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LO QUE SEA POR MI HERMANO
Llevaban lo que a Mario le parecía una eternidad caminando, cruzando puentes de madera, atravesando vastos desiertos y saltando piedras enormes, aunque en realidad, sólo habían pasado dos días. Según le comentó la princesa Peach, irían en busca de poderosos aliados que los ayudaran en su misión para detener a Bowser, el rey de los Koopas. Estos aliados se encontraban en el Reino de la Jungla, un reino vecino habitado por los Kong, una especie de simios antropomórficos, conocidos por ser fuertes guerreros y hábiles con la mecánica, aunque primero debían solicitar una audiencia con su rey para poder explicarles su predicamento.
El viaje había sido bastante largo y agotador, aunque Mario tenía que admitir que no fue del todo una experiencia mala (sin contar la ocasión en la que un enorme pez trató de succionarle la cara), pues vio maravillosos paisajes y extrañas criaturas que no hubiera podido imaginar ni en sus sueños más locos.
Al tercer día, y tras el largo recorrido, les había alcanzado la noche nuevamente, por lo que el inusual trío optó por acampar en un campo sumamente brillante, y no era una exageración: aquel era un campo de flores, pero no eran flores como las que el fontanero estaba acostumbrado a ver, sino que éstas eran de colores rojo y anaranjado brillantes, tenían pequeños ojos negros y de ellas emanaba una sensación cálida. Peach le había explicado que se llaman Flores de Fuego, lo cual cobró sentido en el momento en que la princesa tocó el centro de una de las flores y enseguida su atuendo cambió a tonos rojos y blancos, mientras que de su mano surgió una llama que utilizó para prender una fogata.
Mario estaba maravillado; ya le habían hablado acerca de los objetos mágicos que existían en el lugar y que eran capaces de darle a su portador poderes únicos para cualquier situación. Aunque tal vez al inicio se había sentido abrumado por todo lo que había en este mundo, tenía que admitir que empezaba a gustarle, incluso a disfrutarlo.
Ya frente a un fuego acogedor, Mario se sentó en una roca que se encontraba cerca para descansar, mientras que Toad buscaba unas provisiones que llevaba en su mochila, y Peach le contaba a Mario acerca de la existencia de incontables galaxias en el universo, pero el joven fontanero dejó de prestar atención al final de su explicación, puesto que había algo en su mente que no lo dejaba en paz.
A pesar de que estaba acompañado por Toad y la princesa, Mario nunca se había sentido tan solo en su vida, no podía eliminar ese sentimiento de vacío y soledad que lo carcomía. Todavía le faltaba algo, una parte vital de su vida.
Luigi.
Oh, Luigi. Cómo desearía que estuviera con él en estos momentos disfrutando del paisaje. ¿Cómo la estaría pasando? ¿Estaría bien? ¿Habría encontrado una forma de escapar? Por lo que tanto Toad como Peach le habían dicho, ese tal Bowser era cosa seria, una criatura temible y feroz, hambriento de poder y capaz de hacer lo que sea para conseguir lo que quiere. Se sentía terrible por estar disfrutando su estadía en este nuevo mundo, mientras que el pobre Luigi seguramente debía de estar muerto de miedo, encerrado en una mazmorra espantosa.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Mario ante la idea de nunca volver a ver a su hermanito. Recordó las palabras que Toad le había dicho el día que se conocieron, justo después de haber llegado al bosque de champiñones: "Espero que le hayas dicho a tu hermano cuánto lo amabas, porque posiblemente nunca volverás a verlo".
Aquellas palabras sembraron un temor en Mario que nunca había sentido. Jamás había contemplado la posibilidad de perder a Luigi; los dos eran inseparables, prácticamente hacían todo juntos, y ahora que él ya no estaba, se sentía perdido y solo. Lo peor de todo era que no recordaba cuándo fue la última vez que le dijo a Luigi que lo amaba, es decir, era lógico que lo amaba, ¿no?
