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El envenenado lirio del valle (Saeran suit/Mc)

Summary:

Mc se infiltra a la secta religiosa de Mint Eye por motivos ocultos, pero su inexperiencia y malas decisiones la condenan a ser una más en el sótano maloliente en Magenta, donde conoce a un chico con un carácter tan difícil como para manejarlo, Saeran. Aunque estos dos obstinados se dispongan a despreciar al otro por las razones más válidas como mínimas, existen cosas difíciles de controlar; la empatía, la estima y el afecto.

«¿Por qué aquel lirio del valle despreciaba a todos, alejándolos, cuando tan solo y roto se sentía?»

 

¶ NO plagio ni adaptaciones. Esta historia solo está disponible en Ao3 y Wattpad (kjjaehee_).

Notes:

Buenas a ustedes, chiquillos guapos :3 Aquí aviso de unas cositas:

¶ Mc tiene 24 años (modelo occidental de edad para evitar confusiones. Por tanto, Saeran tiene 21).
¶ Saeran presenta comportamientos tóxicos en un principio. Leer con responsabilidad.
¶ La personalidad Ray no existe.

Chapter 1: Las cadenas que yo misma me impuse.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Durante varios meses me encerré en mi habitación, alimentándome a base de barras de cereal insípidas y coleccionando profundas bolsas debajo de mis ojos. Todo para este momento. Por fin llegué dónde me indicaban las coordenadas.

Frente a mí tenía un edificio quizás cincuenta veces más grande que el cuartucho donde dormía —mi apartamento—. Este resaltaba mucho con su particular techo color menta en medio de frondosos árboles de hojas opacas.

A pesar de mi investigación amateur que no fue sencilla —aunque fuese reportera, también era mi primera vez escudriñando con algo tan “oculto”— ésta había dado sus frutos. Claro, eso no significaba que tenía permitido sonreír con satisfacción aun; después de todo, conocer el peligro fue apenas el primer paso al infierno.

Ahora, debía echar un vistazo al diablo.

Me escabullí entre la maleza, arbustos y árboles, teniendo sumo cuidado de los tantos hombres que veía patrullar alrededor de aquella estructura a tales horas de la noche. Sin tener conocimiento sobre espionaje e infiltración, de alguna manera logré salir airada.

De súbito sentí un martillo que estremecía contra mi corazón repetidas veces, como si de pronto fuera consciente de la situación y los nervios me estuvieran devorando. También empecé a sentir nauseas. Vale, a mí me gustaba fingir calma durante episodios de estrés, por lo que, cuando obtuve información de este lugar, me tragué el miedo y afirmé “¡Claro que puedo infiltrarme ahí!”. Ahora, convenientemente tarde mi razón volvía y me alertaba lo peligroso de allanar propiedad ajena. Sobre todo, la de estos lunáticos.

Pero nada. Ya estaba en este bosque apartado de todo, solo quedaba continuar.

Seguí aproximándome al sitio aprovechando la noche para pasar desapercibida, cuando estando lo suficientemente cerca, divisé una ventana abierta en el primer piso. Era una enorme oportunidad. Es así que agarré la roca más grande que encontré y con dificultad la lancé hacia las ramas de un árbol a mi derecha. Solté el aire que tenía retenido por la tensión al revisar que había conseguido distraer a varios de los guardias, ya que fueron a inspeccionar el área donde se escuchó el crujido, y luego corrí deprisa hasta llegar al ventanal.

Con los brazos casi adormecidos, me sujeté del marco para impulsarme hacia arriba y subirme a la ventana y, una vez hecho esto, salté dentro después de confirmar que el pasillo estaba sin vigilancia. La caída tras el salto me hizo tropezar un poco debido a la alfombra que decoraba el corredor, pero aparte de eso, no hubo más escándalo.

No contaba con nadie más que yo para esto; era imposible que luchara contra estas personas sola. Por tanto, la intención de venir aquí era en un principio recopilar información: localización de pasillos, rutas —de escape y secretas—, número de miembros, nombres, evidencia de acciones ilegales.

Estando allí, mientras caminaba a través de las puertas y modesta pero elegante decoración del sitio, pensaba que estaba siendo en sobremanera imprudente al haber llegado tan lejos, y eso alimentó mi miedo; mas preferí ignorarlo. Con cuidado de no ser avistada, memoricé y observé todo lo que me fuera útil, incluso me encontraba preparada para tomar fotografías con mi celular. Revisé todos los cajones que vi y chequeé las habitaciones, aunque algunas de ellas tenían llave. No había conseguido nada relevante.

Suspiré en lo que reflexionaba sobre mis decisiones desde que empezó todo hasta este momento. ¿No debí dejar esto a la policía? ¿Hago lo correcto estando aquí?

El sonido de unos pasos interrumpió mi meditación y alojó un enorme peso como ladrillos en mi estómago, y los nervios aparecieron en escalofríos trepando por mi espalda, igual que arañas. Entonces, con silenciosas pisadas fui a encerrarme a un cuarto, que parecía una oficina sencilla, y me oculté en el armario.

Espera… ¡LOS ARMARIOS SON LUGARES MUY OBVIOS, MALDICIÓN!

¿Era seguro cambiar de escondite ahora? ¿O quien fuera el de las pisadas me atraparía justo cuando saliera del closet? Empecé a sentir un tic en mi párpado derecho. No quería hiperventilar, pero el pánico me estaba volviendo su presa.

Luego de por poco comerme las uñas de la angustia, las pisadas se dejaron de escuchar. Ya habiendo pasado quizás diez minutos, asegurándome que en verdad el pasillo se encontraba deshabitado, abrí las puertas del closet y seguí revisando cosas, esta vez los cajones del escritorio y los estantes de la estancia; sin mucho éxito también. Cogí una pluma y cuaderno que traía conmigo en mi mochila y, haciendo uso de la privacidad, empecé a dibujar deprisa un pequeño mapa de los cuartos y pasillos que había revisado del primer piso; casi nada. Tras esto, salí de la habitación para continuar con mi labor, y estuvo bien, hasta que me detuve cuando vi a dos hombres de espaldas patrullar. Quise colarme a un cuarto que tenía a lado, pero giré el pomo y comprobé que ésta estaba cerrada.

¡Mierda!

Y siguiendo el mismo hilo de desgracias, los guardias se giraron y me vieron de inmediato.

—¡Oye! ¡Tú!

¡MIERDA! MIERDA, MIERDA, MIERDA, MIERDA.

Me apresuré a correr en dirección contraria a ellos, buscando la ventana por la que entré, sintiendo las barras de cereal en la boca debido a las náuseas que habían vuelto. Aun si me parecía inútil huir pues estaba segura que esta gente me alcanzaría, intenté apostar todo a mi mala condición física y mover más rápido las piernas. Mientras tanto, se escuchaban los gritos de aquellos dos hombres que alertaron a los demás.

Solo con distinguir la ventana a los lejos, las lágrimas de alivio se asomaron y se perdieron en mis pestañas. Cuando llegué, subí al marco y me lancé sin cuidado, lastimándome sobre todo el costado izquierdo del cuerpo y llenándome de barro. Aun sin recuperarme del dolor en mis extremidades, me levanté rápido, arrastrando las botas en la tierra, y seguí huyendo adentrándome entre los árboles, advirtiendo a muchos más guardias.

—¡NO LE PERMITAN HUIR! —gritó a alguien.

Seguí y seguí. Mis piernas ya dolían mucho y mi respiración andaba demasiado irregular por andar exigiendo a mi cuerpo. Llegué a sentir tanta fatiga que empezaba a observar el paisaje borroso.

Fui una idiota. Me sobreestimé. Quiero llorar. Me duele mucho todo el cuerpo. No debería hacer esto. ¿Por qué lo hice? No debí. No debí.

No sé en qué momento mezclé mi mala respiración con mis sollozos. Me sentí como si de alguna manera estaba perdiendo mi tiempo tratando de huir. Ellos eran más que yo; me ganarían.

Por un segundo todo a mi alrededor se esfumó y se volvió negro, como si dejara de ser yo y perdiese mi cuerpo, y cuando recobré un poco mis sentidos y abrí mis parpados, tropecé con algo que había entre las hierbas. Caí sobre la tierra y mugre y, a diferencia de antes, me costó muchísimo tan siquiera ponerme de rodillas. Mi cuerpo ya no quería cooperar conmigo. ¿Cuánto habría corrido?

Fui consciente de mis lágrimas y de mi impotencia por no tener las fuerzas para ponerme en pie. También fui consciente de las tantas manos que sujetaron mis hombros. Comencé a gritar del terror e intenté alejarlos con patas y manotazos.

—Quieta —amenazó uno de los hombres, alzando un arma al cielo.

Fue el fin. Había fracasado. Dejé de defenderme y, estando estupefacta y temblorosa, solo le vi.

La oscuridad no me permitió apreciar su rostro, pero la luz de la luna detrás de sí contorneó su figura, mostrándome su cabello claro.

—Te mueves y te masacro, ¿oyes? —volvió a gruñirme, asomando el arma a mi cabeza. Aun en las tinieblas, era imposible no distinguir sus ojos; quizás estos poseían un déje de luz propia—. Vámonos. Sujétenla bien —advirtió a sus compañeros, quienes asintieron.

Me mordí los labios aguantando el desánimo, sintiéndome idiota y patética, mientras estos hombres me llevaban de vuelta al edificio.

Perdón, escarabajo. Perdóname. Lo siento muchísimo.

(***)

¿Era realista o pesimista si admitía que esperaba recibir tortura o la muerte de esta gente?

En mi mente repasé todo lo que pude sobre mi vida como si me estuviera despidiendo de ella. Mis amigos, el maltrato laboral, las noches de ansiedad mientras hacía la universidad, mi sonrisa cuando obtuve mi título, las series y películas que conquistaron mi corazón, el apartamento que me costó tanto adquirir, mi infancia con altibajos, ese amable niño, mi familia…

¡Guau! ¡Había puesto un punto final a mi vida gracias a mi estupidez! Vamos, no tenía motivos para compadecerme y victimizarme con estos pensamientos como si esta situación no me la hubiera buscado en primer lugar, cuando actué imprudentemente. No tenía derecho a lamentarme.

Aun así, lloré en la privacidad de una celda maloliente, como si jamás en mi vida hubiera llorado.

Desde hace horas me arrojaron a esta zona subterránea del edificio donde mantienen a los prisioneros, y como cada cuartucho tenía paredes me era imposible ver a los demás amigos que me acompañaban. Solo escuché a unos cuantos que me gritaron que dejara de llorar o sino… bueno, ya saben qué suele suceder en este tipo de lugares. Afortunadamente, en una de esas un guardia escuchó algo y, pues parece que los callaron a las malas.

El sitio era horrible. Aparte de las amenazas de mis amables amigos y segura pronta muerte, las paredes y el suelo estaban sucios, estaba oscuro excepto por una franja de luz que se colaba por debajo de la puerta, no había una cama, solo una delgada sabana —donde me acosté de lado—, un inodoro que apestaba a muchas cosas, y parecía que ofrecían comida una vez cada dos días, o deliberadamente no lo hacían.

Me sentí como una fracasada. No solo por estar encerrada, sino también porque no cumpli con mi objetivo tras toda esta investigación que hice para llegar aquí. No encontré la verdad de escarabajo.

Era una buena para nada. Debí dejar esto a los mediocres de la policía, no debí inmiscuirme.

Maldita sea, volveré a echarme a llorar de nuevo.

O eso iba a hacer cuando escuché una voz interna que me reclamó diciendo “¿por qué estás llorando patéticamente?” y de pronto me sentí muy ridícula. Logré llegar a hasta esta gente sectaria por mí misma; y solo porque fui imprudente y las cosas salieron mal ¿me rendiría? ¿Así de débil era? ¿No era yo la que mantenía la calma en medio del estrés? No estaba siendo patética por estar en esas cuatro paredes —o quizás un poco—, lo era por haberme frenado a mí en buscar una solución.

Me aguanté las ganas de sollozar, me sorbí los mocos y gasté mi poca energía ideando un plan para huir. Mis manos estaban atadas, pero mientras estuviera viva, debía buscar opciones.

¿Punto final? Ya veremos. Hasta ahora, solo fue un punto y aparte. Tal vez. Creo… Ya veremos.

No tuve mucho tiempo reflexionando ahora con mis ánimos renovados porque escuché firmes pasos en el corredor de afuera. La luz del exterior que se filtraba desapareció justo cuando las pisadas no se oyeron más. Sin demora capté el tintineo de unas llaves chocando entre sí y seguido la cerradura.

Más tarde, la puerta oxidada se abrió.

Se asomó entonces un joven que traía consigo una linterna de aceite, lo que me permitió fijarme en los zapatos negros de vestir que llevaba, y más tarde en la siniestra sonrisa que me regaló cuando se acomodó en una silla que estaba en un rincón de la apestosa sala. Al advertí su cabello blanco y sus característicos ojos, lo reconocí con rapidez. Era el mismo chico que me gruñó antes con su pistola.

Ugh.

Él se veía impecable con su traje negro, como si más tarde tuviera que ir a una boda o a su graduación; mientras yo llevaba casi tres días sin bañarme —me obsesioné investigando; no me culpen—, con ropa casual y quizás el pelo se miraba seco y olía raro.

Sin mencionar que había estado llorando; mis ojos debían verse rojos y mi nariz moqueada.

Para sentirme menos humillada frente al imbécil, me senté —fue difícil sin usar las manos— sobre la sabana apoyando la espalda en la pared, levanté el pecho y puse mala cara.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó con altanería.

—Aquí apesta y tengo hambre. De lujo —resumí.

—Claro, si tienes un bonito accesorio.

No le entendí hasta que recordé la cadena que tenía sujeta a mi tobillo.

—Es un lindo detalle. Me hace sentir más a gusto aquí —le ofrecí una sonrisa mostrando mis dientes, usando un tono sarcástico.

Pasó de mi respuesta, y prosiguió.

—Me soplaron que estuviste llorando por un buen rato —comentó, burlándose de mí.

Que ganas de matarme con los cristales de la linterna. Qué vergüenza.

—Perdón por ser un ser humano con reacciones fisiológicas a estados mentales como el estrés —contesté con ironía.

—Solo estás siendo débil —respondió sin más.

Quiero ahorcarlo. Pero ignoré ese pensamiento corrosivo.

—¿A qué viniste? ¿Ya me van a matar?

—Ojalá fuera así, lo haría con gusto —sonrió mientras presumía el arma que sacaba de su traje—. Pero no. Vengo a saludarte.

—Ah, hola. Puedes irte.

—¿Qué estabas haciendo, princesa? —ignoró mi saludo, usando un tono de voz más serio.

Y yo ignoré su pregunta.

—¿Princesa?

—¡Vamos! Exageras por solo no comer durante unas horas y de un ligero olor ¿No estás siendo como una llorona que fue consentida? Podría asegurar que tu vida fueron solo rosas y cosas bonitas, lo que derivó en ti; una débil y patética princesa —concluyó entre tanto jugueteaba con el arma.

¿Y a este quién lo parió? Debieron haberlo abortado.

—Lo que digas. —Iba añadir “imbécil”, pero temí por mi vida.

—Ahora, contéstame —exigió.

Necesitaba despistarlo un poco mientras me inventaba una mentira creíble.

—A ver, he pasado una experiencia… traumática aquí, n-necesito tiempo para asimilarlo—

El muchacho agitó con suavidad el arma en su mano, con una sonrisa condescendiente.

—Es evidente que hace falta algo de dureza en tu vida que, si no, te piensas que estás a salvo, incluso en situaciones que no es así. ¿O es que acaso lo que tengo en mi mano no es lo suficiente amenazante y prefieres que emplee otra cosa? —suspiró con falsa paciencia, fingiendo reflexionar. Se inclinó hacia adelante en la silla y me miró a los ojos—. Necesitas ser torturada. Se lo había sugerido a mi Salvador, pero posee tanta misericordia y benevolencia que declinó.

Fingí que no escuché sus burradas, y me concentré en lo importante.

—¿Es el líder? ¿Está aquí?

Alzó sus cejas, manteniendo esa sonrisa que delataba cuánto me menospreciaba.

—¿Por qué? ¿Quieres que le mande tus saludos?

—Más que eso, quiero hablar con esa persona.

El joven resopló por la nariz, acentuando la comisura de sus labios.

—El salvador está bastante ocupada, no malgastaría su tiempo contigo. Ahora —se levantó de la silla queriendo acercarse a mí, por lo que retrocedí hasta donde pude con la cadena, nada más que a la esquina; pero no lo evité y me haló con fuerza de mi pelo maltrecho—. Contéstame, ¿qué hacías aquí, mujer asquerosa? —escupió.

Su rostro estaba tan cerca del mío que aprecié la resequedad en su piel, lo profunda que eran sus ojeras y como su mirada, aunque amenazadora, se veía cansada.

Ay, muchachito traumado.

Pero el momento de empatía me duró dos segundos.

—Es probable que sea mayor que tú, así que respétame, mocoso —mascullé.

Hundió sus cejas conteniendo su enojo, y yo me limité a devolver esa mirada suya que juraba me insultaba de tantas maneras. Estábamos tan próximos del otro que percibí el fuerte aroma de su perfume que extinguía la peste de mi nariz. Al final, se aburrió de nuestro intercambio no verbal por lo que soltó con fuerza mi pelo, alejándose un poco, y desvió sus ojos de mí.

—Joder, que horrible es tu cara. Se nota que estás envejeciendo.

Tú tampoco estás mejor.

—Déjame ver al Salvador —pedí, haciendo oídos sordos a lo otro.

—¿Me estás dando órdenes? —gruñó, esta vez devolviendo su mirada.

—Por favor.

Ya lo había molestado lo suficiente. Necesitaba que dejara de buscar pelea conmigo y cooperase.

—Maldita asquerosa, ¿te crees-

—No quiero ofenderte con la petición, lo juro. Solo necesito ver al Salvador y conversar un momento con ella.

—¿Para qué? —rezongó.

Lamí mis labios secos.

—Quiero unirme a ustedes.

Silencio. Él me vio como si le acusara de ser altruista.

—¿Qué pasa? ¿Qué dije?

El joven pestañó dos veces.

—Una pendejada. —Cuando salió de su asombro, masculló— maldita mentirosa.

—No estoy mintiendo. Permíteme ser miembro de aquí.

—Tienes un sentido del humor muy malo —mofó—. No seas estúpida. Te he pedido que aclares tu propósito aquí, no que dijeras ocurrencias.

—Bien. No me hagas caso, no me creas, pero al menos ¿puedo hablar con el Salvador y aclarar mis intenciones con ella?

Una risa burlesca salió de sus labios.

—En tu puta vida te dejaré hablar con el Salvador, ¿quién te has creído? —sonrió con sorna—. Ahora confiesa, estúpida. ¿Qué hacías infiltrándote? En este momento estoy considerando traer un alicate.

Tragué saliva imaginando que haría con eso.

—¡L-lo juro! Solo quiero ser parte. Investigué este lugar y pues, desconozco sus métodos de registro y así, entonces, hice eso, en serio, eh, no quise originar una escena —insistí.

El joven no dijo nada hasta que escupió al suelo, cerca de mi mano.

—Mientes —murmuró, viéndome con repulsión.

Dicho eso, dio dos pasos y creí que se acercaría a golpearme, pero en cambio, cogió la linterna que se encontraba a un lado de la silla y se dirigió a la puerta de acero.

—Tu circo me está aburriendo. Regresaré más tarde a arrancarte las uñas, a ver si así abres la boca, princesa —advirtió, dándome la espalda.

Exhalé fuerte cuando se marchó. Que puto miedo.

Mi mentira no funcionó —tampoco esperaba mucho; fue una estrategia desesperada—, y si no pensaba en otra idea para librarme, ese jodido loco me mataría.

Notes:

Hi. Aquí les dejo un fic de Saeran suit aunque el wey me cae mal jajsj (bromita, apartir del día 9 en su ruta lo quiero un montón).

Es mi primera vez usando Ao3 así que no estoy entendiendo nada, jaja, pero espero y les guste y compartan el fic hasta con su perro. Esta historia será de actualizaciones lentas debido a mis estudios, pero haré lo posible para que sea la menos espera posible.

Chapter 2: Cita lésbica.

Chapter Text

Pasaron no sé cuántas horas —¿Quizás era el día siguiente?— y la sed y el hambre ya eran un problema serio. Consideré dormir para ignorar estos dos inconvenientes, pero eso sería desperdiciar tiempo que podría ser aprovechado para planificar mi huida, así que me olvidé de la idea pronto.

Ahora bien, ¿qué se me había ocurrido?: ¡Nada!

Revisé las esquinas del cuarto y el inodoro, no contaban con objetos filosos o finos que funcionasen como "llave" para la cadena de mi pie ni tampoco para la puerta. La única carta que tenía, por tanto, era el manipular al joven de cabello blanco; y eso era imposible. Era un niño muy terco, grosero y arrogante. ¡Me llamó vieja el imbécil ese! Lo cual, por supuesto no era cierto, y el que estuviese soltera no probaba ese punto... o tal vez, tuviera que ver...

Ah... Era irónico que considerase intentar manipular al muchacho cuando quizás él ya había empezado el juego psicológico primero.

Fue entonces cuando meditaba sobre mi apariencia que escuché la cerradura de la puerta. Ese lapso de cinco segundos los empleé en prepararme mentalmente para mentir y ser torturada —no, en realidad solo estaba entrando en pánico— pero, para mi buena suerte, apareció un hombre que jamás había visto, y sin decir nada se me acercó y soltó la cadena de mi tobillo.

—¿Qué-

—Venga conmigo —exigió.

De todas formas, no pude negarme ya que me cogió del brazo y me arrastró fuera.

Me indicó dónde ir, aun presionando mi extremidad sin nada de cuidado; cruzamos varios pasillos y subimos algunas escaleras, estas semejaban más decencia y mejor olor comparado al sótano/prisión. Mientras tanto, murmuré un par cosas, preguntando sobre qué estaba ocurriendo, por ejemplo, pero el hombre de capucha no quiso decirme mucho y me ignoró. Por lo que me rendí de insistir y me dejé guiar hasta una habitación cualquiera del tercer piso.

Bueno, cualquiera no; era una sala modesta, pero bonita y pulcra.

Antes de que dijera algo, mi acompañante se adelantó.

—Prepárese; dese un baño y vístase con lo que encuentre en el armario. Al medio día tomará el té con el Salvador. Procure la puntualidad. Por el paraíso eterno —se despidió con lo último y cerró la puerta con cerradura.

Seguía encerrada...

Un momento, ¡Té con la líder!

Pero, ¿cómo? ¿El chiquillo aquel sintió un poco de empatía y decidió hacerme el favor de cumplir mi petición...? Imposible. Si por él fuera, estaría descuartizándome.

Como fuera, antes de prepararme para el té, revisé las gavetas, sabanas, rincones del cuarto, cortinas y el ventanal —que por desgracia llevaba cerrojo—, y no encontré nada llamativo. Algo para aplaudirles era que eligieron una habitación de un piso lo suficiente alto para que, en caso que lograse deshacerme de la ventana, no pudiese fugarme por ahí; la caída me mataría.

Viendo las limitadas opciones para huir o recoger información, decidí tomarme la bendita ducha que ya me hacía falta; que, por cierto, entre las tantas alternativas de champú y jabones estaban los que yo usaba siempre —aunque eran genéricos, así que tampoco fue raro—. Luego de eso, me até el cabello en una coleta, tomé el vestido floreado blanco del closet y me perfumé.

Skin completo.

En lo que esperaba a que fuese medio día, me detuve un momento a admirar el sol que nunca había sido apreciado por mí hasta que fui privada de él; no solo me refería cuando estuve en el sótano, sino también todos esos meses que pasé sin salir de mi apartamento persiguiendo una pista.

 

(***)

Dos toques en mi puerta, y un hombre diferente al anterior me anunció que era el momento. Gustó de encaminarme sin muchas restricciones, como estar atada o vendarme los ojos. Podría ser que no tuvieran nada que ocultar en ese pasillo.

Me detuve un segundo cuando salimos a un balcón decorado con flores arrimadas a las paredes y otras en macetas; plantas vistosas y el preciado sol en lo alto. Muy veraniego, aunque ya próximo se acercaba el otoño. Era tan espacioso lo que convenía a la gran sombrilla, mesa redonda de cristal y otros muebles que estaban por ahí para no estar tan abultados entre ellos.

—Por el paraíso eterno —saludó el hombre a mi lado.

—Por el paraíso eterno —contestó la figura que no había reparado hasta escucharla.

Su voz podría compararla con el helado de ron; dulce y embriagador.

Sentada a la mesita, y bebiendo té, estaba una mujer con abundante cabello de un color que el sol mismo envidiaba y con un cuerpo tan delgado que se veía elegante en el vestido negro ceñido que portaba. De alguna manera, su presencia armonizaba con el cielo azul del paisaje, junto a la finura de las flores amarillas en el mirador.

Verla tan tranquila y despreocupada me hizo apretar los dientes y entrelazar mis manos con fuerza, haciéndome daño. Era la primera vez que la miraba, pero eso no me impidió considerarla un parásito, repudiándola con todo mi corazón.

Después de que el seguidor diera una reverencia y se marchara, ella volteó a verme; con lo tupido de sus pestañas, convirtió sus gestos a algo más delicado y estoico. Sonrió, pero sus ojos me observaban con poca estima.

—Un gusto conocerte. Acompáñame un momento.

No dije nada, solté un suspiro y solo me acerqué a coger asiento. La mesa estaba repleta de dulces, por lo que me permití tomar varios a medida que el silencio nos acompañaba; aunque por supuesto, disimulando el hambre. Fueron mi primera comida después de dos días.

Me puse a pensar que el debate, la discusión o lo que fuera que sería nuestra cita lésbica ya había empezado mucho antes de llegar aquí. Pues, era curioso que ella se cubriese con un atuendo tan divino como seductor mientras que a mí me dejó con un vestido más sencillo y primaveral.

¿Buscaba imponer autoridad con la vestimenta?

No pasaba nada. Aunque era cierto que no solía vestirme de esta manera —y tampoco de forma elegante y sensual—, no podría mancillarme por algo tan poco como ropa.

—Me llamo Rika, fundadora de Mint Eye —dijo mientras me servía una taza.

Me presenté también, sin decir mi apellido. No me pareció relevante.

—¿Estás bien? Te ves cansada y tienes la piel reseca y pálida. —Por su tono de voz no parecía un insulto; pero lo tomé de esa manera.

—He tenido meses difíciles. —Intenté esbozar un gesto agradable.

—Oh, lamento eso.

Por poco arqueé una ceja a su respuesta, poniendo mala cara —después de todo, ella era la culpable de mis meses difíciles—, pero me retuve. Rika tenía más potestad que yo, y a mí me correspondía respetar eso.

Me pasó la taza y cuando estuvo en mis manos, tomé un sorbo.

¿Estará envenenado? Mi conciencia disfrutaba imaginar escenarios donde moría.

—¿Por qué me ha permitido conversar con usted? —Quise saber.

—No fue nada especial, en realidad. Estaba ayer pasando mi tarde en el jardín de Magenta con mi niño, Saeran, (ya lo habrás conocido, ¿o no? Es un chico muy enérgico) y, bueno, vagamente me comentó… amablemente sobre una mujer que buscaba hablar conmigo, entre otras cosas… y quedé intrigada.

Saeran… ese es su nombre.

Seguro estaba quejándose de mí. Esa pausa seguido de ‘amablemente’ me lo confirmaba.

—Sí, quería conocerla y… hablarle de este lugar —dije después de tomar otro sorbo del té y mascar una galleta.

Rika se vio contrariada, aunque quisiera fingir con un esbozo de sonrisa mientras bebía de su taza; tal vez por lo último que dije.

Sus ojos esmeraldas se enfocaron en los míos, retadores, y habló con paciencia.

—Para la mayoría de nuestros visitantes solemos definirnos como una empresa informática enfocada a las apps de celular y videojuegos. Pero decir eso sería inútil contigo, ¿no? Ya que te inmiscuiste a altas horas de la noche; como si fuese imposible llamar a la puerta principal a una hora óptima del día, como si supieras que algo extraño ocurre aquí, como si no fuéramos una empresa informática y lo supieras, ¿o supongo mal?

¡Qué directa!

Relajé el rostro y dejé de lado los postres. Acomodé mis manos sobre mi regazo.

—Sé lo que hacen —confesé.

Pestañeó dos veces. Dejó de sostener su taza.

—¿Es así?

Alcé un poco las comisuras de mis labios.

—Son un centro religioso de ayuda para personas con dificultades mentales y sociales.

Ella me miró asombrada. Acercó sus dedos a la taza y lo sostuvo de nuevo.

—Sí… eso somos —afirmó sin poder evitar su desconcierto.

¿Qué habrá esperado que le dijera?

—Seré franca con usted, tengo problemas de habilidad social —dije esto terminando de beber la infusión. Estiré mis labios en una mueca e incliné mis cejas con pesar—. Me es imposible estrechar lazos con otras personas sin sobrepensar que estoy haciendo el ridículo frente a ellos o incluso sospechando que han perdido el interés en mí como persona y solo no me lo confiesan; lo que me desmotiva a hablar… hasta darme miedo. Esto es así desde la secundaria, aunque me he esforzado para ocultarlo. Sin embargo, hace un año comprendí que había llegado a mi límite. En ese entonces, pensé muchísimo sobre tomar… una decisión, pero, antes de hacer cualquier cosa, conocí a alguien de la universidad que me platicó superficialmente de aquí y su objetivo. Me parece que era un seguidor de su filosofía, pero no sé mucho más de él.

—¿No recuerdas su nombre? —interrumpió. Asimismo, me indicó con sus manos si quería que me sirviese más té, yo le pasé mi taza en silencio.

—Me temo que no. No éramos en absoluto cercanos. Nuestra última interacción fue un pequeño debate que surgió al salir de una clase y que terminó indirectamente sobre temas relacionados con Mint Eye.

» Bueno, después de unos días de eso, decidí investigar con las pocas pistas que me ofreció para conocer más, y como me gradué como periodista, tengo unas cuantas capacidades para esto. Fue así que logré llegar hasta aquí. En fin, confieso que no obré bien ingresando por la noche; da una mala imagen de mí misma, pero en mi defensa, no estaba pensando con soltura y me… preocupaba sobre la legalidad o exclusividad de la organización para que tuviera tanta vigilancia. Por lo que no estaba segura si solo presentarme en la entrada o si se necesitaba de una invitación… Mhm… Lo que quiero decir es que estoy arrepentida de mis actos. Fue innecesario e imprudente actuar de tal manera, y, para peor, me llevé un castigo que pude haberme evitado.

» Si es cierto que este lugar es para aquellos que no encajan en la sociedad y prioriza la felicidad de los individuos, entonces pienso que podría finalmente encajar en un grupo. Por esta razón, estoy aquí platicando con usted.

—Ya —murmuró—. Me apena escuchar tu experiencia, y quiero que sepas que te entiendo perfectamente. Esta sociedad solo está interesada en que funcionemos como corresponde para mantener la pirámide, sin importar qué angustias pasen por nuestras cabezas.

—Y ese descuido nos aísla y deprime —concluí por ella.

—Sí. ¡Eso mismo! —alabó—. Por eso, cielo —tomó las confianzas que no tenía para apodarme—, quiero arropar a todos aquellos que no nacieron para la sociedad, que no están para rendir exigencias desinteresadas cuando sufren de ciertas circunstancias y características propias. Si al sistema no le importa, y aun si son defectuosos, yo cuidaré de ellos. —Me miró con un cariño que no me hizo sentir cálida—. Yo… puedo cuidar de ti.

Aun así, sonreí, aguantando las ganas de halar su pelo y estrellar su cabeza contra la mesa.

—¿En serio me permitiría estar bajo su manto?

Ella me devolvió el gesto, pero no hubo luz en sus ojos.

—Si te rompes, yo te enterraré clavos para armarte y unirte de nuevo. Es así con todos —confesó de buen ánimo.

Muchas cosas pasaron por mi cabeza tras escucharla, pero me las guardé.

—Es admirable su convicción: Ser el cemento en el agrietado muro sistemático social. ¿Por qué lo hace? ¿Qué la motiva?

Hizo silencio durante pocos segundos.

