Chapter 1: Prólogo + El encuentro con Toto
Chapter Text
Diario El hombre del mañana – Periódico independiente. 2123
¿QUÉ HACE A UN HUMANO SER UN HUMANO?
–De Jonathan S. Kent-Lane.
Si algo nos han demostrado los acontecimientos recientes, es que los seres humanos no podremos realmente avanzar como sociedad hasta que sepamos dejar atrás ese enorme ego que solo ha servido como talón de Aquiles para nuestra civilización.
Ya una vez estuvimos a punto de perder nuestro mundo por culpa de nuestra avaricia y necedad. Creo que es momento de abrir de verdad nuestra mente y comprender que ser “un humano” conlleva más conceptos que solo nuestra configuración genética.
Según la filosofía, “el ser humano es una unidad indivisible, dotada de alma y espíritu, cuya mente funciona de manera racional. Tiene conciencia de sí mismo, capacidad para reflexionar sobre su propia existencia, sobre su pasado, su presente y sobre aquello que proyecta en su futuro, así como para discernir entre aquello que en una escala de valores se le presenta como lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, o lo justo y lo injusto”1*.
No estamos tratando con seres que carecen de conciencia. Saben, reconocen, sienten, ¡crean! Conocí a un hibrido que podía hablar dos lenguas humanas y que sabía dibujar prodigiosamente. Los he visto sacrificar sus vidas por los suyos y los he visto hacerlo también por sus “amos”. La idea de que solo se guían por sus emociones primarias es incluso risible y nos da a entender que quizás somos nosotros quienes estamos dejando de ser humanos.
Muchos hablan de que ellos son distintos, inferiores. Pero aun así los hemos empleado, les hemos dado nombres e incluso una identidad. Cada hibrido es único, así como cada ser humano lo es. Como vemos, la diferencia es casi nula, solo es cuestión de recobrar esa empatía que nos caracterizó alguna vez.
Creo en la lucha que ellos han comenzado, creo en sus razones para hacerlo. Quizás, si soltamos nuestras pantallas por un momento y nos detenemos a escuchar de verdad a quienes nos rodean, podremos darnos cuenta de que su lucha no es tan distinta a la que alguna vez nuestros antepasados también llevaron a cabo para obtener su anhelada libertad. Porque, sí, aunque muchos lo quieran negar, compartir ADN con ellos implica tener un pasado en común.
Quizás algún día, todo esto sea solo una caótica anécdota de cómo los humanos dimos nuestro paso más importante hacia la auténtica y pura equidad e igualdad.
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1. Esa cita es obtenida de una página de definiciones simples, donde combinaban los conceptos de muchos filósofos griegos. Solo agrego la nota para aclarar que eso no es mi redacción. Ya no cuento con la página de donde procede esta información.
Capítulo 1: El encuentro con Toto
Cuando era niño, mi madre solía leerme una versión sencilla de un cuento antiguo llamado El Mago de Oz. Yo, al tener a mis abuelos viviendo en Kansas, siempre me imaginé que podría ocurrirme algo parecido algún día. Que, en medio de un tornado, me iría a una tierra lejana, llena de gente extraña pero adorable; un lugar donde el aire sería limpio y fresco, con flores por todos lados, llenos de abundante comida; y donde el sol brillaría sin lastimar.
Cuando crecí un poco, me imaginé que había sido ahí a donde mis padres habían ido y que algún día yo los alcanzaría, después de enorgullecerlos por supuesto. Fueron agradables mentiras que me dije para no sentirme tan mal y poder continuar. Porque, cuando no tienes ningún objetivo, la vida en esta tierra se vuelve vacía y aún más agotadora.
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Aquella mañana, yo desperté como de costumbre luego de escuchar mi alarma sonar casi por un minuto. Tardé un poco en abrir del todo los ojos, pues me sentía algo cansado y con el cuerpo adolorido. Eso no era de extrañarse, la causa de mi agotamiento yacía a mi lado en la cama, quejándose por el ruido.
—Apaga eso, aún no ha amanecido. Es muy temprano—me decía él, chillando casi como un niño.
—Eso no es cierto—le expliqué mientras me deshacía de las sábanas y me levantaba. —Apaga—dije al aire y toda la habitación volvió a estar en absoluto silencio.
No culpaba a Billy por creer que aún no era de día, adentro todo estaba casi en penumbras. La única ventana que había mostraba un cielo negro con tintes rojos apareciendo lentamente; eso significaba “mañana” en New Gotham, y también el “anochecer”.
—Estamos a tiempo para ir al trabajo. Si llegamos tarde nos quedaremos sin ración. No sé tú, pero yo quiero comer hoy—le continué diciendo mientras buscaba mi toalla. De paso me encargué de arrojarle una a él también, pero ni con la tela en su cabeza hizo un esfuerzo por moverse. Así era Billy, tan despreocupado, por lo que solo lo dejé estar y me dirigí a la ducha. —Tú haces la cama—le advertí antes de salir de la habitación.
No me gustaba usar tanta agua entre semana, pero el idiota me había hecho un desastre y yo debía limpiarlo ahora. Era mi culpa por haberlo invitado a pasar la noche en mi departamento, ambos sabíamos siempre cómo resultaba aquello.
Mientras me enjabonaba, escuchaba las noticias que sonaban en una de las pantallas cercanas al baño. Al parecer hoy habría oxígeno más limpio que otros días, eso era estupendo, odiaba usar las malditas máscaras cuando salía al exterior.
Seguramente mi disgusto se debía al hecho de que había nacido en New Metropolis y que ahí casi nunca se usaban. De Smallville ni hablar, Pa’ tampoco las quería, así que desde que comencé a vivir con él me adapté al aire que se respiraba por ahí. Al final me hizo un gran favor, un paramédico siempre debía estar preparado para cualquier ambiente.
Pero, aun así, con ese par de buenas opciones para vivir, tuvo que salir mi lado Lane y dije un día: “¡Quiero trabajar en New Gotham!”. Porque eso de querer vivir más de cien años al parecer nunca fue lo mío, claro que no. Si no estaba muriendo de algún modo no me servía, por supuesto. Supongo que en realidad solo buscaba lo que fuera para alejarme de mi familia.
En medio de mis divagaciones sentí a alguien a mis espaldas, Billy por fin se había levantado.
Él no era precisamente mi pareja o algo parecido, tan solo éramos buenos amigos. Amigos del tipo que ayudaba al otro cuando su cuerpo pedía algo de satisfacción carnal. ¿Quién tenía tiempo para mantener una o varias parejas de verdad? Para mí era demasiado agotador.
Había salido con gente durante la preparatoria y la carrera, pero nada extraordinario o relevante. No podía pensar en conocer a alguien cuando aún seguía sin conocerme a mí mismo. Billy me llamaba raro por eso, pero tampoco importaba mucho. Yo nunca lo juzgué por tirarse a uno de sus hermanos adoptivos.
De cualquier modo, era divertido pasar el rato con él. Solo llevábamos unos cuatro meses de conocernos, pero el muchacho sabía hacerse querer con facilidad. Billy se había encargado de mostrarme las instalaciones del Centro cuando recién me integré y me incluyó en su equipo desde el principio. Era confiable y eso era muy valioso en esta lúgubre ciudad.
No lo dejé juguetear mucho con mi trasero, de verdad teníamos el tiempo contado. Cuando ambos salimos y nos cambiamos, él se encargó de alistar las maletas mientras yo preparaba el desayuno. Eso era otra cualidad suya, sabía hacer equipo conmigo.
Cuando todo estuvo preparado, nos sentamos a comer en silencio. De fondo seguían sonando las noticias, pero ninguno les prestaba mucha atención. Especialmente yo que me enfrascaba en mirar mi plato de avena. Seguramente si me hubiese quedado en NM habría tenido comidas más abundantes, pero al parecer nunca estaba satisfecho con mis lujos.
—Otra vez pones esa cara—me dijo Billy de pronto.
Él solía decirme que me perdía demasiado en mi cabeza, tanto que a veces creía que dormía con los ojos abiertos. También me solía preguntar si eso era algo típico de los escritores, yo nunca estuve realmente seguro; era un hábito que había tenido desde que mis padres habían fallecido.
—No tengo otra—le respondí sarcástico
No quería sonar grosero, solo era que a veces me fluía natural responder de ese modo. Quizás la noche anterior no había conseguido la recarga suficiente para ser agradable por la mañana.
—No hables así, que me harás pensar que mi método para relajarte ya no está funcionando.
Entendí que eso había sido una broma, pero sinceramente me comenzaba a cuestionar que posiblemente tenía algo de razón; un polvo ya tampoco estaba sirviendo para subirme los ánimos. Era bastante patético mirándolo en retrospectiva, pero así era yo. A pesar de eso, le sonreí para que viera que todo estaba en orden y pronto terminamos de comer. Recogimos nuestro equipo y salimos al pasillo para tomar el elevador y bajar al estacionamiento.
—¿La recargaste? —Quise saber cuando ambos caminábamos entre los autos y demás vehículos de los vecinos hasta llegar a mi propia motocicleta.
—Ugh, sí, mamá—me respondió Billy con un berrinche.
