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La Carta

Summary:

Los jóvenes adultos Phineas Flynn e Isabella García-Shapiro pasan su primeras vacaciones de invierno juntos como pareja en los suburbios de Danville. Todo parece perfecto hasta que Phineas descubre algo que no debería haber visto.

Notes:

Hola a todos nuevamente! Mi esposo y yo les traemos un nuevo fanfic, esta vez de varios capítulos de nuestra OTP: PHINBELLA.

Les comentamos que esta historia va a ser publicada dos veces al mes, la idea es que esté terminada para diciembre, pues es un especial navideño/Janucá. Como pasó en mi anterior fanfiction "Lo que hacen los amigos", mi esposo (Juli4427) se encargará de traducir al inglés esta historia.

Como regalo, este capítulo viene con la portada del fanfic que dibujé yo misma c:

ADVERTENCIAS: Este fanfic tiene contenido sugerente entre Phineas e Isabella. Ellos son dos jóvenes universitarios y estas son las primeras vacaciones de invierno que pasan juntos como pareja después de haber pasado un cuatrimestre en la universidad, así que decir que están acaramelados es poco jaja (descuiden, no son explícitos). No está de más decir que Phineas joven adulto es mucho más sarcástico que su versión infantil.

Ahora sin nada más que decir, ¡EMPECEMOS!

Chapter 1: La calle Maple

Chapter Text

La chica de 14 años Isabella García-Shapiro se encontraba ordenando su habitación. Colocaba varios de sus juguetes, fotos, cuadernos de dibujo y diarios en una canasta de mimbre que había encontrado en el desván.

—Isa, ¿qué estás haciendo? —preguntó su padre desde la puerta.

—¡Papá! ¡Esa es mi frase y te he dicho varias veces que toques antes de entrar! —se quejó la adolescente—¡Eres igual a mamá!

Simón Dan García-Shapiro notó algo raro en los ojos de su hija, los tenía vidriosos y ella se veía inusualmente triste, siendo que siempre había sido una niña bastante alegre.

—¿Puedo ayudarte con algo? —se ofreció el señor García-Shapiro.

—No es necesario, ya casi termino.

Un olor a chamuscado empezó a sentirse en la casa.

—¡Ay no, mis galletas para la tropa! —gritó la muchacha, yendo rápido a la cocina.

El padre dejó pasar a Isabella, sin embargo, la expresión melancólica de su hija no le había sido para nada indiferente.

—Me preocupas, cariño. ¿No crees que estás demasiado sobrecargada de actividades? Esta semana volviste a clases y me parece mucho si también estás con las exploradoras, el centro de alumnos y más actividades extraprogramáticas.

—¡No te angusties, papá! ¡Sabes que puedo con todo!

Observando que la morocha estaba bastante ocupada en el horno, entró disimuladamente al dormitorio de la chica, dirigiéndose a la canasta puesta sobre la cama. Respetaría la privacidad de su hija tocando la puerta en otra oportunidad, pero reafirmaría su autoridad como padre entrando de todos modos. La abrió y vio un montón de papeles y cuadernos, en los primeros pudo reconocer caricaturas de la chica exploradora con Phineas Flynn, el vecinito de enfrente, en distintas escenas tanto románticas como ligeramente sugestivas. Bufó para sí mismo. En casa no era noticia el encaprichamiento de su nena con el taimado chico triangular, era tema de conversación recurrente entre su mujer Vivian y él. No podía negarle a Isabella juntarse con nadie, tampoco que le gustase alguien, era natural a su edad, tampoco le había negado a su esposa cuando hizo buenas migas con la excéntrica madre del chico. Al menos no eran malas personas y, mientras el chiquillo no se diese cuenta ni correspondiese los sentimientos de su amiga ese capricho era inofensivo. Era una adolescente, ya se le pasaría, aunque él llevaba diciendo eso hace años…

Abrió uno de los cuadernos, encontrando en sus páginas varios escritos fechados: era un diario, y justo parecía haberlo abierto en las últimas entradas. "Querido diario: Phineas me invitó hoy a su patio. Dijo que quería decirme algo importante. ¡Parece que hoy es el día!" siguió leyendo con preocupación "Solo quería preguntarme de qué color pintar el molino de viento que planean construir para mañana". El hombre sonrió, suspirando de alivio al mismo tiempo que se reía por dentro del muchacho, le indignaba un poco que no se percatase de la preciosa muchacha que tenía delante suyo.

—Tal vez mi Isa no sea de su agrado… Tal vez sea que ninguna mujer sea de su agrado, por como están las cosas hoy en día… —murmuró el tipo, avanzando unas cuantas páginas.

"Querido diario: Hace un rato Phineas avisó que vendría a mi casa ¿Puede que quiera verme por algo en especial? ¡Quizás hoy sea el día!" escribía la niña.

El hombre hojeó más el diario. Afortunadamente para él Isabella iba escribiendo cada vez menos de Phineas, aunque cuando lo hacía seguía siendo cariñosa, pero también había anotaciones de sus aventuras con las chicas exploradoras, el colegio y más actividades. Sin embargo, se percibía su escritura mucho más melancólica y apagada a medida que iba llegando a las últimas páginas:

"Querido diario: Se acabó. No puedo más con esto. Lo mejor que puedo hacer es dejar atrás lo que siento, aunque no tengo idea de cómo lo haré. Phineas no me quiere, y si lo hace puede que nunca pase más allá de quererme como quiere a sus hermanos o a Perry. Y lo peor es que sé que tengo la culpa de ser una cobarde y no poder decírselo de frente. Tengo miedo de pasarme la vida esperando y nunca tener el valor suficiente para confesarme, o peor… al hacerlo me rechace. No lo soportaría. Nos haré un bien a los dos y me concentraré en mis estudios. Tal vez eso me ayude a olvidar…"

Entonces todo cobró sentido: el comportamiento de su hija, el que metiera tantas cosas que eran especiales para ella y la sobrecarga de actividades. Volvió a colocar el diario en su lugar y se dispuso a salir de la habitación, yendo hacia la sala de estar, procesando una serie de sentimientos encontrados. En primer lugar: Lo dejaba tranquilo que Isabella al menos tuviese las intenciones de superar a ese chico Flynn. Segundo: Era una pena que la niña de sus ojos estuviese pasando por su primer desengaño amoroso; y, por último: Un resentimiento genuino brotó hacia el muchacho, aunque este no fuese consciente, el señor García-Shapiro no podía ignorar que Phineas sin querer había hecho sentir mal a su pequeña señorita y eso, al menos por el momento, no lo podía perdonar.


5 años después…

—¿No es lindo volver al barrio después de varios meses en el campus? —preguntó Isabella, al mismo tiempo que se concentraba de mantener la vista en la ruta.

—Sí, así es —contestó Phineas a su lado en el asiento del copiloto.

Y no mentía. No había sido un comienzo fácil en la Universidad Interestatal de Danville, pero habiendo aprobado todas las materias que correspondían sentía que todas las cosas encajaban en su lugar. Ya no era tiempo de estudiar, se venían dos semanas de vacaciones de invierno y con ellas el descanso merecido en los suburbios donde habían crecido juntos.

La parejita estaba abrigada dentro del vehículo, así que se tomaron la libertad de bajar el vidrio de la ventana para ventilar el interior. Phineas vio embobado como el viento helado despeinaba unos cuantos mechones del oscuro cabello de su novia, al mismo tiempo que una ráfaga agitaba su melena roja, la que había dejado crecer hasta los hombros esos meses en la universidad.

Isabella se dio cuenta y rio, ante lo cual su chico triangular se enderezó en el asiento, totalmente colorado al verse expuesto.

—Eres un caso perdido, Phineas Flynn. ¿Acaso no tuviste suficiente con lo que hicimos esta mañana? —dijo la morocha en tono coqueto.

Phineas rodó los ojos, esos meses juntos como novios le habían enseñado a no dejarse intimidar por ella, al menos no a la primera.

—Suficiente no es una palabra que nos haya definido a nosotros en el último tiempo —respondió el muchacho, dedicándole la sonrisa más pícara que pudo. Vio satisfecho cómo Isabella se sonrojaba, era divertido buscar formas de tomar por sorpresa a la chica a través de comentarios ingeniosos, era un arte que de a poco estaba aprendiendo a pulir.

—Oh, ya verás cuando te agarre…

El pelirrojo se estremeció, tanto de miedo como de expectación. No importaba cuánto buscase descolocar a su amada, ella siempre encontraba la forma de dejar la partida a su favor.

Quedaban unas cuantas cuadras para llegar. Durante el viaje, que no había sido tan largo, pero sí les había tomado unas buenas horas del día, habían encendido la radio para escuchar algo de música. Phineas pensaba que habría sido más sencillo teletransportarse a casa a través de algún artilugio, pero Isabella consideraba que el viaje era una oportunidad de pasar el tiempo juntos. En el camino se habían detenido para sacarse algunas fotos en un mirador, además para la hora del almuerzo pidieron en una estación de servicio panqueques con miel y chocolate caliente.

El paisaje durante toda la ruta se encontraba cubierto de nieve y los suburbios no eran la excepción. La calle Maple estaba tan blanca como el cielo cubierto de nubes, aunque algunos pedacitos de cielo celeste se dejaban ver.

La pareja llegó a la residencia de los Flynn-Fletcher, Phineas salió primero del auto para ayudar a Isabella a estacionar y posteriormente a bajar del vehículo. La joven agradeció el gesto de su novio con un beso en la mejilla.

—¿Avisaste minutos antes que estábamos por llegar? —preguntó Isabella.

—Por supuesto, y mi madre dijo que la tuya estaría en casa de mi familia cuando llegásemos —dijo él mientras llevaba del brazo a su chica, dirigiéndose ambos a la puerta del cerco que daba al patio— Me pregunto…

—¡Sorpresa! —un coro de voces los recibió apenas entraron. Allí estaban los padres de los dos, junto con Candace, su esposo Jeremy y la vivaracha hijita infante de ambos: Amanda. Esta última corrió a recibir a su tío dando un salto y aferrándose en un abrazo apretado que casi hizo perder el aliento a Phineas.

—¡Felices fiestas, tíos! —festejó la pequeña, acercándole a ambos una galleta de jengibre para cada uno. Isabella aceptó una mientras su novio intentaba acomodar a la niña para que al menos le dejase respirar. Lo pudo lograr colocando a su sobrina en sus hombros haciendo él de caballito.

—¡Mijita! ¡Te eché tanto de menos! —la madre de Isabella, Vivian corrió a recibir a su única hija dándole un abrazo tan fuerte como el que le había dado Amanda a su tío.

—¡Mamá, para! —se quejó la muchacha ante los besos que le daba su madre en la cara— Cualquiera diría que no me has visto en años.

—Ay querida, cuando tengas hijos lo entenderás…

—Y espero que pasen muchos años antes que eso ocurra —comentó el señor García-Shapiro.

Phineas e Isabella se ruborizaron al mismo tiempo. No es que fuese algo que no hubiesen soñado los dos alguna vez, no lo habían conversado y se sentían demasiado jóvenes al respecto.

—¿No vas a saludar a tu hermana favorita, tonto? —dijo Candace con ironía, ayudando a que el pelirrojo fuese liberado del agarre de su hijita— Vaya, ya eres todo un rebelde con esa melena, es verdad lo que dicen sobre que la universidad pública corrompe a los jóvenes más decentes.

—Hola Candace, así le gusta Isabella —contestó Phineas, pasándose una mano por el pelo— Es agradable verte luego de… oye, ¿y Ferb?

—Él llegará a Danville con los padres de Lawrence el 24 por la tarde. Vendrán todos juntos en un vuelo —respondió Linda.

Phineas sintió una espinita de decepción, aunque se recuperó rápido. Faltaba poco más de una semana para ello y no es que hubiese dejado de contactarse con su hermano.

—¿Por qué no pasamos todos al comedor? —habló Lawrence— Nos vamos a convertir en carámbanos si seguimos más tiempo afuera.

Todos estuvieron de acuerdo. La gente entró a la casa, antes de hacer lo mismo Phineas llevando a su novia de la mano le dedicó una mirada al árbol del patio, sin hojas y cubierto de nieve. Una sensación de nostalgia atravesó su corazón hasta que sintió la mano de Isabella apretando la suya. Sí, estaba con Isabella, y mientras estuviese con ella todo estaría bien.


Minutos después, estaban las tres familias reunidas en la mesa del comedor. Todos veían fascinados cómo Jeremy luchaba con su pequeña tratando de hacer que se comiese su porción de zucchini en el plato.

—¡No quiero! —chilló la niña, tirándole varias verduras a la cara de su sufrido padre.

—Dios mío, Amanda. No sé de dónde sacaste esa aversión por ese vegetal en particular cuando no le haces asco ni siquiera al brócoli.

—La manzana no cae lejos del árbol —comentó Candace con una sonrisa astuta, mirando fijamente a su hermano menor. Los Flynn-Fletcher e Isabella ahogaron risitas, a Phineas no le hizo gracia que se estuviesen entreteniendo a su costa.

—Es agradable descubrir que alguien está de acuerdo conmigo —dijo el joven pelirrojo.

—Por cierto, ¿dónde se van a quedar estas vacaciones? —preguntó Linda.

—Oh, bueno señora Flynn-Fletcher… —comenzó a decir Isabella.

—Querida, dime Linda, acá estamos en familia.

—Gracias, pues Linda, espero no sea una molestia si puedo estar unos días en su casa…

—Ah no, señorita —bramó el señor García-Shapiro— Usted tiene su habitación en nuestra casa.

—¡Por favor, papá! —se quejó la joven, rodando los ojos.

—Nada de por favor. Además, tu madre te extraña. Ha estado insoportable estos meses quejándose de lo mucho que te echa de menos. ¿No es cierto, cariño?

—¡Ay sí, mi niña! Dejé las cosas como estaban en tu dormitorio. Además, está todo listo en casa para que hagas los honores y enciendas la primera vela en la janukiá como todos los años. Por favor… quédate con nosotros.

—¡Puedo ir con ustedes a encenderla y quedarme en casa de Phineas perfectamente!

—Bueno, en cuanto a nosotros no tenemos ningún problema en tener a Isabella las noches que sean necesarias… —dijo Linda.

—Dudo que necesiten más noches juntos de las que ya han tenido en la universidad —bromeó Candace. Jeremy se tuvo que tapar la boca para que la risa no le causase escupir el trozo de filete que se estaba comiendo. Linda pateó la pantorrilla de su hija debajo de la mesa, ante lo cual la joven abogada fingió toser ahogando las quejas por el golpe recibido.

Isabella de lo mortificada que se sentía se puso tan colorada como los tomates de la ensalada en la mesa. Phineas se tomó personal el comentario de su hermana mayor.

—Pues tú y Jeremy sabrán bastante, todos podemos ver el producto de eso —comentó el joven Flynn con tono indiferente, mientras miraba fijamente a Candace y se llevaba a la boca uno de los knishes de papa que había traído su suegra. Isabella le pegó un codazo a su novio en el antebrazo.

—Papá, ¿qué es un producto? —preguntó Amanda con toda la inocencia que una niña de 5 años puede tener.

—¿Quién quiere un cafecito para acompañar el postre? —ofreció Linda con nerviosismo.

Cuando terminaron de comer el crumb cake que había preparado Vivian, Phineas e Isabella fueron a la cocina a lavar los platos mientras las familias se iban a la sala de estar a continuar charlando. Ella todavía estaba secando los últimos cuando su novio terminó de enjuagarlos, él aprovechó de abrazar a su amada por detrás, dándole un beso en la nuca.

—Phineas, aquí no… —murmuró la morocha.

—Nadie nos está mirando…

—No quiero que nos arriesguemos estando mi padre tan cerca…

—¿No le agrado? ¡Pero si lo conozco hace años!

