Chapter 1: Capítulo Uno
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Genuinamente no sabría cómo hacer esto solo.
Era claro que no, un simple ser humano cómo él no llegaría a tales respuestas, sería muy extraño culminar a ese nivel de inteligencia. Habían tantas cosas que él, Bill, le había convencido que eran posibles cuando anteriormente pensó que estaban muy lejos de incluso su extensa imaginación.
Nunca se consideró un hombre cerrado, pero, oh vaya, nunca le iba a dejar de sorprender lo mucho que había negado muchas cosas que Bill le aseguró que eran ciertas.
No podría cansarse nunca de hablar con él, con Bill. Jamás dejaba de sorprenderle, y no cree que en algún momento logre dejar de hacerlo. Cada cosa es igual de impresionante que la anterior, y por lo más, muy interesante.
Estuvo perdido en sus pensamientos mientras el ente flotante lo miraba tan atento como para solo tener un ojo. Se encontraba sentado en su escritorio, escribiendo todos los descubrimientos que su amigo le estaba proporcionado. Definitivamente jamás podría haberle dado una explicación a algo si no fuese por él. Le debía tantas cosas que la deuda sería igual de increíble que Bill Cipher.
—Entonces, seis dedos, ¿qué es lo que haces para divertirte por aquí?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Fue la primera vez que Bill hablaba de algo fuera de todo lo que su cerebro construyó por tantos años: puro conocimiento. Qué es lo que hacía para divertirse, no debería ser difícil de responder, pero logra serlo. Se divertía leyendo, encontraba un placer en la lectura, ¿pero era eso lo que Bill deseaba escuchar?
De todos modos, ese ente podía meterse a su cabeza cuando quisiese. ¿Qué era esa pregunta?
—Si me haces esa pregunta es por una razón motivada.
—Oh, mi querido amigo, nunca fallas.
El triángulo decide acercarse a él, levitando en su dirección. Al principio fue extraño, pero después de tantas veces se acostumbró a verlo sin volverse loco acerca de cómo Bill logra romper todas las leyes de lógica.
—Tengo una idea que creo que será interesante.
—Soy todo oídos.—dice Ford, siempre tan decidido con las ideas de Cipher.
—No necesito tu ayuda para esto... Bueno, tal vez un poco.—Su extravagante amigo con un chasquido de dedos se encendió de aquel famoso fuego azul.
A pesar de ser normal, logra ponerlo nervioso. Ford se estremece al ver todo ese fuego de tan inusual color y solo se queda viendo para ver el resultado de esas llamas que cubrían al triángulo.
Pasaron tan solo unos segundos y el ente había desaparecido. Ford alza una ceja y mira hacia sus lados, no lo veía, en realidad, no parecía estar ahí en lo absoluto.
—¿Bill?— Pregunta Ford, genuinamente confundido, comenzando a caminar por aquella oficina que había preparado para sí mismo cuando apenas llegó a Gravity Falls. —¿Estás por aquí?
Se le pasó brevemente por la cabeza que tal cosa pudo haber salido mal. Recordó las palabras de Bill, que necesitaba un poco de su ayuda. ¿Es que estaba pensando en algo equivocado? ¿Es tal vez su aversión por el fuego azul el hecho de que desapareciera?
El pensamiento logró desesperarlo, sobre todo porque aún pasaba el tiempo y Bill no aparecía.
Decidió esperar, los minutos pasaron y seguía sin aparecer. Estaba empezando a reflexionar sobre que esto podría ser solo una broma de Cipher y que dentro de unos días aparecería como si nada, de todos modos, nunca especificó que esa idea involucrase a Ford.
Logra calmarse y después de pensarlo tanto, deja de esperar. Sube a la cocina e intenta prepararse un café, pero el pensamiento de Bill no abandona su mente. ¿Hizo algo mal? Sacude su cabeza, pensar que algo que él hiciese afectaba en algo el poder de Bill era absurdo.
Cuando bebió su café, no se sintió más despejado que antes. Efecto contrario, estaba más alarmado, eso era claro por los químicos que componían el café, y que haya ignorado dejaba en evidencia que definitivamente estaba perdiendo su cabeza en preocupación. Además, el café estaba horrible.
Concluye que es mejor despejarse, tenía que salir y no volver a esa oficina.
Ford, apenas salió de su cabaña, caminó sin rumbo fijo por el bosque, permitiendo que sus pensamientos vagaran. Aunque Bill había desaparecido, la inquietud persistía en su mente. Decidió dirigirse hacia el pueblo, un lugar con el que no había interactuado mucho desde su llegada.
El pueblo de Gravity Falls estaba lleno de personajes únicos y misterios por descubrir, pero Ford siempre había preferido la compañía de sus investigaciones en la soledad de su cabaña. Se dio cuenta de que, a pesar de haber pasado tiempo allí, conocía poco a sus habitantes. Había considerado la idea de conocer a más gente en algún momento, hasta que Bill llegó y dejó su mundo patas arriba.
Llegó a la plaza central del pueblo justo cuando el sol se ponía, bañando el lugar en un cálido resplandor dorado. Era extrañamente hermoso. A su alrededor, las tiendas comenzaban a cerrar y los pocos residentes que quedaban se dirigían a sus casas. Ford observó a la gente con una mezcla de curiosidad y timidez. Se veía tan normal, ¿es que alejarse del pueblo le hizo llegar a pensar que eran tan extraños como los monstruos que acechaban Gravity Falls?
Mientras caminaba por la acera, el adulto pasó frente al mercado del pueblo. Era un lugar pequeño, pero parecía ser el centro de actividad para muchos de los habitantes a esta hora de la tarde. Ford se detuvo un momento, considerando si debería entrar y comprar algo para distraerse, o si debería volver a la cabaña a esperar a Cipher.
Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, alguien lo llamó desde la entrada del mercado.
—¡Hey! Tú eres el nuevo del que todos hablan, ¿verdad? —Una voz femenina y cálida lo hizo voltear. Era la dueña de la tienda, una mujer de mediana edad con cabello castaño y una sonrisa amigable— Me llamo Susan. ¿Eres Stanford, cierto?
Ford asintió, sorprendido de que alguien lo reconociera.
—Sí, soy Ford. No suelo pasar mucho tiempo en el pueblo.
Marge sonrió y se acercó, extendiendo su mano.
—Encantada de conocerte, Ford. Siempre es bueno ver caras nuevas por aquí. He oído que eres un científico o algo así, ¿no?
Ford estrechó su mano, sintiendo una mezcla de sorpresa y una extraña calidez por el gesto amistoso.
—Sí, soy investigador. Paso la mayoría de mi tiempo trabajando en mis proyectos.
Marge asintió, mirándolo con interés.
—Entiendo. Pero deberías venir más a menudo al pueblo. Aquí siempre hay algo interesante pasando. Además, a la gente le gustaría conocerte más. Somos una comunidad pequeña, después de todo.
Ford sonrió ligeramente, agradecido por la invitación.
—Lo tendré en cuenta, Susan. Gracias.
Continuó su caminata, pensando en lo que Susan había dicho. Tal vez había estado demasiado aislado en su cabaña, demasiado enfocado en sus propios intereses para darse cuenta de la vida que ocurría justamente a su alrededor, solo por enfocarse en los alrededores de esta. Era tan irónico. Tal vez era hora de cambiar eso.
Recordó la verdadera razón por la que había salido y además de querer dejar de pensar en Cipher, también era porque su café apestaba. Llegó a la cafetería local, un lugar acogedor con luces cálidas que tenía un agradable aroma a café recién hecho. Decidió entrar, buscando algo de normalidad en medio de sus pensamientos agitados.
Se sentó en una mesa junto a la ventana, observando a los pocos clientes que quedaban. La camarera, una adolescente de cabello pelirrojo que se veía visiblemente aburrida, se acercó a tomar su orden.
—Buenas noches. ¿Qué le gustaría tomar? —preguntó desinteresada.
Ford pidió un café, sin decirle mucho más. Mientras esperaba su café sus pensamientos volvieron a Bill y a lo que había sucedido más temprano. Pero esta vez, decidió apartarlos y enfocarse en el presente, en el aquí y ahora.
El café llegó, y Ford se encontró disfrutando de la simpleza del momento. Tal vez no necesitaba resolver todos los misterios del universo.
—¿Está este asiento ocupado?
Ford levanta la mirada y se encuentra con la amarilla mirada de un joven rubio, que parecía estar vestido demasiado a la moda para el gusto del sencillo pueblo de Gravity Falls. Era tan extraño, pero al mismo tiempo sabe que algo así no debe sorprenderle, pero sí encender un par de alarmas.
—No. Para nada. —Había decidido ser más abierto, no podía echarse para atrás tan pronto.
El desconocido se sienta delante de él, poniéndose demasiado cómodo y en ningún momento despega la mirada de Ford. Ambos están en un incómodo silencio, el adulto no deja de mirar las acciones de su nuevo acompañante, quién estaba mirando el menú sobre la mesa con una suma atención. Le pareció inquietante el hecho de que no dejaba de sonreír ni por un momento, como si todas las opciones fuesen increíbles para él.
—¿Me recomiendas algo?
La voz le saca de sus análisis y pilla a Ford sin palabras en su boca. Se le queda mirando, confundido, no había rescatado ninguna palabra de esa pregunta.
—¿Disculpa?
—¿Me recomiendas algo de esta carta?—El rubio apunta al papel que tiene en sus manos.
Oh.
—¡Oh! Lo siento, es la primera vez que vengo aquí...
—¿Hay algo que te guste en especial?
—Acabo de pedir un café... Discúlpame la pregunta, ¿viniste aquí por algo en particular?
—...¿Te estoy molestando?
—¡No!—Exclama Ford.
Bien, eso había sido raro. El adulto necesitaba estar con alguien, porque cualquier cosa le llevaría al recuerdo de su desaparecido amigo y precisamente eso no era algo que ansiaba. La dependencia hacia Bill estaba lejos de lo que pensaba que era. Sí, sabía que solo contaba con él como una fuente de entretenimiento y una especie de musa para seguir su investigación. ¿Pero acaso no podía hacer su vida sin que se le venga al pensamiento? Era de preocuparse.
—No. No es así. —termina Ford, avergonzado. —No me molestas, es solo que no estoy acostumbrado a...
—No tienes que explicar.
Ford se alivió por esa respuesta. Acaba de darse cuenta de que volvió a pensar en Bill a pesar de no querer hacerlo. Pero había algo en esta persona que le recordaba a él. Sus ojos amarillos, el cabello rubio, la extravagante forma de vestirse y el hecho de que solo un ojo estuviese completamente visible. Por favor, Ford, no puedes seguir así.
—¿Entonces, qué te trae por aquí? —preguntó Ford, intentando desviar la conversación hacia algo más neutral.
El rubio sonrió, inclinándose hacia adelante con un aire de misterio.
—Llámame Victor. Vine a este pueblo buscando algo... especial. He oído que Gravity Falls es un lugar lleno de cosas especiales.
Ford sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en Victor que era inquietantemente familiar, pero no podía adivinar qué era. ¿Tal vez su peinado? Stanley lo tuvo de ese modo un tiempo.
—Sí, bueno, este lugar tiene sus peculiaridades... —respondió Ford, tratando de mantener la conversación ligera a pesar de sus inquietudes.
Victor jugueteó con su taza de café, su permanente sonrisa amplia nunca desapareciendo.
—Los misterios de la mente humana, los secretos ocultos en los rincones más oscuros de la realidad. Cosas que desafían la lógica y la razón. Es increíble, todo eso me encanta.
Ford tragó saliva, sintiendo una conexión inexplicable con este completo desconocido. Había algo en sus palabras que resonaba profundamente dentro de él, algo que le recordaba a las conversaciones que solía tener con Bill Cipher en su cabaña.
—Claro—dijo Ford, tratando de ocultar su nerviosismo—Es un tema fascinante, sin duda.
Victor inclinó la cabeza, observando a Ford con una intensidad que casi lo hizo estremecer.
—Ford, tú pareces alguien que ha visto cosas inusuales en este pueblo. ¿Estoy en lo correcto?
Ford se sintió atrapado por la mirada de Victor, como si el joven pudiera ver directamente dentro de su alma. Asintió lentamente, sin atreverse a romper el contacto visual con él.
—Sí, he tenido algunas experiencias fuera de lo normal. —Una sonrisa cómplice aparece en en sus labios.
Victor sonrió, correspondiendo su sonrisa y pareciendo satisfecho con la respuesta.
—Tal vez podamos descubrir algunos de esos misterios juntos. Me encantaría saber más sobre ti.
Ford se quedó sin palabras. Había algo en Victor que lo intrigaba profundamente, una conexión que no podía ignorar, la idea de no estar solo le tentaba y que un igual lo acompañase era la cereza del pastel. Pero, ya tenía un compañero, y humano o no, era su amigo. La duda lo acechaba tremendamente.
A falta de una respuesta, Victor inmediatamente empieza a hablar de otra cosa. Ford lo agradeció internamente, aunque tenía la duda sobre qué fue lo que hizo que se diese cuenta de que era una buena idea cambiar de tema. Hablaron de comida, del pueblo, de universidad, de muchas cosas que también resultaron ser divertidas. Era tan fácil hablar con él, como si le conociera de toda la vida.
Tal vez podría darle una oportunidad para descubrir misterios.
Finalmente, Victor se levantó, rompiendo el hechizo de la conversación.
—Ha sido un placer conocerte, Ford. Te iré a visitar algún día.
Ford asintió, sintiendo una extraña mezcla de alivio y decepción porque se fuese tan pronto.
—I...Igualmente, Victor. Ten cuidado en tu camino a casa.
Victor le dedicó una última sonrisa antes de salir de la cafetería, dejando a Ford con más preguntas que respuestas. Mientras observaba cómo el joven desaparecía, se da cuenta de que es de noche. Debe volver a su cabaña, y sobre todo, tomar su propio consejo.
Chapter 2: Capítulo Dos
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Después de su encuentro con Victor, Ford se apresura a regresar a la cabaña. Afortunadamente, el trayecto desde el pueblo hasta su hogar no es tan largo, o quizás el miedo que le produce el bosque le da esa impresión, impulsándolo a caminar más rápido. De cualquier manera, pronto llega a su destino; la combinación de frío cortante y la presión de sus pensamientos lo aceleraron.
Al llegar, la cabaña se siente como un refugio cálido frente al aire helado que corta el rostro. Ford se quita el abrigo, dejando que el calor del interior lo envuelva. Suspira de alivio mientras coloca el abrigo en el colgador cercano. Ajusta sus lentes sobre el rostro, que aún se siente rígido por la frialdad y el esfuerzo de la caminata.
Camina por los pasillos de madera crujiente, el piso de madera resonando con cada paso. La calidez y la familiaridad del hogar contrastan con la frialdad del exterior. Se dirige hacia las escaleras y sube lentamente, sintiendo cada peldaño bajo sus pies. El ambiente acogedor de la cabaña no logra disipar completamente la tensión acumulada en su cuerpo.
Porque no hay rastro de su musa desde ayer.
Una vez en su habitación, Ford se estira en la cama y mira el techo iluminado por la tenue luz de la noche. El cuarto está decorado con muebles rústicos y una pequeña lámpara de aceite que emite un brillo suave que se refleja en el cuarto. La calma del lugar es engañosa, ya que su mente no deja de revolotear alrededor de la ausencia de Bill. Sabe que es raro que Bill falte a sus reuniones diarias, y se dice a sí mismo que probablemente aparecerá al día siguiente. Cierra los ojos, tratando de convencerse de que solo necesita descansar.
Cuando se despierta, la preocupación no ha disminuido. El dolor en su pecho por la incertidumbre sigue presente y el frío de la mañana entra por las rendijas de la ventana. Se levanta, llevándose una mano al rostro para peinar su desordenado cabello marrón hacia atrás. Sus movimientos son automáticos mientras se prepara para el día, ajustando sus lentes y vistiendo un suéter. El eco de sus pasos resuena en la cabaña silenciosa.
Ford se obliga a seguir su rutina diaria, aunque la ansiedad le grita que no está en el estado mental adecuado para llevar una vida normal. Ignora la voz en su cabeza que intenta menospreciarlo por su preocupación emocional, y se recuerda que Bill solo es un medio para explorar lo que no puede ver por sí mismo. Es absurdo pensar en una amistad con un ser de otra dimensión, ¿verdad?
Se da cuenta de que está torturándose con esos pensamientos. Bill sí es mi amigo, ¿por qué pienso estas cosas?
Decide que salir de la cabaña es una mejor idea. No soporta la soledad y la sensación de estar atrapado entre las paredes de madera. Se pone su abrigo y sale por la puerta, sintiendo cómo el aire frío le golpea el rostro. El bosque a su alrededor es vasto y silencioso, y el crujido de las hojas bajo sus botas se convierte en su único acompañante.
Llega al cobertizo donde guarda su hacha, y mientras se dirige hacia allí, escucha un crujido. Se detiene abruptamente y levanta la mirada. Un arbusto cercano se mueve, y con un suspiro de esperanza, murmura:
—¿Bill?
A unos metros de distancia, un ciervo emerge del arbusto con tranquilidad. Sus ojos vacíos se encuentran brevemente con los de Ford antes de que el animal vuelva a pastar. Ford lo observa fijamente, sintiendo una mezcla de alivio y decepción. Sacude la cabeza y decide que lo mejor es ir al pueblo.
Ford regresa al pueblo con el propósito de distraerse. En el pueblo, la atmósfera es una mezcla de rareza, y dentro de esa rareza normalidad. Ford se encuentra con algunos de los habitantes, intercambiando saludos y participando en conversaciones triviales que, aunque entretenidas, no logran distraerlo completamente de sus pensamientos. Cada palabra de los aldeanos parece un eco lejano frente a su preocupación constante por Bill Cipher.
—¡Ford! —exclama una voz conocida, sorprendida al verlo. —¡Qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí?
Ford sonríe al escuchar a su amigo. Reconocería su voz en cualquier lugar. Fiddleford McGucket. Un hombre de estatura media, con una apariencia algo desaliñada. Su cabello, castaño y opaco. Su rostro, a pesar de las ojeras de cansancio por quedarse hasta tarde con sus inventos, refleja una energía viva y una curiosidad constante. Él mismo le había sugerido que visitara Gravity Falls hace unos meses, y fue sorprendente cómo su amigo se adaptó mucho más rápido que él al estilo de vida del pueblo.
El mecánico estaba genuinamente interesado en entablar lazos, y la manera en que el pueblo abrazó su llegada, así como la confianza que Fiddleford depositó en ellos, era evidente.
Fiddleford lo mira con curiosidad al no oír respuesta. —¿Ford?
Pines, quien se dio cuenta de que no había respondido nada de lo que decía su amigo, pestañea varias veces mientras sus mejillas se tornan rojas.
—Lo... lo lamento, Fiddleford. Me sorprende verte aquí.
—¿Te sorprende verme en el pueblo en el que los dos vivimos? Oh, amigo, si yo pensaba que estabas perdido... y ahora veo que estás completamente fuera del camino.
Sabe que su amigo intentaba hacerle una broma. Pero no puede reírse de eso, porque sabe que es verdad, está más perdido que nunca antes, pero... no quiere explicarle a McGucket. De hecho, no quiere explicarle a nadie, así que se limita a sonreír por cortesía. No tiene dudas de que el otro se dio cuenta, porque su expresión también cambió, y Ford agradece que no siguió más con el tema.
—Lo siento, debo parecer un idiota.
Fiddleford niega con la cabeza.
—Es natural, siempre estás pensando. ¿Qué es lo que te inquieta hoy?
Ford toma un respiro profundo, tratando de poner en palabras sus pensamientos. No se había dado cuenta que McGucket parecía haber salido hace poco del trabajo. Lleva un par de gafas de seguridad colgadas alrededor de su cuello y un par de pantalones de mezclilla que, a pesar de estar algo usados, lucen prácticos y cómodos. Sus botas de trabajo están cubiertas de barro. Debería preguntarle sobre eso en vez de contarle sus problemas. Dios sabe que su amigo ha tenido suficiente de él, por lo que debería callarse.
—Creo que extraño a alguien y no me deja concentrarme en mi investigación.
No se calló.
—¿Hablas de tu hermano?
Ford sacude la cabeza, negando. Su amigo no hace más preguntas. Pines no sabe por qué, pero tampoco quiere confirmar si McGucket tiene alguna idea de qué es lo que está pasando en su vida. Sería devastador y vergonzoso.
Fiddleford solo sonríe con comprensión.
—No estás solo en esto. Yo también extraño a alguien, pero no puedo cerrarme solo a pensar en eso. Hay más cosas que nos ofrece la vida y más personas por las que pensar. No sé a quién extrañas, Ford, y no pretendo que me digas, pero sea lo que sea, lo que pasó es seguramente el destino obrando por nosotros. Además, nadie te asegura que no le volverás a ver, ¿no es así?
Realmente McGucket tenía razón. Había llegado a Gravity Falls sin tener la menor idea de que conocería a alguien y mucho menos a un ser interdimensional como Bill. Estaba solo desde el principio, ¿es que había olvidado estar solo? Lo había estado desde que Stanley había abandonado sus vidas, y aprendió a vivir sin él y su constante protección. Bueno, ¿cómo no iba a tener cerebro para investigar sus propias cosas?
Se llena de determinación.
—Gracias, Fiddleford. Tu perspectiva siempre me ayuda a poner las cosas en... bueno, en perspectiva —dice Ford, comenzando a caminar en otra dirección. — ¡Nos vemos!
—¡¿Ya te vas?! ¡B-Bueno! ¡Estoy aquí para ti siempre que me necesites! —responde Fiddleford, descolocado por la forma en que Ford se va sin siquiera terminar apropiadamente la conversación.
El castaño se despide de su amigo y pronto decide volverse a la cabaña. Pero cuando se da la vuelta, su cuerpo choca abruptamente con el pecho de otra persona, obligándolo a caer al suelo de espaldas. El dolor es intenso; sube la mirada y reconoce la figura de Victor, quien le extiende la mano.
—¡Stanford! ¡Es un gusto volver a verte!
Ford mira la mano del otro, una mano cubierta con un guante de cuero negro. Le recuerda a su padre de algún modo, pero no sabe por qué no la ha tomado aún. Después de unos segundos, siente un entumecimiento en su cabeza y nota un líquido caliente descender por su nariz.
Antes de hacer algo más, solo ve negro.
Demora unas horas en despertar y, cuando lo hace, sus ojos ven un lugar que no le resulta familiar. Lo primero que nota es un techo de madera fina y azulejos en la ventana frente a él, del cual no puede ver los patrones debido a la falta de sus anteojos.
—¿Stanford? ¿Estás despierto?
Escucha la voz con la que se fue a negro y se sienta en la cama, aún con la cabeza adolorida. ¿De quién era esa voz? Bill... no, no era Bill, solo estaba pensando en Bill de nuevo. Oh, cómo se odiaba. ¿Por qué ese golpe había sido tan duro? Ahora recuerda que solo chocó con alguien que ya había visto antes. ¿Quién era?
—Victor.
—Ese soy yo.
Ford mira al hombre que había conocido en el pueblo apenas el día de ayer. No puede decir que no es un gusto verlo, pero no entiende qué hace él ahí, con él, en ese lugar desconocido. La visión de Victor lo sorprende; el día de ayer lo único que destacó es lo extravagante que era, pero ahora que solo eran ellos dos podía fijarse bien en que no encajaba en lo absoluto con cualquier cosa que haya visto antes tanto en el pueblo como fuera de él, y eso que había conocido a universitarios. Victor definitivamente se destaca de inmediato en el ambiente.
Posee un cabello rubio ceniza que brilla bajo la luz tenue de la habitación, peinado hacia atrás con una precisión que denota un cuidado demasiado meticuloso. Su piel bronceada resalta en el entorno, añadiendo un toque de calor que contrasta con el entorno frío de la mansión.
Ford no puede evitar sentir una mezcla de sorpresa y desconcierto ante la presencia de Victor, preguntándose qué hace allí y qué significa realmente su visita.
—¿Qué hago aquí?
—Oh, vaya. ¿Ni un "gracias"? — Ford alza una ceja por esa respuesta, y Victor parece suspirar profundamente. —Lo lamento. Estás en la mansión Noroeste.
¿La mansión noroeste?
Ford se sienta en la cama, tratando de asimilar la información. La mansión Noroeste. Había oído rumores sobre esa mansión en el pueblo, pero nunca había imaginado que algún día estaría allí. El nombre le resulta tan extraño como su entorno. La mansión, famosa por su lujo y su opulencia, era conocida en el pueblo, pero nadie hablaba mucho de ella.
Victor se sienta en una silla cercana, observando a Ford con una expresión que mezcla preocupación y algo más difícil de identificar. Lo que más llama la atención es su ojo visible, de un amarillo intenso y penetrante, que observa a Ford tan fijamente. El otro ojo de Victor está oculto y le hace querer mover su cabello hacia otro lado.
—¿Cómo llegué aquí? —pregunta Ford, tratando de que su voz no tiemble.
Victor inclina la cabeza ligeramente, como si pensara cuidadosamente en cómo explicar la situación. — Te encontré en el pueblo después de que te desmayaste. Parecías desorientado y con una herida en la cabeza. Pensé que lo mejor era llevarte a un lugar donde pudieras recuperarte adecuadamente.
Ford toca su frente, donde aún siente un leve dolor, y recuerda el golpe doloroso contra el pecho de alguien. Recuerda rápidamente que la historia fue diferente. — Choqué con alguien, pero parecía una estatua de lo duro que fue... Espera, si me viste desmayado en medio del suelo, ¿por qué no me llevaste al hospital?
—Ah, bueno, el hospital del pueblo no es precisamente el mejor lugar para tratar ciertos asuntos —dice Victor, con una sonrisa enigmática—. Además, en la mansión Noroeste tenemos recursos que podrían ser útiles para ti en tu recuperación.
Ford frunce el ceño, sintiéndose incómodo por la vaguedad de Victor. —¿Tenemos? ¿Eres un Noroeste?
Se siente culpable por no haberlo deducido antes; el hombre frente a él viste un traje elegante, pero con el toque de extravagancia que lo hace destacar y que fue lo primero que Ford notó de él. El traje es de un corte impecable, pero a pesar de su elegancia, su estilo parece fuera de lugar incluso para un lugar tan lujoso y aleado de la realidad.
Victor se levanta y se acerca a una mesa cercana, donde hay una taza de té y algunos libros... Para su sorpresa absoluta, dice lo siguiente: —No, me invitaron a quedarme unos días. Soy amigo íntimo de la familia.
Ford se siente dividido entre el agradecimiento por la ayuda y la preocupación por la ambigüedad con la que habla Victor. Al menos no se había equivocado en una cosa más. — ¿Y por qué me traerías aquí? Los del Noroeste no aceptan que cualquier pueblerino entre a su mansión y... apenas te conozco.
Víctor sonríe de manera misteriosa. Ve como agarra una taza de té y bebe muy elegantemente de ella.
—Me caes bien, seis dedos.
Ford no está seguro de cómo tomar esa respuesta, sobre todo al escuchar su apodo de la infancia. Le provoca un incómodo escalofrío en la espalda, pero no quiere evidenciarlo. Es la segunda ocasión en la que escucha ese apodo de alguien que apenas conoce.
—De todos modos... gracias por la ayuda.— Ford decide cambiar de tema, intentando enfocar su mente en algo menos inquietante. — ¿Cómo me veo? ¿Necesito algo más que reposo?
Víctor ladea su cabeza, como si estuviera examinando a Ford con detenimiento.
—Te recomendaría que descanses aquí un poco más. Si necesitas algo, estoy aquí para ayudarte.
Ford no quiere discutir más y solo acepta. Observa la habitación, que parece una mezcla de modernidad y antigüedad. Hay elementos de tecnología avanzada junto a muebles antiguos y decoraciones que recuerdan a otra época. El contraste es fascinante y desconcertante al mismo tiempo; es como si dos épocas se fusionaran. Era algo de gente rica, supone; con el paso del tiempo las antigüedades llegan a ser símbolo de lujo.
—¿Qué es exactamente este lugar? —pregunta Ford, mirando alrededor.
—La mansión Noroeste.— Victor empieza a recorrer la habitación, señalando algunos objetos. —Pero eso ya lo sabes. Yo creo que este lugar es el mayor relicario de Oregón, pero es solo mi opinión.
—Entiendo... —Ford dice, aún tratando de procesar toda la información. —No quiero preocuparme por solo una mansión... Solo quiero entender qué me pasó antes.
Victor le da una mirada comprensiva.
—Y lo haremos, pero por ahora, concédele a tu mente un poco de descanso. Mañana será un día nuevo, y quizás podamos comenzar a responder algunas de tus preguntas.
Ford asiente y se recuesta en la cama, aún con una sensación de inquietud. Mientras mira el techo, su mente sigue girando en torno a Bill. Sabe que él tiene que ver con su ansiedad y las cosas raras que han estado pasando desde entonces, y está dispuesto a descifrar el mensaje que le está intentando otorgar.
Chapter 3: Capítulo Tres
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Ford se encontraba en medio de un paisaje surrealista, una mezcla de colores y formas que desafiaban toda lógica. Sin embargo ya se había acostumbrado a eso, y sabía que la compañía era lo que realmente importaba. A su lado, flotando en el aire, estaba Bill Cipher. Aunque la extrañeza del entorno era evidente, podía confiar en Bill. Además, esta era su propia mente.
—¡Vamos, seis dedos! —exclamó Bill, riendo mientras levitaba en el aire— ¡Apostemos a quién puede hacer aparecer el objeto más extraño!
Ford se rió, una risa genuina que no había experimentado en mucho tiempo. Con un gesto de su mano, hizo aparecer una taza de té que cambiaba de color constantemente.
—Huh... nada mal, seis dedos. —el triangulo parecía pensarlo, llevándose su mano a su "mentón", o lo que al menos simulaba que era.
—Admite que hoy te gané, Bill.
—¡Ja! Bien. Te dejaré hacerlo, solo porque hoy te ves tierno con ese suéter.—respondió Bill, inclinándose en una exagerada reverencia—Pero oye, te doy el honor, amiguito. No todos los días uno encuentra a alguien tan ingenioso como tú.
Ford se sintió extraño, entre orgulloso y...genuinamente alegre. Era raro, pero en ese momento, se sintió completamente en paz con Bill. La amistad que compartían, aunque extraña por el hecho de absolutamente todo lo que les rodea, era bastante importante para él. No sabía que haría sin él.
—Gracias, Bill.
Pero entonces, la escena comenzó a desvanecerse. El color y las formas se desdibujaron, y la risa divertida de Bill se convirtió en un eco distante. Ford intentó aferrarse a ese sentimiento, pero era inevitable.
.
Ford se despertó al día siguiente con una inmensa sensación de desorientación. Aunque el dolor de cabeza producto del golpe había disminuido, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos y preguntas sin respuesta. Se sentó en la cama y miró a su alrededor, aunque todo estaba borroso por la falta de sus lentes. La mansión Noroeste parecía aún más majestuosa a la luz del día, con su elegante esplendor que resaltaba cada detalle.
¿De verdad me dormí aquí? Pensó Ford.
Escuchó la puerta abrirse lentamente, y observó cómo Victor entró con una expresión relajada, llevando una bandeja con lo que parecía ser el desayuno. La casualidad era casi cómica, como si Victor supiera exactamente cuándo Ford despertaría, aunque claramente era solo una coincidencia.
—Buenos días, Stanford —dijo Victor con una sonrisa amable, casi paternal—Espero que hayas descansado bien.
—Buenos días... Sabes que solo puedes llamarme Ford —respondió Ford, aunque su tono era algo más serio. No iba a pasar el día jugando a la casita de muñecas.—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro, aunque ya lo hiciste —respondió Victor, sentándose en una silla cercana y colocando la bandeja en una mesa al lado de la cama.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó Ford, mientras observaba la bandeja de alimentos, agradecido por el gesto, pero aún curioso y un tanto desconfiado—No entiendo tu interés en ayudarme, especialmente cuando apenas me conoces.
Victor tomó un sorbo de su taza de té, dejando que el silencio se alargara por un momento. Luego, con una sonrisa, respondió:
—Quería ayudarte, amigo. Creo que deberías dejar que las cosas sean casualidades y dejar de preocuparte tanto. Tengo mis propias razones para estar interesado en ti, y ninguna es mala. Además, ya dije que me caías bien.
La mirada de Victor, tan cerca y tan fija en él, hizo que Ford sintiera un escalofrío que no solo era por la confusión sino también por la simpatía que le generó ese último comentario.
