron obedientemente y los tres sacaron sus armas—. Tendremos que detener la marea lo mejor que podamos hasta que llegue la ayuda.

Al principio, lucharon como mejor lo hacían: desde las sombras, revoloteando de techo en techo y de callejón en callejón para eliminar a tantos guerreros enemigos como pudieran. La Tribu Agua atacaba como si estuviera enloquecida, destruyendo todo a propósito al principio, hasta que los agentes Dai Li comenzaron a contraatacar. Guerreros empuñando lanzas, garrotes y machetes abrieron el camino y los Maestros Agua emergieron del subsuelo tras ellos. Su comportamiento no le pareció normal a Mai. Según su experiencia, la Tribu Agua prefería batallas estratégicas y tácticas devastadoramente efectivas pero cuidadosamente planeadas en lugar de atacar a la vez; se preguntó si habían estado especialmente inquietos y ansiosos por pelear.

Los civiles Maestros Tierra salieron de sus hogares para ayudar, pero muchos fueron asesinados. Mai no sabía cuándo el fuego entró en la ecuación, pero manzanas enteras se incendiaron en instantes. Sospechaba que era una contramedida contra los Maestros Agua, pero todo lo que hizo fue aumentar el caos cuando la madera comenzó a arder, crujiendo y colapsando, y el humo le picó los ojos. La abundancia de fuentes y estanques en el Sector Medio se sumaba a la munición de los Maestros Agua y sabía que solo sería peor en el Sector Alto. Solo podía asumir que estaba sucediendo lo mismo en toda la ciudad.

Los soldados del Reino Tierra fueron los últimos en llegar a la escena, la primera señal de un contraataque organizado. En ese momento, los Maestros Agua y los guerreros se habían extendido y se habían unido a los suyos que venían de otras partes de la ciudad. Bloqueaban los ataques con agua y hielo, resistiendo a pesar de estar en la fortaleza del Reino Tierra. Todas los muros eran inútiles, ahora; la mayor parte del Ejército Tierra estaba apostado en el Muro Externo y más allá, y nunca llegaría al centro de la ciudad a tiempo para hacer una la diferencia. Aang tampoco vendría, Mai lo sabía.

Mai luchó y luchó, recogiendo sus cuchillos y agujas caídos cuando podía y arrojando armas de la Tribu Agua que otros habían dejado atrás en su lugar cuando no. Derribó a un guerrero de la Tribu Agua con su propio boomerang, que no volvió a ella cuando lo arrojó y esquivó la lanza de otro guerrero saltando de nuevo hacia las sombras de un callejón. Xiao desarmó al guerrero con la lanza y lo dejó inconsciente con un golpe seco en la cabeza que atravesó incluso su yelmo de lobo, mientras que Lu Mao se unió a Mai en el callejón a reponer su reserva de armas arrojadizas con más de las que se habían esparcido por el campo de batalla.

—Tenemos que reagruparnos con nuestros guerreros apostados en el palacio —les dijo Mai, presionada contra una pared y respirando con dificultad—. Con suerte, alguien enviará un mensaje a nuestros compañeros de Puerta Santuario. Pero también tenemos que encontrar a Zuko y a los demás.

—¡Entendido, Capitana! —dijo Xiao con una sonrisa, apretando los puños.

Estaban a punto de entrar en acción cuando el suelo retumbó. Mai pensó que era un Maestro Tierra atacando al principio, pero continuó, haciendo temblar los edificios a su alrededor temblaran. El trío salió del callejón, mirando a su alrededor; los sonidos de la batalla se desvanecieron cuando todos se detuvieron confundidos.

—¿Un terremoto? —se preguntó Lu Mao.

Donde el agua había surgido a borbotones, de pozos y fuentes, ahora energía arena y estalló en pilares a decenas de metros más altos que el agua. Era como si el desierto de Si Wong se elevara desde el subsuelo y se esparciera por toda la ciudad. El suelo bajo los pies de Mai se tambaleó y ella estuvo a punto de perder el equilibrio, pero agarró las manos de Xiao y Lu Mao y corrió hacia el centro de la ciudad. A lo lejos, fuertes estruendos retumbaron cuando los edificios se derrumbaron y la gente gritó. Un gong hizo sonar una alarma, pero el sonido se desvaneció con la misma rapidez con la que empezó. Mai bombeaba mientras sentía su sangre bombeando mientras corría, gritando a todos que se apresuraran, que siguieran moviéndose, que siguieran corriendo, algo mucho peor que el ataque parecía estar sucediendo... No tenía idea de a quién instaba a seguir adelante, si a gente de la Tribu Agua o a los habitantes del Reino Tierra.

Una nube de polvo provenía de los muros que separaban los Sectores Medio y Bajo, y por un momento Mai pensó que las paredes se habían derrumbado. La nube se extendió por la ciudad como una tormenta de arena, cegadora y asfixiante. Piedra chocando contra piedra, en algún lugar lejano, sumándose a la cacofonía.

Se preguntó, por un momento, si los Maestros Tierra podrían haber hecho esto. Pero este temblor era demasiado grande, demasiado poderoso para ser obra de los humanos. ¿Un Avatar, tal vez? ¿Estaba Aang aquí? ¿Pudo haber hecho esto? No lo haría... a menos que hubiera sucedido algo aún más terrible.

El polvo, la suciedad y la arena oscurecieron su visión, pero Mai empujó a sus amigos hacia una puerta abierta para escapar de las nubes. Un comerciante los hizo pasar al interior, una chica apenas mayor que ellos. Cerró las ventanas tan pronto como los tres llegaron a un lugar relativamente seguro en el interior. Tosiendo y farfullando, los tres Guerreros Roku se encontraron cubiertos por una capa de polvo y arena de la cabeza a los pies, como espectros que habían entrado en una floristería.

—¿Qué ha pasado ahí fuera? —preguntó el comerciante, con los ojos muy abiertos por el miedo. El temblor se había detenido y Mai consideró que este edificio era estructuralmente sólido.

Mai se volvió hacia el tendero una vez que se recuperó lo suficiente para respirar.

—¿Tiene acceso a la azotea?

—¡Um, sí! En la parte de atrás.

Mai saltó por encima del mostrador hacia la habitación trasera a un conjunto de escaleras destartaladas, Xiao y Lu Mao pisándole los talones. Encontró una puerta y se tapó la nariz y la boca con la manga antes de abrirla. Su primer sentimiento al llegar a la azotea fue una inexplicable melancolía: encontró un jardín lleno de todo tipo de flores diferentes del mismo color por el polvo, enterradas bajo una capa de arena. Por un momento, toda la ciudad se sintió sumida en silencio y polvo.

Cerca del muro del Sector Alto, una torre de piedra arenisca que no estaba allí antes rompía en el horizonte, más alta que cualquier otra cosa en la ciudad, excepto los muros. En la cima, sobre un minarete, había una enorme y monstruosa lechuza. Sus alas se desplegaron, batieron dos veces y despegó dando vueltas alrededor de la ciudad.

Junto a Mai, Lu Mao jadeó. No estaba mirando la torre o la lechuza, sino al otro lado de la ciudad. El polvo se había asentado y Mai entornó los ojos con horror ante la magnitud de la destrucción. Alrededor del Sector Medio, barrios enteros se habían derrumbado, una extensión de escombros y pozos abiertos que llevaban a la oscuridad. Los túneles y catacumbas debajo de la ciudad se habían derrumbado, llevándose consigo a la ciudad de arriba. A Mai no salieron palabras a los labios ante la visión.

Una voz resonó en el cielo y Mai tardó un momento en darse cuenta de que venía de la lechuza.

Si no puedo tener mi biblioteca en el Mundo de los Espíritus, entonces el mundo humano tendrá que servir... de nuevo. Incluso si tengo que acabar con toda esta ciudad para reivindicarla.

Chapter 41: La Encrucijada Entre Mundos, Parte 1

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Libro 2: Tierra

Capítulo 20: La Encrucijada Entre Mundos, Parte 1

 

—Avatar Aang... estoy percibiendo una fuerte sensación de agitación en la ciudad. ¿Te molesta si regreso contigo?

Aang acababa de saltar sobre la cabeza de Appa y tomar las riendas para partir del lago Laogai cuando Xai Bau se acercó. Se había demorado solo un momento para desenvainar parcialmente su espada de meteorito, pensando en el paradero de Sokka, pero la cerró y se encogió de hombros hacia el Guerrero del Sol.

—No me molesta —dijo, después de considerar la pregunta—. Sube. ¿Qué tipo de agitación?

—No puedo decirlo —respondió Xai Bau—. Algo, o alguien, se ha desequilibrado salvajemente.

—¿Puedes sentir esas cosas? —preguntó Aang, frunciendo el ceño. Se preguntaba por qué él no podía, aunque no quería expresarle esa preocupación a este desconocido. También pensó que tenía algo que ver con él y su decisión de quedarse por el momento.

—El Mundo de los Espíritus tiene una voz fuerte, si quieres escuchar. —Xai Bau se subió a la silla de Appa, totalmente tranquilo mientras el bisonte se elevaba hacia el cielo nocturno. Aang meditó sus palabras y trató de escuchar la “voz” del Mundo de los Espíritus, pero no la sintió con tanta fuerza como bajo el arco o en el círculo de meditación de Pathik—. Montar un bisonte volador es como siempre lo había imaginado —dijo, cerrando los ojos—. Sin embargo, montar un dragón se siente más peligroso, pero de una manera emocionante.

Aang volvió la vista hacia él. Incluso en este mundo, solo quedaban dos dragones, y no creía que Ran y Shaw, los espíritus del fuego, permitieran que la gente los montara.

—¿Has montado un dragón antes?

Xai Bau negó con la cabeza.

—No físicamente. He meditado en el Mundo de los Espíritus y los he montado allí. Un tipo de experiencia diferente, sin duda, pero igual de peligrosa... aunque por otras razones.

Aang miró al hombre por un momento antes de volverse hacia adelante.

—Eres parte del Loto Blanco, ¿verdad?

—Sí —dijo Xai Bau. Su voz era profunda y suave, casi sedosa, pero la forma en que hablaba aún transmitía calidez y amabilidad—. Yo fui quien les dijo a Kanna y a Piandao que aún no se te podía confiar nuestros secretos.

Una sensación de frío se instaló en el pecho de Aang.

—¿Fuiste tú? ¿Por qué?

—Creo que te lo explicaron adecuadamente —dijo—. Pero vine al lago Laogai para quedarme con Bumi y así poder conocerte y juzgar tu carácter yo mismo. En cualquier caso, ¿es mi turno de hacer una pregunta?

Aang suspiró mientras recordaba cómo Kanna y Piandao habían dicho que era demasiado imprudente e impulsivo para confiarle sus secretos. Pero dos podían jugar en ese juego y Aang podía guardar sus propios secretos.

—Claro.

—No perteneces aquí, ¿verdad?

Aang apretó las riendas en sus manos y Momo percibió su cambio de humor, volando hacia uno de los cuernos de Appa.

—¿Quién de ellos te lo ha dicho?

—Ninguno —dijo Xai Bau, e incluso sin el sentido sísmico de Toph, Aang sabía que decía la verdad—. No te alarmes, tu secreto no se ha divulgado. Solo veo una forma diferente de energía a tu alrededor, múltiples destinos convergiendo en un solo ser. Para mí, es tan obvio como un colibrí en un nido de halcones. No sé los detalles de tu difícil situación, pero sé que algo en ti parece... fuera de lugar.

—Así que ahora cualquiera puede sentir eso de mí, ¿eh? —Frunció el ceño cuando los acres de tierra de cultivo pasaron debajo de ellos. Un gurú espiritual era una cosa, pero ¿también Xai Bau?— ¿Vas a decirme que tengo que ir a casa? ¿Que la agitación que sientes es culpa mía?

—Al contrario, apoyo la idea de que te quedes aquí —dijo. Aang lo miró y él le dio esa cálida sonrisa de nuevo, tan acogedora una fogata después de una ventisca. Ante la mirada interrogante de Aang, continuó—. Las barreras entre nuestros mundos y el Mundo de los Espíritus están desapareciendo. El mundo cambiará, quizás incluso más rápido de lo que estaba previsto.

Intentó comprender las implicaciones de las palabras de Xai Bau, pero si quería decir algo más profundo, algo más específico, Aang no captó el significado.

—¿Qué quieres decir?

—Cambio —dijo—. Sólo digo que el mundo necesita un cambio.

Los muros del Sector Bajo se hicieron visibles cuando llegaron al final de la zona agraria. Tan pronto como Appa pasó al Sector Bajo, Aang miró hacia abajo al escuchar los sonidos de la batalla muy por debajo de él. Las rocas chirriaban al deslizarse por la tierra o cuando chocaban contra las cosas. La gente gritaba y chillaba. Una columna de humo se elevó en el aire desde un edificio que había sido incendiado. Las llamas se extendían rápidamente debido a lo cerca que estaban unas casas de otras.

Aang dejó escapar un grito ahogado, enfadado y asustado por cómo las cosas se habían salido de control tan salvajemente mientras él no estaba.

—¿Que está pasando? —Estaba a punto de saltar de la cabeza de Appa para ir a ayudar, pero Xai Bau lo detuvo.

—Déjame bajar —dijo el Guerrero del Sol—. Me encargaré de los incendios. Tienes que ir a buscar a tus amigos y saber qué ha sucedido.

Aang apretó los dientes, pensando en la última vez que había dejado a sus amigos en Ba Sing Se, y supo que Xai Bau tenía razón y que lo más importante era reunirlos, entonces podrían enfrentarse a cualquier cosa que se avecinara. Appa descendió sobre la ciudad y, a medida que se acercaban, Aang vio figuras vestidas de azul: guerreros de la Tribu Agua.

Nunca había dolido tanto saber que tenía razón.

Casi se unió a Xai Bau para saltar de Appa. Estuvo a punto de desatar su rabia contra los guerreros de la Tribu Agua. Pero se recordó a sí mismo que si esos guerreros estaban aquí, entonces Katara y Sokka también tendrían que estar por ahí. Encontraría a sus amigos y luego a esos dos. No sabía cómo Sokka y Katara se habían infiltrado en la ciudad, pero le pondría fin a todo, costase lo que costase.

Xai Bau desvió el calor de los edificios en llamas, obligando a las llamas a extinguirse, y luego atacó a los guerreros que se acercaban con puños de llamas azules y blancas juntas. Ambos tipos de fuego ardieron lentamente, atravesando las defensas de los Maestros Agua, la fuerza explosiva detrás de sus ráfagas los hizo retroceder hacia otro edificio. A Aang se le heló la sangre al ver fuego azul en manos de alguien que no era Azula, pero verlo siendo usado en conjunto con llamas blancas fue hermoso.

—¿Qué estás esperando? —preguntó Xai Bau, su gargantilla reflejaba una luz multicolor—. ¡Vete ahora!

—Ten cuidado —dijo Aang. Xai Bau asintió y Aang voló hacia el Sector Alto.

Ba Sing Se no caería esta noche. No otra vez.

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—Si Jet no recibe ayuda, morirá.

Zuko había hecho todo lo posible para curar las heridas de Jet. Usó su propio chaleco para hacer presión en los peores cortes en el estómago y en el pecho de Jet, pero Zuko no tenía experiencia médica y si no hacía algo pronto Jet se desangraría. La pérdida de sangre ya lo había dejado inconsciente. Katara al menos les había permitido a ambos bajar de la pared de la caverna después de su pequeña sesión de tortura hacia Jet, pero Zuko finalmente tuvo que confesarle que Aang ni siquiera estaba en la ciudad.

Miró a Katara, suplicante. Él podría atacarla, ambos lo sabían, pero no conseguiría nada. Ella lo vencería, tal vez le haría algo peor a Zuko que a Jet, y si eso pasaba, no habría salvación para ninguno de ellos. Jet no le gustaba, pero eso no quería decir que quería que el otro chico muriera.

—Si no lo vas a ayudar, ¿por qué estás aquí? —preguntó Zuko, volviendo su atención a Jet. Su respiración se había debilitado. Zuko tenía sangre por todas partes y no tenía idea de que la gente pudiera perder tanta y aún seguir aferrándose a la vida—. ¿No tienes una invasión que planear?

—Ya ha comenzado —dijo Katara. Tenía los brazos cruzados y no dejaba de mirar al vacío desde que había regresado a la caverna donde tenía a Zuko y a Jet. Su voz sonaba distante, distraída—. Algo salió mal. Un monstruo gigante apareció y está atacando la ciudad.

Zuko entrecerró los ojos. No sabía lo que podía hacer o lo que eso significaba, pero la angustia en su voz lo hizo sentir aún más nervioso.

—¿Pero por qué estás aquí?

—No lo sé, ¿de acuerdo? —Se volvió hacia él, gritando, y por un momento temió que lo atacara a él o a Jet de nuevo. Pero respiró hondo y se calmó—. Partes de la ciudad colapsaron por completo, incluyendo los túneles que salen de aquí. No puedo encontrar a Sokka ni a mis amigos. No tengo a dónde ir. Esconderme aquí contigo es lo último que quiero. Me siento atrapada y odio esto.

Viéndola así, quiso devolverle los gritos. Ella misma se había metido en esta situación. Su crueldad le había hecho esto a Jet y ella se quedó parada mientras él se desangraba lentamente hasta morir. ¿Cómo podía Aang haberla amado? No podía imaginar una versión de Katara en ningún mundo que pudiera ser tan amable y cariñosa como había dicho Aang. Esta Katara era fría, malhumorada y resentida, era como la corriente de un río que podía pasar de ser tranquila a peligrosa en cualquier momento. Pero no esperaba que le resultara tan familiar, que ella le gritara mientras él se sentaba en silencio y lo aceptaba.

—Hemos hecho esto antes —dijo de repente, mirándola con sorpresa.

—¿Qué?

—Hemos estado aquí. En estas catacumbas, así —dijo. Se puso de pie y no supo si fue la confusión ante sus palabras lo que la detuvo, pero ella no lo sometió con su Sangre Control—. Se siente como ... no sé, un déjà vu —¿Un recuerdo del príncipe Zuko?

Ella bufó.

—Suenas ridículo.

Intentó aferrarse al recuerdo, pero se desvaneció de él. Apretó los puños todavía cubiertos de la sangre seca de Jet, tratando de pensar, conectarse con el hombre de la cicatriz en algún lugar dentro de él. Podía sentir la ira, la culpa y la vergüenza. Su rostro, una blanco fácil de odiar, por todo lo que había sucedido. Persecución y traición. Una pérdida compartida. Comprensión. ¿Katara también podía sentir todo esto?


—Mi rostro... ya veo.


—¿Me odias? —le preguntó, sin saber por qué lo decía—. ¿Es por lo que le hice a tu rostro?

Ella lo fulminó con la mirada y la fina cicatriz debajo de su ojo izquierdo se hizo más pronunciada.

—¿Crees que soy así de vanidosa? No eres nada para mí, solo un obstáculo que superar.

Sacudió la cabeza.

—No eres vanidosa. Eres orgullosa. Te tomé por sorpresa y lo odias.

—¿Intentas hacer que te golpee a propósito?

—No, no. Supongo que lo que estoy diciendo es... lamento haberte hecho eso en la cara, por si sirve de algo. —No sabía por qué se estaba disculpando con la chica que lo había encerrado y torturado a Jet, la chica que tenía todo el poder sobre él, pero en este momento se sentía como su igual. Se sintió vulnerable al decirlo, y el hecho de que se había quitado el chaleco en su intento de ayudar a Jet no ayudó. Se volvió a arrodillar juntó de Jet y presionó el chaleco ensangrentado contra sus heridas, pero se había empapado mucho antes—. Por favor. No tiene que morir.

La cabeza de Jet rodó hacia un lado, pero su sangre se elevó en el aire, Katara la había apartado y se arrodilló al otro lado de Jet. El agua cubrió sus manos y resplandeció. Zuko la observó, sin poder que lo hubiera hecho. Durante unos minutos, los dos permanecieron en silencio mientras el suave sonido de su curación resonaba en la caverna; los ocasionales quejidos de Jet le decían a Zuko que todo lo que ella hacía estaba funcionando. Sin embargo, Katara se apartó antes de lo que esperaba.

—Vivirá —dijo, y con un movimiento de su muñeca la sangre húmeda se escurrió de la ropa de Jet y de Zuko, al igual que la de sus brazos—. Aun así, ha perdido mucha sangre. Hice solo lo indispensable. —Se puso de pie y se alejó de la pareja de nuevo y puso esa mirada distante en su rostro; la mismo que tenía cuando le contó a Zuko sobre el ataque arriba.

—Gracias —dijo. Quizás Aang tenía razón y había algo bueno dentro de ella.

—No lo hice por ti —espetó—. O por él.

Zuko miró a Jet, quien respiraba lentamente pero seguía sin despertar.

—Lo hiciste porque hay una vocecita dentro de ti que te dice lo que es correcto, ¿no es así? —preguntó—. Una fuente de bondad dentro de ti. No como una conciencia, sino algo... más. —El mismo tipo de ser que de alguna manera había sido implantado dentro de él.

Todo su cuerpo se sacudió y por un momento pensó que el suelo se movía, pero era solo él. El mundo dio vueltas y él quedó inmóvil contra la pared, otra vez, frente a Katara, quien tenía los dedos extendidos para controlarlo.

—Dime lo que sabes al respecto. —Su orden salió como un gruñido.

—Tú también recuerdas algo como esto —dijo, gruñendo mientras sus extremidades se retorcían y se tensaban—. Nosotros dos aquí abajo. Como... en otra vida.

La caverna se sintió como un congelador cuando habló.

—¿Qué quieres decir? Habla o te haré lo mismo que le hice a él. Y no curaré a nadie esta vez.

—Es parte de ti —dijo, con los dientes apretados—. Yo… te entiendo, Katara.

Ella giró la muñeca y él se deslizó por la pared de la caverna.

—¿Quién te crees que eres para hablarme así? ¡No me conoces!

—Eres una luchadora —se atragantó—. Sientes que... necesitas ser el doble de buena. Para hacerte notar. —Ella disminuyó su la fuerza de su Sangre Control de su cuello—. Te hiciste más fuerte por rencor. Para demostrarle a todos que estaban equivocados. Esa voz dentro de mí es igual.

Ella lo soltó. Él cayó de rodillas y se masajeó el cuello, ella se agachó para mirarlo más de cerca.

—Crees que lo entiendes, pero no eres una mujer de las Tribus Agua. Nunca lo entenderías. Lo que es tener un padre que no quiere tener nada que ver contigo. Que prioriza a un hermano por algo completamente fuera del control de ambos.

Zuko negó con la cabeza.

—No —dijo—. Nuestras circunstancias son diferentes... pero padres así son algo que tenemos en común.


El palacio entero entró en pánico.

Después de los arrestos de Wu y la agente de Dai Li, llegaron informes sobre un asalto clandestino a la ciudad. Por lo que Azula y Toph habían podido averiguar, se rumoreaba que los Maestros Agua eran los culpables esta vez. La mayoría de los soldados estaban apostados en el Muro Exterior o más allá de la ciudad, dejando la defensa de los ciudadanos al Dai Li y a un puñado de vigilantes. Dado que el Consejo de los Cinco acababa de encarcelar a la líder de los Dai Li, Azula esperaba que los generales salieran y lucharan contra las Tribus del Agua por su cuenta.

Pero se quedaron detrás de los muros del palacio dejando órdenes a sus soldados. Convocaron a una cierta cantidad de soldados del Muro Exterior, pero dejaron a muchos otros en sus puestos en caso de que se tratara de una simple distracción de otro ataque.

Toph del palacio a toda prisa, lanzando exclamaciones de enfado a Azula, a quien le estaba costando seguirle el paso.

—¡Son todos unos idiotas! ¡Y también cobardes! ¡No puedo creer que vuelvan esconderse detrás de sus muros mientras la ciudad está siendo atacada! ¿Qué pasará cuando los Maestros Agua lleguen al palacio? ¿Se van a esconder en sus baños después?

—¿Qué más se supone que deben hacer? —preguntó Azula mientras pasaban las paredes ocre que conducían al pabellón de entrada del palacio. Soldados y guardias marchaban en posiciones defensivas alrededor de los exteriores del palacio, construyendo fortificaciones apresuradas y levantando paredes para preparar sus catapultas—. Tienen que liderar. Salir al campo de batalla por su cuenta para ponerse en peligro imprudentemente es un movimiento tonto. Por lo que sabemos, las Tribus del Agua están planeando un ataque desde fuera de las murallas.

—¿De qué lado estás?

—Del lógico. —Miró al cielo nocturno y trató de pensar en un plan. Si Sokka y Katara estaban realmente detrás de esto, como predijo Aang, la lógica dictaba que Azula tendría que buscarlos primero.

—Vamos a buscar a Aang —dijo Toph—. Y tampoco hemos encontrado a Zuko todavía.

—No —dijo Azula de inmediato, pero se detuvo cuando se dio cuenta de lo cortante que había salido su voz—. No necesitamos encontrar a Aang. —Era posible que nunca regresara. Tenían que hacer esto por su cuenta—. Pero Zuzu... Sí, creo que ha estado desaparecido por bastante tiempo. Casi lo suficiente para que su hermana pequeña comience a preocuparse.

Toph ensanchó su postura, deslizando los pies por el suelo.

—Espera. Alguien está merodeando. —Apretó el talón contra la tierra y Azula escuchó el movimiento de las rocas y un gruñido masculino, por lo que ambas chicas siguieron el sonido hasta el otro lado de la pared, donde encontraron a un hombre atrapado en la piedra. Azula tardó un momento en darse cuenta de que su cabeza no estaba envuelta en vendas, sino en telas para protegerse del calor del sol.

Tan pronto como las vio, se liberó de su jaula de tierra con su propio Control y se ciñó a la pared del palacio, pero Azula le arrojó un puñado de llamas anaranjadas para bloquear su camino y hacerlo correr en dirección contraria.

—¿Quién eres tú? —preguntó, tratando de ubicar la procedencia sus ropas desconocidas—. Alguien que no pertenece al palacio, sospecho... especialmente durante un ataque enemigo.

Él metió la mano en la pared y una lluvia de arena roja estalló de ella, oscureciendo la visión de Azula en una nube de polvo ocre y provocándole un ataque de tos. Escuchó a Toph dar un pisotón y él se lanzó desde la pared y aterrizó en un rincón detrás de ellas. Azula se dio la vuelta, tratando de cubrirse los ojos de la arena y de inmovilizarlo al mismo tiempo, pero la arena roja que los estaba rodeando se arremolinaba y los empujaba a ambos, el color inquietantemente parecido a la sangre en la oscuridad, solo para ser bloqueada por Toph, que estampó su brazo hacia abajo y enterró al hombre hasta el cuello.

—Eres un Maestro Arena —señaló Azula una vez que el polvo se hubo asentado. Se aclaró la garganta para sacar cualquier resto de partículas que pudiera irritarla. Examinó al hombre, o al muchacho, ya que parecía tener la edad de Zuko, y asoció los hechos—. Tú debes ser el hermano de esa agente Dai Li. La que fue arrestada.

Sus ojos se abrieron de par en par, la única parte de su rostro que ella podía ver.

—¿Conoces a Nagi? ¿La arrestaron? ¿Por qué?

Toph escupió a un lado, probablemente para sacar la poca arena que se le había metido en la boca.

—¿Por qué deberíamos decírtelo? ¿Por qué estás merodeando por aquí?

—No, no, está bien —dijo Azula, haciéndola señas para que se calmara. Podrían usarlo a su favor—. Fue arrestada por colaborar contigo para asaltar el banquete de palacio hace unas noches.

—No tuvimos nada...

—Sabemos quién estaba detrás —continuó Azula, hablando por encima de él—. Pero lo que más me interesa es el hombre de la Tribu Agua con el que te asociaste. ¿Por casualidad, su nombre era Sokka?

Sus ojos se abrieron de nuevo, apenas perceptibles.

—Ahora —dijo Azula, acercándose. Esa era toda la confirmación que necesitaba—. Puedes decirme dónde está, y dónde está su hermana; o puedes ocultarnos la información y alertaremos a los guardias que arrestarán al traidor confirmado que fue sorprendido entrando a escondidas en el palacio nuevamente para que puedan llevarte a donde no puedas ver la luz del día por el resto de tu miserable y patética vida.

—No sé dónde está —dijo el Maestro Arena, apartando la mirada—. Pero sé dónde está Katara.

Azula trató de no mostrar su entusiasmo.

—¿Dónde?

—No te lo diré —dijo—. No hasta que me ayudes a sacar a mi hermana de aquí. Ya he tenido suficiente de esta ciudad y planeo irme con ella, especialmente ahora que ha sido arrestada.

—¿Aunque pudieras cabalgar sobre la gloria del ataque de tus amigos Maestros Agua? —le preguntó Azula con los ojos entrecerrados y acusadores—. ¿Traicionar a tu propia gente para ayudarlos a tomar esta ciudad?

—En este momento, es mucho peor que eso —dijo—. Un ser mítico de las leyendas de mi gente ha aparecido en la ciudad. Ya ha destruido gran parte de ella: Wan Shi Tong, quien conoce diez mil cosas. Solo quiero encontrar a Nagi y sacarnos a los dos de aquí con vida.


El fantasma se elevó, apenas perceptible con sus plumas negras contra el cielo nocturno. Su rostro blanco, inquietante y omnisciente, era el único indicio de que seguía allí. Su rostro blanco, su rostro horrible, imperceptible, insondable.

El suelo aún temblaba ocasionalmente mientras la red de catacumbas subterráneas se derrumbaba y se llevaban manzanas enteras con ellas. Los guardias de la ciudad desobedecieron las órdenes de sus superiores y trabajaban para rescatar a la gente del pueblo de los escombros en lugar de luchar contra los Maestros Agua, pero nadie pudo evacuar porque no había ningún lugar al que ir. Los mismos muros que protegían la ciudad y proporcionaban orden también encerraba a todos en su interior.

La Tribu Agua pareció llegar a la misma conclusión. Temían al espíritu de arriba tanto como todos los demás. Habían quedado atrapados y Mai se preguntó si muchos de los suyos habían sido enterrados en los túneles de abajo cuando apareció la torre. Luchaban con desesperación, abatiendo a todos los que se interponían en su camino, por lo que Mai y sus compañeros se defendieron. Los Guerreros Roku no se dejarían ganar por el miedo, eran profesionales.

—Típicos humanos… —resonó la voz desde arriba—. Luchando y destruyéndose unos a otros incluso cuando se enfrentan a la calamidad. Una lástima. Tendré que liberarlos a todos del sufrimiento que se infligen a ustedes mismos.

Mai no sabía cómo ni por qué, pero los zorros no tardaron en aparecer también, emergiendo como si estuvieran bajo la tierra. Dóciles al principio, las criaturas se escondían de los humanos hasta que el espíritu búho emitió un sonido espantoso, como un ulular, que hizo que los zorros triplicaran su tamaño y les crecieran dos colas adicionales. Sus ojos resplandecieron en rojo y se volvieron agresivos, saltando por la ciudad con más agilidad de lo que Mai o sus guerreros jamás podrían tener. Chasqueaban las mandíbulas y soltaban gritos que perforaban tímpanos. Mai trató de darles un amplio margen, pero cazaron con asombrosa eficiencia y pronto se dio cuenta de que Aang sería su única esperanza de supervivencia, y aunque no de victoria.

Gritos y llantos. Gritos de dolor y angustia. Polvo que nunca parecía asentarse. Los repugnantes sonidos de garrotes y armas cortantes impactando contra la carne. Mai olía la sangre, el humo y el sudor por todas partes. Pero no pudo vacilar. Un hombre que empuñaba un pesado garrote azul atacó a su amiga Xiao por detrás y Mai intervino antes de que pudiera atacar, lanzándole dardos.

La voz de Lu Mao gritó por encima del estruendo.

—¡Capitana, cuidado!

Un invento de la Tribu Agua que Mai reconoció vagamente como una granada de lodo; aproximadamente del tamaño de una bola kuai, rodó hasta detenerse a sus pies y tuvo el tiempo justo para apartarse. Una ráfaga de fuerza la impactó en la espalda mientras trataba de esconderse detrás de un montón de escombros, pero la sustancia con olor a pescado la alcanzó y se golpeó la cabeza contra una piedra, y no supo más.


—Eso suena ridículo —dijo Azula, pero aun así corrieron por los pasillos del palacio con el Maestro Arena, Ghashiun, hacia donde Toph había dicho que mantenían a los prisioneros en celdas de metal. Dignatarios y otros nobles vieron pasar al trío, sin prestar atención o sin importarles el caos exterior. Detrás de los muros del palacio pensaban que la guerra no los alcanzaría, su opulencia conservada con ceremonias y pompa. Sus pisadas caían sobre exuberantes alfombras con estampados exquisito de una bestia tigre blanco persiguiendo a su presa a través de un bosque de bambú. Toph dio un giro abrupto por un pasillo y Azula admiró brevemente las plumas de la cola de un brillante pájaro de fuego bajo sus pies en este pasillo, su plumaje arcoíris surcando el cielo. Sacudió la cabeza y devolvió su atención al mundo real—. ¿Por qué un espíritu pájaro atacaría la ciudad? Solo estás mintiendo para que te ayudemos.

—No estoy mintiendo —dijo Ghashiun—. ¿Y cómo voy a saber por qué?

—No está mintiendo —confirmó Toph.

—Entonces es lo suficientemente ignorante como para creer sus propias mentiras —replicó Azula—. Bueno, sea como sea, su hermana agente Dai Li ayudó a meter a Katara y Sokka a la ciudad.

—No —dijo Ghashiun—. Nagi no tuvo nada que ver con eso.

—Así que solo tú eres el traidor, entonces.

—Cállate, me estoy concentrando —dijo Toph, deteniéndose para poner su mano en el suelo—. Estas estúpidas alfombras me están dificultando saber a dónde ir.

—Podríamos simplemente sacarle la información del paradero de Katara —sugirió Azula.

Toph se enderezó y siguió corriendo.

—Deberíamos sacar a Wu. Algo en toda esta situación no me parece correcto. Sabía que no me fiaba de esos generales.

—Bueno, dah —dijo Azula—. Están haciendo un golpe de estado. Haciendo ver a los Maestros Arena como sus enemigos detrás de estos muros para que tengan un chivo expiatorio que les permita consolidar el poder de aquellos que ven como un obstáculo débil o molesto. Todo está muy bien hecho. Sin embargo, se olvidaron de una cosa; el Dai Li. Quien controle el Dai Li controla esta ciudad, y ahora mismo nadie parece controlarlos.

—¿De qué lado estás? —preguntó Toph de nuevo, aunque esta vez fue más bien un murmullo y Azula sonrió. No se podía negar que Toph sabía que tenía razón, quizás incluso estaba impresionada.

—Ustedes dos son compañeras del Avatar, ¿no es así? —preguntó Ghashiun mientras doblaban una esquina. Toph indicó que se acercaban a las escaleras que descendían al nivel de prisioneros de alto nivel.

Azula miró hacia adelante. Tres guardias con uniformes especiales estaban parados en la parte superior de las escaleras donde debían pasar.

—¿Qué con eso? —dijo Azula.

Ghashiun no dijo nada.

Toph se acercó a los guardias sin molestarse en esconderse, pero uno de los hombres dio un paso adelante y adoptó una postura de Tierra Control.

—Atrás —dijo—. Nadie puede acercarse sin la autorización del propio Consejo de los Cinco.

Toph hizo crujir sus nudillos.

—No lo creo, amigo. Estamos aquí para sacar a Wu porque son una bola de corruptos y tal.

Azula puso los ojos en blanco.

—Heroico. Inspirador. Intimidante.

—Somos el equipo Terra, los mejores Maestros Tierra que Ba Sing Se tiene para ofrecer —dijo el guardia—. ¡Esta es su última advertencia para retroceder!

Toph frunció el ceño.

—¿Y estás en la cómoda prisión del palacio en lugar de vigilar los muros? —Movió las muñecas y unos pilares sobresalieron del suelo bajo ellos. Uno de ellos fue demasiado lento para reaccionar, pero los otros dos cargaron contra a Toph con un ataque combinado. Ella lo bloqueó con una lluvia de piedras—. Bueno, tengo noticias para ti, amigo. ¡Yo soy la mejor Maestra Tierra del mundo!

Ghashiun avanzó como para ayudar, pero Azula sacudió la cabeza y él se detuvo.

El suelo se movió debajo de uno de los soldados y Toph le clavó el codo para dejarlo inconsciente. El último trató de abalanzarse sobre ella con una ola de grava, pero ella se elevó por encima y él se estrelló contra una losa de tierra para arrojarlo contra la pared donde se desplomó, inmóvil.

—Eh —dijo encogiéndose de hombros—. Ustedes no son tan especiales.

Se apresuraron a bajar a los niveles inferiores donde vieron un pasillo de puertas metálicas. Ghashiun se abrió paso hacia adelante.

—Nagi, ¿dónde estás?

Un rostro apareció en una de las ventanas colocadas en la parte superior de las puertas de la celda: la misma joven que había sido arrestada antes.

—¡Ghashiun! ¿Qué estás haciendo aquí?

Se acercó a la puerta y tiró de la manija de metal en vano.

—¿Cómo puedo sacarte?

El rostro de Wu apareció en la puerta de otra celda.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó ella.

—Hemos venido a sacarte —dijo Toph. Golpeó el metal—. Pero, eh... ¿cuál es tu brillante idea para abrir esto, Azula?

Ella suspiró e hizo sonar el llavero que había robado a uno de los guardias del Equipo Terra. —¿Has oído hablar de las llaves? —Ghashiun se abalanzó hacia adelante como para agarrarlos pero ella retiró la mano—. Primero, dinos dónde está Katara.

—En las catacumbas debajo del Sector Bajo —dijo—. Puedes llegar a ellas cavando no lejos de su casa, cerca de los canales. Y… —Desvió la mirada por un momento—. Tiene a dos de tus amigos allí.

Azula parpadeó.

—¿A dos de ellos?

—Sus nombres son Zuko y Jet —dijo. Azula sintió que el fuego cobraba vida en sus palmas y casi lo agarró por el cuello, pero Toph la detuvo.

—Vamos —instó— ¡No podemos perder el tiempo!


Cuando las Tribus del Agua atacaron, los Libertadores entraron en acción. Lo que antes era una docena de niños, se había duplicado con creces tras llegar a Ba Sing Se. El Sector Bajo estaba lleno de huérfanos que clamaban por una causa y Jet había respondido y ahora luchaban por defender su nuevo hogar.

Smellerbee usó su cuchillo curvo con gran eficacia, pero su principal preocupación era asegurarse de que los Libertadores coordinaran sus ataques y que ninguno se quedara atrás. Con Jet desaparecido y el abandono Bandida, se había convertido en la líder de facto del grupo, una responsabilidad de la que ella no se echó atrás. Hizo que Fleetfoot corriera para enviar un mensaje a su contacto en el Cristal Rastrero, pero mientras esperaban el apoyo estaban solos; odiaba depender de los adultos, pero ni siquiera ella era lo suficientemente cabezota como para pensar que podían luchar contra todos los Guerreros de la Tribu Agua por sí solos.

Longshot los protegía desde arriba mientras Pipsqueak y el Duque atacaban a cualquier enemigo que se acercaban a la zona que habían designado como su punto de defensa, detrás de la cual se escondían incluso un grupo de refugiados y sus familias. Vio cómo Sneers derribaba a guerreros del doble de su tamaño y Rattletrap atrapaba a un trío de ellos. Bugsy y Gogglecogs construyeron su muro defensivo con tablas de madera mientras Big Redd consolaba a un grupo de niños pequeños que lloraban con cada ruido fuerte.

Y había muchos ruidos fuertes, a veces extraños. Smellerbee podía jurar que había escuchado el ulular de un búho en algún lugar en la distancia. Poco después de eso, empezaron a aparecer extrañas criaturas, zorros gigantes con tres colas que arrasaban con todo lo que estaba a la vista; al principio pensó que eran artimañas de la Tribu Agua hasta que las bestias comenzaron a atacar también a los guerreros invasores.

Luchó hasta que se dio cuenta de que había comenzado a llorar, e incluso con Longshot sosteniéndola con un agarre reconfortante por el hombro, no pudo evitar recordar cuando las Tribus del Agua asaltaron su aldea y destruyeron todo lo que había amado. Cada grito de guerra la llevaba de regreso a esa noche, esa terrible noche, a la furia en los ataques de los Maestros Agua y a la repentina nevada, y todavía odiaba ver la nieve, opresiva y silenciosa, y de alguna manera se encontró acurrucada en una posición fetal y era una niña de nuevo. Echaba de menos a Jet y deseaba a tener a Bandida, pero sobre todo, quería a sus padres allí, el vago recuerdo de sus padres que se desvanecía cada vez más con cada año que pasaba.

Smellerbee creyó haber cerrado los ojos, pero la visión de una anciana arrodillada frente a ella la sacó de su estado de limbo entre el presente y el pasado.

—Ven, criatura —dijo la anciana, extendiendo una mano—. Has luchado con valentía.

Smellerbee no creyó que eso fuera cierto, pero luego vio a Longshot se secándose los ojos y luego ya no estaba tan segura. Un hombre mayor, que blandía una espada mejor que nadie que ella hubiera visto, luchaba contra decenas de Maestros Agua por la calle. Tomó la mano de la anciana y se puso de pie.

—Estás con el Cristal Rastrero, ¿no? —preguntó la anciana. Sus ojos azul pálido parecían tristes—. Yo también. Y estamos trabajando para evacuar a la gente del pueblo al Sector Externo, logramos que abrieran el muro. —Pero miró hacia el noreste, hacia el muro del Sector Medio que no se había abierto, y frunció el ceño—. No sé qué está pasando allí, pero me temo que es algo horrible.

Las palabras brotaron de Smellerbee por sí solas.

—Aquí también es horrible.

—Ciertamente —dijo la mujer, y le sonrió a Smellerbee y a Longshot a pesar de la situación—. ¿Me ayudarás?

Hizo girar su cuchillo en una agarre inverso y dio la orden para que los Libertadores se movieran.

 —Sí —dijo ella.  —No nos vamos a rendir.


 —Has estado trabajando con la Tribu Agua todo este tiempo, ¿no es así?

Las palabras de Nagi salieron como veneno, deteniendo a Ghashiun en seco mientras huían del palacio. Habían intentado permanecer ocultos para llegar a los túneles que conducían más allá de las murallas.

Ghashiun no pudo mirarla a los ojos.

 —Todo fue para que pudiera encontrarte y llevarte a casa.

—¿Así que trabajaste con el enemigo? ¿Permitiste que sucediera todo esto?  —Cada una de sus palabras se sentía como un golpe físico—. Ghashiun, ¿te das cuenta de cuántas personas van a morir hoy por lo que has hecho? ¿Cuántos están muriendo ya mientras hablamos?

—¿Es mucho peor que vivir aquí en un nido de víboras estos dos últimos años? —Se volvió hacia ella con el ceño fruncido—. ¿Trabajando para aquellos que nunca se preocuparon por nuestra gente, para los que buscaron cualquier excusa para encarcelarte y culparnos por sus problemas? Si no fuera por las Tribus del Agua asechando en los muros, el Consejo de los Cinco le habría declarado la guerra a Si Wong a estas alturas.

Ella volvió la cabeza para que él no pudiera ver su rostro bajo su capucha. Sin el sombrero cónico de Dai Li, se parecía más a su hermana de nuevo.

—Eso es diferente. No te atrevas a comparar lo que hemos hecho. —Se llevó una mano al pecho—. Estoy tratando de cambiar las cosas desde adentro. Pero tú, tú... vi la forma en que miras a ese chico. Te has enamorado de él.

—¡Claro que no! —exclamó, y por el volumen de su voz supo que no estaba siendo convincente. Trató de cambiar de tema, enterrarlo junto con sus sentimientos, porque, de todos modos, sabía que Sokka nunca lo notaría, al igual que nunca notaba la atención de Suki y Yue—. En cualquier caso... nunca esperé la llegada de Wan Shi Tong. No se suponía que fuera así.

—Entonces no podemos huir así como así —insistió Nagi, volviéndose hacia él por completo. Tenía una mirada suplicante en sus ojos oscuros mientras tomaba su mano entre las suyas—. Tenemos que hacer lo que podamos para ayudar. Wan Shi Tong vino desde abajo, ¿verdad? ¿De las catacumbas?

—Los informes de los Maestros Agua dijeron que incluso apareció una torre en el Sector Medio —dijo—. Creo que su Biblioteca Espiritual se ha manifestado de alguna manera en nuestro mundo.

Nagi entornó los ojos y, por un breve momento, vio la mirada de asombro que ponía cada vez que su pasión por la historia salía a relucir.

—Increíble —suspiró, pero se armó de valor como si se recordara a sí misma la gravedad de la situación—. Entonces vamos. Tal vez podamos encontrar algo ahí abajo, una manera de revertirlo. Podemos ayudar a los amigos del Avatar en esto. Oh, Ghashiun, deben ser tan sabios y conocedores...

Mientras hablaba, Ghashiun pensó en Sokka bajo la luz de una linterna púrpura. Qué tonto fue ignorar sus instintos que le decían que huyera...

Incluso si no estaba de acuerdo con su hermana, sabía que nunca serían enemigos. Pero no quería admitirle que la verdadera razón por la que quería huir era que no estaba seguro de lo que haría si se enfrentara de nuevo a Sokka y Katara.

Ghashiun y Nagi cambiaron de rumbo y usaron su Tierra Control para llegar a los túneles debajo del Sector Alto. Solo esperaba que su hermana no lo odiara por lo que ocurriera a continuación.


Confía en los espíritus y todo saldrá horriblemente mal.

Sokka había logrado escapar del derrumbe del túnel, pero no sabía cuántos hombres habían perdido o cuántos habían llegado a la ciudad. No sabía si podrían escapar o evacuar. Una sensación gélida se apoderó de sus pulmones y su corazón cuando pensó en toda la devastación de la ciudad, todas las vidas que se habían perdido, y se preguntó si Gran había sobrevivido...

Se volvió hacia Suki y Yue, que esperaban con él bajo el cielo nocturno en una sección del Sector Medio que aún no había sido tocada por la batalla. Yue parecía asustada, pero Suki el rostro decidido, lista para entrar en acción.

—¿Alguna idea, Sokka? —preguntó Suki.

—Ordenaremos retirar el ataque —dijo—. Puede que ahora tampoco haya forma de escapar de la ciudad. Hemos fallado. Monumentalmente. Papá se pondrá furioso. —No pudo evitar reírse ante la idea de que su padre se enterara de la derrota y captura de sus dos hijos y de su pupila y de la hija de Arnook, a pesar de todo. No habría vuelta atrás de esta estupidez que se reflejaría en sus familias. No le sorprendería que Hakoda acabara repudiándolos.

—¿Por qué te ríes, Sokka? —preguntó Yue, con los labios temblorosos— ¡Esto es serio!

Para las Tribus del Agua, la familia y la comunidad lo eran todo. Pero, ¿qué podía hacer cuando su familia había estado rota por años?

—Hablo en serio —dijo—. De hecho, nunca me había tomado nada más en serio en mi vida. Vamos, tenemos que encontrar a Katara.


Aang encontró a Wu en los terrenos del palacio corriendo a su habitación sola en la noche. Había decidido dirigirse primero al palacio para ver si sus amigos estaban allí, si habían advertido a los líderes de la ciudad a tiempo para el ataque. Su vuelo sobre la ciudad desde el Sector Bajo hasta el palacio estuvo plagado de preocupación por todos los que estaban abajo: se sentía culpable, terriblemente culpable, por sobrevolar la batalla, pero no podía perder el tiempo. Tenía que encontrar a sus amigos, tenía que asegurarse de que la ciudad no se enfrentara a un golpe de Katara y Sokka. Luchar contra los soldados de abajo apenas ayudaría, especialmente si solo era una distracción.

La ciudad era enorme; demasiado grande para que una persona pudiera hacer una diferencia, incluso siendo el Avatar. Tenía que confiar en que Xai Bau y el Loto Blanco pudieran ayudar. Que Kanna y Piandao lucharan. Que Bumi y el Cristal Rastrero llegarían a tiempo. A pesar de todos sus aliados, todavía tenía la sensación de que algo había salido mal, que el velo entre los mundos se tambaleaba.

Appa aterrizó en el pabellón justo en frente de la pagoda de Wu, sorprendiendo tanto a la Gran Secretaria que la asustó y casi dejó caer los libros y pergaminos que llevaba en los brazos.

—¡Avatar! —exclamó—. ¡Oh, has regresado! ¡Menos mal!

—¿A dónde vas? —preguntó, entrecerrando los ojos—. ¿Intentas huir?

Su rostro se enrojeció por un momento pero frunció el ceño.

—¡Bueno, sí! ¡El Consejo de los Cinco me arrestó! ¿Qué otra opción tengo sino huir de esta ciudad?

Aang frunció el ceño mientras bajaba de Appa y se preguntó si Sokka y Katara habrían tomado el control del Consejo en lugar del Dai Li como lo había hecho la Princesa Azula y quiso golpearse a sí mismo por haber pasado por alto esa posibilidad.

—Cuéntamelo todo.

Wu lanzó una diatriba sobre el Consejo de los Cinco, la caída de Jie Duan y su arresto durante la reunión posterior. Le contó sobre el ataque de la Tribu Agua y algo peor, algo que él pasó por alto, algo que normalmente creía que debería haber podido sentir, pero que con el mundo tan desequilibrado como estaba, no percibió (y maldijo a la ciudad por ser tan grande que incluso sobrevolándola Aang no vio a Wan Shi Tong y la devastación que había causado). Entonces se dio cuenta de que el buscador de conocimientos que había visto debajo del lago Laogai era simplemente un presagio del desastre que se avecinaba. Finalmente, Wu le dijo que Azula y Toph habían descendido a las catacumbas para rescatar a Zuko de Katara, y eso era todo lo que necesitaba escuchar.

—Wu —dijo Aang. Su voz salió fuerte y firme, más madura y más decidida que la de un niño de doce años—. Necesito que te quedes. Restablece el orden. Quien controla al Dai Li controla esta ciudad y ahora mismo necesito que esa persona seas tú. Protege a la gente de esta ciudad hasta que yo vuelva.

Wu pareció sorprendida, pero se recompuso y asintió.

—¿Pero a dónde vas?

Aang vio a Sabi planear hacia ellos y aterrizar en Appa. Hizo unos sonidos hacia Momo, quien respondió a su vez con más gorjeos y Aang no pudo evitar sonreír.

—Voy a ir a buscar a mis amigos —dijo, incluyendo a Sokka entre ellos. Quizá también a Katara—. Y luego lidiaremos con Wan Shi Tong. No dejes que nada les pase a Appa y a los lémures, ¿de acuerdo?

Wu parpadeó y miró al enorme bisonte, que le gruñó.

—Uh... está bien —dijo, de una manera bastante descompuesta.

Consciente de la ironía de dejar a Appa al cuidado de una Gran Secretaria, abrió un camino hacia los túneles y se metió bajo tierra.


—No siempre fui un Maestro —admitió Zuko, mirando sus manos—. Es... algo bastante reciente. Pero mi hermana siempre lo ha sido: la estrella de la aldea, en quien mi padre confió para protegernos cuando él y sus soldados se fueron a luchar en la guerra. Siempre fue la favorita de mi padre.

Katara lo miró con el ceño fruncido.

—Apuesto a que eso te dolió, ¿no? Que una chica fuera la encargada de proteger tu pequeña aldea.

Él sacudió la cabeza.

—No, no es así —dijo—. Pero ella era la única Maestra Fuego. Él siempre la presumía. Navegó por todo el archipiélago del sur para encontrarle un maestro y solo desistió porque mi tío lo convenció de que lo necesitaban para liderar la aldea. Mi habilidad con las espadas nunca fue lo suficientemente buena. Después de que mamá murió, solo empeoró. Siempre me decía “repara esa torre de vigilancia” o “limpia el templo para que los espíritus no se enojen y debiliten el poder de tu hermana”. ¿En serio? No sé mucho sobre espíritus o sobre el Fuego Control, pero no creo que funcione de esa manera. Mi tío siempre ha sido más como un padre para mí.

Katara se rio entre dientes. Se sentó en el suelo a unos metros de él y todo se sintió casi... casual.

—¿Quieres intercambiar padres? El mío apenas sabe que existo solo porque soy una chica a la que puede casar para establecer una conexión más fuerte con los otros clanes. Soy la mejor de los dos, pero mi padre probablemente estaba dispuesto a sacrificarme a los espíritus en cualquier momento.

—Ouch —dijo Zuko, y a pesar de todo no pudo evitar ofrecerle una sonrisa. Pero luego miró a Jet y las cosas horribles de las que Katara era capaz volvieron a su mente—. Tenemos que hacer algo —dijo—. No podemos simplemente sentarnos aquí y esperar a que ese espíritu destruya la ciudad. —Y Jet aún necesitaba una sesión de curación adecuada, pero Katara había dejado en claro que no haría más por él.

Ella se levantó abruptamente.

—Tú puedes hacer eso —dijo—. Pero yo ya sé lo que voy a hacer: matar al Avatar. Eso acabará con todas estas tonterías espirituales, ¿no es así? Seguro que pronto aparecerá para salvar heroicamente la ciudad o algo así.

Lo dijo tan despreocupadamente que Zuko farfulló y se puso de pie sorprendido.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no puedes ayudarnos?

—No puedes esperar en serio que me convierta en una traidora y ayude al Avatar, ¿verdad? —preguntó, alejándose—. Gracias por animarme. Y si me sigues, te mataré y luego tu amigo Jet se quedará solo, probablemente también para morir.

Desapareció por el túnel sin mirar atrás y Zuko pateó una piedra.

—Jet no es mi amigo —murmuró. Ahora, se sentía atrapado y enfadado consigo mismo por dejarse engañar por la encantadora fachada de Katara. Durante varios minutos, se preguntó qué tan buena idea sería llevar a Jet a la espalda y darle a Katara un poco de ventaja para poder quedarse atrás de ella y girar por un túnel diferente para evitarla. Si él fuera Azula, podría idear un plan incluso si no dominara el Fuego Control.

Mientras trataba de cargar a Jet sobre su espalda sin empeorar sus heridas, la caverna comenzó a retumbar hasta que se abrió un túnel diferente y aparecieron Toph y Azula.

—Oh, Zuzu, ahí estás —dijo Azula como si solo se hubieran perdido entre la multitud en la ciudad.

Zuko puso los ojos en blanco.

—Gracias por la preocupación.

—¿Qué le pasó a Jet? —preguntó Toph, corriendo hacia el lado de Zuko. Jet apenas se movió.

—Katara —dijo Zuko, esperando que eso fuera suficiente explicación—. Necesita un sanador, no sé cuánto tiempo le queda, pero ella le hizo mucho daño.

Azula dio un paso hacia el túnel por el que Katara había desaparecido, mirando hacia las sombras.

—¿A dónde fue?

Zuko frunció el ceño, preguntándose si a su hermana se le estaba ocurriendo alguna idea.

—Ahí abajo. Pero ni lo pienses. Necesitamos llevar a Jet a un lugar seguro y luego averiguar qué hacer con los guerreros que están atacando la ciudad. Y ese espíritu gigante.

—No —dijo Azula—. Ustedes dos harán todo esto. Yo debo derrotar a Katara de una vez por todas.

Zuko levantó las manos.

—¿Estás loca? ¡No podrás con ella tú sola! —Se pellizcó el puente de la nariz—. Iré contigo. A donde sea que vaya, quiere volver a la ciudad y encontrar a Aang para derrotarlo ella misma.

Azula se puso la mano en la cadera y lo miró con el ceño fruncido.

—Eh, no. Solo te interpondrás en mi camino, todavía no has dominado tu Fuego Control, Zuzu.

—¡Entonces llévate a Toph contigo!

Toph parecía dividida, de pie entre Zuko con Jet colgando sobre sus hombros y Azula, sin mirar a ninguno de ellos.

—Por mucho que quiera golpear a Katara en la cara... Jet necesita mi ayuda. A pesar de todo, sigue siendo mi amigo. Y puedo ponerlo a salvo más rápido que tú, Zuko.

—Estaré bien —dijo Azula antes de que Zuko pudiera protestar más. Encendió un fuego azul en la palma de su mano mientras caminaba por el túnel. Sus ojos, envueltos en una luz fantasmal, estaban fijos hacia adelante con una determinación resuelta para derrotar a Katara.


Las maquinaciones de Katara terminarían hoy, decidió Azula.

La princesa de la Tribu Agua había hecho sufrir mucho a Aang. Él siempre la amaría y nunca sería capaz de ver el mal del que ella era capaz y un día, Azula sabía, eventualmente lo acabaría matándolo. Tendría que detener a Katara antes de que llegara ese día. Sabía lo que había que hacer, ¿y si Aang la odiaba por eso? Que así fuera.

Siguió el túnel hasta que se abrió a una enorme caverna, más grande que cualquiera que hubiera visto antes. Los cristales de esmeralda con forma de fuego emitían luz desde las esquinas y se extendían alrededor de los enormes pilares de piedra que iban desde el suelo hasta el techo. Los canales fluían con agua limpia de una cascada que conducía al mundo de arriba, el destino aparente de Katara, pero Azula la vio correr por el canal y lanzó una ráfaga de fuego en su dirección.

Katara lo escuchó venir y sacó agua del canal para absorber el golpe, volviéndose hacia su oponente. Sonrió.

—Me preguntaba cuándo me encontraría contigo —dijo. Entró en acción, corriendo a lo largo del canal y recolectando agua para lanzársela a Azula, quien desvió el ataque con una ráfaga de fuego, por lo que Katara la rodeó para golpearla con toda la fuerza de un ola. Azula convocó un muro de llamas azules para evaporar el ataque, con las manos extendidas.

Azula no dijo nada y se lanzó a una ofensiva, emergiendo de la cubierta de vapor con puños de fuego, pero Katara desvió todos sus golpes con un escudo de agua e hizo que el canal se hinchara y se desbordara con un movimiento de su muñeca. El agua corrió sobre los tobillos de Azula y serpenteó alrededor de sus piernas, sujetándola hasta que rompió el agarre con más fuego. Siguió moviéndose, sabiendo que si se quedaba quieta Katara acabaría con ella. En cambio, presionó las defensas de Katara, tratando de abrumarla por todos sus flancos.

La táctica parecía estar funcionando: Katara ralentizó sus movimientos, con los pies clavados en un solo lugar. Azula se acercó más, abriéndose entre ataques y contraataques de agua y hielo. Azula apuntó a sus pies y Katara sofocó el fuego y pronto estuvieron lo suficientemente cerca para ataques físicos, pero Katara se envolvió en agua y se alejó en un remolino, empujando a Azula hacia atrás junto con dagas de hielo de las que tuvo que apartarse. En respuesta, Azula envió una ráfaga de fuego concentrada que atravesó el remolino helado de Katara y la explosión la golpeó de espaldas, haciéndola caer dolorosamente en el suelo.

Azula aprovechó su ventaja. Saltó sobre Katara con fuego en la punta de sus dedos, pero Katara la apartó con corrientes que se enredaron en sus manos y las congelaron, dándole la oportunidad de iniciar su propia ofensiva. El agua la puso de pie de nuevo y movió las manos para disparar discos, tan afilados como navajas, que llegaron más rápido de lo que esperaba Azula, que logró esquivarlos con un gruñido de sorpresa.

Unas llamas blancas puras estallaron entre ellos y de repente Aang estaba allí. Los tres, uno frente al otro. Katara miró entre ellos como si estuviera decidiendo cuál era la mayor amenaza. Sin que ninguno de los dos intercambiara una palabra, Azula continuó el ataque, con la intención de abrumar a Katara antes de que tuviera la oportunidad de usar Sangre Control en ellos. Acabar con ella sería más complicado ahora con Aang aquí, pero... tenía que hacerse.

Aun así, sintió una oleada de emociones al verlo de nuevo. Primero vino la alegría de verlo luchar a su lado. Luego, el alivio de haber regresado en lugar de volver a su mundo. Después de eso, el pavor se instaló en su pecho, pesado y nauseabundo; la idea de presenciar su reacción al acabar con Katara… algo que no había querido que él viera.

Aang corrió formando un círculo y levantó una corriente de aire que lo llevó muy por encima de ellos, haciendo llover bolas de fuego carmesí sobre Katara. Ella montó una corriente y se alejó hasta que estuvo fuera de su alcance, pero Azula le bloqueó el paso, extendiendo su pie para hacerla en su base. La derribó, pero Katara se incorporó, jadeando por el esfuerzo, y Aang se elevó en uno de los pilares, manteniendo la distancia. Azula no podía leer su expresión.

Katara levantó sus manos tensas y por un momento Azula sintió que sus extremidades se paralizaban.

—Este ya no es un enfrentamiento justo, ¿verdad? —preguntó Katara. Antes de que Azula pudiera hacer algo, el pilar de Aang se tambaleó y se derrumbó, haciéndolo caer con él. Katara liberó a Azula de su agarre mientras todos miraban a su alrededor en busca del Maestro Tierra, pero este llegó en una ola de tierra y Azula lo reconoció, el Maestro Arena de antes, Ghashiun.

Hizo un círculo con sus brazos y convocó un torrente de arena que giró hacia Aang, solo para que éste lo dispersara con el viento, pero el torrente volvió a converger detrás de él y le dio en la espalda.

—No esperaba que aparecieras —dijo Katara, manteniendo su postura—. Pero gracias.

—¿Quién eres tú? —preguntó Aang. Entonces, sus ojos se abrieron al reconocerlo, casi confundidos, antes de entrecerrarse con un odio sorprendente: Azula no tenía idea de si se habían conocido antes en este mundo o en el otro. Aang amplió su postura y lanzó ambos puños hacia adelante y luego llevándolos hacia atrás para que sus codos se alinearan. El suelo tembló y la tierra estalló bajo Ghashiun, pero se elevó fuera del camino y contratacó con corrientes de arena que se movían como el agua.

Katara hizo que Azula pagara por su distracción, cubriéndola con agua y congelándola, atrapando a Azula donde estaba. Antes de que Katara pudiera hacer algo, Aang se interpuso entre ellas, presionando sus palmas juntas en un intento de sujetar a Katara entre las fauces de tierra, dándole a Azula la oportunidad de liberarse. Se volvió hacia Ghashiun con los puños cerrados.

—¿Por qué los estás ayudando? —preguntó ella, frunciendo el ceño—. Eres un traidor a tu gente.

—No es asunto tuyo —dijo—. No sabes nada de mí.

Le lanzó llamas azules que él bloqueó con un muro de piedra, pero cuando ella siguió usando ráfagas de fuego, tuvo que usar arena en su lugar, que se endureció hasta convertirse en una media cúpula de vidrio en solo unos momentos. El vidrio se rompió y la fuerza del ataque lanzó a Ghashiun hacia atrás y Azula continuó su asalto con furia y locura en sus ojos.

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Aang nunca había esperado volver a encontrarse con el secuestrador de Appa, mucho menos aquí en las catacumbas luchando junto a Katara; un rostro que nunca olvidaría. Pero no tuvo tiempo de cuestionarlo. Había cosas más importantes.

Katara y él intercambiaron una serie de azotes con látigos de fuego y agua, respectivamente, chocando y crepitando entre sí. Ella extendió la mano y más agua se precipitó del canal, enroscándose alrededor de su brazo y tirándolo hacia el agua. Cortó el tentáculo con un golpe de fuego y giró con una patada en un intento de derribar a Katara. Ella congeló sus piernas en el suelo antes de que el vendaval la alcanzara y le lanzó una ráfaga de carámbanos.

—¿Qué pasa, Avatar? —preguntó ella— ¿No hay palabras esta vez? ¿Ninguna súplica ni lágrimas para que deje de atacar?

—No —dijo—. Voy a seguir luchando hasta que te rindas.

Ella sonrió y saltó al canal.

—Eso es lo que quería oír.

Aang volvió a saltar por encima de ella, haciendo girar los vientos alrededor de su pierna en una patada de hacha que lanzó sobre ella con la fuerza suficiente para hacer estallar sus defensas. El impacto la envió de cara al agua, pero la arremolinó a su alrededor y se incorporó apoyándose en ella, enviando ola tras ola hacia él con cada movimiento de sus manos una vez que cayó al suelo. Aang se cubrió con un escudo de tierra y dio un puñetazo hacia adelante para destruir una sección del canal, interrumpiendo el flujo de agua pero haciendo que la corriente se desbordara. Ella aterrizó en el suelo, con fuerza, pero se elevó en la cresta de otra ola que se abalanzó como una marea sobre Aang y Azula, quien había derribado a Ghashiun y se volvió para enfrentar a Katara junto a Aang.

La ola los derribó a ambos, pero Aang se puso de pie primero y dio un pisotón para que unos pilares de tierra se levantaran en alineación hacia Katara. La empujó y la dejó caer al suelo y, por un momento, Aang pensó que había perdido el conocimiento, pero cuando se puso de pie de nuevo con las piernas temblorosas, adoptó una postura familiar, con los brazos abiertos y los dedos extendidos.

—Aang —siseó Azula—. ¡Haz algo!

Pero Aang y Azula se quedaron rígidos, con los brazos apretados a los costados.


Zuko y Toph corrieron con Jet aún inconsciente sobre una losa de tierra, el chirrido de la piedra contra piedra retumbaba a través de los túneles. Toph abrió el camino por el mismo túnel que había utilizado para bajar a las catacumbas, pero que ocasionalmente se cruzaba con otros en el camino de bajada. Su avance se sentía dolorosamente lento. Cada segundo que pasaban bajo de la ciudad era peor para Jet ya que su respiración se sentía cada vez más débil. Ninguno de los dos lo dijo, pero tanto Zuko como Toph esperaban desesperadamente poder llevarlo al médico del palacio, si es que podían encontrar uno.

En uno de los túneles, encontraron a Suki y a Yue. Ambas chicas adoptaron una postura de ataque hasta que Toph agitó una mano y selló el túnel, así que continuaron. Suki gritó algo pero Zuko no lo escuchó antes de que Toph la interrumpiera.

Cuando salieron a la superficie, se encontraron en el Sector Alto, inquietantemente silencioso. Los nobles se habían encerrado en sus casas o habían evacuado a los terrenos del palacio. En algún lugar de la distancia se rompieron cristales y alguien gritó algo ininteligible; en algún otro lugar, un animal que sonaba como un zorro chilló. Una vez que respiró el aire fresco de la noche, se volvió hacia Toph.

—¿Dónde está Mai?

Agarró la losa de piedra que llevaba a Jet con ambas manos y empujó.

—No lo sé. Fue a Puerta Santuario y no la hemos visto desde entonces.

La preocupación le atenazó el pecho, pero antes de que pudiera decir algo más, un destello dorado cayó sobre él desde arriba. Rodó fuera del camino, sacando sus espadas para enfrentar a su oponente.

—¡Suki!

Toph deslizó su pie para embestir a Yue con púas de roca, pero ella se deslizó fuera del camino.

—¡Oh, vamos! ¡No tenemos tiempo para esto!

Zuko frunció el ceño.

—¿No saben lo que está pasando?

Suki lanzó sus abanicos hacia Zuko, quien la repelió con sus espadas.

—Sí, pero a nuestro modo de ver, ustedes son la causa de todo esto y tenemos que vengarnos por lo que les pasó a nuestros hombres.

—Ya me he cansado de pelear con ustedes —dijo Zuko—. ¡Solo déjennos en paz!

—¡Suki, cuidado! —exclamó Yue, blandiendo su espada para cortar una bala de piedra en el aire. Zuko miró a su alrededor, ese ataque no venía de Toph.

—Es esa agente Dai Li —refunfuñó Toph.

Suki frunció el ceño.

—¡Nagi!

Una mujer joven que no podía ser más de un año mayor que Zuko apareció a la vuelta de la esquina, con esposas de piedra levantadas.

—Sé lo que son —dijo, frunciendo el ceño—. ¡Tribu Agua! ¡Están bajo arresto!

Toph mantuvo su postura de lucha y empujó un pilar de piedra a Suki, lo evitó con un salto.

—¿Qué ha pasado con el raro de tu hermano?

—Tenía la esperanza de que estuviera con ustedes —dijo Nagi. Zuko sintió que su cabeza daba vueltas y se preguntó por qué ahora tenían de su lado a una agente Dai Li—. Se me escapó cuando veníamos hacia aquí.

—Genial —dijo Toph—. Ahora tú puedes encargarte de estas dos idiotas mientras buscamos ayuda para Jet. —Zuko asintió, listo para luchar junto a Nagi si tenía que hacerlo, pero el suelo retumbó debajo de ellos y Toph gruñó—. Ugh, ¿ahora qué?

Yue se tambaleó y se llevó una mano a la frente.

—Algo poderoso viene —dijo en voz baja y temerosa—. Algo oscuro. Esto no debería estar aquí. ¿Qué diablos le está pasando al Mundo de los Espíritus?

Zuko sintió náuseas cuando miró hacia el túnel del que habían salido. Algo acechaba en las sombras y tuvo el fuerte deseo de irse muy, muy lejos de allí.

Toph arqueó una ceja, su rostro crispado en concentración.

—Tiene… un montón de patas. ¡Parece una locura, pero se siente como un ciempiés gigante! —Se volvió hacia el agujero y juntó las manos para sellarlo, pero el estruendo continuó y algo salió del túnel.

Era, en efecto, un ciempiés gigante, tan grande que se elevaba al menos tres metros en el aire y parecía tener al menos el mismo ancho que el túnel, enorme y aterrador a pesar de que la mayor parte de su cuerpo permanecía oculto bajo tierra. Sus patas se contrajeron como garras cuando se estiró bajo la luz de la luna, lánguido y eufórico. Miró directamente al cielo y Zuko pudo oír cómo respiraba profundamente. Fuera lo que fuera, Zuko sabía en el fondo que no quería mirarlo a la cara.

La cosa habló. Su voz era profunda, suave y lenta, como alquitrán negro, como la tinta.

—Hace tanto tiempo que no camino en el mundo humano... No puedo dejar que Wan Shi Tong sea el único que deambule libremente bajo su cielo esta noche.

Yue se llevó las manos a la boca, con los ojos muy abiertos, pero apartó la mirada.

—¡Todos, mantengan sus caras lo más en blanco que puedan! ¡Este es Koh, el ladrón de rostros!

Todos corrieron. Todos, excepto Toph, Zuko se dio cuenta. Se mantuvo firme frente al cuerpo inmóvil de Jet, como siempre hacía Toph, y levantó picos de roca a ambos lados de Koh para inmovilizarlo. Saltó hacia adelante y clavó las manos en la tierra, invocando una tercera púa para perforar su abdomen. La criatura gimió de dolor, pero luego su voz volvió más profunda y Zuko se obligó a mirar hacia atrás.

Deseó no haberlo hecho. El rostro de Koh era demoníaco; una entidad temible con los ojos inyectados de sangre, la piel moteada de costras y unas fauces abiertas llenas de hileras de dientes puntiagudos. No sabía si lo que decía Yue era cierto y tenía que mantener una cara inexpresiva, pero no estaba seguro de poder hacerlo cuando vio eso. De todos modos, no importaba, el espíritu centró su ira en Toph.

—No tan fuerte, ¿verdad? —dijo Toph.

Zuko prácticamente podía escuchar la sonrisa en su voz.

Rápido como un rayo, una garra se deslizó hacia su rostro y Zuko sintió la sangre bombear en sus oídos mientras soltaba el grito más fuerte que jamás había vociferado.

Chapter 42: La Encrucijada Entre Mundos, Parte 2

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Libro 2: Tierra

Capítulo 21: La Encrucijada Entre Mundos, Parte 2

 

Aang vio a Azula girar sobre la punta de sus pies, con los brazos extendidos en direcciones opuestas mientras se doblaba por la cadera. Katara obligó a Aang a quedarse completamente quieto y observar cómo ella se regocijaba humillando a Azula, ejerciendo su control sobre ambos.

—Esto es divertido, ¿no? —preguntó Katara, sonriendo. Ghashiun contemplaba la escena con una mirada de asco en su rostro—. Es como bailar. ¿Soy la única que se está divirtiendo?

—¿Es que nadie te ha enseñado a no jugar con la comida antes de comerla? —le espetó Azula—. Deja de tontear y acaba con nosotros.

Katara dejó caer una mano a su costado y frunció el ceño.

—Bueno, entonces. ¿Qué tal si hago que se maten entre ustedes, entonces?

Azula se tambaleó hacia Aang, con los brazos inertes y agitándose con cada movimiento, solo para alcanzar su cinturón y desenvainar la espada de meteorito. Se había acercado lo suficiente para que él viera el sudor en su frente y el terror en sus ojos y eso, más que nada, hizo que Aang quisiera hacer algo. Cualquier cosa, para desaparecer esa expresión de su rostro.

—Aang, no puedo parar —dijo con voz aguda—. ¿No puedes... no puedes entrar en Estado Avatar o algo así?

No podía apartar la mirada de sus ojos.

—Lo siento —dijo. Luchó contra la fuerza invisible que lo sujetaba mientras Katara los mantenía separados solo por una docena de pasos. Razonar con ella sería imposible, tan inútil como luchar contra su Sangre Control—. No puedo. Ya no.

Azula retrocedió y empuñó la espada con las dos manos, apuntando a su pecho. Las lágrimas amenazaron con caer, pero parpadeó para alejarlas.

—Yo también lo siento —dijo ella y en ese momento un millón de cosas que quería decir pasaron por su mente, pero no llegaron a sus labios a tiempo. Las palabras de Azula, sin embargo, no demoraron en pronunciarse, y susurró un recordatorio y una promesa—. Te amo.

Él se echó hacia adelante, se precipitó hacia ella y ella hacia él, pero justo en el momento en que la espada estaba a punto de perforarle el pecho, Katara soltó un gruñido y Azula desvió la espada justo a tiempo y la clavó en el suelo. Aang se estrelló contra Azula, pero ambos se quedaron erguidos, sus brazos sobre los de ella para sostenerla y juntos miraron a Katara, cuyas extremidades se crisparon e hizo una mueca.

Alguien más había usado Sangre Control en ella.

—¿Q-qué has hecho? —preguntó Katara entre dientes. Inhaló profundamente y su cuerpo se relajó, así que se volvió para mirar algo a su izquierda y Aang se dio cuenta de que ella se había dirigido a otra persona—. Sokka.

—¿De verdad ustedes cuatro son así de estúpidos? —espetó Sokka, apareciendo desde la cascada—. Está ocurriendo un completo desastre allá arriba, secciones enteras de la ciudad están siendo destruidas mientras un montón de espíritus locos están haciendo estragos. ¿Y están aquí abajo peleando entre ustedes?

Katara lo fulminó con la mirada a la vez que Aang, Azula y Ghashiun permanecían en silencio.

—¿Por qué me detuviste? ¿Cómo me detuviste? Ni siquiera eres un buen Maestro Sangre, ¡solo puedes hacerlo en luna llena!

Sokka se encogió de hombros de forma exagerada.

—Oh, no lo sé, pensé que ya que están sucediendo algunas tonterías espirituales por ahí, el Avatar podría ser nuestra mejor apuesta para evitar la aniquilación total. Ya hemos perdido, Katara. —Hizo girar el garrote que tenía en la mano mientras se acercaba a ellos—. Y lo dijiste tú misma, faltan pocos días para la luna llena. Lo suficientemente cerca, ¿no?

Azula se separó de Aang y le dirigió a Sokka una mirada fulminante.

—¿Así que te estás volviendo contra ella solo para sobrevivir? Como si quisiéramos trabajar con alguien así. No necesitamos tu ayuda.

—No me estoy volviendo contra nadie —replicó. Miró a su hermana y su expresión se suavizó—. Katara, ten algo de sentido común. Resolveremos esto juntos.

Aang miró a Katara, casi sin creer que pudiera ser posible. ¿Realmente podrían trabajar juntos? La oferta de Sokka de una tregua era bienvenida, a pesar de lo que Azula había dicho. A Aang se le revolvió el estómago.

Katara se apartó de los tres y extendió las manos, desvaneciendo por completo las esperanzas de Aang.

—No lo creo. —Aang, Sokka y Azula quedaron inmóviles, con las cabezas colgando mientras se elevaban lo suficiente para que las puntas de sus pies rozaran el suelo. Ella los forzó hacia la cascada—. Sokka, me has lastimado.

Sokka cerró el ojo y se retorció, pero no pasó nada.

—¡Katara, no hagas esto!

Su rostro se puso rojo de ira.

—¡No m-mf!

Un cúmulo de arena húmeda la golpeó en la nuca y le cubrió la cara, cortesía de Ghashiun, y Azula aprovechó la oportunidad para tomar la espada y correr directamente hacia Katara antes de que Katara pudiera protestar. Por un horrible momento, Aang pensó que Azula planeaba apuñalarla, pero golpeó a Katara con la empuñadura de la espada a través de la arena que había lanzado Ghashiun, haciéndola caer al suelo, inconsciente.

Sokka se arrodilló al lado de Katara, aturdido.

—Ghashiun... ¿por qué hiciste eso? —su pregunta no salió enfadada, solo sorprendida y confusa.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo, y por un momento, Aang creyó ver un rubor en las mejillas del Maestro Arena antes de que se diera la vuelta—. Vamos. Tenemos que irnos.

Azula le arrojó la espada a Aang y él la agarró y la enfundó.

—Gracias por eso —dijo. Ella sonrió y él se volvió hacia Sokka—. Sokka... Gracias, a ti también.

—No quiero ni necesito tu gratitud —respondió sin siquiera mirar a Aang—. Invadí la ciudad con ella en primer lugar, ¿recuerdas?

Azula se recompuso con notable rapidez y se cruzó de brazos.

—Y recibirás tu merecido por eso, así que no te preocupes.

Aang se acercó a Katara y apretó los puños, aprisionando sus manos y pies con esposas de piedra, pero Sokka fue quien la levantó sobre su hombro y se dirigió a la cascada. Aang frunció el ceño; a pesar de todo, se sentía mal encadenar a Katara.

—Appa debería estar justo encima de nosotros —dijo—. La llevaremos con él y todos iremos a la ciudad para ayudar.

Ghashiun usó su Tierra Control para hacer asideros en la roca resbaladiza junto a la cascada que conducía a la superficie.

—No iré ustedes —dijo. Aang casi dijo que, siendo el secuestrador de Appa, no estaba invitado, pero se mordió la lengua—. No tengo ningún deseo de enfrentarme a Wan Shi Tong. Voy a encontrar a mi hermana de nuevo y largarme de aquí.

Azula subió después de que Aang le hiciera asideros, más lento que el resto a pesar de hacer su mejor esfuerzo.

—¿Conoces a ese espíritu, Aang?

—Sí —respondió, y casi perdió el equilibrio en la pared rocosa al pensar en el amenazante búho—. Las cosas son aún más complicadas con él. Wan Shi Tong me odia un poco.


Yue agarró a Zuko por los hombros y lo miró a los ojos.

—Mírame —dijo con voz firme— Relájate. Sé que era tu amiga, pero debes quitar cualquier emoción antes de que el Ladrón de Rostros te atrape también. Ni una expresión, ni un segundo.

No sabía cómo podía hacerlo, especialmente después de ver cómo el cuerpo de Toph caía inerte. No, solo Toph, pensó. No su cuerpo. No, no su cuerpo ...

Los demás lo hicieron. El rostro de Suki permaneció inexpresivo detrás de su maquillaje. La agente de Dai Li también. Pero no conocían a Toph. Se dio la vuelta, incapaz de mirar, y se agarró la cara como si quisiera apartar cualquier emoción. Pero, ¿cómo podía hacerlo cuando quería enfurecerse? ¿Llorar y exigir venganza? Incluso el miedo ardía con fuerza, sobre todo cuando estaba de espaldas a ese monstruo. Todavía recordaba su horrible rostro con todos esos dientes y sus ojos, sus ojos...

