Chapter Text
Hoy en día, hay demasiado silencio en el Embarcadero del loto.
Bueno, no, tampoco es que hubiera silencio absoluto: siempre están presentes los sonidos de la ciudad, del tráfico en el río, de los mercaderes y vendedores en la dársena y en la ribera; una corriente continua de actividad humana que recubría el perpetuo balanceo del agua.
Pero el Embarcadero del loto en sí, la residencia, guarda ahora un silencio señorial, tranquilo y digno. Hasta los piques que Jiang Cheng tiene con sus consejeros no son tan acalorados como cuando era más joven. Es... extraño. Desconocido. No es como lo recuerda de su infancia. Francamente, le está empezando a dar ronchas. A este ritmo, sus brillantes tonos violetas y azules verdosos empezarán a blanquear al sol, y entonces bien podrían declararse una rama subsidiaria de la secta Lan, tras lo cual Jiang Cheng se lanzará ritualmente al río y falsificará su propia muerte.
Es porque estos días ya no hay tantos niños corriendo de un lado a otro. Cuando él era joven (la madre que lo parió, tiene que ser un fósil ya si está pensando "cuando yo era joven" cada dos por tres), había como mínimo una docena de discípulos Jiang nuevos cada año.
Y después llegó la guerra, claro está.
Han perdido a muchos cultivadores jóvenes prometedores en esa guerra, a gente que tenía toda la vida por delante. Gente que debería haber tenido el tiempo de crecer, casarse y tener hijos que serían la nueva generación de hoy.
Nunca han tenido la oportunidad de hacerlo, por lo que la generación de hoy es... escasa. Dos o tres al año, en vez de una docena o más. Y es un alivio para Jiang Cheng tener hasta esos pocos; sabe de unas cuantas sectas más pequeñas que no han tenido más de un discípulo nuevo al año desde hace una década. Algunas sectas, que están ahora en riesgo de colapso, envidiarían hasta esos míseros números y los considerarían una riqueza generacional abundante.
Sabe, lógicamente, que los números han de empezar a recuperarse pronto, y que ese "pronto" significa más bien "en el siguiente par de décadas". Pero veinte años es una espera demasiado larga. Para ese entonces, nadie recordará ya que, una vez, el Embarcadero del loto estaba repleto de energía y de risas. Para ese entonces, será un viejo que se habrá olvidado por completo de cómo mirar hacia el futuro; la mirada de su memoria estará fijada en el pasado envuelto en niebla.
Pero la vida sigue y la política y el comercio también. Se ocupa de los asuntos mundanales de la secta y la administración, cultiva tanto cuanto se lo permite su horario, y se preocupa por Jin Ling, a pesar de que el chico claramente ya no necesita su preocupación. Lleva dos años ejerciendo de líder de secta, y con cada día que pasa se va convirtiendo en su propia persona, madurando a tal velocidad que tiene a Jiang Cheng alarmado y lo hace sentirse orgulloso y triste y solo. Sí, solo, porque Jiang Cheng no puede evitar sentirse un poco abandonado, pero ese es el camino de los niños, ¿no es así? Al final, todos los niños crecen y te dejan.
Así que se aguanta, llena su horario para no dejar tiempo para la tristeza y solo sale de Yunmeng cuando es absolutamente imprescindible hacerlo, sobre todo para las ocasionales reuniones diplomáticas con el resto de las sectas.
Pero al final... Tal vez es el silencio lo que lo está volviendo loco. Tal vez son los pensamientos que le vienen a la mente en medio de la noche: si está solo, es por culpa suya, siempre acaba espantando a la gente que lo rodea, podría cambiar si lo deseara con la suficiente fuerza. Tal vez son las sesiones de meditación en el santuario de los ancestros, durante las que recuerda la voz suave de jiejie y su mano fresca sobre su mejilla. Chicos, portados bien. A-Xian, A-Cheng, ¿no podéis trataros con cariño? ¡Solo tenéis un hermano!
“Ella se avergonzaría de ti”, piensa para sus adentros, furioso consigo mismo. Se metería una hostia en la cara si pudiera, si eso fuera a ayudar. “Imbécil”.
Pero a pesar de todas las crueldades que se dice —y él es más cruel consigo mismo que con ninguna otra persona—, eso es lo único que no consigue obligarse a creer, porque no es verdad. Jiejie nunca se había avergonzado de él, ni jamás se sintió decepcionada con él. Ella tan solo creía, siempre, que Jiang Cheng podía ser mejor persona de lo que era, y seguía amándolo en silencio mientras él intentaba mejorar, fallaba y volvía a intentarlo.
Se imagina diciendo “jiejie, no puedo”. Ella solía dejarle llorar en su regazo cuando era pequeño, mientras le acariciaba el cabello y los hombros.
A-Cheng es muy fuerte. Estoy segura de que encontrará la manera.
***
O tal vez su mente simplemente le estaba jugando una mala pasada otra vez y había encontrado una forma diferente de decirle: Claro que podrías haberlo hecho, imbécil, si le hubieras metido ganas.
Jiang Cheng se detiene al pie de la montaña y levanta la mirada hacia el largo camino que lleva hacia los Recesos de las Nubes. Junta todo su coraje y hace de tripas corazón.
Han pasado dos años desde la última vez que ha visto a Wei Wuxian cara a cara, aparte de las pocas veces que lo ha vislumbrado durante las conferencias de cultivadores y otros eventos políticos. Hasta ahora Wei Wuxian no es lo suficientemente sensato para atender ninguno de esos eventos en serio, y cuando lo hace, se sienta demasiado cerca de esa pared vacía con la que está casado. Se cuelga de los hombros de Hanguang-jun o se arrellana sobre las rodillas de su esposo sin ninguna preocupación por el decoro o los ojos inocentes de los presentes, quienes de verdad que no necesitan ser testigos de tal comportamiento.
Jiang Cheng relaja la mandíbula antes de que se rompa una muela. Otra vez.
Va a ser cortés esta vez. Va a portarse de forma... fraternal. Al fin y al cabo, son hermanos, ¿no? Hasta si Wei Wuxian se ha fugado para hacer guarrerías con Lan Wangji y se ha olvidado completamente de Jiang Cheng y... del Embarcadero del loto y de toda su familia y...
Vuelve a aflojar la mandíbula y se obliga a pensar las palabras que causan punzadas de dolor sordo en su pecho: ¿Qué diría jiejie? ¿Qué haría ella?
A-Cheng, escucha él otra vez. La palabra resuena como un eco en su cabeza. Es una amonestación afectuosa, como si lo único que se interpusiera entre Wei Wuxian y él fuera una mera riña infantil que se pudiera solucionar con una mera disculpa o una invitación a compartir un juguete.
Traga duro. Relaja la mandíbula por tercera vez.
Tan solo quiere recuperar a su familia. ¿Es tanto pedir? Aparte de Jin Ling, Wei Wuxian es el único miembro que queda de su familia, y no ha corrido al Embarcadero del loto para suplicar perdón, así que...
Así que Jiang Cheng está cansado de esperar lo que nunca va a ocurrir.
Tal vez no haya salida de esta situación. Tal vez todos esos lazos rotos se quedarán así para siempre. Tal vez quince años y unos cuantos cientos de kilómetros son demasiados para esperar que alguien simplemente... se olvide de todo y lo perdone. Tal vez debería ser más sabio y reconocer que es una causa perdida, dar media vuelta y volver a casa.
Cuadra los hombros, alza la barbilla. Bueno, puede que todo eso fuera verdad. Puede que esta sea una misión imposible. ¿Y qué?
Él es el líder de la secta Jiang, y antes de tirar la toalla de forma definitiva, al menos intentará hacer lo imposible.
***
Se apea de su espada enfrente de las puertas que dan entrada a los Recesos de las Nubes. Hace una rápida reverencia a los dos discípulos Lan que están de guardia. No reconoce a ninguno de ellos.
—Jiang Wanyin de Yunmeng —dice, lacónico—. ¿Me permiten entrar?
—Ehm —vacila uno de ellos—... ¿Líder de secta Jiang?
—Sí.
—¿Está aquí para ver a Hanguang-jun? —pregunta el otro, en un tono mucho más educado—. No nos han avisado de que se espera su llegada.
—No me está esperando. —Junta toda su determinación otra vez—. Estoy aquí para ver a Wei Wuxian, de hecho. Y él tampoco me está esperando.
Los dos discípulos intercambian miradas.
—Ah...
Malditos sean los Lan. Si se permite la más mínima grosería, los guardas simplemente lo mandarán de paseo y tendrá que intentarlo otro día cuando haya alguien diferente a las puertas. Tienen normas establecidas para lidiar con líderes de secta pomposos que se presentan para fastidiar y quejarse y malgastar el tiempo de la gente. Jiang Cheng ha esperado a la entrada a los Recesos de las Nubes las suficientes veces para estar más que acostumbrado a este tratamiento.
—No pasa nada —dice, teniendo cuidado de ser educado—. Mándenles un mensaje si lo creen necesario. No me ofenderé.
Retrocede unos diez metros por el camino. Hay un árbol grande que ya es un viejo amigo a estas alturas — cuando llegaba sin aviso previo para lidiar con asuntos sectarios y tenía que esperar a que le dieran permiso para entrar, sus raíces nudosas ofrecían un lugar bastante agradable para descansar. Es mejor que estar de pie, pateando el suelo, o sentado sobre los duros escalones de piedra.
Se pone cómodo y se reclina contra el tronco. Descansa las manos sobre el estómago y cierra los ojos, indeciso de si meditar o echarse una siestecilla.
Tuvo que haberse quedado dormido al final, porque se despierta al escuchar pisadas. Abre los ojos justo cuando Wei Wuxian, quien está a unos cuantos pasos, dice:
—¿Jiang Cheng?
Se sienta.
El hombre que era antaño su hermano parece estar... bueno, sería una exageración decir que está bien. Está despeinado, con la ropa desarreglada, y parece cansado y desgastado. Tiene una mancha de algo innombrable en una manga y otra en el bajo de su túnica. Pero tiene buen color en la cara, y ya no posee ese aspecto demacrado y hambriento que persigue a Jiang Cheng en algunas de sus peores pesadillas.
Es un caso extraño de visión doble: el cuerpo de Mo Xuanyu no es el de su hermano, y su cara, por mucho que se parezca, tampoco es la misma. A veces, cuando Jiang Cheng lo encuentra en un infrecuente momento de extrema quietud, se le olvida por un segundo.
Pero luego su hermano cobra vida: se mueve, sonríe, se ríe o habla, y no queda rastro de duda de que es él. Cada gesto, el ritmo de cada oración, cada movimiento de su lenguaje corporal es inconfundible. Jiang Cheng lo conoce mejor que su propio reflejo.
—Hola —dice, cauteloso.
—Hola —contesta Wei Wuxian. Se para y lo mira pestañeando—. Eh... Me alegro de verte.