A veces le molestaba que yo le cuestionara todo como si realmente fuera su madre o algo parecido, pero no era mi culpa. Se llamaba ser precavido, pero era algo en lo que él y yo diferíamos. De igual forma nunca le molestaba lo suficiente como para realmente hacerme caso o mínimo mandarme al diablo. La noche anterior por supuesto que no había recargado mi motocicleta el muy idiota.
—¿En serio? ¿Cuándo? —insistí mientras acomodaba los maletines bajo el asiento.
—Cuando te quedaste dormido después de la tercera ronda.
Billy mentía, pero como le había dicho, teníamos el tiempo justo.
—Tienes suerte de ser lindo—le dije cuando ambos nos acomodamos los cascos para salir.
—Y también de que siempre mantienes llena la batería.
—Sí, también.
Arranqué la motocicleta y aceleré para salir, en tanto, Billy se encargó de activar el control y así abrir y cerrar una de las compuertas del edificio. Cuando cruzamos el umbral, pudimos sentir la habitual brisa helada de la mañana empujarnos con toda su fuerza.
A pesar de lo oscuro del cielo, las calles se hallaban bastante vivas. Cuatro meses viviendo en esta ciudad y no me terminaba de acostumbrar a siempre tener luces artificiales por todos lados. A nadie más parecía sorprenderle por lo que no solía decirlo en voz alta.
NG tenía su propia planta de energía nuclear, debían tenerla si querían proveer de tanta iluminación a la mayor parte de la isla. Además, la kryptonita que pertenecía a nuestro sector no era suficiente para todos. Según entendía, a NG jamás le tocó ni un solo trozo.
Yo vivía en el distrito principal, donde se concentraba gran parte de la población. Burócratas, oficiales y sus familias, gente en servicio, eso era lo que mayormente se hallaba en esa zona, todos yendo de un lado a otro sin tiempo para detenerse. Las calles siempre estaban llenas de los vehículos eléctricos y eran adornadas con pantallas y hologramas de publicidad y noticieros.
La gente de NG no era la más amable del mundo, yo suponía que el hecho de que recibían las vitaminas del sol en capsulas tenía mucho que ver en eso. Mi hermano Conner incluso ya me había mencionado que comenzaba a verme más pálido con cada videollamada que teníamos. Aún así, la ciudad tenía su encanto, o su reto, todo dependía de qué zona visitaras.
En medio de mi admiración del paisaje, sentí a Billy acurrucarse en mi espalda, para luego hablarme por el comunicador del casco.
—Si tan aburrido te sientes, adopta un híbrido como hace todo el mundo.
Me sorprendió un poco su oferta, pero comprendí entonces que hoy ya no me había creído mi mueca de despreocupado. Medité entonces un poco lo que me dijo, no sonaba tan mal su plan.
Los híbridos eran lo del momento a pesar de que llevaban algunas décadas existiendo. Tener hijos requería algo de papeleo, por lo que un híbrido era más sencillo de conseguir y cubría la misma necesidad de afecto. Requería ser cuidado y mermaba la soledad, y si te cansabas del tuyo, lo podías devolver. O al menos eso decían todos los que había conocido que habían tenido uno. Por supuesto yo jamás estuve de acuerdo con esa filosofía, de hecho, la odiaba.
Nunca conviví con un híbrido antes de llegar a NG, pues en NM y Kansas no eran muy aceptados todavía. La función primordial de los híbridos era servir como herramientas a los humanos, para eso habían sido diseñados. Con increíbles habilidades, pero lo suficientemente dóciles como para que jamás se revelaran. De ahí que, en su mayoría, todos fueran mitad caninos; ningún otro animal ofrecía tanta lealtad y obediencia. No hacía falta pensarlo demasiado para darse cuenta del error en esas ideas.
No negaré que antes de ser paramédico nunca me importaron mucho los híbridos. Me parecía algo tan alejado de mí, en mi lujosa burbuja de estupidez. Solo bastó una temporada en servicio para cambiar mi visión sobre ese asunto, en especial por pertenecer al equipo que se encargaba de humanos e híbridos. De ahí que Billy me aconsejara adoptar; nosotros éramos quienes debíamos recoger híbridos y llevarlos a los albergues antes de que la policía los encontrara. Un híbrido sin identificación era recogido y jamás se le volvía a ver.
Para cuando llegamos al Centro, Billy ya había enumerado varias razones por las que yo podría ser un buen candidato para tener un cachorro. La más importante era que yo no trabajaba a tiempo completo como muchos ahí y tampoco tenía ningún gasto extra. También él sabía que, si alguna vez me hacía falta dinero, mi hermano y su madre me ayudarían. Esa jamás sería una opción que yo aceptaría, pero existía.
Cuando llegamos hasta nuestra unidad, a su enumeración de razones se le unieron Tai, un muchacho alto y de ojos rasgados, y Arthur, su esposo, de cabello rubio y expresión infantil. Ellos eran nuestros compañeros de equipo, y de hecho mis superiores. Parecían las personas más tranquilas y adorables del mundo, casi como una pareja de ancianitos, pero Billy juraba que en realidad podían ser muy aterradores.
También, a veces, fungían como algo parecido a los padres del propio Billy. Ejemplo de ello era que pronto pasaron de hablar de mi a «101 razones por las que William no debía tener un híbrido en primer lugar». Yo los escuchaba conteniendo la risa, tratando de actuar serio mientras hacía conteo de todo nuestro equipo.
—Si ya terminaron de derrumbar las ilusiones de Billy, es hora de trabajar—los llamé, tomando mi puesto en la parte trasera de nuestra camioneta.
—Sí, gracias por el apoyo, eh, compañero—me reclamó él antes de subirse al puesto del conductor.
Yo no le hice mucho caso, en parte estaba de acuerdo con la parejita. Además, Billy no pudo seguir su drama, pues Arthur comenzó a discutir con él por el volante. No pude evitar golpearme la frente cuando los escuché hacerlo, se suponía que eran mayores que yo, pero actuaban como críos. Tai en cambio había subido su propio maletín atrás conmigo y esperaba tranquilo a que saliéramos. Sin ofender a su esposo, pero siempre fue evidente que Tai era el único en verdad maduro ahí.
El alboroto de nuestros compañeros se detuvo cuando los cuatro recibimos el primer llamado del día. Billy y Arthur se dejaron de tonterías y subieron a la camioneta para poder salir del Centro. El código de alerta era específico para nuestra unidad, por lo que entendimos que debía ser algo relativamente sencillo. Si alguien hubiese estado en real peligro a causa de un híbrido, habrían llamado directamente a la policía antes que a nosotros.
El llamado vino de un estacionamiento público en el lado oeste del distrito principal. Una mujer había llamado porque, citando sus palabras: “Un sucio híbrido estaba durmiendo bajo su auto”. Y ella, en su “infinita” misericordia, había llamado a nuestro equipo. No era de extrañarse que estuviera algo molesta, tenía un rasguño en su muñeca derecha que dejaba ver parte de los circuitos de su prótesis.
Billy, que tenía mejor labia que todos nosotros, o al menos lo fingía, distrajo a la mujer para alejarla de nosotros y así poder revisar su muñeca. Mientras tanto, Arthur, Tai y yo nos asomamos bajo el auto para intentar atraer al pobre cachorro. Era un híbrido de cabello negro corto, con sus orejas caídas y algo grandes, tanto que le servían para ocultar parte de su rostro de nosotros. Al ver su ropa sucia y las manchas de lodo en sus mejillas dedujimos que llevaba días andando sin rumbo por las calles.
—¡Es un salchicha! —anunció Arthur, reconociendo el tipo de can antes que nosotros. Luego se acomodó mejor en el suelo para poder seguir llamándolo.
—Art, no te hará caso, está asustado—le habló su esposo, casi como regañando a un niño. Luego Tai se levantó del suelo y me indicó a mí que buscara los bocadillos que siempre llevábamos. En tanto, él proyectó con su palma izquierda un mapa de la zona. —Diablos, el albergue más cercano está lleno por ahora —nos dijo, con su habitual tono sereno.
Cuando volví con algunos empaques, el mapa ya había desaparecido. —¿A dónde iremos entonces? —pregunté cuando arrojé un bocadillo de carne seca a Arthur.
—A la Mansión Wayne.
—¡Genial! —No disimulé en lo absoluto mi alegría por ese hecho, tenía mis motivos para hacerlo.
—No sonrías tanto, novato, primero ayuda a Arthur a-
—¡Trucha! —Antes de que Tai terminara la orden, su esposo se había quejado y se levantaba del suelo con un puchero.
—Te dije que estaba asustado. —Tai atrajo la mano del rubio y lo acercó a su maletín para atender su herida.
El híbrido no tenía collar, por lo que no podíamos saber con certeza qué enfermedades portaba o cuáles eran sus vacunas, así que las heridas debían ser atendidas lo más rápido posible para evitar cualquier inconveniente.
—Sí, ya capté —dije, rodando los ojos y pasando de largo a ambos para acercarme al auto—, yo saco al cachorro.
—De cachorro nada, debe estar en su segunda etapa —me interrumpió Arthur mientras era atendido—. Espero que le encuentren un dueño pronto, de lo contrario no tardarán en llevárselo.