—Koh, el Ladrón de Rostros —dijo Yue, con una voz deliberadamente monótona— ¿Qué estás haciendo en nuestro mundo? —Zuko se preguntó si estaba tratando de distraer a Koh para que no se fijara en la tormenta de emociones que estaba sintiendo.

Aquella voz cual alquitrán se deslizó detrás de él y Zuko sintió escalofríos reptando por su columna.

—El Avatar es, en efecto, el puente entre este mundo y el Mundo de los Espíritus —dijo—. No hizo falta ningún esfuerzo para que un espíritu de mi calibre atravesara el velo, tan delgado como es ahora.

—Aun así —dijo Yue—, no perteneces aquí.

Zuko, lo intentó. Trató de enterrar el sufrimiento en el mismo rincón de su mente donde la pérdida de su madre solo se sentía como una dolor adormecido, pero eso se sintió como pasar la lengua por un nervio expuesto de un diente perdido y el dolor volvió de golpe y las lágrimas se derramaron. Toph era su amiga y le había fallado y aquí estaba, incapaz de siquiera mirar al monstruo, incapaz de tomar venganza por lo que había sucedido. Se preguntó si Koh podía oler su conmoción, si sabía que Zuko estaba sintiendo tanto y con tanta fuerza a pesar de haberse apartado del espíritu. Se le cayeron las lágrimas, pero no se atrevió a emitir ningún sonido ni a mover el rostro ni un centímetro.

—No —dijo Koh—. Creo que debo estar aquí para castigar al Avatar por su arrogancia. —Sus numerosos pies corrieron por el camino de piedra y el sonido hizo que Zuko se sintiera tan incómodo que se obligó a mirar. Koh había cambiado de rostro, aunque el nuevo no era menos espantoso, era como una máscara blanca con labios rojos y marcas grises alrededor de los ojos. Se enroscó alrededor de Yue, quien no movió un músculo—. Verás, el Avatar cree que puede cambiar las cosas a su antojo. Cosas que se suponía que debían suceder. Hace unos meses, se suponía que una chica debía morir, pero él la salvó.

Zuko tardó un momento en darse cuenta de quién podía estar hablando Koh. ¿Ty Lee?

La agente de Dai Li dio un paso adelante.

—Si estás aquí para castigar al Avatar, entonces déjanos en paz, espíritu inmundo —dijo—. No está entre nosotros.

El rostro de Koh cambió en un abrir y cerrar de ojos y le gritó a Nagi en su cara con un nuevo semblante, un demonio azul con dientes afilados.

—¡No me hables, entrometida! —Zuko no sabía cómo, pero Nagi consiguió para mantener la cara seria. En un suspiro, se volvió hacia Yue, su rostro cambió al de una amable mujer de cabello negro—. Has sido tocada por un espíritu diferente—dijo—. Así que no podría quitarte el rostro.

—Las historias te describen como una suerte de embaucador —dijo Yue—. Y sí, he sido tocada por un espíritu, pero no caeré en esa trampa. Habla claro.

Koh continuó enroscándose alrededor de Yue, balanceándose hacia adelante y hacia atrás.

—Para compensar una vida ganada, se debe tomar otra —dijo.

Zuko trató de hablar pero no creyó ser capaz de hacerlo mientras mantenía la cara inexpresiva. ¿Acaso no se había llevado ya a Toph? ¿Qué más quería?

—Pero creo que, con lo mucho que el Avatar se está entrometiendo, es posible que deba tomar más de una para mantener el equilibrio —continuó Koh—. Empezando por ti, la chica que murió en otro mundo. Y luego tal vez el intruso y la jactanciosa Maestra Tierra por si acaso... Ese chico ya se ha lirado del destino de su muerte, así que no servirá. —Zuko miró a Jet, a quien Koh se refería, pero Jet aún no había recuperado el conocimiento.

Dejó de enroscarse y miró directamente a Yue, su cara cambiando a la de un demonio con cara de serpiente.

—¡No! —exclamó Suki. Koh se volvió hacia ella de inmediato, pero Zuko no pudo ver el rostro de Suki a través de la enorme cuerpo de Koh. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando escuchó la voz de Suki, desprovista emoción— ¿Yue murió en otro mundo? ¿Qué quieres decir?

En un movimiento grácil, Yue desenvainó su espada y cortó varias de las piernas de Koh de un solo golpe. El espíritu dejó escapar un chillido espeluznante que resonó en la noche y Zuko no pudo evitar cerrar los ojos, taparse los oídos y arrugar la cara de dolor y se preparó para lo peor, para que la garra viniera a hacerle lo mismo que Koh le hizo a Toph...

Pero nada pasó. Abrió los ojos y solo vio a Suki mirando a su alrededor tan confundida como Zuko. Koh, Yue, Nagi y Toph habían desaparecido.

Sobre la losa de piedra, Jet se movió. Se incorporó hasta sentarse, sujetándose la cabeza y haciendo una mueca de dolor con cada movimiento.

—¿Bandida…?


Subir la cascada los llevó a un túnel que corría junto a los canales que atravesaban el Sector Alto; Aang siguió este camino en lugar de salir a la superficie, decidiendo que era la ruta más segura para todos. Los llevó al túnel que Aang había hecho en los terrenos del palacio, de donde emergieron y encontraron a Appa y a los lémures con un agente Dai Li que se mostró muy agradecido al no tener que cuidar más del bisonte. Appa le rugió al desventurado agente mientras se marchaba.

Ghashiun los dejó allí, dirigiéndose al Sector Alto para buscar a su hermana. Sin otra opción para lidiar con Katara, Sokka la subió a la silla de Appa, pero solo después de que Azula insistiera en atarla con una cuerda. Una vez resuelto esto, Aang partió hacia el Sector Medio con Sokka y Azula a su lado. A pesar de que Katara estaba atada e inconsciente y seguía siendo su enemiga, Aang se sentía lo suficientemente ligero como para volar entre las nubes, con su energía renovada, listo para enfrentarse a Wan Shi Tong.

Sokka y Azula se sentaron en lados opuestos de la silla y se miraron sin decir una palabra, con Katara entre ellos.

—Wan Shi Tong es un espíritu omnisciente que sabe cómo contrarrestar todos los estilos de Control —les advirtió Aang—. Así que no bajen la guardia por ningún motivo.

Sokka bufó.

—Bien, ¿y cuál es tu plan para matarlo?

Aang se giró para mirarlo.

—Bueno... realmente no se puede matar a un espíritu. No a menos que tenga una forma mortal. Lo cual no es el caso, hasta donde yo sé. Pero supuse que podríamos convencerlo de que regresara al Mundo de los Espíritus…

Azula puso los ojos en blanco y gimió.

—Ugh, Aang, ¿en serio? ¿No tienes un plan?

—No esta vez, no —dijo con el ceño fruncido.

—Yo digo ataque furtivo a la cabeza —dijo Sokka—. Que sea rápido.

—No —dijo Azula—. Hay que atacar desde arriba y oblígalo a volar en una dirección específica dentro del alcance de uno de los muros y las tropas de Maestros Tierra que están encima.

—Mis guerreros informaron de una torre gigante que surgió del subsuelo —continuó Sokka, ignorando a Azula—. ¡Hagamos que se enfade haciéndola explotar!

—...Y mientras está atrapado entre nosotros y el muro, lo derribaremos en un ataque conjunto —continuó Azula, hablando por encima de él.

—¡Así que cuando se distraiga con eso, lo abrumaremos con una granada de lodo y lo derribaremos al suelo!

—¡Chicos! —Aang les gritó a ambos—. Escuchen, son dos de las personas más inteligentes que conozco, pero realmente funcionaría mucho mejor si planearan algo juntos.

Katara se rio entre dientes y los tres se concentraron en ella mientras despertaba. Se incorporó con los brazos atados a la espalda y se apoyó en el respaldo de la silla de montar, con un desagradable hematoma formándose en su sien.

—Adelante, Sokka. Intercambia ideas con esa salvaje Maestra Fuego. Pero hazlo rápido porque no tienes tiempo. —Sus palabras salieron como una burla—. Será divertido ver esto.

Sokka la miró, listo por si intentaba algo.

—Si este bisonte cae, tú también morirás.

—Como sea —dijo—. No me importa lo que te pase. ¡Traicionaste a la familia al igual que papá!

Sokka retrocedió como si sus palabras lo hubiesen herido.

—No tienes idea de lo que estás hablando, ¿verdad?

—Chicos, ahora no es el momento —dijo Aang, pues el Sector Medio se extendía debajo de ellos. La parte que Aang había sobrevolado antes no se parecía en nada a esto: su corazón estaba conmovido por todas la gente afectada por la devastación. Wan Shi Tong había sobrepasado su límite, pero no importaba cómo lo racionalizara Aang, sabía que él también era parcialmente culpable. Si hubiera vuelto a casa como deseaba Pathik, esto podría no haber sucedido. El Mundo de los Espíritus se habría estabilizado. ¿Era esto mejor que condenarlos a la Luna de Seiryu?

La torre central de la biblioteca llegaba hasta el cielo, tal como había dicho Sokka, aun así no superaba la altitud del muro del Sector Alto. Y justo delante, divisó una sombra aleteando, su silueta visible contra el cielo que comenzaba a aclararse en el horizonte. Appa voló una distancia considerable junto al espíritu, pero lo suficientemente cerca para que Aang pudiera gritar y ser escuchado.

—¡Wan Shi Tong! —llamó— ¡Detén esta matanza sin sentido!

¿Por qué debería? —respondió, su voz resonando con una cualidad etérea—. Tú sabes tan bien como yo, Avatar, que la humanidad es proclive a la violencia innecesaria y al derramamiento de sangre. La gente miente, engaña y roba, todas las cosas que tú mismo me has hecho, incluso cuando te di mi confianza.

Bueno, eso respondía una pregunta: como espíritu, este Wan Shi Tong era el mismo de su mundo.

—Entonces enfréntate a mi —dijo Aang—. Y solo a mí. ¡Estas personas son inocentes y no merece morir!

—¿Inocentes? ¿De verdad? —preguntó. El búho planeó en el aire y Appa siguió su descenso—. Ningún humano es inocente. A nadie se le puede confiar el conocimiento que guardo. Una y otra vez, declaran guerras en las que todos los bandos cometen atrocidades, cada bando busca tener la ventaja sobre el otro. Y cuando se comete una atrocidad, se busca venganza, solo para que otro busque venganza por ese acto. Es un círculo vicioso, uno que he visto cometido y repetido durante miles de años. Avatar, ¿no buscas venganza por lo que le pasó a tu gente? ¿Por todo lo que has perdido?

Aang cerró los ojos. Una vez, lo deseó. Pero ya no.

—Podría vengarme por lo que le hiciste a Ba Sing Se. Pero estoy tratando de razonar contigo.

—¿Lo que hice? —Aleteó de nuevo, el batir de sus alas envió una ráfaga sobre ellos—. Te equivocas. Me vi obligado a salir del Mundo de los Espíritus debido a la fusión de los mundos. Estaba contento de quedarme donde nadie pudiera encontrarme a mí o a mi conocimiento. Pero ahora que estoy aquí... no se puede confiar en que la humanidad viva en paz junto a los espíritus, con mi biblioteca tan fácilmente accesible para ellos. He decidido simplemente acelerar lo que los humanos se están haciendo a sí mismos.

Azula gritó por encima del viento.

—¡No tienes derecho a juzgar a la humanidad! Tu biblioteca está hecha de conocimiento humano, ¿no es así? ¿Quién eres tú para ser su guardián?

—Yo soy Quien Conoce Diez Mil Cosas —dijo Wan Shi Tong—. Lo que es infinitamente superior a ti, niñita. —Se lanzó en picado, con las garras extendidas y listas para cazar y, cuando habló a continuación, su voz retumbó—. ¡Y yo digo que el tiempo de la humanidad en esta tierra está llegando a su fin!

—¡Va tras esa gente en el tejado! —gritó Sokka, señalando hacia abajo. Aang saltó de la cabeza de Appa, con el bastón por delante, y siguió a Wan Shi Tong, quien, efectivamente, se dirigió hacia un grupo de personas agrupadas en una azotea. Antes de que el búho pudiera alcanzarlos, Aang blandió su bastón y lo golpeó con una ráfaga de viento que lo sacó de su curso. Desplegó su planeador y volvió a volar en picado hacia Appa. El espíritu también ganó altura, recuperó su orientación y voló para enfrentarlos.

Entonces su cuello se alargó como el de una serpiente y chilló.

¡Mi biblioteca nunca caerá en manos humanas!


El mundo iba a cambiar después de este día.

Kanna lo sentía en los huesos, podía percibirlo en el agua, en el cielo y en la tierra. Los espíritus nunca habían actuado de esta manera antes, que ella supiera, y se preguntaba qué significaría esto para el Mundo de los Espíritus. Atravesó el Sector Bajo junto a Piandao ayudando a todos los supervivientes que pudo, usando su Agua Control importarle nada, si eso significaba salvar vidas. A estas alturas, incluso la mayoría de los guerreros de la Tribu Agua habían dirigido su atención a los espíritus enfurecidos.

Piandao llamó su atención y un espíritu zorro apareció frente a ella y le gruñó, con el pelaje erizado, pero antes de que poder hacer algo, Xai Bau apareció junto a ella.

Un fuego dorado flotaba frente a las manos de Xai Bau, una habilidad sensorial que ella lo había visto usar una vez para ayudar en sus curaciones.

—Kanna —dijo—. Su yin y yang están desequilibrados. Es obra de Wan Shi Tong.

—Lo sospechaba —dijo, y levantó los brazos para que surgieran zarcillos de agua a ambos lados del espíritu del zorro y brillaron con poder dorado. El espíritu gruñó e intentó resistirse, pero ella reconstruyó su flujo normal de chi y le devolvió el equilibrio. El espíritu del conocimiento se redujo a su tamaño y forma normales, se acercó tímidamente a Kanna para lamerle la mano y se fue—. Continuemos. Hay mucho trabajo por hacer.


Ghashiun se maldijo a sí mismo por huir, por abandonar a su hermana después de todo lo que le había costado encontrarla. Sabía que, por un tiempo, habrían luchado en diferentes bandos si Nagi pretendía ayudar al Avatar, pero su lealtad había sido hacia Katara… o eso creía. Pero verla volverse contra Sokka tan fácilmente, usar su Sangre Control en su propio hermano, llenó a Ghashiun de tanta vergüenza que no podía imaginarse llegar a los golpes con Nagi. Proteger a Sokka fue una decisión fácil.

En retrospectiva, sabía que su enamoramiento había comenzado incluso antes de conocer a Sokka, escuchar las historias de Katara sobre el brillante y divertido guerrero, inventor y estratega lo había cautivado. Al principio, se había sentido tan decepcionado de conocer a Sokka y descubrir que era amargado, anticuado y arrogante, pero con el tiempo llegó a ver al joven que Katara le había descrito inicialmente.

Pero eso no fue suficiente para quedarse. Tenía que encontrar a Nagi y salir de Ba Sing Se antes de que sucediera algo aún más terrible.

Volvió sobre sus pasos hasta donde se había escapado de ella en el Sector Alto y siguió las calles cuidadosamente pavimentadas hasta que escuchó sonidos de batalla provenientes de un parque. Siguió el sonido hasta su origen para encontrar a Suki luchando con uno de los espíritus zorros, rodando por la hierba cuidadosamente mantenida para evitar las embestidas a la vez que cortaba el vientre expuesto del espíritu con su espada. El zorro aulló y Suki le devolvió el grito, su voz proyectando tanto dolor y era tan impropia de ella que sobresaltó a Ghashiun por un momento. Él hundió los dedos en la tierra y abrió el suelo para recuperar la tierra y el subsuelo enterrados debajo y los hizo girar alrededor de ambos combatientes para cegarlos. Se metió en la nube de tierra, enganchó su brazo en el de Suki y la arrastró para alejarla del espíritu del zorro.

—¡Eh! ¡Suéltame!

—¡Suki, soy yo!

—Lo sé, ¡dije que me sueltes!

Hizo precisamente eso tan pronto como la llevó de regreso a la calle y dobló una esquina, ocultos de la vista del espíritu.

—¡Estoy tratando de ayudarte! —Sus ojos se posaron en su maquillaje manchado de lágrimas y en los rasgones de su uniforme—. ¿Qué pasó? ¿Has visto a Nagi?

A Suki se le quebró la voz.

—Se han ido. Yue y Nagi. Se las llevó un espíritu.

Ghashiun sintió como si el mundo se le hubiera ido de las manos.


Wan Shi Tong se lanzó contra ellos con su pico como si fuera una lanza pero Aang giró su bastón y lo golpeó con una ráfaga de aire y fuego. Azula se unió a su ataque con una corriente de fuego azul, pero el búho se zambulló en picado y llegó al otro lado de Appa, y Sokka lo desvió con una pared de agua. La maniobra de Wan Shi Tong le daba una ventaja, Aang descubrió rápidamente, así que saltó a la cabeza de Appa y agarró las riendas para espolear al bisonte.

El espíritu del búho los persiguió. Azula y Sokka, en conjunto, lo mantenían a raya, pero aun así, Wan Shi Tong era más rápido que Appa, y se abalanzó sobre de ellos con su garras afiladas, por lo que Aang dirigió a Appa en maniobras evasivas, subiendo y bajando.

—¡Todos, esperen! —pidió Aang. Appa le hizo eco con un gruñido.

Katara se recostó contra la silla de montar, casi tan útil como un gusano con las manos todavía atadas con esposas de piedra y con toda esa cuerda.

—Eso hago.

Sokka lanzó su boomerang, que falló, y el búho respondió con una ráfaga de aleteos y zarpazos. Azula atacaba con llamas azules y el olor a plumas chamuscadas asaltó sus narices.

—Me acuerdo de ti, bufón —dijo Wan Shi Tong, mirando a Sokka con sus ojos negros y brillantes. Sokka lo atacó con una lluvia de agujas heladas que el búho esquivó—. Para mí, no eres más que una rata. Tu Agua Control no cambia nada.

—¿Te acuerdas de mí? ¡Ni siquiera nos conocemos!

El boomerang de Sokka regresó y golpeó a Wan Shi Tong en la parte posterior de la cabeza y Sokka sonrió triunfante, pero el búho abrió la boca y dejó escapar un sonido grave, como un ulular. El grito resonaba en los tímpanos e hizo que Aang se mareara y un momento después se dio cuenta de que también había afectado a Appa y comenzó a caer del cielo. Aang trató de taparse los oídos, pero Sokka gritó algo y Aang vio que Katara había caído de la silla. Aang no lo dudó, saltó de Appa hacia Katara y alcanzó la cuerda atada a su cintura. Sokka y Azula lo agarraron por los tobillos y tiraron de ambos hasta la silla de montar.

Solo tuvieron un momento para recomponerse antes de que los cuatro fueran arrinconados contra la silla porque Appa había vuelto a recuperar el control. Entonces el propio Wan Shi Tong estaba en la silla, con su cuello serpentino enroscándose alrededor de los cuatro, chasqueando y chillando.

Azula intentó atravesar el cuello del búho con llamas pero no hizo nada.

—Aang… "Señor Puente entre Mundos" ¡sácalo de aquí! ¡Por la fuerza, por favor!

Azula se refería a la silla de montar, pero le dio una idea a Aang. Cara a cara con Wan Shi Tong, extendió la palma de su mano mientras la luz brillaba entre ellos, brillante como un faro en el cielo.


Mai gimió. Sus oídos zumbaron mientras trataba de levantarse, pero se topó con algo pesado y se sintió demasiado débil para hacer fuerza, así que se tumbó en el suelo. Pero la granada de lodo que la había golpeado antes, que se había endurecido para inmovilizarla, también olía a pescado podrido, por lo que se removió lo suficiente como para girarse y agarrar un cuchillo para liberarse. Antes de ponerse de pie, el esfuerzo y el mareo combinados con el olor y el dolor que le invadían la cabeza le provocaron arcadas y creyó que tal vez tenía una conmoción cerebral.

Además, estaba cubierta de escombros y una capa de polvo y escombros. Se puso en pie y trató de diferenciar el doloroso zumbido de su cabeza de los sonidos lejanos de la batalla, de los sollozos de la gente, y salió a la calle a trompicones. Allí, encontró a Lu Mao ensartado en una lanza de la Tribu Agua y a Xiao en un charco de su propia sangre y Mai supo, sin comprobar su pulso, que habían fallecido hace tiempo. Habían dado sus vidas para proteger a su capitana mientras ella yacía inconsciente.

Quería llorar. Quería enloquecer y gritar por el hecho de que otros humanos fueron quienes habían hecho esto, que fueran incapaces de dejar de lado la batalla el tiempo suficiente para enfrentar a los espíritus enfurecidos. Quería venganza, hacer que la Tribu Agua pagara por lo que había hecho, no le importaba que tuviera que hacerlo ella misma. Pero no podía moverse; su rostro permaneció impasible mientras observaba los cuerpos y cualquiera que mirara pensaría que los miraba con su habitual semblante estoico.

Calle abajo, el muro del Sector Bajo que no tocaba los barrios destrozados se estremeció y se abrió con el sonido de la piedra partiéndose y los que habían sido evacuados se alegraron por tener una vía de escape. Incluso mientras los ciudadanos usaban la abertura para escapar, otros se apresuraron a entrar y Mai se dio cuenta de que era los miembros del Cristal Rastrero que venía al rescate cuando vio a un hombre montado en un enorme oso con el Rey Loco a su lado. Quiso sentir alivio ante su llegada, pero llegaban demasiado tarde.

Mai se puso de rodillas con calma, dispuesta a vigilar a sus compañeros como ellos habían hecho por ella.


Aang abrió los ojos y se encontró en un vacío resplandeciente.

Un camino hecho de luz de estrellas se extendía ante él y supo que había estado aquí antes, en esta intersección de su ser interior y toda la energía cósmica del universo. Vio el mundo muy por debajo de él, tan pequeño y distante, y la oscuridad que había más allá de le pareció más reconfortante que inquietante o aterradora. Delante de él se alzaba su enorme doble, su Ser astral; todo lo que era y todo lo que alguna vez sería. Su realización y salvación. Su iluminación y su apego. Detrás y debajo de eso, vio otro planeta y Aang supo que era su mundo natal, el que había sido asolado por el Cometa de Sozin.

Podría ir a su Ser astral. Podría ir y elegir regresar a un solo mundo y conseguir el control perfecto del Estado Avatar. Pero Aang ya había tomado su decisión. Ahora no era el momento. Esta encrucijada solo le mostraba las probabilidades disponibles.

Mientras avanzaba por el camino de la luz, se encontró con un monje meditando a un lado, en el vacío más allá de la luz de las estrellas. Un nómada del aire. Un niño al que reconoció como él mismo de hace no más de tres años, calvo y sin cicatrices de la guerra.

Aang se detuvo.

—Lamento haber tomado su destino —dijo—. Si sirve de algo.

El niño abrió los ojos y sonrió; una expresión de alegría libre de toda culpa o malicia.

—Está bien.

Aang miró los mundos debajo de ellos.

—Quiero devolverte tu vida.

—Lo sé, —dijo el niño—. Tú eres yo, después de todo.

—Sin embargo, probablemente tú lo hubieras hecho mejor. Mejor que yo en mi mundo. Nunca huiste de tus deberes.

La sonrisa del chico vaciló por un momento.

—Lo intenté. Tú solo lograste hacer lo que yo no pude. Pero eso no cambió nada en absoluto, aun así terminé atrapado en ese volcán durante cien años, al igual que tú en el iceberg.

Ambos observaron la gigante representación de su energía astral por un momento y Aang contempló lo que podría haber sido antes de volverse para mirar a su yo más joven.

—¿Has estado aquí todo el tiempo? Me preguntaba si estabas... ya sabes, vivo.

El niño volvió a sonreír.

—Por supuesto. He estado contigo.

—Entonces, ¿qué quieres hacer? —preguntó Aang, y por un momento se permitió pensar en la fantasía de dejar que alguien más decidiera por él—. ¿Quieres volver a tomar el control de tu propio destino de nuevo?

—No sé si podría —dijo—. Es como dijo el Gurú Pathik. Si te vas, por lo que sabemos, podría no despertar. Pero, si quieres correr ese riesgo, te apoyaré. Tomaré el relevo desde donde lo dejaste. Podría hacerlo.

Aang negó con la cabeza y, a pesar del entusiasmo y la confianza del otro, sabía que nunca podría ser y que había sido inútil preguntar en primer lugar.

—Se acerca el invierno. Todavía no has dominado el fuego ni la tierra. No hay tiempo suficiente para que comiences tu viaje tan tarde. —Y mientras miraba al chico con su sonrisa inocente, pensó que su yo más joven nunca sería lo suficientemente fuerte en otros aspectos.

El chico se estiró.

—Aw, cuando lo pones de esa manera, supongo que tienes razón.

A lo lejos, Aang vio estrellas fugaces y no estaba seguro de cómo pasaba el tiempo aquí, pero recordó para qué había venido en primer lugar.

—¿Cómo me deshago de Wan Shi Tong? Estoy bastante seguro de ha pasado el tiempo de razonar con él.

La voz de un anciano vino detrás de él y Aang se giró para ver a Roku.

—Lo desterraremos —dijo—. De vuelta al mundo de los espíritus. Y lo haremos juntos.

Kyoshi, Kuruk y Yangchen se materializaron. El vacío se llenó con todas sus vidas pasadas y Aang sonrió maravillado al ver a cientos de personas de todas las naciones.

—Wan Shi Tong es un espíritu antiguo —dijo Yangchen—. Uno con mucho dolor. Solía amar a la humanidad y respetarnos, mantenía todo nuestro conocimiento recopilado a través de los siglos y lo protegía con orgullo. Lo atesoraba y muchos lo consideraban el campeón de los logros humanos. —Su rostro decayó—. Pero... las cosas cambiaron.

—La codicia humana —dijo Kyoshi—. Con los años, llegó a ser demasiado.

Aang miró a Roku.

—Haces que desterrarlo suene fácil —dijo—. ¿Cómo lo hacemos?

Otro hombre respondió por él. Aang supo sin preguntar que este hombre era el Avatar Wan. El primero.

—Ahora mismo, con todos los mundos tan juntos, el Avatar se ha convertido en algo así como un puente literal entre los mundos. Wan Shi Tong y los otros espíritus están en el mundo físico porque tú lo estás. Les permitiste cruzar porque el Mundo de los Espíritus está intentando llevarte de regreso.

Aang frunció el ceño.

—Gracias por ese recordatorio. Entonces, ¿qué hacemos?

Wan sonrió.

—Quema el puente.

—¿Qué?

—Antes de la época de los elementos, mucho antes incluso de mi tiempo, cuando la gente empezó a aprender el verdadero control sobre ellos, la gente controlaba la energía dentro de sí mismos y a su alrededor —dijo Wan—. Entonces… controlaremos esa energía para quemar el puente entre los dos mundos.

Aang hizo un gesto hacia su Ser astral y el camino estrellado entre su mundo y este.

—¡Pero ese es el deber del Avatar!

—Debes perdonar nuestro error al enviarte aquí —dijo Kyoshi—. Pero es la única manera ahora, especialmente porque elegiste salvar ambos mundos. Y además, es sólo uno de los deberes del Avatar. Otro deber es mantener el equilibrio entre los mundos.

—Es sólo temporal —continuó Roku—. Hasta que vuelvas a casa. Al cortar nuestra conexión contigo, podremos detener la invasión del Mundo de los Espíritus para darte tiempo para poner fin a la guerra. Cuando regreses a casa, la conexión se reestablecerá por sí sola. Pero no podemos hacerlo para siempre, y aun así el velo será muy delgado. Reduciremos el ritmo de la fusión de los mundos.

—Ahora mismo, todo lo que podemos ofrecerte es tiempo —dijo Kuruk—. Y.… lamento que la otra versión de mí en este mundo haya dejado que la guerra comenzara. Él fue imprudente. Yo fui imprudente.

Aang sintió que una sensación de pánico en su pecho, pero trató de controlarla.

—¿Pero qué pasa si necesito su sabiduría? ¡No puedo hacer esto solo!

El chico, el yo más joven de Aang, intervino y se puso al lado de Aang.

—Pero no estarás solo. ¡Aún me tendrás a mí!

Wan cerró los ojos y volvió a sonreír.

—Y seguirás teniendo a Raava contigo —dijo, pero Aang no tenía idea de quién era. Intentó correr tras ellos, pero la brecha entre él y todas sus vidas pasadas se ensanchó. El vacío se expandió y se sentían cada vez más lejos—. Buena suerte, Aang.


Cuando Aang volvió a abrir los ojos, se encontró en la Biblioteca Espiritual.

Se despertó con un sobresalto y se puso de pie de un salto con una corriente de viento, mirando a su alrededor. La biblioteca parecía una caverna, enorme, vacía y silenciosa. Una tumba habría sido una descripción más adecuada; ni siquiera los buscadores de conocimientos correteaban por los pasillos.

—¡Tenía razón! —La voz de Azula resonó muy por encima de él, de la torre central que él y sus amigos habían usado para entrar a la biblioteca por primera vez hace tantos años. La cabeza de Appa asomó a través de la ventana del minarete y entró, refunfuñando. Se desplazó por el aire como una hoja de otoño cayendo en espiral hacia abajo y Aang se hizo a un lado para que pudiera aterrizar—. ¡Aang! ¡Estás bien! ¡Lo lograste!

Ella y Zuko saltaron de la espalda de Appa antes de que aterrizara correctamente y ambos lo rodearon en un abrazo. Cerró los ojos y se inclinó hacia él, saboreando la sensación y la calidez.

—¿Wan Shi Tong se ha ido? —preguntó Aang. Miró a su alrededor—. La biblioteca no se ha ido a ninguna parte… —¿Permanecería debajo de Ba Sing Se para siempre?

Azula asintió y se separó de él.

—Y tú has estado desaparecido casi toda la mañana. Pero vi una luz que conducía hacia aquí hace un momento y supe que eras tú.

Miró más allá de ellos para ver a Kanna, Bumi, Xai Bau y Sokka en la silla, quienes también desmontaron. Su corazón dio un vuelco cuando no vio a Toph entre ellos y trató de ver a Zuko o Azula a los ojos, pero ambos apartaron la mirada.

—Chicos... —dijo, su voz vacilante—. ¿Qué pasó?

—Muchas cosas —dijo Kanna con una mirada suave—. Comenzaré con las buenas noticias. Todos los espíritus de la ciudad se han ido. La Gran Secretaria Wu movilizó al Dai Li lo suficiente como para salvar a muchos de los supervivientes y reunir a los invasores. Las operaciones de rescate ya han comenzado. Todavía están buscando y cientos, si no miles, siguen desaparecidos, pero tenemos la esperanza de que el daño no sea tan grave como parece.

Aang llevaría el peso de todas las vidas perdidas con él para siempre, lo sabía. Al igual que todas las vidas perdidas en su mundo.

—¡Y Wu está oficialmente bajo mi protección! —dijo Bumi, dándoles una gran sonrisa—. Y también tu amiga, esa muchacha, la Maestra Agua. Pero está protegida bajo llave, grilletes y una gran celda de metal.

Aang miró las caras de todos y frunció el ceño.

—¿Qué más? ¿Cuáles son las malas noticias?

Los hombros de Zuko se hundieron.

—Mai y Jet están heridos y están recibiendo atención médica. Pero... Aang, Toph se ha ido.

Su corazón latía en sus oídos y sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—¿Qué?

—Un espíritu se la llevó —dijo, con la voz baja y ronca—. Él tomó su rostro y luego se la llevó.

Aang se asombró de que lograra hablar a través del nudo en la garganta.

—¿Su rostro? ¿Era Koh el ladrón de rostros? —Sus piernas temblaron y se la imaginó gritándole por tener una postura débil. Pero Toph... perder a Toph se sentía imposible. Ella era imparable.

”¡Concéntrate, Pies ligeros!”

—¿Lo conoces? —preguntó Sokka, frunciendo el ceño—. Zuko dijo que se llevó también a Yue.

Yue… ¿Era algún tipo de castigo? ¿Tampoco podría mantenerla viva en este mundo?

No.

—No va a ser así —dijo Aang—. No puedo perderlas.

Azula frunció el ceño.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella. Su labio inferior tembló un poco—. Aang, lo siento. Yo también estoy triste, dolida y furiosa, pero no puedes salvar a todos.

Recordó, vagamente, la historia de Avatar Kuruk sobre la lucha para salvar a la chica que amaba de Koh, y cómo había fallado y todavía seguía buscando después de todos estos años. Kuruk había perseguido al Ladrón de Rostros hasta el Mundo de los Espíritus, pero esa opción ya no estaba disponible para Aang. Aang se lo contó a sus amigos, les dijo de su conversación con sus vidas pasadas el que había tomado la decisión de cortar temporalmente la conexión. Tuvo cuidado de no revelar nada sobre los múltiples mundos con Sokka presente.

Xai Bau miró a Aang y este tuvo la ligera sospecha de que el Guerrero del Sol podía saber qué pensamientos pasaban por su mente.

—Sabía que ya no podía sentir el Mundo de los Espíritus. Pero puede haber una manera —dijo—. Hay portales espirituales en los polos norte y sur. Antiguos lugares donde nuestro mundo se cruza con el Mundo de los Espíritus. Han estado cerrados durante miles de años, pero...

Sokka se adelantó con el puño cerrado.

—Tenemos que intentarlo.

Aang asintió, agradecido por tener un plan que seguir.

—Tenemos que ir al sur, de todos modos —dijo—. Al Emperador del Agua para que podamos poner fin a esta guerra. —Miró a su amigo, al guerrero de la Tribu Agua que se había convertido en su hermano en otro mundo—. Sokka, ¿estás con nosotros?

Él se encogió de hombros.

—Bueno, papá no estará feliz, pero... Sí, supongo que sí. Hay mucho más en juego, ¿no? —Por todo lo que Aang conocía a Sokka, sabía que este tipo de afirmación era todo lo que necesitaba.

Aang desabrochó la funda de la espada de su cinturón y se acercó a Sokka.

—Esta espada es para ti —dijo. Miró a Kanna mientras lo decía y vio que sus ojos brillaban con aprobación—. Quiero que la tengas.

Sokka lo miró confundido.

—Esta cosa es una obra de arte. ¿Estás seguro?

—Llámalo intuición de Avatar —dijo Aang—. Simplemente se siente bien.

Y con eso, presionó la espada de meteorito en las manos de Sokka.


En algún lugar lejano, Toph Beifong sintió que su conciencia regresaba de golpe. Había estado teniendo la sensación de estar volando, de ingravidez, antes de que algo sucediera y la sacara de ese estado. Ahora sentía frío. Flotaba y el horror se apoderó de ella cuando se dio cuenta de que estaba bajo el agua, ahogándose; pero no tenía ojos para sentir el escozor de la sal, ni nariz para respirar ni boca para gritar.

Chapter 43: Interludio: Las Penas de la Madre Luna

Notes:

Notas originales del autor:

Estudiando el mapa del mundo de ATLA, he descubierto un error en este fic del que nunca me había percatado: el Templo del Aire del Oeste está al norte de la Nación del Fuego. Así que en el viaje de Aang y compañía a la Ciudad Dorada, pasaron por encima de ella para dirigirse al Templo del Aire del Oeste y luego volvieron a las islas exteriores de la Nación del Fuego. Además, la Nación del Fuego es pequeña. Teniendo en cuenta lo mucho que viaja el gaang por el mundo sólo en el final de la serie, podrían cruzar toda la Nación del Fuego en un día o dos, especialmente en este mundo en el que no tienen que estar tan escondidos.

Con esto en mente, cambiaré dos hechos de la serie. Aquí, el Templo del Aire del Oeste está más al oeste de la Nación del Fuego. Además, la Nación del Fuego es más grande y tiene muchas más islas que se extienden hacia el sur, así que ahora hay un archipiélago del sur (donde está la aldea de Zuko y Azula) y un archipiélago del este (como en la serie). Me he pasado las últimas semanas intentando encontrar una forma de encajar esta historia para que refleje con más exactitud el mapa del mundo canon, pero realmente no hay una forma fácil de hacerlo porque he llegado demasiado lejos, así que voy a utilizar la excusa de que Aang está literalmente en un mundo distinto.

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Chapter Text

Interludio: Las Penas de la Madre Luna

Ocho Años Antes

Capital de la Nación del Agua del Sur, Aniak'to.  

La anciana frotó el trozo de piel de alce entre los dedos y se quejó de la calidad y cantidad de la misma.

—Bah —dijo Kanna—. ¿Esto es todo lo que los cazadores pudieron traer a casa?

Miró a Kya por el rabillo del ojo, una mujer mucho más joven que tejía distraídamente una canasta con hebras de mimbre, pero incluso desde el otro lado de la habitación Kanna podía ver que lo hacía tan mal que el tejido no podría contener ni un poco de agua. Kya miraba por la ventana esmerilada, con la frente ligeramente arrugada, sin apenas prestar atención a la lamentable excusa de cesto que estaba confeccionando con sus manos.

—Esta lana es demasiado fina —continuó Kanna—. Casi quebradiza. No podemos hacer nada con esto. ¿Qué esperan que tejamos con esto? ¿Seda?

—Supongo que sí —dijo Kya, que seguía mirando.

Kanna frunció el ceño.

—La lana de nuestro ganado no es suficiente para pasar el invierno. Esperaba que encontraran más en la tundra.

—Temo por los que viven en tiendas. —Kya volvió a concentrarse en su trabajo—. Tenemos la suerte de vivir en un palacio de madera, hielo y piedra.

—No hay nada que podamos hacer por los que rompen los tabúes —dijo Kanna en voz baja. Examinó la cesta de Kya más de cerca y se dio cuenta de que era una cesta en absoluto: tenía hebras de mimbre, pero también hilos desechados de otros proyectos, teñidos de azul. Había tejido cuentas espirituales en la estructura de manera que la pieza se había convertido en un amuleto protector cuando se colocaba horizontal, aunque bastante más grande de lo normal—. ¿Eso es para ellos?

—Lo es —dijo Kya, hablando rápidamente—. Sé que está prohibido darles comida o ropa o cualquier cosa que los ayude directamente a pasar el largo invierno, pero esto es solo un amuleto. Hecho de cosas que no necesitamos.

—Uno que también les servirá de aislamiento en sus tiendas —observó Kanna. No estaba prohibido regalar amuletos protectores a los rompedores de tabúes; en todo caso, les ayudaba a comprender la locura que era menospreciar a los espíritus, que podían ser misericordiosos—. Eres muy amable e inteligente.

Kya dio un suspiro de alivio y volvió a mirar por la ventana, a través del lago Frostmirror y hacia las tiendas asentadas en la orilla opuesta, fuera de la seguridad de las murallas de la ciudad.

—Tengo fe en los espíritus los protegerán, incluso a pesar de lo que hicieron. Y no te preocupes, sé que no debo acercarme demasiado, no sea que los espíritus me confundan con ellos y me etiqueten también como una rompedora de tabúes.

Kanna se rio entre dientes.

—Ahora suenas como el inútil de mi marido.

Kya se volvió hacia ella con un jadeo abrupto y miró a su alrededor con nerviosismo, pero la habitación solo era lo suficientemente grande para ellos dos, el telar y las cestas de herramientas para tejer.

—¡Madre! ¡No puedes dejar que nadie se entere has faltado al respeto al emperador de esa manera!

—Oh, no se lo diré a nadie si tú no lo haces.

Kya se rio y volvieron a sus tejidos. Kanna se levantó de su simple banco para rebuscar en las cestas llenas de retazos de tela; lana de los animales del Polo Sur, sedas de la Nación del Fuego, cachemira y algodón del Reino Tierra. Había esperado guardar la lana para una bonita manta, pero Sokka crecía muy rápido y necesitaba una nueva parka. Pero esta noche no habría tiempo suficiente para eso: la lámpara de aceite de ballena mermaba su luz lentamente, y con ella su única fuente de luz. Esta habitación era demasiado pequeña para albergar la llama de una chimenea, por lo que las dos mujeres se mantenían calientes con varias capas de ropa, mantas y gorros forrados de piel.

Kanna se estiró y movió los dedos para entrar calor y hacer circular la sangre. Estaba a punto de sugerir que se fuera a dormir cuando una sirvienta se anunció desde detrás del tapiz de pieles de animales que les servían de puerta.

—Adelante —dijo Kanna.

La joven se postró sobre el frío suelo de granito.

—Venerable Reina —dijo, porque la esposa del emperador nunca era llamada Emperatriz—. Lady Kya. El príncipe Hakoda ha regresado de su campaña en la isla Kyoshi.

Campaña. Esa palabra era un eufemismo. Kanna lo habría llamado "masacre". Asintió hacia Kya y su nuera se puso de pie; eso significaba que aún no podían dar su noche por terminada.

El palacio del emperador y los terrenos aledaños cubrían un área zona, casi una cuarta parte del tamaño de la ciudad circundante que se elevaban por encima de ella. Las partes del palacio, hechas principalmente de madera y piedra, ocupaban solo el nivel del suelo, rodeado por muros concéntricos, con la parte más cálida y segura en el centro. La cámara central, conocida como el Vientre de Ballena, se sentía húmeda en comparación con el resto del palacio, con un fuego ardiente que ocupaba el centro de la habitación, que era atendido a todas horas del día por los sirvientes reales. Un agradable olor a ceniza impregnaba la sala.

La familia imperial cenaba en el Vientre de Ballena, que también tenía pasillos que conducían a sus dormitorios individuales. La paredes estaban recubiertas de pieles de animales estiradas que representaban escenas de batallas históricas y proporcionaban otro nivel de aislamiento. La caja torácica de una ballena colgaba del techo, lo que daba nombre a la habitación, y pieles de oso polar cubrían el suelo. Sin embargo, la parte más llamativa del Vientre de Ballena era la gran escalera hecha de hielo que conducía al nivel superior del palacio, un par de fuentes de piedra de tres niveles flanqueando los lados. Kanna y Kya subieron estas escaleras con cuidado, pues estaban resbaladizas por el deshielo. El nivel superior del palacio, llamado Cielo de Invierno, estaba tallado completamente en hielo. Desde el exterior, los espectadores lo veían rodeado por el humo de las numerosas chimeneas del palacio. Antes de que el humo de la leña pudiera teñir el hielo de negro, los Maestros Agua subían al techo del palacio todos los días para mantener la calidad prístina y etérea de los muros del palacio de hielo, que parecía flotar en el cielo.

El Cielo de Invierno estaba formado por solo unas pocas cámaras además de la sala del trono, en su mayoría destinadas a esculturas de hielo y habitaciones para que la familia real practicara Agua Control o meditación. Algunas cámaras se habían dedicado por completo a la adoración de los espíritus. Kanna ya no pasaba mucho tiempo aquí arriba si podía evitarlo: todas las cámaras permanecían en un frío constante debido a la falta de fuego, por razones obvias, y sus viejos huesos dolían.

La sala del trono era, de lejos, la cámara más grande del Cielo de Invierno. Columnas de hielo, con grabados de peces y focas, se alineaban en la habitación hasta la plataforma elevada sobre la que se asentaba el trono, con cascadas en lugar de paredes alrededor de la habitación. Cuando el invierno llegara, tan solo dentro de unas pocas semanas, incluso esas cascadas se congelarían. Un par de hogueras estaban situadas en pedestales elevados a ambos lados del emperador, un anciano que estaba sentado en una silla ancha forrada con pieles de animales. Kanna se sentó en un banco de manera mucho menos imponente, a un lado y justo detrás de su esposo, mientras que Kya se sentó en un largo banco de hielo, destinado al resto de la familia real, detrás de Kanna. En este momento, estaba sola.

El emperador Kvichak no le dirigió la palabra a su reina consorte ni a su nuera cuando llegaron. Su piel, arrugada y curtida, le colgaba de la papada, dándole un aspecto enfermizo. A Kanna siempre le había recordado a una gaviota pelícano cuando lo miraba, a lo que no ayudaba el hecho de que su pelo se había vuelto tan blanco como la nieve al envejecer, el cual estaba recogido en trenzas en lo alto de la cabeza. Normalmente, el emperador habría hecho una señal a su guardia para que permitieran a los consejeros y la corte real pasar al interior, pero debido a la hora solo sería Hakoda. El verdadero informe de la batalla se llevaría a cabo por la mañana.

Hakoda entró en la sala del trono, todavía vestido para la batalla, con su yelmo de lobo en la cabeza, el símbolo del clan real. Una niña lo seguía pisándole los talones, envuelta en capas de gruesas mantas, no tendría más de siete años. Más o menos de la misma edad que el nieto mayor de Kanna, Sokka. No sabía si temblaba de miedo o de frío, pero probablemente ambos, sobre todo porque llevaba sólo una sencilla túnica azul atada con un cinturón de tela más oscura y un par de zapatos. Su cabello era de un tono castaño oscuro, lo que significaba que esta chica no era de la Tribu Agua. Kanna intercambió una rápida mirada con Kya, quien tenía una mirada de preocupación por la niña en su rostro.

El príncipe se arrodilló ante su emperador y se quitó el yelmo. La niña los miró con los ojos muy abiertos antes de recordar sus modales y caer en una profunda reverencia, con la frente presionada contra el hielo.

—Bienvenido a casa, hijo mío —dijo Kvichak—. Me han llegado ya las noticias de tu éxito. Los espíritus te sonríen.

—Sí, padre —dijo Hakoda. Era un hombre fuerte que portaba con orgullo una cola de lobo de guerrero y pelo suelto a los lados, con trenzas de cuentas colgando cerca de su oreja izquierda. Su barba pulcramente recortada y sus pómulos prominentes le daban un porte distintivo—. La rebelión en Kyoshi ha sido aplastada, sus líderes y sus hogares incendiados para que no se levanten de nuevo. Los espíritus, en efecto, me han sonreído. —Al tener la mirada gacha, no pudieron ver el desprecio en sus ojos cuando pronunció la última oración, pero Kanna lo oyó en la voz de su hijo.

Kvichak señaló a la niña con la cabeza y habló en un tono cortante.

—¿Quién es la chiquilla?

—Una hija de Kyoshi —dijo Hakoda—. Y un regalo para mi esposa. —Se incorporó sobre sus rodillas y miró a Kya, señalando a la niña—. Su nombre es Suki y es descendiente de las mujeres guerreras de la isla. La he adoptado como pupila. Ahora tienes otra hija.

—Mujeres guerreras —refunfuñó Kvichak, agitando la mano con desdén—. Bah.

Los ojos de Hakoda brillaron con diversión.

—No eran muy buenas, obviamente, por eso los aplastamos a todas fácilmente.

Kya le dio a la niña su sonrisa más alentadora y bajó de la plataforma real para poner sus brazos alrededor de la criatura, quien aceptó el gesto como si estuviera aturdida. Si alguien más hubiera estado presente en la sala del trono, la acción de Kya se habría considerado impropia.

—Aquí estarás a salvo, cariño, no te preocupes. Oh, estás muy fría.

Kanna se compadeció de la niña. Estaría a salvo, pero solo si la gente de la isla Kyoshi continuaba comportándose. No era más que una rehén.

Kvichak se reclinó en su silla.

—El palacio ya tiene a uno de sus bailarinas a nuestro servicio, ¿no es así? No necesitamos otra.

—Mizuka ha envejecido bastante, padre —le recordó Hakoda—. Es la misma delegada de la isla Kyoshi que hemos tenido desde que la isla fue conquistada hace casi ochenta años.

Kanna decidió que ahora era el mejor momento para intervenir.

—Mizuka es la última sobreviviente y practicante de su arte nativo ahora que la rebelión ha sido aplastada, ¿correcto? —Ante el asentimiento de Hakoda, continuó—. Entonces tal vez sería prudente que la niña aprendiera las danzas de su gente. Sería una pena que se perdieran todos los rastros de su cultura, y siempre me han gustado los bailes de Mizuka.

Kvichak miró a la niña con ojos gélidos. Se había quedado dormida en brazos de Kya, su cansancio venciendo al miedo.

—Muy bien. La chica puede tomar lecciones de baile.

—Gracias, esposo mío —dijo Kanna, asintiendo con la cabeza hacia él.

—Mañana celebraremos el triunfo de mi hijo —dijo Kvichak—. ¡Un festín para los espíritus que han hecho posible su victoria sobre los rebeldes!

Esta vez, a Kanna no se le escapó el brillo de sorna en los ojos de su hijo.


Un año después


—Katara, deja eso.

—¡Pero papá! ¿Cómo es que Sokka puede jugar con eso?

Kya se arrodilló frente a su hija.

—Vamos, cariño. Dámelo, ese juguete no es para ti.

—¡No es un juguete! —espetó Sokka, dejando caer su boomerang—. ¡Es un brutal implemento asesino de la Tribu Agua! ¡Es mi garrote favorito!

Hakoda los miró y Kanna pudo ver un atisbo del porte del emperador en el que algún día se convertiría. Incluso con el fuego ardiendo en el hogar de las habitaciones privadas de la familia, la piel de sus brazos y cuello se erizó.

—Katara, sabes que las niñas pequeñas tienen prohibido usarlos. —Su rostro se entristeció y dejó caer el garrote sobre el pie de Sokka, lo que hizo que el niño chillara de dolor y saltara sobre una pierna—. Sokka, sé un hombre y aguanta. Si usaras mejor esas armas no tendrías que preocuparte de que tu hermanita te las quite.

Suficientemente intimidados, ambos niños agacharon la cabeza.

—Sí, padre.

El príncipe lanzó una mirada a Kya y se marchó a través de la cortina de pieles de pantera caribú, dejando que Kanna y Kya prepararan a los niños para el desayuno con el emperador. Las habitaciones de la familia, que emulaban el aspecto de una casa redonda como en las que vivía la gente del pueblo pero con más habitaciones que se ramificaban de ella, eran un desorden de armas y pieles de perros polares que cubrían varios objetos que Sokka utilizaba para jugar a cazar presas.

Kanna dio una palmada.

—Sokka, devuelve todas las armas de tu padre a su sitio —dijo—. Ponlas en los estantes, en sus lugares apropiados. —Malhumorado, el niño recogió un montón de lanzas y murmuró algo para sí mismo—. Katara, ve a buscar a Suki. Debería estar en su clase de baile.

Con un mohín, Katara señaló con el pulgar hacia la lámpara de grasa y la alcoba con las pieles de dormir de los niños. Un pez espada acorazado colgaba de la pared sobre la alcoba, como para protegerse.

—Está ahí. Nunca salió.

La cabeza de Suki asomó entre el montón de pieles y tímidamente bajó de la plataforma elevada.

—Lo siento —dijo. Incluso un año después, la niña de la Isla Kyoshi seguía encogiéndose de miedo cada vez que Hakoda estaba en la habitación y aún no se había adaptado al resto de la familia, al menos cuando los adultos estaban cerca.

—¿Por qué tienes esas lecciones si ni siquiera va a ir? —preguntó Katara. Se puso debajo de un par de astas que colgaban de la pared—. ¡Quiero tomarlas en su lugar!

—Porque no eres de su isla, querida —dijo Kya, colocando una diadema de cuentas en su cabello.

Katara pateó un trozo de hielo suelto.

—¿Y eso qué?


El desayuno, como siempre, fue un acontecimiento sombrío, y tuvo lugar en el Vientre de Ballena. Kvichak se sentaba en la cabecera de la mesa, con Kanna a su izquierda y Hakoda a su derecha. Esta mañana, comieron huevos de petrel escalfados y tubérculos con akutaq hecho con bayas árticas preparado por los sirvientes en lugar de Kanna o Kya. Hakoda trató de hablar sobre su último invento, un barco ballena: una embarcación baja con una cola curva que sobresalía del agua mientras que la mayor parte del volumen del barco permanecía sumergida, perfecta para incursiones en alta mar. El príncipe argumentó que sus barcos ocultarían efectivamente el tamaño de su fuerza invasora, pero Kvichak lo mandó callar, diciendo que prefería los barcos tribales tradicionales que habían usado con gran eficacia durante toda la guerra.

—Esto está bien —dijo Hakoda, después de terminar de masticar—. Pero me habría gustado tu hicieras el desayuno esta mañana, madre.

Kanna sonrió.

—Kya y yo estamos planeando una cena maravillosa esta noche. Estofado de algas marinas hecho con escalfa y salvelino. Y puedo agregar algunas de tus favoritas... ¡ciruelas de mar favoritas!

—¿Ven, niños? Por eso les digo que siempre atesoren la sabiduría de una madre. —Inclinó su té hacia ella y le devolvió la sonrisa—. ¿Sabes qué suena bien con eso? Pollo cerdo en una cama de arroz condimentado, traído desde los territorios.

—Si eso es lo que deseas, hijo mío, veremos qué podemos hacer.

—No.

Todas las cabezas se volvieron hacia el emperador cuando habló y Hakoda frunció el ceño.

—¿Por qué no, padre? ¿No es el objetivo de esta guerra aprovechar de las generosas tierras del mundo para no tener que conformarnos con la escasez de nuestros recursos en los polos? ¿Para castigarlos por su codicia?

—Los frutos del mar son abundantes —dijo Kvichak con el ceño fruncido—. ¡Debemos estar agradecidos por todos los espíritus que nos han dado! Eres un tonto si no entiendes eso.

Hakoda estaba a punto de replicar cuando Sokka dejó escapar un fuerte grito, agitando los brazos.

—¡Ack! ¡se pegó a mi cada! —Su taza de té colgaba de su labio superior, el contenido se había congelado en su boca.

Los ojos de Kanna se dirigieron inmediatamente a Katara, que se tapó la boca para evitar reírse junto con Suki.

Hakoda se puso de pie y agitó la mano para derretir el hielo, haciendo que la taza de té cayera al suelo y se hiciera añicos, derramando su contenido.

—¡Katara! ¿Qué hiciste?

Los ojos de la niña se abrieron de par en par y se cruzó de brazos, con aire petulante.

—¡No he sido yo! Sokka sólo es un mal Maestro Agua.

—¡Controla a tu hija! —arremetió Kvichak, golpeando los puños contra la mesa. Se volvió hacia Kya—. ¡Eres la primera mujer casada en el Clan del Lobo en engendrar más de un hijo desde antes de la generación de mi abuelo! ¡Y nos has dado a esa revoltosa y maleducada niña! Sal de mi vista.

Kya se levantó e hizo una profunda reverencia, tomando a Katara de la mano y sacándola de la habitación. Kanna la siguió y Kvichak no dijo nada. Por la mirada feroz de Hakoda, sospechó que Sokka también se llevaría una reprimenda. La pobre Suki se encogió en su silla, de modo que sus grandes ojos apenas podían verse por encima de la mesa.

Kanna, Kya y Katara se retiraron por el pasillo de vuelta a la sala familiar, donde Katara se zafó rápidamente del agarre de su madre y se volvió contra ambas.

—¿Por qué el abuelo tiene que exagerar tanto?

—Se supone que no debes usar tu Agua Control para cosas así —dijo Kya, con voz severa—. Ya lo sabes, Katara.

—¿Por qué no? Soy mejor Maestra que Sokka. No es justo.

Kya dejó escapar un profundo suspiro y se arrodilló a la altura de su hija.

—Tu hermano será emperador algún día —dijo—. Y tienes que usar tu poder para apoyarlo a él y a tu futuro esposo como puedas. No hay que avergonzarse de los deberes que se espera que cumplamos por nuestra tribu y nuestra familia.

—Pero no quiero hacer eso —dijo Katara—. Quiero luchar.

Kanna cruzó las manos frente a ella.

—Katara —dijo—. Tu madre tiene razón: no hay que avergonzarse de curar, cocinar o construir un hogar. —Katara estuvo a punto de levantar la voz para protestar, pero Kanna levantó una mano para detenerla—. Pero creo que toda mujer merece poder elegir seguir esas tradiciones o no, aunque nuestro pueblo no lo entienda. Pensaba esperar a que fueras mayor, pero ahora te ofrezco esta opción: si quieres, puedo enseñarte a usar tu Agua Control para luchar. Para defenderte.

A Katara le brillaron los ojos y juntó las manos frente a su cara.

—¡Sí! ¡Sí, Gran-Gran, por favor, por favor, por favor!

—Queda advertida, nieta mía —continuó, con la voz baja—. No será fácil y debes mantenerlo en secreto para todos, excepto entre nosotras.


Y así comenzó la tutela de Katara a cargo de su abuela, a altas horas de la noche y después de sus lecciones de curación. Se adaptó bien, y Katara cumplió su palabra de mantenerlo en secreto, aunque Kanna no estaba segura de lo que haría cuando Katara se hiciera mayor y más fuerte. Con un entrenamiento formal, lo haría mejor que Kanna y Hama en su juventud, quienes se habían entrenado y enseñado la una a la otra en base a lo que observaron hacer a los hombres. Tampoco le había dicho a Hama que había comenzado a entrenar a Katara.

Otra noche, Kanna y Kya se encontraron juntas en la sala de tejido. Este año los cazadores trajeron aún menos y ahora trabajaron con los restos del año anterior. La preocupación de que este invierno fuera más brutal que el anterior ples rondaba por la cabeza. Con temores como, la desesperación cundió en los otros clanes. Como de costumbre, Kya se sentó en su silla cerca de la ventana que daba al lago Frostmirror, contemplando la ciudad con un suspiro ocasional.

—Te preocupan los niños —dijo Kanna, cosiendo un parche en los pantalones de Sokka.

—Por supuesto que sí —admitió—. Temo por ellos y por lo que puedan intentar hacer los otros jefes.

—No sabemos si los otros jefes están detrás de los ataques —dijo Kanna con voz suave. Se acercó y puso su mano sobre la rodilla de Kya—. No puedes dejar que el miedo te afecte. Hakoda también fue blanco de ataques de clanes rivales cuando era joven y su abuelo acabó con sus enemigos. Kvichak hará lo mismo. —Kanna no sabía si esa última parte era cierta, pero tenía que mentir por el bien de Kya.

—Mis hijos han sido más atacados que Hakoda —dijo Kya, fijando sus ojos en los de Kanna y hablando en un susurro—. Tú misma lo has dicho. Los otros clanes nunca antes fueron tan osados como ahora. Creen que nuestro emperador es débil. Incita a sus enemigos y aliena a sus aliado. No he estado en mi hogar en el territorio del Clan Pingüino en tres años.

—Hakoda protegerá a los niños —dijo Kanna, sin mencionar que habían pasado casi cincuenta años desde que Kanna había estado en su hogar en el Clan Tigre Foca en el norte. Los intentos de secuestro mientras los clanes luchaban por el poder entre ellos eran una realidad entre las Tribus del Agua, especialmente bajo el gobierno de Kvichak. Los emperadores anteriores habían mantenido el control sobre los clanes rivales con puño de hierro—. Al menos ten fe en tu esposo. Yo misma haré lo que sea necesario para mantenerlos a salvo.

—Al igual que yo —dijo Kya con resolución en su mirada—. Incluso si parezco indefensa.

Kanna suspiró y buscó un tema que pudiera distraer a Kya y ponerla de mejor humor, se frotó las manos para entrar en calor y sonrió cuando se le ocurrió algo.

—¿Alguna vez te he contado la leyenda de Seiryu?

Kya frunció los labios.

—¿El primer emperador?

—No, no, ese nunca fue su verdadero nombre —dijo Kanna, alejando ese pensamiento—. El emperador Aniak tomó el nombre de Seiryu debido a su gran deseo de ser visto como un espíritu todopoderoso. Considéralo como un pequeño secreto familiar. El verdadero Seiryu es un dragón de agua, la serpiente de la luna fría.

—La luna fría —repitió Kya—. La que usó el emperador Aniak para comenzar esta guerra.

—En efecto —dijo Kanna—. Se decía que, en la antigüedad, Seiryu se casó con Sedna, el espíritu de hielo que vivía en el lejano norte, durante una época en la que siempre había dos lunas en el cielo. Su amor era tan fuerte que Seiryu volaba junto a ella por todo el mundo, llevando hielo y nieve a las montañas más altas. En invierno, cuando Sedna estaba en su punto más fuerte, descenderían de las montañas y los cielos cubrían el mundo entero de nieve.

Kya se río entre dientes.

—Esto suena como un cuento para niños. ¿Cuántos años crees que tengo, madre?

—Nunca se es demasiado grande, para una buena historia —dijo Kanna, y bajó la voz porque le encantaba contar historias de la manera más dramática posible—. De todos modos, su amor era apasionado como el fuego, y aunque era fuerte, la pasión sin comprensión traía frecuentes peleas. Cada vez que se separaban, lo hacían lo más posible el uno del otro, por eso los polos norte y sur están cubiertos de escarcha y nieve. Eventualmente, Sedna se hartó de todas las peleas y lo dejó para siempre y, en su ira y tristeza, Seiryu se recluyó en su fría luna, visitando a su antiguo amor cada cien años para ver si lo aceptaba de regreso.

—Y ella nunca lo ha hecho, ¿verdad?

—Solo durante tres días seguidos —dijo Kanna con una sonrisa—. ¡Y luego se cansa de él otra vez y lo devuelve de regreso al cielo de una patada! Tui y La, el océano y la luna, siempre se ponen del lado de Sedna.

Kya se unió a su risa.

—Me pregunto por qué peleaban.

—Depende de quién cuente la historia —dijo Kanna—. Hay una versión que llega a decir que Seiryu le cortó los dedos a Sedna para evitar que escapara de él en su canoa. En otras, ni siquiera tiene dedos, sino las aletas de un león marino. Pero, en todas la versiones de la historia, ella siempre, por lo que ha inspirado a muchas mujeres a escapar de matrimonios que no quieren. —La propia Kanna a veces deseaba poder ser así de valiente, pero ahora era vieja y estaba cómoda con su suerte en la vida, y se esperaban más cosas de ella que de otras mujeres.

Kya se retorció los dedos como si le preocupara que alguien viniera a cortárselos en ese mismo momento.

—¡Eso suena horrible!

—Por cierto, la esposa del emperador Aniak se llamaba Sedna, ¿sabes? —continuó Kanna—. Murió al dar a luz después de tener al padre de Kvichak. Pero antes de eso, muchos creían que ella era el propio espíritu del hielo que había tomado forma humana porque el poder de Agua Control de Aniak la impresionó de sobremanera, lo que apoyó aún más su noble idea de conquistar el mundo bajo el nombre del espíritu Seiryu.

—Bueno, no sé tú, ¡pero a mí nunca me ha impresionado el Agua Control de los hombres! —Kya se tapó la boca con la mano tan pronto como se le escaparon las palabras, pero ambas mujeres estallaron en carcajadas.


—He visto cecina de foca más suave que tu piel.

—¿Escuchaste, Kanna? Algunas monjas Maestras Aire llamaron y quieren que les devuelvan sus túnicas.

—No, Hama, se confundieron porque te vieron y pensaron que una de los suyas se levantó de su tumba y empezó a caminar por ahí.

—¿Estás perdiendo el juicio, vieja bruja? Usaste el mismo insulto hace tres minutos.

—¡Ja! Como si fuera necesario. Dije que tu cabello se ve como un nido de serpientes anguilas, por si estabas demasiado sorda para escucharme.

Las dos ancianas caminaban subían juntas la escalinata helada desde el Vientre de Ballena hasta el Cielo de Invierno, alzándose las faldas y cojeando por la artritis causada por el frío. Una vez que llegaron arriba, Hama enganchó su brazo en el de Kanna y le sonrió.

—¿Crees que ese Maestro Fuego estará allí hoy? —le preguntó a Kanna, arreglándose el chal. Era puramente decorativo pues era tan delgado y estaba hecho de un material transparente que parecía un velo de escarcha—. ¿El que nunca usa camisa ni siquiera con este frío?

—Creo que se llama Xai Bau —dijo Kanna, considerando la pregunta—. Es bastante nuevo en la corte. Kvichak prefiere no tener extranjeros en las congregaciones que solo involucran asuntos tribales.

—Creía que prefería tener a los extranjeros alejados de los territorios circundantes —dijo Hama—. Tu hijo debe estar metiéndosele a la cabeza.

Kanna sonrió con orgullo.

—Está tomando el mando más a menudo, sí.

—Je. Mejor los idiotas de mis hijos. —Hama agitó su mano libre con desdén, pero luego le dedicó a Kanna una sonrisa burlona—. Oh, bueno. Si el Maestro Fuego está allí, al menos tendremos algo agradable con lo que deleitar la mirada.

Kanna trató de reprimir su risa en vano.

—¡Muchacha desvergonzada!

—¡Estás pensando lo mismo, no lo niegues!

Ambas mujeres se pusieron serias cuando entraron en la sala del trono y Kanna tomó asiento su lugar habitual, el banco detrás del trono, mientras Hama ocupó su lugar en el suelo con los jefes, como matriarca del Clan Cangrejo Araña. Kanna captó la mirada de Kya en la plataforma de hielo elevada, junto a Hakoda. Mientras más jefes y consejeros de clanes tomaban asiento en la alfombra blasonada con la insignia de la Tribu Agua, un heraldo tocó un tambor para indicar el comienzo de la reunión. Todos llevaban sus parkas puestas, había hecho tanto frío que las cascadas que rodeaban la sala se habían congelado en paredes heladas y el aliento de todos se disipaba frente a sus rostros.

Resultó que Xai Bau sí había asistido. Y, como de costumbre, lo único que llevaba en la parte superior del cuerpo era una gargantilla de bronce. Hama parecía complacida.

Kvichak se puso de pie y abrió los brazos.

—En esta noche de luna llena, pedimos a los espíritus que sean testigos de los procedimientos de hoy. Que en la oración nos concedan su sabiduría para superar el peligroso invierno.

Kanna vio a más de unas pocas personas burlarse y poner los ojos en blanco en cuanto el emperador inclinó la cabeza para rezar.

Cuando el emperador volvió a abrir los ojos, una voz ronca habló desde el fondo de la multitud.

—¿Las oraciones harán que regresen las manadas de búfalos yak? ¿Las oraciones traerán más peces a nuestras redes y más carne a nuestros estómago? —El hombre se puso de pie y Kanna lo reconoció, era Kuskok, el canoso jefe del Clan Búfalo Yak. Su hijo, Bato, estaba con él—. Los espíritus no han hecho nada para ayudarnos. Nos enfrentamos a uno de los peores inviernos de los últimos tiempos y hay muchos recursos a nuestro alcance, pero ustedes no hacen nada mientras nuestra gente se muere de hambre y de frío. ¿Por qué razón luchamos en esta guerra si no para apoderarnos de las tierras de las otras naciones para nuestro beneficio? Tu padre y su padre antes que él no hicieron gala de semejante insensatez.

—¿Cómo te atreves a afirmar tal sacrilegio? —La voz de Kvichak retumbó, con la papada temblando mientras la saliva salía de su boca—. Esta guerra es nuestra misión para llevar a cabo su voluntad divina, para difundir las creencias de nuestro pueblo. Los espíritus nos dieron el ímpetu para comenzar esta guerra y nos darán la fuerza para terminarla.

—¿Qué fuerza? —continuó Kuskok, con los brazos abiertos mientras miraba a su alrededor—. ¡Veo a un anciano que se esconde en su palacio, sus días de gloria han quedado muy atrás! ¿Qué fue del hombre junto al que luché en la Batalla de Quorong? ¡En nuestra victoria nos bañamos de vino y oro del Reino Tierra! Ahora, hace solo un año, ¡haces que hasta los débiles habitantes de Kyoshi piensen que pueden arrancar su tierra de tu dominio!

Hakoda se puso de pie y lo señaló con el dedo.

—¡Hablas fuera de lugar! —Kanna se preguntó si su hijo sabía que Kuskok había sido una vez hermano juramentado de Kvichak, mucho antes de que él naciera. Cualquier amistad y camaradería que los dos hombre compartieron se había desvanecido hacía tiempo. Era una pena, Kanna siempre había pensado que Hakoda y Bato se habrían sido buenos amigos, ya que tenían la misma edad.

Kuskok golpeó el suelo con la culata de su lanza.

—¿En verdad? ¿O es que tenemos un emperador débil que ni siquiera puede mantener a su propia progenie segura? No has sacrificado tanto como el resto de nosotros para sobrevivir.

Un murmullo resonó en la sala y varios hombres incluso se burlaron. Tanto la declaración y el desafío eran claros: el clan de Kuskok estaba detrás de los intentos de secuestro y esperaba que Kvichak declarara Sedna'a, un duelo de canoas, por la falta de respeto. Pero todos los presentes sabían que Kvichak perdería. Si se limitaba a matar o encarcelar a Kuskok, solo reforzaría las afirmaciones del jefe. Si Kvichak lo enfrentaba y perdía, su liderazgo quedaría aún más en entredicho y sería derrocado si Kuskok no lo mataba allí mismo.

Kvichak tiró de las colas de armiño que colgaban de su cuello.

—Le faltas el respeto a mi hombría y a mi familia —dijo, con la voz baja y fría. Todos callaron cuando habló—. Por tus palabras y tus acciones serás pisoteado bajo una manada de búfalos yaks.

La sala del trono estalló en gritos cuando los hombres protestaron por su declaración y Kuskok escupió en señal de desafío.

—¡Cobarde! —bramó.

Kanna se mordió el interior de la mejilla. Si la congregación de jefes decidía derrocar a Kvichak, no sabía lo que eso significaría para el resto de la familia. Ella podría salvarse de su rencor junto con Kya y Katara, pero Hakoda y Sokka podrían compartir el destino del emperador, a menos que Hakoda derrotara a su vez a Kuskok. Xai Bau, el Maestro Fuego, mantuvo la calma mientras todos los demás se levantaban y miraba directamente a Kanna. Algo en su expresión la inquietó y apartó la mirada.

—Además —continuó Kvichak, hablando por encima del estruendo—. Que se diga que también hago mi parte para sacrificar tanto como la gente de nuestras grandes tribus. A los espíritus, les extiendo una ofrenda de mi propia sangre. A los espíritus, les ofrezco a mi nieta, Katara. Acepten mi sacrificio personal y recompensen con misericordia durante el invierno. En el Festival de los Espíritus de los Glaciares de mañana, cuando nos reunamos con nuestros hermanos y hermanas del Norte, el Jefe Kuskok y la niña se enfrentarán a su destino.

Kanna y Kya se pusieron de pie y se miraron estupefactas y horrorizadas, sin que Kvichak lo notara, mientras se pavoneaba bajo los rugidos de sus jefes. Con esa declaración, Kvichak había eliminado simultáneamente a un rival y demostró su fuerza al ofrecer un sacrificio personal, manejando hábilmente las acusaciones de Kuskok. Esperaba que Hakoda dijera algo, cualquier cosa, para desafiar a su padre, pero apartó la mirada con la mandíbula apretada.

Solo Kya tuvo el valor para decir algo, con lágrimas en el rostro.

—¡No! ¡No puedo aceptar esto!

—Cállate —le ordenó Kvichak—. Ahórranos tu histeria.

Kya viró la vista hacia su marido.

—¡Hakoda! ¿Cómo puedes permitir esto?

La voz de Hakoda salió baja y apesadumbrada.

—No puedo negar la voluntad de mi padre. Es nuestro emperador.


Más tarde esa noche, Hakoda se marchó del palacio. Kanna hizo todo lo que pudo para consolar a Kya, le dijo que hablaría con Kvichak y le instaría a reconsiderar su decisión. Kya no lloró después de su arrebato inicial y en cambio se fue a sus habitaciones con calma grácil y Kanna decidió hacer lo mismo. En la privacidad de sus propios aposentos, Kanna haría que su marido entrara en razón.

Kvichak se subió a las pieles de dormir con un gemido bajo mientras Kanna se sentaba frente a su espejo, desabrochó su collar de compromiso y lo colocó sobre su mesita. Él lo había hecho para ella, hacía ya muchos años, antes de que se conocieran, cuando sus padres arreglaron su matrimonio, cuando ella aún vivía en el norte y amaba a otro hombre. Kvichak, un hombre leal al deber, nunca la amó. No como Pakku.

Las lanzas ceremoniales, tomadas de los enemigos derrotados, surcaban las paredes heladas. En el lado opuesto colgaba una espada, que en su día había pertenecido a un general de Ba Sing Se, su vaina ornamentada había ennegrecido por el hollín del fuego del hogar hace tiempo. Un tapiz tejido, hecho por la propia madre de Kvichak, hace años y años. Un altar al espíritu Seiryu, hecho con la escama azul brillante de una gran serpiente. Muchas cosas cubrían las paredes del dormitorio que compartían Kanna y Kvichak, pero ninguna reflejaba nada de la vida que llevaban juntos. Si no fuera por el tigre foca disecada, que representa al clan al que Kanna había pertenecido antes de casarse con él, nunca se habría sabido que ella también habitaba aquí.

Después de ponerse la ropa de cama y dejarse el pelo suelto, se unió a él en las pieles sobre las que dormían, pero se sentó en lugar de recostarse a su lado.

—Kvichak —dijo. Echó un vistazo a su sombra distorsionada que bailaba en la pared redondeada, proyectada por el parpadeante fuego de la chimenea en el centro de la habitación—. ¿No hay otra solución?

Él ni siquiera se molestó en abrir los ojos, en mirarla mientras sentenciaba a su nieta.

—Por supuesto que no. Vete a dormir.

—¿Puedes dormir en paz después de hacer semejante declaración?

—Mi corazón no es tan blando como el tuyo.

—Eso está claro. Tu corazón no es blando en lo absoluto. Hay hielo en donde debería estar un corazón.

Él abrió los ojos y la miró con algo parecido a incredulidad. Los dos casi nunca se hablaban en privado, y nunca de esta forma.

—Un líder está destinado a tener un corazón de hielo para tomar decisiones difíciles.

Ella le frunció el ceño.

—¿Qué sabes tú del destino? Tú, que tuviste todo a tu disposición desde el día en que naciste, libre para hacer de tu camino lo que quieras, para ser fuerte, justo y bondadoso. Pero en cambio has sido débil y has hundido a todo el mundo contigo para parecer fuerte. —Sintió que el peso que siempre llevaba sobre la espalda disminuía mientras hablaba, los años de sentimientos reprimidos por fin saliendo a flote—. ¿Decisiones difíciles? La idea de sacrificar a Katara te resultó fácil.

Él se incorporó sobre los codos, con el rostro enrojecido de ira.

—¡Kanna! ¿Qué te hace pensar que tú...?

Ella lo interrumpió con un solo gesto, aplastándolo contra las pieles de nuevo.

Kvichak farfulló.

—¿Qué significa esto? ¡¿Puedes hacer Sangre Control?!

—Y nunca pudiste averiguarlo —dijo, flexionando los dedos. Ahora, su voz salió baja, firme y peligrosa; nunca había esperado que usar Sangre Control en él fuera a sentirse tan bien. Después de todos los años de entrenamiento con Hama, esta era la primera vez que lo usaba con otra persona—. Ni siquiera con todo el poder de la luna llena en tus venas. Y me tomó hasta esta noche darme cuenta de que siempre he sido más fuerte que tú.

Luchó en vano para liberarse de su agarre, el color desapareció de su rostro.

—¡Me... soltarás... mujer!

Kanna podría haberle obligado a cerrar la mandíbula para evitar que gritara o pidiera ayuda. Pero sabía que su orgullo le impediría hacerlo de todos modos, sabía que nunca se arriesgaría a ser visto a merced de una mujer.

—He prometido proteger a mis nietos —dijo—. Nunca has amado a ningún miembro de esta familia. Y no dejaré que lleves a toda nuestra tribu a la ruina.

—Amo a mi tribu —se atragantó—. Amo a los espíritus.

—Bueno... ambos te han abandonado.

Sus ojos se movían de un lado a otro mientras gemía con los dientes apretados, todo su cuerpo temblaba. Ella sostuvo su mano sobre él y lentamente la apretó en un puño y él gimió, sus ojos parecían estar a punto de salirse de su cráneo. Ella no sintió nada mientras lo hacía retorcerse. No sentía satisfacción ni triunfo, solo la certeza de que este era su deber. Por un absurdo instante, sintió una sensación de gratitud hacia el espíritu Sedna antes de que esa emoción también se esfumara. La sangre bombeaba por el cuerpo de su marido, con furia y desesperación, su latido era para ella como cualquier corriente. Su corazón convulsionó en su agarre y cuando su puño se apretó todo su cuerpo sufrió un espasmo por última vez y dejó escapar un suspiro. La vida se le escapó con ese aliento final.

La mano de Kanna cayó a su costado mientras miraba a un par de ojos exánimes que reflejaban la luz del fuego. Al no sentir el poder que había ejercido sobre él, la gravedad de lo que había hecho comenzó a asentarse. Incluso con claridad en su mente, libre de la tentadora influencia de la Sangre Control, de lo seductora que resultaba... sabía que no se arrepentía de haberlo asesinado.

No sabía si llevaba horas o minutos sentada sobre la pila de pieles contemplando el cadáver de Kvichak, pero en un momento de la noche Hakoda entró en su habitación, tenso y armado y listo para entrar en acción. Sabía que las consecuencias de sus actos llegarían, pero había esperado que fuera tan pronto. Para la mujer que cometiese un asesinato, el castigo era severo. Particularmente si se trataba de la muerte de un familiar. Los jefes de los clanes se enfrentaban en Sedna'a todo el tiempo, la mayoría de las veces a muerte, pero que el vencedor reclamara su supremacía sobre otro clan, se consideraba la forma honorable de resolver una disputa.

Tales leyes no se aplicaban a un emperador. Nadie podía declarar Sedna'a a un emperador, solo al revés.

—Padre, madre —dijo, anunciando su presencia rápidamente—. Kya y los niños se han ido.

Al oír sus palabras, soltó un jadeo y se llevó una mano al pecho.

—¿Alguna señal de lucha?

—No —dijo, y ambos supieron, sin tener que decirlo, que ella se los había llevado y había huido con ellos ante la proclamación de Kvichak. Hakoda posó la mirada en su padre, entrecerró los ojos y luego miró a Kanna con una pregunta tácita.

—Un ataque al corazón —dijo, en tono genuinamente sombrío—. Déjame acompañarte para ayudarte a encontrarlos.

Hakoda no se movió de la sombra de la puerta y desde allí ella no pudo detectar una pizca de emoción en su rostro.

—Quédate aquí —dijo. De forma lacónica y sin emoción, sin una pizca de sorpresa, como si supiera lo que ella había hecho y por qué. Probablemente lo sabía; se preguntó si su crimen era evidente en su rostro—. Yo los encontraré. Tú ocúpate de... esto. —Señaló con una mano hacia la habitación. Hacia su padre.

Después de que él partiera, ella se puso la parka, los guantes y las botas y se salió a la ciudad. Tenía una idea de adónde podría haber ido Kya.


La nieve que caía oscurecía las huellas que huían del palacio, pero Kanna no las necesitaba para guiarse. Más adelante vio la luz de las antorchas mientras un grupo de búsqueda descendía a la ciudad, pero la anciana decidió evitar Aniak'to y construyó una rampa de hielo que llevaba desde los terrenos del palacio hasta las murallas circundantes y luego usó el agua de la rampa para deslizarse por los límites de la ciudad. Con este clima, nadie la vería, aunque miraran en su dirección. Los pensamientos de nieve crecían en la ladera del palacio, pero Kanna los enterró en su prisa.

Una ventisca se agitó y percibió el llamado de la luna llena, invisible pero sentida. En condiciones como estas, un Maestro Agua se encontraba en su punto más fuerte.