—¿Por qué no hacerlo? Todos deberían buscar amar y ser amados. Sin importar cuántos demonios carguemos dentro.

—Cierto.

Sentí repulsión. Como si nosotras fuéramos dos maniquíes sin una conversación real. No éramos tangibles.

—Entre otras cuestiones, quería preguntar por mi mochila —mencioné.

Necesitaba mi celular.

—Eso… Está siendo revisado como medida de seguridad. Cuando terminemos, te será devuelto de inmediato.

Asentí mientras tragaba con hambre las galletas. Estaban ricas.

—Siendo que hemos aclarado el asunto —retomó el hilo de la charla tras un silencio—. Consiento la propuesta acerca de ser miembro de Mint Eye. Nosotros trabajamos por jerarquía, entonces, comenzarás desde abajo como creyente nivel tres. Mientras más alto sea tu estatus, mayores privilegios y encargos de vital importancia para conservar la integridad y plenitud de la organización tendrás.

Mi corazón se aceleró. ¿Lo logré?

—¿Por ahora cuáles…?

—¡Ah, sí! Puedes quedarte con la habitación que te hemos dado recién; estaremos reabasteciendo tus necesidades como productos de higiene y cosméticos. Puedes bajar al segundo piso donde está la cafetería (pregunta por el horario a un seguidor) y puedes encargar ropa de tu elección (aunque ten presente que tenemos un presupuesto); los demás seguidores te ayudaran con esto último. Y, además, tienes permitido visitar el jardín; ya te digo, es precioso.

Vamos, mágicamente ya no debo preocuparme por cosas de adultos.

Sin embargo, no dijo nada sobre salir fuera de los alrededores del edificio.

—Muchísimas gracias. Tengo este presentimiento… que quizás todo en mi vida recuperará su cauce.

En un momento frunció sus cejas y yo la miré, esperando a que me aclarara lo que pensaba.

—Quiero decirte que lamento las condiciones nefastas que tuviste que pasar ahí abajo —empezó diciendo—, no fue justo para ti. Y, asimismo, perdona a Saeran. No se comportó de la mejor manera, pero él solo se preocupa por el bienestar de Mint Eye. —Sigue siendo un imbécil para mí—. Así que espero que en un futuro puedan olvidar este desliz y sean capaces de trabajar como un equipo.

—Lo entiendo, y sí, haré lo que pueda. —Mostré los dientes intentando que semejara a una sonrisa.

Ya finalizando con la merienda, Rika se puso en pie y se inclinó por sobre la mesa para alcanzar mis manos.

—Bienvenida, seguidora M024. —Sus ojos se achicaron por la sonrisa que llegó hasta sus pómulos—. Por el eterno paraíso —declaró y bendijo.

La expresión de su rostro fue espeluznante.

Chapter 3: Las estrategias exitosas se basan en los riesgos.

Chapter Text

SAERAN

Su estatus y presencia en Mint Eye le proveían respeto, por lo que no era raro que los seguidores le ofrecieran reverencias y saludos mientras este caminaba hacia la sala privada donde su Salvador y él solían pasar la tarde de vez en cuando.

Después del desayuno tardío que su Salvador y la mujer greñuda del sótano habían compartido, se corrió la voz entre los discípulos con mayor posición en la organización que la desconocida ahora formaba parte de la causa. Esto a Saeran le parecía una estupidez.

¿Qué no se ve que es una trampa? El joven estaba convencido que sus sospechas hacia ella no tenían como base en que no confiase ni en su propia sombra, sino en la lógica dada la situación. Definitivamente esa mujer solo traería infortunio a la meta de su Salvador. Siendo así, lo mejor era eliminarla de una vez.

Cuando Saeran llegó a la sala, luego de dos toques y un saludo cordial a la mujer que más amaba y respetaba, tomó asiento a la mesita de té.

—Te ves saludable el día de hoy —comenzó la rubia, en lo que bebía de su té. En su cabello se reflejó el naranjo del cielo que se colaba por la ventana.

—Ayer hice el mantenimiento de las cámaras de seguridad y reforcé las barreras informáticas para evitar hackeos, y me llevó menos tiempo del que esperaba. Oportunamente, llegué a mi cama más temprano que otros días.

Rika asintió a sus palabras.

—Adoro que seas tan eficiente al realizar tus tareas, sin embargo, no quiero descuidos. Trata de revisar todo hasta tres veces si es necesario. Es sabido que nuestra labor sería repudiada si algún inoportuno se enterara, y no querríamos ser víctimas de su ignorancia y, por tanto, que la organización sufriera inconvenientes. ¿No es así, Saeran?

—Por supuesto, mi Salvador. Aumentaré las horas de trabajo y me esforzaré en reducir los errores —concedió.

El muchacho sabía que eso significaba que dormiría aún menos; aunque no lo consideraba relevante. Cuatro horas de descanso era suficiente.

—Escuché que la reunión de esta mañana te salió con buenos frutos, ¿es así? —curioseó Rika.

Saeran se sentía irritado. No era este el tipo de conversación que quería mantener con su Salvador justo en ese momento, pero no sabía cómo introducir el tema.

—Sí. Llegamos a un acuerdo donde le permitiremos al socio esconderse aquí del gobierno a cambio de una renta excesiva. Será posible aumentar el presupuesto en un 27% durante, quizá, todo un año, mi Salvador. Nuestro abogado clandestino ya comenzó con la redacción del contrato.

—Que dicha. Cuando se trata de negociación siempre puedo contar contigo, Saeran.

La mirada del chico se concentró en ella, ignorando su cumplido. De esta manera, la rubia supo que quería decirle algo. Sonrió ligeramente.

—Saeran.

—¿Por qué ella sigue aquí? —masculló de pronto, priorizando el asunto que le interesaba.

Rika estiró un poco más sus labios de manera inquietante.

—¿Estás cuestionando mi juicio?

—Yo admiro su sabiduría, pero en esto no veo el sentido —aclaró el joven.

—Me ha hablado de sus inseguridades. Es una persona que sufre como tú y como yo, Saeran.

El joven tensó sus dientes.

—Yo no sufro —gruñó.

—Claro. Te has vuelto fuerte en estos últimos meses —respondió en tono maternal—. Pero eso es porque ya no estás en el mundo exterior; te encuentras en un lugar seguro como lo es Mint Eye. ¿No crees que ella merece lo mismo?

Saeran resopló a su discurso. Le gustaría decir que compartía el deseo de apoyar a los débiles tal y como su Salvador, pero él no la apoyaba con cada fibra de su ser por ese motivo tan burdo. Por él, las personas endebles e inútiles solo deberían morirse.

—Mi Salvador, ¿me está diciendo que no encuentra esto sospechoso? Su modo poco ortodoxo de unirse a nosotros por medio de infiltración. Ella… no es simplemente una persona que quiera salvarse.

Su salvador removió de sus labios el glaseado de una tarta que degustaba y después le observó.

—Siempre es un gusto comprobar lo atento que eres, Saeran, aunque no es ninguna sorpresa porque es clásico de ti —elogió—. Es como tú dices, esa mujer, es muy probable que no desee ser un miembro de Mint Eye con honestidad.

Ella también sospechaba, pensó Saeran.

—No es tan mala mintiendo. Pero un dedo no oculta al enorme sol —señaló a la ventana a su espalda, donde iluminaba esa estrella diurna—. Esa mujer no puede intentar con sus sospechosas acciones hacerme creer que está interesada en enderezar su triste vida con mi ayuda; por supuesto que tomaría sus palabras con pinzas. Nadie se escabulle por la noche si no es para algo ilícito.

—Me alegra saber que lo ha notado. Entonces, ¿debería ir-

—Antes de que quieras ir y asesinarla, Saeran, escúchame —habló con amabilidad—; si tienes un cuchillo que no corta, ¿lo arrojarías a la basura?

Saeran no veía el punto, pero ignoró la irrespetuosa respuesta que guardaba en su lengua.

—No. Es innecesario cuando se le puede sacar filo.

—Por supuesto, eso es lo que debería hacerse —alabó sus palabras—. Eso es lo que estoy haciendo.

El chico frunció sus cejas.

—¿Sabías que es reportera? —siguió su Salvador—. Una mujer con conocimiento en comunicación, periodismo e investigación, ¿y yo debería deshacerme de ese cuchillo solo porque creo que me será inútil y no querrá colaborar conmigo? —Hizo una pausa, y el brillo de sus ojos desapareció—. Saeran, yo perfeccionaré esa daga sin que mis dedos sangren. Ese cuchillo servirá a mí —sentenció.

El albino no quiso admitir que la voz y mirada de Rika le habían intimidado.

—Lo he hecho tantas veces con otras personas. Si ella tiene sus dudas sobre nosotros, yo aplastaré sus inquietudes y la haré un miembro leal a mí —siguió diciendo mientras mordía un dulce.

—¿No cree que le está concediendo lo que ella busca de usted al permitirle que se quede?

—¿Y qué problema hay? Si está aquí para investigarnos y escribir un artículo con el cual ganará mucho dinero, entonces, solo hay que limitarle información. Vigilarla.  Ella pensará que nos está usando, pero en realidad no nos sacará nada y, además, nos aprovecharemos de ella.

¿Aprovecharnos?

—¿Y su ideal de socorrer a los demás? No es que me importe, por supuesto, pero usted no parece que desea tratarla como a un ser humano, en primer lugar —dijo Saeran mientras sonreía, compadeciéndose por aquella estúpida mujer.

—Ya veremos de verdad si necesita nuestra ayuda o si solo miente. Si es la primera, la volveremos fuerte y ella nos secundará con sus talentos para que nuestra misión y amabilidad llegue a muchos otros. Y si es la segunda, entonces, debo demostrarle que ser nuestra aliada es más provechoso que… sea lo que sea que intente hacer. Así también, estando con nosotros, podemos supervisar sus movimientos y entender sus intenciones.

¿Será seguro?

—¿Y no está la opción de matarla? —Rika le regaló una mala mirada cuando ofreció esa alternativa—. O, bueno, meterla de nuevo al sótano.

—Saeran —rio ella, sin una pisca de gracia—, no somos monstruos… No matamos, eso es horrible. Por mucho que la odies, ella sigue siendo una persona, y la muerte sería muy injusto para ella… La muerte es demasiado injusta para todos. Sabes que empleamos medios drásticos para fortalecer la mentalidad de los creyentes, pero la muerte es el fin… —La pasión se volvió palpable paulatinamente en su voz—. Yo no quiero acabar con nada… Quiero formar muchas cosas.

Aunque su mirada no lo demostrara, Saeran admiraba la mentalidad imperturbable y firme de su Salvador.

—También está el sótano, pero aquí vuelvo a la metáfora del cuchillo. Quiero afilar mis armas y no dejarlas empolvándose.

Saeran se detuvo a mirar por la ventana que estaba frente a él donde, por poco no, logró atisbar el aleteo de una mariposa escarchada de azul. Su mirada cansada pasó del insecto a la mujer rubia.

—¿Qué sucedería si todo se voltea y ella condena a Mint Eye? Debe estar custodiada todo el tiempo, y no confío en los incompetentes de aquí.

Rika acarició su labio inferior con dos de sus dedos.

—Si tan intranquilo estás, te dejo la tarea a ti.

Saeran se habría vuelto un circulo cromático por todos los colores que pasaron por su rostro solo en dos segundos. Pero este al final se quedó en el rojo.

—¡¿QUÉ?! ¿¿Yo debo desperdiciar mi tiempo en esa mujer?? —alzó la voz, perdiendo la paciencia.

—¿Qué pasa, Saeran? Solo estoy aminorando tu inquietud —se justificó con una sonrisa relajada, acostumbrada a su trastorno explosivo—. Además, ella tiene un nombre.

¡Cómo si me importara!

El chico quiso tanto refutarle, estaba encolerizado; pero le pareció grosero exaltarse y reclamarle a su Salvador. Entonces, resopló para calmar su temperamento.

—Si ella me hace enojar, ¿puedo golpearla?  —refunfuñó.

—Saeran, es una miembro de la organización.

Saeran exhaló otra vez levantándose de la mesa y, guardando una mano en su pantalón se dirigió a la puerta.

Era matarla o volverla una de nosotros, y mi Salvador ya eligió… Esto acabará mal.

Aquel plan carecía de pies y cabeza, y por estar quejándose con debidas razones, ahora tenía que encargarse de aquella mujer. Claro, este rechazo por parte de Saeran no era algo personal, él odiaba a todo el mundo. Todos eran unos pendejos inútiles que no merecían respirar. Así que daba igual quien fuese; él no estaba interesado ni gustoso de estar pendiente de otro.

—¿No comerás? —preguntó ella viendo que se marchaba.

—No tengo hambre.

—Saeran —la voz de su Salvador le detuvo en la puerta—, no olvides tomar el elixir hoy.

 

(***)

MC

¡Felicidades a mí! Era miembro de una secta ilegal que procuraba atender problemas psicológicos cuando seguro ni conocían el número de ninguna psiquiatría.

Yei...

Ya sea que Rika me haya creído o no, gracias a mis mentiras pude asegurar unas condiciones de convivencia más acorde con los derechos humanos mínimos, y un jabón. Sin embargo, tampoco debía segarme. Pues, cuando me dirigía por el corredor al cuarto que me correspondía —después de atragantarme con galletas, té y la filosofía extremista de la rubia—, recibí varias miradas curiosas por cada seguidor con el que me topaba. Estaban vigilándome, lo que me confirmaba que seguía secuestrada, con la leve diferencia que mi jaula era color rosa y de olor a flores.

Viendo el lado positivo, mi puerta ya no la cerraban con llave… Aunque el asunto de la ventana seguía igual. De todas maneras, no andaba con intenciones de huir. Ya que me encontraba dentro de Magenta, aun siendo controlada, yo podía funcionar como topo.

A la mañana siguiente, luego de la ducha y de ponerme otro vestido ligero —más tarde debía encargarme del guardarropa y hacer cambios—, tocaron a mi puerta. Me la pensé un buen rato debatiendo si abrir o no, pues mi cara no tenía maquillaje y los meses de ciclos de sueño irregulares se notaban. Aun peor con el insomnio que había sufrido anoche.

Escuché otro toque en la puerta. Al final giré la perilla.

—Señorita —Frente a mí estaba un hombre encapuchado con la capa de la organización. Quizás era tímido porque no me miraba a los ojos—. Me encargaron explicarle sobre las labores de Magenta que le corresponden a usted, el nuevo miembro. ¿Me permite pasar?

¿Yo a solas en una habitación con un hombre? Oh, claro, no tenía nada de raro.

Me hice a un lado para que pasara, así hizo, y ambos tomamos asiento en una mesa que estaba en la sala. Puse mis manos sobre el mueble mientras pensaba si ofrecerle algo de beber o no, aunque solo tenía agua.

—¿Interrumpí su rutina? Como tardó en atenderme… Si es así, lo lamento.

—No pasa nada, solo que llega un poco temprano.

—¿Ah sí? Sí son las ocho de la mañana.

Sí, por eso.

—De cualquier manera —carraspeó—. Usted estará a cargo de la limpieza y apoyo en la cocina trabajando en grupos a diario, exceptuando los jueves. Los horarios y las zonas que estarán en su control cambian cada tres semanas, por lo que deberá hablarlo con su supervisor cada ese tiempo para que le asigne nuevas instrucciones. Este es el seguidor K008, el señor Lee. Puede verlo en el piso dos, en su oficina, de las dos a las ocho de la tarde.

¿Limpieza y cocina? La verdad me esperaba ir en casa en casa como testigo de Jehová, repartiendo la sabiduría de Rika —alguien que ocupaba cita con un terapeuta, y no decía esto de insulto.

—Si es él mi supervisor creería que sería él quien me contase estas cosas.

—Oh no, está muy ocupado para hacerlo. —Me entregó unos papeles donde se veían varias fechas y horas—. Este es el horario de limpieza que comenzó hace cuatro días, y el otro es para la cocina.

—¿Por ser mujer me encomendaron estas dos cosas? —dije para mí, soltando risitas mientras leía el cronograma.

—¿Ve un problema? No dejamos estas tareas por género, si es eso lo que la molesta, sino por el nivel-

—Ya, ya —le interrumpí—. Lo mío fue una broma, disculpe. Pasar un trapo húmedo a un par de estatuillas y decoraciones no está mal.

—Ah —murmuró avergonzado, masajeando sus manos.

Ese gesto me pareció tierno, por lo que sonreí. El primero de aquí que no me desagradaba.

—Creo que eso es todo. ¿Tendría usted una pregunta? ¿Se encuentra bien… aquí?

¿Y esa pausa? Fruncí el ceño.

—Sí, estoy bien… —contesté con duda.

Levantó el mentón y por fin pude verle mejor su rostro. Sus finos, aunque gentiles ojos claros parecían querer decirme algo.

Pero no soltó nada. Bajó la mirada y se puso en pie.

—Entonces, me marcho. Tenga buena mañana, señorita. Por el paraíso eterno.

Aun sentada me quedé mirando a la puerta cerrada por donde se fue, reflexionando sobre aquel seguidor. No estaba segura si él era una ficha clave o si solo estaba sobreanalizando, así que después de unos minutos decidí dejarlo pasar y me dirigí a la cafetería a desayunar.

Este era un salón enorme con gigantescos ventanales, por donde se colaba la luz suave de la mañana, lo que mejoraba mi ánimo. En lo que cogía una bandeja y me decidía por alguna comida ligera, siendo el buffet muy variado, alguien se me acercó por el costado derecho con una sonrisita, y mi buen ánimo se fue.

Aish.

No lo había visto desde lo del sótano, y me hubiera encantado que continuase así.

—Te he extrañado, princesa —se inclinó hacia mí con las manos en los bolsillos.

Rodando los ojos, ninguneándolo, me serví avena con fruta y caminé hacia uno de los varios comedores que estaban en un extremo de la sala, con Saeran siguiéndome en silencio. Él no tomó asiento como yo, sino que permaneció a un lado arrimado a la pared del sitio, observándome.

Me va a arruinar la comida.

Voltee a mirarle de mala gana, dándole la indirecta de que se marchara. Pero no la captó o la ignoró.

—¿Qué pasa? Te ves peor comparado a la última vez, princesa. —Torció sus labios hacia un lado.

Apreté mis labios para no escupir ningún improperio. Era cierto que mis ojeras habían aumentado, pero el maquillaje salvaba un poco la situación.

—¿Princesa…? —murmuré más para mí que para él. Levanté la cabeza y le miré directamente—. Me parece a mí que en aquel sótano olvidamos algo tan básico como lo es presentarnos. Que poca etiqueta de tu parte.

—¿Y para qué? Cualquier peyorativo te queda mejor.

Hundí el entrecejo, omitiendo responderle.

—Además, tu nombre es muy feo —agregó.

Vaya, ¿se lo dijo Rika o me investigaron?

—En eso te doy la razón —le seguí casualmente, luego de tragar una cucharada del alimento—. Por eso les pedía a mis conocidos que me apodaran MC.

—Ah, las iniciales de tu nombre completo…

Con su respuesta, me confirmó que sí había sido investigada al conocer mi apellido. ¿Qué otras cosas sabrán? De pronto sentí un escalofrío por mi espalda.

Quizás pasó un minuto completo esperando a que se fuera mientras yo mascaba. ¡Pero el imbécil seguía ahí! Y peor aún en silencio, que me ponía más incómoda.

—¿Qué tanto haces aquí? ¿No tienes a gente para interrogar con alicates?

—¿Eso que escucho es envidia? Porque puedes sumarte como un juguete más si lo deseas.

"Juguete". Ya me tiene hasta-

Le miré con una sonrisa falsa.

—Seguro te hierve la sangre que forme parte de aquí, pero intentemos llevarnos mejor. O sea, tan siquiera no matarnos. —Me incliné hacia él, con los brazos sobre la mesa.

—¿Y cómo no va a repugnarme? Acabo de leer tu expediente, y me parece súper horrible que mientas sobre tener un posible trastorno. Es incluso irrespetuoso hacia esas personas que de verdad sufren esta dificultad —hizo una mueca fingiendo pesar.

—A ver, primero, ¿desde cuándo te volviste tan benévolo, preocupándote por otros?

—Justo ahora, si eso me permite joderte un rato.

Quiero pegarle.

—Ya, claro. Y segundo, ¿cómo puedes saber si tengo o no ansiedad? —Debía sostener la mentira.

—¿No será que el comportamiento obstinado, testarudo, como si el puto mundo te debiera algo que me mostraste en el sótano me da pistas sobre que no te cuesta desenvolverte en entornos sociales?

Ah- Razón tiene.

—Acabas de describirte, pesado. No te proyectes en mí —desvié su argumento.

Se retiró de la pared y, acercándose a mí, esbozó una sonrisa.

—Te equivocas, estúpida princesa. El mundo no me debe nada porque no espero ni una mierda de él.

Es bastante alto.

Me estiré hacia él, quedando cerca de su rostro, y fingí un gesto triste.

—Pobrecito. ¿Quieres que te pase el número de mi amiga? Es psicóloga —le susurré lo último.

Saeran resopló, alejándose, pero aun en pie.

—Ladrones de mierda —escupió.

—¿Desconfías de ellos, pero de los métodos del Salvador no? —murmuré bajito.

Pero me escuchó.

—¿Siendo miembro de Mint Eye dudas de la capacidad de nuestro Salvador? —cuestionó Saeran con una sonrisa triunfal, como si estuviera a punto de desentrañar mis mentiras.

—Sé que el Salvador me ayudará en mis problemas... —farfullé nerviosa, temiendo que me regresaran al sótano—, pero también creo en la psicología como ciencia-

—Ah, sí. Como digas. —Parecía de mejor humor.

¿Me está creyendo o no?

—Y bien, ¿ya me dirás qué haces aquí? —Intenté cambiar el tema.

—Ah, claro —dijo con una mueca, arrugando su nariz, y rodeó la mesa para sentarse al frente de mí, con las piernas encima de la otra. Haciéndose el gracioso, cogió dos fresas de mi tazón y se las llevó a la boca, mirándome engreídamente—. Olvidé comentarte que ahora cuidaré de ti. Por favor, no me hagas enojar —suplicó, con los labios tensos en lo que parecía una sonrisa.

—No necesito tu jodida protección —exclamé, aun resentida por el hurto de fresas.

—Mint Eye garantiza la seguridad de todos sus miembros, por lo que debo estar pendiente de ti cada tanto. —Continuó sonriendo, pero la ilusión no llegaba a sus ojos. Tampoco le gustaba la idea—. No sé qué habrá encontrado de valioso en ti, pero no tengo permitido desobedecer a mi Salvador; así que espero que no me estorbes, tan siquiera.

—Qué horror tenerte cerca —refunfuñé.

—Lo mismo digo. Preferiría estar encerrado con un lobo hambriento antes que contigo.

Saeran dijo que me cuidaría, pero estaba segura que eso era sinónimo de “supervisaré que no hagas nada raro”. ¿La idea era de él o de Rika? ¿Quién de los dos desconfiaba más de mí?

Al terminar de desayunar, arqueé las cejas cuando lo miré quieto; nada más que observar los alrededores. Es decir, ¿no iba a comer o ya lo habría hecho?

Carraspeé.

—Ah, ya ha pasado un tiempo y quiero preguntar, ¿y mi mochila?

Me miró estirando sus labios, indiferente.

—Yo qué sé. ¿Por qué me preguntas?

—Creí que tú-

—Solo porque te encontré ingresando de una manera poco convencional a Mint Eye —recalcó desconfiado, entrecerrando sus ojos—, no significa que me encargue de todo acerca ti; eso sería desesperante. Solo me ocupé de desbloquear tu celular y registrarlo. Que, por cierto —Aquí su rostro se suavizó—, felicidades, princesa, no le comunicaste a nadie que estarías aquí. De hecho, pareciera que no tuvieras amigos.

Claro, desde que salí de la universidad, perdí contacto con todos ellos por estar investigando esta organización del demonio.

—Me aburro rápido de la gente —mentí.

—Eso noté. Ignorabas los mensajes a todos.

Intenté quitarle importancia a ese pinchazo en mi pecho.

Retomando internamente la razón por la que pregunté por mi mochila, aplasté mis labios entre sí, dudando.

—Ya que lo mencionas y como eso es tu responsabilidad, mhm… Yo sé que nos caemos de la mierda, pero necesito pedirte algo, y es muy, muy en serio.

A mis palabras, me observó con lastima.

—¿Y si no quiero?

¿Quizás le estaba pidiendo mucho, teniendo en cuenta su carácter y el que yo estuve de respondona con él?

—Por favor, no borres la memoria, necesito hacer una copia de seguridad de algo.

—Olvídate, mujer. Borraré lo que vea necesario. Y, además, aquí no hay internet para hacer copias.

Fruncí mis cejas con inquietud. Entrelacé mis manos con fuerza.

—Ah, vale. Pero no borres lo de mi galería, por favor —insistí.

Saeran mantuvo esos ojos que destilaban humor y desprecio. Se levantó y apoyó una mano sobre la mesa.

—Como si fuera a hacerte caso —respondió casualmente, retirándose.

Mi vista le siguió hasta que desapareció del salón. Fruncí mis labios, meditando.

Chapter 4: Ese tú, ¿es real o perecedero?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Pasaron días sin mayor cosa en Mint Eye, donde por la noche me tragaba el agobio surgido de sentirme en peligro en ese lugar mientras que, durante el día solo cumplía con mis encargos correspondientes. A pesar del malestar emocional, me esforcé por adaptarme y formar rutinas, con el objetivo de ser una enfermedad silenciosa para la organización.

¿Una persona podría acabar con un culto? Ni idea, pero estaba dispuesta a intentarlo.

Esa mañana me ubicaba limpiando una habitación con un grupo de siete personas. Me encontraba de espaldas a ellos, pasando un paño a un estante y algunos libros en lo que conversaban entre sí para aminorar el tiempo de limpieza. Aun cuando me mantenía al margen porque tenía que fingir problemas de sociabilidad, estaba concentrada en sus voces en caso de que soltasen algo de información vital. Aunque hasta ahora la plática se resumía en el clima.

—M024, ¿qué te gusta del otoño?

A pesar de usar una pregunta forzada…, quizás solo buscaban integrarme.

Giré un segundo a la ventana, admirando el paisaje que empezaba a tornarse naranja en los alrededores de Magenta. Las hojas dejaban sus colores verdes por otros más vivos, y con ello, una carita diminuta se coló en mi mente.

—La melancolía que trae —contesté.

—¿Alguien podría apreciar un elemento aun cuando este transmite un sentimiento negativo? —cuestionó otro seguidor.

—¿Quién te ha dicho que la añoranza es negativa? —regañó una chica que estaba cerca de mí. Con rapidez, volteó hacia mí—. ¿Por qué valoras la melancolía?

No supe qué decir a eso.

—Me hace sentir más humana —respondí por decir algo.

En realidad, el otoño era un vivo recordatorio sobre alguien a quien extrañaba, dejándome el corazón lleno de nostalgia; pero aun así valoraba la estación. Al fin al cabo, quizás ya no estaba en mi vida, mas nada me quitaba que tuve la suerte de conocerlo.

Aunque, porque tuve esa suerte es que me apenaba que ya no estuviera más conmigo. Ya ni podía recordar detalles concretos de su rostro… Solo su cabello naranjo, como el otoño.

Espero se encuentre saludable y feliz.

—A mí me gusta porque por estas fechas empieza a escasear las hiervas para la producción del elixir, por lo que la dosis de consumo baja —opinó un chico que enceraba un adorno.

—¡Qué irrespetuoso negar así el elixir! —exhortó su compañero—. El Salvador no ocultaría su desdicha a tus palabras.

—De verdad que no tienes decoro —agregó una voz femenina. A partir de ahí empezaron a discutir, educando al más joven entre nosotros.

Elixir.

Desconocía mucho sobre esa sustancia que todos los seguidores en Mint Eye bebían. No sabía de sus ingredientes ni tampoco su función o efectos; aunque parecía que no tenía un buen gusto por lo que narraba el joven, excusándose de aceptar la fe de Rika, pero prefiriendo no tomar el brebaje.

—Si te sabe tan mal, prueba añadiendo miel —dijo una chica con tono dulce.

—Yo uso azúcar morena.

—Intenta tomarlo con picante. ¡Eso es riquísimo!

Dijeron más y más sugerencias, ayudando al chico a integrarse mejor.

Al principio, cuando mi odio y dolor hacia Mint Eye burbujeaba en mi pecho sin descanso, solía satanizar a sus creyentes. En mi cabeza, eran crueles, locos y hasta enfermos por pertenecer a esta fe. Pero no podría estar más equivocada. Solo eran personas. Personas que buscaban un sitio donde estar sin sentir que se ahogaban.

—¿Tú como llevas lo del elixir? —me preguntó una mujer con una sonrisa.

—Aun no me lo han dado.

—Espero que tu ceremonia sea pronto, ¡así podrás salvarte!

Hice una mueca que mis compañeros no vieron pues seguía de espaldas.

La ceremonia era un evento oficial para miembros nuevos por el cual juraban su lealtad a Mint Eye y a Rika y, también, por primera vez bebían del elixir que continuarían tomando a posteriori. Y aunque no hubiese fecha todavía, sabía que no tardaría que se programase otro para los recién llegados, lo que me incluía.

—Sí. La espero con ansias.

De pronto entró una de las chicas del grupo de aseo dando zancadas, mientras mascullaba cosas malhumorada.

—Te tardaste. Ya nos encargamos del polvo de los muebles con la lengua, ya no ocupamos las toallas que fuiste a buscar —bromeó el mismo chico que renegó del elixir.

Un joven que siempre estaba cerca del respondón aquel negó con la cabeza, viéndose harto del chico, y ayudó a cargar las toallas que trajo su compañera, agradeciéndole aun con el retraso.

—Idiota —susurró al bromista chico. Luego se dirigió en general a los presentes—, Es que me lo acabo de encontrar, ¡está insufrible!

Varios asintieron y soltaron murmullos, reconociendo su motivo, pero un seguidor le replicó.

—¿Y eso por qué te extraña? Deberías haberlo esperado, él siempre es así.

—Puff, bueno, sí; pero te juro, estaba en verdad diferente, más irritante. Se tropezó conmigo de frente, tirando todas las toallas que llevaba, y, en lugar de disculparse, se quedó quieto, como tonto, para luego continuar con su camino. ¡Literalmente pasó de mí!

—Vaya idiota.

—Hicimos mal en pedirte que fueras por tantas toallas tu sola. Lo sentimos.

—Que maleducado.

—¿Quieto? —murmuró uno.

—¿Estará mareado otra vez? —meditó otro entrecerrando sus ojos, continuando el hilo de la pregunta anterior.

—¿De quién hablan? —interrumpí, volteando a verles. La curiosidad pudo más que yo.

—Ya sabes… él —dijo una mujer, evitando en cuanto pudiera mencionar su nombre.

—¿Él? —insistí.

—El protegido del Salvador.

—Saeran —aclaró otro.

Siendo de tan alta posición, ¿y se atrevían a referirse así de él?

—Me… me esperaba que fuera respetado en Magenta —seguí alargando la conversación.

— Si respetar quiere decir que hablamos pestes de él, pero nunca frente a su cara, entonces sí; lo tenemos en gran alta estima —dijo irónicamente el más joven.

—Es un engreído.

—Y tiene cierta tendencia sociópata y sádica. Lo odiamos.

Ellos tratan mí mismo idioma. Genial.

—Además, se cree superior a los demás seguidores. Vamos, forma parte de los departamentos más pesados y exigentes en Mint Eye, el de seguridad informática y el de ataque armado; todo eso para recriminar nuestra supuesta incompetencia.

Arqueé mis cejas, con duda.

—¿De verdad es esa la razón? ¿No creen que lo están asumiendo muy apresuradamente?

—¡Ni te atrevas a defenderlo! —me interrumpió un hombre—. Él mismo afirmó esas palabras una vez que se le preguntó; que, “era natural que las personas fuertes y eficientes ejercieran múltiples funciones, mientras los débiles se quejasen de la poca tarea que tuvieran”, que, con su valeroso esfuerzo “daré una demostración en comparativa a su tan inútil aporte”, según él. Imbécil presumido.

Fruncí mis cejas. Saeran de verdad era un idiota sin un mínimo de respeto.