—¿Cómo puedes decir eso sin saber nada sobre mí? —preguntó Ford, sintiendo el corazón latir más rápido bajo la intensa mirada de Victor, así que mira hacia otro lado.
Victor se inclinó un poco más hacia adelante, su rostro tan cerca del de Ford que casi podía sentir el calor de su respiración. Bien, esto ya era extraño. —A veces, uno no necesita conocer todos los detalles para saber que hay algo especial en alguien. No siempre es necesario entender todo para sentir que se está en el lugar correcto.
Ford tragó saliva, su mente luchando por mantenerse enfocada en la conversación, mientras la cercanía de Victor y el calor de su aliento llenaban su espacio personal.
—Okay, pero... aléjate un poco. ¿Si?
El rubio no dijo nada y solo se apartó. Ford lo agradeció internamente.
En lugar de seguir preocupado, tomó un poco de pan y lo probó. Aunque no era un desayuno especialmente lujoso para lo que esperaba de la mansión Noroeste, era satisfactorio. Mientras comía, su mente seguía girando en torno a la sensación de incomodidad y la confusión sobre lo que había sucedido el día anterior. Primero la desaparición de Bill, luego este desconocido llamado Victor, y por último... los Noroestes.
¿Bill había hilado todo esto como parte de ese plan que dijo que tenía, o era solo su mala suerte?
Victor lo observaba con atención, aún a una considerable distancia, como si esperara que dijera algo más. Ford se sentía un poco acosado, como si estuviera siendo examinado por el rubio, pero decidió seguir adelante con la conversación a pesar de su mala sensación.
—Entiendo que no quieres revelar mucho, pero ¿hay algo que pueda hacer para agradecerte? —preguntó Ford, con tono de genuina curiosidad—No puedo quedarme aquí sin hacer nada.
—No tienes que preocuparte por eso —dijo Victor, levantándose y comenzando a recoger la bandeja cuando el castaño parecía haber comido todo—Solo descansa un poco más. Insisto en que puedes quedarte el tiempo que quieras... Además, me gusta tenerte aquí.
Ford se sorprendió por lo último, pero asintió. Tenía que reconocer la cortesía de Victor, aunque aún se sentía fuera de lugar, apenas lo conocía y no paraba de luchar por ponerlo nervioso. Una vez que Victor se retiró, con la excusa de que debía hacer algunas cosas, Ford se levantó lentamente de la cama y decidió explorar un poco la mansión Noroeste. Definitivamente no se quedaría ahí como una damisela en apuros. Puso sus pies sobre la alfombra lujosa y se dirigió hacia la puerta para salir del cuarto.
Caminó por los pasillos, admirando la gracia del lugar. Era como un museo de lujo, lleno de cuadros gigantescos y decoraciones de cristal. Todo era tan delicado, pero al mismo tiempo, majestuoso.
Al pasar por una de las habitaciones, Ford escuchó un murmullo bajo. Se detuvo por mera curiosidad y escuchó con más atención. Era una conversación que no podía distinguir claramente, pero la voz de Victor era inconfundible. El rubio ceniza parecía estar hablando con alguien más, pero las palabras eran ininteligibles desde donde estaba.
Pines se preguntó si debería investigar más, pero decidió que era mejor no hacerlo. Podría meterse en problemas con sus anfitriones y realmente no valía la pena por algo tan irrelevante. Siguió su camino, aún con dudas en su mente.
Eventualmente, Ford regresó a la sala donde Victor lo había dejado y se sentó en una de las cómodas sillas. Sobre una mesa cercana vio un libro que no parecía estar en tan buen estado. Aún así, lo tomó entre sus manos y hojeó un par de páginas.
"Una historia desgarradora de amor y de..."
Cerró el libro de inmediato. Ford no era un amante apasionado como para disfrutar de leer algo así. Prefirió pensar y mirar hacia un punto vacío.
Después de un rato de simplemente no llegar a ninguna conclusión, Victor volvió a la sala, esta vez acompañado por una figura que Ford no reconoció de inmediato, pero que sabía que era importante.
L a nueva cara frente a él era la de un hombre mayor, con una apariencia distinguida y una expresión amable. Victor parecía entusiasmado por presentarle a esta persona y no tardó en hacerlo.
—Stanford, este es el señor Auldman Noroeste —dijo Victor, presentándolo con una sonrisa—. Él es el dueño de esta mansión y mi amigo íntimo.
—Es un placer conocerte, Stanford —dijo el señor Noroeste, inclinándose ligeramente en señal de respeto—He oído hablar de tu accidente y me alegra saber que estás bien.
Ford se sintió un poco abrumado por la formalidad del encuentro, pero respondió con una sonrisa cortés y se levantó de su asiento. Esto definitivamente no estaba en sus planes.
—El placer es mío —dijo Ford.— Agradezco mucho la hospitalidad, aunque no fue un gran accidente del que preocuparse.
El señor Noroeste asintió y Ford tuvo la impresión de que la apertura de la conversación no fue más que una formalidad. Sintió la mirada del otro hasta que se volvió hacia Victor.
—Victor, ¿puedes dejarnos a solas un momento?—pregunta el millonario.
Victor se inclinó ligeramente.
—Por supuesto —dijo antes de salir de la sala. Ford podía verlo irse e incluso imaginarse su sonrisa.
El rubio se fue, dejando a Ford y al señor Noroeste en un ambiente más privado. El señor Noroeste se sentó en una silla frente a Ford y lo observó con una mirada perspicaz, haciéndole un gesto para que se sentara también, lo cual Ford acató.
—Mira... Stan, hay algo que me gustaría preguntarte —dijo el millonario, que al parecer ya había olvidado su apodo—¿Por qué estás tan interesado en esta zona y en los eventos que están ocurriendo aquí?
Ford se sorprendió por la pregunta directa, era claro que no le diría, la naturaleza de su investigación era tan secreta y el único que sabía hasta ahora era Bill y Fiddleford. Era en los únicos que podía confiar, no en este hombre rico que seguramente trataría de llevarse todo el crédito si es que llegase a tener una sola idea de sus investigaciones. Conocía a su clase, era el eslabón alto en una pila de excremento, y antes de decir algo fue interrumpido por el hombre.
—No intentes engañarme, ya lo he visto todo y por eso es que ya tengo mi juicio.
—Señor Noroeste... Sin ofender, pero creo que cualquiera es libre de interesarse por este pueblo —dijo Ford, con tono desafiante. No le debía respeto a este hombre y no tenía miedo en dejarlo claro. Se cruzó de brazos, mirándolo retadoramente, y recibió la misma mirada de parte del hombre rico.
—Claro que sí eres libre, muchacho, así como yo soy libre de talar todo el bosque.
El castaño abrió los ojos impactado. ¿Acaso era capaz? Sabía que lo que dijo era una amenaza implícita sobre la destrucción de la cabaña en la que vivía. No, era imposible.
—No lo haría.
—¿Usted cree que no, Stan? —Noroeste de la nada encendió su pipa y fumó de ella, relajándose en su asiento. Era el dueño del lugar, actuaba como un rey. Claro que podría hacerlo.
Ford lo observó fijamente y suspiró, llevándose las manos a las piernas. Maldecía a Victor por ponerlo en esa situación. Todo empezaba a tener sentido ahora, Victor lo estaba investigando y esta fue la perfecta oportunidad para acorralarlo. Pero no quería creerlo, su corazón quiere creer que solo fue una coincidencia.
Apenas lo conoce, ¿Qué es lo que le pasa? Tiene que recordar el lema más importante.
No confíes en nadie.
—Solo estoy investigando la fauna de este lugar para mi tesis biológica.—responde Ford como si nada, ni siquiera intentando convencerlo de que eso era verdad.
El señor Noroeste lo observó detenidamente, como si estuviera evaluando su sinceridad. Luego, asintió lentamente.
—Entiendo. En ese caso, aquí no vas a conseguir nada. Gravity Falls no tiene más que un bosque muerto.
Ford frunció el ceño, sorprendido por la respuesta tan relajada después de que el otro lo increpase duramente solo unos minutos antes. Pero lo que más le molestó era la sugerencia de irse.
—¿Ahora qué tiene que investigue árboles? No tiene por qué parecerle interesante mi investigación.
El señor Noroeste entre repentinas risas se levantó y se dirigió hacia la ventana, mirando el paisaje con una expresión pensativa.
—Sé que no estás aquí para revisar ninguna fauna. Conozco cuáles fueron tus estudios en la universidad y he visto tus anormales manos. No sé qué pretendes tratando de mentirme, pero no me meteré en tu camino. Si decides seguir adelante, asegúrate de estar preparado para lo que piensas que vas a descubrir. Dios sabe que no será nada cómo te lo imaginas.
Ford sintió un escalofrío recorrer su espalda. La advertencia del señor Noroeste parecía estar cargada de algo más. Ford no sabía qué más decir, así que asintió y se levantó. No iba a seguir un minuto más ahí aguantando las acusaciones de un hombre que no era nadie más que un humano nacido en cuna de oro.
—Gracias por el consejo, señor Noroeste. No lo tendré en cuenta.
El señor Noroeste no respondió y Ford salió de la sala, sintiendo una mezcla de rabia y determinación. La advertencia del señor Noroeste era una pelusa en su ropa, no iba a dejar que lo detuviera.
Chapter 4: Capítulo Cuatro
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Nadie lo iba a detener. Sabía que estaba jugando con fuego poniéndose en contra del hombre más poderoso del pueblo, pero no iba a dejarse intimidar. Necesitaba respuestas y estaba dispuesto a arriesgarse para encontrarlas.
Ese hombre no tenía la menor idea de quién era él, él también podía ser una amenaza a su integridad.
Es por eso que tengo una increíble idea.
Caminó por los pasillos, pasando por habitaciones cerradas con llave y puertas que seguramente crujían al abrirse. Cada rincón de la mansión Noroeste parecía esconder secretos, y Ford estaba decidido a descubrirlos todos, como lo venía haciendo desde que llegó a este pueblo.
Eventualmente, encontró la biblioteca. Era lo único que estaba seguro de que existía dentro de esa mansión, lo había escuchado de parte de Fiddleford hace unos meses en una divertida conversación en su restaurante favorito.
Las paredes de la biblioteca Noroeste estaban cubiertas de estanterías llenas de libros antiguos y polvorientos. El olor a papel viejo y madera llenaba el aire, creando una atmósfera de sabiduría.
Al parecer ya nada me puede sorprender en este pueblo... Esto es justo cómo lo imaginé.
Ford se acercó a una de las estanterías y comenzó a examinar los títulos, buscando cualquier cosa que pudiera darle algo de su interés.
Sus ojos se detuvieron en un libro particularmente viejo y desgastado, con la portada apenas legible. Lo sacó con cuidado de la estantería y lo abrió. Las páginas amarillentas crujieron bajo sus dedos mientras las pasaba lentamente. No era un libro, era un diario, escrito a mano, lleno de notas y recortes de periódicos que databan un siglo atrás. Sin embargo, a medida que avanzaba en las páginas, las notas comenzaron a volverse más oscuras y perturbadoras: asesinatos, genocidios, ¡cosas históricas! ¿Es que acaso los Noroeste tenían más poder que el que ya exponían?
Mientras examina el diario, escucha un ruido detrás de él. Se da la vuelta rápidamente, solo para encontrar a Victor de pie en la entrada de la biblioteca, observándolo con una expresión inescrutable.
—¿Buscando algo, Ford? —pregunta Victor, con una leve sonrisa.
Ford, atrapado, decide optar por una respuesta franca pero sin decirle absolutamente todo.
—Solo tenía curiosidad por los libros.
Victor camina lentamente hacia él, sus pasos resonando en la tranquila biblioteca.
—Algunos libros son privados, Ford. Pero entiendo tu curiosidad. —Victor pone las manos en sus bolsillos, como si nada pasara. Eso sorprende al castaño.—¿Qué? Puedes mirar, pero con cuidado.
Ford, aún más sorprendido que antes por la oferta, observa a Victor por última vez y sigue mirando el diario. Cada vez que pasa una página piensa en el fraude mismo que es la familia Noroeste.
—¿Qué es todo esto? —pregunta Ford, con el ceño fruncido.
—Sé lo que estás viendo y es un montón de basura —responde Victor, con una expresión seria—Cosas que los Noroeste han recopilado a lo largo de los años, nunca lo verás fuera de aquí.
El castaño le encuentra sentido a lo que Victor dice, pero no lo haya más interesante, solo le da una razón más para sentir esta aversión por la familia entera.
—No entendí bien qué quería decir Noroeste. Parecía preocupado por lo que estaba buscando.— Cambia el tema, si Ford piensa algo del diario que acaba de ver, no confía en Victor para decirle.
Victor se encoge de hombros. No se veía para nada preocupado, no es alguien que luzca como que tuviese algo entre manos. ¿Era posible que no tuviese idea de nada?
—El señor Noroeste es un hombre complicado. Puede que se preocupe demasiado por los secretos que guarda. A veces, su actitud es más una fachada que otra cosa.
Ford mira a Victor, la confusión visible en su rostro. No se tragaba nada de lo que el rubio de ojos amarillos le estaba diciendo.
—¿En serio? Porque me dio la impresión de que teme que descubra algo. De lo que no puedo dejar de pensar es... ¿Por qué nos presentaste? ¿Sabías él que me diría eso?
—¡Oye! No sabía que te iba a regañar. Además, no te preocupes demasiado por eso —dice Victor con una increíble calma—Los Noroeste tienen sus propios intereses y motivos, pero al final del día, preocuparse por estas cosas habla peor de ellos que de ti.
Ford alza una ceja, eso sí lo puede creer. De hecho, tiene total sentido, pero no puede evitar sentir que hay más detrás de las palabras de Victor.
—Lo que me dijo Noroeste también sonó como una advertencia... No sé si fue una amenaza o simplemente un intento de disuadirme. De todos modos, no sirvió; no pienso dejar de hacer algo solo porque un hombre rico me lo diga.
Victor se acerca a Ford, con su rostro cercano y su mirada penetrante.
—¿Por qué no me cuentas qué fue lo que realmente pasó en la oficina? ¿Te hizo daño?
El castaño se le queda viendo, ligeramente asustado por este cambio de actitud.
—No, en realidad no lo sé... Solo fue extraño, me amenazó, pero luego dejó que hiciera lo que estaba haciendo. Quizás era una manera bizarra de decirme que me tiene vigilado, no es la primera vez que me pasa.
Ahora es Victor quien levanta una ceja, parecía pensativo y sorprendido.
—¿Y cómo es que te vigila?
—Hay muchas cosas que no entiendo sobre este lugar y las personas que lo rodean. No podría sospechar de nadie del pueblo...hasta ahora—responde Ford—El único asociado al señor Noroeste eres tú, Victor.
Victor sonríe, que Ford sospeche de él lo único que le provocó fue una sonrisa, ni siquiera estaba ofendido. —¿Sospechas de mí?
—Absolutamente.
El rubio pareció divertido por esa respuesta y Ford genuinamente hubiese creído que respondería algo grosero, que se molestaría o que lo echaría. En cambio, la respuesta no fue esa, si no, algo mucho más extraño. Algo que no tenía nada que ver.
—Debes saber que no toda la verdad está en los libros —advierte Victor.
Ford sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿A qué se refería con eso? Observa detalladamente el libro; sin duda no conoce bien a los Noroeste, pero la información lucía fidedigna. Mientras seguía leyendo, una voz interrumpió.
—¿Encontraste algo creíble?
Ford levantó la vista y vio a Victor; es como si esto genuinamente le aburriera. Pero si era así, ¿por qué seguía parado en frente de él?
—Sí... —respondió Ford, sin saber si debía confiar en Victor, pero cree que con la conversación anterior el otro se ganó el que sea honesto con el diario.—Es una data de los Noroeste, de unos cien años atrás, lleno de noticias y documentos. Todo es creíble aquí, son sus secretos más oscuros y explican muchas cosas.
—Ah, sí. —dijo Victor, como si nada. —Sí, creo que es lo único aquí que no habla de fantasías, solo de cuentos de terror que resultaron ser reales.
Ford cerró el libro y lo sostuvo firmemente, mirando hacia al frente. Esto era frustrante.
—Esta biblioteca tiene cosas verdaderamente interesantes. ¿Cómo es posible que las dejen tiradas? ¿Cómo es posible que oculten información tan antigua?
Victor suspiró y miró a Ford con una expresión de complicidad.
—Millonarios.— El rubio ceniza rueda sus ojos y le da la espalda, comenzando a caminar hacia otro lado.—Hay algo que quiero mostrarte, llévate eso si quieres.
Pines ladea su cabeza, pero no puede decir nada más porque Victor ya se estaba alejando demasiado. Se apresura en guardar el diario en su abrigo y va detrás de él.
Victor condujo a Ford a una sección oculta detrás de una estantería llena de otros libros. La pared se deslizó suavemente con ayuda de las manos de Victor, para así revelar una puerta pequeña y antigua.
—¿Creías que esta iba a ser la única mansión sin pasadizos secretos? —Victor dice tal cosa que hace a Ford reír.
El rubio abrió la puerta con una llave que llevaba en su bolsillo y la empujó, dejando ver una habitación pequeña y oscura, iluminada solo por una tenue luz en el techo.
—Este es mi lugar secreto —dijo Victor, con una sonrisa traviesa—Aquí guardo algunas de las cosas más interesantes que he encontrado en mi visita a la mansión Noroeste, y es gracioso porque nadie lo nota.
Victor ahora es quien empieza a reír, y Ford lo encuentra un tanto cómico, que también ríe a su lado.
—No tengas miedo. Entra.
Ford asintió y entró sin pensarlo mucho, sintiéndose como cuando era un niño pequeño, explorando un mundo nuevo y misterioso. La habitación estaba llena de objetos antiguos, mapas, libros y artefactos que parecían sacados de otra época. No sabe cuánto tiempo Victor tuvo que haber estado en la mansión Noroeste, pero esto tuvo que haber requerido un esfuerzo de ladrón muy astuto.
—¿Cómo conseguiste todo esto? —preguntó Ford, maravillado por las cosas que veía. Había juzgado mal a Victor, era mucho más interesante de lo que creía.
—Investigando, explorando, y a veces, simplemente teniendo suerte. No les gusta que uno toque sus cosas.—respondió Victor—. Pero hay algo aquí que creo que te interesará más que nada.
Victor se acercó a una mesa y sacó un libro demasiado grande y polvoriento. Ford no podía estar más curioso en este momento.
El rubio abrió el libro con cuidado, revelando páginas repletas de símbolos extraños y diagramas complejos. Ford con curiosidad se inclinó para observar mejor, sintiendo el calor del cuerpo de Victor cerca del suyo. El roce de sus hombros y la cercanía de sus rostros le provocaban una sensación incómoda, pero el otro no parecía molestarse.
—Este libro... —Ford divagó, pero se detuvo cuando sintió el aliento cálido de Victor en su cuello al acercarse para señalar una página.
Victor notó la reacción de Ford y sonrió, su mirada intensa viéndole como si fuese su carnada. —Sí, es bastante genial, ¿verdad? Sabía que te gustaría.
¿Desde cuando el rubio en vez de hablar ronroneaba como un gato? El contacto cercano hacía que el corazón de Ford latiera con más rapidez.
Victor, notando el efecto que tenía en Ford, se inclinó un poco más hacia él, como si le estuviese contando un secreto.—Este libro es especial —dijo Victor— Tiene información sobre un antiguo ritual para invocar un demonio que contiene toda la información del universo.
Ford se acercó y miró el libro con atención. Los símbolos eran conocidos para él, y en ese momento, algo hizo clic en su mente. Los mismos símbolos que había visto en esa cueva hace un tiempo atrás, ahora estaban frente a él expuestos en un libro. Abrió los ojos sorprendido, pero no le dijo nada a Victor. No sabe qué hacer.
Había olvidado a Bill. En toda su estadía en la mansión Noroeste se había olvidado de él.
—¿Crees que es buena idea? —preguntó Ford, intentando disipar la atención de ese libro. ¿Por qué comenzó a sentirse tan ansioso de repente? Bill no estaba ahí, dudaba si quiera de que le estuviese mirando, oculto para presentarse.
Por otra parte, Victor no parecía desistir de su idea de hacer ese ritual y se volteó para mirarlo a los ojos de mejor manera. En esa pequeña acción, sus rostros quedaron tan cerca que Ford podía sentir el calor de su aliento.
—Claro que sí. Sabes, Ford... creo que nosotros somos iguales, queremos las mismas cosas. Eres el único en este estúpido pueblo en el que puedo confiar.
Ford sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, no solo por la ansiedad que ya sentía, sino también por la cercanía de Victor. Había algo en su mirada, algo que le hacía sentir la confianza para contarle cualquier cosa. Mientras más le conocía, más le agradaba, e incluso se atrevía a decir que lo entendía más que su amigo Fiddleford.
¿Debería contarle a Victor sobre Bill? ¿Eso estaría bien?
En ese momento, la imagen de Bill invadió su mente, clara y poderosa. Recordó la primera vez que lo vio, la intensidad de su presencia, la promesa de conocimiento ilimitado, con la condición de no contarle a nadie.
No podía traicionar a Bill. No importaba cuán tentador fuera tener un amigo más que lo comprendiera o cuán cercano se sintiera a Victor en ese momento. Bill había confiado en él, lo había elegido, y ahora Ford se sentía como un traidor para su musa.
—Siento lo mismo...eres el único en el que puedo confiar.—dijo Ford, su voz, apenas un susurro. Estaba confundido, pero al parecer su corazón no lo estaba.
Victor le sonrió y, sin previo aviso, puso una mano en el hombro de Ford.
—Entonces hagamos este ritual.
Ford se sintió atrapado en la intensidad del momento, y antes de que pudiera responder, la imagen de un herido Bill apareció en su mente como si estuviese quemando su piel.
NO.
No podía. Bill confió en él para mantener su existencia en secreto. Él lo eligió, entre todas las mentes brillantes del siglo veintiuno.
¿Así es como le iba a pagar su generosidad?
—Yo...—Dudó, sin poder dejar de mirar los amarillos ojos de Victor que más le recordaban a Bill. —Victor...
—No es tan difícil. Si quieres lo hago yo y tú puedes sostener el libro por mí.
El rubio le entrega el gran libro y Ford lo toma entre sus manos. Sí que pesa. Se queda viendo sus páginas y el dibujo de Bill frente a él. Entrecierra sus ojos, ¿su amigo lo perdonaría?
¿Le perdonaría que ahora buscase otro compañero de investigación?
Pines toma una decisión, cierra el libro con fuerza entre sus manos y baja su mirada. Sabe que Victor lo esta mirando, está claro que su reacción no es para nada feliz y simplemente no quiere verla. Odia tener que decepcionar a alguien más, pero ya no volverá a traicionar a alguien que confía en él. No volverá a abandonar.
—No puedo —dijo Ford en un murmullo, subiendo su mirada al otro.
Victor lo observó sin mucha emoción en sus ojos, su expresión indescifrable, le tomó unos segundos antes de retirar su mano del hombro de Ford. Y este sentía un maldito vacío en su corazón.
—¿Por qué... Por qué no? —preguntó suavemente.
—No... no, está bien, no creo que...— el castaño ni siquiera pudo terminar la oración. Su corazón latía acelerado, asustado, y una ola de vergüenza lo envolvía.—N-No, no está bien, Victor. No debemos.
—Wow, wow... amigo, entiendo. No te estreses. —Victor volvió a tomar su hombro,tomando y dejando el libro a un lado, y de repente, Ford ya no podía verlo claramente. —No haremos nada que no quieras. ¿Qué tal si volvemos allá arriba y te llevo a tu cabaña? —sugirió Victor, con una sonrisa tranquilizadora.
Ford asintió, aún sintiendo un torbellino de emociones. La vergüenza se mezclaba con el alivio por no haber comprometido su relación con Bill. Mientras se alejaba de la habitación secreta de Victor, Ford no podía sacudirse la sensación de que, no importaba cuánto intentara distraerse, Bill seguía siendo el centro de sus pensamientos. La dependencia y la fascinación por Bill continuaban dominando su mente, y su lealtad inquebrantable lo mantenía atrapado en una red invisible.
Victor lo llevó de regreso al vestíbulo con una calma aparente, pero Ford estaba inmerso en un estado de introspección. Cada paso que daba lo acercaba a la cabaña, pero también lo mantenía más cerca de las sombras de su propia psique.
Al llegar a la cabaña, Victor se despidió con una sonrisa, como si no hubiese pasado nada entre ellos, dejándole a Ford la sensación de que había algo más oculto tras su amabilidad. Ford cerró la puerta detrás de él, se recargó contra ella y respiró profundamente, intentando reconectar con su sentido de realidad. La cabaña estaba silenciosa y oscura, un refugio temporal del mundo exterior. Sin embargo, no podía dejar de pensar en Bill Cipher.
Chapter 5: Capitulo Cinco
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Victor observó cómo Ford desaparecía en la oscuridad de la cabaña. La sonrisa en su rostro permanecía, pero sus pensamientos eran un torbellino. Mantuvo la fachada hasta que estuvo seguro de que Ford no podía verlo, luego, su expresión cambió a una de frustración.
"Ah, seis dedos, tan predecible y a la vez tan intrigante", pensó Victor, apretando el manubrio entre sus dedos. "Sabía que esta identidad humana te intrigaría, pero no esperaba que te resistieras tanto."
Se alejó de la cabaña, asegurándose de que nadie lo seguía. La mansión Noroeste y su laberinto de secretos eran el camino perfecto para conseguir lo que él quería, pero no funcionó. Victor tenía que admitir que se había divertido, pero no entendía qué estaba haciendo mal.
No era ajeno a que cuando era la criatura omnipotente de un solo ojo, Ford estaba más que fascinado. Tenía fe en que una representación de carne y hueso sería suficiente para que esos sentimientos de fascinación también fueran de amor.
Pero no fue así.
Bill dejó atrás la mansión y manejó hacia su refugio personal: las profundidades del bosque de Gravity Falls. Allí, donde nadie podría encontrarlo, dejó caer la máscara de Victor y recuperó su verdadera forma, la del demonio triangular Bill Cipher. La luz azul de sus llamas internas iluminaba las paredes del automóvil en el que se encontraba. Estaba en su propio mundo ahora.
—Necesito pensar... —se dijo a sí mismo mientras, en su propio espacio mental, levitaba hacia una esquina donde una mesa estaba cubierta de documentos y artefactos robados de la mansión Noroeste. Entre ellos, había varios objetos místicos y libros antiguos que aún no había tenido tiempo de estudiar a fondo por haber estado totalmente enfocado en Stanford Pines.
La mente de Bill era un campo de batalla de pensamientos contradictorios, pero bueno, ¿qué mente no era así? Por un lado, su plan para volver a ganarse la confianza de Ford había sido más simple de lo que imaginaba. "Victor" había sembrado suficientes dudas y curiosidad en él. Pero por otro lado, había subestimado la resistencia emocional del tipo. Seis dedos no estaba interesado en el contacto íntimo, pero ¿por qué? Lo había visto sonrojarse, ponerse nervioso por el tacto, pero nada que nada.
Bill materializó una figura de madera con la forma de Ford y la tomó entre sus manos. Sabía que para romper la resistencia de Ford, necesitaba algo más que simples coqueteos. Necesitaba algo más profundo, algo que desenterrara los sentimientos de Ford.
—¿Qué será lo siguiente? —dijo—¿Cómo puedo conquistarte en este cuerpo?
Un pensamiento retorcido cruzó su mente. Bueno, siempre tenía de esos, pero este era especial. Ford había mencionado a Fiddleford, su viejo amigo, en varias ocasiones. No había logrado entrar en la mente de su amigo lo suficiente como para saber si Ford sentía algo por él, pero ahora se moría por profundizar en ello. Aún así, estaba seguro de que no era así.
Pero puede separarlos.
Tenía sentido. Si rompía esa relación con el único humano que puede igualar el ingenio de Ford, solo podría tener ojos para él. Vaya, él era un genio, ¿por qué no fue a la universidad también?
Bill, si tuviese boca, sonreiría, complacido con su nuevo plan. "Será mucho más sencillo de lo que imaginé."
El demonio se inclinó sobre la mesa, sus llamas internas reflejándose en los objetos a su alrededor. Sabía que la clave para acercarse más a Ford estaba en su pasado y en sus relaciones. Si podía manipular esos hilos, Ford caería en sus manos. En este caso no podría traer a su gemelo Stanley, demasiado lejos de Gravity Falls como para que funcione y estaba mucho mejor así, pero Fiddleford McGucket era el blanco perfecto. Por más físicamente horrible que fuese, tenía un buen corazón, el cual iba a destrozar.
Bill se deslizó de regreso a su forma humana en el mundo terrestre. Era gracioso; para crear su forma humana, tomó la divertida decisión de copiar elementos de revistas de moda y películas del momento. Tenía que admitirlo, él era un buen marcador de tendencias. David Bowie fue su musa.
Tomó su camino de regreso al pueblo. En sus ojos se encontraba repasando las distintas casas de Gravity Falls hasta encontrar la de Fiddleford.
—¿Te encuentras trabajando a esta hora, loco McGucket?—Sonrió con diversión mientras hablaba para sí mismo, sus ojos demoníacos apareciendo en sus orbes. Esos tenía que dejarlos para luego, si no funcionaba su plan, a lo mejor podría horrorizar a McGucket y hacer que terminase como el loco del pueblo mucho antes de lo estimado.
Qué idea más tentadora, pero ni él era tan cruel.
Victor llegó a la entrada de la casa del inventor y tocó la puerta. No había traído nada, ¿tenía que traer algo? ¡Olvídenlo! El regalo perfecto para este inventor era la noticia que iba a salir de sus labios.
Vio atentamente como la puerta se abría frente a él.
—¿Nos conocemos? —preguntó el otro rubio con una expresión desconcertada. Al parecer ni siquiera se tomó el tiempo de arreglarse, había aceite en sus zapatos.
¿Ford lo había sacado de la calle a este?
—Me llamo Victor, ¿me recuerdas? Llevé a Ford a su hogar cuando se golpeó el rostro.
Fiddleford parecía recordar, porque luego su expresión se relajó y asintió con su cabeza.
—Sí te recuerdo... Victor, ¿pero qué te trae por aquí a esta hora? —preguntó Fiddleford, con un toque de inquietud en la voz mientras se limpiaba las manos con un trapo sucio. Cosa que Victor miró con desdén.
Victor, con una sonrisa y una expresión que parecía jugar a la perfección entre la preocupación y la curiosidad, cruzó la puerta sin pedir permiso. No tenía respeto por las cosas de este perdedor, como le gustaba llamarle, podría quitarle su vida de un chasquido de dedos si eso quisiera.
—Es sobre Ford —dijo Victor, su tono de voz cargado preocupación. Debía reconocerse a sí mismo que era muy bueno con esto de las actuaciones y disfraces.
Fiddleford frunció el ceño, sus cejas se unieron en una mueca de creciente preocupación. El gesto de Victor al entrar sin previo aviso parecía pasar a otro plano debido a la mención de Ford. Esto le llamó la atención a Bill, ¿es que acaso habían sentimientos ahí que nunca notó? ¡Sí que era ciego si no se dio cuenta antes!
—¿Qué sucede? ¿Él... está bien? —preguntó Fiddleford, su voz temblando.
Victor suspiró profundamente, su expresión oscureciéndose con una aparente angustia.
—Creo que Ford siente algo más que amistad por ti, Fiddleford. Me lo insinuó anoche. No sabía cómo decírtelo, pero sentí que tenías derecho a saberlo. Está muy afectado por esto, distraído y preocupado. Él teme que te alejes si te enteras. —Victor bajó la mirada mientras decía eso, su tono estaba cargado de una falsa sinceridad, y sus ojos amarillos brillaban como si genuinamente estuviese asustado.
Fiddleford se quedó en silencio, el asombro y la confusión estaban escritos claramente en su rostro. Las palabras de Victor parecían afectarlo.
—No sé qué decir... —murmuró finalmente, su voz vacilante— Si te soy honesto, nunca lo había pensado...y...
Victor aprovechó el momento para inclinarse hacia adelante, su mano descansando de manera sugerente en el brazo de Fiddleford. La cercanía física hicieron que el otro hombre se sobre saltara. Está muy nervioso, como una rata, pensó.
—Fiddleford—dijo Victor con un tono más suave, para calmarlo— Si fueras completamente honesto contigo mismo, ¿no sientes algo más por Ford? ¿No hay algo en tu corazón que podría estar resonando con lo que él siente?