—Bueno, es complicado…

Aún así, se quedaron unos minutos abrazados en silencio. Phineas pensó el tema de conversación que no había sido zanjado aún en la mesa antes del postre.

—Creo… creo que lo mejor sería que te quedes en casa de tus padres, Isabella —dijo al fin el muchacho, su novia se apartó mirándolo de reojo.

—No me hagas esto, Phineas. Quiero a mis padres, pero no sabes lo mucho que disfruté estar algunos meses lejos de ellos.

—Te extrañan, y no los culpo. Yo también te eché de menos cuando no viniste el verano pasado a mi casa.

—No empecemos. Estaba trabajando.

—¿Quién te está culpando por eso?

Isabella lo observó con sospecha.

—¿Estás haciendo esto para congraciarte con mi padre?

—Pues…

—Phineas, por favor —dijo la morocha apoyando las manos en sus caderas, el chico amaba cuando ella hacía eso —A él no te lo vas a ganar por las buenas. Es un terco.

—Me pregunto a quién más conozco que sea así…

—¡No te pases de listo conmigo, Flynn! —Isabella lo agarró del borde del buzo que estaba usando, arrinconándolo contra una de las encimeras de la cocina— Esperé años por ti y me juré a mí misma que apenas te tuviese entre mis garras no te iba a soltar en ninguno de los días que me queden de vida.

Ella lo besó con ansias. Phineas trató de librarse de su agarre, pero habían pasado horas desde la última vez que se habían besado así que se dejó llevar, aunque con ciertas dudas. La sujetó de la cintura, deslizando peligrosamente sus manos más allá de la espalda baja.

—P-pero tu padre… —susurró él, en el medio de los besos.

—¡Al diablo con él!

—Tía Isabella…

La universitaria se apartó con rapidez de su novio. Los dos jadeaban todavía, con el rubor en el rostro y el cabello despeinado. Phineas agradeció que su buzo fuese lo bastante largo para cubrir su entrepierna.

—Mamá dice que fuiste exploradora de niña. ¿Puedo ser exploradora yo también? —preguntó Amanda con los ojos llenos de admiración.

—Bueno, estás en la edad para ser parte de la tropa Chispitas —respondió Isabella, al mismo tiempo que se arreglaba el pelo y alisaba su suéter.

—¡Amanda! —entró Candace a la cocina, hablándole a su hija en tono de reproche— Deja tranquilos a los tíos, tendrás mucho tiempo estas vacaciones para jugar con ellos.

La mujer se llevó a la niña de la manito, al mismo tiempo que le guiñaba un ojo a su hermano y cuñada. Phineas bajó la cabeza, avergonzado mientras Isabella se tapaba la cara roja con las manos.

—No creo que tengamos paz el tiempo que estemos aquí —rezongó la chica.

—Insisto que tienes que quedarte en lo de tus padres…

—Y sigues con eso…

—Aunque sea hazlo por tu mamá —suplicó Phineas, tomándola de las dos manos— Yo la quiero mucho y ella también a mí. ¿No puede ser ese uno de mis regalos de Janucá para ella? Me parece muy triste quitarle a su hija estos días…

Isabella se quedó pensando. Más allá que su madre fuese pegajosa y atolondrada, no podía soportar la idea de arruinarle una fecha tan especial para ella y la familia.

—Okey, tú ganas… —dijo la muchacha con resignación.

—Además, tenemos todos estos días para estar juntos en mi casa. La puerta de mi patio está abierta cuando quieras.

Phineas acarició el rostro de su novia, buscando animarla. Ella le respondió con una sonrisa triste.

—Hija, ¡nos vamos! —se oyó la voz de Dan en la sala de estar.

—¡Sí, papá!

En la puerta y hecho ya el intercambio de despedidas entre las familias, los últimos que se dijeron adiós fueron Phineas e Isabella. Se dieron un beso rápido, ante la atenta mirada del padre de la morocha. El pelirrojo la vio alejarse hasta la casa en frente, perdiéndola de vista cuando la familia dio la vuelta hacia la entrada ubicada al costado de la vivienda.

—Nunca me han gustado del todo esos Flynn-Fletcher —iba diciendo el señor García-Shapiro a su esposa e hija mientras sacaba la llave de la casa en su bolsillo.

—No es como si fuese noticia, mi amor —comentó su esposa Vivian— Todavía recuerdo cómo te pusiste cuando comencé a juntarme con Linda. Ella todavía era una ex-estrella pop divorciada.

—No sé cómo preferiste a ese chico en lugar de los de la colectividad —se quejó el hombre, dirigiéndose a su hija.

—No te hubiese gustado ninguna elección que hubiese hecho, papá —contestó Isabella, molesta por el comentario de Dan.


El sol brillaba y el clima era cálido. Los pájaros cantaban y el manzano del patio estaba lleno de hojas que se mecían al viento. Todo en el ambiente gritaba verano y Phineas estaba sentado a la sombra del árbol escribiendo en su libreta de ideas, tenía muchas para ese día y se sentía presuroso de anotarlas todas antes que alguna se le olvidase.

De pronto, escuchó la puerta de la cerca abrirse y la cara se le iluminó cuando vio cruzar a Isabella.

—Hola Phineas, ¿qué estás haciendo? —preguntó la morocha con voz cantarina.

—¡Hola Isabella! Aquí escribiendo algunas de las cosas que podemos hacer hoy.

—¿Me compartes algunas?

—¡Claro! Hace mucho calor, así que podríamos hacer una montaña con helado de tres sabores como nieve, un castillo de gelatina, o… ¡una jarra de limonada gigante!

La muchacha se lo quedó mirando en silencio. La amplia y dulce sonrisa que tenía anteriormente se había esfumado.

—Y… ¿y ya? —dijo ella.

—Eh… sí. Tengo otras más como un observatorio caleidoscopio…

—¡Aburrido!

—¡Pero no me dejaste terminar!

—¿Qué te pasa, Phineas? Creí que eras un chico divertido…

A medida que Isabella iba diciendo estas cosas, se iba haciendo cada vez más grande, así como todo a su alrededor, ¿o él se estaba haciendo más pequeño?

—¿Acaso el prodigioso Phineas Flynn se acaba de quedar sin ideas? Pobre bebé…

—No —replicó el pelirrojo, su voz delataba la ansiedad que tenía dentro— Puedo hacer lo que sea, puedo hacer lo que tú quieras…

Entonces se vio a sí mismo y estaba vestido con la misma ropa de hacía 10 veranos atrás: la camisa con franjas naranjas y blancas y el short de jean oscuro. Isabella seguía viéndose mayor, y desde abajo tan pequeño habría jurado que era tan alta como el manzano.

Un viento recio sopló, trayendo nubes oscuras y desnudando al árbol de sus hojas, haciendo que estas se le pegasen al cuerpo de su novia.

—¿Quién podría querer a un chico aburrido? —dijo Isabella con la voz distorsionada y una sonrisa macabra en el rostro— ¡Aburrido!

Las hojas secas del manzano la cubrieron por completo, hasta que solo era una enorme mole color naranja, rojo y dorado. Una ráfaga vino y se llevó todo, sin que quedase rastro de la muchacha, resonando en el acto una carcajada suya burlesca.

—¡Isabella! —gritó Phineas horrorizado ante lo que acababa de presenciar, corriendo hacia el sitio donde había estado anteriormente la chica— No puede ser… ella se fue… dijo que era aburrido y se fue ¿Y Ferb? ¡Eso es! ¡Él me ayudará a recuperarla!

El chico triangular corrió hacia el interior de la casa. Esta estaba silenciosa y oscura, solo se escuchaba el soplido del viento que entraba por la hendija de las ventanas.

—¡Ferb! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Candace! ¡Perry…!

Phineas llamó a todos los integrantes de su familia, pero nadie aparecía. No estaban en la sala de estar, ni en la cocina ni en sus respectivas habitaciones. Salió a la calle llamando a quién sea: Baljeet, Buford, cualquiera de las exploradoras, hasta al doctor D. Luego de recorrer varias cuadras de la ciudad caminó hasta la fachada de su propia casa, mirando hacia la casa de su mejor amiga, sentándose en las mismas escalinatas en las cuales se habían confesado mutuamente sus sentimientos, pero no había nadie más ahí. Solo era él, la sombra del niño que alguna vez fue, esperando en vano que cualquiera apareciese.


Phineas despertó a la misma hora de siempre: unos segundos antes que sonase el despertador. No había dormido bien, aunque había amanecido sin sobresaltos. Aliviado de solo haber tenido un mal sueño, se vistió y bajó las escaleras tan rápido como una bala. Mientras desayunaba con su familia y la de Candace —la cual se habían quedado a dormir junto a su esposo e hija en la que había sido años atrás la habitación de ella— le mandó un SMS a Isabella dándole los buenos días.

—Bueno chicos, me voy afuera. Esa nieve no se quitará sola —dijo Lawrence, retirándose de la cocina.

—Termino de comer y te echo una mano, papá —se ofreció el pelirrojo.

—¿Cómo estuvo tu primera noche solo, Phineas? —preguntó la abogada con sorna— Espero no hayas pasado demasiado frío.

—Compórtate, Candace —la retó Linda mientras le servía un plato con huevos con tocino a cada uno en la mesa—¡Dios, cualquiera pensaría que siguen siendo unos niños! Jeremy, dile a tu mujer que se tranquilice.

Justo en ese momento, sonó el timbre de la casa.

—¡Uh, deben ser los discos de vinilo que pedí por internet! —celebró Linda— Ya vengo…

Cuando la madre de los Flynn-Fletcher se retiró, Phineas decidió que era la oportunidad perfecta para sacar un tema a colación.

—Yo no sería tan graciosa, hermana. En especial cuando Ferb y yo sabemos que Amanda no fue prematura 7 meses después de tu boda con Jeremy mientras aún estabas en la universidad.

Indignada, Candace tapó los oídos de su niña.

—¡Fue un accidente! —chilló ella.

—Podríamos irnos calmando un poquito —suplicó Jeremy— Agradezco Phineas tu discreción y la de tu hermano, pero creo que lo mejor sería ahorrarnos los comentarios de este tipo…

—¡Tu esposa empezó! —se quejó el menor de los Flynn.

—¡Ay cariño, esperé toda la vida poder devolverle un poco de las vergüenzas que me hicieron pasar mis hermanos! ¿Me vas a negar ese placer?

Candace le dedicó una de sus sonrisas coquetas y encantadoras a su marido. Tal expresión, más su ropa de abogada exitosa, lista para empezar su jornada laboral, hacía que aflorasen sensaciones agradables en él. Lo suficientemente agradables para ceder a sus caprichos.

—Hazle caso a tu hermana, Phineas —sentenció el rubio.

El pelirrojo rezongó.

—Ganaste esa batalla Candace, pero la guerra no ha terminado —amenazó el chico, levantándose de la mesa al haber terminado su desayuno.


Phineas y Lawrence esa mañana estuvieron varias horas despejando el jardín de la nieve que se había acumulado. Mientras ellos trabajaban, Amanda se entretenía haciendo ángeles a metros de ellos, lo suficientemente cerca para vigilarla que no se perdiese por ningún lado. La niña se había quedado en casa de sus abuelos debido a que sus padres se habían ido a sus respectivos trabajos.

Sin embargo, Phineas a veces desviaba la mirada hacia la casa de los García-Shapiro. Esperaba que en cualquier momento vería a Isabella salir y que por fin la tendría nuevamente entre sus brazos. Al despertar había sentido su ausencia y menos mal no había perdido la costumbre de levantarse de inmediato, porque no era raro que momentos en los que se sentía con la moral baja se quedase postrado sobre la cama.

Pero las horas pasaban y nadie se asomaba ni por la ventana. Revisó su celular varias veces e Isabella no le había ni clavado el visto al mensaje que le había mandado. Para despejar la ansiedad, ayudó a hacer a Amanda a hacer varios muñecos de nieve en el patio cuando terminó de palear la nieve. Primero hicieron al típico hombrecito, con bufanda carmín y sombrero de copa. Luego una novia para el muñeco. No se detuvieron ahí, así que siguieron con tres hijitos de nieve, un perro, un gato y ya estaban a mitad de hacer una casa cuando Amanda se sentó extenuada en el frío suelo.

—Estoy cansada tío. ¿No me das una galleta? —pidió la chiquilla.

El muchacho dejó de moldear uno de los ventanales de la mansión. Todavía tenía energía hasta para hacer un vehículo a la familia nevada, pero ver a la niña agotada le hizo recular. Cargó a Amanda y los dos entraron a la casa, al mismo tiempo que un rayo de sol atravesaba el cielo gris de Danville y derretía a los muñecos de nieve, quedando un charco de agua en segundos.

—¿Se divirtieron? —preguntó Linda mientras repartía galletas a su hijo y nieta.

—¡Sí! —contestó Amanda, extendiendo los brazos— ¡Hicimos toda una familia de muñecos de nieve, con una mansión, animales y…!

—¡Ay qué adorable! ¡Se parece a su madre! Qué imaginación tan activa —celebró la señora Flynn, dándole unas palmadas condescendientes a la pequeña en la cabeza. Afortunadamente la niña era demasiado joven para entender el significado del tono en las palabras de su abuela.

—Bueno mamá, ¿necesitas que haga algo más por ti? —dijo Phineas, amagando con salir nuevamente— Pensaba ver a Isabella ahora que…

—Un momento, jovencito. Necesito hablar unos minutos contigo —habló la matriarca de los Flynn-Fletcher con tono solemne.

La mujer despachó a la niña para que fuese a jugar en la sala de estar con algunos juguetes que le habían dejado sus padres. Allí estaba Lawrence viendo Los Expedientes del Doctor Zone en el televisor, se podían escuchar las voces desde la cocina.

—No es que ignore la verdadera razón por la que fuiste a la Universidad Interestatal de Danville teniendo tantas opciones —comenzó a decir Linda— No te juzgo por eso. No podría estar más feliz de la relación que tienes con Isabella, una chica que siempre supimos que te quiere tanto…

—¡No, ¿tú también mamá?! —gritó Phineas escandalizado— ¡¿Acaso era el único en esta ciudad que no me había enterado de eso?!

—¡Sí, así es! —respondió Lawrence desde la sala de estar.

—¡El asunto es…! —Linda elevó el tono de voz como señal para su marido que la conversación era entre ella y su hijo menor— Que deseo de todo corazón que tú e Isabella se estén cuidando todo lo posible cuando…

—¡MAMÁ! —Phineas se llevó la mano al rostro, evitando mirar a su madre a los ojos. Sentía cómo la sangre le hervía en la cara.

—¡Cariño, yo también fui joven y no es que ignore cómo vino Amanda al mundo…!

—¿¡Qué tú sabes qué?! —exclamó el muchacho con terror.

—No quiero que cometas los mismos errores que yo y tu hermana, no es que ella o Amanda sean un error y dentro de todo Candace y Jeremy se las han arreglado bastante bien, tú entiendes…

—Tengo que salir de aquí —Phineas corrió hacia el patio, yendo hacia la salida a todo lo que dan sus piernas.

—¡No te vayas todavía! ¡Si necesitas hay preservativos en la caramelera! —gritó Linda desde la puerta deslizante que daba al exterior.

La mujer escuchó cómo Phineas se quejaba a mitad de la calle.

—Dios, soy terrible en esto —se lamentó ella, con las manos cruzadas en su pecho— Ruego para que ninguno de mis dos hijos más jóvenes me dé un nieto tan pronto.

—¡Te dije cariño que se lo iba a tomar mal! —dijo su esposo nuevamente.

—Cállate Lawrence.


Phineas estaba tan sofocado por el momento de vergüenza que todo su cuerpo emitía vapor a cada paso que daba, derritiendo la nieve a su paso. Ya habiendo cruzado la calle se sintió más fresco y tranquilo por la adrenalina. Cuando estuvo frente a la puerta de sus vecinos y se dispuso a tocar el timbre, frenó.