Jiang Cheng ojea la mancha inmunda que tiene en la manga.
—¿Has metido la mano en un cuenco con congee? —pregunta con cautela. ¿Es eso congee? Podría ser... otra cosa sobre la que no quiere ni pensar.
Wei Wuxian se mira la manga sorprendido.
—Oh —exhala, e intenta limpiar la mancha—. Estos días no puedo seguir limpio por más de cinco minutos seguidos. —Se echa a reír de la nada—. Supongo que ya sabes cómo va todo esto, ¿eh?
Jiang Cheng no tiene ni la más mínima idea de qué está hablando.
—Ajá —concuerda, receloso.
—Pues... eh... —Wei Wuxian se balance sobre los talones—. ¿Qué te trae por estos lares?
—Tengo derecho a visitar a mi hermano, ¿no? —dice él, y hasta él piensa que le ha salido demasiado brusco. A-Cheng, suspira la amada voz en su mente. Hace una mueca.
—Ah. Pues sí. —Wei Wuxian lo mira pestañeando otra vez—. ¿Solo es una visita? ¿No ha pasado nada?
—No ha pasado nada. —Se incorpora y se sacude el polvo del bajo de su túnica de abrigo—. ¿Entonces me vas a invitar a entrar o qué?
—Uhm... de acuerdo. Por supuesto, adelante.
Entran hombro a hombro en los Recesos de las Nubes, y Jiang Cheng tiene una sensación de déjà-vu desgarradora.
Un silencio incómodo se instala entre ellos.
—Pues... —dice Wei Wuxian al fin, estirando la última vocal unos segundos—. ¿Qué tal va lo de... liderar la secta y eso?
—Lo sabrías si... —Se interrumpe—. Bien. Va bien.
—Bien. Eso está bien.
—Y... —Que los dioses le ayuden, esto es una tortura—. ¿Qué tal van las cosas aquí?
Wei Wuxian suspira profundo.
—Ah, no me tires de la lengua, que no paro. Me pasaré todo el día quejándome como una de esas señoras mayores del mercado de Yunmeng, ¿te acuerdas? "Oh, pobre de mí, mi esposo es demasiado galante y rico. Mis mejores cintas se han manchado. Mis hijos están demasiado dedicados a sus estudios, es tan caro seguir comprándoles libros. Qué horrible es mi vida, y ya no te cuento sobre..."
—Te has tirado de la lengua tú solo —dice Jiang Cheng entre dientes apretados.
—Oh, ups, tienes razón. Bueno, la versión corta es que aquí también todo va bien.
—Bien —dice Jiang Cheng. Considera por un momento dar media vuelta, saltar sobre su espada, decir "bueno, ya hemos hablado, nos vemos" y volar a casa.
El silencio vuelve a caer entre ellos.
Jiang Cheng estaba por decir algo más debido al pánico que le estaba entrando, pero una discípula joven —tendrá unos once años, túnica blanca, botas blancas, cinta blanca— se acerca a Wei Wuxian pisando como un elefante y dice:
—Deseo presentar una queja formal.
—¿Otra? —inquiere Wei Wuxian. Se para en seco y pone los brazos en jarra—. ¿Y ahora qué?
—¡A-Hao no me deja en paz! —sisea ella—. ¡Haz que pare!
Wei Wuxian exhala un suspiro pesaroso.
—De acuerdo. Estoy ocupado por ahora, así que simplemente... dile que he dicho que pare.
—¡Pero no va a parar!
—Entonces pídele a tu da-ge que lo haga parar. ¡Estoy ocupado! —dice Wei Wuxian, señalando a Jiang Cheng.
—Da-ge le está escribiendo una carta a su "novio". —Dice la última palabra con un desdén tan ponzoñoso que a Jiang Cheng casi se le escapa la risa.
—Si él tuviera novio, yo lo sabría —dice Wei Wuxian con gran confianza—. Aunque tal vez tiene a alguien que le gusta. A mí también me gustaba una persona a su edad...
Ella lo ignora, y le dedica una mirada larga y gélida a Jiang Cheng.
—¿Quién es este?
—No seas maleducada —la regaña Wei Wuxian. Es una hipocresía de tan soberbias dimensiones de su parte que es un milagro que el sol no se haya caído del cielo—. Este es... mi hermano. El líder de la secta de Yunmeng, Jiang Wanyin. Jiang Cheng.
—Oh. —Ella se calma. La mirada que le lanza la chica se vuelve calculadora, pero luego ejecuta una reverencia perfecta—. Buenos días. Soy Lan Shu, nombre de cortesía Siyuan. Es un placer conocerle.
Jiang Cheng la saluda con una inclinación de cabeza.
—Te está dando problemas tu hermano, ¿eh?
Ella suspira y alza los ojos al cielo. Es suficiente respuesta para él. Hasta puede simpatizar con la chica.
—Ya, ya, lo sé. Venga, andando —dice Wei Wuxian agitando una mano en dirección a la chica—. Vete de aquí. Fuera.
—¡Pero...!
—Una de dos: o sé más paciente o... —Wei Wuxian gesticula ampliamente—. ¡Tíralo al estanque frío o algo! No hagas eso. —Se corrige de inmediato. La advierte con un dedo—. Si tiras a A-Hao en el estanque frío, se lo diré a tu padre.
Ella considera la idea.
—No lo tiraré en el estanque frío.
—Me alegro de escucharlo —dice Wei Wuxian sin fiarse.
—Es una buena idea decírselo a diedie. Le presentaré a él mi queja formal —dice ella con una inclinación de cabeza. Y luego da media vuelta y desaparece por una esquina antes de que Wei Wuxian pueda atraparla.
Jiang Cheng bufa.
—Has perdido tu toque con los niños, ¿eh?
Wei Wuxian le lanza una mirada torturada.
—¿Cómo dices?
—Los discípulos Jiang solían seguirte a todas partes y casi que tropezaban por las prisas para cumplir todos tus deseos. —No puede evitar sentirse ufano—. Los discípulos Lan no son tan fáciles de impresionar, ¿eh?
Wei Wuxian suspira otra vez.
—Ni te lo imaginas.
***
Wei Wuxian lo deposita en la casa de invitados, y suelta una excusa distraída y medio coherente de tener que ir a comprobar qué tal le va a su señoría la duquesa, quien sea que fuera esa. Jiang Cheng se devana los sesos durante un minuto entero y no consigue recordar a ninguna cultivadora de la secta Lan que sea tan importante como para que hasta Wei Wuxian la llame por título. A menos que Lan Xichen se haya casado en la última semana y Jiang Cheng todavía no se ha enterado. Poco probable, la verdad.
Hace un día precioso, y no tiene nada mejor que hacer aparte de relajarse y continuar haciendo de tripas corazón. Abre todas las puertas y ventanas, se prepara una tetera y se sienta en el porche trasero, donde la colina baja hacia un arroyo. Todo está decorado con arbustos bien podados y arboledas de bambú cuidadas.
La intención será que las personas encuentren el paisaje bonito y tranquilizador, pero Jiang Cheng tiene poco aprecio por los jardines. Se bebe su té —puede admitir que el té está bueno, al menos.
Después de beberse la mitad de la tetera, escucha susurros. Se gira justo a tiempo para ver un par de cabezas con cinta blanca agacharse bajo el borde del porche.
Vigila en silencio, sin moverse ni hablar, hasta que encuentran las agalladas para asomarse otra vez, y luego los mira directamente a los ojos. Ellos chillan alarmados y se vuelven a esconder, susurrando con vehemencia el uno al otro.
—Corre, corre, corre —dice uno de ellos.
—Oye —espeta él bruscamente—. Venid aquí.
No procede ningún movimiento ni sonido. Solo se escucha la brisa.
Jiang Cheng frunce el ceño.
—En los Recesos de las Nubes está prohibido desobedecer a tus mayores, ¿no es así? —dice él.
Los dos pequeños discípulos se ponen de pie, rojos como tomates, y arrastran los pies hasta el borde del porche en el que él está sentado.
Y, por todos los cielos, son muy pequeños: el niño le llevará uno o dos años a la niña, pero ambos tienen menos de diez años, si no lo engañan los ojos. Ellos hacen una reverencia, claramente avergonzados, y su corazón se ablanda.
—¿Estáis espiando? —exige él—. ¿Os ha mandado Wei Wuxian?
Ellos intercambian miradas desconcertadas, diminutas y adorables.
—¿No? —dice el niño.
—¿Qué fue ese juego al escondite y el cuchicheo entonces?
—Jiejie ha dicho que estabas aquí —dice la niña. Patea una piedra—. Hemos venido a verte.
Jiang Cheng se queda a cuadros.
—Bueno. —Resopla—. Bueno, aquí estoy. Ya me habéis visto.
Lo miran con expresiones solemnes y serias. No pueden tener lazos de sangre, no se parecen en absoluto, pero están tan cerca el uno del otro, cogidos de la mano, así que serán primos o hermanos de secta muy cercanos.
—¿Dónde están vuestros modales? Presentados.
Dan un respingo y separan las manos para hacer una reverencia. El niño sacude las mangas dramáticamente antes de hacerlo, como si estuviera presentándose ante un emperador.
—¡Lan Hao, nombre de cortesía Sixia! —dice el niño.
—Lan Chun, nombre de cortesía Sihan —dice la niña.
Jiang Cheng se vuelve a quedar a cuadros.
—¿Los Lan han empezado a usar un poema generacional? —Ellos lo miran confusos—. En la última hora me he encontrado con tres personas cuyo nombre empieza con si. —Mira al niño—. Lan Hao, ¿verdad? Y has mencionado a tu jiejie... ¿Esa es tu hermana Lan Shu entonces?
El niño asiente con la cabeza.
—¿Puedo coger un poco de té? —pregunta Lan Chun, la mirada puesta en la tetera—. Este es el té bueno, ¿verdad? Puedo olerlo. Diedie dice que solo es para invitados y para ocasiones especiales. —Ella descansa los codos en el borde del poche y le sonríe de oreja a oreja. Jiang Cheng se pone en guardia de inmediato; Wei Wuxian también tenía ese tipo de encanto a su edad, y le ha traído una tonelada de problemas y dolores de cabeza a Jiang Cheng—. ¿Eres una ocasión especial?
—Soy un invitado.
—Los invitados son ocasiones especiales —dice ella. Se sube al porche, se sienta a su lado y dirige a la tetera una mirada esperanzada y anhelante que casi le saca una risa a Jiang Cheng—. Er-ge, súbete también.
Lan Hao vacila.
—¿Me permite unirme a usted, líder de secta Jiang? —pregunta el niño. Lo hace con suma seriedad y formalidad. Su carita es tan seria que es un poco gracioso.
Pero Jiang Cheng ha criado a un niño, y sabe que la buena educación se ha de valorar y recompensar.