El comentario de Victor fue directo y cortante, como una cuchilla. Fiddleford se quedó paralizado, como si estuviese luchando en contra de eso. Asqueroso.
—No... no lo sé, Victor.—dijo Fiddleford, su voz temblando con la incertidumbre—Quizás... quizás nunca me di cuenta, pero ahora que lo mencionas, me siento... desorientado.
Victor mantuvo una expresión de comprensión mientras pasaba una mano en el hombro de Fiddleford, tratando de ofrecer un consuelo que en realidad estaba cargado de odio.
—Tal vez deberías hablar con él. Aclarar tus sentimientos y los de él. Ford está pasando por un momento difícil, y creo que necesita especialmente tu apoyo. —Victor lo miró con una falsa compasión.
Fiddleford asintió lentamente, su mente aún parecía estar luchando con las emociones en conflicto que Victor le había provocado.
—Voy a hablar con él. No puedo dejar que esto nos afecte sin al menos intentar resolverlo, además... quiero verlo bien.
Victor sonrió con una satisfacción apenas disimulada.
—Gracias, Fiddleford. Se ve que eres un buen amigo para Ford —dijo Victor, su tono suavizado con gratitud.
Victor decide irse, no tenía nada más que hablar con él, suficientes cosas se había encargado de plantar en su cabeza. Se alejaba con una sonrisa maliciosa que apenas podía contener. Sabía que había logrado su objetivo: ahora solo quedaba ver los frutos de su esfuerzo.
Al siguiente día, Fiddleford caminaba con paso vacilante hacia la cabaña de Ford.
El bosque estaba en silencio, silencio roto solo por el crujido ocasional de ramas bajo sus pies y el canto lejano de las aves. La sombra de los árboles proyectaban figuras inquietantes sobre el suelo mientras se acercaba a la cabaña de su amigo, por suerte Ford le había dado una copia de la llave. Recordaba los primeros días de su estadía en Gravity Falls, tuvo que quedarse junto a Ford en esa cabaña en medio del bosque y tragarse el terror que le provocaba. Siempre pasaban cosas raras ahí.
No quería pensar en ello ahora.
Fiddleford se detuvo un momento frente a la puerta, tomando aire profundamente, intentando calmar los latidos frenéticos de su corazón. Su mente estaba llena de dudas y temores, pero sabía que necesitaba hablar con Ford y aclarar lo que Victor había dicho. Levantó una mano temblorosa y puso las llaves en la puerta para así abrirla. Por supuesto, sabía dónde estaba Ford, por lo que baja hacia el sótano.
Cuando llega ahí, golpea un par de veces la madera. Era su saludo para demostrar que no era un extraño, el cual Ford conocía perfectamente.
El castaño, quién estaba absorto en sus investigaciones, levantó la vista de sus notas. El cansancio se reflejaba en sus ojos, y Fiddleford no podía sentir algo más que preocupación. Victor no estaba exagerando cuando mencionó que se veía mal.
—Fiddleford, ¿qué haces aquí? —preguntó Ford, dejando a un lado sus notas con un suspiro y ajustando sus gafas, que habían caído ligeramente por el puente de su nariz.—Diablos, ni siquiera sé que hora es...
Fiddleford entró en el laboratorio, sus movimientos torpes delataban su nerviosismo. La habitación estaba llena de artefactos y papeles esparcidos, que le hacían temer del estado mental de su amigo.
—Necesitaba hablar contigo, Ford.
Ford frunció el ceño, de inmediato lucía a la defensiva y McGucket no le había dicho nada aún. ¿Era esta una buena idea? Ahora dudaba.
—¿Qué?—preguntó Ford.
Fiddleford tomó un profundo respiro, tratando de encontrar las palabras adecuadas mientras sus manos temblaban ligeramente. Ahí es cuando decidió no decírselo de inmediato, a lo mejor sí hablaba un poco con él, podría mejorar las cosas.
—He estado trabajando en algunas mejoras para mi último invento y pensé que podrías darme tu opinión —dijo Fiddleford, esforzándose por sonar casual mientras miraba alrededor del laboratorio, intentando calmar sus nervios.
Ford asintió, pero parecía sospechar.
—Claro, muéstrame lo que tienes —respondió, Ford se acercó a su amigo y tomó asiento en una de las sillas llenas de anotaciones y herramientas.
Fiddleford se sentó frente a él y comenzó a explicar su proyecto.
—Bueno... en lo que he estado trabajando es una mejora en el detector de anomalías. —sacó un dispositivo del tamaño de un reloj y lo colocó sobre la mesa—Este pequeño aparato debería ser capaz de detectar las frecuencias para dar un aviso preciso de cuándo una anomalía va a aparecer.
Ford se inclinó hacia adelante, examinando el dispositivo entre sus seis dedos con interés.
—¿Cómo lograste esto? Pensé que era imposible captar la rareza de este pueblo.
—Sí, en teoría lo es —asintió Fiddleford, ajustando sus anteojos—, pero descubrí que ni siquiera la rareza de este pueblo escapa las leyes de la física. Mira, aquí están los circuitos principales —dijo, señalando una serie de diagramas y esquemas—Fue sumamente complejo, pero lo logré con paciencia y esmero.
Ford se veía impresionado por su descubrimiento y McGucket intentó que no se le subiese a la cabeza, pero era inevitable, una sensación de felicidad pura recorría su cuerpo cuando Ford se sorprendía por sus trabajos. Honestamente él apreciaba la compañía de su viejo amigo más de lo que creía que este la disfrutaba. Si fuese verdad el hecho de que alguien sentía algo por el otro, estaba seguro de que sería él mismo, hacia Ford.
—Eso es increíble, Fiddleford. ¿Y cómo manejas la alimentación? Algo así debe requerir bastante energía, ¿usa baterías o algo así?
—Exactamente —Fiddleford sonríe.—Este dispositivo utiliza una batería de alta capacidad que he estado desarrollando. Puede proporcionar suficiente energía de una simple linterna a un pueblo entero.
Ford tomó la batería, examinándola con curiosidad.
—Es increíble.
—Y dura aproximadamente unas doce horas de uso continuo —respondió Fiddleford—Y si le añadimos un panel solar, puede recargarse en unas seis horas con luz solar directa.
—Has pensado en todo, Fiddleford. Realmente es un diseño brillante.
Cada gesto amable de Ford, cada halago, cada sonrisa, cada mirada prolongada, parecía alimentar la duda y la confusión en la mente de Fiddleford. Rápidamente se dio cuenta de que cambiar la perspectiva de estas acciones, de amistad a romance, no le molestaba en lo absoluto.
—Sabes, Ford, siempre he admirado tu dedicación —dijo Fiddleford, intentando ocultar los nervios en su voz.—No sé cómo lo haces, mantenerte tan enfocado, todo el tiempo en el sótano, escribiendo en tus diarios...
Ford sonrió levemente, sus ojos brillando con un cansancio que no lograba ocultar del todo.
—Tú también eres un trabajador incansable, Fiddleford. Siempre has sido una gran inspiración para mí.
Las palabras de Ford, resonaron en los oídos de Fiddleford. En él ya no habían muchas más dudas sobre la veracidad de las palabras de Victor. Pero aún así no estaba cien por ciento seguro.
Finalmente, incapaz de soportar más la incertidumbre, Fiddleford decidió abordar el tema.
—Ford, hay algo que quiero preguntarte —dijo, su voz temblando ligeramente.
Ford pestañeó varias veces, notando la seriedad en los ojos de su amigo.
—Claro, Fiddleford. ¿Qué pasa?
Fiddleford tomó otro profundo respiro, sus manos apretando el borde de la mesa. Era ahora o nunca. Había tomado una decisión, y si Ford le decía que sí, le diría todo lo que había estado sintiendo los últimos años.
—¿Estás enamorado de mí?
La expresión de Ford cambió drásticamente, pasando de la incredulidad a la ofensa en un segundo. Sus cejas se fruncieron y su voz se elevó en un tono de exasperación.
—¿Qué? ¡Eso es ridículo! —exclamó Ford levantándose de su silla, su grito resonando en la habitación en la que solo ellos dos se encontraban—¿Cómo puedes pensar algo así? ¡No es cierto!
Fiddleford retrocedió instintivamente, sorprendido por la reacción tan fuera de sí de Ford. La dureza en la voz de su amigo lo hizo sentir como si un muro se levantara entre ellos y un balde de agua fría le cayera encima. ¿Estaba mintiendo? ¿Estaba ocultándolo? ¿O es que Victor era el que le había mentido?
—Yo... realmente lo siento, Ford. Solo quería saber la verdad. De verdad que no quería que esto se interpusiera entre nosotros. Aprecio mucho tu amistad. Y...Y no siento que sea algo malo.
Ford se pasó una mano por el cabello, claramente agitado. La mente de McGucket corría a mil por hora, tratando de encontrar una manera de salvar la situación. Mientras más veía la reacción de Ford, más se convencía de algo:
Se había equivocado.
—No puedo creer que estés aquí, acusándome de algo tan absurdo y diciéndome que aprecias mi amistad. ¡Tengo suficientes problemas para tener que lidiar con esto! —dijo, su voz llena de frustración y cansancio.—¡Eso es rídiculo, Fiddleford, por el amor de Dios!
La tensión en el aire era palpable. Fiddleford se sentía herido y confundido, mientras que Ford estaba claramente fuera de sí, su estado mental precario lucía aún más grave que antes.
—Lo siento... sí, fue estúpido pensar en eso —murmuró sin más, su voz apenas un susurro mientras daba un paso hacia atrás, estaba demasiado abrumado por la situación—No quería causarte problemas.
—Suficientes problemas me has causado ya con estas absurdas preguntas y acusaciones. ¿Por qué no te devuelves a tu pueblo de extraños granjeros y me dejas en paz de una vez?
Hubo un silencio después de eso, y Ford, quien no había sido capaz de mirar a McGucket en todo ese tiempo finalmente lo miró. Con odio, con rencor, con asco. Realmente no estaba seguro de cuál de todas esas cosas eran, o si eran todas.
Fiddleford ni siquiera era capaz de sentir remordimiento hacia Ford, así que no respondió su pregunta, solo lo observó con una herida en su corazón y la decepción reflejada en su rostro.
—Fue un gusto trabajar contigo, Ford.
Fiddleford decidió retirarse, sin decir una sola palabra más, subiendo las escaleras y asegurándose de que estaba lejos para recoger los pedazos rotos de su corazón.
Victor le había mentido, Dios sabe porqué, pero no le interesaba, porque para él Ford estaba muerto.
El sonido de la puerta cerrándose resonó en la mente de Ford como un eco, cada golpe un recordatorio de su error. La culpa rápidamente lo comenzó a comer vivo. Se sentía atrapado en un torbellino de emociones que lo desgarraban desde dentro.
Estaba mal, ¿o no? No lo sabía. Solo escuchaba voces en su cabeza diciéndole que era un monstruo, que no merecía nada bueno. Se quedó solo en la habitación, el peso de sus palabras aplastándolo. Sabía que no había sido una buena forma de reaccionar y se arrepintió casi al instante, pero en ese momento no podía parar. Como si el pobre Fiddleford tuviese la culpa de sus pesares.
Las dudas lo asaltaban, cada pensamiento más oscuro que el anterior. ¿Había perdido a Fiddleford para siempre? ¿Había destruido la única amistad verdadera que le quedaba? ¿Se quedaría solo en ese pueblo, con su propia mente terminándolo de destrozar? El rostro sorprendido y herido de Fiddleford se repetía una y otra vez en su mente, y dolía.
Tal vez aún no es tarde, se dijo, aferrándose a un rayo de esperanza.
—¡Espera, Fiddleford! —gritó, corriendo hacia la puerta con desesperación.
Stanford subió las escaleras apresuradamente y abrió la puerta, solo para encontrarse con Victor. El alivio y la confusión se mezclaron en su rostro al verlo. Stanford era un desastre, se sentía tan mal, tan confundido, y ahora más al ver a Victor. ¿Qué hacía él ahí? ¿Lo había escuchado todo?
—¿Ford? —preguntó Victor, luciendo sorprendido.
Sin saber por qué, Stanford abrazó fuertemente a Victor y apoyó su rostro sobre su pecho, empezando a llorar silenciosamente. Las emociones reprimidas y el estrés finalmente encontraron una salida, con el rubio dentro de todas las personas.
Victor correspondió el abrazo sin dudarlo ni un poco, sus manos acariciando suavemente la espalda de Ford. Sentía cada temblor, cada sollozo que emanaba de su cuerpo, y en ese momento solo podía pensar en lo perdido que estaba, tanto en carne como en mente.
—Soy un imbécil... —sollozó, su voz apenas audible— Otra vez hice lo mismo... alejé a alguien que se preocupaba por mí.
—No lo eres —murmuró Victor, su voz baja y tranquilizadora—Estás pasando por un momento difícil, eso es todo.
Ford se aferró más a Victor, buscando consuelo en la única persona que parecía estar ahí para él. La presencia de Victor era una mezcla de alivio y confusión. ¿Por qué se sentía tan seguro con él? ¿Por qué, en su abrazo, las tormentas de su mente parecían calmarse? Como si lo conociera desde hace mucho tiempo.
El abrazo de Victor era firme y seguro, simplemente no quería salir de ahí.
—Cálmate, amiguito—susurró Victor, su voz suave y tranquilizadora—No me perderás a mi, eso te lo aseguro.
Ford dejó que esas palabras se quedaran en su mente para no seguirse desmoronando. Las lágrimas seguían cayendo, pero ahora, había una extraña paz que lo envolvía. Recuerda a su hermano, Stanley, abrazarlo de la misma forma cuando lo molestaban hace muchos años.
—Gracias, Victor... No sé qué haría si no estuvieras aquí—murmuró Ford, su voz quebrada. Odiaba eso.
—Tengo un don para llegar en el momento justo. —respondió Victor.
Ford sonrió, eso era extrañamente correcto, pero estaba muy cansado para pensar en algo más allá así que lo deja como una simple coincidencia. Otra más. Por ahora solo quería estar en la ilusión de que todo estaría bien en los brazos de Victor.
Pero en el fondo, una pequeña voz en su mente susurraba que algo no estaba del todo bien, aunque Ford la ignoró, aferrándose a la sensación de consuelo que Victor le proporcionaba.
Chapter 6: Capítulo Seis
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Ford se aferró al abrazo de Victor, sintiendo el gran consuelo de sus firmes brazos. Por ese momento, podía fingir que aún había alguien que lo protegía y que no debía valerse por sí mismo, solo por una vez después de tantos años. Luego, todo podría volver a la normalidad, y podría olvidar que alguna vez necesitó solo un abrazo para seguir viviendo.
Al alzar la vista, por un breve instante, el reflejo de Victor en el espejo de su automóvil le devolvió la mirada demoniaca de Bill Cipher. Ford se estremeció y se apartó rápidamente, sin decir una palabra. Los ojos de Victor volvieron a ser humanos al instante, pero Ford no podía quitarse esa imagen de su mente.
Se quedó en silencio, sin poder creerlo. Debería estar aterrado, pero ahora se sentía aliviado. ¿Estuvo Bill aquí después de todo? Tenía muchas dudas, pero el hecho de que Bill estuviese aquí solo lograba calmarlo. Fue Victor quien rompió el silencio, llamando la atención de Ford con una expresión preocupada.
—Amigo, no quiero ser el que te lo diga, pero definitivamente no te ves bien. Deberías descansar —sugirió Victor con voz suave, su tono impregnado de una dulzura antinatural.
Ford sintió un escalofrío recorrer su espalda. Debía echar a Victor, para que Bill volviera. ¿Pero cómo? Había sido amable con él, pero es que no había visto a su amigo en muchos días.
Él lo entendería. Además, puede verlo mañana.
—Quizá... quizás deberías irte, Victor —respondió Ford, su voz temblando ligeramente por la ansiedad de volver a ver al triángulo.—Debo ir a trabajar.
Al parece, Victor no tomó bien la sugerencia. Su expresión preocupada cambió a una molesta.
—No... Estás agotado. Necesitas ayuda —Victor se acercó más, invadiendo el espacio personal de Ford.
Ford sintió un nudo en el estómago. La voz de Victor sonaba preocupada, pero solo pensar en Bill lo mantenía inquieto.
—Hey... No nos conocemos bien, además... —Ford intentó poner en palabras sus pensamientos, pero Victor le seguía interrumpiendo.
—¿Vas a echarme también, como a tu amigo Fiddleford?
Victor inclinó la cabeza ligeramente, su mirada fija en Ford con una intensidad casi hipnótica. Ford se quedó sin palabras, que ni siquiera respondió.
—Stanford... Mira, todo esto es por tu bien. Necesitas descansar. Te has estado esforzando demasiado y eso está afectando tu percepción de las cosas —Victor tomó su antebrazo y trató de llevarlo a la cabaña.
Ford retrocedió, liberándose bruscamente de su agarre y Victor le miró con una expresión que él no podía identificar. Una sensación de enojo comenzó a apoderarse de él.
—No estoy cansado.
¿Por qué su mente se sentía tan confusa? No es que el comentario de Victor le haya hecho dudar, ¿o sí? Todo esto de Bill, ¿habría estado alejando a la gente y no se estaba dando cuenta? La forma en que Victor siempre parecía saber demasiado sobre sus pensamientos lo inquietaba, su manera de manipular las situaciones a su favor.
—Por favor, tú...
—No... esto no puede ser solo cansancio. Sabes, Victor, he notado cosas de ti. Cosas que no tienen sentido —dijo Ford, su voz ganando algo de firmeza. Sus ojos se encontraron con los de Victor, esos ojos amarillos que hace unos segundos habían parecido tan demoniacos.
Victor alzó una ceja, como si no supiese de lo que estaba hablando Ford. Era un buen actor, pero Ford cree haberlo atrapado en sus mentiras.
—Ford... Solo quiero ayudarte. No quiero que te lastimes otra vez —dijo, su voz adoptando un tono casi fraternal. Se acercó más, su presencia era envolvente, casi opresiva.—Somos amigos, ¿Cierto? Tenemos muchas cosas en común. Y hasta donde yo sé, no te queda nadie más.
Ford bajó la mirada, sintiendo que su resistencia se debilitaba por eso que había dicho.
—Yo... —murmuró, sintiendo la confusión de su mente.—No es necesario que me lo recuerdes.
Victor suavizó su expresión, como arrepintiéndose, luego se acercó con cuidado y tomó suavemente las manos de Ford entre las suyas. Sus dedos eran cálidos, y Ford sintió un inesperado consuelo en ese contacto. Le sorprendió, pero no quería alejarse.
—Ford, sé que has pasado por mucho —dijo Victor con voz suave, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y cariño— Pero algo te tiene muy mal, y te está consumiendo.
Ford tembló ligeramente, sintiendo las lágrimas nuevamente acumularse en sus ojos. Era difícil admitirlo, pero Victor quizás tenía razón. La sombra de Bill había estado presente en cada aspecto de su vida desde que se había ido. Tal vez debía dejarlo ir, a pesar de ser un demonio, de alguna forma extraña también tenía vida aparte de él.
—Es verdad —confesó Ford.—...Y... ya no quiero sentirme así, tengo muchas cosas qué hacer... He olvidado mi investigación por completo, tenía muchas expectativas acerca de eso y...las olvidé todas.
Victor se acercó aún más, envolviendo nuevamente a Ford en un abrazo cálido y protector. Debía admitir que ese contacto era reconfortante, y eso que no estaba acostumbrado a experimentarlo.
—No te estoy pidiendo que superes lo que sea que te duele —dijo Victor, susurrando cerca del oído de Ford—Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, para ayudarte a superar esto. No tienes que enfrentarlo solo.
—Gracias, Victor —susurró Ford, aferrándose a su abrazo.—Eres un gran amigo.
Victor sonrió suavemente y se apartó.
—¿Quieres ver una película conmigo? —preguntó Victor, repentinamente.
Ford se quedó pensativo después de esa pregunta. La oferta parecía una distracción inofensiva, y una noche fuera podría ser justo lo que necesitaba para despejarse.
—¿En el cine? —preguntó Ford, tratando de asegurarse de haber entendido bien.
—Sí, hay un nuevo cine en la ciudad —dijo Victor, mostrando una sonrisa amable.—Podríamos ver esa película que está de moda ahora. "Volver al futuro", creo que se llama...
Ford contempló la propuesta, pero en realidad no tuvo mucho que pensar, no quería estar solo. Finalmente, asintió.
—Creo que... sí, sería ideal —respondió Ford, un poco inseguro pero decidido a no dejar que sus dudas le impidieran disfrutar de un momento normal, uno de los pocos en su estadía en Gravity Falls. Si Victor no tenía malas intenciones, entonces podría permitirse relajarse un poco.
Victor asintió con aprobación y se levantó, dirigiéndose a su auto primero que Ford. Abrió la puerta del coche para Ford con una sonrisa y un gesto que parecía más chistoso que romántico.
El de anteojos, con una ligera sonrisa en los labios, no pudo evitar rodar los ojos ante el gesto caballeroso, pero apreciaba el esfuerzo de Victor.
El camino hacia el cine fue tranquilo, y la noche estaba clara. Al llegar, se encontraron frente a un cine moderno y acogedor, con un diseño que evocaba el estilo retro de los años 80. Las luces suaves y los carteles de películas recién estrenadas añadían un aire de calidez al ambiente.
—Aquí estamos —dijo Victor, abriendo la puerta para que Ford saliera del automóvil. La recepción del cine estaba llena de gente, lo cual resultaba un poco incómodo para Ford, quien se sentía expuesto entre la multitud. No estaba acostumbrado a lidiar con el pueblo.
Victor se encargó de las entradas, las palomitas y los refrescos, insistiendo en que él se relajara mientras se encargaba de todo. Ford observó el entorno mientras esperaba, notando cómo la gente se movía de un lado a otro, algunas familias y grupos de amigos riendo y conversando animadamente. La atmósfera del lugar parecía intentar aliviar la tensión que sentía.
—Hey, tú otra vez.
Ford se siente un poco confundido por la voz femenina que le habla, pero pronto se da cuenta de que se trataba de Linda Susan. Hace unos días la había visto. Admiró la forma en la que estaba vestida, a diferencia de él, la gente del pueblo se toma esta instancia muy en serio.
—Susan. Es un gusto verte de nuevo.
La mujer le sonríe amablemente y estuvo a punto de decir algo más, pero Victor había aparecido. Ella le mira fijamente, su expresión cambia por completo y sostiene su bolso con fuerza, luciendo dispuesta a irse solo por la presencia del rubio.
—Nos vemos luego, Ford.—dice entre dientes.
La película comenzaba en unos minutos, y la atmósfera en el cine era tranquila y relajante. Victor estaba con las palomitas y los refrescos en sus manos, y le entrega los boletos al castaño.
—Qué pueblo tan extraño. ¿No crees?
Ford no podía negarlo, así que solo sonríe divertido.
—No tienes idea.
—Espero que disfrutes la película —comentó Victor, con una expresión que intentaba transmitir un interés genuino—Creo que es de tu estilo.
Ford asintió, habiendo leído la premisa de la película y encontrándola interesante, cree que será una buena elección. Ambos se dirigieron a la sala de cine, donde se sentaron juntos, uno al lado del otro. La película no tardó en comenzar, y Ford intentó dejarse llevar por la historia en pantalla. Las risas y las escenas livianas ayudaron a aliviar parte de la tensión acumulada, la paranoia que sentía, aunque su mente seguía inquieta, con sus pensamientos divagando en otras tonterías aún cuando la imagen real pasaba frente a sus ojos.
—¿Qué te parece la película? —preguntó Victor, al parecer había notado que Ford estaba un poco distraído y no completamente inmerso en la trama.
—Es divertida —respondió Ford, forzando una sonrisa—Solo estoy... un poco distraído, pensando en otras cosas. No te preocupes por mi.
Victor asintió, sin parecer molesto por la distracción de Ford, y se concentró en la película. A medida que la trama avanzaba, Ford mira al rubio que estaba inmerso en la pantalla.
El de anteojos respira profundamente y acerca su mano a la del otro, observando en cada momento su reacción, pero no hubo algo en su rostro que le diera la respuesta que quería. Apenas Ford tocó la mano de Victor, este la sostuvo. Sonríe levemente, no sabe lo que significa, pero le gusta.
Cuando la película terminó, Victor y Ford salieron del cine. Victor se volvió hacia Ford con una expresión alegre, como si el evento hubiera sido un éxito rotundo.
—Me alegra que hayas aceptado venir conmigo —dijo Victor, con una sonrisa que parecía iluminar su rostro. Se veía tan feliz.
Ford sonrió, sintiendo una ligera mejora en su estado de ánimo al escuchar esas palabras. Victor siempre lograba hacerlo sentir bien, aunque la confusión aún lo envolvía. En ese momento, había encontrado la calma.
—Gracias, Victor —dijo Ford, sintiendo una alegría mientras le sonreía—Fue una buena idea.
—¿Hay algo más que quieras hacer esta noche? O podemos ir a tu cabaña, si prefieres.
Ford pensó por un momento. La noche aún era joven, y aunque el cine había sido una buena distracción, sentía que podía aprovechar un poco más el tiempo con Victor para distraerse de lo que había pasado con Fiddleford. Tan solo recordar eso le hace sentir culpable.
—No estoy seguro, pero... ¿te gustaría caminar un poco? —sugirió Ford, mirando hacia el parque cercano que se encontraba frente al cine— Quizás un paseo podría ser agradable.
Victor parecía entusiasmado por lo que sea que Ford le dijera.
—Me encantaría.—dijo Victor, y juntos comenzaron a caminar hacia el parque.
El paseo comenzó en silencio, pero pronto Ford inició una conversación ligera para romper el hielo.
—Creo que hubiese sido un desastre si me quedaba solo esta noche.—dice Ford, mirando hacia las luces del parque que parpadeaban en la distancia.
Victor lo miró con curiosidad.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—Creo que necesitaba que alguien me recordara que no me estaba empezando a volver loco —explicó—Que mi vida no se estaba cayendo a pedazos.
Siente la mirada del rubio encima y le observa confundido. Es en ese momento que el otro toma su mano y la besa gentilmente.
—Ford, eres tan frágil...—dijo Victor, con un tono casi melancólico—A veces me pregunto si realmente entiendes cuánto dependes de los demás para sentirte completo. Es como si estuvieras desesperado por alguien que te controle y te guíe.
¿Qué?
Espera. ¿Había escuchado bien? Ford se detiene bruscamente y mete sus manos a sus bolsillos, mirando a Victor con una expresión atónita. Eso no lo definía para nada.
—Victor, ¿de qué estás hablando? —preguntó Ford, su voz cargada de confusión.
Victor lo miró con una expresión casi despectiva.
—Solo estoy señalando la verdad, Ford ¿Qué tiene de malo? —dijo Victor con una increíble calma—Estás tan desesperado por que alguien te dé dirección que estás dispuesto a aceptar cualquier cosa, incluso si es algo tan... inusual como yo.
Ford hizo una mueca. Miró a Victor con desconcierto, incapaz de entender la verdadera intención detrás de sus comentarios.
—No estoy entendiendo a qué vas con esto, pero no es la verdad.
—Voy a que somos tal para cual. El complemento del otro.—aseguraba el rubio, como si nada.—Tomaste mi mano en la sala de cine, eso lo dice todo, te sientes igual que yo.
El de anteojos debía admitir que tenían cosas en común, pero no lo suficiente como para aceptar esto como un comportamiento apropiado. Se sentía cada vez más incómodo con este sujeto, y ahora no es solamente porque cree que Bill los está mirando.
—Victor, esto que dices no es normal.— ¿Dónde estaba ese Victor tierno, al que le había tomado la mano hace apenas una hora atrás? —Tú no eres normal... —lo último se le escapó, pero antes de retractarse vio como Victor arrugó el ceño, su mirada endureciéndose solo por unos segundos, antes de suavizarse nuevamente.
—¿No es normal? —repitió Victor, su voz llena de pasivo agresividad y sarcasmo—Quizás es precisamente eso lo que necesitas, algo fuera de lo común para romper con tus viejos patrones. La normalidad es una prisión en la cual ustedes están atrapados.
Ford se quedó en silencio, su mente en conflicto mientras intentaba procesar las palabras de Victor. La sensación de inquietud se apoderaba de él, y las palabras de Victor no hacían más que aumentar su malestar.
—"¿Ustedes?"—cuestiona el castaño, su voz tensa—¿Ahora a qué te refieres con eso? A veces siento como si estuvieras jugando con mi mente, yo no soy eso que tú crees que soy.
Victor lo miró con desdén, su sonrisa casi maliciosa.
—No estás viendo lo que yo.—dijo Victor, dando un paso más cerca—Quizás lo que necesitas es un empujón fuera de tu zona de confort.
Ford sintió un nudo en el estómago. La forma en que Victor hablaba lo hacía sentir cada vez más incómodo. Era como si Victor estuviera manipulando la situación para hacerle dudar de sí mismo, y eso lo inquietaba profundamente.
—Victor, esto no tiene sentido. No necesito que me empujes a nada. Solo... quiero entender qué estás tratando de decir —dijo Ford, comenzando a retroceder. Quizás esto se estaba por poner peligroso, las alarmas se encendieron en su cabeza.
Victor se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija en Ford con una intensidad perturbadora.
—Lo que estoy tratando de decir es que quiero protegerte—dijo Victor, cada vez daba más miedo—No estoy aquí para hacerte daño, Ford, lo contrario.
—¿Eres realmente mi amigo? —preguntó Ford, su voz llena de desesperación y duda.—¡¿O eres otro monstruo de Gravity Falls?!
Victor mantuvo su mirada fija en Ford, su expresión endureciéndose ligeramente antes de suavizarse nuevamente con una sonrisa persuasiva.
—Claro que sí lo soy, Ford —dijo Victor, acercándose aún más— Soy tu amigo, y como tu amigo, me preocupo profundamente por ti. A veces, eso significa decirte cosas que no quieres oír, cosas que te hacen sentir incómodo. Pero es todo por tu bien.
Ford intentó aferrarse a la idea de que Victor tenía buenas intenciones, pero las palabras de Victor sonaban más a una manipulación que a un apoyo genuino.
—Esto no se siente bien —dijo Ford, sus ojos buscando alguna señal de sinceridad en el rostro de Victor— Siento como si...¡Como si estuvieras jugando con mi mente!
—Ford, amigo, estás delirando —dijo, seguido de una risa burlesca—Al parecer no eres fan de que alguien se preocupe por ti, ¿no? Por eso Fiddleford se fue, pero conmigo no será tan fácil. Un par de comentarios crueles no me alejarán de ti.
Ford sintió que el miedo crecía dentro de él al escuchar lo último. ¿Él estaba siendo hiriente? Eso no tenía sentido. Victor...no era lo que se imaginaba, ni lo que pretendía ser. Pero antes de que pudiera decir algo más, el mundo comenzó a girar frente a sus ojos. Una sensación de mareo lo envolvió repentinamente y sus piernas cedieron.
Un segundo. Conocía bien esta sensación, pero... Joder. Intenta sacar su arma del interior de su ropa, pero se da cuenta de que no había nada.
—No te preocupes, Ford. No te dejaré solo.
La voz de Victor fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro.
Chapter 7: Capítulo Siete
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Ford se llevó una mano a los ojos y los frotó con el dorso de su mano. Debería haber traído sus gafas de sol. Era una tarde soleada en el pequeño pueblo costero de su infancia, y la estrella pegaba fuerte.
Los gemelos Stanford Pines y Stanley Pines, de catorce años cada uno, habían decidido aprovechar el buen tiempo en la playa cerca de su casa. Caminaban por un sendero de arena; cada día, esta porción de la playa estaba un poco más abandonada que el día anterior. Pero seguía siendo especial para ellos.
Stanley, siempre el más extrovertido y hablador de los dos, no dejaba de comentar sobre cualquier cosa que le llamaba la atención.
—Mira, Ford, esa piedra tiene la forma de una cara. ¿No te parece gracioso? —dijo, señalando una roca cubierta de musgo verde.
Stanford, conociendo la curiosidad de Stanley, respondió con un tono paciente:
—Sí, pero en realidad, la forma de las rocas puede ser producto de la erosión y el desgaste a lo largo de los años. Es interesante cómo la naturaleza puede crear formas tan curiosas.
Cuando terminó de decir eso, notó cómo su hermano gemelo simplemente lo observaba con una expresión aburrida.
—Sí, me parece divertido.—Ford puso sus ojos en blanco.
Después de un rato, se detuvieron para sentarse en una banca, ambos comiendo unos snacks que habían traído para el camino. Stanley observó a su hermano con una sonrisa pícara y dijo:
—Sabes, chico listo, eres como un ciervo en el bosque.