—Serénate Phineas —se dijo a sí mismo en voz baja— Es la casa de tu novia, que resulta ser tu amiga de la infancia. Varias veces has estado aquí, su madre te quiere, a su padre no tanto… —suspiró abrumado— Es solo una típica visita como otras tantas que has hecho…

Iba a apretar el botón, cuando la puerta se abrió de golpe y se encontró frente a frente con Isabella, con el pelo esponjado y ropa holgada gris, llevando fatigada una enorme bolsa de basura que despedía un líquido verde oscuro en el suelo.

—¡Mierda! ¡Esta cosa se rompió! —gritó la chica sin percatarse que tenía en frente a su enamorado, Phineas retrocedió unos pasos producto de la impresión.

—Hola Isabella, yo… —saludó el pelirrojo con la voz más suave que pudo.

Cuando la joven vio quién se encontraba delante de ella, entró a la casa dando un portazo. Apoyada contra la puerta comenzó a hiperventilarse.

—¡Carajo, carajo, carajo…! —repitió Isabella entre dientes.

Al otro lado, Phineas escuchaba un ruido de cosas arrastrándose, algo hecho de vidrio rompiéndose, una motosierra andar y el bufido de un gato. En apenas unos segundos, apareció ante sus ojos Isabella, tan impecable como el día anterior, con el pelo recogido en un lazo violeta, pantalones del mismo color y un suéter blanco crema con cuello de tortuga.

—¡Phineas! Te dije que te iría a ver hoy… —dijo la morocha, soplando un mechón de pelo rebelde que se rehusaba a quedarse en su sitio.

—Sí, pero te mandé un mensaje hace unas horas y como no contestabas me preocupé… —comentó el chico triangular— No es que estés obligada, solo quería ver si estabas bien…

—Oh… —ella se entristeció— Perdón, es que papá cambió la contraseña del wifi y dijo que me la daría apenas termine de ayudar con el quehacer. ¿Quieres pasar?

—¡Claro! —aceptó el pelirrojo con entusiasmo.

Cuando entró Phineas a la casa de su novia la encontró tal cual como siempre la había visto en otras oportunidades, solo que reluciente que nunca. ¿Cuánto más limpia quería su padre que estuviese? Tapices de varios colores vívidos traídos desde México decoraban los sillones de la sala de estar, cuyas paredes amarillo suave le daban a la estancia un aspecto acogedor. Había una biblioteca bastante grande y bien nutrida y, en un rinconcito, un candelabro de nueve brazos con dos llamitas encendidas brillando muy tenuemente. Isabella lo invitó a tomar asiento en uno de los sofás, al mismo tiempo que aprovechaba de rápidamente de meter la bolsa rota en una nueva y dejarla en el tacho de basura.

Ya de vuelta, Isabella vio que su novio no estaba donde le había dicho que se quedara.

—No me digas que… —se dijo la morocha, aterrada. Se lavó las manos lo más rápido que pudo y corrió a su dormitorio. Allí lo encontró a joven Flynn, en medio de las cajas con varias de sus pertenencias acumuladas al paso de los años— ¡Phineas, te dije que te quedaras adentro! ¡Aquí todavía no termino de ordenar!

—¡Eh, pero hay muchas cosas interesantes aquí! Mira —sacó de una caja una foto bien conservada, de los dos juntos a los 11 años. O más bien de ella y un pájaro que lo estaba imitando en apariencia a él.

—¡Deja eso! —gritó Isabella, abalanzándose contra él. Phineas elevó su mano por sobre la cabeza, impidiendo que la muchacha le arrebatase la foto.

—Ah-ah —negó el chico, irritando más a su novia— Persuádeme…

La joven infló las mejillas, en una expresión tan divertida que Phineas no pudo evitar reír. Sin embargo, ella aprovechó ese descuido para agarrar su cara con ambas manos y besarlo en los labios. Con su lengua abrió la boca de él, haciéndolo sentir en las nubes. Bajó el brazo para acariciar a Isabella en el pecho, para ser su anhelo traicionado por la muchacha, quitándole la foto y apartándose de él.

—Eres mala —se quejó Phineas.

—Mala, ¿yo?

La estudiante lo empujó con una sola mano en su suave cama. El chico triangular vio como ella se cernía de manera amenazante encima suyo, subiéndose a su cadera y aprisionándola con sus firmes muslos. Desde allí, vio aparecer lentamente aquella sonrisa macabra que tanto le gustaba de Isabella.

—Esta es mi casa, terroncito —volvió a arremeter ella en su contra, pasando las manos bajo el suéter amarillo que su novio estaba usando ese día, acariciando de abajo hacia arriba sobre su suave vientre hasta llegar al pecho— Y aquí yo juego de local.

Aquel comentario pícaro vino acompañado de una carcajada que hizo a Phineas estremecerse. No tenía la más remota idea que el estar allí, entregado a ella la cama en la que tantas veces había soñado con él era otra fantasía cumplida. Isabella se quitó el lazo que recogía su pelo, liberándolo como si fuesen algas marinas de lo largo que era su pelo, el cual cayó sobre el muchacho, los negros mechones al rozar la afiebrada piel del pelirrojo le hacían cosquillas.

En un abrir y cerrar de ojos, tenía nuevamente a la morocha comiéndole la boca, con hambre y deseo, y él se preguntó si habían pasado horas desde la última vez que habían estado de esa manera en el campus universitario, porque los dos actuaban como si hubiesen pasado años. Por un momento, Phineas se hizo la idea de que estaba a punto de ser devorado sin piedad en la playa por una sirena.

Empezó a tocarla como sabía que a ella le gustaba, por sobre la ropa y adoró cuando volvió a escucharla gemir. Segundos más tarde ya estaban sin las prendas arriba de la cintura y él se dispuso a ayudarla tratando de quitarle el corpiño violeta sin dejar de tener sus bocas en la del otro cuando se oyó el rechinar de una puerta y una voz cantarina que decía:

—¡Mi niña! ¡Traje la porción de crumb cake que tanto te gusta!

—¡MAMÁ! —escuchó Phineas gritar a Isabella, al mismo tiempo que la chica saltaba de él y echaba a su madre de la habitación, dándole un portazo en la cara— ¡¿Cuántas veces te he dicho que toques antes de entrar?!

—¡Pero si tu padre está en el trabajo y yo no tengo problema que ustedes…!

La joven pegó un grito de vergüenza, tratando que su novio no escuchase los comentarios embarazosos de Vivian. Phineas se enderezó sobre la cama, todavía algo atontado por la sesión de besos y caricias fogosas.

—Dile a Phinny que se quede a almorzar, tenemos comida suficiente para que nos acompañe en la mesa —ofreció la señora García-Shapiro, invitación seguida de un silencio de unos cuantos segundos, hasta que la escucharon murmurar— Siempre me pregunté si en su casa alimentaban bien a este chico. Pobre, está al borde de los huesos…

—¿Podrías darnos privacidad unos segundos? Gracias mamá —dijo Isabella con hastío. La pareja comenzó a vestirse lentamente y Phineas podría haber jurado que su chica estaba echando humos de la rabia que tenía dentro.

—Eh, tranquila —la calmó él, mientras le ayudaba a ponerse el suéter— No es que nos vayamos a morir porque un día no podamos…

Isabella lo agarró de los hombros, clavando sus ojos en los suyos, para seguidamente decirle:

—No tienes idea de cuánto te deseo desde que empezamos a hacerlo más seguido porque sí, yo sería capaz de morir.

Phineas tembló ante el comentario, no sabía si temiendo por ella o él mismo.

—Podemos ir a mi casa —dijo Phineas, tomándole la mano y besándola, rodeándola con su brazo disponible de la cintura— Allí no nos molestarán… —recordó a su madre y su pobre intento de darle "La Charla"— Creo.

—Papá dijo que no puedo salir hasta que termine la limpieza —se quejó ella.

—¿Qué hace tu mamá en tu casa hoy? No es que me moleste que esté, mientras no vuelva a interrumpirnos…

—Como me extrañaba y quería estar conmigo se tomó unos días de la cafetería —comentó Isabella, tratando de hacer que el suéter entrase en la cabeza con forma triangular de su amado sin rasgar la prenda— Sigo preguntándome cómo haces para vestirte todas las mañanas.

—Oh, no es nada, solo… —el muchacho pasó su cabeza sin ayuda por el agujero, quedando tan pulcro como antes— Ya está. En casa tengo una máquina que me ayuda de vez en cuando.

—Sigo sin entender…

—Como sea, si el problema para que vengas a mi casa es que tienes que terminar de limpiar, ¡aquí está la persona adecuada para ayudarte! Debe haber algo con lo que se pueda hacer con todas estas cajas.

—Están todas etiquetadas ya. Unas van para basura, otras al desván y las restantes van a donaciones. Antes de irme al campus no alcancé a organizarme con ellas, así que quedaron todas aquí.

—¡Perfecto! Podría fabricar una máquina que ayude a clasificar los objetos según su utilidad y…

—¡No! ¡Varias de estas cosas tienen un valor sentimental y hay que apartarlas en las cajas manualmente! Por ejemplo… —Isabella tomó la banda de insignias de su época de exploradora que todavía guardaba, colgada a la cabecera de su cama— ¡Esto! Va para el desván —y lo colocó en la caja que justamente decía en letras grandes escritas con fibrón "desván".

—Ya veo… ¡podemos hacerlo juntos!

—¿En serio?

—¡Será divertido! Tal vez en el proceso nos encontremos con cosas tan lindas como esta —dijo Phineas con ironía, presumiendo la foto que había encontrado momentos antes de juguetear en la cama.

Isabella manoteó los bolsillos traseros de su pantalón, dándose cuenta lo que guardaba ahí ya no se encontraba más ellos.

—Oh tú, grandísimo…

Le dio un golpe seco en la panza, haciéndole perder el aliento y soltar la foto. Ella la agarró en el aire antes que cayese al suelo.

—Así está mucho mejor —dijo la morocha.


Después de almorzar con Vivian —experiencia de la cuál Phineas juraba haber salido pesando varios kilos más—, la parejita se dedicó a la tediosa tarea de clasificar y colocar cada cosa en su sitio. Los objetos pasaban del escritorio, estantería o donde se encontrasen a la cama y allí Isabella determinaba para dónde iban tal o cual. Después de eso, el mueble ya liberado era desempolvado con un paño.

Isa, ¿puedes venir a ayudarme con algo en el patio? —preguntó Vivian a su hija, cuidando esta vez de haber tocado la puerta antes de entrar.

—¡Claro mamá! Creo que ya entendiste muy bien lo que hay que hacer —comentó esto último Isabella a su novio.

—¡Confíe en mí, comandante García-Shapiro! —dijo Phineas, dándole un saludo marcial a la joven, ella no pudo evitar soltar una carcajada.

—¡Estaré contigo en unos minutos!

El pelirrojo vio a Isabella irse del dormitorio, para luego seguir sacando canastas de debajo de la cama, bastante pesadas. Curioso, dejó una de ellas en el escritorio y la abrió, encontrando para su asombro una cantidad considerable de fotos suyas de distintas etapas de su vida, cuadernos y dibujos en los cuales se apreciaba el inconfundible estilo de Isabella. El chico reconoció en varios de ellos garabatos de personajes que imitaban su silueta y la de su novia, en distintas escenas que iban pasando de ser tiernas en los dibujos de trazo más infantil, a más atrevidas conforme la niña se convertía en una adolescente.

Incómodo, Phineas volvió a poner la tapa de la caja en su lugar, haciendo que uno de los papeles cayese al suelo.

—Ups —susurró para sí mismo, agachándose a recoger el papel. Al tenerlo en su mano se dio cuenta que no era un papel cualquiera, sino un sobre rosa en el cual la letra bonita y estilizada de Isabella decía claramente "Para Phineas", con su respectiva dirección— Qué raro, no recuerdo que haya llegado esto alguna vez a casa…

Como la carta llevaba como destinatario su persona, Phineas la abrió, sin siquiera pensar si Isabella le habría dado permiso para ello. No se lo cuestionaba, pues asumía que como la carta estaba a su nombre quizá ella hubiese olvidado enviársela en su momento. La fecha indicaba que la carta había sido escrita unos 10 años atrás.

"Querido Phineas:" el chico sonrió con ternura al ver un corazón sobre la "i" de su nombre. Mientras leía escuchaba la voz infantil de Isabella en su cabeza, una voz llena de ilusiones, esperanzas y sueños "Te escribo esta carta buscando la manera de poder expresarte todo el amor que siento por ti. No me atrevo a decírtelo en la cara, soy muy cobarde para eso. Desde el jardín de infantes, cuando me diste una grulla de origami que volaba de verdad pude ver un destello de lo dulce, generoso y talentoso que eres; entonces supe que estaba perdidamente enamorada y que eras el dueño de mi corazón. Amo tus ojos, cada uno de tus cabellos, la sonrisa confiada con la que te enfrentas a mundo, las manos con las que haces tus inventos y esa cabeza triangular de la cual me burlé tanto cuando nos conocimos, y a veces sueño con el día que me toques con el cariño que dedicas a todas tus creaciones, tiemblo ante la sola idea de probar tus labios. Te amo Phineas Flynn, mi pequeño crumb cake. Siempre seré tuya, la chica que más te ama en todo el mundo y que es lo suficientemente tonta para esperar que le des unas miguitas de tu amor, un amor tan real como el que siento por ti. Si dejo de amarte, es porque dejé de ser Isabella García-Shapiro".

Estaba tan inmerso en la lectura, que no se percató que Isabella volvía al dormitorio con una bandeja de bocadillos.

—¡Mira, mamá nos manda esto! Parece empeñada en convertirte en un pavo para que tu familia te coma en Navidad —bromeó la morocha, hasta que se detuvo en seco, dándose cuenta de la expresión en la cara de su novio— ¿Pasa algo?

Y es que en ese momento lágrimas caían de los ojos de Phineas, totalmente dominado por la emoción de aquellas palabras tan dulces y con el peso de la culpa de haber sido tan ciego desde hacía tantos años. Rápidamente, él escondió la carta tras su espalda, al mismo tiempo que secaba con la manga del suéter su rostro. No se dio cuenta que una pequeña grulla de papel caía del sobre, el mismo pajarito de origami que salía mencionado en la carta.

—Nada —él trató de decir, hallándose traicionado por su voz quebrada— Yo solo estaba…

—¡Maldito polvo! Lo que te hace hacer, ¿no? —dijo Isabella, dejando la bandeja a un lado y tomándolo de la cara para darle un besito en la punta de la nariz. Si no fuese porque se estaba controlando bastante bien se hubiese echado a llorar en brazos de la chica ahí mismo como un niño chiquito.

—Sí, es una cosa de locos —trató de bromear el pelirrojo. Para sentir el corazón destrozado por la culpa su tono de fingir demencia había sonado bastante convincente.

—Sabes, hablé con mamá un momento y prometió que puede cubrirme unas horas antes que llegue papá de la oficina —ronroneó la estudiante, haciendo círculos en el pecho de su amado.

En otra oportunidad ese gesto tan sexy habría desarmado totalmente a Phineas, volviendo cada fibra de su ser lava ardiente, pero estaba demasiado triste como para tomarlo de esa manera.

—Oh, eso parece estupendo… —dijo el chico en voz baja.

Animada, ella lo guio de la mano hacia la salida, no sin antes de meter en un bolsito la comida que le había preparado Vivian además de despedirse de su madre, fue entonces cuando el pelirrojo aprovechando de que su amada se encontraba guardó la carta en uno de los bolsillos de sus pantalones. A la universitaria no se le cruzaba por la cabeza que su novio estuviese llorando y mucho menos por ella. Él era Phineas Flynn, el inconmovible, ¿a quién se le ocurría que iba a llorar alguna vez?