Todo ésto hizo que se le revolviera el estómago al fontanero de rojo, ¿qué pasaría si los tales Kong no los ayudaban a vencer a Bowser? ¿O qué tal que ese monstruo lastimaba a Luigi? O peor…
Mario no quería pensar ni remotamente en esa posibilidad, pero por más que lo intentaba, esos pensamientos no parecían disiparse, más bien parecía que empeoraban. ¿Y si no llegaban a tiempo? ¿Y si de verdad jamás volvía a ver a su hermano? ¿Qué sería de él sin Luigi?
Normalmente era el hermano menor el que se preocupaba demasiado, y Mario siempre hallaba la forma de calmarlo y hacerle ver que todo saldría bien. Pero, ¿quién podría calmarlo a él?
Nunca pensó en lo difícil que sería estar lejos de Luigi. Cielos, cómo lo extrañaba: sus chistes malos, su comida, su risa y esos ojos que denotaban cuánto confiaba en Mario.
Y sin embargo, le había fallado. ¿Volvería a confiar en él después de que no fue ni siquiera capaz de evitar que ese maldito vórtice lo succionara?
Su torbellino de pensamientos se vio interrumpido abruptamente por la dulce voz de la princesa.
—¿Estás pensando en tu hermano? —preguntó, sentándose a su lado en otra roca.
Mario sacudió la cabeza para salir de su transe, dejó salir un pesado suspiro y se quitó la gorra.
—Nunca nos habíamos separado por tanto tiempo —confesó. No se había dado cuenta de que tenía los ojos llorosos—. Desde que éramos pequeños fuimos prácticamente inseparables; hacíamos todo juntos, incluso las tareas de la escuela. Éramos un súper equipo.
Peach sonrió con ternura.
—Y volverán a ser ese súper equipo —aseguró—. Verás que lo salvaremos, y finalmente podré tener el gusto de conocerlo en persona. Estoy segura de que me agradará si es la mitad de dulce y noble que tú.
—Lo és, y mucho más —añadió Mario—. Debe ser la persona más leal y gentil que conozco. Podrá tener muchos miedos, pero eso nunca lo ha detenido.
De pronto el semblante del fontanero se ensombreció, todo su ánimo desvaneciéndose en un instante.
—¿Qué sucede, Mario? —preguntó Peach, consternada.
—Le prometí que todo estaría bien mientras estuviéramos juntos —respondió con un nudo en la garganta, y la voz cargada de culpa—, pero ahora… Debiste ver sus ojos cuando mis manos soltaron las suyas. Si lo hubiera sujetado más fuerte, él estaría aquí, y no en ese reino de pesadillas, o como se llame, ¡sufriendo solo igual que yo!
Mario no se había percatado de que había comenzado a subir la voz, incluso Toad había dejado lo que estaba haciendo y ahora lo observaba consternado al igual que la princesa. El fontanero soltó un suspiro cargado de pesadumbre y agachó la cabeza. No quería desmoronarse en frente de nadie, mucho menos frente a la princesa, pues ella contaba con él. No quería demostrar lo aterrado que se encontraba en verdad.
De pronto sintió la mano de la princesa posarse gentilmente en su hombro, era cálida al tacto y reconfortante. Mario levantó la mirada y sus ojos encontraron los de Peach, unos ojos azules que lo reconfortaron al instante, pues su brillo lo llenó de algo que creía perdido: esperanza.
—Nada de lo que pasó fue tu culpa —dijo la joven monarca—. Es una pena que sucediera, pero tiene solución. Debo confesar que también me aterra lo que pueda pasarle a mi reino, pero ahora con tus nuevas habilidades, y con la ayuda de nuestros aliados, estoy segura que lograremos traer de regreso a tu hermano sano y salvo. Te doy mi palabra.
Mario sintió que la mirada maternal, y al mismo tiempo, determinada de Peach penetró en lo más profundo de su ser, llenándole el pecho de seguridad; seguridad de que derrotarían a Bowser, seguridad de que salvarían este mundo de sus garras.
Seguridad de que rescatarían a Luigi.
—Yo le haría caso —dijo Toad—, después de todo, es una promesa real, y las promesas reales son inquebrantables.
Mario se volvió nuevamente hacia Peach y en su rostro se dibujó una sonrisa de renovada determinación. No era momento de pesimismo, tenía que ser fuerte por su hermano. Tenía que confiar en que estaría bien, tener la seguridad de que lo traería a salvo y que muy pronto volverían a estar juntos.