Stanford levantó una ceja, curioso por la comparación.
—¿Un ciervo? ¿Qué quieres decir con eso, Stanley?
Stanley rió y continuó:
—Sí, un ciervo. Eres increíblemente inteligente y sabes un montón de cosas, pero a veces eres tan fácil de cazar. Te metes en tus pensamientos y te olvidas de lo que pasa a tu alrededor. Como un ciervo que se distrae y no se da cuenta del peligro.
Ford sonrió. Aunque no entendía bien, no se burló de las palabras de su gemelo.
—Supongo que tienes razón... Pero por eso te tengo a ti, para protegerme.
Stanley le dio un ligero golpe en el hombro y rió.
—Exactamente, tonto. Siempre estaré aquí para hacerlo.
Con una sonrisa compartida, ambos gemelos se levantaron y continuaron su camino, sabiendo que siempre se tendrían el uno al otro, al menos en ese momento.
Cuando Ford recuperó la conciencia, estaba en un lugar que le resultaba inquietantemente familiar: la mansión Noroeste. Se levantó con dificultad de la cama, notando un peso extraño alrededor de su cuello. Al tocarlo, se dio cuenta de que llevaba un collar, una cadena de oro fino con un detalle de "F" en su diseño. Extraño.
—¿Qué hago de nuevo aquí? —preguntó Ford, tocando el collar y mirando alrededor, en busca de alguien que respondiera sus preguntas.
Victor apareció entonces, con una expresión extrañamente afectuosa, pero con un brillo en los ojos que delataba su cinismo. El de anteojos ni siquiera podía ocultar su desprecio por este hombre, así que solo lo mira mal.
—Ford, estás despierto. Me alegra que estés bien —dijo Victor, acercándose con un cariño que hizo que Ford se incomodara enormemente.
—¿Por qué estoy aquí otra vez, Victor? ¿Qué es esto? —Ford tomó el collar entre sus manos y se lo enseñó a Victor.
—Ah... Eso. Sí, es un regalo del señor Noroeste. Le agradas tanto que genuinamente se pone feliz cuando vienes a visitar la mansión. —Victor sonrió, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos. Era falsa.—Un regalo es lo mínimo que te puede dar.
—¡¿Él sabe que estoy aquí?!—Ford levantó la voz, la desesperación se filtraba en su tono—¿Por qué estoy aquí?
Victor se acercó más, extendiendo una mano para acariciar suavemente el rostro de Ford, como si estuviera tratando con una criatura frágil y preciada. Ford no era nada de eso, y le daba repulsión pensar que alguien lo veía así.
—Ford... ¿Puedes relajarte? —susurró Victor, su voz tierna pero notaba su propia exasperación.—Estás aquí porque tu cabaña no está en condiciones para tratar tu frágil estado de salud mental. Aquí te daré los cuidados que necesitas.
—¿Me vas a cuidar? ¿Como una mascota? —Ford retrocedió, intentando mantener su distancia de Victor.—Puedo cuidarme solo. ¡Gracias, "amigo"!
Victor ignoró su pregunta y se centró en Ford con una mirada penetrante.
—¿Sabes qué encontré en esa cabaña? Comida vencida hace semanas, trastes sin lavar, basura por todos lados.
Ford no dijo nada. Sabía que era verdad. Victor siguió insistiendo:
—¿Crees que eso está bien? Nada de eso está bien, es el reflejo de tu propia mente pidiendo ayuda.
El rubio acarició su rostro y Ford intentó forcejear, pero Victor lo sujetó con fuerza, sus dedos apretando su piel.
—No quiero hacerte daño, Stanford. Pero si sigues resistiéndote a mi ayuda, me veré obligado a tomar medidas más drásticas —la voz de Victor se volvió fría, amenazante, un cambio que genuinamente asustó a Ford.
—¿Por qué te importa tanto...? ¿Qué quieres de mí? —Ford preguntó con voz temblorosa, mirando directamente a los ojos de su captor.
No estaba preparado para la sonrisa siniestra que apareció en los labios de Victor.
—Te quiero a ti, Ford. Siempre te he querido. Solo que tú no lo entiendes todavía. Pero lo harás.—dijo Victor, tomando completamente por sorpresa a Ford.—Lo harás cuando te des cuenta de que nadie más te va a cuidar como yo. Nadie más te va a amar como yo lo hago.
No podía creerlo. Sentía su mente envuelta en una niebla espesa, incapaz de distinguir si lo que decía Victor era verdad, si realmente quería cuidarlo, o si todo era un engaño para algo mayor. Era tan difícil.
"Nadie más te va a amar". Jamás alguien fuera de su familia le había dicho que lo amaba, menos de una forma tan egoísta, pero logró tomarlo tan desprevenido que lo único que salió de sus labios fue la pregunta más estúpida que su corazón le hizo emitir.
—¿Tú me... amas?
.
Fiddleford McGucket no podía quitarse de la cabeza la preocupación por Ford. A pesar del enojo y el resentimiento que sentía por las cosas que este le dijo, recordaba lo oscuro que había sido por parte de Victor haberle mentido.
Mientras reflexionaba en su taller, observando su nuevo invento que ahora no parecía tener ningún sentido, pensaba en su ahora ex amigo. Todo lo que hacía, lo hacía por Ford. ¿Qué sentido tenía seguir? Ni siquiera tenía una idea de qué era lo que Ford quería lograr en ese pueblo; ya tenía suficiente investigación para ganar todos los premios Nobel que quisiera.
¿Por qué seguir? Al final todo fue interrumpido por ese hombre extraño que jamás había visto antes en su vida, pero que ahora parecía tener bastante influencia en lo que Ford hacía o no hacía.
Fiddleford entrecerró los ojos. Desde que Victor había aparecido, las cosas se habían vuelto extrañas. Ford no lo había llamado ni un solo día para continuar el proyecto. Las piezas comenzaron a encajar: ¿Victor los estaba tratando de separar todo el tiempo?
"Esto no tiene sentido," pensó Fiddleford, paseando nerviosamente por su taller. "¿Por qué Victor haría esto? ¿Qué ganaría con ello?"
Decidió dirigirse a la cabaña de Ford. A pesar de su enojo con Ford, no podía dejar las cosas así cuando él mismo también había invertido parte de su vida en ese proyecto. Al llegar, encontró un verdadero desastre que no había visto ayer: libros y papeles esparcidos por todas partes, como si alguien hubiera estado buscando algo con desesperación. Fiddleford comenzó a hurgar entre las cosas, buscando alguna pista, hasta que notó uno de los diarios de Ford abierto en el piso, con una hoja arrancada.
—¿Ford? —preguntó Fiddleford. No obtuvo respuesta.
Ford no estaba por ningún lado. Afortunadamente, ya sabía qué hacer en estos casos.
Mientras caminaba de vuelta hacia el pueblo, su mente repasaba cada detalle de las últimas semanas, buscando cualquier señal que pudiera haber pasado por alto. No importaba eso ahora; Ford había desaparecido, y sabía quién había sido. Debía hacer una parada en la oficina de correos de Gravity Falls.
Al llegar a la oficina de correos, Fiddleford se acercó al mostrador. —Necesito enviar una carta lo antes posible —dijo con firmeza al empleado. —Es una emergencia.
El empleado, un joven con gafas que parecía más interesado en su teléfono que en el trabajo, levantó la mirada perezosamente. —Claro, señor. ¿A dónde desea enviarla?
Fiddleford sacó el papel con la dirección y lo colocó sobre el mostrador. —A esta dirección. Y asegúrate de que llegue lo antes posible.
El empleado tomó el papel y comenzó a procesar la solicitud. Fiddleford aprovechó el momento para pensar en lo que escribiría. Necesitaba advertir a Ford y pedir ayuda a la vez, sin revelar demasiados detalles que pudieran ponerlo en peligro.
—Parece que ha habido bastante correspondencia reciente a esa dirección —comentó el empleado.
Mientras el empleado trabajaba, Fiddleford buscó un bolígrafo y un trozo de papel. Escribió apresuradamente:
Ford necesita ayuda. Necesito que venga a Gravity Falls lo antes posible. Le explicaré todo. Fiddleford McGucket.
Doblando el papel, lo colocó en un sobre y lo selló. Al entregárselo al empleado, este le aseguró que la carta sería entregada lo más rápido posible.
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De regreso en la mansión Noroeste, Ford seguía observando el collar alrededor de su cuello con una mezcla de frustración y temor. Después de la conversación con Victor, tenía mucho en qué pensar.
Le había pedido que se retirase y para su sorpresa Victor le hizo caso. El castaño no encontró motivación para levantarse, de algún modo sabe que si se levanta tampoco sabría dónde ir. Era un desastre, debía aceptarlo, pero era su propio desastre. Nadie tenía derecho a atribuírselo.
Victor entró en la habitación, trayendo una bandeja con comida en sus manos enguantadas. La sonrisa en su rostro era cálida, un contraste inquietante con las circunstancias en las que se encontraba.
—Te traje algo de comer, amigo. Tienes que mantener tus fuerzas —dijo Victor, colocando la bandeja de comida en el regazo de Ford.
Ford lo miró desganado, ya sin ánimos de seguir discutiendo con él.
—Victor...No tengo hambre, solo quiero saber... ¿Qué quieres de mí?
Victor se sentó a su lado, su expresión era indescifrable, o Ford solo estaba muy cansado. —Quiero que estés a salvo, Ford. Quiero que entiendas que todo esto es por tu bien. Estás mal, lo he visto. ¿Qué tiene de malo que te cuide?
Ford sintió un nudo en el estómago, volvería a llorar frente a él si seguía hablando de esa manera. —Esto no es cuidarme, Victor... Es una obsesión. No puedes controlar a alguien y llamarlo cuidar. Yo no soy tu mascota.
Victor negó con la cabeza, como burlándose de él. —Tú no lo entiendes todavía, pero lo harás. Estás exagerando mucho con este tema de mascotas y obsesiones, pero cuando descanses esas cosas absurdas saldrán de tu mente. Lo prometo.
Ford apartó la mirada, su mente trabajando frenéticamente en busca de una salida de esa situación. Debía encontrar una manera de convencer a Victor de dejarlo salir de ahí, hacerle saber que esto que no tenía sentido. Pero por ahora, necesitaba ganar tiempo.
—Está bien —dijo finalmente, su voz suave después de estar tanto tiempo gritando. —Voy a comer. Gracias... por cuidar de mí, Victor.
Victor sonrió, parecía satisfecho con esa respuesta.
—Al fin entraste en razón.
Mientras Victor observaba cómo Ford comenzaba a comer, Ford planeaba en silencio su próximo movimiento. Sabía que no podía confiar en Victor, pero también sabía que necesitaba ser muy cuidadoso. La comida no tenía sabor en su boca, pero era normal, su nivel de estrés es tan alto que sentir alguna cosa más que no fuese un estado permanente de alerta sería sorprendente.
Cada bocado que tomaba parecía estar acompañado por una sensación de pesadez que no podía explicar. A veces pensaba que quizás su desconfianza era una exageración y que Victor realmente se preocupaba por su salud mental.
Aunque sabía que debía mantener su distancia y su desconfianza, algo en su mente comenzaba a torcer su percepción. La calidez en la voz de Victor, su cercanía, la forma en que se preocupaba por él... empezaban a parecer más atrayentes que perturbadores. Tal vez lo había juzgado mal.
Ford intentó enfocar su mente en la realidad, pero la frustración y el temor estaban desapareciendo, siendo reemplazados por una creciente sensación de afecto que Ford luchaba por controlar. Cada palabra de Victor era un hilo que se enredaba más y más alrededor de sus pensamientos.
—¿Cómo está la comida? —preguntó Victor, su tono impregnado de una preocupación que parecía cada vez más sincera a los oídos de Ford.
Ford trató de resistir, de recordar por qué debía desconfiar.
—Está bien... solo es que... perdón, algo no está bien —murmuró, sintiendo un dolor creciente en su cabeza.
Victor extendió una mano para acariciar el brazo de Ford con una ternura que debería haber sido repulsiva, pero que ahora Ford encontraba difícil de rechazar. —Estoy aquí para cuidarte. ¿Traigo algo para el dolor de cabeza?
Ford apartó la mirada, sin responder, intentando concentrarse en otra cosa. Sin embargo, inmediatamente se comenzó a sentir horrible ante la idea de ignorar a Victor. ¿Qué diablos estaba sucediendo con su mente?
—No... no es mi cabeza, solo es... — Ford no sabía si le respondía a Victor o a sí mismo. Debía responderle, no podía dejarlo con la preocupación.
Dios, ¿Qué era ese pensamiento? ¿Por qué comenzaba a sentir tanta lástima y compasión por Victor? ¡Lo había traído en contra de su voluntad aquí! Pero... No, no podía pensar bien de un hombre tan oscuro.
Sus intentos de resistir los pensamientos positivos hacia Victor eran inútiles, como si una fuerza en su cabeza estuviera remodelando sus emociones a voluntad. Se sentía como si algo estuviera manejando sus pensamientos, torciendo sus recuerdos y su percepción de la realidad.
Victor parecía notar el conflicto en el rostro de Ford y se inclinó más cerca, su aliento cálido en el rostro de Ford.
—Ford, sé que esto es difícil para ti. Solo tienes que aceptarlo.
Ford cerró los ojos, intentando bloquear las palabras de Victor, pero la calidez de su cercanía y la dulzura de su voz estaban perforando sus defensas. Era como si cada palabra de Victor fuese lo más importante, una cosa que Ford no podía ignorar. Sus pensamientos se volvían confusos, mezclándose con la idea de que quizás Victor realmente se preocupaba por él, que tal vez todo era por su bien.
—Yo... —dijo, suspirando profundamente después de eso. Ford finalmente abrió los ojos y miró a Victor. Sus ojos azules mirándolo con las pupilas dilatadas.
Su confusión había desaparecido, su cabeza dejó de luchar repentinamente. Todo se sentía mejor. De hecho, hasta los colores de la mansión eran más brillantes. La resistencia que había sentido se desvanecía, reemplazada por una extraña aceptación. Se sentía... bien, mucho mejor que hace días atrás.
—Gracias por cuidarme, Victor —dijo Ford, mientras la mezcla de afecto forzado lo envolvía.—No se que habría hecho si tú no hubieras aparecido.
Victor sonrió, una sonrisa que Ford ahora veía como tranquilizadora en lugar de inquietante.
—No es nada, mi pequeño ciervo.
Chapter 8: Capítulo Ocho
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Era ese momento del año en la mansión Noroeste.
Los pasillos del castillo vibraban con actividad. Los sirvientes estaban cómicamente muy preocupados con los preparativos para que en tres días la mansión, normalmente silenciosa y sombría, se transformara para recibir a la más alta sociedad. Flores, luces y detalles excéntricos cuidadosamente colocados y de un valor incalculable adornaban cada rincón.
En una habitación alejada del bullicio, Victor se concentraba en una tarea muy especial: preparar a Ford para la fiesta. La atmósfera en la habitación era tétrica, mientras Victor ajustaba meticulosamente cada detalle de la vestimenta de Ford. La habitación, iluminada por una luz tenue y cálida, reflejaba un ambiente íntimo entre ambos que ya era natural en su relación.
La relación entre los dos había cambiado drásticamente desde la última vez que Ford sintió que tenía control sobre sus emociones. Eso había sucedido exactamente un mes atrás. La metamorfosis de Ford era desesperanzadora, pasó de una persona que solía tener una mente crítica hasta convertirse en la cáscara obediente de lo que era. El genio de seis dedos, una vez conocido por su aguda inteligencia y su habilidad para cuestionar lo que no tenía explicación, ahora estaba sumido en un estado de control sin final.
Cada palabra de Victor, cada gesto, tenía el inevitable poder de desviar la atención de Ford de sus propias inquietudes y deseos. La maldad que antes podría haber detectado en las acciones de Victor se había desvanecido, reemplazada por una aceptación ciega que Victor había cultivado de formas que aún no comprendía. Ford ya no veía nada de malo en lo que Victor hacía: sus acciones parecían justificadas cada vez que las traía a juicio. Las dudas y la desconfianza, que alguna vez habían sido características de su carácter, se habían disipado en el aire, dejando a un Ford sumiso y complaciente.
—Ford, necesito que te quedes quieto —dijo Victor, su voz suave pero con un tono firme. Manejaba las tijeras con una destreza meticulosa, ajustando el corte de cabello hasta el más ínfimo detalle. Ford, sentado en una silla frente a un gran espejo de marco dorado, observaba su reflejo con una expresión de cansancio que era deprimente.
El espejo reflejaba una imagen que a Ford le resultaba distante.
No se reconocía en el deslumbrante atuendo ni en la imagen del hombre que estaba viendo. Su cabello, que solía estar desordenado y libre, estaba ahora perfectamente arreglado, y su rostro estaba enmarcado por un aspecto que parecía estar diseñado para encajar perfectamente en el mundo de la alta sociedad.
A pesar de la apariencia pulida y de la meticulosa preparación, Ford no podía evitar sentir que eso definitivamente no era él. Sin embargo, dificilmente se lo cuestionaría, pues Victor parecía estar muy complacido con el resultado.
—Sí, Victor —respondió Ford en un murmullo casi inaudible, aún le daba verguenza como se escuchaba su voz cuando decía esas cosas. Se esforzaba por no moverse, aunque el cansancio y la incomodidad casi lo hacían sucumbir a la necesidad de ajustar su postura constantemente.
Victor trabajaba con precisión meticulosa, cada corte de cabello perfectamente calculado. La habitación estaba impregnada de un silencio tenso, solo roto por el suave sonido de las tijeras. Victor había tratado a Ford como un muñeco desde que cayó en sus manipulaciones, divirtiéndose con sus reacciones, jugando con él.
—Te ves mucho mejor así. Ese cabello que tenías antes... definitivamente no era apropiado. —comentó Victor, admirando su obra. —Perfecto para la fiesta, pareces uno más de la alta sociedad.
Con la ayuda de la mano firme de Victor, Ford se levantó de su asiento, observando brevemente los mechones castaños en el suelo.
Victor se dirigió al gran armario que había preparado para Ford desde el primer día y eligió cuidadosamente la ropa que este usaría. Sacó un elegante traje negro y comenzó a vestir a Ford con la misma precisión con la que le había cortado el cabello. Cada prenda, cada botón, era ajustado con un cuidado obsesivo.
—Victor... ¿por qué es tan importante esta fiesta? —preguntó Ford de repente, una chispa de su antigua curiosidad por el mundo brillando brevemente en sus ojos.
Victor se detuvo y lo miró fijamente. Al principio, Victor había disfrutado de la personalidad anterior de Ford, pero con el poco tiempo, se había obsesionado con la versión manipulada. Las brillantes ideas de Ford habían sido reemplazadas por pensamientos triviales y absurdos. Victor disfrutaba demasiado cada momento en que Ford parecía más estúpido, más simple, más manipulable.
Con ese pensamiento en mente, Ford se sumió en sus recuerdos.. Recordaba vívidamente el episodio que Victor había orquestado con precisión cruel, grabado en su memoria como el momento más humillante de su vida.
Ford estaba sentado en el escritorio, con notas esparcidas por todas partes, hablando entusiasmado sobre su último descubrimiento. Victor lo observaba desde el otro lado de la habitación, escuchando con aparente interés mientras Ford intentaba explicar su teoría.
—He estado trabajando en una teoría sobre la resonancia cuántica de partículas subatómicas... —comenzó Ford, con sus ojos brillando intensamente—Si logramos estabilizar la frecuencia de las partículas mediante un campo magnético, podríamos... podríamos...
Ford se detuvo repentinamente, frunciendo el ceño. Las palabras se escapaban de su mente. Su rostro enrojeció de vergüenza cuando se dio cuenta de que lo que quería decir se había esfumado. Trató de recomponerse rápidamente, pero la confusión lo invadió. Había comenzado a hablar de ciencia, de algo importante, pero de alguna manera su mente lo había llevado a pensamientos triviales.
Victor, quien había estado escuchando en silencio, soltó una carcajada. Una risa fría, llena de burla, que resonó en la habitación como un eco que hirió el corazón de Ford.
—¿Ya se te olvidó, Ford? —se mofó Victor, acercándose con una sonrisa fingida de simpatía—Vaya...
Ford, lleno de vergüenza, apartó la mirada, incapaz de encontrar algo positivo en la risa de Victor. Intentó continuar, desesperado por corregir su error.
—Quise decir... estabilizar las... partículas... para que... la cosa esa... —Las palabras se deslizaban torpemente. Su mente, antes aguda y precisa, parecía haber sido sustituida por un revoltijo de tonterías.
Victor seguía riendo.
—Oh, Fordsy... No sabía que habías cambiado de carrera a la... frivolidad. Quizás deberíamos cambiar todos esos libros de ciencia por dulces y juegos. —dijo con sarcasmo, la falsa dulzura en sus labios—Es lo que parece haber captado tu atención últimamente.
Ford intentó de nuevo, su voz temblando de frustración y vergüenza.
—Victor, yo... estoy seguro de que... si ajustamos la frecuencia... de la física...
Victor lo interrumpió, tomando su barbilla y obligándolo a mirarlo a los ojos.
—Shh, Ford. No te esfuerces tanto. —dijo, sus palabras cargadas de veneno disfrazado de consuelo—A veces, es mejor no pensar en cosas tan complicadas. Deja que yo me encargue de lo inteligente. Tú solo quédate así... adorable y simple.
Ford bajó la cabeza. La risa de Victor todavía resonaba en sus oídos, recordándole lo pequeño que era.
Victor le acarició el cabello, como si Ford fuera un niño que acababa de decir algo inocente y tonto.
—Me gustas más así, Fordsy. Mucho más.
Ford volvió a la realidad cuando Victor, aunque ya no interesado en sus preguntas, finalmente decidió responderle. Sin embargo, la respuesta que recibió solo intensificó su ya profunda tristeza. Si Victor realmente lo amaba como decía, ¿por qué lo trataba de esta manera? Las palabras de Victor, llenas de falsedades, promesas vacías y adornos, no eran nada al lado de las veces en las que se dedicó solo a tratarlo como si no fuese nada.
Ford se sintió aún peor al pensar en ello. La distancia entre el amor que Victor proclamaba y el trato que le daba era dolorosa.
—Porque, Ford, una fiesta es la oportunidad perfecta para mostrarle al mundo que eres parte de aquí, de la alta sociedad, un miembro importante.—La sonrisa perturbadora de Victor aparece en su rostro cuando dice eso.— Además... quiero que vean cuánto te amo y cuán perfectos somos el uno para el otro.
Eso respondía su cuestionamiento interno, aunque una parte de él todavía se resistía a aceptar completamente las palabras de Victor. Su corazón sentía que algo no estaba bien, pero su mente no podía aferrarse a esos pensamientos por mucho tiempo antes de distraerse con otra frivolidad. Era desesperante no poder retener sus propios pensamientos.
—Ya veo, entiendo... —murmuró, aunque no estaba seguro de qué entendía realmente.
Victor sonrió y continuó ajustando cada detalle con sus manos obsesivas. Luego de unos minutos, satisfecho con su trabajo, dejó la ropa y tomó a Ford de la mano, guiándolo hacia la sala principal. —Quita esa cara y confía en mí, Fordsy. Te mostraré lo que tengo preparado para ti.
Ford lo siguió sin protestar, su mente demasiado atraída por lo que dijo Victor como para resistirse. La sala principal realmente estaba transformada a comparación a como se veía antes, decorada con lujosos arreglos florales y candelabros de cristal que colgaban del techo. Los muebles estaban cubiertos con sábanas de terciopelo rojo, y una enorme mesa central estaba preparada para el banquete que se serviría el día de la fiesta.
—Es...increíble.—murmuró Ford, sus ojos habían visto cosas igual de fantásticas antes pero... no podía hacer una memoria clara de eso.
—Así es, Fordsy. —Victor le dice, como si estuviese hablando con su mascota. —Y todo esto es solo el comienzo de tu carrera. La noche de la fiesta serás el centro de atención. Me aseguraré personalmente de que todos te vean y noten el esfuerzo de cuánto te he cuidado.
Victor continuaba inspeccionando los preparativos, tomando una flor marchita de las decoraciones y arrugándola en sus manos, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto. Ford, sintiéndose más en sus pensamientos que en las preocupaciones de los preparativos, solo iba detrás de él.
—Y entonces, te propondré formalmente una relación.
La sorpresa dejó a Ford sin palabras y congelado en el lugar en el que estaba. Ni siquiera la obediencia condicionada que solía mostrar apareció en ese momento.
Victor lo miró por encima de su hombro, sus ojos amarillos clavados en él, y para su nueva impresión, dejó pasar totalmente la reacción de Ford.
—¿No es maravilloso qué es lo que puede hacer un poco de dinero? —preguntó Victor, aunque estaba claro que no esperaba una respuesta negativa.
Ford no respondió, aunque una sombra de duda intentaba abrirse paso entre la bruma de la manipulación. Sin embargo, esa duda se desvaneció rápidamente, reemplazada por un pensamiento sumamente infantil.
—Victor, ¿Cuándo podemos volver a la habitación? Quiero jugar otra vez contigo a calabozos, calabozos y más calabozos.
—En seguid...
De repente, cortando su conversación, un sirviente se acercó a Victor, con una expresión asustada.
—Señor Victor, el chef necesita su aprobación para el menú final. ¡Hay un pequeño problema con una de sus bebidas mágicas!
Victor frunció el ceño, haciendo callar al sirviente fervientemente y se volvió hacia Ford con una sonrisa forzada en su rostro. —Tonterías del servicio. Quédate aquí, Stanford.
Ford asintió y observó, con bastante tristeza, cómo Victor se alejaba. Mientras más lejos estaba de él, podrían pasar dos cosas, lograba pensar en algo más o solo pensaba en él.
Aprovechando su breve momento de soledad, Ford intentó trabajar en lo poco que restaba de su claridad mental. Miró alrededor, lo único que asaltaba sus ojos fue la belleza de una decoración era tan superficial y excesiva como todos los sentimientos que se obligaba a sentir.
A medida que su mente comenzaba a aclararse, recordando que su fascinación por Victor era una falsedad, se dio cuenta de lo horrible de su situación. Recordó fragmentos de su vida antes de Victor, momentos en donde se daba cuenta de lo sospechoso que era. Pero esos recuerdos eran fugaces, como si alguien los borrara constantemente. Intenta concentrarse, pero solo le provoca un horrendo dolor de cabeza mientras los recuerdos van siendo reemplazados por otras cosas con menos sentido.
Lo que parecía ser una sirvienta pasó cerca de él, llevando un ramo de flores entre sus brazos. La joven pelirroja se detiene para decorar un florero con aquellas flores y cuando lo hace, se da cuenta de que Ford está ahí. Lejos de ignorarlo, como lo hace la mayoría de los sirvientes, esta le habla.
—Hola, ¿cómo estás?
—Oh, hola...
—Me gusta mucho tu collar, es muy bonito.
—¿Mi collar?
La sirvienta lo miró confundida, pero antes de que pudiera responder, Victor regresó, su expresión cambiando a una de preocupación.
—¿Está todo bien aquí? —preguntó, su voz parecía casi aterrada.
La sirvienta asintió rápidamente y se alejó de la escena. Lo último que pudo ver Ford de ella fue su larga caballera naranja desaparecer de ahí mientras Victor tomaba a Ford del brazo con más fuerza de la necesaria, conduciéndolo a un rincón apartado de la mansión Noroeste.
—¿De qué estaban hablando?
—No alcanzamos a hablar de nada, Victor...
—Sabes que no puedes hablar con nadie que no sea yo o el señor Noroeste.
Ford, con un nudo en el estómago, asintió lentamente. Las palabras de Victor resonaban en su cabeza, mezclándose con sus pensamientos confusos. Sabía que había fallado al ignorar las advertencias del rubio y de manera genuina sentía que había sido desconsiderado, y su reacción ante eso ahora le pesaba horriblemente.
Los sirvientes no eran de fiar, y él mismo reconocía que había actuado mal. Se culpa por no haber hecho caso a las recomendaciones de Victor y sentía que debía disculparse. Era lo correcto.
—Lo siento... —murmuró Ford, con una expresión de puro arrepentimiento en su rostro.
Lo que no se esperaba era la reacción inmediata de Victor. Antes de que pudiera procesar lo que había dicho, Victor lo rodeó con un abrazo cálido y reconfortante. Ford se quedó paralizado por un momento, sin saber cómo responder a ese gesto. El abrazo era tan... cálido y sincero, que le resultaba difícil reaccionar.
—No te preocupes, no tienes que ponerte así —dijo Victor con un tono suave y tranquilizador—. Es solo que... Tengo una sorpresa para ti, y no quiero que nada la arruine.
Ford sintió cómo la tensión en su cuerpo comenzaba a desvanecerse mientras se relajaba en el abrazo de Victor. Cerró los ojos y dejó que el cariño incondicional de Victor lo envolviera, por fin en muchos años estaba sintiéndose reconfortado. La idea de que Victor hubiera pensado en él para esta fiesta le llenaba de una felicidad que ni él mismo podía entender.
.
Stanley llegó a la casa de Fiddleford con el motor del coche todavía rugiendo con fuerza, su mente en un caos de confusión. ¿Quién era este sujeto que lo había invitado a un pueblo perdido en medio de la nada? ¿Cuál era la razón? Definitivamente, no parecía que fuera a ser nada bueno, pero al menos se había preparado con sus puñales en caso de cualquier cosa. Bajó del vehículo con rapidez y se dirigió a la puerta, golpeándola con insistencia.
Fiddleford abrió la puerta con una expresión de preocupación. Al ver a Stanley, las arrugas en su rostro se profundizaron, y su sorpresa se hizo evidente. Lee puso sus ojos en blanco. Parecía que había olvidado un detalle crucial.
—¿Ford? —preguntó Fiddleford, su voz cargada de incredulidad, como si hubiese visto un fantasma.
Stanley se pasó una mano por el cabello, sintiendo una mezcla de frustración y diversión ante la confusión que había generado. Hacía tiempo que no se encontraba en una situación en la que fuera confundido de esa forma, y la ironía le resultaba casi cómica. —¿Tú eres Fiddleford McPato? Recibí una carta tuya diciendo que necesitabas hablar conmigo sobre mi tierno hermano gemelo, Stanford Pines.
Fiddleford, aún recuperándose de su sorpresa, logró calmar su expresión. —Sí, soy yo... Y tú debes ser Stanley. Por favor, pasa. No sabía que eran gemelos... Bueno, lo sabía, pero son tan iguales... Olvida lo que dije, pasa, por favor.
Stanley cruzó el umbral, observando el interior de la casa con curiosidad. Se dio cuenta de que iba a ser una conversación interesante si este tipo tan listo estaba tan nervioso.
—Entonces, ¿qué está pasando? ¿Dónde diablos está Ford? —preguntó Lee, su tono cargado de impaciencia y preocupación. Sus ojos escrutaban a Fiddleford, tratando de tener algún juicio de él solo por su apariencia.
Fiddleford negó con la cabeza, su expresión ahora mostraba una preocupación genuina.
—No lo he visto por ningún lado. Eso es lo que me preocupa. Creí que tú podrías ayudarme a encontrarlo. Estoy empezando a pensar que estoy solo en esto.
Stanley frunció el ceño, su postura se volvió defensiva. —¿Esto es alguna clase de broma? No he visto a mi hermano en años, cuatro ojos. Hemos tenido nuestros problemas, y no sé por qué de repente debería involucrarme.
El nerd cruzó los brazos y lo miró con atención, su rostro serio.
—¿Y por qué crees que no has visto a Ford en tanto tiempo, Stanley? ¿No te parece que eso podría ser parte de un problema mayor?
Stanley se quedó en silencio, asimilando las palabras de ese hombre que acababa de conocer. La preocupación en el rostro de Fiddleford parecía real, y Stanley no podía evitar sentir vergüenza por su reacción.
—No lo sé. Supongo que... me odia por arruinar su futuro. Pero él siempre sabe qué hacer; no creo que haya pasado nada grave.
Fiddleford pareció reflexionar sobre esto. —Es cierto... Ford siempre tiene un propósito claro. Esto no es propio de él.
De repente, el sonido de pasos fuera de la puerta interrumpió la conversación. Ambos hombres se giraron para ver cómo una carta pasaba por debajo de la puerta. Fiddleford corrió y la tomó, observando con desconfianza el sobre sellado con el escudo de la familia Noroeste.
—¿Una invitación a la fiesta de los Noroeste? —murmuró Fiddleford, entrecerrando los ojos— ¿Será esto una broma? Nunca invitan a nadie.