A mi me gustaba decirles cachorros a todos, eran tan adorables en cualquier etapa. Aunque Arthur tenía razón, el salchicha debía estar a la mitad de su segunda década híbrida. Aun así, estaba seguro de que en la Mansión Wayne lo cuidarían excelentemente. En los cuatro meses que llevaba trabajando en la ciudad, ese sin duda había sido el mejor albergue que había visto nunca, y los cachorros que vivían ahí no dudaban en demostrarlo.
Cuando me asomé de nuevo bajo el auto, el cachorro mordisqueaba muy concentrado el trozo de carne que Arthur había tratado de usar para llamarlo. Entonces abrí otro empaque de bocadillo de pescado sintético y se lo enseñé.
—¡Eh! —lo llamé, sin darle la oportunidad de tener acceso al bocadillo.
El cachorro entonces chilló desanimado y se ocultó aún más tras sus enormes orejas. Al parecer sacarlo al modo fácil no sería del todo posible. El auto no era muy grande, cinco asientos y con un maletero pequeño, pero, al ser un salchicha, el híbrido también sufría de cierto enanismo.
—¿Y si usamos el silbato? —habló nuestro Romeo mientras regresaba, al parecer ya había terminado con la quejumbrosa mujer.
—¡Billy! —lo reñimos todos al unísono.
—Y por eso tú no debes tener ningún cachorro —remarcó Tai.
Billy por supuesto se sintió ofendido, por lo que rápido se acercó a mi lado y me arrebató la carne que estaba usando. De hecho, su plan sí funcionó: engañó al híbrido haciéndole creer que él se comería todo. “Cuestión de instinto” nos dijo.
—En tu caso solo es actuar en tu forma más animal—se burló Arthur mientras limpiaba al cachorro que comía feliz su bocadillo. —Miren, tiene marcas de un collar—añadió más serio al notar una cicatriz en el cuello del salchicha.
—Entonces huyó, eso explica que sea tan dócil —les dije, bastante ensimismado viéndolo comer. Sus grandes orejas se agitaban cuando masticaba y sus garras se enterraban en sus palmas sin hacerle ningún daño. Usualmente los cachorros tenían una especie de contorno en sus ojos que los hacía verse más feroces, pero para mí resultaba todo lo contrario.
—¿Dócil? —se burló Billy a mis espaldas, limpiando con fastidio su uniforme. En medio de su plan, el mitad can se había arrojado a él con la intención de tal vez morderlo un poco. —¿Ves lo mismo que nosotros, Jon?
—Bueno —nos interrumpió Tai antes de que yo respondiera algo—, ya que a Jonathan le gustó tanto este… pequeñín, él se encargará de cuidarlo atrás. —Todos aceptaron sin siquiera preguntarme y pronto recogimos nuestras cosas para marcharnos.
—¿Y qué pasó con la mujer? —habló Arthur mientras conducía hacia la Mansión Wayne.
—Tú dime—le respondió Billy con tono presuntuoso, asomándose en medio de los dos asientos delanteros y proyectando con su palma derecha el registro de un nuevo contacto. —Y de hecho no es una ella.
—Qué asco—espetó Arthur mirando el holograma de reojo, refiriéndose al mal hábito de Billy.
—Ay, no seas mojigato.
—William se coge todo lo que se mueve, no sé qué te sorprende, Arthur.
—¡Eh! —Quiso defenderse Billy, pero sin mucho éxito. Odiaba que lo llamaran por su nombre completo.
—Uy, gracias por hacerme sentir especial —añadí yo a la burla, mientras le daba otro bocadillo al cachorro.
Billy trató de fingir darme mimos para refutar lo que los mayores nos decían, pero yo le restregué un pedazo de carne en la mejilla para alejarlo. El resto del camino, Billy debió aguantar al cachorro lengüeteándolo. No me molestaban sus encuentros con otras personas en lo absoluto, pero fastidiarlo era un placer que nadie más me podía dar.
Cuando llegamos a la Mansión Wayne, Tai, por ser el líder, debió encargarse del papeleo. Mientras tanto yo, como cada que llegábamos ahí, me tomé la libertad de dar un pequeño paseo por el lugar. Aquella mansión era casi un patrimonio de la ciudad, el cual la dueña usaba además como albergue.
Era como de cuento: posicionada casi en una península de la isla, rodeada de enormes cupulas con jardines e invernaderos. Mantener todo eso debía costar más que mantener la mansión en sí, sobre todo en New Gotham donde jamás llegaban muchos rayos de sol.
Al pasar la entrada principal y la recepción, había un gran salón donde se exhibían pinturas antiguas y algunas estatuas. Todo combinaba perfectamente con el estilo sobrio de la construcción. Lo único que rompía el ambiente elegante eran los cachorros que pasaban corriendo de vez en cuando, pues a los lados del salón se hallaban varias puertas que llevaban a otros puntos de la mansión.
Eso era lo que más me gustaba, verlos a todos correr tan alegres y llenos de vida. Era una imagen tan cautivadora que me era imposible ignorarla. No comprendía cómo alguien podía verlos de distinta forma.
Estuve entretenido por un momento, viendo a unos cachorros saltar y echarse unos sobre otros, hasta que uno de ellos me notó y corrió hacia mí. La ubicaba, el señor Pennyworth, el encargado del albergue, me la había presentado como Steph. Era una adorable híbrida aún en su primera etapa, de cabello rubio y con orejas puntiagudas que apenas se asomaban bajo su esponjosa melena semi ondulada. Andaba descalza, como todos, luciendo un simpático vestido blanco con estampado de flores, el cual daba más libertad a su abultada cola que no se dejaba de mover.
—¡Hola! —la saludé sonriendo y extendiendo los brazos. Steph no dudó en saltar a mi y lamer mi mejilla. —¿Aún no te adoptan? ¿O asustaste a otro dueño?
—I-idiota. ¡Era idiota!
—Y también grosero al parecer.
Casi me solté a reír al escuchar su voz suave y ronca. Los híbridos no hablaban del todo, al menos no si no se les enseñaba, pero aprendían un poco al interactuar con las personas. No era necesario nunca que el híbrido hablara, con que entendiera las órdenes bastaba.
Steph seguía agitando su cola entre mis brazos y yo no dejaba de acariciar sus orejas cuando Billy me llamó desde el pasillo de la recepción; al parecer era hora de marcharnos. Entonces bajé a Steph y me despedí de ella. Estaba por darle la espalda cuando la escuché chillar alegre a alguien más en el lugar. Por curiosidad levanté la vista y entonces vi algo que realmente me sorprendió.
De una de las puertas del salón salía un híbrido muy particular, de cabello negro y ojos verdes y brillantes. Sabía que no era un can por sus rasgos: cola delgada, orejas puntiagudas, pero muy distintas a lo habitual, pupilas ovaladas y un iris tan delgado que parecía no tener ninguno si no se prestaba atención. Era de piel morena y vestía un suéter de cuello de tortuga color pino y un pantalón negro. Casi tan alto como yo, lo que significaba que quizás estaba en su segunda etapa de vida.
Su cola se agitaba de un modo particular, ondulando de un lado a otro con lentitud y elegancia. Eso solo acentuaba esa particular seriedad que mostraba aun cuando había recibido a Steph en sus brazos tal como yo lo había hecho.
Cruzamos miradas por un segundo y luego lo vi seguir su camino hasta alguna habitación del fondo. Es probable que lo hubiese mirado por demasiado tiempo, pues Billy tuvo que volver a gritarme para que me moviera.
Cuando volví a nuestra camioneta, Arthur y Billy de nuevo hicieron sus habituales burlas sobre que yo más bien debía trabajar en un albergue. No les di mucha importancia, siempre me decían lo mismo cuando nos tocaba recoger a algún cachorro. Honestamente yo tampoco sabía del todo por qué era paramédico, pero me gustaba más que mi opción anterior. De cualquier modo, ellos conocían cuál era mi verdadero talento.
Aquel encuentro de esa mañana solo me sirvió para dos cosas: tenía una nueva idea para la historia que estaba creando y, también, ya sabía qué clase de híbrido quería adoptar.
Chapter 2: Y llegó como un tornado
Notes:
Avísenme si se me fue la onda, me está costando escribir en primera persona a veces.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Una de las grandes ventajas de haberme mudado solo era que ya no tenía por qué rendirle cuenta de mis acciones a nadie; ni a mis abuelos y su forma de ver la vida, ni a mi hermano y su cuadrada madre. Mucho menos tenía que hacerlo con mi compañero de trabajo con quien de vez en cuando compartía mi cama. Aun así, Billy no se resistió a cerrar la boca y comenzó a sermonearme ese día durante el almuerzo en el Centro sobre mi “absurda decisión”.
—Yo sé que piensas que todos los híbridos son un encanto, pero no por eso vas a adoptar al más viejo que te encuentres. —Mientras me remarcaba una opinión que nadie le había pedido, no dejaba de llenarse la boca con su pure de papa de forma molesta.
Yo no le hacía realmente mucho caso, sólo me limitaba a probar mi propio pure. Sabía que en parte tenía un punto, aunque no lo expresaba de la forma más adecuada. Era cierto que yo nunca había tenido un híbrido antes, y que la razón por la que los adoptaban tan pequeños era por la comodidad de poder tenerlos de forma más compacta.