CONTINUARÁ...

Chapter 2: Phineas Flynn, el (quizás no tanto) inconmovible

Notes:

¡Hola nuevamente! Hoy es un día especial, no solo porque es mi cumpleaños, sino porque es día de actualizar este fanfiction. Les agradezco los comentarios, la verdad me han hecho bastante feliz y tomo en cuenta las críticas que me hacen, tanto positivas como negativas.

Antes de comenzar les advierto que en este capítulo hay una escena sexual. No es explícita, fui bastante cuidadosa para que este fanfic siga siendo T. Espero no les moleste, pero es así como veo desenvolverse al phinbella siendo ambos mayores de edad. Para mí es natural que los personajes se deseen, qué quieren que les diga.

Este capítulo viene acompañado de una ilustración de mi autoría que espero les guste, un regalo de mi parte para ustedes.

En fin, ¡bienvenidos al capítulo dos!

Chapter Text

La parejita cruzó la calle Maple de la mano, Isabella con tanto entusiasmo que casi llevaba arrastrando a su novio. Phineas sentía la carta en su bolsillo como si cargase el peso del mundo, aun así, tranquilo que desde ahí la chica no tendría ni idea de lo que escondía a menos que ella misma se colocase a hurgar. Se disponían a entrar por la puerta principal de la casa del chico triángulo cuando este frenó de golpe.

—¿Phineas? —dijo la muchacha con extrañeza.

—Será mejor que entremos por el patio, ¿te parece?

Se dirigieron al estacionamiento de la vivienda, donde se encontraba la entrada de la valla. La morocha notaba que Phineas se encontraba nervioso.

—¿Estás bien? —la joven preguntó genuinamente preocupada.

—No quiero que mamá venga con esos ridículos sermones sobre no cometer los mismos errores como ella y Candace.

—Ah… —Isabella rio por lo bajo— No veía capaz a tu madre de dar charlas vergonzosas sobre “las flores y las abejas” como mis papás.

Atravesaron el patio cuidando no los viese nadie desde las ventanas ni hacer demasiado ruido pisando la nieve. Se detuvieron bajo el manzano, para luego el muchacho agacharse hurgando algo en el suelo.

—¿Cómo vamos a entrar desde aquí, Phineas?

Él no respondió porque justo encontró lo que buscaba: una cuerda y un gancho de hierro.

—Listo. Con esto podremos subir a mi cuarto sin dificultades.

—¿A tu cuarto? —Isabella se sonrojó. No era la primera vez que visitaba en su casa a su chico triangular, varias veces se habían juntado para sus aventuras como mejores amigos o para hacer tareas escolares. No era tampoco la primera vez que estaban a solas en un dormitorio, acababan de estarlo en el de ella hace unos minutos, pero jamás había estado en la habitación de Phineas, del cual solo sabía que compartía con su hermano cuando vivían juntos. Sentía que era una invitación a conocer el santuario privado de su enamorado.

—Claro —contestó el chico— ¿Harías los honores? Eres buena haciendo nudos.

Halagada, Isabella hizo un fuerte nudo con la cuerda aferrándola firmemente en el gancho, para luego entregárselo a su novio, rozando su mano.

—Tienes las manos muy frías… —advirtió la chica.

—No es nada —dijo él. Mentía. El leve tacto de su amada lo había hecho ruborizar tanto como ella, pero concentró sus pensamientos en entrar lo antes posible. Luego que Isabella lo atase de la cintura con el otro extremo de la cuerda, hizo girar el gancho por encima de su cabeza para lanzarlo hacia la ventana de su cuarto en el segundo piso, que se encontraba abierta, aferrándose contra el marco. Jaló de la cuerda, asegurando el agarre.

—¿Vienes? —invitó Phineas, ofreciéndole su mano. Confiada, la morocha la aceptó, para luego sentir el brazo del amor de su vida en su cintura. Ella se aferró a él con firmeza. Estaban tan cerca y sus cuerpos pegados de tal manera que podían sentir en sus caras el cálido aliento del otro, inflamando sus deseos.

—Quién diría que al inocente Phineas Flynn le gustarían las sogas apretadas —dijo Isabella con voz coqueta.

—No sé de qué estás hablando…

—Eres un mentiroso, my crumb cake. Desde aquí siento lo mucho que me deseas…

Sabía perfectamente a lo que ella se refería, pero no quería pensar en eso. Todavía tenía frescas en su corazón las palabras de la carta, como una leve amargura en medio de sus apetitos, lo que lo hacía sentir patético. A la par, los novios treparon por la fachada trasera de la casa, con el esfuerzo de ambos y las habilidades físicas de Isabella lograron llegar sin dificultades a la ventana.

Phineas se aseguró de que su amada entrase primero a la habitación, para posteriormente seguirla. Exhausta, Isabella se desplomó en la cama con frazadas violeta, atraída por el bonito color. Desde allí la morocha se comió lo que veía con los ojos: Las paredes azules, el cielo raso celeste con nubes blancas pintadas, una cabina telefónica británica, el gnomo de un rincón, el enorme moai en el otro, estanterías con libros y una pecera. Al otro lado del cuarto había un bote inflable amarillo preparado como una cama, el cual en un costado decía “SS. Phineas”. Había muchas cosas en el dormitorio, varias de ellas que decían a gritos “Propiedad de Phineas Flynn”.

—Eh… Isabella —trató de decir el pelirrojo con inseguridad— Esa cama es…

A pesar del cansancio, la chica no perdió la oportunidad y, en un movimiento hábil, agarró a su novio de los hombros para arrastrarlo junto a ella. La boca de la morocha contra la suya no le permitía emitir palabra alguna, más allá de vez en cuando de algunos gemidos cuando ambos tocaban los lugares más sensibles del cuerpo del otro. A Phineas casi no le importó faltarle el respeto a la cama de su hermano, poco a poco estaba olvidando ese inconveniente, no se habían sacado todavía ninguna prenda cuando escuchó un ruido de plástico aplastado bajo la almohada en medio del movimiento.

—¿Eh? —dijo Phineas, todavía jadeando. Revisó el interior de la almohada, para encontrar una bolsa de plástico. Al revisar su interior, había varias docenas de paquetes de preservativos, en múltiples variedades: desde normales a algunos que decían “extra fino” y “texturizado”. Adentro de la misma bolsa había un papelito con una nota escrita de puño y letra que el pelirrojo conocía perfectamente. El chico la leyó voz alta: “Querido Phineas: Sé que vas a ser el primero que llegue las próximas vacaciones, así que considera esto un regalo de Navidad adelantado, cortesía de mi reserva privada. Tu hermano: Ferb. PD: ¡Vayan a la otra cama a coger, par de calenturientos!" ¡Maldita sea! ¿Cómo podría saberlo…?

Isabella lanzó una carcajada, con la cara totalmente colorada. Aquella reacción aligeró la vergüenza.

—¡Ferb nos conoce demasiado bien! —comentó la muchacha, todavía entre risas.

—Él se fue una semana antes del comienzo de clases, esto estuvo meses aquí…

Juntos, se dispusieron a levantarse de la cama y arreglarla lo mejor posible.

—No hay manera que quede como estaba antes —dijo Phineas, estirando las sábanas— ¡Ferb sabrá que nos acostamos en su cama!

—Relájate, Phineas, si tu hermano puso esa nota es porque estaba seguro de lo que pasaría.

Al chico triángulo no le quedó otra que darle la razón a su novia. Terminando de ordenar como pudieron, se acomodaron en la cama de bote al otro lado de la habitación. A Isabella le pareció mucho más bonita y suave que la anterior.

Se quedaron ahí, abrazados sobre el cobertor celeste, disfrutando su compañía en silencio unos minutos, hasta que Isabella fue la primera que habló:

—No sabes lo feliz que me haces enseñándome tu habitación. Era un lugar que solo me atrevía a imaginar en mis fantasías. Estar aquí a tu lado, me hace pensar lo mucho que me queda aún por conocer de ti.

—¿Ah sí?

—Ajá… es decir… nos conocemos desde que somos niños y cualquiera diría sabemos más que suficiente el uno del otro. Quiero conocerte más… —ella lo besó en los labios, al mismo tiempo que aventuraba a tocarlo más allá de la espalda baja— Y quiero tocarte con el mismo cariño que dedico a todas las cosas que me gustan…

“Quiero que me de toques con el cariño que dedicas a todas tus creaciones” resonó aquella oración de la maldita carta en la cabeza de Phineas con la fuerza de un martillo contra una campaña. No quería volver a llorar, no acostumbraba a hacerlo, más que nada porque no le nacía y ahora no podía desmoronarse ahí, no frente a Isabella después de haberla hecho sufrir tanto, lo que le faltaba era seguir haciéndola sentir mal.

Estaba tan triste y la deseaba tanto… ¿podían coincidir ambas emociones al mismo tiempo?  Sabía que a la Isabella del pasado le hubiesen bastado mimos y que él le hubiese robado uno que otro piquito inocente. Varias veces habían hablado de cómo a partir de los 10 años un sueño recurrente tenían en común y era el haberse besado antes de que un resplandor blanco bañase la escena. Pero la Isabella que tenía delante era una mujer hecha y derecha cuyos apetitos eran mucho más amplios que unos cuantos besos y abrazos. Tomó el rostro de la muchacha y la besó con dulzura, haciendo bailar su lengua en la boca de ella al mismo tiempo que se colocaba encima de ella, estrechándola contra sí. Pocas veces tomaba el control. Era extraño sentir ansiedad cuando era capaz de manejar herramientas peligrosas y vehículos todo terreno. Era más sencillo cuando Isabella manejaba la situación, al final ella era quién mejor conocía su cuerpo y la mejor manera de complacerla la sabía la muchacha ¿Y él? Pues le gustaba todo de ella, tanto por dentro como por fuera. No era la primera vez que él se atrevía a ser más dominante en la cama, pero sentía esta vez la necesidad de hacerla feliz, aunque fuese entregándose en cuerpo y alma.

Bajó su boca, a lo largo del cuello de Isabella, sintiéndola estremecer entre sus brazos.

—Mi miel… —dijo Phineas en voz baja, concentrándose complacerla. Hace meses que había descubierto que esa manera de llamarla la derretía como si fuese una palabra mágica, y la usaba solo en momentos como este.

—Oh Phineas… —murmuró la morocha entre suspiros de placer. Quería tenerlo lo más cerca posible, respirando su esencia de confianza y aceite de motor— Te necesito tanto…


Phineas se levantó de la cama, dejando a Isabella tomando una pequeña siesta. Al muchacho la cabeza le daba vueltas, no sabía si por la fatiga, la satisfacción física o la autocomplacencia de haber hecho feliz por un ratito a la persona que más amaba en el mundo. Se vistió apenas con un bóxer y su suéter para abrir la puerta a la puerta con intenciones de ir al baño a buscar un vaso de agua.

—¡Tío Phineas!

Dio un portazo. Segundos después sonó contra la puerta unos suaves golpecitos.

—¡Estaba escuchando que tú y tía Isabella estaban haciendo mucho ruido jugando! ¡Y yo también quiero jugar! —se oyó la aguda vocecita de su sobrina— ¡Los abuelos les mandan leche y galletas para merendar!

—Amanda, por favor no entres—suplicó Phineas desde el otro lado— Tu tía Isabella está durmiendo.

—¡Abuela! —gritó la niña. Era increíble lo mucho que podía parecerse su tono de voz al de su madre cuando lo hacía— ¡Los tíos no quieren jugar conmigo!

—¡Phineas, ven con Isabella y pasen un poco el rato con Amanda! —dijo Linda desde el primer piso. Hubo una pausa de algunos segundos— ¡Y limpien cuando terminen!

Con desgano, el chico triangular se dirigió a su cama bote, donde su queridísima novia totalmente desnuda y con el pelo hecho una bola enmarañada roncaba pegada a la almohada, durmiendo de costado en una pose extrañísima. Bajo la frondosa cabellera, Phineas pudo advertir un leve rubor en el rostro de la chica que se le antojaba comestible. Él se arrodilló a su lado, admirando cómo su amada podía ser capaz de dormir en una posición tan incómoda, hasta se sintió mal de tener que despertarla.

—Mielcita… —susurró el pelirrojo, pellizcando suavecito sus mejillas. Ella escondió la cara bajo un brazo, quejándose.

—No… —remoloneó la morocha—Ven aquí… te extraño…

Phineas rio bajito. Parecía que iba a tener que usar otros métodos para hacer que su sirena se bajase del bote. Pasó una mano bajo la colcha azul cielo, deslizándola con suavidad desde el hombro desnudo de Isabella, pasando por sus costillas para seguidamente bajar hasta sus caderas. La oyó ronronear ante su tacto, entonces se atrevió a hundir los dedos en su vientre, moviéndolas de manera frenética provocándole cosquillas.

 —¡No! ¡Para! —gritó Isabella entre carcajadas. Su novio no paró, acompañando la risa de su amada con la suya.

—¡Esto es lo que pasa cuando…!

De pronto, una de las piernas de la morocha se alzó, dándole de lleno con el pie en el rostro. Phineas cayó al suelo, aturdido con la nariz torcida hacia un lado, mientras Isabella se tocaba la planta del pie, adolorida.

La muchacha dejó de prestarle atención a su lastimadura al ver al chico triángulo tirado en el piso.

—¡Phineas! ¡Perdóname! ¿Estás bien?

El pelirrojo se enderezó, con la nariz todavía chueca.

—Estoy bien—dijo con voz nasal, mientras se acomodaba la cara. Emitió un pequeño quejido cuando puso su nariz en su lugar— Valió la pena.

En el primer piso, Linda y Lawrence con la mesa ya lista para merendar se miraban el uno a otro preocupados al haber escuchado tanto alboroto proveniente de la habitación del menor de los Flynn-Fletcher. Su nieta acababa de llegar, sentándose en una silla cruzando los brazos con aires de resentimiento.

—Claramente trató de despertarla —comentó Lawrence con voz casual.

—¡Los tíos Phineas e Isabella son unos egoístas! —rezongó Amanda— ¡Se divierten sin mí!

—Paciencia mi niña —la tranquilizó su abuela.

No tuvieron que esperar muchos minutos, cuando vieron aparecer a los novios bajando las escaleras. En cuanto a vestimenta estaban bastante decentes, aunque Isabella todavía llevaba el pelo a medio acomodar. Había tratado de peinarlo antes de salir del cuarto de su novio, pero luego de haber roto tres peines que le había prestado Phineas se rindió de intentarlo.

—Hola seño… Linda y Lawrence —saludó la joven universitaria, algo acongojada. Temía haber hecho un papelón. Colocó su bolsito en la mesa, vaciando su contenido— Mamá manda algunos tamales y postres para compartir.

—Aww, querida, no tenía porqué… —agradeció Linda.

—Nunca está de más traer algo —dijo Isabella, sentándose en la silla que Phineas le ofrecía.

Justo en ese entonces, escucharon un vehículo estacionarse afuera.

—¡Mamá! —chilló Amanda, corriendo hacia el recibidor.

—Dios mío, esta chica reconoce las ruedas de cualquiera en todo el barrio —comentó la abuela, para luego mandar a su marido a abrirle la puerta a su hija mayor.

Phineas e Isabella vieron con ternura como la chiquilla se lanzaba a los brazos de Candace, quien al tener a su pequeña consigo se dispuso a comerle la carita a besos.

—¡Hija mía! —Linda abrazó a la abogada mientras se disponía a besarla con la misma intensidad que Candace lo había hecho con su propia hija.

—¡Mamá! ¡Por Dios! —Candace forcejeaba tratando de librarse del agarre de su madre— ¡Isabella va a creer que tengo la misma edad de Amanda!