—¿Tienes alguna clase ahora? —le pregunta en actitud severa. El niño niega con la cabeza—. Entonces sí que te lo permito. Solo por un rato.
Lan Hao se encarama rápido al porche para sentarse al lado de su... ¿hermana de secta? ¿Amiga? Bueno, quién sabe. Coloca las manos pulcramente sobre su regazo, la espalda bien recta: un Lan en miniatura perfecto.
—¡Eres de Yunmeng! —dice Lan Chun mientras, la muy descarada, intenta coger la tetera.
Jiang Cheng se la quita. Además de que es muy maleducado por su parte, la cerámica está ardiente y podría quemarse si la cogiese sin más.
—Pide primero.
—Oh —Ella mira la tetera, luego a él y de vuelta a la tetera. Entrelaza las manos debajo de la barbilla y canturrea—: ¿Por favor?
Jiang Cheng le lanza una mirada larga e imperturbable. Ya ha visto este teatro miles de veces.
—Ten mucho cuidado. Primero sirve a tus mayores.
Ella asiente, se sube las mangas, saca la lengua y procede a servir el té. Primero llena la taza de Jiang Cheng y luego la de su... quien sea. Podría ser su er-ge tanto en sentido literal como figurado. Hay que reconocer que la niña procede con mucho cuidado, pero Jiang Cheng la vigila con ojos de halcón de todos modos. En los Recesos de las Nubes debe de estar prohibido dejar que los niños hagan cosas en las que se puedan hacer daño, pero él siempre ha creído que un par de dedos quemados eran un precio bajo por una experiencia educativa. Ha permitido que Jin Ling se llevara un buen puñado de daños superficiales —dedos chamuscados, rodillas despellejadas, chichones en la cabeza— y le ha salido bien el chico, ¿no es así? Se ha convertido en líder de secta a los diecisiete y no le va del todo mal. Aunque claro está que no ha tenido que tomar las riendas de la secta en circunstancias tan difíciles y exigentes como a las que tuvo que hacer frente Jiang Cheng a su edad, así que no hay punto de comparación. Uf, con la juventud de hoy en día. No tienen ni idea de lo que son las verdaderas dificultades.
Era cuestión de escala, en realidad. No quieres que un niño se ahogue en el lago, por supuesto, pero dejarle caerse por el borde del embarcadero y empaparse de pies a cabeza porque no miraba adónde corría es una lección valiosa para la vida de mirar dónde coño vas, y este método suele ser más efectivo que gastar saliva en gritos.
Lan Chun sopla con cuidado sobre su té para enfriarlo, toma un sorbo, hace un bailecito de alegría y luego vuelve a decir:
—¡Eres de Yunmeng!
—Sí —dice Jiang Cheng—. Soy el líder de la secta.
—¡Hala! —Ella le sonríe—. He conocido a tres líderes de secta, ¡tú eres el cuarto! ¿Conoces a Zewu-jun? Viene a visitarnos cada mes... es el líder de la secta Gusu Lan.
Como si él no lo supiera ya, a pesar de que es un hombre adulto que se encuentra en la casa de invitados de la secta Gusu Lan, bebiendo su té. Pero los niños hablan así a veces, cuando quieren mostrarte que ellos saben esa información, así que no comenta nada.
—Y he conocido al líder de secta Jin, de Lanling —sigue ella—. Él es diez años mayor que yo. Lo he calculado yo solita, se me dan muy bien las mates...
—A-Chun, la arrogancia está prohibida —le susurra Lan Hao.
—¡No es arrogante decir que se me dan bien las mates! ¡Se me dan mejor que a ti, er-ge! Y he conocido al líder de secta Ouyang porque es el papá de Ouyang-gege, y Ouyang-gege viene a visitar a da-ge de vez en cuando. Y ahora te he conocido a ti. ¿Cómo es Yunmeng? ¿Has traído semillas de loto? ¿Te gustan? A mí me gustan. ¿Puedo ver tu espada? ¿Puedes volar sobre tu espada? ¿Has traído tu látigo? ¿Puedo verlo? ¿Alguna vez has usado el látigo para decapitar a alguien? Creo que deberías intentar decapitar a alguien con el látigo, porque eso sería superguay.
Mierda, nunca había usado el látigo para decapitar a alguien, pero sí que sería guay. Joder. Sorbe su té con cara seria.
—Haz las preguntas una a una.
—Cuéntanos sobre Yunmeng, por favor —pide Lan Hao con la misma educación que antes—. Mi baba dice que es un lugar muy bonito.
—Es la ciudad más bonita —dice Jiang Cheng, porque lo es y punto pelota—. Es...
—¿Más bonita que los Recesos de las Nubes? —pregunta Lan Chun con ojos como platos.
—Por supuesto —bufa Jiang Cheng.
—¡Hala! ¿Es verdad que las flores de loto crecen hasta donde alcanza la vista, hasta el mismo horizonte?
Jiang Cheng se pregunta distraídamente quién es el devoto que se ha tomado el tiempo de indoctrinarla con propaganda descarada del Embarcadero del loto, pero no va a echar a perder un trabajo bien hecho.
—Sí —miente él, serio. ¿Y qué si está prohibido mentir? Hanguang-jun puede besarle el culo.
—¡Hala! ¿Es verdad que la comida de allí es la más deliciosa del mundo mundial?
—Sí —contesta él, y piensa: "Ah, ha estado hablando con mi estúpido hermano. ¿Pero por qué iba a contarle a una discípula cualquiera...?”
—¡Hala, hala! ¿Es verdad que lo mejor del mundo es acostarte en un barco en el río, en pleno verano, colgar los pies por la borda para que estén en el agua y echar la siesta?
Jiang Cheng está un poco dolido, la verdad, de que Wei Wuxian esté contando tantas historias a mini discípulos Lan, pero no puede tomarse la molestia de visitar, ni una sola vez en dos años...
—Mi baba dijo que lo era —añade ella.
Jiang Cheng casi se atraganta con el té.
—¿¡Tu baba!? —exige él con voz estrangulada.
Ella lo mira con esos ojos tan grandes y le sonríe.
—¡Sí! ¡Wei Wuxian!
***
Wei Wuxian vuelve para la hora de la cena, y Jiang Cheng lo recibe con una mirada asesina.
—¿Cuándo ibas a contarme que has adoptado a una niña?
Wei Wuxian tiene la cara dura de lanzarle una mirada distraída y difusa.
—¿Eh?
—Lan Chun. —Jiang Cheng se impacienta—. Vino a interrogarme. ¡Ni rastro de modales, aunque es de esperar si Wei Wuxian es el padre!
—¿Has conocido a A-Chun?
—¡La sinvergüenza se ha bebido tres tazas de té! ¡Cero modales! He tenido que echarla o me habría obligado a preparar otra tetera.
—Oh. ¿El té bueno?
Jiang Cheng lo mira con el ceño fruncido.
Wei Wuxian levanta las manos en ademán defensivo.
—Le gusta mucho el té, pero ¿se lo vas a reprochar? Tiene siete años, y tú tampoco tenías modales a esa edad.
—¿Cuándo ha pasado esto? —insiste Jiang Cheng.
—¿A-Chun? Ehm… como hace un año, ¿creo? No, un poco más que eso. ¡Ja, el tiempo pasa volando estos días!
Jiang Cheng refrena su mal genio con ambas manos, pero a duras penas.
—Es una huérfana que has encontrado en la calle, supongo —dice él, tenso.
—De hecho —empieza Wei Wuxian, de buen humor—, ¡la ha encontrado Lan Zhan! Es una historia graciosa, en verdad. La encontró pidiendo limosna en la calle y habló con ella un poco y... bueno, ¡se me parece tanto! ¡Todo el mundo lo dice después de escucharla hablar durante tres minutos! Así que él la adoró al instante y le preguntó si quería que la adoptaran. En ese momento, yo estaba de caza nocturna con Sizhui en...
—¡Wei Wuxian!
Wei Wuxian se detiene en seco, tambaleándose.
—¿Eh? —pregunta su hermano con una sonrisa. Tiene más congee, o lo que sea que es, en las mangas, nota Jiang Cheng. Mira las manchas con el ceño fruncido.
("Curiosamente", le recuerda algún rincón recóndito de su memoria, "¿no te parecen manchas de leche? ¿No estabas cubierto de ellas cuando A-Ling era un bebé?")
—¿Por qué no me lo has contado por carta? —exige Jiang Cheng.
—Oh —dice Wei Wuxian como si nunca se le hubiera ocurrido. Increíble. "Vaya, Wei Wuxian, eso ha dolido como una patada en las pelotas, muchas gracias"—. ¿Habrías querido saberlo?
—¿¡Tú qué crees!?
Wei Wuxian parece pensárselo. Se da unos golpecitos en el mentón.
—Creo que pensé que dirías algo como: "¡Uf, Wei Wuxian, qué pesado! ¡Cuántas cartas! ¿A quién le importa?" —Wei Wuxian hace como que rompe una hoja y la tira al suelo—. Así. No te enfades, Jiang Cheng. ¡No quería molestarte!
—¡Uf, Wei Wuxian! —gruñe Jiang Cheng. Se pone de pie y entra en la casa de invitados. Coge su espada y la bolsa qiankun, en la que tiene todo su equipaje, y vuelve a salir—. ¡Eres lo peor! —dice señalando con dedo acusador a su insoportable hermano. Este hombre no lo pilla. ¿Por qué no lo pilla? No es como si Jiang Cheng se hubiera mosqueado por una sola puñetera carta que dijera: "¡Oye, cabrón, que tienes una sobrina! ¡Pensé que deberías saberlo!"
¡¡Wei Wuxian!!
Wei Wuxian está sonriendo despreocupadamente, como siempre, aunque la sonrisa titubea cuando ve la espada y la bolsa.
—¿Qué estás haciendo?
—¡No puedo contigo!
—Pensé que has venido a verme —dice Wei Wuxian con un puchero.
Jiang Cheng suelta un sonido incoherente de ira y se va en dirección a las puertas echando humo por las orejas.
***
Se aloja en una habitación en una posada de Caiyi, ordena algo comida y bebida, y se cuece en su rabia. ¿Por qué está comiéndose la cabeza con esto? ¿Por qué se molesta en intentar? Cuando es evidente que Wei Wuxian es tan... ¡es tan...!
¿Por qué iba Wei Wuxian a molestarse en contarle cosas sobre el Embarcadero del loto a su hija si no tiene planeado llevarla allí? ¿O presentarla a su tío, o enseñarle la placa funeraria de su shijie en el santuario de los ancestros y ayudarle a encender incienso enfrente de ella? ¡Y debería hacerlo, si es que es una persona decente!