—Ese joven es un chiste, ya te lo digo —siguió una chica—. Insiste ser fuerte y así, pero, aunque no muy comúnmente, se le ve pestañeando o dando pasos lentos mientras anda.

—¡Ja! Seguro será por todo ese trabajo que él mismo se acopla. Insiste ser aún más capaz que nosotros y aun así tiene esa cara seca de no haber dormido en absoluto —se mofó uno.

—No sé de donde ha sacado el Salvador a tan terrible chico.

—Le llegará el karma, estoy convencida. Por intentar hacer menos a nosotros con su esfuerzo desmedido, tarde o temprano caerá enfermo.

—Con su débil sistema inmunológico, será más temprano que tarde.

—Aun así, es muy posible que ni siquiera nos demos cuenta cuando suceda, si ha cogido resfriado o no.

—Cierto, incluso trabaja con 39 de temperatura y finge profesionalidad hasta colapsar de la fatiga extrema, y de eso, no despierta durante días.

¿Esforzarse en demasía para llegar a eso? No tenía sentido que su motivo fuera solo para humillar a los demás miembros. ¿O sí?

Saeran parecía un infeliz arrogante, pero no sabía qué tanto lo era.

—Eso solo ha ocurrido una vez, no se puede usar de ejemplo —acotó uno.

Pronto la conversación se dispersó en otros temas más agradables y sin importancia que Saeran, hasta concluir con las tareas.

Podrían parecer crueles por haber comentado aquellas cosas a sus espaldas; que era hipócrita criticar su irrespetuoso comportamiento, juzgándolo deliberadamente aun cuando no lo conocían a profundidad. Sin embargo, yo lo pensaba desde otra perspectiva; los miembros de Mint Eye no estaban en contra de Saeran, en realidad, fue Saeran quien por su voluntad los puso al otro lado de la trinchera, en su contra.

Me hacía deducir que su odio hacia mí no era por algo en específico; era parte de su personalidad, la manera de su proceder. Tenía esta tendencia destructiva y de autosabotaje de apartar a todos, y volverlos en enemistades.

¿Por qué?

 

(***)

Por la tarde del mismo día, habiendo terminado con la cocina, me encontraba acostada en una de las varias sillas decorativas que estaban desperdigadas por el jardín de Magenta. Quedé exhausta después de ayudar en la cafetería, por lo que la brisita helada que sacudía las matas y flores del bonito paisaje me renovaron. No era la primera vez que visitaba el vergel, pero siempre disfrutaba de un paseo como si no lo hubiese hecho tantas veces.

El firmamento estaba despejado y precioso. El corazón se me llenó de un sentimiento indescriptible; como nubes flotando dentro de mí. ¿El cielo era algo tan fascinante que cada que lo veías con suma atención se sentía… así de raro, pero agradable?

De pronto, y cuando creí que el momento no podría ser más reconfortante, escuché un estornudo.

Dejé de recostarme en la banca, crucé las piernas —que hace poco estaban abiertas aprovechando que usaba pantalones de tela y ya no vestidos—, y puse atención por dónde provino los ruiditos. Justo después, otro estornudo se oyó procedido detrás de un arbusto alejado de mí.

Me levanté y me acerqué dando pisadas firmes con mis botas, con una creciente curiosidad en el pecho. Una vez rodeada la planta que me sacaba dos cabezas, me encontré con cierto muchacho que se hallaba acostado en la hierba, sosteniéndose con ambos codos. Su cara estaba arrugada como si acabara de despertarse, con sus ojeras más marcadas de lo usual y su pelo blanco todo deshecho y lleno de hojitas. En realidad, todo su cuerpo se encontraba cubierto por pequeñas hojas del arbusto; incluyendo, claro, su nariz.

En ese momento me pareció un chico frágil; como si no fuera el Saeran que conocía.

“Con su débil sistema inmunológico, será más temprano que tarde…”. Teniendo eso en mente, casi suelté un “¿estás bien?” de solo verlo.

Saeran tiró un largo bostezo mientras restregaba sus parpados. Cuando abrió sus ojos, que esta vez estaban pequeñitos, y dio con mi presencia, su rostro se contrajo de hastío.

El mío también.

—¿Qué haces acá? —murmuró en lo que se incorporaba, retirando el zacate y hojas de su ropa.

Yo debería preguntar eso. ¿Te quedaste dormido? ¿Qué hacías ahí?

—¿Qué te importa?

Arrugué mi nariz.

—Tampoco seas tan amable, que me empalagas —rezongué—. Solo me… Ahg… preocupé. Te escuché estornudar y pensé que quizás habías enfermado.

¿Estaba siendo blanda admitiendo eso? Fruncí el semblante, sintiéndome avergonzada.

Saeran alzó el mentón, viéndose ligeramente sorprendido, pero con rapidez sustituyó esa expresión chasqueando su lengua y desvió la mirada.

—No he dormido bien… estos días. Solo eso. No estoy enfermo —dijo a secas.

—Ya veo.

No supe qué más decir a su respuesta, pero sabía que fue un poquito significativa porque podría haberse callado o desencaminar la conversación con algún insulto suyo.

Tal vez solo estoy dando mucho crédito a tan poco, siendo que me acostumbré a su pésimo humor.

—¿Y qué pasó?

Él me miró con pereza mientras se agachaba para coger algo dentro una cubeta, que hasta ahora notaba, del suelo.

—Trabajo.

Consideré raro sus pocos ánimos como para hablar, porque sin importar que tan poco me tolerase siempre buscaba fastidiarme con su lengua acida. Pero ese día estaba más manso que de costumbre. Parecía decaído.

“Trabajo”, mhm.

—Ah —solté sin gana—. Podrías decirle al Salvador que minimice-

—Es mi deber —zanjó con malhumor—. ¿Por qué debería exigirle menos de lo que me corresponde? No soy ineficiente.

Y soltó otro bostezo.

¿Tu deber es trabajar hasta destruir tu ciclo de sueño?

Junte mis labios para un lado, pensativa. Si antes iba a preguntarle por qué ya no me supervisaba, en ese momento lo vi innecesario y poco relevante. Saeran ya cargaba con mucho que hasta se quedó dormido en el pasto. Además, me convenía que no estuviese pendiente de mí.

Ya estaba por regresarme a la banca cuando noté que se colocaba guantes de jardín y, poco después, tomó un par de tijeras enormes. Sin poder evitarlo, sonreí un poquito.

—Oye, imbécil. —Mis labios se estiraron más—. ¿Te gustan las flores?

Las flores tenían mucho significado para mí.

Saeran me miró por encima del hombro y contrajo su rostro en una mueca.

—No, ¿por qué?

—Creí que estabas podando algunos arbustos o cortando tallos de flores antes de caer dormido.

Se giró por completo.

—Solo ayudo en Magenta. No tiene nada que ver con mis preferencias.

Eso decía él, pero recordé las incontables quejas de esta mañana acerca de Saeran; justamente se había mencionado que el albino pertenecía al área de seguridad informática y ataque de armas. En ningún momento se dijo algo de jardinería.

—Ah, vale. —Seguí su cuento.

¿Le gustaba atender a las plantas y no quería admitirlo?

Giré los talones y me encaminé hasta la sillita decorativa donde me tumbé, dejando mi espalda casi en el asiento, con los brazos estirados en el respaldo y mi culo en el borde del mueblito. No me iría solo porque el muchacho estaba ahí, quería disfrutar del frío clima.

En lo que descansaba, de vez en cuando mi vista se desviaba a Saeran, a observarle de reojo, quien seguía cortando algunas ramitas del arbusto. Sinceramente, era feo verle la cara en ese momento. No parecía su yo usual, o al que yo me había acostumbrado desde que llegué; se encontraba tan descolorido. Pensando en las cosas que escuché esa mañana, y esto era suposición mía, pero quizás el excesivo trabajo en Mint Eye estaba relacionado con su mal carácter, y no al revés. El esfuerzo lo desgastaba.

La mueca triste que se formaba en mis labios se detuvo cuando reconocí que, con mis pensamientos, semejaba preocuparme por el chico. Terminé arrugando mi entrecejo con dos de mis dedos y solté un quejido.

—Creo que el pastel del señor Ban me hizo daño —murmuré para mí.

—¿La tarta de anoche? —cuestionó Saeran, de pronto, sin mirarme.

¡Pero qué oídos!

—¿Tú también la probaste? —me estiré un poco en su dirección, enderezando mi postura.

Nos encontrábamos a varios metros de distancia, pero eso no evitó que pudiéramos escucharnos con claridad.

—Sí. Su comida da asco.

—Seh. No deberían permitirle la entrada a la cocina jamás —solté dos risitas.

—Estoy de acuerdo.

Me quedé en silencio un momento. Por primera vez coincidíamos en algo que no fuera una ofensa para mí, como fue lo de mi nombre.

Aunque ahora estamos desprestigiando a alguien más…

—¿La sabrías preparar mejor? —Mis labios se estiraron a un lado, alzándose.

Calló un momento, como si lo pensara seriamente.

—Claro que sí. Soy excelente en la cocina —afirmó con total confianza.

Ha de ser un maestro si lo dice tan enaltecido.

Regresé a mi anterior pose, tirada en la silla, y mis labios se deslizaron en una pequeña sonrisa cerrada, sintiendo el soplo y cosquilleo en las mejillas gracias a la brisa.

No es como si quisiera restarle importancia al inconveniente sobre el inmoderado esfuerzo que ejercía, pero en ese momento, consideré que Saeran con sueñito era un poco agradable.

Sin pensarlo mucho, mis ojos volvieron a él. Y estos fueron correspondidos al instante, pues parecía estar mirándome desde antes.

No apartó su atención de mí cuando lo descubrí, en cambio, de su rostro demacrado poco a poco se dibujó una de sus sonrisas maliciosas, aunque más cansada que otras veces, y soltó un sonidito alegre que se escuchó atrapado en su garganta.

—Todos estos días has estado llevando vestidos ligeros, ¿y ahora usas ropa formal masculina? Vaya giro.

¿Me había estado observando por los pasillos por casualidad, o sí continuó “cuidándome”?

Hacía una semana que revisé catálogos para ocuparme de mi armario, y la ropa terminó llegando unos pocos días después del pedido. En su mayoría se trataban de pantalones de tela ajustados, chalecos, camisas de manga larga y botones, corbatas; todo en ese estilo.

No era lo que usaba antes de llegar a Magenta; de hecho, me vestía peor.

—No sé, pero si eso fue un insulto, no te salió bien —me burlé.

No contestó y después de echarme un último vistazo, me dio la espalda, retomando lo que estaba haciendo con la planta.

No hablamos más después de eso. Solo me limité a disfrutar el silencio, el frío y las flores. Sabiendo que no volvería a apreciar esa faceta manejable de Saeran otra vez.

Notes:

¿Por qué Mc está tan blandita con Saeran? Mhm...

Chapter 5: Los gladiolos también se conmueven.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Cielos! ¿Quiénes del último grupo se encargaron de estos estantes? —rezongó un seguidor, espantando las motas de polvo que saltaron a su rostro cuando movió los muebles de sitio.

—Parece nido de ratas —habló una chica con cierto rechazo en su voz.

—Ahí duermes tú —susurró un joven a su compañero. El contrario volteó los ojos.

Siempre los veía juntos.

—Hablaré de esto con el Sr. Lee.

Mi compañera, de acuerdo con nuestro líder de grupo, se giró a verme con una sonrisa apenada.

—¿Puedes traer más toallas, por favor? Nos responsabilizaremos de este desastre.

Dejé de lado el escritorio que pulía y asentí con la cabeza.

—¿El armario de limpieza de este piso donde quedaba? —pregunté.

—Por este pasillo ve a la izquierda y luego cruza otra izquierda; la tercera puerta a tu derecha —indicó el líder y asentí otra vez.

Salí del salón que estábamos aseando esa tarde, y en eso, mientras me arremangaba la pulcra camisa, levanté la cabeza con pereza y me encontré de frente con Saeran, quien andaba mirando distraídamente a las paredes.

La última vez que hablamos conocí un lado menos detestable de él y no me apetecía recordar cómo era en realidad. No tenía el gusto para escuchar sus intentos infantiles de ofenderme.

Fue así que, actuando como si no estuviera, seguí caminando casualmente. Pero, cuando estuvimos cerca del otro, antes de que nuestros hombros se alinearan, por error desvié mi atención hacia él, quizás solo un segundo. Este fue suficiente para que dejara de ver a la pared y me notara. Entonces, inesperadamente inclinó su cabeza en un ¿saludo? Manteniendo sus cejas y labios rectos, serio.

Me quedé pendeja analizando eso.

¿Me saludó? ¿Y sin malicia? Su rostro no llevaba esas muecas de burla, hastío o cansancio; típicas en él.

Era él, pero sin ser él.

Y sin poder evitarlo, me detuve y giré un poco mis talones a mirarle, aunque solo tuve su espalda.

—Oye —lo llamé y ni siquiera tuve oportunidad de arrepentirme de ello porque mi lengua iba más rápido que mi propia mente—. Hace un tiempo no te veo. ¿No te enfermaste, cierto?

Me observó por encima de su hombro, ahora con una cara desinteresada, pero sin ser grosera.

—Estoy bien.

—Es bueno saberlo. —Entonces noté que lo estaba mirando mucho, y recordé un no sé qué de unas toallas que tenía pendiente—. Debo marcharme. Cuídate, imbécil.

No dijo nada, pero antes de girarme otra vez le vi fruncir el ceño.

¿Estamos teniendo un progreso? ¿Será así?

Ya estando en el armario, recogiendo lo que ocupaba, me puse a reflexionar sobre Saeran. No iba a negar que me seguía cayendo pesado, pero quizás debía esforzarme por mantenerlo menos insoportable que siempre; ahora viendo que sí era posible.  

“Trabajo; es mi deber. ¿Por qué debería exigirle menos de lo que me corresponde? No soy ineficiente”.

Cuando rememoré sus palabras, por mi cabeza pasaron mis propias memorias como si fuesen un látigo en la nuca. Las veces que mantuve múltiples empleos con contratos ilegales ya que no tenía edad para trabajar, lo que me arrastraba a malas condiciones laborales. Todo eso para sobrevivir porque no contaba con apoyo; mis padres eran personas que no podía llamar padres.

Yo no pude rehusarme, era lo que me tocaba, no dispuse de opciones; quizás él tampoco disponía ahora.

Regresándome de vuelta al cuarto donde mis compañeros aguardaban por mí, pensé que yo era una de las varias tareas que debía realizar un niño que llevaba tanto estrés en sí mismo que solo sabía manejarlo con ira; entonces, siendo así, yo podía hacer la labor más tolerable.

Procuraría dejar de actuar como su enemiga. De todas formas, mi verdadero odio no era contra él, sino a Mint Eye como idea y a su fundadora.

 

(***)

SAERAN

Era una mañana cualquiera en la que debía vigilar a la mujer estúpida por encargo de su Salvador, cosa que casi era rutina para él. Ya que tenía cierto hastío hacia ella, siempre procuraba que fueran visitas escasas y cortas.

Es así que de muy temprano recorrió los pasillos de Magenta hasta que, desde la ventana de un piso superior, viró a la fémina con bandeja en mano en los jardines. Saeran, volteando los ojos, adelantó el paso a donde ella.

Cuando llegó al edén, donde un aroma fuerte correspondiente a la estación predominaba, se encontró a esa mujer comiendo tostadas junto un café en un pequeño quiosco de jardín decorado de ramitas y florecillas. Sin demora, ella advirtió su presencia e hizo un saludo con la mano. Saeran con pisadas ligeras se acercó a sentarse a la mesita de cristal frente a la mujer, en silencio.

No era la primera vez que se reunían en aquel vergel, ya que ella lo frecuentaba mucho. Y otra cosa que se volvía costumbre era…

—Este podría ser el mejor café que he bebido —comentó felizmente.

…Su constante cacareo.

Desde aquella vez en el jardín —cuando ella lo encontró durmiendo al lado de un arbusto—, las pequeñas juntadas que surgieron después, como esta, derivaron en charlas un poquito más largas y con un poquito menos de insultos. Todo por iniciativa de la estúpida mujer.

Gradualmente comenzó a introducirlo en conversaciones cortas y casuales —que hacía por compromiso, según Saeran— y ya no solía ser tan sarcástica y ofensiva como en un principio —aunque para Saeran, la mujer siempre fue blanda—; y todo este nuevo aire, sumándose, daba como resultado a un chico malhumorado, confundido y reflexivo.

Este buen proceder de la mujer era repudiado por el chico, que, aunque ya no reaccionaba tan hostil, se cerraba aún más al dialogo. Ya no gustaba de abrir la boca.

Parecía que huía de que lo tratasen bien. Como un gato corriendo del agua.

—Olvidé mencionarlo —habló de pronto—. Conforme van pasando los días, veo nuevos brotes que han florecido, y, vaya, no soy ninguna experta, pero estas parecen ideales para la temporada de otoño, ¿o no? Y es que es un buen detalle, porque ya va casi un mes de este frío y las flores de verano no podrán por más tiempo. En fin, has sido tú, ¿correcto?

A veces Saeran no quería hacer otra cosa que encogerse en sí mismo y en sus propios pensamientos, como en ese momento.

—Sí —respondió, acentuando su mal semblante.

—¡Adiviné! Supuse cosas y tal, y ha salido —sonrió animada. Saeran pensó comparar su gozo con el de una niña, mas, gracias a su grave voz y perfil maduro, sobre todo en sus ojos, no le pareció lo más acertado—. Pues has de saber mucho de flores. Estas están muy saludables y, además, algunas veces te veo por aquí, atento a ellas —murmuró bajito lo último, como si se tratase de un secreto. Pero después, regresó a sonreírle, inclinándose encima de la mesa, con los brazos cruzados sobre su pecho, marcando su silueta de arriba—. Por cierto, no te encargas tú solo del jardín, ¿verdad? Si es así, necesitarás una mano para tanto. No es bueno para ti que te sobreesfuerces.

¿Tan malo ve ella que se haga algo tan valeroso como esforzarse?

Todas las cosas son arrebatadas con desesperación, ya que escasean.  Para obtener un hueco en el mundo, para pertenecer en algún sitio, se debe luchar con dientes por él. Solos los débiles se mantienen con las manos vacías.

El esfuerzo, por tanto, era oro.

—Hay un jardinero —señaló Saeran, de brazos cruzados también.

Se despistó mirando a la mesa, frunciendo el ceño, cuestionándose por qué aún no la callaba.

—Va, va. Así mejor —murmuró desviando su atención al paisaje, enfrascada en la hermosura y olor natural; parecía que el jardín la revitalizaba, y eso Saeran podía comprenderlo.

De alguna manera… ella combinaba en ese colorido y fresco ambiente; no por su apariencia o su vestimenta. La armonía surgía de la mirada de amor que la mujer entregaba a las plantas.

Rápidamente Saeran se sintió cohibido por sus propios pensamientos.

—Las flores miman con su belleza a quienes las ven, lo justo es que se les devuelva su esfuerzo cuidándolas debidamente; es una manera de darles las gracias —habló sin pensar y se arrepintió al instante de sus empalagosas palabras. Entonces agregó a regañadientes— No es gran cosa.

Pero ella no vio de menos su reflexión y estiró sus labios, haciendo que el bonito gesto llegara a sus oscuros ojos.

—Cuánta razón. —Dejó su atención lejos de las plantas y volvió a verle. Ya no sonreía, pero su mirada se mantenía cálida—. Aunque seas como una patada en los ovarios, admito que es increíble el cómo te desempeñas con las flores otoñales. Eso es muy, muy genial.

El joven no supo si quedarse con la injuria o el halago. Ella prosiguió.

—Los gladiolos se ven muy… magníficos, por ejemplo. Los de acá. Poseen un aura de arrogancia y elegancia en sí mismos —halagó, apreciando unas varias matas de la planta a su izquierda—. De hecho, me recuerdan a alguien… —meditó esto en voz baja.

Así que me considera genial, siguió Saeran haciendo una ligera mueca, sin superar las anteriores palabras de la mujer.

Mientras tanto, ella apretó sus labios.

—Me estaba preguntando esto desde hace rato, ¿no comerás?

El muchacho abandonó sus pensamientos y descansó su espalda en el respaldo de la silla, sonriéndole con superioridad, aun cuando sintió algo quemarse en su estómago que lo incomodó.

Nadie preguntaba por su condición, sino los resultados de su extenuante cansancio y labor. Ni su Salvador se molestaba por ello; le felicitaba por cumplir con sus órdenes, pero agregaba una siguiente tarea inmediatamente después.

Esta clase de atenciones por parte de la mujer estúpida… Era rarísimo.

—¿Te preocupas por mí?

Sus sonrisas eran exageradas; comenzaban en un extremo y terminaban en el otro, lo que obligaba a sus ojos, que ya eran pequeños por sus parpados caídos, volverse aún más diminutos.

Ante ese gesto, ella le devolvió una sonrisa incrédula.

—Si murieras, yo sería la primera en arreglar una fiesta durante tu velorio. Estoy interesada en saber porque me encargo de la cocina, y quizás haya oportunidad de echarte veneno alguna vez si conozco tu paladar.

Aunque el comentario pareciera ofensivo, había un tono en su voz que delataba un poco de humor e intimidad entre ellos. Y Saeran no supo cómo debía reaccionar a ese ambiente más... ligero.

Solo agrandó la sonrisa, manteniendo el aire burlón, como una de las pocas cosas que sabía hacer; gritar con insultos o sonreír, menospreciando con la mirada.

Pero esa expresión desapareció cuando la mujer empezó realizar caras raras. Semejaba estar pendiente de algo detrás de él, por lo que se dispuso a girar su cuello.

—Ah, no te muevas —musitó de repente.

El chico no estaba seguro si hacerle caso o no, pero por si acaso, se quedó quieto, arqueando una ceja en su dirección.

—Detrás de ti… hay un pajarito, no lo espantes —siguió susurrando, señalando con su dedo.

Saeran dio un vistazo por sobre su hombro y comprobó que estaba una avecilla dando brincos y picando hierva. Era linda, pero al joven le importaba muy poco si esta se quedaba o no; sin embargo, tomó en cuenta la sugerencia de su acompañante y tuvo cuidado de no ahuyentarla.

No pasaba nada por cumplirle un capricho a la tipeja esa.

—¿Conoces qué especie es?

—Porque sé de pura casualidad sobre plantas, ¿te crees que estoy enterado también de animales? —masculló de mala gana.

—No —Su rostro estaba apacible, importándole poco el desubicado tono de voz del chico—. Y háblame bien, coño —dictó hundiendo su ceño; tal parecía que sí deseaba priorizar la educación. Pero no tardó en retomar su sonrisa y el tema anterior al regaño—. Es un cyanistes caeruleus.

La diferencia entre la iluminada cara de la mujer con la amargada de Saeran era hasta gracioso. Rápidamente este último cambió su expresión apática con una condescendiente.

—Decirlo así no te hará parecer más lista o imponente conmigo, princesa.

Ella chasqueó la lengua. Seguía sin gustarle el apodo.

—Herrerillo —aclaró—. Tampoco estoy documentada de aves, simplemente recopilo información inútil al azar.

—¿Porque no me sorprende lo de “inútil”? —preguntó con ironía.

“Hijo de puta”, le pareció leer de sus labios.

En ese momento, la mujer supo que ya había intercambiado suficiente diálogo con el niño porque pronto se pondría más pesado, por lo que se levantó y recogió lo suyo. Antes de marcharse, se despidió con el simple gesto de su mano que ya se había vuelto hábito en ella.

“Admito que es increíble el cómo te desempeñas con las flores otoñales”.

Él la miró de reojo.

“Eso es muy, muy genial”.

—Mujer.

Ella le miró por encima de su hombro.

—¿Mhm?

“Las flores miman con su belleza, lo justo es que se les devuelva su esfuerzo”.

Torció sus labios, dudoso, pero aun así se atrevió a levantar su sombría mirada, típica en él, y declaró sin mucha emoción.

—Escuché que te encargaste del sistema informático que utilizan en la cafetería para el inventario de ingredientes… Bien.

¿“Bien”? ¿Qué demonios con eso?

Empezó a cuestionarse por qué quiso tomarse en serio sus propias palabras. ¿Felicitarla por su esfuerzo? Vaya. Se sintió pequeñísimo y deseó no haber dicho nada. En su lugar, el rostro de la mujer se infló, procurando no soltar una risotada que podría ser malinterpretada.

—Ay, gracias —expresó con sus ojos achicados por intentar no carcajearse de su extraño cumplido.

Pero para Saeran el gesto enmarcado en su rostro no fue algo mundano e insignificante como podría considerarse en un principio, sino que le pareció diferente. Muy diferente.

No le presionaba en nada, reconocía hasta las cosas más vagas que hacía e incluso le tenía una absurda paciencia… Y sonreía así. Esa mujer.

Algo suave se deslizó dentro suyo; no obstante, su cara no reveló este misterio que descansaba en sí. Tampoco respondió.

Cuando ella se marchó, Saeran se quedó un momento junto al aroma de la ornamentación natural, reflexionando; por algún motivo, su mirada se posó en el herrerillo. Este, pronto voló a la ramilla de un árbol, donde en saltillos se le ocurrió cantar, siendo un trinado maravilloso; sin embargo, su melodía no paró, y no paró, y no paró, y no paró, y se intensificó de manera errática, dejando al joven aturdido con un ruido que no desapareció incluso cuando se fue del vergel.

Ni ese día, ni el siguiente del siguiente. Esa estática en su mente continuó sofocándole por un periodo más, ya que el insistente sonido nunca provino del ave, sino de sí mismo.

Aquello “suave” ya no se apreciaba como suave. Pero, ¿por qué?

Notes:

Ilustré una escena de este capítulo y me disculpo por no mostrarlo acá, no sé subir imágenes a Ao3. Pronto lo subiré a instagram (haggardgirlart) y a tik tok (kjjaehee_). Por ahora, se puede ver en Wattpad (kjjaehee_) al final del capítulo cinco.

Adiiooo.

Chapter 6: Arena entre las entrañas.

Chapter Text

SAERAN

Repisas sin limpiar, permitiendo una fina capa de polvo en ellas. Se defendió con que las sacudiría pronto, pero, en un parpadeo, todo el salón era arena. No podía respirar, y veía las partículas de tierra flotar en el aire contaminado.

No costaba nada que una pizca se volviera en un cumulo. Solo hacía falta cerrar los ojos y abrirlos.

De pronto se levantó del escritorio donde había reposado la cabeza sobre sus brazos.

Somnoliento, revisó la hora en la computadora frente a él, comprobando que solo descansó dos horas. Suspiró, estirando su cuerpo mientras trataba de unir los pedazos del reciente sueño que poco a poco se borraba.

Sus manos estaban a rebosar de algo, pero ¿qué era?

 

(***)

Caminando por un corredor, él ya había bostezado más de siete veces. Noches sin dormir se amontonaban debido a los pedidos de su Salvador, mas no se quejaría de esto. Son los débiles quienes reclamaban de tareas sencillas.

De manera mordaz, recordó las varias veces que criticó el encargo de su Salvador, ya sea frente a su cara o no, sobre supervisar a aquella mujer, y no pudo evitar sentirse inseguro. ¿Con eso ya estaba siendo débil e inservible?

Bostezando nuevamente, puso una cara malhumorada e ingresó al salón de la cafetería. Pensó que cenar y un café puro le quitarían el sueño, por lo que se acercó a la vitrina. No había necesidad de hacer fila debido a lo desértico del sitio.

—La cena… —miró un segundo la lista de comidas preparadas del día— número dos.

Y de pronto unos ojos marcados y dominantes aparecieron desde abajo y le vieron con curiosidad.

—¡Ah, sí que comes! —exclamó la mujer, terminando de ponerse derecha, pues antes estaba agachada acomodando un azafate de bocadillos.

Aparte de llevar un delantal sencillo encima de aquel chaleco y corbata negros, esta traía sobre su cabeza una fina tela transparente que cubría todo su cabello hecho un moño, haciéndola ver graciosa.

Parece calva.

—¿Y cuál es la novedad? —preguntó Saeran, enarcando una ceja.

—Pues las veces que estás “cuidándome” —Hizo las camillas con una mano— y resulta ser la hora de comer, pues, ¡no comes! —Calló un rato, rememorando algo— Bueno, lo pienso mejor, y solo hemos quedado en desayunos y por las tardes; ni en la noche ni almuerzos. ¿Eres de los que no les gusta echar un bocado temprano? —Lo miró, esperando por una respuesta.

Tan pendiente, ¿para qué o por qué?

—Es casualidad. No es por nada en especial.

Pareció no querer insistir más y asintió, olvidándose pronto del asunto. Se cambió los guantes de látex y en un instante se dispuso para servirle su pedido.

—¿No tendrá algo toxico? —bromeó el muchacho con una sonrisita, arrimándose a la mesa que los separaba y echando un ojo al alimento.

Ella rio suave.

—¡Te juro que no cociné esto! Ni siquiera soy buena. Yo realizo trabajos menores, como estar en el mostrador junto a las bandejas de comida o hacer mandados al almacén.

—Veo que el jefe de la cocina nota tu poco valor. —Saeran no podía evitar humillar a otros; se sentía bien.

Frente a esto, la mujer frunció el ceño.

—Creo que a tu carne le falta algo… Ya regreso. Quizás, ¿pesticida? —farfulló pensativa.

—Atrévete —amenazó.

Detuvo sus manos y centró su vista aguda en él, neutral. Ambos se perdieron en la mirada del otro por un periodo tan efímero como eterno para el joven. En un pestañear de tiempo, los retadores ojos de ella se suavizaron y sus cejas cayeron, triste; cosa que Saeran detestó. Aquel juego sin importancia o singular baile épico de atenciones finalizó cuando ella deslizó el plato hacia él, ya listo.

—Madura rápido y come —aconsejó, dejando una mano en su cadera—. Tampoco te saltes el desayuno o vas a dejar de crecer.

¿Por cuál razón se interesa en nimiedades?

Antes de que Saeran tan siquiera respondiera algo —quizás rebatiendo que a los veintiuno el cuerpo ya no cogía más altura—, la maldita mujer lo ahuyentó, diciendo que diera espacio a los demás seguidores que querían cenar. De la nada ya se había formado una fila, por lo que tuvo que dirigirse a una mesa.

Se sentía enfermo.

Recordó el rostro de la mujer con precisión, y el gesto de sus ojos desanimarse cuando le miró. Como si fuese poca cosa, como si fuese pequeño, como si necesitara ayuda, como si le faltase algo, como si él se tratara de un defecto, como si…

La marea de ideas y emociones lo cubrió.

Esa mirada era de lastima. ¿Le doy lastima? ¿Cree que soy patético?

¿Cuándo fue que aquella asquerosa y retorcida sensación se acumuló en su estómago? ¿En qué segundo con exactitud un grano de arena se había vuelto un desierto? ¿Qué era ese mal presentimiento que se asomaba en el borde su mente?

Comió sin soltar nada de lo que se revolvía en su cabeza, apretando la mandíbula y fantaseando con torcerle un brazo a esa maldita mujer.

 

(***)

Por alguna razón, aquella sala de oficina se sintió oscura, a pesar de tener un gran ventanal con las cortinas corridas y una pequeña lámpara de pared cerca en donde su Salvador y él merendaban. O, quizás, las sombras no se acumulaban en el cuarto, sino en los límites de su mente, devorando lentamente.

—¿Duermes lo suficiente? Tu rostro…  —comenzó a decir la mujer, esquivando el silencio que se plantaba en el lugar.

Pero el chico no quiso abrir la boca y solo le otorgó una mirada rápida como respuesta. La rubia suspiró.

—Bueno. Siempre que cumplas con tus tareas eficientemente, está bien. Se debe priorizar el esfuerzo por sobre el descanso.

Este asintió con sus labios rectos.

La mujer degustó del café entre sus manos y lo dejó en la mesa, para luego, descansar su mentón sobre sus delicadas y delgadas muñecas, apoyando sus codos en el mueble. Con sus ojos muertos y divinas pestañas que funcionaban de tela que ocultaba su alma, fulminó al joven perspicazmente.

—Estás diferente —concluyó su Salvador.

—¿No lo está imaginando? —restó importancia, sabiendo con seguridad que algo estaba inusual en él.

Ni siquiera había tomado un sorbo de la taza, cuyo contenido ya estaría frío.