—Tú siempre vas a ser mi bebita, aunque tengas las mismas canas y arrugas que yo…

—Ni siquiera tengo un cuarto de siglo para que me digas eso! ¡Me avergüenzas frente a los chicos!

Entre los mimos de Linda, Candace pudo ver cómo Phineas luchaba por aguantarse la risa. Aquello la llenó de una sed de venganza a la cual le sacaría provecho apenas tuviese la primera oportunidad.

—Llegas justo para merendar —comentó Lawrence.

—Solo les acepto una taza de café y lo que sea que haya traído Isabella, la mano de Vivian en sus postres se puede oler desde el estacionamiento y estoy muerta de frío —iba diciendo Candace mientras su padrastro le servía café y Linda le daba un trozo de strudel de manzana. La abogada dio un largo sorbo mientras observaba de reojo cómo Isabella se peinaba nerviosa con las manos, hasta que de golpe su cabellera rebelde volvió a su forma esponjada, resistiéndose a ser domada— Lindo pelo, cuñada. Veo que se divirtieron bastante.

Phineas iba a responder, entonces Isabella le tapó la boca poniendo el dedo índice en sus labios.

—Seh —dijo la morocha con voz inocente, aceptando a Amanda que le pedía que la cargue— Al menos nosotros nos cuidamos.

Candace reaccionó ahogándose con su bebida caliente, tosiendo sin apenas respirar. Lawrence le tuvo que dar algunos golpecitos en la espalda para que ella recuperase el aliento, mientras Phineas le acariciaba la pierna a su novia, festejándole el comentario.

—Bueno… —la mayor de los hermanos Flynn se levantó de la mesa, juntando toda la dignidad que le quedaba— Tenemos que irnos. Stacy nos invitó a Jeremy y Amanda a comer un asado en un restorán uruguayo. Vino de visita y quiere enseñarnos el chivito.

—¿Esas no son como los sánguches de milanesa que hacen en Argentina? —preguntó Phineas con curiosidad.

—Shh… si llegas a ver a Stacy no se lo menciones. Se va a enojar.

—¡No quiero! —lloriqueó Amanda, saltando de los brazos de Isabella para dirigirse a enfrentar a su madre— ¡Todavía no pude jugar con los tíos!

—Oh mi niña… ¿no quieres ver a tu tía Stacy? Hace mucho que no la ves y ella siempre te trae regalos, como esa vez que te trajo un souvenir del Obelisco de Montevideo.

—¿Uruguay tiene Obelisco? —habló Lawrence.

—Es una larga historia.

La pequeña empezó a llorar. Los gritos eran tan estridentes que todos alrededor de la mesa se encogieron. Candace acariciaba a la niña tratando de calmarla, Isabella escondió la cara en la mesa mientras Phineas se tapaba los oídos.

—¡Te prometo que jugaremos mañana! —dijo el pelirrojo, suplicante— Por favor, no llores…

—Sí, Mandy. Mañana puedes venir a mi casa con tu tío y haremos cosas los tres —le propuso Isabella, cargando nuevamente a la pequeña al mismo tiempo que la mecía— Lo mejor será que vayas con tu mami. Tía Stacy quiere verte y seguramente te extraña. Hazlo por ella… hazlo por mí.

Isabella le dedicó la mirada más adorable que pudo, la que muchas veces usaba para engatusar a su novio para hacer lo que ella quería. La chiquilla comenzó a tranquilizarse, arrullada por el dulce tono de voz de la morocha, quien tarareó una linda melodía lenta y repetitiva que hizo que Amanda quedase dormida en un santiamén.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Candace cuando Isabella le entregó a su niña.

—¿Esto? Pues… lo aprendí en las exploradoras para ganarme el parche de consolar a un pollito bebé. No sabía que funcionaba en crías humanas, así que lo intenté y salió.

—Vaya, eres buena. Dejaste a Amanda como un tronco. Será mejor que tengas cuidado con Isabella, Phineas. Quizá un día se le pase la mano si llega a hacer esto contigo y no despiertes más.

Phineas se encogió con las mejillas coloradas, más que nada por la idea de Isabella hechizándolo con sus grandes ojos azul oscuro, de pronto no le pareció tan malo morir si era de esa manera.

Cuando ya se hubieron despedido de Candace y la parejita ayudó a levantar la mesa, la morocha anunció que lo mejor era que volviese lo más pronto posible a su casa.

—¡Pero Isabella, todavía nos quedan algunas horas para estar juntos! —comentó Phineas, decepcionado.

—Aww no puedes vivir sin mí —dijo la muchacha, tomándolo con una mano de la barbilla. Tocarle ahí sedaba al instante a su chico triángulo— No, en serio. Mamá solo me cubrió por unas horas y ahora que aún hay tiempo debo regresar para terminar lo que todavía falta por ordenar en casa.

—Si quieres me quedo contigo un poco más…

La chica dudó unos segundos antes de contestar:

—No nos arriesguemos a que papá te vea en casa. Aunque te conozca de toda la vida, ya sabes… no se acostumbra todavía que estemos juntos.

Muy a su pesar, Phineas tuvo que dejarla ir ese día nuevamente. La acompañó hasta la puerta de la casa de ella. Allí, aprovechando la oscuridad del anochecer invernal y que los muros de la vivienda los escondían de miradas curiosas, el pelirrojo le robó un beso, aferrándose a Isabella con la angustia de saberse lejos de ella otra noche más.

—Phineas… —murmuró la morocha, temiendo que su madre los descubriese tan cariñosos— Cualquiera diría que no nos volveremos a ver nunca más.

—Pues eso casi pasa hace uno meses…

Él había dicho aquello de manera casual, aunque no es que no fuese un recuerdo doloroso para sí mismo. Sin embargo, para su horror vio como los ojos de Isabella se llenaron de lágrimas.

—¡No! —Phineas la abrazó, tratando de consolarla— No quise…

—Soy una tonta… —dijo la muchacha con voz quebrada. Se apartó de su amado, quien sintió su corazón romperse al ver cómo su chica se secaba una lágrima furtiva— Todavía no me hago a la idea de que estamos juntos. A veces siento que estoy en un sueño y que voy a despertar en mi cama sola, sin que estos maravillosos meses hayan sucedido.

—¡Pero fueron reales! —al mismo tiempo que Phineas decía estas cosas, recordaba otra frase de la carta: “… un amor tan real como el que siento por ti”. Fue como si la misma Isabella desde el pasado estuviese jugando con corazón, como la niña traviesa que había sido— Todo fue real ¡Mi amor es real!

Aunque solía hablar mucho y a menudo tener cosas ingeniosas para decir, respecto al romance era un incompetente absoluto. Sabía que desde que eran formalmente novios no solía decirle abiertamente a Isabella que la amaba. Prefería demostrar sus sentimientos a la mujer de su vida a través de acciones, y aquella frase era demasiado especial para desgastarla repitiéndola a cada momento, además adoraba el efecto de unas palabras tan simples hacían en la cara de la morocha, casi como si fuesen un conjuro: con el rostro de su querida novia en sus manos, la vio ruborizarse en tiempo real, con la boca entreabierta su cálido aliento le daba a él en la cara y sus ojos se dilataban de una manera exquisita. Volvió a besarla, esta vez con ternura y ella correspondió ese gesto acariciando su nuca. Podrían haberse quedado así toda la noche, pero Phineas tuvo el suficiente autocontrol para dejarla ir.

—Así que… te veo mañana —dijo el pelirrojo, casi temiendo que nunca volviese a ser de día de nuevo.

Isabella rio, divertida de ver a su novio tan ansioso.

—Esta vez es una promesa —le aseguró la joven.

Phineas se dirigió a su casa, tan embobado que no se dio cuenta que a mitad de la calle había deslizado sus manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones. Desconcertado, sintió el crujir de un papel en uno de ellos, entonces recordó que todavía llevaba la carta consigo y que no había tenido oportunidad de dejarla en su lugar.

—Oh no… —se dijo el chico triángulo para sí mismo, con el peso de la culpa en el pecho— Tengo que devolver esto como sea…


Minutos más tarde, Isabella entró a su cuarto para seguir con el aseo pendiente. Había todavía bastante por ordenar, pero creía que para la hora del regreso de su padre ya estaría todo hecho. Sin embargo, antes de comenzar a acomodar cualquier cosa notó una canastita de las que tenía bajo la cama se encontraba sobre el escritorio. Si bien había pasado mucho tiempo sin verla, no era algo que acostumbraba a estar fuera de su lugar. La abrió, avergonzándose de su contenido que le recordaba sus sentimientos infantiles por Phineas y, si bien parecía no faltar nada revisando de manera superficial, un extraño sentimiento de angustia la invadió.

—¡Mamá! —llamó Isabella— ¿Entraste a mi habitación hoy?

—¡Sí cariño! Quise adelantarte un poco el trabajo —contestó Vivian. Y era verdad. Horas antes había entrado para sacar el polvo de los muebles restantes. Pero más allá de eso no había hecho nada más. Aún así, Isabella se quedó tranquila. A simple vista no había nada diferente y siguió ordenando lo que hacía falta, sin percatarse de que, debajo del escritorio, una pequeña grulla de papel yacía en el piso.


CONTINUARÁ...

Chapter 3: Amanda, la imparable

Notes:

Hola a todos, espero estén bien. Disculpen la demora, pero no he estado bien de salud últimamente. Cuando publiqué este fanfic por primera vez dije que iba a ser actualizado cada dos semanas, sé que no lo he podido cumplir. A estas alturas del año todavía no sé si lograré terminar esta historia para diciembre, pero les agradezco si siguen leyendo y aún más si dejan comentarios, me motivaría muchísimo.

Como compensación de tanto tiempo sin actualizar, les regalo este capítulo bastante largo y… ¡cuatro ilustraciones hechas por mí!

Sin nada más que agregar, ¡EMPECEMOS!

Chapter Text

Para suerte de Phineas, esa noche no hubo sueños, ni buenos ni malos. Se fue a acostar temprano, con la esperanza que comenzase un nuevo día lo más pronto posible, y con este, viniese otra oportunidad de ver a Isabella.

La morocha sabía muy bien a que hora exactamente se levantaba su novio. Su rutina diaria la conocía bastante. Él solía despertarse por sí mismo mientras a ella para levantarla se requería un despertador potente. Esa mañana madrugó, y abrigándose lo suficiente, aunque solo estaba a unos pasos de la casa de su triángulo amado, se dispuso a salir cuando escuchó a Dan aclararse la garganta en gesto de reproche.

—¿A dónde va, señorita? —la regañó el hombre.

—Ay papá —rezongó la muchacha— No empecemos…

—Mientras estés en esta casa harás lo que yo te diga. Tienes que pasar tiempo con tu madre los días que estés aquí, que ya bastante la tuve que aguantar extrañándote cuando te fuiste a la universidad.

—¡Nunca tuviste problema que lo fuese a ver cuando éramos niños! Los dos sabemos que todo esto lo haces porque no puedes soportar la idea de que esté de novia con Phineas. Además, si quieres que te deje tranquilo, volveré pronto porque les prometí a él y a su sobrina pasar el rato en mi casa.

—¿En serio? —el señor García-Shapiro se rascó la barbilla— Pues…

—¡Qué lindo mi niña! —celebró Vivian totalmente entusiasmada— ¿Por qué no me dijiste antes? Ahora voy a tener que preparar comida para recibirlos. Pobre Amandita, siempre que la veo está tan delgada como su madre cuando tenía su edad. Me cansé de hablarle a Linda hace años dándole consejos acerca de la alimentación de sus hijos…

Isabella no es que estuviese desesperada por la bendición de su padre, pero tampoco era su intención lastimarlo. Ella lo amaba tanto como a su madre y a Phineas mismo, pero estaba harta de ceder a sus caprichos. Aun así, tenía fe que tarde él aceptaría su noviazgo, así como siempre lo había hecho Vivian, desde que el pelirrojo y su hijita habían sido nada más que buenos amigos.

Cuando la morocha llegó a la casa de los Flynn-Fletcher ya se encontraba Amanda. Candace la había ido a dejar antes, excusándose de no quedarse a desayunar con sus padres debido a una reunión de último minuto en el buffet de abogados. Según sus cálculos, faltaba poco para que Phineas despertase, entonces se le ocurrió una idea.

Linda no era ninguna ingenua. Si bien se había hecho la tonta el día anterior respecto a la parejita jugueteando en la misma habitación, prefería mil veces que lo hicieran bajo su techo que en un motel de mala muerte, mientras fuesen precavidos. Aun así, sintió alivio cuando la joven le pidió permiso de ir a despertar a Phineas junto a su nieta.

Entre risitas, Isabella y Amanda se dirigieron al dormitorio del muchacho. Antes de abrir la puerta, la chica más grande le hizo un gesto de silencio a la pequeña pelirroja, rozando su dedo índice en los labios. Con el menor ruido posible, entraron.

Allí estaba Phineas, acostado en su camita bote muy tranquilo. Al contrario de su novia, él no era de hacer muchos ruidos entre sueños ni de moverse. Cuando dormía siempre lo hacía en la misma posición: boca arriba, bien tapadito y así se quedaba hasta segundos antes de que sonase el despertador. Era metódico tanto en sus hábitos nocturnos como diurnos y eso Isabella ya lo sabía bien. Evitando distraerse viéndolo dormir, la morocha se dirigió hacia la estantería de la habitación, sacando con ayuda de Amanda varios libros, para luego apilarlo junto al chico triángulo.

Ya habiendo colocado una buena cantidad que casi llegaba hasta el techo, Isabella cargó a la chiquilla para ubicarla en el tope de la improvisada estructura. Era lo suficientemente firme para aguantar su peso ligero y todavía quedaban unos segundos antes que Phineas abriese los ojos. La joven asintió a Amanda como señal de que hiciese lo que habían acordado, entonces la pequeña saltó, para caer de lleno en la panza de su tío.

Phineas despertó por fin, tratando de recuperar la respiración, mientras su novia y sobrina estallaban en carcajadas.

—¡Ustedes dos juntas son un peligro! —gritó el pelirrojo, con la mano agarrándose el pecho.

—Hubieses despertado más temprano, tesoro —dijo Isabella, con los brazos cruzados— No puedes quejarte esta vez. Vine temprano y qué mejor que empezar el día junto a dos de las mujeres más importantes de tu vida.

—¿Pueden darme unos minutos? Aunque si tú quieres Isabella puedes quedarte…

—Sabes lo mucho que me gusta remolonear contigo, Phineas. Pero no creo que sea justo para con Amanda seguir posponiendo nuestra cita de hoy—la morocha decía esto pellizcándole una mejilla a la niña, haciéndola reír— No creo que aguante sin nosotros 5 minutos luego de la promesa que le hicimos ayer. ¿Acaso quieres ver triste esta linda carita?

La chiquilla trató de imitar la mirada que le había dado su tía el día anterior para tranquilizarla y si bien le faltaba mucho para copiarla a la perfección, hizo una expresión lo bastante convincente para engatusar a su tío, más divertido que persuadido.

—Ustedes ganan, no me puedo negar a las chicas más adorables del mundo —dijo el chico triángulo, rodando los ojos. Amanda entre festejos corrió a abrazar a su tío, ante la mirada conmovida de Isabella. Le encantaba lo mucho que Phineas era querido por su única sobrina, inspirándole deseos que esperaba se lograsen cumplir en algunos años.


Lawrence se ocupó de abrigar a su nieta. Le puso tanta ropa que parecía un paquete a punto de reventar, enfundada en una casaca lila. Ya listos, los abuelos despacharon a los novios con la pequeña.

Phineas estaba tan tapado como Amanda. Había temperaturas bajo cero, el clima era mucho más helado que otros días y él durante esa etapa del año trataba siempre de estar en movimiento para no sentir tanto el frío. Odiaba el invierno. Muchos no lo notaban porque el muchacho no acostumbraba a expresar su descontento, además que se la pasaba en movimiento haciendo cosas para entrar en calor. Si no fuese por Navidad y las dos semanas de receso se habría vuelto loco hace mucho.