Jiang Cheng se va a la cama hecho un basilisco. Despierta la mañana siguiente de mala uva y gruñón y, por más que le pese, consciente de que vale, sí, puede que fuera (en una parte muy pequeña) culpa suya. No se le da bien todo ese rollo de los sentimientos. No sabe qué hacer con ellos; solo grita, sobre todo cuando lo embargan sin previo aviso. No se esperaba tener que toparse de narices con el hecho de que su lista de miembros familiares acaba de aumentar de dos a tres personas: Jin Ling, Wei Wuxian, Lan Chun. Es... mucho. Es importante.
Pero uf. Tiene un Lan en la familia. Dos Lan, para colmo, si cuenta a Hanguang-jun, y Jiang Cheng no lo cuenta.
Al menos, ella no es una Lan muy Lan. No como ese amigo suyo, Lan Hao, tan perfecto y recatado y callado y educado. Lan Chun tiene potencial para convertirse en una persona tolerable, si Jiang Cheng puede salvar algo de su personalidad de todo este sinsentido Lan antes de que ellos blanqueen todos los colores de la niña.
Se dirige hacia el lago que hay a las afueras de Caiyi y lanza piedras al agua para quemar algo de su frustración. Luego inspira hondo, junta toda su determinación y vuelve a los Recesos de las Nubes.
—Hola —saluda a los discípulos que vigilan las puertas. Hace una reverencia al que reconoce—. Me recordará de ayer. ¿Me permite entrar, por favor?
—¿No se ha peleado anoche con Wei-qianbei y ha salido hecho una furia?
—¿No está prohibido cotillear en los Recesos de las Nubes? —responde Jiang Cheng con una pizca de filo en la voz.
El discípulo tiene la decencia de mostrarse avergonzado.
—Si quiere hablar con él otra vez, no está aquí. Anoche, después de cenar, toda la familia ha vuelto a casa.
—¿A casa? A casa, ¿qué casa? ¡Esta es su casa, ¿no?! ¿Dónde está esa casa?
El discípulo lo mira con ojos inocentes.
—Lo siento mucho, líder de secta, tenía toda la razón: está prohibido cotillear en los Recesos de las Nubes.
Jiang Cheng se aprieta el puente de la nariz y respira. Cabrones obstruccionistas, todo el grupito Lan, siempre lo ha dicho.
—Por favor —empieza con cuidado—, ¿me pueden decir los honorables discípulos dónde puedo encontrar a mi hermano?
El discípulo se apoya contra las puertas y empieza a limpiarse las uñas. Jiang Cheng no lo decapita con el látigo.
—¿Qué tiene con él?
***
Le lleva otros quince minutos extraer una respuesta vaga del discípulo, mientras que su compañero continúa riéndose por lo bajo a un par de metros. Y la mala hostia de Jiang Cheng vuelve a estar a un pelo de salir a la superficie.
La respuesta vaga del discípulo es mejor que nada: hay una cabaña como a veinte kilómetros de los Recesos de las Nubes, al otro lado de la montaña. Está a una hora en espada, o a unas cuantas horas a pie.
Jiang Cheng acaba tardando una hora y media, porque se asegura de parar para andar cuando deja atrás las partes más escarpadas de la montaña y llega al valle que hay al otro lado. El bosque es algo más denso aquí, más remoto que las granjas y ciudades ajetreadas que rodean a los Recesos de las Nubes. Un río serpentea por el fondo del valle, como un lazo que se ha caído del cabello de una chica.
Lo malo de andar es que le da tiempo para pensar. Tiempo para planear. Lo más que probable es que Wei Wuxian, como el payaso que es, se ría en su cara el momento en que Jiang Cheng ponga pie en su umbral. Su hermano lo chinchará y le tocará las narices hasta que él vuelva a explotar: otro fallo.
Se detiene para aporrear la cabeza contra un árbol. ¿En qué está pensando? ¿Es el triple de idiota que Wei Wuxian o qué pasa? ¿Cuándo debería dejar de intentar hacer lo imposible? Si una ciudad es inexpugnable, ¿no tendría sentido, en cierto punto, dejar de lazarse a las puertas e intentar derribarlas con los puños? ¡Tal vez lo que de verdad es imposible es la idea de que tiene permitido rendirse! ¡Tal vez sí que debería intentar hacer eso!
Intentar hacerlo y alcanzar la gloria. Luego volver triunfador a casa, al Embarcadero del loto, donde disfrutará de su victoria en soledad y aislamiento.
Tiene una sobrina. Le llora el corazón. Tiene una sobrina y es... astuta y brillante y lista y ella cree que sería superguay decapitar cosas con Zidian. Jiang Cheng no recuerda la última vez que alguien lo había considerado guay. Jin Ling nunca lo había considerado guay. Quiere ser guay para ella. Es su sobrina, es suya.
¿Tenía que haberle traído un regalo a la niña? Se revisa los bolsillos, hurga en su bolsa qiankun. Bueno, tiene algo de dinero consigo. Le vale. No será tan impresionante, teniendo en cuenta que su padre es (puaj) Hanguang-jun, pero los Lan tendrán opiniones estiradas sobre cuánto dinero tienen permitido tener los niños y qué tienen permitido comprar con dicho dinero.
Aprieta la mandíbula. Si Wei Wuxian quiere burlarse de él por intentarlo otra vez, que así sea. Adelante. Nunca hubo motivo para llamar a Jiang Wanyin de Yunmeng cobarde.
***
Los discípulos Lan le habían dicho que buscara una "pequeña cabaña pintoresca", así que Jiang Cheng se había imaginado... una pequeña cabaña pintoresca. Algo como una cabaña. Pequeña y pintoresca.
Primero, ve un hilillo de humo subir por encima de las copas de los árboles, como el del fuego de una cocina, y se dirige hacia él. Huele la comida a medida que se acerca: carne y especias. Cuando se acerca aún más, escucha varias voces: el sonido de niños jugando.
Gira en el camino y ve la tal pequeña cabaña pintoresca, excepto que no es una cabaña, es una casa en toda regla, malditos sean. Y tampoco es que sea pequeña, tiene dos pisos y un cobertizo de tamaño respetable. Además, no es lo que uno llamaría "pintoresca". Aunque sí que es bonita en ese estilo Gusu Lan tan soso, la ornamentación sutil y moderada, excepto por el estanque con nenúfares, que rodea un lateral de la casa y tiene un pabellón adyacente en el que apenas cabrían cuatro adultos de pie. Un borde de la plataforma cuelga por encima del agua y hay tres niños acostados bocabajo sobre ella. Miran por el borde y chapotean con las manos en el estanque.
—¡Rana! —chilla una niña—. ¡Rana, jie! ¡¡Rana!!
—La has asustado —dice la otra con fastidio. Cuando se sienta sobre los tobillos, Jiang Cheng reconoce a Lan Chun. No lleva su cinta y la túnica de la secta; tanto ella como la niña más pequeña llevan ropa sencilla y arrugada, cómoda y apropiada para el tipo de actividades que implican jugar en el barro o chapotear en estanques. El tercer niño va vestido de típico blanco Lan, y es Lan Hao, ahora que lo ve mejor. El amiguito de A-Chun.
—¡Rana! —llama la más pequeña de todos en tono suplicante. Mete las manos en el agua tanto cuanto puede. Tendrá cinco años como mucho—. ¡Rana, vuelve! ¡Rana!
—Tienes que hacerlo en silencio, Ding-er —dice Lan Hao—. A las ranas les gusta el silencio.
—¿En silencio? —dice ella, recelosa, mientras se gira hacia Lan Hao. Al hacerlo, ve a Jiang Cheng—. ¿Quién es ese?
Los otros dos alzan la mirada de repente, sobresaltados, pero se relajan cuando Jiang Cheng saluda a su hermano con la mano. A-Chun y Lan Hao se apresuran a ponerse de pie y a hacer una reverencia a Wei Wuxian mientras él se dirige al pequeño pabellón. Ding-er ya ha perdido el interés y ha vuelto a concentrarse en el estanque.
—Rana, vuelve —susurra la más pequeña al agua.
El amigo de su sobrina parece nervioso por alguna razón.
—Líder de secta Jiang. Hola, uhm... ¿qué le trae aquí?
Jiang Cheng hace un gesto vago.
—Asuntos familiares. ¿Y tú? ¿Estás de visita?
A-Chun y Lan Hao intercambian una mirada desconcertada.
—No, yo vivo aquí —dice Lan Hao.
—Vives... ¿aquí?
—¿Sí?
—¿No en los Recesos de las Nubes?
—Oh, no —dice A-Chun tan contenta—. Diedie y el tío abuelo han tenido una bronca como una casa y...
—A-Chun —sisea Lan Hao y le mete un codazo.
—Perdón, un "pequeño desacuerdo". —Lan Chun pronuncia las palabras con cuidado—. Y después vivimos en Caiyi durante un par de meses, y luego un día diedie llamó a da-ge de los Recesos de las Nubes para que viniera a cuidarnos, y diedie le dijo a baba que le había preparado una sorpresa y se fueron. Y después volvieron al día siguiente y baba seguía llorando, pero ya de felicidad. ¡Y luego da-ge nos ayudó a hacer las maletas y vinimos aquí! ¡A la casa! La casa era la sorpresa. ¡Diedie mandó que la construyeran aquí! ¡Es una buena casa! ¿Quieres ver la habitación que compartimos er-ge y yo?
A Jiang Cheng le da vueltas la cabeza. Siente como si se estuviera ahogando en la avalancha de información. Intenta encajar todas las piezas, pero por razón desconocida lo primero que sale de su boca es:
—¿Dormís en la misma habitación?
¿No es un poco raro que un niño y una niña compartan una sola habitación?
—¡Sí, somos mellizos! —dice Lan Chun. Lan Hao asiente con gravedad, se acerca un poco más a ella y toma un pliegue de la manga de su hermana.
Jiang Cheng los mira con escepticismo.
—Él es mayor que tú. Te lleva varios años.
La niña tuerce el gesto, como si le hubiera mosqueado que Jiang Cheng hubiera malentendido algo.
—Somos mellizos —insiste ella, y Lan Hao (¿A-Hao? Su... ¿sobrino? ¿Qué coño?) vuelve a asentir, ahora con mayor firmeza.
—Vale —dice Jiang Cheng con voz débil.
—¡Rana! —chilla Ding-er.
Y oh, dioses e inmortales, ¿es ella la hermana de los mellizos? ¿Es su segunda sobrina? Se siente mareado. Ding-er se levanta, las manos goteando y ahuecadas con cuidado, como si estuviera acunando algo del tamaño de un huevo. Viene corriendo hacia Jiang Cheng, sin rastro de miedo, y mira arriba, lo más alto que puede, a su cara.
—Tengo una rana —dice ella, victoriosa y determinada, y él no puede evitar derretirse un poco.
Jiang Cheng se pone de cuclillas.
—Debes a las ranas con cuidado —dice él, severo—. ¿Las estás trantando cuidado?
Ding-er copia su mirada severa y asiente una vez, con vehemencia, y Jiang Cheng se derrite un poco más.