Sabía que Kya no era tan tonta como para salir a la tundra más allá de las murallas de la ciudad, a la brumosa oscuridad y una muerte segura. En cambio, Kanna se dirigió al lago Frostmirror en la frontera sur de la ciudad. Estaba congelado y cubierto con un manto de nieve, cualquiera que no estuviera familiarizado con el terreno del Polo Sur pensaría que era una brecha atractiva en la muralla defensiva de la ciudad, un campo abierto que invitaba a ser atravesado. Pero en la nieve se escondía una traición.

Dejó de lado el lago y se dirigió al grupo expuesto de tiendas de campaña, cabañas e iglúes diminutos, una aldea en sí misma. El hogar de los que rompían los tabúes, aquellos a los que Kya brindaba su bondad. Desde aquí, al otro lado del lago, podía ver la mayor parte de la ciudad iluminada por el brillo tenue de los reflectores. El grupo de búsqueda llegaría pronto, pero Kanna tenía que encontrar a Kya antes que ellos.

Kanna estaba a punto de revisar la primera tienda cuando escuchó un grito distante traído por el viento. Siguió el sonido hasta un iglú y encontró a Kya, Sokka y Katara frente a un hombre con un yelmo de búfalo yak y se apresuró a ir a su lado.

—¡Estoy tratando de salvarlos, niños! —gritó el hombre por encima del viento. Con un sobresalto, Kanna reconoció a Bato y se preguntó por qué había tomado parte en la búsqueda... a menos que planeara secuestrar a los niños él mismo, como su clan había intentado antes.

Sokka lanzó su boomerang sin éxito.

—¡Deja a nuestra mamá en paz!

—¡Eres un hombre malo! —gritó Katara, lanzándole una ola de nieve. Sokka copió su movimiento y su nieve apenas le llegó a Bato a las rodillas. El guerrero barrió sus ataques con un gesto y se movió para agarrar a Kya, pero Kanna se deslizó hacia él y le bloqueó el paso.

—Déjanos —dijo Kanna, mirándolo fijamente—. Puedo manejar las cosas desde aquí.

Como no podía desobedecer una orden directa de la reina, Bato se burló, puso los ojos en blanco y se dio la vuelta.

—Voy a ir a buscar a Hakoda —dijo, y se marchó.

—¡Gran-Gran! —exclamó Katara, radiante. Kanna les sonrió a todos, pero no pudo evitar notar que los niños temblaban y tenían la nariz rosada.

—Tenemos que ir a casa —dijo Kanna, mirando a Kya—. Todos.

Kya negó con la cabeza.

—Madre, no podemos. No es seguro para ellos. Tengo una amiga que vive aquí, Nini...

—Tú y los niños no pueden ser vistos en la casa de una rompedora de tabúes —dijo Kanna, frunciendo el ceño. Le alarmaba que Kya considerara a una rompedora de tabúes como una amiga; que conociera y llamara a la mujer por su nombre. No se hablaba de los rompedores de tabúes como individuos, eran como fantasmas, innombrables y nunca se les dirigía la palabra directamente. Incluso mirarlos era un riesgo. Su existencia solo se reconocía si sobrevivían al siguiente invierno siguiente. Si murieran, simplemente serían olvidados—. Lo sabes bien. Además, ya no tienes que preocuparte.

—¡No me importan los tabúes! —La voz de Kya salió dura y afligida, haciéndose oír sobre el rugido del viento—. Solo quiero mantener a mis hijos a salvo. Tenemos que sacarlos del frío.

Katara se tambaleó sobre sus pies y tropezó, pero Kya la atrapó.

—Mamá…

Con una mirada hacia Kanna, que dolió más de lo que podía describir, Kya levantó a su hija y se adentró en el iglú más cercano. Suspirando, y sin querer nada más que sacarlos de la ventisca, Kanna condujo a Sokka al interior. Su preocupación por la seguridad de todos venció a su temor por las supersticiones.

En lugar de un enorme hogar, este iglú tenía una pequeña fogata atendida por una mujer de aspecto desaliñado con una parka de retazos que, Kanna supuso que, era Nini. Con el iglú desprovisto de cualquier decoración y equipado con solo simples herramientas que la mujer había hecho por sí misma, Kya le quitó la parka mojada a Katara y luego la suya para abrazarla y calentarla con el calor de su cuerpo. Sokka se sentó frente al fuego y se quedó dormido en minutos mientras Kanna observaba los dos niños, temiendo que se congelaran o llegaran a la hipotermia. En el hogar de la rompedora de tabúes solo había una fina manta de piel que Kanna colocó alrededor de Kya y Katara, no había medicinas, y solo contaba con un mojón que contenía un patético suministro de carne seca. Nini había ofrecido todo lo que tenía a Kya y a los niños, y Kanna se preguntó qué había hecho la mujer terminar viviendo este tipo de vida, condenada a morir en la oscuridad en el invierno.

—Pienso pedir la ayuda de los clanes del norte mañana, cuando lleguen —dijo Kya, acariciando distraídamente a Katara en la mejilla—. Ellos protegerán a su princesa.

Kanna había terminado de decidir que los niños se encontraban bien, simplemente estaban agotados por el viaje y estuvo a punto de contarle a Kya sobre Kvichak cuando escucharon gritos afuera y el propio Hakoda entró en el pequeño iglú. Bato entró justo detrás de él y entonces se sintió abarrotado. Ambos hombres evitaron mirar a Nini.

—Bato, lleva a los niños de regreso al palacio. Mantenlos a salvo —dijo. Kya se levantó para protestar pero él habló por ella—. Déjanos. —Kanna sabía que el orden era para la rompedora de tabúes, aunque no la miró. Hakoda tuvo que ponerse de rodillas puesto que el iglú era demasiado bajo para que cualquiera de ellos se mantuviera erguido.

Nini salió corriendo de su propio iglú, pero Kya le bloqueó el paso a Bato con su cuerpo.

—¡No!

—Apártate —dijo Hakoda, con un tono más gélido que cualquier cosa que la ventisca pudiera arrojarles—. Los niños estarán a salvo allí.

Ella le entrecerró los ojos.

—¿Cómo podemos estar seguros?

Kanna desvió la mirada y no dijo nada.

—Kvichak está muerto —dijo Hakoda.

Kya bajó el brazo con el que estaba cubriendo a Sokka, aturdida, y Bato tomó al niño dormido en brazos y se lo pasó a otro soldado afuera. Sokka se removió y murmuró algo, trató de alcanzar a Kya, pero el cansancio se apoderó de él. Tampoco se resistió cuando él tomó a Katara y salió del iglú; el peso de los acontecimientos de la noche la alcanzaron de golpe la sumieron en una especie de estupor.

Cuando solo quedaron los tres en el iglú, Kya miró a Hakoda con lágrimas de rabia en los ojos.

—Bato estuvo aquí —dijo—. Has estado aliado con el Clan Búfalo Yak todo este tiempo, ¿no es así? Los secuestros fueron obra tuya.

Kanna cayó en la cuenta y se quedó sin aliento.

—Querías que los descubrieran —le dijo a Hakoda—. Para que tu padre desafiara a Kuskok a un Sedna'a y perdiera, y entonces tú podrías convertirte en gobernante.

La voz de Kya salió baja y temblando en un esfuerzo por contener las lágrimas.

—Pero cuando declaró que Katara sería sacrificada, lo mataste. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque Hakoda no lo mató —dijo Kanna, mirando fijamente a la hoguera menguante—. Yo lo hice. Debería haberme dado cuenta de que podrías intentar algo. Lo siento mucho, mucho.

—Así que secuestraste a mi heredero y lo llevaste con los rompedores de tabúes —dijo Hakoda con voz fría y profunda—. La Madre Luna es una figura demasiado respetada para ser acusada de asesinato. —Kanna tardó un momento en darse cuenta de que hablaba de ella; ese título le pertenecería solo cuando Hakoda se convirtiera en emperador, cosa que suponía era verdad ahora—. Y si se llega a saber que mi querida madre facilitó el camino para mi ascensión, pondría en duda mi propia fuerza como gobernante, incluso más que la de mi padre. Pero si asumo abiertamente la culpa, creerán que he traicionado a la familia.

Kanna se tapó la boca con las manos y jadeó, mientras el rostro de Kya permanecía impasible, una sola lágrima rodó por su mejilla. Los tres habían cometido traición esa noche, pero Hakoda pretendía que solo uno asumiera la culpa.

—Habrá rumores —dijo Kya—. Rumores de que simplemente te hiciste con el poder, incluso si no los confirmas abiertamente.

Hakoda se cruzó de brazos.

—Que sean solo eso, rumores. Tengo el apoyo de la mayoría de los jefes, a pesar de todos. Mañana, cuando lleguen los hombres del norte, el Gran Jefe Arnook me reconocerá como Emperador. Pero en cuanto a ti... tu amor por los rompedores de tabúes es bien conocido y ellos a su vez te aman. Y pronto los jefes sabrán que huiste para suplicar su ayuda en tu intento de secuestrar a mi hijo después de envenenar al emperador.

Sus palabras dejaron a Kanna en silencio. Quería gritarle a su hijo, quería cargar con la culpa que era legítimamente suya, quería maldecir y denunciar las tradiciones de la tribu que los habían traído hasta aquí. Pero años de agachar la cabeza y soportarlo, años de inacción salpicados de pequeños actos de rebeldía para fortalecer su Agua Control y un solo momento de verdadera libertad, habían pasado factura, por lo que no dijo nada. No hizo nada.

—Te declaro rompedora de tabúes —le dijo a Kya—. Y te destierro al desierto helado, para que nunca vuelvas con tus hijos. —Hakoda se puso de pie e hizo un gesto a Kanna para que lo siguiera—. Andando, Madre

Hakoda no miró atrás; después de todo, Kya ya no existía, los secretos que guardaba morirían con ella incluso si los gritara con todas su fuerza. Al salir del iglú, Kanna miró a Kya por última vez, sabiendo que no debía, pero sin importarle. Kya fue tras ellos hasta donde pudo y luego partió hacia la tundra, como un espíritu en la ventisca pasando sobre un anillo de pensamientos de nieve. Se fue sin mirar a Kanna, a su traición y sus errores.

Kanna inclinó la cabeza contra el viento, con lágrimas calientes recorriéndole el rostro.


Durante todo el Festival de los Espíritus de los Glaciares hasta su final en el solsticio de invierno, Hakoda solo mencionó una vez a la rompedora de tabúes que envenenó al emperador con cobardía y deshonor. Sokka y Katara preguntaron por su madre durante días hasta que Hakoda les prohibió volver a hablar de ella. Incluso los otros jefes parecieron olvidar que Kya había existido.

El nuevo emperador tenía una perspectiva diferente sobre las otras naciones y pronto trajo una gran cantidad de consejeros, dignatarios y comerciantes del Reino Tierra y de la Nación del Fuego. Una fría mañana, sentada sola en el Cielo de Invierno, mucho después de que un comerciante de especias de Gaipan se hubiera ido, se encontró en compañía de Xai Bau, el Maestro Fuego, cuando él se sentó a su lado.

—Siempre me pregunté por qué elegiste vivir aquí en Aniak'to —le dijo. A ella no le importaba ser educada—. Por qué te volviste contra tu propia gente. Pareces un hombre orgulloso.

—Tengo mi orgullo —dijo—. Pero no lo veo como una traición a mi gente. Creo en un mundo sin fronteras. Un mundo sin naciones. Y creo en la misión de su nación de hacer que las otras naciones compartan sus recursos. Es un paso hacia mis propias creencias.

Su respuesta fue brusca.

—Nadie está compartiendo.

—Me gusta pensar que algún día podrían hacerlo —admitió. Extendió la mano e hizo girar una ficha de madera entre sus dedos, una pieza del loto blanco, botó Kanna—. Una vez jugamos un juego de Pai Sho juntos, ¿recuerdas? ¿Podrías complacerme con otra partida? Esperaba poder mostrarte una nueva táctica.

 

 

Notes:

Notas originales del autor:

Una nota rápida sobre el árbol genealógico del Clan del Lobo. En la serie, los creadores admitieron haber hecho mal las cuentas porque debería haber habido una generación extra entre Sozin y Azulon, así que añadí una entre Aniak y Kvichak. Su nombre es Kanektok. No es importante. Aniak, Kanektok, Kvichak y Hakoda son los únicos hijos de sus padres. Pero sí, "Seiryu" nunca encajó en las convenciones de nomenclatura de la Tribu del Agua, así que después de mi paréntesis deseché la idea de que ese era el verdadero nombre del primer emperador y se me ocurrió este y ahora creo que encaja mejor.

Además, Yue se volvió otra pupila de la familia algún tiempo después de esto, cuando Hakoda se convirtió en emperador. No me olvidé de incluirla.

Como ya mencioné en "El templo del aire del oeste", Sedna (de Sedna'a, o "Sedna Kai") es una diosa del mar y de los mamíferos marinos en la mitología inuit. He cambiado un poco las cosas para adaptarlas al mundo de Avatar (y ya tenemos un espíritu del océano), pero el pequeño detalle de que pierde los dedos forma parte de su mitología,

Chapter 44: Ozai

Chapter Text

Libro 3: Agua

Capítulo 1: Ozai

 

Fiel a su palabra, Gyatso vino a visitar a Aang en el Templo Aire del Oeste.

Las monjas permitieron que Aang tomara un descanso de su entrenamiento para disfrutar del día con su antiguo mentor. Gyatso había querido enseñarle a Aang un campo de flores que le gustaba, especialmente en esta época del año en la Nación del Fuego, y aunque al principio había previsto pasar el día solo con él y su bisonte, Aang había insistido en llevar a Sangmu. Estaba seguro de que su nueva amiga y su mentor se llevarían muy bien. Gyatso, por supuesto, estaba encantado de tener más compañía.

Los tres Maestros Aire, en tres bisontes distintos, partieron de la Nación del Fuego con gran entusiasmo, yendo más rápido cada vez que el viento soplaba con fuerza y la reduciendo la velocidad hasta dejarse llevar a través del cielo cuando cambiaba a una brisa suave. Gyatso sorprendió a Aang mirando a Sangmu en más de una ocasión y lo fastidió sin piedad por ello Cuando aterrizaron entre un campo de lirios de fuego alrededor de una montaña, Sangmu saltó de su bisonte, Minmin, y hecho a girar en círculos entre ellos, riendo.

Aang suspiró soñadoramente mientras desmontaba y Gyatso se tomó un momento para codear al niño y empujarlo hacia adelante.

Ve y dile algo, Aang. Hazle un cumplido.

Aang jugueteó con sus dedos.

¿Qué debería decir?

Bueno, ¿qué es lo que sientes?

Su pelo es como... no sé, un pincel negro, como la tinta. Y sus ojos, bueno... sus ojos son muy bonitos. Sonrió cuando ella se arrodilló entre los lirios de fuego y cogía uno para ponérselo en el pelo. No había chicas en el Templo Aire del Sur, así que no sabía muy bien cómo hacer esto.

Gyatso se llevó una mano a la cabeza y suspiró.

—¿Un pincel? Oh, vaya. Eres bueno para muchas cosas, pero me temo que la poesía no es una de ellas.

Sangmu corrió hacia ellos con los brazos extendidos como si todavía estuviera montando el viento.

¡Qué isla tan maravillosa! ¡Gracias por mostrárnosla, el hermano Gyatso!

Me alegro de que te esté gustando —dijo Gyatso, sereno y sonriente. Se alisó la túnica. Ahora, debo admitir mi verdadera razón para querer venir aquí hoy: se rumorea que hay una manada salvaje de dragones alce en esta isla.

Aang levantó un puño en el aire.

¡Vamos a buscarlos!

Asegúrate de que montarlos sobre el campo de flores dijo Sangmu, con voz severa. ¡No quiero ver como pisotean estos lirios!

El suelo retumbó y el bisonte gruñó. Aang vio formas moviéndose en la línea de árboles, el sonido de los resonando se acercaba a ellos.

Creo que he encontrado la manada! exclamó, alzando la voz.

Gyatso barrió su brazo y señaló a los bisontes, percibiendo el peligro, donde Aang diversión sierra.

¡Rápido, al cielo!

Los niños hicieron lo que se les dijo justo antes de que la manada dragones alce arrasara los campos. Desde lo alto, pudieron ver el humo negro que salía del pueblo a la distancia.

Gyatso, ¿qué está pasando? preguntó Aang, con sus latidos acelerándose. Esa manada había pasado un poco demasiado cerca para su gusto.

La mirada de Gyatso se oscureció y su voz adquirió un tono grave que Aang nunca antes había escuchado de su mentor y le dio escalofríos.

Los señores de la guerra locales están luchando por sus territorios. Uno de ellos ha sido expulsado hacia el sur, a las tierras de Sozin. Apartó la vista del del pueblo y se volvió hacia Aang y Sangmu. Su líder ha envejecido bastante y lo deben considerar débil para gobernar. Tenemos que volver al templo.

Ninguno de los dos cuestionado sus órdenes, pero mientras volaban de regreso al oeste, Aang no podía evitar echarse la culpa. Como el Avatar, era su responsabilidad poner fin a esto y tenía que aceptar su deber de una vez por todas.


Aang y Mai pasaron las siguientes tres semanas en Ba Sing Se para ayudar en los trabajos de recuperación. Era una tarea agotadora y extenuante, que empeoró por la falta de progresos reales o rescates significativos. Los Maestros Tierra reestructuraron, repararon y reconstruyeron cuantas casas y calles pudieron, pero la llegada de la Biblioteca Espiritual había complicado las cosas y hecho los suelos inestables. Todo lo que estaba por encima y alrededor de la biblioteca había sido seccionado, lo que incluía todo el sector suroeste del Sector Medio e incluso partes del Sector Bajo.

Había habido muchos heridos y muchos muertos, tanto de las tropas del Reino Tierra como de los guerreros de la Tribu Agua. Aparte de Mai, todos los Guerreros Roku que lucharon en la ciudad habían caído en la batalla. Aang presentó sus respetos a cada uno de ellos en persona, permaneciendo junto a Mai en silencio para honrarlos. Entendía el dolor de Mai. Lo compartía. Y lo enterró en su interior, al igual que ella. Les habían preparado una pira funeraria tradicional de la Nación del Fuego, una ceremonia para recordar sus nombres y sus sacrificios. Aang se odiaba por no haberse molestado en aprender sus nombres antes.

Pero, en su mayoría, no encontraron ningún cuerpo. Todos los que habían quedado sepultados en el derrumbe parecían haber desaparecido para siempre, tragados en el vacío de los túneles subterráneos que ahora ocupaba la biblioteca. Desaparecidos, como Toph y Yue.

La culpa lo obligaba a seguir adelante. No sabía qué podía haberle pasado a Toph. Pensaba en ella cada vez que hundía los dedos en el suelo, con cada trozo de escombro que levantaba. No sabía si podía ser salvada o si seguía viva sin su rostro. Pero tenía que hacer algo, tenía que intentarlo. Trabajar durante tres semanas seguidas adormeció su mente lo suficiente como para permitirle centrarse en sus objetivos inmediatos en lugar de agobiarse con cada error que cometía, con todo lo que se había salido de control. Su decisión de permanecer en este mundo había condenado a mucha gente, pero se decía a sí mismo que, a la larga, sería mejor para todos.

Antes de dejar la ciudad, tenía que hacer su parte para ayudar. Aparecer ante las masas. Consolarse con la idea de que estaba trabajando para salvar vidas y reconstruir. Trabajó con Wu y con el Cristal Rastrero para estabilizar la situación todo lo posible, y aunque Kuei se reveló públicamente, aún no retomó su trono. Cuando el Consejo de los Cinco volvió a intentar arrestar a Wu, Aang se enteró de que Bumi les había humillado profundamente y eso fue todo. No volvieron a intentarlo y Aang nunca se enteró los detalles de lo sucedido.

A petición de Aang, Bumi también había tomado a Sokka y Katara bajo su protección en el lago Laogai. Aang sabía que ambos tendrían que responder por lo que habían hecho, y la gente de Ba Sing Se no sufriría al ver a Sokka en pie y asistiendo em las labores de auxilio. Así que los escondieron, a Katara bajo cuidadosa vigilancia y con esposas, y finalmente los sacaron de la ciudad. Aang sabía que estaba mal, que su deseo egoísta de evitar que se enfrentaran a un castigo apropiado se debía a su anterior amistad con ellos. Pero no se atrevió a dejarlos a su suerte y lo racionalizó diciéndose a sí mismo que necesitaba a Sokka para ser su maestro de Agua Control y que Katara era demasiado peligrosa para dejarla sola. Zuko y Azula los llevaron a Bahía Camaleón una semana antes para ayudar a las tropas de su padre a mantener la zona segura, así que Aang y Mai planeaban reunirse con ellos allí.

Finalmente tendría que enfrentarse a Ozai en este mundo.


Eventualmente, Aang tuvo que continuar su viaje. Dejando la ciudad en las hábiles manos de Bumi y Kuei, partió hacia la Bahía Camaleón con Mai y Appa.

El campamento de la Nación del Fuego había sido dispuesto en filas ordenadas de tiendas de tela encerradas en un anillo de antorchas con una hoguera ardiente en el centro. Las aberturas de las tiendas estaban revestidas de negro, rojo y dorado, como si fueran serpentinas, y su grandeza marcial daba una sensación de permanencia de la que carecían otros campamentos de guerra. Los guardias estaban situados en el perímetro del campamento y llevaban las primeras versiones de la armadura acorazada de la Nación del Fuego que Aang conocía de su mundo: una gorguera alargada con hombros puntiagudos y capas de cuero y escamas de hierro que cubrían el resto del cuerpo. Se inclinaron en señal de reverencia ante Aang en cuanto reconocieron sus flechas y a su bisonte, Aang se limitó a devolverle el saludo con la cabeza, con los ojos fijos en la tienda más grande del centro del campamento. La tienda de la administración, supuso, para las reuniones de guerra.

Ozai estaría dentro. Dudó frente a la puerta de la tienda, con el sudor en la frente a pesar de la brisa marina que llegaba de la bahía.

Mai le puso una mano en el hombro y él la miró, interrogante.

—Vamos —dijo ella—. Es probable que Zuko y Azula también estén allí. Tal vez incluso tu amigo Sokka. Y yo estoy contigo. —Era lo máximo que le había dicho en días.

Aang le dedicó una sonrisa sombría y, sintiéndose animado, respiró hondo y se preparó para abrir la solapa de la tienda cuando unos brazos lo sujetaron por detrás y un grito estridente le perforó los oídos.

—¡Aang! —Momo soltó un chillido, tan alarmado como él.

Aang estuvo a punto de atacar a la persona como acto reflejo, pero se agarró a sus brazos cuando reconoció la voz.

—¿Ty Lee?

Ella lo soltó y él se giró para mirarla, boquiabierto. Tenía el mismo aspecto de siempre, todo rosa y trenzas y sonrisas.

—¡Por fin has llegado! Me alegro mucho de verte.

Él le devolvió la sonrisa: ella era un símbolo de algo que había hecho bien, representaba que podía cambiar las cosas esta vez. Nunca creyó que se alegraría tanto de verla y entonces sintió una punzada en el corazón al recordar que Yue había desaparecido junto con Toph.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras Momo se alejaba volando a la parte superior de la tienda.

—Bueno, después de asegurarme de que la Ciudad Dorada volviese a estar de pie, decidí dirigirme al Reino Tierra y ayudar en la guerra de aquí. No quiero ser una princesa que se queda cruzada de brazos, ¿sabes? Quiero decir, no hay nada malo en eso, obviamente, pero no es realmente lo mío. ¡Pero nos escabullimos del bloqueo de la Armada del Agua y llegamos aquí hace un par de semanas! Y Ozai resultó ser el padre de Zuko y Azula y luego ellos aparecieron. Increíble, ¿verdad?

Aang estaba a punto de decir algo, pero ella continuó.

—Pero entonces llegamos aquí y descubrimos que Jie Duan había caído —dijo pasando su trenza por encima del hombro y tirando de ella mientras se mordía el labio—. Así que en un par de días nos prepararemos para volver y luchar allí. ¡Pero me alegro de haberte visto!

Ella le agarró las manos y volvió a sonreír y él no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Yo también —dijo—. De verdad.

Mai puso una mano en la cadera y levantó una ceja.

—Así que tú eres Ty Lee. —Fue una afirmación que de repente puso a Aang muy nervioso y a la vez le intrigaba ver cómo sería el primer encuentro entre ambas, sobre todo teniendo en cuenta lo que Mai sabía de su amistad en el mundo de donde venía.

Ty Lee se alejó un paso de Aang y se llevó las manos a la espalda como si se sintiera intimidada.

—Eh, ¡hola! Vaya, tu aura es muy, muy gris. En realidad, Aang, la tuya también lo es, ahora que lo pienso...

—Ty Lee, ella es Mai —dijo Aang, interrumpiéndola antes de que pudiera salirse por la tangente. Se sentía extraño presentarle la una a la otra.

Los ojos de la acróbata se iluminaron.

—¡Oh! ¡Eres la nueva novia de Zuko!

Mai dio una respuesta escueta.

—¿Es así como me describió?

Ty Lee hizo un alarde de examinarla detenidamente por todos lados ante la creciente agitación de Mai.

—De acuerdo, pasas.

—¿Pasar qué?

Zuko, Azula y Sokka se acercaron por detrás de Ty Lee después de que ésta emitiera su juicio sobre Mai. Los tres parecían claramente molestos, pero Aang sintió que el aire entraba en sus pulmones al verlos juntos, unidos aunque fuera a costa de Ty Lee.

—Ahí estás, Ty Lee —dijo Azula, frunciendo el ceño—. Has insultado a uno de los lugartenientes de mi padre. Te está buscando.

Se giró para mirarlos.

—¿Yo? ¿Cómo?

—Dijiste que su tocado era “bonito”.

—¡Bueno, lo era! Tenía un pequeño diseño de una llama arremolinada que parecía una cara...

—Ve a disculparte.

Ty Lee gimió.

—Ugh. Ok, nos vemos luego, Aang y Mai. Zuko, apruebo a tu nueva novia. Ella es en verdad algo especial. —Regresó hacia las otras tiendas después de despedirse con la mano, tomando su orden como si Azula fuera la princesa en lugar de ella.

Zuko se rascó la nuca, sonrojado.

—Sí, gracias. Eh, hola, chicos.

Momo saltó de la tienda a la cabeza de Zuko, donde Sabi se había enroscado en su cuello para dormir y se despertó ante la llegada del otro lémur, parpadeando perezosamente.

—Me alegra ver que las cosas van bien aquí —dijo Aang. Se sentía casi extraño volver a verlos. Sólo habían pasado tres semanas, pero le parecía mucho más tiempo, y una parte de él quería abrazarlos, pero lo pensó mejor ya que Sokka estaba allí.

—Están todo lo bien que pueden estar —dijo Azula, poniendo una mano en su cadera. Lo escudriñó como si buscara algo malo que hubiera hecho durante el tiempo que estuvieron separados, pero su rostro se suavizó—. ¿Y tú?, ¿estás bien?

—¿Eh? Por supuesto —dijo él, incapaz de echar un vistazo a la tienda de Ozai. Todavía estaban de pie frente a ella.

—No está ahí —dijo Zuko, adivinando su malestar—. Salió a patrullar. Volverá más tarde.

Aang suspiró aliviado.

—Bueno —dijo Sokka, tomando la palabra y dándose la vuelta—. Voy a ir a ver cómo está Katara en la tienda de los prisioneros antes de que su reencuentro se vuelva demasiado cursi. Los veo más tarde.

Aang lo vio irse, frunciendo el ceño.

—¿Cómo está...?

—A los soldados no les gusta ni él ni Katara —dijo Azula, cruzando los brazos—. Pero se ha hecho útil y se mantiene respetuoso con mi padre. Lo toleran. Jet y sus lacayos también están por aquí, y sinceramente me sorprende que aún no lo liquidado en medio de la noche.

Zuko extendió el brazo para que Momo se posara en él y le rascó bajo el mentón.

—Aunque casi siempre se mantiene al margen. Hemos entrenado juntos con la espada, pero aparte de eso ha estado bastante callado. Sólo nos ayuda porque ve el panorama completo de todo esto. No creo que realmente... le gustemos, ni nada parecido. —Se encogió de hombros.

Aang abrió la boca pero Azula lo interrumpió.

—Y antes de que preguntes, Katara ha estado bien. Intentó escapar una vez. Ahora tiene las manos y los pies encadenados. Eres un tonto por mantenerla aquí. Debería haberse quedado en el lago Laogai.

—Lo sé —dijo Aang—. Por eso estoy pensando en dejarla ir.

Zuko frunció el ceño y Azula se burló de él, pero Mai puso sus manos en las mangas y habló.

—Sé que te preocupa dejarla en Ba Sing Se, incluso con Bumi allí. Pero si la dejas ir, las Tribus Agua sabrán que Sokka se volvió contra ellos. Y perderemos nuestra oportunidad de usar su nueva lealtad como ventaja sorpresa.

Los hombros de Aang se desplomaron.

—Lo sé. Pero tampoco podemos dejarla aquí o llevarla al Polo Sur. Ella nos retrasaría o directamente se interpondría en nuestro camino. Si la dejamos ir, no me preocupa que sea una amenaza directa para nosotros o algo así. Estaría por su cuenta. Suki y ese Maestro Arena, Ghashiun siguen desaparecidos, así que probablemente se iría a casa. Antes de que ustedes dejaran la ciudad, Sokka dijo que serían deshonrados por su fracaso en tomar Ba Sing Se. A Katara especialmente. El Emperador del Agua incluso podría decidir encerrarla en casa.

Azula puso los ojos en blanco.

—Confiando en el sexismo de la Tribu del Agua, ¿verdad?

—¡No es correcto, obviamente! Pero mi principal preocupación ahora mismo es rescatar a Toph. —Los otros tres se callaron al oír el nombre de Toph, así que continuó—. Esto no es como cuando me llevé a Sokka contra su voluntad. Intentó atacar a Ba Sing Se, fracasó, y ahora está atrapada con nosotros. ¿Qué harían ustedes?

—Y el líder por fin se digna a pedir la opinión de sus tropas —dijo Azula, suspirando con sólo un tinte de melodrama—. Yo digo que la encierren en el lago Laogai. Te preocupa su bienestar. Lo entiendo. Pero esa es la mejor opción que tenemos. Y si se te ocurre pedirle a Sokka su opinión te golpearé. Acaba de unirse al grupo, no merece estar en el círculo de decisiones todavía.

Zuko se cruzó de brazos cuando Momo salió volando.

—¿Solo vas a pegarle? Esa es una amenaza bastante básica, viniendo de ti.

—Bueno, alguien tiene que ser la grosera ya que Toph no está aquí.

—Vamos a matarla. —Los tres miraron a Mai cuando hizo su inexpresiva proclamación, Aang con horror. Ella levantó las manos—. Ugh, eso fue una broma. Yo digo que sigamos con el plan original y la lleven con ustedes.

Aang miró a Zuko a continuación, quien sólo se encogió de hombros.

—Si la dejamos ir, Katara no se rendiría y se iría a casa. Es una luchadora. Tal vez podríamos... dejarla aquí con mi padre.

Aang gimió.


Sokka estaba de pie en la parte trasera de la tienda de los prisioneros, mirando los pliegues carmesí y las capas de tela que lo separaban de su hermana y el estandarte dorado de arriba. Para un Maestro Agua sería fácil atravesarlas y liberarse. Sólo había dos guardias apostados en la parte delantera de la tienda, con rondas ocasionales de otros soldados por el campamento. Podía dejarla ir, pero eso requeriría enfrentarse a ella primero.

Le había dicho al Avatar y a sus amigos que quería ir a ver a Katara, pero en realidad no había podido hacerlo desde que se volvió contra ella en Ba Sing Se. Por mucho que intentara tergiversar las cosas, la había traicionado a ella y a su Nación, aunque fuera por un bien mayor. Si no hacía algo para ayudar al Avatar, los espíritus seguirían asolando el mundo. Aunque impedirlo fuera normalmente un deber del Avatar, tenía que hacer su parte para rescatar a Yue.

Incluso su abuela había actuado con un panorama general en mente.

Enfrentarse a su hermana requeriría revelarle esa verdad. A la luz de todo lo ocurrido, no podía predecir cómo reaccionaría ella.

—¿Qué haces merodeando por aquí, Maestro Agua?

Sokka inclinó la cabeza hacia la fuente de la voz, pero no miró a Jet.

—Me preguntas eso cada vez que te encuentras conmigo —dijo, suspirando y encogiéndose de hombros—. No siempre merodeo. A veces paseo, deambulo o divago. Y hace más de una semana que estoy en este campamento. Estoy ayudando.

Jet lo agarró por el hombro y giró a Sokka, gruñéndole a la cara como un lobo.

—No te creo ni por un segundo. No creas que he olvidado que estuviste detrás del ataque a la ciudad. Es tu culpa que toda esa gente haya muerto.

—Si no hubieras estado inconsciente todo el tiempo, sabrías que en realidad fue por culpa de búho gigante que toda esa gente esté muerta —replicó Sokka, con los ojos entrecerrados. Smellerbee y Longshot se pusieron a su lado—. ¿Asustando para enfrentarte a mí por tu cuenta, no?

—¡Estaba inconsciente por culpa de tu hermana!

—Lo que sea, lo que sea —dijo Sokka, levantando las manos en señal de rendición—. Pero ahora estoy de su lado, así que déjenme en paz.

—Aang pude creerse eso por la razón que sea —dijo Jet. Pisó una caracola marina, tal vez para enfatizar su punto—. Pero yo no. No voy a dejar de vigilarte.

Sokka se burló.

—Uy, estoy temblando. Espero que disfrutes de la vista. —Los empujó y caminó hacia el oleaje, cansado de intercambiar dimes y diretes con Jet una y otra vez. No iba a darles la satisfacción de morder su anzuelo y defenderse. Aun así, caminaba con la mano en la empuñadura de la espada de meteorito que le había entregado el Avatar, que llevaba atada a la espalda junto a sus otras armas.

No creía que pudiera olvidar nunca la visión del monstruoso búho. Veía el rostro blanco y fantasmal en sus sueños y en el cielo nocturno. Solía enorgullecerse de ser alguien que no temía a los espíritus ni a las supersticiones, pero no era tan estúpido como para negar la evidencia que tenía delante de sus narices. Wan Shi Tong era una amenaza muy real, y si tenía que creer al Avatar, había más en camino.


Como no llegaron a ninguna conclusión sólida sobre qué hacer con Katara, Aang se aisló en lo alto de un precipicio rocoso, con vistas a Bahía Camaleón, para meditar sobre ello. Se había acostumbrado al silencio durante las últimas semanas, con la única compañía ocasional de Mai o Bumi, así que le resultaba más reconfortante pensar en su próximo curso de acción a solas, por ahora. Una parte de él consideró la idea de dejarlos a todos atrás con las tropas de Ozai mientras él se adelantaba al Polo Sur, solo.

Estuvo a punto de saltar del precipicio cuando Azula lo llamó por su nombre, tan perdido en sus pensamientos que no la oyó llegar.

Ella subió a la cresta y se sentó a su lado sin que él se lo pidiera.

—Oh, ahí estás. Hoy estamos nerviosos, ¿no?

Él se relajó en su posición de loto y dejó escapar un suspiro. Llevaba el pelo recogido en un medio rodete, dejándolo caer en rizos sueltos hasta la mitad de su espalda. El volumen de su pelo le hizo pensar que Ty Lee podría haber tenido algo que ver.

—Supongo que sí.

Ella bufó.

—No me digas que te estás volviendo melancólico otra vez.

—¿Puedes culparme? —preguntó él, frunciendo el ceño—. Estaba disfrutando de mis cavilaciones en paz. —No era su intención decirlo con tanta dureza y sintió que el pecho se le apretaba en cuanto vio el dolor reflejándose en su rostro, antes de que su expresión cambiara y ella pusiera los ojos en blanco y se levantara. Él alargó la mano hacia ella—. Espera, lo siento. Quédate, por favor.

Ella volvió a sentarse a su lado, mirando la bahía.

—Estabas pensando en ir al Polo Sur solo, ¿verdad?

Él parpadeó sorprendido.

—¿Cómo lo sabes?

—Aang, no me insultes.

Sus hombros se relajaron y le dedicó una suave sonrisa. Por un momento, le pareció oler flores de ciruelo.

—Tienes razón. Nunca pasas nada por alto.

—Y no lo olvides. —Ella le sonrió y Aang supo con total certeza que permanecería a su lado incluso a través de la inhóspita tundra helada, le gustara o no. Ella no necesitaba preguntarle lo que sentía ni hablar de lo que le rondaba por la cabeza para hacerle sentir mejor, pero hiciera lo que hiciera, funcionaba.

Volvió a mirar por encima de la bahía y observó a los soldados que marchaban en formación y realizaban sus ejercicios mientras una figura, probablemente Zhao por el tamaño de sus hombros, los supervisaba. La ansiedad se apoderó de su estómago al preguntarse cuándo regresaría Ozai de su patrullaje. Apartando a Zhao y a Ozai de su mente, tiró de un arbusto que se asomaba por las grietas del precipicio rocoso. En su lugar, su mente vagó hacia Azula, rodeada de luciérnagas, y las dos confesiones que le había hecho.

—Azula... tenemos que hablar.

Su voz cortó el aire con toda la precisión de una golondrina en vuelo.

—Por supuesto que no —dijo ella—. No hay nada que deba decirse.

—Pero...

—He dicho que no —dijo ella, con voz cortante. Se puso de pie y eso le dijo a Aang que su terquedad ganaría; era inútil intentarlo—. Vamos, quiero que conozcas a mi primo.

—¿Tu primo?

—¿Lo has olvidado? Bueno, no esperaba que lo recordaras. Nunca tuve razones para mencionarlo mucho. —Inspeccionó sus uñas—. Es el hijo de mi tío Iroh.

Eso le sonó conocido. Aang se había enterado por primera vez de la existencia del hijo de Iroh hace tiempo y, para empezar, le sorprendió saber que Iroh tenía un hijo. Asintió con la cabeza y ella lo condujo de vuelta al campamento de la playa. Para cuando terminaron su descenso por las laderas cubiertas de maleza, los soldados habían terminado sus ejercicios de armamento y formas de Fuego Control. Se acercaron a una figura que blandía un par de espadas dobles bastante conocidas mientras se quitaba el yelmo y se sacudía el sudor del pelo. Zuko se había puesto la armadura de los soldados, aunque las hombreras alargadas le quedaran demasiado grandes.

—Ugh, Zuko —dijo Mai, que había estado sentada en el borde de la tienda del cuartel, a la sombra, observando—. Es desagradable.

Él le dedicó una sonrisa tímida.

—Lo siento.

—Zuko —dijo Azula, en tono mordaz—. ¿Dónde ha ido nuestro primo?

—Tu primo favorito está aquí —dijo una voz que Aang no reconoció. Un joven salió de la tienda con una sonrisa afable, un yelmo metido bajo el brazo, una espada envainada en el cinturón y un guan dao en la espalda. Llevaba un rodete muy elaborado, con la barba bien recortada y una cara redonda que a Aang le recordó a la de Iroh. Sus ojos eran del mismo tono dorado que los de Zuko y Azula, pero llenos de una jovialidad que se parecía más a la de su padre y que le hacía parecer apuesto—. ¿Qué puedo hacer por ti, Colita de rana?

—Pensaba presentarte al Avatar —dijo, pero frunció el ceño—. Pero entonces me llamaste eso y ahora prefiero enterrar tu cabeza en la arena. Hace tiempo que olvidé ese ridículo apodo.

—Nah —dijo él, sonriendo—. Para mí siempre serás Colita de rana.

Aang se rio.

—¿Qué es eso de “Colita de rana”?

Podría haber jurado que Azula estaba a punto de estallar en llamas, tenía humo saliendo de las orejas por la vergüenza o por el enfado.

—No es nada importante.

Zuko se mordió el labio para no reírse y fue muy sensato al no decir nada, pero su primo no se contuvo.

—Hace unos años la pequeña Azula se adentró sola en la selva y tropezó con un nido de ranas salamandra.

—Son inofensivos, pero algo asquerosos —explicó Zuko para Aang y Mai.

Azula lo pellizcó en el brazo.

—Cierra la boca.

—Salí a buscarla —continuó su primo, con una animada sonrisa que iluminaba sus facciones. Azula intentó callarlo en vano, pero él la apartó—. Fue bastante fácil, con todos los gritos. De todos modos, cuando la encontré, estaba en medio de una maraña de raíces de árboles y había ranas salamandras por todas partes. Y justo cuando llegué, ¡uno de ellos saltó a su boca! Sólo quedó afuera su cola y se agitaba. Tendrías que haber visto su cara.

Azula se tapó la cara con una mano, frunciendo el ceño mientras Aang intentaba contener la risa. Su cara se puso de un tono tan rojo que Aang pensó que podría escupir fuego.

—¡Y pensar que iba a decir cosas buenas de ti!

—Aww, Colita de rana, todo es por diversión —respondió su primo, dándole un codazo—. ¿Pero ibas a decir cosas buenas? ¿Cómo qué?

—Algo sobre que eres el mejor pero probablemente el más molesto espadachín de la aldea, quizás incluso de todo el archipiélago —dijo ella, apartándolo—. Pero me retracto. Eres insoportable, Lu Ten.

—¡Vaya, qué amable de tu parte! —dijo Lu Ten, abriendo los brazos—. Me pregunto qué he hecho para merecer ese elogio. —Rozó con un puño el hombro de Zuko—. ¡Pero no sé, Zuko podría estar haciéndome competencia ahora! ¿Viajando con el Avatar? ¿No es genial?

Zuko se encogió de hombros, pero no pudo evitar devolver la sonrisa.

—Supongo que sí. Este es él.

Azula se cruzó de brazos y trató de recuperar la compostura.

—Si dejaras de actuar como un bufón, te presentaría con él. Lu Ten, este es Aang. Aang, este es nuestro primo Lu Ten.

Aang nunca había visto a Azula ponerse así de nerviosa y decidió que Lu Ten le caía bien. —Encantado de conocerte —dijo Aang, sonriendo.

Lu Ten le hizo una reverencia formal, al estilo de la Nación del Fuego, con el puño pegado a la palma de la mano, haciendo acopio de toda su profesionalidad. Era como si se hubiera convertido en una persona completamente diferente y le sonrió a Aang.

—Lo mismo digo, Avatar. Es un honor y un privilegio.

Detrás de Lu Ten, Aang vio a Zhao acercarse con su característico andar, haciendo una breve reverencia una vez que los alcanzó. Su armadura tenía un brillo intenso a la luz del sol debido a la laca utilizada para cubrir las escamas y, además, destacaba del resto de sus soldados gracias a la capa carmesí que le cubría el brazo izquierdo.

—Si ya han terminado de cuchichear, he creído conveniente anunciar que Lord Ozai ha vuelto de su patrulla por la bahía y su barco atracará en breve. Estoy seguro de que estará reunirse con el Avatar.

—No sé si tenemos tiempo para eso —dijo Aang, volviéndose hacia Zuko, Azula y Mai. Ignoró el hecho de que Zhao había pasado por alto dar un saludo apropiado—. Deberíamos ponernos en marcha. Tenemos que llegar al Polo Sur.

Mai desvió la mirada y Aang pensó que estaba a punto de decir algo, pero Azula habló en su lugar.

—Supongo que tienes razón.

Zhao frunció el ceño.

—¿No vas a ver primero a Lord Ozai, Avatar? ¿Le faltarías al respeto al no presentarte ante él en su propio campamento? Ya se nos ha menospreciado al ver que el Cristal Rastrero sólo nos ha enviado niños cuando solicitamos ayuda...

—Los Libertadores han sido de gran ayuda por aquí —dijo Zuko con el ceño fruncido—. Probablemente deberías mostrarles algo más de respeto.

Incluso ahora, Aang sentía una medida de disgusto sólo al hablar con Zhao. Algunas cosas simplemente no cambiaban.

—Realmente tenemos que irnos —dijo. Intentó decirse a sí mismo que su prisa no tenía nada que ver con la perspectiva de encontrarse con Ozai.

Mai apretó los labios en una fina línea.

—¿Y has decidido qué hacer con Katara?

Aang retorció la punta de sus zapatos en la arena.

—Más o menos.

Azula se burló y lo miró con los ojos entrecerrados.

—A pesar de haber pedido nuestra opinión, vas a seguir con tu idea, ¿no es así?

Aang se limitó a bajar los ojos y a frotarse la nuca.

—¿Pueden preparar a Appa para mí, por favor? ¿Y buscar a Sokka? —Se dio la vuelta para ir a la tienda de los prisioneros antes de que pudieran responder, sabiendo que nunca entenderían realmente sus razones. Katara podía ser una enemiga en este mundo, pero no podía seguir manteniéndola encadenada. Hacía las cosas más difíciles para todos los involucrados. Incluso si la enviaba de vuelta al lago Laogai bajo la cuidadosa vigilancia de Bumi, no podía estar seguro de cómo la tratarían sus carceleros, la princesa de la nación enemiga. Pero podía ser peligrosa incluso encadenada, y podría amenazar la vida del propio Bumi si no tenían cuidado. Y ese tipo de "cuidado" implicaba limitar su acceso al agua, restringir cualquier tipo de movimiento. Tratarla como a un animal salvaje.

Sabía que era una estupidez. Pero también sabía que nunca tendría el corazón para hacerle eso a ninguna persona, y mucho menos a Katara. Pensó, en Hama, la Maestra Sangre, que había pasado años de su vida pudriéndose en una jaula. Y probablemente también el final de la misma.

Un par de guardias estaban de centinela frente a la tienda de los prisioneros, que le abrieron paso cuando Aang dijo que quería ver a Katara.

—Espera, Aang.

Se volvió para ver a Zuko trotando hacia él y Aang vaciló antes de entrar en la tienda.

—¿Qué pasa? —preguntó Aang.

Zuko hizo un gesto hacia un lado de la tienda, lejos de los guardias, donde podrían hablar en relativa privacidad, así que Aang le siguió hasta allí.

—Estás evitando algunas cosas, ¿verdad? —preguntó—. Como... hablar con mi padre. Pero eres fuerte. Puedes hacerlo.

Casi se sintió condescendiente, pero Aang no podía culpar a Zuko por ello.

—No lo entenderías.

—Bueno, entonces habla conmigo —dijo. Arrastró los pies y desvió la mirada—. Escucha, para mí también fue difícil enfrentarme a mi padre. No creo que mi relación con él sea como la del otro Zuko, pero sigue siendo difícil. Sigue siendo distante. Cuando Azula y yo nos reencontramos con él, por primera vez en años, no nos abrazamos ni tuvimos un gran y feliz reencuentro ni nada. Nosotros... sólo nos inclinamos el uno ante el otro. Nos pusimos al día con una breve taza de té. Tuve la oportunidad de decirle que ahora soy un Maestro Fuego, que tal vez podría tener las mismas altas expectativas de mí que tiene para Azula, pero no me atreví a decirlo.

—Tú... ¿quieres que él tenga altas expectativas para ti? —preguntó Aang, rascándose la cabeza, confundido.

Zuko soltó una risita, pero más que divertida sonaba incrédula.

—Una locura, ¿verdad? Pero es mejor que nada. Y entonces me pregunté si tenía sentido decírselo. Porque no sé si podría soportar que se enterara de que soy un Maestro Fuego y eso no cambiara nada en absoluto.

—Él no puede determinar tu valor —dijo Aang, agarrando el hombro de su amigo—. El otro Zuko tardó mucho en comprender eso, pero al final restauró su propio honor.

Zuko sonrió.

—Gracias por decírmelo. Pero yo... no pretendía hacer esto sobre mí. Deberías seguir tu propio consejo. Mi padre es diferente del hombre al que te enfrentaste en el pasado. Es algo intimidante, pero no deberías preocuparte por nada.

Aang miró hacia la tienda de los prisioneros.

—No es la única persona en la que pienso ahora.

—Bueno, sea lo que sea que decidas hacer con ella, te apoyaré —dijo Zuko, siguiendo su mirada—. Y si decides dejarla ir, me aseguré de hacerle saber a mi padre que todos aquí deberían escuchar lo que tienes que decir. Y uno de los guardias, Ming, es muy amable. Ella lo haría sin duda, si se lo pidieras.

—Gracias, Zuko —dijo, ofreciendo una sonrisa. Se volvió hacia la tienda de los prisioneros, asintió de nuevo a los guardias y entró.

En cuanto abrió las solapas de la tienda, sintió que se había topado con un muro de calor. El interior de la tienda era pequeño, estrecho e incómodamente caluroso, con una llama encendida que lo hacía sentir denso y humeante. Había una abertura en la parte superior de la tienda para proporcionar algo de ventilación, pero principalmente el propósito era evitar que Katara sacara la humedad del aire. La habían encadenado al poste de la tienda en el centro, con los brazos atados por detrás mientras permanecía sentada en el suelo. La madera seca crepitaba al arder y la mayor parte de la tela del interior era roja y negra, lo que la hacía parecer aún más oscura de lo que era.

—Incluso con todas estas precauciones, encarcelar a un Maestro Agua en una playa parece bastante estúpido, ¿no crees? —le preguntó Katara, levantando la vista una vez que entró. La luz del fuego reflejaba un brillo de sudor en su frente.

—No puedes hacer Agua Control si no puedes mover los brazos o las piernas —dijo Aang.

Ella se encogió de hombros.

—¿Qué tan seguro estás de eso? No tienes ni idea de lo que es capaz mi Agua Control.

Mantuvo su rostro impasible.

—Sé que incluso tu Sangre Control tiene límites.

—¿De verdad? ¿Y si aprendiera a hacerlo con mi mente?

—Eso es imposible.

Ella le sonrió con los ojos medio cerrados.

—Sólo porque aún no lo he hecho.

Se sentó frente a ella.

—No me vas a intimidar —dijo—. No puedes. Ya no.

—¿Así que solía hacerlo?

—No soy tan arrogante como para negarlo.

Ella se rio.

—No creía que los Nómadas Aire fueran capaces de ser arrogantes en absoluto. ¿No eres un monje?

—Solía serlo —dijo él.

—Sabes, siempre me he preguntado —dijo ella—. ¿Pueden los monjes tener novias? En mi cultura los Sabios del Agua son todas mujeres, pero tienen prohibido contraer matrimonio. Incluso libres de ciertas costumbres, los hombres siguen poniéndoles restricciones.

La miró fijamente a los ojos, preguntándose si podría distinguir algo de su Katara allí.

—Si así lo deciden, sí —dijo.

—¿Tienes novia, Avatar?

—...No —Pensó en su Katara cuando le hizo esa pregunta, pero se obligó a contener el nudo en la garganta.

Se inclinó hacia delante, todo lo que sus grilletes le permitieron.

—¿Alguna vez quisiste una? Puede ser un secreto sólo entre nosotros.

Por primera vez desde que entró en la tienda, frunció el ceño.

—¿A qué quieres llegar con esto?

—Veo la forma en que me miras a veces —dijo ella, mirando a todos lados menos en su dirección, como si fuera tímida—. Con amor en tus ojos. Y con dolor. Está bien fue un flechazo... No voy a mentir y decir que yo misma no he pensado en ello. Pero te decepcionaría fácilmente.

Él sacudió la cabeza y se puso en pie.

—Esto fue un error.

Ella sonrió.

—Todavía te intimido, ¿no? Sólo tenía que averiguar cómo.

No sabía cómo había visto a través de él tan fácilmente y lo odiaba, odiaba cómo se las había ingeniado para sacarle ventaja.

—No siento nada por ti —dijo, y lo dijo en serio—. He venido a decirte que te dejo ir.

—¿Literal o metafóricamente? Vas a tener que ser un poco más claro.

—Serías libre de volver a casa o ir a donde quieras ir. Siempre y cuando no te enfrentes a nosotros —dijo.

—¿Y por qué iba a hacer eso? —preguntó ella—. Vas a ir al Polo Sur, ¿verdad? Llévame contigo.

Él parpadeó con sorpresa.

—¿Qué? ¿Quieres venir con nosotros?

Ella se encogió de hombros como si fuera lo más obvio del mundo.

—Bueno, sí. Yue también es amiga mía. Tienes algún plan para rescatarla, ¿no? Quiero que me incluyas. —Hizo sonar los grilletes—. E incluso puedes mantenerme encadenada. Lo entendería.

Aang negó con la cabeza.

—De ninguna manera. Nunca podríamos confiar en tu ayuda.

—Entonces, ¿cuál es tu plan? ¿Simplemente volar al sur hasta llegar al Polo Sur? Seguro, Sokka podría guiarte hasta allí, pero eso te llevaría justo a través de Aniak'to. Donde vive mi padre. Y nunca lo lograrías, yendo por esa ruta. ¿Tienes un mapa contigo?

—No —dijo—. Pero puedo conseguir uno.

—Ugh, de acuerdo —dijo ella, y cerró los ojos como para visualizarlo—. Hay cuarenta o cincuenta clanes que componen las Tribus del Agua, divididos entre el norte y el sur. Casi todos ellos te causarían problemas al pasar por sus tierras. Pero si bajamos desde la península oriental de la Nación del Agua, pasaríamos por tierras pertenecientes a clanes que no están aliados con mi padre. —Volvió a abrir los ojos—. Y yo conozco esa península mejor que Sokka. He ido allí, pero él no ha estado en casa en dos o tres años y las relaciones entre clanes han cambiado desde entonces. Yo podría guiarte.

Consideró sus palabras y trató de visualizar él mismo un mapa del continente sur, pero la única vez que había estado allí fue cuando conoció a Sokka y Katara después de salir del iceberg, y una breve visita después del Cometa, así que sólo había visto su aldea.

—Digamos que te dejamos venir —dijo—. ¿Qué te impide traicionarnos? ¿Qué tan ingenuo crees que soy?

—No sé si lo sabes, pero es una tierra bastante inhóspita —dijo ella—. Si los traicionara, básicamente me quedaría a merced del entorno. Atravesaríamos peligrosos pasos de montaña. Temperaturas bajo cero. Bestias viciosas y clanes hambrientos de guerra. Incluso hay un rumor de un clan que vive en esas montañas está formado por caníbales. Si los traicionara sería un suicidio. Se acerca el invierno y estoy segura de que tu bisonte pueda soportar el intenso frío de esos cielos durante todo el viaje, así que nos veríamos obligados a hacer parte de él a pie.

—¿Y pasarías por todo eso sólo para ayudar a tu amiga Yue?

Ella hizo un mohín.

—Y para cuidar a mi querido hermano mayor. Me preocuparía por él.

—De alguna manera lo dudo —dijo él, entrecerrando los ojos hacia ella.

—De todos modos, he caído en desgracia —dijo ella, con el ceño fruncido—. La única mujer en la historia de nuestra tribu que ha liderado una campaña contra Ba Sing Se, o en cualquier lugar, en realidad, y he fracasado. Ahora no soy más que una vergüenza para mi padre. Así que no es como si pudiera volver a casa y todo fuera sol y margaritas.

Aang dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. A los otros no les gustaría esto.


—No, definitivamente no. ¿Qué tan tonto puedes ser?

Después de su conversación con Katara, reunió a todos sus amigos: Sokka, los Libertadores y Ty Lee incluidos. Les había contado su plan y la idea de Katara de tomar la ruta de la península oriental hacia el Polo Sur, retrasando un poco más su salida. Por suerte, mientras él estaba en la tienda de los prisioneros, Ozai había llegado y se había retirado a su tienda de mando para dar órdenes a sus soldados. Pero como Aang predijo, Azula fue la que puso más objeciones sobre su decisión de llevar a Katara.

—Azula, está claro que ha pensado en esto —dijo Zuko, repartiendo cuencos de fideos a todos alrededor de su círculo en la arena.

—Podría haberme engañado —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. No podemos confiar en ella. Sinceramente, apenas confío en Sokka todavía.

—Lo mismo digo —dijo Sokka, sorbiendo sus fideos con fuerza—. A mí tampoco me gusta, pero tiene razón. No conozco bien la península oriental, ni ninguno de los clanes que la habitan.

Azula le frunció el ceño.

—Si no conoces tus tierras, ¿qué sentido tiene que te llevemos con nosotros en primer lugar?

—Por mi gran atractivo —dijo él, guiñándole un ojo. Ella palideció al verlo.

Jet y Mai le lanzaron miradas.

—Cállate —dijo Jet, con su voz profunda—. La única razón por la que aún no te he cortado en pedazos es porque respeto la decisión de Aang lo suficiente como para que pueda salvar a Bandida.

—Los necesitamos —dijo Aang—. Sokka me va a enseñar el Agua Control. Katara conoce el mejor camino al portal y Sokka puede usar Sangre Control para mantenerla a raya. Y evitar que nos ataque con su Sangre Control.

Sokka bajó su tazón de fideos a su regazo.

—Espera, ¿yo? Nunca acepté esto.

—Sí, tú, así que deja de contradecir a todos —dijo Aang.

Ty Lee ladeó la cabeza.

—Me he perdido de mucho, ¿eh?

—No hay manera de que te acompañe si esos dos son los que nos guiarán —dijo Jet, cruzando los brazos—. No voy a poner mi vida en manos de una escoria de estanque. —Smellerbee y Longshot se sentaron a su lado sin decir nada.

Aang lo miró por encima del borde de su cuenco.

—Nunca estuviste invitado. Sokka ha hecho más por mí para confiar en él que tú.

Jet se echó hacia atrás.

—Como sea. Hay dos portales, ¿verdad? Voy a ir al Polo Norte y salvaré a Bandida a mi manera.

—Eso es un suicidio —dijo Azula—. Al menos podremos reunirnos con la fuerza de invasión en el sur. Será nuestra distracción y método de escape una vez que rescatemos a Toph y a los demás. No hay ninguna invasión planeada en el norte.

—¿Por qué no? —preguntó Jet—. Esta guerra tiene dos frentes. Ambos tienen que caer.

Ty Lee miró de un lado a otro entre Jet y Azula, con un solo fideo colgando de su boca.

—Nuestras tropas no son lo suficientemente fuertes —dijo Zuko—. La Ciudad Dorada va a estar demasiado ocupada defendiendo la Nación del Fuego. Necesitaremos toda la fuerza de Ba Sing Se para atacar el sur.

—No necesitaremos una invasión —dijo Mai, hablando de repente y con convicción. Se ciñó el chal forrado de pieles alrededor de los hombros—. Nos escabulliremos y asesinaremos al Gran Jefe Arnook nosotros mismos mientras tú luchas en el sur.

—¿Qué? —preguntó Zuko, volviéndose hacia Mai como si le hubieran golpeado—. ¿Qué quieres decir?

Aang frunció el ceño. No se había dado cuenta de lo mucho que había llegado a depender de Mai en las últimas semanas.

—¿No vas a venir con nosotros?

Ella frunció el ceño.

—¿Cómo puedes preguntarme eso? —Señaló a Sokka con la misma agudeza con la que lanzaba sus cuchillos—. ¿Cómo puedes pedirme que viaje con él y con Katara? Verle aquí ya ha sido bastante duro. Sus hombres mataron a mis guerreros. Deshonraría su memoria si trabajara junto a la Tribu Agua.

Aang agachó la cabeza, sintiendo que su pecho se tensaba.

—Tienes razón. Lo siento. Pero no puedo pedirte que vayas al Polo Norte. Es demasiado peligroso.

—Entiendo lo que significa para ti —dijo Mai, volviendo a su máscara estoica—. Pero no puedo seguirte. Y no puedo sentarme aquí y esperar la invasión. Iré. —Giró la cabeza hacia Jet—. Y antes de que preguntes, no significa que me uniré a tu estúpida banda.

—No pasa nada —dijo Jet, encogiéndose de hombros—. Estaré encantado de tenerte.

Terminaron sus comidas y apartaron sus cuencos de cerámica a un lado. Aang se preguntó si la venganza era lo que más motivaba a Mai. Le dolía, y una parte de él se sentía obligado a impedir que fuera, pero la otra parte de él conocía bien esa motivación. Salvar a Toph probablemente tenía poco que ver con las razones de ella y de Jet para ir al norte.

—Mai... —Zuko trató de alcanzarla, pero ella se apartó de él.

—¿No deben irse ya? —preguntó ella—. Están desperdiciando un tiempo precioso. Toph los necesita.

—Tienes razón —dijo Aang, poniéndose de pie—. Todos, vayan a despedirse.


Aang se mantuvo alejado del centro del campamento, preparando algunas cosas de última hora con Appa y los lémures para el viaje. Bumi les había dado dinero de la Tribu Agua y los soldados de Ozai les habían dado provisiones. Aang ató un juego de grilletes a la silla de Appa; al menos para el comienzo de su viaje, no iba a correr ningún riesgo con Katara. Se lo debía a Zuko y Azula. Después de hacer eso, se sentó a meditar mientras esperaba.

—Avatar Aang, aquí estás —dijo una voz que venía de la orilla, detrás de él. Una serie de escalofríos le recorrieron el cuerpo de arriba abajo, con tanta fuerza que le hicieron temblar y la respiración se le atascó en la garganta—. Temía haber hecho algo para faltarte al respeto, tanto para que no te anunciaras en mi campamento ni vinieras a visitarme.

Se obligó a sí mismo a girarse y mirar a Ozai. El rostro de su mayor enemigo era exactamente igual, con sus penetrantes ojos dorados, su fina barba y su aire distinguido de Rey Fénix. Pero ahí terminaban las similitudes. En lugar de vestidos regios o armaduras imponentes, llevaba las mismas piezas de armadura con escamas que los soldados del campamento, con una espada ancha curva como la de Zuko enfundada en la cadera y una segunda hoja más recta que Aang nunca pensó que se viera tan fuera de lugar. En contraste con la capa carmesí de Zhao, la de Ozai era negra. Llevaba el pelo recogido en un medio rodete, pero no tenía ningún tocado formal en la cabeza que indicara su estatus. Pero por todo lo que sabía de este Ozai, no era un hombre humilde ni mucho menos.

Aang se tragó el miedo y se puso firme.

—Ah, no, lo siento. Pensé que estaba de patrulla.

Ozai cruzó las manos detrás de la espalda, con una postura perfectamente recta. Incluso sin un rictus maligno aparente seguía intimidando a Aang.

—Ya veo. No pretendía interrumpir tu meditación, pero había un asunto del que esperaba hablar contigo.

Aang se obligó a permanecer quieto. Cada gota de su instinto de lucha o huida se disparó, sintió una necesidad visceral de hacer algo, cualquier cosa, para remediar lo malo de esta situación. De tener una conversación serena con el Rey Fénix Ozai.

—Uh, no, está bien. Eh... ¿qué es? —Odiaba cómo tartamudeaba sus palabras: quería parecer fuerte para esta inesperada interacción.

Ozai se puso de rodillas en el borde de la playa, entre la arena y la hierba, y le indicó a Aang que se sentara a su lado. Su voz era grave y a Aang se le ocurrió que, en las pocas ocasiones en que había oído hablar a Ozai en su mundo, siempre era gritando, burlándose o amenazando. Pero Ozai le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.

—Después de saber que Zhao te había conocido y de alguna manera te había ofendido, esperaba que me consideraras de la misma calaña, al ser su superior.

Aang se rascó la nuca y se sentó, vacilante, tenso y listo para saltar en cualquier momento si era necesario. Pensando en el pasado, supuso que había sido demasiado conflictivo con Zhao cuando se habían conocido. Pero ahora echó mano de toda su compostura para no hacerle algo peor a Ozai. El pensar en Zuko y Azula, ajenos a su crueldad, le ayudó a calmarse.

—Oh, uh... lo siento.

Era una sensación extraña, sentarse con el hombre que era la causa de todo su dolor y miseria y que él se preocupara por la opinión de Aang.

Ozai miró hacia el mar e inhaló el aire salado, la imagen perfecta de la compostura.

—Pero no era eso lo que pretendía hablar contigo. Como Avatar, tienes conoces más que la mayoría sobre asuntos espirituales, ¿no es así?

Aang frunció los labios, curioso por este giro en la conversación. Esperaba que hablara de la guerra, o de la reciente tragedia de Ba Sing Se, o incluso del hecho de haberse reunido con sus hijos.

—Más o menos.

Ozai le miró con algo parecido a la diversión.

—Eres un hombre de pocas palabras. Eso lo respeto. Sin embargo, Azula me dio una impresión diferente de ti. —Soltó una risita y continuó—. En las últimas semanas me ha ocurrido algo extraño y no se lo he contado a nadie más. Pero tú, el ser más poderoso del mundo, deberías saber la razón de lo que ocurre.

Convertirse en confidente de Ozai era lo último que esperaba.

—¿Qué está pasando?

Ozai extendió la mano, con la palma hacia arriba, y respiró profundamente. Cuando exhaló, un fuego cobró vida en su puño, una llama anaranjada y danzante que Ozai miró fijamente como si estuviera paralizado antes de apretar la mano y apagarla.

—Nunca fui un Maestro Fuego. Y lo sé todo sobre este campamento. Conozco los asuntos de todos los hombres y mujeres que transitan por él. No le ha pasado a nadie más.

Aang arrugó la frente y su corazón palpitó con las implicaciones de lo que acababa de ver. Era igual que lo que le había ocurrido a Zuko. Desde que Aang se había enterado de que la princesa Azula le susurraba al oído a esta Azula, le preguntó a Zuko si le había pasado lo mismo, y si podía contactar de alguna manera con el Zuko que Aang conocía. Pero la conexión no parecía funcionar a voluntad. Si a Ozai le ocurría lo mismo... La idea volvió a provocarle escalofríos.

—¿Ha.… tenido alguna visión o algo así?

Ozai ladeó la cabeza y fue como si le hubieran quitado una máscara y Aang pudo ver el cansancio en sus ojos.

—He sido visitado por un espíritu. Una cosa oscura que lleva mi cara e intenta hacerme partícipe de su poder.

Aang se puso de pie y retrocedió, con los puños cerrados y los pies clavados en la tierra.

—No lo escuche —dijo, la dureza de su voz sorprendió incluso a Aang. Le aterrorizaba saber que sus dos mayores enemigos podían verle, que podían intentar influir en los asuntos de este mundo para dañar a Aang o a la gente que le importaba—. Es el mal. Pura maldad.

Ozai apenas reaccionó a sus palabras y se limitó a mirar de nuevo al mar.

—¿Maldad, es eso? ¿Por qué lo es? Si me da poder, ¿no debería usarlo? Con todo el poder que tienes, todo el poder del mundo, ¿de qué te sirve el “bien o el “mal”?

—Es la forma en que se usa ese poder lo que hace alguien bueno o malvado —dijo Aang, entrecerrando los ojos—. He conocido gente que piensa que el Fuego Control es malo sólo por lo que es, pero yo sé que eso no es cierto.

—¿Así que tú, que estás por encima de todos nosotros, crees que podría usar este poder, este espíritu, para el bien?

—No estoy por encima de nadie. Y no creo que debas usar ese poder en absoluto.

—Eso no es lo que yo tenía entendido del Avatar.

—Eso no es lo que yo tenía entendido de usted —dijo Aang, sorprendido de sí mismo por dejar salir esas palabras. Pero incluso en este mundo, no se esperaba a un Ozai que pudiera ser así, que elevara al Avatar hasta tal punto. Pero, ¿alguna vez entendió a Ozai?

—¿Qué te han dicho Zuko y Azula de mí, me pregunto? —preguntó Ozai, cruzando las manos en su regazo. Aang se dio cuenta de que Ozai había malinterpretado sus palabras, pero eso era, probablemente, lo mejor—. ¿Te han dicho que soy frío? ¿Que soy duro en mi forma de cultivar sus fortalezas únicas? Y tengo entendido que también has conocido a mi hermano, ¿te ha dicho que me he llevado a su hijo a la guerra?

Aang frunció el ceño y finalmente permitió que sus hombros se relajaran. Las gaviotas graznaron mientras sobrevolaban la bahía.

—La verdad es que no me han contado mucho sobre ti.

El hombre se rio a carcajadas.

—Ahh, ya veo. Eso tiene sentido. Desde que nos reunimos no han sido más que distantes conmigo. Es para mejor.

El estallido de risa de Ozai, de entre todas las cosas, fue lo que más hizo que Aang viera su similitud con el Rey Fénix. Curiosamente, le dio el valor para sentarse de nuevo a su lado.

—¿Es realmente mejor? ¿Para ellos?

Miró a Aang directamente a los ojos, toda la alegría desapareció de su rostro.

—Sacrificaría cualquier relación que pudiera tener con mis hijos si eso significa salvarlos del dolor de la pérdida de nuevo. Para hacerlos lo suficientemente fuertes como para valerse por sí mismos. Por si acaso me pasara algo.

—No estoy de acuerdo —dijo Aang, frunciendo el ceño de nuevo. Pensó en la cicatriz de la quemadura sobre el ojo de su viejo amigo y la idea de que este Zuko pudiera tener lo que al otro le faltaba le dolió—. Deberían atesorar el tiempo que tienen juntos. Seguro que quieren que su padre les demuestre que los ama.

Ozai negó con la cabeza.

—Es demasiado tarde para eso. Además, tienen a su tío. —Se burló. —No es frecuente que un hombre tenga el valor suficiente para discrepar conmigo. El Avatar realmente es algo único.

—No es porque sea el Avatar —dijo Aang—. He visto cosas peores que tú.

Volvió a reírse y Aang pensó que quizás era la conversación más inesperada que había tenido desde que llegó a este mundo.

—Ya veo. Bueno, debería alegrarme de tenerte para proteger a mi hijo y a mi hija. Zuko me ha dicho que te has entrenado en el arte de la espada, pero que le diste la tuya a ese engendro de la Tribu del Agua. —Desabrochó la espada más fina y recta de su cinturón y se la entregó a Aang—. Toma esto. Ha pasado por la familia de mi esposa durante generaciones y se supone que una vez perteneció a la esposa del Avatar Roku.

Aang parpadeó y tomó la espada envainada, boquiabierto. Que Ozai le regalara un arma del Avatar Roku era el único desenlace apropiado para una conversación como ésta. La vaina era negra y representaba un dragón en forma de serpiente, con hilos de oro. La empuñadura, cubierta de placas de oro, tenía incrustado un rubí en el pomo.

—¿Qué? ¿En serio?

—Zuko prefiere las espadas anchas, como yo. Y Azula nunca tuvo gusto por las armas marciales.

Aang la desenfundó, descubriendo una hoja del color de la perla que reflejó la luz anaranjada del sol cuando la alzó y lanzó un rayo de color iridiscente al suelo.

—Yo... no sé qué decir.

—Úsala para lo que debas —dijo con una sonrisa irónica—. No para el bien ni para el mal. Sino para algo que esté por encima de esas mezquinas nociones.

Aang envainó la espada de nuevo y, por primera vez, esbozó una sonrisa sombría para Ozai.

—Haré lo que pueda.


Aang, Zuko, Azula, Sokka y Katara se fueron esa misma noche, dejando a Mai para que hiciera sus propios preparativos para su viaje. Sin un bisonte volador, sería mucho más lento, pero se las arreglaría. Jet y sus Libertadores tenían fuego en su interior, y la ayudarían a llegar a Agna Qel'a, la ciudad de la Tribu del Agua del Norte, pero una vez allí pensaba dejarlos. Ninguno de ellos estaba entrenado para el sigilo o el asesinato como ella.

Era de suponer que seguirían hasta el portal del norte. Pero su única intención era la venganza, con el miedo como arma, afilada como una punta mortal. Ella conocía el miedo íntimamente, y el miedo ayudaría a terminar esta guerra. El miedo a sus enemigos y el miedo a perder a alguien importante para ella la llevarían más lejos que cualquier fuego interior.

El sol se puso más allá de las montañas al oeste, pero el sonido de las campanas resonó en la bahía. Mai dirigió su mirada hacia el agua, divisando una columna de humo negro que salía de la desembocadura del río que llevaba al Lago del Este y al Paso de la Serpiente. Se dio cuenta de que eran los motores de carbón de un barco de la Nación del Fuego. Las tropas se alineaban a lo largo de la orilla para recibirlos. Al acercarse, Mai reconoció la insignia de un volcán en su bandera: la tierra ardiente de Jie Duan.

El barco ancló en la bahía y un bote de remos más pequeño bajó y remó hasta la orilla. Desde esta distancia, Mai sólo pudo ver a un trío de hombres a bordo, y cuando se acercaron Ozai él se adelantó para darles la bienvenida. Ella se aproximó para observar y escuchar.

Un hombre mayor, parcialmente calvo, entró en la playa y saludó a Ozai.

—Somos parte de la Coalición de Jie Duan —dijo, y señaló a un hombre más joven que estaba a su lado—. Me llamo Tyro y éste es mi hijo, Haru. Hemos conseguido escapar del bloqueo de la Marina del Agua y hemos venido aquí en busca de refugio.

Ozai se presentó a su vez, pero miró más allá del padre y el hijo al tercer ocupante del bote de remos.

—No puedo creerlo —dijo—. ¿Eres tú, hermano?

El tercer hombre llevaba una antorcha en las manos, pero cuando se puso de pie Mai pudo verlo mejor. Con una capa roja de hombros puntiagudos y una capucha con ribetes dorados, se unió a los otros hombres en la playa y clavó la antorcha en la arena.

—Ha pasado mucho tiempo, Ozai —dijo. Se llevó las manos a la barriga y estiró las piernas. —¡Déjame decirte que hace mucho tiempo que no uso mis piernas de marinero!

—No esperaba verte aquí, Iroh. Espero que estés bien.

—¿Padre? —gritó una voz desde la multitud. Lu Ten se abrió paso hasta el frente, con su rostro iluminado con una enorme sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

Iroh detuvo sus estiramientos y se congeló al ver a su hijo, las lágrimas rebosaban en sus ojos hasta que se precipitó hacia delante y rodeó al joven con sus brazos en un fuerte abrazo. Lloró abiertamente, con los hombros temblando mientras apretaba a Lu Ten sin intención de soltarlo.

Lu Ten sonrió y se rio y palmeó torpemente la espalda del anciano.

—Padre, ¿qué pasa? Yo también me alegro de verte, pero me estás avergonzando.

—Te he echado de menos, Lu Ten —habló Iroh entre lágrimas—. Mi valiente soldado...

Chapter 45: La Última Gerrera Kyoshi

Chapter Text

Libro 3: Agua

Capítulo 2: La Última Guerrera Kyoshi

Las monjas dicen que pronto estaré listo para aprender Fuego Control.

Sangmu jugueteó con su rebanada de pastel de frutas y casi lo dejó caer.

¿Qué?, ¿tan pronto?, ¡pero si parece que acabas de llegar!

Las raíces de los árboles del templo se enroscaban alrededor de uno de los salientes que daban al barranco de niebla, creando una especie de saliente que les proporcionaba a los Maestros Aire una gran vista del resto del templo. Sangmu le había mostrado a Aang este lugar tras su primer día en el Templo del Aire del Oeste y se había convertido en su lugar favorito, especialmente porque se volvió su típico punto de encuentro antes de comenzar las aventuras del día. Pero incluso la idea de que le esperaba un día divertido con Sangmu no le levantó el ánimo.

Malhumorado y desplomado, con las piernas colgando sobre las raíces de los árboles, Aang frunció el ceño mientras observaba una manada de bisontes pasar volando junto a ellos.

¡Lo sé! Quiero decir, ya tengo mis tatuajes de Aire Control pero pensé que me enseñarían más sobre lo que significa ser el Avatar, ¿sabes?

Sangmu también frunció el ceño pero luego le dio un codazo y una sonrisa esperanzadora.

Hey, ¿y si Kuzon se convierte en tu maestro de Fuego Control? Entonces seguiríamos divirtiéndonos juntos todo el tiempo.

Aang miró a Sangmu con una sonrisa triste, pero no podía mirarla directamente a la cara sin sonrojarse, así que, en su lugar, se centró en la banda de cuentas en su frente. Las cuentas estaban dispuestas en círculo y pretendían representar los azules claros de un cielo de mediodía.

Me gustaría... pero Kuzon aún no es realmente un Maestro. Las monjas nunca lo permitirían.

No seas tan pesimista dijo ella. Te encontraremos un gran maestro de Fuego Control, no un viejo y estirado Sabio del Fuego. Y luego haremos lo mismo con tus maestros de Tierra y Agua Control.

¿Vas a venir a ayudarme a encontrar a todos mis maestros?

Ella balanceó sus pies de un lado a otro mientras colgaban sobre el barranco.

Bueno... un Avatar necesita compañeros, ¿verdad? ¿Una familia?

La euforia llenó sus pulmones y por un momento pensó que saldría flotando del templo.

—¿De verdad? Me encantaría. —Pero entonces consideró realmente sus palabras y Aang ladeó la cabeza—. ¿Pero no quieres quedarte aquí y convertirte en monja?

Sangmu palideció.

—¿Qué te ha hecho pensar en eso? ¡Yo quiero ver el mundo! —Ella miró hacia la niebla que se arremolinaba en el barranco y a Aang se le ocurrió que había algo más que ella no le estaba contando, pero no quiso insistir. Fuera que lo que fuese lo que tenía en mente, la hacía verse triste. Apesadumbrada.

Decidió que no quería que se viera así y se le ocurrió una idea traviesa que le hizo sonreír pícaramente.

—Hey, ¿quieres hacer conmigo algo que Gyatso siempre sugería para animarme? Tiene que ver con tartas de frutas...


Aang sabía por qué sus sueños consistían ahora en los recuerdos de su otro yo en lugar de los suyos. Supuso que tenía que ver con la conexión que ahora compartían, pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Los recuerdos de los Maestros Aire muertos hace tiempo le producían una sensación de melancolía mucho mayor que sus propios recuerdos de casa. Soñar con su mundo y sus amigos le ayudaba a consolidar su propósito y le daba el consuelo de la familiaridad, aunque fuera un recordatorio de sus fracasos. Era algo personal.

Pero nunca conoció a Sangmu. Para él, ella era sólo otro rostro entre los miles a los que había fallado al huir en su mundo. ¿Por qué su otro yo soñaba tanto con ella? ¿Simplemente la echaba de menos? Era casi vergonzoso; en cierto modo, hizo que Aang notar que era aún peor que suspirar por Katara.

Sentado en la parte trasera de la montura, sintió que su mirada se deslizaba hacia Katara, que seguía encadenada y pasaba la mayor parte del tiempo mirando al suelo, muy por debajo de ellos, mientras pasaban por el sur del Reino Tierra. Se preguntó si, al igual que su Katara, simplemente disfrutaba del paisaje.

La montura de Appa nunca se había sentido tan fría. Cada vez que Sokka o incluso Zuko intentaban entablar una conversación, Azula rechazaba sus intentos, demasiado concentrada en vigilar a Katara. Al ver a la Maestra Agua así, el propio Aang no quería tener nada que ver con ella; incluso mirarla le daba la sensación de que algo viscoso se le hundía en el estómago, se sentía tan impropio e incómodo como su amena conversación con Ozai el otro día. Pero el mero hecho de pensar en Katara de esa manera le hacía un nudo en el estómago, le hacía sentir culpable de haber pensado en ella de esa forma. Sabi también se mantuvo alejada de ella, pero Momo de vez en cuando intentaba escabullirse al lado de Katara sólo para ser ahuyentado, lo que hizo que Aang volviera a intuir que éste podría ser el Momo de su mundo.

—¿Soy yo, o estamos volando hacia el oeste? —preguntó Katara de repente, mirando a Aang, Azula y Sokka, que estaba sentado en la silla de montar con ella—. La península oriental de la Tribu Agua del Sur debería estar directamente al sur de nosotros. Entiendo que tu gran, asquerosa y maloliente bola de pelos probablemente necesite descansar, pero podríamos parar en la isla Kokkan de camino.

Dicha "gran, asquerosa y maloliente bola de pelos" gruñó ante sus palabras, como si se sintiera ofendido. Zuko, a las riendas, le dio una palmadita en la cabeza en señal de simpatía.