Mi departamento era relativamente pequeño: una habitación, un estudio, un baño y una sala-cocina. Pero eso era algo que yo ya había pensado toda la mañana. Si era un híbrido grande, no tendría que depender tanto de mí, me entendería mejor y por supuesto yo lo dejaría salir cuando quisiera. Sí, estaba seguro de que podía hacerlo, no era tan complicado como Billy trataba de hacérmelo creer.
—¿Terminaste? —lo corté, levantándome de mi asiento y esperando a que él me diera su bandeja.
—Ni siquiera me estabas escuchando.
—No, así no arruinas mi apetito.
Otra mala cualidad de Billy era que cuando se molestaba, se molestaba en serio. No fue sorpresa que ya no quisiera hablarme mucho el resto de la jornada. Para cuando nos despedimos y le deseé suerte con su cita, incluso me sacó el dedo antes de marcharse. El idiota ni siquiera se dignó a ayudarnos a limpiar la camioneta, pero Tai lo permitió porque obligarlo a quedarse habría sido peor.
—No sé por qué se molesta, es mi departamento, no el suyo. —Inevitablemente Billy me había contagiado el enfado.
—¡Oh, los misterios de la vida! —Me recitó Arthur al escuchar mi queja, agitando la luz UV de su palma. Ésta pronto desapareció y en su lugar saltó una notificación. —¡Ups, es papá! Espera.
Arthur rápidamente se bajó de la camioneta y se apartó algunos pasos, dejándonos solos a Tai y a mí. Él se encontraba en la parte delantera, redactando el informe del día. No lo parecía, pero Tai prestaba atención a todo lo que hacíamos a su alrededor.
—¿No has pensado que Billy está molesto porque no le ofreciste que adoptaran algo juntos? —me dijo de pronto, cuando la pantalla frente a él ya había desaparecido.
—Pero si fue su idea que yo adoptara algo —me quejé, usando mi propia mano izquierda para alumbrarme con UV y retirar las últimas manchas.
—Quizás él quería que tú se lo ofrecieras.
Tai se giró a mirarme, yo hice lo mismo. Luego solté un suspiro y apagué mi linterna, ya había terminado así que comencé a recoger todo. Afuera se podían escuchar algunas risas de Arthur, se le veía animado mientras hablaba a la pantalla holográfica.
—Él es el que quiere volver esto serio, yo no. Además, ya no tenemos quince años, si eso quiere, que lo diga.
Tai pareció estar de acuerdo conmigo y se encogió de hombros. No había mucho más qué decir al respecto. Volver del dominio del equipo un problema personal no estaba entre mis planes, pero probablemente ya era muy tarde para pensar en ello en ese momento.
No dije más, tan sólo me limité a guardar todo en mi maletín para luego bajar de la camioneta. Me despedí rápidamente del dueto de oro y salí del Centro. Quizás una noche de descanso era lo que nos hacía falta a ambos para que todo se calmara.
Cuando entré de nuevo a mi edificio y me estacioné, me crucé con mi vecina, Lucy. Ella también regresaba del trabajo y comenzó a platicar conmigo mientras ambos subíamos en el ascensor. La verdad nunca me interesé en lo que hacía, sabía que tenía que ver con plantas y eso me bastaba. Lucy era una buena vecina; no hacía ruido, no se quejaba, y muchas veces tenía comida extra que me ofrecía.
—¿Hoy no viene Billy-dilly?
Ella tenía la costumbre de ponerle apodo a todo, por ejemplo, yo era Jonny-bunny.
—No, tiene una cita —le respondí de lo más relajado cuando llegábamos a nuestro piso.
A ella no pareció agradarle esa idea, lo supe porque su rostro era muy expresivo siempre. Incluso sus largas coletas rubias se agitaron por la indignación. Siempre llevaba dibujadas pecas grandes de color azul que adornaban sus pómulos, así que ahora, con esa cara confundida, se parecía a uno de esos peces de una película vieja de Pixar
—Pensé que eran pareja.
—No esa clase de pareja.
Eso pareció desanimarla aún más, pero ya no dijo nada, tan solo me deseó buenas noches cuando el lector de huellas al fin abrió mi puerta y me dejó entrar. Era una agradable vecina, pero tenía momentos muy raros en los que se inmiscuía demasiado en mis asuntos.
Sentí un gran alivio cuando por fin estuve dentro de casa. Fuera del asunto de Billy, había sido un día agotador como todos. No comprendía cómo había quienes se animaban a tomar un turno doble. Al estar solo, no me molesté en mantener algo de orden, me quité las botas con desgana y las arrojé en algún lugar de la sala y lo mismo hice con la chaqueta del uniforme. Casi me arrojé a la alfombra para tomar una pequeña siesta, aunque la verdad no dormí ni un poco, solo cerré los ojos para buscar algo de paz por un momento.
No tardó mucho en sonar mi alarma, era hora de comenzar mi segundo trabajo.
Me levanté del suelo con flojera y traté de darme todos los ánimos posibles para dar algunos pasos más. Por suerte tenía barras de avena que aún me ayudaban a tener algo de energía sin tener que preparar nada.
Así que entré a mi estudio, tomé los lentes VR y me los puse, y suspiré mientras esperaba a que todo encendiera. Siempre odié ese maldito brillo que daba esa cosa cuando hacía la transición, pero era mejor que tenerlo integrado en mi cabeza. De verdad que a veces entendía por qué Arthur decía que yo parecía un viejito. ¿Qué más podía hacer? Así me habían criado.
De la habitación gris con algunos puertos de entrada y una ventana como adorno, pasé a un espacio vacío sin fin. Éste rápidamente tomó la forma de un cielo estrellado y una luna brillante, la cual iluminaba un césped verde bajo mis pies. La última vez que le presté mis VR a Billy, me dijo que le parecía muy retro eso de poner fondos naturales. «No me malinterpretes, es genial, aunque por algo tengo fondo_2_espacio psicodélico_3». Yo odiaba ese fondo, me mareaba.
Me senté en el suelo y comencé a teclear al aire. Frente a mí se desplegó todo el desastre de archivos que había dejado pendiente hace dos noches por culpa de Billy. Un cuadro de texto con las referencias aquí, un esquema de ideas allá, y el letrero de mi fecha límite arriba, colgando del árbol más cercano con letras brillantes. Me habría deprimido y apretado mi cabeza, pero la última vez casi rompía los VR. Por alguna razón ya podía escuchar a mi abuelo quejándose de que cada día los habían hecho más delgados hasta que un día desaparecieron.
Al principio me obligué a escribir, a ordenar todo y a al menos avanzar un poco, pero, cuando me di cuenta, ya estaba en línea mirando lo que mis contactos habían posteado. Uno de ellos fue Arthur, con un clip del salchicha que habíamos rescatado esa mañana. El impulso pudo más, una cosa llevó a otra, y de pronto me hallé mirando el “catálogo” del albergue de la Mansión Wayne.
Lo que me gustaba de la Mansión Wayne era que ellos no exhibían a los híbridos como accesorios. En su lugar más bien parecía un sitio de citas; no era una gran mejora, pero superaba la frialdad de otros lugares.
Rápidamente encontré a la pequeña Steph, a Kelly, y también a él.
Damian, así se llamaba aquel híbrido felino que había visto varias horas antes. Y a juzgar por la información que ponían, más bien parecía que querían ahuyentar a quien llegara a interesarse en él. «Poco social, requiere atención especial, jamás habla», eso no sonaba nada atrayente para el groso común. Para suerte de ellos, yo era idiota.
Agendé una cita para el siguiente sábado, es decir, dentro de dos días. Era tiempo suficiente para alistar todo y prepararme de forma adecuada. Era emocionante, la sola idea de lo que haría me agitaba sobremanera.
A mi lado yacía mi lista de pendientes por entregar mensualmente, pero eso podía esperar. En ese momento yo me había concentrado en todo lo que necesitaba un felino para vivir con comodidad. El desastre de archivos volvió a compactarse y en su lugar mi espacio se llenó de artículos, blogs y videos flotantes. Era mi primer híbrido después de todo, y aun cuando fuera parte de la unidad especial para atenderlos, me sentía nervioso y quería tener todo cubierto.
Algo que siempre me ocurría era que cuando me concentraba en un tema, todo lo demás perdía sentido. Según mi abuela, era algo que había heredado de mi madre, así que siempre supuse que sería algo bueno. Billy no pudo verlo del mismo modo; el ser ignorado al siguiente día hizo que se enfadara todavía más. Sin embargo, ni siquiera lo noté.
No le dije a nadie lo que iba a hacer, a nadie le importaba, o quizás solo estaba demasiado concentrado. Ni siquiera se lo comenté a Kathy cuando me llamó por la noche, o a mi hermano que hacía su chequeó mensual de mí. Era mi pequeño secreto, no necesitaba escuchar más opiniones que no me ayudaban en nada.
Cuando el sábado llegó, estaba tan nervioso que casi vomité (o tal vez solo no había comido bien en los últimos días). Siempre procuraba no tocar el dinero extra que Conner hacía llegar a mi cuenta, pero en este caso decidí usar una pequeña parte para alquilar un auto. No me parecía cómodo traer a alguien en mi pequeña motocicleta; si Billy aceptaba viajar conmigo era porque le gustaba la estrechez.