—¡Lo sé! ¡Tengo que tratarlas con cuidado porque las ranas son más pequeñas que yo!
—Exacto. ¿Cómo te llamas?
—¡Ding-er!
Lan Hao le da un empujón en el hombro.
—Modales —le susurra él—. Hazlo bien. ¿Cómo es tu nombre completo?
—¡Lan Ding! —trina ella.
—Y tu nombre de cortesía —añade A-Chun.
—¡Lan Siyue! ¡Puedo escribirlo! Es el si de "pensamiento" y el yue de "jubiloso". Baba dijo que da-ge tiene un nombre triste, así que yo debería tener un nombre feliz porque ahora somos felices. Da-ge es el número uno y yo soy el número dos... este número —Mueve la rana a una mano ahuecada para poder mostrar dos dedos con la otra—. ¡Y tengo estos años! —Muestra cinco dedos.
Jiang Cheng se siente mareado, como si hubiera estado jadeando y ahora ha inhalado más aire del que necesita. Dos sobrinas pequeñas, y ahora no uno, sino dos sobrinos... Espera, no, tres si cuenta a este "da-ge". ¿Quién es su da-ge? Revuelve entre todos sus recuerdos confusamente. ¿Ha visto a Wei Wuxian y a Hanguang-jun con algún otro niño? Uno mayor que estos tres, con un nombre triste... Oh, cielos, es Lan Sizhui, ¿verdad? Su... ¿hijo adoptivo? Joder, Lan Sizhui es su puñetero sobrino por razón de matrimonio. Joder. La madre que los parió. ¿Qué coño?
Necesita cambiar de tema.
—¿Qué tipo de rana has pillado?
—¡Una verde! ¿Quieres verla?
Jiang Cheng asiente con la cabeza, y ella abre las manos al momento, lo cual acaba con que solo llega a ver un borrón verde, ya que la sorprendentemente diminuta rana se lanza en busca de libertad y, con un solo salto enorme, se sumerge en el estanque con un "plop".
—¡Mi rana! —aúlla Ding-er a un volumen que, francamente, no debería ser posible para su tamaño.
Jiang Cheng espera verla romper a llorar (Jin Ling siempre rompía a llorar cada vez que algo no salía como él quería o perdía algo o le quitaban algo), pero Ding-er tan solo bufa indignada, se acerca al borde pisando como un hipopótamo, se vuelve a acostar bocabajo y mete las manos en el agua.
—Rana —dice ella, con un tono de "no me vengas con tonterías" que a Jiang Cheng le trae a la mente el doloroso recuerdo de su madre—. Rana, vuelve, eres mi rana.
—No es tu rana, Ding-er —dice A-Hao, amable pero cansado de repetirse—. Vive en el estanque.
—Es su propia rana —concuerda A-Chun.
—Es mía —se empeña Ding-er—. Es mi rana y la quiero.
Una puerta de la casa se abre de golpe; está en la parte frontal de la casa, que no se ve casi desde el pabellón.
—¡Ding-er! —grita Wei Wuxian—. ¡Qué te he dicho sobre jugar en el estanque!
—¡Tengo supervisión! —le grita Ding-er de vuelta.
Wei Wuxian aparece por la esquina de la casa, andando a zancadas y enojado, y se para en seco por la sorpresa.
—Jiang Cheng. Vaya, pensé que ya estabas a medio camino hacia Yunmeng.
—Ya, bueno —dice él, tenso—. Aquí estoy.
Se quedan mirándose durante un minuto o, bueno, Wei Wuxian lo mira mientras Jiang Cheng pretende examinar la arquitectura de la casa. Hace un gesto hacia la construcción cuando la incomodidad alcanza nuevas alturas y el silencio se vuelve tortuoso (no tanto para Ding-er, quien sigue intentando convencer a la rana de volver).
—Es buena —dice, huraño—. La... casa. Bonita, si te gustan ese tipo de cosas. —Mierda, está metiendo la pata—. Y esto... —Indica con la mano el estanque con las flores de loto y el bosque—. Muy agradable.
Wei Wuxian está... inexpresivo. Joder, entonces está enfadado. Pues claro que está enfadado, ¿por qué no iba a estarlo? "Porque su hermano es un imbécil incompetente", se autorrecrimina Jiang Cheng. Al menos Wei Wuxian no está sonriendo. Si estuviera sonriendo, eso significaría que está furioso, y en ese caso Jiang Cheng bien podría tirar la toalla e irse. Que esté inexpresivo significa que está demasiado sorprendido para intentar encubrir sus sentimientos verdaderos. Significa que hay esperanza.
La gravedad de lo que está en juego aquí acaba de alcanzar niveles astronómicos. Un hermano, un cuñado, dos sobrinas, dos sobrinos más; riquezas más allá de todos sus sueños.
Si jode esto, va a montar campamento en el bosque y se va a deshacer en un mar de lágrimas, y no es una puta broma. Va a llorar como no ha llorado desde Ese Día en el Embarcadero del loto, en el que perdió la primera mitad de su familia, y como Ese Otro Día en la ciudad Insomne, cuando perdió la otra mitad.
No puede cagarla. No puede. ¡No puede! Lo va a volver a destruir, y no sabe cuántas veces puede sobrevivir ese proceso.
Va a cagarla, no hay duda. Lo arruina todo, ¿no es así? Siempre le pasa lo mismo.
No puede cagarla.
A-Cheng, susurra la voz de su hermana en su mente, siempre tan cariñosa y dulce. Todavía duele, hasta después de tantos años. A-Cheng, A-Xian, ¿no puedes ser más amable con tu hermano?
Una tarea intimidante, pero él es un Jiang. Va a intentar hacer lo imposible.
—Tus hijos son muy majos —dice él, y luego se crispa por su propio comentario. Suena tan estirado y formal. Es como si estuviera halagando a los hijos de un desconocido, no a sus sobrinas y sobrino. Debería conocerlos. Debería conocerlos lo suficiente para poder regañarlos junto con sus padres.
Wei Wuxian frunce el ceño un poco. Está confundido, entonces.
—Eso lo dices ahora —dice su hermano despacio—, pero en realidad son unos monstruitos, todos y cada uno.
—Pues yo no soy un monstruo —dice A-Chun con absoluta confianza y sonrisa deslumbrante. Balancea sus manos unidas alegremente—. Soy la más mona de todos.
La puerta principal se vuelve a abrir.
—Wei-qianbei —llama una voz vagamente familiar—. Hanguang-jun me ha dicho que te dijera que, cito, ¿qué os ha dicho a Ding-er y a ti sobre los juegos en el estanque? También dice que tiene que prepararse, así que ¿podrías venir a recoger a la duquesa? —Un momento después, Lan Sizhui aparece por la esquina, ve a Jiang Cheng, se queda congelado durante una fracción de segundo, y luego da media vuelta rápido y vuelve a desaparecer—. Ehm... ¿Hanguang-jun? —llama él con tono nervioso.
Ah, mierda. Jiang Cheng es hombre muerto.
—Creo que debería irme —dice él.
—¿Qué? No —dice A-Chun.
—Quizá sea lo mejor —dice Wei Wuxian débilmente—. No es que no seas... bienvenido, es que... estamos en medio de varias cosas ahora mismo y, bueno...
La puerta principal se abre de golpe. Hanguang-jun aparece por la esquipa como todo un ejército tras Jiang Cheng, la mano sobre la empuñadura de la espada y huracanes en los ojos. Normalmente, Jiang Cheng se ríe de la mera idea de cobardía, pero no puede evitar que en ese momento todo su ser entre en pánico.
—¡Largo! —ordena Hanguang-jun, y hay tal poder tras esa palabra que casi se siente como un latigazo de chi, como si ella sola fuera suficiente para desencadenar un deslizamiento de tierra en una montaña.
Pues nada, le espera una buena y sana llorera en el bosque.
—Me retiro, entonces —dice Jiang Cheng, pero cuando intenta separar su mano de la de A-Chun, ella rodea su cintura con los brazos.
—¡No!
Jiang Cheng se desenreda con cuidado.
—Lo siento —le susurra a la niña. Ella lo mira con esos ojos tan grandes.
—Estás triste —dice ella—. ¡Estás triste! ¡No te vayas si estás triste!
—No estoy triste —contesta él, firme.
Inclina la cabeza hacia ella y A-Hao. Dice "Ding-er, sé buena con la rana", a lo que Ding-er suspira "¡lo sé!" Hace una reverencia más o menos en dirección a Hanguang-jun y Wei Wuxian y, con los ojos clavados en el camino que atraviesa el bosque, echa a andar.
Rodea la esquina de la casa, y registra el sonido instintivamente antes que con la cabeza. Con un momento de retraso, su cerebro identifica el lloro de un bebé, y lo divierte en parte, de una forma nostálgica y triste, descubrir que puede diagnosticarlo inmediatamente como un lloro causado por cólicos, en vez de por hambre o cansancio. Después de otros dos pasos, su pobre cerebro, todavía inundado de información nueva, encaja varias piezas más del rompecabezas y ofrece: "Ajá, la caprichosa duquesa Lan." ¿Qué pasa ahora? ¿Tres sobrinas y dos sobrinos más?
Mira hacia la puerta principal al pasar, y ahí está Sizhui (sobrino) en el umbral, con una bebé llorosa acurrucada sobre el hombro (sobrina). De pie junto a él está esa otra chica, con el nombre que empieza por si, que Jiang Cheng conoció ayer, Lan Siyuan, Lan Shu (sobrina). Un momento después, desde detrás de la falda de la blanca túnica Lan de Siyuan, se asoma una carita con mofletes (sobrino), y Jiang Cheng no puede respirar, no puede respirar.
Solo nota que ha dejado de andar cuando percibe una presencia cerca de su hombro. Wei Wuxian, con los pulgares enganchados en su cinturón, se balancea un poco sobre los talones.
—Hola —dice Wei Wuxian en voz baja—. Pensé en acompañarte hasta la verja.
¿Qué verja? No había ninguna verja cuando Jiang Cheng vino.
—¿Pero cuántos críos tienes? —Suena... vaya mierda, suena como si le importara. Joder.
Wei Wuxian frunce el ceño y se pone a contar con los dedos. Jiang Cheng quiere estrangularlo ahí mismo, pero Hanguang-jun se ha subido al porche y está ahí con toda su prole colgada de los brazos y de la túnica, y parece tan frío y noble y altivo y orgulloso de ser padre. Jiang Cheng le tiene tanta envidia que podría sufrir una perversión de chi aquí mismo. Reza por que la tierra se lo trague.
—¿Siete? Siete. Aiya, esos son muchos, ¿verdad?
Jiang Cheng se lo traga todo y dice:
—Enhorabuena.
Da media vuelta y echa a andar. Wei Wuxian lo sigue.