—¿Una fiesta? ¿Eres popular?—Stanley frunció el ceño.
Fiddleford dejó la carta a un lado, aún sin abrirla.
—No, Stanley. Solo soy un nerd.
Stanley rió, recostándose en el sofá de McGucket. —Nunca pensé que llegaría el día en que me preocuparía tanto por Ford. Siempre fue el cerebro, yo solo era el músculo. Pero ahora... me siento perdido sin él.— cuando dijo lo último su expresión se volvió más sombría.
—Entiendo... De hecho, tuve un problema reciente con él. Solo espero que no haya sido la causa de todo esto. Verás, ha habido un tipo llamado Victor...
De repente, la mirada de Fiddleford se iluminó, como si algo acabara de hacer clic en su mente.
—¡La fiesta de los Noroeste! —exclamó— ¡Ahí debe estar Stanford! Y si la invitación es para mí, significa que... ¡Victor está detrás de esto!
Stanley lo miró en shock, sin entender del todo. —¿Victor? ¿Quién es ese perdedor?
Fiddleford ya no parecía escucharlo tanto.
—Victor ha estado manipulando a Ford. Esta fiesta es su manera de restregármelo en la cara.
Stanley frunció el ceño, su rostro se tensó. —¿Quién es Victor exactamente?— repite impaciente.
—Victor es alguien que ha estado intentando acercarse a Ford durante los últimos días. Tiene una especie de obsesión enfermiza con él, y estoy seguro de que lo ha manipulado para que actúe de manera extraña, como lo hizo conmigo.
Stanley se tensó, sus manos se apretaron en puños. ¿Era un hombre obsesionándose con su hermano gemelo?
—¿Metido en los pantalones? ¿Estás diciendo que este tipo Victor ha estado detrás de mi hermano de esa manera?
Fiddleford observó a Stanley un poco incómodo.
—Sí, es exactamente eso que piensas... Victor tiene una especie de fijación obsesiva. No solo ha estado intentando acercarse a Ford, sino que parece que ha estado manipulándolo, alejándolo de la gente que se preocupa por él.
Stanley estaba en un lío de emociones y todas tenían algo en común, un odio ferviente por este personaje llamado "Victor".
—¿Qué tipo de control? ¿Qué demonios está haciendo con él?
El inventor parecía estar reconociendo la creciente desesperación en la voz y compostura de Stanley. Por lo que se aleja un poco de él.
—Eso no lo sé.
Stanley frunció el ceño, la furia en sus ojos apenas contenida. —¿Y tú qué? ¿Cómo sabes tanto? ¿Qué tienes tú que ver con todo esto?
Fiddleford parpadeó, sorprendido por la acusación implícita. —No estoy involucrado, Stanley. Estoy tratando de ayudar a encontrar a Ford, igual que tú. Pero veo que esto te afecta de una manera muy personal. ¿Hay algo que no me estés diciendo?
Stanley evitó la mirada de Fiddleford, su tono se volvió áspero y defensivo. —¿Será que es mi hermano, cerebrito número dos? Solo... tengo que ir a esa fiesta y sacar a Ford de ahí. Me importa mucho más de lo que pareces entender. Además, no intentes esconder lo que sientes hacia mi hermano. Tu preocupación por él no es tan sutil como crees.
La mansión Noroeste, imponente y cubierta de un frondoso bosque con pinos gigantescos, parecía casi inalcanzable. Pero no lo fue para Pines.
Stanley llegó a la entrada de la mansión, donde los guardias de seguridad mantenían una vigilancia estricta. Por suerte, él sabía cómo burlarlos.
Con la determinación a flor de piel, Stanley de alguna forma avanzó hacia la puerta principal sin ser detenido en el proceso y comenzó a golpearla con insistencia. Cada golpe resonaba con una urgencia frenética.
Finalmente, la puerta se abrió, revelando a un sirviente de aspecto tontamente pulcro y desinteresado. Su mirada era una mezcla de aburrimiento y desdén, claramente acostumbrado a lidiar con invitados que la familia se obligaba a recibir o a expulsar.
—¿Puedo ayudarlo? —preguntó el sirviente, su voz carente de entusiasmo por atender a Lee.
Stanley frunció el ceño y apretó los dientes, no le interesaba hablar con este Don Nadie.
—Moviéndote puedes ayudarme, o te moveré yo. —dijo con un tono brusco, dejando claro que no estaba dispuesto a seguir caminos educados.
Entre el sirviente y la puerta, Stanley pudo distinguir la figura de un rubio de risa contagiosa, que observaba la escena con una sonrisa maliciosa en el rostro. La sangre de Stanley hirvió al reconocerlo, su rabia y desesperación se mezclaban en una ola de furia.
—¡Así que tú eres Victor! —gritó Stanley, señalándolo con un dedo acusador— ¡Te juro que te mataré si no dejas en paz a mi hermano! ¡Voy a sacarte cada cabello oxigenado de la cabeza!
La voz furiosa resonó en el vestíbulo, atrayendo la atención de varios sirvientes que lo miraron sorprendidos. Victor, con su sonrisa amplia y desafiante, no parecía perturbado en lo más mínimo por la presencia de Stanley. En cambio, parecía burlarse.
—Quiero verte intentarlo.
La amenaza implícita era clara, pero eso no le podía importar menos. Había sido humillado en muchísimas ocasiones y eso no lo detuvo, mucho menos ahora, nada lo hizo cesar sobre todo ahora.
Avanzó con furia, intentando empujar al sirviente que se interponía en su camino, pero antes de que pudiera hacerle algo a ese enfermo de Victor, vio a Ford aparecer a su lado. Su gemelo estaba allí, justo frente a sus ojos. Pero no se veía para nada como él mismo.
El cabello de Ford estaba tan corto, de una forma que jamás había visto que lo usara. Vestido de ropas que sabe que su hermanito jamás elegiría. Y lo peor de todo, era el rostro careciente de la osadía permanente del genio Stanford Pines. ¡No había nada de él que le recordara la última vez que se vieron!
—¿Quién es este hombre, Victor? —preguntó Ford, con una voz que denotaba un claro esfuerzo por mantener la calma mientras su mano se posaba sobre el brazo de Victor, como si buscara seguridad en él, buscando sostenerse de algo antes de destrozarse en pedazos.
Stanley sintió un nudo en el estómago al presenciar esta escena, la imagen de su hermano actuando tan dependiente a alguien le rompía el corazón y al mismo tiempo, provocaba que la sangre hirviese en sus venas. Intentó hacer un esfuerzo por calmarse, para dirigirse a su hermano.
—Ford, soy yo, tu hermano Stanley. Sé que me veo diferente, pero es solo el peinado...—dijo Stanley con voz temblorosa— ¿No me reconoces por eso? ¿Cierto? Estoy aquí para sacarte de aquí. ¡Este tipo Victor no es bueno para ti!
Ford miró a Stanley con absoluto desconcierto. Su expresión no mostraba ni rastro de reconocimiento, pero era como si intentara hacerlo y lo podía notar en como sus pupilas se movían. La situación era surrealista para Stanley.
¿Esta sería la ocasión memorable de su reencuentro después de años de distancia?
—¿Mi hermano...?
Antes de poder asentir observó, con mucha ira, la forma en la que el imbécil de Victor aprovechó el momento para inclinarse ligeramente hacia Ford, susurrándole algo al oído que hizo que Ford lo mirara, ya no parecía confundido, y luego desvió la mirada hacia Stanley.
—Oye...¿Qué tanto le hablas? —pregunta, dominado por la ansiedad.—¡No lo escuches, Ford! ¡Te está mintiendo!
—¿Realmente crees que puedes hacer algo aquí? —preguntó Victor, mirando a Stanley— Estás fuera de lugar, pero puedo perdonarte si te unes a nosotros.
—¡Ni aunque estuviese demente como tú! —Stanley responde inmediatamente, fiel a sus convicciones.— Ford, escucha —insistió a su hermano, tratando de mantener la compostura— No sé qué te ha hecho pensar así, pero esta cosa que eres ahora no es...tú. Necesitas volver a casa, ahora.
.
Fiddleford abrió la puerta al ver a Stanley regresar, y su rostro mostró una mezcla de sorpresa y preocupación al ver al hombre en tan mal estado. El cabello de Stanley estaba lleno de hojas y ramitas, y su ropa estaba sucia y arrugada, como si hubiera rodado por un campo o se hubiera caído de un árbol.
—¿Qué pasó? —preguntó Fiddleford, sus ojos fijos en Stanley con una expresión de inquietud— ¿Qué te hicieron? ¿Encontraste a Ford?
Stanley, con el rostro enrojecido, sin saber si era por enojo o vergüenza, asintió con un movimiento brusco de cabeza y usó sus manos para quitarse las hojas de su cabello. La voz de Stanley temblaba, entrecortada por la adrenalina.
—Sí, lo encontré —musitó, la frustración evidente en su voz— Pero no me reconoce en absoluto. Está completamente bajo el control de ese... maniaco rubio con aires de Luis Miguel. Le pedí que viniera conmigo, pero en lugar de eso, un mecanismo estúpidamente complicado me lanzó por los aires hasta estrellarme contra un árbol justo al lado de tu camioneta.
—...Entonces tenemos que actuar rápido —dijo Fiddleford, su tono cargado de determinación. A pesar de la evidente preocupación por el estado de su camioneta, que probablemente estaba en pésimas condiciones, estaba decidido a no dejar que la situación se saliera de control— ¡No podemos permitir que Victor se salga con la suya! Si Ford está bajo su control, es probable que esté siendo manipulado para hacer cosas. Tal vez... Victor quiera robar su investigación, ¡y la fiesta es para hacerla pasar como suya!
Stanley, todavía empapado en el sudor de la frustración y la desesperación, sentía que su enojo alcanzaba niveles insoportables. La idea de que alguien estuviera manipulando a su hermano no solo le resultaba horrible, sino que también encendía una furia que era difícil de contener.
—Tienes razón —declaró Stanley, su voz resonando con una firmeza que revelaba su resolución—No voy a dejar que alejen a mi hermano de mí. Vamos a esa fiesta y lo arrastramos fuera de ahí, cueste lo que cueste.
Chapter 9: Capítulo Nueve
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Te amo, Ford. Quiero que seas perfecto para mí. Y esta fiesta lo demostrará.
El día anterior a la fiesta anual en la mansión Noroeste comenzó con un aire de inquietud que se extendía más allá de los simples preparativos. Había algo más que perturbaba los pasillos, un villano que prontamente iba a provocar un gran caos si las cosas no salían como él quería.
A primera hora de la mañana, en una de las salas más opulentas de la mansión, el señor Noroeste, con su porte imponente y mirada severa, esperaba a Victor. Sentado en un sillón de cuero oscuro, jugaba distraídamente con un reloj de oro entre sus dedos.
Victor entró en la habitación e inclinó levemente la cabeza en señal de respeto, un gesto tan exagerado como la personalidad misma del rubio.
—Victor —comenzó el señor Noroeste—, me parece que es hora de que tengamos una conversación seria sobre Stanford Pines.
—Claro, señor Noroeste —respondió Victor con la mayor calma posible— ¿Hay algo en particular de lo que quiera hablar?
El señor Noroeste levantó una ceja, apenas disimulando su descontento.
—No soy un hombre que se inmiscuya en asuntos personales, Victor, pero esta situación me preocupa. Stanford Pines, por más que sea un obstáculo para mí, es un hombre brillante y lo respeto por ello. Su presencia aquí, bajo tu... ¿cuidado?, ha sido conveniente para mí, en cierto sentido. Ha dejado de hacer preguntas, ha dejado de investigar el pueblo. Pero me cuesta entender cuál es tu objetivo final en todo esto. ¿Qué buscas lograr con él?
El silencio que siguió a esa pregunta fue inquietante, incluso para el señor Noroeste. Los ojos de Victor lo miraban fijamente, como si su mente estuviera en un lugar inaccesible para el millonario.
—Mi único objetivo —rompió el silencio Victor— es desviar su atención de la investigación sobre el pueblo, que representaba un riesgo. Ahora, su mente está más centrada en cosas... más apropiadas.
El señor Noroeste soltó una leve risa, sintiéndose más relajado.
—¿Más apropiadas, dices? —repitió, su tono cargado de duda— A veces me pregunto, Victor, si esta obsesión tuya con Stanford Pines es realmente por el bien del pueblo o si tiene algo más... personal. Después de todo, todos podemos ver cómo lo tratas.
—¿Obsesión? —Victor sonrió, con un toque de malicia en su voz— Mi querido señor Noroeste, pensé que era más listo. Es beneficioso para usted que haga todo esto. ¿Por qué cuestionarme?
El señor Noroeste frunció el ceño.
—Es ilegal mantenerlo bajo un control tan... extremo. ¿Por qué no te limitas a apartarlo de su investigación y ya? ¿Por qué seguir con este juego de manipulación?
Victor sonrió aún más, sus ojos brillando con una malicia y un toque de locura, imposible de ignorar, sobre todo para alguien tan débil como el señor Noroeste.
—Porque, amigo, Ford no es un simple peón que puedo apartar. Si solo lo apartara, lo perdería. Pero si lo rompo, si lo hago mío... entonces no solo lo mantengo lejos de lo que no debe saber, sino que también lo convierto en algo que me pertenezca.
—Estás enfermo, Victor. —El señor Noroeste observó a Victor con desagrado— Solo espero que no olvides que necesito a Ford fuera del camino, pero no lo quiero destruido por completo. —El señor Noroeste se levantó de su sillón, tratando de imponer su autoridad sobre Victor— No arruines todo por un capricho personal. Esto no es un juego para mi familia.
Victor se acercó a Noroeste, sin mostrar ninguna señal de sumisión ni miedo ante la autoridad que intentaba imponer sobre él. Se inclinó ligeramente, debido a que el rubio era más alto, mirándolo con una sonrisa perturbadora.
—Lo tendré en cuenta, señor Noroeste. Pero te advierto, no intentes decirme cómo manejar mis asuntos. Recuerda quién realmente tiene el control aquí.
El señor Noroeste observó en silencio a Victor. Sus hombros decayeron, y su semblante autoritario se desmoronó como una máscara.
—Solo recuerda lo que está en juego —dijo finalmente Noroeste, retrocediendo— No me obligues a intervenir.
Victor parecía satisfecho con sus palabras, así que volvió a su postura relajada.
—No te preocupes, no creo que puedas hacerlo.
Con eso, Victor se retiró de la habitación, dejando al señor Noroeste en silencio. Con una expresión distante, caminó hacia la habitación donde Ford se encontraba.
.
El científico estaba sentado junto a una ventana, con un libro abierto en sus manos, aunque no parecía estar leyendo. Su mente estaba enredada en una maraña de pensamientos confusos, como si fueran hilos que no podía desenredar. Las palabras impresas carecían de significado para él.
No podía dejar de pensar en el día de ayer. El rostro del hombre que intervino en la mansión ahora era una masa borrosa en su mente, pero podía recordar sus palabras a la perfección, junto con su nombre: "Stanley". Su cerebro no funcionaba con rapidez, pero lentamente empezaba a comprender lo que realmente sucedió, manteniéndolo pensativo. Hace poco tiempo pensaba que Victor era lo único en su vida y que debía aprender a girar a su alrededor, pero parecía que había algo más allá de Victor, un hombre cualquiera que ni siquiera podía recordar haber conocido antes de ese día en el restaurante.
Victor se presentaba como la persona más importante en su vida, pero Ford sabía que eso no era cierto. Victor no era más que un desconocido que tuvo la fortuna de cruzarse en su camino en situaciones complicadas y que, por una única ocasión, en este mismo lugar, le había agradado por su inteligencia. Había bloqueado cada sentimiento agradable hacia él después de eso, porque no quería traicionar a...
No podía recordar su nombre ni su figura, pero sabía lo importante que era por la manera en que su corazón se aceleraba en emoción. Se sentía plenamente excitado por el pensamiento de esa persona a quien no quería dejar de lado al conocer a Victor. ¿Quién era?
De repente, escuchó cómo Victor entraba en la habitación, y Ford se volteó, aún sentado en la silla frente al escritorio. Sabía reconocer los pasos, así como las emociones de Victor solo por la forma en que pisaba el suelo.
—¿Ford? —llamó Victor, con una voz más suave de lo habitual. Se acercó a él, tomando el libro de sus manos con un gesto cuidadoso, casi paternal. Lo dejó a un lado y se inclinó hacia él, sus ojos amarillos fijos en los de Ford— ¿Qué haces aquí, solo?
Ford desvió la mirada, los ojos de Victor lo hacían sentir vulnerable.
—Solo estaba... tratando de leer algo. He estado preocupado por lo que pasó ayer.
Victor frunció el ceño y apretó el puño con fuerza sobre la mesa. Ford no sabía por qué, y estaba a punto de preguntarle, pero Victor se adelantó.
—No necesitas recordar nada —dijo Victor, de repente más firme— Lo único que importa es que estás conmigo y que mañana es la fiesta. No dejes que esos pensamientos te perturben.
Victor rodeó a Ford con un brazo, acercándolo más hacia él y levantándolo de la silla. Ford podía sentir que su abrazo no era solo protector: era posesivo.
—Ven, vamos a la sala de estar. Quiero que descanses antes del evento. Tienes que estar en perfectas condiciones. Además, no quiero que estés solo —añadió, soltándolo para tomarlo de la mano.
Ford miró sus manos, sintiendo una pequeña calidez en su corazón por el gesto de Victor. Aunque en algún rincón de su mente, sabía que esto estaba mal, la dependencia emocional que sentía hacia Victor lo mantenía atrapado en una red de admiración incondicional por todo lo que hacía, incluso por lo más mínimo, como tener sus manos juntas.
Victor lo llevó a la sala de estar y lo hizo sentarse en un cómodo sillón que solo los Noroeste podrían costear. Luego, comenzó a ajustarle la ropa con una meticulosidad obsesiva, como si cada pequeño detalle fuera crucial.
Estaban solos en la sala de estar, sin nadie a su alrededor, pero Victor seguía preocupado por su apariencia.
—¿Hay algo que necesites, Ford? —preguntó Victor, aunque no le dio tiempo a responder— No te preocupes por nada, yo siempre me encargaré de todo. Solo... relájate y déjame cuidarte. No quiero que te esfuerces, ni siquiera un poco. No quiero que pienses, no quiero que desees otra cosa que no sea yo.
Ford se quedó en silencio, intentando formar una respuesta coherente, pero nada salía de sus labios. La ansiedad y el temor en la voz de Victor lo estaban confundiendo más de lo que ya estaba. No sabía lo que ocurría, pero había notado este cambio en él desde que ese hombre desconocido llegó a la mansión Noroeste a hacer un escándalo. Desde ese momento, Victor estaba desesperado por distraerlo y atender todas sus necesidades, incluso había dormido con él en la misma habitación. Ni siquiera estaba seguro de que el otro hubiese conseguido descansar, pero podría jurar que nunca lo vio dormir.
—¿Por qué... me cuidas tanto? —preguntó Ford, lo único que pudo articular en su mente antes de pronunciarlo.
De forma tan repentina que asustó a Ford, Victor cayó de rodillas al suelo, tomando ambas manos del castaño con una fuerza que nunca antes había experimentado. Y dolía.
—Porque te amo, Ford. Y porque sé que yo soy lo mejor para ti. Necesitas a alguien que te proteja, alguien que te entienda, alguien que pueda darte todo lo que deseas. Yo soy esa persona.
Ford cerró los ojos por el dolor en su mano, pero sabía que si se dejaba envolver por la voz de Victor, el dolor desaparecería. Una parte de él quería creer desesperadamente en esas palabras; sería tan fácil rendirse a la seguridad que Victor le ofrecía. Pero en lo profundo de su mente, en un rincón casi olvidado, algo seguía resistiéndose, una pequeña chispa que se negaba a extinguirse.
—Pero... ¿Qué pasa con Stanley?
El nombre apenas había salido de sus labios cuando Victor lo interrumpió, apretando más su agarre sobre la mano de Ford, haciéndolo gritar.
—Así que recuerdas su nombre —dijo Victor, riendo forzadamente, casi como una burla— Stanley no significa nada, Ford. No vale la pena que te preocupes por él. Lo único que necesitas es a mí. Recuérdalo.
Ford asintió varias veces, aunque el nombre del desconocido seguía rondando en su mente, como una sombra que no podía disipar. Quería que Victor lo soltara de una vez.
—Por favor, Vic...
Sin dejarlo terminar, Victor tomó a Ford por las mejillas y lo acercó más a él, rozando sus labios en un beso rápido y desesperado.
Duró solo unos segundos, apenas lo suficiente para que Ford lo procesara. No correspondió, simplemente dejó que Victor besara sus labios hasta que se separó. Debería haberse sentido nervioso, debería haberse avergonzado, debería haberlo alejado, debería sentirse feliz, debería...
—Eres mío, Ford. Siempre lo serás. Y haré lo que sea necesario para mantenerte a mi lado.
Debería haberlo amado. Pero no sentía nada.
Victor notó la falta de expresión en el rostro de Ford. No había sonrojo, ni timidez, ni siquiera un indicio de un sentimiento agradable. Sin previo aviso, lo tomó del brazo con una fuerza implacable, guiándolo de forma brusca por los pasillos decorados de la mansión.
—¡Victor! ¿Qué pasa? ¿Dónde me llevas? —preguntó Ford, elevando la voz después de mucho tiempo, mientras intentaba liberar su brazo del agarre de Victor.
Victor no respondió. Solo tiraba de su brazo con una fuerza demoníaca, tan intensa que Ford temió que le arrancara el brazo si seguía apretándolo. Una vez llegaron a su destino, Ford solo pudo ver una habitación completamente blanca, con muebles blancos, alfombra blanca y una decoración de flores amarillas. Victor lo empujó con fuerza dentro de la habitación y activó un cristal magnético.
El castaño se tropieza por el fuerte empujón y su rostro se golpea con un mueble. Se queja de dolor y se intenta levantar rápidamente, hasta que ve el cristal entre ellos, lo que le hace detenerse por completo.
—¿Qué está pasando? —Ford miró a su alrededor, observando la habitación como una forma de obtener respuestas y luego al hombre frente a él.
Victor, a través del cristal, lo observó con una expresión... rota.
—Ford, parece que no entiendes lo que significan tus sentimientos. He intentado todo lo que pude para hacerte sentir lo que yo quiero, pero ahora veo que es necesario un enfoque diferente para ganarme tu corazón.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Si no puedes amarme en libertad, entonces te obligaré a hacerlo. Si el control mental no ha logrado hacerte mío, entonces serás mi propiedad de la manera más simple posible.
Ford frunció el ceño, comenzando a sentir terror por lo que estaba escuchando. Sabía que algo extraño le estaba sucediendo, pero jamás imaginó que escucharía la palabra "control mental" como una de las cosas que ocurrían dentro de su cabeza.
—¿Qué estás planeando? No lo entiendo...
—Esto es lo que vas a hacer, seis dedos —Victor escupió casi con desprecio— Vas a quedarte aquí, encerrado, mientras yo te muestro cómo puedes ser mi propiedad en la fiesta. Serás una exhibición de lo que he creado, y todos verán cómo te he convertido en mi pertenencia. Después de la fiesta, te mantendré aquí hasta que aprendas a amarme... o hasta que tu hermano muera, tú decides.
Ford intentó acercarse al cristal, pero una corriente eléctrica lo atacó cuando pone un dedo sobre él. El dolor fue incalculable, pero no lo hizo dejar de luchar.
—¡Déjame salir de aquí! ¡Esto es una locura!
Victor respondió con una sonrisa.
—Repito. No vas a salir de aquí hasta que entiendas y aceptes tu lugar. Además... ya sé que estoy loco, parece que llegaste tarde a recoger el periódico con las últimas noticias.
Ford se detuvo, sintiendo la desesperación apoderándose de él. Era imposible, Victor no podría salirse con la suya de ese modo.
—No puedes hacer esto... No puedes encerrarme... Alguien vendrá y me sacará...
—Lo que hago es por tu propio bien, Ford. Nadie sabrá que estás aquí, solo los invitados de la fiesta, y a ellos no les interesas.
—Stanley lo sabrá.
Ese es definitivamente el punto débil de Victor, porque apenas escuchó ese nombre, golpeó el cristal magnético con fuerza. Ford, estúpidamente, se preocupó, pero no parecía que Victor hubiera recibido el mismo dolor que él. O si lo recibió, estaba demasiado concentrado en su propio enojo para notarlo.
—¡No me interesa si ese don nadie viene aquí! ¡Lo mataré si pisa la mansión Noroeste, y a ti te encerraré diez mil metros bajo tierra si intentas escapar con él!
—Victor, por favor, déjame salir. Puedo entender, puedo cambiar...
Victor hizo figuras desesperadas en el cristal, riéndose de él.
—Tan tierno... Pero no, Ford. No me moveré de este plan. Ya pasó tu momento de ser adorable. Te estoy haciendo un favor. De esta manera, te aseguro que no habrá lugar para Stanley en tu mente, solo lo habrá para mí.
Ford se dejó caer al suelo, derrotado.
—¿Por qué confié en ti?
Victor se agachó frente a él.
—La confianza se gana, y yo la gané jugando sucio. Lo que importa ahora en tu vida es lo que yo decida, y he decidido castigarte.
Dicho esto, se levantó y se alejó, caminando por los pasillos gigantescos de la mansión Noroeste hasta desaparecer. Ford se quedó solo, y en cuanto supo que Victor no estaba cerca, las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
Chapter 10: Capítulo Diez
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Stanley y Fiddleford se adentraron en la tienda de suministros militares, un lugar oscuro y repleto de armamento y explosivos que harían temblar a cualquiera. Stanley iba directo al grano, llenando un carrito de metal con dinamita, granadas y un par de rifles que había encontrado en los estantes más polvorientos. Fiddleford lo miraba con creciente ansiedad; sus manos temblaban mientras trataba de alcanzar una caja de balas que Stanley había dejado caer descuidadamente.
—¿Stanley, estás seguro de esto? Yo... ya tengo acceso a la mansión —murmuró Fiddleford, su voz llena de preocupación— No es necesario volarla en pedazos para salvar a Ford. Eso nos costaría... una fortuna, ¡lo cual para mi sueldo actual es una vida entera!
Stanley, con el ceño fruncido, apenas levantó la vista mientras seguía acumulando su arsenal en el carrito.
—Esto no es solo para entrar, Fiddleford. Es para matar a ese maldito de Victor por haber tocado a mi hermano gemelo.
Fiddleford, al ver la obsesión de Stanley con armarse hasta los dientes, no pudo contener su incomodidad.
—¿En serio, qué hay entre tú y tu hermano? Es... es raro, casi parece que esto te afecta demasiado —dijo, cauteloso con sus palabras, pero seguía igual de nervioso.
Stanley se detuvo. Su rostro se tensó, y por un momento pareció que iba a enfadarse más de lo que ya estaba, pero en su lugar dejó escapar un suspiro pesado.
—No es lo que piensas —respondió con cansancio, frustrado por ese comentario y lo que implicaba.—Ford es todo lo que tengo. No puedo permitir que ese bastardo lo controle, que lo lastime.
Fiddleford observó a Stanley con comprensión y, cuidadosamente, puso una mano en su espalda.
—Oye, Stanley... lo entiendo, solo preguntaba por preocupación. Te vi ayer; si no fuera porque confío en ti, ¡pensaría que ibas a matar a alguien!
—Mataría a alguien por él. —Le decía decidido. —Ford y yo... éramos inseparables, sabes. Hasta que arruiné su vida —bajó la mirada, evitando el juicio en los ojos de Fiddleford—Tenía este proyecto, algo grande, que iba a hacernos estúpidamente ricos. Pero lo arruiné, como un idiota, tenía mucho miedo de perderlo. Nuestro padre vio esa oportunidad desperdiciada como mi culpa y me echó de casa... Eso no importa. Lo que importa es que no hemos hablado en años... No puedo soportar la idea de perderlo de nuevo y esta vez para siempre.
—Bueno, cuando lo salvemos de ese loco obsesivo, tendrán mucho tiempo para arreglar sus problemas.
Stanley sonrió débilmente, asintiendo.
—Tienes razón. No puedo dejar que Victor lo controle, no me puede quitar a mi hermanito, lo he tenido más tiempo.
Con determinación y un positivismo que no sabía de dónde había sacado, Stanley empujó el carrito lleno de armas y explosivos hacia la salida. Pero justo cuando Fiddleford pensaba que tal vez solo iba a buscar algo, Stanley aceleró el paso y salió corriendo por la puerta, llevándose todo el equipo sin pagar.
Fiddleford, con los ojos muy abiertos, lo siguió de inmediato, su voz cargada de pánico.
—¡S-Stanley, no puedes robar todo eso!
—¡Ya lo hice, cerebrito! —gritó Stanley con una sonrisa traviesa, observando a Fiddleford por encima del hombro, quien no tuvo más opción que seguirlo.
.
La noche en la mansión Noroeste era aterradoramente silenciosa, con el eco de los preparativos de la fiesta resonando a lo lejos. La habitación donde Ford había sido confinado estaba muy lejos de las demás. La única fuente de luz era una ventana que daba directamente a los jardines, pero solo podía ver los grandes arbustos siendo recortados con precaución por un jardinero.
Ford se sentó en una silla en el rincón de la habitación, intentando encontrar un poco de consuelo en sus pensamientos. Aunque el cuarto carecía de privacidad y estaba expuesto a la vista desde el cristal, él trataba de esconderse lo máximo posible. Era vergonzoso haber acabado de esta forma después de todas las situaciones complicadas por las que había tenido que pasar.
Mientras intentaba aclarar sus pensamientos, observó por el rabillo del ojo la presencia de una especie de humo celeste. Era diminuto, con un resplandor tenue que iluminaba el cuarto con una luz espectral. Ford se interesó de inmediato y siguió el trayecto de este humo, el cual se hacía cada vez más prominente dentro de la habitación.
Debería verse asustado, pero Ford, emocionado, lo miró con curiosidad. Poco a poco, esa masa de humo se fue convirtiendo en algo con más sentido, una figura de un hombre robusto con una apariencia terrorífica. ¡Es un espíritu! Lo dice el hacha que está sobre su cabeza, es el espirítulo de una alma en pena, fallecida por un trágico accidente.
Se acercó lentamente, tratando de no hacer movimientos bruscos. Cuando el espíritu terminó de transformarse, Ford lo miró fijamente, y este le devolvió la mirada. El silencio reinó en la habitación. El fantasma lo miró como si él fuera la anomalía y, después de unos momentos, decidió hablar.
—No eres un Noroeste —dijo el espíritu, su voz suave pero cargada de desconfianza.
Ford negó con la cabeza.
—No, no soy uno de ellos. Estoy atrapado aquí.
El espíritu lo observó con más atención, sus ojos brillando con una luz inusual.
—¿Estás atrapado? ¿Por quién?
Ford suspiró, encogiéndose de hombros, aunque dudaba que el espectro reconociera cualquier nombre actual.
—Por Victor. Él... él me tiene aquí.
El espíritu pareció pensarlo por un momento, flotando en el aire mientras procesaba la información. Finalmente, habló de nuevo, su voz un susurro tembloroso.
—¿Qué es lo que quiere de ti?
—Quiere controlarme, que solo piense en él —Ford apartó la mirada—. No entiendo cómo llegué a esto, pero estoy dispuesto a terminarlo, solo que me es imposible salir de aquí.
—Lo conozco, hace unas semanas se está quedando en la mansión Noroeste —reconoció el espíritu—. Ese ser, Victor... es un ser demoníaco en el que no puedes confiar.
—¿Demoníaco? ¿Cómo es eso posible? —Ford frunció el ceño, claramente desconcertado—. Si lo dices porque es malvado, ciertamente lo es, pero es un humano.
El espíritu flotó cerca de Ford, su luz espectral temblando ligeramente como si intentara transmitir su preocupación.
—Victor no es quien parece ser. ¡Aunque puede tomar una apariencia humana, es horrible y oscuro en su interior! Los seres como él buscan controlar tu mente. ¡Su manipulación no es solo una cuestión de poder, sino de destrucción!
Ford se quedó en silencio, tratando de procesar la información. Aunque no creía que fuera necesario que se lo gritara, lo aceptó.
—Pero... si no fuera un humano, me daría cuenta. He estado investigando las situaciones paranormales de cerca, sé reconocerlo.
—Es parte de su engaño, él tiene una gran habilidad para ocultar su verdadera esencia. ¡La gente suele quedar atrapada en su influencia antes de que puedan ver la verdad! ¡Es por eso que Auldman Noroeste cayó en sus mentiras!