—Y yo le doy mi palabra, su majestad —respondió Mario—, que no voy a rendirme. No pienso defraudar a nadie más. Salvaré a mí hermano, encontraré a Bowser y le daré a ese hijo de lagartija su merecido por haberlo secuestrado. Nadie se mete con mi hermano.
—¡Ya rugiste, compa! —lo animó Toad, dándole una fuerte palmada en el hombro por la emoción. A veces el pequeño hombre champiñón se pasaba de intenso.
Peach soltó una risita.
—Tengo fe en que así será —concluyó—. Ah, y por favor, sólo dime Peach.
Finalmente, ante él estaba la inmensa fortaleza flotante, imponente y siniestra, emanaba un calor sofocante y un fuerte olor a azufre que lastimaba sus fosas nasales. Pero no era momento de pensar en eso, lo más importante era encontrar a…
—¡Luigi!
Ahí, en la parte más alta de la fortaleza, se encontraba Luigi, sucio, despeinado y siendo sostenido de la parte de atrás de su overol por la escamosa garra de Bowser. El fontanero de verde agitaba sus pies en el aire, desesperado, mientras veía a su hermano mayor con ojos suplicantes.
—¡Mario! —gritó Luigi— ¡Mario, ayúdame!
—Resiste, Luigi ¡Ya voy!
Mario comenzó a subir a toda velocidad por una escalera de ladrillos que acababa de aparecer, pero a cada paso que daba, los ladrillos parecían aumentar, dejando la cima de la fortaleza cada vez más lejana.
El fontanero comenzó a respirar más agitado, creyó que aumentando la velocidad podría vencer a los ladrillos, pero no estuvo ni cerca de llegar a la mitad del camino.
Su carrera se detuvo de forma abrupta debido a la inesperada aparición de un Bloque Misterioso.
“¿De dónde salió?”, se preguntó Mario. No importaba, pues pensó que de él podría obtener algún Power-Up que le sirviera para poder llegar a la cima, de modo que lo golpeó con su puño. El cubo hizo su característico sonido y una luz blanca lo envolvió, pero grande fue la sorpresa del fontanero al ver que lo que había salido del bloque, fue una gorra verde con la letra L bordada en ella.
—No, no, no, no, no —repetía desesperado, golpeando el bloque repetidas veces para intentar que saliera algo más, pero sólo salían más y más gorras de Luigi—. Vamos, ¡dame algo!
El Bloque Misterioso continuó sacando cada vez más gorras, aunque hubo instantes en los que sacó algunos destapacaños y Cheep Cheeps con bigotes parecidos al de Mario. Tras haberlo golpeado demasiadas veces, el bloque se sacudió violentamente y de él comenzaron a llover cientos de gorras verdes, de entre las cuales a muchas les salieron alas y ojos enojados que persiguieron a Mario por el resto del camino de ladrillos, golpeándolo en la cara y en los brazos.
Entre todo el caos, el fontanero de rojo logró escuchar una temible risa proveniente de lo alto de la fortaleza, levantó la vista y vio con horror cómo el rey de los Koopas ahora sostenía en el aire a Luigi, justo al borde de la cima.
—Dile adiós a tu querido hermano —se mofó.
—¡NO!
Y abrió su inmensa garra.
Luigi comenzó a caer, agitando brazos y piernas en un intento desesperado por aferrarse de lo que fuera, pero a su alrededor sólo caían gorras como la suya, todas ellas directo a la lava.
Mario sintió que su corazón se detuvo; quería moverse, pero era como si sus piernas estuvieran hechas de plomo. Ninguna parte de su cuerpo le respondía, sólo pudo mirar con impotencia la cara de horror de su hermano menor mientras caía hacia su muerte. Las palabras de Toad resonaron en su mente:
“Espero que le hayas dicho a tu hermano cuánto lo amabas, porque posiblemente nunca volverás a verlo”.
Nunca volverás a verlo.
Nunca volverás a verlo.
—¡LUIGI!
Por fin consiguió hacer que sus piernas reaccionaran, y sin perder más tiempo, corrió lo más rápido que pudo, dándose cuenta de que la escalera de ladrillos ahora era un camino recto que lo llevaba directo a su hermano.