Un minuto después, cuando están algo más lejos del alcance del oído de los que están en el porche, Wei Wuxian dice:
—No te enfades con Lan Zhan, ¿eh? Solo está... estresado. Yo estoy estresado. Todos estamos estresados. Tenemos mucho que hacer y, contando a Sizhui, solo tenemos seis manos adultas y necesitamos como dieciséis.
Jiang Cheng inspira despacio. Tiene tantos sentimientos que quiere gritar, pero si grita es el fin, y no puede permitirse perder, no puede. Cuatro sobrinas, tres sobrinos más, un hermano. Irse ahora se siente como volver a perder su núcleo dorado.
A-Cheng...
—No estoy enfadado con Hanguang-jun. —Tan solo va a cerrar los ojos, en sentido figurado, y hacer como que está hablando con un desconocido—. Me disculpo por la intrusión. Te aseguro que no va a volver a ocurrir.
—Cielo santo, pero ¿qué he hecho? —dice Wei Wuxian, descolocado—. ¿Estás aquí para desheredarme otra vez?
—¿Qué? —Jiang Cheng casi se atraganta con la palabra.
—¡No te hagas el tonto! ¿Qué quieres que piense cuando estás tan frío conmigo?
Jiang Cheng piensa “jiejie, por favor, no puedo, jiejie, jiejie”, y a duras penas consigue no explotar.
—No estoy frío.
—¡Sí que lo estás!
—Estoy hablando normal.
—No, no lo estás.
—Esta es mi voz normal.
—Suena enfadada. ¿Por qué estás enfadado conmigo? Solo estás así de callado cuando estás muy, muy cabreado conmigo. —Wei Wuxian se le pone delante y lo para con una mano en el pecho—. No te vayas cabreado.
—No estoy cabreado.
—Jiang Cheng, por favor —dice Wei Wuxian, y ahí, justo ahí, esa es su voz sincera. Lo que sea que diga ahora va a ser la verdad. Este es su hermano y Jiang Cheng lo conoce mejor que nadie—. Estoy agotado, no puedo con esto ahora. Dime ya por lo que tengo que disculparme para que pueda decirlo antes de que te vayas.
Jiang Cheng cierra los ojos. “Jiejie. Jiejie, ayúdame.”
A-Cheng, sé bueno con tu hermano.
—Él... ese esposo tuyo te está tratando bien, ¿no? —Suena enfadado, hasta él lo nota, pero no sabe cómo parar—. ¿Por qué estás tan estresado? Si te ha colgado todas las tareas de la casa y te ha cargado con los hijos, si no te está tratando como debería, entonces... volveré y lucharé con él ahora mismo. Ni siquiera me importa, lo voy a...
—¿Qué? No, Lan Zhan es genial, es el mejor.
—¿Está forrado y ni siquiera ha contratado a sirvientes o a una niñera? Mírate, estás hecho un desastre. Necesitas ayuda y él puede permitírselo...
—Sí, sí, hay dos sirvientas de los Recesos de las Nubes que suelen venir a ayudar varias veces por semana, pero una de ellas no puede venir porque se casa la semana que viene y la otra está resfriada. En serio, ¡tenemos suerte de tener hasta a esas dos! Es una casita en el bosque, y está a horas y horas de todas partes, apenas hay gente dispuesta a viajar tanto. Igualmente estamos en los Recesos de las Nubes semana sí, semana no; ahora más a menudo, con lo caprichosa que es la duquesa. La niña rige la casa, Jiang Cheng, te juro que lo hace...
—Es una bebé, es lo que hacen siempre —dice Jiang Cheng, completamente harto—. Jin Ling regía el Embarcadero del loto cuando tenía seis meses.
Wei Wuxian se tambalea un poco y suelta una risa aguda muy rara.
—Apuesto a que él no lloró tanto como esta.
Jiang Cheng lo vuelve a mirar, ahora con mayor detenimiento.
—¿Necesitas sentarte? —pregunta despacio.
Wei Wuxian mira a la distancia media, los ojos un poco vidriosos.
—No he podido sentarme desde el desayuno.
Oh, por el amor de Dios. Jiang Cheng toma a Wei Wuxian por los hombros, lo dirige debajo de un árbol y lo empuja hasta que sus rodillas flaquean y el hombre colapsa sobre sí mismo. Tiene una cantimplora de agua en su bolsa qiankun; la saca y se la endorsa a Wei Wuxian.
—¿Es alcohol? Jiang Cheng, si esto es alcohol, te juro que voy a llorar delante de ti.
—Es agua, pedazo de idiota. Estás deshidratado.
Wei Wuxian parece igual de contento de beber agua que alcohol. Jiang Cheng se sienta a cierta distancia y le lanza una mirada asesina cada vez que intenta devolverle la cantimplora. Cuando la vacía, Jiang Cheng le pone la tapa y la vuelve a guardar.
Wei Wuxian se va cayendo poco a poco de costado. Jiang Cheng lanza una mirada alarmada a la casa. ¿Hanguang-jun todavía los vigila? ¿Va a interpretar esto de lejos como "Jiang Wanyin ha envenenado a su antiguo hermano de secta en pleno día, vayamos a asesinar a Jiang Wanyin"? Pero no, Hanguang-jun y su enorme horda de críos han vuelto adentro.
—Me gustan los niños —dice Wei Wuxian en un tono delirante. Tal vez no debería haberle dejado sentarse. Si Wei Wuxian se desmaya aquí, Jiang Cheng tendrá que arrastrarlo de vuelta al porche—. Los niños son lo mejor. Hablan la lengua humana y pueden decirte qué les pasa. No como los bebés.
—Solo son cólicos. Pasarán —dice Jiang Cheng, gruñón.
Wei Wuxian rueda y se queda bocarriba.
—Ya —se queja él—. Eso es lo que dicen todos los doctores. Y todos los padres de la secta. O los que han tenido contacto con bebés. Lan Qiren nos llamó incompetentes. Ni siquiera me importó, y ¿sabes por qué? La duquesa había estado llorando durante seis horas seguidas, ¡seis! Él entró, se la quitó a Lan Zhan y luego caminó de un lado a otro de la habitación recitándole los Preceptos Lan en su voz de maestro tan pomposa; se durmió en cinco minutos. Casi lloro. Habría besado el bajo de su túnica. Nadie puede hacerla dormir tan rápido como él. Ese hombre es un dios. Ni siquiera se duerme cuando Lan Zhan le recita los preceptos, lo cual es increíble porque Lan Zhan tiene la voz más bonita del mundo y...
—Para.
—Vale —accede Wei Wuxian. Mira con ojos perdidos las hojas que cuelgan sobre ellos—. Íbamos a quedarnos en los Recesos de las Nubes otra semana, pero yo quería volver a casa. Dioses, soy idiota, ¿por qué iba a volver a casa cuando los sirvientes y el perfecto, sabio y erudito San Lan Qiren, a quien adoro con todo el corazón, están todos allí? Oh, espera... oh, es verdad. Da igual.
—¿Qué pasa?
—Uhm... no es nada.
—Wei Wuxian.
—Puede que estuviera disgustado ayer —dice Wei Wuxian en voz cansada.
Sigue usando su voz sincera. Jiang Cheng sabe por experiencia propia que un trago de agua y dos minutos de descanso pueden subírsete a la cabeza como una botella de vino fuerte cuando eres el padre exhausto de un bebé con cólicos. Probablemente no debería aprovecharse de su estado. Por otra parte, este es su horrible hermano, y Jiang Cheng tiene derecho.
Le he dicho a Lan Zhan que no quería quedarme en los Recesos de las Nubes —sigue Wei Wuxian—, que quería volver a mi casa y a mi cama, y él dijo: "Sin problemas. Solo serán un par de semanas. Sizhui y Jingyi se vendrán con nosotros para echar una mano, no tienen clases". Pero luego, justo cuando estábamos haciendo las maletas, llamaron a Jingyi a una caza nocturna, y yo dije: "Sin problemas, solo son seis críos, y somos tres adultos, contando a Sizhui. Tenemos un par de manos cada uno, podemos con ellos". Y cuando llegamos aquí, todas las barreras estaban fuera de combate...
—Espera, ¿qué?
—Ah, lo habrás visto de camino aquí, ¿el arco?
—No he visto ningún arco.
Wei Wuxian gira la cabeza a un lado y mira a Jiang Cheng.
—¿Has venido por ese camino? —Señala el que tienen más cerca. Jiang Cheng asiente—. ¿No has visto la formación de talismanes? ¿Un arco de papel enorme y brillante que cuelga encima del camino, como a cien metros de aquí?
—No.
Wei Wuxian se queja y se sienta.
—Bueno, como iba diciendo... —Ahora ha vuelto su voz falsa, toda despreocupada y alegre—. Todas las barreras estaban desactivadas porque hay un jabalí demoníaco gigante pululando por la zona y derribó un árbol justo encima de una de las anclas de la barrera. Y yo, como el idiota que soy, dije: "Sin problemas, Lan Zhan. Escribiré un puñado de talismanes nuevos y lo arreglaré todo". Pero después fui a mirar el ancla y vi que, no es que esté caída, está completamente destrozada y tendría que hacer unas barreras nuevas. Excepto que, adivina qué, no tenemos la mitad de los componentes, porque, por un lado, tenemos que encargar un ancla nueva a los canteros en Caiyi y, por otro, mi queridísima hija a la que quiero tanto entró en mi taller sin permiso y decidió que el cinabrio de primera calidad era exactamente el pigmento que necesitaba para hacer unos dibujos...
—¿Cuál de ellas?
—A-Chun. —Wei Wuxian suspira—. Después de terminar de decirle a A-Chun que iba a enterrarla hasta el cuello en el barro si volvía a entrar en mi taller, dije: "Sin problemas, usaré sangre para las barreras". Pero tanto Lan Zhan como Lan Sizhui objetaron porque creían que acabaría desmayándome...
—¿En tu estado? Por supuesto.
—Así que lo hablamos entre los tres y decidimos que me está permitido usar una pizca de sangre para hacer una barrera temporal para proteger la casa (es el arco de papel que no has visto). Y Lan Zhan volará a los Recesos de las Nubes y a Caiyi para encargar o comprar los componentes nuevos, pero a los canteros les llevará como mínimo seis horas tallar un ancla nueva. A eso se une el hecho de que el peso lo va a ralentizar cuando vuelva volando en la espada, lo que significa que pasará una noche fuera, así que Sizhui y yo nos vamos a quedar aquí para proteger a los niños. Es más fácil resguardarse aquí que llevarlos a todos a los Recesos de las Nubes, sobre todo teniendo en cuenta que todavía no puedo volar muy lejos con la espada...
—Wei Wuxian. ¿Qué le ha pasado al arco?
Wei Wuxian entrecierra los ojos, pensativo, mira a la distancia y asiente con la cabeza.
—Será que el jabalí lo destrozó antes de que llegaras. —Se estampa una enorme y falsa sonrisa en la cara—. Así que pasaré esta noche en vela y pensaré en que mis bebés están jugando fuera mientras un jabalí demoníaco gigante ronda por la zona, sin ninguna barrera para protegerlos. Me lo pasaré bomba, ya te digo.