A Ford le estaba costando mucho mantenerse al día con lo que el espíritu le decía. Todas esas palabras no sabía si reconocerlas como simples poesías o como la verdad absoluta. Fuera lo que fuera, ese espíritu no le estaba diciendo nada nuevo; Victor era un ser oscuro y debía detenerlo.
—Me gusta tu cadena, amigo —dijo el espectro, quitándole con fuerza el collar que residía en su cuello. Ford se sintió extrañamente molesto por esto, pero la molestia se disipa cuando recuerda lo que es importante.
—Tienes que ayudarme a salir —le dijo al fantasma leñador.
El espíritu inclinó su gran cuerpo, su voz ansiosa pero sabia.
—A veces se necesita una perspectiva externa para ver el camino a la libertad. No confíes en lo que él te muestra o dice. Tu mente, tu voluntad, son tus únicas armas contra su manipulación.
Ford asintió, no quería escuchar más poesía.
—Es por eso que necesito encontrar una forma de salir de aquí y descubrir la verdad por mí mismo.
—Cuando abras tu mente antes del amanecer, podré sacarte de aquí. Te aseguro que tu mente ya no seguirá siendo débil y manipulable como una plastilina, ¡o algo así!
El espíritu dio un último destello de luz antes de desvanecerse, dejando a Ford a su suerte. A medida que el espíritu desaparecía, Ford se sintió más perdido. ¿Qué diablos eran esas últimas palabras?
Ford permaneció de pie en la soledad de la habitación, con la mente sumamente revuelta. Aunque el espíritu había desaparecido por completo, sus palabras resonaban en su mente con claridad. El desconcierto de cómo iba a salir de allí se disipaba poco a poco. Sabía que debía unir las piezas del rompecabezas que se le había presentado; era la única forma de salir.
¿Pero cómo iba a abrir su mente?
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La sala de estar estaba completamente oscura, iluminada apenas por la luz tenue de la noche que se colaba desde la cocina. El aire olía a pólvora y metal, combinado con el fuerte aroma del licor que Stanley había traído para bajar los nervios antes del enfrentamiento del día siguiente. Fiddleford, agotado por los preparativos, había caído rendido en el sofá, rodeado de las trampas y armas que él mismo había fabricado. A pesar de la incomodidad de la situación, Stanley no pudo evitar reír al verlo. Este hombre, tan diferente a él, había demostrado ser un verdadero amigo para Ford, y por eso Stanley lo respetaba mucho, aunque también sentía una punzada de celos que trató de ignorar.
Se acercó con pasos silenciosos y observó cómo el hombre dormía plácidamente, su rostro finalmente relajado, ajeno al caos que estaban a punto de enfrentar. Con una mano temblorosa, tomó una manta del respaldo de una silla y cubrió a Fiddleford con ella.
—Nerd —le dijo con cariño.
Stanley se dejó caer en una silla cercana, con la botella de licor aún en la mano. La giró entre sus dedos; ya no quedaba mucho. Sus pensamientos, sin embargo, eran más de los que su cabeza podía retener. Esos pensamientos solo iban hacia su hermano gemelo, hacia Ford, atrapado en las garras de ese bastardo loco que se hacía llamar Victor.
El techo de la habitación se convirtió en su nuevo amigo mientras sus pensamientos iban y venían, atrapados entre el ayer y el mucho antes. Recordaba a Ford cuando eran jóvenes, inseparables y llenos de sueños que querían compartir el uno con el otro. Luego, lo vio ayer, su cara marcada por los años y las experiencias que Stanley no había compartido con él. Su aspecto seguía siendo el de un perdedor, siempre más interesado en los libros que en la moda del momento, pero algo en su personalidad había cambiado. Ya no era el Ford que conocía, el Ford que podía leer como un libro abierto. Este hombre, aunque físicamente igual, parecía un extraño, y Stanley quería creer que era por lo que estaba sucediendo con ese tal Victor, no porque realmente fuera otra persona.
Stanley apretó la botella con fuerza, la preocupación comenzando a poseerlo, y murmuró, más para sí mismo que para nadie más:
—Voy a salvarte, Ford.
La promesa se escapó de sus labios, una necesidad de proteger lo único que le quedaba en el mundo.
Levantó la botella y tomó otro trago, el licor quemando su garganta mientras sus pensamientos volvían a su hermano. Ford, su Ford, necesitaba ser salvado, y Stanley haría cualquier cosa para que eso sucediera. Aunque no pudiera dormir, aunque sus pensamientos lo atormentaran, no podía permitirse fallar.
Con un último suspiro, Stanley dejó la botella vacía a un lado y se quedó mirando el techo, su mente aún atrapada en el recuerdo de lo que una vez fue y en la desesperada necesidad de salvar lo que aún podía ser.
.
Mientras Ford observaba la habitación, su mente comenzaba a hacer conexiones acerca de todo lo que había vivido durante los últimos días. Recordó detalles sobre Victor que le parecían extraños: su aparición repentina en el restaurante, cuando chocó con él en el pueblo y lo llevó a la mansión Noroeste, su conocimiento sobre invocaciones, el control excesivo, la forma en que parecía anticipar cada uno de sus movimientos y la manera en que siempre parecía saber lo que estaba pensando. Todo esto encajaba con lo que había escuchado del espíritu; no le quedaba duda de que era una especie de demonio.
Ford se levantó y comenzó a explorar la habitación con más atención. Aunque era prácticamente una celda sin puertas y solo con un cristal, había ventanas que permitían un vistazo muy limitado al mundo exterior. Ford intentó pensar en la razón detrás de las acciones de Victor. Lo único que podía deducir era que quería las cosas que Ford sabía, las cosas que su musa le había entregado. Cada vez que pensaba en Victor, lo odiaba cada vez más por todas las cosas que le había hecho, como si le quitaran una venda de los ojos.
—Siempre me ha mantenido alejado de mi investigación y de cualquier cosa que hacía antes de que Bill desapareciera... —murmuró Ford para sí mismo— Y siempre he notado que hay algo que no encaja con la imagen que él quiere proyectar. No es natural en este pueblo.
De repente, un recuerdo vino a su mente: uno de los momentos en los que Victor había mostrado una habilidad sorprendente con los libros antiguos. Recordaba cuando estuvieron en ese escondite dentro de la biblioteca y Victor le enseñó un gran libro lleno de información, información que Ford no pudo leer porque estaba en un idioma que jamás había visto antes.
Oh.
Oh.
Ford giró la cabeza casi agresivamente hacia las excéntricas decoraciones de la habitación. En cada una de las figuras había un patrón que parecía formar símbolos que reconocía. Había visto esos símbolos antes en sus investigaciones, símbolos asociados con rituales y entidades extradimensionales. Los había escrito en su diario; sabía lo que significaba cada uno de ellos. La mansión Noroeste estaba llena de esos símbolos.
Mientras analizaba los símbolos y sus significados, una pieza más encajó en el rompecabezas. Recordó una serie de antiguos textos que había estudiado, que hablaban de un ser muy antiguo que se presentaba tanto en su forma original como en la de un ser humano para ganarse la confianza de sus víctimas, pero nunca vio un nombre.
—¿Quién eres? —se dijo a sí mismo—Te he estudiado antes... lo sé.
Ford ni siquiera se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo, reuniendo esas decoraciones repletas de simbolismos. La ventana comenzó a reflejar cómo la madrugada empezaba a aparecer, y Ford sintió una punzada de desesperación al darse cuenta de que no le quedaba tiempo para actuar.
La sombra de Victor apareció de nuevo en el cristal, y Ford levantó la vista instantáneamente, sus ojos llenos de angustia al verlo otra vez. Victor estaba de pie frente a él, con una sonrisa que reflejaba una calma perturbadora.
—¿Cómo te encuentras, Ford? —preguntó Victor, como si nada.
Ford, aún procesando lo poco que había descubierto hasta ahora, intentó mantener la calma. Aún en el suelo, dejó de lado las decoraciones para observarlo bien.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Ford, tratando de mantener su voz firme.
Victor se inclinó hacia adelante, de nuevo tocando ese cristal que tanto temía Ford. —¿Creías que no vendría a verte? Eres muy astuto. Si no vengo a verte, seguramente te escaparás de mis manos.
Ford, mientras lo observaba, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Recordó las palabras del fantasma de la mansión Noroeste: "Cuando abras tu mente antes del amanecer, podré sacarte de aquí". Pensó en Bill Cipher, el ser que había alterado su vida, y cómo le había dicho lo mismo hace un tiempo: "No serás capaz de ver las cosas obvias si no abres tu mente".
Perdido en sus pensamientos, Ford notó que la imagen de Victor a través del cristal comenzaba a distorsionarse. La forma en que se movía y las líneas de su figura empezaban a deformarse, como si fuese un holograma falso. Si aún quedaban dudas sobre su realidad demoníaca, esta era la confirmación para Ford.
—¿Cuándo me mostrarás tu verdadera forma? —preguntó Ford con ironía. Al menos podría burlarse un poco a pesar de su horrible situación.
Victor parpadeó, su expresión cambiando brevemente a una de sorpresa. —¿De qué hablas, Ford? ¿Qué estás insinuando?
Ford se acercó al cristal y se quedó pegado a él, a pesar de la descarga eléctrica que lo atravesaba. A pesar del dolor, se mantuvo firme, observando los ojos amarillos de Victor. —Muestra tu verdadera forma. Ya sé que eres un demonio que quiere controlarme.
Victor, desconcertado y molesto, preguntó: —¿Quién te lo dijo?
La tensión en la habitación aumentaba a medida que Ford, sudando y temblando, comenzaba a desesperarse.
—Dentro de los adornos de la mansión encontré un mensaje —dijo Ford con voz quebrada, sin responder su pregunta—El mensaje hablaba del demonio de los sueños.
Victor lo escuchaba atentamente, su calma se desvanecía. Ford, mientras tanto, sacaba sus propias conclusiones. —El demonio de los sueños... es mi aliado, Bill Cipher. ¡Bill está aquí!
Ford alzó su mano y, antes de que Victor pudiera hacer algo para detenerlo, gritó a todo pulmón el conjuro que había aprendido de Bill Cipher, esperando invocar al ser que conocía bien, su aliado, el único amigo que podría ayudarlo en este momento.
—¡Triangulum, entangulum. Veneforis dominus ventium. Veneforis venetisarium!
Mientras lo hacía, las decoraciones de la mansión comenzaron a volar por el aire junto a Ford; el caos reinaba en la habitación cuando una tormenta de viento comenzó a dar vueltas por ella y poco a poco se extendía a los cuadros de los pasillos. Victor, con una expresión de cansancio y furia, chasqueó los dedos y detuvo todo de golpe.
Ford cayó al suelo de repente, confundido y exhausto por la energía que le robó el hechizo. Observó con ira a Victor; mil cosas pasaban por su cabeza, pero la única clara era su rabia hacia él.
—Ford, no me importa si...
Repentinamente, el cristal magnético explotó en mil pedazos. Ford se tapó el rostro de inmediato para protegerse de los escombros, pero los cristales atravesaron su piel, causándole varias heridas.
Fue un desastre, todo a su alrededor estaba destrozado, y Ford cayó nuevamente al suelo, perdiendo la conciencia por unos momentos.
Cuando el polvo se asentó en la habitación, Ford abrió los ojos y vio a Victor frente a él, pero su figura estaba completamente distorsionada. La visión de Victor, antes humana, ahora solo parecía una figura que intentaba parecer humana, pero con toda la mitad de su cuerpo deformada en un caos aterrador.
Ford se sobresaltó de miedo y trató de alejarse, deslizando su cuerpo herido lejos, pero Victor lo tomó del brazo con fuerza, forzándolo a detenerse. —No te atrevas a escapar —ordenó Victor.
Ford gritó, aterrorizado por la imagen que estaba viendo. —¡¿Quién eres?!
Victor lo observó sin mostrar más expresión que aburrimiento. —Por favor, deja de fingir. ¡Sabes muy bien quién soy!
Las palabras de Victor intensificaron el pánico en la mente de Ford. Cada palabra que salía de su boca resonaba en su mente, como si cada una estuviera destinada a destrozar la frágil realidad que había construido a su alrededor. La figura de Victor, tan familiar, tan reconfortante, empezó a desmoronarse ante sus ojos. Lo que una vez había sido un semblante atractivo y encantador ahora se convertía en algo grotesco.
Ford sintió un frío helado recorrer su espalda cuando los rasgos de Victor comenzaron a distorsionarse, el cristal magnético había hecho de su disfraz algo digno de película de terror. Los ojos que antes le habían parecido tan humanos ahora lo miraban como si Ford solo fuese una presa, y esa fue una mirada que reconoció al instante. Era algo que había visto antes, pero en un amigo...
Ford sintió como si un gran peso le cayera encima. Su mente se tambaleaba, luchando por procesar las conexiones que se formaban en su cabeza. Recordó el conjuro, aquel antiguo hechizo que había utilizado con la esperanza de invocar nuevamente a su mejor amigo, el único que alguna vez entendió lo que Ford veía. Cuando Bill aparecía, las cosas se ponían en su lugar, porque solo solo Bill Cipher respondía a ese conjuro. Solo él tenía el poder de atravesar dimensiones, de burlar las leyes de la realidad y hacer lo que se le cante con un chasquido de dedos.
Ford sintió como si un abismo se abriera bajo sus pies cuando comprendió lo que había pasado: había llamado a Bill, y Bill ya esta ahí. Las palabras del espíritu retumbaron en sus pensamientos: "Cuando abras tu mente antes del amanecer, podré sacarte de aquí".
—No... no puede ser...
Aterrorizado y confundido, Ford negó con la cabeza una y otra vez, su mente luchando desesperadamente contra la verdad que se desplegaba frente a él. Aceptarlo sería aceptar la traición más profunda, la mentira más cruel. ¡Una falsedad! No podía ser cierto. Bill había desaparecido ese día en la cabaña, diciendo que tenía asuntos importantes que atender, o lo quesea que le haya dicho. No, no... No tenía sentido.
Él era su amigo.
—¡No! ¡No puede ser! —gritó, retrocediendo con pánico. Victor ni siquiera intentó detenerlo. A pesar del dolor y las heridas que lo atenazaban, Ford se levantó del suelo, tambaleándose mientras caminaba frenéticamente por la habitación. Tomó las decoraciones que estaban a su alcance; cada una de ellas le gritaba el nombre de Bill, un eco del demonio que había reclamado ese lugar como suyo. Por eso Victor estaba allí, porque esta mansión era su territorio, porque Victor era Bill.
Las cosas se le cayeron de las manos cuando un nuevo ataque de histeria lo sacudió. ¡No! No podía ser posible. Victor no era Bill; no tenía sentido. Cualquier cosa que Victor quisiera lograr, Bill ya la tenía, incluso las cosas más oscuras, sus sentimientos...
Victor solo observó en silencio, sin risas ni burlas, como si la revelación de Ford fuera algo inevitable. La habitación quedó en un silencio absoluto, mientras que en contraste, la mente de Ford era un torbellino de caos. En medio de ese entorno tranquilo, Ford se estaba desmoronando.
Se tomó la cabeza con ambas manos, intentando contener los recuerdos que comenzaban a chocar entre sí, burlándose de él por no haberse dado cuenta antes. ¡Le mintió! Lo engañó, lo manipuló desde el principio, y ni siquiera pudo verlo por la neblina de su propia confianza ciega. Intentó no volverse loco, pero cada recuerdo que tenía de Victor se transformaba en una herida nueva, una que dolía mucho más que las heridas físicas en su cuerpo.
Volvió a mirar a Victor. Él no se había movido ni había dejado de observarlo. Sus miradas se cruzaron, Ford buscó desesperadamente algo en esos ojos, algún rastro de humanidad o de la persona que había conocido, pero solo pudo ver la cruda verdad reflejada en esos ojos amarillos. A pesar de todos sus intentos por negarlo, sabía que Victor era Bill. Ahora lo veía con claridad.
Las lágrimas comenzaron a caer, inevitables. Ford ni siquiera se dio cuenta hasta que sintió el sabor salado empapando sus mejillas y llegando hasta sus labios.
En un tono tembloroso, Ford se obligó a hablar, sin saber realmente qué decir o hacer. Todavía se aferraba a la esperanza de que todo esto fuera un truco más, que esa criatura frente a él no fuera quien realmente decía ser.
—¿Bill...?
—Él mismo, seis dedos —respondió Bill con una sonrisa que parecía cortarle el alma.— Frente a ti, como siempre lo he estado.
El infierno se desató en la mente de Ford.
Chapter 11: Capítulo Once
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El aire en la habitación era sofocante, saturado por la reciente explosión que había llenado el ambiente de fragmentos de cristal. Los restos brillaban en el suelo, recordándole a Ford el quebranto de su confianza.
No estaba seguro de a quién había conocido realmente todo ese tiempo: ¿Victor? ¿Bill? ¿O quizá algo más? Ahora, todas sus certezas se desmoronaban.
Aún en el suelo, Ford fijaba sus ojos desesperanzados en la figura distorsionada que se alzaba ante él. Victor, ese hombre que pensó que era su amigo, no era más que una ilusión. Bill Cipher había sido el titiritero todo el tiempo. Había justificado a Bill como una criatura ajena a su realidad, y a Victor como el amigo correcto en la situación indicada...
¿Cómo pudo ser tan ingenuo?
El dolor en el pecho de Ford comenzó a arder en llamas de ira. Sentía las palabras como cuchillos en su mente, cada una de ellas recordándole la traición de la que había sido víctima. Había creído en "ambos", y ahora, cada una de esas decisiones pesaba sobre él con amargo arrepentimiento.
—¿Por qué...? —Ford susurró, su voz temblorosa—¿Por qué dijiste que te irías solo para volver disfrazado, Bill?
El demonio de los sueños permaneció inmóvil, su expresión era neutral hasta que una risa suave y burlona escapó de sus labios, creciendo hasta convertirse en carcajadas. La risa resonaba en la habitación como una cruel burla a los oídos del de anteojos. Ford estaba comenzando a odiar ese sonido.
—Oh, seis dedos... siempre tan obsesionado con las preguntas, y algunas son tan obvias que ni siquiera merecen una respuesta. ¿Realmente importa el por qué? Lo importante es que, al final, he vuelto a ti. ¿No estás feliz? ¿No estás contento de tenerme de vuelta aquí?
Esas palabras fueron como un puñal en el corazón de Ford. La voz de Bill, que alguna vez logró enternecerlo con el mismo tipo de palabras, ahora solo le causaba repulsión. Todo en lo que había creído se derrumbó frente a sus ojos, y si había algo de verdad en sus palabras, Ford lo odiaba con toda su alma.
—Pero tú te fuiste... me dejaste sin ninguna explicación... ¿Y ahora regresaste fingiendo ser otra persona? —Ford lo cuestionaba—¿Qué sentido tiene eso, Bill? ¿Qué sentido tiene cualquier cosa que hayas hecho? Esperas que esté feliz... ¡pero ahora ni siquiera sé si puedo confiar en ti!
Bill inclinó la cabeza, parecía estar disfrutando de la tormenta emocional que Ford estaba atravesando porque en ningún momento dejaba de sonreírle con esa mueca inhumana que se formaba en sus labios.
—¿No es mejor para ti que la persona de la que te enamoraste sea yo?
¿Qué?
Bill se deslizó hacia él, tratando de acercar su mano a la mejilla de Ford, como si quisiera consolarlo.
¿Qué demonios?
Ford se apartó bruscamente, rechazando cualquier contacto que intentara el contrario. Apretó los puños, luchando por contener la mezcla de ira y desesperación que lo consumía.
—¡¿De qué diablos hablas, Bill?! ¿Enamorado? ¡¿De verdad quieres seguirme torturando con cosas sin sentido?!
—Ford, Ford, Ford... —dijo, suspirando con desaprobación.
Bill chasquea sus dedos apenas dice eso y producto de su magia, las llamas lo envolvieron por un instante. Cuando las llamas azules se disiparon, la figura de Bill Cipher volvió a aparecer ante Ford como si nada, pero esta vez en su forma original de triángulo. El disfraz humano se había desvanecido, dejando aquella criatura de un solo ojo que Stanford creía conocer.
—Nada de eso importa ahora. Mi plan falló, pero aún así, harás lo que te digo, Fordsy.
—¿Tú crees que haré algo por t...? ¡Mmhh! —La boca de Ford fue sellada repentinamente por una cinta adhesiva que apareció sobre sus labios.
El triángulo levitó en el aire, poniendo sus diminutas manos enguantadas detrás de lo que sería su espalda.
—Lo que quiero es simple, seis dedos: asistirás conmigo a la fiesta como teníamos planeado de un principio. Necesito que estés allí porque mis planes lo requieren, y no aceptaré un no por respuesta.
Ford sintió una profunda decepción. ¿Eso era todo lo que le importaba a Bill en ese momento? No tenía sentido, no en el contexto de todo lo que había sucedido.
Bill arrancó la cinta de su boca de manera brutal, haciéndole soltar un grito ahogado por el dolor.
—¿Y bien?
—¿Por qué es tan importante esa fiesta? —gruñó Ford.
—Digamos que es un evento muy importante, una culminación de todos nuestros... esfuerzos. Y necesito que estés allí, seis dedos, porque sin ti, ¡La noche no sería la misma!
Ford quería resistirse, gritarle que no jugaría más a sus juegos, pero había algo en el ojo de Bill, una promesa de que cualquier intento de rebelión sería inútil y brutalmente castigado. Apretó los dientes, sintiendo que estaba atrapado nuevamente en la red de Bill, sin salida.
—¿Y si me niego...? —Ford dejó la amenaza implícita en el aire.
—Seis dedos, te prometo que no estás en posición de hacer eso.
Ford cerró los ojos, sintiendo la desesperanza apoderarse de él. No tenía fuerzas para luchar, no después de todo lo que había descubierto, no con Bill tan cerca, manipulando cada uno de sus movimientos. Se sentía pequeño, insignificante, un peón en el tablero de Bill.
Pero un peón aún podía moverse.
Finalmente, Ford se levantó del suelo, su cuerpo tembloroso luchando contra la idea de pararse. No había más que hacer que cumplir con las demandas de Bill, al menos por ahora. Este demonio solo escucharía si se mostraba obediente.
Y lo haría, haría mucho más.
Bill lo observaba con su ojo brillante, claramente parecía estar disfrutando de su supuesta victoria. Ford trató de hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Con vergüenza, se obligó a emitir una pregunta:
—Puedo hacer lo que tú quieras...—susurró, con un tono sugerente que le resultaba humillante.
Bill parpadeó, sorprendido por la respuesta inesperada. Pero pronto, una risa desenfrenada brotó de él, resonando como un trueno en la habitación.
—¡Ja, ja, ja! —reía Bill.—Siempre tan curioso, buscando salidas donde no las hay. Pero esta vez, no tienes que preocuparte por eso. Ah, seis dedos, probablemente hubiese funcionado antes... Pero ya no. Lo único que quiero es que sigas mis instrucciones. Tendremos mucho tiempo para esas situaciones después de la fiesta.
Bill se acercó a él, y Ford intentó retroceder, pero su cuerpo estaba tan adolorido que el simple movimiento le provocó una oleada de dolor. Bill se dio cuenta y lo agarró por el antebrazo, jalándolo con fuerza hacia él.
—Después de todo, no quieres que algo le pase a tu querido hermano o a ese chiflado de Fiddleford, ¿verdad?
Sus ojos se abren exageradamente, el terror se apoderó en él con una velocidad brutal y lo primero que hace es gritarle las siguientes palabras.
—No... ¡No te atrevas a hacerles algo, maldito traidor!
Su miedo por Stanley y Fiddleford era obvio, reflejándose en su expresión angustiada. Sabía que Bill no estaba bromeando; si no obedecía, ellos definitivamente pagarían el precio. Él debía pagar, no ellos.
—Vaya, vaya. ¿Tu acto complaciente se acabó tan pronto?
—¿Qué les harás, Bill? —preguntó Ford, desesperado porque solo fuese una broma.—¿Dónde los tienes? ¿Están aquí? ¡¿Están escuchando?!
—No les haré nada mientras hagas lo que te pido. Pero déjame decirte algo importante, Ford, ellos van a intentar entrar a la fiesta esta noche. Quieren salvarte, creen que pueden enfrentarse a mí. Pero tú y yo sabemos mejor... Y, por el bien de ambos, será mejor que les recuerdes que es mejor no provocarme. Conoces mis poderes, seis dedos, no quieres que tu hermano se vuelva piedra y tu amigo se convierta en el loco del pueblo.
Ford no asintió, pero sabía que esas palabras eran la pura verdad.
—¿Y qué pasa si no lo hago?
—Entonces, les mostraré a tu hermano y a ese sureño lo que realmente soy capaz de hacer. Créeme, Ford, no quieres ver eso.
—Pero...
—¿Qué te parece si dejas de hacer preguntas y empiezas a prepararte para la fiesta?
Ford cerró los ojos, escuchando el chasquido de dedos de Bill que le insistía en que se apresurara. Tendría que encontrar una manera, cualquier manera, de proteger a Stanley y Fiddleford, y al mismo tiempo, deshacerse de Bill.
Con un suspiro resignado, Ford asintió. —Está bien, lo haré... pero esto no termina aquí, Bill.
Bill soltó una carcajada y dejó ir el brazo de Ford. —¡Eso es lo que me gusta oír, Ford! Ahora, prepárate, porque esta noche será inolvidable... para todos.
Ford, sin responder, se dirigió hacia la habitación donde lo esperaba su siguiente infierno. Camina por los elegantes pasillos de la mansión, en el caso de que salga vivo de esa situación, nunca volverá a pisar este lugar.
Al entrar en la habitación, Ford notó el traje extendido sobre la cama, como una trampa elegantemente tendida. Era de un color burdeo oscuro, con detalles dorados en los puños y el cuello que brillaban como un recordatorio constante de su situación. Sabía lo que significaba. No era más que otro símbolo del control de Bill, solo que más obvio que el que había decidido elegir últimamente.
Con disgusto, Ford rozó la tela con las yemas de los dedos, sintiendo un nudo en el estómago. Podría destrozar esa pieza lujosa en ese mismo instante, tirarlo por la ventana y marcharse. Pero lo sabía bien. La resistencia solo traería más dolor y más humillación. Y Bill, como siempre, estaría disfrutando cada segundo de eso.
—No te queda de otra —murmuró para sí mismo— Es esto o seguir siendo su juguete.
Con un suspiro resignado, empezó a quitarse su ropa sucia, dejándola caer pesadamente al suelo, como si desprenderse de ella pudiera purificarlo de algún modo. Caminó hasta el baño de la habitación, el cual era igual de ostentoso que toda la mansión Noroeste.
Abrió la ducha, y el sonido del agua caliente contra los azulejos fue un breve alivio en medio del caos. Ford deseaba que ese torrente borrara todo: la suciedad, las dudas, la culpa por haber caído en la trampa de Bill una y otra vez.
Estaba a punto de entrar bajo el agua cuando la puerta se abrió de golpe. Ford giró, su corazón acelerándose mientras una toalla quedaba apretada alrededor de su cintura con un movimiento rápido de sus manos.
—¡Por supuesto que eras tú!
Bill, disfrazado como Victor, estaba de pie en el umbral, vestido con un traje negro decorado con pequeños triángulos dorados que parpadeaban bajo la luz de la habitación. Una sonrisa traviesa se asomaba en sus labios, como si la sola idea de invadir la privacidad de Ford le produjera un deleite inmenso. Asqueroso.
—Vaya, seis dedos, no sabía que te pondrías tan nervioso si entraba sin avisar.—dijo Bill, avanzando con ese andar despreocupado que tanto irritaba a Ford.
El científico lo miró, sintiendo cómo una mezcla de rabia y vulnerabilidad lo envolvía. Bill se aseguraba de que Ford nunca estuviera cómodo, y lo lograba perfectamente cada vez.
—¿Qué haces aquí, Bill? —gruñó Ford, apretando los dientes— ¿Ahora también quieres supervisar cómo me baño? ¿No tienes suficiente con que me hayas obligado a asistir a esta absurda fiesta?
—Solo vine a asegurarme de que estés... correctamente preparado para esta noche. Después de todo, tenemos una gran presentación que hacer. —La voz de Bill se deslizó en un tono más bajo, insinuante— Y claro, siempre estoy dispuesto a echar una mano, ya sabes cómo disfruto ayudarte.
El tono de Bill le provocaba escalofríos. Ford recordaba demasiado bien lo que implicaba esa "ayuda".
—No necesito tu ayuda —replicó Ford con frialdad, intentando mantener la compostura— Jamás la he necesitado. Fuiste tú quien me obligó a depender de ti.
—¿Ah, sí? —Bill alzó una ceja, su sonrisa transformándose en una mueca burlona— ¿Y qué hay de las veces que venías corriendo a mí por respuestas? Cuando te enredabas en tus pequeños experimentos y solo yo podía sacarte del apuro. Me necesitabas entonces, Ford. Aún lo haces.
Ford lo miró con desprecio, odiando lo profundamente que las palabras de Bill resonaban en él. Porque, en el fondo, había algo de verdad en todo eso. Había confiado en Bill, lo había dejado entrar en su vida, en su mente, y ahora no veía cómo escapar ileso.
—Sal de aquí —exigió Ford, la ira empujando sus palabras— ¡No puedo soportar tu presencia! ¡Eres un monstruo!
Pero Bill no se movió. Su sonrisa se ensanchó de una forma inhumana, como si las palabras de Ford fueran la música que más disfrutaba.
—Oh, Ford... sigues sin entenderlo, ¿verdad? No es cuestión de lo que tú quieras. —Sus ojos brillaron con ese brillo malévolo que siempre lo delataba— Ya estás atrapado en mi juego. Así que, ¿por qué no te relajas y disfrutas del espectáculo?
—Déjame bañarme —dijo Ford, su voz tensa, pero firme—. Y luego podrás... vestirme, como tanto te gusta.
Por un segundo, la sonrisa anormal de Bill vaciló, sorprendido por el repentino acto dócil de Ford. Sin embargo, pronto volvió a su postura habitual.
—Me alegra ver que empiezas a cooperar, Ford. Solo recuerda —murmuró Bill, mirándolo con ojos amarillos penetrantes— siempre soy yo quien tiene el control.
Y con esas últimas palabras, Bill se dio la vuelta, dándole la espalda de una vez y salió de la habitación a un paso calmado, dejándolo solo al fin.
Ford exhaló cuando el otro desapareció de su vista, sintiendo cómo su cuerpo finalmente se relajaba al escuchar el clic de la puerta cerrándose. Pero aunque Bill se hubiera ido, su presencia seguía sintiéndose en cada centímetro de su cuerpo como una pesadilla.
Finalmente, quitándose la toalla y sus lentes, entró en la bañera. El agua caliente envolvió su piel, pero no era suficiente para limpiar lo que Bill había dejado en él. Y Ford sabía, con amarga certeza, que nada volvería a dejar su alma como era antes de conocer al demonio de los sueños.
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Mientras tanto, en una tienda en el pequeño pueblo de Gravity Falls, Stanley Pines ajustaba el cuello de su traje negro frente al espejo. No se sentía cómodo en esa ropa, prefería algo más casual, más acorde a su personalidad. Pero sabía que la ocasión exigía que se vistiera de manera adecuada. No todos los días se infiltraba en una fiesta en una mansión, y mucho menos en una misión de rescate.
Miró de reojo a Fiddleford McGucket, quien estaba a unos pasos de distancia, probándose ropa también. Fiddleford era claramente un manojo de nervios, y Stanley lo notaba en la forma en que retorcía sus manos y fruncía el ceño frente al espejo, como si enfrentara un desafío que le estaba comenzando a pesar tanto mental como físicamente.
Stanley suspiró. Sabía que tenía que hacer algo para tranquilizarlo, sobre todo porque siempre había sentido la necesidad de proteger a los más vulnerables. Se acercó a su nuevo amigo, caminando unos pasos hacia él, este pareció darse cuenta porque se sobresaltó, observándolo con ojos bien abiertos.
—Oye, Fidds... tranquilo, no te preocupes tanto. Ese traje te queda fenomenal —dijo Stanley, dándole una palmada en el hombro con una sonrisa alentadora.
Fiddleford lo miró con preocupación, sus ojos lucían llenos de duda.
—No lo sé... No soy bueno en estas cosas. La última vez que fui a una fiesta, terminé escondiéndome en el baño todo el tiempo. Ni siquiera sabía si el ponche era gratis o si había que pagarlo...