Llegué temprano, ansioso, con el frio del otoño golpeándome en la cara; una razón más para confirmar que había hecho bien en conseguir el auto. No tuve problemas en la entrada, creo que la gente del lugar ya me ubicaba demasiado bien a pesar de no llevar el uniforme. Incluso el señor Pennyworth me recibió encantado, posiblemente más alegre de que al fin me decidiera a adoptar.
—Me sorprendió ver que se trataba de usted —me dijo con una amable sonrisa. Supuse que en esos cuatro meses pasando ocasionalmente por ahí yo ya había dejado mi marca.
El señor Pennyworth me guio por la sala de pinturas hasta llegar a una de las cupulas. Me emocionó un poco entrar en una de ellas, sobre todo porque tenía la seguridad de que sentiría un poco de luz (sintética, pero luz) en mi piel.
Como supuse, algunos cachorros corrieron hacia nosotros en cuanto nos vieron, más con ansias de saludar al hombre que emocionados por mi presencia. Aun así, no dudé en acariciarlos, sabía que si por mi fuera, me habría llevado a todos, pero las cosas no podían funcionar así.
El señor Pennyworth acarició a sus pequeños como un padre y luego dirigió su vista hacia la copa de un árbol frondoso que se alzaba frente a nosotros. Yo miré hacia allá con él, notando de inmediato al causante de mi presencia ahí. Damian al parecer descansaba cómodo sobre una rama, posiblemente seguro de que nadie lo molestaría ahí; ningún cachorro era del tipo escalador.
—Damian —llamó el hombre con voz suave. Al parecer no necesitaba gritar para llamar la atención de aquel felino.
Damian no demoró en abrir los ojos y dirigirlos hacia nosotros. Bajo esa luz brillante de la cúpula, sentía que sus grandes ojos verdes brillaban mucho más. De nuevo lucía inexpresivo, mientras su cola se mecía de un lado a otro con lentitud. A mi lado, el señor Pennyworth le hizo una simple seña y eso bastó para que él obedeciera.
Sólo con la vista, podía calcular una caída de tres metros por lo menos. Tres metros que no fueron nada para un impecable salto. Damian se levantó frente a nosotros, con una postura recta y orgullosa. De cerca podía apreciar que era casi de mi misma altura, posiblemente algunos centímetros menos.
—Hola —le dije, no me podía resistir.
Aquel felino solo me miró un momento, para luego dirigir toda su atención al hombre a mi lado.
—Debo advertirle que de verdad no habla —expresó el mayor dirigiéndose a mí, pero acercándose a su cachorro para presentarlo como se debía. —Pero, bueno, él es Damian. Damian, él es el señor Kent-Lane.
Nunca esperé que la primera reacción de Damian a mi fuera un bufido muy despectivo, pero estaba bien, nada podía desanimarme.
—Hola —le volvía a hablar—, ¿quieres venir conmigo?
Yo por supuesto que sonreía, tampoco era un amargado. Pero sabía que esta vez era algo genuino, me fluía totalmente la emoción que sentía. Quizás fue tanta que lo terminé asustando, pues Damian me miró con una mueca de desagrado y luego se giró hacia el mayor.
En ese momento ocurrió algo que no comprendí bien, pero que interpreté como el lenguaje entre cuidador y cachorro. El señor Pennyworth le hizo un gesto con la mirada y luego asintió. Después de eso, Damian volvió a mirarme y pareció suspirar resignado. Antes de eso yo no sabía que los híbridos suspiraban.
Por supuesto no fue tan fácil como ir a comprar zapatos. Conocía el protocolo, sobre todo el de ese albergue. Les gustaba saber a quién entregaban a sus cachorros, así que, a pesar de la familiaridad, yo también debí pasar una larga entrevista y un listado burocrático de papeles por firmar. El paso final fue el collar. Todo híbrido debía llevar uno al tener un dueño, pues este contenía no solo sus datos, si no los de su “amo”. Yo odiaba esa palabra, pero así eran las cosas.
El señor Pennyworth pareció disculparse con la mirada a Damian antes de colocarle el suyo en su cuello. Luego, yo debí extender mi palma derecha frente al collar para conectarme a su sistema. A partir de ese momento, la vida de Damian era de mi propiedad y mi responsabilidad. Una forma muy tétrica de decirlo, pero justo así venía escrito en cualquier manual.
Me despedí del señor Pennyworth y guie a Damian hacia el auto. Me sentía mucho más nervioso que al principio. Es decir, sí, siempre trataba con híbridos, pero usualmente eran cachorros asustados a quienes cuidaba con demasiado cariño. Ahora estaba frente a un mitad felino que no parecía fanático de que siquiera lo tocara. Aun así, en ningún momento sentí arrepentimiento, quería hacer esto, estaba haciendo esto, estaba sucediendo.
Durante el camino de vuelta a casa traté de entablar una conversación. Sabía que él no podía hablar, pero me entendía, y de algún modo yo necesitaba expresarle mi razón de todo. De nuevo le dije mi nombre, le comencé a decir de dónde venía, mi edad. Sabía que seguro cualquier otra persona me diría que estaba actuando como un loco, pero para mí parecía lo más adecuado.
—… Eso de amo, no me gusta, ¿sabes? —Esa era una de las cosas de las que más deseaba expresarle mi opinión. —Seguro que al señor Pennyworth no lo veías como tu “amo”, yo tampoco lo soy. Soy Jon, y tú eres Damian, y…
Sí, en definitiva, debía estarle pareciendo un loco a cualquier otro.
Damian no hacía demasiado, de reojo lo veía mover sus orejas, mirar por la ventana y apreciar el lúgubre paisaje habitual de la ciudad. El señor Pennyworth me había mencionado que llevaba algunos meses en la ciudad, aunque no me había especificado de dónde había llegado. Supuse pues que nunca había salido de la Mansión Wayne, por lo que seguramente New Gotham no le resultaba muy atrayente.
—Siento eso —le dije, como si de verdad Damian hubiese escuchado toda mi ola de pensamientos—. Supongo que lo malo de donde vivo es que no tenemos luces solares… ¡Pero para eso está el parque!
«No es un cachorro, no es un cachorro». Sería muy difícil obligarme a recordar aquello.
Yo no era especialmente hablador, todo ocurría en mi cabeza. Pero, por alguna razón, tener a Damian cerca hizo que toda la llave del flujo de palabras se soltara sin parar. Fue una suerte no encontrarme a Lucy justo en ese momento, de lo contrario, habríamos sido dos locos atormentando a un pobre híbrido.
—Supongo que debería registrar tu huella —dije al aire cuando entramos y se cerró la puerta. Fue la primera vez que Damian volteó a verme. Me alegraba tener su atención, aunque la causa no fuera la mejor.
—¿Qué? —le dije sincero.
Damian siguió mirándome y luego señaló su collar.
“No es una persona”.
Estúpidos manuales.
Me sentía avergonzado, así que traté de disimularlo mostrándole el lugar. Había decidido que le daría mi estudio como su habitación y su espacio privado. Escribía ahí para darle algún uso al cuarto vacío, pero perfectamente era algo que podía hacer en cualquier otra parte.
Damian contempló el lugar, sorprendido al parecer por notar una cama para él. A mí me habría encantado darle juguetes o algo parecido, pero, de nuevo, no era un cachorro, y los artículos decían que él debía elegir primero.
Decidí pues darle un momento, eso también venía en el manual. Comenzaba a resentir la falta de comida y el agotamiento de la semana, y cocinar al fin sonaba a un buen plan. A penas pasaba de medio día y yo ya añoraba echarme a dormir. Eso era normal, es decir, mis días libres usualmente se dividían entre descansar, limpiar y escribir.
El señor Pennyworth también me había dado instrucciones específicas para Damian, entre las cuales se incluía la negativa total a cualquier tipo de carne en su comida. Era una suerte para él, porque la verdad ese día no tenía ni un trozo de queso para completar. Normalmente las proteínas de mi semana las consumía en el Centro y así ahorraba el conseguirlas por mi cuenta.
Aun así, con nula modestia, pude preparar comida decente. Era la primera vez que cocinaba para alguien más en mucho tiempo, y eso de algún modo hacía que las cosas se agitaran un poco en mi día a día. Si Damian hubiese sido un cachorro, habría conseguido un biberón y un plato de entrenamiento, lo cual la verdad no me habría molestado. Pero él ya no era un cachorro, y, al ver su notable actitud orgullosa, quizás eso hasta le habría resultado ofensivo.
Fue una comida curiosa, principalmente porque él volvió a mirarme raro cuando le ofrecí sentarse junto a mí en la alfombra de mi sala. Me gustaba comer así, por lo que yo no le veía el problema. Billy decía que a veces parecía un niño pequeño, yo le decía que era mi departamento y mis reglas, y entonces ya no se hablaba más del tema.
Cuando terminó su comida, Damian decidió volver a la que ahora sería su habitación y yo lo dejé estar. El manual decía que eso era normal, por lo que no me sorprendió cuando él siguió ahí al anochecer. No era humano, no comía al mismo tiempo que yo, así que simplemente le dije que podía tomar lo que quisiera y me fui a dormir. Era algo temprano pero mi cuerpo me lo pedía.