Sokka paró de afilar su boomerang.

—¿Y darle a esos estúpidos y peligrosos samuráis que viven allí la oportunidad de capturarnos? No, gracias.

—Estamos volando hacia el oeste —confirmó Aang—. Vamos a parar a descansar en la isla Kyoshi primero y luego continuaremos desde allí. Es una ruta más indirecta, pero te da menos oportunidad de aprovecharte de cualquier lugar en el que aterricemos. Fue idea de Azula. —Además, estaba familiarizado con la isla Kyoshi. La isla Kokkan estaba más cerca, pero nunca había estado allí y, desde ya, tenía bastantes aspectos en su contra.

—Gracias por el crédito, Aang —dijo Azula, apoyándose en el respaldo con una mirada de satisfacción.

Katara hizo ademán de encogerse de hombros.

—Lo entiendo, no confías en mí. Estoy dolida.

—Dicho esto, la isla Kyoshi tiene sus propios peligros —dijo Sokka a Aang y Azula—. Sólo... estén preparados para cualquier cosa.

Azula se cruzó de brazos.

—Siempre lo estoy.


Su cuerpo se precipitó por el abismo, atravesando las corrientes que la arrastraban más y más profundo o más arriba y fuera o dentro o alrededor o todo a la vez. Perdió el sentido del tiempo y de la dirección, y sus movimientos eran lentos y rápidos al mismo tiempo. Tendría que haberse ahogado hace mucho y hacía tiempo que había dejado de luchar, de resistirse, de agitarse en la corriente en un débil intento de nadar hasta un lugar seguro.

De vez en cuando sentía que algo la rozaba. Cosas que se sentían húmedas, incluso bajo el agua, y algo con largos zarcillos y cosas que hacían horribles ruidos, como si chapotearan, que la hacían darse cuenta de que todavía tenía oídos y desearía no tenerlos. Sentía cosas con espinas y cosas ásperas y cosas que se parecían arena gruesa y granulada pero que no podría saberlo porque ella seguía siendo ciega y no tenía ojos ni nariz ni boca.

Se preguntó si todo pasaba de ella porque ya estaba muerta.

El agua, o lo que fuera, se precipitó y la arrastró con ella y la oscuridad la lanzó hacia arriba y entonces sintió una oleada de algo frío e ingrávido, que recordó que era aire, y su estómago se revolvió al no encontrar resistencia. Volvió a sentir el hambre y el miedo y una sensación de mareo y sintió que su impulso disminuía mientras se elevaba al máximo y comenzaba a caer de nuevo. En su descenso, porque estaba bastante segura de que estaba cayendo, se estrelló contra algo que parecía papel y telarañas que frenaron su caída hasta que se detuvo en el aire y sintió que cambiaba de dirección, en un giro desorientador. Un dosel de lo que podrían ser hojas gigantes la golpeó de lleno y quedó atrapada en una maraña de enredaderas que finalmente la hicieron detenerse, pero logró zafarse, temiendo lo que le esperaba si no lo hacía, y entonces volvió a caer.

Aterrizó boca abajo (¿podía decir eso? No, no podía decir nada) sobre algo duro y plano. La conciencia regresó a su cuerpo al sentir la tierra que tenía debajo y presionó las palmas de las manos contra el suelo. Habría llorado si hubiera podido, se habría ahogado en bocanadas de aire, se habría deleitado al confirmar que aún seguía con vida. Por mucho tiempo, no se movió, sino que se hundió en la tierra como si quisiera fusionarse con ella. Era su ancla.

Una voz que sonaba como la suya propia, un recuerdo lejano, algo imposible, sonó en algún lugar por encima de ella.

—¡Vamos, sesos de tierra! No te vas a dar por vencida en mi guardia.

Toph Beifong estrujó la tierra en sus puños y levantó la cabeza. Todavía podía controlarla. No tenía ojos para ver, pero eso nunca la detuvo antes.


Appa aterrizó tan lejos de la Aldea Kyoshi como Aang pudo, pero incluso nubes cubriéndolos, Sokka se sintió expuesto. En esta época del año, los abetos y pinos que rodeaban la isla eran los únicos que no estaban desnudos, ofreciéndoles poco camuflaje natural. Aun así, muchos de habían sido cortados, y los tocones eran el único indicio de que había habido otros árboles aquí. Cuando Aang le preguntó a Sokka, éste comentó que se debía a la necesidad de madera para construir barcos.

—No vamos a quedarnos aquí mucho tiempo —dijo Aang a los demás mientras desmontaban—. Sólo quiero conseguir algo de ropa de la Tribu Agua para no sobresalir tanto durante el resto de nuestro viaje.

Azula puso las manos en las caderas y frunció el ceño.

—No quiero llevar una parka grande, asquerosa y maloliente. —Lo dijo en el mismo tono que Katara había usado para describir a Appa antes y Aang supuso que Azula, probablemente, ni siquiera se daba cuenta.

Sokka se echó el pelo hacia atrás y se lo ató en su característica cola de lobo guerrero.

—Nos aseguraremos de encontrarte algo bonito y a la moda. Y tal vez hasta te consigamos un perfume.

Aang le frunció el ceño.

—Sokka, no empieces con tu sarcasmo.

—Lo que sea.

—En todo caso, ¿de qué hablas? —preguntó Azula—. Yo también voy.

Aang se aseguró de que la espada que le había dado Ozai estaba fijada a su cinturón antes de contestar.

—Confío en ti para que te quedes aquí y vigiles a Katara —dijo—. Eres lo suficientemente fuerte como para ocuparte de ella si las cosas se ponen feas.

Katara miró por encima del borde de la silla de montar a todos los que estaban en el suelo, haciendo un mohín.

—Oye, no necesito una niñera. —Todos la ignoraron.

—Bueno, de acuerdo, si lo pones así —dijo Azula, que se encogió de hombros y comenzó a desempacar.

—Yo también me quedaré —dijo Zuko, recogiendo un montón de sus utensilios de cocina—. Alguien tiene que asegurarse de que no se maten entre sí.


Aang recurrió al hurto para poder vestir algo a la ciudad, pero él y Sokka planeaban evitar problemas comprando la ropa de los demás en los mercados. Consiguió una túnica parecida a la de Sokka, pero en lugar de un ribete blanco liso, la suya tenía un borde con un diseño geométrico blanco y morado. Los pantalones eran gruesos y pesados, hechos de una tela más oscura que la túnica, y se ajustaban a las botas de piel de foca. Para ocultar sus flechas, encontró un sombrero de cuero azul teñido forrado de piel con forma de embudo curvado, que se enroscaba en una punta en la parte superior de la cabeza y con solapas que le cubrían las orejas. Tuvo que apartar el pelaje marrón y gris de sus ojos. Los guantes sin dedos ocultaban las flechas en el dorso de sus manos, pues prefirió no llevar mitones para facilitar el agarre.

No quería pensar en sus antepasados que, estuvieran donde estuvieran, probablemente lo miraban con el ceño fruncido por la cantidad de pieles de animales que llevaba encima.

La aldea en sí era casi irreconocible y muchas de las que antes estaban esparcidas por la isla en núcleos inconexos se habían expandido y conectado entre sí, uniéndose bajo el dominio de la Tribu del Agua. Aang eligió como destino el lugar que le resultaba más familiar, la antigua aldea de Suki, situada cerca de la bahía donde una vez había montado un elefante koi.

La calle principal seguía serpenteando por una pendiente hasta la cima de la aldea, pero los tejados, antes a dos aguas, habían sido redondeados y alargados al estilo de la Tribu del Agua. El olor a carne ahumada que emanaba de una de las casas comunales hizo que a Sokka casi se le cayera la baba, mientras que otra desprendía un olor mucho más fétido que, según Sokka, era donde extraían el aceite de ballena y de foca para hacer lámparas. En la plaza de la aldea, donde solía estar la estatua del Avatar Kyoshi, Aang vio en cambio puestos de pescado instalados sobre lechos de hielo para conservar la pesca del día. Varios pescaderos le estaban quitando las escamas al cadáver de un elefante koi dorado que había sido arrastrado desde la bahía. Su mirada inexpresiva parecía estar observando fijamente a Aang e hizo que su estómago se revolviera.

—Yo solía montarlos —le dijo Aang a Sokka en voz baja—. Una vez fueron considerados sagrados.

—Bueno, ahora sólo son carne —dijo él. Su ojo recorría la calle de arriba a abajo, en constante vigilancia, y al ver eso a Aang se le pasó un pensamiento por la cabeza

—¿No te reconocerá nadie? —preguntó Aang—. Ya sabes... ¿por tu ojo?

Sokka torció la boca en un gesto pensativo.

—La verdad es que no. Es bastante común en mi nación: un símbolo de debilidad o de fracaso como hombre. Se dice que el espíritu Sedna tenía un solo ojo, lo que es una analogía a su inferioridad ante Seiryu, su marido. Se hace lo mismo a los hombres que pierden los duelos, o a los que no pueden mantener a sus familias. —Se dio un golpecito en la barbilla—. También es común en los piratas, pero eso no tiene nada que ver.

—¿Seiryu? ¿El viejo emperador?

—No, el espíritu del dragón del mar.

Aang nunca había oído hablar de Seiryu, el dragón del mar.

—Wow, a ustedes realmente les gusta recalcar la idea de que los hombres son más fuertes que las mujeres, ¿eh? No soy nadie para decir cosas malas de otras culturas, pero...

Sokka cerró su ojo por un momento antes de recomponerse y Aang se preguntó qué circunstancias le habían llevado a perder el ojo izquierdo. Pero ahora no era el momento de preguntar.

—Personalmente, creo que todo eso de los espíritus estúpido, pero de cualquier manera, me pasó a mí. No me importa el por qué.

Incluso en su mundo, Sokka nunca había interesado por los asuntos espirituales, así que su familiar escepticismo era reconfortante.

—¿Sigues pensando que las "cosas espirituales" son estúpidas? —le preguntó Aang.

—Antes no les daba mucha importancia —dijo—. Siempre he sabido que los espíritus son reales, pero nunca habían interferido en nuestras vidas. Pero tampoco soy alguien que niegue la evidencia de lo que tengo frente a mi cara. Si lo fuera, no estaría aquí ahora.

Aang se bajó su nuevo sombrero. Quería preguntar si Sokka había tenido visiones de su otro yo, pero el guerrero aún sabía muy poco sobre las circunstancias de Aang. Ahora no era el momento de decirle la verdad.

—Si sirve de algo, me alegro de que así sea.

Sokka emitió un gruñido que sonó como una burla y llegaron a los puestos del mercado, con sus botas crujiendo sobre la ligera capa de nieve que cubría el suelo desde primera hora de la mañana. Los aldeanos de la Tribu Agua y del Reino Tierra se agolpaban en los mercados, discutiendo por mercancías como frutas importadas de las costas del norte y joyas de Aniak'to. Los dos se abastecieron de parkas y ropa interior que vendía una pareja de madre e hijo, pagaron con el dinero que les había dado Bumi y mantuvieron la cabeza gacha. Sokka convenció a Aang de que cualquier guerrero de la Tribu Agua que se respetara tenía un collar de dientes de tiburón de algún tipo, pero Aang se conformó con un amuleto hecho con una concha azul pulida y circular, con un colmillo enroscado alrededor de ella como una luna creciente.

Aang veía guerreros por todas partes. A diferencia de los soldados de la Nación del Fuego que él conocía, que estaban apostados en las ciudades con estrictas obligaciones de guardia y patrulla y no hacían mucho más, estos guerreros hacían las veces de pescadores o comerciantes, constructores de barcos y leñadores, cazadores y espiritistas. Todos los hombres sanos tenían un arma o llevaban la cara pintada de algún modo, fueran Maestros Agua o no, y todos estaban listos para la guerra en cualquier momento. Aang se obligó a mantener la cabeza fría, a reprimir el temor de que alguien pudiera reconocer a su príncipe.

—¿Tanto por un puñado de escamas doradas de elefante koi? Debes estar loco.

—Lo siento, Thod, esta es la única pesca de hoy.

—¡Luego me dirás que no puedes darme los ojos!

—Bueno, en realidad...

—¿Sabes las propiedades que tienen estas escamas? Puedo molerlas hasta convertirlas en polvo y fundirlas con azogue para hacer una mezcla que fortalezca tu Agua Control. También es un componente necesario en el proceso para transformar los metales básicos en oro.

Aang fijó la mirada en la conmoción que se estaba formando entre el anciano de la Tribu Agua y el pescador. El anciano, Thod, tenía un aire de autoridad al estar acompañado por un trío de hombres con túnicas azules y sombreros de seda negra que le resultaron vagamente familiares. Thod, a pesar de su avanzada edad y de que le faltaban varios dientes, le gritó al pescador sin parar siquiera para respirar.

El pescador, al parecer, se hartó y blandió su cuchilla contra Thod.

—¡Haz lo que quieras, viejo loco! Puedo vender estos ojos por mucho más de lo que me ofreces.

—¿Quién más querría comprar esos ojos? ¡Este no es un elefante koi común y corriente! ¿Acaso sabes quién soy realmente? ¿Lo sabes, muchacho? —Thod se puso en pie, y la parte superior de su cabeza calva brilló a la luz del sol mientras se acariciaba la larga barba blanca—. ¡Soy el Buscador Principal del Instituto Alquímico de Aniak'to! E insisto en comprar esos ojos, ya que se utilizan en muchos tipos de rituales de purificación.

—¿Buscador principal? ¡Bah! —Una anciana, mucho más vieja, se acercó a los dos hombres que discutían. Era mucho más pequeña que cualquiera de ellos, los miró con sus ojos rodeados de arrugas mientras se acercaba con su kimono verde. Con lo bajita y delgada que era, parecía que la más débil de las brisas podría derribarla. Agitó sus huesudos dedos hacia los dos hombres, pero algo que sostenía entre ellos reflejó una luz dorada. Su voz salió tan áspera como la piel de un jabalí—. ¿Crees que eso te hace parecer importante, muchacho?

Thod se erizó tanto que Aang pensó que las trenzas de su largo pelo y su barba temblaban.

—¿Te atreves a llamarme “muchacho”? ¿Sabes a quién te diriges?

—¡Sí, sí, te oí la primera vez! ¿Thud? ¿Clod? ¡Esos me parecen nombres de Maestro Tierra! Y tú eres mucho más joven que yo, así que respeta a tus mayores.

Encorvada sobre un nudoso bastón de madera, su tenue pelo gris caía en una trenza sobre su hombro.

—¡La gente como tú es la que está llevando a los sagrados elefantes koi dorados a la extinción! Antes se les respetaba y a veces incluso se les adoraba, ¡pero ahora cualquier viejo chiflado como tú piensa que son un manjar o un bien valioso!

El anciano escupió en el suelo delante de ella.

—¿Alguien va a recoger a esta vieja senil? —La multitud que se había formado a su alrededor observaba y no hacía nada: estaba formada por isleños de la Tribu Agua y de Kyoshi, pero a Aang le costaba distinguirlos.

—Yo la conozco —siseó Sokka en voz baja a Aang—. Es Mizuka... ¡Solía vivir en el palacio de Aniak'to! No sabía que se había mudado aquí.

—¿Deberíamos intervenir? —preguntó Aang, notando que nadie acudía en ayuda de la anciana.

Como si respondiera a su pregunta, Thod levantó una mano para golpear a Mizuka, pero la mano de ella le atrapó la muñeca y desvió su ataque. Por lo demás, no se movió.

—¿Quién te crees que eres? —le gritó él, con la voz ronca.

—La última Guerrera Kyoshi —dijo Mizuka, levantando la barbilla con orgullo—. Que es un título mucho más importante que el tuyo.

Un par de guerreros se interpusieron entre los dos, como si quisieran evitar que se produjera una pelea callejera entre los ancianos. Mizuka se alejó cojeando sin decir nada más, mientras que Thod se marchó furioso después de lanzar una última mirada a la espalda de la anciana.

Sokka se cruzó de brazos.

—¿La última? ¿Qué ha querido decir con eso?


—Vamos, sigue caminando. Si te rindes nunca saldrás de aquí.

Toph arrastró sus pies hacia adelante, extendiendo sus sentidos más allá con cada paso. Podía controlar la tierra en el Mundo de los Espíritus perfectamente, pero incluso con los dos pies firmemente plantados en el suelo no podía reunir la energía para hacer más que caminar. Había algo en el suelo que sentía más suave que la tierra normal, menos denso. También cambiaba. A veces podía sentir que había cosas que se movían en las profundidades, como fósiles que habían cobrado vida o grandes gusanos que hacían túneles y otras cosas que deseaba nunca salieran a la superficie. A veces, la tierra que pisaba se sentía suspendida sobre la nada. A veces, grandes trozos de piedra flotaban o desaparecían.

Su compañera era la única persona en la que confiaba para guiarla: su otro yo, la del mundo de Aang. Pero la otra Toph no estaba realmente allí; no sabía si su doble tenía siquiera una forma física, porque la voz cambiaba a menudo y a veces venía de arriba y a veces de su lado. Dondequiera que estuviera o lo que fuera, la otra Toph no caminaba sobre la tierra y se preguntaba si la voz era un espíritu. Espíritu Toph. ¿Cómo veía, entonces? No era que Toph pudiera preguntar.

—¡Vas lento! Acelera el paso, debilucha

Toph no sabía a dónde iban y sospechaba que Espíritu Toph tampoco tenía ni idea. Pero su otro yo sabía decir las palabras adecuadas para incitarla a la acción, y eso era suficiente.

Atravesó un bosque con árboles más grandes que cualquier otro con el que se hubiera cruzado. Eran tan anchos como para albergar cómodamente varias casas en sus troncos y tan altos que Toph no podía percibir las copas ni siquiera después de golpear la tierra y sentir la corteza, la hacían sentir más pequeña de lo que jamás se había sentido. Para empezar, sólo sabía que eran árboles y no enormes monolitos de madera porque sentía que sus raíces se enredaban bajo tierra hasta donde ella podía percibir, albergando ecosistemas enteros en sus profundidades. Se alegró de no estar ya sola, aunque su única compañía fuera su propia voz incorpórea.

Tal vez, si no estaba muerta, se había vuelto loca.

Los árboles estaban lo suficientemente separados como para poder caminar en cualquier dirección sin que la maleza le bloqueara el paso. Ninguna parte del suelo parecía haber sido transitada lo suficiente como para que le indicara un camino. Pero no tenía ninguna guía, ningún objetivo, excepto seguir adelante. La única vez que cambió de dirección fue cuando se encontró con una especie de pájaro que gritaba y huyó de él.

El borde del bosque apareció sin previo aviso. Primero continuaba hacia un vacío interminable y luego se detenía. Ella no podía percibir nada más adelante.

—Tienes que saltar hacia adelante —dijo Espíritu Toph desde arriba—. Es sólo una pequeña brecha. Sinceramente, incluso podrías dar un paso muy grande.

Pero ella no se movió. No podía sentir nada más allá del bosque. Incluso el suelo debajo de ella se sentía superficial y vacío, como si se hubiera erosionado. ¿Cómo podía ver su otro yo cuando ella no podía? Odiaba que aquí todo se moviera y cambiara, sin la estabilidad de la tierra real.

—Lo sé, no puedes ver hacia adelante. Pero vas a tener que confiar en mí en esto. Yo tampoco puedo ver. Ni siquiera puedo hacer Tierra Control en mi estado. Sólo lo sé. Supongo que viene con el territorio.

Quería golpear algo. Quería golpear a su otro yo. Quería dejar salir todos sus problemas a gritos, como siempre hacía. Pero se sentía tan agotada, tan impotente. Tan hambrienta, que no podía comer. No podía gritar.

—¡Vamos, Toph! ¡Puedes con esto! Confiar en mí.

Toph se apoyó en sus piernas y se recordó a sí misma quién era: la Bandida Ciega, la más grande Maestra Tierra del mundo. La maestra de Tierra Control de Aang. La amiga de Azula y Zuko. La tierra, tan endeble y desconocida como lo era aquí, era una parte de ella. Con esos sentimientos en su corazón, pisó la tierra con la fuerza suficiente para impulsarse, y luego no sintió nada.


—Con el Agua Control, debes ser versátil. Ingenioso. —Sokka se paseaba frente a Aang con las manos cruzadas a la espalda, señalando de vez en cuando el deshielo que goteaba de los abetos—. El agua está en todas partes. El agua es la vida, pero una inundación o un tsunami son más peligrosos que la mayoría de los desastres naturales. Cambia, ¿sabes? Obtenemos nuestra energía de la luna, de su empuje y su tirar en la marea... aunque ahora no estemos en el océano. —Se rascó la cabeza—. Las mareas no tienen nada que ver con la nieve que se derrite a nuestro alrededor en el agua. Eso se debe al calor del sol. Y, hablando de eso, ¡un grupo de astrónomos de la Tribu del Agua teorizan que la luz de la luna no existe en absoluto! Sólo refleja la del sol. Una locura, ¿verdad? Entonces, ¿eso significa que somos como Maestros Fuego? Sí, el agua es adaptable, porque cambia entre agua, hielo y nieve, así que tienes que estar preparado para usarla para cualquiera de sus estados. Pero a veces también es divertido golpear a tus enemigos con un garrote.

Aang se incorporó de la postura que Sokka le había indicado. Ninguno había estado preparado para la improvisada primera lección de Agua Control, pero Zuko tuvo la idea de buscar todo lo que pudieran antes de aventurarse al Polo Sur, donde los recursos serían escasos. Aang pensó que a Appa le vendría bien un descanso extra de todos modos.

—Pero Sokka, no tengo un garrote.

Sokka se encogió de hombros.

—Ah, sí. Lo que sea. Siente las mareas, siente el flujo, siente el empuje y el tirón. Así es como mi padre y mi abuela me enseñaron.

—¿Tu padre te enseñó el Agua Control?

—Sí —dijo, con una mirada distante—. Cuando era muy pequeño.

Aang arrastró los pies. Su voz salió baja a pesar de que habían elegido un lugar apartado en el bosque, lejos del campamento y de Katara.

—Eres consciente de que...

—Sí, sí, enseñarte Agua Control contribuirá indirectamente a que intentes acabar con él —dijo, agitando la mano hacia Aang con desprecio—. Lo sé. Pero esto también te ayudará a evitar que el Mundo de los Espíritus haga estallar el nuestro, ¿verdad?

Aang tenía curiosidad por saber qué clase de maestro de Agua Control sería Sokka, pero hasta ahora lo único que parecía hacer era divagar sobre la teoría que había detrás de su Control y demostrar un movimiento, para luego empezar de nuevo. Si Aang no lo conociera mejor, habría dicho que Sokka estaba nervioso.

Tal vez este Sokka tenía más en común con la contraparte de su mundo de lo que él pensaba.

Aang se concentró en la nieve a sus pies y trató de sentir el agua, el vaivén de las mareas, como dijo Sokka. No entendía por qué le costaba comprenderlo; el Agua Control le había resultado tan fácil cuando aprendió por primera vez con Katara.

—¿Tal vez debería concentrarme primero en el agua real en lugar de la nieve?

Los hombros de Sokka se hundieron.

—Eh, sí, tal vez. No sé, no estoy acostumbrado a esto de "enseñar".

Encontraron un estanque congelado que Sokka derritió y Aang trató de practicar el empujar y el tirar en eso, pero no pudo controlarla a su voluntad y ambos empezaron a frustrarse.

—¿Por qué no lo consigo? El Agua Control debería ser fácil para mí. Aprendí lo básico de Pakku hace años y no tuve ningún problema entonces. —Por no mencionar el hecho de que se había sentido como pez en el agua cuando Katara le enseñó por primera vez en casa...

Sokka se encogió de hombros.

—¿Quizá si se lo pides a Katara muy amablemente podría enseñarte en mi lugar?

Aang negó con la cabeza. Sabía que no se parecería en nada a la forma en que Katara le había enseñado originalmente, en su mundo.

—No —dijo—. Tienes que ser tú. Quiero que seas tú, puedes hacerlo. —Cada vez que el Sokka que él conocía se sentía mal por algo, sólo necesitaba un poco de ánimo. Esperaba que este Sokka respondiera de la misma manera.

Sokka levantó un chorro de agua y lo enrolló a su alrededor, sobre sus hombros.

—Bueno, si estás seguro... Tus movimientos son demasiado rápidos y agresivos. Y cuando te plantas los pies en el suelo, lo cual no es muy frecuente, sabes, te pones demasiado rígido.

—Como un Maestro Aire, un Maestro Fuego y un Maestro Tierra —dijo Aang—. ¿Entonces no habría tenido este problema si hubiera aprendido los elementos al revés? —Desde que llegó a este mundo, no había pensado mucho en el orden natural de los elementos y en cómo se había invertido respecto a lo que él conocía. Simplemente lo aceptó como un hecho normal de la vida aquí. ¿Qué hacía que el orden de los elementos fuera "incorrecto" o "correcto"? Hasta ahora, no había tenido ningún problema en aprenderlos en el orden contrario al que había aprendido originalmente.

—Ni idea —dijo Sokka encogiéndose de hombros de nuevo—. Pero vamos, sigamos practicando.


Zuko subió a la montura en la que tenían a Katara, aún en el campamento, pasándole un plato de comida. Su almuerzo consistía en bollos de carne al vapor y piñones, que había encontrado en la isla.

—Toma —dijo.

Ella ya no hacía comentarios sobre lo difícil que era comer con las manos encadenadas, lo que para él fue un alivio.

—Qué amable.

Se sentó frente a ella mientras Azula se ocupaba del fuego. Antes de que Aang y Sokka salieran a comenzar su práctica de Agua Control, se habían detenido en el campamento y habían dejado la ropa nueva de todos. A Zuko le resultaba incómodo el cuero duro de su vestimenta, y la pesada parka seguía siendo demasiado abrigada para la isla Kyoshi, así que se puso una sencilla túnica de guerrero ceñida al torso con una correa de cuero colgada a la espalda para sostener sus espadas. Tres colas cortas de armiño le colgaban de ambos hombros. Intentaba evitar tirar mucho de la gargantilla de hueso que llevaba en el cuello, que se sentía demasiado apretada y rígida.

Sokka había tratado de convencerle de que se afeitara los lados de la cabeza y se recogiera el pelo en una cola de lobo de guerrero, pero Zuko se negó rotundamente.

Katara lo miró después de llevarse los bollos de carne en la boca.

—Entonces, ¿te vas a quedar ahí sentado viéndome comer, o...?

Zuko negó con la cabeza.

—Ya he comido. Y quería preguntarte algo.

—Ugh, aquí vamos...

—Cuando hablamos en las catacumbas bajo Ba Sing Se, mencioné una voz. Algo dentro de tu cabeza, como una conciencia. —Se frotó los hombros, recordando cómo la última vez que lo mencionó ella había tomado control de todo su cuerpo con Sangre Control.

Ella lo miró fijamente y Zuko no tuvo dudas de que quería reaccionar de la misma manera que la última vez.

—No es sólo “una voz en mi cabeza”. Es algo más, ¿no? Y tú también la oyes, ¿no?

—Más o menos —dijo. Observó cómo Appa se daba la vuelta y se frotaba la espalda contra las agujas de un pino, mientras sus pensamientos vagaban. Ahora sabía, sin lugar a dudas, que de alguna manera tenía a la Katara del mundo de Aang pegada a ella, igual que el príncipe Zuko a él. Y si ella era tan bondadosa como Aang siempre decía, entonces esperaba que pudieran sacar ese aspecto de ella.

—Es un espíritu o algo así, ¿verdad? ¿Por todo lo que está pasando con el Avatar? —Volvió a sentarse erguida después de terminar su comida—. Quiero que se vaya. Me distrae. ¿O es algo que me hizo el Avatar en un intento indirecto y cobarde de derrotarme?

—Bueno, no es tan sencillo —dijo Azula desde fuera de la silla, lanzándoles una mirada. Se apartó del fuego y su voz salió en tono cortante mientras cruzaba las piernas a la altura de los tobillos, todavía llevaba las botas de siempre y no se había puesto la ropa que había comprado Aang—. ¿Crees que lo tienes difícil? ¿Sólo porque oyes una voz que de vez en cuando te habla para que hagas algo bueno por una vez en tu vida? No sabes lo fácil que lo tienes.

Katara tiró de sus grilletes como para recordarles que estaban allí.

—¿Bueno? No me conoces, así que no finjas hacerlo. Son ustedes los que viajan a mi hogar para derrotar a mi padre y desarraigar las costumbres de nuestra tribu. Nuestra forma de vida. ¿Y dicen que son los buenos?

Azula se levantó de golpe.

—¡Perdónanos por intentar acabar con una guerra de cien años que tu pueblo empezó!

—Mi pueblo ha sufrido durante cientos de años, confinado en la implacable tundra de los Polos Norte y Sur —dijo ella, y al hablar sintió como si una brisa fría atravesara su campamento—. Mi tatarabuelo unió a todos los clanes por primera vez en la historia, combinando nuestras fuerzas para estar al mismo nivel que el resto del mundo. Para tomar lo que merecemos, lo que se nos ha negado durante todos estos años.

Zuko se cruzó de brazos y frunció el ceño.

—Pero incluso tú has señalado que no te gustan las formas de tu tribu. La forma en que tratan a sus mujeres.

—Puedo estar orgullosa de mi linaje y cuestionar algunas de sus formas —dijo ella, resoplando—. No voy a aceptar ciegamente su forma de ser. Por el amor que le tengo a mi tribu, quiero mejorarla.

Azula se enfureció.

—Y nosotros luchamos por mejorar el mundo. Las Tribus Agua tienen al resto del mundo viviendo con miedo. Incluso en Ba Sing Se, sus guerreros destrozaron la ciudad antes de que Wan Shi Tong llegara.

—Es una demostración de fuerza —replicó Katara—. Pero una vez que conquistamos, hacemos nuestra parte para mejorarlo todo.

—¿De verdad? —Aang entró en el claro con Sokka pisándole los talones, frunciendo el ceño hacia Katara—. ¿Incluso cuando destruyen el ambiente con Agua Control? ¿Y qué hay de todos los Guerreros Kyoshi que tu gente eliminó? ¿Y Omashu?

—Es una parte necesaria de la guerra —dijo Sokka. Aang, Zuko y Azula se giraron hacia él.

—¿Qué?, ¿han olvidado que yo también soy de la Tribu Agua? Es una consecuencia lamentable, obviamente, pero no se puede evitar. Y acabas de ver una aldea conquistada por nosotros. ¿La gente parecía hambrienta? ¿Asustada? ¿Alguien se apresuró a defender a Mizuka cuando habló en contra de las Tribus del Agua? No, porque están conformes.

—Viven con miedo —dijo Aang, apretando la mandíbula—. Yo conozco el miedo. Sé cómo es la gente cuando lo vive. Tu gente aplastó una rebelión aquí no hace mucho, ¿no?

—Porque la gente es incapaz de tragarse su orgullo, su conexión con su nación de origen —dijo Katara, que lo miró con una ceja arqueada—. Espera, Sokka, ¿has dicho Mizuka?

Sokka asintió.

—Sí, lo he dicho. Y aún no has visto Aniak'to, ni ninguna otra ciudad del Polo Sur. Es el centro de la ciencia y el aprendizaje. Tenemos inventores, marinos y exploradores, buscadores que practican la alquimia con conocimientos derivados de todas las naciones... —contó con los dedos.

—Y el Polo Norte tiene los mejores sanadores del mundo —continuó Katara por él—. Por no hablar de los eruditos y sabios que estudian el Mundo de los Espíritus y todos sus misterios. El mundo entero piensa que somos unos bárbaros sin sentido, pero no podría estar más lejos de la realidad.

Azula puso los ojos en blanco.

—Bueno, en cualquier caso, me alegra ver que se llevan bien de nuevo.

—Oh, no, todavía le guardo rencor a Sokka —dijo Katara con desgana.

Zuko sintió que su rostro se calentaba de ira al imaginarse la cara de su madre y bajó la mano en el costado de la silla.

—No puedo creer que ustedes dos justifiquen todo lo que su nación ha hecho durante estos años. Cuando han estado en posición de difundir la paz y lo único que hacen es seguir haciendo la guerra. —Se fijó en Aang, que se sentó en la tierra y miró sus puños cerrados. —¿Aang?

Le hizo preguntarse si Aang había tenido alguna vez este mismo tipo de conversación con gente de la Nación del Fuego en su mundo. Tal vez incluso con el propio Zuko. O tal vez el Príncipe Zuko y la Princesa Azula nunca habían intentado justificar sus malas acciones, y esa podría ser la razón por la que Zuko se había redimido: ya no podía reconciliarse con lo que había hecho.

Tal y como estaban ahora, Zuko se preguntaba si eso era posible para Katara o incluso para Sokka.

Aang negó con la cabeza.

—Dejémoslo así. No quiero seguir hablando de esto. Deberíamos irnos, ya hemos perdido suficiente tiempo.

—Mizuka es alguien que vivió bajo el dominio de mi nación toda su vida. Incluso en el palacio de Aniak'to —dijo Sokka, poniendo una mano en su cadera—. Tal vez podamos preguntarle cómo fue para que dejes de preocuparte. Y además, quiero preguntarle a qué se refería antes.

—Buena suerte —dijo Katara, apoyándose en la silla de montar ahora que la discusión había pasado—. Creo que hoy en día le falta un par de tornillos.


La caminata Aang y Sokka de vuelta a la aldea estuvo plagada de un silencio incómodo, interrumpido sólo por el parloteo ocasional de Sabi que se asomaba y se escondía en la túnica de Aang. Sus pensamientos se centraron en la conversación que acababan de tener en el campamento. En el campamento de Ozai, había pensado brevemente que tal vez Sokka podría llevarse bien con Zuko y Azula. Pero el hecho de que siguiera creyendo en el gobierno imperial de su nación, y no sólo creyera; sino que lo justificara y defendiera, echó por tierra sus esperanzas.

Se preguntó qué pasaría después de salvar a Toph y a Yue. ¿Tomarían caminos distintos? ¿Volverían a ser enemigos?

—¿Oyes voces de vez en cuando? —preguntó Aang, recorriendo el camino fangoso de la aldea. Tenía que preguntarle a Sokka mientras tuvieran tiempo a solas—. ¿Como... en tu cabeza? ¿Diciéndote lo que tienes que hacer? ¿O algún sueño extraño?

Sokka lo miró con la ceja sobre su ojo bueno levantada.

—¿Voces? Eso es una locura.

—Sólo más cosas de Avatar —respondió encogiéndose de hombros. No estaba seguro de si eso era el escepticismo característico de Sokka, negación o simplemente la verdad. Pero si hasta el Rey Fénix Ozai había intentado interferir en este mundo, ¿por qué no Sokka?— Olvida que he preguntado.

Sokka levantó un dedo.

—Y sí que tengo sueños raros todo el tiempo, pero tengo una imaginación hiperactiva y una curiosidad natural por las cosas.

Después de preguntar un poco, consiguieron localizar la residencia de Mizuka en el sendero de la montaña, en las afueras del pueblo, tras recibir indicaciones de los talladores de madera que fabricaban una canoa con un solo árbol. Basándose en las actitudes de los aldeanos hacia ella y en el tamaño de su residencia, Aang había podido deducir que Mizuka era una figura muy respetada en la aldea; aunque se la consideraba un poco excéntrica. Pero vivía sola, y la única compañía que tenía eran sus vecinos, que de vez en cuando iban a ver cómo estaba.

En cuanto Sokka llamó a su puerta, a Aang se le abrieron los ojos de par en par cuando se dio cuenta de algo.

—Hey, Sokka —dijo—. Si la conocías, ¿no existe la posibilidad de que ella también te conozca a ti? ¿Y si te reconoce?

Sokka lo miró por el rabillo del ojo y tensó los hombros.

—Eh, buen punto. Pero no es que nos conozcamos bien. Tal vez ella... ¿lo ha olvidado?

Aang estaba a punto de recordarle que era un príncipe, pero oyeron una voz gritándoles algo desde detrás de la puerta.

La diminuta anciana la abrió desde dentro y apareció ante ellos. De cerca, Aang podía adivinar que tenía casi un siglo de edad, le faltaban dientes y apenas veía.

—¿Eh? ¿De qué me he olvidado? —Ahora que Aang sabía quién era, reconoció su kimono verde como parte del uniforme de las Guerreras Kyoshi, sólo le faltaba la armadura—. Espera un momento. ¡Te conozco, chico!

Aang y Sokka intercambiaron miradas nerviosas.

—¿Sí? —preguntó Sokka.

—¡Sí! ¡He vivido en ese espantoso palacio de Aniak'to la mayor parte de mi vida, y no olvido ninguna cara! —Señaló con un dedo huesudo y tembloroso la barbilla de Sokka—. ¡Tú eres ese criado! El que siempre se olvidaba de llevarse mis platos sucios!

Sokka infló las mejillas.

—Sí, ese soy yo. El criado olvidadizo. Lo siento.

—¿Podemos pasar? —preguntó Aang—. Hay algunas cosas que queríamos preguntarte. Mizuka se dio la vuelta sin cerrar la puerta ni abrirla más para ellos, cojeando por el suelo de madera con su bastón.

—Sí, supongo que sí.

Aang entró en un amplio recibidor que ocupaba la mayor parte de su casa. Uno de los pocos edificios que aún parecían tradicionalmente kyoshianos, era más ancho que profundo, con un espacio prácticamente vacío en el interior. A su izquierda, vio un soporte sobre una plataforma ligeramente elevada que sostenía un uniforme de guerrera Kyoshi en posición sentada. El tocado dorado descansaba en un estante sobre él y los abanicos estaban extendidos sobre su regazo. Una espada envainada y un escudo retráctil colgaban de la pared detrás, lo que hizo pensar a Aang que se trataba de una guerrera fantasmal, sentado mientras se preparaba para una batalla que nunca llegaría. No vio ni una mota de polvo en ella.

En el lado opuesto de la sala, vio un santuario al Avatar Kyoshi. Su cabeza de madera descansaba en el centro, con una pintura retocada que le daba una mirada feroz. Las botas del Avatar; más grandes que las de cualquier otro Avatar, descansaban junto a la cabeza, mientras que un pergamino que representaba a Kyoshi formando la isla colgaba detrás. Aparte del santuario y la armadura, el vestíbulo sólo tenía una mesa de té y las puertas correderas de papel sólo dejaban entrever el resto de la residencia. El vestíbulo desprendía un olor vagamente dulce a vino de arroz y a tinta, y vio que esta última cubría un pincel sobre la mesa de té, aún fresca

—¿Admirando las botas del Avatar Kyoshi? —preguntó Mizuka a Aang, acercándose a su codo sin que éste se diera cuenta—. Impresionante, ¿verdad?

—¿Te permitieron quedarte con todo esto? —preguntó Aang, señalando todo aquello.

Mizuka le dedicó una sonrisa astuta.

—No oficialmente. Además, todo esto ya estaba aquí: esto solía ser el dojo. ¿Pero qué van a hacer, asaltar la casa de una anciana de noventa y cinco años? —Su bastón golpeteó el suelo mientras se acercaba a la mesa de té y se dejaba caer sobre uno de los cojines—. Esa no es una batalla a la que ningún guerrero quiera enfrentarse, por muy valiente que se crea. De todos modos, ¿qué querían preguntarme?

—Estamos... entrevistando a antiguos residentes del palacio de Aniak'to —dijo Sokka, frotándose la nuca—. Después de dejar de ser sirviente decidí convertirme en... detective.

Aang se había movido para sentarse en la mesa del té cuando las palabras de Sokka le hicieron resbalar y golpearse el codo contra la madera.

Mizuka se dio golpecitos en la barbilla.

—¿Un detective? ¿Qué estás investigando?

Sokka se acarició la barbilla y se inclinó hacia la anciana.

—Un asesinato... ¡que tuvo lugar en el mismísimo palacio justo el otro día!

—Bueno, yo no tuve nada que ver con eso —dijo ella, cruzando los brazos y frenando limpiamente su alarde de dramatismo—. ¡Llevo aquí casi cinco años! ¿Estás seguro de que alguien no se ha resbalado en el hielo?

—Sí, por supuesto —dijo Sokka—. Pero una dama como tú, que lleva tanto tiempo en el palacio, seguro que has visto de cosas que nadie más ha notado. Lo único que intento es discernir un motivo. Así que... Lady Mizuka, cuéntame cómo fue tu estancia como representante de la isla de Kyoshi.

Mizuka se burló.

—¿Representante? ¿Qué tal prisionera? ¿O rehén? Desde que era una niña y la isla empezó a ser asaltada por las tribus unidas del sur, luché y luché hasta que mi gente finalmente dobló la rodilla. El Gran Jefe Aniak, ¿o se llamaba a sí mismo "Emperador Seiryu" en ese momento?, me eligió personalmente para ir a vivir a la Tribu del Agua del Sur como garantía para mantener a mi pueblo najo control. Un trofeo, más o menos. Me permitían navegar a casa una vez al año, aunque sólo fuera para demostrar a los aldeanos que aún vivía en cautividad.

Sokka frunció el ceño.

—Pero vivías allí con comodidad, ¿no? Te dieron sirvientes. Tus propios aposentos. Comida y calor y todo lo que necesitabas.

—Era una jaula de oro —dijo ella—. ¡Y esperaba vivir mis días allí, cuando debería haber sido una guerrera en la plenitud de mi vida! Pero me quitaron todo eso. Tenía una amiga allí, Lady Kanna, pero no pudo impedir la masacre de mi pueblo cuando Hakoda sofocó la rebelión. —Sus hombros cayeron—. Y ahora soy la única que queda.

Sokka negó con la cabeza.

—Pero no es así. Hay al menos una más: ¡Suki! Tú mismo la entrenaste.

Por primera vez, Mizuka relajó su rostro en una suave sonrisa.

—Ah, la chica. Echo de menos a Suki, fue mi última esperanza allí. Pero no es una verdadera guerrera Kyoshi. No vivió ni creció entre nuestra gente, nunca llegó a formar parte de nuestra cultura ni a aprender nuestras costumbres. Y no pude enseñarle demasiado, o no habría sobrevivido como mujer criada por las Tribus del Agua.

Sokka finalmente se unió a ellos en la mesa y se aferró a cada palabra.

—¿Por qué dices eso?

—El emperador Kvichak las llamaba “lecciones de baile”. Esa era la única forma en que se permitía su entrenamiento. El emperador Hakoda sabía la verdad, seguro, pero hacía la vista gorda mientras no se alardeara de ello o fuera enseñado a alguien más. ¿Una mujer aprendiendo a luchar? ¿Aprendiendo nuestras tradiciones? Si hubiera aprendido nuestro verdadero propósito, la razón por la que fuimos creadas en primer lugar, habría luchado y nunca habría soportado la vida en ese palacio. No sin el resto de la hermandad—. A pesar de su pequeña y frágil forma, la anciana parecía más fuerte de lo que Aang había imaginado—. Suki se volvió parte de la Tribu Agua para sobrevivir.

—Pero ella era parte de nuestra familia —dijo Sokka, casi para sí mismo—. ¿Verdad?

—Eres la única que queda para mantener viva tu cultura —le dijo Aang a Mizuka, con la voz baja—. Puedo entenderlo. —Miró fijamente a Sokka, que se encontró con su mirada con la boca ligeramente entreabierta. No sabía qué pensamientos pasaban por la cabeza de Sokka, pero ahora que el Maestro Agua se había enfrentado a la evidencia, Aang esperaba que le llegara.

Sokka se recompuso con una profunda respiración.

—Eres el último sucesor de una orgullosa tradición guerrera —dijo—. Lo entiendo. Pero no puede morir contigo. No después de todo esto.

Mizuka se puso una mano sobre el pecho.

—Si Suki consiguiera salir de ese horrible lugar, me gustaría volver a verla antes de morir.

—No sé dónde está Suki ahora —admitió Sokka. Puso las manos sobre las rodillas, con la mirada resuelta—. Pero, ¿y si tú me enseñaras?, ¿y luego yo se lo enseñara a ella?

La anciana se burló.

—Nunca se ha admitido a un hombre en nuestra orden. Mucho menos un forastero… ¡y mucho menos uno de nuestros opresores! No me hagas reír.

—¿Por qué no? Si no lo haces, todas tus tradiciones morirán —dijo—. Y soy un gran guerrero. No es como si tuviéramos que empezar de cero.

Ella le dio un golpe en la frente con el nudillo.

—¡Pero tengo que, zoquete! ¡No sabes absolutamente nada! Eres demasiado directo, demasiado cabezota para ser un Guerrero Kyoshi. Nuestro estilo consiste en redirigir y utilizar la fuerza de nuestro oponente en su contra. Irónico, ¿no?

Aang no soportaba seguir mirando a Mizuka, que se había mantenido firme en su cultura y sus tradiciones como la última practicante de las mismas, cuando Aang no podía hacer lo mismo con su propia gente. ¿Hace cuánto tiempo que había empezado a comer carne? ¿Cuándo fue la última vez que se afeitó la cabeza? Le daba vergüenza siquiera pensar en compararse con ella.

—Ella no va a ceder, Sokka —dijo. No como yo.

Sokka se frotó la cabeza donde Mizuka le había golpeado y frunció el ceño.

—¿Y si me enfrento a él? —le preguntó, señalando a Aang—. ¿Y si te muestro la seriedad de mis intenciones para convertirme en tu alumno?

—¿Pelear con él? Tampoco tiene la gracia de un guerrero Kyoshi. Oh, no, querido, esperaría que te enfrentaras a mí. —Un palo de algo dorado salió de su manga y se dio un golpe en la muñeca, abriendo un abanico dorado.

Sokka se inclinó hacia atrás, sorprendido.

—¿Qué? No, yo...

Mizuka volvió a cerrar el abanico.

—Tal y como esperaba. Demasiado cobarde para luchar contra una vieja maestra, o demasiado orgulloso para luchar contra una mujer. En cualquier caso, esto demuestra que nunca podrías ser mi alumno.

Aang se puso de pie.

—Vamos, debemos irnos —dijo. Arrugó la frente—. ¿Por qué estás tan empeñado en ser su alumno, de todos modos?

—Porque no quiero que mi gente, mi padre, elimine la última parte de esta cultura —dijo, poniéndose de pie junto a Aang con los puños cerrados—. Quiero compensar lo que hemos hecho. Es triste, ¿vale? No quiero admitir que tal vez, sólo tal vez, tú y tus amigos tenían razón en esto. Mi padre habla de incorporar las culturas de los pueblos que hemos conquistado a nuestra propia nación, pero... está mal. La forma en que se hace está mal. Y, bueno... me importa Suki. Esto me toca una fibra sensible, ¿vale?

Aang volvió a mirar a Mizuka, que seguía sentada, y esperaba que no hubiera escuchado lo que Sokka había dicho sobre su padre. Se cruzó de brazos y entrecerró los ojos para mirar a Sokka.

—Bien, ¿quieres ayudar? —graznó—. Trae al unagi de vuelta a nuestras aguas. Los barcos de la Tribu del Agua lo ahuyentaron hace muchos años, porque las cosas que son más grandes que el unagi son las únicas que le dan miedo a la serpiente. Esa es la única manera de demostrarme que hablas en serio. El unagi mantendrá a todos esos pescadores alejados del elefante koi dorado y evitará la sobrepesca para que no desaparezcan todos.

—¿El unagi no come el elefante koi? —preguntó Aang, rascándose la cabeza.

Mizuka sonrió.

—¡Los dorados no! Nunca supe por qué, pero a esos los deja en paz.

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Sokka.

Ella volvió a abrir su abanico y le miró por encima de él, ocultando la mayor parte de su rostro.

—No lo sé, pero ahora la serpiente nada entre las islas Chuje, quizá cerca de Kokkan. Buena suerte. Y espero que resuelvas ese caso de asesinato.


—¿Cómo se supone que vamos a llevar a un monstruo marino gigante de una isla a otra? —preguntó Aang a Sokka mientras regresaban al campamento—. Es una petición descabellada.

—Ese era el punto, creo —dijo Sokka, frotándose la barbilla—. En cualquier caso, ¿qué tan grande puede ser? Tal vez Appa pueda cargarla.

—¿Has visto a la serpiente del Paso de la Serpiente?

—Oh.

Aang pasó por encima de una rama caída en el camino y sus ojos siguieron a Sabi cuando encontró a Momo y ambos lémures se lanzaron en picado por el aire sobre ellos.

—¿Tal vez podríamos conseguir una caña de pescar gigante? O... ¡ajá! Podrías hacer una ola grande que la traiga hasta aquí.

—No sé, mi Agua Control no es tan bueno —dijo Sokka. Tarareó para sí mismo y luego golpeó su mano en la otra palma abierta—. ¡Ya lo tengo! Tuviste la idea correcta, pero fue demasiado directa. Vamos a atraer al unagi de vuelta aquí con algo de su comida favorita.

Se sonrieron el uno al otro mientras elaboraban un plan, y Aang no pudo evitar pensar que se sentía como en los viejos tiempos.


Después de pasar bosque gigante, Toph se encontró vagando por una planicie abierta. Las llanuras se ondulaban y traían una tenue brisa que le hacía cosquillas en la piel, y casi se sentía como si hubiera encontrado el camino de vuelta al mundo real. Pero el aire seguía siendo cálido, casi eléctrico. Era antinatural, como si cada brisa fuera un soplo que la impulsaba a seguir. Toph Espíritu le advertía cada vez que un espíritu pasaba volando por encima de ellas y ella se agachaba para no ser notada. No era difícil, de todos modos, Toph no sentía que nada en ella fuera perceptible en ese momento.

Sintió el suelo se agitarse delante de ella, vibraciones que indicaban un movimiento rápido y pesado. En el epicentro, concentró sus sentidos; tratando de darle sentido en medio de la tierra movediza del Mundo de los Espíritus. Pero era como intentar hablar con alguien bajo el agua o a través de una pared, el lenguaje de la tierra era confuso por la distancia y su desconocimiento de ella.

—¡Hay gente allí! —exclamó Toph Espíritu—. ¡Los espíritus los están atacando! Vamos, nenita, ¡tienes que ir a mostrarles de lo que estás hecha!

Sus palabras llenaron de energía a Toph, le dieron un propósito, y convocó a la tierra debajo de ella para que se apresurara a ir al rescate. Al acercarse, reconoció los movimientos familiares de otra Maestra Tierra, una joven que había entrado físicamente en el Mundo de los Espíritus al igual que Toph. Un enjambre de espíritus insectoides los rodeaba, seres con seis patas y pinzas que arremetían contra las dos personas que luchaban desde el centro. La segunda persona atacaba con una larga katana. Toph las conocía; no podía recordar sus nombres aunque se esforzó por hacerlo, pero estaba segura de que las había conocido antes.

Saltó fuera de su ola de tierra y la dejó que se adelantara a los espíritus. Los insectoides centraron su atención hacia la recién llegada, siseando ante el desafío, pero Toph levantó un puño y apartó a uno de ellos con un bloque de tierra. Cuando todos los insectoides se acercaron a Toph, se metieron bajo el suelo y se acercaron a ella desde abajo, así que Toph levantó las manos y los ubicó a todos señalándolos con los dedos. Los empujó hacia atrás, hundiéndolos cada vez más hasta que cayeron por el fondo de la tierra, hacia en el vacío que había debajo.

Supuso que las rarezas del Mundo de los Espíritus tenían algunas ventajas, después de todo.

—¡Eres tú! —exclamó la otra Maestra Tierra, señalando con un dedo a Toph. Una Maestra Arena, recordó Toph vagamente—. Eh... ¿dos de ustedes? ¡Están bien! —Bueno, si podían ver a Toph Espíritu, suponía que eso demostraba que aún no se había vuelto loca.

—Toph, ¿verdad? —preguntó la de la katana. Enroscó los dedos bajo la barbilla e inclinó la cabeza—. Qué fascinante... ¿tu espíritu se separó de tu cuerpo de alguna manera cuando Koh te robó la cara?

—Claro, digamos que sí —dijo Toph Espíritu—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo salimos de aquí?

La Maestra Arena miró a su compañera.

—No estoy segura. Sé que Yue es técnicamente el enemigo, pero... ahora mismo tenemos que trabajar juntas. Ella sabe mucho de los asuntos espirituales. Es la única manera.

Yue. Toph la recordaba ahora: era una de las amigas de la Tribu Agua de Sokka y Katara.

La voz de Toph Espíritu se extendió como en un círculo alrededor de ellos.

—Realmente no me importa quién está de qué lado.

—Solo me alegra que nos hayamos encontrado. No creo que hubiera podido hacer esto sola. Así que gracias, Nagi. —Yue juntó las manos—. Recuerdo haber sido arrastrada hasta aquí por el Ladrón de Rostros, pero creo que algo ocurrió con la conexión entre los dos mundos. Hizo que nos perdiéramos de vista los unos a los otros. No creo que Suki o Zuko o ese otro chico que estabas protegiendo hayan sido arrastrados, así que espero que estén bien.

Jet, recordó Toph. Ella había estado protegiendo a Jet.

—Nah, ninguno de ellos está aquí —dijo Toph Espíritu—. Pero deberíamos movernos antes de que Koh nos encuentre de nuevo. ¿Es posible recuperar mi cara?

—No lo sé —admitió Yue, y Toph pudo oír la simpatía en su voz. Aunque débil y distante, le hizo sentir algo parecido a la ira—. Haré lo posible por recordar todas las historias sobre Koh. Puede que haya una pista en ellas.

—Bueno, sea lo que sea que haya pasado con la conexión entre mundos, se llevó a Koh y a Wan Shi Tong, así que estoy agradecida por ello —dijo Nagi—. Y ya estamos un paso por delante de ellos porque nos hemos vuelto a encontrar, si es que se atreven a seguir cazándonos. Pero esos insectos monstruos espíritu me recordaron demasiado al Ladrón de Rostros para mi gusto, así que prefiero no arriesgarme.

—El primer paso es simplemente sobrevivir —dijo Toph Espíritu. Toph tuvo la sensación de que guiaba su vida con esas palabras, en su mundo—. Un paso a la vez y eso, después, todo encajará en su sitio.


Unas horas más tarde, Aang y Sokka partieron hacia la isla Kokkan a lomos de Appa con tres cubos de cebo malolientes que habían comprado en la ciudad y llenado de carnada para los unagi. No les contaron a Azula, Zuko y Katara su plan ni su encuentro con Mizuka, sabiendo que los reñirían por ser imprudentes y desviarse aún más.

—Así que técnicamente vamos a ir a pescar —explicó Sokka mientras la isla nevada aparecía a la vista—. Atraeremos al unagi con cebo y volaremos un poco más de vuelta a la isla Kyoshi, pero tú vas a usar tu Agua Control para empujar y tirar del cebo en el agua para que los unagi nos sigan.

—¿Yo? —preguntó Aang—. ¡Pero si ya casi no puedo hacer Agua Control! ¿Por qué no lo haces tú?

—Tengo que mantener nuestra cobertura de niebla —dijo Sokka—. Si alguien nos ve todo el plan podría arruinarse. Solo no dejes que el unagi se coma todo el cebo o se nos acabará antes de llegar a la isla Kyoshi, pero deja que se acerque lo suficiente como para que no pierda el interés.

Aang suspiró.

—Todo mientras evitamos que nos coman a nosotros. Genial.

Sokka dio una palmada en la parte inferior de la montura.

—Bueno, espero que tu gran y apestoso amigo bisonte pueda hacer esa parte por su cuenta, ya que ambos estaremos ocupados. No es un plan perfecto, pero es lo mejor que podemos hacer. Y creo que puedes hacerlo.

Ante sus palabras, Appa dejó escapar un leve gruñido como si le dijera que sí, que por supuesto que podía con eso.

Sokka levantó un velo de niebla que cubrió a Appa y más allá.

—Muy bien, Avatar, haznos carnaza.

Tiró uno de los cubos al agua, con cuidado de no mancharse con la mezcla de partes de pescado, huesos y sangre. El olor rancio le picaba la nariz.

—Bien, entonces... ¿hay que empujar y tirar?

—Sí —dijo Sokka—. Deja que se esparza un poco para que el unagi pueda olerlo. Ahora vamos a jugar a esperar.

Aang recordó lo peligroso que había sido el unagi en su primer encuentro con él.

—Esto es una locura —dijo, pero se acomodó en el borde de la silla para esperar. Se concentró en la sensación de las mareas bajo su control, el empuje y el tirón. Esto lo recordaba. Mizuka había dicho que no tenía gracia, pero para el Agua Control necesitaba eso, necesitaba aferrarse a sus raíces como un Maestro Tierra, pero debía fluir con las mareas en lugar de enfrentarse a ellas. En su mundo, siempre vio a Katara como la personificación de la gracia.

¿Tenía razón Sokka cuando dijo que había perdido esa conexión con el agua en su entrenamiento para dominar el Fuego y la Tierra Control? Pakku trató de enseñarle primero el Agua Control, como era en el mundo de Aang. Una vez más, se preguntó si el orden de los elementos realmente importaba o si todo era una cuestión de mentalidad y tradición del Maestro.

El agua también era curación y vida. Tenía que recordárselo a sí mismo. En sus años de guerra y lucha, había olvidado que todos los elementos eran capaces de lo mismo, de una forma u otra. Necesitaba reconectarse con lo que solía ser, no con lo que era Katara, ni con lo que era Sokka, sino con el chico que había dominado el Agua Control bajo la tutela de Katara hace tantos años. Las artes de Control no eran simplemente armas para blandir.

Aproximadamente media hora después, una sombra se agitó bajo la superficie del agua. Sokka gritó una advertencia y Aang apartó la carnada justo cuando las fauces del unagi se abrieron y chasquearon el aire vacío. Appa rugió y voló más alto mientras el unagi vociferaba su propio desafío en respuesta, persiguiéndolos mientras Aang se esforzaba por mantener la carnada en el agua. Pensó (estúpidamente, en retrospectiva) que sería un sencillo viaje de ida y vuelta, empujando y tirando, pero ahora todo se trataba de tirar.

El unagi perseguía lo que creía que era una comida fácil, pero esto ya no era como cuando había sido Maestro Aire solo en el mar. Ahora tenía a su bisonte y a un Maestro Agua con él, sus dos mejores amigos.

La niebla los seguía, casi lo suficiente como para obstruir su visión del unagi, pero Aang persistió. En un momento dado, el unagi retrocedió y Aang recordó un incidente similar en el pasado.

—¡Nos va a disparar agua! —le gritó a Sokka.

—¿Qué? —gritó él—. ¿Puede hacer eso? La otra serpiente no podía. —El unagi abrió sus fauces para soltar un chorro de agua y Sokka se levantó para ayudar a Aang—. ¡Desvíalo hacia un lado!, ¡no lo bloquees de frente!

Aang saltó de lomos de Appa para cortar el chorro por la mitad con su bastón mientras Sokka lo separaba a ambos lados de Appa a su paso. Aang desplegó su planeador y dio la vuelta para volver a la montura, pero el unagi se lanzó hacia el agua y devoró la carnada que Aang había estado arrastrando.

—¡Tiene el cebo! —exclamó Aang.

Sokka volvió a la cabeza de Appa, donde tomó control de la niebla para cubrirlos. Incluso en mar abierto, no podían correr el riesgo de que una patrulla de la Tribu Agua los descubriera. —¡Siguiente cubo!


Mizuka bajó tambaleándose a la bahía con su uniforme de guerrera Kyoshi, luciendo con orgullo su tocado dorado, su maquillaje y su armadura para que todos la vieran. Los murmullos la seguían y los guerreros de la Tribu Agua murmuraban sobre ella a su paso, demasiado aturdidos por su descarada muestra de desobediencia como para detenerla directamente.

—Revivamos la tradición de dejar ofrendas para el unagi —dijo a unos cuantos aldeanos que reconoció mientras atravesaba el pueblo—. ¡Porque la gran anguila hará su regreso! Y, esta vez, haremos lo necesario para que se quede.

Muchos desestimaron sus palabras, tomándolas como las inanes divagaciones de una anciana que había dejado atrás sus días de gloria. Pero ella sabía que lo que decía era verdad, tan segura como de que los chicos que la visitaron hoy temprano lograrían traer de vuelta al unagi. Después de todo, eran el Avatar y el príncipe. El andar de un Maestro Aire, un Maestro Fuego y un Maestro Tierra era inconfundible, y ella nunca había olvidado la cara del príncipe. Si el príncipe se había unido al Avatar, tal vez las cosas cambiarían por fin.

La bahía no se parecía en nada a la de su juventud, con los muelles que se habían erigido para convertir la conquistada Isla Kyoshi en una ciudad portuaria. Un par de barcos de guerra tallados en madera, hielo, cuero y hueso de ballena se mecían cerca de la orilla, sin ocupantes excepto por dos guerreros que montaban guardia en los muelles. Los marines patrullaban la costa, pero correteaban de un lado al otro con tanta prisa que no le prestaron atención cuando llegó.

—¡Nuestras patrullas han visto un monstruo marino gigante aproximándose a la isla! Casi no lo han notado a tiempo a causa de la niebla...

—¡Es el unagi!

—¡Ha vuelto! ¡Guerreros, a sus puestos! Tendremos que ahuyentarlo!

En ese momento, Mizuka se había plantado en el muelle de camino a los barcos de guerra, con sus abanicos desplegados y el bastón tirado en el suelo. Con los dos guardias detrás de ella y toda una tropa de guerreros corriendo hacia los barcos al frente, se enfrentó a ellos sin pestañear.

Uno de los guerreros se adelantó, blandiendo su lanza.

—¡Muévete, vieja bruja!

Ella adoptó una postura, con un abanico al frente y otro listo a su lado.

—No lo haré —dijo. —Estoy aquí para evitar que impidan el regreso del unagi. Si ve que vuestros barcos se dirigen hacia él, puede dar la vuelta y no volver nunca, y no dejaré que eso ocurra.

Las risas resonaron entre la multitud frente a ella y el primer guerrero bajó su lanza.

—Vamos, abuela, no nos obligues a usar la fuerza.

En respuesta, ella saltó hacia atrás, giró y golpeó a los dos primeros guardias con cada abanicos, tirándolos a ambos al agua en un movimiento fluido.

—Tal vez alguno de ustedes sea la primera ofrenda para el unagi —les dijo, con su pintura de guerra dibujando una sonrisa feroz.

El guerrero que habló primero se abalanzó sobre ella con su lanza, pero ella giró alrededor de la punta y lo desarmó, quitándole el equilibrio con una patada que lo empujó fuera del muelle. Después de eso, empezaron a atacar en serio, abalanzándose sobre ella, dos o tres a la vez pero nunca más que eso pues el muelle no era lo suficientemente ancho como para albergar a tantos. Mizuka se deslizaba entre sus lanzas y seguía avanzando, girando y cortando con sus abanicos para desviar y desarmar y empujarlos hacia la bahía.

—¿Todo esto, por el unagi? —gritó uno de los guerreros, intentando lanzarse sobre ella en un arrebato—. ¿Has perdido completamente la cabeza, Mizuka?

—Para nada —dijo ella, girando en torno a su embestida—. El unagi protege nuestras aguas y a los koi dorados de los suyos, brutos.

Los Maestros Agua fueron los siguientes. Las olas se elevaron a ambos lados de ella, pero rodó entre las piernas de un guerrero y esquivó para ponerse a salvo justo cuando las olas se estrellaron contra los muelles al tiempo que la madera se rompía y se astillaba. Ahora, en tierra firme, había perdido la ventaja tener de un campo de batalla reducido, pero no dejó que eso la detuviera. Con el muelle destrozado, que se había llevado a muchos guerreros consigo, se sintió confiada de que incluso eso les retrasaría para llegar a sus barcos.

Las Tribus Agua fueron la razón por la que no había podido luchar junto a sus hermanas en su rebelión hace ocho años. Ahora, luchaba con sus espíritus a su lado, con ellas guiando sus abanicos y su espada. Los guerreros la perdieron en la refriega, incapaces de seguir el rastro del borrón verde y dorado con cara de demonio que desarmaba y derribaba a guerreros y Maestros Agua por montones. Uno había conseguido alcanzarla con su honda en un golpe de suerte con su honda, disparando una boleadora que se enredó en sus tobillos que la hizo perder el equilibrio. Pero ella se deslizó por el suelo y se liberó con su espada, poniéndose en pie y jadeando por el esfuerzo. Sentía el pecho como si estuviera en llamas y sus rodillas, su cadera y su muñecas clamaban en señal de protesta, pero resistió.

Si esta iba a ser su batalla final como la última Guerrera Kyoshi, que así fuese.

Cuando se puso en pie, con su tocado torcido y una sonrisa de locura en la cara, algunos guerreros se dieron la vuelta y huyeron de regreso a la ciudad. A pesar del dolor, se puso en pie y continuó enfrentándolos, desafiando a quien se atreviera a ser el siguiente en caer ante su furia.

Uno de ellos señaló más allá de ella, hacia la bahía.

—¡Es el unagi! Ha vuelto.

No miró mientras oía el gran rugido de la anguila a sus espaldas, muy lejos en las profundidades del agua, pero sus oponentes huyeron despavoridos a medida que se acercaba. Los dejó ir, sembrándoles el temor al unagi y esperando que la recordaran con el monstruo a sus espaldas hasta el final de los tiempos.

Cuando los últimos Maestros Agua y los guerreros abandonaron la batalla, Mizuka se volvió por fin hacia la bahía y se agarró el pecho. Le dolía cada parte del cuerpo, pero al ver la sombra que nadaba por la bahía y una nube de forma extraña que volaba hacia la isla, sólo pudo llorar de alegría.


Cuando Aang y Sokka llegaron a la residencia de Mizuka, se encontraron con una pequeña multitud que se había reunido en los escalones de la entrada y en el vestíbulo. Sus sonrisas triunfantes flaquearon al percibir el estado de ánimo de los isleños, que parecían estar asistiendo a un funeral.

Un hombre de mediana edad los detuvo en cuanto entraron en la casa de Mizuka. Un isleño, adivinó Aang, por el estilo de su ropa.

—¿Quiénes son?

Aang se temió lo peor.

—Hemos venido a ver a Mizuka. ¿Qué ha pasado? La vimos hace unas horas y estaba bien.

—Déjenlos pasar. —Era la voz ronca de Mizuka desde detrás de un grupo de gente, que se separó para revelar a la anciana con una armadura completa de Guerrera Kyoshi y la cara pintada. Estaba tumbada en una estera para dormir bajo el santuario del Avatar Kyoshi, su pecho subía y caía con respiraciones rápidas mientras sus párpados se agitaban—. Conozco a estos chicos.

—Según cuentan en la Tribu Agua, Mizuka luchó con algunos guerreros en los muelles —dijo el hombre—. La encontramos caminando por el pueblo después de que todo sucediera, y se desmayó.

—”Algunos guerreros” dicen —dijo una mujer—. ¡Parecía el pelotón entero por lo que vi!

Sokka se arrodilló al lado de Mizuka.

—¿Por qué has hecho eso? El unagi ha vuelto.

—Lo sé —dijo, con la respiración entrecortada—. Pero ahora tiene que quedarse.

—Y lo hará, Mizuka —dijo otra mujer, que mantenía su mano sobre Mizuka—. Dejaremos las ofrendas al unagi en secreto, como has dicho.

—¿Así que te vas a dejar morir por el unagi? —preguntó Sokka, con el ceño fruncido.

—No sólo por el unagi —dijo Mizuka—. Por algo más grande. Déjame decirte... lo que debes transmitir a Suki. —Sokka se inclinó más cerca y ella continuó—. Nunca serás uno de nosotros. No confundas mis palabras con una invitación. Pero aun así, debes saber esto. El Avatar Kyoshi formó nuestra hermandad cuando vio que los hombres pendencieros maltrataban a las mujeres de su aldea. Quería que ellas aprendieran a luchar por sí mismas, porque ella sola no podía proteger a todas las mujeres de su aldea. Desde el principio, sólo fue eso: una forma de autodefensa, un emblema para las mujeres que protegen a otras mujeres.

—Pero en las Tribus Agua, los hombres pueden proteger a las mujeres igual de bien —dijo Sokka, frunciendo el ceño—. Es lo que se espera de nosotros.

Mizuka inhaló una bocanada de aire con dificultad.

—Y a veces sólo tenemos que protegernos a nosotras mismas, o incluso a los hombres de nuestra propia aldea, como cuando llegaron los Maestros Agua. —Levantó el brazo y se señaló la cara—. El simbolismo es importante para nuestra orden. El blanco... simboliza la traición, la sospecha, y voluntad para castigar con malicia a aquellos que lo merecen. Esto... es lo que ya le he enseñado a Suki, la cara que mostramos a los forasteros. Pero ella no sabe que el rojo simboliza nuestro honor, heroísmo y lealtad.

Sokka bajó la mirada.

—No sabía nada de eso.

Levantó el brazo hacia Sokka y habló como si recitara un juramento sagrado.

—La insignia de oro de mi manga representa el honor del corazón del guerrero. Y el hilo de seda simboliza la valerosa sangre que corre por nuestras venas.

—Pero sigo sin entenderlo —dijo Aang, sintiendo el peso de la melancolía a su alrededor—. ¿Por qué todo esto, sólo para traer al unagi de vuelta? ¿Para proteger a los koi dorados? La Tribu Agua sigue aquí. Todavía están en tu isla.

Mizuka le sonrió.

—El unagi mantiene vivo el sueño de una Kyoshi libre —dijo—. Mi tocado dorado... está forjado con las escamas del koi dorado. Solíamos bucear hasta el fondo de la bahía y recogerlas de la arena. —Su mirada se dirigió al pergamino mural del Avatar Kyoshi y dejó escapar un suspiro. La escena pintada hablaba de una época más feliz, cuando el Avatar enseñaba a sus primeras discípulas—. Yo... aún recuerdo... cuando nadé por primera vez en busca de mis escamas doradas. Ahora... te confiaré nuestro legado, Suki.

Con esas palabras, la última Guerrera Kyoshi dejó escapar su aliento final, dejando este mundo con el triunfo en su corazón.


Horas más tarde, Appa partió de la isla Kyoshi con Sokka a las riendas por primera vez porque quería estar solo. Tanto Aang como Sokka regresaron al campamento sin decir nada a sus compañeros, dejando a Azula, Zuko y Katara confundidos sobre lo que había ocurrido en la isla.

Katara permaneció encadenada a la montura como siempre, mirando al horizonte. Una vez más, Aang tuvo que preguntarse si ella tenía un plan preparado para ellos, y si se arrepentiría de haber consentido en traerla. Pero eso sería una preocupación para otro momento. ¿Cómo habría reaccionado ella al sacrificio de Mizuka?, ¿habría cambiado algo, como pareció ocurrir con Sokka? Se tomó a pecho las palabras de la Guerrera Kyoshi, listo para transmitírselas a Suki en caso de que la volvieran a ver.

Le preocupaba lo que les esperaba en el Polo Sur. Le preocupaban Mai y Jet en el norte. Le preocupaban sobre todo Toph y Yue, y no se sentía más cerca de encontrar una forma de rescatarlas o de devolverle a Toph su rostro.

—De nuevo estás teniendo dudas —le dijo Azula, deslizándose para sentarse a su lado—. No dejes que te consuman por dentro.

Forzó una sonrisa para ella.

—No lo haré —Él no se había dado cuenta hasta ahora, pero Azula se había cambiado de ropa. Llevaba cuero azul oscuro en el torso, forrado con pieles blancas alrededor del cuello, los hombros y los puños de las mangas, que terminaban justo antes de los codos. Debajo llevaba unos guantes sin dedos para cubrir el resto de los brazos. Alrededor de la cintura, llevaba una piel de oso polar blanca, cortada asimétricamente, sobre unos pesados pantalones y botas de cuero marrón. Tiró del cuello de su camisa, sintiendo que el calor le subía a la cara—. Te ves... te ves genial, Azula.

Casi esperaba ver un collar de compromiso en su cuello, y una parte lejana de él pensó que habría quedado bien.

—No creía que este atuendo me sentara bien —dijo ella, poniendo los ojos en blanco y apartándose de él—. Pero gracias.

Se fijó, sobre todo, en cómo se había recogido el cabello. En lugar de su habitual moño, llevaba un medio rodete que sujetaba parte de su cabello y dejaba el resto libre, con mechones de cuentas colgando de los mechones sueltos. Había creído que se ataría un par de mechones en bucles, sobre todo si Katara se lo sugería, pero descubrió que le gustaba más este look en ella.

—¿Qué estás mirando? —le preguntó ella, mordisqueándose el labio.

Aang se abrazó las rodillas y se encogió de hombros.

—Ah, eh... nada —Ambos apartaron la mirada mientras Katara se mofaba de ellos en silencio.

Aang ignoró a Katara y miró de frente a Sokka, preguntándose de nuevo cuánto le cambiaría su encuentro con la última Guerrera Kyoshi, y dónde podría estar ahora Suki.


Las paredes de Agna Qel'a brillaban a la luz del sol, formadas de hielo puro y talladas con la insignia de la Nación del Agua. Después de escapar de Ba Sing Se, días de viaje a pie para encontrar un puesto de avanzada de la Tribu y semanas de navegación, Suki y Ghashiun habían llegado por fin al Polo Norte.

Su compañero había permanecido casi en absoluto silencio durante todo el viaje, lo que le venía muy bien a Suki. De todos modos, sólo había ido con ella porque tenía una idea de a quién pedirle que salvara a Yue y a Nagi, su hermana.

Sólo esperaba que el Alto Jefe Arnook, de quien se decía que era el hombre más versado del mundo en materia de espíritus y el líder espiritual de las dos Tribus Agua, aceptara una audiencia con ella. Nunca había conocido al hombre, pero era bien sabido que amaba a su única hija, y Yue sólo hablaba cosas buenas de él.

Suki miró su reflejo en uno de sus abanicos dorados. Con la traición de Sokka y Katara capturada a manos del Avatar, le correspondía a ella y a Ghashiun salvar a Yue de su destino.

Chapter 46: El Templo Aire del Sur

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Libro 3: Agua

Capítulo 3: El Templo Aire del Sur

—Aang, ¿recuerdas algo de tus padres?

Aang asomó la cabeza por las frondosas ramas del manzano e hizo una mueca señal de concentración.

—¿Como una madre y un padre? No, supongo que debieron abandonar el templo poco después de que yo naciera. —Por supuesto, eso no era inusual. Las monjas y los monjes criaban a los niños en común después de que sus padres nómadas acudieran a los templos para que nacieran—. ¡Supongo que Gyatso es lo más parecido a un padre que tengo!

Sangmu apretó la agarradera de su cesta y arrancó más manzanas del árbol. A Aang le pareció que había algo distante en ella hoy. Su pregunta había salido de la nada después de haber pasado un largo día mirando al cielo, como si algo hubiera estado ocupado su mente todo el día y solo ahora pudiera expresarlo, extrayendo sus pensamientos de las nubes al igual que había hecho con las manzanas al sacarlas de los árboles. Mientras caminaban juntos por los huertos de manzanas del templo, Aang revoloteaba entre las copas de los árboles y perseguía a los lémures del templo en un intento de animarla, pero ella no se mostró muy receptiva.

—Así que no sabes nada de ellos, ¿verdad?

Consideró su pregunta, colgando boca abajo de la rama de un árbol y dándose golpecitos en la barbilla.

—No. Creo que nunca me lo he preguntado. —Se dejó caer del árbol, aterrizó sobre sus manos y rodó hasta ponerse de pie cuando el propósito de sus preguntas comenzó a ser claro para él—. Espera, ¿recuerdas a tus padres?

Sangmu movió los hombros, enderezando su chal después de agacharse para colocar la cesta de manzanas sobre el pasto.

—No nací en el templo —dijo, retorciéndose las manos—. Y me dejaron aquí un poco mayor que la mayoría de los niños. Así que los recuerdo un poco.

Se sentó a la sombra de un manzano, dando palmaditas en el suelo para que ella se sentara a su lado.

—¿Los echas de menos? —Tenía la sospecha de que ella le diría por fin lo que a veces le pesaba cuando la sorprendía mirando a la nada con una expresión meditativa.

Ella aceptó su invitación y rodeó sus rodillas con los brazos, apretando más la túnica a su alrededor.

—No lo sé. A veces, supongo. Me pregunto por qué decidieron entregarme al templo después de tenerme por tanto tiempo.

Aang sonrió, pero no lo hizo de forma alegre o alentadora. Era más un reflejo de su tristeza.

—El tiempo suficiente para sentir su ausencia.

Sangmu asintió con la cabeza y se recostó contra el manzano, los rayos del sol, que se colaban entre las ramas, le salpicaban la cara y rebotaban en su diadema azul cielo.

—Mi madre era una Maestra Agua, —dijo—. Quizá cuando descubrieron que podía controlar el aire decidieron que debía quedarme aquí.

Aang se centró en eso, en el que parecía ser el mejor de los casos; uno en el que fácilmente se podría hilar una historia feliz.

—¡Sí! Apuesto a que, como ella no era nómada, se establecieron juntos en algún lugar, pero tu padre sólo quería que tuvieras la oportunidad ser nómada como él. O tal vez están construyendo un hogar en algún lugar y están esperando a que esté terminado para que puedas volver a vivir con ellos!

—Un hogar... ¿En algún lugar como en el que viven las Tribus Agua? —preguntó Sangmu, meciéndose en su sitio—. No lo sé. Sólo deseo que podamos volver a ser una familia, supongo. No importa dónde.

Recordó la última vez que había mencionado a la familia, cuando le dijo que, junto con Kuzon, los tres podrían ser su familia mientras buscaban Maestros para Aang. Se preguntó si eso significaba que sus padres también serían parte de su familia. O tal vez Aang y Kuzon sólo estaban destinados a llenar el vacío que ellos habían dejado atrás.

Mientras sus pensamientos vagaban hacia pingüinos y muñecos de nieve, las advertencias de los monjes de antes de dejar su hogar sonaron en su mente como campanadas de un templo. Le habían dicho que tenía que convertirse en Avatar antes de tiempo debido a la oscuridad que se avecinaba. La guerra con las Tribus Agua se llevaba gestando desde que el Gran Jefe comenzó a expandir su esfera de poder más allá de clanes unificados del sur. Aang se preguntó qué podría pasarle a gente como los padres de Sangmu si una guerra estallaba.

Sangmu se deslizó hacia adelante sobre sus rodillas, su rostro se iluminó en una sonrisa para a alejar el dolor y dejarlo para después.

—¡Vaya, mira eso! —dijo, saliendo de la sombra para tener una visión clara del cielo—. ¡Está nevando! Y con un sol así... Creía que era demasiado pronto para que nevara en primavera.

Aang sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío cuando una ráfaga de copos de nieve pasó a la vista, un presagio llevado por el viento.


—¿El Templo del Aire del Sur? ¿Por qué?

Sus tres amigos y Katara se quedaron mirando a Aang después de que éste les hiciera saber su nuevo destino, pero no se echó atrás. Sokka fue el primero en vocalizar lo que todos estaban pensando, inclinándose sobre el borde de la silla de montar para mirar fijamente a Aang, que estaba sentado a las riendas.

Azula se pasó el brazo por la rodilla.

—Nos desviará aún más del camino. Eso es al suroeste, y tenemos que ir al sureste para llegar a la península oriental.

—Lo sé —dijo Aang—. Pero los monjes conocían los asuntos del Mundo de los Espíritus. Gracias a Xai Bau, sabemos cómo llegar hasta allí, pero no cómo encontrar a Toph y a los demás una vez que crucemos. Y ni hablar de cómo vamos a recuperar su rostro. —Sabía muy poco, demasiado poco, sobre el Mundo de los Espíritus y, aunque sabía que los monjes se habían ido, esperaba encontrar algún tipo de conocimiento escondido donde guardaban sus manuscritos y enseñanzas en papel, la poesía de los antiguos gurús. Tal vez podría encontrar información sobre Koh el Ladrón de Rostros o sobre los portales, sobre loa que desearía haber sabido cuando aún estaba en su propio mundo.