El pelirrojo llevaba el sobre rosa en uno de sus bolsillos, sintiéndola como si ardiese bajo la tela. O quizá eran los ojos dulces de Isabella cuando cruzaban miradas los que le hacían creer que pronto entraría en combustión lenta. Si le preguntasen, no habría sabido decir si lo que había en su panza eran mariposas o sus tripas haciéndose un nudo por saberse en cualquier momento descubierto con la maldita carta. Con suerte, pronto esta estaría bien guardadita en la canasta, donde nunca jamás debería haber salido.

Mientras desayunaban bagels, cortesía de Vivian, Phineas planificaba cómo entrar al cuarto de Isabella.

"No puedo entrar así como así. Sería raro" pensó el chico triángulo. El dormitorio de su novia daba a la fachada de la casa y en pleno invierno no acostumbraba a estar abierta para otra cosa que no fuese ventilar la habitación. La vivienda parecía tener un piso bastante sólido, atravesar el suelo no era una posibilidad, tampoco el techo. Tendría que distraer a las chicas y entrar a la manera tradicional: por la puerta.

—¿Tienes alguna idea, Phineas?

—¿Eh? —la voz de Isabella sacó al muchacho de su mundo interno. Desde que habían salido del hogar de los Flynn-Fletcher la morocha lo había notado bastante distraído y asumía que estaba pensando alguna de sus típicas grandes ideas.

—Pues…

—¡Hagamos un lago de chocolate caliente! —propuso Amanda. Mientras mordisqueaba su baguel su tía le había prestado algunos crayones de colores y papel, con los cuales se puso a dibujar. La pequeña mostró orgullosa el garabato que había hecho.

—¿Ese es tu plano, Amanda?

—¡Sip! Aquí está el río, con árboles de algodón de azúcar, casas de malvavisco ¡Y personitas de jengibre!

—Hmmm —dijo Isabella— ¿Tú qué opinas, Phineas?

—Nada mal —contestó él, revolviéndole el pelo a tu sobrina— Es una idea brillante. Prescindiremos de las personitas. Nos hacen falta moldes para eso.

—Aww, son adorables —les festejó Vivian— Me quedaría a ver todo lo que hacen, pero la cafetería necesita mi presencia. Las chicas están teniendo problemas para atender a los clientes.

"Una persona menos para distraer" pensó el pelirrojo. Aquello le venía como anillo al dedo. Mientras Isabella y Amanda se divertían, podría entrar a la casa bajo alguna excusa, devolver la carta y se acabó. Sería pan comido.


Para el mediodía, Phineas e Isabella ya habían rellenado la piscina del patio con varios litros de chocolate caliente de buena calidad. Árboles frondosos de algodón de azúcar rosa se mecían al vaivén del helado viento decembrino, con manzanas rojas confitadas que colgaban de ramas hechas de bastones de caramelo. Junto con Amanda, estaban terminando los últimos toques de un iglú con ladrillos de malvavisco, entonces llegó Buford Van Stomm, el ex bravucón del barrio, hoy prometedor estudiante de cine.

—¡Eh, par de tórtolos! —saludó el recién llegado— ¿No le van a decir hola a un viejo amigo o ya se olvidaron de mí?

—¡Buford! —dijeron al mismo tiempo Phineas e Isabella, acercándose para abrazarlo.

—¡Creí que estabas en Francia en un festival de cine! —comentó el pelirrojo.

—Estaba. Perdí contra un corto de un excusado musical tercermundista. Eso sí era arte. Parece que les sienta bien la vida de pareja… —contestó Buford, revolviéndole el pelo al triángulo mientras lo agarraba juguetonamente del cuello— No perdieron el tiempo ¿No son demasiado jóvenes para tener un rayito de sol como el que veo revoloteando por el patio?

—Muy gracioso, Buford —respondió la morocha, algo molesta— Sabes que es la hija de Candace.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! No soy tan ciego para darme cuenta que es idéntica a su mami. ¡No la veo desde que era una larvita! ¿No va a saludarme o es tan maleducada como sus tíos?

Isabella llamó a la pequeña, quien vino con una manzana de caramelo.

—Saluda al tío Buford, Mandy —le pidió la estudiante universitaria a la niñita.

Amanda miró al aspirante a cineasta de arriba abajo, mientras este le extendía la mano. Le parecía un hombre muy alto, algo intimidante, olía a tabaco por el ambiente bohemio en el que se movía, aunque le gustaba su pelo largo castaño oscuro hasta los hombros.

—Espero que traigas dulces. Nos faltan algunos para decorar la casita —contestó la pequeña desvergonzada.

—¡Amanda! —dijo Phineas, en tono de reproche— Perdón Buford, creo que fue demasiada azúcar por hoy.

—Oh no es nada, me gustan las niñas que saben lo que quieren. Además… —el castaño revolvió uno de los bolsillos del saco que estaba usando, hasta que sacó un paquetito— Tengo esto ¡Gómax! Es solo bravucones y veo que tienes potencial de ser una chica bastante brava. ¿Esto es suficiente para ti?

La pequeña entrecerró los ojos, con desconfianza. Isabella acarició su cabecita, a modo de darle permiso para aceptar el ofrecimiento. Entonces aceptó la goma de mascar.

—No tienes porqué comerlo ahora, dura varios días —explicó Buford.

—¿Cómo se dice, Amanda? —preguntó el tío de la niña.

—Gracias —murmuró la pequeña pelirroja, dando una ligera inclinación a modo de reverencia ceremoniosa. Sus tíos no evitaron dejar escapar una risita.

—¡Muy bien! —celebró Phineas, arrodillado a la altura de su sobrina, pellizcándole con suavidad una de sus mejillas.

—Y… ¿qué opinas, Buford? —dijo la joven universitaria, con un brazo extendido a lo que habían hecho, al mismo tiempo que le ofrecía a Buford una humeante taza de chocolate caliente.

—Pues… —el castaño bebió el espeso líquido, quedándole luego del trago un bigote marrón sobre los labios. Amanda quiso reír, pero sus tíos le taparon la boca, aguantando también las carcajadas. Les divertía el ver cuánto podría su amigo tener eso ahí sin limpiarse— Nada mal para ser el primer proyecto que veo de ustedes luego de meses, pero…

—¿Pero? —repitió el chico triángulo. Aunque sus ideas gozaban de una aceptación casi total, no podía evitar sentirse ansioso ante esa palabra.

—¿No creen que están siendo bastante egoístas con la pequeña Amanda? Pobrecita, todo este hermoso campo comestible y nadie de su edad con quién compartirlo. ¿No recuerdan lo unidos que éramos en el vecindario a la edad de ella?

—Si te refieres a cómo te entretenías haciéndole calzón chino a Baljeet y robando nuestras bicicletas… —comentó la morocha.

—¡Oye! ¿Vas a seguir teniéndome rencor por eso? Como sea…

—Buford tiene razón… —dijo el joven Flynn— Quizá Amanda tenga sus amigos en el barrio donde vive, pero cuando viene no conoce a nadie. Sé que hay algunos chicos de su edad en el vecindario que podrían ser muy buenos amigos de ella…

—Y yo podría convocar a las niñas de la tropa Chispitas para que la vayan conociendo y así ojalá sumarla como ingresante ¡Phineas, eres un genio! —agregó Isabella.

—¡Eh! ¡La idea fue originalmente mía! —se quejó Buford— Voy a tener que patentar mis ideas antes de compartírselas a ustedes.


Después de imprimir algunos volantes y convocar a la tropa Chispitas, fueron convocando a los vecinos de la cuadra puerta por puerta. Había niños en el barrio, aunque no eran muy adeptos a salir a jugar a la calle. Sus familias preferían que estuviesen en casa frente a alguna pantalla que pasando frío en pleno invierno o hablando con desconocidos. Pero al ver a Phineas, Isabella y Buford, jóvenes muy queridos en el vecindario y con una reputación intachable promoviendo una actividad tan sana como una quedada en el patio para entretener a la pequeña hija de Candace, pues muy pocos adultos pudieron negarse. Lograron reunir 15 chicos, más las 6 exploradoras de la tropa, eran 22 niños en total, sumando a Amanda.

—Y así es como se hace un perro salchicha —dijo Buford, disfrazado de payaso y mostrando orgulloso la figura que había hecho con un globo alargado. Niños lo observaban maravillados, mientras bebían cada uno chocolate caliente con algunos malvaviscos flotando en los tazones que les habían dado Phineas e Isabella.

—¿Me puedes enseñar a hacer eso? —preguntó un niño, luego de levantar la mano.

—¡Y a mí! —iban diciendo varios, más exigiendo que pidiéndolo.

—Eh… creo que voy a necesitar un poco de ayuda —se dijo para sí mismo el ex bravucón.

—Te ayudo —se ofreció Isabella— ¿Tú Phineas?

"Bingo" pensó el chico triángulo. Con su novia y su amigo ocupados de los chicos, la oportunidad estaba servida.

—¡Sí! Solo empiecen sin mí, entro un segundo. Tengo que ir al baño —dijo Phineas, rascándose una oreja. Más allá de ser un pésimo mentiroso cuando se trataba de su amada, ella no desconfiaba de él.

Rápido, el pelirrojo entró a la casa de su novia. Ya adentro y bien encaminado, se detuvo frente a la puerta del cuarto de Isabella. En un acto reflejo, metió su mano en el bolsillo donde guardaba la carta. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando descubrió que el sobre no se encontraba allí.

—Pero qué… —masculló entre dientes, hasta que se percató de una presencia ajena atrás suyo. Volteó temiendo que fuese Isabella, para ver con alivio (o quizás no tanto) que no era otra que Amanda—¿Cuándo…?

La niña tenía la carta en la boca, con una sonrisa pícara dibujada en ella. Ver a la pequeña, con los bracitos escondidos tras la espalda, tan inocente y vivaracha, más la expresión implacable de la chiquilla, una copia de la pasión obsesiva de su madre, Phineas supo que estaba condenado.

"Debió haberla sacado en algún momento que la cargaste" pensó el triángulo.

—Amanda… —la llamó él con la voz más dulce y sedosa que pudo— Mandy… dame eso, no es tuyo…

Casi como si fuese un labrador, la pequeña pelirroja se puso en guardia, para segundos después, veloz como una comadreja, escabullirse.

Mordiéndose la lengua para no maldecir frente a su sobrina, Phineas la persiguió. Corretearon por toda la sala de estar, Amanda casi tira abajo el candelabro con el fuego encendido, lo que habría sucedido si no hubiese sido por su tío quien alcanzó a agarrarlo y ponerlo en su lugar.

A veces, la chiquilla le hacía creer estar a punto de alcanzarla, para luego escurrirse de sus manos. Ella pegaba risitas, disfrutando la jugarreta, lo que exasperaba al muchacho.

En un momento, Amanda corrió atrás de un mueble y cuando su tío fue a mirar no la encontró. Al principio creyó que era otra travesura de la niña, revisando no vio nada. Se había esfumado. Desaparecido.

Buscó unos minutos en la estancia y en otros lugares de la casa y su sobrina seguía sin aparecer.

—Oh no… —dijo Phineas mientras escudriñaba debajo de los sillones — Isabella y Candace van a matar…

No había terminado de decirlo cuando Amanda cayó encima suyo. Había estado escondida arriba de la estantería de la sala de estar y, viendo al muchacho en el piso, saltó. Del impacto casi le había roto la espalda a su tío, además de hacerle golpearse la cara contra el suelo. Aquello lo dejó viendo estrellas unos segundos, hasta que sintió el ligero toque de un papel en su nariz. ¡Era la carta! La tomó y la guardó en su abrigo, justo cuando Isabella entraba por la puerta principal.

—¡Phineas! —gritó la morocha— Te tardabas y escuché ruidos, ¿sabes dónde está Aman…? Oh…

—Hola Isabella —saludó el triángulo, tratando de no quejarse del dolor. La joven sintió ternura al ver a su novio llevando de caballito a su sobrina. Casi se le antojaba una niña propia. "Todavía no. Todavía no" pensó.

—¡Arre, caballito, arre! —festejaba Amanda, agarrando algunos de los mechones de Phineas. Isabella se acercó a socorrer al improvisado corcel, cargando en brazos a la chiquilla.

—¡No, Mandy! ¡No lastimes a tu tío! Eso no se hace… —la retó Isabella— ¿Estás bien, Phineas?

El muchacho se levantó a duras penas, haciéndose crujir la espalda.

—S-sí… creo… —contestó él.

—¡Vamos afuera! Buford y yo te necesitamos. No damos abasto con tantos chicos y se están empezando a aburrir de hacer animalitos con globos.

Un poco más entero, Phineas le hizo caso a su novia. Amanda le dedicó a su tío una sonrisa, una expresión nacida de la mezcla entre la travesura y la inocencia. Más que a su hermana, por un segundo se reconoció a sí mismo en esa sonrisa tan autosuficiente.

No iba a cambiar de opinión: quería tener una niña así con Isabella. Algún día. Ojalá en muchos, muchos… MUCHOS años.


Cuando Phineas salió nuevamente al patio no esperaba que en tan pocos minutos hubiese llegado tanta gente: ahora había familias enteras haciendo fila para recibir un tazón de chocolate caliente de manos de las chicas exploradoras y más niños rodeaban a Buford, que estaba haciendo malabares con manzanas de caramelo y malvaviscos.

—Sé lo que piensas, pero no pude decirles que no a los que llegaban —explicó la morocha.

—¿Qué estás diciendo? —habló el triángulo— ¿Cómo le vamos a negar la hospitalidad al vecindario, y más aún en estas fechas?

—Sí, recordé nuestras aventuras y cómo tu patio estaba siempre abierto a cualquiera que quisiese divertirse con nosotros, pero…

—¡Eh! ¡Tórtolos! —los llamó Buford, ahora vestido de mago y haciendo trucos de magia con un conejo y una chistera— ¡Los chicos aquí se están empezando a aburrir y se me acaban las ideas!

Phineas se agarró la barbilla, inmerso en sus pensamientos. Su novia al verlo así aguardó esperanzada, sabía que en cualquier momento volvería en sí, trayendo consigo una de sus fantásticas grandes ideas.

Y no se equivocaba: El pelirrojo chasqueó los dedos, con los ojos iluminados y la sonrisa de autosuficiencia que tanto le gustaba a Isabella.

—¡Eso es…! ¡Ya sé lo que vamos a hacer hoy… por segunda vez! —dijo Phineas en tono triunfal.


A pocos días del solsticio de invierno, aquellos estaban siendo los días más cortos del año. A pesar que era bastante temprano, ya estaba anocheciendo y las nubes espesas del cielo no ayudaban a que se mantuviese por más tiempo la luz natural. Phineas había improvisado un pequeño artilugio lo más rápido posible: un proyector, cuya máxima virtud era emitir una luz potentísima cuya intensidad se podía regular. Ya estando medianamente listo, la gente empezó a rodear al joven Flynn, quien le estaba dando los últimos toques al artefacto.

—¿Crees que servirá? —preguntó Isabella.

—¿No confías es mí? Sabes que soy bueno con las manos.

—Vaya que sí lo sé… —la morocha dijo aquello con los brazos cruzados al mismo tiempo que rodaba los ojos. El chico triángulo sabía a lo que se refería con ese comentario, ante el cual no pudo evitar ruborizarse— Hablo en serio. Buford hizo un estupendo trabajo entreteniendo a los chicos, pero los niños de hoy se la pasan frente a una pantalla. Temo que lo que pretendes enseñarles no sea suficiente para ellos.

