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Eran casi las ocho de la tarde cuando iban caminando entre risas y besos en dirección al complejo de apartamentos.
Para ser honestos, ambos iban un poco ebrios, cortesía de una botella de sake que había llevado un miembro de su división a la reunión de esa tarde.
Tampoco mucho, la verdad. Solo lo suficiente para estar un poco más risueños y envalentonados de lo normal.
De repente, cuando iban casi por la mitad del camino, Chifuyu se ve caminando solo. Y al dar la vuelta para visualizar a Baji, nota que está un par de metros más atrás, observando con atención un punto al otro lado de la calle.
Sigue la mirada del pelinegro e inmediatamente identifica que el objeto de su atención es un estudio de tatuajes de mala muerte.
Era un local pequeño con un aspecto bastante deplorable, no lo catalogaría como un sitio muy confiable, en absoluto.
Pero cuando está por preguntarle a Baji qué es lo que capturó tanto su atención, le escucha hablar.
—Tatuémonos.
Chifuyu se queda francamente desconcertado.
—¿Eh? —atina a preguntar.
Baji se acerca, lo toma de la mano y le roba un beso rápido y entusiasta.
—Hagámonos un tatuaje. Juntos —le propone, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué me dices?
Baji debería tener una orden de restricción contra toda bebida alcohólica, porque solo bastaba una pequeña cantidad para nublarle la poca sensatez que solía tener.
Chifuyu, por supuesto, es mucho más racional que él. Sabe que hacerse un tatuaje con otra persona no es cualquier cosa, que quizás el día de mañana cuando pase la emoción del momento pueden arrepentirse.
Pero Baji suena tan emocionado y decidido.
Y bueno, compartían la comida, los auriculares, la ropa, el gato, la cama. De hecho lo han hablado mil veces, quieren compartir su vida juntos. Entonces, ¿que más daba si compartían también un tatuaje?
Además, eran unos delincuentes que se enfrentaban a temibles pandillas todos los días. Golpeaban gente a diestra y siniestra. Han escapado de la ley más veces de lo que pueden admitir sin sentir vergüenza. Hacerse un tatuaje compartido con el chico que lo hace suspirar definitivamente no era la gran cosa.
Probablemente debería actuar como la voz de la conciencia y no como un maldito adolescente hormonal e impulsivo, pero Chifuyu estaba muy enamorado y un poco ebrio y el solo hecho de llevar a Baji tatuado en su piel lo volvía loco de emoción.
A la mierda.
Como a todas las locuras que Baji le proponía, dijo que sí.
—Vamos.
Unas horas después, solo pueden situarse descamisados uno al lado del otro, mirarse en el espejo y largarse a reír con ganas.
Ven en el reflejo, cómo pequeñas patitas de gato se asoman por el comienzo de la pelvis y cadera de Chifuyu, para luego seguir un perfecto recorrido por el lateral de la cintura de Baji.
Como si un gato hubiera caminado sobre ellos, uniéndolos.
Joder, cuando sus amigos lo vean, no van a perder ni un segundo en señalar la tremenda ridiculez de tatuaje que se hicieron.
Y sus madres van a pegar el grito en el cielo, menos mal que se tatuaron en un sitio que no es fácilmente visible.
Ellos, sin embargo, están fascinados con la tontería. Después de todo, les gusta estar unidos de todas las formas posibles y no están en edad de quedarse con las ganas.