Pero, en secreto, también quería mostrarles su hogar a sus amigos. Su conexión con su vida de hace cien años, un lugar especial para él en todos los sentidos: se había criado allí, pero el Templo Aire del Sur también era el lugar donde Katara y Sokka le dijeron por primera vez que ellos serían su nueva familia. Y tal vez, sólo tal vez, también sería el comienzo de algo nuevo con los Katara y Sokka de este mundo. Ahora podía soportar la desolación, los recuerdos de sus seres queridos. Estaba listo para volver a ver a Gyatso.

—Ese es un buen punto —dijo Sokka, frotándose la barbilla a modo de reflexión—. Me gusta la posibilidad de adquirir más conocimientos.

Zuko asintió, ajustando los cordones de sus botas.

—Nos vendría bien cualquier ventaja que podamos obtener.

—¿Es una buena idea llevar a esta a tu antiguo hogar? —preguntó Azula, señalando a Katara con la cabeza, que puso los ojos en blanco y tiró de sus grilletes.

—¿Qué voy a hacer, espantar a los fantasmas de los Maestros Aire muertos hace tiempo con estas cadenas?

Appa se sumergió bajo las nubes y los picos de las Montañas Patola se extendieron ante ellos como si surgieran de sus propias nubes. Momo desplegó sus alas y saltó del hombro de Aang para planear entre las corrientes que se agitaban en las montañas. La nieve blanqueaba cada cima como una corona, pero la corona más grandiosa de todas, el Templo Aire del Sur, emergió de la niebla y la anticipación de su regreso le produjo una sensación de opresión en el pecho.

Por mucho que cambiaran las cosas, este lugar sería para siempre su hogar.


Su grupo de viaje había crecido y Mai aún no estaba segura de que le gustara este nuevo arreglo. Viajaron a pie hasta Cola Camaleón, la parte más oriental del Reino de la Tierra y la península que formaba la mitad de la Bahía Camaleón.

Jet se había sumido en un silencio amargo y rabioso, y se quejaba de cualquiera que intentara disuadirlo, lo cual le parecía bien a Mai, porque prefería su hosquedad a su fachada de pícaro encantador. Su silenciosa quietud era la menor de sus preocupaciones. Sus Libertadores eran un grupo alborotado y, por suerte, había dejado atrás a los más jóvenes en Ba Sing Se, pero seguía dudando de las capacidades de todos los que había traído para esta peligrosa misión. Tenían habilidad para el combate, pero no sabía si tenían todo lo necesario para infiltrarse en el Polo Norte sin problemas y acabar con el Gran Jefe Arnook.

Excepto el tal Longshot. A él podía respetarlo. Incluso le gustaba.

Pero antes de partir, Iroh había reunido a Mai, Jet, Ty Lee y Haru. Sus palabras la desconcertaban, incluso un día después.


Cuando Iroh solicitó su presencia en la playa, separada del resto del campamento de Ozai, Mai no supo qué pensar. No sabía casi nada de aquel hombre, salvo que era el respetado tío de Zuko y el hermano de Ozai. Tal vez necesitaba sus habilidades, pensó, pero esa idea se esfumó con el oleaje cuando vio a Jet, Haru e incluso a la princesa de Ciudad Dorada, Ty Lee, su supuesta mejor amiga en otro mundo, sentados con él en la arena.

—¿Qué necesita de nosotros, abuelo? —preguntó Jet a Iroh cuando Mai se acercó al círculo—. Nos estábamos preparando para salir pronto hacia el Polo Norte.

Iroh extendió los brazos, ofreciéndoles una sonrisa de bienvenida iluminada por la luz de la luna, desde su asiento sobre un tronco.

—Quería conocerlos formalmente a los cuatro.

Jet se echó hacia atrás y se apoyó en sus brazos.

—¿Por qué nosotros?

—Porque creo que el destino nos trajo aquí —respondió—. Y el río del destino los llevará a ustedes cuatro con él... juntos, creo.

Mai entrecerró los ojos, escéptica.

—¿Qué sabes de nuestros destinos?

Las palmas de Iroh se volvieron hacia arriba.

—No conozco su destino, pero sé que el destino es algo curioso. Lo que una vez se truncó, ahora tiene otra oportunidad de continuar su curso. Los que antes eran enemigos pueden convertirse en aliados y los desconocidos en los más queridos amigos. E incluso los que ya estaban estrechamente unidos pueden llegar a entenderse de nuevo.

Ty Lee ladeó la cabeza.

—No lo entiendo. ¿Cree que deberíamos hacer algo juntos?

—Seguir nuestros destinos —dijo Haru, golpeando su puño cerrado contra su otra palma—. Eso suena muy bien, ¿pero cómo?

Mai miró fijamente a Iroh. Puede que se lo haya imaginado, pero por la forma en que la miró a ella y a Ty Lee cuando mencionó los vínculos estrechos, se preguntó si él sabía lo del otro mundo. Pero eso era imposible: por lo que sabía del viejo había muerto en el mundo de Aang, igual que ella. El otro Iroh no habría tenido voz, al igual que la otra Mai, suponiendo que su teoría sobre sus contrapartes muertas fuera correcta.

Él le devolvió la mirada y ella supo lo que iba a decir antes de que las palabras salieran de su boca.

—Creo que deberían ir todos al Polo Norte. Sólo trabajando juntos tendrán éxito en su misión de rescatar a sus amigos.

Ty Lee frunció el ceño, pensativa, y jugueteó con el extremo de su trenza.

—No lo sé... tengo que volver a la Ciudad Dorada. Mi gente me necesita ahora que Jie Duan ha caído.

—Puede que sí —dijo Iroh—. Pero eso lo tienes que decidir tú. ¿Cómo puedes ayudar más? ¿Qué camino te dice tu corazón que tomes?

—Quiero ayudar, de verdad —dijo Ty Lee—. Pero este tipo de misión... asesinar a alguien. Me parece mal, ¿sabe? Quiero decir, apuesto a que el Jefe Arnook es el padre de alguien.

—Sí —dijo Mai—. De la princesa Yue. No tengo tiempo para simpatías cuando ellos no nos muestran ninguna.

Ty Lee frunció el ceño en respuesta, pero Jet se rio.

—Para alguien que juega con cuchillos afilados, tus palabras pueden resultar realmente contundentes —dijo.

Iroh le dedicó a Ty Lee una suave sonrisa.

—Entonces puede ser tu deber mantenerlos en el camino correcto —dijo—. Donde quiera que creas que ese camino los lleve. Y además, todavía tienes una amiga que necesita ser salvada.

—¿Cómo vamos a llegar al Polo Norte? —preguntó Haru—. No es que podamos caminar.

—Viajarán por mar —dijo Kanna, acercándose a su reunión con Smellerbee y Longshot acompañándola. Mai no sabía cuándo había llegado a Bahía Camaleón—. Conozco a un capitán pirata que les proporcionará un pasaje seguro hasta allí...

Jet la interrumpió, con el rostro retorcido por el odio.

—De ninguna manera voy a confiar en la palabra de un Maestro Agua o de un pirata. ¿Qué hace aquí?

Smellerbee se puso delante de la anciana como para protegerla de él.

—Jet, ella nos ayudó. En Ba Sing Se. Es una Maestra Agua de las buenas.

—No existe tal cosa —dijo con un gruñido, poniéndose de pie con las espadas en las manos como si estuviera a punto de atacar a Kanna. Su repentino cambio provocó tensión y alarma en la reunión.

Mai se puso de pie y le bloqueó el paso antes de que nadie pudiera hacer nada, apretando la parte delantera de su camisa con los puños.

—Aang confía en ella, así que eso es suficiente para mí —dijo, canalizando toda su autoridad como líder de los Guerreros Roku con sus ojos clavados en los de él—. ¿Quieres que te diga algo contundente? Si tu ira se convierte en estupidez y te vuelves un estorbo para esta misión, un estorbo para mí, estás fuera. ¿Entendido? —Cada una de sus palabras emergió cuidadosamente pensada, su voz sin elevarse de su volumen y tono habituales.

Jet se soltó de su agarre.

—En verdad estoy empezando a dudar del juicio de Aang en cuanto a la gente —dijo, pasando junto a ella para volver a pisotones al campamento—. Nos vamos mañana.


Jet podría ser peligroso. Mai lo sabía. Pero ella odiaba a las Tribus Agua tanto como él, solo que lo ocultaba mejor. Pero Haru parecía competente, al menos, lo suficientemente tranquilo y sensato como para mantenerlos fieles a su objetivo de llegar al Portal Espiritual del Norte en caso de que ella tuviera tenía que abandonarlos a todos.

Ty Lee, por su parte, no paraba de recoger bonitas conchas marinas y de dárselas a los miembros más jóvenes de los Libertadores, que seguían su ejemplo, distrayéndolos con sonrisas brillantes y volteretas. Mai sólo podía imaginar lo que dirían los piratas con los que viajaban cuando una multitud de más de una docena de adolescentes se acercaran cubiertos de conchas marinas. No era la primera vez que Mai se preguntaba cómo era posible que las dos fuesen mejores amigas en otro mundo. Por otra parte, sus sonrisas a veces hacían pensar en la confianza que Xiao tenía en si misma.

Sin previo aviso, la princesa se acercó a Mai y bajó la voz hasta convertirla en un susurro de complicidad.

—Sé que estás con Zuko y todo eso, pero ese tal Haru es todo un encanto, ¿no?

Ella sólo tenía una respuesta para eso.

—Ugh.


Appa recorrió los terrenos del templo con solo Katara aún sentada en la silla de montar mientras Aang les daba un recorrido por su hogar. Les presentó la estatua de Gyatso, les mostró la cancha de balón aire y les señaló el lugar donde él y los otros niños solían jugar en patinetas de aire. Dejó filtrar su nostalgia, pero no se dejó consumir por ella, no se dejó perder en el recuerdo de tiempos pasados. Hacía tiempo que había aceptado que era el último Maestro Aire. Esto no sería como la última vez.

Sus compañeros, e incluso Katara, permanecieron callados a manera de reverencia y respeto a Aang y su gente. Todos se habían puesto sus parkas para protegerse del frío del invierno montañoso, sorteando los montículos de nieve que habían asolado el templo igual que la nieve lo había hecho cien años antes. Se preguntó cuántas pruebas de los ataques de Maestros Agua ocultaba la nieve, cuántas lanzas podridas o puntas de flecha de hueso o yelmos de cuero congelados habían quedado enterrados en la nieve. Sabi se acurrucó en la capucha de su parka brindándole un calor tranquilizador a su espalda.

Al llegar a la entrada del templo, se volvió hacia sus compañeros que le seguían por los escalones. La estatua del monje Gyatso los vigilaba a todos mientras subían, y por un momento Aang se preguntó si Gyatso se habría opuesto a que alguno de ellos entrara en el templo, sobre todo Sokka y Katara. Pero cuando se imaginó su figura paterna y su rechazo a las tradiciones, sus maneras desenfadadas y su capacidad de perdonar, Aang disipó esas dudas y se volvió hacia Sokka.

—¿Me das la llave? —preguntó con la palma de la mano extendida.

Sokka lo miró perplejo, con una ceja alzada, pero rebuscó en los bolsillos interiores de su parka y le entregó a Aang una pequeña llave de hierro con un encogimiento de hombros.

—Supongo que sí.

—Un momento —dijo Azula, masajeándose las sienes—. ¿Sokka ha tenido la llave de los grilletes de su hermana todo este tiempo?

Aang esperaba esa reacción de Azula. Había contemplado durante mucho tiempo quién llevaría las dos llaves de los grilletes de Katara, suponiendo que Katara pensaría que la tenía el propio Aang y que no le confiarían a Sokka algo tan valioso. Finalmente, decidió que Azula llevaría una. Pero Aang le había dado en secreto su llave a Sokka, aun sabiendo que Azula se opondría a ello.

—Sokka tiene la mejor posibilidad de resistir su Sangre Control —dijo.

Ella frunció el ceño.

—Supongo que no puedo negar esa lógica. Pero, ¿por qué revelarlo ahora?

En respuesta, saltó a la silla de Appa y sostuvo la mirada de Katara, que no dijo ni una palabra al acercarse. Se arrodilló y le liberó las manos, con un rostro de sombría advertencia.

—Esto no es permanente —dijo. Se puso de pie para que todos pudieran escucharlo—. Esto es algo que todos tienen que ver. Y tenemos que encontrar algo que sirva para ayudar a Toph y a Yue. —Al pronunciar su nombre, sintió la ausencia de Toph más que nunca ahora que no contaban con su fortaleza para darles apoyo. No sabía si ella estaría de acuerdo con esta decisión, pero se habría sentido más cómodo con ella de todos modos.

Katara se puso de pie.

—¿Confías en mí lo suficiente como para caminar con libertad?

—En absoluto —dijo él, y lo dijo en serio, recordando la forma en que ella lo había hecho sentir en la tienda del campamento de Ozai. La manera en la que lo había manipulado sin esfuerzo alguno durante esa conversación le hizo darse cuenta de que podía verse fácilmente superado cuando Katara estaba involucrada. Pero Azula podía encargarse de ella. Tenía la certeza casi absoluta de que ella podría encargarse de cualquier cosa—. Pero estamos en una cordillera remota, así que aunque hicieras algo para lastimar a alguno de nosotros o intentaras huir no hay ningún lugar al que pudieras ir, de todos modos. También te condenarías a ti misma. Pero está mal llevar a alguien encadenado a un lugar sagrado donde mi gente valoraba la libertad.

—Me parece justo —dijo encogiéndose de hombros, bajando por la cola de Appa—. Supongo que es muy trascendental ser los primeros forasteros que vienen a este templo en cien años. No negaré que siempre he sentido curiosidad por ver cómo es un Templo Aire.

Azula intercambió una mirada con Aang. Se veía furiosa, con las fosas nasales ensanchadas de una manera que le decía que se estaba guardando todo lo que quería decir en respuesta a este acuerdo.

—Bien —dijo ella, aceptando el acuerdo después de soltar un fuerte resoplido. Se acercó a Katara—. Pero no voy a quitar la vista de ti ni un momento.

—Confío en ti, Azula —dijo Aang, esperando que sonara tranquilizador. Ella se cruzó de brazos—. De verdad. Ustedes dos pueden ir a la sala de las reliquias donde los monjes guardaban todos los artefactos espirituales. Quizás encuentren algo que nos pueda servir. —Se volvió hacia Sokka y Zuko—. Nosotros iremos a la sala de los manuscritos. Nos reuniremos todos en el santuario del templo cuando hayamos terminado.

Zuko siguió a Katara y Azula con la mirada mientras se dirigían a los niveles superiores, hacia la aguja donde se guardaban las reliquias del templo desde hacía miles de años. Después de que el eco de sus pasos se desvaneciera, Zuko dejó escapar un sonido de frustración a través de sus dientes apretados.

—Odio la idea de que Azula esté a solas con Katara mientras pueda ella pueda controlar el agua. Iré con ellas.

Sokka se puso una mano en la cadera y miró de reojo a Aang.

—Sí, parece bastante estúpido dejar a Katara a solas con alguien en este momento. Sé que a los Maestros Aire les gusta la libertad y todo eso, pero...

—No les pido que estén de acuerdo conmigo —dijo Aang antes de que Sokka pudiera terminar—. Es sólo por esta vez. Pero estoy de acuerdo contigo, Zuko.

Zuko asintió y se alejó sin decir nada más, subiéndose la capucha de su parka mientras se iba.

Cuando se fue, Aang y Sokka se encogieron de hombros y descendieron por los sinuosos pasillos de las profundidades del templo. De niño, a Aang le disgustaba venir por aquí porque siempre significaba que tenía largas horas de estudio por delante. No era natural que un Maestro Aire pasara tanto tiempo encerrado en los pasillos desnudos de las profundidades del templo con todos los monjes mayores cuando había tiempo para jugar fuera. Incluso cien años después, parecía una cueva, con la puerta de madera de la sala de manuscritos al final de la escalera que se había podrido hacía tiempo, no había cambiado mucho, salvo por los esporádicos restos de excremento de lobo murciélago y los restos de un nido de lémur. Momo correteó delante de él y Aang se preguntó si el lémur recordaba este lugar.

Aang encendió un fuego en la palma de la mano y lo mantuvo en alto, arrojando luz a los rincones más distantes de la sala de manuscritos, sobre estantes apilados con pergaminos que se habían conservado en el aire frío y seco. Se le cortó la respiración cuando vio los restos esqueléticos de un monje al pie de un escritorio -que quizás había luchado por última vez para proteger el conocimiento de los Maestros Aire de los Maestros Agua, pero dejó el miedo y la sorpresa de lado. Teniendo cuidado del fuego en su mano, se acercó a los estantes y empezó a inspeccionarlos mientras Sokka encontraba una vela de cera y la encendía para tener su propia fuente de luz.

Encontró pergaminos que detallaban posturas de Aire Control y las representaciones de los trigramas celestiales. Poesía de monjes sin nombre olvidados por la historia, guías para la iluminación y escritos de gurús de todas las naciones que hojeó y dejó a un lado. Las enseñanzas de un tal Gurú Laghima captaron su interés brevemente, lo que le llevó a descubrir una mención sobre un herético contemporáneo suyo llamado Shoken, cuyos escritos reales habían sido prohibidos. Leyendo esos textos, aprendió un poco de los antiguos seres que no eran ni espíritu ni criatura, conocidos como leones tortuga, pero lo desechó todo al no encontrar lo que buscaba. Sin embargo, después de escudriñar un montón de pergaminos que hablaban de dejar atrás las trampas de una vida material, suspiró y estiró su dolorido cuello.

—¿Ha habido suerte? —preguntó a Sokka, apoyando la cabeza en el escritorio. Los restos del monje parecían reírse de él, como si se burlara del muchacho por haber dejado de lado sus lecciones cuando vivía allí y la información que buscaba había estado plasmada en ellas.

—En realidad no —dijo Sokka, frotándose el ojo con el puño—. Todo esto se siente muy cargado. ¿Todos los Templos del Aire son así?

—Todos tienen escritos de monjes y monjas a lo largo de la historia, pero ninguno de los otros tiene un repositorio de conocimientos como éste —dijo Aang. Sentía los ojos cansados de leer bajo una luz tan tenue—. Quizá podríamos tomar un pequeño descanso.

Sokka relajó los hombros en señal de alivio.

—Lo más cercano que conseguí fue el relato de un monje que meditó en el Mundo de los Espíritus, pero todo lo que hizo fue hablar de las extrañas flores que encontró allí. —Se recostó en su silla y miró hacia la espada enfundada de Aang—. También he leído muchas cosas sobre cómo los Maestros Aire prefieren los enfoques no violentos en los conflictos. Y, bueno, las espadas son bastante violentas.

Aang reacomodó el arma para que la vaina colgara en su espalda, como la de Sokka, ya que era demasiado larga para sostenerla cómodamente en su cintura.

—Sí, bueno, realmente no he actuado como un monje en mucho tiempo. Las cosas cambian.

Sokka sostuvo la espada de meteorito sobre su regazo, desenvainándola parcialmente para que el metal negro reflejara la luz de las velas. La miró fijamente como si estuviera absorto.

—¿Por qué me la diste? Era tuya. Y no es un arma de las Tribu Agua, así que no entiendo por qué creíste que me iría bien. Pero no me quejo, es una gran espada.

Aang entrelazó los dedos sobre el escritorio y los miró fijamente. La pregunta de Sokka le hizo sentir un peso en el estómago y se le ocurrió que por fin podría ser el momento de decirle a Sokka la verdad. Al viajar con ellos, la descubriría tarde o temprano. Respiró profundo.

—Porque estás destinado a poseer esa espada —dijo—. En otro mundo, donde todo ocurría de forma diferente, te pertenecía.

Sokka frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con “otro mundo”? ¿Qué pasó de forma diferente?

—Desde el día en que nos conocimos he tenido recuerdos de que éramos amigos —dijo Aang, exhalando. Se sentía pesado, clavado en el suelo de piedra de la sala de manuscritos—. Nosotros luchando juntos contra la Nación del Fuego. Contra el malvado Señor del Fuego Ozai y Azula. Eras... eres como mi hermano. Katara incluso dijo aquí, en este mismo templo, que éramos familia.

—¿Katara dijo eso? —se burló Sokka—. Es difícil de creer.

—Es cierto —dijo Aang—. Ella era diferente. Tú eras diferente. Pero tienes que creerme. ¿No sientes que la espada es parte de ti tanto como tu boomerang? Te pregunté en Kyoshi si habías escuchado alguna voz o algo.

Sokka enfundó la espada con fuerza y se volvió a su pila de pergaminos.

—Sigues diciendo tonterías de Avatar. Nada de eso tiene sentido.

Aang se puso de pie, empujando su silla hacia atrás.

—¡Pero es verdad! Tú, yo y Katara. Toph. Un Zuko diferente, un Zuko con cicatrices. Incluso Suki. Éramos mejores amigos, todos nosotros. Una familia que luchaba junta en la guerra incluso cuando no quedaba nadie para luchar con nosotros. —Su garganta se sentía tensa, la voz le temblaba con convicción—. Necesito que me creas. Tú eras nuestro chico de las ideas. Nuestro chico de la carne y el sarcasmo. E incluso cuando estábamos en nuestro peor momento... después de perder a Suki... seguías queriendo que fuéramos felices, que riéramos. Incluso me dijiste que seríamos hermanos de verdad un día cuando todo terminara y por fin aceptaste la idea de que me casara con Katara cuando fuéramos mayores.

—Deja de hablar, ¿vale? —Los brazos de Sokka temblaron y Aang se dio cuenta de que había apretado los puños, estaba encorvado lejos de Aang como si estuviera listo para entrar en acción en cualquier momento—. No quiero escucharte. Es una locura. Nunca seríamos hermanos. Dediqué mi vida a capturarte y aunque eso se ha puesto en pausa por un tiempo, nada ha cambiado. No sé si los espíritus o los gases del pantano o algo te dieron visiones raras de que éramos amigos, pero nunca sucederá.

—Tu abuela me creyó.

—Sí, bueno, no creo que a ella le asquee la idea de que quieras casarte con mi hermana. Eso es raro.

Aang se dejó caer en su silla y se desplomó hacia adelante. El esqueleto con la túnica hecha jirones parecía seguir burlándose de él.

—Tu otro yo también se asqueó cuando se enteró de que la amaba. Pero eso es lo que eras: un hermano sobreprotector con hermana pequeña aunque ella no lo necesitara.

—Y eso es lo más difícil de creer —dijo Sokka, con una expresión adusta—. ¿Todos éramos familia? No me hagas reír. Ninguno de nosotros, tú, yo o Katara, somos capaces de ser una familia. Estoy recibiendo este curso intensivo sobre la cultura de los Maestros Aire y, por lo que he aprendido, ¿cómo vas a saber siquiera lo que es una familia?

Sus palabras dolieron, pero Aang sólo negó con la cabeza.

—Esa es la cuestión. En ese otro mundo, ustedes dos fueron los que me enseñaron lo que significa.


En el punto más alto de la Cola del Camaleón, donde Kanna los había dirigido, la tosca arena de la playa daba paso a una costa rocosa azotada por los vientos del mar del este. Hacia el sur, al otro lado del agua, Mai vio la silueta de los picos de las montañas emergiendo entre las nubes lejanas. En algún lugar, allá arriba, se alzaba el Templo Aire del Este y Mai se preguntó brevemente si el gurú que Aang conoció seguía meditando en soledad antes de darse la vuelta, concentrándose en la situación que tenía entre manos.

—¿Tenemos que entrar en esa cueva? —preguntó Jet, deteniéndose y cruzando los brazos. Después de pasar por una saliente de piedra, encontraron la entrada a una serie de cuevas marinas que supuestamente llevaban a la bahía oculta de los piratas—. No me gusta. Eso les dará a esos piratas un montón de oportunidades para emboscarnos.

Ty Lee frunció el ceño.

—Pero no van a emboscarnos. Kanna dijo que estarían de nuestro lado.

—¿Qué es lo que no entienden? No me fío de la palabra de un Maestro Agua, ¡y menos cuando pretenden que me fíe de los piratas! ¿Y no dijiste que habías luchado contra ella una vez?

Ty Lee se rascó la mejilla.

—Bueno, sí, pero también ayudó a salvarme la vida. En todo caso, ¿qué tienes contra los piratas?

Haru se asomó a la boca de la cueva que descendía hacia un túnel más allá de su vista.

—Eh, bueno, no quiero ponerme de su lado, pero los piratas tienen cierta reputación. Despiadados, saqueadores del mar y todo eso. Y la mayoría de las veces se asocian con las Tribus Agua para controlar el mar. Mi padre y yo hemos repelido sus ataques desde las costas de Jie Duan unas cuantas veces.

—Sí —dijo Smellerbee—. Beneficia a ambas partes. Mientras los piratas sean leales podrán navegar donde quieran y robar lo que quieran.

Uno de los otros Libertadores, un chico pecoso con las mejillas manchadas de hollín, dejó de charlar con los más jóvenes y se reajustó las gafas.

—Las Tribus Agua también los utilizan para amenazar a los pueblos.

Mai pasó por delante del grupo de niños y abrió el camino hacia la cueva del mar.

—Si conoces de un mejor camino hacia el Polo Norte, entonces ve. —No tenía tiempo para la actitud de Jet. Nada se interpondría en su camino para llegar a Agna Qel'a. Y si esta era la única manera de evitar las defensas de la Tribu Agua del Norte, haría lo que debía. Vio a Jet mirándola al pasar, pero lo ignoró al entrar en la cueva—. Pueden venir conmigo o no. Iré sola si es necesario.

Con los hombros encorvados y los retorciéndose dedos, Ty Lee la siguió primero. Luego vino Haru. Los Libertadores se quedaron en la entrada y Smellerbee le dijo algo a Jet que ella no pudo oír. Mai no dijo habló con Ty Lee ni a Haru y en cambio agradeció su silencio. Finalmente, Jet cedió y todos los Libertadores se adentraron en la cueva y alcanzaron a Mai y a los demás.

Mai no tardó en adaptarse a la escasa iluminación del interior de la red de cuevas. La luz del sol llegaba sorprendentemente lejos en el interior, pero una vez que terminó vio plantas que brillaban débilmente a lo largo de las paredes y el techo de la cueva, serpenteando alrededor de las estalactitas y agrupándose en focos luminiscentes. Olía a musgo húmedo y a agua salada, y la sensación de humedad era tal que Mai tuvo la breve y descabellada impresión de que habían entrado en la boca de una bestia. Los ecos del agua que goteaba en los charcos poco profundos, constituían el único ruido; nadie hablaba, temerosos de advertir a los piratas de su llegada.

Después de atravesar un túnel, en el que unos cuantos niños estuvieron a punto de perder el equilibrio en la resbaladiza piedra, llegaron a un callejón sin salida. El musgo y la hiedra cubrían la pared frente a ellos, una maraña de hojas anchas que formaban un tapiz verdoso. Al mirarlo de cerca, Mai descubrió que las plantas no eran la única fuente de luz en estas cuevas, sino que también había insectos que brillaban débilmente y se arrastraban por la hiedra.

—Nunca he visto nada parecido —susurró el chico de las gafas, mirando de cerca la pared.

—Es tan bonito —dijo Ty Lee, con los ojos muy abiertos y reflejando la luz que admiraba—. Es como un montón de estrellas titilantes.

Sus palabras hicieron que a Mai se le retorciera el estómago. Xiao había dicho lo mismo de Ba Sing Se la noche justo antes del ataque a la ciudad.

—Haru —dijo, forzando el recuerdo lejos de su mete y volviéndose hacia el Maestro Tierra, el único Maestro entre ellos—. ¿Puedes abrirnos un camino?

—Podría —respondió él—. Pero será ruidoso. Incluso si se supone que estos piratas están de nuestro lado, podrían pensar que es un ataque.

Longshot se acercó al muro de musgo y hiedra y lo tocó. Su mano se hundió en la vegetación y se volvió hacia ellos, sacudiendo la cabeza.

—No es un muro —dijo Smellerbee—. Sólo está cubriendo el camino.

Uno de los otros niños levantó un puño en el aire.

—¡Atravesémoslo!

—¡No, Bugsy, tenemos que hacerlo estallar!

—¡Claro que no, Rattletrap!

Mai puso los ojos en blanco y estaba a punto de ir a cortar la pared cuando Jet se le adelantó, utilizando sus espadas de gancho para apartar el musgo y la hiedra que les impedía el paso. Sin embargo, en el momento en que avanzó por la abertura, la hiedra desechada se enroscó alrededor de sus piernas y lo elevó hacia el techo. Mai se dio la vuelta para identificar a su atacante, pero todas las demás plantas y el musgo que cubrían las paredes y el techo se desprendieron de la piedra y convergieron sobre ellos.

Mai cortó la hiedra antes de que pudiera alcanzarla. La fuente de luz se movía con las plantas, entrando y saliendo de su visión para hacer bailar sombras desorientadoras por toda la cueva. No se atrevió a lanzar sus cuchillos por miedo a golpear a uno de sus aliados. El suelo retumbaba con el sonido de la Tierra Control de Haru, pero no sabía si él había visto a su enemigo; sólo podía concentrarse en cortar las plantas que se cruzaban en su camino.

—¡Mai, cuidado! —gritó Ty Lee, atravesando una maraña de lianas. No dejó de moverse mientras se agachaba y saltaba para evitar ser atrapada, así que Mai siguió su ejemplo, cayendo al suelo de la cueva y rodando fuera del camino de un lecho de musgo que se extendía hacia ella. Una parte de ella se preguntó si podría tratarse de algún tipo de ataque de los espíritus, pero luego recordó que Aang había hecho algo para detener la interferencia espiritual en su mundo. A menos que el espíritu viviera aquí abajo, pero ¿qué sabía ella de asuntos espirituales?

Smellerbee se puso delante de Longshot con su cuchillo en posición defensiva, girando y cortando los ataques mientras intentaba llegar a Jet, que se retorcía en el techo. Longshot estaba detrás de ella con su arco preparado pero, al igual que Mai, se abstenía de disparar. Haru se abría paso y detenía todo intento de apresarlo, inmovilizando el musgo y la hiedra con losas de piedra en su esfuerzo por liberar a los otros Libertadores mientras eran arrastrados a la oscuridad con gritos de miedo. Mai apuntó cuidadosamente hacia Jet, en un intento de liberarlo, pero antes de que pudiera lanzar su cuchillo, uno de los focos luminiscentes estalló y la cubrió con una sustancia gelatinosa que brillaba suavemente.

—Qué asco —dijo, mientras a sus compañeros les ocurría lo mismo. En poco tiempo, sus únicas fuente de luz pasaron a ser ellos mismos, lo que casi literalmente pintó un blanco en sus espaldas.

—Ugh —dijo Jet, aún suspendido sobre ellos—. ¡Lo que daría por ser un Maestro Fuego ahora mismo!

En la penumbra, Mai divisó un charco de agua deslizándose por la piedra lisa hacia ella y sus ojos se abrieron de par en par.

—Son Maestros Agua —dijo, lo suficientemente alto como para que los demás la oyeran. Todo encajaba: muchos Maestros Agua podían sacar agua de las plantas y los árboles, pero nunca había oído hablar de uno que los controlara hasta ahora—. Ustedes deben ser los piratas.

—¡No estamos aquí para pelear! —dijo Haru—. ¡Lady Kanna nos envió!

La respuesta de Jet salió en un gruñido.

—¿Son piratas y Maestros Agua? ¡Tal vez yo sí esté aquí para pelear!

Una voz se dirigió a ellos desde la oscuridad.

—¿Kanna, dijiste? Bueno, ¿quién lo hubiera imaginado? ¡Tenemos que llevar a estos chicos con Huu!


La bóveda de reliquias debió haber sido hermosa hace cien años. Azula podría incluso haberla considerado majestuosa. La exquisita colección de los monjes, expuesta a la vista de cualquiera, el destino final de muchas peregrinaciones al templo, dispuesta en podios y pilares en la torre más alta del templo. Sólo podía imaginar el aspecto que habría tenido entonces y se alegró de que Aang no hubiera venido a ver en qué se había convertido. La sala tenía una única ventana en su alto techo, lejos del alcance de los que se limitaban al suelo, que dejaba entrar una luz y un frío que hacía que Azula agradeciera, a regañadientes y en silencio, su parka.

Se sentía vacía. Vio espacios visibles donde antes había habido reliquias de los Maestros Aire, lo que le indicaba que los Maestros Agua la habían saqueado cuando la invadieron por primera vez. Una parte se había quedado atrás, quizá por ser considerada inútil o demasiado pesada para llevarla, y si el resto era un indicio de lo que había sido la bóveda, Azula podría haberla encontrado fascinante en aquel entonces. Sin intercambiar una palabra entre ellas, Katara comenzó su búsqueda de cualquier cosa útil mientras Azula se mantenía cerca y no bajaba la guardia ni un momento. La estatua de un monje bastante grande, ¿quizás un Avatar Maestro Aire del pasado?, las vigilaba a ambas.

No sabía qué esperaba Aang que encontraran aquí, pero buscó de todos modos. Entre los objetos abandonados, encontró un quemador de incienso hecho de jade y oro. Amuletos con poesías descoloridas, de antiguos gurús, o idolatrías, de respetados monjes y monjas y Avatares, doblados en su interior. Cuentas de oración y planeadores, que tenían las alas rotas cuando Azula intentó abrirlos. Túnicas de un monje, carcomidas por la polilla, que se habían vuelto rígidas a causa de un siglo de humedad y frío, pulcramente dobladas y adornadas con insignias de madera que indicaban que su propietario debía de ser una figura histórica.

Tras descubrir su décima flauta de pan, Azula suspiró.

—Esto es una pérdida de tiempo. Aquí no hay nada útil.

Los ojos de Katara vagaron por la rampa que subía en espiral hacia los niveles superiores de la bóveda, en los que había una que otra estatua o artefacto más grande, como cuencos cantores.

—¿Qué esperaba el Avatar que encontráramos, algún tipo de arma que pudiera derrotar al Ladrón de Rostros? —Cuando Azula no dijo nada en respuesta, poco dispuesta a entablar una conversación con la Maestra Agua, Katara continuó—. ¿Sabes lo que pienso? Que sólo quería quitarte de en medio un rato.

Azula apartó la estatuilla de jade del monje meditando que había estado examinando con tanta fuerza que podría haberla roto.

—Creo que no tienes ni idea de lo que está hablando. ¿Por qué razón podría querer que me apartara de su camino?

—Diría que soy bastante buena leyendo a la gente —dijo, cruzando los brazos y lanzando a Azula una mirada tan petulante que ésta quiso adornarle la cara con otra quemadura—. Últimamente ha sido bastante amistoso con Sokka, ¿no es así? Te deja de lado para que me vigiles mientras ellos van a hacer otras cosas...

—Por supuesto —dijo Azula, burlándose—. Sokka es su maestro de Agua Control ahora. —Lo cual seguía sin gustarle, pero Katara no sabía nada del mundo de Aang y no sabía que habían sido muy amigos allí.

—Lo que significa que ya no le sirves de nada, ¿verdad?

Azula entrecerró los ojos hacia Katara.

—Si estás tratando de manipularme, de sembrar discordia en nuestro pequeño grupo, lo estás haciendo muy mal.

Katara se encogió de hombros.

—Sólo digo que creo que hay una pieza de este rompecabezas que ambas estamos ignorando. El Avatar me confunde un poco. —Se volvió hacia un pedestal y levantó un amuleto con una larga cadena de oro, pero miró a Azula por el rabillo del ojo—. A veces creo que está un poco colado por mí. Raro, ¿verdad? Soy su enemiga.

Cuidando de templar cualquier reacción a las palabras de Katara, Azula le dio una respuesta escueta.

—Creo que sólo estás absorta en ti misma.

Katara se llevó una mano a la boca para disimular su diversión.

—Lo siento. Es curioso, yo pensaba lo mismo de ti, Azula. —Cuando su sonrisa se desvaneció, puso las manos en las caderas—. De todos modos, no creo que el Avatar confíe en ti tanto como dice.


—Confiar es de tontos. El miedo es la única forma confiable.


La voz de la princesa Azula penetró su mente y ella apretó los dientes. La princesa había estado en silencio, la mayor parte del tiempo, desde que Aang luchó contra Wan Shi Tong, y Azula no sabía si era por lo que Aang había hecho o si Azula había conseguido ahuyentarla ella misma.

—Cállate —dijo, refiriéndose a ambas princesas—. Por supuesto que confía en mí.

Se suponía que estaban aislados del Mundo de los Espíritus. ¿Cómo podía ella seguir aquí? Intentó traer a Aang al primer plano de su mente, imaginar su rostro; pero, en cambio, vio su cuerpo sacudirse en espasmos de agonía, siendo golpeado por un rayo que se enroscó a su alrededor como una serpiente. Las llamas le arañaron el fondo de los ojos, pero las obligó a retroceder.

Evidentemente, romper la conexión con el Mundo de los Espíritus no había hecho nada para detener a la Princesa Azula. Ella no era un espíritu. Era parte de ella.

—¿De verdad? —preguntó Katara, y luego levantó la vista—. Entonces, ¿por qué enviaría a tu hermano a espiarnos?

Azula entrecerró los ojos.

—¿Qué? —Su mirada siguió a la de Katara, subiendo por la rampa que rodeaba la torre hasta los niveles superiores, donde la estatua de un corpulento Avatar se erigía como centinela. Zuko salió de detrás de él, cruzando los brazos mientras se apoyaba en la sombra de la estatua—. Zuzu, ¿qué haces aquí?

La vista de Azula se tiñó de azul.

—No estaba espiando —dijo, mirando a Katara—. Es que no me pareció prudente que nadie estuviera a solas contigo.

Katara se encogió de hombros, con una voz ligera y desenfadada.

—Bueno, perdóname por suponerlo, pero eso parecía desde aquí abajo.

—Supuse que vigilarte cuando creías tener ventaja me daría una mejor idea de tu verdadero propósito. ¿Y sabes qué? Tenía razón. Estás intentando abrir una brecha entre nosotros.

Azula cerró los ojos. Independientemente de que Aang lo hubiera sugerido o no, sintió un calor que le quemaba la nuca, el escozor de la traición le oprimía la garganta. Intentó apartarlo, trató de encontrar una explicación lógica, pero sentía que había algo en ella que conocía bien la traición, la había vivido en carne propia. Los traidores y los mentirosos casi se habían vuelto la perdición de la princesa, todos sus enemigos y supuestos aliados conspiraron juntos para eliminar a Azula, la mayor amenaza. Los sentimientos de la otra Azula sobrepasaron sus explicaciones o los motivos de Zuko. La ira se apoderó de sus entrañas, ira hacia Zuko, hacia Katara, hacia Sokka, hacia Aang. Sobre todo, hacia ella misma. ¿Cómo pudo ser tan estúpida? ¿Tan imprudente? Ella no merecía su confianza.

—Es terrible no poder confiar en la gente que está con nosotros. —Escuchó las palabras en su cabeza pero se sorprendió a sí misma diciéndolas en voz alta.

—¿Qué te está pasando? —oyó la voz de Katara a través del estruendo, insegura y tal vez incluso con un matiz de miedo, mirando a Azula como si fuera un animal rabioso capaz de atacar en cualquier momento. Bien. Tal vez lo haría. Katara haría bien en temerle.

Azula se dio cuenta de que había apretado los puños con suficiente fuerza como para chamuscar el interior de sus guantes.

—¿Dónde ha ido mi hermano?

—Ya se fue —dijo Katara, mirándola con una ceja alzada—. Fue a buscar al Avatar.

Azula se enderezó.

—No duda de la confianza que Aang tiene en mí. —Una mentira. Una sola duda, un único y momentáneo lapsus, le había permitido a la princesa volver a entrar. Había sido tan fácil—. No tiene ninguna razón para desconfiar de mí. —Tenía un devastando mundo lleno de razones para desconfiar de ella.

Estaba tan cansada de este constante ir y venir con su otro yo. Se preguntó, brevemente, si sería más fácil dormir y dejar que otra persona se hiciera cargo.

Incluso si Aang confiaba en ella, ¿la necesitaba?


Durante un rato, Sokka no dijo nada más y en su lugar buscó en su bolsa un puñado de cecina antes de volver a su búsqueda. Aang ojeó más enseñanzas del Gurú Laghima y estaba a punto de sugerir que se dieran por vencidos y se dirigieran a la Tribu Agua del Sur, pero Sokka volvió a hablar.

—¿Has sentido algo por Katara todo este tiempo? —preguntó—. Como sea, pensé que tú y Azula tenían algo.

Aang, que se había recostado en su silla, estuvo a punto de caerse.

—¿Azula? No, bueno... Al principio fue difícil, porque en ese otro mundo era mi enemiga. Pero ahora se ha convertido en una muy buena amiga. —La visualizó en su cabeza, de nuevo rodeada de un aro de luciérnagas y pétalos de flor de ciruelo. ¿Cómo es que cuando me la imagino siempre está en la fiesta de Wu?—. Bueno, ahora también es mi familia.

Su fuego interno se volvió más cálido. Se sentía bien decir eso, que ella se había vuelto tan importante para él como Sokka. Zuko. Toph. Incluso Katara.

Pero, a diferencia de todos los demás, no duraría... La perdería cuando regresara, y no quería pensar en eso ahora. Desechó esos pensamientos.

—¿Eso es todo? —preguntó Sokka, frunciendo el ceño—. Estás loco. Ella haría cualquier cosa por ti, ¿sabes? Es como, no sé... ella es tu número dos. Te cubre las espaldas. Una compañera así es muy buena de tener cerca, si me lo preguntas.

Aang inclinó la cabeza.

—¿Estás tratando de darme consejos sobre las chicas? ¿O estás tratando de desviar mi atención de tu hermana?

Sokka se echó a reír.

—Un poco de ambas cosas, en realidad. Pero en serio, sé lo que hay que saber sobre las mujeres. Y creo que la has estado dando por sentado.

—Lo dice el tipo que no admitía que las mujeres fuesen guerreras o, incluso, sus iguales hasta hace poco.

Sokka levantó las manos a la defensiva.

—Lo sé, lo sé. Pero estoy empezando a ver lo contrario.

Aang se preguntó si Mizuka, la guerrera Kyoshi, tendría algo que ver con eso.

—Pero yo no... yo no doy por sentado a Azula. Ella es, bueno, asombrosamente eficiente en casi todo lo que hace. Y sé que puedo confiar en ella. Simplemente no puedo estar con ella, no puedo sentir cosas así por ella. Sería una locura.

La llama en su mano titiló y se extendió, rozando las telarañas que colgaban sobre él y las apagó rápidamente antes de que pudieran empezar a echar humo. Se concentró en los pensamientos de volver a casa, a su otro hogar, al otro mundo. Le dolía pensar en perder a Azula de esa manera.

—¿No puedes? ¿O no quieres? —Sokka empujó su silla hacia atrás y se puso de pie, estirando las manos sobre su cabeza. Miró a Aang y sacudió la cabeza, como si recordara con quién estaba hablando, y toda su actitud cambió—. No importa, olvídalo.

Aang apretó el puño sobre la llama y se miró las palmas de las manos a través de la luz parpadeante de la vela de Sokka.

—Espera, ¿cuál es la diferencia? Supongo que puedo darle las gracias más a menudo.

—Probablemente deberíamos ir a ese santuario. Ya he tenido suficiente de mirar textos de monjes antiguos —dijo Sokka, bostezando—. Espero que Katara no haya hecho nada demasiado grave.

—No has respondido a mi pregunta —dijo Aang, frunciendo el ceño—. ¿Qué quisiste decir con eso?

Sokka dejó escapar un suspiro y se arrastró la mano por la cara.

—Escucha, amigo. Probablemente no debería haber abierto la boca. No me importa lo que hagas con tus amiguitos. Es un poco preocupante sientas algo por Katara, por todo tipo de razones, pero da igual. Haz lo que quieras.

—¿Así que me crees?

—Yo no he dicho eso.

—No es esta Katara por la que siento eso —dijo Aang—. Es la otra.

—Vale, sigue siendo raro. Tal vez aún más raro. Pero tus habilidades de negación son muy buenas, lo reconozco.

—¿Eh? ¿Qué quieres decir? —Aang lanzó un gruñido a la par que el suyo cuando Sokka no contestó y siguió caminando. Debería haber esperado que Sokka reaccionara así, siempre escéptico, pero decidió no insistir. Salieron de la sala de manuscritos con Momo pisándoles los talones. Sabi se removió de la capucha de Aang, despertando de su siesta con un bostezo felino. Subiendo las escaleras en espiral y avanzando por una serie de pasillos, se detuvieron frente a las enormes puertas de madera del santuario del Templo del Aire, donde encontraron a Zuko sentado y esperándolos frente al complicado mecanismo de cerraduras de los Maestros Aire.

—¿Dónde están Katara y Azula? —le preguntó Aang, frunciendo el ceño.

Se apoyó contra la puerta con la cabeza sobre las rodillas, desprendiendo su típica aura melancólica y una expresión hosca.

—Deberían llegar pronto. Katara se dio cuenta de que las estaba espiando.

—¿Espiando? —preguntó Aang, con el ceño fruncido.

Zuko se puso en pie.

—Bueno, ya sabes. A Katara, sólo para asegurarme de que no intentara algo cuando crea que tiene a uno de nosotros solo.

Aang se cruzó de brazos y dio un golpecito al suelo con el pie, tratando de imaginarse cómo sería eso.

—Supongo que es una buena idea. ¿Funcionó?

—Más o menos —dijo Zuko—. Katara estaba usando juegos mentales con Azula.

—Y Azula es una experta en eso —dijo Aang, suspirando de alivio. Nada de lo que preocuparse.

—Katara también puede serlo, ¿sabes? —dijo Sokka, dirigiendo una mirada a Momo mientras el lémur se le subía encima—. También podría mencionar que tu lémur debería aprender a mantenerse alejado en caso de que me diese cuenta de que me está dando bastante hambre.

—Momo no es comida —dijo Aang, arrebatándole el lémur con una mirada de desaprobación. Se dio la vuelta por el pasillo al oír unos pasos acercándose justo cuando Azula y Katara aparecían. Azula tenía los brazos cruzados en señal de molestia, pero por lo demás parecía estar bien.

Katara se puso una mano sobre el corazón una vez que se reunieron con Aang y los demás frente a la puerta del santuario.

—¿Tuvieron suerte, muchachos? No hemos encontrado nada, pero no he perdido la esperanza. Todavía creo que podemos salvar a nuestros amigos, ¡así que quitemos esas caras largas, chicos!

Nadie más dijo nada. Aang se alejó de ella, incapaz de mirarla cuando hablaba de esa forma. Nunca la había visto portar un sentimiento tan falso como una máscara, tan evidente en su falta de sinceridad que casi lo hacía enfadar. Tal vez la ira era el tipo de reacción que ella buscaba.

—Apártense —les dijo Aang a todos, ignorándola—. Necesito espacio. Esta puerta sólo puede abrirse con Aire Control.

Katara dejó escapar un bufido.

—Vaya, son un público difícil, ¿no?


Los piratas Maestros Agua, Tho y Due guiaron, a Mai, Haru, Ty Lee y a todos los Libertadores hacia el interior de las cuevas marinas, siguiendo el musgo bioluminiscente que iluminaba un camino en la oscuridad. Jet no soltó sus espadas de gancho ni una sola vez, pero sus escoltas Maestros Agua parecían ser bastante despreocupados como para que les importase.

—Odia esto —murmuró Smellerbee a Mai mientras caminaban—. No lo culpo. Pero tú lo pusiste en evidencia antes, cuando entraste primero en la cueva. Tiene una reputación que mantener. Debe mostrarle al resto de la banda que no tiene miedo de unos simples piratas.

—Realmente no me importa —respondió Mai—. Sólo me molesta que el jugo del bulbo de la planta me manche la ropa. Si deja una mancha que brilla en la oscuridad probablemente vomitaré. —Se habían quitado la mayor parte con el Agua Control de los piratas, pero aun así.

Mai volvió a oler el océano antes de verlo. La caverna se abría en una bahía secreta, dándoles una vista del océano oriental desde el interior de la boca de la cueva. Un par de barcos de chatarra con una cubierta amplia y abierta habían sido amarrados en el puerto oculto, mientras que junto a ellos se mecían embarcaciones más pequeños en los que no cabían más de una docena de hombres cada uno. Alrededor del puerto había surgido una especie de pueblo escondido en la red de cuevas marinas, las cuales le recordaban inquietantemente a las catacumbas de cristal que había bajo Ba Sing Se. Las algas se adherían a las húmedas paredes de la cueva y brillaban como el musgo en el interior de las cavernas, proporcionando luz junto con las linternas de aceite hechas por el hombre que colgaban de cuerdas del techo. Los tablones de madera cubrían la mayor parte del suelo de la cueva en múltiples niveles que conducían a escaleras y túneles ramificados. Incluso había puertas que conducían a diferentes secciones de la aldea en la cueva, ya fuera para residencias o almacenes o cualquier otra cosa. Los barriles estaban alineados en las paredes y, normalmente, Mai habría pensado que estarían llenos de botines de las hazañas de los piratas, pero a juzgar por lo que había visto hasta ahora no podía estar segura. Vio algunas armas, cuchillas curvas y arcos o lanzas, pero no tantas como esperaba, y parecían más decorativas que otra cosa.

Hombres, mujeres y niños; vestidos como ningún otro pueblo de las Tribus del Agua que Mai hubiera visto antes, se paseaban por la bahía. La mayoría de la gente del pueblo vestía de verde, con ropas tejidas con algas, cuerdas y escamas de pescado, como si simplemente hubieran salido del océano. Los piratas llevaban una armadura que parecía sacada de los caparazones de los cangrejos, pinzas incluidas. Y era una verdadera aldea: lugares como éste debían de estar repartidos por las costas de todo el Reino Tierra, si habían conseguido permanecer aquí sin ser expulsados por sus enemigos. Tal vez su distancia de las Tribus Agua les permitía ser más independientes, o al menos neutrales.

Y había muchas plantas. Algunas, como las algas y el musgo, crecían en las paredes o en los techos. Algunas crecían en macetas y bebederos llenos de lo que ella suponía que era agua dulce. Algunas eran anchas y frondosas, mientras que otras tenían largas enredaderas o eran follaje y otras más florecían en orquídeas oscuras de aspecto arrugado o en diminutas flores blancas que Ty Lee fue a admirar de inmediato. Algunas de las plantas brillaban, aunque la mayoría tenían un aspecto normal, pero nunca esperó encontrar tal abundancia de verde escondida en una cueva subterránea.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Haru, dándose la vuelta para observarlo todo.

—¡Este lugar tiene un aura tan fantástica! —exclamó Ty Lee, extendiendo los brazos.

Jet frunció el ceño.

—No te dejes engañar. Es una guarida de piratas. Son tan sanguinarios como cualquier Maestro Agua.

—Yo no diría que ninguno de nosotros está sediento de sangre —dijo un hombre que se acercó con una plácida sonrisa. Al igual que su gente, llevaba una saya hecha de algas, pero no llevaba camisa ni, por desgracia, pantalones. Una pinza de cangrejo de tortuga le rodeaba el hombro como si fuera el peto de un general del Reino Tierra, sosteniendo la red de cuerda que colgaba de él como una capa que tenía trozos de conchas marinas y coral entretejidos—. Bienvenidos a la Bahía de Slim. Kanna es una querida amiga mía y me dijo que esperara a algunos viajeros.

—Este es Huu —dijo el pirata Tho, señalando al hombre mayor—. Nuestro capitán y jefe de clan.

Ty Lee sonrió.

—¡Este lugar realmente me hace querer ser un pirata! Nunca he visto nada igual. ¿Cómo lograron que todas estas plantas crecieran en un lugar tan tenue y oscuro?

Mai evaluó al capitán, juzgándolo por sí misma, mientras todos los Libertadores hacían lo mismo, en silencio, y observaban los alrededores. Huu no parecía lo que ella consideraba un pirata, y desde luego no se parecía a ningún otro miembro de la Tribu Agua que hubiera visto.

—Estas plantas no son nativas de aquí —dijo Huu, señalando las enredaderas y el musgo que se habían enroscado alrededor de un arco de piedra como un enrejado—. Para ser sinceros, ninguno de nosotros lo es realmente. Nuestra tribu no se originó en el Polo Norte ni en el Polo Sur, sino en el Gran Pantano Brumoso.

Jet entrecerró los ojos.

—No ha habido un pantano allí en décadas. Ustedes, los Maestros Agua, lo secaron por completo.

La sonrisa de Huu se convirtió en una de tristeza.

—Eso es cierto. Ninguno de nosotros ha estado nunca allí. Fue mi padre quien sacó a nuestra gente cuando el pantano dejó de ser habitable para los humanos. Nos rechazó, se secó y se convirtió en el páramo venenoso que es hoy. Pero antes de marcharse, mi padre cogió esquejes de plantas de las profundidades del pantano. Es un entorno un poco diferente pero, en todo caso, nunca recibieron mucho sol bajo las copas de los banianos, así que con un poco de cuidado y cultivo han podido crecer muy bien —dijo, rozando con los dedos una de las orquídeas—. Es como un pedacito del hogar que nunca llegamos a conocer, conectado a nosotros incluso desde aquí a través de la distancia y el tiempo.

—Vaya —dijo Ty Lee, agachándose para oler una de ellas—. Es increíble. Y tengo que decir que me encantan sus atuendos de playa.

—¡Gracias! —exclamó Due—. ¡Tus conchas de mar también son bonitas!

—Genial, así que son piratas jardineros —dijo Smellerbee—. ¿Por qué nos van a ayudar?

—Siempre hemos sido un pueblo pacífico —dijo Huu, encogiéndose de hombros—. Puede que seamos Maestros Agua, pero no somos como los demás.

Due puso las manos en las caderas.

—El emperador siempre nos obliga a hacer esto y aquello. Nos quita los barcos. Nos hace romper cosas o amenazar a otros pueblos. Sólo quiero que la tierra vuelva a crecer, que sea verde como antes.

—¿Puedes conseguirnos un pasaje seguro a Agna Qel'a? —preguntó Mai. No necesitaba escuchar la historia de la vida de nadie—. Eso es todo lo que pedimos.

Huu se rascó la barba.

—Sí, me parece bastante razonable. A veces subimos por ahí para comerciar…

—Ni hablar, esto es una locura. —El exabrupto de Jet llamó la atención de varios transeúntes, pero sacudió una de sus espadas de gancho para que pasaran deprisa—. ¡No voy a ponerme a merced de los piratas en su barco para que me tiren por la borda cuando quieran! No puedo creer que les haya seguido la corriente durante tanto tiempo. Pero tomaré mi propio camino. —Señaló con un dedo a sus subordinados—. Smellerbee, Longshot, hagan lo que quieran. Pero tomen una decisión. Voten.

Se marchó furioso. Smellerbee se cruzó de brazos y Longshot le puso la mano en el hombro, pero cuando Jet se retiró a las cavernas y nadie más lo siguió Mai puso los ojos en blanco y fue tras él.

—Jet, estás siendo estúpido —le dijo a su espalda. Él dejó de moverse y se volvió hacia ella, con los ojos desorbitados con algo que parecía locura. Mai no se detuvo—. No irás con Aang al sur. Ahora no vendrás con nosotros al norte. Has estado irrazonablemente enojado desde que nos fuimos y ya he tenido suficiente.

Jet se guardó las espadas en el cinturón con un ruido metálico.

—Tú eres la que se ofreció a venir conmigo, ¿recuerdas? Así que se hará como yo diga.

—Eres un niño —dijo ella, con la voz baja—. Haces berrinches como uno. Y cuanto más lo hagas, más lejos estarás de salvar a Toph.

—¿Qué te importa? Apenas conoces a Bandida.

Ella agitó el brazo en un movimiento parecido al que hacía para lanzar uno de sus cuchillos.

—¿Quieres saber la verdad? No estoy aquí para salvarla. Aang y los otros conseguirán hacerlo mucho mejor que cualquiera de nosotros. ¿Crees que alguien aquí sabe algo sobre el Mundo de los Espíritus?

Jet entrecerró los ojos.

—Sólo quieres asesinar a Arnook. ¿Qué pasa? ¿Quieres jugar al héroe? Créeme, sé cómo es eso. Y no termina bien.

—No —dijo ella, hablando con más convicción de lo que había hecho en los últimos tiempos. Su voz estremeciéndose, baja y peligrosa—. Quiero venganza. Quiero que las Tribus Agua paguen por lo que hicieron a mis guerreros. No sabes en absoluto lo que estás haciendo, la forma en que los diriges... si sigues haciendo lo que estás haciendo vas a llevar a estos niños a la muerte y no voy a tener nada que ver con eso. Eres su capitán. Será mejor que empieces a actuar como tal.

Jet apretó los dientes.

—¡Ni siquiera he hecho nada todavía! Tú eres la que nos hace aliarnos con Maestros Agua y piratas!

—Con la forma en que has estado actuando es sólo cuestión de tiempo hasta que hagas algo catastrófico. ¿Y si esta gente no fuera tan amable? ¿Qué pasaría si en el momento en que hablaras mal de ellos te eliminaran? Tuvieron la oportunidad de hacerlo, allá en esas cavernas. Pero no, siempre tienes que ser imprudente e idiota.

—¿Quieres dejar de insultarme?

—¿Ya has terminado de ser un cabezota y de merecerlos?

—No sabes nada de mí, Mai —dijo, finalmente liberando la tensión de su postura—. Lo que he pasado.

—Algo relacionado con piratas, supongo —dijo ella, devolviendo su voz a tono normal.

—Los piratas y los Maestros Agua atacaron mi pueblo cuando era un niño —dijo él, apartándose de ella—. Acabaron con todos los que eran importantes para mí. Así que sí, se podría decir que yo también quiero vengarme. Los he estado buscando, a los que lo hicieron.

—Estas personas no son las mismas —dijo Mai—. Ellos quieren lo mismo que nosotros. No todos los Maestros Agua son iguales, sabes.

—Bueno, nunca he conocido a un Maestro Agua que me haya gustado —dijo, suspirando—. Tienes razón, y lo odio. Supongo que los necesitamos, pero no tiene por qué gustarme.

—A mí tampoco me gusta —dijo, dándose la vuelta para volver a la bahía, con las manos en las mangas—. Simplemente lo disimulo mejor.


Cuando no encontraron nada de utilidad en el santuario, Aang decidió dejarlo. Sus vidas pasadas no tenían ningún consejo para él, ninguna palabra o forma de conectar con él aunque visitara sus estatuas. Pero él lo sabía. El Avatar Wan le dijo que estaría solo, aparte de alguien a quien él llamaba Raava, fuera quien fuera. Pero eso, supuso Aang, debía ser un misterio para otro día. Ahora, tenían un rescate que ejecutar.

Después de encadenar a Katara a la silla de montar, Aang vio a Azula caminando por el paso de la montaña, deteniéndose en un árbol antiguo y nudoso que se sostenía fuertemente en un afloramiento de piedra. Desde allí, miró hacia el templo, hacia Aang y Appa y Katara y parecía observarlos con el templo como telón de fondo. Se mordisqueó el labio, curioso por su comportamiento.

—¿A dónde han ido Sokka y Zuko? —le preguntó a Katara después de asegurarse de que no podría escapar.

—Volvieron al templo —dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. Dijeron que tenían un lugar más que revisar.

Conflictuado por un momento, entre querer ir a hablar con Azula y mantener un ojo en Katara, miró de un lado al otro con un suspiro.

—No intentes nada —le dijo—. Appa, vigila a Katara un momento.

El bisonte rugió en respuesta, a lo que Katara se echó hacia atrás y apoyó las manos atadas en su regazo.

—Ahora el bisonte es el niñero. Maravilloso. —Bajó de la silla de montar de un salto, pero ella gritó tras él—. ¡Sé que sólo quieres evitar quedarte a solas conmigo!

Ignorándola, corrió hacia donde Azula se encontraba bajo el antiguo árbol. Ella apartó la vista cuando él llegó.

—¿Está todo bien? —preguntó él, con el ceño fruncido por la preocupación.

—Por supuesto —dijo ella, aunque él no podía saber si mentía o no—. Sólo estoy pensando. Admiro la vista.

—¿Puedo admirarla contigo? —preguntó. Cuando ella asintió, se sentó en la piedra, balanceando los pies. Intentó medir sus palabras, pero no se le ocurría qué decir, así que las soltó de golpe—. Azula, quiero que sepas que nunca te doy por sentado.

Ella se sentó a su lado pero levantó una ceja, confundida.

—¿Qué?

—Hace mucho tiempo que dejé de dar por sentado a nadie —continuó, observando cómo Momo y Sabi jugaban en el aire, volando de vuelta al templo. Desde aquí, parecían dos pájaros blancos—. ¿Sabes? Perder a tanta gente como lo he hecho, gente importante para mí. Y, bueno, tú eres importante para mí. Sólo quiero asegurarme de decirlo lo suficiente.

Azula soltó una risa y se apoyó en las manos.

—¿A qué viene esto? Sé que soy importante, tonto. Pero gracias.

Se frotó la nuca y no pudo evitar sonreír. Mirarla le hacía doler el pecho pero no podía ubicar por qué, así que miró hacia otro lado y su sonrisa se desvaneció cuando recordó qué más quería preguntarle.

—¿Has... sabido algo de la princesa Azula últimamente? Quise preguntar antes, pero con todo lo que está pasando... he estado preocupado.

Ella volvió a mirar al frente, hacia el templo. Una forma azul comenzó a caminar por los terrenos del templo, dirigiéndose a ellos, quizás Sokka o Zuko.

—Nada —dijo ella. Se volvió hacia Aang y sus ojos dorados se encontraron con el gris de los suyos—. Lo que hiciste en Ba Sing Se funcionó. Tal vez esté atrapada en el Mundo de los Espíritus.

Aang sintió que la tensión, que ni siquiera sabía que tenía, se le escurría de los hombros.

—Me alegro de oírlo —dijo. Por un lado, hacía que Sokka, Zuko y Katara se sintieran más distantes, pero por otro...— Tu padre y Zuko aún tienen su Fuego Control, así que supongo que eso resultó bien. Ninguno de ustedes tiene que lidiar ya con las otras partes.

—Supongo que no —dijo ella. Entrecerró los ojos al ver la forma azul que se acercaba a ellos, se detuvo brevemente en el lugar donde descansaba Appa y continuó hacia ellos—. Zuzu ha vuelto. Sin Sokka, al parecer.

Aang volvió a sonreír.

—Qué bien. Porque hay algo que quiero decirles a los dos, sólo a ustedes dos. —También quería abordar los sentimientos de Azula hacia él, pero con las observaciones de Sokka, frescas en su mente, no sabía qué decir al respecto todavía.

Cuando Zuko llegó, frunció el ceño de forma pensativa, pero señaló con el pulgar a Katara.

—¿Está bien que esté así por su cuenta? —preguntó.

—Sí —dijo Aang, cruzando las piernas—. Escuchen, hay algo que quiero decirles a los dos. —Hizo una pausa para asimilar a los dos. Ambos parecían confundidos—. Esto puede ser un poco incómodo, pero debo decirlo. Cuando llegué aquí por primera vez, hace ya casi cuatro años, con Sokka y Katara, fue uno de los peores días de mi vida. Supe que mi pueblo había sido aniquilado. Pensé que estaba solo, pero Katara y Sokka me dijeron que serían mi nueva familia. Y lo fueron.

Azula se examinó las uñas.

—No nos pongamos sentimentales ahora.

—Ellos siguen siendo mi familia —continuó Aang—. Y ustedes dos han permanecido a mi lado durante todo este viaje hasta ahora. Solo quiero que sepan que estoy muy agradecido por eso y que ambos también son familia para mí. No sé si se los he dicho alguna vez, pero quería decirlo y asegurarme de que lo supieran.

Le costó leer la expresión de Azula. Ella frunció los labios y estiró las piernas.

—Lo sabemos, Aang. Pero gracias por el recordatorio.

Zuko se rascó la nuca, un rubor subió a sus mejillas.

—Eh, gracias, Aang, de verdad. Pero había algo que necesitaba preguntarte. Sokka sigue en el templo. Encontramos las habitaciones de los monjes... y las memorias de Gyatso.

Aang se puso de pie.

—¿Qué?, ¿en serio?

Zuko asintió.

—Sus últimas anotaciones mencionan una visita al templo durante la Luna de Seiryu, antes del ataque a este templo. ¿Cómo se llamaba la chica que conociste, la que nos mencionó de hace cien años?

Sintió que la melancolía se apoderaba de él, sentimientos que no le pertenecían por una amiga que, además, era una completa desconocida.

—Sangmu. —Se preguntó si debería volver corriendo al templo. Si debería leer las últimas palabras de Gyatso. ¿Importaban, después de todo este tiempo? Cien años y un mundo totalmente diferente los separaban. No era su Gyatso. Si tenía un mensaje final para Aang, era para el otro Aang.

—Era ella —dijo Zuko, cerrando los puños como si quisiera instar a Aang a volver al templo—. ¡Ella estuvo aquí! —Cuando Aang no se movió, titubeó—. Sólo vi su nombre y pensé que debías saberlo. Pensé que querrías leer lo que podría haberle pasado. Ella huyó cuando ustedes escaparon del Templo Aire del Oeste, ¿cierto?

—Cuando mi otro yo escapó —aclaró Aang, mirando al suelo—. No yo. Y además, fue hace un siglo. Aunque haya escapado, es imposible que haya logrado sobrevivir todo este tiempo. Mi pueblo fue perseguido. Tal vez escapó de la masacre del templo occidental sólo para morir en este.

Azula volvió a mirar hacia el templo, con los ojos entrecerrados.

—Sokka está volviendo —dijo—. Y tiene mucha prisa.

Sokka se acercó a ellos a la carrera desde los terrenos del templo; sostenía un porta cartas en su mano y la agitaba en el aire. Las memorias de Gyatso, adivinó Aang. Los tres corrieron a hasta él, que estaba junto Appa. Algo parecido a la esperanza sen encendió en el pecho de Aang: tenía que haber algo importante allí para que Sokka sintiera la necesidad de decírselo con la mayor premura.

Inclinado hacia adelante, levantó el portacartas y resolló.

—Ugh... hay demasiadas escaleras y torres en ese templo —dijo, resoplando y jadeando—. Pero escucha... he encontrado esto. Hablaba de todo tipo de... cosas aburridas al principio. Pero entonces llegó la Luna de Seiryu y, en la mañana de su tercer día, llegó una chica que les advirtió del ataque. Él la conocía.

Aang levantó una mano para detenerlo.

—Espera, ¿al tercer día?, ¿cuánto dura la Luna de Seiryu?

—Tres días —dijo Sokka, tragando una bocanada de aire e irguiéndose—. Y mi tatarabuelo utilizó todo ese tiempo para coordinar los ataques a cada templo. El primer día, arrasaron el del oeste. El segundo, destruyeron el este. Esa chica, Sangmu, debe haber viajado muy rápido para llegar aquí en menos de dos días. El tercer día, las tribus del norte y del sur atacaron los Templos Aire del norte y del sur al mismo tiempo; así que supongo que, aunque ella llegara aquí antes, la advertencia no sirvió de nada.

Aang supuso que debía considerarse afortunado de que Ozai no hubiera tenido tres días enteros para quemar el Reino Tierra hasta las cenizas. Ignoró a Sabi cuando revoloteó hacia su hombro, demasiado absorto en las palabras de Sokka.

—Bien, ¿y luego qué?

—Gyatso mencionó que Sangmu no se quedaría. Tenía que volar al sur, hacia la Tribu Agua. Él creía que ella quería vengarse por lo que le pasó a su hogar. Trató de detenerla, pero... no le llegó ninguna otra misiva después de eso.

El sueño de Aang volvió a él con toda la fuerza de un rinoceronte de komodo.

—No —dijo—. Ella tenía familia allí. Sus padres deben haber vivido en algún lugar de la Tribu Agua del Sur. Tal vez fue a buscarlos.

Azula puso una mano en su cadera.

—Lo entiendo, esto es trágico y horrible, pero ¿qué sentido tiene? Odio tener que decir esto, pero hay aún menos posibilidades de que ella haya sobrevivido en la tierra del enemigo. Esto fue hace un siglo. Seamos realistas.

—Me viene a la mente una vieja historia —dijo Katara desde arriba, colgando del borde de la silla de montar para mirarlos a todos. Más que nada, parecía aburrida—. La recuerdas, ¿verdad, Sokka?

—La Isla Pétalo de Melocotón —dijo él, asintiendo. Fijó su mirada en Aang—. Dicen que el emperador Seiryu, o Aniak, como quieras llamarlo, solo luchó contra un Maestro Aire en los días de la Luna de Seiryu. Una niña que se enfrentó a él sola mientras él dirigía a sus guerreros hacia el Templo Aire del Sur. La derrotó fácilmente, congelándola al instante antes de que pudiera siquiera atacar. Como el hielo era tan poderoso, nunca se derritió, ni siquiera cuando los demás intentaron descongelarla. Así que simplemente... la mantuvieron allí.

Una rabia blanca hirvió en su estómago, amenazando con ser expulsada en forma de un aliento de fuego. Los vientos circularon a su alrededor y por un momento pensó que las palabras de Sokka le habían hecho perder el control de sus emociones y entrar en el Estado Avatar, hasta que se recordó a sí mismo que ya no podía hacer eso.

—¿Dónde está?

—Justo al sur de aquí —dijo Sokka, dando un paso atrás. Pero se recuperó una vez que se dio cuenta de que la rabia de Aang no iba dirigida a él—. Sin embargo, la isla no es tan bonita como parece. Su nombre se debe a los cristales de sal rosa que hay en el subsuelo y alguien debió de pensar que, así, mucha gente iría a trabajar allí si creía que era un lugar amigable y bonito. Hoy en día es sólo una mina de sal con una ciudad portuaria en la superficie, conocida sobre todo por esa Maestra Aire y los cristales.

Aang no pudo disimular el asco que sentía hacia los ancestros de Sokka.

—¿Así que sólo es un trofeo?, ¿mi gente es un trofeo para ser contemplado y desestimado?, ¿incluso después de que nos aniquilaran a todos?

Sokka levantó las manos en señal de rendición, cuando incluso Zuko y Azula le dirigieron miradas cautelosas.

—¡Nunca dije que estuviera de acuerdo! Y otros intentaron descongelarla y dejarla descansar en paz pero, como dije, el hielo no se ha derretido. Nunca lo hizo, ni siquiera hoy en día. No hay gloria en haber derrotado a una niña de esa manera, así que trataron de mantenerla fuera de la vista y sólo la pusieron bajo tierra, en las cuevas de sal. Es enfermizo y está mal, lo sé. Siempre lo he pensado.

—¿Por qué no mencionaste esto antes? —preguntó Zuko, cruzando los brazos.

—Se los estoy diciendo ahora, ¿no? No tenía ni idea de que el Avatar la conociera. ¿Qué querías que dijera? “¡Ah, por cierto, uno de los tuyos podría estar bajo tierra en una islita cualquiera que está algo lejos de nuestro camino, pensé que deberías saberlo!” Tenemos muchas otras cosas en curso como para hacer tiempo para un Maestro Aire que murió hace un siglo.

Aang saltó sobre Appa.

—No sería la primera persona que sobrevive en el hielo durante cien años —dijo. La llama de la esperanza, que se encendía a la vida, ardía con fuerza en su pecho. Podría no ser nada, podría ser una pérdida de tiempo. Pero si había una posibilidad, la más mínima, de que ya no estuviera solo, de que ya no fuera el último de los suyos, tenía que aprovechar esa oportunidad. E incluso si no hubiera sobrevivido en el hielo sin que el Estado Avatar la protegiera como a él, sabía que tenía que encontrar una manera de liberarla de tal deshonra. No sería más un trofeo congelado—. Vamos.

—¿Justo ahora? —preguntó Azula, subiendo a la silla de montar—. No se ha ido a ninguna parte en un siglo, no es probable que se vaya pronto. ¿Qué hay de Toph?, ¿qué hay de la gente a la que sí podemos salvar?

Pensar en Toph lo hizo poner los pies en la tierra.

—Lo sé —dijo. Miró directamente a Azula, deseando que entendiera el dolor en sus ojos, la esperanza. Deseando a que se arriesgara a creer con él que pudiera haber otro superviviente. Otro Maestro Aire. Su otro mundo no tenía esto. Esto era nuevo. Esto era diferente—. Toph es fuerte. Es la persona más fuerte que conozco. Me siento mal haciéndola esperar un poco más, pero sé que aguantará. Lo logrará, esté donde esté.

Azula apartó la mirada.

—Bien —dijo—. Pero tú serás quien le cuente de todos nuestros pequeños desvíos.

Aang tomó las riendas de Appa una vez que todos subieron a bordo, mirando hacia el cielo del sur.

—Lo siento, Toph —se dijo a sí mismo, esperando que dondequiera que estuviera ella fuera capaz de escucharlo. De entender. Pero Sangmu lo había esperado durante cien años.


Kanna miraba las aguas de la Bahía Camaleón mientras el sol se ponía bajo el horizonte, con sus pensamientos con sus nietos. A diferencia de la última vez, cuando el Avatar se llevó a Sokka de la Ciudad Dorada, no hizo planes para volver reencontrase con él pronto y llevárselo con ella. Confiaba en que el chico cuidaría tanto de Sokka como de Katara esta vez, en que quizás todos tomarían las decisiones correctas.

Donde quiera que su destino los llevara, esperaba que los mantuviera juntos.

—Una hermosa noche para una hermosa dama —dijo una voz detrás de ella. Se giró para mirar al que recién llegado y reconoció al hombre, uno de sus pares de la Sociedad del Loto Blanco, Iroh, de la Nación del Fuego.

Le dedicó una tímida sonrisa.

—Me halaga, querido. Sin embargo, creo que soy un poco mayor para ti.

—¿Le importa que me una a usted, Lady Kanna? —preguntó él. Cuando ella inclinó la cabeza en señal de aceptación, él se colocó a su lado y miró hacia la bahía—. Ha sido realmente maravilloso volver a reunirme con mi hijo —dijo—. Le he echado de menos más de lo que puedo decir.

—¿Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vio? —preguntó ella. El mar traía una brisa fresca que le ponía la piel de los brazos de gallina. Hacía bastante tiempo que no había estado en casa, así que supuso que el frío le afectaba más que antes.

El hombre cruzó las manos sobre el vientre.

—Parece que fue hace toda una vida —dijo, con la voz distante. Atrapado en viejos recuerdos, supuso ella—. Pero siempre es así, cuando uno se separa de sus hijos.

Kanna asintió.

—No es diferente con los nietos, se lo aseguro.

Se sumieron en un silencio agradable, escuchando el oleaje que llegaba a la arena mientras disfrutaban de la vista de una noche clara con las estrellas en lo alto. Otro par de pasos se unió a ellos en la playa y Kanna se giró para ver a Xai Bau, su compañero de viaje, que se había unido a ella en su travesía desde Ba Sing Se hasta la Bahía Camaleón, justo el día anterior. El Guerrero del Sol se dirigió hacia ellos con decisión.

—Kanna —dijo a modo de saludo—. E Iroh, es un placer conocerlo.

—Igualmente —dijo Iroh—. Es bueno ver que un joven como tú sigue con devoción nuestras antiguas costumbres.

—En efecto —dijo Xai Bau—. Y es bueno ver que nuestras antiguas costumbres también se siguen en otros mundo.

Kanna parpadeó ante sus palabras y miró fijamente a Iroh.

—¿Qué quiere decir?, ¿viene de otro mundo?

Iroh cerró los ojos y tomó aire antes de abrirlos.

—Veo que estás muy en sintonía con el Mundo de los Espíritus —dijo a Xai Bau. Extendió los brazos—. Estoy impresionado. Aunque sólo tienes razón en parte: soy el mismo Iroh de siempre, pero ahora tengo algo más. Otra parte de mí, compartiendo este cuerpo. Al menos hay mucho espacio para los dos. —Se rio de su propia broma.

Kanna se esforzó por encontrarle sentido, por recordar lo que Aang le había contado de sus antiguos compañeros.

—Perdone que sea tan brusca, pero me han dicho que la mayoría de los anteriores aliados del Avatar Aang habían muerto. ¿Cómo es posible? —A veces se preguntaba por la otra Kanna, que había permanecido casi siempre en silencio en sus sueños. No tenía forma de saberlo con certeza, pero suponía que las dos debían ser demasiado diferentes, o quizá incluso demasiado parecidas, para que su otro yo intentara influir en el orden de las cosas.

Iroh volvió a mirar al cielo nocturno.

—Sabes, no estoy tan seguro. Perdí la vida en ese otro mundo, pero los misterios más allá de la muerte siguen siendo tan numerosos y desconocidos para mí como las estrellas que hay sobre nosotros ahora. Tal vez sea porque tengo más inclinación por los asuntos espirituales que la mayoría y eso me impulsa a ayudar como pueda. O tal vez sea un capricho del destino. Pero, en cualquier caso, ahora puedo hacer mi parte para ayudar. Para ayudar de nuevo. Una vez que los mundos comenzaron a fusionarse, viajé a Jie Duan con el fin de encaminarme hacia aquí.

—Sus dos identidades se han unido igual que los mundos —observó Xai Bau, frotándose la barbilla—. ¿Su yo de este mundo no rechazó la intrusión? Me pregunto...

—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Iroh, radiante—. Siempre he querido poder enfrentarme a mí mismo en Pai Sho. Ahora puedo.

—Ahora tenemos que pensar en nuestro siguiente curso de acción —dijo Kanna, juntando las manos—. Mientras el Avatar se dirige al sur y los Libertadores al norte, nosotros debemos hacer nuestra parte para acabar con esta guerra.

 

 

Chapter 47: La Niña en el Iceberg

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Libro 3: Agua

Capítulo 4: La Niña en el Iceberg

En retrospectiva, Aang sabía que probablemente debería haber presentado sus respetos a Gyatso en el lugar de su deceso antes de salir del Templo Aire del Sur. Pero se dio cuenta, tardíamente, de que sólo había estado huyendo para no tener que volver a ver el cadáver, huía de ese oscuro momento en el que descubriría una verdad con la que creía haber hecho las paces hace tiempo. Pero ahora era demasiado tarde, y el esqueleto dormía entre sus enemigos en lo más profundo de las montañas, quizás para no volver a ser descubierto.

En lugar de eso, se dedicó a leer las partes de las memorias de Gyatso que Sokka había traído consigo mientras hacían el corto viaje a la Isla Pétalo de Melocotón. En ellas no encontró nada de valor práctico, pero le reconfortó de igual forma. En medio de sus preocupaciones por la guerra que se avecinaba, Gyatso reflexionaba a menudo sobre Aang, que estaba en el Templo Aire del Oeste, se preguntaba cómo le iría, si seguía con sus meditaciones y si se aseguraba de tener tiempo para divertirse. Escribía sobre sus juegos de Pai Sho y las tartas de frutas que había hecho, las lecciones con los otros niños, las observaciones sobre los escritos de monjes o gurús o Avatares muertos hace mucho tiempo.

Escribió sobre el Avatar Kuruk, que se había entrenado con él de niño en el Templo Aire del Sur. En Kuruk encontró a alguien que sacaba a flote todos los rasgos de un estilo de vida materialista en Gyatso, cuyas travesuras le provocaron un sentimiento de rivalidad impropio de un monje en formación; lo que los acabó metiendo a ambos en tantos problemas que de ahí surgió una amistad. Incluso antes de conocer la identidad de Aang como Avatar, Gyatso había reconocido similitudes entre Aang y su vida pasada y no se había sorprendido en absoluto cuando descubrieron la verdad.