Sin embargo, de la nada comenzaron a surgir enormes tuberías de colores, destruyendo parte del camino en el proceso y amenazando con aplastar al fontanero. Sintió cómo una le rozó el codo, mientras que otra casi lo derriba. Ante semejante calamidad, decidió apresurar el paso, tomando una decisión drástica, ya que si no lo hacía, perdería a Luigi para siempre; así que comenzó a saltar encima de las tuberías, con cuidado de no caer dentro de ellas, tomó impulso y dio el salto más grande que jamás haya dado en su vida. Pero justo cuando estaba por extender su mano para intentar alcanzar la de Luigi, una tubería gigantesca apareció a su lado, de la cual salió un chorro de agua disparado hacia él, golpeándolo con fuerza en la cara. A pesar de todo el ruido a su alrededor, todavía escuchaba la risa de Bowser, fuerte como un trueno. Mario dejó salir un grito…
El grito se convirtió en una fuerte tos provocada por el agua que había entrado en sus pulmones y nariz. Una vez cesó, el fontanero se dio cuenta de que estaba nuevamente en el campo de las Flores de Fuego, pero ya no estaba oscuro. Los rayos de sol acariciaban su rostro y tanto la princesa como Toad lo miraban preocupados.
—Perdón por eso —se disculpó Toad. Mario notó que éste llevaba una cantimplora en la mano—, pero te veías muy agitado, no dejabas de sacudirte y de murmurar cosas.
—¿Estás bien? —preguntó Peach tendiéndole la mano a Mario. Éste le dio la suya y se impulsó para levantarse.
—Estoy bien, no se preocupen —dijo al tiempo que se arreglaba el cabello y se ponía su gorra—. Sólo fue una pesadilla.
—Y debió de ser una muy horrible, por cierto —añadió Toad, recibiendo una mirada severa de la princesa.
—No importa ya, sólo es mi mente intentando desconcentrarme, pero no lo logrará.
—¡Ese es el espíritu! —exclamó Toad, cerrando su puño— Por cierto, ¿qué les gustaría desayunar?
—Que lo mío sea para llevar, amigo —respondió Mario con determinación en su voz—. Mientras más rápido lleguemos al Reino de la Jungla, más rápido llegaremos con Bowser.
Peach le dedicó una sonrisa. La princesa estaba contenta de ver al joven fontanero tan animado luego de una noche tan pesada. Admiraba su espíritu tenaz y optimista, no podría haber elegido un mejor héroe.
—Bien, pero te lo comes todo, ¿eh? —dijo Peach con el tono que una madre utilizaría con su hijo— Hoy necesitarás toda tu energía.
—Así lo haré, su majes… Digo, Peach —se corrigió el fontanero de rojo con una sonrisa nerviosa. Todavía tenía que acostumbrarse a llamar a la princesa por su nombre. De algún modo, aún no se sentía digno de siquiera pronunciarlo, pero sonaba tan bien, tan bello.
—Bien, pues no se diga más —sentenció la princesa ajustándose la corona—. En marcha, mis valientes compañeros.
—¡Sí! ¡La aventura continúa! —dijo Toad empacando su mochila a gran velocidad y posicionándose al lado de Peach— ¡Al Reino de la Jungla!
Mario sonrió. La energía del pequeño Toad era contagiosa.
—Descuida, Luigi —dijo Mario más para sí mismo—. Ya estoy cerca, hermanito.
Con las energías y la fe renovadas, Mario se ajustó la gorra y echó a andar junto a Peach y Toad. Ya le había dicho antes a la princesa que no le temía a nada y que haría cualquier cosa por Luigi, y era verdad, al menos la segunda parte. A pesar de todo, no podía dejar de sentir que el miedo seguía ahí, en el fondo, luchando por salir y envolverlo, pero no era miedo por él, sino por Luigi. Temía no poder rescatarlo, fallarle. Pero no, no iba a permitirle a esos malos pensamientos atormentarlo nuevamente. Ahora tenía que estar concentrado en la misión. No le importaba lo que tuviera que hacer o a quién se tuviera que enfrentar. Todo lo haría por su hermano. Por Luigi.