Había sido un gran día dentro de todo, me sentía bastante bien con lo que había hecho. Para nada esperaba que, cerca de medianoche, mi nuevo amigo se asomara a mi habitación y se acomodara a mi lado en mi cama. Sintiendo el calor de su cuerpo a mis espaldas, no tuve el mínimo deseo de tomar la videollamada de Billy. Lo que fuera que él quisiera decirme, bien podría escucharlo al día siguiente en el Centro.
¿Qué había dicho el señor Pennyworth? «Sea paciente con él, por favor. Damian es alguien de costumbres, y le costará demasiado deshacerse de ellas». Esto en definitiva no venía en el manual, y mucho menos en algún reglamento, pero yo lo permití, porque Damian ahora estaría conmigo.
Notes:
Sí, ya agregué la etiqueta de slow burn~
Chapter 3: Un espantapájaros descerebrado
Notes:
¿El descerebrado es Billy o jon? jAjA
Ejem. Todos los tags fueron modificados, incluidos los de relaciones.
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Chapter Text
Debo admitirlo, antes de traer a Damian conmigo leí muchas cosas, pero también decidí ignorar otras. Pensé que ya tenía cubierto todo para su llegada y no me preocupé por cosas como modificar mi propia rutina y qué sería de Damian después. Viéndolo en retrospectiva, es obvio que fue una decisión impulsiva. Y la mejor de mi vida.
.
Esa primera mañana, los dos despertamos a las seis en punto por culpa de mi alarma. Aquel no era ningún sonido estridente ni demasiado alto, pero comprendí que eso había asustado a mi nuevo invitado. Tanto, que su primera reacción fue arrojarme de la cama, con algunos rasguños en mi espalda como cortesía.
Desde el suelo ofrecí disculpas y su respuesta fue un bufido y mi almohada en mi cara. Debí saber en ese momento que tenía un problema, porque yo empecé a reírme. Hacía tiempo que no me reía, no de ese modo tan espontaneo. Se sentía raro, todo esto era nuevo para mí. Por primera vez había alguien en mi departamento que no era Billy. Tampoco era mi hermano o Kathy de visita; era un híbrido, un híbrido durmiendo en mi cama, y del cual acababa de recibir un arañazo.
Sencillamente emocionante.
Antes de que me marchara, Damian ya se había levantado, bastante resentido cabía decir. Me volví a disculpar, me volvió a ignorar, le ofrecí comida y me despedí. Ya le había recordado que podía vagar por los pasillos para familiarizarse mejor con el lugar, si se quedaba fuera del departamento el collar lo dejaría entrar.
—Sólo no salgas del edificio, o si no, te quedarás afuera —le expliqué, no como amenaza, sino como una advertencia de la seguridad.
Ni siquiera estuve seguro de si me había prestado algo de atención, él tan sólo había tomado rápido algo de agua del grifo y luego había vuelto a desaparecer. Sabía que me había visto como un idiota, pero era mejor asegurarme de que supiera que no estaba precisamente enjaulado.
—Regresaré a las cinco de la tarde, más o menos.
Salí de casa bastante relajado y contento. Tanto que mi expresión siguió así cuando llegué al Centro. Billy incluso ignoró nuestra discusión previa para preguntarme qué había pasado. Y aunque hubiese querido, no tuve tiempo de contestarle, teníamos trabajo que hacer.
—Te cuento al rato —le dije sin pensarlo demasiado.
Mi calma matinal no duró demasiado, en el camino, Tai nos habló de las noticias nuevas.
—Anoche hubo un η-003b-31 aquí, en este distrito —explicó. Palabras tan sencillas que implicaban demasiadas cuestiones.
New Gotham era un hoyo negro, metafórica y literalmente. A mi unidad le iba bien respecto a eso; nos tocaban los accidentes domésticos y los rescates de híbridos y sólo éramos llamados junto al resto en caso de alguna emergencia mayor. Esa era la razón por la que no nos llevábamos tan bien con los demás paramédicos de otras unidades. Ellos, a diferencia de nosotros, habían visto lo peor de NG, más aún si trabajaban fuera del distrito principal. Nos llamaban “los niñeros”, eso cuando no querían sonar tan groseros.
Mi hermano y su madre se habían encargado de conseguirme este trabajo tan específico, y en parte lo agradecía. No era tan idiota y sabía que mirar de frente todo lo que New Gotham era me habría dañado desde el primer día. Pero, incluso así, al parecer nadie estaba libre de lo que estar aquí significaba.
η-003b-3 era la clave para indicar que se había encontrado un híbrido muerto (asesinado).
Yo nunca había visto antes un η-003b-3, y rogaba porque nunca llegara ese día. Los había visto heridos, desnutridos, perdidos, pero jamás sin vida. Pecaba demasiado de ingenuo si soy honesto.
Los muchachos conversaron sobre el incidente, especulando qué habría pasado y compartiendo otras opiniones más. Yo no dije mucho, sólo expresé mi pena por el deceso y, sin pensarlo mucho, eché un vistazo a las cámaras de mi departamento: Damian dormía en su habitación, junto a la ventana que proyectaba una imagen falsa de un paisaje natural.
«Vaya, es listo» pensé y me relajé. Mientras Damian no saliera del edificio todo estaría bien.
Luego, cuando regresé a casa y vi que estaba en la azotea. me volví a asustar. Era mi primer día y mi cachorro se iba a morir de hipotermia.
Ignoré mi parada en mi piso y seguí subiendo en el elevador. En cuanto las puertas se abrieron, sentí toda la ventisca empujándome. Como era obvio, el frio ardía y me era difícil abrir totalmente los ojos. A cada paso, las lámparas del suelo de la azotea se encendieron y pude distinguir con dificultad a Damian en la esquina opuesta a la entrada.
Corrí hacia él como pude y alcancé a sujetarlo del brazo, más temeroso por notar que estábamos cerca del borde. Él se giró a verme, parecía no importarle demasiado el frio en ese momento. No se opuso a seguirme y volvimos a nuestro piso.
—Lo siento, seguro buscabas aire fresco —le dije cuando comencé a revisarlo.
Todo parecía estar bien, lo cual me tenía un tanto sorprendido, aunque asumí que se debía a que él no llevaba mucho tiempo afuera cuando lo encontré. Le ofrecí nueva ropa, le di comida y lo halagué por haber encendido la persiana de la ventana. Damian no dijo nada, pero ya no parecía estar molesto por lo de la mañana.
Damian era extraño. Es decir, era un gato, eso en sí ya era algo singular. Pero su actuar era llamativo, sentía que no coincidía con la descripción que me habían dado. Ciertamente arañarme no había sido nada amable, pero él parecía aceptar muy bien cuando yo le ofrecía o le pedía algo. Pero no era sumisión, más bien, resignación. Verlo así me incitaba a querer cuidarlo todavía más.
Cuando Damian comió, dejé que se marchara a su habitación. Yo me quedé en mi sillón, revisando de nuevo la información que el señor Pennyworth me había dado de él. Entonces el folleto en mi mano desapareció y la imagen de Billy en la entrada del edificio la reemplazó.
—Hola~ —me decía desde el otro lado de la cámara. Me sorprendí, se le veía feliz. —Sé bueno, traigo comida para los dos~
También sonreí y lo dejé entrar.
Minutos después, Billy ya estaba entrando. Lo saludé, recibí la comida y luego él me jaló para darme un beso.
—Ya, no estés tan serio, te perdono por ser un necio.
Yo me volví a reír y los dos fuimos a la cocina.
—¡Bien! Dime, ¿qué pasó?
—¿Eh?
—Dijiste que me contarías qué te pasó. Pero no tuvimos mucho tiempo para comer y luego te fuiste tan rápido.
Parpadeé, pensando en qué momento mis palabras habían significado “Te veo en mi departamento”. No encontré respuesta, pero tampoco pensé en echarlo.
—Pues, verás…
Fue graciosa la sincronización con mis palabras y el momento en que Damian salió de su habitación y atravesó la sala. Lo podíamos ver perfectamente desde la cocina. Luego, abrió la puerta y se marchó.
—Tengo nueva compañía.
Billy seguía mirando a la sala, después me miró a mí y se cruzó de brazos.
—Me reemplazaste.
—Billy, es un híbrido.
—Me reemplazaste por un híbrido. Qué sucio.
—No seas ridículo.
Él me siguió mirando un momento y luego suspiró, derrotado.
—Algo me decía que ibas a hacer lo que quisieras.
Yo le sonreí.
—Gracias por entender.
Ambos reímos.
—¿Y a dónde fue?
Yo pestañeé.
—No tengo idea.
Minutos más tarde estábamos sentados en mi sillón. Billy quería saberlo todo sobre Damian.
—Entonces, ¿cuál es su función?
Le confesé sincero que no tenía idea mientras hojeaba el folleto del señor Pennyworth.
—¿Cómo que no sabes? ¿Lo adoptaste sin preguntar eso?
—Pues sí, aunque sí me dijeron sus funciones, pero no las he comprobado, sólo sé que es listo.
—Todos los híbridos son listos, tienen una parte de homínido. —Billy señaló eso como lo más obvio del mundo. —¿Cuáles son entonces?