Pero un pasaje fue el que más le llamó la atención, una de las últimas entradas: Sé que probablemente nunca verás esto, Aang, pero donde quiera que vayas, nunca olvides el viento a tu espalda, las esperanzas y los sueños y los legados de toda tu gente. Porque puede que seas el Avatar, pero llevarás la luz y la alegría de un Maestro Aire en tu corazón, eternamente y para siempre.

Las páginas crujieron al viento cuando las soltó con una mano para limpiarse los ojos. Si tan solo Gyatso supiera... pero quizá era mejor que no lo hiciera.

—Ahí está, allá abajo —dijo Sokka, señalando por encima de la silla de montar—. La Isla Pétalo de Melocotón.

Como dijo Sokka, la isla no tenía nada en el exterior que reflejara su nombre. No tenía casi nada de vegetación; aparte de los pinos que se aferraban a sus picos escarpados, grises como la pizarra y premonitorios. Los dodo frailecillos anidaban precariamente en la cima de los acantilados mientras la gente se inclinaba sobre las pozas de marea que había más abajo, buscando almejas entre el oleaje y las aguas poco profundas. En una nube, a juego con el cielo gris, Appa descendió por el borde de la pequeña isla más alejada del pueblo minero. Técnicamente, una vez fue parte del territorio de los Nómadas Aire, Aang supuso que podría haber estado aquí antes, pero ciertamente tenía un nombre diferente en ese entonces.

—No envidio a esa gente —dijo Zuko, mirando a los lejanos aldeanos arrodillados en el agua de las playas rocosas—. Recolectar y desbullar almejas en agua casi helada debe ser horrible...

—No estamos aquí para simpatizar con los aldeanos de la Tribu Agua, Zuzu —dijo Azula, desmontando. Aang la observó estudiar sus alrededores y juzgar la zona por su nivel de seguridad. Habían aterrizado en la playa, detrás de un afloramiento de rocas manchadas de excrementos de pájaros, por lo que la única forma de ser vistos era desde arriba y la gente, con suerte, no tendría motivos para venir por aquí.

—No, estamos aquí en la misión suicida del Avatar para rescatar a una Maestra Aire muerta —dijo Katara, echándose hacia atrás para ponerse cómoda en la silla de Appa, ya que no pensaban llevarla con ellos.

Aang dejó los hombros.

Azula intercambió una mirada con él y puso los ojos en blanco.

—Katara, vete a desbullar almejas.


Nagi descubrió que el Mundo de los Espíritus era aterrador y maravilloso a partes iguales. El paisaje cambiaba tanto como las dunas cuando eran arrastradas por los vientos del desierto: un grano a la vez, disipando el entorno como un espejismo para revelar una nueva realidad debajo. La llanura abierta dio paso a gélidos campos de nieve que se desvanecieron en la cima de montaña que después se transformó en un valle boscoso. Cada vez que sucedía, se enfrentaban a nuevos peligros; ya fueran caídas repentinas a profundos barrancos que aparecían frente a ellas o un espíritu enfurecido, o simplemente el frío o el calor extremos.

Pero Nagi pensaba que era hermoso. Cada cambio traía consigo los colores más vivos de lo que jamás había visto. La hierba era más verde y las flores florecían con colores que Nagi ni siquiera podía describir, pero la poetisa en su interior ella quería pensar que habían crecido a partir de semillas de jade, cuarzo o luz de estrellas. Algunos árboles se levantaban sobre sus raíces, desplazándose como si tuvieran pies en cuando las humanas se acercaban demasiado. Un hongo escarlata y blanco les cantó al pasar y la risa musical de Yue hizo más eco en el bosque como respuesta. Más de una vez, Nagi se preguntó si había bebido accidentalmente jugo de cactus y lo había olvidado.

—¿Se supone que el Mundo de los Espíritus sea así? —preguntó Nagi, mirando al cielo cuando parecía que había comenzado un atardecer, pero una estela de noche lo atravesaba como una banda, volviéndolo rojo y naranja y rosa alrededor de un espacio negro y púrpura—. ¿Cambiando y moviéndose tanto?

—No lo creo —dijo Yue, con el ceño fruncido por la preocupación—. El Mundo de los Espíritus se siente como si estuviera agitado.

—Eso es porque lo está —dijo Toph Espíritu, flotando por encima de ellas como su vigía. Lo que hizo que Nagi tuviera sus dudas, puesto que había tenido la impresión de que la otra Maestra Tierra era ciega en el mundo real y nunca podría actuar como su vigía. Por no mencionar que esta parecía más la hermana mayor de su forma física sin rostro, que el espíritu expulsado de su cuerpo. Pero suponía que era difícil saberlo con seguridad, ya que el cuerpo físico no tenía un rostro con el que compararlo. Su cuerpo seguía detrás de ellos como si estuviera aletargado, silencioso salvo por su Tierra Control, comunicándose con gestos sencillos (a veces groseros). No tenía ni idea de cómo su cuerpo tenía autonomía propia cuando su espíritu había sido separado de él.

Yue se llevó las dos manos juntas al pecho.

—¿Qué pasó para que se pusiera así?

—Ni idea —dijo Toph Espíritu, alejándose de ellos. Como agente Dai Li, Nagi había sido entrenada en interrogatorios y en la lectura del lenguaje corporal de las personas, y una parte de ella sospechaba que Toph les había ocultado algo—. No soy una experta.

Normalmente Nagi habría reaccionado con rabia ante la pregunta pero, por alguna razón, no pudo con Yue. A pesar de ser su enemiga, la chica de la Tribu Agua nunca dejaba de ser educada y cortés, con unos ojos azules muy abiertos y llenos de preocupación por sus dos enemigas cada vez que se encontraban en peligro.

—Supongo —dijo, tratando de mantener el filo de su voz—, que tiene algo que ver con las invasiones de las Tribus Agua en el resto del mundo.

—Pero hemos tenido la bendición de los espíritus desde el principio de la guerra —dijo Yue, frunciendo el ceño—. La Luna de Seiryu lo demuestra. E incluso si eso no es cierto, los asuntos humanos no deberían afectar al Mundo de los Espíritus hasta este punto.

Nagi rozó con la mano la corteza de uno de los árboles más inmóviles. Olía fuertemente a madreselva.

—Esto puede parecer una tontería, pero ¿y si le preguntamos a un espíritu? Y tal vez así podríamos obtener indicaciones para salir de aquí.

Encontraron un espíritu que parecía una cabeza de repollo, que se alejó de ellas emitiendo agudos chillidos cuando se acercaron. Otro, una criatura parecida a un mono con orquídeas por manos y una probóscide para agarrar cosas, lanzó nueces hacia Yue y les aulló hasta que huyeron. Todos los espíritus que buscaban parecían despreciarles, temerles o ignorarles por completo cuando intentaban hablar con ellos. Algunos decían maldiciones. Uno se transformó en una bestia temible cuando intentaron pedir ayuda y solo la exhibición de las habilidades de Tierra Control de Toph consiguió ahuyentarla.

Mientras viajaban por entornos cambiantes, Nagi reunía recursos para poder prepararse para afrontar la fatiga y el hambre. Buscó plantas y frutos secos que parecieran comestibles aunque fueran extraños para ella, pero se sentía bastante segura de poder detectar cualquier cosa que pudiera ser tóxica (o incluso venenosa; no tenía forma de saber si las plantas de aquí podían morder o no). Y, desde luego, no se atrevía a cazar en este mundo. Se las arregló para encontrar un lecho de musgo y algún material suave y esponjoso que le recordó a las nubes y en el que pensó que a Yue le gustaría dormir (ya que ella y Toph eran Maestras Tierra y no tendrían ningún reparo en dormir sobre la tierra desnuda), así que lo enrolló y lo llevó con una correa hecha con lianas atadas. Se preguntó, brevemente, si sentirían necesidad de dormir o de alimentarse en el Mundo de los Espíritus, pero luego razonó que tenían sus cuerpos, así que probablemente lo necesitarían. Excepto, quizás, Toph. Pero el miedo y la adrenalina les habían hecho avanzar hasta ahora.

Encontraron una pantera negra de cinco ojos tomando agua de un gran río y Yue se le acercó sin dudarlo.

—Gran espíritu cazador —suplicó—. Por favor, estamos perdidas y necesitamos ayuda.

La pantera se giró para mirarla y habló con una voz profunda sin mover la boca.

—No la encontrarás aquí, humana. Estás manchada y tu compañera ha sido marcada. El Ladrón de Rostros siempre vuelve a por su presa.

Nagi sintió un frío recorrer por sus brazos.

—Intentamos huir de él —dijo—. O reclamar el rostro de nuestra compañera.

—La marca de la Noche no las protegerá —dijo, y apuntó su nariz hacia el horizonte, donde los extensos ríos se intersecaban entre sí en cientos de cruces. Olfateó el aire y se alejó hacia un bosque que cubría el cielo, como si el suelo se hubiera doblado y curvado para posarse sobre ellas. Mirar hacia arriba hizo que Nagi se sintiera mareada y se alegrara de que sus pies estuvieran arraigados al suelo bajo ella.

—¡Espera, no tengo tiempo para nada de esa palabrería macabra! —gritó Toph Espíritu—. ¡Dime cómo darle una paliza a Koh!

Nagi se volvió hacia Yue y vio cómo sus hombros se hundían, afectados por las palabras de la pantera.

—Yue, ¿qué pasa?

—Manchada —dijo ella, mirando algo lejano—. Ese espíritu me llamó manchada. Por la marca de la Noche.

—¿Qué significa eso?

Toph dio un pisotón para llamar su atención y Nagi se volvió para verla señalar algo a su izquierda. Una figura emergió del río: una mujer con un sombrero de ala ancha bajo un velo, lo que le daba una apariencia etérea, que brillaba y se oscurecía en los bordes como una pintura salpicada de gotas de agua. Una luz blanca y negra se congregó a su lado y adoptó la forma de un panda que se dirigió hacia ellos, junto a la mujer. Nagi se tensó y preparó su Tierra Control por si era necesario, pero el oso caminaba con un paso suave y la mujer flotaba en su dirección con el vestido fluyendo como si hubiera estado hecho de agua. Un bosque de bambú brotó tras los pasos del oso espíritu. Ninguno de los dos se sentía como una amenaza.

—Amigas del Avatar —dijo la mujer. Nagi no sintió la necesidad de revelar que nunca había conocido al Avatar y que Yue había sido su enemiga—. No todos los de nuestra especie las han abandonado todavía. Me conocen como la Dama Pintada, y este es Hei Bai, el espíritu del bosque. —Incluso su voz tenía un timbre que hacía eco y sonaba como si les hablara desde debajo del agua.

—Oh, qué tal —dijo Toph Espíritu, cruzando los brazos y sonriendo—. La recuerdo, señora. —Nagi había estado a punto de reñirla por dirigirse de esa manera a un espíritu tan noble y bello, pero el cuerpo sin rostro de Toph estaba sentado en el suelo a los pies de Nagi sin importarle nada y las palabras murieron en su garganta. Intentó con todas sus fuerzas no sentir miedo de la chica sin rostro, pero incluso los espíritus querían evitarla y no podía negar que mirar a Toph la hacía sentirse inquieta.

Yue dejó escapar el tipo de grito de asombro que Nagi soltaba cada vez que descubría una pieza de historia antigua.

—Un legendario espíritu del río y del bosque... Nos sentimos muy honradas de conocerla. Si fuera posible brindarnos ayuda, sólo tenemos dos preguntas: ¿cómo podemos recuperar el rostro de nuestra amiga y cómo podemos volver a casa?

—No tenemos esas respuestas que buscan —dijo la Dama Pintada, bajando la voz con decepción—. Pero Hei Bai y yo podemos guiarlas hasta alguien que sí las tiene: un espíritu ancestral que conoce los secretos de ambos mundos y que ha cruzado con frecuencia al plano mortal desde tiempos inmemoriales.


Azula se sentó con Sokka en su campamento mientras repasaban todo lo que sabían sobre la Isla Pétalo de Melocotón y elaboraban un plan para infiltrarse en las minas de sal. Mientras Zuko se adelantaba a la ciudad en una misión de reconocimiento y Aang vigilaba a Katara, los dos estaban encorvados sobre un diagrama de la ciudad que Sokka había dibujado al idear un plan. A Azula no le gustaba trabajar con él, pero si Aang estaba tan decidido a hacer esto, quería asegurarse de que lo hiciera bien.

—Estas minas de sal atraen a gente de todas partes —dijo Sokka, colocando rocas para usarlas como ayuda para su diagrama—. Así que no destacaremos mucho al pasar por ahí abajo. No creo que podamos conseguir un mapa de las minas en sí, pero hay una entrada principal justo en el pueblo y deberíamos poder entrar directamente con un grupo.

—Yo digo que entremos de noche, cuando hay menos gente que podría interponerse en nuestro camino.

—De ninguna manera, eso es mucho más sospechoso.

Azula cruzó las piernas.

—¿Y descongelar a una Maestra Aire que ha estado varada ahí abajo durante cien años no es sospechoso en lo más mínimo?

—Bueno, una vez que hagamos eso, todos nuestros planes perderán sentido y tendremos que salir corriendo —dijo Sokka, maniobrando la pieza que presumiblemente representaba a Sangmu. Había dibujado en ella una flecha con un vago parecido a un tatuaje de un Maestro Aire—. Lo que significa que tendrás que estar preparada con Appa para huir en cuento salgamos de las minas.

Azula tomó una de las otras piedras, a pesar de su grito de protesta, y la hizo rodar en su palma.

—¿Yo?, ¿y qué hay de ti?, ¿por qué yo tengo que quedarme aquí arriba haciendo de niñera de tu hermana?

Sokka la miró con el ceño fruncido.

—El Avatar y yo somos los Maestros Agua, así que nosotros tendremos que descongelarla. Y como no podemos dejar que Katara se acerque a la ciudad, tendré que estar a mano para curar a la Maestra Aire, ya que no me imagino que estar congelado durante cien años sea bueno para la salud. Y Zuko es el mejor para escabullirse, así que debe venir y, de todos modos, no puede vigilar a mi hermana él solo.

Azula dejó caer la piedra y la dejó rodar sobre su diagrama. Esa era otra parte de esta misión que no le gustaba, pero no podían permitir que Katara se acercara a los miembros de su propia tribu en caso de que aprovechara la oportunidad para escapar o reunir guerreros para volverse contra ellos. Tras sopesar esa lógica, descruzó las piernas y se inclinó hacia delante.

—No sabía que pudieras curar.

Se encogió de hombros.

—Apenas. Con suerte será suficiente para llevar a la Maestra Aire hasta Appa y que Katara pueda hacer el resto. Si es que lo hace. Ella dice que quiere ayudarnos, así que...

—Me esperaba que creyeras que saber de curación no era digno de ti —dijo Azula, mirándolo de reojo.

Sokka colocó su garrote en la funda de su cinturón y estiró las piernas.

—Sí, bueno, las mujeres siempre han sido mejores en eso. Pero tampoco quería depender de mi abuela todo el tiempo si resultaba herido, así que lo aprendí yo solo.

—Preferiría que se lo dejara a tu hermana, si no te importa —dijo ella—. No podemos dejar que un mal trabajo de curación interfiera con nuestro objetivo. Así que iré con Aang porque nuestro Fuego Control la descongelará más rápido.

Ante eso, Sokka se limitó a dedicarle una sonrisa maliciosa, presuntuosa, como si le hubieran dado la razón en algo. Una expresión que a ella no le gustaba nada en él.

—Sólo quieres pasar más tiempo con tu enamorado, ¿no? Lo sabía.

Sus hombros se tensaron. Vio el azul, un fuego de sangre fría que le desgarró las venas y la hizo sentir enferma. Aang le había dicho a Sokka de su confesión. Tal vez los dos se habían reído de ello en sus clases de Agua Control, mofándose de ella en privado. La parte más racional de su interior le decía que probablemente Sokka y Katara la habían escuchado decir que amaba a Aang justo antes de que Katara usara su Sangre Control para obligarla a casi matar a Aang. Pero la otra parte, la más oscura, la más salvaje y la más demencial, insistía en que Aang debía haberse confabulado con Sokka incluso antes de eso. En el momento en que ella le dijo a Aang cómo se sentía en el banquete de la Gran Secretaria, él había ido a sus espaldas a buscar a Sokka. Todo tenía mucho sentido. Esa voz hablaba más fuerte.

Habían conspirado contra ella. Todos, incluso Zuzu. En especial Zuzu. Manipulándola y a sus sentimientos para deshacerse de ella. Se lo había confesado todo a Aang y él se volvió y atacó en un momento de vulnerabilidad, cuando estaba siendo débil y tonta...

—Aw, creo que heriste sus sentimientos. —La voz de Katara sacó a Azula de su ensoñación, de su visión de un dragón azul enroscándose en su cuerpo. Poderosa y seductora y hablando con su propia voz.

Su mirada barrió todo el campamento, desde Appa hasta los lémures, y las cuentas que colgaban de su peinado hicieron ruido al moverse. La fría brisa del mar, lo suficientemente fuerte como para apagar su pequeña fogata, la devolvió a la realidad. Aang, Zuko y Sokka se habían ido.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó a Katara, tratando de mantener un tono uniforme en su voz.

La silla de montar había sido retirada del lomo de Appa y colocada en el suelo con la Maestra Agua aún encadenada a ella.

—Ouch, ¿no te has dado cuenta? —Se rio—. El Avatar trató de despedirse de ti después de tu charla con mi hermano, pero lo ignoraste por completo.

Apretó el dobladillo de su parka. Su mente daba vueltas con las implicaciones de las palabras de Katara, si es que eran ciertas. ¿Acaso la princesa Azula, o el Señor del Fuego Azula; más bien, la había arrastrado al interior de su propia mente?, era una trampa para tomar el control de su cuerpo, momentáneamente? O, aún más aterrador, ¿había provocado lagunas en su memoria y manipulado sus recuerdos en su contra? Una parte de ella se inclinaba por lo segundo, ya que si era lo primero, la otra Azula podría haberle hecho algo mucho más grave a Aang que decir algo grosero. Le había parecido sólo un momento, pero había pasado el tiempo suficiente para que ella y Sokka terminaran su conversación y para que Zuko y Aang repasaran el plan y se despidieran.

Azula se sentó en la base de un afloramiento de roca, que bloqueaba la mayor parte del viento, y cerró los ojos en un intento de meditar y estabilizar su respiración, como el maestro Jeong Jeong había insistido en que hiciera. Pero cada vez que cerraba los ojos volvía a ver a ese dragón azul, así que se puso de pie y caminó por el perímetro del campamento como si fuera a patrullar. Sin embargo, Katara se dio cuenta de su inquietud y se rodeó las rodillas con los brazos.

—¿Por qué viajas con el Avatar? —preguntó—. Eres tan diferente al resto de su pandilla.

No miró a Katara.

—Es lo correcto. Estoy luchando para terminar esta guerra. —Incluso mientras lo decía, sentía el peso de su mentira, sabía que Katara se burlaría y trataría de usarla en su contra. Sabía que no creería que tuviera una razón tan básica para luchar.

Katara se rio a carcajadas. El dragón azul rio con ella.

—¿De verdad?, ¿eres alguien que se preocupa por hacer “lo correcto”? Por favor, eso me lo creería de cualquier otra persona de este grupo menos de ti. Vamos, Azula. Eres mucho más inteligente que eso. Eres mejor que eso.

Azula puso un pie en la silla de montar.

—Por supuesto que soy más inteligente y mejor. ¿Qué quieres oír, entonces?, ¿que es una venganza por lo que tu nación le hizo a mi madre?

Katara se meció hacia adelante y hacia atrás, sonriendo.

—Creo que nos estamos acercando. Por un momento, pensé que tenía que ver con tus sentimientos por el Avatar —dijo. Azula sintió que el fuego azul se encendía de nuevo en ella—. Ya sabes, después de tu grandiosa, sentimental y dramática confesión allá en Ba Sing Se. Pero ahora que lo estás apoyando para rescatar a esa vieja amiga Maestra Aire muerta, no estoy tan segura.

—¿Crees que voy a caer en esa absurda táctica para darme celos? —Azula frunció el ceño—. Me insultas. Sangmu no me preocupa. —¿Y por qué habría de preocuparla, si Aang nunca la conoció? Él mismo lo dijo: ella pertenecía a los recuerdos del otro Aang.

—Oh, no, no me malinterpretes —dijo Katara—. No estoy tratando de manipularte con algo tan insulso como eso.

—Así que sí estás tratando de manipularme. Como dije en el templo, se te da fatal.

Katara tiró de sus cadenas y dejó escapar un ruido frustrado.

—¡No, estoy intentando que veas la verdad! Que admitas tu verdadera razón para luchar. —Apretó los puños y se apoyó en las rodillas—. Yo puedo verlo, ¿por qué tú no? —Era, quizás, lo más ferviente que le había dicho a Azula.

Azula se precipitó hacia delante y le apretó la garganta, inmovilizándola contra la silla de montar. Sus dedos ardían contra su piel, haciendo que Katara se encogiera. El movimiento despertó a Appa e hizo que los lémures se escabulleran del campamento. Pero cuando Azula habló, lo hizo con frialdad, con su furia como el metal plegado.

—¿Quieres la verdad?, ¿quieres oír cuánto odio a las Tribus Agua?

A pesar de que Azula tenía ventaja, de que sus dedos estaban sobre su cuello, Katara sonrió.

—Ahora sí creo que nos estamos acercando al quid de la cuestión.


—Caminen erguidos, muchachos —dijo Sokka, guiando el camino hacia la aldea minera—. Los hombres de la Tribu Agua no se encorvan ni parecen escurridizos. Somos guerreros orgullosos.

Zuko le dedicó un gruñido de fastidio cuando entraron en la aldea, procurando aparentar haber salido por el lado sur para que pareciera que venían del puerto. Aang se bajó el gorro sobre la cabeza para asegurarse de mantener ocultos sus tatuajes, pero enderezó la espalda al oír las palabras de Sokka. Sus ojos pasaron por encima de los pilares de madera que enmarcaban la entrada a la ciudad, que habían sido tallados con formas de peces y focas al estilo de los pilares de hielo que una vez vio en el palacio del jefe Arnook. Compuesto en su mayoría por cabañas de madera, casas comunales y vegetación austera, el pueblo habría tenido un aspecto bastante sombrío si no fuera por los numerosos puestos de venta instalados a lo largo de la calle principal, animados y repletos de color y de gente.

Los vendedores ofrecían todo tipo de productos elaborados con cristales de sal rosa por los que la isla era famosa. Vio frascos llenos de esa sal para cocinar y conservar alimentos, lámparas huecas con velas en su interior, estatuas decorativas, joyas e incluso muebles. Todo de color rosa. Aang tuvo la vaga sensación de que a Ty Lee le habría encantado venir aquí. Uno de los objetos más populares, al parecer, era un cristal tallado en forma de melocotón o de pétalos de melocotón, como una burla para cualquiera que fuera atraído a la Isla Pétalo de Melocotón con la promesa de buen tiempo y ricas tierras de cultivo. Los Nómadas Aire, desde luego, nunca habían descubierto este lugar a pesar de estar en su antiguo territorio, pues no tenían razonas para aventurarse bajo tierra.

Junto Aang, Zuko levantó un brazalete hecho con cristales rosas y lo examinó de cerca, pero Sokka apareció entre ellos y les rodeó los hombros con sus brazos.

—¡Mírennos, sólo tres chicos de viaje!, ¡y sin chicas! Es bonito, ¿eh? —Miró el brazalete en las manos de Zuko—. Oh, ¿es para tu lúgubre novia que suspira mucho?

—Eh, no, ella odia el rosa —dijo él, quitándose el brazo de Sokka de encima—. Sólo estaba mirando. Y, eh, ahora voy a mirar por ahí. —Se alejó de ellos y se dirigió a un puesto de venta de carnes secas.

—Solo intento vender la imagen de nosotros haciendo turismo —le susurró Sokka a Aang por la comisura de los labios.

—Seguro —dijo Aang, aunque estaba seguro de que las payasadas de Sokka sólo atraerían más atención hacia ellos—. ¿Cuándo vamos a entrar en las minas?

—Hay algunas personas que están bajando ahora —dijo Sokka—. Nos mezclaremos con la multitud. —Mientras empezaba a caminar, metió las manos en los bolsillos de su parka—. Me sorprende que no hayas comprado nada para Azula.

—Te lo dije, sólo somos amigos.

—Oh, no lo sé —dijo—. He notado que ella siente algo por ti. Soy un experto en esto.

Aang se burló. Si no fuera por su ojo único, podría haber confundido a este Sokka con el suyo.

—Eso ya lo sabía. Es algo de lo que tenemos que hablar —admitió—. Pero no sé qué decir. Es complicado, entre otras cosas por mi procedencia.

—Otra vez eso —dijo Sokka, deteniéndose en otro puesto con pinchos de carne asada. Compró uno y se volvió hacia Aang. Su rostro se ensombreció.

—¿Así que realmente no me crees? —preguntó Aang, frunciendo el ceño.

—Hay muchas cosas que desconozco —dijo Sokka, después de dar un bocado y meditar sus palabras—. Supongo que es posible. Pero no quiero creerlo, ¿sabes?

Aang suspiró.

—Sí, lo entiendo. A veces yo tampoco quiero creerlo. Han pasado tantas cosas horribles. —Decir eso era un eufemismo, sin duda.

Sokka hizo girar el pincho entre sus manos, mirándolo fijamente.

—¿Pero sabes qué es lo peor? Que a pesar de todas esas cosas horribles de allí, de toda la muerte y la destrucción y la pérdida, esa versión de mí tiene una relación mucho mejor con mi familia. Es... injusto. —Dejó escapar un suspiro, sus hombros se hundieron y señaló su ojo perdido—. Me hace preguntarme. ¿Es mi padre alguien que en el fondo es un gran imbécil, que sólo se preocupa por nosotros porque tuvo que luchar por algo importante y acabó sin nada?, ¿o hay realmente algo bueno en él, y el hecho de tenerlo todo le hizo ser quien es aquí?

—No tengo una respuesta para eso —dijo Aang. Se había preguntado a menudo lo mismo, sobre todas las personas que habían formado parte de su vida. ¿Era su entorno lo que les hacía ser lo que eran, o era un destino de nacimiento, inscrito en piedra?— Pero puedo decir que el Hakoda que conozco no es un gran imbécil ni mucho menos. Y también sé que nunca te dije nada sobre tu padre en ese mundo. Tú mismo sacaste esa conclusión. O tal vez tu otro yo te dio esos recuerdos. —Esbozó una sonrisa tan amplia que era casi descarada.

Sokka terminó de comer y tiró el pincho de madera por encima del hombro, luchando por evitar que su ceño se convirtiera en una sonrisa.

—Como sea. Quizás estoy en negación. Pero aún no estoy preparado para creer tu historia.

—Está bien —dijo Aang—. Tómate todo el tiempo que necesites. —Antes de mezclarse con el grupo que descendía a las minas, vio un colgante de cristal rosa tallado en forma de flor de ciruelo y le invadió el impulso de comprarlo.


El oso blanco y negro guiaba el camino a un paso tranquilo, el mundo cambiaba a su alrededor mientras caminaba. Fuera donde fuera, un bosque de bambú brotaba a ambos lados y Nagi tenía la impresión de que estaba destinado a protegerlas de cualquier espíritu que pretendiera hacerles daño. Entre el bambú y las hojas, vio cosas espantosas: espíritus diminutos con extremidades escuálidas y garras puntiagudas, espíritus que parecían cabezas hinchadas que flotaban; con orejas que aleteaban y demasiados dientes, espíritus hechos de pelo y ojos que la observaban donde quiera que mirara. Cuando los espíritus reían, la Dama Pintada cantaba y se sentían en paz.

Sólo Toph se quedó atrás, y más de una vez Nagi temió que la perdieran. Mantenía un ritmo más lento que el resto, de alguna manera, aunque Nagi sentía que no se movían especialmente rápido. Tampoco tenía ni idea de cuánto habían viajado, ni de cómo se medía la distancia en el Mundo de los Espíritus. Pero cada vez que Toph flaqueaba, Toph Espíritu siempre la animaba a seguir. Los espíritus que les seguían los pasos no albergaban el mismo temor al Ladrón de Rostros como muchos otros, al parecer, y más de una vez intentaron asir a Toph a través de la barrera de bambú.

—Me gustaría descansar ahora, oh gran espíritu del bosque —dijo Yue de repente, y al instante el mundo dejó de moverse a su alrededor. Un claro se había materializado de la bruma, con un estanque que parecía tan oscuro que podría haber estado lleno de tinta, e incluso los colores de la tierra y los árboles se mezclaban como una pintura. Una luna azul permanecía en el cielo sobre ellas, brillante como los ojos de Yue.

—¿Estamos a salvo aquí? —preguntó Nagi a la Dama Pintada, la cual sólo asintió. Sin embargo, sus hábitos le obligaban a comprobar si había algún peligro en el claro. Toph Espíritu se situó de forma protectora en el borde del claro mientras su cuerpo sin rostro se sentaba en el centro y dejaba de moverse, con la mirada perdida en el espacio. Cuando Nagi consideró que no había ningún espíritu peligroso, se acercó a Yue al borde del estanque— ¿Te encuentras mal?

—Me siento débil —admitió ella y, bajo el tenue brillo azul de la luna, sus ojos parecían aún más vivos de lo normal.

—Si pudiera, te prepararía un té hecho con un cactus en flor que cerca de mi hogar —dijo Nagi. Se quitó el fular de fibras de musgos, y el material que le había recordado a las nubes, de la espalda y lo desenrolló para Yue—. Es muy vigorizante. Pero, por desgracia, esto tendrá que bastar.

Yue volvió a esconder su único mechón negro en el blanco de su pelo y miró a Nagi con indecisión. El contraste de su cabello blanco con la hebra negra le recordó a Nagi el atardecer que había visto antes.

—Es muy amable de tu parte. Pero, ¿por qué?

—Toph y yo somos Maestras Tierra —dijo Nagi. Ella también se preguntaba por qué, si era sincera, pero le parecía lo correcto; una ofrenda de paz para asegurar que pudieran trabajar juntas durante esta odisea—. Nosotros preferimos descansar en la tierra desnuda. No le des importancia.

Volvió a mirar hacia el estanque.

—¿Aunque sea tu enemiga?

—Eres un alma gentil, Yue —dijo Nagi, cruzando las manos a la espalda—. Difícil de odiar. Además, sería hipócrita de mi parte juzgar a alguien por su origen. En Ba Sing Se, a menudo me juzgaban por ser miembro de las tribus de Maestros Arena. —Pensar en Ba Sing Se la hacía pensar de nuevo en Wan Shi Tong y Koh, el Ladrón de Rostros, y eso la llevaba pensar en el destino de su hermano, y no quería profundizar en eso ahora. No sabía nada de lo que le había pasado a él o a la ciudad, si el Avatar y sus amigos habían fracasado o no.

Yue le sonrió.

—En ese caso, gracias —dijo—. ¿Por qué no te tomas un tiempo para descansar?

—Creía que tú querías descansar —dijo Nagi. Con Toph tan lánguida como siempre, no quería ser la única en dormir—. Estoy acostumbrada a tomar largos turnos sin dormir. ¿No te sentías débil?

—Sí, pero es más bien como si estuviera llena de tanta energía y me mareara —dijo—. Creo que... tiene que ver con este lugar, con el Mundo de los Espíritus.

Nagi miró a su alrededor, a los sauces florecientes que formaban los bordes de su arboleda. No estaba segura de que hubieran estado allí antes.

—¿Tiene que ver con la marca que mencionó el espíritu pantera?

—Eso creo —dijo Yue en voz baja, frotándose los brazos—. Cuando era un bebé, era muy débil. La mayoría de los bebés lloran cuando nacen, pero yo no emitía ningún sonido. Mi madre y mi padre me llevaron a todos los curanderos y chamanes de la ciudad, pero ninguno pudo descubrir qué me pasaba. —Hizo una pausa y puso una mano sobre su corazón—. Dicen... dicen que morí, y me pusieron en las aguas de nuestro Oasis Espiritual, que es un lugar sagrado. Es donde los espíritus de la luna y del océano solían habitar en sus formas mortales, pero habían abandonado a mi tribu hace más de cien años.

—¿Con el comienzo de la guerra? —preguntó Nagi—. Pero creía que habías dicho que los espíritus aprobaban la guerra.

—Sólo Seiryu, el espíritu de la luna fría, marchó con nosotros a la batalla —respondió Yue, bajando la mirada—. Cuando mi padre le rezó, no respondió. La luna y el océano no respondieron. Pero otro escuchó su llamada: el Vidente Nocturno.

Nagi sintió que se le erizaban los pelos de la nuca.

—¿El Vidente Nocturno? —Nunca había oído hablar de un espíritu de la noche, pero incluso al mencionarlo el cielo parecía más oscuro.

—Como probablemente puedas deducir, ella es la manifestación de la noche, pero si tiene un nombre verdadero no lo invocamos —dijo Yue. Se apartó de Nagi y se despojó de su túnica, descubriendo su espalda ante Nagi. A la luz de la luna azul, vio un símbolo de un cuervo con las alas desplegadas en vuelo, con el pico extendido hacia su hombro derecho—. Cuando mis padres me metieron en el estanque, mi padre forjó un pacto con ella para salvarme la vida y, desde entonces, ha protegido a mi tribu en lugar de la luna y el océano. Mi pelo se volvió blanco y empecé a llorar, y desde entonces he estado bien. Excepto en la luna nueva, cuando el cielo está más oscuro y el cuervo levanta el vuelo.

Nagi frunció el ceño. Se preguntaba qué pasaba durante la luna nueva, pero no quería presionar más a Yue y, desde luego, no quería quedarse mirando.

—Supongo que no es un espíritu popular por aquí.

Yue volvió a colocarse la túnica para cubrir el tatuaje.

—No lo sé. Pero en cualquier caso, le estoy agradecida.

—Bueno, sea como sea, deberías intentar descansar un poco —dijo Nagi—. Creo que nuestros amigos espíritus harán guardia por nosotros.

—Me preocupa Toph —susurró ella—. No creo que pueda descansar. Su espíritu está separado de ella, pero creo que nos estamos perdiendo algo importante. Algo que no sabemos sobre su situación.

Nagi siguió su mirada. La otra Maestra Tierra no se había movido, y aunque estaba sentada erguida, su pecho no subía ni bajaba con su respiración. Incluso la Dama Pintada y Hei Bai se mantenían a distancia de ella, como si temieran su mal. Sólo podía esperar que, donde quiera que los dos espíritus las llevaran, encontraran respuestas.


Aang, Sokka y Zuko descendieron a las minas con otras cinco personas y un guía anciano que decía haber sido uno de los mineros. Incluso revestido en su parka, el anciano era delgado como un hueso y, con su avanzada edad y su escasa visión, Aang consideró una maravilla que se las arreglara para dirigir una visita guiada a las profundidades de las minas todos los días. Aang deseaba que se les uniera más gente para que fuera más fácil escabullirse cuando lo necesitaran; la única persona que destacaba tanto como ellos era un joven del Reino Tierra, que parecía especialmente entusiasmado con los cristales de sal rosa y que ya se había engalanado con todo tipo de joyas.

—Cuidado —dijo el guía, mientras su mano recorría el cristal rosa que les presentaba. Un ojo parecía más grande que el otro—. La sal de aquí es conocida por sus poderes de purificación: por desenterrar las culpas enterradas en lo más profundo de todos nosotros y limpiarlas como una ola del océano.

Aang, Sokka y Zuko intercambiaron una mirada entre ellos y luego desviaron la vista rápidamente. Sokka incluso silbó.

Primero entraron en la boca de una cueva, pero tras cruzar un túnel corto llegaron a un ascensor de madera que funcionaba con un sistema de poleas. Descendieron a los niveles inferiores con un par de mineros, dos hombres fornidos con garrotes y picos a la espalda, y, a medida que el aire se volvía más frío y seco, la roca gris que los rodeaba cambió a un rosa pálido y, un momento después, todo se cubrió de cristales de sal de colores vibrantes que, de hecho, recordaban a la piel de los melocotones.

Al principio, parecía nieve rosa fresca. El suelo y las paredes de la caverna habían sido pulidas de tal forma que parecían hielo rosa; aunque estaba resbaladizo y desgastado donde se habían hecho retoques a lo largo de los años, mientras que el techo tenía salientes en su lugar. A veces formaban patrones de anillos como el interior de un árbol. Aang vio esculturas en las que parecía la sal había brotado de la tierra, en una época pasada, y se había congelado en forma de fuente o de árbol cubierto de nieve. Los mineros habían tallado gran parte de la roca para formar escaleras, peldaños para escalar y veredas angulares para ayudarles a cavar más profundo o alcanzar lugares altos. Una de las cámaras parecía un amplio salón de baile, más grande incluso que los de Ba Sing Se, con andamios de madera en las partes más altas donde trabajaban los hombres, cubiertos de polvo de sal.

En algunos lugares, incluso las llamas que les servían de fuente de luz ardían de color magenta cuando el guía lanzaba puñados de cristales de sal al fuego. Por lo demás, muchas de ellas brillaban dentro de lámparas de sal como las que vendían arriba, arrojando un resplandor apagado al interior de las cavernas en diferentes tonos de fucsia, lavanda, clavel y otros más para los que no tenía nombre. En cierto modo, Aang lo encontró todo hermoso.

Pero ningún Maestro Aire merecía una tumba bajo tierra como este, sin importar su aspecto.

No se había dado cuenta de que había estado agarrando el colgante de cristal que había comprado en la aldea, pero Zuko inclinó la cabeza hacia Aang mientras seguían al guía y escuchaban sus explicaciones sobre cómo se formaba la sal.

—¿Es para quien creo que es? —le preguntó Zuko.

Aang sintió que se le revolvía el estómago. No estaba seguro de lo que Zuko pensaría que hubiera comprado un regalo así para Azula.

—Supongo que sí —dijo, observando de reojo a Sokka que estaba rezagado en la parte de atrás del grupo. Habían decidido, antes de entrar, que lo mejor sería mantenerse separados; por si alguien empezaba a sospechar algo—. Es... más bien una ofrenda de paz. —Una nimiedad. Incluso él sabía que no compensaría sus largos silencios en cuanto a la princesa Azula, o el dejarla fuera de sus planes con Sokka con respecto a Katara. Pero esperaba que le gustara, a pesar de todo.

Zuko le dedicó una sonrisa comprensiva.

—¿De verdad crees que funcionará? —le preguntó—. ¿Que conseguirás hacer que te entienda?

—Eso espero. Las cosas han sido un poco... difíciles últimamente —admitió Aang, bajando los hombros—. Sinceramente, no sé cómo se lo tomará, pero espero que podamos hablarlo. —Aunque estaba bastante seguro de que Zuko no sabía a ciencia cierta lo que él y Azula necesitaban hablar. Azula, sin duda, hubiera preferido que fuera así.

—Debe ser difícil —dijo Zuko, mirando de nuevo al frente—, saber cuánto cambiarán las cosas cuando vuelvas a casa. Porque eso es lo que decidiste, ¿no? Cuando hablaste con ese gurú. —Se sacudió el puño forrado de piel de su parka—. Nunca llegamos a hablar de ello.

Aang también se volvió al frente, con la mirada resuelta.

—No hasta que termine aquí.

Ninguno de los dos dijo nada por un momento, escuchando el crujido de las pisadas contra la sal y el bajo murmullo de los otros invitados. Los mineros y sus picos hacían eco en los túneles, mientras el guía se adentraba en el tema de las aplicaciones que tenía la sal de los pétalos de melocotón en el yoga caliente y sus poderes de purificación. A medida que el silencio se prolongaba, Aang sintió que la tristeza se agolpaba en su estómago ante la idea de dejar a estos amigos. Aunque Zuko era uno de sus mejores amigos en su mundo natal, no podía negar que también echaría de menos a éste.

Zuko dejó escapar un largo suspiro.

—Esperaba... no, sabía que dirías eso —soltó finalmente—. Pero Azula... pensó que no volveríamos a verte después de que te fueras para reunirte con el gurú. Intentó no demostrarlo, trató de hacer pasar tu partida como algo sin importancia, pero estaba dolida. Ayer nos llamaste tu familia, pero ¿qué significará eso cuando te hayas ido?

Estaba dolida. ¿Qué significará eso cuando te hayas ido?

Aang sintió que el mundo estaba en movimiento, todo su cuerpo hormigueó con una mezcla de culpa y la aceptación de una verdad que había enterrado tan profundamente como estos cristales de sal. Las palabras de Zuko resonaron en sus pensamientos, eran una confirmación de lo que había sospechado cuando estuvo a punto de cruzar el velo para regresar a su mundo, allá en el Templo Aire del Este; la idea de que Azula se sentiría herida por su partida mientras estaba conectado a toda la energía cósmica que era, a la vez, la manifestación de su propio poder y la culminación de dos mundos enteros. Se sentía como si estuviera en dos lugares al mismo tiempo: en lo profundo de la tierra en las minas y en lo alto de las nubes del templo, en el interior de su mente y expuesto a la energía del universo, en este mundo y en otro.

Dejó de caminar. Por supuesto que Azula se habría sentido herida si se hubiera ido. Pero había estado huyendo de la idea de lo mucho que le dolería a él también. Enfrentarse a esta verdad en las profundidades de la tierra, entre las sales purificadoras y extraños, después de un comentario tan inocuo, le parecía tan increíble que casi soltó una risotada. Lo había enterrado bajo todas las mentiras que se había estado diciendo a sí mismo, pero, al final, era un detalle sencillo. La había herido, la había estado hiriendo todo este tiempo sin darse cuenta o, tal vez, simplemente no quería admitirlo. Y debía remediarlo. Quería remediarlo, mitigar su pena y ayudarla a llevar sus cargas como ella había hecho con él. Azula había llegado a significar mucho para él, pero ¿hasta qué punto?

Tenía miedo. Por supuesto que tenía miedo, incluso después de todo este tiempo. También estaba confundido, Katara le había dicho que le confundían los sentimientos de ella hacia él. Ahora sabía ella lo que sentía. Pero había reprimido sus sentimientos sin darse cuenta. Si se permitía sentir algo más por Azula, ¿significaría que perdería su conexión con su hogar? Si imaginaba un futuro con ella, podría perder todo un futuro diferente. Para siempre.

El colgante pendía de su puño cerrado. ¿A eso se reducía, después de todo este tiempo?, ¿cómo iba a decirle que había estado haciendo a un lado sus crecientes sentimientos cuando ya había tomado la decisión de volver a casa? Incluso antes de bajar a las minas, su última conversación no había sido grata. Trató de desearle suerte con Katara, pero ella sólo le dio la espalda, y no se había dado cuenta del alcance de su descontento hasta ahora.

—¿Aang? —preguntó Zuko, con el ceño fruncido por la preocupación—. ¿Es algo que he dicho?

—No —dijo Aang. Sokka y los demás miembros de su grupo se adelantaron mientras Aang y Zuko se quedaban atrás sin notarlo—. Acabas de ayudarme a comprender algo. —Tal vez había algo de verdad en lo que decía el guía sobre los cristales de sal.

—Oh —dijo Zuko, encogiéndose de hombros—. Eh, vale. Bueno, tal vez no deberías sujetar ese colgante con tanta fuerza. No creo que a Katara le guste mucho si la sal se derrite.

—¿Eh?, ¿Katara?

Pero antes de que Zuko pudiera explicarse, oyeron un revuelo en la caverna que tenían delante. El guía, Sokka y los demás visitantes se agruparon en la boca de la caverna, que daba a un área de trabajo muy por debajo de ellos. Aang se abrió paso hasta la parte delantera de la endeble barandilla de madera para observar la escena. Se encontró junto a Sokka, cuyo rostro se mostraba inescrutable.

Un hombre de hombros anchos, con pieles sin teñir, había estado gritándole a uno de los mineros que estaba agachado sobre un montón de cristales cubiertos de polvo, temeroso del hombre más grande y de la media docena de hombres, vestidos con pieles similares, que había detrás.

—¿De verdad vas a arrastrarte por aquí abajo, derrochando ese poder que el emperador te permite usar al servicio de tu nación?, ¡ni siquiera usas aquí abajo!, ¡pero puedes luchar!

—P-pero yo sólo quiero quedarme aquí abajo, trabajar para pagar mi deuda...

—Y puedes hacerlo con nosotros, ¿no lo ves?, ¿o eres demasiado débil?, ¿eres tan cobarde como para servir a tu nación donde importa?, ¡eres un Maestro Tierra, hombre! Demuéstralo.

Aang frunció el ceño. ¿Un Maestro Tierra? Entonces, ¿por qué el hombre más grande hablaba como si le debiera lealtad a la Nación del Agua?

—Chit Sang, por favor, yo... trato de no hacerlo, incluso aquí abajo...

Instintivamente, Aang miró a Sokka, pero se apartó cuando Chit Sang miró en su dirección. Aang conocía ese nombre. Habían tomado caminos distintos después de ayudarle a salir de la Roca Hirviente, pero Aang lo encontró un hombre amistoso, y lo suficientemente leal como para ayudar a esconder al Equipo Avatar una vez cuando volvieron a la Nación del Fuego en los años posteriores al Cometa de Sozin. Y si recordaba bien, Chit Sang era un Maestro Fuego. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Chit Sang se apartó del hombre, frunciendo el ceño. Su barba no estaba recortada, era sólo un poco más larga de lo que Aang recordaba, atada en dos trenzas en la barbilla. Pero incluso desde esta distancia, Aang podía ver las cicatrices que tenía por toda la cara, cortes y quemaduras que se habían desvanecido un poco con los años.

—Entonces puedes revolcarte aquí abajo por siempre, no me importa. Ha sido un viaje inútil.

—Está reclutando de nuevo, supongo —murmuró Sokka.

Aang se apartó de la barandilla cuando el público de Chit Sang se dispersó, aunque los hombres de las pieles sin teñir lo siguieron cuando desapareció por otro túnel.

—¿Reclutando? ¿Para qué?

Se cruzó de brazos.

—Ese es el capitán de los Cráneos del Lobo, llaman a ese tipo Chit Sang “La Caldera”. Son un pelotón de extranjeros y reclutas criados para ser leales a nuestra nación. Es una tradición que inició el segundo emperador.

Aang casi no podía creer que la Nación del Agua gobernara de manera tan diferente a la Nación del Fuego de su mundo. La Nación del Fuego nunca habría tenido una compañía entera de soldados extranjeros, y menos en cualquier tipo de posición de liderazgo. El régimen de Hakoda le dejaba cada vez más perplejo cuanto más aprendía sobre el emperador. Ver a Chit Sang en ese tipo de papel le hacía sentirse incómodo de una manera que no podía describir.

—Disculpen la molestia, amigos —dijo el guía—. No sabía que a las mascotas personales del emperador les gustara corretear por aquí. Pero ya sabemos que a los sabuesos les gusta mendigar las sobras alrededor de la hoguera. —Un coro de risas se extendió por la reunión. —En cualquier caso, ¿quién está listo para ver la joya oculta de la Isla Pétalo de Melocotón? Transportada hasta aquí hace cien años... una gran vergüenza para los guerreros y los historiadores por igual. Un recordatorio de la superioridad y fuerza de nuestra nación. —Hizo una pausa y bajó la voz una octava, mirando por encima de todos ellos con sus ojos desiguales—. El último Maestro Aire.


—Aquí es donde nos separamos —dijo la Dama Pintada. La siguiente vez que Hei Bai se detuvo, se encontraron en la cima de una montaña sobre un pilar de piedra. A lo lejos, Nagi podía ver un denso follaje verde, oscurecido por una espesa niebla que hacía parecer que flotaban entre los cielos. Había árboles delgados con ramas frondosas que se adherían a todos los pilares que podía ver. En cierto modo, le recordaba al bosque de Wulong, del que había leído una vez, pero este lugar parecía mucho más imponente y sobrenatural en su esplendor y, seguramente, habría inspirado muchas más obras de arte que el bosque real—. Crucen el puente para encontrar al espíritu que buscan: Suza, del Fuego Divino.

Cuando la dama hizo un gesto con su manga ondulada, un puente de madera y sogas surgió de la niebla, extendiéndose hasta uno de los pilares más distantes. Cuando Nagi se volvió para darles las gracias a ella y a Hei Bai y despedirse, ambos se habían desvanecido en la niebla.

—Gracias —dijo Nagi a pesar de todo, esperando que pudieran percibir su gratitud. Se sentía mucho menos segura ahora que se habían ido, como si el aire se hubiera vuelto más frío.

—Se escucha como un espíritu Maestro Fuego —dijo Toph Espíritu, golpeando su puño en la palma de la mano. Parecía hacer eso a menudo—. Me pregunto si intentará luchar contra nosotros.

—Espero que no —dijo Yue—. No tengo ningún deseo de luchar contra un espíritu antiguo.

—Sí, sí, princesa. Lo entendemos, te encantan los espíritus.

Yue resopló.

—Simplemente respeto su poder y sabiduría.

Dejando que discutieran, Nagi se acercó al puente que se balanceaba precariamente con un viento imperceptible. No le gustaba la idea de cruzarlo y perder acceso a su Tierra Control, pero antes de pisar los tablones de madera se cubrió los pies con zapatos de tierra, una táctica habitual de los Dai Li. Después de probar su resistencia y decidir que era seguro, se volvió hacia sus compañeras.

—¿Vienen ustedes dos? Tenemos un espíritu que visitar.

O tres, supuso. El cuerpo de Toph se quedó quieto, con los brazos colgando a los lados.

—No quiere cruzar —dijo Toph Espíritu—. No puede ver en ese suelo. Supongo que nos quedaremos aquí.

—Pero este espíritu puede tener saber algo de su rostro —dijo Yue, frunciendo el ceño—. Vamos, nos tomaremos de la mano. —Tomó a Toph de la mano, que no hizo nada por resistirse, y tiró de ella. Antes de llegar al puente, le tendió también la mano a Nagi, que dudó sólo un instante antes de aceptarla. Nagi lideró el camino, Toph iba detrás y su espíritu flotaba sobre ellas.

No sabía por qué, pero había supuesto que la mano de Yue se sentiría fría y suave. Pero, en cambio, era cálida y su agarre era fuerte, con las manos encallecidas por años de entrenamiento con su espada. Nagi se preguntó si Yue pensaría que sus manos eran demasiado suaves en comparación. Pero Nagi también era una guerrera, aunque pasara la mayor parte de su tiempo estudiando las historias y culturas del Reino Tierra entre sus labores de Ba Sing Se.

El puente crujió mientras cruzaban. Nagi trató de no mirar la niebla que había debajo, las formas oscuras que se estaban gestando, los ecos lejanos de los gruñidos animales sofocados por el viento. Nadie dijo nada mientras cruzaban; si alguien tropezaba, se limitaba a agarrarse con más fuerza. Qué grupo tan peculiar formamos, pensó Nagi. Un agente Dai Li, una princesa de la Tribu Agua, la maestra de Tierra Control sin rostro del Avatar y su espíritu incorpóreo. Concentrándose en un paso a la vez, lograron cruzar sin ser alcanzadas por los espíritus oscuros de abajo; sólo podía suponer que habían entrado en el aura de protección del espíritu Suza.

Ahora que habían llegado al siguiente pilar de piedra, Nagi podía distinguir más detalles. El camino ceniciento se enroscaba a su alrededor hasta llegar a su cúspide, coronada por un árbol de tronco grueso y liso que se curvaba alrededor de una gruta donde reposaba un nido, por lo que supuso que se trataba de un nido de águilas. Una rama retorcida se extendía sobre el barranco como asidero para la criatura más magnífica que Nagi había visto jamás. Incluso desde esta distancia, sabía que su tamaño rivalizaba con el del legendario Wan Shi Tong, pero este espíritu era mucho más hermoso.

Algunas leyendas hablaban de un pájaro de fuego con alas color bermellón, un espíritu tan antiguo que se decía que existía en la época de los Leones Tortuga. No le había prestado atención, al ser una historia de la Nación del Fuego de la que nunca quiso saber más; y sólo había visto una foto de él pero, sabía que incluso eso, no le hacía justicia a esta criatura. Con cada movimiento, las plumas de la cola reflejaban todos los colores del arcoíris. Cuando posó los ojos en ella, sintió su pena, porque este espíritu tenía una inteligencia que ella no podía ni siquiera comprender. Podía sentir el dolor pero no percibir las heridas, percibía la pérdida pero no la añoranza, y sentía la pena sin ira.

Nagi no solía utilizar la palabra "sublime" a la ligera, pero esto tenía que ser lo más cercano a eso que había visto nunca.

—Humanos —dijo Suza, y su voz salió tan melodiosa que hizo que la voz musical de la Dama Pintada sonara rasposa en comparación—. No son bienvenidos aquí.

—Por favor, señor —dijo Yue, dejándose caer en señal de súplica ante el espíritu. Nagi no sabía cómo había encontrado el valor para hablar primero—. Genuinamente deseamos irnos, pero no podemos. Nos hemos quedado varadas aquí, en el Mundo de los Espíritus, y nuestra compañera ha perdido la cara. Esperábamos que pudieras ayudarnos.

El pájaro de fuego descendió de su asidero, con un solo piñón brillante desprendiéndose de su cola.

—El abismo entre el Mundo de los Espíritus y tu reino es obra del Avatar. Es obra de un humano. No puedo ayudarte.

¿Abismo? Nagi nunca había oído describir así el espacio entre los dos mundos. ¿Había pasado algo? Tal vez era como decía Yue y la conexión entre los mundos se había interrumpido cuando Koh las arrastró hasta aquí.

—¿Y qué? —preguntó Toph Espíritu, con voz ronca—. ¿Dices que estamos atrapadas aquí?, ¿Aang nos encerró aquí accidentalmente y ahora no tenemos forma de salir? Ellas tienen que volver a casa. —Señaló a Nagi, a Yue y a su propio cuerpo mientras hablaba, y su forma de expresarse confundió a Nagi. ¿Qué quería decir con ellas?

Suza bajó la cabeza para mirar a Toph Espíritu más de cerca, extendiendo el cuello.

—Deberías saber más que la mayoría que las cosas no son lo que parecen, niña humana. Aunque te hayas ido de un mundo, te manifestarás en todos los demás. Así son las cosas. —Nagi no sabía qué decir, ni tampoco tenía ninguna pista de lo que significaban sus palabras.

Yue apoyó su peso sobre las rodillas.

—He oído hablar de usted antes, Gran Suza —dijo—. En una historia. No en una leyenda antigua, sino en una historia que ha sido contada en mi pueblo, por generaciones. Una historia que habla de su partida de nuestro mundo hace poco más de un siglo.

Nagi volvió a sentir el peso de la melancolía del pájaro de fuego; no era aplastante, ni siquiera incómodo, pero seguía siendo pesando.

—¿Eso puede ocurrir? —preguntó Nagi—. ¿Un espíritu puede morir en el mundo de los mortales?

—En cierto sentido —dijo Suza—. Un espíritu sólo puede morir cuando toma un cuerpo mortal, pero siempre seguiremos existiendo en una forma diferente, siempre cambiando y manifestándonos en un mundo diferente; porque nuestro núcleo existe aquí, en el reino de los espíritus.

—Como la luna y el océano en las formas de los peces koi —dijo Yue—. Sus formas mortales. Pero tú... antes de desaparecer, tenías un papel específico en nuestro mundo.

El pico de Suza se abrió por primera vez, y de su garganta brotó una canción que vigorizó a Nagi, la hizo sentir la necesidad de levantarse con el sol como nunca antes.

—Dices la verdad —dijo Suza—. Fui y soy y seré siempre el espíritu del Gran Cometa, mi cola flameante es el faro de los cielos, es una bendición para todos los Maestros Fuego. Pero ya no puedo volar en tu mundo.

—¡Eres el espíritu del Cometa de Sozin! —intervino Toph Espíritu, con un arrebato repentino.

—Así me llaman en uno de los mundos, sí —dijo el pájaro de fuego. ¿Pero qué significaba eso? Suza lo hacía sonar como si existieran más mundos que el espiritual y el mortal—. Una profanación para mi llama sagrada y para el nombre que llevo.

—No lo entiendo —dijo Nagi—. Aunque hayamos abandonado nuestro mundo, eso no significa que queramos existir en otro. Queremos volver a casa. Queremos recuperar el rostro de nuestra amiga.

—El Ladrón de Rostros no devuelve las caras —dijo, fijando sus ojos, negros como el hollín, en Nagi—. Tal vez podrías suplicarle a su madre, pero sólo la podrán encontrar si ella quiere.

—Tenemos que intentarlo —dijo Toph Espíritu. Nagi se encontró estando de acuerdo, e incluso Yue asintió en respuesta. El cuerpo de Toph arrastró los pies.

—Un esfuerzo inútil —dijo el espíritu y, por primera vez, su voz lúgubre adquirió un tono compasivo al mirar a Toph—. Esa acabará consumiéndose. Un rostro es una identidad. Y una vez que la identidad se pierde, toda la esencia se desvanece con ella.

—Eso no puede suceder —dijo Yue, frunciendo el ceño con los ojos llenos de una sombría determinación—. Tiene que haber una forma de salvarla.

—Lo mejor sería que simplemente abandonasen el Mundo de los Espíritus —dijo Suza—. Márchense de nuestro reino para siempre. Hay dos portales espirituales por los que pueden cruzar al reino de los mortales, en cuerpo y alma, pero existen en los límites de este mundo, en un lugar contaminado por la oscuridad, donde ningún mortal ha puesto el pie en diez mil años. Lo siento de verdad —continuó, y Nagi sintió que hablaba con la verdad—, pero casi no hay esperanza de que tengan éxito.

—Buscaremos a la madre de Koh —dijo Nagi—. Hay que hacerlo. ¿Quién es ella?, ¿cómo podemos encontrarla?

El pájaro de fuego se enderezó y se apartó para levantar el cuello hacia el cielo, como si estuviera considerando cuánto revelarles.

—La llaman la Madre de las Caras. Y puede que decida no ayudar. Una vez por estación, se aventura en el mundo de los mortales y no estoy seguro de cómo se ha adaptado al abismo entre los mundos.

—Gracias, gran Suza —dijo Yue, haciendo una profunda reverencia. Nagi imitó sus movimientos.

—Les deseo buena fortuna, humanas —dijo, extendiendo sus alas. Por un momento, sus alas carmesí bloquearon el sol, y cuando las batió para alejarse, Nagi pudo oler algo parecido a la ceniza y el polvo después de la lluvia, como una tormenta que se avecinaba. Atrapada en sus sueños de lejanas lluvias en el desierto, no se dio cuenta de que el antiguo pájaro de fuego había salido volando del nido, con las plumas de su cola dibujando un arcoíris desvaído a su paso.


—Aquí está, el último Maestro Aire. Bueno, eso al menos hasta que el Avatar regrese, según dicen. Pero estoy seguro que con el tiempo suficiente volverá a ser la última Maestra Aire. Por supuesto, era una chica y muy joven, así que no hubo gloria en su derrota para el Emperador Seiryu, que no necesitó poner a prueba su poder...

Escondido en una profunda caverna tenuemente iluminada por una única lámpara de sal, un enorme bloque de hielo estaba incrustado en el surco de la sal que lo rodeaba. El hielo era de un azul profundo, como el interior de un glaciar y rodeado de un silencio agobiante. Aang no sabía qué aspecto había tenido en el Iceberg, pero no podía ser así. Ella no resplandecía con ningún poder espiritual, no hubo ningún movimiento o estruendo de energía viniendo desde lo más profundo del hielo, ningún gran cambio cuando él se acercó. Y, efectivamente, era Sangmu, con la túnica extendida como si flotara bajo el agua, con los brazos extendidos y los ojos cerrados. Sin vida.

Debió abalanzarse hacia delante con rabia porque tanto Sokka como Zuko le pusieron una mano en cada hombro para contenerlo. ¿Cómo pudo alguien hacer esto? Sólo las palabras del guía fueron lo suficientemente frívolas e irrespetuosas como para que estuviera seguro de que habría perdido el control del Estado Avatar en ese mismo momento. No oyó nada más que la sangre que le latía en los oídos cuando el guía terminó de hablar de ella y el grupo de personas se dirigió a la siguiente atracción, dejándolos atrás con Sangmu.

—Tenemos que sacarla de ahí —dijo Aang.

Sokka se adelantó, clavando la mirada en la niña.

—Aang, no sé si ella...

—No me importa —dijo Aang, cortándolo—. Sé que no tiene el Estado Avatar para mantenerla con vida. Pero ella no se merece esto.

—Lo sabemos, Aang —dijo Zuko, con voz suave—. Pero yo vigilaré, ustedes dos hagan lo que puedan.

Sokka asintió y se acercó al hielo, poniendo su mano enguantada sobre él.

—Como dije antes, había algunas personas que simpatizaban con ella, u otras que no creían que valiera la pena mantener a una niña como trofeo, así que intentaron sacarla. Sanadores, Buscadores, chamanes, todos nuestros mejores Maestros Agua y gente espiritual vinieron aquí a lo largo de los años, pero ninguno de ellos...

—Lo sé —dijo Aang, tomando una posición de Agua Control—. Pero yo soy el Avatar.

Tiró del hielo y trató de convertirlo en agua y Sokka se unió a él después de quitarse los guantes. Pero el hielo no respondía, ni siquiera parecía hielo de verdad, con su tono azul antinatural, así que cambió al Fuego Control. Mantuvo una llama consistente cerca del bloque y, aunque sabía que sería más lento, la superficie no se volvía resbaladiza al derretirse, sin importar cuán calientes fueran sus llamas. Después de eso, cambió a Tierra Control en un esfuerzo por romperlo pedazo por pedazo, lanzando enormes trozos de cristal de sal, lanzas de gemas rosas brillantes, pero el hielo bien podría haber estado hecho de diamante por todo lo que había resistido. ¿Cómo había hecho esto el Emperador Seiryu?, ¿qué tan poderoso era el Maestro Agua?

No le importaba el ruido que hacía con su bombardeo de tierra y fuego mientras pasaba del uno al otro, respirando con dificultad después de cada golpe. No recordaba haberse sentido nunca tan enfadado, no desde que perdió a Appa en el desierto. En el fondo de su mente era vagamente consciente de que podría haber sido capaz de liberarla entrando en el Estado Avatar, pero por mucho que lo intentara esa no era una opción viable para él ahora.

Recordó las palabras de Azula cuando decidió venir a salvar a Sangmu en lugar de seguir para rescatar a Toph: ¿qué hay de la gente a la que sí podemos salvar? Pero tenía que intentar salvar a todos. ¿Tenía ella razón? Si intentaba salvar a todos, ¿acabaría por no salvar a nadie, como en su mundo?

—Aang, tenemos problemas —dijo Zuko, corriendo hacia él y Sokka a pesar de su agresividad. Aang apoyó las manos en las rodillas, jadeando por el esfuerzo, la ira y la impotencia—. ¡Levántate, vamos!

—Creo que recuerdo la salida —dijo Sokka, sacando su garrote.

Una bola de fuego fue disparada hacia ellos desde la entrada de la caverna y Zuko se puso delante para dispersarla con sus puños. La fuente del ataque se dirigió hacia ellos: Chit Sang, con cuatro de sus Calaveras detrás.

—Oh, mira eso —dijo—. Otro Maestro Fuego hasta aquí. Ahora, ¿qué podría estar haciendo en la Isla Pétalo de Melocotón?

Zuko entrecerró los ojos y adoptó una postura.

—Yo podría preguntar lo mismo de ti.

—Parece que alguien ha estado haciendo Tierra Control, también —continuó Chit Sang, mirando los estragos que Aang había dejado en la caverna—. ¿Están buscando unirse a mis Calaveras? Son un poco jóvenes, pero podemos ponerlos en un programa de entrenamiento si están tan decididos.

—De ninguna manera —dijo Zuko, retrocediendo hacia Aang y Sokka. Aang no quitó los ojos de Sangmu—. No soy un traidor a mi pueblo como tú.

Su respuesta salió en un gruñido bajo.

—Pagarás por ese comentario, chico. —Chit Sang pasó a la ofensiva, alzando los puños hacia a Zuko antes de acercarse para un combate cuerpo a cuerpo. Zuko resistió el ataque, pero cuando los otros tres Maestros Fuego de Chit Sang y un Maestro Tierra se unieron a la refriega, Aang finalmente se apartó de Sangmu y levantó un muro de cristal de sal para encerrarlos a los tres y darles tiempo para idear un plan de escape.

—Ahora es tu oportunidad de demostrar que estás de nuestro lado —dijo Zuko a Sokka—. ¿Cuál es tu plan?

—¿Yo tengo que idear el plan? —protestó Sokka—. Apenas tengo agua para trabajar, ¡eso es mucha presión!

Aang cerró los ojos para intuir los movimientos de los Calaveras a través de la caverna mientras rodeaban el perímetro para bloquear su huida.

—No tenemos tiempo para un plan —dijo—. Sólo... hay que atacar. —No tenía miedo de Chit Sang.

Antes de que los Calaveras se hubieran dispersado por completo, les lanzó su muro protector por el suelo, haciendo que se dispersaran para evitarlo. Consiguió atrapar a uno de los Maestros Fuego, inmovilizándolo contra la pared de la caverna. Aang saltó hacia delante y, aunque no llevaba su bastón, sorteó y esquivó los ataques de fuego y tierra sin esfuerzo, levantando los escudos y lanzándolos hacia atrás con ráfagas de fuego. Ya no le importaba ocultar su identidad, no le importaban las consecuencias y, cuando se encontró en combate, con el propio Chit Sang no se contuvo.

—Vaya, vaya, nunca pensé que me encontraría con el Avatar aquí —dijo, con una gota de sudor en la frente mientras se protegía de Aang—. ¿Y ese de ahí es el príncipe? Teníamos la impresión de que él y la princesa fueron tomados prisioneros tras su fracaso en Ba Sing Se... ¡pero supongo que él es el verdadero traidor aquí!

—Lo has entendido todo mal —dijo Aang, agachándose para evitar al Maestro Tierra enemigo. Todo este escenario era un error: ¿cómo podía una compañía entera de Maestros Fuego y Maestros Tierra ser leal al imperio? Cambió de objetivo, permitiendo que Zuko se enfrentara a Chit Sang con sus espadas y su Fuego Control mientras Aang centraba sus esfuerzos en los demás.

—¡Estamos perdiendo el tiempo aquí! —gritó Sokka, usando su garrote para destruir el proyectil de un Maestro Tierra. Empujó una mano hacia delante y disparó un chorro de agua desde las pieles que tenía colgadas a su lado para congelar al Maestro Tierra en el suelo—. ¡No podremos escapar si nos quedamos luchando!

—Oh, tu padre no estará contento contigo —dijo Chit Sang, alejándose de Zuko. Aang se dio cuenta, tardíamente, de que ese era el plan de Chit Sang, sólo para entretenerlos mientras llegaban más de sus Calaveras para abrumarlos, así que Aang dio un pisotón y sacudió la tierra bajo Chit Sang para lanzarlo fuera del camino.

—Está bien —dijo Sokka, mirándolo fijamente mientras se alejaba—. ¡Es un poco más complicado de lo que él cree!

—Vamos —dijo Zuko, encabezando la salida de la caverna. Aang miró por última vez a Sangmu antes de partir, odiando la forma en que le había fallado a ella y a toda su gente, pero cerró los ojos y se dio la vuelta para seguir a Zuko y Sokka hacia la salida. Juró en silencio que volvería a por ella cuando todo esto terminara. Cuando sea que fuese eso. Se lo debía.


—¿Dices que viajar con el Avatar es lo correcto? —Katara acurrucó las piernas debajo de ella como si estuviera a gusto mientras hablaba con Azula, a pesar de que sus manos habían estado en su garganta poco antes. Ya se había curado las quemaduras—. Te conozco lo suficiente como para decir que eso no es cierto. Allá en Ba Sing Se, luchaste con la intención de matarme. ¿En qué mundo es eso lo correcto?

—Deshacerse de ti sería lo correcto para el mundo —dijo Azula, sentándose de nuevo en la hoguera. Se concentró en su respiración, observando cómo el fuego subía y bajaba con cada inhalación y exhalación. Eso mantenía el azul a raya.

—¿Eso te haría feliz?

—Ayudaría.

Katara se rio.

—Sí, ciertamente no parece que seas la heroína del cuento.

Azula se inclinó hacia atrás y se apoyó en sus brazos mientras miraba a Katara.

—Nunca he pretendido serlo.

—Incluso diría que eso te hace un monstruo —dijo ella. Tan pronto como dijo esas palabras, el dragón azul se desató de nuevo, quemando el interior de la garganta de Azula—. Pero el mundo necesita sus monstruos, creo.


—Mi propia madre... me veía como un monstruo.


Azula no dijo nada, tratando de combatir la creciente llama azul que le lamía las entrañas.

—Pero tú eres la única de este pequeño grupo que sabe lo que es necesario y la única con el impulso de hacer lo que hay que hacer —continuó Katara—. Eso puedo respetarlo.

—¿Y qué es lo que hay que hacer?

—Acabar con la guerra, eso es —dijo Katara, como si le estuviera explicando un concepto básico a un niño—. Pero lo que sea que el Avatar esté planeando hacer no funcionará. Derrotar a mi padre no acabará con nada porque las costumbres de mi tribu no desaparecerán de la noche a la mañana. Otro jefe, otro emperador, alguien se levantaría en su lugar. Todo el sistema se basa en la fuerza, porque cada clan, cada guerrero, tiene algo que demostrar. Es parte de toda esa arrogancia masculina. —Se encogió de hombros.

Azula enarcó una ceja: era un hecho interesante.

—¿Ah, sí?, ¿y qué es lo que quieres hacer al respecto, Katara?

—Sigo queriendo ayudar a mi nación a subyugar a las demás, obviamente —dijo—. Pero hay que arreglar el sistema desde dentro. Mi padre es el jefe más fuerte que existe, pero no está en condiciones de hacer nada al respecto a pesar de todo su poder. Tengo que admitir que es el emperador más adecuado para dominar a las otras naciones pero, incluso si lo hace, seguirá habiendo peleas entre mi pueblo porque todos tienen formas diferentes de hacer las cosas. Hay que cambiar para que nuestra victoria, nuestro dominio, traiga la paz.

Azula reflexionó sobre sus palabras, tratando de entender cómo pretendía Katara lograr sus objetivos.

—¿Significa eso que no quieres derrocar a tu padre y volverte la emperatriz?

Katara se burló.

—No quiero derrocarlo. Y me gustaría tener ese poder algún día, obviamente, pero no soy tan ingenua como para pensar que mi nación estaría de acuerdo con eso. Seguir a una mujer, por muy fuerte que sea, es inconcebible para ellos. Eso es parte de lo que tiene que cambiar. Mi padre necesita cambiar, porque sabes tan bien como yo que Sokka no tiene la fuerza que yo tengo en mente.

Azula mantuvo su voz firme. El dragón azul esperaba pacientemente.

—Así que quieres la paz. Tengo que admitir que no lo vi venir. Pero, ¿a dónde quieres llegar con esto?

—La paz y el equilibrio no se consiguen con facilidad, sobre todo de este tipo —dijo Katara, inclinándose sobre la silla de montar y fijando su mirada en Azula—. Esta clase de trabajo necesita el toque de un monstruo, creo. Tú y yo podemos hacer lo que hay que hacer. Seré un monstruo contigo, juntas.

El dragón azul rugió. Fue casi ensordecedor, instándola a dejarlo libre, a que se convirtiera en el monstruo que todos esperaban que fuera. A liberar a Katara. Hablando por encima del estruendo que sólo ella oía, Azula se puso de pie.

—Aang no aprobaría esto.

—Por supuesto que no. Su idea de la paz y el equilibrio sólo conducirá a más sangre derramada y la eventual destrucción de mi pueblo.

—Así que sugieres que nos vayamos por nuestra cuenta —dijo Azula. El dragón desplegó sus alas, rebosantes de energía, sacando humo por las fosas nasales y enseñando los dientes, como si estuviera listo para atacar.

Ella supo, entonces, que tenía que ir con Katara. Era la única manera de proteger a Aang y Zuko del dragón azul. De la ira del Señor del Fuego Azula. No le importaba mucho el plan de Katara, pero si tenía que ser un monstruo para hacer lo que había que hacer... Que así fuera.

—Sí —dijo Katara, sonriendo. Señaló con la cabeza hacia el mar, donde un barco de la Tribu Agua había partido del puerto de la isla y se dirigía a la Tribu Agua del Sur—. Y ahí está nuestro transporte. A no ser que quieras llevarte el bisonte.

—No —dijo Azula, mirando a Appa mientras dormía. Se negaba a hacerle soportar cualquiera de los planes de Katara—. No le gusto. —Mientras rebuscaba en los bolsillos interiores de su parka para encontrar la llave de los grilletes de Katara, tuvo la breve noción de que estaría a merced de Katara si ésta decidía usar Sangre Control o ahogarla. Pero una parte de ella sabía que Katara no haría tal cosa, que la necesitaba para ocupar el lugar de Suki y Yue en su ausencia. Katara no era de las que trabajan solas.

En el peor de los casos, Azula sabía que podía contra Katara.


El Aire Control le resultaba prácticamente inservible a Aang en las minas de sal, pero su Tierra Control hizo que el escape fuera casi sencillo. Habría sido fácil si los Cráneos del Lobo no tuvieran sus propios Maestros Tierra, pero junto con Sokka y Zuko se abrieron paso hacia la salida. Cuando llegaron al ascensor, éste se encontraba en los niveles superiores y fuera de su alcance, pero Aang levantó a una plataforma lo suficientemente grande para los tres y se dedicó a ello con toda su atención mientras Sokka y Zuko le cubrían las espaldas. Una vez que llegaron a la cima, destruyó el ascensor con tierra y fuego.

Fuera de las minas, Chit Sang los persiguió por el pueblo con la ayuda de sus propios Maestros Tierra. Los comerciantes se dispersaron cuando aparecieron sin discreción alguna pero, aunque escaparon de las minas, tenían guerreros de la Tribu Agua con los que enfrentarse arriba. Aang tuvo que agrupar a sus amigos para cubrirlos con una barrera de aire y desviar una boleadora justo a tiempo, pero ahora Sokka tenía el agua a su alcance para defenderse por su cuenta.

—¡Eh, vamos, no quiero pelear! —gritó, recogiendo el agua que les lanzaban—. ¡Todo esto es un gran malentendido! Estoy tratando de atrapar al Avatar en secreto!

Zuko alcanzó a Aang y se volvió hacia Sokka con un grito.

—¡Sokka, eso no funciona si lo dices delante de nosotros!

Lanzó su bumerán, se encogió de hombros y pasó corriendo entre los tótems.

—Bueno, valía la pena intentarlo. Vamos.

Aang apoyó la espalda contra un poste de madera tallado con espíritus de peces y focas en la entrada norte de la aldea, asegurándose de que Zuko y Sokka escaparan a salvo. Bloqueó el camino con su Tierra Control tanto como pudo, cubrió su huida mientras se dirigían de vuelta al campamento.

Con los pulmones ardiendo, alcanzó a Zuko, que le dedicó una sonrisa alentadora.

—Otro escape exitoso, supongo.

—No tan exitoso —dijo Aang, dejando caer su mirada hacia sus pies. Toda esta distracción para rescatar a Sangmu había resultado ser una pérdida de tiempo que restaba las posibilidades de rescatar a Toph. Solo podía esperar que Azula y Katara tuvieran a Appa listo para partir. Apretó la mano derecha, sintiendo el colgante de flor de ciruelo que había envuelto alrededor de su muñeca. Azula tenía razón. Todavía no sabía qué le diría, pero tenía que decir algo. Hacer algo para arreglar las cosas.

¿Admitir sus sentimientos le daría a ella una falsa esperanza de que se quedaría en este mundo?, ¿haría eso más difícil que se fuera? No importaba, eso no era justo para ella. Y a pesar de cualquier afecto que empezara a sentir por Azula, él sabía que todavía amaba a Katara. Pero, ¿eso había cambiado?, ¿o ese amor siempre estaría ahí?

—Aang —dijo Sokka, hablando por la comisura de los labios. Aang se dio cuenta, por primera vez, que Sokka por fin comenzaba a dirigirse a él por su nombre—. Todavía nos están siguiendo. ¡Haz algo!

El camino rocoso que partía de la aldea era irregular y desigual, con huecos entre las piedras, que podían a provocar una fractura de tobillo si se atravesaba de noche. En un área abierta, con vientos costeros golpeando las costas, Aang razonó que su Aire y Tierra Control serían más fuertes aquí. Volviéndose hacia la estampida de guerreros, que avanzaban hacia ellos, saltó en el aire hacia el viento, desenvainó su espada y se dejó caer para clavarla en la tierra con una onda expansiva de viento y roca que explotó en el camino y barrió a todos los calaveras y guerreros, creando un cráter a su alrededor que esperaba que impidiera su avance el tiempo suficiente para que Aang y los demás pudieran salir volando. Vio a Chit Sang atrapado en el ataque y se preguntó si volverían a enfrentarse.

Extrajo la espada de Ozai y siguió a Zuko y Sokka, llegando al afloramiento de piedra que marcaba su campamento cerca de la orilla unos momentos después. Pero cuando los alcanzó, encontró a Zuko y Sokka registrando el campamento, alarmados.

Azula y Katara habían desaparecido.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Zuko, arrodillándose para inspeccionar los restos de la hoguera—. Todavía está caliente. ¿Crees que las atacaron?

—No —dijo Sokka—. Appa y los lémures siguen aquí. Y parecen estar bien. —Momo se posó en lo alto del peñasco rocoso y Sabi estaba acurrucada alrededor del cuerno de Appa, quien les dio la bienvenida con un gruñido somnoliento. Ninguno de ellos parecía perturbado o alarmado.

Aang se acercó a la silla de montar donde encontró los grilletes de Katara, que habían sido abiertos. No vio ningún daño en ellos. La llave aún descansaba dentro de la cerradura. Su estómago se retorció cuando descifró lo que esto significaba.

—Ellas solo... nos dejaron.


—La mujer guerrera ha venido a ver al Alto Jefe.

Un guerrero de rostro severo escoltó a Suki y Ghashiun hasta el santuario interior del palacio, dejándolos bajo la custodia de otro guardia frente a la entrada de la sala del trono. Suki tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco: siempre era "mujer guerrera", no "guerrera". Incluso habría preferido "Guerrera Kyoshi, pupila del emperador Hakoda".

El guardia los miró a ella y a Ghashiun, un dúo inusual, y se burló.

—¿Están buscando unirse a las Calaveras del Lobo o algo así? Creo que ni siquiera esos patéticos guerreros admiten mujeres en sus filas.

Cuando ella no respondió, inflexible debido a su profesionalidad, el guardia se bufó y se volvió hacia la elaborada puerta de hielo, tallada con formas de peces y serpientes y todo tipo de mamíferos marinos; con incrustaciones de piedras preciosas azules, como lágrimas brillantes. El hombre utilizó su Agua Control para hacer que se abriera, revelando una sala del trono que no era muy diferente a la de Aniak'to, con un zócalo elevado y numerosos pilares decorados con más peces. Pero, mientras que en el Sur había un trono, esta sala tenía un semicírculo de bancos elevados para el consejo de ancianos y sólo una cascada detrás.

Otra gran diferencia, según vio, era la hilera de cuervos vivos posados en el pedestal de hielo cerca del techo. Posaron la vista en Suki y Ghashiun en cuanto entraron. Debían ser casi treinta, pero sólo uno graznó al verlos.

