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Silent Stares

Summary:

Petunia Evans has a lot on her mind, one of which is sneaking up on her boyfriend. But of course, between the loneliness of the night and avoiding running into the bloodthirsty baron complaining in the corridors.

(Sirius Black/Petunia Evans) update.

Notes:

First of all, I want to say that this little ship has become my full-time OTP, and here I am, writing a little one-shot because I needed to get this stuff out that was building up inside of me. English is not my first language and I am afraid that I have abused the google translator, I hope you can understand. A unique chapter, but I think there is a lot of potential in these two, I know there is talent but we just need to support it. Without further ado, I will leave this here and go. Enjoy!

UPDATE! Bueno, han pasado 3 años desde que publique este One-Shot (Y fics que tengo que continuar), así que simplemente decidí empezar a corregir el primero que empezó todo, agregando un par de escenas extras. Siguen cordialmente invitadas a usar el traductor google aun :D Y muchas gracias a las personitas que le han dado la oportunidad a este hilarante par!

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

Todo estaba en calma cuando Petunia Evans merodeaba a altas horas de la madrugada. Irónico, siendo prefecta de Slytherin, no tener que preocuparse por ser descubierta. Pero tan precavida como era, no pensaba arriesgarse. Incluso la libertad tenía sus protocolos.

La gran escalera yacía silenciosa, como el resto del castillo, excepto por el murmullo de algún que otro cuadro y el crepitar de las antorchas que iluminaban tenuemente el lugar. La rutina la reconfortaba: el orden, la pulcritud, el tiempo y lugar exacto para cada cosa (aunque Severus solía atribuírselo a un TOC). Amaba la sala común de Slytherin —fría, impecable—, con sus mullidos sillones de cuero, armarios tallados y los altos ventanales que daban paso a los misterios del lago. Aunque la primera vez que entró, se desmayó al ver las calaveras decorando las chimeneas como macabros centros de mesa y tuvo que pasar su primera noche en la enfermería. Su novio se reía cada vez que lo recordaba: «Te habría encantado el caos de Gryffindor» , solía decir.

Pero Petunia prefería el control. Incluso cuando ese control se resquebrajaba cada vez que Sirius Black entraba en escena.

Jamás hubiera imaginado eso, no del chico que conoció en el tren. La primera vez que lo vio, Sirius parecía un joven aristócrata —túnica impecable, espalda erguida— contemplando los verdes campos desde el Expreso de Hogwarts. Claro, era la única vez en la vida que llevaba el cabello peinado. Ella, tan reacia a la magia, quería que la tierra la tragara. Buscaba un vagón vacío donde refugiarse, y ese, hasta el momento, era el más desocupado (y el último). Tomó asiento, resiliente ante la idea de separarse de su familia y escéptica sobre la existencia real de la magia. Lily, su hermana menor, había usado todo su poder de convencimiento para que aceptara aquella invitación, junto con las trágicas advertencias de la profesora Sinistra sobre lo que podría pasar si no controlaba sus dones mágicos. Su incomodidad aumentó al ver a Severus en el andén junto a su madre, quien le sacó la lengua antes de subirse al tren con aire pomposo.

Ese ceño fruncido te hace parecer un troll —dijo él sin levantar la vista del libro, sacándola de sus pensamientos.

Ni siquiera titubeó:
Y a ti el descaro te hace parecer idiota.

El chico bajó el libro, alzó las cejas y abrió ligeramente los labios para replicar, pero no lo hizo. Simplemente se echó a reír, y Petunia decidió que odiaba ese sonido.

No fue hasta más tarde que supo su nombre, durante el sorteo del Sombrero Seleccionador. «Sirius Black» . ¿Ese es tu primo, Cissy? La rubia Narcisa se erguía orgullosa hasta que el sombrero gritó un estridente «¡Gryffindor!» . La mesa roja vitoreó con entusiasmo, pero en las otras mesas, al igual que con ella, los aplausos fueron escasos. Para entonces, Petunia ya picaba sus guisantes sin ánimo. El sombrero ni siquiera dudó, al igual que con ella. Petunia, nacida de muggles, no entendió el peso de ese silencio hasta mucho después. Pero el nombre Sirius Black se le grabó en el subconsciente como tallado en piedra.