Jiang Cheng tiene el corazón en la garganta. Se apresura a levantarse cuando Wei Wuxian empieza a trotar hacia la casa. Pilla a su hermano por el codo y lo gira hacia sí.
—Me quedaré —dice con firmeza—. Me quedo. Vigilaré el perímetro.
—No, no te preocupes, estaremos bien. Sizhui y yo podemos con esto, y Lan Zhan volverá en un periquete...
—¿Por qué no puede ir Lan Sizhui?
—No es lo suficientemente fuerte todavía para cargar con una piedra enorme todo el camino. Volando, tardaría días. Dice que podría tardar menos transportándola a carretilla. Y es demasiado bueno para intimidar a los canteros para que trabajen por la noche. Lan Zhan puede ir y volver por la mañana.
—Yo podría ir.
—Ah, no, sería demasiada molestia, no podemos importunarte. Lan Zhan no lo aceptaría, yo no lo acepto, ninguno de nosotros lo acepta.
Esto tiene que ser lo más exasperante que Wei Wuxian le ha dicho jamás.
—¡Wei Wuxian! ¿Cómo te atreves? ¿Ahora me estás desheredando tú?
—¿Eh? —Wei Wuxian se había zafado a medias de Jiang Cheng, pero al escuchar eso se detiene alarmado.
—¡Soy tu hermano! —le grita Jiang Cheng—. ¿Eres imbécil? ¿No puedes "importunarme"? ¿Qué molestia hay aquí? ¡Soy familia, no importunas a tu familia por pedirle algo!
Wei Wuxian lo mira descolocado y se pone rojo.
—Mira, no tienes por qué...
—¡Me vengo al quinto pino, descubro por pura chiripa que tengo siete sobrinos y sobrinas sobre las que no me has dicho ni mu, me entero de que hay un jabalí demoníaco gigante que puede derribar árboles vagando cerca de tu casa, ¿y ahora estás rechazando mi ayuda por puta educación?! ¡Pero a ti qué te pasa!
—¡Podemos apañárnoslas! —objeta Wei Wuxian—. ¡Es un solo jabalí demoníaco gigante! ¡Entre Sizhui y yo estaremos bien, podemos encargarnos de él!
—El hecho de que puedas hacerlo no implica que debas —gruñe Jiang Cheng—. Yo no me muevo de aquí. Vete a contárselo a Hanguang-jun. Pregúntale si quiere que me quede aquí o que vaya a por los componentes que necesitas.
Dicho esto, se vuelve a sentar de cara al camino, se cruza de brazos y fulmina el bosque con la mirada, como si eso fuera a obligar al jabalí demoníaco gigante que está amenazando a su familia a dar media vuelta e irse a otra parte.
Wei Wuxian suspira de una manera muy similar a la de jiejie, y Jiang Cheng escucha la gravilla crujir bajo sus suelas mientras camina hacia la casa.
Varios minutos más tarde, vuelven las pisadas, esta vez en dirección hacia él, acompañadas del llanto furioso de la duquesa. Jiang Cheng no aparta la mirada del camino hasta que vislumbra ropa blanca por el rabillo del ojo.
—Hanguang-jun.
—Líder de secta Jiang —responde Hanguang-jun, casi inaudible en el barullo que está montando la duquesa.
Jiang Cheng se pone de pie y hace una reverencia rápida, como la de un soldado. Por alguna razón, es más fácil ser educado con Hanguang-jun que con Wei Wuxian. Se debe a todos los años de experiencia que tiene a la hora de lidiar con Hanguang-jun: una década y media de formalidad fría y frágil que apenas cuenta como civismo, pero sí que cuenta.
Hanguang-jun ya no parece querer matar a alguien; es difícil albergar tendencias homicidas mientras le estás frotando la espalda a tu bebé. Y la estás meciendo. ¿Qué? Está tan acostumbrado a ver a Hanguang-jun como una estatua de piedra, un bloque de hielo, que la disonancia cognitiva que está sufriendo ahora es tan fuerte que está por reventarle la cabeza.
La carita de la duquesa es rojo intenso y está aullando prácticamente en el oído de Hanguang-jun. Los dedos de Jiang Cheng se crispan un poco. Quiere sujetarla. Apuesta a que puede hacer que se duerma más rápido que ese vejestorio Lan Qiren. Fantasea, brevemente, sobre ver a Wei Wuxian caer de rodillas para profesar su profundo agradecimiento con ojos llorosos, besar el bajo de la túnica de Jiang Cheng y todo eso. Una sarta de tonterías.
Hanguang-jun, por supuesto, no dice nada. Es uno de los trucos que más favorece durante las conferencias en las que hay que discutir un asunto, y Jiang Cheng lo odia. No puede ganar a Hanguang-jun en aguante en una competición silenciosa, y hoy ni siquiera puede intentar esa imposibilidad. Tienen que atender un tema bastante urgente, así que no sería responsable jugar a ese juego.
—Puedo quedarme aquí o puedo ir a la ciudad y conseguiros lo que necesitéis —dice Jiang Cheng—. Lo que prefieras.
La mirada fija y fría de Hanguang-jun no vacila en ningún momento, y Jiang Cheng pone los ojos en blanco mentalmente. Al menos hoy Hanguang-jun se ha dignado a mirarlo a los ojos.
—¿Por qué has venido? —Tal como lo entona, apenas se podría calificar de pregunta, más bien una declaración de granito. No es amigable en absoluto, sino el ataque inicial, tras el cual Jiang Cheng espera el inicio de una interrogación.
¿Por qué ha venido? Esa es la pregunta del siglo, ¿verdad? Tiene demasiado orgullo para encorvarse enfrente de Hanguang-jun, y si es el primero en apartar la mirada entonces habrá perdido esta ronda. Con tanta dignidad cuanta consigue reunir contesta:
—Quería ver a mi hermano.
—Lo has visto ayer. Te has peleado con él en cuestión de minutos y lo has herido. ¿Por qué has venido aquí?
—¿Tú qué crees? ¿Cuánta familia te queda a ti? —saca Jiang Cheng entre dientes apretados.
Tal vez por primera vez en los dieciséis años que lleva batiéndose en duelos verbales con Lan Wangji, gana un punto a su favor: Hanguang-jun es el primero en pestañear.
Jiang Cheng se aprovecha de la ventaja con gusto:
—Un esposo, un hermano, un tío, siete hijos. Tú nunca has estado verdaderamente solo.
—Sí que lo he estado.
—No, no lo has estado —dice Jiang Cheng, la voz como el filo de un cuchillo—. Siempre has tenido al menos a alguien. Yo una vez me he quedado tan solo con un bebé en brazos. Y antes de eso me he quedado tan solo con mi hermana, ¿te acuerdas de esa época? ¿Esos tres meses en los que no podíamos encontrarlo mientras él estaba en los Túmulos funerarios? ¿Quién estaba a tu lado, eh? ¿Quién estaba buscando sin descanso? ¿Recuerdas que a nadie, excepto a mí, a ti y a mi hermana, parecía importarle dónde estaba? ¿Recuerdas que no nos hemos preguntado ni una vez si era hora de tirar la toalla y dejar de buscar? Y ahora me preguntas "por qué estás aquí" —escupe él—. No me insultes, Lan Wangji. Sabes perfectamente por qué.
Hanguang-jun lo estudia durante un largo rato. La duquesa sigue berreando, y él la cambia de un hombro a otro.
—¿Cómo se llama? —pregunta Jiang Cheng antes de poder detenerse.
No se percata de que no esperaba en serio que Hanguang-jun le contestara hasta que este lo hace:
—Lan Ying, con el ying de "dar la bienvenida".
—Wei Wuxian solo la llama duquesa.
—Su mote infantil. Fue idea suya, ella es... exigente.
—¿Puedo sujetarla? —se le escapa a Jiang Cheng, después de lo cual cierra la boca tan rápido que sus dientes impactan con un clac. Claro que Hanguang-jun le va a decir que no. Obviamente.
Pero tal vez Hanguang-jun está igual de exhausto que Wei Wuxian, porque tras una pausa se encoge de hombros y se la pasa. La sorpresa de Jiang Cheng es de tan monumental envergadura que lo único que evita que la deje caer es pura memoria muscular.
—Espera, ¿qué? ¿En serio? —dice cuando ya la tiene acunada en sus brazos.
—No puedes perturbarla más de lo que está —dice Hanguang-jun impávido—. No le veo el problema.
Pero Jiang Cheng, mientras está mirando a la bebé arrugada y furiosa, lo pilla moviendo los hombros como si los tuviera agarrotados. El segundo jade de Lan no es tan imperturbable como parece.
Sin más dilación, Jiang Cheng se lo saca de la cabeza y lo ignora olímpicamente.
Los bebés nunca son bonitos cuando lloran. La carita de la duquesa está retorcida en furia carmesí y no para de revolverse. Tiene los pulmones de un león.
Jiang Cheng puede trabajar con esto. Se cruje los nudillos mentalmente, gira el cuello a un lado y a otro, y se pone manos a la obra. Ella no puede ser más difícil de lo que era Jin Ling.
Menos de cinco minutos después y ufano como un gallo, concluye que no, no es más difícil de lo que era Jin Ling. La duquesa todavía está balbuceando pequeños sonidos de protesta (solo puede asumir que al estado del mundo en sí y la terrible injusticia de tener que existir en él como una bebé), pero ha dejado de patalear y sus puñitos regordetes están agarrados con fuerza hercúlea a su túnica. Para cuando acaba el último verso del espantosamente complicado trabalenguas que su madre lo obligó a aprender para pulir su elocución, ella ha soltado un último sonido gruñón y se ha dormido con una expresión tanto terca como justificada en sus acciones.
—Pues eso —dice Jiang Cheng como quien no quiere la cosa. Se gira hacia Hanguang-jun—. ¿De qué estábamos hablando?
A Hanguang-jun le lleva un momento contestar. Parece un poco... Bueno, quién sabe, el hombre es imposible de leer.
—Estás aquí para reconciliarte con Wei Ying.
La única razón por la que Jiang Cheng no se mosquea es porque todavía está gozando del hecho de que, al parecer, él es la única persona aparte de Lan Qiren que puede hacer dormir a la duquesa.
—En resumidas cuentas, sí. ¿Qué? ¿Me quedo aquí o hago los recados?
Los ojos de Hanguang-jun bajan a la bebé que lleva en brazos.
—Me tiene bien agarrado aquí —dice Jiang Cheng, y ni siquiera intenta reprimir la sonrisita socarrona—. Podrías intentar desengancharla, pero entonces podría despertarse.