Arnook aún no estaba allí. El guardia esperó con ellos mientras Suki y Ghashiun se arrodillaban en el frío suelo. Incluso con su pesada armadura, Suki sentía más y más frío a medida que pasaban los minutos, pero sabía que no debía quejarse. Arnook había sido informado de que tenía noticias importantes para él, pero llegaría cuando lo estimara conveniente.

La cascada del fondo de la sala se abrió y entró un hombre de pelo castaño trenzado, que vestía una pesada parka y llevaba la piel de una criatura de pelaje negro sobre los hombros. Teniendo un rostro cetrino y unos ojos de un azul tan brillante que parecían casi ciegos por las cataratas, el Alto Jefe Arnook no lucía como el poderoso hombre y líder del norte que ella esperaba. Tanto ella como Ghashiun se postraron cuando él entró en el anillo de asientos para los ancianos.

—Tú eres Suki —dijo él y, habiéndose dirigido a ella, levantó la vista. Al mirarlo más de cerca, se dio cuenta de que tampoco llevaba armas, algo inusual en un jefe en el sur, fuese o no un maestro—. Amiga de Yue.

—Lo soy —respondió ella—. Y este es Ghashiun, un compañero nuestro.

—Es un honor estar en su presencia —dijo Ghashiun, manteniendo la cabeza inclinada. No dijo nada más, como le había ordenado. Sólo estaba con ella para ofrecer más explicaciones sobre Wan Shi Tong, por si el Alto Jefe lo requería.

—Y has venido a informarme de la situación de mi hija, supongo —dijo Arnook. Suki apenas pudo contener su grito de sorpresa—. Ya sé que está atrapada en el Mundo de los Espíritus, que fue arrastrada hasta allí por el Ladrón de Rostros. Uno de los cuervos voló hacia su hombro, pero el hombre no reaccionó.

—Queremos rescatarla —dijo Suki, sin molestarse en preguntar cómo se había enterado—. Y a la hermana de Ghashiun. ¿Hay algo que podamos hacer?

—Ustedes son insignificantes en comparación con los espíritus —dijo él. Se quedó quieto, casi de forma antinatural y, por un momento Suki pensó que su amuleto de luna oscura reflejaba una luz plateada, pero lo desestimó como un truco de las sombras de las hogueras encendidas. Le colgaba del cuello con un collar de dientes de tiburón—. No vas a hacer cosa alguna.

—Me niego a aceptarlo —dijo Ghashiun, con una voz grave, peligrosa e irrespetuosa. Miró fijamente a Arnook—. No he venido hasta aquí para salvar a mi hermana y que me digan que no haré nada. —El guardia que los acompañaba apuntó con su lanza al Maestro Arena en señal de advertencia, pero Ghashiun lo ignoró.

—Elegir esa opción terminaría en la muerte de ambas —dijo. Lo afirmó como un hecho, sin piedad ni simpatía, sin reaccionar ante el desplate de Ghashiun. Un exabrupto así, delante de Hakoda, podría haber acabado mal.

Suki se estremeció; todo aquello le parecía espeluznante.

—¿Le han concedido los espíritus una visión de algo que debamos hacer?

Negó con la cabeza y se apartó lentamente de ellos, moviéndose como un hombre décadas más viejo.

—Sólo veo visiones sobre la muerte. No me pidan consejo. No tengo ninguno para darles. —Sin decir nada más, desapareció detrás de la cascada; el flujo de agua volvió a juntarse y continuó cayendo en los estanques que rodeaban la sala del trono.

Ghashiun estrelló su puño contra el suelo y su voz tembló.

—No puedo aceptar esto.

Suki frunció el ceño.

—Lo sé —dijo, preguntándose por qué Arnook se mostraba tan indiferente con la situación de su hija, a pesar de que iba en contra de todo lo que ella sabía de él—. No soy una experta en asuntos espirituales, pero sé que hay otros lugares espirituales alrededor del Polo Norte. Sólo tenemos que encontrarlos.

Podría intentar volver a Ba Sing Se, pensó, para encontrar la forma de salvar a Sokka y Katara. Pero esa misión parecía aún más improbable de tener éxito. Como dijo Ghashiun, habían llegado demasiado lejos para rendirse tan fácilmente. Más que nada, necesitaban respuestas. Sólo esperaba que el lugar al que llamaban Oasis de los Espíritus las tuviera.

Chapter 48: El Avatar y el Dragón del Mar

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Libro 3: Agua

Capítulo 5: El Avatar y el Dragón del Mar

Cuando el dirigible de la Nación del Fuego llegó al Templo Aire del Oeste, sabiendo que era sospechoso ver acercarse solo a uno, Katara ordenó a Haru, Teo y el Duque que se escondieran dentro del templo y prepararan a Appa para una huida rápida, mientras Aang y Toph permanecían ocultos, esperando a que aterrizara. Aang intentó no mirar por encima de las ruinas del pilar, que le servía de escondite, antes de tiempo. ¿Qué tan peligroso podía ser un dirigible? Katara había adivinado que no podía ser un explorador, porque si su tripulación los veía desde la distancia simplemente seguiría volando e informaría de sus hallazgos a la Nación del Fuego.

En cambio, mantuvo los ojos cerrados y expandió sus sentidos cuando una rampa metálica descendió del dirigible. Aang no buscaba una pelea, pero si se daba el caso... Todavía era demasiado inexperto en el Fuego Control como para hacer mucho uso de él, pero resolvió quedarse y enfrentarlos esta vez de todos modos. No volvería a huir, no como en el Día del Sol Negro.

Cuando las pisadas tocaron la roca sólida, Aang ladeó la cabeza confundido. ¿Era eso...?

¿Sokka? preguntó Toph, saliendo de su propio escondite. ¿Eh? Son Zuko y... ¿también Suki?

Aang asomó la cabeza para ver a Sokka, Zuko, Suki y un hombre que no conocía salir del dirigible. Intercambió una mirada con Katara, escondida detrás de la fuente, y se reunieron para recibir a sus amigos recién llegados.

No puedo esperar a escuchar esta historia le dijo Aang a Katara, sonriendo.

Su rostro se iluminó con una sonrisa cuando vio a Suki y todos corrieron hacia ella. Katara atrajo a la guerrera Kyoshi en un abrazo y rio con incredulidad.

¡Esto es increíble! ¿Qué ha pasado?

El desconocido saludó.

Hola, soy Chit Sang dijo, sonriendo a modo de saludo. Soy nuevo.

Toph se quedó detrás de Aang y Katara y gruñó.

¿Dónde está la carne?

A pesar de la feliz ocasión, Aang no pudo evitar sentir que algo en Sokka parecía apagado.

No hay carne dijo Sokka. Zuko y yo, eh, nos fuimos a una especie de misión de rescate a una prisión.

Katara puso las manos en las caderas, con el ceño fruncido como solía hacer siempre que tenía que regañar a Sokka.

¿Una qué?, ¿por qué no nos lo dijiste?, ¿sabes lo peligroso que pudo haber sido?

Aang se rascó la cabeza.

Me alegro mucho de verte, Suki, pero Sokka... ¿cómo sabías siquiera dónde la tenían? Recordó las palabras de Azula, su cruel burla y mofa acerca de su "prisionera favorita". Se sintió mal por haber olvidado todo eso hasta ahora. Tenía tantas otras cosas en la cabeza, pero sabía que Sokka debía estar destrozado por ello.

Bueno, yo… digamos que no lo sabía dijo. Los miró a todos, excepto a Katara. Estaba buscando a papá y a todos los demás encarcelados después de la invasión. Esperaba encontrarlos en la Roca Hirviente, pero ninguno fue trasladado allí.

A Katara se le congeló la sonrisa, pero lo ocultó rápidamente con otra.

Todo irá bien. Papá y todos los demás van a estar bien. recalcó la última palabra como si tratara de convencerlos a ellos y a ella misma.

Suki le puso una mano en el hombro y le dedicó una sonrisa alentadora.

Estoy segura de que averiguaremos dónde están dijo. Tal vez no hayan identificado quién era el líder de la invasión. Esa fue la única razón por la que me enviaron allí sin el resto de mis guerreras.

Aang compartió una mirada con Zuko. Algo en el rostro de su nuevo sifu de Fuego Control le daba que pensar, le transmitía un silencio sombrío que le indujo una sensación de temor.

dijo Sokka, cabizbajo. Tal vez.


No debería haber parecido un viaje tan largo llegar a las costas de la Tribu Agua del Sur desde la Isla Pétalo de Melocotón, pero aun así, el océano parecía extenderse interminablemente.

Los tres discutieron durante un tiempo sobre qué hacer. Volver a la aldea para ver si Azula o Katara habían ido allí era una opción arriesgada, teniendo en cuenta todo lo que habían pasado para escapar. Sokka quería seguirles la pista, donde fuera que hubieran ido, para evitar que Katara y Azula pusieran en marcha sus planes. Convencido de que Azula les había traicionado, instó a Aang a volar por las Islas Chuje, alrededor del Templo Aire del Sur, para buscar cualquier barco mercante que pudieran haber utilizado para su huida.

Aang no sabía qué sentir. Una parte de él consideraba que Azula podría haberlos traicionado, pero no tenía sentido. Estaba preocupado por ella, tanto por Katara como por el Señor del Fuego Azula, pero intentó decirse a sí mismo que ella era fuerte. Sólo tenía que confiar en cualquier plan que tuviera en mente.

—Azula siempre miente —había dicho Zuko, casi en trance, y Aang se dio cuenta de que esas eran las palabras del Príncipe Zuko. Zuko esperaba que fuera cierto y que pudiera engañar incluso a Katara. De los tres, Zuko era el que menos se preocupaba de que Azula les hubiera traicionado y sostenía que todo lo que hacía era para seguirle el juego a Katara. Aang esperaba que tuviera razón. Por ahora, debían seguir su curso, sin importar cuánto les doliera. Sólo esperaba que se encontraran de nuevo en tierra firme y tuvieran tiempo para discutir todo lo que quedaba por decir.

Tenían que hacerlo.

Intentó entretenerse leyendo más memorias de Gyatso. Pero mientras sobrevolaban el océano abierto y luchaba por no perder los escritos centenarios en el viento, sus ojos se esforzaban por mantenerse abiertos hasta que vio que el nombre de Kuruk volvía a aparecer en el relato de Gyatso que precedía al inicio de la guerra.

“Ojalá hubiera hecho algo diferente el día en que Kuruk fue a asesinar a su hijo, Aniak”

Estuvo a punto de romper la página al leer esas palabras. ¿Su hijo? ¿Significaba eso que Sokka descendía de la vida pasada de Aang, al igual que Zuko? ¿Hasta qué punto estaban conectados sus destinos?

Un niño se materializó en el aire frente a Aang. Su yo más joven, el de este mundo, estaba sentado en posición de loto con el dedo apuntando hacia abajo. Sonrió como para animarlo y le hizo un gesto con la cabeza.

Aang miró en la dirección que señalaba, divisando un banco sumergido justo debajo de la superficie del agua. Un arrecife de coral se extendía en todas direcciones como una ciudad submarina, con cardúmenes y erizos y anémonas oscilantes que se extendían en un mosaico de colores. Se volvió para mostrárselo a Zuko y Sokka, pero la silla estaba vacía. Estaba solo, así que miró hacia su yo más joven, que se acercó a Aang y le tendió la mano.

Antes de que pudiera tomarla, el peso de sus párpados fue demasiado para soportar y se quedó dormido.


—Da bastante miedo cuando saltas ahí arriba, Ty Lee!

Ty Lee se balanceó desde la cofa, con cuidado de no dañar las velas de sable, y bajó hábilmente por la cuerda y el mástil hacia la cubierta. Aterrizó sobre las manos y dio un salto para ponerse de pie, sonriendo a Haru al ver su preocupación.

—¡No pasa nada! —dijo. Le encantaba que su público se preocupara cuando hacía sus acrobacias que desafiaban la gravedad—. Soy una experta en estas cosas.

El chico se puso las manos en las caderas y levantó el cuello hacia la cima de la cofa, donde un Maestro Pantano pirata allí apostada volvió a relajarse.

—Pensaba que ya era bastante difícil acostumbrarse al movimiento del barco —dijo Haru—. Pero alturas así son una historia completamente diferente. Eres extraordinaria, Ty Lee.

Luchó por evitar que el rubor subiera a sus mejillas. Haru era muy guapo, tenía la cara bien afeitada y la complexión de un Maestro Tierra y soldado profesional, con una túnica verde que lo acentuaba bien. Ya había intentado coquetear con él, pero no respondía en absoluto a ese tipo de atención, así que desistió.

—¡Gracias, Haru! Estoy intentando aprender a habitar en un barco pirata, ¡pues imagino que si formamos parte de la tripulación nos dejarán saquear algún tesoro con ellos!

Haru rascó el costado de la cabeza.

—Uh, bueno, no creo que estos sean ese tipo de piratas. —Se unió a ella para mirar a los Maestros Agua que trabajaban o se arremolinaban en la cubierta del barco de chatarra, atando cuerdas y redes o utilizando su Agua Control cuando los vientos flaqueaban. Las tres velas habían sido desplegadas para acelerar el barco hacia su destino: el Polo Norte—. Estoy acostumbrado a la clase de piratas que atacarían a Jie Duan o a las Islas Exteriores de la Nación del Fuego; he estado luchando contra ellos con mi padre casi el mismo tiempo que he estado luchando contra las Tribu Agua.

No sólo parecía un soldado, sino que Haru también actuaba como tal. A menudo mencionaba sus obligaciones, o ciertas batallas, o sus experiencias luchando en la guerra. Ty Lee no podía evitar admirar eso: no parecía estar impulsado por el honor o la gloria como los soldados de la Ciudad Dorada, sino por la supervivencia. Por la necesidad de proteger aquello que era importante para él.

—Bueno, eso es cierto —dijo—. ¡Pero son saqueadores buenos, obviamente!, ¡y he estado aprendiendo todo tipo de cosas sobre los barcos! Como, por ejemplo, la banda de estribor y la de babor, la de popa, cómo aparejar las velas y sacar los percebes del casco...

Haru se rio.

—¿No aprendiste todo eso en tu viaje al Reino Tierra? Y... lo de los percebes no es lo más importante. Parece que alguien te ha dado un trabajo solo para mantenerte ocupada.

Se dobló hacia atrás y apoyó la cabeza en las palmas de las manos mientras sus pies colgaban en el aire.

—Bueno, en realidad no tuve la oportunidad de aprender todo eso antes. En mi barco, yo era la princesa. Así que siempre he estado más bien protegida.

—¿Así que ahora quieres ser pirata?

Volvió a sonreír.

—¡Sí! Ya soy una princesa acróbata rebelde que puede leer auras. Creo que sería divertido ser una princesa pirata acróbata rebelde que lee el aura. —Volvió a ponerse en pie, blandiendo una espada de imaginaria hacia él—. ¡Avance, compañeros!

Un par de Libertadores que habían estado limpiando la cubierta la escucharon y se sonrieron entre ellos, blandiendo sus mopas como si fueran armas.

—¡Fleetfoot, canalla! Te ordeno que camines por la plancha.

La chica más joven blandió su fregona hacia él.

—¡Ah, pero no hay ninguna plancha, Big Redd! Será mejor que tengas cuidado o te daremos de comer a los peces por orden del capitán Jet.

—¡Avance! —dijo Big Redd, balanceando su fregona mojada con el mango por delante—. ¡Lo que sea que signifique!

Ty Lee se alejó de ellos cuando empezaron su duelo y Haru se unió a ella en la barandilla una vez más los niños se amontonaron en la refriega para el desconcierto de los Maestros Pantano.

—Ups —dijo Ty Lee, una vez que se alejaron un poco—. Ha sido culpa mía, ¿no?

—Llevamos días navegando —dijo Haru, mirando el agua—. Y con muchos más por delante. Deja que se diviertan. Dime, ¿has mencionado que puedes leer las auras?

—¡Oh, sí! —exclamó ella—. ¿Puedo hacerte una lectura?

—Claro que sí —dijo sonriendo—. Entonces, ¿qué hago?

Ella lo enmarcó entre sus manos.

—Ponte ahí —dijo. Ella lo miró de cerca, concentrándose en la energía que los rodeaba; algunos la llamaban chi, otros energía espiritual, pero no importaba qué, siempre estaba ahí, oscilando justo en el límite de sus sentidos. Algunos habrían pensado que era especial por tener esa habilidad, pero ella suponía que era porque podía empatizar con la gente. En realidad, eso era todo, sólo percibía los sentimientos de la gente y los conectaba con lo que ella sentía. Pensó que cualquiera podía hacerlo si se esforzaba en ello—. Tu color más fuerte es el marrón —dijo tras un momento de deliberación.

—¿Marrón? —preguntó con una mirada de desagrado.

—Oye, el marrón es bueno —dijo ella, agitando las manos para disipar su preocupación—. Es un color muy cálido. Eres estable, fiable y tienes los pies en la tierra. Práctico y sensato. Nos mantendrás a flote. —Se frotó la barbilla—. También hay mucho verde ahí. Eso significa lo mucho que has crecido. Eres una persona muy clamada, ¿eh?

Él sonrió y se puso una mano en la cadera.

—Creo que lo has deducido todo porque soy un Maestro Tierra. O, ya sabes, por el color de mi ropa.

Ella se apoyó en la barandilla.

—¡O tal vez elegiste esos colores porque eso es lo que eres por dentro! Siempre digo que mi atuendos para el día dicen mucho de mí. —Su rostro cayó un poco y habló en voz baja—. Pero todo eso no encaja realmente con el aura de un soldado. No es que sea algo malo.

Haru apartó la mirada y ella pensó por un momento que había dicho algo malo, pero se encogió de hombros.

—No es que sea toda mi identidad —dijo—. He estado luchando la mayor parte de mi vida junto a mi padre y ésta es la primera vez que estoy lejos de casa. Me sentí bien al venir e intentar hacer algo para marcar la diferencia, ¿sabes? En lugar de quedarme estancado con la Coalición y esperar a que el enemigo viniera a nosotros. En el camino hacia el Reino Tierra, Iroh influyó un poco en mí, supongo. Es un hombre muy sabio.

Ty Lee se rodeó los brazos.

—Eso parece —dijo—. ¿Así que viniste para marcar la diferencia?, ¿para ayudar a que la guerra pare?

—Sí —dijo él, volviéndose para mirarla de nuevo—. ¿Tú no? —Se apartó de la barandilla y pasó junto a ella. Tal vez había sido algo que ella dijo, pero le dedicó una sonrisa apagada mientras se iba.

Pensó en Mai y Jet y en la forma en que se miraban cuando hablaban de las Tribus Agua y de su misión de acabar con el Jefe Arnook. Haru no tenía eso. Era diferente a ellos, pero tenía la sensación de que también había algo más en él de lo que esperaba.

Pero si todos tenían sus razones para ir al norte, ¿cuál era la suya?


Cuando Aang volvió a abrir los ojos, se encontró al borde de un bosque perennifolio. El suelo parecía muy transitado y era bastante árido, con sólo zarzas espinosas y hierbas gruesas y tupidas que parecían pelo emergiendo de la tierra dura. La nieve caía en un fino polvo bajo un cielo gris, cubriendo un tranquilo pueblo formado por cabañas redondas de madera. Un arco de madera señalaba la entrada de la aldea y Aang gravitó hacia ella, dándole la espalda al bosque. No vio el humo de las chimeneas; todo el lugar parecía tan frío y árido como el entorno que lo rodeaba.

Sus pies no tocaban la tierra y no sentía el viento en su pelo ni la nieve en su piel y, un momento después, se dio cuenta de que no tenía un cuerpo. Miró sus manos y luego a su acompañante, su yo más joven, igual de invisible.

¿Qué me estás mostrando? —le preguntó Aang.

El chico se llevó un dedo a los labios y señaló hacia la aldea.

Una cabeza flotante se estrelló contra una de las cabañas, destruyéndola bajo su peso. Aang dio un salto hacia atrás, sorprendido, aun sabiendo que no podría hacerle daño. La criatura tenía la piel púrpura intenso, como el de las berenjenas, extendida sobre una sonrisa monstruosa con hileras de dientes puntiagudos. Tenía profundos cortes en la cara, donde habrían estado los ojos, y su pelo se retorcía con zarcillos amorfos que utilizaba para impulsarse por el suelo. Dejó escapar un espantoso lamento que hizo que Aang se sintiera en peligro, especialmente en su forma espiritual, pero no se fijó en él ni en su yo más joven.

¿Esto es un recuerdo? —preguntó Aang.

El recuerdo del Avatar Kuruk —dijo el niño—. Como no podrá conectarse con nosotros por un tiempo, quiso que te mostrara esto en su lugar. Su batalla con este espíritu oscuro en particular.

¿Espíritu oscuro?, ¿al igual que Hei Bai, cuando lo conocí?, ¿como los buscadores de conocimiento que atacaron Ba Sing Se?

Em efecto, un hombre vestido con pieles de la Tribu Agua apareció en el centro de la aldea con una patada de barrido, haciendo retroceder al espíritu oscuro con una ráfaga de aire. Kuruk no cejó en su asalto, levantando dos enormes losas de piedra a cada lado del espíritu y juntando las manos en un intento de atraparlo en una prensa. El cuerpo del espíritu se retorció en libertad y se lanzó hacia él con la boca abierta, pero la nieve se arremolinó en un látigo de agua que lo apartó con un giro de la muñeca de Kuruk. El espíritu aguantó sus golpes con facilidad; de hecho, cualquier golpe que Kuruk le propinara parecía rebotar sin dañar su cuerpo casi intangible y, en las raras ocasiones en que descargaba golpes sobre Kuruk, éste aguantaba el impacto con fuerza.

Después de que la cabeza alejara a Kuruk de ella por tercera vez, giró en el sitio y pareció mirar directamente a Aang. Los cortes de su cara se abrieron para revelar unos ojos increíblemente amarillos que se abrieron de par en par cuando vio a su presa, una larga lengua oscura salió de su boca mientras rechinaba los dientes y se lanzó hacia él. Aang jadeó y saltó para apartarse de su camino, pero la criatura no lo había estado viendo a él en absoluto.

—¡Gyatso, el niño! —gritó Kuruk desde los restos de una de las cabañas.

Aang no se había fijado en el hombre que estaba detrás de él, que se apartó en un remolino de túnicas naranjas y amarillas y blandió su bastón. Un arco de viento golpeó al espíritu oscuro, haciéndole aullar de dolor mientras rodaba por el suelo y caía en una de las otras cabañas vacías.

—Gran espíritu —dijo el Maestro Aire, un Gyatso más joven—. ¿Qué podemos hacer para apaciguarte?

Kuruk se puso en pie y pisoteó el suelo, siguiendo el ataque de Gyatso con un triple asalto de bloques de piedra que lo golpearon desde abajo.

—¿Cuántas - veces - tengo - que - repetir - lo mismo? —Puntuó sus palabras con ráfagas alternas de tierra y fuego—. ¡Estos espíritus nunca se detienen!

Como si confirmara sus palabras, los zarcillos del espíritu se arremolinaron y se enderezaron, lanzándose hacia él con la boca abierta. Pero Kuruk llevó su mano hacia adelante, justo cuando se aproximó a él, y el espíritu se redujo a casi nada, arremolinándose en la mano de Kuruk como si estuviera siendo absorbido por su cuerpo. Inhaló y luego tuvo un espasmo, sus ojos se torcieron mientras luchaba por contener su fuerza, y luego se volvió hacia Gyatso y Aang, con los ojos brillando con todo el poder del Estado Avatar. La energía púrpura y negra, los restos del espíritu oscuro, surgieron de su cuerpo y luego se disiparon en la nada cuando el brillo de sus ojos se apagó.

Kuruk tropezó y se llevó una mano a la sien, encorvado por la fatiga.

—Nunca resulta fácil —dijo y, cuando se puso de pie, los ojos de Aang se abrieron de par en par. Aunque apenas superaba la treintena, su rostro tenía un aspecto tan enfermizo y demacrado que podría haber pasado por un hombre mucho mayor y era un milagro que luchara tan bien como lo hacía. Las pesadas bolsas bajo los ojos indicaban muchas noches de insomnio y tenía un temblor en sus movimientos, que Aang sospechaba que no tenía nada que ver con los esfuerzos de su batalla ni con el frío—. ¿El niño está bien?

—Creía que pretendías dejar de hacer eso —riñó Gyatso. Su tono de voz sorprendió a Aang: Gyatso nunca había sonado tan estricto y casi nunca reprendía a Aang de esa manera cuando era niño—. Imbuir la esencia de un espíritu oscuro...

—Es la única manera de destruirlos —terminó Kuruk por él, cortándolo en seco—. Dándole una forma mortal, mi forma mortal, puedo detenerlos para siempre.

—¡O podemos encontrar la fuente de tanta corrupción! —intervino Gyatso—. ¡Antes de que los perviertan hasta el punto de que el daño sea irreparable! Sabes que Sozin y los demás no lo aprobarían.

—Deja de quejarte tanto. Soy el Avatar y ellos no saben nada de todo esto, así que todo irá bien —dijo Kuruk, haciéndole un gesto para que se fuera. Pero estaba tan claro para Aang como para Gyatso que mentía—. ¿Dónde está el niño?

Gyatso frunció el ceño, lo que acentuó su tatuaje de flecha, y señaló la cabaña que había detrás de él. Un niño de no más de diez años salió del interior, con la mirada perdida y los pasos inseguros.

—Está ileso —dijo Gyatso—. Pero medio muerto de hambre. Tenemos que llevarlo a un lugar seguro.

Kuruk miró alrededor de la devastada aldea como si quisiera encontrar a otros, tal vez al guardián del niño, pero este habló.

—No queda nadie —dijo, su voz plana—. Todos están muertos.

El rostro de Kuruk se suavizó. Por un momento, volvió a parecer de su edad mientras se arrodillaba frente al chico.

—¿Cómo te llamas, muchacho?

—Aniak. —Sostuvo la mirada de Kuruk. Aang supuso que no podía ser tímido después de los horrores que podría haber presenciado—. Del clan del Lobo.

Aang miró a su yo más joven con un grito ahogado.

¡El primer emperador!

—Aniak —repitió Kuruk, dándole al niño una débil sonrisa—. No pasa nada. Has sido fuerte, pero ahora estás a salvo.

Gyatso retrocedió y blandió su bastón hacia algo que estaba en la parte trasera de la cabaña de la que había salido Aniak. Otro espíritu oscuro, éste con forma de araña, se arrastró por el techo.

—¡Kuruk!, ¡hay otro!

Kuruk apretó los dientes y se dispuso a agarrar al chico, pero el espíritu se abalanzó sobre ellos. Kuruk lanzó la palma de la mano hacia él, pero la débil ráfaga de aire no sirvió para detener el avance del espíritu. Justo cuando se acercaba a ellos, Aniak extendió sus dos manos y el espíritu se detuvo. Sus numerosas patas temblaron durante un momento antes de que la nieve se alzara a ambos lados y brillara con un poder dorado, rodeando al espíritu y dándole luz a su oscuridad. El espíritu oscuro se encogió hasta alcanzar el tamaño de la cabeza de Aang, revelando que su verdadera forma era la de una difusa azul peluda que huyó de la aldea y regresó al bosque perennifolio.

Gyatso dejó caer su bastón.

—La pacificó... trajo el equilibrio a las energías conflictivas en su interior —dijo, con la voz cargada de asombro—. Nunca he visto una técnica semejante. Hay rumores del clan del Lobo sobre la sabiduría de sus chamanes, ¡pero nunca esperé algo así!

Kuruk miró fijamente a Aniak, que le devolvió la mirada con una carga de conocimiento impropia de un niño tan pequeño. Aang conocía esa mirada endurecida, porque era la misma que veía cuando se miraba en un espejo.

—¿Hey, Gyatso? Has sido degradado. Creo que este niño está destinado a ser mi consejero espiritual.


El mundo desapareció. Cuando todo volvió a su sitio, Aang se encontró en una ciudad costera en algún lugar del Reino Tierra; un puerto muy concurrido con barcos mercantes de todo el mundo que se reunían para comerciar con todo tipo de chucherías y mercancías. Los cargadores y los trabajadores del muelle llevaban productos de un lado a otro, a brazos llenos, mientras una multitud se reunía en torno a un artista en la calle que hacía malabares con al menos cinco cuchillos al mismo tiempo que cantaba una canción, con una voz suave y llena de alegría. Era una canción animada y la mayoría de sus admiradores aplaudían, animando al chico de la Tribu Agua.

—¿Quién de ustedes cuatro le ha enseñado eso? —preguntó una mujer que estaba cerca de Aang. Vestía, casi por completo, de blanco con toques dorados y rojos, llevaba el pelo castaño recogido en una trenza que enmarcaba su bonita cara. Aang pensó que le resultaba familiar, pero no pudo ubicarla. Ella y sus acompañantes se encontraban en la orilla de la multitud de artistas.

Gyatso, con unas cuantas arrugas más de las que tenía en el último recuerdo, estaba junto a ella y entrelazó las manos dentro de las mangas de su túnica con una sonrisa cómplice.

—Ta Min, sabes tan bien como yo que nuestro querido amigo Sud es el que tiene algo de talento musical. —Una vez que Gyatso dijo su nombre, la identidad de la mujer quedó clara para Aang de inmediato: en su mundo, ella se había casado con el Avatar Roku. Incluso aquí, en el mundo en el que Roku había vivido siglos atrás, ¿su vida seguía ligada a la del Avatar?

Un hombre musculoso soltó una carcajada profunda y estruendosa. Llevaba una capa alrededor de sus hombros desnudos. Debía de ser Sud, el maestro de Tierra Control de Kuruk, como lo había sido de Roku.

—¡Bahaha!, ¡pero si el chico usa lo que le enseñaste de poesía para escribir sus canciones, Gyatso! Aunque no creo que ninguno de nosotros le haya enseñado a hacer malabares con cuchillos. Eso lo ha aprendido por sí solo.

Ta Min dejó escapar un exagerado suspiro.

—Bueno, supongo que eso es mejor que los consejos de Kuruk sobre cómo conquistar a una chica o chico. Lo convirtió en un rompecorazones. —Se volvió hacia el hombre de la Tribu Agua que estaba a su lado.

—Oye, yo no hice tal cosa —dijo Kuruk, sonriendo. Miró a la multitud de admiradores del artista con algo parecido al orgullo. En contraste con el recuerdo anterior, Kuruk parecía rebosante de vitalidad; su cuerpo había recuperado musculatura y el color había vuelto a su rostro—. Yo le enseñé a Aniak a ser fuerte.

Aang miró a su yo más joven.

Ese artista de ahí arriba, ¿es el emperador Aniak? Pero se ve tan diferente. Tan feliz, incluso después de que lo encontraron como el último sobreviviente de su clan...

Kuruk también parece más feliz, ¿no? —preguntó el joven monje—. ¿Acaso no murió el avatar Kuruk, ya sabes... muy joven, en tu mundo?

¿Murió? Sí... creo que sí.

Este Kuruk no. Al menos, no hasta muchos años después. Fue toda esa lucha con los espíritus oscuros e incluso con los espíritus de la luz lo que fue su perdición. Pero aquí, encontró otro camino. Encontró a Aniak y aprendió ese método para purificar a los espíritus y devolverle el equilibrio a su energía, a su chi.

¿Espíritus de la luz?, ¿qué son esos? —¿Otra amenaza que no conocía? Basándose en lo que había visto de la técnica de purificación, le hizo pensar que era una técnica de curación modificada, y se preguntó si se podría hacer con otro tipo de control además del Agua Control.

Aniak se acercó a Kuruk y sus amigos, sorteando a los admiradores, aceptando felicitaciones y sonrojándose ante los cumplidos. Ahora parecía tener unos quince años, más o menos la misma edad que tenía Aang. Sus ojos eran azules y penetrantes, afilados con inteligencia, pero también tenía una sonrisa gentil y acogedora.

—Kuruk —dijo, inclinando la cabeza respetuosamente hacia el Avatar—. Esta noche, un grupo de chicos de aquí van a hacer una hoguera en la playa. ¿Puedo ir?

—Planeamos irnos de este pueblo esta noche —dijo Kuruk, frotándose la barba. Miró al hombre de su derecha, que Aang reconoció con un sobresalto como el Señor del Fuego Sozin. O, quizás, sólo Sozin en este mundo—. Un asunto en la Nación del Fuego requiere nuestra atención. —Un enorme lobo que descansaba a sus pies, el guía animal de Kuruk, levantó la cabeza y gruñó en dirección a Kuruk. Aang tuvo la sensación de que el lobo odiaba a la Nación del Fuego, debido a su pesado pelaje.

Sozin agitó la mano, su armadura de placas lacadas le daba un aspecto regio a la luz del sol. Este Sozin no era un Señor del Fuego, sino un jefe militar de alguna región.

—¿Qué, te has vuelto tan estricto como el Avatar Kyoshi? Deja que se divierta. Y puedes poner mis enseñanzas en práctica y buscar posibles conexiones políticas y aliados entre tus amigos de aquí. Además, quedarse una noche más le dará al equipo Avatar algo de más tiempo juntos. Tenemos tan poco de eso estos días, con nosotros cinco en un solo lugar.

Aniak se inclinó ante Sozin al estilo de la Nación del Fuego, con el puño en la palma. —Gracias, Señor Sozin. —Sonrió y se despidió de todos los demás antes de partir con la gente que cada vez parecía más admiradores que amigos.

Cuando Aniak se marchó, Sud se volvió hacia Ta Min con una sonrisa traviesa.

—¿Qué fue lo que le enseñaste al chico, Ta Min?

Ella lo miró con la nariz en alto.

—Practicidad y humildad. Los cielos saben que el chico lo necesitaba, después de pasar tanto tiempo con ustedes, cabezotas engreídos. —Ante esas palabras, todos se rieron, incluso ella, pero después de que amainara su alegría, le dio un codazo a Kuruk en las costillas—. Entonces, Kuruk, ¿cuándo se lo vas a pedir?

El Avatar cambió el peso de un pie al otro ante su atención.

—No lo sé, puede que no se lo tome muy bien... también tendría que viajar conmigo por el mundo mientras cumplo con mis deberes de Avatar.

—No es que el chico no lo disfrute —dijo Sud, riéndose—. Y lo haces parecer tan difícil, todos sabemos que el Avatar Kyoshi hizo todo el trabajo por ti en su tiempo.

—De todas formas, en estos últimos seis años ha llegado a verte algo así como un padre —dijo Gyatso—. Más vale que lo hagas oficial. Creo que les hará bien a los dos.

Kuruk miró la calle, en la dirección que había tomado Aniak, con una sonrisa pensativa en su rostro.

—Sí, eso espero.

Verlos así, todos siendo amigos a pesar de sus diferentes circunstancias y relaciones entre ellos, hizo que Aang se preguntara sobre cuánto de esto podía ser realmente una coincidencia.

En mi mundo, Roku me enseñó que las amistades pueden trascender vidas —le dijo al joven monje—. ¿Pero esto significa que también trascienden mundos?

No tengo una respuesta para eso dijo el Aang más joven. ¿Pero no sería maravilloso si así fuera?


—¡No puedo creer que haya conseguido un sombrero tan bonito!, ¡y es aún más sorprendente que nadie más quiera llevarlo! Lo encontré en la bodega de carga.

—Es tan vistoso y feo —dijo Mai, desplomándose en las escaleras que llevan a la cubierta trasera.

Ty Lee frunció el ceño mientras se esforzaba por mantener el sombrero en su cabeza contra el fuerte viento del océano, pero su gesto amargo pasó rápidamente.

—Pero esto grita “¡eh, soy un sombrero de pirata!” Y creo que es muy elegante, —dijo. El sombrero era de color azul intenso, con un ala ancha y una pluma blanca y esponjosa—. Ahora sólo necesito una espada bonita y un loro iguana. Mai, ¿crees que importará mucho que no tenga una pata de palo?

Mai suspiró y enterró la cara en su mano.

Due la escuchó mientras pasaba por allí y se rascaba las escamas de pescado que le cubrían el estómago, como una armadura.

—Eh, no creo que nadie de nuestra tripulación tenga ninguna de esas cosas, y seguimos siendo piratas.

—Sabes, Due, ¡tienes un buen punto! ¡No necesito una pata de palo o un pájaro feo para ser un pirata!, ¡gracias!

—Seguro, Ty Lee —dijo, sonriendo ampliamente—. ¡Aunque no sé por qué quieres ser uno para empezar! Es una vida dura.

Cuando se marchó, Mai hizo girar una de sus dagas alrededor de su dedo por el mango.

—¿En todo caso, por qué quieres tanto ser un pirata?

—Simplemente me parece una experiencia divertida —dijo ella, apoyándose en la barandilla de la cubierta trasera—. Y es tan liberador, ¿sabes?, ¡cada día sería tan diferente!, ¡navegando hacia nuevos horizontes!

Mai se burló.

—Tienes razón. Ser sólo una princesa suena aburrido.

Ty Lee trepó a la barandilla y se balanceó sobre ella a pesar del vaivén del barco sobre las olas.

—Bueno, iba a hablar de cómo solía sentirme siempre atrapada en el papel de princesa hasta que conocí a Aang y a los demás, lo que me ayudó a aceptar mis responsabilidades y deberes para con mi pueblo. Pero no pareces estar interesada.

—Tienes razón.

—Y luego ibas a hablarme de cómo sigo huyendo de esa vida. Que estoy buscando aventuras de otras maneras para evitar el tema de mi futuro porque aunque he aceptado mi vida como princesa, todavía no sé nada de mis hermanas mayores y no tengo idea de cómo se supone que gobernaré algún día. Y tú ibas a darme un buen consejo al respecto o algo así, porque parece que tienes la cabeza en su sitio.

—Parece que lo tienes todo muy claro.

Ty Lee se sentó en la barandilla.

—¡No gracias a ti! Sabes, si vamos a ser amigos, deberías prestar atención a los problemas de los demás.

Mai la miró de reojo.

—¿Quién dice que vamos a ser amigos?, ¿qué sabes tú?

Ty Lee levantó las palmas de las manos.

—Nada, cielos. Hoy estás muy agresiva.

Mai relajó los hombros mientras suspiraba.

—Lo siento. Es que odio quedarme sentada y esperar a llegar al norte. Estoy... aburrida.

—Está bien —dijo Ty Lee, deslizándose para sentarse junto a ella en el escalón—. ¿Qué tal una agradable y terapéutica lectura de aura? Le hice una a Haru hace un rato.

—No creo en las auras —dijo ella, y su mueca le dijo a Ty Lee todo lo que necesitaba saber.

Pero insistió.

—Oh, vamos, podrías aprender algo nuevo.

—No.

—¿Por favor?

—Prefiero no hacerlo.

—¿Ni siquiera por el bien de nuestra recién florecida amistad?

—Nunca dije… ugh. Bien. Que sea rápido.

Ty Lee soltó un chillido y se giró para visualizar a Mai, concentrándose en las ondas que sentía brotar de la otra chica. Como esperaba, el aura de Mai era bastante monótona.

—Veo mucho gris —dijo—. Es... bastante lúgubre, si soy sincera. Hay mucha tristeza y depresión que nublan todo lo demás.

Mai se puso de pie.

—Bueno, eso fue fascinante —dijo con una voz que indicaba que pensaba todo menos eso—. Pero ya me voy.

—¿Pero quieres hablar de ello? —le preguntó Ty Lee, frunciendo el ceño—. Lo siento si eso desenterró algo…

Ella se cruzó de brazos.

—No soy de las que hablan de sus sentimientos.

—Puedo ver eso —dijo Ty Lee y continuó concentrándose en Mai, a pesar de que estaba de espaldas—. Pero debajo de eso, veo un índigo profundo. Por mucho que quieras fingir lo contrario, eres bastante profunda y sensible, ¿no? Incluso intuitiva.

—Sólo porque no quiera hablar de ellos no significa que no tenga sentimientos —le disparó a Ty Lee, fulminándola—. ¿Has terminado?

Ty Lee inclinó la cabeza. Las auras procedentes de Mai, los sentimientos, ondulaban y se agitaban en capas y formas que ella no había visto antes.

—Whoa, hay un montón de energía negra allí, también. Atrayendo todo, pero es capaz de transformarse. Es un color bastante implacable, pero no está mal. Casi nunca veo eso.

Mai puso los ojos en blanco.

—Siempre me visto de negro. No es de extrañar.

Ty Lee soltó un jadeó, ignorándola.

—¡Vaya, y debajo de todo eso hay un aura escarlata brillante! Significa pasión y un montón de otras emociones fuertes. Realmente entierras todo eso en lo más profundo, ¿eh? No eres un Maestro Fuego, ¿verdad? Eso definitivamente se ve como algo de un Maestro Fuego, ¡nunca hubiera esperado eso!

—Ty Lee, deberías parar... —Su mirada se oscureció y su voz bajó una octava.

Pero Ty Lee no lo hizo. Brotando de la explosión de rojo, como la sangre y el fuego, vio el dorado, una de las auras más raras.

—Increíble —dijo Ty Lee, poniéndose de pie con los ojos muy abiertos—. En tu interior, eres todo rojo y oro. Eres guía y protección, sabiduría y conocimiento interior...

—Te he dicho que pares —dijo Mai, cortándola. Parecía agitada, pero Ty Lee no sabía por qué. Se rodeó el cuerpo con los brazos, casi de forma protectora, y la miró con desprecio—. Déjame en paz, ¿sí?

Ty Lee le dedicó un gesto de pesar y volvió a sentarse.

—Lo siento —dijo, y sus palabras salieron a borbotones—. Simplemente me he dejado llevar y luego me emocioné y pensé que te agradaría, pero no volveré a hacerlo, ¡lo prometo!

Mai parecía estar a punto de decir algo más, pero se tragó las palabras y desapareció entre las sombras de la cubierta.

Cuando se fue, Ty Lee bajó la cabeza con un mohín y el viento levantó su sombrero por el ala y se lo llevó al mar.

—¡Oh, no!, ¡mi sombrero nuevo!


El islote emergía del océano justo frente a la costa de la Tribu Agua del Sur, sus corales formaban un anillo alrededor de una laguna central donde Aang vio a Kuruk y Aniak sentados juntos en la arena. Alrededor del borde del islote, el coral rebosaba con todo tipo de formas: corales cerebro naranja y otros con forma de ostras gigantes; abanicos púrpura y corales que parecían árboles bonsái. Se retorcían y enroscaban y crecían entre la plataforma rocosa, emergiendo del agua cuando las mareas bajaban y albergaba todo tipo de peces, erizos reptantes y anémonas que se balanceaban suavemente. Las arañas cangrejo y las serpientes anguilas se movían y se deslizaban por la playa. Unos caracoles, tan enormes que podrían albergar a un ser humano, marcaban el límite del islote, haciendo que pareciera una fortaleza marina natural con una temible barrera de pinchos, quizá un añadido que Kuruk había decidido incluir sólo por las apariencias. Con toda la vida y el color, Aang pensó que este lugar parecía más adecuado para las aguas tropicales que para las polares.

Esta es la pequeña isla privada de Kuruk —dijo su espíritu más joven—. Uno de sus lugares más preciados, destinado sólo a él y a su hijo para su entrenamiento.

De cerca, Aang observó con más atención a Aniak. A juzgar por su aspecto, habían pasado unos diez años; ahora era un hombre adulto, con el pelo suelto en leves rizos que le cubrían la mayor parte de la frente, el rostro bien afeitado y apuesto, con una sonrisa suave y despreocupada. Llevaba una túnica de color azul intenso, con ribetes decorados con conchas nacaradas, que no hacían más que realzar su atractivo. Tarareaba una melodía mientras tocaba un laúd pipa, con los dedos bailando a lo largo de las cuerdas, en una canción que le hizo recordar a las puestas de sol y las despedidas, nostálgicas y melancólicas.

Kuruk se limitó a sentarse a su lado y a escuchar, mirando sobre de la laguna, hacia el otro lado del islote. Parecía más viejo de lo que Aang había visto nunca, pero de una manera que parecía más satisfecho que cansado. Las arrugas se formaban en las esquinas de sus ojos y su pelo había empezado a volverse gris en las sienes, pero no le cabía duda de que Kuruk vivía una vida más plena y saludable que cuando destruía las esencias de los espíritus oscuros.

Aniak dejó de tocar su pipa y Aang se encontró deseando que continuara.

—Padre —dijo Aniak. Habló con un tono que auguraba una gran preocupación que había estado meditando durante un tiempo—. He estado pensando. No sé si debo partir contigo al Polo Norte mañana.

—¿Pero por qué? —preguntó Kuruk, frunciendo el ceño de una forma que hizo pensar a Aang que eso no lo había visto venir en absoluto—. Todo el clan estará allí. Es una celebración, lo pasarán muy bien.

El joven apoyó la pipa sobre su regazo y se quedó mirando la superficie de madera.

—Yo... no soy parte de tu clan del Perro Oso Polar. Sigo siendo del Lobo.

Kuruk dejó escapar un suspiro.

—Sigues con la perspectiva del lobo solitario, ¿eh? Pero no importa, hijo mío, eres parte de mi familia. Y mi primo Amutaq querrá vernos allí cuando se declare nuevo jefe del clan.

—Él querrá verte a ti, tal vez —dijo Aniak—. Pero no es mi lugar. Y está bien —añadió, recalcando sus palabras—. He estado pensando, y me he dado cuenta de que quiero hacer mi parte para devolver al clan del Lobo su antigua gloria. Eres mi padre, y nunca lo olvidaré, pero creo que es importante que lo haga.

—Bueno, primero necesitarás una chica. Y encontrarla por amor, no sólo por un propósito como ese.

—Eso no es suficiente —continuó Aniak. Colocó la pipa en la arena y se puso en pie—. Has estado tan ocupado luchando contra los espíritus que no te has dado cuenta de todos los clanes que se han declarado la guerra en el Polo Sur. Tienen tantos desacuerdos insignificantes, padre. Por la tierra. Por la comida. Asuntos espirituales e incluso mujeres... No lo entiendo. Los vuelve débiles, una gran ironía ya que la que creen que los hará más fuertes cuando, en cambio, se reducen hasta convertirse en un patético goteo en lugar de un río impetuoso.

Kuruk se inclinó hacia atrás, con el ceño fruncido.

—¿A dónde quieres llegar con esto?

—Quiero unirlos a todos —dijo Aniak, apretando el puño de espaldas a Kuruk—. Todos ellos bajo el estandarte del Lobo. Soy más fuerte que cualquiera de esos jefes. Más inteligente. Sé cómo funciona el mundo, conozco la fuerza de los hombres y las bestias y los espíritus. Y puedo usar eso. Puedo hacer que las Tribus Agua sean poderosas frente a cualquier enemigo, ante cualquier fuerza que nos mire con desprecio. —Miró a sus pies y su voz tembló por primera vez—. Ningún clan aniquilará a otro nunca más.

A pesar de carecer de cuerpo, Aang sintió escalofríos.

Lo sabía —dijo—. Él jamás lo olvidó, incluso después de todos estos años. —¿Cómo podría? Aniak le recordaba, aunque inquietantemente, a él mismo.

Kuruk se puso en pie, con la mandíbula abierta por la sorpresa.

—¿Otro clan le hizo eso a tu aldea? ¡Siempre pensé que había sido obra de los espíritus! Aniak, ¿por qué nunca me has contado esto?

—¿Qué diferencia hay? —preguntó Aniak—. Los espíritus hacen la guerra tanto como los hombres.

—Y es mi trabajo evitar que eso ocurra —dijo Kuruk, con la voz baja—. Siento no haberlo hecho tan bien como debería, pero intento estar a la altura de mis predecesores cada día. Tu método, tu idea de unir a todos los clanes... no será incruenta.

—Será tan sangriento como sea necesario.

—Te contradices —dijo Kuruk, con los ojos entrecerrados—. Desprecias a las personas por hacer la guerra pero buscas hacer lo mismo. Y no puedo quedarme de brazos cruzados mientras mi propio hijo hace eso.

—Mi causa es justa —dijo Aniak, con voz enérgica. Sus ojos se endurecieron, como el hielo, de una manera que le recordó a Katara. Su eventual descendiente, supuso Aang—. Por el bien de toda nuestra tribu. Sí, eres el Avatar, pero puedes ser imparcial y hacerte a un lado para permitirme tener éxito. Eso no debería ser difícil para ti, padre.

Kuruk apretó la mandíbula, que se crispó ante las palabras de Aniak. Se quedó en silenció por un largo momento pero acabó se apartando sus trenzas hacia atrás y dejó escapar una burla.

—Siempre he dicho que sólo tienes que encontrar a alguien bueno y sentar la cabeza.

Aniak se burló.

—¿Como lo que tú hiciste? Seamos sinceros, padre: nadie en este mundo es lo bastante digno para ninguno de los dos.

—Retira lo que has dicho. —La ira de Kuruk salió como el gruñido de un oso—. No te crie para que pensaras así.

—¿Oh?, ¿qué hay de todas tus conquistas? He oído las historias de Sud y Sozin sobre cómo eras antes de conocerme. Ninguna de esas mujeres significó nada para ti —dijo Aniak, apartándose cuando Kuruk no respondió—. No pretendo cumplir mi objetivo de revivir el clan del Lobo únicamente a través de la guerra, para que quede claro. Lo haré a través del comercio. Les mostraré mi poder. Mis conexiones. Y convenceré a quien sea necesario, como tú me enseñaste.

Con eso, salió del borde del islote y se alejó deslizándose sobre la superficie del mar.

Algo se rompió entre ellos ese día —dijo el yo más joven de Aang. Tenía un aspecto casi lúgubre—. En los años siguientes, Aniak se dedicó a reunir a algunos clanes diferentes y a formar alianzas con un montón de jefes. Y no lo hizo mediante la guerra, tal y como quería Kuruk.

Pero eso no duró para siempre —finalizó Aang. Su impresión inicial de Aniak se había deshecho, revelando al verdadero hombre que había bajo las carismáticas sonrisas—. Al final se convirtió en el primer Emperador del Agua.


Desde su salida de la Bahía de Slim, Jet había estado cociéndose bajo cubierta en el camarote que compartían todos sus Libertadores. Ty Lee se aventuró allí, más tarde en el día, preocupada porque no estaba recibiendo suficiente aire fresco. Pero no creía que eso fuera bueno para él, tanto si evitaba a los Maestros Agua como si no, así que llamó a la puerta del camarote. Miró el pasillo de lado a lado, sosteniendo su lámpara de aceite de ballena para proyectar su luz lo más lejos posible.

—Hey, ¿Jet?, ¿estás ahí? Hay una bandada de delfines voladores nadando junto a nuestro barco, ¡tienes que ver esto!

Abrió la puerta de un tirón, se asomó a ella y la hizo entrar con un gesto apresurado. Tenía otra lámpara de aceite encendida como única fuente de luz en la habitación y la docena de hamacas que colgaban por la habitación proyectaban extrañas sombras. Jet había estado sentado aquí solo, al parecer: era el único de su banda que no había salido de la cabina.

—No quiero que ninguno de los Maestros Agua nos escuche —dijo en un susurro ronco.

Ty Lee frunció el ceño y habló en su volumen normal. Intentó no taparse la nariz: esto olía a niños sudorosos.

—¿Pero por qué? Entiendo que los otros Maestros Agua son los malos, pero estos Maestros Pantano son súper amables.

Frunció el ceño hacia ella por hablar tan alto.

—Obviamente sólo están tratando de hacer que bajes la guardia. Tengo a Smellerbee y Longshot asegurándose de que realmente estamos viajando al Polo Norte, como dicen, y no a alguna trampa.

—Creo que sólo estás siendo paranoico —le dijo ella—. Sólo sube a cubierta. Tal vez puedas hablar con uno de ellos. Verás que no son todos malos.

—Me voy a quedar aquí —dijo él, cruzando los brazos. Señaló las jarras de agua que había debajo de las hamacas—. Tengo que asegurarme de que ninguno de ellos se cuele para envenenar nuestro suministro de agua o intente robar nuestras armas o algo así. Llámame paranoico o lo que quieras, pero no voy a correr ningún riesgo. Si quieres simpatizar con las Tribus Agua, que sepas que no vas a obtener ningún respeto de mi parte.

—Si te han hecho daño, ¿quieres hablar de ello? —preguntó ella, juntando las manos—. Tal vez eso ayude.

Jet resopló.

—¿Contigo? Ni siquiera te conozco. Podrías ser una espía, ni siquiera me importa que seas amiga de Aang y los demás.

Puso las manos en las caderas, frunciendo el ceño.

—¡No soy una espía! —Se apretó el puente de la nariz y respiró profundamente—. Escucha, si no quieres contarme tu historia, ¿qué tal si te hago una lectura del aura?

Él levantó una ceja.

—¿Qué es eso?

—Se trata de los colores que desprendes y que me dicen cosas sobre tu personalidad —dijo ella, moviendo las manos como si abarcara una nube alrededor de su cuerpo—. Lo único que tienes que hacer es quedarte ahí.

Jet se puso una mano en la cadera y liberó la tensión de sus hombros.

—Muy bien, me ha picado la curiosidad. Adelante.

—De acuerdo —dijo ella, haciendo un marco con sus manos y mirando a través de él. Su aura era muy fuerte, y en la habitación poco iluminada resultaba vibrante, casi cegadora—. Vaya, tu aura tiene una tonelada de rojo, amarillo y naranja, es tan brillante, ¡es como mirar al sol! Eres apasionado y fuerte, mucha gente se siente atraída por ti y por tu creatividad y confianza. Es el aura de un líder natural.

Se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa de satisfacción.

—Bueno, tiene sentido.

El naranja de su aura resultaba turbio y el amarillo era casi enfermizo. La verdad es que esa combinación de colores daba lugar a un líder estridente, algo que la inquietaba un poco en alguien como él. Y vio algo más debajo de eso que sumaba su efecto cegador.

—En el fondo hay algo de blanco brillante. Eres alguien que busca la pureza y la verdad, el discernimiento, quizá incluso la tradición. Tiendes a ser santurrón y puedes rechazar los puntos de vista contrarios. Ese es un color raro.

—¿Haciendo lecturas del aura otra vez? —La voz de Mai llegó desde la puerta y ambos se volvieron para mirarla.

—No sé —dijo Jet—. ¿Crees en estas cosas? Parece que podría ser útil.

—La verdad es que no —dijo ella—. Ty Lee, ¿puedo hablar contigo?

Ty Lee infló sus mejillas y expulsó el aire.

—Nadie me lo pide nunca, pero estoy acostumbrada. —Se encogió de hombros y siguió a Mai por la puerta y el pasillo—. ¿De qué querías hablar, Mai?

—Quería decirte que yo también puedo leer auras —dijo, sin mirarla—. Y me di cuenta de que eres una persona bondadosa que sólo busca la manera de encajar y ayudarnos. Estás tratando de hacer amigos aquí, y aunque eso me desconcertó al principio, me di cuenta de que tienes buenas intenciones. Y te necesitamos.

Ty Lee sonrió y rodeó a la otra chica, por los hombros, en un abrazo.

—¡Gracias, Mai! Es increíble, ¡no tenía ni idea de que también pudieras leer las auras!

Mai se puso rígida y se limitó a levantar los brazos en lugar de devolverle el abrazo.

—Aunque no soy de las que abrazan. Y en realidad no puedo leer las auras, boba.

—Oh —dijo Ty Lee, retirándose y sonriendo tímidamente. Pero vio que las comisuras de la boca de Mai se elevaban un poco y eso la hizo sentirse aliviada—. Y tengo que disculparme... No debería haber seguido leyendo tu aura cuando no querías que lo hiciera. Sé que eso es muy personal y lo siento.

—Te lo agradezco —dijo ella y, por primera vez, Ty Lee pensó que tal vez Mai no era siempre tan intimidante—. Creo que tal vez podamos ser amigas de verdad.

Tal vez, pensó Ty Lee, este viaje y su misión no tendrían que ser tan lúgubres después de todo. Como dijo Iroh, ella sólo tenía que evitar que perdieran el rumbo. Ella sería la encargada de iluminar el camino correcto, donde quiera que los llevara.


Bajo un cielo nocturno iluminado por la luna y las estrellas, Kuruk surcaba el océano en una canoa, con el rostro decidido mirando hacia las torres de caracolas que tenía por delante. Cuando llegó a su islote, se bajó de la canoa y Aang pudo verle bien y descubrió cuando tiempo había pasado desde el último recuerdo. Ahora, el rostro de Kuruk estaba surcado por la edad, su cabello trenzado y su barba completamente gris. Con su rostro severo y su repentina edad, estaba casi irreconocible.

Nunca lo había visto tan viejo —dijo Aang.

—dijo su yo más joven—. Es un poco raro, ¿verdad? Nunca se veía así cuando te visitaba.

Se preguntó si era su propia percepción de Kuruk la que afectaba a la apariencia del espíritu, pero no tuvo tiempo de seguir esa línea de pensamiento: Kuruk avanzó por la arena y se detuvo cuando encontró a Aniak cantándole a un pájaro crestado, tenía el cuello de un cisne y largas plumas en la cola. Era difícil identificar sus colores por la falta de luz, pero Aang creyó que podría ser carmesí. Sabía que no era un ave marina común. El pájaro cantaba junto a Aniak en armonía, trinando con deleite cuando él rozaba su plumosa cresta con los dedos. Aang se preguntó si aquel pájaro sería su querida mascota o su guía animal.

Kuruk los observó cantar a dúo durante un momento y sólo habló cuando Aniak dejó de hacerlo.

—Hace mucho tiempo que no te oigo cantar —dijo Kuruk—. Incluso después de todos estos años, no has perdido el talento.

Aang pensó que Aniak seguía teniendo todo el buen aspecto de su juventud; en todo caso, se había vuelto aún más atractivo con su mandíbula cincelada y una barba pulcramente recortada.

—Gracias —respondió, y tras una pausa añadió—: padre.

—Gracias por sacar tiempo entre tus ocupadas conquistas para reunirte conmigo —dijo Kuruk—. Jefe Aniak. ¿O es ahora Seiryu, el dragón del mar?, ¿no es así como te llaman los jefes, tus subordinados?

—Como gustes —dijo Aniak, acariciando al pájaro cuando saltó a su hombro. Se acicaló bajo su contacto—. Aunque te haré saber que los jefes de clan se han inclinado ante mí, en su mayoría, por voluntad propia, sin la amenaza de violencia.

—Eso he oído —dijo Kuruk—. Aunque también soy consciente de que es porque creen que les ayudará a avasallar a sus enemigos.

—He oído que has estado ocupado con los señores de la guerra de la Nación del Fuego —dijo Aniak como réplica.

Kuruk frunció el ceño.

—Y yo he oído que has estado trasteando en el Mundo de los Espíritus.

Aniak le sonrió al pájaro cantor.

—He estado meditando allí, en ocasiones —dijo—. Suelo hacerlo, como guía espiritual del Avatar, ¿recuerdas? Y allí es donde conseguí esta encantadora compañera.

—¿Eso es... un espíritu?

—¿No puedes sentirlo? Este magnífico pájaro es Suza, un espíritu antiguo. Quizá lo conozcas por el nombre de “Cometa de Suza”, un acontecimiento único en la vida. —Le cantó al pájaro y Aang lo miró con incredulidad: ese pájaro, ese espíritu, ¿era el ser que había permitido todos sus males en su mundo? No tenía ni idea de que un espíritu había estado detrás de aquel acontecimiento celestial, que había tenido otro nombre antes de que el Señor del Fuego Sozin lo reclamara—. Tras muchos encuentros en el Mundo de los Espíritus y canciones que cantamos juntos, finalmente convencí a Suza para que viniera a presenciar todas las maravillas de nuestro mundo —continuó—. Y como Tui y La, el océano y la luna, el gran fénix eligió tomar una forma mortal.

Kuruk apretó los puños.

—¡No puedes influir en los espíritus para que vengan a nuestro mundo de esa manera! Si adoptan una forma mortal, pueden correr peligro.

Aniak levantó al pájaro con cuidado y lo colocó en el suelo, cerca del borde de una piscina de mareas. Suza se apartó de un salto cuando el agua llegó al estanque y entonó una cancioncilla cuando el agua retrocedió, picoteando una estrella de mar. Aang no tenía ni idea de cómo un pájaro tan bonito podía ser el presagio de algo tan devastador.

—Esa es exactamente la cuestión, padre —dijo Aniak. Tanto Aang como Kuruk sacudieron la cabeza al oír esas palabras y ambos gritaron al mismo tiempo, pero fue demasiado tarde para que Aniak estirara la mano y empalara al pájaro con un pico de hielo. El pájaro chilló y agitó las alas, pero la sangre oscura cubrió el hielo y, tras sus últimos espasmos, quedó inmóvil. Aang quería ayudar, pero sólo era un observador. No podía hacer nada por él.

—Aniak, ¿qué has hecho? —preguntó Kuruk, con los ojos muy abiertos por el horror. Había sucedido tan rápido, tan bruscamente, que ni siquiera Kuruk parecía saber cómo reaccionar.

—¿No estás orgulloso, padre? —preguntó Aniak, mirándolo fijamente con una sonrisa y una mirada tan superficiales que atormentaron a Aang, haciéndole recordar al niño que Aniak solía ser, al que acababa de presenciar la destrucción de su clan—. He matado a mi primer espíritu, como tú.

—¡Sólo he destruido espíritus sin equilibrio! Y dejé de hacerlo una vez que te conocí y aprendí esa técnica de Espíritu Control, ¡lo sabes!

—Sí, lo sé —dijo—. Pero incluso en tu vejez y tu debilidad, todavía hay mucho que no sabes sobre los espíritus. Luz, oscuridad, equilibrio... no hay diferencia. Todos pueden ser superados. Subyugados para hacer el mundo como yo quiero que sea. ¿Sabías que el Cometa de Suza potenciaba a los Maestros Fuego más allá de lo imaginable, haciendo que nadie pudiera hacerles frente? Yo no podía permitirlo, de ninguna manera. Las Tribus Agua no necesitan de eso.

Kuruk extendió el brazo, con la cara crispada por la ira.

—¿Qué clase de legado quieres dejar a tu clan del Lobo?, ¿es esto?, ¿quieres imponer con tu poder sobre otros humanos e incluso espíritus?

—Si eso es lo que hace falta —dijo Aniak, la alegría desapareciendo de su rostro—. Nuestro pueblo será el más fuerte. Debemos ser los más fuertes. Los océanos cubren la mayor parte del mundo, ¿no es así? Es lo que la naturaleza dispone.

Kuruk se quedó quieto, como una piedra.

—No me obligues a detenerte, hijo mío.

—¿Detenerme? —preguntó Aniak, poniéndose en posición de Agua Control—. Ni siquiera me retrasarás.

Aniak atacó primero. El oleaje se precipitó hacia Kuruk, pero el Avatar se apartó y agarró el agua para redirigir el ataque hacia Aniak, quien juntó las manos en forma de punta y desvió la mayor parte de su fuerza. Kuruk siguió su contrataque, haciendo rodar la arena bajo los pies de Aniak, pero el océano se arremolinó y llevó a Aniak por encima del ataque y lo arrastró mar adentro. Cabalgó sobre las olas y rodeó a su padre, golpeándolo desde múltiples ángulos, pero se enfrentaba a un Avatar completamente realizado. En respuesta, Kuruk se limitó a girar sus brazos y a expulsar a Aniak con una cúpula de viento, siguió el asalto, impulsándose en el aire con una columna de piedra y cayendo con fuerza sobre su hijo, con ráfagas de fuego de sus nudillos.

El agua debajo de Aniak se elevó para recibir el impacto, absorbiendo las llamas. Utilizó el vapor resultante en su beneficio y ocultó su andanada de cuchillos helados, que Kuruk apartó de un puñetazo mientras descendía hacia la arena. Cayó en un cráter de la playa e hizo girar la arena a su alrededor, retorciéndola en forma de cuerdas que alcanzaron a Aniak, pero el joven Maestro Agua arrastró una ola hacia el cráter y obligó a Kuruk a saltar por encima de ella en un espiral de viento. Múltiples látigos de agua golpearon a Kuruk, pero éste los convertía en vapor con contraataques ardientes. En respuesta, Aniak condensaba el vapor y lo salpicaba sobre Kuruk, quemándolo y haciéndolo gruñir de dolor.

Agua calmante cubrió los brazos de Kuruk y empezó a brillar para curar las quemaduras mientras luchaba, pero Aniak hizo algo con las manos y unos finos chorros de agua surgieron a ambos lados de Kuruk. Por un momento, Aang pensó que Aniak estaba tratando de hacer Espíritu Control, e incluso Kuruk parecía confundido.

—Estás alterando mi chi —se dio cuenta Kuruk con un gruñido ronco—. Buen truco.

—Hoy no habrá curación para ti —dijo Aniak—. Lo siento, padre.

A pesar de las quemaduras de Kuruk, la batalla continuó entre la espuma de mar y la arena. El talento de Aniak no era exagerado: se enfrentaba sin problemas al Avatar y los dos se movían como el empujar y tirar de las olas. Mientras se libraba la batalla, oscuras nubes de tormenta empezaron a nublar las estrellas y, en la distancia, el mar se agitaba. Cuando un trueno retumbó, Kuruk se apartó de la batalla y se tomó un momento para mirar la tormenta que se estaba formando.

—¿De dónde viene esto? —se preguntó.

—Sólo demuestras mi punto —dijo Aniak, extendiendo sus brazos en la punta de un chorro de agua sobre el océano—. A pesar de ser un supuesto cazador de espíritus oscuros, eres muy ignorante de sus formas. ¿Acaso sabes lo que son? Los espíritus en nuestro mundo pierden el equilibrio como resultado de su entorno. La irreverencia humana, la negligencia, la destrucción o los ataques de los humanos contra otros espíritus, todo ello hace que la oscuridad en su interior crezca hasta vencerlos. Los espíritus pacíficos del bosque o de los mares se convierten en espíritus de la desgracia. Tormentas, terremotos, erupciones volcánicas, plagas, lo que sea. Y ese tipo de destrucción tan energética allana el camino para un nuevo comienzo.

—¿Ese era tu plan? —rugió Kuruk por encima del sonido de las olas, que invocó para formar un enorme muro de hielo—. ¿Destruir a Suza y convocar a todos estos espíritus oscuros para hacer una tormenta?, ¿con qué propósito?

Formas oscuras con ojos amarillos brillantes surgieron de las profundidades del mar, flotando justo debajo de la superficie, como medusas gigantes. Aniak sonrió al verlas.

—Nunca supiste por qué te enfrentabas a tantos espíritus desequilibrados a lo largo de tu vida, ¿verdad? Los espíritus de la oscuridad y de la luz son antítesis del otro; el caos y el orden, la destrucción y la vida, la creatividad y el estancamiento... ¿y quién hizo un trabajo tan bueno para poner orden en el tumultuoso mundo de la era pasada que ahora las leyes y las normas rigen la tierra?

Kuruk se detuvo, paralizado en la cima de su muro de hielo. Ahora se alzaba sobre Aniak.

—Avatar Kyoshi —dijo, su voz baja.

—En ese entorno, los espíritus de luz desequilibrados prosperaban —continuó Aniak—. Tanto que, hasta que les pusiste un alto, se reunían en las ciudades, o donde fuera que pudieran encontrar humanos en grandes cantidades, para alimentarse de la oscuridad que existe en todos nuestros corazones. Y para preservar el equilibrio, otros espíritus compensaron toda la luz que había, cayendo en la otra polaridad, la oscuridad. Y así las acciones de tu encarnación pasada casi acabaron contigo prematuramente, porque dedicaste tu vida a acabar con ellos. Durante todo ese tiempo, los espíritus de la luz y la oscuridad han luchado entre sí en su intento de mantener el equilibrio y establecerlo de nuevo. Como Tui y La, en su eterna danza.

Kuruk entrecerró los ojos mientras un rayo iluminaba sus facciones.

—Pero yo deshice todo eso. Destruí a muchos, pero devolví el equilibrio a muchos más en las décadas posteriores.

—No a todos —dijo Aniak, incorporándose en la cima de una ola. Se dejó llevar por ella y se alejó de Kuruk—. Nunca lo conseguirás por completo, mientras existan la oscuridad y la luz.

—Bueno, me alegro de que nunca hayas dejado de ser mi guía espiritual —dijo Kuruk con un matiz de sarcasmo. Unió sus manos por la punta de sus dedos—. Me duele hacer esto, pero... no me dejas otra opción.

Sus ojos parpadearon una vez, brevemente, y junto con ello relampaguearon los rayos del cielo y los vientos se arremolinaron a su alrededor. El océano se alargó hacia él, en una caricia, hasta la cima de su muro de hielo y todo el islote se estremeció. La lluvia comenzó a caer en copiosas cantidades, el tipo de lluvia que hacía que Aang sintiera a veces que podía ahogarse en ella. Y a través de todo ello, en lo profundo de la laguna, Aang vio a Aniak esbozar una sonrisa tan ancha que le hizo dudar de que alguien pudiera haberlo considerado, alguna vez, un hombre guapo.

—Y qué elección es esa, padre —dijo Aniak, con el rostro iluminado con un deleite infantil—. Porque, ¿qué es el Estado Avatar sino el más grande espíritu de luz de todos?

Las formas oscuras salieron disparadas del agua y se aferraron a los brazos y las piernas de Kuruk, arrastrándolo hacia el mar, pero él se liberó y las inmoló con un torrente de llamas. Derritió el hielo y les dio nuevas formas y se protegió con escarcha y arena, pero más espíritus oscuros se arrastraron por el hielo y blandieron su enormes puños como poderosas cachiporras. No se parecían a ninguna criatura del mar que Aang hubiera visto porras: monstruos horripilantes de las profundidades del océano transformados en algo aún peor como resultado de la muerte de un antiguo espíritu. Criaturas con dientes afilados y tentáculos y fauces dentadas y aguijones con púas cubrían el islote, que una vez fue un lugar pacífico, quizás incluso espiritual, ahora en ruinas por las maquinaciones de Aniak.

Atraídos por la luz dentro de Kuruk, los espíritus ignoraron a Aniak mientras se alejaba, mirando fijamente a Kuruk y observando desde la distancia para asegurarse de su muerte. A través de la horda de espíritus oscuros que le asediaban, Aang vio el rostro de Kuruk fijo en Aniak, incluso cuando éste se alejaba por la laguna, con la angustia de un padre que ha perdido a un hijo. Cuando la masa oscura y púrpura lo cubrió por completo, Aang vio brevemente cómo la luz dorada de su técnica de Espíritu Control intentaba devolverle el equilibrio a todos los espíritus que lo rodeaban, pero la luz se apagó justo cuando todo el islote volvió a temblar y comenzó a hundirse bajo un maremoto.

Bajo toda la devastación, Aang escuchó el gemido de una voz en el Estado Avatar, el lamento de todas sus vidas pasadas. Si Kuruk tenía palabras finales, Aang no podía oírlas.

Aniak luchó por mantener el equilibrio entre la furiosa tormenta y las abrumadoras corrientes, pero antes de perderse en el mar, una enorme forma emergió del océano: una serpiente cuyo tamaño rivalizaba con el del unagi, o el monstruo del Paso de la Serpiente. Lo llevó a un lugar seguro, pero antes de que Aniak partiera, Aang vio cómo su rostro se descomponía, para después adoptar la misma expresión de sombría determinación que Aang vio en Kuruk cuando llegó al islote para enfrentarse a Aniak.

Las formas oscuras arrastraron a Kuruk a las profundidades del mar y, a pesar de todo su poder y rabia, lo vencieron y el océano se calmó, su vida se extinguió. Pero justo cuando Aang estaba a punto de darse la vuelta, una luz brilló desde las profundidades y traspasó la superficie en un pilar de poder espiritual; la última resistencia de Kuruk contra los espíritus oscuros. Su energía corrupta subió a la superficie y luego se desvaneció en un pulso de luz blanca que dejó a Aang tambaleándose, protegiéndose los ojos cuando todo el cielo se iluminó.

¿Qué fue eso? —preguntó, asombrado por el despliegue de poder. Se apagó tan repentinamente como llegó, llevándose a todos los espíritus con él.

Utilizó todo lo que le quedaba para desterrarlos a todos al Mundo de los Espíritus. Bastante sorprendente, ¿no?

No lo entiendo —dijo Aang después de un momento, flotando sobre el mar, junto a su yo más joven, que se calmaba lentamente. Casi esperaba que Kuruk surgiera de las profundidades del océano, pero no ocurrió nada—. ¿Qué quería Aniak, después de todo eso?, ¿quería controlar a los espíritus?, ¿volver oscuros a tantos de ellos que alterara el equilibrio?

Kuruk no creía que quisiera eso —dijo su yo más joven—. Todo eso no era más que un medio para conseguir un fin, eran herramientas para que su clan y su futuro imperio fueran más fuertes que ningún otro. Después de la muerte de Kuruk, Aniak hizo todo lo posible para localizarnos. Fue a acabar con nuestra gente una vez que la Luna de Seiryu llegó, al igual que en tu mundo. Él sólo... creía estar por encima de todos. Por encima de las leyes mortales y de las leyes espirituales. Me pregunto si Aniak realmente amaba a su padre, en el fondo.

Aang no tenía una respuesta para eso. Pensó en Sangmu y se preguntó si Aniak la había confundido con el próximo Avatar cuando la encontró por primera vez. Ahora sabía qué clase de monstruo era Aniak, no tendría piedad con un niño.

Al igual que Roku, Kuruk quiere que le ayude a arreglar sus errores, ¿verdad?

El joven monje asintió, ofreciéndole una sonrisa que escondía un siglo de culpa que Aang conocía bien.

Sí. Y haré lo que pueda para ayudar.


Cuando Aang volvió a despertarse, descubrió que Zuko y Sokka lo habían subido a la silla de montar, y ambos estaban inclinados sobre él para ver si estaba bien, Sabi estaba sobre su pecho y Momo rebotaba sobre su cabeza. Parecía que no había pasado casi nada de tiempo en todo el tiempo que Aang estuvo inconsciente y, cuando miró por encima de la silla de montar, pudo ver el islote sumergido de Kuruk debajo de ellos, su morada final.

Hizo caso omiso de su preocupación y dejó que Zuko tomara las riendas mientras reflexionaba sobre todo lo que había aprendido de la vida de Kuruk. Al igual que él, Aang desconocía la naturaleza de los espíritus. Quizá también eso explicara por qué no existía nada parecido a la Luna de Seiryu en su mundo; supuso que podría haber ocurrido algo similar en algún momento de la historia de su mundo. Volvió a repasar las memorias de Gyatso en busca de alguna mención a la Luna de Seiryu o a Aniak, pero su anotación sobre Kuruk yendo a matar a su hijo era una de las últimas. Se preguntó si Kuruk había tenido realmente la intención de hacerlo la noche en que viajó a su islote para enfrentarse a Aniak, o si Gyatso lo había asumido tras enterarse de los acontecido esa noche.

Pero, sobre todo, no pudo evitar pensar en lo vacía que se sentía la silla de Appa sin Toph, Katara y Azula para ayudar a llenarla.


—¿Por qué vamos a buscar la ayuda del Rey Bumi y del Rey Kuei? —preguntó Xai Bau en la víspera de que el trío llegara de nuevo a Ba Sing Se. Su pregunta, aparentemente inocua, surgió de la nada y, aunque Kanna pensó que la respuesta era obvia, se esforzó por concebir qué respuesta podría haber estado buscando en su lugar.

—Creía que habíamos acordado reunir a nuestros aliados entre los Lotos Blancos —dijo Iroh, frenando su rinoceronte de Komodo a un paso lento. Ozai les había prestado las bestias, y aunque Kanna sabía que Iroh estaba reacio a separarse de su hijo de nuevo, los tres habían acordado que lo mejor sería unir a todos sus aliados—. Y Bumi es considerado parte de ellos incluso en este mundo, ¿no es así? Uno de los maestros.

—Así es —dijo Kanna, frenando su propio rinoceronte de Komodo para poder a mirar a Xai Bau—. Piandao también está en Ba Sing Se. Es un comienzo tan bueno como cualquier otro. —El sol había comenzado a ponerse tras la tierra endurecida, iluminándolos con rayos suaves de luz dorada. Tenían la intención de viajar hacia el norte, alcanzar el río que se extendía desde la ciudad hasta el océano y utilizarlo para guiarse de vuelta a la ciudad. Habían estado viajado a lo largo del borde de un bosque situado al oeste mientras se aventuraban hacia el norte desde la Bahía Camaleón.

—Pero son reyes —dijo Xai Bau—. Y eso significa que sus intereses entran en conflicto con los nuestros.

Kanna detuvo por completo su montura y los otros dos la imitaron.

—¿Qué?

—Nuestra sociedad está dedica a formar un mundo sin fronteras —continuó el Guerrero del Sol—. Y los reyes se deleitan con sus fronteras, expandiéndolas más allá de sus territorios vecinos y conquistando a quien les plazca.

—No —dijo Iroh, con el rostro fruncido—. Nuestra sociedad trasciende las fronteras, no las desestima. Perseguimos el conocimiento y el equilibrio, libres de divisiones territoriales y políticas. Pero no buscamos eliminarlas.

—Entiendo la diferencia —dijo Xai Bau, asintiendo a Iroh—. ¿Pero no se dan cuenta de las ventajas de un mundo sin naciones ni líderes? Ya no tendríamos que jugar con los caprichos de los líderes que libran guerras sin el consentimiento de su pueblo. Ustedes dos, más que ningún otro, deberían entenderlo: unidos en un objetivo común a pesar de que ambos son de naciones que instigaron guerras en dos mundos distintos.

Kanna entrecerró los ojos: hacía tiempo que conocía su desprecio por los líderes que hacían la guerra, incluso cuando formaba parte de la corte de Hakoda.

—Un mundo sin fronteras, ¿eh? —preguntó ella—. ¿Dónde acabará eso? Como todos hemos aprendido en tiempos recientes, las fronteras son una parte natural del orden de las cosas. La frontera entre este mundo y el Mundo de los Espíritus. La frontera entre nuestro mundo y todos los demás. Ya viste lo que pasó en Ba Sing Se cuando esa frontera comenzó a desmoronarse. Sería un caos.

—No —dijo Xai Bau, mirándola de frente con una mano sobre su pecho desnudo—. Seríamos libres. No me sorprende que hayas entendido tan pronto a dónde quería llegar, Kanna. Piensa en todas las posibilidades: todo el conocimiento que podría obtenerse de otros mundos, toda la gente que podría reunirse con sus seres queridos que se han ido en un mundo pero están vivos en otro. Como la gente en tu situación, Iroh.

—El mundo se expandiría a un ritmo alarmante —dijo Iroh, bajando los ojos y negando con la cabeza—. Suena bien, en teoría, pero si todos los mundos se fusionan se desmoronarían.

—Tú no lo hiciste —dijo Xai Bau a Iroh—. Contra todo pronóstico, te fusionaste total y completamente contigo mismo desde otro mundo, y no parece haber ninguna consecuencia. ¿Y si hay otros así? Hasta ahora, sólo conocemos la situación de aquellos con una conexión con el Avatar, cuyos destinos están entrelazados con el suyo, que se han conectado con sus contrapartes vivas de otros mundos. Pero nuestros mundos son vastos. ¿Y si la gente se une con los de cualquier otro mundo?, ¿y si encontramos una manera de permitir que los mundos sigan fusionándose sin que se pierdan todos?

—No —dijo Kanna, con voz áspera. Con cada palabra, Xai Bau hablaba con más vehemencia y eso la preocupaba—. Ese no es el orden natural de las cosas. El Avatar dijo que incluso la fusión de dos mundos nos llevaría a la ruina a todos, incluyendo al Mundo de los Espíritus. No podemos permitir que eso ocurra. Él selló la conexión entre este mundo y el Mundo de los Espíritus justamente para prevenir esa calamidad.

Por primera vez desde que lo conoció hace ocho años, el rostro de Xai Bau se torció de ira.