Se escabulló rápidamente por un pasillo. Afortunadamente, aún faltaba tiempo para la próxima luna llena, lo que significaba que tenía tiempo de sobra para disfrutar de su novio.

¿Otra vez escabulléndote, Evans? —La voz de Lucius resonó tras ella. Maldijo entre dientes. Claro, demasiado bueno para ser verdad. Se giró y vio al amargado de Lucius Malfoy.

Monitoreando que nadie rompa las reglas, Malfoy —musitó con frialdad, ajustando su insignia plateada y señalando la suya de «Premio Anual» (comprada, por supuesto, con el dinero de papá)—. Como supongo que también estás haciendo tú. ¿O me equivoco?

El rubio frunció los labios en una extraña mueca y se abrió paso. Ella no cuestionaba sus escapadas como él las suyas, pero le encantaba hacer la farsa teatral. Todos en Slytherin sabían que Petunia Evans no era como su hermana Gryffindor. Era calculadora, meticulosa y peligrosamente observadora.

Pero ese imprevisto no amargaría su noche. Se encaminó al pasillo de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Mi flor más preciada, ¿por qué la demora?

Ahí estaba él, recostado contra el muro con un puchero tristón que solo lo hacía verse más encantador: despeinado, con manchas de chocolate (probablemente cortesía de Remus) y la corbata torcida. Un caballero punk en toda regla que hacía que su corazón se acelerara contra su voluntad. Esa mirada era su debilidad. Petunia reprimió una sonrisa con todas sus fuerzas, aunque el brillo en sus ojos no podía engañar al muchacho. No seré expresiva , se juró, pero el pelinegro había convertido el romper sus defensas en un deporte.

La joven dio pequeños pasos en su dirección, guardando la compostura. En cambio, las zancadas de Black bastaron para tenerla frente a él, envolviéndola en sus brazos cálidos. Las muestras de afecto le resultaban antinaturales; era enemiga mortal de los gestos cariñosos y solo permitía abrazos el día de su cumpleaños. Excepto los de Sirius. Si pudiera quedarse toda la vida en ellos, lo haría. Era como beber una taza de té en un día lluvioso, como la dosis perfecta de cuerno de bicornio y ajenjo en Pociones, como una manta calientita en invierno.

Un pariente tuyo estuvo vendiendo galletas “especiales”. Todas las horas máximas de detención solo por su chistecito —musitó, impregnándose de su aroma. Olía a cigarrillos y pastel de manzana, con un toque de vitalidad. También podía distinguir notas de madera y hierbas frescas.

Lástima… ¿Me guardaste algunas? —Petunia rodó los ojos, tan irreverente. No le daría una cátedra sobre cómo esas hierbas afectaban más el cerebro que ser cazador en el equipo de quidditch.

Cultivamos setas capullo de estrellas. Si me apetece, quizás te dé una —canturreó, sabiendo que esa especie de hongos era un alucinógeno de lo más estrafalario, de la cosecha personal de la profesora Sprout.

Sirius la tomó de los hombros, boquiabierto, y arqueó una ceja, agitándola como para ver si estaba en sus cinco sentidos.
¿Quién eres tú y qué hiciste con mi mujer? Peter, si por fin te salió esa poción multijugos en la que estás trabajando, más vale que hables ahora o te arrancaré esa cola a mordiscos.

La ojiazul frunció los labios, quebrando sus ideales por una vez para complacer a aquel mentecato. Tomó aire antes de recuperar los estribos.
Tu “mujer” a veces puede ser un poco caritativa, aunque te cueste creerlo.

¿Caritativa tú? ¿TÚ? Patrañas —El chico siguió zarandeándola, soltando una carcajada ante lo hilarante de aquello. Podría estar calentita en su cama , pensó, pero prefería estar calentita en sus brazos—. ¡El mismo que envenenó los pasteles de Slughorn para hacer vomitar a medio comité estudiantil solo porque no eran de chocolate! ¡Confiesa, Peter, o juro que usaré tu arrugado rabo para escribir tu sentencia de muerte!