Stanley sintió un toque de compasión. No era ciego, sabía que Fiddleford no estaba hecho para este tipo de situaciones. Pero también entendía lo importante que era para él salvar a Ford. Desde que descubrieron la situación de su hermano, habían pasado por mucho juntos, y Stanley sabía que no podía hacerlo solo. Necesitaba al inteligente Fiddleford en su mejor forma.
—Lo sé, amigo, lo sé. Pero no lo harás solo. Estamos juntos en esto, tengo mucha experiencia en arruinar fiestas.—Stanley apretó el hombro de Fiddleford con firmeza, tratando de infundirle algo de la confianza que él mismo luchaba por mantener— Vamos a entrar, encontrar a Ford y sacarlo de allí. Ese es el plan, ¿recuerdas?
Fiddleford asintió lentamente, pero su nerviosismo persistía. Desvió la mirada hacia el suelo, como si estuviera a punto de confesar algo importante.
—Stanley, hay algo que nunca te dije... —empezó Fiddleford con voz baja, pero Stanley lo escuchó con atención.
—¿Qué es, chico listo? —preguntó Stanley, inclinándose hacia él para escuchar mejor— Créeme que tengo peores cosas que confesar, así que nada me sorprenderá.
Fiddleford tragó saliva antes de hablar.
—He trabajado con Ford durante mucho tiempo... tanto que incluso pensé en divorciarme de mi esposa porque no podía dejar de pensar en él, en lugar de en ella.
La confesión quedó flotando en el aire, y Fiddleford pareció arrepentirse de inmediato. Retrocedió un paso, alejándose de Stanley como si temiera su reacción.
Stanley permaneció en silencio por un momento, procesando la información. No era algo que hubiera esperado, pero al mismo tiempo, no comprendía por qué Fiddleford pensaba que eso era relevante en este momento.
—Fiddleford, no tienes que avergonzarte por eso —dijo finalmente Stanley, encogiéndose de hombros—Me he divorciado varias veces por razones distintas. Si te divorciaste porque preferías trabajar en cosas nerd junto al cerebrito de mi hermano, ¡pues es una razón tan válida como cualquier otra!
Fiddleford levantó la vista, sus ojos brillando con un destello de esperanza.
—¿De verdad lo dices? —preguntó, como si aún no pudiera creer que Stanley no lo criticara.
Stanley asintió con firmeza.
—Claro que sí. Si quieres, podemos seguir hablando de divorcios... Pero ahora concéntrate; necesitamos armar la valentía para ir a esa maldita mansión. No va a ser fácil, pero te aseguro que cuando esto termine, Ford estará a salvo. Y quién sabe, tal vez encuentres a una chica igual de nerd que tú.
Fiddleford asintió, aunque aún parecía dudoso, especialmente por la mueca que hizo al escuchar lo de la chica. Sin embargo, se enderezó un poco, como si las palabras de Stanley le hubieran infundido la fuerza que necesitaba.
—Tienes razón. Vamos a hacerlo.
Aunque seguía nervioso, pero algo en su tono indicaba que estaba listo para enfrentar lo que viniera. Stanley sonrió, satisfecho de haber logrado calmarlo. Después de tanto tiempo, aún tenía esa habilidad que había pulido con su hermano gemelo.
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Ford se miraba en el espejo, vergonzosamente vestido solo con su ropa interior. El reflejo le devolvía una imagen que no reconocía: un hombre atrapado y resignado. Incluso apenas se había dado cuenta de que su cabello estaba más corto y las patillas en su rostro habrían desaparecido.
Entre sus manos sostenía la camisa que iba a usar, el tacto de la tela fina le resultaba extrañamente ajeno. Al fondo del espejo, Bill preparaba el resto de la vestimenta, con una calma que le encendía los nervios.
Ford trató de concentrarse en otro asunto, en la ciencia, en lo lógico y tangible, pero no podía escapar de la sensación de peligro que le provocaba el demonio, ni de la piel erizándose bajo cada uno de los roces que Bill provocaba. Al verlo acercar su mano para quitarle la camisa de sus manos, Ford apretó la mandíbula, resignado a lo que seguía.
Con una sonrisa satisfecha, Bill empezó a vestirlo, deslizando la tela sobre su piel desnuda, como si el acto de ayudarlo a vestirse fuera una intimidad que disfrutaba al cien. Sus manos rozaban la espalda de Ford al ajustar la camisa blanca, sus dedos acariciando la piel sin ninguna prisa, disfrutando de cada segundo en contacto.
—Relájate, IQ. Sabes que yo muerdo sin razón... —susurró Bill cerca de su oído, dejando que su aliento cálido le acariciara el cuello.—Puedo hacerte algo muy malo si sigues tan tenso...
El cuerpo de Ford se encendió completamente, su corazón latiendo fuerte en su pecho. Odiaba cómo su cuerpo respondía a las acciones de Bill. Quería gritar, apartarlo, pero no podía. No solo porque sabía que cualquier resistencia era inútil, sino porque había algo en la cercanía de Bill que también disfrutaba.
Bill continuó con la chaqueta, colocándola sobre los hombros de Ford con una delicadeza que contrastaba con la crudeza de sus manipulaciones. Mientras lo abotonaba, sus manos se deslizaban lentamente por el torso de Ford, como si cada botón fuera una excusa para un contacto prolongado, y también una justificación para abrazarlo por la espalda.
—Mira lo bien que te queda —comentó Bill, observando el reflejo de ambos en el espejo.— Estás hecho para esto... para mí.
Aún podía sentir el tacto de Bill sobre su piel, una sensación que, a pesar de ser invasiva, debía usar a su favor. Lo necesitaba distraído, concentrado en lo único que Ford sabía que podía cegar su percepción: su propio ego.
Bill apegaba su pecho en su espalda y se sostenía de sus brazos, era hasta cómico como parecía estar siendo él la persona que mantuviera en pie a Bill, mientras este se ocupaba en abrazarlo como si Ford fuera su peluche de felpa.
"Hay algo que necesito antes de la fiesta", pensó, y aunque sabía que Bill podría leer sus pensamientos, tenía que encontrar una forma de disfrazar sus verdaderas intenciones apelando a lo que Bill quería de él. Sabía exactamente qué es lo que podía distraer al demonio de sus pensamientos, y no le quedaba más opción que recurrir a eso. Ford mantenía su mirada fija en el espejo, buscando la fuerza en su propio reflejo para lo que estaba a punto de hacer.
Ford giró lentamente, enfrentando a Bill de frente. Dio un paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. Bill lo miró con curiosidad, una ceja arqueada.
—¿Qué sucede, pequeño? —preguntó Bill con una sonrisa ladeada, claramente disfrutando de la situación, como cada miserable segundo que lograba ponerlo incómodo.— ¿No te sientes a gusto con el traje?
Ford negó con la cabeza, dando otro paso hacia adelante. —No es eso... — Se aproxima hasta que ambos estaban lo suficientemente cerca como para que sus respiraciones se mezclaran.
Las manos de Ford temblaron por lo que iba a hacer antes de posarse suavemente sobre el pecho de Bill, sintiendo el latido ficticio de su corazón. Se obligó a sí mismo a mantener la calma mientras su voz se volvía más suave.
—Es solo que... —empezó Ford, sus dedos subiendo lentamente por la camisa de Bill, alisando el tejido de manera distraída— no estoy seguro de estar listo para enfrentar a todos aún. Necesito un momento... un respiro antes de la fiesta.
Bill ladeó la cabeza como si realmente no entendiera, sus ojos amarillos entrecerrándose con satisfacción al ver a Ford tan cerca, tocándolo con necesidad y sumisión que siempre buscaba. Ford notó que, por un instante, Bill se relajaba, bajando la guardia.
—¿Un respiro? —Bill dejó que una risa suave escapara de sus labios— Vaya, no pensé que tú necesitaras pausas, querido. Siempre eres tan ansioso, incluso más que tu amigo McGucket.
—Incluso alguien como yo necesita... momentos de tranquilidad, Bill. —susurró Ford, inclinándose un poco, sus labios peligrosamente cerca de los de Bill.
El demonio lo miró, su sonrisa ensanchándose mientras inclinaba su cabeza hacia él, permitiendo que Ford se acercara aún más. Ford sintió su propio corazón chocar contra su pecho, sabiendo que no podía retroceder ahora. Lentamente, inclinó su rostro hacia el de Bill, y justo cuando sintió el aliento de Bill sobre sus labios, susurró.
—Déjame ir un momento a la biblioteca... solo un momento antes de la fiesta.
Bill parecía hipnotizado por sus acciones, sus ojos brillaban con un claro deseo de poder. Ford lo tenía donde quería, y para sellar su acto, cerró el distante espacio entre ellos, presionando sus labios contra los de Bill en un beso que fue lento, intencional, lleno de la falsa sumisión que sabía que Bill esperaba de él.
El demonio correspondió al beso como si fuera una competencia de quien se emocionaba más rápido por el otro. Ford mantuvo el contacto el tiempo suficiente para sentir cómo Bill se derretía bajo el gesto romántico. Las manos del demonio sostuvieron su cuerpo, posicionándose sobre su cintura a la vez que Ford ponía sus pies de puntillas para quedarse al día con el beso. Ford se separó después de unos segundos, sus manos acariciando el cuello de Bill, mientras murmuraba.
—Solo un momento a solas... y estaré listo para ti.
—Bien —aceptó Bill, parecía aturdido por el beso. Estaba claro que, por ahora, el ego de Bill había ganado, cegándolo lo suficiente como para permitir que Ford tuviera su pequeño escape. —Pero no tardes, Ford. Esta fiesta está hecha para ti.
Ford asintió lentamente, retirándose de los brazos de Bill. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta, su mente ya enfocada en la biblioteca y en el pasadizo secreto que debía encontrar. No en Bill, nunca más en Bill.
Una vez completamente, se permitió respirar profundamente, sabiendo que había cruzado una línea peligrosa... pero también que había ganado tiempo valioso.
Ford caminó por los pasillos, sintiendo el aire frío del pasillo en su piel. Caminó con prisa hacia la biblioteca, sus pasos resonando en los largos corredores de la mansión Noroeste. No tenía mucho tiempo, y cada segundo contaba.
Su mente giraba en torno al plan que había ideado en tan solo unos segundos,. El beso, la falsa rendición, todo había sido un riesgo calculado, pero ahora debía apresurarse si quería mantenerse un paso adelante de Bill y evitar volverse su marioneta por el resto de la eternidad.
Al llegar a la biblioteca, las puertas crujieron cuando las empujó. Ford avanzó rápidamente, su mente enfocada en el pasadizo secreto que Bill, recordando que cuando aún usaba la identidad de Victor, le había mostrado una vez este escondite secreto que usaba en la mansión.
"Debe estar aquí... en algún lugar...", murmuró entre dientes, recorriendo con ansiedad las estanterías cercanas. Sus manos se deslizaban frenéticas por los los libros, hasta que sus dedos rozaron un panel oculto en la pared detrás de una fila de libros polvorientos. Sus ojos se entrecerraron en concentración mientras empujaba el panel, escuchando el leve clic que indicaba que había encontrado el mecanismo.
De pronto, un par de libros se deslizaron y cayeron al suelo con un ruido sordo, pero Ford apenas los registró. Su ansiedad crecía cada vez más, su respiración era rápida y superficial. Abrió el pasadizo y, sin dudarlo, se deslizó hacia el interior, cerrando el panel detrás de él.
El pasadizo era angosto, no lo recordaba así cuando vino con Bill, con un techo bajo y un ambiente que le daba la misma sensación de estar atrapado que cuando estaba junto al demonio.
Ford avanzó lentamente, y lo primero que vio lo dejó congelado por un instante. Allí, sobre las paredes y las mesas, había fotografías... suyas. Algunos de los retratos eran de momentos que ni siquiera recordaba haber vivido. Pero lo que lo inquietó más fueron los símbolos y dibujos que acompañaban cada imagen, destacando siempre sus seis dedos. Era como si cada detalle de él hubiera sido cuidadosamente registrado y transformado en un- especie de culto obsesivo.
—¿Qué rayos es todo esto?...
Ford frunció el ceño, desconcertado. Sacudió la cabeza, obligándose a ignorar el creciente malestar en su estómago. No tenía tiempo para procesar esos sentimientos. Lo más importante era el libro.
Revolvió el lugar con rapidez, tirando papeles y objetos sin importancia al suelo mientras buscaba el tomo que Bill le había mostrado una vez. Finalmente, su mirada cayó sobre una mesa, y ahí estaba, un grueso libro de cuero oscuro. Ford lo tomó con manos temblorosas, sin poder evitar una sonrisa irónica.
—Te tengo...—murmuró para sí mismo, una burla amarga escapando de sus labios. Guardó el libro apresuradamente dentro de su chaqueta, asegurándose de que estuviera bien oculto.
Con una última mirada a la inquietante colección de imágenes suyas y símbolos que no le hacían sentido, Ford salió del escondite, cerrando el panel detrás de él con un clic suave. Su respiración aún era irregular, pero ya no había espacio para el miedo.
Salió de la biblioteca con pasos apresurados, dirigiéndose hacia el salón principal donde la fiesta parecía ya haber comenzado.
—Lo que te faltaba, Stanford Pines... —Se dice a sí mismo, llevándose una mano a su cabeza.
El sonido de risas y conversaciones llegaba hasta él, fusionándose con la música que llenaban las habitaciones. Cuando Ford entró al salón, pudo ver las altas luces brillantes, los trajes elegantes de los invitados que parecían ser montones y el bullicio incesante de la alta sociedad que se movía entre copas y bandejas de comida.
Con el libro escondido en su chaqueta y el peso de lo que iba a hacer colgando sobre él, Ford avanzó hacia la multitud. Sabía que Bill lo estaría esperando, debía darle una buena impresión antes de que empezara a sospechar.
Ford avanzaba entre la multitud, buscando algo, cualquier cosa que pudiera calmar los nervios que sentía bajo su piel. Sabía que Bill lo estaba observando de alguna parte, vigilando cada movimiento que hiciera, pero tenía que mantenerse tranquilo, o al menos aparentarlo para él.
Cuando vio la mesa con el ponche, decidió que la bebida no le haría mal. Se acercó lentamente, con las manos temblorosas, pero antes de que pudiera llegar a tomar el vaso, tropezó con alguien. Ford retrocedió un paso, abriendo los ojos en total sorpresa al ver quién estaba delante de él.
Fiddleford McGucket.
La última vez que lo había visto, todo había terminado muy mal. Los recuerdos de ese momento se agruparon en su mente como flashes repentinos: el día que Fiddleford había preguntado si Ford tenía algún sentimiento más allá de la amistad por él. Ford, nervioso y asustado por todo lo que estaba sucediendo en su vida, había reaccionado mal, alejándolo con palabras hirientes. Ahora, verlo ahí, en esa fiesta donde Ford nunca habría esperado encontrarlo, lo dejaba sin palabras.
—¡F-Fiddleford! —exclamó Ford, el libro escondido bajo su chaqueta parecía pesarle el doble.
—Ford... —Fiddleford lo miraba con una especie de alivio pero también parecía confundido, como si no supiera si debía sentirse feliz de verlo o aterrado— Estás...digo, te ves... Más bien luces... diferente. —susurró apresuradamente, mirándolo con ojos brillantes.
Ford frunció el ceño, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo. ¿Cómo había llegado Fiddleford hasta allí? ¿Por qué habría sido invitado a ese evento?
—¿Qué estás haciendo aquí? No... No deberías estar aquí. —le dijo Ford en un tono que trataba de ser firme, pero que se quebraba ligeramente.
Fiddleford dio un paso hacia él, sus ojos mostrando una confianza que Ford no había visto en mucho tiempo en él.
—Hemos venido a salvarte, Stanferd. ¡No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que estás atrapado en las garras de ese monstruo!
Ford sintió cómo el pánico lo dominaba. No podía permitir que su buen amigo Fiddleford se viera arrastrado a este caos, no podía soportar la idea de que pagara el precio de sus decisiones. Sin pensar, tomó a Fiddleford de las muñecas con un gesto rápido, apretándolas con la fuerza de una urgencia.
—No puedes hacer eso, Fiddleford —susurró Ford, mirando alrededor nerviosamente, asegurándose de que nadie los viera— No entiendes en lo que te estás metiendo. Yo... Yo haré esto solo. No te pongas en peligro, por favor.
Fiddleford intentó replicar, pero antes de que pudiera decir algo, una voz fuerte irrumpió en la escena.
—¡Eh, quítale tus manos de encima! —dijo Stanley, acercándose rápidamente hacia ellos con una expresión feroz en el rostro.
¿Stanley?
Su gemelo llegó furiosamente hasta donde estaban, separando a Ford de Fiddleford con un gesto brusco.
—No toques a Fiddle, o perderás tu mano. ¿Lo entiendes?—gruñó Stanley, mirándolo de arriba abajo con desconfianza.
Pero algo en la expresión sorprendida de Ford, en la postura rígida y en la forma en que lo miraba, hizo que Stanley parpadeara un par de veces. Entonces, como si una bombilla se encendiera en su cabeza, Stanley entrecerró los ojos y su voz se quebró.
—Espera... ¿Ford? —Su tono molesto cambió drásticamente a uno suave, y la sorpresa fue palpable en sus palabras.
El rostro de Ford se iluminó en una sonrisa. Había tantas cosas que quería decirle a su hermano, estaba tan aliviado de ver a sus puños frente a él, en este momento...
Pero algo lo sacó de esa distante ilusión, haciéndolo voltear.
Allí, en lo alto de las grandes escaleras, estaba Bill, o más bien, el ser que era Victor frente a las demás personas, vestido con el atuendo elegante que le había visto en la habitación y con una sonrisa de estrella en su rostro.
—¡Damas y caballeros! —anunció Bill, su voz vibrando en el aire cómo el canto de una sirena mientras levantaba la campanilla y la agitaba una vez más, atrayendo la atención de todos los presentes— Me gustaría que todos se preparen para el evento más importante de la noche.
La mirada profunda de Bill se fijó en Ford, y aunque no dijo nada más, el mensaje era claro. Eso era para él, porque él era el evento más importante.
El corazón de Ford se detuvo por un instante, mientras sentía la mirada de todos los presentes sobre él. Stanley lo miraba en shock, Fiddleford con preocupación, y Bill... Bill lo estaba esperando.
Chapter 12: Capítulo Doce (Parte Uno)
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—¡Stanford! —la voz de Bill era un canto melodioso que contrastaba con la total indiferencia que Ford sentía por él— ¿Te estás divirtiendo? ¡Espero que no estés planeando dejarme a mitad de la fiesta!
Ford apretó la mandíbula y levantó la mirada hacia Bill. Desde esa distancia, era casi imposible no sentirse intimidado por su figura. Bill tenía el control total del lugar en lo alto de las grandes escaleras que daban al salón. Ford podía sentir el poder que emanaba de él como una corriente eléctrica en el aire.
—No puedo hablar ahora —murmuró Ford a ambos, Fiddleford y su gemelo Stanley, tratando de no sonar tan asustado como se sentía para no alterar a ninguno de los dos— Necesito... necesito encontrar una salida a esto, deben irse antes de que se ponga peligroso.
Stanley no parecía estar satisfecho con esa respuesta, pero antes de que pudiera presionar más, Fiddleford se aproximó a él y tomó sus manos entre las suyas, dándole un ligero apretón.
—No podemos quedarnos aquí. Ford, tienes razón... esto es peligroso. Pero no voy a irme sin ti.
—No, Fiddleford... —Se niega, quitando sus manos de las de su antiguo asistente.—No pueden involucrarse en esto. Te prometo que yo me encargaré. Solo manténgase alejados de Bill, por favor.
Antes de que Fiddleford pudiera protestar de nuevo, los tres vieron cómo Bill comenzó a descender las escaleras, sus pasos resonando en la madera como si cada movimiento estuviera diseñado para llamar la atención de todos los presentes pero como una amenaza implícita hacia Ford. Los invitados se apartaban de su camino, con miradas de curiosidad y admiración. Para ellos, Bill no era más que el encantador anfitrión de la velada.
Para Ford, era su castigo.
Cuando Bill llegó a la base de las escaleras, sus ojos amarillos como el sol irradiando se encontraron nuevamente con los de Ford. Durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse entre ellos, y Ford sintió como si el aire en la habitación se volvía denso, casi irrespirable.
Aléjate de ellos, o verás.
—Se me hacía extraño no encontrarte, Ford —dijo Bill, su tono era tan dulce, como si esa dulzura no proviniera del más letal de los venenos— Parece que te has reencontrado con algunos viejos amigos. Qué conmovedor.
Ford lo observó con una expresión molesta, tratando de mantener su compostura mientras se acercaba al rubio y se acercaba a su oído.
—Déjalos en paz—Le dijo en voz baja.
—Oh, querido, no me interesan ellos —respondió Bill con una sonrisa ladeada, sacando provecho de la cercanía para invadir su espacio personal—Esta noche, quiero que sea especial para ti y para mi.
Bill extendió la mano, como si esperara que Ford se la tomara, y Ford sintió un escalofrío incomodo recorrerle la espalda. No podía dejar que Bill lo controlara, no en frente de su amigo y de su hermano. Pero cada fibra de su ser le decía que siguiera con el plan antes de que se pusiera peor.
El castaño tomó la mano del demonio, quien no esperó para llevárselo lejos de Fiddleford y Stanley.
—Damas y caballeros —anunció Bill, alzando la voz para que todos lo escucharan—¡Esta noche será recordada como una de las más espectaculares de la historia en Gravity Falls! Tenemos una sorpresa muy especial preparada.
Ford miró a su alrededor, consciente de las miradas curiosas de los demás invitados posarse en él, pero más preocupado por lo que Bill tenía en mente.
—Y Stanford Pines aquí... será el protagonista —añadió Bill, su sonrisa decorando su rostro como la sonrisa de una estrella de cine.
—Bill, basta —gruñó Ford, tomando un paso hacia atrás.
Bill soltó una carcajada.
—¿Basta? ¿Qué, quieres que detenga esta celebración? Apenas hemos comenzado, Ford. ¿Acaso quieres que me enoje contigo?
Fiddleford y Stanley miraron a Ford, cada uno con rostros de sospecha y duda que no se molestaron en disimular. Mientras Bill forzaba a Ford a tomarle la mano y llevarselo, los dos hombres se miraron entre sí.
—Stanley... ¿estás seguro de que Ford no está involucrado en esto? Todo esto... su comunportamiento... es como si supiera exactamente lo que planea Victor.—dijo Fiddleford, su tono de voz era tembloroso, dudaba mucho de sus propias palabras.
Stanley apartó la mirada de Ford solo el tiempo suficiente para mirar a Fiddleford con incredulidad.
—¿De qué estás hablando? —murmuró Stanley, no pudiendo creer lo que escuchaba— No sé qué demonios está pasando aquí, pero ese de ahí es mi hermano. Y no importa lo raro que se haya vuelto... ¡es Ford! Sé que algo lo está afectando, pero no está en esto por su propia cuenta. No tiene sentido que esté aliado con ese maldito psicópata... —Stanley señaló a Bill con su dedo, que continuaba su espectáculo para el resto de los invitados, sin perder la sonrisa en ningún momento.
—Stanley, no es que no quiera confiar en él... —Fiddleford suspiró, sus ojos fijos en Ford, que parecía atrapado entre las palabras de Bill y la desesperación por escapar— Pero desde aquella noche, cuando reaccionó de esa manera conmigo... Definitivamente algo cambió en él. No creo que sea el mismo Ford de antes. ¿Y si está demasiado involucrado? ¿Y si Bill lo ha manipulado más de lo que pensamos?
Stanley apretó los puños, sus nudillos volviéndose blancos mientras escuchaba las palabras de Fiddleford. Aunque quisiera negarlo, la posibilidad de que su hermano estuviera perdido lo enfurecía y preocupaba demasiado. Pero no podía permitirse aceptar esa idea. No ahora que lo tenían en sus manos.
—No... no lo creo.—Stanley respondió en una voz suave reflejo de sus propias dudas.— No después de todo lo que hemos pasado... Ford es más fuerte que eso, su mente es su mejor arma. Bill puede haberle jugado una mala pasada, sí, pero mi hermano no es un títere. Él no se dejaría llevar... No lo creo.
—Espero que tengas razón, Stanley —respondió Fiddleford— Porque si no la tienes, entonces no sé en qué nos hemos metido...
Stanley no respondió, sus ojos volvieron a posarse en Ford, quien estaba siendo jalado al centro del gran salón. No podía permitirse dudar de su hermano ahora. Ford era su gemelo, y aunque no lo había visto en decadas, Stanley se negaba a creer que lo hubiera traicionado. Habían pasado por demasiadas cosas como para que todo terminara así.
La atención de la sala entera se concentró en Bill mientras caminaba hacia el centro del salón, con una campanilla de oro en su mano que hacía resonar un sonido difícil de ignorar.
—Queridos invitados —anunció Bill con una teatralidad exagerada, su voz resonando en la habitación— ¡Qué alegría tenerlos aquí en esta velada tan especial! Pero, por supuesto, no sería una verdadera fiesta sin presentarles a alguien muy importante para mí.
Bill hizo una pausa, disfrutando del murmullo curioso de la multitud.
—Les presento a mi pareja —dijo finalmente, alargando la última palabra para que todos se dieran cuenta de la importancia que le estaba dando, mientras se giraba para señalar a Ford— El hombre más brillante que alguna vez conocerán. Un verdadero genio, pero... más que eso, mi pequeño tesoro dorado.
Las palabras de Bill cayeron como una bofetada en el rostro para Ford. Sentía las miradas de toda la aristocracia sobre él, y aunque estaba acostumbrado a las atenciones por su intelecto, y que genuinamente las disfrutaba, esto se sentía diferente.
—Oh, claro, él tiene seis dedos en cada mano, y una mente que desafía a cualquier genio que haya existido... Muchos pensarían que es un bicho raro, pero es tan especial para mí. —sus palabras eran un eco lleno de halagos que sonaban vacíos para Ford— ¡Qué suerte tengo de tener a alguien tan especial, tan único! ¿Verdad?
Bill lanzó una mirada a los invitados, quienes forzosamente empezaron a asentir y aplaudir.
—Es un hombre muy ocupado, por supuesto —continuó.— Con tantas cosas que descubrir, tantos misterios que resolver... pero afortunadamente, está aquí con nosotros.
Ford cerró los ojos un momento, tratando de calmar su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía lo que Bill estaba haciendo. Era su manera de demostrar poder, de reclamarlo públicamente. Y sin embargo, Ford no podía negar la extraña atracción que lo mantenía allí, era tan débil con los elogios, era una tarea muy complicada resistirse a ellos.
—Vamos, Ford, no seas tímido —dijo Bill.— Este es tu momento de brillar, después de todo.
Ford abrió la boca para decir algo, pero las palabras se atoraron en su garganta. Y mientras las miradas de los invitados seguían sobre él, Ford se sintió cada vez más atrapado en el juego de Bill.
—¿No es maravilloso? —continuó Bill, volviendo a dirigirse a la multitud y dejando de esperar que el castaño hablara.— ¿No están todos emocionados de conocer a alguien tan... fascinante?
Finalmente, Bill dio un paso atrás, como si le estuviera concediendo a Ford el derecho de ser el centro de atención.
—Así que aquí lo tienen —concluyó Bill, extendiendo una mano hacia Ford como si estuviera presentando una obra de arte de su autoría— Mi querido Stanford Pines. Un genio, sí... pero, más importante aún, mío. Pero lo puedo compartir por esta noche.
El silencio que siguió fue horrible para Ford. Las miradas de los invitados seguían fijas en él, pero ya no con admiración, sino con la misma curiosidad con la que se observaba una curiosidad de feria.
—Disfruten la fiesta —añadió despreocupadamente Bill, soltando la mano de Ford y caminando hacia un lugar que era desconocido para él.
Ford apenas había logrado mantener la compostura después de la humillante presentación de Bill. Entre la multitud, su mirada se encontró con la de Stanley y Fiddleford. Ambos parecían totalmente heridos. Stanley fruncía el ceño, mientras que Fiddleford, más confundido, parecía estar atando cabos rápidamente.
Ford dio un paso hacia ellos, comenzando a sentir la urgencia. Tenía que hablar con ellos, explicarles que no era lo que parecía. Pero entonces, antes de que pudiera avanzar más, una voz lo detuvo.
—¡señor Stanford Pines! —exclamó una figura alta y elegante que emergía entre los invitados, con un aire de autoridad que hacía que todos alrededor parecieran irrelevantes— ¡Qué sorpresa tan agradable encontrarte aquí! Justo el hombre que quería ver.
Ford se congeló en su lugar, reconociendo de inmediato al decano de su universidad soñada, la universidad West Coast Tech, el lugar donde había querido estudiar toda su vida.
—D-Decano Alistair... —balbuceó Ford, sin poder creer lo que veían sus ojos. Era él, el mismo hombre que había arruinado su carrera académica, pero un ídolo para Ford. El decano le sonrió.
—Te estaba buscando, Pines. Se ha corrido la voz sobre tus logros recientes. —El decano se acercó un paso más—Y me preguntaba si... tal vez te interesaría una oportunidad. Una que creo que realmente encajaría con tus... ambiciones.
Ford sintió que su corazón saltaba. Todas sus preocupaciones sobre Stanley y Fiddleford se desvanecieron momentáneamente. ¿Una oportunidad? ¿El decano hablaba en serio? Se olvidó por completo de la situación en la que estaba, de Bill, de la fiesta... Todo lo que podía pensar era en cómo su antiguo sueño era real de nuevo.
—¿Una... oportunidad? —repitió Ford, casi jadeando— ¿De verdad cree que... podría ser posible?
El decano asintió con una sonrisa, como si supiera exactamente qué decir para encender el entusiasmo casi infantil de Ford.
—Oh, absolutamente. Un hombre de tu talento no debería desperdiciarse. En realidad, hemos estado observando tus últimos descubrimientos con gran interés. Con tu capacidad para comprender los misterios del universo... imagina lo que podrías lograr con los recursos adecuados.
Ford prácticamente temblaba de emoción, su mente volando con las posibilidades. No notó cómo el decano sonreía de una manera extrañamente familiar, su mirada afilada, ni la forma en que sus palabras eran demasiado perfectas, demasiado bien calculadas.
.
Mientras tanto, Stanley y Fiddleford se alejaron del bullicio de la fiesta, sin poder procesar lo que acababan de ver. Stanley estaba furioso y confundido, moviendo sus manos en el aire mientras hablaba, su voz temblando de frustración.
—¡Esto es una maldita locura! —exclamó, incapaz de comprender cómo Ford se había dejado llevar tan fácilmente— Mi hermano siempre fue así, ¿sabes? Siempre persiguiendo sus malditos sueños sin mirar a nadie más. ¡Pero esto es diferente! Es como si... —Stanley se detuvo, buscando las palabras—¡Como si ya no fuera él!
Fiddleford lo escuchaba en silencio, pero sus pensamientos estaban en otro lugar. Algo en esta situación no cuadraba del todo, y poco a poco las piezas encajaban en su mente como rompecabezas. Finalmente, levantó la vista y miró a Stanley con una expresión seria.
—Stanley —dijo Fiddleford en voz baja—... necesitamos hablar en privado. Ahora mismo.
Stanley lo miró con el ceño fruncido, desconcertado, pero lo convenció. Asintió y lo siguió a uno de los baños cercanos, lejos del ruido y las miradas. Fiddleford cerró la puerta apresuradamente tras ellos y se apoyó en el lavabo, respirando profundamente como si intentara evitar un colapso nervioso.
—¿Qué demonios pasa? —gruñó Stanley, cruzando los brazos con impaciencia— Suéltalo ya, cerebrito. A mi hermano se lo van a comer vivo muy pronto.
Fiddleford levantó la mirada y se secó el sudor de la frente con la manga. Su voz salió entrecortada producto de su ansiedad.
—Stanley... esto no está bien. Nada de esto está bien. Desde el principio, algo no me cuadraba con Ford y con todo lo que ha estado pasando, pero no podía ponerlo en palabras. Ahora... ahora lo veo claramente.
Stanley lo observó, su impaciencia transformándose en preocupación.
—¿A qué te refieres con que lo ves claro? —demandó Stanley— Si sabes algo, maldita sea, suéltalo. ¡Ford nos necesita!
Fiddleford tragó saliva, su voz temblando mientras hablaba, la presión de Stanley no ayudaba a sus nervios.