La duquesa bosteza y se acurruca contra su pecho. Jiang Cheng solo ve lo siguiente porque no le ha quitado los ojos de encima del hombre: la luz en los ojos de Hanguang-jun se vuelve inmediata e imposiblemente tierna. Le da vueltas la cabeza, la disonancia cognitiva vuelve con más fuerza que nunca. No se ha apuntado para ver a Hanguang-jun ser tan... humano. Se siente casi como si tuviera que apartar la mirada por educación, como si hubiera visto por casualidad a alguien desvestido.
—Se lo preguntaremos a Wei Ying —decide Hanguang-jun al final. Y luego, sorprendentemente, le da la espalda a Jiang Cheng y a su bebé y echa a andar hacia la casa.
Decir que Jiang Cheng está alucinando con la clara muestra de confianza es quedarse corto.
Jiang Cheng lo sigue.
Lo sigue por el camino de grava, hasta el porche y hacia dentro, donde Wei Wuxian está sentado de piernas cruzadas sobre el suelo. Está poniendo caras raras al niño más pequeño y dándole de comer sopa, cucharita a cucharita. A-Chun, mientras tanto, está demasiado arrimada a él, con los codos sobre la mesa y lloriqueando:
—¿Por favor? ¿Puedo hacerlo yo, por favor? ¡Mamá!
—¿A quién llamas mamá? —Wei Wuxian bufa—. "Mamá" debería ser el más guapo, ¿no te parece? Si alguien es mamá aquí, es tu diedie.
—¿Por qué? —dice el pequeño. Aparta la siguiente cucharada de sopa que se le ofrece.
—¿Por qué es diedie el más guapo? Porque se come toda la sopa —responde Wei Wuxian al momento—. ¿No quieres ser tan guapo como diedie?
Le vuelve a ofrecer la cuchara, y el sobrino más pequeño la considera y sorbe su contenido.
—Wei Ying —dice Hanguang-jun.
Wei Wuxian pega tal bote que casi derrama la sopa.
—Me has dado un susto de muerte, Lan Zhan... Espera, ¿dónde está la duquesa?
Hanguang-jun se aparta hacia un lado para que Wei Wuxian pueda ver a Jiang Cheng claramente, quien está justo detrás de él con la bebé dormida en brazos. A Wei Wuxian se le desencaja la mandíbula. Lo mismo le pasa a A-Chun y se tapa la boca con las manos en deleite.
A Wei Wuxian le lleva un rato encontrar su voz.
—¡Lan Zhan, la ha...!
—Más rápido que mi tío —dice Hanguang-jun en tono neutro—. ¿Me acompañas fuera un momento?
Wei Wuxian le pasa el cuenco de sopa a A-Chun, quien exclama un "¡sí!" y se sienta en la almohada desocupada para alimentar al sobrino más pequeño de Jiang Cheng. El niño abre grande la boca y echa la cabeza hacia atrás como un polluelo.
Wei Wuxian se arregla la falda de la túnica y sale, mirando a Jiang Cheng de vez en cuando como si hubiera presenciado algo que bien podría ser un milagro. Jiang Cheng le lanza una sonrisa satisfecha y mece a la duquesa. Wei Wuxian pone los brazos en jarra y sacude la cabeza.
—Debería haber sabido que eso funcionaría. —Suspira—. Vale, ¿cómo vamos a hacerlo? ¿Quién se va, quién se queda?
—Tú decides —dice Hanguang-jun.
Wei Wuxian suelta un lamento e inclina la cara hacia el cielo por un momento.
—Genial, cárgame con la decisión, ¿por qué no? —Se frota la frente con la mano—. Ah, qué demonios, será más rápido si vas tú, Lan Zhan. Odio decirlo, pero me llevaría al menos una hora explicarle los componentes a Jiang Cheng, pero tú ya te los sabes. —Lanza una mirada a su hermano—. ¿Si... te parece bien?
—La duquesa se despertará en cuando la suelte —señala Hanguang-jun.
—También está ese detalle, sí —dice Wei Wuxian. Palidece un poco.
—Ya os he dicho que me quedaría, así que me quedaré —se empeña Jiang Cheng—. No me salgas con la tontería de que no puedes importunarme. Ya te he dicho lo que pienso sobre esa gilipollez.
Hanguang-jun asiente una vez.
—Partiré de inmediato. Después de despedirme de los niños.
—¿Estarás bien? —pregunta Wei Wuxian. Una comisura de sus labios se crispa de esa manera que indica preocupación verdadera.
—Sí, ¿y tú?
—Sí, por supuesto. —No se ríe al final, y la confianza y la seguridad de Jiang Cheng en cuanto a toda esta situación aumenta un huevo y medio de repente.
Y luego llega un momento en el que parecen haber olvidado que Jiang Cheng sigue aquí. No están haciendo nada más aparte de mirarse, pero un segundo es normal y al siguiente se vuelve algo tan increíblemente privado que Jiang Cheng quiere sonrojarse y darles la espalda. Tiene que tragarse un comentario arisco.
—Me voy a preocupar por ti —dice Hanguang-jun, bajo. ¿Se ha acercado medio paso a Wei Wuxian? Qué grima que dan.
—¿Por mí? ¿Y eso? Soy yo el que se preocupará aquí.
—En Caiyi no hay jabalíes demoníacos gigantes.
—No —dice Wei Wuxian, en un tono tan afligido que ya no hay forma de que sea genuino. Ese es un tono juguetón; es (puaj) coqueteo—. Pero hay muchas abuelitas que piensan que estás soltero y que eres un candidato perfecto para casarse con sus familiares. Cada vez que vas a la ciudad, vivo en temor de que te secuestrarán y yo tendré que organizar un valiente rescate.
Hay una expresión extraña escondida en las comisuras de la boca de Hanguang-jun; desde ciertos ángulos, casi se podría considerar una sonrisa. Jiang Cheng aparta la mirada con determinación, porque ya ha tenido suficiente hoy de todo eso de "percatarse de que Lan Wangji es humano".
—Puedo defenderme —dice Hanguang-jun.
—¿Contra las abuelitas? —dice Wei Wuxian con tal duda que a Jiang Cheng lo sorprende que Hanguang-jun no se lo tome como un insulto—. Jabalíes demoníacos gigantes, vale, lo que sea. Dan yuyu y son malos para la salud, pero ¿abuelitas?
—Wei Ying me rescatará —dice su esposo con voz suave.
Jiang Cheng no puede evitar protestar con un carraspeo, la cara en llamas por la vergüenza.
Wei Wuxian suelta una carcajada —una carcajada genuina, una carcajada que implica que todo está bien— y sacude la cabeza.
—De acuerdo, bobalicón, ve a despedirte de los críos. Vete rápido para volver rápido.
—Mn —concuerda Hanguang-jun. Pasa a su lado para entrar en la casa.
—¿El ligoteo es necesario? —le sisea Jiang Cheng a Wei Wuxian mientras siguen a Hanguang-jun adentro.
—Sí —dice Wei Wuxian al instante, con los ojos bien abiertos e inocentes—. Es importante ofrecer un buen ejemplo a los niños de lo que es una relación sana y llena de amor, ¿no te parece?
Jiang Cheng pone cara asqueada, y Wei Wuxian vuelve a reír.
Hanguang-jun está arrodillado al lado de la almohada de A-Chun, ayudándola a limpiar la sopa de la cara del sobrino más pequeño; también ha goteado por toda la parte delantera de su ropa.
—Pero ¿por qué? —dice Xiao-Que mientras intenta esquivar la servilleta.
—¿Por qué qué? —responde Hanguang-jun. Termina de limpiar los restos de sopa de los mofletes rechonchos del niño.
—¿Por qué diedie va?
—Volveré a casa por la mañana. Voy a recoger algo de la ciudad.
—¿Por qué?
—Porque así baba podrá arreglar la barrera rota.
—¿Por qué?
—Porque así tus hermanos y tú estaréis a salvo.
—¿Por qué?
—Porque baba y yo nos preocupamos cuando no estáis a salvo.
—¿Por qué?
—Porque os queremos mucho.
—¿Por qué?
—Porque haces muchas preguntas buenas —dice, perfectamente serio. A-Chun, de rodillas a su lado, chilla de la risa.
—¿Por qué?
—Solo tú sabes la respuesta, Xiao-Que. —Hanguang-jun le arregla el pelo al niño—. Te veré mañana. —Se vuelve hacia A-Chun—. Pórtate bien.
—Yo siempre me porto bien —responde ella, con la sonrisa más ancha y brillante que le ha visto Jiang Cheng.
—Hm —dice Hanguang-jun, con ese tinte divertido y cariñoso en la mirada que tan insoportable era de ver dirigido a Wei Wuxian—. ¿Dónde están los demás?
—Da-ge y er-ge están lavando a san-mei, está toda pringada de lodo del estanque, y da-jie está leyendo arriba.
—Gracias.
Hanguang-jun desaparece en una de las habitaciones traseras. Sin esperar una invitación, porque esta casa es claramente la guarida del caos, Jiang Cheng se sienta a la mesa al lado de A-Chun. Wei Wuxian, mientras tanto, coge al sobrino más pequeño y lo sienta sobre su rodilla.
—¡Mira quién se ha comido toda la sopa! ¿Quieres ropa limpia, baobei?
—No —dice Xiao-Que, con gran firmeza.
A-Chun toca el brazo de Jiang Cheng para llamar su atención.
—¿Cómo has conseguido que la duquesa se duerma? Nunca duerme. Es tan ruidosa, todo el rato. Tenemos que ir a los Recesos de las Nubes mucho más a menudo que antes para que el tío abuelo pueda hacer que se duerma. Porque, cuando llora durante demasiado tiempo, baba empieza a llorar también, y cuando baba llora, diedie se pone triste y preocupado y empieza a hacer un montón de comida picante para animarlo.
Jiang Cheng le echa una mirada.
—Comida picante, ¿eh?
—¡Sí! A Ding-er y a mí nos gusta mucho, así que no nos molesta, pero los otros son unos debiluchos.
—¡Oye! —la reprocha Wei Wuxian—. ¿Es así como se habla?
A-Chun pone los ojos en blanco.
—Pero es verdad, lo son.
—Oye —dice Jiang Cheng igual de brusco. Ella se sobresalta un poco, con ojos como platos—. No seas impertinente.
Ella hace un mohín. Tiene una semejanza asombrosa a Wei Wuxian, a pesar de que es tanto física como temporalmente imposible que sea su hija biológica. Y también se recupera igual de rápido que su hermano:
—Entonces ¿qué has hecho para que se duerma, hm?
—He recitado trabalenguas.
—¿No se te han cansado los brazos?
Mueve a la duquesa un poco, teniendo mucho cuidado de no despertarla, y niega con la cabeza.
—Soy fuerte. Es por decapitar a tanta gente con el látigo.
A Wei Wuxian se le escapa la risa y se cubre la boca con la mano. Pero los ojos de A-Chun se abren aún más.
—¡Ahí va! ¿En serio?