Petunia intentó recuperar la compostura. Sonrió maliciosamente, con un brillo travieso en los ojos cristalizados. Quizás convivir tanto tiempo con el pelinegro la estaba afectando.
Oh, mon loup, si insistes en descubrir mis secretos… ¿Qué tal si te muestro cómo cultivo esas setas? —Apretó algo dentro del bolsillo de su túnica, haciendo sonar frascos de cristal—. Aunque no llores si ves a la luna explotando en fuegos artificiales sabor menta

No había duda: era su chica. Su pequeño amigo no era tan inteligente como para pronunciar algo en francés, ni tampoco olía tan jodidamente bien . Tomó sus manos, uniéndolas en una cálida sinfonía. Ella aceptó a regañadientes, con un agarre fuerte. Él siempre ardía; no por nada le precedía su fama de don Juan. Aunque luego descubrió que era una mentira colectiva. En el ámbito personal, Sirius era incluso más reservado que ella, y las bromas eran solo un pesado mecanismo de defensa. Aún había mucho que desconocía de él, pero le gustaba seguir aprendiendo.

La pareja se dirigió a la Torre de Astronomía, la más alta de Hogwarts. Petunia detestaba esa clase, al igual que Adivinación y Cuidado de Criaturas Mágicas. Le parecían una pérdida de tiempo; la tecnología actual hacía la mayor parte del trabajo. En cambio, su novio amaba el cielo, señalándole constelaciones apenas visibles en su pueblo. Su parte favorita era criticar a los familiares cuyos nombres adornaban las estrellas. También era un prodigio en Aritmancia.

Sirius ajustó el agarre mientras subían los últimos escalones, rezongando. Lo observó de nuevo. Se veía majestuoso bajo la luz de la luna, como una estatua griega vandalizada: ojos grises profundos, mandíbula afilada. Le sacaba una cabeza, y eso que Petunia era la chica más alta del curso, con sus 1.73 metros. En comparación, ella tenía ojos como los de un potro y una nariz pequeña y puntiaguda. Él decía que tenía las orejas más bonitas del mundo. Llevaba piercings en las suyas, y el pelo negro azabache, más brillante que el suyo, le llegaba hasta los hombros. A Petunia le encantaba peinarlo, pero no lo admitiría en voz alta.

Sabes que si nos atrapan, Pomona me convertirá en abono para sus plantas… ¿verdad? —Hizo una pausa dramática. Él solo resopló, divertido—. Y no quiero que mi futuro Premio Anual se vea comprometido…

Tranquila —Sirius le dio unas palmaditas reconfortantes en la espalda—. Si nos ven, diremos que estábamos estudiando Astronomía práctica —Se inclinó sobre ella, apartando un mechón rubio que le tapaba la oreja—. Énfasis en “práctica” —Le guiñó un ojo coquetamente antes de mordisquearle la oreja—. Además, no te preocupes. A cualquier idiota le dan el Premio Anual. Lo conseguirás.

Frunció el ceño. El apoyo moral no era algo que se les diera especialmente bien a ninguno de los dos.

¿Tus padres están de acuerdo con que pase Navidad con ustedes? No me gustaría molestarlos —preguntó, repentinamente serio.

¿Estás de broma? Sus padres estaban fascinados con él desde que los visitó el verano pasado. Era como el hijo pródigo.

Me enviaron una lechuza hace una semana solo para confirmar —dijo él.

O sea… ¿Te invitaron antes que a mí? —Arqueó una ceja, cruzó los brazos y se alejó del chico, llegando justo al borde del aula, donde las vistas eran espectaculares. Una fresca noche de otoño. El pelinegro la siguió, rodeándola por detrás y apoyando la barbilla en su hombro. Ella atrapó sus brazos; el corazón se le encogía cada vez que pensaba en ello. Aparte de los Potter, Sirius no tenía a nadie más que a Remus y Peter. No había mucho que decir de Orion, y su madre… Lo poco que mencionaba no era bueno. Y su hermano menor, una copia en miniatura y ambigua de Walburga.