—Saeran, te conozco. Estás poco receptivo, y veo que empeora con el correr de los días. Me preocupas. ¿Hay algo que quieras decirme?

Él empezó a deslizar los dedos de su mano por sobre la otra por debajo de la mesa; intentó hacer surcos, aunque sus uñas estuviesen cortas y mordidas.

Últimamente se sentía asfixiado y se arrepentía de ser tan obvio con ello.

—Saeran —insistió.

Trató de mantener sus manos quietas y alzó su cabeza, endureciendo el ceño y con la luz de sus ojos inexistente. ¿Debería ser honesto, al menos con ella?

No hubo necesidad de que lo llamase otra vez. Su boca no se abrió, pues fue su exigente mirada el que hablaba por ella. Sus iris se apreciaban más gélidos, y el chico no pudo más con esa presión.

—Usted… —empezó a decir, con un tono bajo pero firme—. ¿Qué hace cuando no quiere hablar con alguien porque tiene un mal presentimiento?

Abrió sus parpados.

—¿A qué te refieres con un mal presentimiento? —preguntó con suavidad, después de pensarlo un poco.

Calló por unos segundos, ordenando la marea de palabras que se amontonaban en su lengua. Inconscientemente, retomó el jugueteo de sus manos y empezó a repiquetear sus dedos sobre su pierna.

Algo vomitivo en el estómago. Incomodidad, fastidio, anhelo por destrozar extremidades, que los segundos durasen años, más datos inútiles sobre los cyanistes caeruleus, corbatas y botas negras, tijeras de jardín…

Un monto de frases que se acaudalaban al ritmo en el que repiqueteaba.

Entonces, entrecerró sus ojos y los centró en la mesa.

—Que morirá con solo seguir escuchando a esa persona —logró decir en medio de su confusión y sin estar seguro de su misma conclusión.

El rostro de la rubia se congeló del asombro. Lo dicho por el albino no tenía sentido.

—No te comprendo, Saeran.

La mirada del joven se afligió levemente.

¿No lo comprendía?

Era obvio que nadie lo entendería, si ni él mismo era capaz de ordenar las letras para formar una oración coherente en el espacio imaginario de su mente. Aun sabiendo esto, la frustración consiguió moldear algo hirviente que se instaló en su pecho y se extendió como ramas hasta la punta de sus articulaciones. De pronto el tamborileo de sus dedos aumentó, como medida para retener sus ganas de romper la mesa que estaba frente a sí. Resopló, con la mandíbula temblando.

¿Por qué le era tan difícil expresarse para que alguna puta persona le entendiese?

—Olvídelo.

El rostro de la rubia se contrajo, evidenciando su perplejidad y alarma. Se acercó aún más a la mesa, buscando los ojos del chico y queriendo tomar sus manos; aunque estas estaban ocupadas.

—Oye, Saeran, escúchame. Por favor, ayúdame a entender. ¿Qué te sucede? ¿Por qué esa persona te matará? Dime —suplicó.

Saeran frunció sus labios, sin despegar la mirada del mueble.

—Yo…

Yo tampoco sé por qué me matará, pero siento que lo hará.

—Disculpe, mi Salvador.

Incomodo hasta de su propia piel, se levantó de la mesa con un sonoro movimiento del asiento.

—Saeran… ¡Saeran, regresa!

El joven avanzó hasta la salida con pasos rápidos, sin titubear, llegando a rozar el pomo de la puerta para girarlo.

—¡¡Estás presentando debilidad!!        

Se congeló en el sitio, y poco después alejó su mano de la perilla. Sintió algo nauseabundo en la boca de su estómago, y rechinó sus dientes hasta que le dolieran, respirando por la nariz. Apretó los puños de ambas manos, con sus dedos cosquilleando de manera molesta. Tuvo la necesidad de destrozar lo que fuera.

Las palpitaciones de su corazón las sentía en su garganta, como si fuese a vomitar el órgano.

—¿Débil? —susurró tan bajo que ni la mujer que lo acompañaba le escuchó.

Las personas luchaban por respeto, por atención, por afecto. Luchaban con sus dientes por un hueco en el mundo. Y los débiles solo tenían las manos vacías.

Él… ¿no era nada?

Saeran no vio, pero advirtió el chirrido de la silla moviéndose. Su salvador se había puesto en pie.

El silencio se estableció como rey en la habitación por un rato. La mujer casi quemó la espalda de su pupilo con su persistente y autoritaria mirada; y Saeran solo observó sus zapatos, sin tener idea de cómo se vería su propia cara.

—No sé qué intentas decirme y desconozco la historia completa —Hizo una pausa—. No te estoy comprendiendo —Saeran tragó saliva al escuchar eso—, pero sí puedo notar que estás permitiendo que esa persona tome autoridad por encima de ti y te pisotee. Eso es debilidad, Saeran. —El tono de su voz, gradualmente fue aumentando al enojo—. ¿Por qué te afecta tanto un cualquiera? ¿Por qué dudas? ¿Por qué estás comentándome sobre tus sospechas como si te carcomiera por dentro? ¿Es que no pudiste por tu cuenta efectuar algún plan? —Entonces, exclamó gruñendo con su aguda voz—, Si crees que alguien quiere matarte, ¡mátalo tú primero! No puedes ni debes bajar la cabeza ante nadie.

Alzó la vista de sus zapatos y se enderezó. Exhaló e inhaló, sintiendo su rostro y cuello sudar. Observó las líneas en la puerta de madera sin ningún motivo; y consideró profundamente sus palabras.

—¿Puedo matar… a esa persona? —murmuró con un deje sombrío.

Sus dedos se sacudieron aún más por las cosquillas en ellos.

—Hablo en sentido figurado, sabes qué opino de la muerte —farfulló. Pero rápidamente recuperó su timbre de mando— Saeran, ¿por qué pareces un animal indefenso, temblando?

Porque me has llamado débil.

—¿Esa persona tanto te intimida? —Volvió a preguntar.

—No.

—¿Eres ese niño de diecisiete años que lloraba por las noches?

Saeran, por un corto segundo, meditó sobre la posibilidad de romperle la mandíbula a la única persona en el mundo que respetaba. La única persona en el mundo que afirmó que nunca lo abandonaría, que por siempre lo amaría. Sin importar que tan inútil fuera.

Pero recordarle tales momentos…

—No —respondió con su voz vibrando de furia, al borde de perder su autocontrol.

—Entonces, no actúes como si fuese así. Tú eres fuerte, ¿no, Saeran? Yo te enseñé a ser fuerte —dijo esto acercándose. Deslizó sus delgados dedos con uñas filosas en los hombros del chico, ignorando los síntomas que indicaban un pronto episodio de ira, al haberse a acostumbrado a ellos—. Demuestra tu fortaleza, Saeran, impone tu autoridad —susurró.

Resopló con fuerza, tiritando, y con la mirada desorbitada de enojo y confusión.

El joven no pudo explicarle a la mujer que se aferraba a su espalda lo que sucedía por su mente, y peor a sí mismo, pero a pesar de no comprenderlo todo, bien supo que su Salvador hablaba desde la razón.

Esa maldita mujer, la estúpida, se encargó de enmarañar su estómago y mente; y fuera lo que fuese lo que surgía al contemplarla o al escucharla, solo lo contaminaba y lo hacía dudar. Le estaba extrayendo su determinación, y se estaba volviendo débil.

Débil.

Reconocer el problema afirmó su aborrecimiento hacia ella y su deseo de romperle cualquier parte de su cuerpo solo para verla llorar.

—Todo en ti delata vulnerabilidad —habló de pronto su Salvador—. Necesitas una dosis más fuerte de elixir.

 

(***)

De alguna manera logró distanciarse reduciendo las reuniones con la asquerosa mujer a cero; únicamente se mantuvo observándola de lejos, sin que ella misma se diera cuenta. De vigilarla, el albino concluyó que ella no representaba una amenaza. Sus movimientos no eran sospechosos, a excepción de la mentira de sus dificultades sociales.

En una tarde que se volvía crepúsculo, hacía su recorrido a la sala de informática donde trabajaba; que, además, era donde pasaba más tiempo que su propia cama.

El cielo podía admirarse desde las ventanas. Cada segundo este iba copiando a los tonos calientes del otoño, maravillándose del ámbar; permitiendo a la luz esparcirse por todas partes hasta dejar el corredor y las paredes reflejados de colores amarillos y ocres. En un escenario que se sintió fantástico, fue entonces que, cruzando en una esquina, ambos se encontraron.

La luz ambarina detalló su alargado rostro sorprendido. Los reflejos dorados, finos, en su cabello oscuro la hicieron verse menos horrorosa que siempre.

Inmediatamente, ella lo saludó en un ademan con los labios rectos, pero Saeran mantuvo la vista al frente y siguió andando.

—¿Te pasa algo? —La escuchó decir a sus espaldas. Por el volumen de su voz, dedujo que no estaba a más de dos metros de distancia.

El joven se detuvo y la miró de reojo al preguntar.

—¿Te importa?

A su respuesta, hundió sus cejas, ofendida, pero en sus ojos era evidente también su incredulidad. No esperaba ese comportamiento.

—No. Me da igual —masculló, girando sobre sus talones para irse.

Algo se derretía en la mente y pecho del chico; caliente y desagradable. Pero, ¿qué era ese líquido? ¿Se estaba muriendo justo en ese momento?

Como infirió él: ella era la causa de sus males. Justo en ese momento, solo con verla después de tanto, aún era capaz de implantar en él ese augurio agonizante; aunque esta vez era un poco distinto. Textura distinta, gusto distinto.

La voz de Saeran que fue un murmullo escapó de sus labios, y detuvo los pasos de la mujer.

—¿Por qué eres amable conmigo?

La pregunta fue exigente, pero húmeda. Surgió del barro de hilos enredados y sensaciones que quizás no serían comprendidos jamás.

La mujer regresó su atención al chico y giró su cuerpo por completo.

—¿Que he sido amable contigo? —cuestionó con cierto rencor.

¿No lo fue?

De varios recuerdos, el que se impregnó en su mente fue la vez que ella, con su propia boca, admitió preocuparse por escucharle estornudar, cuando, aunque mintió, en realidad si llevaba fiebre. ¿Eso había sido por compromiso?

Se sintió inquieto… y ¿nervioso? Tragó saliva y su mandíbula se tensó.

¿Todo, desde ese día hasta el presente, se lo inventó él mismo? Oh.

Soltó una risa sin gracia, seca.

—Me ofreces cumplidos estúpidos, y preguntas por cosas que ni deberían interesarte, como mi salud y alimentación —habló con rapidez. Pero tras una pausa, de súbito, el tono de su voz se volvió siniestro, casi escupiendo cada sílaba— Te ves patética. ¿Se te olvidó lo mucho que me desagradas? ¿O qué? ¿Desarrollaste síndrome de Estocolmo? —Mofándose de ella, en sus labios se formó una mueca rara que se suponía era una sonrisa.

Notó sus palmas y dedos temblar. Por algún motivo se sintió incómodo; con un calor mortífero en su garganta, que hacía a su manzana de adán ir de arriba y abajo.

—¿Las cosas que te he dicho te parecen estúpidas? —reflexionó para sí misma, en voz bajita.

Saeran, en lo que veía el cielo encendido que pronto se apagaría, ahogado de un sentimiento raro que se exteriorizaba en sus ojos, no reparó en el lamentable rostro que llevaba la mujer. Entre la vergüenza, la rabia y la pena.

—¿Te conmueves muy rápido, acaso? Si te hablé solo fue para deshacerme de los fastidiosos silencios, imbécil —vociferó de rabia, apretando los dientes—. Me importa muy poco qué contigo.

La escuchó mascullar maldiciones en voz baja y después a sus pasos apresurados, alejándose.

Luego de un tiempo que se sintió mucho más de lo que realmente fue, varado en el pasillo, Saeran exhaló con fuerza, esperando por el alivio que vendría tras haberse deshecho de aquel mal presentimiento. Dibujó una pequeña sonrisa, pero en su corazón percibió algo agrio cuando se dio cuenta que esta era totalmente falsa. Otra vez se sintió desorientado.

La calló, como bien quiso tantas veces. Impuso su autoridad. Se libró de aquella asquerosa sensación en su estómago, la repulsiva corazonada, por la que tenía ansias de arrancarse el órgano.

Entonces, ¿por qué no parecía estar satisfecho?  

Pasaba que, del buen trato desinteresado de la mujer, con cada frase corta, el corazón del joven no pudo evitar cautivarse, aunque sea un poco. No estaba enamorado ni en lo más mínimo, pero eso no significaba que ella no representara ser alguien distinguible entre la gente. Fue la primera en mucho tiempo que no le animó a trabajar hasta el agotamiento o a la enfermedad ni tampoco saltarse comidas como autocastigo a su mediocridad, y que admiró las minúsculas labores que él consideraba irrelevantes.

Con eso, ¿cómo podría detener a la ilusión que surgía de su pecho, desbordándose entre sus manos como granos de arena?

Sin embargo, siendo desconocedor sobre sí mismo, esa diminuta esperanza estaba siendo confundida y mezclada con un vórtice de terror que declaraba que ella lo mataría. Esto se debía porque en todas y cada una de las veces, durante su vida completa, que confió o que aguardó con paciencia y fe por lo que fuera, esto nunca llegaba, nunca se cumplía, nunca permanecía.

Quien juró estar siempre a su lado, se fue y no regresó. Ni se giró a mirarle por última vez.

La ilusión, la esperanza y el deseo conllevaban y atraían la desesperación, la muerte; el trago amargo de la decepción que ni una, ni dos, ni tres veces saboreó, sino más. Su infancia completa fueron inútiles rezos entre lágrimas que ni un dios escuchó.

No esperaba nada del mundo, se mentía; en realidad, no quería esperar nada de él.

Sin tener certeza de aquel fuego que creyó que lo haría desfallecer, de su raíz, y ni de sí ¿qué otra cosa podía hacer, además de eliminar a quien lo provocaba? Era tal y como un instinto.

Cuando llegó a la sala de computo, sin reconocerse en el reflejo de las dañinas pantallas, trató de animarse y regocijarse con la idea de que aquel presentimiento maldito había sido erradicado; lo sería pronto si esperaba. La muerte ya no llegaría a él. Sin embargo, en lo profundo de su conciencia, había un pinchazo que se martillaba en sí mismo, siendo tan fino como un mondadientes, advirtiendo una y tantas veces “lo arruinaste”.

Chapter 7: Lluvia de ácido.

Notes:

Lamento la tardanza. Estoy en bachiller (llanto).

Chapter Text

MC

Ya era un día nuevo por la mañana, por lo que, de acuerdo con mi horario, me encontraba limpiando unas repisas y escritorios en un cuarto cualquiera, y esta vez sola. Escuché entre murmullos que algo se estaba preparando, así que varios seguidores con permiso especial abandonaron temporalmente sus tareas para perfeccionar los detalles de ese algo. Y tal parecía que por mi rango no tenía derecho a saber.

—¿Sola? —me cuestionó con humor, luego de dar dos toques en el umbral.

Arrugué mi nariz con solo escuchar el tonito de Saeran.

¿Por qué se comportaba como si nada?

Inesperadamente, después de varios días de no verle desde aquel intercambio en el corredor, no solo me sentí frustrada, sino también desanimada. Creí inocentemente —o, patéticamente— que empezábamos a llevarnos mejor. No sé si él habría sido consciente de sus propias expresiones y gestos durante ese tiempo, pero parecía que, de alguna manera, no estaba disgustado con mis atenciones.

Y para que al final llamase estúpidas mis palabras e intenciones.

Sin poder evitarlo, volvimos al punto de partida, otra vez. Él era un malnacido y yo lo detestaba. Y me dio un coraje que, cuando creí que se olvidaría de la maldita supervisión, ahora volviese con esa actitud de chico despreocupado y matón de antes.

—Te acompañaré —dijo esto sin esperar respuesta u opinión, y tomó asiento en un sillón de la esquina de la habitación, a mis espaldas.

Le miré de reojo, apretando los labios, y resoplé cuando giré al estante.

—Te falta ahí, juguete de mierda —agregó distraídamente, quizás leyendo ya que le había visto portar un libro en sus manos.

Sellé mis labios, procurando no mentar a su madre. Saeran tiene un arma. Tiene un arma, tiene un arma.

—Si no te gusta como limpio, hazlo tú —contesté con educación.

—Se te ha dado un trabajo ¿y no puedes hacerlo bien por ti misma? —soltó aire con burla, en tanto su mirada seguía en el libro—. ¿Debería sugerir que se te restrinja de comida? Se está malgastando contigo.

¿Qué ocurrió contigo? ¿Qué te hizo volver a actuar así?

Era como si no pudiera dejar ir ese recuerdo de él, cortando ramas de una planta, con una mirada desolada y sumamente lamentable; agotada. Era como si no pudiera evitar sentir simpatía, por lo que su nuevo comportamiento —o, mejor dicho, el que siempre ha tenido— me atropellaba con más fuerza.

Me quedé callada, tallando con más gana la madera de los muebles.

—Estoy seguro que no lo sabes; eres de rango bajo por ser inservible, por lo que es normal que cierta información no te llegue; pero acontece que enviarán una patrulla a una misión clasificada muy lejos de Magenta, y yo les acompañaré como guarda. Por fin me libraré de ti, y tú de mí, al menos por unas semanas.

Buenas noticias.

—Saeran, ¿tú tienes esta actitud de —mierdero y culero, quise decir—… así, difícil, con todos o solo conmigo? ¿Por qué razón? —pregunté aun dándole la espalda, continuando en mi trabajo.

Saeran hizo silencio. Tragué saliva, esperando una respuesta.

—Maldita mujer, ¿te crees especial? —masculló.

Esa pausa…

—No sé, aclárame, Saeran. Ya que soy taan estúpida —ironicé.

—Basura de mujer —susurró bajito, sin querer explicarse.

¿Le restriego el trapo sucio y húmedo que tengo en la mano o le ignoro?

Me mantuve quieta, sintiendo los nervios que estaban alojados en mi estómago subirse con rapidez a mi garganta.

—No te comprendo, ¿sabes? ¿De dónde surgió todo este odio que sientes por mí? —murmuré—. ¿Es porque te respondo? ¿Es debido a que crees que miento y no confías en mí? ¿O te recuerdo a un maldito ex? —Al final, terminé apretando los dientes.

Él no contestó. De pronto noté el sonido de la llovizna; las pequeñas gotas deslizándose en el vidrio de las ventanas.

Giré mi tronco para mirarle, endureciendo mi mandíbula y mis cejas.

—Saeran, si tan mierda te parezco, ¿no quieres irte ya? —rezongué.

Por un corto segundo me arrepentí del tono de mi voz y mis palabras, pero cuando miré su rostro que quizás hervía de rabia, supe que era demasiado tarde como para el arrepentimiento. Cruzó sus brazos por encima de su tronco, dejando el libro de lado, y soltó un bufido con un tonillo que delataba su enojo y como si me pregunta le hubiese parecido un mal chiste.

—Ojalá, ¡ojalá! ¡Ya quisiera yo! Con las estupideces que salen de tu jodida boca ya me traes harto. No puedo ni mirarte. Me repugnas. Pero por si lo has olvidado, se me ha encargo un trabajo respeto a ti. Porque… ¡Si fuese por mí, ya te habría envenenado y deshecho de ti! —exclamó, con la mandíbula y sus cejas temblando—. Ya muérete de una vez —habló bajo.

Sus palabras sonaban tan serias, como un anhelo y desespero verdadero, que tuve que observar sus ojos atentamente, mientras se exaltaba, para descifrar si estaba siendo sincero con lo que decía. Pero no supe qué revelaba el gesto de su mirada. No lo entendí.

No estaba en Mint Eye por capricho, tenía una meta específica, sin embargo, las palabras de Saeran me hicieron reconsiderarlo. Porque, aun sabiendo que contaba con la protección de Rika, a menos que le provocase algún problema significativo, por primera vez, en verdad temí por sus amenazas de muerte. Era evidente que había pasado por algo muy fuerte en su vida, quizás más que solo trabajo, que originó sus problemas de ira; y me preguntaba, ¿a qué punto podría soportar hasta perder el control y… agredirme severamente?

Presentí la falta de aire cuando quise volver mi respiración más silenciosa, cogiendo y soltando poco oxígeno, muy pausadamente. Me sentía aterrada.

—¿Crees que es posible hablar con el Salvador para que me monitoree alguien más? Así ambos ganamos —susurré, ignorando una bola que se atoraba en mi garganta.

—Si yo no pude convencerla, tú tampoco —gruñó. Ni siquiera me miraba.

En el interior de mi nariz hubo cosquillas.

—Vale.

Cuando ambos callamos con una tensión jodida implantada en la habitación, me costó regresar a limpiar los escritorios. Algo en mi pecho me hacía no querer darle la espalda. Inhalé y mi estómago se sintió pesado de pronto, porque fue entonces que reconocí que, después de todo este tiempo, terminé generando un trauma y un genuino miedo hacia Saeran; lo que me impedía bajar la guardia frente a él. Pero yo no podía aprobar eso. No quería permitirlo.

Observé el suelo de madera oscura, notando como mis cejas y parpados caían.

—No sé qué te habrá pasado, Saeran, que te volvió así, pero no te desquites conmigo —murmuré sin tartamudear.

Te tengo temor, y no me gusta sentirme así.

No dijo nada, y no pude ver su cara porque no levanté la mirada. La sala se sumió en un tenso silencio, desagradable, donde ni se escuchaba el ritmo de nuestras respiraciones, pero esto acabó y escuché el chirrido de la silla y así como el sonido de las suelas de sus zapatos andando. Por fin alcé mi cabeza y le vi en el marco de la puerta, apunto de retirarse. Mi atención estaba en él, pero no se giró a corresponderla.

—Esa empatía tuya… me enferma. Todo tú me enferma.

Después de decir aquello con un timbre tan bajito, se fue.

 

(***)

Ese día me encontraba que pateaba un basurero. Primero el imbécil se puso más imbécil, y segundo resultó que mis sentimientos hacia el imbécil ya no se basaban en irritación o decepción, sino que evolucionaron a miedo.

Aunque conocía a Saeran de manera limitada, podía concluir con facilidad que era imposible distinguir qué diablos sucedía por su cabeza. Era tan frenético e inestable que sencillamente me costaba comprenderlo. Y cuando creí que quizás había descubierto una parte de él, que había desenterrado una pista y, como consecuencia, las veces que nos vimos delataban que estaba habiendo un progreso entre nosotros, justo poco después, ¡retrocedimos mil pasos!

Honestamente, pensé que su máscara de indiferencia y superioridad no solo eran eso en su personalidad, porque siempre que le hacía preguntas en medio de un tema o anécdota él respondía como si estuviese escuchando cuidadosamente desde un principio. Incluso, a veces sus silencios hasta se sentían de alguna manera significativos… Como si me contase algo con sus ojos…

¿Qué pasó? ¿Habría hecho algo mal? ¿O simplemente él era así?

Quizás su mente era un total desequilibrio, y sus acciones y palabras empezaban a contradecirse; lo que me arrastraba a esta confusión donde ya no sabía nada respecto a él. Lo único que veía claro era que me odiaba con intensidad. Cual fuera su razón, yo representaba aquello que despreciaba. Sin embargo, ¿qué lo llevó a ese odio y a su personalidad?

Y aun con esta frustración y rabia dirigida hacia él, seguía meditando sobre su comportamiento, queriendo entenderlo. Aun cuando no lo merecía, siendo que no deseaba ser comprendido ni auxiliado.

Debería detenerme. Esta empatía no me llevará a ningún lado.

Mientras me martillaba la cabeza con estos pensamientos, andaba por un pasillo hacia mi cuarto luego de haber terminado con mis tareas del día. Al levantar la mirada, que se mantuvo en la alfombra durante un tiempo, me encontré con un seguidor que esperaba con paciencia en mi puerta. Aceleré mis pasos.

—Por el paraíso eterno —saludó cuando llegué a él—. Esto es para usted, por parte de nuestro Salvador —aclaró y me extendió una carta.

Asentí y murmuré un agradecimiento cuando tomé el sobre. Cuando rocé mi mano con la suya, al tiempo que alzaba mi cara, reconocí sus suaves ojos claros; era el mismo seguidor de la vez pasada. Pestañeé dos veces de la impresión.

—Escuché que hoy hacen los bollos esos, del seguidor S003. —Un joven que custodiaba el corredor a cierta distancia le recordó al hombre frente a mí, viendo que ambos ya habíamos finalizado nuestro asunto.

—¿La señorita Miho? —cuestionó el mensajero, mirando por encima de mi hombro al joven.

—¡Ella misma!

—Creo que probaré —murmuró para sí mismo. Pronto se acordó que estaba obstaculizando la puerta de mi habitación, así pues, enfocó su mirada en mí y se apartó del paso—. Por el paraíso eterno, señorita —se despidió.

“¿Se encuentra bien… aquí?”, recordé la duda en su voz.

—Oiga —llamé su atención, y antes de que desapareciera por el pasillo, se detuvo y giró sobre sus talones—. ¿Le importa si le acompaño? También se me antoja pan para cenar.

Se vio indeciso en un principio, pero asintió. Sonreí hacia un lado, y le pedí un minuto para retocarme la cara y guardar la carta en un cajón.

 

(***)

—¿Por qué usa la capucha todo el rato? —pregunté, curiosa—. Muchos prefieren llevarla abajo, o no usarla si no se trata de un evento importante.

—Comodidad.

Dudé de sus palabras, pero no le insistí más.

—No nos hemos presentado correctamente —seguí, y él prestó atención aun con la bandeja de bollos en mano, ambos dirigiéndonos a una mesa de la cafetería—. Me llamo-

—Conozco su nombre, señorita —me cortó con amabilidad—, me permitieron ver el registro con sus datos antes de ir a entregarle los horarios la vez pasada. —Se giró un segundo a mirarme—. Soy Kim.

¿Datos? Fingiendo ignorancia, le sonreí en lo que tomaba asiento en el comedor, frente a él.

Esa noche parecía que el apetito de todos los seguidores había despertado de pronto porque estaba muy lleno a comparación de otras veces —culpé de este suceso al clima nublado y sus aguaceros intermitentes, ya que estos solían atraer el hambre, o al menos en mi caso—. El salón se encontraba a rebosar de voces animadas que daban un mejor aire al sitio; más amigable y menos al de una secta.

—¿Seguro no le molesta que esté aquí interrumpiendo su cena?

—Suelo comer solo casi siempre, pero no me incomoda tener compañía.

Entonces me animé a probar el dichoso pan y solté un sonido de gusto.

—Está muy bueno. —Y junto al té sabía mejor.

—Sí, ¿no? —Estiró sus labios en una sonrisa cerrada—. La comida de la señorita Mihoo es muy deliciosa.

— Tiene hasta relleno —Continué saboreando el liviano panecillo—. ¿Almendra y…?

—Coco —añadió, en lo que mordía uno—. Lo ha adivinado bien.

—Uf. No me saldrían así ni que practicase por años… ¿Usted sabe de cocina, Kim?

Frunció sus labios, pensándolo. Pasó un pulgar por su labio, apartando un poco de crema.

—Sé lo básico, y considero que sabe entre decente y mediocre. O eso me dijo un amigo mío, quien tiene un paladar muy exigente.

—Lloraría con mi comida, entonces —agregué de buen humor.

—Me gustaría consolarla diciendo que seguro apreciaría el intento, pero dudo mucho tan siquiera eso… —comentó avergonzado, aunque sus ojos sonreían. Su rostro se veía nostálgico.

De mirarle tanto, noté unos cuantos mechones que la capucha no pudo ocultar, dejando a la vista el color negro de su cabello.

—¿Desde cuándo está aquí? —Quise desviar mi atención de su bonita cara.

—¿Medio año, quizá…?

¿Se podría decir que fue de los primeros en unirse a la organización?

—¿Y qué tal? ¿Le ha ayudado?

—Eh, sí. Bastante.

—Ha de ser veterano. ¿Cómo funciona el proceso de sanación, exactamente? —insistí.

—Mhm. Se trata de un efecto psicológico más que psiquiátrico. Este consistiría en que el estado mental de los seguidores se refuerza y estabiliza cuando realizan labores exigentes, haciéndolos sentir útiles en un círculo social. Todo esto tomando en cuenta que lo que los llevó aquí en primer lugar era el presentimiento de que no encajaban en el regular sistema social.

Sonaba para nada metódico. Ni parecía atacar el problema de raíz.

¿Y dónde quedaba el elixir? ¿Cuál era su papel?

—Eh. —Sonreí falsamente—. Pues sí que tiene un resultado positivo; me he sentido más ligera las últimas semanas.

Él hundió sus cejas con disimulo; y ese gesto me pareció intrigante.

—Claro. Me alegra saberlo.

Tensé mi mandíbula, preguntándome si debería arriesgarme o no. Pasé saliva.

Al final, decidí mirarlo fijamente, borrando mi sonrisa. Pronto, soltando el bollo en el plato, repiqueteé mis uñas sobre la mesa; tres veces seguidas, tomé una pausa larga y otras tres seguidas. No me despisté al observar por el rabillo del ojo, a mi derecha y a mi izquierda, si los demás seguidores estaban o no pendientes de mi mano.

Nadie pareció notarlo, sin embargo y afortunadamente, el movimiento de mis dedos no pasó desapercibido por él, quien alzó la mirada, frunciendo aún más el ceño. Estaba extrañamente serio.

—Son bonitas mis uñas, ¿o no? Las pinté hace dos días —le comenté manteniendo mi semblante firme.

Miré su palma tamborilear un poco sobre la mesa, sin hacer ruido. Ensanché mi atención en Kim, y de pronto me mostró una sonrisa tan cálida que me aturdió.

—Usted me parece preciosa, señorita. ¿Le gustaría reunirse conmigo en otra ocasión?

Casi dejé escapar una sonrisa astuta.

—¿Dónde?

Reflexionó unos pocos segundos, enfriando su mirada. La curva de sus labios desapareció con rapidez.

—¿En los baños públicos habrá cámaras…? —musitó dudoso.

—¿Las hay? —insistí.

—No —recordó—. Podemos vernos ahí. En tres días, a las once de la noche.

Esta vez permití que las comisuras de mis labios se alzaran.

—Lo veré ahí, entonces —dije echándole un vistazo mejor a su rostro, cosa que se percató y se vio intimidado.

—Sí. La esperaré —logró farfullar después de unos instantes.

Me levanté de la mesa y me despedí de él cuando acabé la cena, agradeciendo su tiempo.

En esa noche fría me dirigí a mi habitación intentando ignorar la paz que sentía. Consideré con optimismo la idea de tener un posible aliado en ese edificio con ideales de mierda. Pero mis pensamientos se detuvieron, así como mis pasos cuando le vi de frente.

Por un corredor, donde ya habían apagado los paneles del techo y solo quedaban diminutas lámparas sobre muebles desperdigados cada cierta distancia, me topé con la mirada seria de Saeran, siendo iluminada por la luna.

Chapter 8: Escarabajo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

De pronto comenzó a llover. Las gotas cayendo y deslizándose por encima de las ventanas sofocó el ambiente.

Saeran parecía irritado esa noche, pero también estaba extrañamente diferente.

Como si advirtiera mi presencia, levantó su vista del piso y centró su atención en mí. En la mitad de su rostro se reflejaban las luces amarillentas de las lámparas por lo que la otra estaba sumida en obscuridad. Su semblante era serio; sus cejas rectas, su nariz sin arrugas y sus labios planos. Sin embargo, tuve la impresión que su cara solo buscaba esconder y contener su enojo, pues sus ojos brillantes me susurraron veneno; estos eran honestos.

Hundí mis cejas recordando nuestra charla de esa misma mañana, aun conservando el rencor. Aun con eso seguí mi camino en el pasillo hacia mi cuarto, por consiguiente, acercándome más a él. Tomé en cuenta en ni siquiera dirigirle la mirada cuando pasé por su lado, pero no pude evitar detenerme en cuanto escuché su voz.

—¿Te divertiste? —habló secamente.

Arrugué mi cara procesando su pregunta. Acaso… ¿Cómo supo lo de Kim y yo?

—¿Me estás espiando? —gruñí bajo.

—Olvidas quien cuida de ti —contestó indiferente.

Ya que nos dábamos la espalda, me permití voltear los ojos.