—¡Y lo maldigo por eso! Entonces, ¿qué?, ¿sólo quieres que nuestra noble y antigua sociedad actúe como guardaespaldas y matones glorificados para Avatar? ¡Nada cambiará! La guerra entre las naciones sólo volverá a empezar en menos de un siglo, ¡estoy seguro!

Iroh habló y Kanna pudo sentir la gravedad de sus palabras, aunque no iban dirigidas a ella. —Como dijo Lady Kanna, no podemos permitir que eso ocurra. Si tomas ese camino, no tendremos más remedio que enfrentarnos a ti.

Xai Bau cerró los ojos y respiró profundamente. Cuando los abrió, fijó su mirada en Iroh y el fuego azul ardió en su palma izquierda, mientras que el fuego blanco aparecía en la derecha.

—Veo el camino ante mí y no perderé el rumbo. —Lanzó el fuego azul hacia Kanna y el blanco hacia Iroh, que contraatacó saltando de su rinoceronte Komodo en un estallido de llamas naranjas. Kanna se bajó de la silla de montar y sacó una escasa cantidad de agua de su odre, aunque no le serviría de mucho en una batalla contra un Maestro Fuego, y la azotó contra Xai Bau.

Su rinoceronte de Komodo chilló de miedo cuando el ataque de Iroh pasó por encima de su cabeza, pero cuando el fuego se disipó Xai Bau había desaparecido.

—Huyó hacia el bosque —observó Kanna, buscando entre los árboles alguna señal de él.

—Déjalo ir —dijo Iroh, con voz grave—. Me preocupa lo que pueda intentar, pero debemos encontrar a nuestros aliados y asegurarnos de que estamos unidos. Parece que, por primera vez desde su creación, hay una grieta en la Orden del Loto Blanco.

Chapter 49: La Gruta de la Canción de los Espíritus

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Libro 3: Agua

Capítulo 6: La Gruta de la Canción de los Espíritus

El gruñido de los motores del dirigible interrumpió la tranquila y brumosa mañana, y de repente el pacífico barranco estalló en caos.

Vio el templo a la vista mientras ascendía y comenzó el bombardeo. La fuerza del ataque amenazó con hacerla caer desde la parte inferior del acantilado. El viento le azotó el pelo y, a su espalda, vio a Mai y a Ty Lee, preparadas para luchar junto a ella. Mai tenía un semblante sombrío.

Unas rejas metálicas cerraron el templo. Zuko salió de detrás de los pilares y saltó a través del abismo y, por un momento, creyó que se caería, pero logró alcanzar el dirigible, luchando por mantener el equilibrio. Ella sintió un escalofrío de satisfacción y comenzó su propio asalto, atacándolo con una patada giratoria de fuego azul.

Él lo recibió de frente.

El bisonte pasó volando por encima y dejó caer al campesino de la espada y a otra que ella recordaba como su prisionera favorita, y el Avatar continuó su huida pero los seis combatientes se enzarzaron en lo alto del dirigible. Mai dijo algo pero se enfrentó a Zuko a pesar de todo.

Habló con Zuko y las palabras sonaron lejanas y sus dedos crepitaron con poder y giró las manos alrededor de la otra para concentrarlo antes de dispararlo hacia su hermano, sabiendo bien lo que sucedería, pero quería ver, quería saber qué técnica había aprendido del tío Iroh. Y él lo atrapó en sus manos tal y como había predicho, tal y como padre había dicho, pero en lugar de devolverlo sus ojos se fijaron en Mai, que estaba entre ellos y apuntó el rayo al cielo, tal y como había predicho.

El Avatar, en su bisonte, contuvo el ataque de los Maestros Fuego y volvió a sobrevolar la zona para recoger al campesino y a la prisionera, pero Zuko no se fue. Colisionó con él y el fuego azul se arremolinó alrededor de su puño y las llamas rojas ardieron en lo de él y, cuando chocaron, ambos salieron despedidos hacia atrás por la fuerza, cayendo a toda velocidad de los lados opuestos del dirigible.

Ella cayó, dando tumbos mientras el fuerte viento azotaba y tanto ella como Zuko desaparecieron en la niebla de las profundidades del barranco y, por un momento se preguntó si esta sería la última vez que vería a su hermano con vida, hasta que el bisonte se zambulló en el aire y lo atrapó.

Unos chorros de llamas azules detuvieron su caída y el impulso la llevó hasta el costado del barranco, donde utilizó su corona, tan fuerte como un cuchillo, para clavarlo en la piedra donde, por fin, detuvo su caída.

El bisonte escapó con el Avatar y su hermano, pero ella sonrió al saber que volverían a luchar. Después de todo, no les quedaba mucho tiempo.


Una tormenta de nieve se desató durante la noche en la tundra helada y, en un diminuto iglú que compartía con una Maestra Agua en medio de la nada, Azula despertó con un suspiro, con el recuerdo del sueño fresco en su mente. Seguía sintiendo que caía eternamente en un vacío nublado y esa sensación no desapareció cuando se dio la vuelta e intentó volver a dormir.


Después de sobrevolar el Islote de Kuruk, Aang le contó a Sokka todo lo que había aprendido sobre la vida del emperador Aniak mientras Zuko iba a las riendas de Appa. Por su parte, Sokka reaccionó con disgusto ante las acciones de su antepasado y no sabía mucho sobre la vida de Aniak, aparte de cómo unió a la mayoría de las tribus del sur y, más tarde, incluso a las del norte. Aunque, con algo parecido a un disgusto sarcástico, se interesó en el hecho de que Aang era la reencarnación de su tatarabuelo adoptivo.

—Entonces, ¿cómo murió Aniak? —preguntó Aang. Sus ojos pasaron por encima de las lejanas costas de la Tribu Agua del Sur mientras sobrevolaban la tierra firme hacia la península oriental.

—Según cuentan, en realidad era bastante joven —respondió Sokka, encogiéndose de hombros—. Dicen que su esposa murió y que perdió la cabeza en algún momento a mediana edad. Una noche se adentró en el frío y a la mañana siguiente lo encontraron muerto de frío. Y, extrañamente, su hijo el Emperador Kanektok murió de la misma manera, años después.

—¿Una maldición familiar? —preguntó Zuko desde la cabeza de Appa.

Sokka soltó una risa sarcástica.

—No. El emperador Kvichak, mi abuelo, murió de un ataque al corazón mientras dormía. Acabó con esa coincidencia antes de que se convirtiera en un patrón.

Ese debía ser el esposo de Kanna, supuso Aang. Se preguntó qué clase de hombre había sido para que ella se casara con él y no con Pakku, como en su mundo. Se ciñó más fuerte su parka para protegerse del frío.

—Espero que no te pase lo mismo.

—Estoy conmovido —dijo Sokka, poniéndose una mano en el pecho para imitar burlonamente a Katara—. Pero aún me queda un tiempo antes de que llegue mi hora.

Como si buscara cambiar de tema, Zuko se aclaró la garganta.

—Pronto deberíamos ver la punta de la península oriental.

—¿Es una buena idea que vayamos al portal de los espíritus por ese camino? —preguntó Sokka, planteando su objeción tan rápidamente que Aang supuso que había esperado la oportunidad perfecta para mencionarla—. La razón por la que tomamos esta ruta fue porque Katara lo sugirió. Y ahora sabemos que es probable que haya exagerado cuando dijo que nos guiaría a través de la península de forma segura.

—Es cierto —dijo Aang. Acarició a Sabi, meditando su respuesta, que se acurrucó en el regazo de Aang para entrar en calor. Momo ya había reclamado el interior de su parka. —Pero ella tenía razón. Si la mayoría de los clanes leales a Hakoda se encuentran la tierra firme, podría ser demasiado peligroso cruzar por ahí, sobre todo si tenemos que aterrizar y continuar a pie. —Navegar por la tundra helada por aire sería una apuesta peligrosa, no sólo para Appa, que podía soportar la mayor parte del frío, sino también para sus ocupantes—. Aunque no conozcamos la mejor ruta sin Katara, me parece mejor idea viajar por los territorios de los clanes que podrían no ser leales al emperador.

Sokka se recostó contra el equipaje, con los brazos cruzados.

—Si tú lo dices. Sigo sin confiar en Katara ni en Azula, sea lo que sea que hayan planeado.

—No importa que no confíes en ellas —dijo Aang, con el rostro ensombrecido—. Yo confío en Azula. Y por mucho que quiera ir a buscarlas, ya hemos tomado demasiados desvíos. Salvar a Toph y a Yue es mi mayor prioridad ahora mismo. —Tanto Azula como Toph, seguramente, protestarían si se daba la vuelta ahora para ir a buscar a Azula.

Zuko no dijo nada y se limitó a soltar las riendas mientras Appa descendía de las nubes, revelando la vista del estrecho que serpenteaba entre la península y tierra firme. La tierra sobresalía por encima del agua, formando altos muros alrededor del estrecho que hacían que tanto la península como el continente parecieran más imponentes. Los escarpados acantilados de ambos lados parecían lisos y sólidos, como una enorme muralla o una fortaleza que encerrara a la Tribu Agua del Sur. Appa descendió al valle entre las dos murallas y todos se quedaron en silencio, su tamaño y majestuosidad empequeñecían al bisonte. Aang sintió como si volaran hacia el estrecho con gigantes observando cada uno de sus movimientos.

Lo más sorprendente de todo era que no se sentía oscuro cuando atravesaron la sombra entre las dos paredes. Ambas eran del color de la perla y reflejaban una luz que daba la sensación de que pasaban por una sala de espejos o de hielo. Según Sokka, se llamaban los Acantilados Blancos; aunque no mostraban el reflejo de Appa mientras volaba, si reflejaban suficiente luz solar como para que el ambiente se sintiera más cálido de lo que Aang esperaba. Las olas se agitaban entre las dos masas de tierra a medida que avanzaban y la distancia entre los acantilados se estrechaba.

Sus pensamientos vagaron hacia los Acantilados Blancos, pensó que podrían haber sido realmente de hielo, pero una cara interrumpió sus cavilaciones. Un ceño fruncido apareció en el acantilado y Aang jadeó al notarlo, pero pasaron demasiado rápido para que pudiera verlo bien. Luego vio a una mujer con un solo ojo y supo que ni eso ni el ceño fruncido habían sido su imaginación, pero desapareció del acantilado en una ráfaga de copos de nieve que parecía de hielo y diamante.

—Chicos —dijo Aang, fijando su mirada en el acantilado en busca de más señales—. He visto algo. Creo que un espíritu está tratando de llamar mi atención.

—Pero acaban de visitarte —dijo Sokka, quejándose—. ¿De verdad vas a tener visiones de espíritus de nuevo y tan pronto?

Zuko detuvo a Appa.

—¿Qué crees que está tratando de decir?

Aang escudriñó los acantilados del lado de la península. El rostro que había visto parecía humano, como la Dama Pintada, aunque desagradable y si un espíritu había decidido acercarse a él, entonces debía querer algo o necesitaba su ayuda. No es que fuera el momento ideal, pero supuso que había algo significativo en el hecho de que uno eligiera acercarse a él en cuanto llegó a las tierras de la Tribu Agua, y le vendría bien toda la ayuda que pudiera conseguir. Cerca del agua, vio un agujero en la pared del acantilado, lo suficientemente grande como para que Appa pudiera pasar, que estaba seguro de que no estaba allí antes.

—Ahí —dijo Aang, señalándolo—. Creo que quiere que pasemos por ahí.


El corazón de Yue latía con fuerza mientras corría por la llanura abierta, una tierra de sombras en una tormenta perpetua que le helaba hasta los huesos. Se echó el pelo hacia atrás, que se le había pegado a la cara por la lluvia, y estuvo a punto de tropezar con el suelo rocoso y disparejo, casi tan oscuro como el cielo. Los relámpagos que caían sobre las torres, dispersas por la llanura, iluminaban el camino lo suficiente como para indicarle cuándo debía cambiar de dirección y correr hacia el otro lado cuando veía más monstruos dirigiéndose hacia ella desde la distancia.

No tenía ninguna dirección en mente. Había perdido el rumbo hacía mucho; y los insectos espíritus, con sus duros caparazones y demasiadas patas, habían venido a perseguirla.

Algo siseó a su espalda y, tras el destello de un relámpago, se dio la vuelta para cortar por la mitad al espíritu que se abalanzaba sobre ella, pero antes de que pudiera orientarse, otro entorno se superpuso a la interminable tormenta. El agua salobre le rodeó los tobillos y la repentina presión casi la hizo tropezar y caer, pero se agarró a un árbol cubierto de musgo, con la corteza blanda por la podredumbre. Podía ver sombras danzando por el rabillo del ojo, asomándose entre las ramas, pero antes de que pudiera concentrarse, en ellas el paisaje volvió a cambiar a la llanura tempestuosa y ella volvió a correr por su vida.

La inestabilidad del Mundo de los Espíritus había vuelto a estallar como una fiebre y los rápidos cambios del entorno la desorientaban más que nunca.

Había vislumbrado el dominio de Koh el Ladrón de Rostros, y ahora sabía sin duda que los insectos que la perseguían respondían a él. Estas criaturas eran las mismas que habían perseguido a Yue y Nagi cuando llegaron por primera vez al Mundo de los Espíritus, pero ahora eran muchos más. Las bestias y alimañas que se arrastraban por la tierra sin rostro se habían visto impulsadas por el más bajo instinto a cazar a los únicos humanos que invadían su mundo, tal vez atraídas por las promesas de recuperar el rostro.

Las caras enmascaradas de Koh la observaban con cada relámpago, pero ella siguió adelante, endureciendo su expresión contra toda emoción.

—¡Nagi! —llamó Yue, con los pulmones ardiendo. Su visión se agitó y se encontró de nuevo en el pantano de Koh, y luego salió de él con la misma rapidez—. ¡Toph!, ¿dónde están?

No podía saber si estaba llorando no. Pero en su viaje por el Mundo de los Espíritus, nunca había estado sola, hasta ahora. Pensaba que había estado siendo fuerte, que este mundo podía ser asombroso y aterrador a partes iguales, pero nunca antes había estado tan equivocada. Sola, tenía miedo. Sola, era débil.

Un trueno retumbó y estalló, y Yue tardó un momento en darse cuenta de que no era un trueno, sino el sonido del impacto de la piedra contra la piedra. Subió a la cima de una formación rocosa retorcida, consciente de que se exponiendo como objetivo para los rayos, y vio a una Maestra Tierra en la distancia que lanzaba enormes bloques de piedra a los espíritus que la asaltaban. Yue bajó de un salto desde su atalaya y estuvo a punto de caer al resbalar en la roca escarpada, pero recuperó el equilibrio y siguió adelante para reunirse con quienquiera que fuera.

Otro rayo cayó delante de Yue y abrasó el suelo, pero ella se protegió los ojos y parpadeó para alejar el destello cegador. Cada vez que abría los ojos, su entorno cambiaba entre la llanura y el pantano, pero había visto a su compañera en la llanura y sabía que tenía que estar allí, así que se concentró todo lo que pudo en la llanura arrasada por los rayo. Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca como para ver que la figura era Nagi, alta y grácil, con su capucha y su diadema aún sobre el pelo, sus rodillas casi cedieron de alivio.

Nagi luchaba con rápidos golpes de tierra, manteniéndose en movimiento deslizándose por la tierra y flexionando los codos para medir sus propios ataques. Varios nudillos de piedra salían de sus manos y pulverizaban a los espíritus hostiles, mientras que otros agarraban y apartaban a sus enemigos. La arena y el barro se arremolinaron para formar una defensa eficaz. que ella controlaba con la misma fluidez que un Maestro Agua, pero se detuvo cuando vio que Yue se precipitaba hacia ella, con la katana en ristre.

—¡Nagi! —Yue blandió su espada en un amplio arco mientras se dirigía hacia Nagi—. ¿Estás bien?

—¡Yue! —exclamó, y el alivio era palpable en su voz—. ¡Sí!, ¡deprisa, vamos! —Dio un pisotón y extendió las manos para que los espíritus que bloqueaban su camino hacia Yue cayeran ante ella. Yue enlazó su mano con la de Nagi en cuanto se encontraron, y se sintió agradecida de que Nagi no la soltara mientras les abría el camino. De alguna manera, a pesar de todo, no parecía asustada ni abrumada; Yue supuso que era su entrenamiento como Dai Li el que estaba actuando. Su presencia se sentía segura y tranquilizadora, como si tocar la mano de Nagi hiciera que Yue recuperase el equilibrio.

El agua les cubrió hasta las rodillas en cuanto aparecieron de nuevo en el pantano, el repentino silencio las desorientó.

—¿Dónde está Toph? —preguntó Yue. Para ella, su voz sonaba débil—. ¿Alguno de ellos?

Un rayo de luz azul estalló entre los árboles que sobresaltó a Yue, hasta que reconoció a Toph Espíritu.

—¿Qué ha pasado? —El espíritu frunció el ceño y puso las manos en las caderas—. No sé cómo las hemos perdido, pero mi cuerpo está por aquí.

Toph Espíritu las dirigió a un claro más seco, anegado en una luz dorada y apagada, como si el sol se estuviera poniendo en el pantano de espíritus. Pero, comparado con la luz solar normal, esta parecía enfermiza y apagada, con lúgubres nubes de polvo flotando entre los rayos de sol que se filtraban en el claro. Nagi soltó la mano de Yue una vez que encontraron allí el cuerpo sin rostro de Toph, y en el momento en que la mano de Yue volvió a caer a su lado descubrió que echaba de menos la fuerza de Nagi.

Yue miró alrededor del claro, vacío excepto por una única y gigantesca roca, justo debajo de la brecha entre la copa de los árboles.

—Tenemos que salir de este lugar —dijo—. Creo que éste es el dominio de Koh.

Toph Espíritu sonrió.

—O podríamos luchar contra él.

—¿Siquiera puedes luchar bien en ese estado? —preguntó Nagi, escurriendo el agua de su trenza—. Espera, ¿los espíritus pueden perder la cara?

—Seguro que has visto a las bestias sin cara —dijo Yue—. Creo que Toph Espíritu corre tanto peligro como cualquiera de nosotros. Pero no estoy segura de estar preparada para averiguar qué le ocurriría a alguien que ha perdido la cara dos veces, tanto en su cuerpo mortal como en espíritu.

Toph Espíritu hizo crujir sus nudillos.

—Está bien, como sea, pero yo no pierdo dos veces la misma pelea. Nunca.

La misma voz que perseguía a Yue, profunda y escalofriante, resonó en el claro.

—¿Perder una cara dos veces, dices? Qué fascinante. No puedo decir que haya añadido nunca un conjunto igual a mi colección. Los gemelos son una cosa, pero incluso ellos tienen diferencias, tan diminutas, apenas perceptibles...

De las sombras en el borde del claro, surgió un rostro blanco con una sonrisa roja.


—Se ve muy seguro seguir el rastro de la cara de una mujer aterradora en lo profundo de una cueva en territorio desconocido. Es una maravilla que nunca te haya atrapado antes mientras cometías locuras tan temerarias como ésta. —Las quejas de Sokka continuaron mientras persuadían a Appa para que entrara en la abertura que, aparentemente, había aparecido de la nada en el fondo de los Acantilados Blancos, justo por encima del nivel del mar. Aunque Appa se resistió, Aang decidió al fin dejarlo en compañía de los lémures en la entrada, que resultó ser un túnel que conducía a una gruta descubierta por la marea baja.

El túnel se abría a una oquedad cavernosa, con fauces llenas de estalactitas y estalagmitas que parecían formar una sonrisa dentada. Las focas león dormidas se amontonaban cerca de la orilla del agua y el empalagoso olor a pescado crudo, combinado con la humedad, hizo que Aang se diera cuenta de que aquella era su guarida. Uno de ellos levantó la cabeza cuando entraron y bufó con pesadez, pero por lo demás no reaccionó. Aang se llevó un dedo a los labios y le dirigió a Sokka una mirada significativa para que se mantuviera en silencio, a lo que él respondió poniendo el ojo en blanco.

Aang esperaba que estuviera oscuro. Pero un grupo de cristales de color azul pálido colgaba del techo, mientras que otros proyectaban un resplandor desde debajo del agua, haciendo que la luz danzara por la caverna de una forma que le recordaba a las catacumbas de cristal que había bajo Ba Sing Se. Hacía que la gruta se sintiera etérea. Sin hablar, Zuko señaló una abertura hacia el fondo y se abrieron paso entre las focas león adormiladas. En la siguiente caverna, encontraron otro trozo de cristal azul en un cruce que conducía a un nivel inferior, que descendía en espiral como el interior de una enorme caracola.

En este cristal, vieron a la misma mujer que Aang había advertido afuera.

A primera vista, parecía humana, pero cuando Aang la observó más de cerca, pudo comprobar que era todo menos eso. Tenía el pelo oscuro, tejido en gruesas trenzas que le colgaban casi hasta la cintura, recubiertas de limo y terminadas en anillos de metal. Su rostro y su ropa indicaban que había nacido de las Tribus Agua, y tenía un parche en el ojo que indicaba que le faltaba el mismo ojo que a Sokka, pero el que le quedaba era de un azul más intenso que el suyo. Tenía una figura fornida y una fuerte mandíbula que la hacían parecer severa e implacable, y un tono ceniciento teñía sus rasgos, pero no podía adivinar su edad. Si se hubiera cruzado con ella en un pueblo, habría pensado que era una pescadora, pero sus sentidos espirituales le decían que ella irradiaba una especie de poder y atemporalidad que no podía comprender.

—Nunca he permitido que la sangre del impostor entre en la Gruta de la Canción de los Espíritus —dijo ella, fijando su mirada en Sokka. Su voz sonaba tensa, como el sedal de un pescador. Se interpuso en su camino, impidiéndoles el paso hacia la rampa descendente. Aunque no llevaba armas, Aang tenía la sensación de que podía ser una amenaza para ellos si hacían algo que la ofendiera. Tal vez incluso podía controlar la escarcha de su pelo; realmente parecía haber sido tallada en hielo.

Sokka frunció el ceño y Aang pensó, por un instante, que su expresión coincidía con la de ella.

—Te refieres a la sangre de Aniak, ¿no?

Ella asintió.

—Aquel que alteró el equilibrio, que acabó con espíritus pacíficos y engañó a otros. El que fue lo suficientemente arrogante como para tomar el nombre de un espíritu, y no cualquier espíritu, sino el que amé hace muchos eones.

—¿Quién eres? —preguntó Zuko, entrecerrando los ojos.

Sokka se puso rígido al lado de Aang.

—Eres Sedna —dijo—. El espíritu de hielo... que se casó con Seiryu.

—No en el mismo sentido en el que los mortales contraen matrimonio —respondió ella, con el rostro crispado de irritación—. Pero sí, una vez estuvimos unidos.

Aang dio un paso al frente.

—Pero ahora tienes una forma mortal. No creí que fuera posible que un espíritu tomara la forma de un humano. —Según su experiencia, cualquier espíritu que adoptara una forma mortal siempre elegía la apariencia de otras criaturas, como Suza, Tui y La.

Sedna fijó su mirada en Aang.

—¿Por qué no? No soy la primera en hacerlo, Avatar. Quizá conozcas a la Dama Tienhai, la guardiana.

Él no conocía a ese espíritu, pero ella no tenía por qué saberlo.

—Pero, ¿por qué tomaste una forma mortal? —preguntó—. ¿Y por qué me has llamado aquí?

—No es a ti a quien he llamado —dijo ella. Señaló a Sokka—. Sino a él.

—¿A mí? —preguntó Sokka, elevando una ceja y señalándose a sí mismo como para confirmarlo—. Yo no soy el chico de los espíritus, lo es el Avatar. Y yo que pensaba que no te gustaba mi sangre o algo así.

—No me gusta —confirmó Sedna con un gruñido—. De hecho, juré vengarme de toda tu estirpe. La única razón por la que estás aquí es por voluntad de otro, uno de los humanos de mi gruta que está bajo mi protección. Uno que quiere verte, cuyo deseo respetaré sólo por esta vez.

—¿A mí? —repitió Sokka, en el mismo tono—. ¿Y por qué quieres vengarte de toda mi familia?, ¿qué te hemos hecho?

Aang y Zuko se tensaron, pero Sedna finalmente se apartó y descendió hacia la gruta.

—No toda tu familia —dijo, mirándole por encima del hombro—. Sólo los que descienden directamente de la unión entre Aniak y yo.

Sokka extendió ambas manos y las agitó en señal de negación.

—Espera, espera, espera. ¿Estás diciendo que eres la misma Sedna con la que se casó Aniak? ¿No fue sólo una coincidencia que compartiera el mismo nombre?

—No —fue la respuesta de Sedna—. No fue una simple coincidencia.

—Espera, ¿me estás diciendo que eres mi tatarabuela?, ¿dices que desciendo de un espíritu?


Koh, el Ladrón de Rostros, se enroscó alrededor de los árboles en el borde del claro, con su cuerpo de ciempiés oculto en la sombra. Se retorcía y serpenteaba, en una danza lenta y ondulante mientras daba vueltas alrededor de las cuatro. Con cuidado de mantener su rostro inexpresivo, Yue tiró de Toph para que se pusiera en pie, que apenas pareció reaccionar ante la presencia del ladrón de rostros. Nagi adoptó una postura de combate y Toph Espíritu se cernió sobre la roca cubierta de musgo y Yue esperaba no tener que recordarles que no debían mostrar ninguna emoción.

—Fue toda una sorpresa ver que ustedes dos no abandonaron a esta sin rostro —dijo Koh. Su voz parecía reverberar en el claro, como si su propio dominio reaccionara en deferencia a él—. Sobre todo sabiendo que siempre acabo volviendo por el cuerpo.

—Aunque carezca de rostro, Toph no es un “eso” —dijo Nagi—. Se merece algo más que eso.

—¿Oh? Pero sin cara, sólo es una muñeca. Así que sigue teniendo valor sentimental, entonces —continuó Koh. El centenar de pies golpeó la corteza de los árboles y dio la vuelta detrás de ellos.

Yue y Nagi giraron con él, manteniendo el espíritu en su línea de visión.

—¿Qué quieres? —preguntó Yue.

—Colecciono rostros como el tuyo —dijo Koh. Su rostro parpadeó y cambió al de un hombre anodino con un tatuaje de flecha. Siguió enroscándose justo en el borde del claro para que no pudieran ver toda la extensión de su cuerpo—. Cada uno tiene recuerdos. Sentimientos. Una identidad. Desde la más vil de las criaturas hasta el más grande de los reyes, cada uno me parece tan... exquisito.

Yue sintió un nudo en la garganta, pero se lo tragó.

—¿Eso significa que... los devoras? —¿Significaba eso que la cara de Toph había desaparecido para siempre? Hasta ahora, ninguno de los espíritus podía ayudarlas de verdad. Suza había dicho que era inútil intentar salir del Mundo de los Espíritus. Y ahora, si no podían recuperar el rostro de Toph, ¿qué podían hacer?, ¿habían luchado y persistido para nada?, ¿tenían alguna esperanza de tener éxito?, ¿de sobrevivir?

Toph Espíritu apretó los puños y cerró los ojos.

—De ninguna manera —dijo—. Ella va a recuperar su cara. Y se va a ir a casa.

Koh sonrió y parpadeó de nuevo y entonces se puso la cara de Toph. Lo hizo para asustarlas, a todas, y Yue se avergonzó de admitir que casi funcionó. Habló con su propia voz, lo que hizo que fuera aún más espeluznante cuando su rostro sonrió y miró fijamente a los ojos ciegos de Toph Espíritu.

—¿Qué importa? Es tu yo de otro mundo. Su destino, el de una muñeca perdida, es totalmente independiente del tuyo. No necesita comer ni dormir y no siente dolor. Es una pizarra en blanco, estancada e inmutable, es incapaz de crear, crecer, vivir o morir. Le estoy haciendo un favor, un favor que generosamente ofrezco a todas ustedes también.

Yue estaba a punto de preguntar a qué se refería con lo de otro mundo, estaba a punto de condenar sus métodos y rechazar su "generosidad", cuando Toph se volvió hacia él y expresó sus sentimientos con un contundente golpe de ambas manos.

Su movimiento levantó el suelo en una ola que golpeó a Koh y lo expulsó hacia atrás, con un chillido de otro mundo. Y entonces todo pasó a ser un manojo de piernas que se retorcían y sonidos monstruosos y rostros horribles, cada uno apareciendo y desapareciendo como el chasquido de un abanico de mano. Los temblores retumbaron en el lodo bajo sus pies mientras las Maestras Tierra luchaban y Yue estuvo a punto de caer hacia adelante, hacia el agua que le rodeaba los tobillos, cuando Koh apareció de repente frente a ella y rugió con las fauces de un lobo.

—¡Te lo debo, niña, por las piernas que cortó esa espada!

Ella casi jadeó, casi gritó de sorpresa y casi cayó de espaldas al agua para quedar a su merced, pero el barro se interpuso entre sus rostros y se pegó a los ojos del monstruo, apartándolo de ella. Koh se agitó y su parte trasera se estrelló contra Nagi, haciendo que el muro de barro frente a Yue cayera mientras Nagi derrapaba en el agua del pantano. Yue quiso gritar su nombre, pero no creía que fuera capaz de mantener la preocupación fuera de su voz; así que se concentró en blandir su espada en su lugar.

Toph arrojó la roca cubierta de musgo contra Koh y luego asestó el codo hacia adelante, sacando la tierra sólida de las profundidades del barro para golpearlo continuamente en un ataque implacable. Enormes bloques de piedra inmovilizaron al Ladrón de Rostros, otros le golpeaban en la cabeza y en las partes más blandas bajo su caparazón, y su cuerpo se enroscaba sobre sí mismo para cubrirse del ataque. Aun así, ella no desistió, y su espíritu incorpóreo habló por encima de la tierra que chocaba y el agua que salpicaba, con los brazos cruzados mientras se alzaba por encima de todos ellos.

—Devuélvele. El. Rostro —dijo Toph Espíritu. Y Yue, que no sabía si la frialdad contaba como una emoción, pensó que la estaba utilizando bien a pesar de todo.

Koh gritó y se desenroscó de su forma de nautilos, acercándose a Toph con sus garras dirigidas a su garganta.

—¿Cómo sigues luchando? —puntuó su pregunta con la cara de un guerrero con cicatrices de batalla—. ¿Cómo te aferras a tu débil identidad, el rostro, el destino, que ella creó para ti hace tantos años? Ahora lo has perdido. Es mío. —Se transformó en un babuino chillón—. ¡No puedes tenerlo!

Nagi se puso de pie y le lanzó más barro, al igual que Toph lo apartó con un muro de tierra, y mientras Koh gritaba, Yue sólo podía pensar en un niño haciendo una rabieta. Y entonces sus palabras cobraron sentido; sus exigencias infantiles tenían sentido para ella, como los niños revoltosos que se niegan a compartir sus juguetes. Recordó las palabras de Suza, y el espíritu que el fénix les pedía que encontraran.

—Tu madre es la que fabrica los rostros —dijo Yue, bajando la espada—. Y tú las codicias. Porque ella hace esos maravillosos juguetes, esas identidades, para todos los demás excepto para ti, ¿no es así?

Koh detuvo su ataque a Toph y se giró para mirar a Yue, y cuando mostró la cara de un niño de pelo negro y ojos dorados supo que tenía razón. La boca del niño se abrió imposiblemente, su mandíbula se desencajó y sus ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas.

—Tú... me enfrentaría a la ira del Vidente Nocturno si eso significara quitarte la cara. Ella no te protegerá de mí.

—No —dijo Nagi, poniéndose al lado de Toph mientras ambas levantaban las manos—. ¡Pero nosotras sí!

El pantano parecía haberse volcado sobre sí mismo, una gran masa de barro y piedra que surgía de debajo de Koh y que envolvía todo su caparazón. Lo arrastró hacia el fango, inmovilizándolo, y cuando Toph Espíritu la alentó con un grito, Yue le clavó la espada en la cara.

Pero antes de que su hoja atravesara la carne del espíritu, el rostro del joven se estiró y se contorsionó aún más, derritiéndose como la cera. Se quedó helada, porque debajo no vio nada en absoluto: un vacío negro que parecía atraerla. El cuerpo dentro del caparazón detuvo sus movimientos y un pequeño destello de luz brilló en la oscuridad. Se reflejó en sus ojos y se sintió cautivada por ella; se preguntó si ésa sería su verdadera forma, una cáscara hueca.

Te equivocas —oyó decir su voz, tranquila y en algún lugar lejano—. Yo no envidio. Busco comprender. Nací con una ley simple e inescrutable: cualquier emoción que se me mostrara, ya fuera amor u odio, debía ser tomada en ese mismo momento.

Mantuvo el rostro inexpresivo.

—Así que es una compulsión. Algo que no puedes controlar.

Yo no envidio. Busco entender —repitió. Sonaba tranquilo, incluso introspectivo. Su conversación ahogó el resto de los ruidos—. Busco vivir.

La energía que los rodeaba cambió y el agua del pantano se escurrió, llevándose a Yue, Nagi y a las dos Toph. Pero antes de que la oscuridad la envolviera, Yue fue testigo del cambio de Koh.


Los pensamientos de Sokka giraban en un torbellino mientras pasaban por una sala de coral petrificado y formaciones rocosas erosionadas por años de olas marinas. ¿Cómo podía descender de un espíritu, especialmente de uno tan antiguo como Sedna? No le importaban las cosas espirituales. Su abuela habría mostrado más aprecio. Incluso Katara respetaba a los espíritus más que él. Tal vez deberían haber estado aquí en su lugar.

Miró la espalda del espíritu de las nieves, los anillos de metal en su pelo que repiqueteaban al caminar.

—¿Qué tienes contra tu propia sangre? —preguntó.

—Por lo que a mí respecta, tú eres humano. Y yo no lo soy —respondió Sedna sin mirarle—. No eres pariente mío.

—Pero ahora tienes forma humana —dijo Aang. Sokka no esperaba que el Avatar se pusiera de su lado en esto, pero se alegró por ello. Ahora que lo pensaba, ¿no era su trabajo mediar entre humanos y espíritus?

—No por elección —dijo ella, resoplando—. Sigo viviendo como un humana para hacer lo que es debido. Tras la muerte del último Avatar, Aniak visitó el Mundo de los Espíritus y me engañó para que adoptara una forma humana. Hacía tiempo que había descartado todo asunto humano, pero apeló a mi bondad hacia las criaturas marinas. Decía que necesitaban mi ayuda.

—¿No intentó matarte, como hizo con Suza? —preguntó Zuko. La luz cristalina refractada de los estanques que rodeaban las cuevas danzaba sobre su rostro y el ceño severo.

—No —contestó ella, su respuesta fue brusca—. Eligió mostrar su arrogancia humana de otra manera: me sedujo, me desposó. Se creía que era demasiado bueno para cualquier mujer mortal. Le llevó tiempo. Al principio no me impresionó, pero finalmente me conquistó. Y fui feliz durante un tiempo, ignorante de sus males. Llegué a disfrutar del mundo mortal y de todos sus imperfectos humanos. Le engendré un hijo, y los amé a ambos. Al menos hasta que acabó con todos los Maestros Aire y vi su verdadero ser, y descubrí que todo lo que quería de mí era una vana burla de la pasión que una vez compartí con Seiryu.

—Parece que todos pensaban que era un buen tipo —dijo Sokka, encogiéndose de hombros—. Pero era un gran imbécil. Eso lo sabemos.

—¿Lo saben de verdad? —preguntó ella, girándose para que su mirada se fijara en la de él—. Juré vengarme por su ofensa contra mí, contra el equilibrio de este mundo. Los espíritus no suelen meterse en los asuntos de los humanos, pero él me arrastró aquí y no me dio opción. Tengo mi orgullo y él trató de herirlo.

—Bueno, hace tiempo que está muerto —dijo Sokka, frunciendo el ceño—. También lo está su hijo, y el hijo de él. No sé qué quieres conseguir, pero yo no tuve nada que ver con lo que hizo.

—No, pero lo perpetúas —dijo ella, frunciendo el ceño y continuando su descenso a la gruta. En ella, el ceño fruncido la hacía parecer más feroz que cualquier guerrero—. Elegí quedarme en este mundo, para acoger a las almas perdidas expulsadas de sus tribus. La paria y los oprimidos por igual, mujeres y hombres que habían sido abandonados a su suerte. Entregados a la nieve. Pero yo soy la nieve. Y fui yo quien atrajo a Aniak y a Kanektok a la tundra con susurros y visiones, fui yo quien ganó al final. El frío se los llevó a ambos—. Proclamó su última frase con finalidad y triunfo.

Zuko palideció y habló en respuesta antes de que Sokka pudiera hacerlo.

—¿A tu propio hijo?, ¿cómo pudiste?

—No pretendas juzgarme basándote en la moral de los humanos, muchacho —dijo ella, deteniéndose y volviéndose hacia él—. Kanektok llegó a ser un hombre tan cruel como su padre y la mitad de inteligente. Quise hacer lo mismo con Kvichak, pero su esposa se encargó de él. —Sedna se volvió hacia su camino y siguió caminando—. ¿Quieres saber cómo he conseguido vivir en este mundo mortal durante más de cien años sin que mi cuerpo perezca? He tenido que tomar nuevas formas, mujeres dadas por muertas en la nieve, aquellas tachadas de “rompedoras de tabúes “. Esos son los tipos de líderes que hay en tu familia.

La mirada de Sokka bajó a sus pies. Un torbellino de pensamientos desatándose en su mente.

—Precisamente por eso los espíritus no deberían intervenir en los conflictos humanos —dijo Aang, con el rostro fruncido—. Entiendo que hayas sido herida, pero déjame a Hakoda y a Sokka. Puedes volver al Mundo de los Espíritus.

—Vaya, gracias —dijo Sokka.

—¿Herida? No, no me han hecho daño —dijo Sedna, poniéndose a su altura—. Como ya he dicho, Aniak simplemente me menospreció. Y ahora no podría volver al mundo de los espíritus aunque quisiera: lo separaste de este mundo, ¿no es así?

—Sólo por un tiempo.

Sedna se burló.

—Ya veo. Bueno, Avatar, tú y yo podríamos ser aliados. Un objetivo común nos une. Ahora que has regresado puedes reclamar tu destino. Oh. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza—. Eso es interesante. No perteneces a este lugar, ¿verdad? Este es un destino que le robaste a otro.

Aang negó con la cabeza.

—Voy a derrotar a Hakoda para restablecer el equilibrio. No por venganza. Y no le he robado ningún destino a nadie.

—¿Es así?, ¿incluso después de lo que Aniak le hizo a tu pueblo?

—El Avatar no es el tipo de persona que carga con el rencor de generaciones anteriores —dijo Sokka, hablando por Aang. Al mirarla, sólo pudo pensar en que sus ideas y motivos eran tan extraños a pesar de llevar un rostro humano. La cara de una humana muerta, pero trató de no pensar en eso—. Entiendo que Aniak te hizo daño. Y yo también quiero arreglar las cosas, pero si me matas no tendré la oportunidad de hacerlo, así que, por favor, no lo hagas. Así que, tatarabuela, te agradeceremos que dejes de lado lo de la búsqueda de venganza y nos des una oportunidad a Aang y a mí. —Se dejó llevar por los nervios pero esperaba que fuera suficiente para evitar que ella lo confinara en la gruta para siempre o algo así.

Ni Aang ni Zuko dijeron nada y se limitaron a mirarle, pero Sedna puso un ojo en blanco de tal manera que le recordó a Katara.

—El Avatar y el hijo del emperador juntos, ¿eh? —preguntó—. Todavía no estoy convencida. Y no me llames así.

—No hace falta que estés convencida —respondió Sokka—. No estamos haciendo esto por ti. —Ya no estaba seguro de por qué se había unido al Avatar, no sabía hasta qué punto su decisión de ser el maestro de Agua Control de Aang significaría traicionar a su gente y a su padre. Rescatar a Yue era parte de ello, claro, pero ¿había ido más allá? Apartó esos pensamientos turbulentos y se centró en algo que Sedna había mencionado antes—. Dijiste que alguien aquí quería verme.

—Sí —dijo ella, girando de nuevo por el túnel resbaladizo por el agua y el hielo. Ahí abajo, el olor a pescado había desaparecido por completo, o tal vez solo se habían acostumbrado a él—. En mi gruta.

El corazón de Sokka se aceleró cuando se permitió considerar la gravedad de sus palabras.

—Gente abandonada a la nieve... —Tragó un nudo en la garganta mientras las posibilidades se acumulaban en su mente—. No puede ser...

Sedna dobló otra esquina y la piedra oscura formó un arco con estalagmitas y estalactitas que se tocaban y mezclaban. Sokka jadeó cuando lo atravesó y el estrecho túnel se abrió a una caverna mucho más grande que cualquiera de las que había debajo de Ba Sing Se, una amplia extensión azul. El lado más alejado de la Gruta de la Canción de los Espíritus tenía una pared hecha de hielo liso que mostraba el fondo marino y todas las criaturas que nadaban en él. La gruta en sí contenía una aldea que podían ver desde la entrada, con casas de piedra natural formadas por las corrientes marinas y corales y conchas muertas desde hace tiempo. Los cristales azules incrustados en las paredes proporcionaban un resplandor fresco, pero un trozo especialmente gigante constituía el centro de la aldea, la fuente de la mayor parte de su luz.

Vio a una mujer de pie al frente de la aldea, con las manos cruzadas mirando a la entrada, como si los esperara. Echó hacia atrás la capucha forrada de piel, mostrando dos mechones de su pelo atados en bucles que desaparecían en una larga trenza que descansaba sobre su hombro. Le tembló el labio y esbozó una sonrisa llena de lágrimas cuando lo vio, y sus brazos se extendieron a él.

Tras siete años, Sokka había olvidado su rostro. Siempre le había dado vergüenza admitirlo. Pero ahora que la veía, todo volvió a su memoria y la reconoció de inmediato, con lágrimas en los ojos.

—Mamá...

La emoción se le agolpó en la garganta y, antes de que nadie pudiera verle llorar, se volvió hacia la caverna y huyó.

Era demasiado. Al escuchar el relato de su abuela sobre la noche en que su madre desapareció, consideró por primera vez la posibilidad de que estuviera viva. Pero ahora que se la había encontrado, de forma tan inesperada, descubrió que las palabras no le salían. Era demasiado irreal, demasiado fantástico, como un sueño conjurado por su infancia. Después de todo, no sabía si podría enfrentarse a ella, no sin Katara, que la echaba tanto de menos. Tal vez más, por mucho que ella intentara ocultarlo.

Sokka se detuvo al llegar a un túnel inundado, con un agujero que conducía al mar. Se preguntó si los pingüinos nutria u otras criaturas lo usaban para entrar en la gruta, y consideró usarlo para su propia huida antes de desechar la idea por temeraria y cobarde. Cuando se encorvó sobre sus rodillas para recuperar el aliento, oyó unos pasos que se acercaban por detrás de él.

—¿Qué estás haciendo? —Era Zuko—. ¿No era tu madre?

—No puedo hacerlo —dijo, incapaz de enfrentarse al Maestro Fuego—. No sé qué decir.

—¡No tienes que decir nada! —Su voz sonaba angustiada, por alguna razón—. Ella está ahí mismo. Está viva, ¡todo lo que tienes que hacer es estar con ella!

—Cuando era pequeño me dijeron que ella sólo... se había ido —dijo Sokka. Se quedó mirando el agua y deseó que se lo tragara. Nunca se había sentido tan avergonzado, y se preguntó si la venganza de Sedna también habría tenido algo que ver—. Entonces mi abuela me contó lo que pasó la noche que desapareció. Pero las probabilidades de que sobreviviera... no quería hacerme ilusiones. Pero ahí está. Y yo... no se me ocurre qué decir.

Por primera vez. Vamos, siempre hemos sido buenos con las palabras. ¡Ve a ver a mamá!, ¡estás pensando demasiado en esto!

—Estás pensando demasiado en esto —dijo Zuko, y fue casi un eco perfecto de la voz en la cabeza de Sokka, su conciencia—. Sólo... permítete sentirlo. Perdí a mi madre, hace años, cuando la Nación del Agua atacó nuestra aldea. —Sokka se dio la vuelta para mirarle y todo el dolor de sus ojos... lo sintió como un puñetazo en las tripas—. Yo... no vi lo que pasó. Azula fue quien la encontró. Pero sé que nunca podré volver a verla. Pero tú puedes ver la tuya, está justo ahí atrás. Desearía que Azula estuviera aquí para decirte que estás siendo un idiota.

¿No te ha dicho Gran gran que piensas demasiado?

Sokka dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

—Cuando pienso en lo que nos dijo Sedna, me hace ver que la Nación del Agua también se llevó a mi madre. Mi padre es la razón de ello, y lo hizo porque defendía las mismas creencias que Aniak. —Se miró las manos—. Tal vez Azula tenga razón al decir eso. Tal vez sea una locura decirlo, pero me gustaría que Katara estuviera aquí también. Ella... no sabe nada de lo que le pasó a nuestra madre. Y me duele pensar en ello.

¡Mírate, hablando de tus sentimientos! Estoy orgulloso de ti.

—Así que tal vez tú y tu madre deberían encontrar a Katara juntos y contarle todo —dijo Zuko, cruzando los brazos. Por primera vez, Sokka se dio cuenta de que el chico era más alto que él. No estaba seguro de cómo sentirse al respecto—. Entiendo que es abrumador. Pero tienes que hacerlo.

—Debió de ser muy desgarrador para ella verme huir así, ¿no? —preguntó Sokka, frotándose la nuca.

Zuko frunció el ceño.

—Sí, así que ve a arreglarlo. Y discúlpate.

Sokka pasó junto a Zuko, de vuelta a la entrada de la aldea, y tomó brevemente su hombro.

—Quita esa mirada, es como si quisieras imitar a tu padre. —Zuko sólo frunció más el ceño en respuesta.

Oye, para que conste, sabes perfectamente que no soy sólo tu conciencia, ¿verdad?

—Sí, sí, sí —dijo Sokka en voz alta, acelerando el paso.

Zuko le siguió los pasos.

—¿Qué?

—¡Nada, nada! —Sokka salió de los túneles de vuelta a la aldea que vivía bajo el resplandor de una suave luz azul, y encontró a Aang y a Sedna contemplándola juntos, sumidos en una conversación. Más allá, vio a su madre alejándose de él, con los hombros caídos y la cabeza baja. Sintió que su ojo volvía a arder de lágrimas y esta vez las dejó caer, agradeciendo a Zuko que no le dejara tomar una de las decisiones más idiotas de su vida—. ¡Mamá!

Ella se giró de inmediato hacia él, con los ojos humedecidos por las lágrimas, y antes de que se diera cuenta ya la había rodeado con los brazos y la apretaba con fuerza. Era ella, era real, y se habían reunido. No podía creer que su padre y todos en casa hubieran intentado convencerle de que ella nunca había existido.

Kya enterró la cabeza en su hombro y él no pudo evitar pensar en lo pequeña que parecía. —Sokka... hijo mío —dijo entre lágrimas—. Me has encontrado de nuevo, tú solo.

—Siento mucho haber huido hace un momento —dijo él, y la vergüenza de su cobardía quemaba—. Sólo... sólo me sorprendió.

Ella se atragantó con sus lágrimas y Sokka tardó un momento en darse cuenta de que era una risa.

—Oh, claro, sólo me hizo pensar que esperabas recibir un castigo por algo. Nada nuevo en realidad.

Se rio con ella, contento de que no hubiera perdido nada de su humor sarcástico. Su mejilla tocó la de él cuando lo abrazó y se estremeció al sentirla tan fría como hielo.

—Mamá, estás helada. ¿Dónde está tu parka? —Se echó hacia atrás para mirar a su alrededor: con el fría que estaba, le sorprendió que sólo llevara la túnica, ni siquiera tenía guantes. La voz le temblaba al hablar; no estaba dispuesto a perderla por una enfermedad, ahora que acababan de reunirse.

—Está bien —dijo ella, e hizo un movimiento para acaparar su rostro con la mano, pero se detuvo y le agarró las muñecas en su lugar—. Tengo muchas cosas que contarte. Pero debes saber esto: Nunca he estado más orgullosa de oír que has elegido viajar con el Avatar para ayudar a devolver el equilibrio al mundo.

Ella le sonrió, pero él se sintió como si hubiera sido arrastrado de nuevo a la tierra.

—Sí —dijo él, rascándose bajo su cola de lobo—. Sobre eso. No sé si ya me he decidido a hacerlo.


Yue tosió y resopló cuando apareció de nuevo en suelo seco. Sus hombros chocaron contra los de sus dos compañeras cuando se encontraron en lo que parecía un mundo totalmente diferente: el suelo era duro y liso, como madera pura, pero azul. Los árboles surgían en un bosque a su alrededor, con hojas que podrían haber sido de hielo o de cristal. El silencio y la soledad impregnaban este lugar, el único sonido era un suave tintineo que resonaba entre los árboles. La mano de Nagi encontró la suya cuando se pusieron de pie y el gesto la reconfortó de nuevo mientras Yue volvía la vista para asegurarse de que Nagi y Toph Espíritu seguían teniendo sus rostros.

—¿Lo hemos... vencido? —preguntó Nagi.

Yue miró a Toph, que parecía tan lánguida como siempre.

—No... creo que no —dijo ella, frunciendo el ceño. Miró al cielo, un manto de noche pero con más estrellas de las que había visto en su vida. Formas gaseosas de color verde brillante e índigo teñían el cielo entre las estrellas. Las constelaciones brillaban más que las que ella conocía en casa y, con toda la luz de las estrellas, el cielo brillaba casi tanto como de día. De todos los escenarios del Mundo de los Espíritus, nunca había visto algo tan hermoso y no creía que volviera a hacerlo en toda su vida. Incluso los fragmentos de cristal de los árboles parecían desprenderse de sus ramas y flotar en el aire, como si proveyeran energía a las estrellas de arriba.

—Deberíamos prepararnos por si nos persigue —dijo Toph Espíritu, con los dientes apretados. Yue sintió amargura por sus palabras, deseando que pudieran relajarse por una vez y disfrutar de la belleza que les rodeaba—. No me gusta lo que hizo justo antes de que nos fuéramos. Y no tengo ni idea de cómo el agua me arrastró con ella. Algo pasó y no me gusta no saber qué.

—El Ladrón de Rostros no las perseguirá —dijo una voz detrás de ellas. Yue se giró para encarar al recién llegado con la espada preparada mientras Nagi flexionaba los brazos en una postura de Tierra Control. El ser que tenían delante era más alto de lo que ella esperaba; era un espíritu alto, con el pelo largo y oscuro recogido en un moño y una corona de plata. Su rostro parecía casi humano, algo en la criatura parecía más delicado que un rostro normal, e inhumanamente bello, excepto por el hecho de que carecía de nariz y sólo tenía hendiduras en forma de serpiente. Llevaba una larga túnica blanca ribeteada en negro y azul, pero bajo ella no tenía piernas, sino la cola de una serpiente con escamas azules—. Las he traído a mi santuario.

Nagi se colocó de forma protectora frente a Yue y Toph.

—¿Qué quieres de nosotros?

Yue se agarró a su hombro.

—Está bien —dijo. Aunque estaba impresionada por la valentía de Nagi y agradecida por su protección, Yue no quería faltarle el respeto a este espíritu—. Conozco a este espíritu. He visto sus imágenes por toda mi tribu. Este es Seiryu, el espíritu de la luna fría.

—Sí —dijo Seiryu, mirando con desagrado a Nagi y a las dos Toph—. No me importan los Maestros Tierra ni vuestra disputa con el Ladrón de Rostros o sus alimañas, pero por la gracia de los elegidos del Nocturno, están a salvo aquí. —Llevaba un jian dao plateado en una mano escamosa y Yue tuvo la sensación de que no dudaría en utilizarlo contra Nagi y Toph si no se calmaban.

Yue se inclinó en una profunda reverencia, tan agotada por las batallas y el miedo constante que antes había olvidado mostrar el debido respeto al patrón protector de su tribu.

—Gran Seiryu, te agradezco tu sagrada hospitalidad. Es un honor y estamos muy agradecidas de descansar en tu santuario.

Nagi se puso rígida al mirar a Seiryu, pero inclinó la cabeza hacia él.

—Sí, gracias.

—Oh, tú eres el tipo de la luna fría —dijo Toph Espíritu, y Yue sintió que se le revolvía el estómago por la forma en que se dirigía al antiguo espíritu—. Genial.

—Sacerdotisa de la oscuridad —dijo, sus ojos blancos se posaron en Yue—. Por tu afinidad con el Vidente Nocturno, se te permitirá permanecer aquí todo el tiempo que necesites, hasta que llegue el momento en que el puente con el reino mortal sea restaurado y mi luna comience su próximo viaje por el cielo en tu mundo. Entonces cualquier protección en este lugar también se perderá.

—¿Hay alguna manera de que podamos ir contigo? —preguntó Yue, juntando las manos. La esperanza floreció en su pecho cuando se dio cuenta de la posibilidad de que pudieran escapar.

Nagi frunció los labios.

—¿Acaso queremos volver a nuestro mundo con la misma luna que puede acabar con todo el Reino Tierra?

Seiryu tensó el agarre de su espada y su cola se agitó.

—Tu arrogancia humana me asombra si crees que serías digna de unirte a mi viaje.

Y así, las esperanzas de Yue desaparecieron por completo.

—¿Sabes cómo puede recuperar su cara nuestra amiga? —Yue le preguntó.

—No —dijo él—. Y no me importa la situación de esa humana. No presiones mi generosidad, niña. No me meto en los asuntos de los humanos y es sólo por respeto al Vidente Nocturno que te he ayudado trayéndote hasta aquí. —Con la cabeza alta, se alejó de ellas reptando, desapareciendo en el bosque de cristal sin decir nada más.

Nagi puso las manos en las caderas.

—¿Qué tan grosero puede ser ese espíritu? Me recuerda a Wan Shi Tong.

—No, ese búho gigante es aún más imbécil —dijo Toph Espíritu—. Créeme, tenemos problemas.

—Cuidado, puedes invocarlo —dijo Yue. Miró alrededor de su entorno, buscando el lugar más cómodo para descansar, y luego se deslizó al suelo contra un árbol con nudos de cuerda atados a él. De los nudos colgaban talismanes de papel, amuletos protectores como los de la isla de Kokkan—. Seiryu es el gran protector de mi pueblo. No puedes faltarle al respeto. Desde que la luna y el océano nos abandonaron, mi pueblo le debe lealtad a la luna fría y a la noche.

—¿Aunque sea el heraldo de cosas tan horribles? —le preguntó Nagi. Yue vio el dolor en sus ojos y eso le dolió: no le gustaba esa expresión en el rostro de Nagi.

Yue se quedó mirando sus manos entrelazadas.

—Siempre me han dicho que fue por un bien mayor —dijo—. Fue la voluntad de los espíritus que protegen a mi tribu. No me gusta esta guerra. No me gusta toda esa lucha. Pero siempre supe que Seiryu la terminaría, al igual que la empezó, y entonces el sufrimiento de mi pueblo terminaría.

—No es Seiryu quien la terminará, —dijo Nagi, con voz suave—. El espíritu vendrá a nuestro mundo pase lo que pase. Son Hakoda y Arnook quienes utilizarán el poder de la luna fría en su beneficio.

Sintió que le pesaban los hombros.

—No te equivocas —admitió—. Pero, como princesa del Polo Norte, tengo que cumplir con mi deber para con mi pueblo. Tengo que ser fuerte para ellos, para mantenerlos unidos en nuestro propósito.

—Eso no terminará bien para ti —dijo Toph Espíritu, acercándose para sentarse junto a ellas. Envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas—. Aang va a luchar contra los tuyos, y va a ganar.

Con todas sus tribulaciones en el Mundo de los Espíritus, Yue casi había olvidado que estaba en el lado opuesto de la guerra. Pero no quería estarlo. Luchando juntas, como lo habían hecho, tanto Nagi como Toph se habían convertido en sus amigas y estaba más que agradecida por tener su compañía en esta travesía.

—Prefiero no luchar contra el Avatar —dijo—. Ni contra ustedes dos. Sólo desearía... que pudiéramos llegar a una resolución pacífica.

Ambas guardaron silencio ante eso. Yue se preguntó si estaban sopesando aquella opción o si no tenían palabras para ella porque sabían que eso nunca podría llegar a ser. Pero sus ojos se posaron en el cuerpo sin rostro de Toph, que yacía en el suelo y miraba al cielo, sin ver. Casi le parecía una tontería preocuparse por la guerra y por el bando al que pertenecía cuando Toph se debatía en semejante situación.

—Varios espíritus que hemos conocido hasta ahora hablan de mundos diferentes —dijo Nagi de repente, con los ojos fijos en Toph, al igual que los de Yue—. Nuestro mundo y el Mundo de los Espíritus, sí, pero Suza y Koh dejaron escapar que había otros.

—Yo también lo pensé —dijo Yue. Si tenía que ser sincera, no había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre ello con todo lo que estaba pasando.

Toph Espíritu se encogió de hombros.

—Raro, ¿no?

Nagi inclinó el cuello para mirarla.

—Nos estás ocultando algo —afirmó—. Hay algo que sabes. Y sospecho que está relacionado con tu amistad con el Avatar.

El espíritu hizo un gesto con la mano.

—No me creerías si te lo dijera.

—Yo creo en muchas cosas —dijo Yue—. Y muchas de las cosas que hemos encontrado aquí, ciertamente, no son creíbles.

Se burló y se encogió de hombros.

—Bueno, si lo pones así... Da igual. Sí, esos otros espíritus tienen razón. Hay otros mundos además de éste y del mundo del que provienen ustedes tres. Yo vengo de uno diferente, uno en el que la Nación del Fuego empezó la guerra, pero las cosas salieron muy, muy mal. —Toph Espíritu hablaba de forma distante, como si su mente estuviera en otro lugar mientras rememoraba sus recuerdos—. Aang hizo un viaje desde ese mundo y por eso pude encontrarme con ustedes aquí, en el Mundo de los Espíritus. Es algo del Avatar, no me preguntes los detalles de cómo sucedió. Pero así fue, y ahora ha desordenado un montón de cosas y por eso el Mundo Espiritual está todo raro.

Yue sintió su cabeza dar vueltas.

—¿Un mundo en el que la Nación del Fuego empezó la guerra? Supongo que entiendo que una confusión como esa pueda causar inestabilidad en el Mundo de los Espíritus, pero todo lo demás...

—Esa Toph no soy yo —dijo Toph Espíritu, señalando a la chica sin rostro en el suelo. Ella aún no se había movido—. Es la de tu mundo. Todos tenemos copias en otros mundos, gente que es como nosotros pero con historias diferentes. Aang también es uno de mis mejores amigos en ese mundo. Pero también lo son Katara y Sokka, y Suki también lo era. Zuko solía ser uno de los malos pero ahora está con nosotros y luchamos contra su hermana todo el tiempo. Pero... el Cometa de Sozin llegó y lo destruyó todo, así que ahora sólo intentamos sobrevivir lo mejor posible. Hemos perdido a mucha gente importante para nosotros.

Nagi se levantó y se paseó en círculos, tomando profundas bocanadas de aire mientras miraba de vez en cuando el cielo anormalmente estrellado.

—Antes mencionaste ese cometa, con Suza. Si el cometa de Suza le da poder a los Maestros Fuego como la luna de Seiryu a los Maestros Agua, es sólo una prueba más de que nos enfrentaremos a la devastación, ¿no es así? No podemos permitir que eso suceda. —Apretó el puño y se volvió hacia Toph Espíritu—. ¿Dónde encajo yo en todo esto?

Toph Espíritu asintió.

—Así es —dijo—. Y no tengo ni idea de donde está la otra Nagi. Ni siquiera he oído hablar de ti en ese otro mundo.

Nagi dejó caer los hombros.

—Oh.

—Y Yue, bueno... no conozco los detalles, pero a esa Yue le pasó algo malo antes de que conociera a Aang y a los demás —continuó Toph Espíritu—. A Sokka nunca le gustó hablar de ello.

Yue apretó los dedos en su regazo, no sabía qué pensar.

—Ya veo —dijo. Sus ojos se dirigieron de nuevo al cuerpo de Toph—. Así que... eso explica mucho sobre esta Toph. ¿Pero ella sabe todo esto?

—Sí —dijo Toph Espíritu—. He estado con ella durante un tiempo, pero se está desvaneciendo. Tenemos que hacer lo que podamos para salvarla, pero también tenemos que salir de aquí para ayudar a Aang a luchar. Cuanto más tiempo esté en el mundo equivocado, peor se pondrán las cosas. Aparentemente, llevará a una especie de fin de todos los mundos, bla, bla, colapsos espirituales, bla, bla. —Se sacudió la mano y pareció no estar preocupada por todo el asunto, sin embargo, hizo que Yue se estremeciera.

—Si el Mundo Espiritual está desequilibrado, ¿tal vez podamos hacer algo desde este lado para ayudar al Avatar? —sugirió Nagi. Juntó las manos—. ¡Sería increíble decir que he ayudado al Avatar en un asunto espiritual!

—¿Qué has tomando?, ¿jugo de cactus? —dijo Toph Espíritu. Chasqueó los dedos como si se diera cuenta de algo—. Ah, ése será tu apodo: ¡Púas! En honor a un cactus. Casi me había conformado con “Arenita”, pero me ese gusta más.

—¿Eh? —Nagi se desplomó hacia delante y a Yue le pareció que la mirada incrédula de su cara era algo simpática y la hizo reír.

—Deberíamos dejarle la basura espiritual a Aang —continuó Toph Espíritu—. Se adapta mejor a ese tipo de cosas. Concentrémonos en encontrar a la madre de Koh y salgamos de aquí.

Al oír todo lo que había oído, Yue supuso que debería haberse sentido intimidada. O abrumada. Pero encontrar un objetivo para salvar todos los mundos, por imposible que pareciera, las animó, les dio un propósito. Ese propósito las unía, y eso significaba, por ahora, que no podían ser enemigas. Y ese alivio se sintió tan poderoso que Yue no podía dejar de sonreír, ya que no interfería en absoluto con sus deberes y solo significaba su deber para con su gente solo se había vuelto más importante. Ella podría hacer algo. Ella podría cambiar las cosas. Ahora, lo sabía, tenía la fuerza para enfrentar lo que pudiera venir después.

—Lo haremos —dijo Yue, y esperaba que la fuerza de su determinación fuera evidente en su voz. Se puso de pie y caminó hacia Toph, apartando su flequillo hacia un lado para revelar su falta de rostro a la luz de las estrellas de arriba. La suavidad de su toque hizo que los dedos de Toph se contrajeran en reconocimiento—. Te salvaremos, Toph, y luego haremos lo que debamos para ayudar al Avatar a salvar todos los mundos.


Sokka y su madre se acurrucaron juntos en una alcoba contra la pared de la gruta que ella usaba como espacio para vivir, detrás de unos paneles hechos de cuero estirado sobre marcos de madera para tener privacidad. Para Sokka, se sentía como el interior del hogar de su infancia; sus obras y tejidos cubrían las paredes y el piso, patrones en azul y blanco. Había tomado interés por hacer tallas de madera y hueso en formas de todo tipo de animales y él las admiraba en sus manos mientras se sentaban frente al fuego que encendía para él. En su tiempo lejos de Aniak'to, ella había tallado todo tipo de cosas en piel, hueso, cuero, madera y tela. Había pintado, tejido, esculpido, cocinado y teñido. Decía que le ayudaba a pasar el tiempo y disfrutaba aprendiendo de sus vecinos para crear estas artesanías.

Otras personas pasaron por fuera del nicho de Kya: hombres, mujeres e incluso niños que vivían aquí en una paz sombría. Muchos de ellos hablaban en susurros, en risas apagadas y palabras sofocadas, de una manera que le recordaba a Sokka el silencio de una mañana durante la primera nevada. Kya había dicho que muchos de ellos habían estado aquí en la gruta por décadas, pero Sokka solo vio a algunos ancianos paseando por el pueblo. Para aquellos ancianos, debía haber sido difícil ascender de nuevo a la superficie. Se preguntó si alguna vez echarían de menos el sol.

—Lamento no haber estado allí para tu prueba de esquivar el hielo —le dijo Kya. Miró el ojo que le faltaba y luego sus ojos se posaron en sus manos unidas en su regazo—. Todo en tu vida habría sucedido de manera muy diferente si yo hubiera estado allí.

Sokka negó con la cabeza.

—No, no es tu culpa.

—¿De quién es, entonces?

—No lo sé —admitió Sokka. A través de un hueco en los tabiques, vio la enorme pared de hielo que se extendía a lo largo de toda la aldea y el fondo del profundo barranco del mar detrás de ella. Las medusas flotaban como fantasmas—. ¿Culpas a alguien por lo que pasó?

—Solía culpar tanto a Hakoda como a Gran —dijo—. Pero la perdoné hace mucho tiempo. Matar a Kvichak podría haber sido una mala decisión a corto plazo, pero a la larga creo que fue mejor para nuestra nación, y para nuestra familia, que hiciera lo que hizo. Ella siempre fue una prisionera, tanto como yo. Al igual que tú, Katara y Suki.

—Sobre Katara, no lo sé —dijo. Le dio la vuelta a la talla de madera de un lobo en sus manos—. Ella debería estar aquí. Debería ver que sigues con vida. No sé qué cambiaría. Pero sé que las cosas nunca serían como antes, incluso si regresaras a casa para poder estar juntos y ser una familia otra vez.

Kya miró hacia la pared de hielo, a la silueta una tortuga elefante que nadaba hacia el hielo y lo examinaba con su larga trompa.

—¿Y eso incluiría a tu padre, sabiendo lo que ha hecho?, ¿lo qué planea hacer?

—No sé qué planea hacer —admitió Sokka—. Aang y Sedna piensan que intentará ahogar al Reino Tierra o algo así. Lo cual está mal, y lo entiendo totalmente, pero no creo que haga algo tan descabellado. Mucha de nuestra propia gente vive en las costas del Reino Tierra.

—¿Y aun así no te volverás contra él? —Se pasó las manos por el dobladillo forrado de piel de su falda—. Podrías ayudar al Avatar. Todos estos años, he tratado de convencer a Lady Sedna de que se alejara de su cruzada en un esfuerzo por protegerte, pero...

Sokka se encogió de hombros.

—Quiero decir, más o menos lo hice. Katara trató de matar al Avatar, pero básicamente lo ayudé porque había cosas más importantes que estaban sucediendo y ahora le estoy enseñando Agua Control, que necesita usar para vencer a papá y ya que tanto Katara como yo cometimos un error en Ba Sing Se y nos encontramos con Chit Sang, quien ahora sabe que estoy dispuesto a luchar junto al Avatar, es probable que nos haya desheredado a ambos a estas alturas. O algo así.

Kya se rio.

—Sokka, estás dejando que tus palabras te sobrepasen de nuevo. Toma un respiro. Estás tratando de encontrar una explicación lógica para todo, como solías hacerlo, pero no creo que esa sea la solución esta vez.

—Sí, estoy pensando demasiado. Todo el mundo dice eso.

—Mi brillante e inteligente niño —dijo ella y cuando tomó su mano, no le importó que se sintiera como hielo—. Siempre estaré orgullosa de ese lado tuyo. Pero, obviamente, estoy más impresionada de que hayas heredado esa chispa de ingenio y sarcasmo mía, aunque quizá sea por mi debilidad por ti.

Él sonrió y ella le devolvió la sonrisa.

—Me alegro de tenerte de vuelta, mamá. Cuando las cosas vuelvan a estar seguras, puedes volver a casa y ver a Gran gran, a Katara y a Suki, incluso a Yue.

Su sonrisa vaciló y apartó la mano.

—Lo siento, Sokka, pero no creo que eso sea posible.

Su estómago dio un vuelco.

—¿Qué quieres decir?

—Tal como están las cosas aquí... ninguno de nosotros puede salir de esta gruta. —Se quedó mirando el fuego de la chimenea y respiró hondo—. Nuestras vidas están ligadas a Lady Sedna. Es como... si estuviéramos congelados en el tiempo. Si me fuera de esta aldea, el poder que ella usa para mantenernos con vida terminaría.

Entonces se le heló la sangre ante sus palabras. Y luego la sintió hervir, la ira hacia la crueldad de todo esto ardía en sus entrañas, la idea de que finalmente se había reunido con su madre solo para enterarse de que nunca volverían a estar realmente juntos. Era tan injusto que él pudiera seguir viviendo mientras ella estaba atrapada aquí, en las profundidades del océano, sumida en su propia tristeza y soledad en medio del hielo. Una parte de él consideró la idea de que podía quedarse aquí y esconderse de todo.

En el Polo Sur, los meses de invierno se sentían como una noche constante, con un breve destello del sol de medianoche antes de que se pusiera y no volvía a salir hasta que llegaba el momento de anunciar la primavera. Pero aquí abajo, siempre era invierno. Su madre nunca volvería a ver un amanecer.


Aang y Zuko decidieron darle tiempo a Sokka con su madre antes de seguir adelante. Le habían preguntado a Sedna si podía brindarles algún conocimiento para su viaje hacia el Polo Sur, cualquier información que ayudara a encontrar a Toph o recuperar su cara, pero ella no sabía nada que pudiera serles de utilidad. Solo los había convocado aquí por respeto a Kya. Estaban solos.

Aang estaba a punto de ir a buscar a Sokka, cuando tanto él como su madre subieron la pendiente hacia la entrada del pueblo hacia ellos. Al ver a Kya, solo pudo pensar en lo mucho que se parecía a Katara, y los vívidos recuerdos de la búsqueda del asesino de su madre llegaron a él antes de que pudiera apartarlos y concentrarse en el presente. Sokka parecía abatido, pero Aang supuso que tenía que ver con el hecho de que su reunión debía terminar.

Observó a una criatura de las profundidades del océano nadar hasta la pared de hielo, un ser parecido a un calamar cuyo nombre no conocía, y se estremeció. Pero, a pesar de que estaban en el dominio de un espíritu del hielo, no hacía tanto frío aquí como Aang pensó en un principio, algo de lo que acababa de darse cuenta. Su corazón se aceleró cuando comenzó a conectar los puntos y se volvió hacia Sedna para expresarlos.

—Esa pared de hielo... ¿se derretirá alguna vez?

—No, Avatar —dijo con una sonrisa—. Sería un espíritu de hielo bastante mediocre si el hielo que hago siempre terminara por derretirse.

Aang, Sokka y Zuko se miraron.

—En Isla Pétalo de Melocotón —dijo Aang—. Hay una Maestra Aire que Aniak encerró en el hielo hace cien años.

Senda se puso las manos en las caderas y mantuvo la cabeza en alto.

—¿Crees que Aniak era capaz de crear un hielo así? No, niño, fui yo. Él la sorprendió volando hacia el Polo Sur durante la Luna de Seiryu y, en su purga de los Nómadas Aire, la enfrentó y derrotó sin mayor esfuerzo. Fue entonces cuando conocí su crueldad por primera vez, y en mis intentos por protegerla, le dije s Aniak que si ella era realmente el Avatar, sería mejor congelarla para siempre en lugar de matarla, para que no pudiera oponerse a él en su próxima vida. Pero, por supuesto, no percibí el Espíritu del Avatar dentro de ella.

Sokka se quedó con la boca abierta.

—¡Vaya, esto lo cambia todo!

—¿Está viva? —preguntó Zuko.

Sedna se cruzó de brazos.

—Podría estarlo. Mi hielo tiene propiedades especiales pero, si aún vive, necesitará atención. Y yo no soy una sanadora.

Kya habló, cruzando las manos frente a ella.

—Hay un pueblo no muy lejos de aquí. En el mundo de arriba. Allí vive una herbalista que ha encontrado a muchos de los nuestros al borde de la muerte antes de que Lady Sedna fuera a salvarlos. Según dicen, es una mujer amable.

Sedna se frotó la barbilla.

—Sí, podría llevarle a la niña. —Miró a Aang—. Como un gesto de buena voluntad. Que no se diga que soy incapaz de ser amable. Sigo pensando que podríamos ser aliados en esta guerra. —Él la miró y sintió el peso detrás de sus palabras—. Aunque no lo olvides: si haces un trato con un espíritu, debes estar preparado para las consecuencias si rompes nuestro acuerdo.

Aang endureció la mirada, decidido a salvar a Sangmu de su destino. Él le hizo la pregunta cuya respuesta ya intuía.

—¿Qué deseas a cambio?

—Quiero que la sangre de Aniak se derrame sobre la nieve —dijo, y lo dijo con una certeza que no admitía discusión—. ¿Estás dispuesto a romper tu juramento de paz Maestro Aire si eso significa traer de vuelta a otro de los tuyos?

Recordó la forma en que todos en su vida lo habían presionado para que hiciera lo que fuera necesario con Ozai, y cómo se había resistido todo el tiempo que pudo. Se quedó mirando la pared de hielo, la oscuridad más allá, y los recuerdos de sus batallas resonaron en su cabeza. En aquel entonces, no había tenido que tomar una decisión como esta con la vida de otro Maestro Aire pendiendo de un hilo. En aquel entonces, él había sido el último de los suyos que quedaba para defender esos valores.

—Lo haré —dijo finalmente. Se preocuparía por el cómo o el por qué más tarde, junto con las ramificaciones de su decisión—. Trae a Sangmu de vuelta.

Sedna se giró para mirar a Sokka.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó—. ¿Terminarás lo que Aniak comenzó, o te redimirás protegiendo a la chica de cualquier daño?

Sokka apretó los puños y cerró el ojo, pero luego se giró para mirar a su madre. Ella lo miró, esperanzada, y cuando habló lo hizo sin mirar a Sedna.

—Todos me han estado diciendo que tengo que hacer lo que siento que es correcto. No lo que me han educado para pensar que es lo correcto. Y... siento que esto es lo que tengo que hacer. Su seguridad será mi responsabilidad. —Fijó su mirada en la de Aang—. Te ayudaré a llegar al portal de los espíritus, y luego derrotaremos a mi padre.

—Todos lo haremos —dijo Zuko, asintiendo con Aang—. Tal vez encontremos a Azula y Katara, o tal vez no, pero tenemos que confiar en que harán lo que sea que estén haciendo mientras nosotros cumplimos nuestra misión.

Sedna sonrió.

—Muy bien. Llevaré a la niña al pueblo de arriba. Será mejor que se vayan. Mi águila parda vuela bastante rápido.

Antes de partir, Sokka abrazó a Kya por última vez. Aang vio lágrimas en los ojos de ambos, aunque se dio la vuelta antes de que pensaran que estaba entrometiéndose en las palabras o emociones que pasaban entre ellos. Pero los escuchó a pesar de todo.

—Adiós, mamá —dijo Sokka, limpiándose el ojo—. Te amo. Y un día tal vez pueda traer a Katara, a Gran gran y a Suki aquí para verte.

—Te amo, hijo mío —dijo, y tomó su rostro entre sus manos—. Mi valiente guerrero. Me has hecho sentir orgullosa. Y tan, tan feliz.


Una tormenta de nieve descendió sobre el pueblo minero, una que ninguno de los aldeanos o marineros esperaba que viniera a Isla Pétalo de Melocotón. Todos dormían en sus casas mientras la nieve se acumulaba durante la noche y las alas de un águila parda batían hacia la entrada de la mina de sal. Los guardias estaban acurrucados cerca de las llamas y sus parkas ceñidas, y el frío cayó sobre ellos tan rápido como el sueño, por lo que nadie fue testigo del paso del espíritu ancestral en su forma humana, tan silenciosa como la nieve que caía.

El hielo cubrió la sal rosa dentro del laberinto de túneles. A esta hora, incluso los mineros habían dejado sus puestos, el turno de noche se había suspendido debido al frío extremo de la repentina tormenta que de alguna manera inexplicable, había azotado su lugar de trabajo con sus heladas garras. Los copos de nieve se arremolinaban y apagaban las lámparas de sal, sumiendo a los túneles en oscuridad. Pero aun así el espíritu prosiguió, su aliento como un vendaval silencioso. Por fin, en la cámara final, encontró a la niña. Cuando el espíritu colocó su mano sobre el hielo y se derritió, la Maestra Aire respiró por primera vez en cien años.


Para acelerar su progreso, Azula y Katara se detuvieron en un pueblo para conseguir un par de caribúes pantera para que las llevaran a través de la tundra helada en su viaje a Aniak'to. Azula se alegró de tener a la bestia peluda, y no solo por su velocidad; siempre se sentía cálida, igual que Appa, y cuando la montaba, le resultaba más fácil usar su aliento de fuego. Era una bestia enorme con una mordida mortal y astas, patas con garras en el frente y pezuñas en las patas traseras, y Azula decidió que le gustaba la bestia por su actitud: sorprendentemente amistosa bajo un exterior peligroso.

Trató de no pensar en lo que Aang y Zuko debían haber pensado de ella, la vergüenza y el dolor de su traición, y en su lugar se concentró en sus objetivos: llegar a Aniak'to. Hacer que Katara recuperara la confianza de Hakoda después de su fracaso en Ba Sing Se. Deshacerse de los enemigos de Hakoda. Cambiar la Nación del Agua desde dentro. Todavía no sabía muy bien por qué Katara la necesitaba para esto, pero ponerse de su lado había silenciado al Señor del Fuego Azula por el momento, y sabía que ese debía ser el camino correcto.

Se detuvieron en un río que atravesaba una vasta llanura, aunque una ladera cubierta de nieve bloqueaba la vista de Azula de la tierra que tenían delante. Cuando desmontaron para dejar beber a los caribúes pantera, Azula se quitó los guantes, aunque eso significara exponer sus manos al frío punzante, para frotarse las palmas e invocar al fuego para calentarlas junto con sus entrañas. No podía hacer Fuego Control con los guantes puestos sin quemarlos y odiaba eso.

—Parece que te viene bien tener a mano ese aliento de fuego que haces —dijo Katara, quitando la silla de su montura—. ¿Lo endientes, a mano? —Cuando Azula no se rio, Katara frunció el ceño—. Ya sabes, porque usaste tus manos para hacerlo… oh, no importa. Supongo que estoy demasiado cansado para contar un buen chiste.

Azula no creía que Katara hubiera contado un buen chiste desde que comenzaron a viajar juntas, pero supuso que el humor no era uno de sus puntos fuertes. Sintió que su propia actitud empeoraba con las noches cada vez más largas, lo que alteraba su horario de sueño y le dificultaba saber la hora. Se preguntó si los intentos de Katara de ser amigable estaban destinados a hacer que Azula najara la guardia. En cualquier caso, siempre se aseguraba de estar preparada para la posibilidad de que Katara se volviera contra ella.

—Hay algo que siempre he querido preguntarte —dijo Azula—. Desde que me di cuenta de quién eras.

Katara miró a Azula por encima del hombro.

—¿Qué quieres decir?

—Tú eras el Espíritu Azul —dijo Azula—. El que me rescató de esa fortaleza en la Nación del Fuego. ¿Por qué lo hiciste?

Los vientos fríos soplaron y ambas le dieron la espalda brevemente antes de que Katara hablara.

—Ah, me preguntaba cuándo mencionarías eso. Sí, esa fui yo. Supongo que en ese momento fue un intento inútil de que Sokka recuperara el favor de mi padre, haciendo que fuera Sokka quien capturase al Avatar en lugar de Bato. Pensé que lo necesitaba para hacer que mi nación fuera como yo quería, pero desde entonces he entendido que tengo que hacerlo yo misma.

—Así que antes querías gobernar la Nación del Agua a través de él.

—Algo así. —Katara se tocó la barbilla—. Sabes, Azula, tengo que decir que me has dado una muy buena idea. La próxima vez que pasemos por un pueblo, creo que iré a comprar máscaras.