Era irónico. Ambos eran las ovejas negras de sus familias: Sirius, la antítesis de los Black; Petunia, demasiado correcta para los ideales hippies de sus padres. Sus padres habían quedado fascinados con el joven motociclista de chaquetas de cuero. Lily también lo apreciaba (a regañadientes), pero la pelirroja quería a todo el mundo, incluso al bobo y pesado mejor amigo de su novio, James Potter.

Para Petunia, en su defensa, James era un chico problemático. Además, se pasaba molestando a Severus, la única persona que la toleraba en Slytherin.

Mientras Potter no aparezca para robarte a ti o a mi hermana, por mí está bien —encogió los hombros, jugueteando con la corbata escarlata del joven mientras miraba el horizonte—. A menos, claro, que quieras pasar Navidad en Grimmauld Place.

El pelinegro se erizó como un gato, negándose efusivamente. Pero tenía el presentimiento de que, en lo más recóndito de su corazón, a él le gustaba esa posibilidad.

Te encantaría. Mamá dice que se parece mucho a ese agujero fúnebre que llaman sala común. Serás la adoración de mi madre; siempre quiso que me relacionara con serpientes. ¡Estará muy orgullosa! —Petunia giró el cuello para apreciar el brillo lascivo que ya conocía bien.

Los ojos de Petunia se abrieron como platos. Ella llevó sus manos a sus caderas, pero solo por un momento, antes de que él le rodeara el cuello con los brazos. Refunfuñó, y él se inclinó para depositar un beso delicado en su nuca, suave, apenas un roce. Hizo una pausa, alzando la mano como para mostrarle un concepto imaginario en el aire.

¿Te imaginas? “Madre, esta es mi adorada novia muggle”… Y ver cuánto tarda en desmayarse. O en asesinarnos. Lo que pase primero.

No era un panorama muy alentador. Frunció el ceño, confundida.

¿Y qué ganaría yo con ese espectáculo de mal gusto? —Sus ojos glaciares brillaron con malicia, recostándose en la barandilla—. ¿El placer de ver cómo tu madre incendia tu herencia antes de que la malgastes en whisky y en mí?

Él se llevó las manos a la boca, horrorizado, las cejas arqueadas. Un verdadero actor de método; una pena que hubieran cancelado el taller de teatro.

¿Creías que salía contigo por tu encanto? —Fingió una risa pretenciosa que terminó en un gallo.

A Sirius se le escapó una risilla antes de volver al personaje. Una mueca grotesca surcó su rostro, como si hubiera olido el pedo de un troll. Imitó el tono nasal de su madre:

¡Niña ingenua! Los Black solo valoramos el oro y la sangre.

La rubia, sin pestañear, lo abofeteó con la punta de sus cabellos como si fuera un látigo de seda. Las comisuras de él se extendieron aún más. Le agarró la barbilla con dedos que ardían en comparación con su piel fría, obligándola a mirarle.

Y nunca, jamás, permitiré que una sangre sucia como tú manche los sagrados tapices de mis elfos decapitados.

Soltó una carcajada seca, pero Petunia no sonrió. El peso crudo del silencio cayó sobre ellos como un manto de cruel verdad. En el mundo real, una relación como la suya seguía siendo un tabú. Y con una guerra respirándoles en la nuca, no se volvía más fácil.

Él bajó la voz, más cauteloso, acariciando su mejilla con sumo cuidado. Ella se acercó, susurrando contra sus labios:

Qué romántico.

Le dio un beso rápido, mordisqueando su labio inferior. Los problemas serían para el futuro. Ahora solo quería disfrutar del presente junto a él. No esperaba que su historia estuviera escrita en las estrellas, pero sí recordar este momento cada vez que las mirara.

Notes:

YO SÉ, soy peor que un político en campaña caray. Dije que esto seria un One Shot, pero creo que lo hare una recopilación de momentos entre estos dos, a como seria su relación un poco mas publica. Y bueno, otra vez algo cortito de manual. Espero que estén bien y se cuiden de la gripe que anda muy fuerte :D