—Por eso mismo, Isabella. Espero conseguir con esto al menos despertarles la curiosidad de que se pueden hacer mucho con poco. Solo mira…

Phineas pulsó un botón y una luz potentísima salió disparada hacia el cielo. Phineas metió las manos dentro de una caja frente a la luz, proyectando la sombra de un conejo en las nubes.

—Wow —se escuchó un murmulló de asombro entre los presentes.

—¿Ven? Pueden darle la forma que quieran así —explicó el pelirrojo, esta vez mostrando la sombra de un tiranosaurio rex.

De pronto, un poderoso bramido acompañó la proyección. Todos reaccionaron horrorizados, aunque se recuperaron pronto al ver que quien había hecho tal sonido era Isabella, quien tenía en sus manos un megáfono.

—A la próxima avísame si quieres participar, casi muero del susto —dijo Phineas.

—No iba a dejar toda la diversión para ti solo, mi crumb cake —contestó la chica.

—Son tan cursis que me dan asco —comentó Buford.

—¡Déjame probar a mí! —exigió Amanda. Varios chiquillos se le unieron a pedir participar en el juego de hacer sombras con las manos.

—¡Claro! —aceptó su tío— Los demás hagan una fila y vamos pasando en orden. Un minuto cada uno y respeten su turno por favor, si quieren repetir se colocan al final.

Pusieron una pequeña silla frente al proyector para que se pudiesen subir los más pequeños, empezando por Amanda. Phineas le enseñó a hacer un gato con las manos, y cuando la niña tuvo más o menos dominada la figura, proyectó su sombra en las nubes. Isabella acompañó la silueta con unos maullidos bastante convincentes, lo que hizo mucha gracia a su novio.

La muchacha le dedicó la más amplia y sincera de sus sonrisas a Phineas, quien fue consciente que esta era la primera vez que la pasaban bien como en los viejos tiempos: haciendo realidad otra de sus grandes ideas y haciendo felices a los demás.

"Si tan solo estuviese Ferb aquí…" pensó el pelirrojo. Quiso despejar esa tristeza de su corazón, entonces volvió a recordar la maldita carta que todavía tenía en su bolsillo. "Ojalá Ferb estuviese aquí…" volvió a pensar "Él sabría qué hacer… siempre sabe qué es lo que hay que hacer…"

Phineas desvió la mirada de su novia, concentrándose en enseñarle al siguiente niño que le pedía que le mostrase cómo hacer la sombra de un perrito. El chico triángulo temía que sus ojos delatasen a Isabella lo que estaba sintiendo en ese momento.

Sin embargo, a pesar de haber sido bastante discreto, la joven García-Shapiro notaba que algo no andaba del todo bien en él.


Isabella en parte tuvo razón: los niños, acostumbrados a los estímulos de una pantalla, se aburrieron rápidamente, pero estuvieron entretenidos el tiempo suficiente hasta que varios fueron retirados por sus padres o adultos a cargo. Casi no había sobrado nada del campo comestible, y lo poco que había quedado fue repartido entre los presentes. Cuando todos los invitados se fueron, Phineas, Isabella, Buford y Amanda solo tuvieron que enjuagar la piscina de la casa para quitar los restos de chocolate y justo habían terminado cuando llegó Vivian.

—¡Uf! Vaya, en serio necesitaban de mi ayuda en el café —comentó la señora García-Shapiro— Lamento mucho haberme perdido la tarde con ustedes.

—No te preocupes, mamá. Nos divertimos bastante…

—¡Oh! ¡No te había visto Buford! Es un placer verte luego de tanto tiempo, querido… ¿no quieres quedarte a merendar?

—Muchas gracias, señora García-Shapiro, pero creo que tomé demasiadas tazas de chocolate y manzanas acarameladas por hoy. ¡Nos vemos otro día chicos!

El ex bravucón salió del patio, contento con una bolsa bastante generosa de varias golosinas que habían sobrado. Tampoco Vivian reaccionó extrañada que el joven estuviese vestido como payaso, pues era de conocimiento público en el barrio de sus inclinaciones artísticas. Aquello era preferible a que estuviese vestido de cupido semidesnudo en pleno invierno.

—Muy bien… ¿por qué no entran a jugar adentro? Amandita se va a pegar un buen resfriado si se sigue tomando frío aquí —dijo Vivian.

—Mamá, sabes que las enfermedades respiratorias no funcionan así…

—No me contradigas, jovencita. Sé muy bien de lo que hablo. Ahora háganme caso y entren.


Ya en el interior de la casa, Isabella puso una manta en el suelo de la sala de estar, donde se acomodaron los presentes. Vivian se les unió luego de ofrecerles de comer, gesto que rechazaron educadamente pues ya no les cabía más en el estómago luego de tantas golosinas.

—¡Bah! ¿Qué tanto habrán comido si no había mucho en esta casa antes que llegase? —se quejó la mujer.

—No tienes idea… —dijo Isabella, ahogando una risita.

—Hablando de ideas, ¿tienes alguna para hacer el rato que nos queda? —preguntó Phineas.

—Bueno, a esta hora mis padres y yo ya encendemos una de las luces de la janukiá y luego jugamos con el dreidel, pero papá todavía no llega del trabajo y no creo que le haga gracia que hagamos el ritual sin él, así que podríamos pasar directamente al juego.

Phineas reaccionó con entusiasmo al mismo tiempo que Vivian colocaba en el suelo el dreidel y algunas monedas de chocolate. Isabella era muy reservada respecto a las costumbres de su familia, así que cualquier oportunidad en la cual lo hacían partícipe lo tomaba como un regalo muy preciado.

—Propongo que hagamos el juego más interesante de lo que ya es —iba diciendo la señora García-Shapiro conforme iba —Las monedas de chocolate son los premios a ganar, pero podríamos establecer un sistema de castigos.

—¡Mamá! ¡No te creí tan maliciosa! —dijo Isabella entre risas.

—Solo para darle al juego un poco más de sazón, no queremos que sea la última vez que nuestros invitados jueguen con nosotros.

Transcurrieron los siguientes 5 minutos enseñando las reglas a Phineas y Amanda, aunque el primero ya lo conocía bastante bien al menos en la teoría, costó un poco más que la niñita aprendiese. Los tres mayores fueron pacientes hasta que la pequeña pareció agarrarle la onda al juego, al menos lo suficiente para ser una jugadora competente.

—Recuerden, deben ganar la mayor cantidad de monedas posible. Quien pierda la ronda debe cumplir una penitencia al azar de este mazo de tarjetitas —iba explicando Vivian— Los castigos son inapelables, pero descuiden, no son nada graves, nos divertiremos mucho a costa del perdedor.

—Supongo que estás listo para que te pateé el trasero, Flynn —amenazó Isabella.

—No puedo con una jugadora experimentada —respondió humildemente Phineas— Solo pido que no sean crueles con Amanda…

—¿Cómo voy a ser mala con mi sobrina favorita? Mira esta carita… —la joven acarició el cabello pelirrojo de la chiquilla.


La primera ronda la ganó Isabella y la perdedora fue Amanda. La joven universitaria agarró un buen puñado de monedas de chocolate, que resguardó celosamente en una bolsita estampada que tenía hace años para jugar con el dreidel. Phineas quiso evitar el castigo destinado a su sobrina, y solo se quedó tranquilo cuando su novia y Vivian le insistieron hasta el cansancio que este no sería excesivo para la pequeña.

—Amanda Johnson, tu penitencia será… —la voz de Isabella era solemne al leer la tarjetita— Saltar al mismo tiempo que golpeas tu cabeza y acaricias tu panza.

—¡Ay tía, pero eso es fácil! —rezongó la niña.

—¿Acaso quieres algo más complicado?

—¡No! ¡Ya lo hago!

Amanda se levantó y empezó a realizar el castigo impuesto, o al menos tratar de cumplirlo, porque aquello no era tan sencillo como parecía, y mucho menos para una infante con reflejos y movimientos apenas coordinados. En el intento, la pequeña tropezó con sus propios pies y cayó al suelo, afortunadamente sin hacerse daño. Madre e hija estallaron en carcajadas mientras que Phineas preocupado socorría a su sobrina, quien acompañó las risas de Isabella y Vivian con su alegre vocecita infantil.

—Phineas, por como tratas a Amanda a veces pienso que de tener hijos serías un padre bastante sobreprotector —opinó su novia mientras veía como el chico triángulo examinaba las extremidades de Amanda, asegurándose de que no estuviese lastimada.

—Le llega a pasar algo estando a mi cuidado, Candace va a matarme —respondió el muchacho pelirrojo.

—Me hace gracia que te preocupe que se haga daño con una penitencia inofensiva cuando hace unas horas estabas remodelando con ella un patio entero.

—Es distinto, estábamos usando cascos.


Las siguientes rondas fueron bastante predecibles: las ganadoras se fueron intercalando entre Vivian e Isabella, las cuales fueron acumulando una importante cantidad de monedas de chocolate, durante tres turnos Amanda seguía siendo la perdedora, la cual cumplió con entereza sus castigos correspondientes: caminar por la casa con un huevo en una cuchara al mismo tiempo que agitaba los brazos como una gallina, hacer una imitación de alguien de su familia (hizo una bastante elocuente de su tío Ferb, todo un desafío) y recitar los números de pi que se supiese de memoria (tuvieron que interrumpirla porque estuvo casi 10 minutos diciendo números sin parar y los presentes estuvieron de acuerdo que si la dejaban seguir adelante iban a estar un buen rato escuchándola). Sin embargo, para la cuarta ronda, el juego dio un revés al coronarse la pequeña pelirroja como la ganadora, dejando a Phineas e Isabella disputando el castigo por empate.

—Es un resultado interesante… —opinó Vivian, genuinamente asombrada— ¿Cómo resolveremos este problema?

—Creo que solo tenemos una manera de saberlo —la voz de Isabella era decidida, delatando su espíritu competitivo. Puso el dreidel en el medio— Si cae en Nun o Gimel gano yo, pero si cae en Hei y Shin ganas tú, Phineas. ¿Te parece justo?

El joven triangular asintió. Sumó su mano a la de su novia e hicieron girar juntos el juguete. Todos aguantaron la respiración, lo que no fue demasiado porque solo fueron unos segundos, pero a Phineas e Isabella les pareció ser una eternidad.

El dreidel cayó con la cara "Gimel" hacia arriba. Isabella pegó un gritito de triunfo al mismo tiempo que Amanda aplaudía con entusiasmo, mientras que Phineas gruñó despacio entre dientes. No es que quisiera empañarle la victoria a su chica ni tampoco verla perder, pero la derrota hasta en lo más pequeño tenía un sabor amargo.

—¿Haces los honores? —dijo el chico pelirrojo, acercándole la baraja de castigos a la joven García-Shapiro.

—Qué dócil eres, crumb cake. Cualquiera diría que te complace que yo tenga tu destino en mis manos —comentó Isabella, revolviendo el mazo con habilidad.

—No me importaría si eres mi verdugo…

—Estamos aquí, ¿saben? —dijo Vivian con voz burlesca.

—Ups… lo siento mamá —se disculpó la muchacha, con un ligero rubor en sus mejillas, el cual al verlo Phineas pensó que si no fuese por su suegra y sobrina se la habría comido allí mismo— ¿Listo para caer, Flynn?

Phineas adoraba cuando Isabella lo trataba así, como si estuviese a su merced y no tuviese escapatoria ante sus caprichos. Se sentía en un trance que ni se dio cuenta cuando su morocha ya había escogido la tarjeta con su castigo y se había perdido en sus ojos al punto de que no estaba atento a lo que decían sus dulces labios, lo único que sabía es que anhelaba besarlos con todo su ser.

Sus deseos fueron interrumpidos por un suave jalón en su ropa. Era la manito insistente de Amanda, impaciente al ver que su tío no reaccionaba ante su sentencia.

—Oh… —murmuró el chico triángulo, avergonzado— ¿Qué me estabas diciendo, Isabella?

—Ah no me hagas volver a repetirlo —se quejó la joven García-Shapiro— Pero no tengo problema de hacerlo, disfrutaré cada segundo de tu castigo. Tal vez si te muestro la tarjeta te quede bastante claro.

Isabella extendió el papel, con una astuta sonrisa dibujada en el rostro. Phineas tomó la tarjeta, leyendo su contenido.

—Vaya… oh… wow —atinó a decir el chico triángulo.

—Sin palabras, ¿no? ¿Tienes miedo, corazón?

—Para nada —contestó el muchacho con seguridad— ¡Hagámoslo!

—¿Qué opinan? —preguntó Vivian, no se habían percatado que la mujer se había levantado de su sitio e ido a otra parte. Volvió con un vestido violeta hermoso, acampanado de la cintura para abajo, cuya tela brillaba tenuemente por ser gasa cristal, en un efecto tornasolado que intercalaba entre el morado y un esmeralda oscuro.

—Dios mío, mamá —dijo Isabella acariciando la tela del vestido, maravillada ante su elegancia y suavidad— ¿Desde cuánto tienes esto?

—Oh, es uno de los tantos vestidos que teníamos reservados para momentos especiales de tu vida, mi niña. Este es el que se suponía iba a ser para tu noche de graduación, pero como decidiste no ir…

La chica hizo gestos con la mano para que su madre no siguiese diciendo más al respecto, pero ya era tarde. Aquel comentario había sentado a Phineas como una puñalada en el pecho, aún así, trató de fingir demencia.

—Habrías estado hermosa con él… —murmuró el chico triángulo.

Isabella le dio un beso en la mejilla, lo que lo tomó por sorpresa. Ese gesto le quemó la piel como si fuese ácido y derritiese en segundos todos los nervios de su sistema.

—Te quieres hacer el fuerte y eres un pésimo mentiroso, Phineas Flynn —dijo la morocha, terminando su comentario con una risita pícara— ¡Ahora a cumplir tu penitencia!

La muchacha por poco no agarra a su novio del cuello y lo fue empujando junto a Amanda hacia el baño. Lo metieron al cuarto casi a la fuerza y lo dejaron ahí solo con el vestido tornasolado violeta, dando un portazo tras su espalda y largando sonoras carcajadas.

—Bueno… —se dijo Phineas mirándose al espejo, con la prenda colgando de su brazo— Hagamos esto rápido… no es como si fuese la primera vez que lo hago…


Las tres mujeres aguardaban afuera. Pasaron los minutos y todavía el chico pelirrojo no salía de su encierro. Los cuchicheos divertidos entre ellas pasaron a las quejas por impaciencia. Isabella, preocupada por la demora de su novio, golpeó despacito la puerta.

—¿Todo bien? —preguntó la joven morocha.

—¡Sí! Temía equivocarme poniéndome esto y romperlo en el intento.

—Luego dicen que las mujeres tardamos demasiado arreglándonos —Isabella dijo esto entre risas— En serio, ¿qué tan complicado puede ser ponerse un…?

La muchacha dejó la frase a la mitad porque Phineas con timidez comenzó a abrir la puerta. Las presentes vieron ante sus ojos la figura esbelta del muchacho enfundada en la delicada prenda, si bien parecía bastante incómodo por su postura encorvada, el vestido no le quedaba para nada mal.

—Vaya… —murmuró Amanda con asombro.

—Me aprieta un poco de la cintura y la tela pica —se quejó el chico, rascando por encima del escote— ¿Cómo pueden estar horas usando esto?

—¿Cómo te atreves? —atinó a decir Isabella en tono de reproche.

—¿Disculpa?

—¿Cómo te atreves a verte mejor que muchas muchachas por ahí con un vestido?

—¿Qué pasa, Isa? ¿Estás celosa de tu propio novio? —se burló Vivian, agarrando a su hija de los hombros— ¿O es que te gusta esta faceta nueva de él?