—De cualquiera manera, ¿por qué te importa? Das miedo —mascullé. Parecía un ex celoso. Una reacción como esa hacia mi persona era imposible si se trataba de Saeran. Él me odiaba.

Ignoró mi pregunta y chasqueó la lengua.

—Encontré esta mierda en mi escritorio. Seguro estaba desde hace días.

Dicho eso, dejó caer algo sobre la alfombra junto a una de mis botas. Me giré con temor a verificar y abrí mis parpados cuando supe que se trataba de mi mochila. Supuse que Saeran venía desde mi cuarto, buscándome para entregármela.

Me agaché girando medio tronco y levanté la bolsa con rapidez.

—De nada, princesa —murmuró malhumorado como una despedida.

No le tuve en cuenta y solo me dediqué a hurgar entre mis cosas. En eso hallé mi libreta, pero sin los mapas que había dibujado, pues varias hojas fueron arrancadas. Arrugué mi entrecejo. Que supieran que tracé rutas del edificio era evidencia suficiente para que reconocieran que yo no era de fiar. Entonces, ¿por qué no me habían encerrado aun?

También me confiscaron otros objetos como mi encendedor, fósforos…

—Mi celular… —murmuré, apretando los dientes.

Saeran no se había marchado del pasillo todavía, y al escucharme giró su cuello, presumiendo el dispositivo en sus manos.

—¿Necesitabas esto? —preguntó desinteresado, mirándome a los ojos.

—Eso es mío —anuncié con mi cuerpo tenso y mis botas pegadas en mi sitio.

Se debía tener una vista aguda para notar como el chico abrió sus ojos con asombro. Algo en lo que dije o en mi cara le había gustado que estiró la comisura derecha de sus labios con un poco de sutileza.

Se giró por completo frente mí.

—Mi Salvador no especificó que te devolviera todas tus pertenencias, solo clarificó la mochila. De cualquier manera, ¿de algo te servirá? No hay señal y tampoco contiene información que sea relevante, ya revisé eso yo.

Parecía disfrutar de la situación.

—Entonces, sí que puedes enojarte —Continuó hablando. Saboreó con su vista cual fuera la expresión de mi rostro, pero el disgusto que todavía no distinguía de dónde provenía aún se aferraba a su voz—. Por fin te has vuelto un juguete interesante —masculló.

Mi cara y pecho ardían, pero intenté mantener la calma.

—Saeran, entrégame mi teléfono —alcé la voz.

Ya no sonreía, pero en sus ojos era evidente que le entretenía mi reacción.

—Intenta quitarme-

Luego de soltar la mochila, me aproximé dando fuertes pasos y estiré mi brazo para sostener su muñeca, fría al tacto, y con la otra intenté alcanzar mi celular, pero el idiota fue más rápido y logró apartar su mano de mi alcance, resistiéndose. Estuve forcejando un poco más, con el estómago revuelto de rabia, sintiéndome ridícula e infantil.

—Que me lo des, hijo de puta —gruñí en un susurro.

En medio de mis intentos, noté sus ojos jodidamente atentos a los míos, no se desviaban ni un segundo, ni tan siquiera para procurar que no le cogiera del brazo.

—¿Por qué? —Cuando hizo esa duda, apretando la mandíbula, algo parecía encenderse en su mirada, un tifón o un maremoto, de cosas que desconocía o que no entendía; y quizás era tantas que no se podía evitar que estas rebalsasen y escapasen por su boca— Si tú todo este tiempo te ves tan… como si ni una mierda hubiera pasado… y yo… —Farfullaba oraciones incompletas y sin un sentido para mí.

Decidí no esforzarme por comprenderle y me enfoqué en alcanzar otra vez su muñeca, pero de un instante al otro él retrocedió como cinco pasos, lo que casi me hizo tropezar hacia adelante. Cuando retomé el equilibro y levanté la cara, le vi con sus parpados entrecerrados, apenas pudiendo apreciar el color menta de sus iris ya que sus pestañas hacían de escondite. Ese gesto de su mirada escupía desprecio. Como si afinara sus ojos para obsérvame mejor; a quien tanto odiaba.

Fue entonces que levantó su mano y, arrugando la cara y cogiendo impulso para su brazo, lanzó con fuerza el dispositivo a la pared; aquel estruendo fue acompañado con el sonido de piezas pequeñas cayendo sobre el piso. Sucedió tan de pronto que no tuve tiempo para reaccionar apropiadamente, así que después de observar el trozo de metal roto, regresé a mirar a Saeran sin saber qué expresión poner.

Él parecía querer decir muchas cosas, pero no abrió la boca al tener la mandíbula tensa. Al final solo suspiró.

—Se me resbaló —soltó sin más.

Sentí un cosquilleo en mi nariz. Tensé mi mandíbula y retuve mis ganas de darle una bofetada —en caso que se animara en devolvérmela peor— tragando saliva varias veces. Caminé a recoger mi pequeño celular hecho añicos, agachándome y estirando mi brazo por debajo de una mesita decorativa.

En silencio apreté el botoncito una vez uní como pude las piezas que se habían salido, y esperé a que encendiera. Pero estaba pasando más tiempo del que necesitaría siempre para prenderse.

Ya… no funciona.

Para ese tiempo creí que Saeran ya se había marchado hasta que escuché su voz detrás de mí.

—Cómprate otro si tan adicta eres a una jodida pantalla para perder el tiempo. Con lo barato que es esa mierda que tienes —dijo, pero le ignoré sintiéndome acalorada, como burbujas hirviendo en mi pecho. Quizás estaba irritado porque le ignoraba, no sé, pero caminó hasta llegar a uno de mis costados para mirarme directamente, y una vez lo hizo, soltó aire por la nariz, como si le hubiese contando un mal chiste— ¿Estás llorando? ¿Es en serio?

Toqué debajo de mis ojos y noté la humedad en ellos. Me sentí humillada y desvié la cara a otro lado. De pronto empecé a sentir pequeños temblores en mi cuerpo.

Maldición.

—¿No te lo dije yo desde el principio, que te agobias de problemas insignificantes? Estás llorando por un maldito pedazo de metal. Es evidente que la vida te ha malcriado, princesa —siguió menospreciando mis sentimientos.

Pero no quise escucharle, y aun con el shock de quizás haber perdido este “maldito pedazo de metal”, seguí intentando por encenderlo.

¿Por qué le importaba si Kim y yo cenábamos? ¿Por qué parecía tan molesto sin razón comparado a otros días? ¿Qué encontró en mí que le parecía divertido? ¿Qué fue ese tifón en sus ojos?  ¿Qué intentó balbucearme? ¿Por qué estrelló mi celular contra la pared? ¿Por qué me odiaba tanto?

¿Por qué respondía tan furioso ante las cosas más diminutas?

—M-mi hermano pequeño… —murmuré para mí apretando los dientes, aun sin mirar a Saeran—. En esta cosa rota había las únicas fotos que tenía de mi hermano pequeño, y…

Me sentí avergonzada hablando, y también frustrada y enojada, así que me callé. El silencio en la sala me hizo pensar que el albino ya se había ido, por lo que no vi más sentido a quedarme. Pero en cuanto me giré para avanzar por el pasillo, me encontré a Saeran, aun plantado en el mismo sitio, llevando la expresión más rara que jamás había visto en él; casi ensombrecida, aunque no parecía de furia. Sin embargo, no reparé mucho en ella y solo caminé con intenciones de irme a mi cuarto, aunque me detuve un segundo cuando llegué a su lado.

No me enfoqué en su rostro, pero si noté que me veía por el rabillo del ojo, aun con la mueca rara.

—Te pedí que no borraras nada de la galería, por tanto, sabías que tenía algo de valor ahí… y aun así no te importó… destrozar… este maldito pedazo de metales —mascullé con una voz bajita, pero sofocada en rencor. Exhalé con fuerza, frunciendo mis cejas— ¿Por qué esperé decencia de ti en ese momento? Mi culpa.

Después de esas palabras, quizás tapadas por la lluvia sin siquiera ser escuchadas, me retiré con paso acelerado.

 

(***)

No había luz en la habitación, y la llovizna aún se escuchaba afuera de la ventana con cerradura. Mi espalda estaba acostada en el respaldo de mi cama, y mis rodillas cerca de mi pecho. Volteé a mirar la mesita que estaba arrimada a la pared donde se encontraba mi mochila junto a mi celular roto; este último ya hacía ahí luego de haber trasteado con él desde hace quizás una hora. Me permití menospreciarme y rebajarme un rato; era capaz de arreglar el inventario digital de la cafetería cuando se atrofiaba, pero recuperar las fotos de mi hermanito parecía imposible para mi cerebro inútil.

Descansé mi mentón sobre mis rodillas, pensando en él. Mi hermano, cinco años menor que yo, a quien llamaba escarabajo y quien murió hace aproximadamente un año.

En su momento, en lugar de ponerme a llorar, me enfoqué en encontrar la causa de muerte, ya que la policía no supo darme algo menos confuso y poco aclaratorio que “sobredosis”. Solo tenía una pista; en el bolsillo del ultimo pantalón que usó, que estaba húmedo ya que su cadáver fue encontrado en un bosque en temporada de lluvias, hallé una tarjetita casi deshecha, pero con sus letras aun legibles.

“Magent, where everyone is happy”. Frente a la policía casi me ponía a carcajear de la ironía.

A partir de esa sola línea revisé diferentes medios; páginas de noticieros, libros, pdfs, foros; relacionando la palabra “Magent” con leyendas urbanas, sectas, organizaciones criminales, químicos nocivos recientes, métodos de suicidio con químicos, técnicas de asesinato con químicos, brujería, entre otros. Así también intenté comunicarme con personas de muy mala reputación para saber qué era lo que produjo la sobredosis —lo que no resultó ser difícil encontrarlas, ya que los vecinos de mi barrio no tenían el historial muy limpio; lo complicado fue convencerles que no me arrancasen los dedos una vez que me reunía con esa gente—. Todo ese proceso autodestructivo de meses me arrastró hasta aquí.

En esa cama empecé a reflexionar sobre la posibilidad de que mis prioridades estaban mal organizadas, o mis ideas estaban más orquestadas, que estaba siendo muy impulsiva con todo esto.

Quizás no debí forzarme a no dormir durante días. Quizás no debí arruinar mi alimentación. Quizás no debí arriesgar mi vida.

En lugar de hacer esas cosas que fueron la consecuencia de estar concentrada en la investigación acerca de esa maldita tarjeta, quizás debí haber superado su muerte, olvidarme de mi obsesión. Hacer cosas normales que las personas normales hacen cuando pierden a un ser querido; asegurar las fotografías donde aparecen ellos en la jodida nube, por ejemplo.

Solté un largo suspiro, sintiendo mi nariz moquear.

Maldito saeran. Hijo de la putísima mierda.

Saeran era un bastardo. Un maldito inmaduro de mierda. Un trastornado del infierno. Un hijo de perra que seguro ni sus padres lo aguantaban. Me tenía harta a tal punto de la migraña. Él no tenía ni una jodida necesidad de destrozar el móvil.

  1. UNA. ¿Por qué diablos lo hizo?

Solté otro largo suspiro.

Aun así, recordaba los ratitos agradables que fueron muchísimo menos que los insufribles con él. Me daba tanta rabia que, de todas las personas, fuese él quien estaba comportándose de esa manera, porque creí hace como una semana que estaba cambiando para bien. Uf. Fue estúpido de mi parte asumir eso.

Esta vez no suspiré, sino que apretujé mis manos entre sí. Saeran puede irse al jodido infierno. Me sentí tan enferma de odio hacia él; ya no se trataba de mí, sino que sus acciones habían perjudicado algo valioso que era lo único que me quedaba de mi persona valiosa. Quizás había tardado demasiado, pero por fin el líquido se había rebalsado de la copa.

Y pensando en personas desagradables, ¡la carta de la bruja!

De pronto recordé lo que me entregó Kim hace horas por lo que aparté las sabanas de mi regazo y corrí a una de las gavetas donde guardé el sobre y me dispuse a leer la nota.

«Estimada _________.

Con esta misiva vengo a otorgarte el honor de ser invitada a ser parte de una junta secreta nivel A donde, bien no se te revelará la mayoría del tema tratado al ser un seguidor nivel C, de igual manera serás partícipe al final de esta. En resumen, he decidido alinear unos detalles contigo respecto a la misión, habiendo escuchado de tu desempeño durante más de dos meses en Magenta.

Deberás visitar la oficina 3E44 del piso 3 el **/11/20** (en 3 días, concretamente) a las 17h.

Siendo que he decido comunicarme por medio de una nota antes que enviar un mensajero con el asunto vía oral, te darás cuenta que esto no debe saberse. Por tanto, te pediría que no le menciones a nadie el contenido de la misiva.

Pd: Aprovecharé para acordar una cuestión aparte contigo.

Saludos cordiales, Rika.»

La carta terminó con una sofisticada firma.

La reunión vendría siendo el mismo día que la de Kim. Fruncí mis cejas e hice una mueca de hastío. No deseaba verla, la detestaba, pero no tenía otra opción. Debía acumular puntos de confianza con Rika si quería cumplir mi meta en Mint Eye: acabar con su institución y autoridades relevantes empleando procesos judiciales.

De esta manera no habrá más personas como escarabajo.

Notes:

Por cierto, tenemos una pequeña referencia a un shoujo, ¿la notaron?

Chapter 9: El infantil deseo de aparentar fuerza.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Me parece horrible que nuestros compañeros nos abandonen a usted y a mí aquí, limpiando, solo porque se están organizando para un asunto x de Mint Eye. Quiero decir, ¿el Salvador no ha pensado que ciertos miembros tendrán mucha más carga debido a estas actividades secretas? Pareciera no ser muy considerada.

Sonreí rodando los ojos. Al chico le gustaba cuestionar a Rika muy seguido, como su disgusto por el elixir; y claro, no quería cortar ese espíritu revolucionario, pero no podía evitar pensar que también era irónico.

—Hyeong, ¿no te escuché decirle a tu amigo que pensabas mentir diciendo que también iban a ocupar tu ayuda para así escaparte de tus responsabilidades, dejándome sola con el trabajo? —pregunté con una sonrisa cómplice, mientras lustraba una estatuilla.

Alcé mi mirada un segundo y vi como el chico se ponía inquieto y avergonzado por haber sido descubierto.

—¡E-eso era antes! —aseguró—. Aunque seamos solo dos en esta sala, acabaremos rápido. No la dejaré sola.

—Si quieres, márchate —le concedí—. Pero en lugar de hacer el valgo por el patio, cuélate al otro salón donde tu amigo está aseando y ayúdale.

Esta vez su compañero fue trasladado a otro grupo para suplir la falta de personal; esa habitación era gigantesca.

—Está bien sin mí, debe estar harto de que lo siga a todas partes —habló con la cara roja mientras acomodaba libros en un estante.

—Ajá.

Hice silencio y esperé pacientemente. Uno, dos, tres…

—¿De verdad puedo irme? —regresó a mirarme. Casi podía ver sus ojos brillar.

Apreté mis labios para no soltar un resoplido que parecería más una risa.

—Corre por tu novio —bromeé.

—Que tonterías dice, señorita —me regañó seriamente. Pero su rostro aún se mantuvo rojo—. Gracias. Le debo una y juro se lo pagaré.

—Ajá, ajá. —No esperaba compensación. Los jóvenes hablaban sin conciencia muchas veces.

Finalmente me quedé sola ocupándome de la limpieza de toda una habitación. Aunque sonase agotador o injusto, en realidad, esta no estaba tan desordenada al ser una oficina que no se utilizaba mucho. Se hacía aseo más por protocolo que por necesidad.

Cuando terminé con las diminutas decoraciones y otros muebles, me giré hacia un estante que todavía le faltaba remover los libros para desempolvarlos. Subí dos peldaños de la chica escalera que usaba de apoyo y empecé a retirarlos de tres en tres, en lo que los dejaba luego sobre un escritorio. En eso, de reojo noté que entre varias enciclopedias algo se había deslizado y caído, por lo que volteé al suelo encontrándome con un portafolio con sus hojas salidas.

Con mi entrecejo fruncido, bajé de las escaleras y me dispuse a recoger las páginas y reunirlas. Mis ojos se abrieron sin disimular ni una pizca cuando leí que el encabezado de la primera página destacaba «Perfiles de fuerza de combate y manejo de armas para el protocolo EQ337Y». No podía ser… ¡Documentos privados de Mint Eye! ¡Era una oportunidad ofrecida por los dioses anti-sectas! ¿Quién habría sido el pobre desgraciado tan descuidado como para dejar algo tan confidencial en una sala cualquiera? ¿Lo había olvidado?

No había cámaras que me detuvieran en aquel salón, solo en el pasillo frente a la puerta —el presupuesto no daba para mucho, supuse—. Tenía tanto a mi favor que hasta daba miedo; como si fuera a vomitar mis nervios. Sin embargo, si bien esos documentos me servían de evidencia sobre los movimientos ilegales de Mint Eye —un equipo de lucha que portaba armas, posiblemente no autorizadas—, no podía tomarle fotografías en ese momento. La única solución era guardar el portafolio hasta encontrarme con Kim, quien mínimo tendría un móvil.

¿Pero no registrarían el lugar buscando esta carpeta? Mi trabajo sería esconderlo apropiadamente.

Suspiré con fuerza, tragándome la emoción que hervía en mi pecho, y me dispuse a leer superficialmente, echando un debido vistazo a cada folio. Como dictaba el encabezado, se trataba de un recopilatorio de algunos de los seguidores de Mint Eye, que incluía fotografías de frente y perfil junto a datos personales, físicos y habilidades de combate o espionaje. Entonces, alcé mis cejas de sorpresa cuando hallé entre los miembros seleccionados información sobre el imbécil de Saeran.

“Enviarán una patrulla a una misión clasificada muy lejos de Magenta, y yo les acompañaré como guarda”. Até cabos por mí misma.

En la fotografía archivada aparecía él con su mismo color de cabello y sin verse tan joven, lo que indicaba que había sido tomada recientemente —¿un año?—, pero había una clara distinción entre esa mala cara que se apreciaba en la foto al terrible semblante que desde que lo conocí y hasta ahora portaba; bolsas profundas debajo de sus ojos y una mirada brillante en la obscuridad, pero carente de vida; parecía empeorar conforme el tiempo avanzaba.

Hice una mueca con los labios sin ser muy consciente de ello y me quedé más tiempo del necesario con ese folio por sencilla curiosidad. En su ficha se mostraba un sinfín de datos —59 kg…— como su capacidad en destrezas informáticas y el manejo con las armas, y su incompetencia en esfuerzo físico como resistencia o su misma salud por su débil sistema inmunológico.

Pasé de los datos que serían relevantes para una misión como guarda y seguí con las observaciones personales, y la garganta se me secó y junté mis cejas cuando leí sobre sus vínculos familiares. ¡¿Qué?!

«Saejoong Choi, primer ministro de Corea del sur (padre biológico)»

Tragué saliva del asombro. Un hombre en verdad importante para el país, que trabajaba por postularse para presidente —con la prensa respaldando su supuesta rectitud—, había abandonado a su hijo en el infierno, dejándolo morir lentamente. ¿Esta información era real? ¿Rika tenía evidencia, un comprobante que lo avalase? ¿Cuántas personas en Mint Eye conocían esto de Saeran? ¿Saeran lo sabía también?

Demonios… ¡Demonios!

—Su padre… —murmuré, sin terminar de creérmelo.

El apartado con relación a su familia tenía más contenido, pero no pude continuar leyendo porque escuché una voz seca que me bajó la presión.

—¿Qué demonios estás haciendo?

La piel se me erizó y algo se me atoró en el estómago. La llegada de Saeran no podría haber sido más inconveniente; pero intenté actuar tranquila y recogí los demás folios con paciencia.

—¿Qué? —cuestioné en mal tono, como seguramente habría hecho si le volviese a hablar luego de nuestro altercado del día anterior, cuando en realidad no estaba enojada; más bien nerviosa y con un nudo en la garganta que me hacía pasar saliva veinte veces cada segundo—. Nada. Algo cayó y lo recogí.

No respondió, en cambio avanzó del marco de la puerta hasta el centro de la oficina, cerca donde estaba agachada.

—“Nada” —reflexionaba para sí—. Tu rostro no dice “nada”.

¿Qué cara tenía?

—¿Qué haces aquí? —decidí cambiar el hilo de la conversación.

—El Salvador —resumió.

Seguro le pidió que me echase un ojo.

Más allá de ahora conocer un secreto pesadísimo de Saeran, por lo que me hallaba de todo menos calmada, el rencor empezó a aparecer nuevamente y me quemó el estómago. Me disgustaba verlo y tener que convivir juntos en las mismas cuatro paredes. Pero mi palabra y la suya eran insignificantes; la autoridad era Rika.

Cuando estaba despistada, Saeran se acuclilló a mi lado con las piernas abiertas; sus codos descansaban en cada rodilla.

—¿Qué lees? —exigió. Algo agrio se alojaba en su voz. Daba miedo.

—Horarios de aseo. Me los dejó mi supervisor.

Me levanté con el portafolio en el pecho. Pensé en mentir acerca de irme a los baños, pero entonces, Saeran también se puso en pie y me arrebató la carpeta de las manos. Habiéndolo notado, deslizó el dedo justo en la página donde tuve el pulgar antes, por lo que encontró rápidamente lo que leía de él. El estrés se me subió a la cabeza, dejándome el corazón enloquecido del pánico.

Maldición. Maldición. Maldición. Maldición.

—Devuélvemelo —intenté recuperarlo, pero ya era tarde.

Quizás apenas leyó dos palabras porque en un instante levantó su mirada a mí por encima de los documentos, con la nariz arrugada y las cejas más que juntas.

—¿Qué hacías con esto? —murmuró con un tono sombrío.

Algo se retorció en mi vientre. Mi mente estaba tan en blanco que no sabía ni qué mentira inventar.

—Nada. No leí nada. Solo lo encontré y-

—Farfullaste algo antes —comenzó a decir. Parecía querer arrancarme la cabeza, pero se estaba conteniendo. Como siempre, sus ojos eran honestos en cuanto a su odio desmedido hacia mí; estaban quietos y totalmente desorbitados. Cerró el portafolio y lo bajó a un costado de su cuerpo, sin desviar su atención—, ¿no?

Comencé a sentir mi nuca sudar y mi respiración a trabarse.

—No.

Con paciencia empezó dando amplios pasos mientras yo retrocedía con premura hasta que choqué de espaldas con un armario de libros, eso hizo la madera crujir. Pasó un brazo al lado superior de mi cabeza, apoyando la mano en una tabla de la repisa, y encorvó su espalda para acercarse a mi rostro. Me sentí pequeña.

—Te escuché, mentirosa de mierda. Dijiste “padre”, ¿no? —habló inexpresivamente, lo que me daba aún más terror.

—No, yo no-

—¡¡NO ME MIENTAS, MIERDA!! —Explotó finalmente, enfurecido, gritándome a la cara. Yo del sobresalto me encogí en mí misma. Me miraba con el rostro descompuesto, su pecho subiendo y bajando como si algo que necesitaba sacar estuviera atorado ahí, y la mano que estaba en la repisa se había empuñado con fuerza. Tragó aire como si no hubiera más en la habitación— ¡¿Por qué putas estás investigándome?! ¡¿Cómo demonios encontraste esto?! ¡¿Sabes lo que te hará el Salvador cuando se entere?! ¡¿Sabes lo que yo te haré ahora?! ¡¿Eh?! —Dio un golpe con el puño cerrado al estante, sacudiendo el mueble y permitiendo que algunos libros cayeran. Me cubrí con los brazos y doblé un poco las rodillas; me estaba sofocando del terror—. ¡¿Lo sabes, maldita?! —cuestionó, soltando aire por su nariz, pareciendo una bestia.

Me dieron ganas de llorar del miedo, aunque ni una lagrima escapó. Estando cerca de Saeran solo podía sentir pavor y desilusión.

¿Cómo fue que en un momento esperé otra cosa?

—Yo… —No tenía palabras. Solo estaba preocupada de no ahogarme con la saliva que se juntaba en un bulto en mi garganta.

Nos veíamos a los ojos mutuamente con una intensidad propia de nosotros. Siempre nos mirábamos con resentimiento, con dolor, con angustia; siempre eran emociones bruscas y tristes.

—No tienes ni una puta idea de lo cansado que estoy de ti—masculló con la mandíbula tensa—. Te lo repito tantas veces y sigues haciendo mierdas así. ¿Buscas provocarme, acaso? Todo el tiempo desde… desde… maldita sea. ¿Por qué no te detienes, mujer? ¿Por qué continúas inmiscuyéndote? ¡¿Por qué no me dejas en putas en paz?!

Hundí mis cejas de la indignación y arrugué la cara. Pronto escondí mi miedo en un sitio muy profundo, así podía fingir que este no existía al menos por un segundo.

—¿Yo en qué demonios te estoy jodiendo, Saeran? ¿Yo, de verdad? —gruñí.

—¡¡Sí!! ¡Tú! Siempre estás diciéndome estupideces, siempre estás metida en mis asuntos. Primero preguntabas idioteces que ni al caso, y luego, y… —comenzó a reírse, casi como si quisiera llorar—, y yo, ¡Estoy jodidamente agotado de ti! ¡Estoy agotado de sentirme así!

—Yo- ¡Yo no te estoy haciendo nada! ¿Qué diablos te ocurre? ¡Pareces un puto lunático! —exclamé, irritada.

Soltó una corta carcajada.

—¡¡Así me siento!! Estoy- ¡No puedo estar contigo porque me haces sentir de esa manera!

El enojo se me acumulaba en la garganta.

—¡¿De qué manera dices, jodido enfermo?! ¡¿Cómo un lunático?!

—¡NERVIOSO! —gritó, casi rozando su nariz con la mía. Su aliento se dispersó por mi cara—. Esta sensación de nervios y este presentimiento de mierda que me hace estar alerta contigo. No sé qué diablos estás haciendo, pero te pido que me dejes… por favor —gruñó en un ruego tembloroso.

No dejé de fruncir mis cejas. No terminaba de comprenderlo. ¿Qué le hice?

Maldijo en voz baja, desviando su mirada a varios lados de la habitación; parecía querer irse. Sus manos, finalmente alejadas mí, las apretujaba entre ellas, tenso.

—Por esto prefiero estar solo. No tengo que ver nada, escuchar nada, ni decir nada a nadie; ¡no tengo que decir- decir estupideces que luego yo-! —Exhaló—. Estoy agotado, no quiero sentirme así —Regresó a mirarme después de divagar, y el corazón me saltó del pánico nuevamente—. Tú, una maldita que se entromete hasta-

—¡Yo, lo de tu padre! —interrumpí, sintiendo los nervios por todo el cuerpo— Yo no-

Y su mandíbula se endureció.

—NO LO LLAMES ASÍ, A ESE MALDITO HIJO DE PERRA —volvió a gritarme en ese tan aterrador timbre—. Si tú, maldita asquerosa, le cuentas algo a alguien —amenazó en voz baja, y el corazón se me paró cuando le vi sacar su arma y apuntarme con ella a la cabeza.

Iba a matarme.

Jadeé del horror, viendo de reojo el objeto descansando en mi cien. El pánico era demasiado como para procesarlo, pero eso no impidió que algo en mi pecho se hinchara con calor. Apreté los dientes de la frustración y rabia, sintiendo todo mi cuerpo temblar, creí que en cualquier segundo mis piernas me fallarían.

—¡¿ENTIENDES, MALDITA P-?!

Le interrumpí dándole un sonoro puñetazo en la mejilla, lo que lo hizo retroceder en tropezones. Por esto, el arma cayó de su mano y se perdió debajo de un mueble.

El impulso había arrebatado mi cuerpo. La adrenalina me dejó sin aire y con las extremidades entumecidas, y el dolor se restregaba ardientemente en mis nudillos.

Rápidamente se recuperó. Levantó la cabeza, sosteniendo con una mano su enrojecido cachete que mostraba un terrible aspecto, y me miró con los ojos sumamente abiertos; parecía que su furia había menguado un poco.

—NO DIRÉ NI UNA PUTA MIERDA, MALDICIÓN —grité. Empecé a sentir calor en mi rostro y pecho, y el entrecejo junto la frente me pesaban y dolían de tanto fruncirlos. Quise vomitar de los nervios fusionados con la rabia—. ASÍ QUE NO VUELVAS A PONERME UNA PUTA ARMA A LA CABEZA, HIJO DE PERRA.

Otra vez la respiración me fallaba, agitadamente soltaba y cogía grandes sorbos del aire. Una mezcla de jodidas emociones se arremolinó en mi mente. El terror y el pánico no me abandonaron en absoluto; Saeran representaba algo más allá de lo destructivo, pero a pesar de eso, no dejaría de lado mi desagrado, odio y rechazo hacia él. No permitiría más de su comportamiento, ya no quería tolerar más. La copa había hecho más que rebalsarse, esta estalló.

Y un pensamiento temerario pasó por mi cabeza: si por gritarle a Saeran provocando su ira, terminaría siendo asesinada, que así fuera. No me importaba seguir viviendo en ese momento si para hacerlo debía mantener cerrada la boca.

—Maldita sea, Saeran. Un jodido imbécil de mierda que se crea enemigos —escupí, molesta—. ¿Este maldito trato surge porque te pongo alerta? ¿Por qué? ¿Sospechas que estoy en contra de ti? —Hice una pausa mientras tomaba aire que se me era complicado con los tambores de mi corazón alojados en la garganta—. ¿Te gusta ser quien decide lo que ocurre y lo que se piensa, aun por encima de la realidad? ¿Y qué buscas? ¿Lo que te conviene? ¡Pues hazlo como te plazca, pero, joder, déjame fuera de una buena vez!

Estaba tan quieto mirándome que parecía que ni respiraba.

—¿Por qué me gritas? ¿Quién te da derecho? —musitó sin emoción.

—¡¿Bromeas?! —Fruncí toda la cara—. ¡Me amenazaste con una PISTOLA! ¡¿Aun te extraña que te grite?! ¿Necesito un jodido permiso? —Respirando hondo, intenté calmar esa intensa presión en mi pecho. Entonces solté entre dientes—, Ocúpate de otra mierda para distraerte de tu jodido habito de forzar a todas las personas a tu alrededor a ser contempladas como putos enemigos, como si te quisieran muerto.

Estrujó aún más sus manos, encarnando sus uñas en ellas; su rostro mostraba muchas emociones, otra vez. Yo por un segundo quise pedirle que dejara de lastimarse, que ya mucho había sido con la herida que le dejé que se tornaba aún más roja.

—¡Te callas! ¡No sabes ni una puta mierda de mí!

Durante todo este arrebato me enseñó muchas maneras en la que su cara se contraía. Esta solo cambiaba entre la más pura ira a la más sofocante frustración, y luego volvía a la ira. Un circulo. Quizás aquel tifón que con regularidad veía en sus ojos era por demasiadas emociones, demasiadas palabras.

Demasiadas emociones sin nombre. Demasiadas palabras en un idioma que él mismo desconocía.

Quizás él estaba perdido en una marea. Y yo solo tuve el infortunio de conocerlo.

—No te quito razón, ¡por supuesto que no sé absolutamente nada de ti! ¡¡Y parece que tú tampoco!!

Las arrugas en su nariz se profundizaron, así como el agarre en sus puños —cuando dejó de herirse y las colocó a los costados de su cuerpo.

—¿Qué…?

—Mira, Saeran, y ojalá te quedé clarísimo lo siguiente: sea lo que sea que pase por tu cabeza, ese remolino evidente en tus ojos no lo comprendes y no te tacho eso, pero sí te exijo que dejes esta necesidad de tapar esa maldita tormenta en tu mente con violencia. Yo no sé qué te ha pasado a lo largo de tu vida y no sé ni una mierda de lo que te ocurre ahora, pero yo no tengo absolutamente nada que ver. ¿Entiendes eso? —pregunté apretando los dientes—, yo no tengo porqué recibir tu actitud. Soy yo la que debe pedirte que la dejes de joder, no tú a mí.