—Según esto, sirve para trabajos pesados y domésticos.
Billy me miró aburrido.
—Me acabas de describir a la mitad de la población. Dame eso. —Billy alzó sus palmas frente a las mías, escuchamos el usual sonido suave de “recibido” y luego sujetó él el folleto. —Aquí dice… “trabajos pesados y domésticos” …
—Te dije.
—¡¿Pero qué clase de compra hiciste?!
—Adopción. Hice una adopción.
—Lo que sea.
Billy siguió hojeando, muy concentrado.
—Es un híbrido muy raro.
—¿De qué hablas?
—Normalmente estas cosas te dicen sus especificaciones de origen, su estimación de vida y sus capacidades. Este no dice gran cosa, sólo sus posibles padecimientos. ¿En serio fuiste a la Mansión Wayne?
Yo lo miré casi ofendido.
—Pues claro, incluso el señor Pennyworth me atendió en persona.
Billy me miró alzando una ceja.
—Qué raro, ese no es su trabajo.
—Quizás lo hizo porque nos conoce.
Billy no estaba convencido, pero yo no entendía su desconfianza.
Damian regresó al poco tiempo. Al entrar quiso evitarnos, pero la curiosidad de Billy era más grande.
—Ven —lo llamó con voz gentil, agitando su mano como hacía con los cachorros.
—Él es un gato —le susurré.
—¿Y cómo se llama a un gato?
Yo me eché a reír, Billy estaba siendo demasiado adorable en ese momento. Damian se acercó. Me levanté a su lado y lo tomé del hombro.
—Él es Damian. Damian, él es Billy, es mi amigo.
Damian sólo intercalaba la mirada entre los dos mientras su cola se movía con lentitud. Billy se levantó y lo miró de arriba abajo, rodeándolo.
—Bueno, entiendo tu fascinación, yo tampoco había visto antes un gato.
Billy trató de tomar la cola de Damian y él le gruñó. De hecho, Damian se colocó en una posición especial para defenderse. Billy era más alto, así que no se intimidó. Yo veía a ambos curioso, sabía que Billy no dañaría a ningún híbrido nunca.
—Interesante.
Billy ladeó la cabeza y luego imitó la posición de Damian y le arrojó un golpe. Damian lo esquivó sin dificultad. Claro que eso no evitó que yo me asustara.
—¡Billy! —le grité mientras me interponía entre los dos. Él estaba sonriendo.
—¡¿Viste eso?! ¡Su función!
—¡Deja eso! ¿Qué mierda?
Él simplemente se desparramó en el sillón.
—De nada. Ahora ya sabes qué hace por si un policía pregunta.
A veces Billy era tan Billy. Yo me disculpé por él con Damian, quien sólo nos gruñó y se fue. Luego mi estúpido amigo y yo nos quedamos solos, charlando.
Yo entendía el predicamento que Billy creía que yo tenía. En realidad, ni siquiera me había puesto a pensar en eso hasta ese momento. Damian no tenía una función en su registro, y, como todos, sin una función podías tener problemas con la ley.
Cuando Billy se marchó, pensé mucho en cuál asignarle a mi nuevo huésped. Aunque no se lo acepté a Billy, me sorprendió mucho descubrir que Damian tenía ese tipo de capacidades. Moría por preguntar más cosas al respecto, pero sabía que mi gato no me daría ninguna respuesta. Ni esa ni ninguna de su origen.
Pensé en volver a visitar al señor Pennyworth, pero al final olvidé la idea. En mi opinión, esos datos no eran tan relevantes, lo importante sólo era la salud de Damian.
A mi parecer, aquel había sido un primer día exitoso, sobre todo cuando volví a recibir la compañía de Damian por la noche. Sentía que todo estaría bien y que no había nada por qué preocuparme como Billy había sugerido entre líneas.
Afuera comenzaban los fríos de la temporada, la gente seguía el curso de sus vidas y yo planeaba cómo sería mi nueva rutina con Damian. Pensé incluso a largo plazo, cuando fuera a ver a los abuelos y cuando Conner viniera a verme. ¿Cómo se tomarían mi nueva compañía? Estaba seguro de que al menos mi hermano estaría de verdad complacido.
Un híbrido felino como guardia de casa y cuidador. Eso sonaba muy bien junto a los demás datos de Damian en su registro oficial.
Notes:
1. η Este símbolo se lee como "ita" o "eta". Según entiendo también lo leen como "i".
Lento y corto pero sigo avanzando jsjs. Ideas que tengan, predicciones, todo es bienvenido. Sé que somos pocos a los que les gusta esta idea, pero me alegra que hayan llegado hasta aquí~
Chapter 4: Tan dócil como un león
Notes:
Las itálicas dentro de los diálogos tienen dos funciones. 1. Representar que alguien está hablando sin estar presente. 2. Palabras en otro idioma. A veces sí uso las palabras en ese otro idioma y a veces no. Ya lo irás entendiendo. Quiero pensar que el contexto ayudará en eso. Recuerda que en principio los personajes están hablando en inglés.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
A partir de ese primer día con Damian todo fue mejorando, ya no tuve rasguños en la espalda por la mañana. Algunas semanas después, poco a poco mi rutina fue cambiando y también comencé a adquirir nuevas cosas que íbamos necesitando sobre la marcha. Le conseguí ropa y una toalla propia, porque había estado dándole todo lo mío y recordé que eso no estaba permitido; busqué dónde conseguir proteínas sintéticas fuera del Centro; y aprendí recetas nuevas para que comiéramos más que avena por las mañanas. Cambié mi alarma a una de luces, regresaba a casa más rápido, e íbamos de vez en cuando al parque.
Además de eso, también comencé a conocer más a Damian y a entenderlo. Él en realidad era muy tranquilo, mientras no lo molestaras ni lo interrumpieras en lo que hacía. Le gustaba dormir, o necesitaba dormir; la verdad nunca estuve seguro, pero pasaba mucho tiempo haciéndolo. Salía, daba un recorrido, hacía sus necesidades en el baño para mascotas del edificio y luego regresaba a casa. Comía con una calma y modales mucho más refinados que los míos, comentario cortesía de Billy, y, además, me ayudaba a veces con la limpieza, sobre todo cuando esto lo afectaba directamente.
Por momentos yo mismo olvidaba con quién estaba interactuando y lo trataba más como un compañero de cuarto. Quizás lo más obvio era pensar que tenía una cola, ojos enormes y orejas, y que eso nadie lo podía ignorar, pero al parecer yo lo hacía. Y luego lo encontraba peleando con el holograma de la televisión y ahí sí recordaba que era un híbrido. A veces me gruñía cuando algo no le gustaba y erizaba su cola si Billy lo volvía a molestar. Por momentos olvidaba su propio tamaño y saltaba sobre mi mesa porque Billy lo asustaba con algo.
Estar con Damian me había hecho relajarme bastante; me la pasaba contemplándolo, pensando en cómo pasar el rato con él, hablándole, aunque nunca me respondiera. Era muy terapéutico y me ahorraba la lista de espera para una cita. Los chicos en el Centro también lo comenzaron a notar, más cuando Billy les habló de mi nueva “adquisición”. Pensaron incluso en visitarme para conocerlo, pero a eso tuve que decirles que no. Damian no parecía fanático de estar rodeado de gente y ya bastante lo había molestado al aceptar a Billy en nuestra casa.
De hecho, de no ser porque yo lo obligaba a acompañarme al parque, Damian no interactuaba con nadie. Coincidió incluso que por esos días no me crucé en lo absoluto con mi vecina Lucy. Aunque no me preocupé, a veces ella se iba por semanas y luego regresaba sin decir mucho.
En resumen, me enajené demasiado del mundo cuando él llegó. Tanto fue mi entusiasmo, que olvidé que tenía un segundo trabajo. Necesité que llegara un mensaje de aviso de que se me acababa el tiempo para que reaccionara.
Yo tenía un trabajo como escritor y traductor. No era lujoso ni dejaba mucho dinero, y por eso mismo lo tenía casi como un hobbie. De vez en cuando tenía encargos y me correspondía hacer una parte de algún enorme proyecto que estuviera en marcha en ese momento. De nuevo, no era glamoroso ni nada parecido, pero a mí me gustaba hacerlo.
Cuando vi el mensaje flotando frente a mí, casi grité un “Carajo”, pero me contuve para no despertar a Damian que yacía en la alfombra. Dejé entonces de holgazanear mirando la TV y entré a la habitación de Damian para buscar mis VR.
Yo no escribía usando solo mis palmas, me sentía limitado. Básicamente, era un payaso que le gustaba escribir a la antigua, por eso usaba los VR. Bien podía usar también la pantalla de la sala y mis palmas, expandiendo el alcance del m-pc, pero… Sí, era un payaso pretencioso.
Cuando Damian despertó junto a mí, me encontró tecleando al aire. Podía sentir a través del VR que me miraba confundido. Supuse que era extraño verme con esto cuando yo casi nunca usaba los lentes. Lo saludé, como siempre, aunque nunca me respondía, y luego volví a crear una conversación yo solo.
—Te juro que no me volví loco —le expliqué.