—Mira a tu alrededor, Stanley. Esta fiesta, esta maldita mansión, todo... ¡todo está meticulosamente calculado! —Su tono subió de forma inesperada, llevándose una mano temblorosa a la cabeza— Cada detalle, cada invitado, todo parece hecho a la medida para cumplir con los deseos más profundos de Ford. ¡Es como si este lugar hubiera sido creado solo para él!
Stanley entrecerró los ojos, intentando procesar lo que Fiddleford le decía. De repente, todo empezaba a tener sentido.
—¿Estás diciendo que todo esto es una trampa? —preguntó Stanley, su tono más bajo pero peligroso— ¿Para que ese maldito Victor manipule a Ford? Es lo que ha estado haciendo todo este tiempo, pero no creí que fuese tan enfermo...
—Exactamente. Todo esto... todo está hecho para que Ford caiga en las manos de Victor. Pero... lo único que faltaba en esta realidad tan perfecta... éramos nosotros. —Hizo una pausa, tragando saliva— Su asistente y su hermano gemelo. Nosotros somos la anomalía.
Stanley respiró hondo. Todo lo que Fiddleford decía encajaba, pero no le gustaba ni un poco, ¿Cómo lo salvarían si todo esto era la trampa perfecta? Estaba a punto de hablar cuando ambos hombres sintieron una presencia detrás de ellos.
Una risa baja, burlona, resonó en el baño.
—¡Bravo! ¡Fiddleford McGucket, señoras y señores! —Bill apareció apoyado en el marco de la puerta, aplaudiendo sarcásticamente— El hombre que siempre ve a través de la ilusión... tarde, pero lo hace. Te doy puntos por el esfuerzo, McGucket.
Stanley dio un paso adelante, su cuerpo listo para pelear.
—¿Qué carajo quieres, demonio? —gruñó, mirando a Bill con odio— Si crees que puedes seguir jugando con mi hermano...
Bill levantó una mano, interrumpiendo a Stanley.
—¿Jugar? ¡Oh, Stanley, siempre tan literal! —Su sonrisa se ensanchó— No es un juego si él quiere quedarse, ¿verdad? ¿O es que no has notado lo cómodo que tu hermanito está aquí? Después de todo, he creado el lugar perfecto para él. Todo lo que siempre soñó, todo lo que siempre quiso. ¡Hasta le di a su hermano bruto y a su amiguito ansioso como bonus! —Bill se inclinó ligeramente hacia ellos— Pero claro, ya lo has arruinado, McGucket. Siempre tienes que estropear la diversión.
Stanley apretó los dientes, estaba punto de lanzarse contra Bill cuando Fiddleford dio un paso adelante, levantando una mano temblorosa.
—¡Deja de torturarlo! —gritó, su voz quebrándose en un llanto que estaba por explotar— ¡Ford nunca quiso esto! No... no lo hubieras manipulado si no fuera porque te aprovechaste de él... ¡Su mente no es libre a tu lado!
Bill levantó una ceja, claramente disfrutando de la desesperación de Fiddleford.
—Oh, por favor. Ford siempre ha sido un prisionero de su propia mente. Solo lo ayudé a ver lo que realmente quería. Y, sinceramente, ¿quién no querría vivir en un mundo donde todo es perfecto?
Stanley avanzó de nuevo, ahora a centímetros de Bill.
—No me importa lo que puedas hacerme. Voy a sacar a Ford de aquí, contigo o sin ti. Así que, haz lo que quieras, pero ya no vas a seguir jodiendo nuestras vidas.
Bill observó a Stanley por un momento, luego puso sus ojos en blanco, como si acabara de escuchar una tontería.
—Oh, Stanley, tan testarudo como siempre. —Chasqueó los dedos con un aire casual— Pero me temo que ya es muy tarde para eso.
En un instante, el baño comenzó a oscurecerse, y ambos, Stanley y Fiddleford, sintieron cómo sus cuerpos se volvían pesados. La sonrisa de Bill fue lo último que vieron antes de que la oscuridad los envolviera por completo.
—¡Disfruten la fiesta, chicos! —rió Bill— ¡Les prometo que será inolvidable!
La risa burlona de Bill resonó en las cabezas de ambos mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba en una oscuridad sin fin.
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Ford no había experimentado esa clase de euforia en mucho tiempo. En el centro de la fiesta, las luces brillaban a su alrededor mientras las voces de admiración y halagos lo envolvían.
Cada comentario sobre su genialidad, cada mención de sus logros, lo hacía sonrojar más y más. Su corazón latía a un ritmo acelerado, el calor subía a sus mejillas, y el entusiasmo nublaba su buen juicio.
—Eres tan inteligente, Ford. ¿No deberías estar trabajando para la CIA?
—Él debería ir a Europa, allá están las verdaderas grandes mentes.
—¡Él debería estar pero casado conmigo! Yo apreciaría mucho más su inteligencia que la CIA o los europeos.
Se sentía extasiado por los comentarios que escuchaba, casi como si estuviera flotando en el aire y solo fuese él en ese elegante salón. Ni siquiera se dio cuenta cuando Bill se acercó a él. Solo cuando sintió un brazo rodeando su cintura fue que Ford se sobresaltó y salió de su fantasía. Al principio, su cuerpo se tensó, pero la emoción que sentía había nublado su mente. No se sentía mal... de hecho, la cercanía de Bill parecía casi natural en ese momento.
—¿Puedo robarte un momento, Stanford? —preguntó Bill, susurrando en su oído.
Ford asintió lentamente, aún embriagado por la emoción del momento. Sin embargo, un pensamiento atravesó su mente como un choque de sobriedad: Stanley, Fiddleford, el plan verdadero. ¿Cómo había podido olvidarse de ellos tan fácilmente? Se sintió un tonto por haberse dejado llevar, pero antes de que pudiera detenerse a procesarlo todo, Bill ya lo estaba guiando hacia una esquina más apartada de la fiesta, donde la multitud no llegaba.
De repente, Bill lo sorprendió inclinándose para besarlo. El beso fue suave, pero frío, carente de la calidez que Ford habría esperado. No lo correspondió; simplemente se quedó paralizado, con los ojos abiertos de par en par, observando a Bill con atención. Eso no era un beso de ese retorcido cariño de Bill... era una advertencia.
—Vamos, Stanford, relájate. Mira quiénes están aquí.
Con un gesto casual, Bill señaló hacia un rincón oscuro y alejado del salón, bajo las grandes escaleras. Ford giró la cabeza con duda, y su corazón se detuvo.
Allí estaban Stanley y Fiddleford, atados a sillas con gruesas cuerdas, rodeados de cajas de armas y explosivos cuidadosamente distribuidos por todo el lugar. Los dos tenían cinta en la boca y los ojos desorbitados, la desesperación y el miedo era evidente en sus miradas.
¿Cómo no había notado antes lo que estaba ocurriendo? En cuanto sus ojos se encontraron con los de Stanley, su gemelo intentó moverse, pero las cuerdas lo mantenían firmemente sujeto.
—¿Qué... Qué les hiciste? —preguntó Ford, su voz temblorosa de miedo.
Pero Bill solo se encogió de hombros con indiferencia.
—Oh, no les he hecho nada... aún. Solo los envolví en un pequeño paquete que ellos mismos trajeron para ti. —Dijo refiriéndose a la caja de explosivos que Ford miraba con horror— Deben haber pensado que tenían alguna oportunidad de robarte el espectáculo, pero nuevamente salvé tu gran momento. Algo grandioso, ¿no crees?
Ford dio un paso atrás, su respiración acelerándose. Las armas estaban apiladas, listas para usarse, y los explosivos cubrían cada rincón. Solo una chispa, un movimiento en falso, y todo estallaría. El pánico comenzó a ahogarlo.
—¡Estás loco! —gritó Ford, con la furia latente en su voz. —¡No puedes hacer esto, estoy seguro de que era para detenerte a ti, Bill! ¡No me puedes engañar esta vez!
—¿No puedo? Vamos, seis dedos... ¿Quién me lo va a impedir? —respondió en un tono tranquilo—¿Tú lo harás? No seas mal agradecido. Todo esto lo hice por ti. Una última gran función antes del final. Tu querido asistente... y tu inútil hermano, una copia barata de ti. Listos para el gran boom.
Ford, sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia Bill por la pura rabia que le provocó lo que acababa de escuchar, pero Bill simplemente se desvaneció antes de que Ford pudiera tocarlo, reapareciendo en una esquina lejos de él.
—No tan rápido, IQ. —dijo Bill— Si te portas bien, tal vez les dé una oportunidad de salir ilesos. O tal vez no. Todo depende de ti.
Ford sin esperar más, giró sobre sus talones y corrió, su corazón palpitando en sus oídos. Era una tortura seguir ahí, viendo lo que ese demonio era capaz de hacer solo porque no conseguía lo que deseaba. No podía seguir soportando los juegos de Bill, ¡Debía hacer algo en ese momento!
Por suerte, tenía un truco bajo la manga. O más bien, un libro bajo su chaqueta, esperando pacientemente el momento de derrotar a aquella criatura demoníaca.
Chapter 13: Capítulo Doce (Parte Dos y Final)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Finalmente, Ford llegó a una habitación vacía. Cerró la puerta rápidamente y se apoyó contra la pared, respirando agitadamente. ¿Cómo había llegado todo a esto? ¿Cómo había podido ser tan ingenuo?
Cerró los ojos, su espalda aún apoyada contra la fría pared, intentando calmarse. No podía seguir siendo esclavo de sus propios miedos, debía salvar a las personas que más amaba en este mundo.
Se apartó unos pasos y abrió el libro de forma apresurada. Las páginas estaban llenas de runas y símbolos crípticos que parecían cambiar cada vez que Ford intentaba concentrarse en ellos. Su mente daba vueltas mientras seguía intentando descifrar lo que veía, utilizando sus conocimientos de lenguajes antiguos y códigos secretos, pero cada página parecía una trampa mental.
Cuando Ford salió de la habitación, su mente estaba clara, más clara que nunca. Ya sabía que hacer, y cómo derrotar a este oscuro ser demoníaco.
—He visto demasiado y he sido manipulado demasiado... por él. Debo detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, no solo por mi, sino por Stanley, por Fiddleford y por todos los que estaban atrapados en esta absurda fiesta.
Con pasos decididos, Ford cruzó el largo pasillo hacia la sala principal. A medida que avanzaba podía escuchar los propios latidos de su corazón en sus oídos, provocándole el peor de sus dolores de cabeza, pero la adrenalina lo mantenía firme. Al llegar, las luces brillaban y las risas llenaban el aire, como si nada estuviera pasando, como si no estuvieran todos en un teatro macabro montado por el demonio Bill Cipher.
Ford subió las escaleras, haciendo un incómodo ruido tras de él que llamó la atención de los invitados que estaban más cercanos. Su mirada recorrió a los invitados, que continuaban con sus charlas y risas. Pero cuando Ford habló, su voz cortó el aire como un cuchillo.
—¡Escuchen todos! —su voz resonó por la sala, haciendo que las conversaciones se detuvieran de golpe. Todos los ojos se volvieron hacia él— ¡Les han mentido! ¡A todos ustedes los están manipulando!
Bill, que estaba parado en la esquina con una sonrisa arrogante, comenzó a caminar lentamente hacia el centro del salón. A medida que avanzaba, su sonrisa se desvanecía, reemplazada por una expresión de ira. Sabía lo que Ford estaba haciendo, y no le gustaba para nada.
—Todo esto, esta fiesta, esta ilusión... —Ford hizo un gesto amplio con el brazo— Es una trampa. Todos ustedes están siendo utilizados como peones en el juego de alguien mucho más oscuro y peligroso de lo que pueden imaginar.
Los invitados comenzaron a mirarse entre ellos, desconcertados, poco convencidos en lo que Ford decía. Bill fruncía el ceño, pero mantenía aún la compostura.
—Ford, ¿qué estás haciendo? —dijo Bill con una sonrisa tensa, su voz suave pero con una clara advertencia en su tono.
—¡Victor, el que ven como un simple anfitrión, no es quien aparenta ser! —Ford señaló directamente a Bill— ¡Es una criatura de pesadillas, un demonio que ha estado manipulando a todos, incluyéndome a mí, para lograr sus propios fines! ¡Su nombre es Bill Cipher!
La multitud jadeó colectivamente, algunos retrocediendo, otros mirando a Bill con creciente miedo. Bill, por su parte, dejó que su fachada se desmoronara en frente de él. Su sonrisa desapareció por completo y sus ojos amarillos brillaron de manera demoniaca.
—Oh, Fordsy... —comenzó Bill— Estás arruinando toda la diversión.
De un segundo a otro, el viento empezó a intensificarse dentro de la mansión Noroeste, como si una tormenta estuviera a punto de estallar. Las luces comenzaron a parpadear, y una energía oscura se arremolinaba a su alrededor. La decoración se tornó sangrienta, las flores, la comida, los muebles, todo comenzó a reemplazarse por elementos monstruosos y perturbadores.
—¿De verdad crees que puedes detenerme? —Bill se burló, su voz distorsionada llenando el salón— ¡Yo soy un ser eterno, Ford! ¡Un dios! ¡Y tú... solo eres mi mascota!
Ford retrocedió, pero no por miedo, sino para ganar un poco de espacio mientras tanteaba sus opciones. Sabía que derrotar a Bill era prácticamente imposible, pero no estaba dispuesto a rendirse. No ahora.
—No soy tu mascota —respondió Ford, su voz tratando de mantenerse estable en medio de toda la furia que sentía— Soy un genio.
Con decisión, sacó un pequeño dispositivo de su chaqueta y lo observó por un instante. Esto podría poner fin a todo... o arruinarlo todo. Lo había creado cuando se dio cuenta que el libro que rescató del pequeño cuarto de Bill no había funcionado para nada, como un plan de escape totalmente arriesgado, pero el único que era efectivo.
Cerró el libro de golpe, frustrado, y se echó hacia atrás, exhalando profundamente. Ese libro no estaba sirviendo para absolutamente nada en ese momento.
Ford miró a su alrededor. La pequeña habitación en la que se encontraba no era más que un taller improvisado de alguna persona dentro del servicio en la mansión Noroeste.
El cuarto estaba estaba lleno de cables sueltos, viejas máquinas de apariencia peligrosa y extraños dispositivos eléctricos que chisporroteaban de la nada. Este lugar era un caos, pero también un santuario para crear un arma. Ford sabía que no era su terreno, pero se permitió soñar por unos segundos.
—Fiddleford sería mucho mejor en esto que yo...—murmuró para sí, sintiendo la punzada de la comparación. Él siempre había sido más teórico, más de ideas que de ensamblar cables o construir cosas.—Si intento armar algo aquí, lo más probable es que termine electrocutándome o... friéndome las neuronas.
La última frase resonó en su mente, pero no en el tono de advertencia con el que lo había pensado inicialmente. "Freírse las neuronas".
Un destello de claridad lo golpeó. Se levantó de un salto, tambaleándose mientras sus pensamientos cobraban forma. Si no podía vencer a Bill con el conocimiento que tenía... tal vez podría manipular su propia mente. ¿Y si se freía las neuronas a propósito? ¿Qué mejor manera de impedir que Bill leyera sus pensamientos o influenciara su mente?
Ford comenzó a recorrer el taller, sus manos temblorosas agarrando cables, conectores, cualquier cosa que pudiera funcionar para su idea improvisada. Era arriesgado, completamente insano, pero tal vez era la única opción que le quedaba.
Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, Ford sabía que había cruzado un umbral. No había vuelta atrás.
—No puedes estar hablando en serio —la voz de Bill adquirió una nueva tonalidad, algo más ansiosa, aunque seguía envuelta en burla— Destruir tu mente no te salvará. Solo te convertirás en un cascarón vacío. ¿Qué ganarás con eso, Ford? ¡Nada!
Ford temblaba, pero no detuvo sus manos mientras colocaba los electrodos improvisados en su cabeza. Sentía el frío sudor resbalar por su frente, haciendo todo más difícil, pero no podía permitirse el lujo de detenerse ahora.
—No tienes control sobre mí, Bill... —murmuró con los dientes apretados— No más.
—¡No lo harás! —Bill rugió, su presencia comenzaba a manifestarse con mayor fuerza en la sala. Objetos volaban a su alrededor, empujados por la rabia del demonio— ¡No te atrevas, Ford! ¡Mataré a tu hermano, a tu familia, a tus amigos! ¡Los haré pedazos uno por uno si haces esto! ¡NO PUEDES!
La amenaza de Bill se clavó como una cuchilla en el corazón de Ford, pero no lo detuvo. Sabía que nada de esto era real, solo otro truco de Bill, él no iba a hacer nada porque no le convenía. Pensó por última vez en Stanley y Fiddleford, en todo lo que habían sacrificado por él. No podía fallarles ahora.
Con un último respiro profundo, activó el dispositivo. La descarga eléctrica recorrió su cerebro como un rayo, y todo a su alrededor comenzó a desmoronarse frente a sus ojos. Las luces parpadearon, los colores y formas se distorsionaban.
—¡FORD, NO! —Bill gritó, su voz ahora reflejaba su verdadero pánico— ¡DETENTE! ¡PODEMOS LLEGAR A UN ACUERDO! ¡NO HAGAS ESTO!
Ford cayó de rodillas, el dolor infernal recorriendo su cuerpo como una llama viva. Podía sentir cómo su conciencia comenzaba a fragmentarse, como si cada recuerdo, cada pensamiento estuviera siendo arrancado de él.
—No más manipulaciones, Bill... —susurró, intentando no gritar mientras soportaba el dolor— No más.
—¡NO PUEDES HACERME ESTO! ¡ERES MÍO! ¡TU MENTE ES MÍA! —Bill seguía gritando, su voz desvaneciéndose poco a poco. Ford no podía ver nada, solo escucharlo— ¡ERES... MÍO...!
Y, entonces, el silencio reinó. El caos en su mente se detuvo, y Ford se desplomó en el suelo, su cuerpo temblando por los efectos de la descarga eléctrica. Los sonidos, los gritos, todo había desaparecido. Bill se había ido... o al menos, eso esperaba.
Con un último esfuerzo, Ford levantó la vista, sabiendo que había pagado un precio por su libertad. Pero, por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre y su mente por fin estaba en calma.
—No más... —repitió en un susurro. Ford jadeó, su cuerpo temblando por el esfuerzo y el dolor.
Dos personas que no conocía corrieron hacia él, llamándolo, pero sus voces sonaban lejanas. Mientras la oscuridad de la inconsciencia comenzaba a envolverlo, Ford se permitió una última sonrisa. Lo que sea que había intentando derrotar, ya no lo molestaría más.
Todo lo demás... ya no era tan importante.
.
El caos se desató en la mansión Northwest como si la realidad misma estuviera colapsando. La magia de Bill se descontrolaba, desbordándose sin dirección ni sentido. Ford había hecho lo impensable: había sacrificado su propia mente para intentar detenerlo. Y aunque Bill, con sus poderes, había manipulado el tiempo, el espacio y las mentes de innumerables seres, en ese instante, ni siquiera él pudo frenar el desastre que se avecinaba.
La explosión que siguió fue devastadora. La desesperación de Bill había sobrecargado toda la mansión, afectando incluso las armas que Stanley y Fiddleford habían logrado introducir en la fiesta. Cristales estallaron, las luces parpadearon frenéticamente, y las paredes crujieron bajo la presión de la destrucción que provocó Bill.
Los gritos de los invitados fueron rápidamente sofocados por la magnitud del colapso, y el alarido desgarrador de Bill resonó en la mansión.
—¡FORD! —Bill gritó, su voz rota, intentando sonreír para no demostrar su verdadero dolor, pretendiendo que aún podía seguir jugando con su mascota— ¡Te arrepentirás de hacerme esto!
Se acercó a Ford, que yacía entre los escombros de lo que alguna vez fue una reluciente sala de fiesta. Su sonrisa distorsionada se desvaneció cuando vio el cuerpo inmóvil de Ford. Se arrodilló, con las manos temblorosas, mientras lo levantaba con cuidado, sintiendo la fragilidad de la vida humana en sus manos.
El olor a pólvora impregnaba el aire, y los cuerpos de los invitados yacían dispersos, muchos desmayados o completamente inmóviles. Incluso Stanley, el eterno protector de su hermano, estaba tirado a unos metros, intentando inútilmente levantarse a pesar de sus heridas, luchando por recuperar el control de sus movimientos.
—¡Levántate! —ordenó, su tono sádico estaba al borde de la histeria— ¡No puedes dejarme así! ¡Después de todo lo que he hecho por ti, después de lo que te he dado!
El demonio apretó los dientes, su furia creciendo al sentir que el control que siempre tuvo sobre Ford se deslizaba entre sus dedos. El cuerpo de Ford permanecía inerte, y eso lo enfurecía aún más. Lo había subestimado. Lo había perdido. Sus lentes estaban torcidos, su cabello desordenado, y su piel pálida contrastaba con el caos que lo rodeaba. Parecía frágil, derrotado. El polvo y los escombros caían alrededor de ellos, pero todo lo que importaba en ese momento era Ford.
Los ojos amarillos de Bill recorrieron cada detalle, buscando desesperadamente algún signo de vida. Observó el pecho de Ford, esperando un movimiento, pero no hubo nada. El pánico se apoderó de él.
—No... no, no... —susurró, con una voz rota. Todo lo que Bill había querido, todo lo que había planeado durante tanto tiempo, se desmoronaba frente a sus ojos. Había perdido. Lo había perdido.
Ford no podía simplemente desaparecer, no así. No ahora. La idea de perderlo era insoportable. Con manos temblorosas, Bill tomó la mano de Ford, como si el simple contacto pudiera evitar lo que ya estaba escrito.
—¿Qué has hecho, Ford? —susurró, su voz quebrada y desesperada— No puedes dejarme, no después de todo lo que hemos pasado. Despierta, ¿quieres? Ustedes los humanos siempre lo hacen... siempre sobreviven... porque son cucarachas... sobre todo tú...
Apretó la mano de Ford, negándose a aceptar la realidad que se desmoronaba a su alrededor.
—Despierta, por favor... —imploró, la voz cargada de desesperación— No puedes hacerme esto. Te necesito.
Miró alrededor, viendo los restos de la fiesta, el caos que había creado, y se dio cuenta de que había cruzado una línea. En su objetivo por tener a Ford, había arriesgado todo, y ahora estaba a punto de perderlo entre sus brazos.
—No puedo vivir sin ti... No te vayas... —susurró Bill, pero su voz no tenía la fuerza de antes.
No tenía poder para revertir lo que había sucedido. Era demasiado tarde.
El sonido de pasos vacilantes lo sacó brevemente de su colapso. Fiddleford McGucket se acercaba lentamente, sus ojos demostraban lo asustado que estaba al ver a su viejo amigo tirado en el suelo. Su cuerpo temblaba, y aunque tenía miedo, no dudó en arrodillarse junto a Ford, buscando signos de vida en él. Bill lo observó con un desprecio que había crecido durante muchos meses atrás, pero no hizo ningún movimiento.
—Stanford... —susurró Fiddleford, sus manos temblorosas palpando el pulso que era duras penas perceptible de Ford— No puede ser...
Stanley, que hasta ese momento había estado paralizado por el shock, finalmente se acercó, tambaleándose.
—¿Qué... qué le hiciste? —preguntó Stanley, mirando a Bill con ojos llenos de odio. Su rostro estaba pálido, como si hubiera presenciado la peor escena en su vida, y sí la era. El hombre rudo había desaparecido, el hermano mayor que había intentado proteger a Ford durante toda su vida.—¡¿Qué demonios le hiciste, maldito monstruo?!
Bill no respondió. No tenía nada que decir. Se quedó allí, abrazando el cuerpo de Ford, con una expresión de derrota que lucía falsa sobre su rostro.
—¡Contéstame! —gritó Stanley.
Stanley dio un paso hacia él, listo para atacarlo, pero Fiddleford lo detuvo con un abrazo firme, su voz quebrada por la tristeza.
—Stan... no tiene sentido... —Fiddleford murmuró, sin apartar la vista de Ford— Él sabía lo que hacía. Ford hizo esto para salvarnos a todos. Sabía el riesgo.
—Tienes razón, chiflado... —dijo Bill, su voz suave, casi melancólica. Fiddleford y Stanley lo miraron, pero no con miedo, sino con odio— Eligió destruirse a sí mismo antes de darme lo que yo quería.
—Este demonio no vale la pena, Stan. —Las palabras de Fiddleford eran duras, pero eran honestas. Ambos sabían que Ford ya había tomado la única decisión que podía—Ford hizo lo que creyó necesario... para salvarnos. Lo logró y Bill ahora está derrotado.
Un silencio pesado cayó sobre los tres. Bill se inclinó al suelo y oculta su rostro en el cuerpo de Ford, como si todo su ser estuviera colapsando y murmura unas palabras que nadie pudo oír.
Finalmente, Bill, con una sonrisa vacía, dejó el cuerpo de Ford cuidadosamente sobre el piso y se levantó, dirigiéndose hacia la salida. No había más razón para quedarse.
—Felicitaciones. —Las palabras de Bill fueron dichas con una burla que sonaba hueca, pero no miró hacia atrás— Al final, supongo que nadie consiguió lo que quería, pero lo intentamos. ¿Verdad, loco McGucket?
Fiddleford no dijo nada. Solo observó cómo Bill observó por última más el rostro de Ford y desapareció en llamas azules, dejando tras de sí un rastro de polvo de estrellas.
Cuando todo quedó en calma nuevamente, Fiddleford miró a Stanley. Ambos estaban junto al cuerpo de Ford, incapaces de procesar lo que había sucedido.
—¿Y ahora qué? —preguntó Stanley, su voz rota, como si estuviera hablando con un fantasma.
Fiddleford no respondió de inmediato. Solo se quedó allí, mirando a lo que fue su viejo amigo, con el corazón destrozado.
—Ahora... —murmuró Fiddleford finalmente—Lo sacaremos de aquí.
.
Stanley y Fiddleford estaban fuera, sentados en los escalones de la entrada principal. Al parecer, la policía se había encargado de cerrar las compuertas de la mansión Noroeste para evitar que el desastre se expandiera hacia el pueblo, lo que no les permitió salir hasta que todo terminara.
El ambiente entre ellos era horrible. La noche se sentía fría, más fría de lo que alguna vez había sido. El caos de la fiesta había terminado, pero las consecuencias de lo que Ford había hecho aún estaban presentes en su piel y sus mentes. Stanley no había parado de llorar desde que tomó en brazos al cuerpo de su hermano gemelo.
Ford ahora yacía en los brazos de su gemelo, su cuerpo inerte parecía más frágil y pequeño de lo que realmente fue.
—Vaya elección desesperada... Siempre fuiste bueno para dejarme sin palabras, Ford. —Decía Stanley, tratando de reír entre sus sollozos incesantes.
Sus lentes, que solían estar cuidadosamente colocados sobre su nariz, estaban algo torcidos, Stanley esperaba a que él mismo los corrigiera, pero sabía que no pasaría. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de curiosidad, estaban cerrados, y su rostro carecía de la expresión vivaz que una vez tuvo.
Stanley lo sostuvo con fuerza, el corazón en un puño al notar la frialdad de su cuerpo bajo sus dedos. El pecho de Ford no se movía, y cada segundo que pasaba sin que su hermano respirara se sentía como un castigo.
—Ford...—murmuró, su voz quebrada. Las lágrimas comenzaron a brotar más intensamente de los ojos de Stanley, sus sollozos se desbordaban de desesperación.—¿Qué hice mal? Por favor... permíteme cambiar mi vida por la tuya...
Miró a su hermano, anhelando ver un destello de vida, una señal de que aún había esperanza. Pero todo lo que encontró fue el silencio.
—No te vayas, Ford... —lloró, aferrándose a él con toda su fuerza, esperando que algún milagro lo devolviera a la vida.
Fiddleford no podía evitar recordar la última mirada de Ford, el sacrificio tan evidente en sus ojos. Lo había hecho por ellos, y por eso sentía admiración por él. Pero ahora, sentados en esos escalones, todo se sentía sin sentido.
—No sé qué hacer sin él, Fiddleford —dijo Stanley en voz baja. Miraba al suelo, sus hombros hundidos bajo el peso de la desesperación— Siempre fue él... siempre. El que tenía las respuestas, el que nos sacaba de los problemas. ¿Cómo... cómo se supone que lo hagamos ahora?
—Stan... —comenzó Fiddleford, pero sus palabras se desvanecieron. ¿Qué iban a hacer? No tenía la menor idea, sabía ni cómo iba a poder seguir su vida de forma normal después de esto.—Yo... no lo sé.
Una brisa fría recorrió el lugar, y tanto Stanley como Fiddleford se estremecieron. El cielo comenzaba a aclararse con los primeros destellos del amanecer. La luz, aunque aún era tenue a los ojos de ambos, ya iluminaba los escombros de la mansión Noroeste. Fiddleford cerró los ojos un momento. Todo había sido demasiado, y ahora la claridad del amanecer solo hacía más real lo que habían perdido.
—Stanley... —la voz temblorosa de Fiddleford rompió el silencio— ¿Crees que...?
Antes de que pudiera terminar, un suave gemido interrumpió sus palabras. Stanley bajó la vista rápidamente hacia su hermano, y su corazón dio un vuelco.
—¡Ford! —exclamó Stanley, incrédulo. Fiddleford se inclinó hacia él, tratando de ver por sí mismo.
Ford estaba vivo. Sus párpados se abrieron con esfuerzo, sus ojos sin brillo parecían no enfocarse en nada en particular, pero la realidad era innegable.
Stanley lo abrazó de inmediato, apretándolo contra su pecho como si temiera que al soltarlo, su hermano se desvanecería nuevamente.
—Ford... —susurró desesperadamente— Pensé que te había perdido... Maldición, cerebrito, no vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes? No puedes... no puedo perderte otra vez.
Ford parpadeó lentamente, su cuerpo temblando entre los brazos de su hermano. Parecía escuchar, pero no podía reaccionar. La confusión dominaba su gran parte de su rostro.
—Yo... —murmuró con la voz áspera— No recuerdo... ¿Qué pasó? Me duele... mi cabeza...
Stanley se apartó un poco, mirándolo a los ojos, buscando cualquier señal de reconocimiento. Pero todo lo que encontró fue una mirada vacía. Su mano tembló mientras le apartaba el cabello de la frente.
—No te preocupes por eso ahora —dijo Stanley, tragando saliva, luchando por mantener la calma. Siguió acariciando su cabello de manera casi compulsiva— Lo importante es que estás aquí, conmigo. Lo demás lo resolveremos, ¿está bien?
Fiddleford, que hasta ese momento había permanecido en silencio, observaba con preocupación.
—Ford... —musitó con una sonrisa gentil, inclinándose hacia él. McGucket sabía que algo en Ford estaba roto. Lo veía en sus ojos, lo sentía en el aire, porque él mismo había sentido esa desconexión antes, frente a su propio reflejo.— No importa lo que hayas olvidado, ni lo que haya pasado. Estamos aquí para ti, ¿de acuerdo? Vamos a cuidarte hasta que todo tenga sentido de nuevo.
Ford parpadeó, su respiración irregular como si cada aliento le costara un esfuerzo inmenso.
—¿Cuidarme? —susurró— No... no soy el que necesita cuidado. Hice algo malo... Lo sé. Lo siento. No quería... hacerles daño. No quería que esto pasara...
—No, Ford. —Stanley lo interrumpió, apretando más fuerte su cuerpo— No tienes que disculparte, ¿entiendes? No importa lo que haya pasado. Lo único que importa eres tú. Solo tú.
—Lo importante es que estamos juntos —añadió Fiddleford, apretando suavemente la mano de Ford— Pase lo que pase, vamos a salir adelante. Te lo prometo.
El amanecer bañaba a los tres con su luz dorada. A pesar de que Ford vivía, algo en el aire se sentía como una derrota. Se habían salvado, pero el precio que pagaron era evidente, reflejado en el frágil estado de Ford.
—¿Valió la pena? —Ford susurró finalmente, su voz rota, era obvio como se culpaba a sí mismo— Todo esto... lo que hice... No lo recuerdo, pero sé que algo se rompió. Nada fue como lo imaginé.
—No te preocupes por eso ahora —dijo Stanley suavemente, acariciando su rostro— Lo resolveremos. Juntos.
Los tres permanecieron allí, entre las ruinas de la mansión Noroeste. La guerra que Bill había provocado había terminado, pero las cicatrices que dejó en Stanford y en todos ellos tardarían mucho más en sanar.
Fin.
Notes:
Muchas gracias por haber leído esta historia.

Tessi (Guest) on Chapter 1 Sat 03 Aug 2024 10:27PM UTC
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