» Tu comportamiento paranoico y estos ataques de ira no son un patrón saludable, y lo lamento; pero sigo sin ser la responsable de tus penurias, no tengo que pagar por la frustración que sientes por no entenderte a ti mismo, yo no soy la raíz de tus putos problemas. Solo intenté comprenderte y ser paciente… —Inhalé, pero nada entró, sentía mis pulmones vacíos de hablar tan acelerado— solo porque empatizaba contigo y me recordabas a mí. Yo pasé situaciones de mierda, sobre todo de niña; a diferencia de lo que creías tú, llamándome “princesa mimada”; así que de alguna manera puedo entender esa necesidad tuya de aplastar a todos porque…

Saeran me observaba detenidamente con los ojos muy abiertos. Sus cejas y semblante estaban quietos por la tensión en ellos, pero sus pupilas esporádicamente las notaba agitarse junto a los orificios de su nariz. Atrapado entre la furia, la frustración y el asombro.

—Porque tienes miedo, —como lo tuve de niña. Sin dinero y con mi hermano dependiendo de mí; con una incertidumbre que me mantuvo temblando por el deseo de gritar hasta quedar sin voz, con el anhelo que todos sufrieran igual que yo; queriendo ocultar mi vulnerabilidad de los demás con mi temperamento.

» Aunque no estoy segura a qué.

Y, como estaba suponiendo, quizás él tampoco terminaba de definir el blanco de su temor.

—Que estupidez. ¿Miedo? ¿A qué voy a temer? —masculló.

¿Tú también quieres esconder tu vulnerabilidad?

—¿Intentas mentirme habiéndote engañado a ti mismo, o ya eres consciente?

Sus cejas se sacudieron, disgustado por mis palabras.

Entonces pensé que, si esa alarma suya que mencionó sentir acerca de mí tendría relación con su miedo, como una manifestación de este.

“Por esto prefiero estar solo. No tengo que ver nada, escuchar nada, ni decir nada a nadie”.

¿Qué de todo lo que le habré dicho podría preocuparlo?

¿Por qué, más que el deseo de alejarse de otros, pareciera que quisiera ser un objeto? Semejaba perseguir la personificación de la muerte; no ver nada, no escuchar nada y no decir nada a nadie.

—Este temor arraigado a ti, que buscas ocultártelo y a los demás, está derivando en tus problemas de ira. Saeran, no puedes seguir, necesitas ayuda.

Y eso no es en Mint Eye. No es con Rika.

Algo se quebró en sus ojos. Su semblante estaba a punto de arrugarse de la desesperación, el temblor en su mandíbula lo delataba; pero esa dolorosa expresión se encontraba contenida por el enojo que bullía hasta por sus poros.

—¿Ayuda…? ¿Me estás llamando defectuoso…? ¿Que soy ineficiente? —masculló entre dientes y bajó la cabeza al suelo. La mata de cabello blanco desprolijo ocultó gran parte de su rostro.

“¿Por qué debería exigirle menos de lo que me corresponde? No soy ineficiente”.

El gesto de mis cejas se suavizó.

Nunca se había tratado de excelencia y perfeccionismo nato, o de humillar y despreciar el esfuerzo de otros; quizás solo era una necesidad toxica de demostrar algo. ¿Su valor, acaso?

—No —hablé con más suavidad—. Estoy diciendo que necesitas ayuda y ya. Nadie merece estar cerca de tu personalidad destructiva y tus incontrolables arranques… —De pronto me sentí vacía, triste, y mis cejas bajaron aún más, con pesar. Mi corazón se hundió en un sabor agrio—, ni tú tampoco.

Levantó su mirada poco a poco, y la concentró en mí. Todo enojo o frustración se había desvanecido, como si se hubiera derretido; solo se apreciaba genuinamente sorprendido. Parecía verme como si fuera la primera vez que lo hacía. Como si nos conociéramos de milenios, y después de siglos de no vernos, nos volviéramos a encontrar de pura casualidad. Así describiría su expresión.

Por un segundo creí ver tras los mechones blancos de su pelo que sus ojos brillaban de humedad, pero no pude asegurarlo.

—Fue un tiempo corto, quizás poco más de una semana, no lo recuerdo; pero lo noté. Saeran, tú no eres solo un chico que grita cuando está nervioso, no eres solo alguien que menosprecia e insulta, no eres solo una persona que destruye a otros o a sí mismo.

» Si fuéramos solo un lado de la moneda, no tendríamos volumen. Seríamos más planos que un papel. No seríamos humanos.

Mientras hablaba su cara de estupefacción no cambió, sin embargo, su cuello junto a la manzana de adán, sus labios, sus pupilas y sus dedos parecieron estremecerse, temblar.

Noté todas esas veces que tragó saliva.

—También eres un chico que encontró encanto en la pequeña y efímera belleza de las flores, siendo la razón por las que te gustan y actúas de manera agradecida con ellas; también eres alguien que finge no conmoverse cuando le ofrecen cumplidos porque los aprecias y eso te da vergüenza; también eres una persona que escucha atentamente a otros y se interesa por ello, aunque, otra vez, finjas que no. Hace tiempo te vi solo en los jardines leyendo una enciclopedia de aves, puedo suponer porqué, ¿o vas intentar mentirme en que no fue por el herrerillo que observamos juntos?

» Incluso, es posible que haya mucho más que no sepa porque, como dije, no te conozco nada; y yo creo que las personas siempre tienen más en sí mismos.

Saeran mantuvo sus parpados bien abiertos, pero cuando pestañeó dos veces, por primera vez desde que lo conozco aprecié una lagrima hacerse un fino recorrido por su mejilla. Fue un verdadero asombro para mí, que faltó poco para que mis ojos también se humedecieran; nunca lo había visto tan sensible como en ese instante. Aún mantenía esa expresión anonadada y atenta en sí, con el agregado que su nariz empezaba a teñirse de rojo.

Esa expresión atenta. Siempre había notado cuan atento era cuando le conversaba, aunque fuera el tema más aburrido e irrelevante del planeta; esa mirada en sus ojos era la misma que portaba ahora.

Resoplé con fuerza.

—Te odio y desprecio —confesé seriamente, tanto que mi voz salió gruesa. Me obligué a no sentir culpa de ser honesta después de haber apreciado esa vista tan deprimente en él—. Destruiste algo importante para mí y tuve que soportar cada palabra hiriente tuya, temiendo si alguna vez me levantarías la mano. No quiero tenerte más en mi vida, te aborrezco; sin embargo, no deseo que seas infeliz. Mi insignificante, aunque real odio no está relacionado a cómo debes o me gustaría que vivieras.

» Saeran… hay detalles minúsculos en ti que de alguna manera fueron enterrados dentro, por lo que solo sobresale este temperamental tú. Pero hazte un favor y no permitas que esas cosas bonitas acerca de ti que aun conservas desaparezcan para siempre, evaporándose. No te obligues a vivir en ti cuando ni siquiera te estimas.

» Porque estoy segura que la persona que menos desea estar contigo, eres tú.

Saeran jadeó, casi como un sollozo, y rápidamente restregó su cara usando sus nudillos y antebrazo derecho. De esta manera se dio cuenta de la lagrima que había corrido hace tanto por su moflete. Parecía avergonzado de mostrar cuan frágil era su corazón ante mí, por eso esperé que volviera a levantar sus murallas, a gritarme; resaltar su mal carácter, su violencia. Pero solo se mantuvo en silencio. Su mandíbula estaba inquieta, así como el fruncido en sus labios, aunque dudaba que fueran por un ferviente enojo.

Quizás era por un cobarde deseo de aparentar fortaleza y apatía. Un tímido e infantil deseo de no sentirse tan diminuto como en ese momento.

Tal mueca lastimera hirió mi alma, pero de todas maneras evité relucir eso.

Deslicé la mirada al suelo, encontrándome con el portafolio que había comenzado esto; lo cogí y lo lancé a los zapatos lustrados de Saeran.

—Tómalo —Mi tono seguía apagado—. Quiero que sepas que no tengo intenciones de decir nada sobre ese hombre. Nunca las tuve en un principio.

El asunto de su padre no era relevante para mi plan. Aunque, sí la carpeta en general…

Giré sobre mis botas hacia la puerta, pero antes de irme, lo observé por encima del hombro. Estaba mirándome. Sus ojos mostraban cansancio gélido, casi rencorosos; pero no lo podía tomar como amenaza o algo relacionado debido a su nariz roja y ojos húmedos.

—Fuera lo que fuese que te pasó y te llevó a odiar al mundo, que sepas que yo no soy el puto mundo. Yo no soy la razón por la que estás tan angustiado, la raíz está enterrada en ti; eres tú quien te atormentas. Aprendí que no hay caso en callarme; ya no bajaré la cabeza a ti, jamás. —Con la cabeza hice un gesto a la carpeta—. Si vas a decirle algo a Rika o no, no me interesa. Mátenme si quieren. Me da igual todo.

» Por ultimo —Me giré por completo en su dirección y aprecié atentamente esa expresión fruncida, sirviendo de caparazón para esconder su mirada dolida y reflexiva—. Eres un adulto; es momento que tomes responsabilidad por todo lo que se distorsionó y terminó derivando en quien eres ahora, aunque no haya sido culpa tuya. Te corresponde resolverlo. A nadie le concierne más esto que a ti. Nadie te ayudará si no eres tú.

Mis botas con tacón de baja altura se escucharon por los pasillos luego de salir de aquel cuarto.

Aun con mis duras palabras, en mis pensamientos le deseé suerte a quien estaba solo en una habitación tan fría de tristeza y calurosa de arrebato.

Notes:

Este y junto al capítulo 6 fueron los más díficiles de escribir, pero también mis favoritos. Saeran es solo un niño llorón que intenta ser adulto, se agüitaba por un poquito de empatía. Ay, pero ojalá lo fusilen (JAJAJ). ¿Apuntar con un arma a la mujer que te hace sentir bonito pero que intentas que no te agrade? (¿¿¿???).
Por cierto, no estoy segura si quedó claro, pero el joven del principio es el mismo que aparece en los capítulos 4 y 5. Es un secundario más, no le den importancia.

Chapter 10: Miradas sumergidas en silencio.

Notes:

LEVANTENSE. DOBLE ACTUALIZACIÓN PQ SE ME OLVIDÓ ACTUALIZAR. JAJAJ.

Chapter Text

Una fría tarde me encontraba ocupada. Me abotoné una camisa blanca, subí la cremallera de tiro alto de unos pantalones color marrón y me abotoné un chaleco del mismo tono. Sentada a la cama, me puse el cierre de las botas de tacón bajo; donde meticulosamente escondí un pin de cabello que afilé yo misma a falta de algo más letal a mi disposición, por si acaso.

Después de cepillarlo, sostuve mi cabello en una coleta alta, el cual había crecido hasta un poco más abajo de mis hombros. Me coloqué pendientes sutiles, y empecé a aplicarme base de maquillaje.

¿Por qué tanto preámbulo y esmero en mi apariencia? Pues, ese día marcaría un punto y aparte en mi vida, ya que se daría a lugar una cita con Rika por la tarde y otra con Kim por la noche.

Era una mujer atrevida, prácticamente de la calle, de las esquinas. No me conformaba con uno, ¡sino que buscaba atrapar a dos! Los limites no formaban parte de mi filosofía.

Solté una risa vacía por mis pensamientos. Dejando las bromas bi-cicletas-sexuales sin gracia a un lado, en realidad, ambas reuniones sí tenían un gran peso, definirían mis próximos movimientos en Magenta. La supuesta confianza de Rika podría pender de un hilo —si es que no la hubiera perdido ya—, por tanto, estaba condicionada a sus deseos y caprichos. Tenía que ordenar mis cartas y establecer un plan y, si fuera posible, concretarlo con Kim.

Lo de arreglarme para la “cita” era más un chiste de mi parte que algo hecho en serio, pues me era indiferente con que aspecto me presentara ante Rika. Aunque, en cuanto a Kim, ya que nos reuniríamos a escondidas sí me cambiaría a una ropa sencilla para pasar un poco inadvertida.

Una vez terminé con el maquillaje, suspiré frente al espejo. Me hallaba inquieta. No sabía los motivos de Rika, No estaba segura de qué querría hablarme, o si mi vida se encontraba en peligro. Y como agregado, Saeran sabía que yo había dado con información confidencial de Mint Eye, y aunque hubiera sido por accidente y lo confesase así, no me salvaría de las sospechas. Podría volver a prisión.

Adiós, bonitos vitrales con cerrojos y cama mullida. Hola, celda sin ventanas y simpáticos amigos de celdas.

Mi pregunta era si ya lo habría reportado, y si no, ¿a qué esperaba? La incertidumbre me dejaba con dificultades para dormir; aun cuando esto último ya era casi rutina.

Después de prepararme y mentalizarme, salí de mi cuarto y me dirigí hacia la tal oficina que la carta había indicado. La puerta de la oficina se encontraba custodiada por dos muchachos, aunque me permitieron pasar cuando mencioné mi número de seguidor.

—Buenas tardes —habló.

Dentro de la sala tristemente iluminada, debido al predominio de las nubes gruesas en el cielo que tapaban la luz natural, se hallaba una alargada mesa repleta de documentos por encima y rodeada de sillas a su alrededor. Todas vacías, excepto por una. Supuse que recién había finalizado la reunión que se había mencionado en la carta, lo que justificaría el porqué estaba ella en dicha sala tan pronto. Volteé a mirar a Rika, quien no se tomó las molestias de recibirme de pie. Solo se limitó a sonreír alzando sus marcados pómulos, haciendo que el iris de sus ojos fuera apenas visto.

Me pregunté cuántos cadáveres habrían atestiguados esos preciosos ojos. ¿Escarabajo habría logrado conocerla en algún momento?

De solo mirarla deseaba rechinar los dientes.

—Por el paraíso eterno —saludé casualmente.

—Por el paraíso eterno.

En cuanto tomé asiento frente a ella, deslizó sus finos labios, diciendo.

—Falta una persona más.

Arqueé una ceja.

—Disculpe…

En eso escuché a la puerta detrás de mí abrirse, cosa que me interrumpió. Cuando observé por encima de mi hombro, noté primero su cabello claro asomándose por la sala y luego reparé en sus ojos decaídos.

Saeran.

Parecía estar en las mismas que yo, porque cuando su atención cayó en mi presencia también se vio sorprendido.

Fue entonces que, mirándolo con detenimiento caí en el estado en que se encontraba su mejilla; una pequeña mancha oscura. Solo había pasado un día y ya se veía horrible.

—¿Mujer? —murmuró, frunciendo sus cejas. Seguido, apartó sus ojos de mí y se dirigió a Rika con un tono demandante— ¿Qué sucede?

—Buenas tardes a ti también, Saeran —respondió Rika, ajena a la tensión que se había formado entre el albino y yo—. ¿Recuerdas la vez que comimos en esa terraza? Te comenté que tenía una cuestión que acordar contigo, pero se me pasó aclararte que sería junto a una compañía extra.

El chico apretó la mandíbula, quizás inconforme, pero no se negó y agarró sitio cerca de la rubia. Viéndolo de frente, pude notar mejor su rostro; una mezcla entre frustración e inquietud.

No esperaba esa reacción tan “pasiva” de su parte. Es decir, la última vez que nos vimos amenazó con dispararme y ahora parecía un animal asustado mirando a la mesa o a la pared, mientras fruncía todo el rostro, hastiado. Bueno, ya éramos dos quienes se querían marchar pronto.

Sin embargo, este cambio de comportamiento, ¿por qué? ¿Se debía a Rika, quien quizás sería capaz de domarlo, u otra razón?

Porque a mí no me está mirando en absoluto. Me evita.

Por lo pronto, enserié mi semblante y crucé las piernas, dirigiendo una mirada estricta a Saeran, quien la notó de reojo, y después pasé a Rika, esperando a que abriese la boca.

—Que gusto verlos a ambos, juntos. No he curioseado respecto a cómo se han llevado últimamente, pero espero que entre ustedes haya surgido una sana convivencia.

—Sí, dentro de lo que cabe —contesté con el ceño fruncido.

Saeran, quien tampoco portaba buena cara, no articuló nada.

—Ah, ¿sí? —Con una sonrisa, se giró hacia Saeran directamente —. Nunca me hablaste de ella en todas las meriendas que tuvimos; me preguntaba por qué.

La miró de reojo con indiferencia. Luego deslizó sus pupilas a mí. Esa acción fue suficiente para ponerme alerta; lo observé con cierto rencor hundiendo mi entrecejo.

—Solo reportaría por actividad sospechosa —habló duramente.

De pronto mi estómago se sintió vacío.

No me faltó mucho para abrir mis ojos como idiota, pero me contuve. El aire en mi garganta se trabó y en mis pulmones parecía no haber nada. Fue en ese momento que mi mirada se posó en Saeran con el mayor disimulo que pude, ocultando mi incredulidad; aunque él no me devolvió el gesto y se quedó escuchando atentamente a Rika quien decía cosas que yo no atendía.

Me está cubriendo. Aun cuando me encontró con esos documentos, aun cuando amenazó con advertirle a Rika al respecto; aun así, Saeran me estaba cubriendo. No tenía ni un sentido.

Es… ¿Era una trampa? ¿Me estaba poniendo a prueba?

¿Por qué aún no estaba encerrada en el sótano? Ya poseían evidencia suficiente para hacerlo; los mapas de los pisos en mi mochila y el hecho de que cayó en mis manos información privada.

Me había preparado para defenderme físicamente, incluso a puños; no para esta estratagema psicológica.

—Disculpa —habló Rika para espabilarme, yo respingué en mi sitio—. Ya se está alargando esta pequeña reunión, es mejor dar comienzo de una vez. —Entonces carraspeó—. Escuché acerca de tu desempeño en las cocinas respecto al ámbito informático; algo sobre verificar el cableado de las computadoras y configurar el registro de inventario. Es sorprendente.

De pura suerte sabía algo de informática; lo básico de lo básico.

—Ya, sí —respondí con duda. Tenía un mal presentimiento hacia donde iba a parar esa conversación.

—Estoy contenta que este departamento tan infravalorado (sin razón, honestamente) te tenga para resolver estas dificultades, que, de hecho, están fallando con mucha frecuencia —Echó un vistazo rápido a Saeran—. A decir verdad, me parece una vergüenza que te hayas hecho cargo del inconveniente varias veces cuando contamos con un equipo informático especializado. —Aun portando una sonrisa, su tono de voz fue un claro reclamo al muchacho, quien se mantuvo en silencio sin despegar los ojos de la mesa.

El Departamento de seguridad informática y de informática general estaban levemente fusionados debido a la escasez tanto de profesionales como de aficionados en la materia. Por tanto, era sencillo adivinar que Saeran estaría tan acoplado de trabajo que seguro no podría ni voltear hacia una computadora vieja de la cocina.

Estreché la mirada y toqué con mi lengua el interior de mi boca, intentando no exteriorizar mi molestia. Detestaba a los adultos como Rika; tan obsesionados en que los jóvenes y niños supieran tantas destrezas como granos en un puñado de arena, con la absurda idea de engullirlos y someterlos hasta que en ellos la exigencia enfermiza se volviera rutina, hábito, “normal”.

En ese momento Saeran no se mostraba afectado en su superficie, pero cuando contemplé aún más su rostro pude notar lo transparente que era en realidad; se veía cansado y casi magullado. Se me ocurrió que podría sentirse incompetente, y por eso no contradecía a Rika; quien figuraba una imagen materna, aunque retorcida, para él.

Por mucho que lo despreciase, mi yo de niña se vio reflejada en él, otra vez.

Otra vez. Maldición.

—Mi Salvador, ese desdén en su tono es innecesario. —Mi voz sonó gruesa y apática por alguna razón—. Más que yo es usted conocedora sobre lo cargado de trabajo que está Saeran. Por supuesto no tendría tiempo para solucionar lo del registro digital.

El chico abrió un poquito sus ojos y pareció levantarlos de la mesa con disimulo.

—Claro —concedió con un deje malicioso, aun sonriendo—. Saeran apenas está aprendiendo a ser mínimamente eficiente. Naturalmente cometerá errores estúpidos y desatenderá cuestiones con excusas irrelevantes como que lleva mucho trabajo. La solución es una correcta organización del tiempo y ser menos inútil.

—Es así —reconoció Saeran en disculpa, con voz firme, aun con la vista a la mesa.

Pronto recordé todas las veces que Saeran me llamó inútil. De Rika lo había aprendido.

Esa mujer era una hipócrita.

De las primeras cosas que me dijo cuándo nos conocimos fue acerca de su filosofía; su inconformismo hacia la desinteresada sociedad que exigía a cada individuo a ser un engranaje funcional sin tomar en cuenta sus sentimientos; como piezas pequeñas para formar un reloj, objetos insignificantes. Y, sin embargo, al mismo tiempo, presenciaba como esa misma mujer que expresaba tales palabras se imponía como una sociedad inconsciente frente a un individuo por no sucumbir a sus exigencias.

¿De qué sistema social buscaba proteger a los demás seguidores? ¿O a Saeran? ¿O a mí? Pues yo no veía diferencias entre el despego y apatía normalizados que decía repudiar… y ella.

Debido a sus palabras Saeran hundió las cejas, y yo de alguna forma lo sentí como una alarma.

Estiré mis labios imitando una mueca de duda. —Yo sé que usted carece de ignorancia, mi Salvador. Es sabido que la calidad siempre sobrepasa la cantidad. Sin importar cuan poco sea el trabajo que se realice, ¿no está de acuerdo que valdrá la pena siempre y cuando se retribuya debidamente con los resultados esperados?

Lo substancial de lo dicho era lo de menos. Rika se enfocaría más en que, si en todo caso no coincidiera con mis palabras, la estaría llamando ignorante; por tanto, lo tomaría como un ataque agresivo-pasivo. Por el momento, eso podría distraerla de sus insistentes quejas a Saeran. Aunque, por ello podría molestarse conmigo.

—No puedo contradecirte —masculló con una fingida expresión amable.

Despisté mi atención un segundo de Rika y noté que Saeran estaba observándome detenidamente con una seriedad destacable; labios y cejas en línea recta; hasta que pronto deslizó su vista a una pared como si no lo hubiese atrapado. Yo también fingí demencia.

—En fin, nos hemos desviado —retomó Rika la conversación, recuperando su falso y usual tono alegre—. Saeran —se dirigió a este—, en relación con las capacidades que ha demostrado, estarás a cargo de la evaluación acerca de su conocimiento en informática durante una semana. Será tu aprendiz.

Mi mandíbula se aflojó por la sorpresa e indignación. ¡De ninguna manera!

—No —respondió inmediatamente Saeran.

—No es una pregunta —cortó de una—. Formas parte de ambas agrupaciones por lo que estás muy enterado respecto a lo desérticos que están. Es conveniente para nosotros y para Mint Eye revisar si en definitiva sí cuenta con destreza para este ámbito y trasladarla a uno de los departamentos.

¡¿TRASLADARME?! Giré mi cuello hacia Rika, esperando inútilmente a que negara todo y afirmara que estaba bromeando.

—Creí que la requerirías en comunicaciones —gruñó Saeran.

—Mientras sirva, ¿qué importa? —susurró al muchacho, pero la escuché con claridad. Luego giró su rostro hacia mí—. Si vemos que estás capacitada o solo hace falta un poco de entrenamiento, trabajarás con Saeran como miembro del Departamento de informática que se elija en un futuro; probablemente siendo el general. Supongo que no será ningún inconveniente, ¿cierto? Ya tienen tiempo de verse y estar juntos, así que no habrá diferencia.

Claro que tenemos rato de pasarla juntos, y ha salido terrible.

Aun con cierto manejo en computadoras, sobre todo en hardware, era claro que tenía que negarme. Ni loca pasaría tiempo con Saeran como compañero. No deseaba verle la cara más.

—De esta forma ascenderás un nivel.

Entonces mis ideas de rechazar la propuesta murieron.

—¿No lo considera muy poco? —hablé con interés. En cambio, Saeran se mostró sorprendido de mi iniciativa—. Tomando en cuenta que ambos departamentos están desolados y necesitan personal urgentemente. Creo que mi participación podría poseer más valor.

—Lo pensaré, entonces —respondió ella después de meditarlo. Concluí que yo seguía sin ser de fiar, lo suficiente al menos para ella estar reacia a promoverme si eso significaba que tendría mayor acceso a información y control en Magenta—. En fin, ya ha quedado. Se llevará a cabo la evaluación dentro de dos semanas.

—No —volvió a insistir el chico.

Para ser alguien quien parecía siempre acatar las peticiones de Rika tendría que estar muy en desacuerdo como para dar negativas.

—Sé que decisiones tomo, Saeran. Obedéceme —sentenció.

Sin mostrarse convencido, decidió callar.

—Respecto a la tarea que se ejecutará, que fue discutido en la reunión y que, por supuesto, Saeran está enterado de los detalles, tiene que ver con una organización benéfica de la cual buscamos incluir dentro de la influencia de Mint Eye.

—¿Organización benéfica? —musité.

—Sí, la RFA —aclaró—. Tengo un plan maquinado y me parece que tanto la imagen de la organización y como de sus miembros serán útiles.

Me preguntaba cuánto podía curiosear siendo que el asunto de la RFA era confidencial, en la misma carta se había mencionado que no sabría de lo dicho en la reunión. Supuse que, en lugar de explicarme la situación y el plan, solo se me asignarían tareas menores; nada como intentar hackear la RFA.

Apreté los dientes y solté un pequeño suspiro por la nariz.

—Supongo que no tengo más opción que aceptar su gentileza de ascenderme de puesto y agradecerle, sin embargo, ¿qué ocurrirá con los otros departamentos a los que pertenezco?

—Puedes decidir cuál abandonar. Sé que estarás pensando y no te preocupes, una vez que se haya confirmado tus habilidades en informática y pases de aprendiz a miembro oficial, abandonarás definitivamente los departamentos de limpieza y cocina.

Era mi oportunidad de mejorar, de avanzar, y estaba en mis manos. Dependía de mí continuar de manera cautelosa y tomar más grandes pilares.

Y rozaría la mano de su fundador. Tan cerca, que sería imposible no derribar ese chiste de ideología que había formado esa mujer absurda.

—Comprendo.

Con eso juntó las palmas, sonriendo.

—Bueno, ha sido rápido, ¿no les parece así a ambos? De esta forma concluimos, al menos contigo, Saeran. —El chico alzó una ceja y acentuó un mal gesto en sus labios—. Mi niño, puedes marcharte, me quedaré un segundo a charlar con tu futura aprendiz. Mientras tanto, deberías adelantar trabajo.

No contestó y prefirió echarme una ojeada un segundo. Cuando rozamos miradas, la suya se frunció y sus labios se juntaron, aplanándose. Finalmente, se dirigió a Rika y asintió, por lo que se levantó de la mesa y la rodeó. Pasando detrás de mí, caminando hacia la salida, escuché atentamente sus pisadas como si fueran susurros al oído.

Pronto la puerta se cerró.

Mi atención se enfocó en Rika, y ella me sonrió, descansando la mandíbula sobre sus dedos entrelazados.

—Ahora que lo pienso, te veo muy preciosa hoy. ¿Tendrás una cita?

—¿Reunirme con usted cuenta como una? —bromeé, estirando mis labios a un lado.

Ella alzó las comisuras de sus labios y negó con la cabeza, entretenida de la situación.

—Regularmente mis seguidores muestran un poco más de respeto hacia mí. ¿No consideras tu broma como acoso sexual?

Eh…, rayos.

—Puede cortarme la lengua por decir palabras que la disgustan si lo desea.

Entrecerró sus ojos y su sonrisa se borró un poco.

—¿Estarías dispuesta a lo que sea por mí, como tu Salvador? ¿Lo suficiente como para permitirme arrancarte la lengua? —Tanto su tono como sus ojos fueron serios.

—¿Es usted mi Salvador o dictador?

Intercambiamos miradas en silencio.

—¿Otra broma tuya?

—Por supuesto —reí—. Claro que estoy dispuesta a hacer lo que sea. Por eso vine con emoción cuando me citó.

Su expresión se alivió.

—Una insignificancia que tenía por informar, a decir verdad. Creí que sería más y que me llevaría más tiempo en explicarlo, pero pronto me quedé en blanco pensando “ya lo dije todo”. Vaya preámbulo de varios días para sólo comunicar poco más de tres cosas.

—No me parece de esa manera. Me es relevante todo lo relacionado con mi aportación a Mint Eye.

—Respecto a eso, ¿qué tal te ha ido en Magenta? Suelo escuchar cosas; normal, siempre estoy intentando enterarme de cada miembro de Mint Eye; pero quiero saberlo de ti misma.

—Me han crecido las ojeras debido al trabajo ya que también tengo horarios nocturnos —Por supuesto no los tenía, pero creí que justificar mis bolsas (que eran causadas por el insomnio) haría que se formase un vínculo más estrecho entre ambas, es decir, “confianza”—, pero de verdad que me ha ayudado un poco estar aquí. Mi grupo de aseo y de cocina son personas muy amables.

—Me alegra oírlo. ¿Crees que no les agradas o están aburridos de ti?

Hice una pausa, fingiendo meditarlo.

—Al principio fue así, ya sabe, cada que respondían con pereza o indiferencia. Pero empecé a sospechar que esa supuesta pereza solo era sueño y vagancia; con lo mucho que se trabaja aquí me parece una deducción más creíble.

—Lo es. Además, después de todo, tener conversaciones perezosas y malhumoradas no es tan malo como aparentan; quizás signifiquen que existe la vasta confianza como para no esforzarse por mostrar un buen ánimo que en realidad no hay.

—Y lo dice usted quien siempre me habla tan amablemente y sonriente.

Respondió con una risa suave. —Hay quienes que le sale natural, no me malinterpretes.

A ella le salía sonreír falsamente, eso sí.

—Me alegra saber acerca de tu convivencia —continuó—. Y sobre tus ojeras, aunque sean feas, me parece que representan algo respetable. Quiere decir que estás dándolo todo para ser eficiente.

¿Y Saeran que estaba con un jodido mal semblante, con las ojeras violáceas peor que yo, lo consideraba un completo inútil? ¿O era porque con su “niño” era mucho más exigente al ser suyo?

Mis cejas temblaron debido a que intentaba no fruncirlas.

—A mí también me gusta pensarlo de esa manera.

Rika gozaba de una piel en apariencia suave, cabello reluciente, siempre llevando buena ropa, manos cuidadas y limpias, párpados donde no existían marcas de cansancio. Hablaba tanto sobre el esfuerzo, pero semejaba tener muchas comodidades.

Cuantas contradicciones.

—Por estar tan a gusto conversando casi olvidaba el tema que quería tratar contigo —carraspeó, acomodando sus manos encima de la mesa—. Pronto se hará un rito de iniciación para los nuevos en Mint Eye. La ceremonia de purificación.

Mis nervios surgieron.

—Ah, claro —solté, intentando ocultar mi duda—. Escuché acerca de ese evento. Por supuesto que quiero participar. ¿Cuándo será? ¿Ya se planteó una fecha?

—Sí. Por ahí de la segunda semana de enero. Quería comentártelo ya que, como eres nueva, no sé si necesitarías orientación acerca del tema.

Era raro. Si yo tuviese dudas, perfectamente podría haber preguntado a cualquier otro seguidor, pero ella se había ofrecido de inmediato para explicarme. ¿Había una razón?

—Solo me preguntaba una cosa, el elixir. No sé mucho acerca de él, excepto que se debe tomar regularmente y es para fortalecer la mentalidad de los seguidores.

—Ah, entonces lo sabes todo.

¿Qué?

Mis cejas temblaron otra vez. ¿Cómo podría ser que la información pública sobre el elixir era solo eso? ¿Es que acaso era una sustancia toxica que debían mantener todo acerca de ella lo más discreto posible?

Entonces me di cuenta.

Apreté mis manos con fuerza por debajo de la mesa y suspiré intentando calmar mi corazón y mi mandíbula que estaba tensa. Era algo tan obvio y me sentí estúpida por tardar en reconocerlo. Escarabajo podría haber muerto por intoxicarse con esa mierda de elixir.

Sentí unas patas de arañas recorrer de mi espalda baja hasta la nuca, escalofríos que me dejaron podrida en ansiedad. La jodida mujer frente a mí me estaba ofreciendo el mismo maldito químico que mató a mi hermano.

Mis manos temblaron, cosquillearon deseando rodear su delgado cuello.

¿Cómo la gente no mataba a otra gente como malditas bestias todo el tiempo, si era tan fácil sentir este jodido odio con solo tenerla cerca? Mi deseo por matarla estaba más vivo que otra cosa.