Sabía que tenía activada la doble vista, así que ambos veíamos lo que el otro hacía. Damian no hizo ningún gesto para responderme, en cambio siguió mirándome, moviendo su cola muy lento. En ese momento interpretaba que eso significaba que me estaba analizando. Yo le sonreí, me gustaba tener su atención.
—Mira, te mostraré.
Tecleé algunos comandos y entonces los VR proyectaron lo que yo estaba viendo frente a Damian: la hoja que rellenaba frente a mí y todas las notas flotando a mi alrededor formando una “U”. Damian parpadeó, pude ver sus pupilas adelgazarse por la luz.
—Digamos que he vagado demasiado y ahora no dormiré hoy ni descansaré mañana.
Me reí y desaparecí la proyección. Damian se levantó con calma, me miró un momento y luego se fue, meneando de lado a lado su cola; se estaba burlando de mí. Había aprendido ese gesto gracias a Billy, cuando yo lo regañaba por molestar a Damian.
Pasé un largo rato trabajando, ni siquiera me percaté del tiempo que había pasado ahí sentado escribiendo. Volví a la realidad cuando Damian apareció en la periferia de mi campo de visión. Se había sentado frente a mí en el suelo.
—¿Qué pasa, D? ¿Necesitas algo? —le dije, mientras apartaba la hoja para verlo mejor.
Damian me extendió un sándwich. Eso me tomó por sorpresa, pero claro que no lo rechacé.
—¿Para mí? ¡Danke dir!
Era la primera vez que comía algo preparado por Damian. Quizás se debía al hambre que de verdad sentía, pero aquel sabor me supo a gloria pura. Estaba feliz. Damian me dio la espalda y se recostó de lado en la alfombra. Quise decirle algo más, pero una videollamada entrante llegó. Era Conner. Me quité los lentes y respondí, ya lo había ignorado demasiado tiempo por un mes.
—Hallo —lo saludé, levantándome para salir de la sala. Aun no le había hablado de Damian, y no quería hacerlo en ese momento.
El holograma pretencioso de Kon me miró confundido.
—¿Por qué me hablas así? ¿Estás trabajando?
Me detuve a dos pasos de entrar en mi habitación, luego reaccioné.
—Sí, perdón. Me atrasé con unas traducciones y llevo un largo rato en eso. —Lentamente mordí mi sándwich.
—¿Te atrasaste? ¿El gran nerd Jonny se atrasó? ¿Tu m-pc se descompuso o qué? —Escuchaba a Conner burlarse, pero yo sólo dirigía mi vista a la sala. Todo esté tiempo había estado hablando inter-anglo y Damian me había entendido.
—Agh, no me molestes. —Rodé los ojos, habituado a la misma tonta dinámica de siempre, después entré a mi habitación.
—No te enojes, sabes que no lo digo en serio. Eres mi hermano favorito.
—Soy tu único hermano.
—Nunca se sabe, papá pudo haber donado su semilla en más lugares.
Lo miré con cara aburrida mientras masticaba.
—Ay, no eres divertido. Necesitas una novia, novio, amante, una mascota, algo. Lo que sea.
Era la oportunidad perfecta, pero no le dije nada. Conner hizo las mismas preguntas de siempre y rato después pude volver a mi cómodo sitio de trabajo.
Lo de mi hermano no era importante, me urgía más saber si en serio Damian me había entendido antes o sólo era mi imaginación divagando demasiado. Tristemente él estaba dormido, y yo no necesitaba más cicatrices en ese momento sólo por responder una duda que podía esperar. No estaba subestimando a Damian, tan sólo era raro que un híbrido entendiera los códigos internacionales. No se me ocurría ninguna razón para que alguien necesitara enseñarle eso a un híbrido.
Luego de darle algunas vueltas, me fue sencillo dejar a un lado el asunto. Todavía tenía una larga noche esperándome.
Pasadas las doce, me di cuenta de que Damian seguía en la alfombra. Volví a quitarme los lentes y me acerqué cauteloso.
—¿Dami? —lo llamé en voz baja.
Él abrió un poco un ojo y me miró, no estaba del todo dormido.
—¿No prefieres ir a la cama? Era en serio que hoy no dormiré.
Pude ver sus orejas moverse, también vi que bajó por un instante la mirada. Luego volvió a cerrar los ojos y se acomodó mejor. Lo miré acurrucarse y sonreí.
—¿Me acabas de mandar al diablo? —La cola de Damian se enroscó bajo sus piernas, eso tal vez significaba que sí.
Negué con la cabeza y me levanté para ir a mi habitación. Regresé con una de mis mantas y la coloqué sobre sus pies. Damian no usaba casi nunca mis sábanas, pero supuse que de algo le debía servir. Hecho eso, volví a mi trabajo en el sillón.
Alrededor de las siete de la mañana desperté. En mi cama.
Me levanté sobresaltado. ¿Cuánto tiempo había estado dormido? ¿Cómo había llegado ahí? Damian no estaba en su lugar de siempre y lo que yo tenía tapándome era precisamente la manta que le había dado. Me puse de pie rápido, ni siquiera recordaba qué tanto había avanzado en mi trabajo. Comprobé la hora y salí del cuarto.
En la sala, Damian estaba sentado en el sillón, mordiendo un pedazo de proteína sintética. Cuando me vio, agitó un poco sus orejas. Yo no me pude contener, estaba agradecido.
—¡Dami! ¡Gracias! ¿Tú me cargaste? ¡Qué fuerte eres! —Me acerqué y lo rodeé con mis brazos, restregando mi mejilla contra su cabello.
Eso no le gustó. De inmediato me gruñó y me mostró sus garras. Tampoco era suicida, así que lo solté.
—¡De acuerdo! ¡Lo siento! Abrazos no. Anotado.
Como agradecimiento preparé el desayuno y dejé que él robara parte de mi fruta fingiendo que no me daba cuenta. Tal vez solo había dormido dos horas, pero me sentía muy renovado. Antes de medio día ya había retomado mi trabajo y Damian había salido a vagar por el edificio.
Desde el incidente del primer día, él no había vuelto a subir a la azotea, o al menos yo no me había dado cuenta de eso. Pero asumí que no lo había hecho simplemente porque no había regresado con los pies azules por el frio.
Los híbridos eran increíbles, o al menos Damian lo era. No parecía darse cuenta de la temperatura a su alrededor. Todas las mascotas iban descalzas, eso era obvio, pero estaban los protectores de pie para evitar algún accidente o estar gastando agua limpiando las manchas en el suelo. Había pensado en conseguirle un par a Damian, pero él se veía tan ajeno a todo que me cuestionaba si en realidad le serían de utilidad.
A veces era tan frustrante que no hablara, me habría ahorrado el estar adivinando qué era lo que sentía. Pero según el folleto él no podía y las especificaciones decían que era preferible llevarlo a la Mansión Wayne cuando requiriera atención médica.
Tampoco le di muchas vueltas a eso, supuse que precisamente por ser un híbrido tan especial ellos optaban por seguir informados sobre su estado. Y quizás también les servía para tener asegurado algún dinero extra, yo no los culpaba.
Cuando regresé a la realidad, fue de nuevo porque Damian me estaba ofreciendo comida. Esta vez posiblemente lo había ignorado demasiado tiempo, pues el pedazo de pan lo recibí directo en la boca a la fuerza.
—¡Damian! —le grité cuando dejé de toser.
Él sólo me arrojó el resto del pan a mi regazo y se marchó.
—Un día me va a matar mientras duermo —solté al aire, aun procesando por lo que acababa de suceder.
El reloj marcaba más allá de las cuatro y afuera el día estaba tan oscuro como siempre. En efecto, Damian tenía razón y debía comer algo.
Al final mi arduo trabajo concluyó a eso de las once de la noche. Casi arrojé lejos los VR cuando envié el escrito y luego me dejé caer rendido sobre la alfombra. No tardé mucho en quedarme dormido.
Abrí mis ojos cuando me di cuenta de que estaba siendo cargado en brazos. Al levantar un poco la vista, el rostro apacible de Damian me regresó la mirada. Yo había tenido razón, él era muy fuerte. Me dejó sobre la cama y luego se acomodó a mi lado dándome la espalda.
—Gracias, D —le susurré antes de volver a quedarme dormido.
.
Si le preguntaras a Damian por esa ocasión, él te negará que fue la primera vez que desperté acurrucado contra su pecho. Posiblemente fue en aquel día que mi lista de infracciones se comenzó a escribir.
Notes:
No sé ustedes, pero yo me estoy divirtiendo ~
No puedo creer que hayan llegado tantos kudos tan sólo al comienzo de esta historia!! Si además comentaran, me harían extremadamente feliz~

ZamyRose22 on Chapter 1 Tue 17 May 2022 07:10PM UTC
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ProscriX on Chapter 4 Wed 28 Feb 2024 06:49PM UTC
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oHeLLPo on Chapter 4 Wed 28 Feb 2024 08:28PM UTC
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KaneMushroom on Chapter 4 Mon 04 Mar 2024 05:54AM UTC
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Emma (Guest) on Chapter 4 Thu 12 Dec 2024 08:16AM UTC
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Mysterymanfred on Chapter 4 Mon 03 Feb 2025 09:31PM UTC
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