Sonreí con mis ojos quemándose. Quizás quería llorar de rabia.

—Eh. ¿Todo bien con el elixir? —pregunté.

—¿Por qué? ¿Te preocupa los efectos secundarios? —Parecía no notar mis nervios ni mi odio aflorando.

—Un poco, me gusta leer prescripciones. —Si me mostraba totalmente abierta a tomar un químico desconocido, sería mucho más sospecho que dudar acerca de él.

—Lleva hierbas medicinales que contienen hormonas para relajar y activar el cerebro. Es algo que formulé junto a un farmacéutico, miembro de Mint Eye también. Si tú lo deseas, puedo hacerte una lista de los ingredientes.

—Lo agradecería. Después de todo, quiero confiar en usted.

Sonrió estirando las comisuras por ambos lados.

—Gracias. Yo también quiero confíes en mí.

Le devolví el gesto mientras apretaba con más fuerza mis manos, hundiendo mis dedos en ambos dorsos.

—Creo que… concluimos, ¿no? —pregunté.

Ella dudó un segundo, pero asintió.

—Sí, así me parece. Si fuera posible, me gustaría reunirme nuevamente contigo.

¿Por qué?

—A mí no me importaría, es agradable verla. Avíseme cuando desee.

—Si… si tú lo deseas de igual forma, también avísame —dijo, sonriéndome en grande, casi mostrándome una mirada de anhelo. ¿Por qué de repente parecía que estaba dentro de una novela lésbica con ella? Iug.

Asentí con una leve reverencia y salí de la oficina.

Al echar un vistazo por el corredor casi se me escapó el aire cuando noté la presencia de Saeran. Estaba de brazos cruzados con la espalda baja recostada en un mueble decorativo a lado de un ventanal. ¿Qué demonios hacía ahí?

Su atención se enfocaba en el suelo hasta que de pronto deslizó sus pupilas hacia mí, como si mi mirada fuera calor y él la hubiera sentido en la piel. Sus ojos casi depredadores se mantuvieron firmes y atentos por unos segundos para después ojear otro lado, y luego otro; arriba, abajo. Y finalmente, volviendo otra vez a mí.

¿Qué quería? ¿O que debía decir? ¿Preguntarle por qué no reveló lo sucedido a Rika? ¿Pedirle disculpas por el puñetazo?; que lo tenía merecido, pero sentía cierta culpa porque el color del área estaba preocupante. Hace poco me había parecido fácil descifrarlo solo con observar su rostro; sin embargo, ahora… Vaya enigma.

Empecé a sentirme intimidada debido al silencio que sumergía nuestras miradas. Entonces fruncí mis cejas y le miré mal, cuestionando su comportamiento y pidiendo con ello que hablase o algo; pero en cambio, él me regresó el mal gesto, apretando el entrecejo y los labios. Y como si no hubiera pasado nada, resopló para sí y se marchó, no sin antes pasar por mi lado, por lo que noté cómo fruncía las esquinas de sus ojos.

No parecía que estuviera enojado. ¿Qué le ocurría?

Me picó la curiosidad. Quise preguntar la razón del porqué parecía querer decirme algo pero que callaba. Como siempre, incluso en el tiempo en que nos llevábamos “bien” sus ojos decían muchas cosas que a veces no terminaba por determinar.

Pero ya se había alejado y no tenía intenciones de perseguirlo.

—Lo conozco desde hace mucho, pero hasta a mí me intriga su comportamiento.

Me giré hacia Rika quien cerraba con llave la oficina y pedía a los seguidores que hacían de guardia que se retirasen.

—A mí también me causa intriga —reconocí.

Diciendo esto, ella giró su cuerpo y se me acercó.

—En fin, espero te hayas despedido del chico, pues se marcha mañana.

Arrugué mi entrecejo.

—¿Marcharse?

Con todo este ajetreo de Kim y Rika había olvidado la misión. “Por fin me libraré de ti, y tú de mí, al menos por unas semanas”, había dicho Saeran.

—Sí. Tiene en sus manos una tarea de vital importancia para Mint Eye. No lo volverás a ver en mucho tiempo, quizás hasta lo extrañes.

Reí sin mucha gracia.

—Claro que sí.

—Considero que esta labor le hará bien —siguió Rika, sonriendo, pareciendo aliviada—. Ha tenido mucho en su cabeza y creo que este tiempo fuera contribuirá a despejarse. Después de todo, el aumento de trabajo siempre ayuda cuando se trata de esta clase de cosas.

—¿Algo le ha ocurrido, pues? —pregunté más por curiosidad que por verdadera preocupación.

Frunció sus labios, dudosa de si comentarlo o no.

—No lo sé, está delirando —dijo en lo que estiraba sus brazos delante de su cuerpo y entrelazaba sus manos—. Una tarde afirmó que alguien quería matarlo; parecía aterrorizado y vulnerable… Débil. —Suspiró, exhausta—. Considero que exagera, pues esta paranoia es típica en él. Ya sabes, las personas excelentes no pueden evitar preocuparse por que alguien les arrebate el lugar que con uñas y dientes han peleado por conseguir.

Casi volteé los ojos. Ella era gran parte responsable del tipo de persona que era Saeran.

—¿Alguien que quería matarlo? —murmuré para mí, prefiriendo enfocarme en eso antes que en la filosofía asquerosa de Rika.

—No te esfuerces por comprenderlo; lo intenté y no obtuve nada. En cualquier caso, ya se le pasará.

—¿Quién querría matarlo? ¿Por qué sospecha eso? —insistí. Aunque con su personalidad, no es raro que se haya ganado enemigos.

Rika se giró a mirarme, parecía que prefería dejar el tema de lado. Aun así, habló:

—¿Sus sospechas? “Con solo seguir escuchando a esa persona”, eso dijo. Con eso justificó su paranoia, como si lo presintiera.

Abrí mis ojos, reflexionando un poco acerca de esa corta frase. El mismo Saeran me había confesado que mi presencia le ponía alerta, eso querría decir…

¿?

¿Creyó que lo mataría? ¿Por qué? ¿Estaba sobrepensando él?

Yo le había afirmado que la raíz de su desenfrenada personalidad estaba dentro de él, manifestando esa necesidad de malinterpretar y sobrepensar; o quizás, mejor dicho, no necesidad, sino que consecuencia.

De todas formas, me sorprendía darme cuenta que mis palabras sí habían dado en el clavo. Los pensamientos de Saeran eran acelerados; de ahí surgía su personalidad y de ella se moldeaban sus acciones. Un fango envenenado.

—Debo marcharme —advertí luego de un tiempo—. Gracias, otra vez, por la oportunidad que me ha otorgado; lo de la ceremonia y del Departamento de informática… No la desperdiciaré.

Entrecerró sus ojos y estiró sus labios, diciendo, —Sé que no lo harás. En tu posición no tendrías porqué.

Parecía más una amenaza en relación con “no tienes otra alternativa que pertenecer a nosotros, de todos modos” que a algo dicho de buena fe; pero asentí y me regresé a mi habitación.

Chapter 11: El fin de lo que muere.

Notes:

Fin de arco. Fin de temporada.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Faltaba poco más de unos treinta minutos para las once de la noche.

Estando en mi habitación me envolví con una venda que apretó mis pechos hasta sentir un poco de ahogo. Me puse una camisa ancha, unos pantalones cualquiera y zapatos sin plataforma. Evité el maquillaje, mostrando los evidentes poros y las bolsas debajo de mis párpados. Por último, amarré mi cabello en un pequeño moño bajo, cerca de la nuca.

Por supuesto, era claro que seguía pareciendo una mujer, pero de lejos cabía la posibilidad de engañar a alguien. De cualquier modo, a esa hora de la noche, los corredores estaban casi vacíos.

Se me había ocurrido vestir de la capa que ofrecen a todos los miembros de Mint Eye, mas, siendo que muchos no la usaban, pensé que podría ser llamativo y, por tanto, contraproducente.

Una vez lista, salí de mi cuarto; estaba aliviada de que el pasillo estuviese solo. Me dirigí a los baños públicos antes de la hora acordada. Estos se encontraban en el segundo piso, clasificados por sexo y contando con amplias salas para los cubículos y lavabos, además de incluir duchas individuales y una zona de jacuzzi para los de mayor rango.

Como si nada, ingresé al sanitario de caballeros. En un primer momento, creí que se hallaba desolado, pero una luz proveniente de la sala contigua, que estaba separada de los inodoros por una pared y puerta, indicaba que había alguien en las duchas. Eso no me detuvo. Pasé de ello y me encerré en uno de los cubículos y esperé con paciencia a las once.

Podría haber venido al sitio a menos cinco, pero honestamente, estaba aburrida en mi cuarto.

Después de un rato escuché unos pasos provenientes de la entrada del baño. Este andar venía acompañado de un maduro y agradable tarareo; como si no quisiera esforzarse por entornar bien, y por eso se escuchaba tan fresco, sencillo y adorable. Casi sonreí como estúpida.

Abrí la puerta del cubículo donde me escondí y cogí del cuello de la camisa al dueño de aquella reconocible voz y lo arrastré conmigo a dentro sin darle un segundo para replicar. Cuando puse el pasador justamente después de entrar ambos, me di cuenta que este era un sitio algo pequeño para dos personas, lo que me puso inquieta. Era demasiado estrecho.

Fue en eso que me dispuse a saludarle, pero no salió nada de mi boca puesto que él se me adelantó.

—Discúlpeme, pero a mí no me va esto con hombres… —habló firme, aunque mirando a la pared, delatando su nerviosismo.

Me mordí la lengua para no reírme.

—Kim, soy yo.

Entonces finalmente se giró, observándome a detalle. Me reconoció. Aunque sus finos ojos se arrugaron, mostrándose algo incómodo.

—Ah… Sin ofender, señorita, pero tampoco deseo hacerlo con usted, malinterpretó cuando le dije…

—Kim —rezongué—. No jodas conmigo. No he venido a eso.

—Ah —soltó otra vez, nervioso. Pero rápidamente recobró la compostura. Usó un tono acusatorio—. No, espere, es usted quien no debería hacer bromas conmigo. A ver, señorita, ¿qué es lo que hace aquí? Este es el baño de hombres —exhortó en voz baja.

—Lo sé, pero necesitábamos un lugar privado para hablar.

—¿Y no se le ocurrió que podríamos hacerlo en el pasillo antes de los baños?

—Sí… —De pronto empecé a avergonzarme. ¿Así se sienten los regaños de un padre?—. Pero me preocupaba la cámara frente a la entrada de ambos baños. No soy buena detectando puntos ciegos.

Jihyun suspiró, quizás decepcionado de mi respuesta.

—Señorita —se quejó en un susurro.

—Perdón, perdón —murmuré—. Lo pienso mejor y estar aquí ahora se siente hasta incorrecto.

—Porque lo es.

No tenía excusas por hacer el ridículo.

—¿Me disculpa?

Suspiró otra vez.

—Eso no es lo importante ahora. —Su voz fue más gentil mientras tomaba mis hombros y me acercaba a su cuerpo, permitiendo olfatear su aroma—. ¿Está en peligro? ¿Duerme bien? ¿Cómo es su alimentación? ¿Han abusado de usted, aquí?

—N-no —farfullé, agobiada por tantas preguntas—. Quiero decir, estoy bien, pero creo que me he explicado mal. La vez pasada solo usé el “SOS” porque es el único código morse que me sé. No estoy en peligro ahora.

—Ah, entiendo —Soltó mi cuerpo, pero no se apartó—. Me alegra que usted esté con salud, entonces.

Casi vuelvo a sonreír, aunque me retuve.

—Pero lo relevante no es mi salud —seguí hablando en voz baja—. Sé que usted no es un miembro leal a Rika, ha sido muy obvio con ello; compartimos el mismo barco. Yo deseo acabar con Mint Eye.

—¿Qué la hace pensar que estoy en las mismas condiciones que usted? —Su tono era un poco demandante.

Mi estómago se hundió debido a los nervios.

—Si no es así, vaya con Rika y deláteme.

Se quedó en silencio un momento. Yo me mordí el interior de ambas mejillas, esperando.

—Bueno. Supongo que he sido obvio, entonces. Es tal y como usted ha dicho —reconoció. Mostró una sonrisa invertida, admitiendo que había fracaso en pasar desapercibido.

Solté aire por la nariz, aliviada.

—Soy… un viejo conocido de Rika —confesó en un susurro más bajo, volviendo su voz profunda—. Me infiltré en este lugar casi desde sus comienzos para deshacerme de él.

¿Qué tan involucrado estaba con ella como para llegar hasta entrometerse en Magenta?

—¿Por qué? ¿Qué planea hacer?

—Quiero salvar a los miembros aquí. No son culpables por sucumbir a las manipulaciones de su líder —Asentí, de acuerdo con sus palabras—. Y, además, también quiero salvar a Rika.

Entreabrí los labios ingenuamente y un calor en el pecho me nubló la vista.

—¡Pero! —grité en un murmuro—. Ella es un monstruo. No merece ser protegida. Que, después de todo el daño que ha causado, ¿permitirle ser libre y vagar por este jodido bosque? Me parece que-

—¿Cuándo he dicho de permitirle la libertad? —interrumpió con una autoridad que no había presenciado antes en él. Hundió sus cejas y continuó— Señorita, quiero pensar que usted y yo estamos de acuerdo en que Rika no debe estar en otro sitio que no sea una celda, pagando por sus crímenes.

—La muerte es algo muy piadoso —mascullé—. Precisamente la prefiero tras las rejas.

Kim se vio algo perturbado tras mis palabras.

—Desconozco de donde provenga este profundo resentimiento que tiene usted hacia ella, que hasta reflexionó su muerte. Pero me alegra que coincidamos acerca de dejar este asunto a manos de un proceso jurídico estatal. —Entonces, su rostro se enserió—. Señorita, debo aclararle esto: De ninguna manera permitiré a Rika libre; no es lo que deseo y tampoco lo considero justo. Pero, a modo personal, quiero que sane sus heridas, que aprenda de sus errores, que expíe sus males; quiero salvarla.

Su mandíbula estaba sostenida y sus ojos dejaban ver cierto pesar en ellos.

—¿Puedo saber por qué? —cuestioné en un susurro bajo—. ¿Por qué desea tanto salvarla?

Me observó detenidamente y en silencio. En su rostro apareció una amplia sonrisa cerrada que no me transmitió nada de felicidad.

—Prometí que jamás la abandonaría, sin importar qué.

Quise juzgar esa empatía de Kim; de quien se preocupaba no era otra que una mujer cruel con un historial lleno de sus propias atrocidades. Pero pronto me sentí como una hipócrita porque, aunque me desesperase y lo aborreciese, yo con vergüenza era consiente de mi empatía hacia Saeran. Una y otra vez lo escudé sin motivo.

En ese momento, sin importar cuanto odiase a Rika, supe que estaba demás demostrarlo. Al menos frente a él.

—Respetaré eso —le dije con suavidad—. Puesto que deseamos lo mismo referente a Mint Eye, creo que necesitamos ser aliados en esta situación; colaborar y compartir información.

—Estoy de acuerdo. ¿Usted ha averiguado algo? Es probable que no, ya que conozco que pertenece a un rango muy bajo en la jerarquía.

Recordé muy pronto el hecho de que Saeran era hijo de un político importante; era el secreto más gordo que había averiguado desde que llegué. Pero antes de si quiera considerar el comentárselo a Kim, lo descarté. No era relevante para derrumbar la secta, eso solo afectaría a las elecciones y eso no era nuestro foco. Y aparte, le juré que no diría nada a nadie.

—¿Y usted? ¿Su rango?

—También es bajo, aunque superior al suyo. Es imposible para mí ascender rápido de nivel si la líder no me tiene confianza; y no hay confianza sin un rostro.

Claro, si Kim y Rika eran conocidos era necesario que se mantuviera alejado de ella y actuara desde atrás.

Después de pensarlo un poco más, me di cuenta que nunca había tenido el rostro de Kim tan cerca. A esta corta distancia él era mucho más hermoso. Un perfil tan masculino y una mirada tan frágil como grácil.

Era una vista muy agradable.

—E-entiendo. En mi caso, si logro estar a la altura del listón, me moverán a Informática general, lo que significa que ascenderé. Con ello pretendo adquirir mayor información de la organización.

—Ya he conseguido algo por mi parte

—¿Sí?

—Sí. Mantengo información vinculante de Rika con Mint Eye en un departamento a mi nombre, es inaccesible. Pero claro, cualquier evidencia o documento relevante extra valdrá la pena. Aunque-

Escuchamos la ducha de pronto detenerse. Rápidamente callamos y ambos nos miramos a los ojos con cierta inquietud. Más tarde, notamos unos pasos en la otra sala, acercándose.

Con la mirada me disculpé ya que era responsable de habernos encerrado aquí, en lugar de otro sitio menos indecoroso, pero él minimizó mi culpa negando suavemente. Solo posó un dedo en su labio inferior, advirtiéndome hacer silencio.

En eso alzó su mano hacia mí, pidiéndome la mía; por supuesto que la ofrecí. Seguido hizo un gesto indicándome a subir al inodoro y así hice con ayuda suya, usando su palma como apoyo. De otro modo, sería escandaloso dos pares de zapatos dentro de un mismo cubículo, que serían vistos por debajo de la puerta.

Agachada sobre el inodoro, y sujetada por la firme y caliente mano de Kim, esperé junto con él a que el extraño se marchase. En eso Kim se giró un segundo a verme, quizás a comprobar cuanto me faltaba para que perdiese el equilibrio y me rompiese la mandíbula. Por algún motivo que no supe, mis labios se curvaron en una sonrisa nerviosa cuando nuestras miradas conectaron; tal vez porque esta especie de escondidillas era un poquito divertida. Él no desestimó mi gesto tonto y me regresó una sonrisa sencilla que para mí fue mil veces más bonita que otra sonrisa que haya visto.

Esa cara sí sería capaz de hacerme perder el equilibrio.

No pasó mucho hasta que el extraño ya se había ido, por lo que me animé a seguir con la conversación.

—A propósito, he olvidado una cosa —susurré, aunque no había nadie aparte de nosotros dos.

—La escucho.

—RFA.

Kim quedó pasmado, con la mirada quieta y la mandíbula tensa. Entonces, proseguí.

—No se me permite saber mucho, pero sé que Rika planea apoderarse de esa organización y parte de mi trabajo en el Departamento de informática estará ligado a ello; mejor dicho, es Saeran quien se encargará, yo solo soy su asistente. No tengo más detalles al respecto.

—La RFA… ¿De verdad?

¿Por qué parecía tan afectado?

—¿Kim? —le llamé preocupada.

—Los conozco, a ellos. A los miembros de la RFA —confesó en murmuro. Luego levantó el mentón, mirándome directamente y con una profunda voz, habló— Y no pienso mirar como Rika los involucra en este enredo. Debo evitar esta idea suya.

—Le apoyaré. —Tampoco permitiré más víctimas—. Haré todo lo que pueda, con todas mis maltrechas e inútiles cartas para infligir en sus planes.

—Pero —interrumpió—, le pido que sea lo que sea que intente, me lo comunique antes. No quiero que afecte indirectamente a más personas; a la RFA, a usted o a terceros.

—Por supuesto —mentí.

Afirmé que usaría todas mis maltrechas cartas, y eso incluía las decisiones cuestionables de las que podría él no estar de acuerdo. Básicamente, entre nosotros habría una pseudo-alianza.

No era justo, pero yo no era ninguna justiciera. Estaba vengándolo a él.

—¿Quiénes son los miembros? —cuestioné.

—Es clasificado… —Pareció pensarlo más—. Discúlpeme, sé que usted me ha compartido lo poco que sabe, y yo debería hacer lo mismo, pero…

—Entiendo. Esto no es información de Mint Eye, sino de personas ajenas a mí.

—Gracias. —Tras un tiempo, siguió—. Otra cosa sobre la evidencia. Como dije, tengo documentos que avalen que ella es la fundadora de Mint Eye; recibos que demuestran que ella ha comprado este terreno, planos del edificio, e-mails y cartas que escribió a varias figuras (algunas importantes, otras no tanto), tentándolas a pertenecer a esta secta. Sin embargo, me falta algo contundente que señale la actividad delictiva que comete en Mint Eye.

—Pronto me dejarán la prescripción del elixir —agregué—. Estoy segura de que se trata de una droga y eso sería suficiente para encerrarla.

—Me pregunto cómo ha conseguido que se la dé. —Aquello fue más para sí mismo que a mí—. Reconozco que de alguna manera nos servirá, pero considero que no revelará nada delatante si es ella misma quien se la ofrece.

Oh, cierto. Demonios.

—Entonces, permítame tener esto claro. Nosotros vamos a proceder de modo que hallemos alguna pista tajante que sea suficiente como para abrir una investigación por parte de las autoridades sobre las ilegalidades de Mint Eye; a partir de ahí, nos desligaremos de este asunto. Por tanto, nosotros sólo empujaremos a Rika al tribunal.

» Seremos el principio de su caída.

—Sí. En esto seremos un apoyo para el otro con ese fin.

Ese hombre sabía qué decir para deslumbrarme el corazón. De pronto me vi a misma cuestionándome sobre esta apresurada energía que sentía cuando estaba cerca de él. Era algo que no quería tener.

No quería tener a nadie.

En ese momento no necesitaba distracciones. Primero estaba el motivo por el que vine a Mint Eye.

Mientras me decidía entre sonreír o asentir, cuando en realidad quería esconderme, entendí que, a mi pesar, tenía que endurecer mi corazón.

—Bien —terminé diciendo.

Un breve silencio se estableció entre nosotros. Iba a interrumpirlo con una despedida, ya que parecía que habíamos concluido, pero otra vez, Kim se me adelantó.

—Una última cosa más —Quiso añadir—. No estaré estos días por aquí. Le aviso para que no me busque inútilmente en caso de que ocupe algo de mí.

—¿Se marcha? ¿A dónde?

—Es… clasificado —repitió.

Vale, era un hombre que disfrutaba de los secretos. Era misterioso. Detrás de todas esas capas, ¿quién habría allí?

Me recriminé mentalmente ya que aquella pregunta sonaba como si tuviese un interés más de lo necesario por él.

—¿Otra vez? —Lo escudriñé con la mirada.

—No, discúlpeme. No tengo por qué ocultarle cosas a usted. Se lo diré. —Entonces aclaró su garganta—. Es una misión de Mint Eye y la operación empieza mañana temprano, a las 07 a.m. Se trata de un grupo armado que irrumpirá en una base para transportar a un actor coreano a Magenta. A cambio de grandes sumas de dinero, Mint Eye protege y oculta a figuras en este edificio.

» En cuanto a mí, solo estoy de apoyo. Es muy probable que ni use algún arma.

—Entiendo. El actor, ¿es alguien relevante?

—De poca monta, no recuerdo ni su nombre. Ha perdido gran parte de su prestigio después de un escándalo por portación de armas ilegales; busca renunciar a su carrera y desaparecer. El primer paso es refugiarse en Magenta, más tarde, probablemente irá a una isla a vivir bien hasta que se quede sin un won.

—¿No es ilegal que Mint Eye oculte sus huellas, ayudándolo a huir? Podría ser eso la prueba que buscamos.

—No. No es ilegal. Ese hombre pagó por la multa, no está siendo buscado por la policía. Simplemente desea esfumarse de la atención de sus exfans; dice estar cansado del acoso y críticas que recibe.

En seguida resoplé.

En ese momento extrañé la carpeta que había hallado por accidente en aquella oficina sobre una tal agrupación, donde también estaba incluido Saeran. Podría haber sido útil como evidencia en relación a formación ilegal de hombres armados.

Fue entonces que algo en mi cabeza se alumbró.

—Por cierto, creo saber de cual misión habla.

—Ah.

—Saeran me la comentó vagamente; que iría también y duraría dos semanas.

Decidí no decir nada de la carpeta. De todos modos, no tenía forma de recuperarla.

—Sí, esa misma. —Luego cambió rápido de tema.

» Se lleva con Saeran lo suficiente como para hablar de esas cosas con usted, ¿no? Pues esa misión no es un asunto que deba saber por su rango.

Resoplé con fuerza, casi soltando una risa sin gracia. ¡¿Acaso ante los ojos de todas las personas de la tierra Saeran y yo éramos muy amigos?!

—¿Llevarme con él? ¡De ninguna manera! —mascullé exaltada—. No sé qué te habrá llegado con los rumores que esparcen los seguidores, pero ya te lo resumo yo: Saeran es un inmaduro, insufrible, maleducado, intenso, impulsivo, abusivo; es totalmente detestable. No sabe medir sus acciones ni sus palabras. Tiene una personalidad tan retorcida que hasta disfruta de hacer daño a otros. No hay absolutamente nada en este maldito mundo que haga que nosotros pudiéramos congeniar entre sí. No existe una remota manera de siquiera entendernos.

Que sonsacara eso solo hizo sentir a mi corazón más agrio.

Después de ese pequeño estallido de sentimientos, detuve mi atención en el rostro de Kim, quien se veía genuinamente afligido con la mirada baja.

—¿Kim?

—¿Sí? —respondió, despabilándose.

—¿Ocurre algo?

Hizo silencio un largo rato.

 —Nada. No se preocupe —Entonces deslizó sus claros ojos en mí y sonrió suavemente—. Vamos, no se aflija poniendo esa cara; no es nada —insistió amablemente.

Por esa respuesta, empecé a tocarme el rostro para relajar cual fuera la expresión que había surgido involuntariamente.

—Debo marcharme —dijo—. Me alegro de haber quedado con usted y haber obtenido una aliada en todo esto.

—Eh, sí. —Carraspeé para agravar mi voz, natural—. También estoy agradecida con su apoyo.

—Sugiero que se marche usted primero. Dentro de unos minutos, saldré yo.

—Por supuesto.

Antes de salir del cubículo, le ofrecí una sonrisa pequeña como despedida y giré el pestillo.

—Señorita —habló de pronto.

—Dígame. —Me volví a mirarle.

—Me llamo Jihyun. No use ese nombre en público, por favor.

Que su nombre fuese algo privado entre nosotros se sintió agradable.

—Vale. Adiós, Jihyun. Tenga buena noche. —Mi sonrisa de despedida quizás estaba demasiado grande.

Él, por supuesto, me la devolvió con una sonrisa sencilla; de labios cerrados; algo que reconocí como típico de él. Pero sus ojos mostraban tanta simpatía que era de igual modo conmovedor de ver.

Finalmente, salí de los baños de varones, concluyendo la cita con Jihyun.

 

(***)

Al día siguiente me levanté temprano. La habitación estaba en tal penumbra que parecía ser medianoche, cuando apenas eran las seis. El cielo también reforzaba aquella idea; una tela oscura que me otorgaba melancolía sin razón. Me abrigué en sobremanera debido a lo helado; el vahó apareció con cada pequeño aliento mío.

Solo con abrir la puerta, escuché un carraspeo.

—Buenos días. Por el paraíso eterno —habló un hombre; ya había notado que regularmente custodiaba este pasillo—. Ayer por la noche, debido a que no se encontraba en su habitación, dejaron conmigo esta carta que es para usted —Extendió el sobre y lo tomé.

—¿A qué hora?

—Entre las once y doce.

Le levanté una ceja, dudando de cada palabra suya, aunque su voz se escuchase profesional y honesta.

—Gracias —me limité a decir.

Volví a mi cuarto un momento para revisar el sobre. Al abrirlo me encontré con la prescripción.

La mayoría de los ingredientes eran químicos y hiervas conocidas e inofensivas. Aunque, un dato resaltante era que no se describía cuántos gramos por cada elemento, por lo que la prescripción no respaldaba ninguna inocencia al elixir. Cualquier cosa inofensiva con la cantidad necesaria podría llegar a ser letal.

Nuevamente estaba sin pistas. Una lista de supermercado no confirmaba el peligro que representaba el elixir; no sin más detalles, además de los nombres.

Suspiré, guardé la hoja y salí otra vez de mi habitación, yendo por el motivo por el que me desperté temprano ese día.

Recorrí los pasillos buscando el garaje donde seguramente estaría Jihyun preparándose para partir a la dichosa misión. Quería despedirme de él, ya que no volvería a verlo en un buen tiempo. Al menos pretendía hacerle un gesto desde la distancia.

En lugar de hallar la zona vehicular, me topé, viendo por la ventana del primer piso, la multitud de hombres caminando de allí y allá, cargando y descargando cosas; alistando los últimos detalles para marcharse. También había dos vehículos cerca con los motores encendidos.

Solté vahó de mis labios, notando el profundo frío del pasillo y que se regaba por mi rostro.

Fue en eso cuando me encontré a esa mancha blanca de cabello y de ojos color veneno. Saeran.

Se dirigía a una de las varias furgonetas para montarse por la puerta trasera, mientras acomodaba entre sus dedos unos guantes negros, que combinaban con su atuendo del mismo color. Esta vez no vestía el traje usual, sino unos pantalones y camiseta de manga larga que marcaban definidamente su silueta, y encima un grueso chaleco antibalas.

Antes de que ingresase, sosteniéndose del techo del carro, estiró su cuerpo en lo que otorgaba una vaga mirada a Magenta. Lo normal sería que elevase el rostro para apreciar mejor el edificio, sin embargo, sus ojos se quedaron observando detenidamente al frente, sin levantar el mentón.

Pronto me di cuenta que quizás a lo que observaba no era el primer piso de Magenta, sino a mí; aunque una ventana estorbase en medio.

No aparté la mirada de él, y devolví la misma intensidad que sus ojos del color de lo tóxico.

Un muchacho que beber lo de sus ojos era agrio y moribundo. Pero que ahora, aquello quizás había cambiado, pues su mirar parecía más bien el vacío.

¿Podría el veneno ser percibido como la ausencia?

Siempre que nuestras miradas se encontraban eran gritos, sufrimiento; horas y horas de ello en tan solo un segundo. Ahora eran desolación y silencio. Miradas sumergidas en un abismo donde ni un sonido se escuchaba.

Últimamente estaba muy serio, callado, y el tifón en sus ojos era calma. Una calma incomoda.

Parecía mirarme con una angustia que buscaba disimular.

El joven interrumpió nuestro intercambio, cogió impulso y se metió a la furgoneta; no sin antes regalarme una última mirada; de esas en las que arrugaba las esquinas de sus ojos, a la par que fruncía sus cejas. La consideré significativa; que, otra vez, con ella algo quería decirme.

No obstante, no quise pararme más en eso; mis pensamientos estaban muy concentrados en Saeran y debía parar. Rápidamente fruncí el ceño, endureciendo mi rostro, y me marché lejos de la ventana, continuando mi camino hacia el garaje.

Quería mentalizarme. Había cosas importantes por resolver. De una vez por todas me encargaría a lo que vine, debía dejar las vueltas y poner las cosas en su sitio. Estos romances que anhelaba mi corazón o estas discordias desmedidas que cargaba mi alma eran distractores.

Era tonta, sumamente tonta, pero no tenía otra que enfriar mi cabeza y planear todo con cautela. Era eso o la muerte.

Porque por supuesto, no me permitiría seguir viviendo sin haber vengado a mi hermano.

Notes:

Amo a Jihyun muchísimo, por lo que inevitablemente ha destacado en este fic. Pero quiero aclarar que esto no es ningun triángulo amoroso. Este fic solo está dedicado al tóxico de Saeran JAJAJ.

Chapter 12: Cinco horas.

Notes:

LO SIENTO MUCHÍSIMO POR TARDAR. MATARME SI QUIEREN PORQUE ME LO MEREZCO.

Chapter Text

Lo había comprobado. En un periodo corto, como más de dos semanas, pueden suceder muchas y varias cosas; incluso aquellas que son raras. Esta sería la manera en que justificaría el porqué de pronto habría decidido asistir a una sesión de terapia en Magenta.

Sí. Por muy ilógico que sonase, tomando en cuenta lo mal de la cabeza que estaba su figura líder, en Magenta se ofrecía un servicio de asistencia psicológica gratuito. Podría suponer que resultó no ser muy popular entre los miembros de la secta, pues vendría a enterarme ya muy tarde sobre este, a pesar de meses de estar aquí.

Me encontraba en un cuarto con una grata iluminación. Todas las cortinas celestes estaban sujetas con una lista para dar paso al sol; que, para ser casi invierno, todavía este mantenía energía suficiente para aparecer tras las grisáceas nubes. Las paredes eran de un color pálido que armonizaba con ingenio para hacer relucir el verde de las hojas de todas las matas que se hallaban desperdigadas por cada mueble de la habitación. En resumen, no era un escenario penumbral. Era sobriamente pacífico.

Sentada tras el escritorio y frente a mí, estaba una señora de no más de cincuenta años. No tenía nada que destacar de su imagen, más que su curiosa, por no decir ligeramente perturbada, mirada.

—Permítame recapitular su relato —habló con su voz rasposa y paciente, pero con un alce de reproche—: Usted mantiene una relación de abuso con una persona especialmente cercana, que-

—No somos especialmente cercanos —interrumpí.

—¿Sí? La manera en la que me lo ha narrado me hizo entender otra cosa.

Arrugué la nariz, pensativa. Su observación me hizo repasar sobre qué habría sido lo que dije que pudiera dar ese matiz. Yo no significaba nada para él, ni él para mí.

Lo último sé que es mentira.

Me acomodé en la silla en la que estaba, empezando a sentirme incómoda.

—No sobreentienda.

—De acuerdo, me disculpo. —Aunque aceptara mi corrección, en su actitud había un deje de duda—. Me repito: Usted está atrapada en una relación de abuso con esta persona, que cabe mencionar que ni la acaba de odiar, que la defiende en público y en privado.

—No he dicho que no la odie. Incluso, se puede decir que le tengo cierto desprecio.

Me echó una mirada rápida.

—¿Está segura?

Lo pensé otra vez.

—Sí.

Entonces suspiró mientras anotaba algo en la hoja de apuntes que traía en mano. ¿Qué demonios?

—Mire. Escúcheme atentamente. Si me permite hacer un comentario al respecto, pues tengo algo que añadir. —No esperó una respuesta mía para continuar; aunque no importaba, ya que no la iba a interrumpir—. Para mí es evidente que usted trae un trauma derivado de su infancia. En esta sesión no hemos conversado absolutamente nada de ello, así que le explicaré por qué lo pienso y las pistas que usted me ha dado.

» A principio de nuestra reunión, recuerde que le pedí que dibujase una casa en este mismo folio. —Diciendo esto, presumió entre sus manos aquel dibujo feísimo mío de una supuesta casa. Bueno, lo había intentado—. Usted, además de una casa y aunque no le pedí más, dibujó a una figura humana a lado de la casa. Si tuviera que adivinar, diría que no se trata de usted, sino una persona que usted vincula directamente con la imagen y concepto de “casa”. “Sin esta persona, no hay casa”, traduzco. Esta actividad práctica no es más que especulación y no funciona como una ciencia real. Solo otorga pistas, no diagnósticos. Pero si me permite continuar y desea descubrir a dónde pretendo llegar, me cabe mencionar el hecho de que me parezca curioso y significativo el poner a este personaje, mas no a sus padres, cuales son figuras típicas cuando pensamos en “casa”, “hogar” y “familia”. Esto me sugiere que usted mantuvo o mantiene una relación conflictiva con sus padres, de tal modo que ni siquiera los percibe como familia. ¿Puedo tomar esto como cierto?

Un sofoco carcomió mi pecho, dejándolo entumecido y pesado.

—Sí.

—Lamento escuchar eso. ¿Estuvieron presentes en su infancia?

—Sí. Y no.

—¿Quiere ser específica?

No.

—Estaban ahí para gritarnos, para quejarse de nosotros, para devorarnos el sueño. Y no estaban cuando se necesitaba dinero, para… charlar con nosotros, para existir como familia.

La mujer me otorgó una mirada comprensiva.

—Ya veo. Entiendo.

Genuinamente me preguntaba si una persona era capaz de comprender el dolor de otra, o si solo era cortesía. Sin embargo, aunque no me gustara ni pensarlo o admitirlo, me decía a mí misma que me veía reflejada en Saeran. Ese es mi único y verdadero vínculo con él.

Eso me llevaba a reflexionar al mismo hueco sucio de mi mente. Me hacía repasar una y otra vez sobre si Saeran y yo estábamos igual de arruinados y rotos.

De hecho, no dejaba de pensar en él.

Resoplé muy bajito por ese hecho con un buen tinte de ironía. La psicóloga lo notó, pero no hizo un comentario al respecto.

Las personas locas o enfermas se ríen solas.

—Y entonces, ¿qué más? —pedí.

—Sí. —Tragó fuerte y relamió sus desgastados labios. Se tomó dos segundos de silencio en lo que, a mí parecer, organizaba sus palabras—. Ya que, para honesta desgracia, ha confirmado lo que sospeché, la hipótesis que pensé se refuerza. Le diré esto y puede ser fuerte si no lo ha sopesado usted misma —se preparó para el veredicto, como si luego fuera a crucificarme—. Este abuso en su infancia ha derivado en lo que me ha relatado: No es usted inmune al maltrato, pero lo ignora en el sentido que suele rebajar esta clase de tratos, pues desde siempre los ha tenido; está acostumbrada.

» No me malinterprete. Usted no es estúpida, eso lo sé. Entiendo que usted reconoce que está dentro de una relación abusiva; que no es saludable y que está recibiendo un daño considerable como resultado. Sin embargo, esto está tan profundo dentro suyo desde la niñez, que lo soporta. Más todavía, usted misma me ha confesado de facetas que usted considera no tan desagradables en ella, en esta persona. ¿Y sabe lo que hace cuando admite esto? No quiere aceptar la realidad de que una persona a la que está empezando a estimar la fuerce y la abuse a usted.

No lo estimo. Pero me quedé callada, porque, como fue antes, seguro no me creería.

» En lugar de admitir la realidad, lo que ha hecho es una dicotomía de la persona. La ha despedazado en dos. A una la estima, la considera vulnerable y la defiende; (lo cual no me explico por qué, no me ha dado motivos concretos); y a la otra mitad la aborrece y la tacha, la odia. Usted considera necesario esta división, para no sentirse enferma y culpable por mantener cierta empatía hacia su maltratador. Es una especie de ancla de cordel fino y frágil. Para mantener esta relación.

» Pero yo le pregunto a usted: ¿Por qué empatiza con ella? ¿Qué le impide odiarla por completo? ¿Por qué no la ha acusado con absolutamente nadie, quizás sólo a mí?

Quise murmurar cualquier cosa, como en defensa. Mas callé en un soplo débil.

—Ya sea que no lo sepa o, sí lo haga, pero no quiera digerirlo, aun así, déjeme poner esto sobre la mesa; y quiero que quede muy claro. Con dividir a esta persona en dos usted no obtiene nada. Es inútil. Las personas solo somos una. No existe esta fantasía de una buena persona con un lado malo, o una mala persona con un lado bueno. Somos personas, y ahí acaba. Y usted se ha topado con una persona que no necesita en su vida. Y por lo que entendí, esta ni siquiera piensa en usted, ni la prioriza ni se arrepiente. Por lo que me ha dicho, esta persona no parece intentar curar esta relación entre ella y usted.

» Pierde usted misma su tiempo. Está en este barco sola —declaró con un fuerte timbre, dando fin a su parlamento.

Hubo un silencio terriblemente devastador entre ambas. Yo solo podía mirar a la pared mientras apretaba los dedos entre sí en mi regazo.

Las personas no son buenas con un lado malo, o malas con un lado bueno. Son personas.

“Si fuéramos solo un lado de la moneda, no tendríamos volumen”.

No importaba si un lado de la moneda era bueno, no negaba ni ocultaba lo malo. Eso quizás representaba ser un humano, eso conllevaba el tener dos lados. Ambos conformaban a la persona y ambos eran igual de verdaderos.

El veneno de Saeran era igual de real que el hecho de que fuera una víctima y necesitara ayuda. Su violencia era igual de real que la delicadeza con la que me miraba cuando hablábamos de aquella estúpida ave, esa estúpida vez en ese estúpido jardín.

Suspiré profundo. Esta división que inconscientemente hacía era inútil.

—Bueno. Con esto finalizamos. —Nos esperé nada para ponerme en pie usando los posabrazos de impulso—. Gracias por su tiempo. Fue divertido.

Ella también se levantó, acompañada del brusco arrastre de la silla. En su gesto se veía confundida.

—¿Perdón? Ni siquiera acaba la hora. Creo que necesitamos profundizar más en esto.

—Sí. Pero yo solo vine a confirmar una cosa. Con pocos minutos me bastó.

—¿Confirmar qué cosa?

—Que estaba perdiendo mi tiempo.

Entonces volví a agradecer la cita mientras me dirigía a la puerta, y aunque me insistió de una próxima sesión, me negué rotundamente.

—Debería denunciarlo. No puedo hacerlo por la confidencialidad médico-paciente. Pero usted debe.

—Sí. —Ni intenté ocultar mi claro tono de mentirosa.

Así cerré la puerta de la consulta detrás de mí con un suave sonido.

He dicho que un poco más de dos semanas eran suficientes para que muchas cosas pasaran. Fue así, pero también en mi mente. Saeran se convirtió en una larva parasitaria en mi cerebro, lo que me hizo repasar sus acciones y palabras una y otra vez. Y solo hice una maldita cita clínica para escuchar la misma conclusión a la que había llegado, pero de otra persona. Entendía que Saeran era violencia, pero necesitaba que algo con fuego me lo marcara en la mente, para ignorar esas cosas no tan malas que vi y alejarme. Así que pensé que ocupaba que solo alguien me lo recalcara.

Las palabras en voz alta se sentían mucho más reales que los pensamientos.

Mi problema con Saeran erradicaba en que mi empatía era más fuerte que mi odio o miedo a él; casi que a veces ni siquiera se sentía como odio o miedo. Me quedaba estancada en el antiguo trato amable de Saeran, aunque solo fue por poco tiempo; estaba atrapada en esos momentos donde su condición de víctima de su pasado y de la misma Rika eran más notables. No lo estaba mirando como a un adulto con problemas mentales. Lo veía como a mí misma de niña. ¡Y por supuesto! Esa comparación sonaba adorable, tierna, romántica; como si yo fuera una dulce persona que no podía abandonar a su suerte a ese pobre niño que le carcomía sentirse defectuoso e ineficiente. ¡Como si yo fuera una salvadora!, o como si quisiera serlo. Pero este comportamiento inconsciente e impulsivo mío solo era resultado de mi trauma, y efectuaba creando una visión completamente inexacta. Saeran no era un niño, y a mí no me correspondía intentar ayudarlo ni priorizar su bienestar como si él fuese la mayor víctima del mundo. Él era una mala persona.

No había merecido mi comprensión y estúpida empatía en el momento en que me rozó su arma contra el cabello, esa noche cuando nos conocimos. De hecho, se siente lejano, como si hubiera sucedido hace años.

Esta nueva reflexión no me hizo odiarlo más, sino desligarme más de él. Con cada día que pasaba me sentía mucho más lejana de él, y de mi resentimiento y también empatía. Quizás ayudó que las dos semanas, que se supone iba a durar su trabajito, se extendió a casi tres sin explicación que yo supiera. Un nuevo mantra había nacido: “No es mi problema y no merece mi atención”; aunque, claro, antes de esto era incómodo tan solo escuchar su nombre. Como si mi atención se prendiera naturalmente hacia él. Esa atención selectiva yo la había nombrado como curiosidad y compresión, mezclados con desprecio. Ahora lo corregiría y lo llamaría trauma. Trauma del que estaba aprendiendo a soltar.

Recuerdo una vez que aconteció una semana después de la partida de él, cuando Rika me citó en el mismo balcón que la primera vez. Hablamos de cosas varias, ella rio y yo fingí hacerlo. Comimos pasta y una torta dulce. En algún momento un miembro se acercó con sumo cuidado y le entregó una carta.

Suena un poco arcaico, pero se evitaba usar móviles y el internet estaba bloqueado. Intuí dos motivos de ello: Evitar rastreos de las acciones turbulentas de la secta y, segundo, aislar a los miembros y hacerlos más susceptibles a la manipulación.

—Es Saeran —anunció con un suave tono, casi maternal, mientras abría el sobre.

Solo con oír su nombre disparó mi corazón y mis alarmas. Para ese momento apenas había consultado de él con mi almohada, así que la línea entre “mi problema o no mi problema” estaba tan difusa como mi empatía y supuesto rechazo. Lo único genuino y de lo que no tenía duda era que estaba curiosa. ¿Qué estaría haciendo un imbécil como él? ¿Ya se habría roto una pierna, o recibido dos balazos en las costillas? Supuse que la empatía no tenía nada que ver con verlo sano y salvo, porque la idea de que sufriera, aunque sea un poquito de dolor, amortiguaba un poco mis venenosos sentimientos. En ese momento, mi resentimiento por haberme puesto una pistola en la cien estaba mucho más fresco.

Se disculpó conmigo para leer el contenido, y yo le resté importancia e insistí que siguiera. Quizás yo había mirado al papel blanco más de la cuenta, porque Rika alejó sus ojos de las letras y disparó sus pestañas a mí, con una sonrisa amable, casi falsa, diciendo: —¿Te da interés esto? Puesto que serán compañeros pronto, quizás no le importe si la lees.

Vaya excusa tonta, pensé rápidamente. Pero mi estómago tuvo un tirón. Si me otorgaba permiso, significaba que el papel no contenía nada confidencial. Aun así, se sintió como si fuera una prueba; pero no estaba segura si la prueba era por parte de Rika, para confirmar que no buscaba investigarla y traicionarla, o del universo para asegurarse de que mis desvelos de las últimas noches habían valido la pena: Si había decidido finalmente alejarme por completo de Saeran, como era correcto y de sentido común.

Al verme callada, de modo amistoso me tendió la carta, ahora más accesible a las yemas de mis dedos. Solo la observé, cada vez más deseosa de inmiscuirme en sus pensamientos.

Si fuera por carta, ¿existiría la posibilidad de un Saeran más honesto y de palabras más suaves, distinto al que yo conocía? Ni siquiera concebía la idea de que fuera, de hecho, más cruel de lo que ya había sido conmigo. Saeran parecía tener un filtro grosero con todos, pero quizás con ella, con su “madre”, sería diferente.

Nunca quise tanto leer un mísero papel como en ese momento. Me picaba como agujas los dedos por la necesidad de arrebatarla de sus pálidas manos. Al final, dejé de mirar la carta.

—No, no. No me compete y no es de mi interés. —Sonreí, y luego sorbí de mi taza.

Rika no insistió y la escondió en su regazo. Una pequeña sonrisa se enmarcó en su rostro.

Rememorar ese momento solo comprobaba mi reflexión y lo dicho por la terapeuta. Estaba buscando pintar una imagen dulce de Saeran. Un paisaje enfocado en el cielo y no en las flores marchitas. Una pintura bonita, pero incompleta.

Ni monedas de dos lados ni buenas o malas personas. Saeran sencillamente era una persona dañada.

Esta retrospectiva tendencia y distancia emocional que desarrollaba hacia él estaba poniendo mis sentimientos en orden. Me dirigía a por la calma.

Estas tres semanas, además de lo dicho, no hice más que mi propio trabajo. Procuraba con Rika una relación amistosa y sutilmente extraña, para que no sospechara de una devoción fingida, y seguí con mi trabajo de limpieza y cocina. Y naturalmente, con las orejas bien en alto.

Luego de la sesión de terapia, por la tarde, que escuché las furgonetas llegar una en una por la zona sur del edificio. Varios hombres salieron de los vehículos y empezaron la descarga de equipo. Desde una ventana de un pasillo del segundo piso podía ver estas cosas. Algunos vestían de negro y con armas y otros de civil común, aunque de buena apariencia. No tuve dudas, seguramente Jihyun había regresado de su misión. Una ligera sonrisa se posó en mi boca. Estaba en pleno trabajo llevando cajas a una nueva oficina, pero abandoné la tarea un momento y bajé las escaleras con paciencia. Los pasos eran lentos, como si él no fuese a escapar de mí; y esa ligera espera mientras andaba se volvía tumultuosa por mis ansias. Era una vergüenza ponerse así por un hombre que apenas conocía y más aún cuando había decidido no hacer nada con estos sentimientos, pero en dicho momento no pensaba en esas cosas amargas.

Bajé al primer piso y observé otra vez por la ventana. No quería que los demás miembros vieran una conexión entre nosotros, así que no me permití a estar frente Jihyun. Me bastó cuando le vi el perfil; parecía saludable. Pero entonces habrá sentido el peso de mi mirada, pues se giró a encontrarla. Sus ojos se suavizaron un segundo y luego los desvió de prisa, disimulando. Mientras charlaba con otros dos miembros con aire sobrio, vi con su palma formar un pequeño saludo alzando un poquito su muñeca. No dudé cuando supe que había sido para mí. El pecho se me extendió contenido de cosas que no quería nombrar.

En eso recordé que, si este hombre había regresado, también lo habría hecho Saeran. Pero no lo busqué y solo me devolví al trabajo.

 

(***)

—Estamos escasos de capital humano.

Entonces me giré a la voz madura de uno de los líderes de suministros de Magenta. Quizás había sido el instinto arraigado en mí a la palabra “escasez” que me hizo reaccionar.

Me alejé del horno que estaba supervisando para que no se cociera de más los bollos salados, mientras a la vez cortaba verduras, y avancé hacia el pequeño tumulto de personas que rodeaban al hombre de voz proyectada y a otros de sus acompañantes.

—¿Qué dice este? —murmuré a la oreja de una compañera de la cocina.

—Necesitan fuerza para ir por leña. Ya sabes, el invierno está muy duro este año y se acabó la madera más pronto de lo usual. Están buscando voluntarios para la recolección fuera, ya que están sin gente. Tienen que tener brazos fuertes, buena salud y no ser sensibles al frío- Pero, ¿¡qué haces, mujer!? —murmuró exaltada cuando me hube apartado de ella de prisa.

—Voy a ofrecerme —dije, terminando de cortar las cebollas y volver a mirar el pan—. Si puedes sacar los bollos cuando estén hechos, te lo agradecería.

—No me esperaba que una mujer fuese voluntaria para esto —masculló en reprobación.

—Ni te preocupes —le sonreí bajito en lo que me retiraba el delantal—, tengo aguante para todo.

—Ajá.

—Te lo juro. Además, no se trata de ayudar y ya. Es importante la leña para los de condición débil. Estamos a principios de invierno y ya es feroz.

Mi compañera frunció la nariz. Adiviné que se había sentido tocada por mis palabras, pues ella sufría resfriados seguidos debido a cambios de temperatura.

—Gracias —dijo tercamente—. Pero no te fuerces.

—No lo haré.

Entonces me despedí de ella y pregunté dónde anotarme como voluntaria. Así hice. El líder que rogaba ayuda con un discursillo elocuente nos dijo de reunirnos dentro de 15 minutos en la zona oeste del edificio, esta conectaba con la parte más frondosa del bosque perenne que rodeaba a Magenta.

No tardé mucho en cambiarme de ropa a algo más abrigador y estuve ahí dos minutos después de lo acordado. Ni me sentí culpable de ello, no estaba ni la mayoría que se apuntó todavía. El ambiente era puramente blanco. La nieve no parecía algo suave y agradable a la vista, al contrario. Se veía fría, tan cegadora que dañaba la retina y probé su tacto con la mano desenguantada; podría compararlo al roce de pequeños cristales, granizado hiriente. Todas estas cosas me transmitieron el sentimiento de que estaba rodeada del lado peligroso de la naturaleza. Y no era literatura, era preciso. El invierno significaba hambre, encierro y enfermedad; yo sabía una que otra cosa al respecto desde niña.

Poco a poco nos fuimos acumulando. Cuando llegó una encargada nos instruyó en grupos de diez personas para ocuparnos de zonas respectivas del bosque. La tarea era extenuante y larga: Identificar árboles de troncos gruesos —De ser así, su interior estaría seco y perfecto para ser leña—, talarlos y cortarlos en rodajas para hacer los pequeños trozos y, por último, transportar esta leña en tandas en las camionetas y ayudar a que estos estuvieran asegurados y no cayeran durante el tránsito. Por supuesto, cada labor fue dada según las capacidades. A mí se me fue dicho de cortar las rodajas a pedazos más chicos.

La mujer que había tomado la batuta seguía hablando algo de la seguridad y procurar el bienestar del equipo, pero mis oídos y mente se distanciaron de su voz. Mi piel se erizó de inmediato como si no llevara ninguna prenda encima. Me invadió una incomodidad terrible, porque supe que me estaban observando. Alcé la mirada sobre mi hombro sin pretender disimular mi disgusto. Busqué quien tendría unos molestos ojos que no se despegaban de mi nuca.

La impresión fue fuerte cuando encontré el mentolado iris de Saeran justo y enfocado en mí. Fue fuerte, fue dura y caló en mí porque hacía mucho desde la última vez que nos vimos, y varios días desde que regresó. Él no había cambiado nada en su apariencia, y su gesto seguía igual de marchito o más. Recordé la madrugada de hace semanas cuando no desviamos la atención del otro, un breve momento donde solo fuimos nosotros y nuestra extraña situación venenosa.

Esta vez corté el teatro. Volví el rostro al frente. No necesité cuestionarme si sus ojos seguirían en mí, pues que mi piel continuara electrizada, de gallina, me lo hizo saber. No me giré, solo otorgué una recriminación con una leve inclinación de mi cabeza, forzando el rabillo del ojo. Y fue suficiente pues deslizó sus pupilas a otro lado.

Me olvidé de él y esperé que él de mí. Supuse que estaba de voluntario al igual que yo, entonces tendría suficiente que hacer para que me dejase en paz.

Una vez la encargada nos indicó una última cosa, el gentío se agrupó como correspondía y la labor empezó.

—¿Qué tan lejos está este claro? —Señalé un espacio limpio en el mapa del bosque, nuestro lugar asignado.

—Un kilómetro como mucho —respondió el que todos acordamos sin consenso explícito que sería nuestro coordinador—. No podemos llevar al grupo en la camioneta que nos fue dada, eso consumirá más gasolina innecesariamente. Uno irá conduciendo al claro y los demás andando. Reservemos el combustible para cargar la leña por la tarde-noche.

Además de ser consciente del cansancio que tendríamos una vez acabado esto del leñado, supimos de inmediato que tendríamos la incómoda situación de escoger quien tendría el privilegio de estar resguardado del frío, sin ejercitarse de más, el que conduciría la camioneta.

Se decidió con piedra, papel y tijera. Afortunadamente salió ganador un hombre delgado; así no desgastaba su cuerpo.

La caminata fue agotadora y no por la distancia. El frío había calado un poco en mi rostro y la pesadez se alojó en mis piernas con cada paso de mis botas que se hundían en la molesta nieve. Quizás podría afirmar que para los demás fue una experiencia similar. Por otro lado, el hombre delgado se veía más fuerte que todos nosotros cuando salió del vehículo con una ligera sonrisa una vez hubimos llegado.

El coordinador, recuperado del cansancio, comprobó dos veces que estábamos en el sitio correcto, y una vez hecho, mandó instrucciones a todos nosotros. Mientras tanto, ya que no había rodajas de madera con las que pudiera trabajar, ayudé con la localización de buenos troncos secos. Por el claro, la poca nieve que caía daba justo encima de nosotros, lo que motivaba a que fuera más frío que otras zonas. Pero la exploración no tuvo solo ese ligero problema, sino también la falta de árboles de tronco maderable óptimo. La mayoría eran flacuchos y otros estaban húmedos por el clima. El asunto llevó su tiempo, pero el desánimo desapareció cuando uno de los nuestro gritó que “había encontrado la zarza de Moisés”. A partir de ahí entonces se hallaron otros tres árboles. Descargaron las herramientas y empezamos la tala.

—¿Cómo lo lleva? —Se me acercó uno de los chicos, mientras yo cortaba un tronco en dos con un hacha. Era pesada y al principio me pareció demasiado, pero después de unas tantas veces, cambió de “muy pesado” a “pesado, pero soportable”.

—Bien —respondí en un jadeo tras bajar la herramienta contra la madera. Aparté el sudor frío en mi nariz y frente—. No tome descansos, continúe lo suyo que ya va a anochecer y todavía no acabamos.

Empecé a escuchar murmullos a la distancia, lo que me distrajo del hombre frente a mí y apunté mi vista y oídos a por allá. Se habían acercado dos hombres a hablar con nuestro coordinador, se veían medidamente alterados mientras gesticulaban con sus manos. Pero el hombre cerca de mí continuó:

—No, es que… Me da pena lo agotada que se ve usted.

Ahg.

Me giré con una sonrisa falsa hacia él y bajé el hacha a un costado mío.

—Si tan preocupado, ayude usted a ese joven de ahí que se le ve mucho más cansado que yo —aconsejé con un tono agradable, aunque mis intenciones no eran muy amables.

No sé si entendió mi indirecta o no, pero se marchó tras eso. Y yo volví a levantar el tedioso instrumento luego de poner otro tronco en posición. Y lo bajé con fuerza.

Los murmullos no pararon y alcé la cabeza otra vez en esa dirección. Parecía que nadie más de nuestro equipo estaba pendiente de lo que esas tres personas hablaban. Entonces cuando aquellos dos se marcharon, me atreví a dar paso hacia el coordinador.

No necesité preguntarle nada, lo habría visto en mi rostro.

—¿Ha visto a todos? —dijo.

—¿Qué?

—De nuestro grupo.

Fruncí mis cejas.

—Claro. Los tres que no están fueron en esta dirección hace poco, no tardarán.

—De acuerdo.

Pero yo no me quedé satisfecha.

—Esos hombres, ¿qué le dijeron a usted?

Suspiró.

—Hay que ser cuidadosos. Ya se perdió alguien de un grupo.

—¿Perderse?

Mi tono fue incrédulo. Todavía no era de noche, todos estábamos en grupos con la regla de no alejarnos tanto y no hacía tanta de nieve; apenas caía un poco. ¿Quién se perdería?

—Sí. Del grupo 8. Se necesita tener un registro de presencia y actividad cada treinta minutos. Y de este no se sabe nada desde hace tres horas. Ahora empezaron a preguntar a otros equipos y a buscarlo.

Algo me puso agitada y tragué saliva. La excursión se había iniciado hace cuatro horas.

—¿Por qué han esperado tanto para anunciar una desaparición?

—No se enfade. Es normal que en excursiones este miembro no se reporte, así que el grupo no tuvo un mal presentimiento al principio.

No sabía si estar molesta o no, así que resoplé lento para calmarme.

—Bien, entonces ya aparecerá, ¿no?

—Por supuesto, y con lo tranquilo que está cayendo la nieve no hay peligro.

—Claro —contesté.

Pero yo había consultado el clima esta mañana en esos trozos de periódico mal cortados que ofrecía Mint Eye —otro truco para apartar a las personas del ambiente social—, y salía que por la noche habría tormenta de nieve. No podía asegurar si el coordinador sabía de esto o no. Pero lo más probable es que sí, y lo ignorase para mantenerme tranquila a mí o a él.

Pasaron dos horas más y ya había caído la obscuridad. Subimos los troncos a la camioneta que cupieron en una sola tanda sin problemas, aunque rebalsando. Decidimos que yo y otras dos personas iríamos en la parte de atrás de la camioneta cuidando de que la madera no cayera. Uno de ellos encendió una linterna e iluminó donde estaban mis manos haciendo nudos. Mientras revisaba que los mecates estuviesen bien asegurados a las varias hileras de leña, noté un viento fuerte que sacudió mi coleta hacia arriba con violencia, y con él vino acompañado de una buena —preocupante— cantidad de copos blancos.

—Saquen el plástico —gritó el coordinador.

Del asiento detrás del conductor uno de nuestro grupo sacó el enorme forro de plástico y con ayuda de otros dos lo extendieron sobre las hileras de madera. No podíamos permitir que la nieve humedeciera nuestro trabajo. El viento que se intensificaba dificultaba la tarea, pero los otros dos encima del vehículo y yo aseguramos el plástico y lo atamos a la madera.

Entonces el coordinador dio tres golpes con la palma a la camioneta y gritó al hombre delgado, que ya estaba tras el volante:

—¡Márchense!

El viento creó su propio sonido que empezaba a tapar nuestros oídos, pero no necesitabamos entender las palabras del coordinador, nos bastó con las palmadas al metal. El hombre delgado encendió el motor y arrancó a toda prisa, con nosotros tres todavía en la paila de la camioneta. El resto se quedó para ir andando con las linternas.

Pero para nosotros que estábamos fuera del vehículo cuidando la madera no era mejor.

—¡Joder! Este frío —se quejó uno.

Yendo a esta velocidad y con el viento brusco, todos nos sentíamos un poco congelados. Nosotros tres tiritábamos y teníamos una buena pila de nieve sobre nuestros chalecos y gorros.

De suerte el viaje fue corto. Llegamos al edificio y bajamos.

—Dejemos la camioneta en el garaje y ahí sacamos la leña —dijo el hombre delgado.

Asentí como los otros dos. Iba tras ellos hasta que un grupito enfrente de Magenta llamó mi atención, discutían un poco alto sobre el sonido agudo y desordenado de lo que podría volverse una ventisca potente.

Avancé hacia ellos sin avisar a los de mi equipo —que les importó muy poco—, y grité por encima del viento:

—¿Sucede algo?

—¿Se ha enterado? ¡Se ha perdido alguien! —Alzó la voz no por alarma, sino para que pudiera escucharle.

—¿Qué me dice? —Alcé la voz también—. Eso fue hace horas. Creí que ya lo habrían encontrado.

—Nada. No aparece. Estamos formando un grupo de búsqueda.

—¡Pero sí que han sido osados! ¡Groseros, y perdonen la palabra, e imbéciles! —Grité más por indignación que por hacerme oír—. Me parece increíble que hasta ahora estén planeando una búsqueda cuando esta persona lleva desde temprano perdida. ¿Son idiotas? —Volví a gritar.

Esto calentó a los hombres. Dejaron de verme como a una curiosa y en sus gestos noté su rabia; me volví una intrusa. No iban a permitir que una desconocida fuera ofenderles. Y yo no iba a ocultar mi decepción a su incompetencia. Una persona estaba por ahí en medio del bosque desde hace más de cinco horas, siendo de noche y con esta nevada que empeoraba. Y nadie parecía lo suficientemente preocupado al respecto además de mí. Todos, al contrario, buscaban tranquilizar o minimizar la situación.

—Escúcheme usted —masculló uno, levantando el pecho hacia mí y acusándome con su dedo—. Este hombre siempre hace lo mismo. Nunca obedece, no hace el registro, desaparece unas dos horas y regresa con el trabajo bien hecho. ¡Culpa nuestra no ha sido! Si habíamos estado convencidos y jurábamos que era el mismo caso de siempre. ¡Siempre haciendo lo que quiere por su cuenta! Usted debe conocer como es el detestable, insípido y altanero comportamiento de Saeran.

Entonces mi alterado pecho por el frío del viento y por el calor de la discusión paró de pronto. Sentí mi pecho elevarse con una inhalación lenta mientras una incertidumbre pesada se alojó dentro. Por un segundo olvidé cómo hablar y mi espalda se sacudió por un escalofrío.

—¿Saeran? —Mi pausado murmullo sonó más agudo de lo que hubiera querido—. ¿Saeran dice?

—¡Ese imbécil! —Siguió gritando aquel hombre, ignorando por completo mi nuevo y un tanto atribulado estado—. El favorito y el perfecto. Había asegurado que tenía salud para explorar lejos con el grupo 8 y ahora desaparece. ¡Creído y estúpido!

Le vi directamente a los ojos a ese hombre, frunciendo las cejas.

—¿¡Y qué demonios hace aquí!? ¡Búsquele ya! ¡Ahora mismo!

No me cuestioné a mí misma mis palabras ni mi agitación. Como si hubiera sido natural exigir por Saeran. Como si todas esas veces que pensé con rencor algo doloroso sucediéndole nunca hubieran ocurrido.

Los hombres, molestos conmigo, dijeron dos o tres cosas de mí y se marcharon con linternas y comunicadores por radio.

Me quedé de pie en el mismo sitio. Implantada en la gruesa nieve. Soplé un vaho frío sin haberme dado cuenta que lo había estado conteniendo dentro, y este se perdió, motivado por la brisa. El corazón no lo tenía incontrolable, solo un poco angustiado.

Un poco angustiado.