—¡No estés de broma, mamá! —gritó Isabella, aunque su madre había dado justo en el clavo. Se sentía confundida al ver a Phineas en una apariencia tan femenina, si aquel hubiese su primer encuentro, habría reconocido que era la muchacha más linda que había visto en su vida. Tal pensamiento coloreó sus mejillas de un rojo tan vivo como el de la cabellera de su amado, quién notó la reacción de la morocha a pesar que esta había desviado la mirada, intentando que sus ojos no la delatasen.

Phineas rio. Era interesante cómo su novia parecía mucho más avergonzada por la situación que él mismo, parecía una oportunidad a la cual sacarle provecho.

—¿Qué pasa, Isabella? ¿Así que te gusta cómo me veo? —preguntó el chico triángulo, acercándose a ella— ¿Te parezco atractivo?

La joven García-Shapiro tapó sus ojos haciendo una pared con la mano, a pesar de tener a su pelirrojo peligrosamente cerca, casi acorralándola contra la pared. Amanda y Vivian se estaban desternillando de risa, lo que hacía que Isabella se pusiese aún más roja y Phineas por su parte aún más audaz.

—Bueno, para un poco que vas a convertir a mijita en un jitomate —dijo Vivian, al mismo tiempo que hurgaba en uno de los muebles del pasillo— Creo que podríamos hacer esto más interesante…

La mujer sacó un paquete bastante bonito color rosa, con un moño violeta parecido al de su hija.

—Oh… vaya mamá, gracias. ¿Crees que es buena idea que me des el regalo de Janucá para hoy ahora cuando…?

—¿Me crees tan tonta como para no acordarme de los chicos sabiendo que iban a venir? —respondió la señora García-Shapiro, al mismo tiempo que sacaba dos paquetes más de otro mueble.

Amanda chilló de emoción cuando recibió su regalo y fue la primera en abrirlo, como la pequeña impaciente que era. Sus ojitos se iluminaron cuando descubrió que bajo el papel lila que envolvía el presente había un set de frasquitos con glitter de múltiples colores y pegatinas holográficas de estrellas y corazones. La chiquilla empezó a saltar alegremente, desbordante de alegría y agradecimiento.

—¿Y ustedes? —preguntó Vivian, dirigiéndose a su hija y yerno— ¿No me van a dar el gusto de ver sus caras con los regalos que preparé? Hagan sentir joven a esta pobre anciana…

—No exageres, mamá, pero… gracias… —dijo Isabella y tanto ella como su novio comenzaron a abrir sus respectivos regalos, siendo el de Phineas envuelto en papel amarillo con triángulos y un lazo naranja. La muchacha silbó de admiración cuando tras abrir el paquete se encontró con un neceser de maquillaje— Oh mamá, es un lindo detalle.

—Nunca está de más para una dama un poco de color, ¿tú qué opinas, Phineas?

—¿Eh? Pues… yo digo que está hermosa así como está siempre, pero Isabella se ve genial con cualquier cosa que se ponga, entonces…

—Tienes un novio que te apoya en todo, mijita, tal vez demasiado…

Phineas vio con asombro como tras abrir su regalo había un hermoso poncho amarillo con líneas bermellón, turquesa y blanco crema. El chico triángulo, sin apenas pronunciar palabra producto de la admiración pasó su mano por la prenda sintiendo el suave tacto de la lana.

—¡Mamá! —gritó Isabella, dominada por la emoción— ¡Es precioso! ¿Cuándo…?

—¿Crees que me pasé estos meses llorando echada en la cama porque te extrañaba? ¡Por supuesto que no! ¡Estuve bastante ocupada en mis tiempos libres tejiendo este poncho para mi yerno favorito!

—Es tu único yerno…

—¡Exactamente! Lo mejor para el novio de mi niña…

—Muchas gracias, señora García-Shapiro… —empezó a hablar Phineas, en un hilillo de voz, la cual apenas le salía de la garganta. Siempre se había sentido cómodo construyendo cosas para los demás, pero no sabía cómo reaccionar cuando recibía algo él— La verdad no sé cómo agradecerle…

—En primer lugar, olvida las formalidades. Segundo, ¡póntelo que con ese vestido debes estar muerto de frío! Y tercero… la mejor manera de agradecerme es haciendo feliz a mi Isa. Es lo único que te pido.

Phineas se puso el poncho, sintiendo la suavidad del material contra la desnudez de sus hombros. En efecto, al usarlo se sentía mucho más cómodo y agradable en comparación al vestido. Isabella le echó una mirada juiciosa de arriba hacia abajo, haciéndole sentir cohibido.

—La verdad es que la combinación de colores te queda bastante bien —dijo la joven morocha, aguantándose la risa— Me pregunto si…

—¿Qué cosa, tía Isabella? —Amanda jaló del suéter de la estudiante universitaria con insistencia.

—¿Hmm? Creo que tu tío favorito se ve demasiado pálido. Un poco de rubor no le vendría mal…

El chico pelirrojo no tuvo que preguntar nada porque ya intuía lo que se venía. Pronto tenía encima a tres mujeres de distintas edades riendo y pintándole la cara con el set de maquillaje que Vivian le había regalado a su hija. Phineas no se negó viendo el entusiasmo con el cual todas se ponían manos a la obra para darle un nuevo toque a su excéntrico look. Amanda con sus pequeñas manitas le hizo una trenza con uno de sus mechones rebeldes, al mismo tiempo que cubría toda la cabeza de su tío con estrellas de pegatina y glitter, Vivian por otro lado estaba muy concentrada delineando uno de los párpados de su yerno, mientras Isabella pintaba las uñas de su novio. Como toque final, la ex chica exploradora pintó los labios de Phineas con un labial color carmín y adornó su cuello con un collar de perlas nacaradas de fantasía. Amanda encajó una pluma violeta en la frondosa melena de su tío.

La pequeña, la joven y la mujer dieron unos pasos atrás para admirar su obra ya terminada. Por la expresión de los rostros de ellas, variando entre el asombro y la picardía, el chico triangular temió lo peor.

—¿Tan ridículo me veo? —preguntó Phineas con genuina preocupación.

—¿Por qué no lo juzgas tú mismo? —respondió Vivian, acercándole un espejo. El muchacho apenas vio su reflejo no pudo evitar que se le escapase una expresión de sorpresa. Y es que, si bien se veía extravagante con el poncho encima, por la manera que lo habían maquillado perfectamente podría pasar por una chica de un ballroom.

—Parezco una drag queen —bromeó el chico triángulo aguantando la risa.

—Bueno, si te consideras así serías la drag queen más bonita que he visto —opinó Isabella, al mismo tiempo que le acercaba a su novio un par de zapatos morados con brillantina de gala— Nunca usé estos porque me quedaban un poco grandes, pero creo que estos te quedarían bastante bien.

—¿No crees que es demasiado, hija? —comentó la señora García-Shapiro, pero no alcanzó a decir más porque en menos de un minuto ya Phineas tenía puesto los zapatos. Vivian se lo quedó mirando con extrañeza.

—Pues tenía que combinar, ¿no? —dijo el muchacho— No me gusta hacer las cosas a medias.

—Me consta —Isabella no sabía si la situación le hacía gracia o le fascinaba. Quizá ambas cosas— ¿Por qué no modelas para nosotras? Solo si quieres…

—¿Y cómo se hace eso?

—Solo imita lo que hago, así como… esto —la chica universitaria puso una mano en sus caderas, dejando suelto su brazo tras su espalda, al mismo tiempo que cargaba todo el peso de su cuerpo en una de sus piernas.

—¿Así? —Phineas trató de seguirla, copiando la pose.

—Decente —opinó Isabella, levemente sonrojada. Desde su punto de vista su novio lo estaba haciendo bien, quizá demasiado bien para su gusto. Amanda aplaudió, bastante divertida con la situación— Ahora camina como lo hacían las chicas que modelaron la ropa que hicieron Ferb y tú años atrás.

—¿Hablas de nuestra línea de ropa Siempre Verano? Pues…

Phineas trató de dar unos pasos, tomando el consejo de Isabella, pero apenas dio unos pasos y lo poco acostumbrado que estaba a usar tacones y el largo del vestido eran una mala combinación, lo que causó que el chico pelirrojo cayese de bruces contra el suelo.

Amanda y Vivian estallaron en carcajadas, mientras la novia del chico triangular lo ayudaba a ponerse de pie, tratando de no unirse a las risas producto de lo absurda de la situación.

—Lo siento, Phineas… creo que ya nos divertimos bastante a costa tuya por hoy…

—No te preocupes, vale la pena si podemos entretener a Aman…

El muchacho no alcanzó a terminar lo que estaba diciendo, cuando se abrió la puerta de la casa, entrando al lugar Dan Simón García-Shapiro junto a Candace.

—Le aseguro, señor, que no hay persona más adecuada para su hija que mi herma… —iba diciendo la joven abogada, frenando de golpe al ver los dos recién llegados la escena: Phineas totalmente montado de pies a cabeza, con el vestido y el poncho encima, la pluma en la cabeza, maquillado y con el pelo bañado en glitter y estrellas.

En unos segundos nadie movió un músculo, todos eran personajes de una foto, inmóviles, excepto Amanda, que rompió la tensión corriendo a los brazos de su madre entre festejos.

—¡Mi Amanda querida! —estrechó Candace a su pequeña para luego comerle la cara a besos— ¿Cómo te trataron los tíos? Veo que se están divirtiendo mucho…

—Con que no hay persona más adecuada, ¿no? —dijo Dan Simón con sarcasmo.

—Eh… —quiso excusar la abogada a su hermano, pero Vivian salió en su defensa:

—Estábamos jugando con los chicos al dreidel y creímos que sería interesante un sistema de castigos…

—¿Ah sí? —el hombre se rascó la barbilla ante lo dicho por su esposa— ¿Y quién ganó?

—Pues… creo que mamá y yo terminamos en empate —dijo Isabella.

—¡Esa es mi niña! —festejó el señor García-Shapiro— Creo que no hace falta que me expliquen quién es el perdedor.

—Yo recién perdí ese turno —comentó Phineas, pero Dan Simón lo ignoró.

—¡Bueno, a Amanda la espera su padre en casa, así que será mejor que nos vayamos! —dijo Candace, buscando la manera de disipar la incomodidad del momento— Phineas, ¿nos acompañas?

—Ah, sí… —el chico triángulo se disponía ir al baño a recoger sus cosas. En menos de un segundo ya estaba en la sala de estar, solo cargando entre sus brazos su ropa de invierno, todavía vestido de manera excéntrica.

—¿Vas a salir así? —preguntó Dan Simón, al mismo tiempo que Isabella se daba un golpe en la cara, completamente roja de vergüenza.

—¿Por qué no? Me voy a tardar un buen rato quitándome esto de encima. Prometo devolverle el vestido a Isabella apenas nos veamos…


Phineas, Candace y Amanda cruzaron juntos la calle, la madre y su pequeña pretendían volver unos minutos a casa de los abuelos para buscar unas cosas y para que la chiquilla se despidiese de Linda y Lawrence, pues los próximos días la joven abogada tendría algunos días libres, por lo tanto, uno de los padres de la niña estaría en casa para cuidarla.

—Tantos años busqué la manera de meterte en problemas y solo tenía que esperar como lo hacías por tu propia cuenta —comentó Candace, quien llevaba a Amanda adormilada en sus brazos, agotada por el día lleno de actividades.

—¿De qué estás hablando? —dijo Phineas, levantando un poco la falda del vestido mientras caminaba intentando no tropezarse. Al menos se había puesto sus zapatillas.

—¿No notaste la cara de tu suegrito? Créeme, no le hizo gracia verte en una situación poco masculina.

El menor de los Flynn quiso decir algo, pero no pudo porque ya estaban entrando a su casa, donde Linda y Lawrence los esperaban para saludarlos, pero se quedaron sin palabras cuando vieron a Phineas vestido como estaba.

—Hijo… —quiso decir algo el inglés— ¿No te parece demasiado usar ese vestido con ese poncho mexicano?

—¡Tonterías, amor! —dijo Linda— Esto en mi época de estrella pop habría marcado tendencia. Estoy segura que esto a Björk y a Stevie Nicks les gustaría.

—Uh, ya se van a poner a hablar de músicos de la época de los dinosaurios —se quejó Candace—Amanda, mi niña… despierta para despedirte de los abuelos…

Con voz dulce, la joven abogada sacudió con suavidad a su hijita entre sus brazos, quien bostezó mientras restregaba con el puño uno de sus ojos, al mismo tiempo que murmuraba entre sueños "Mi pequeño crumb cake…".

—¿Crumb cake? ¡Aww! ¡Amanda tiene hambre! —habló Linda, mientras buscaba algo para darle a la chiquilla en la heladera— Qué raro… estaba segura que Vivian les daría suficiente comida para no querer comer más durante las vacaciones de invierno…

Los dos abuelos no notaron que Phineas ante las palabras de Amanda se había puesto pálido, absolutamente petrificado, y la razón era que sabía lo que significaba que la niña hubiese dicho tal cosa, y es que aquello daba a entender que la pequeña no solo le había robado por unos instantes la maldita carta, sino que la había leído.

Lo que no sabía es que Candace sí se había dado cuenta.

—Mamá, papá, ¿cuidan por unos minutos a Amanda? Quiero hablar de un asunto con mi hermanito —dijo la joven abogada, entregando a su hija en los brazos de su padrastro para después agarrar de un brazo al chico triángulo quien todavía no terminaba de procesar lo que acababa de pasar. Los dos hermanos subieron las escaleras, aunque cualquiera al verlos podría haber asegurado que ella estaba arrastrando al muchacho.

—¿No es lindo que Phineas y Candace por fin se lleven bien? —comentó Lawrence.


—¡Para Candace, me lastimas! —se quejó el menor de los Flynn ante el agarre de su hermana. Esta lo empujó al interior de la habitación del muchacho, quien cayó de espaldas en su propia cama.

—Muy bien, Phineas. Escupe todo.

—No sé a qué te refieres…

—Eres un pésimo mentiroso, mi pequeño crumb cake. Quizá a Isabella la puedes engañar, pero a mí no. ¿Tiene que ver con esa cartita que te escribió hace años?

—¡¿Cómo sabes…?!

—Dios mío, Phineas… —la joven abogada rodó los ojos, con las manos apoyadas en sus caderas— Ferb sabía de esa carta y él junto a Milly son los más grandes chismosos en todo el Área Limítrofe ¡Todo el mundo lo sabe! Y me quedo corta… incluso Meap debe saber.

Phineas emitió un quejido, para luego esconder la cara entre las almohadas de la cama. Candace se acercó, sentándose en el borde del bote inflable amarillo.

—Lo que sí sé es que Amanda no sabía de esa carta hasta hace poco —la mujer siguió diciendo, mientras acariciaba el hombro de su hermanito menor— Dime… ¿qué pasó?

—¿No te vas a reír? —preguntó el chico triángulo, con la voz ahogada por la almohada que aplastaba con su rostro.

—Te lo prometo —aquello Candace lo dijo de corazón. Había tratado de divertirse a costa de su hermano los últimos días, pero no era tan cruel como para pretender seguirle pegándole en el piso. Phineas se dio vuelta, acomodándose para sentarse junto a su hermana mayor. Ella se preguntó cuando había sido la última vez que se habían acercado a hablar con sinceridad de lo que sentían, recordaba que una de esas veces había sido hace años, cuando estaban en París y ella se encontraba desanimada ante la incertidumbre de su relación con Jeremy, quien para entonces ni siquiera era su novio. En esa ocasión Phineas le había subido la moral con palabras aliento, contagiándole su permanente optimismo. Se sentía extraño ver a su hermano tan vulnerable, lo más cercano que lo había visto de ese modo había sido cuando él se encontraba en secundaria y todos en casa sabían que la razón era que ya para entonces tenía sentimientos por Isabella. Ya con ese antecedente, Candace sabía los motivos cada vez que lo encontraba tan alicaído.

La mujer dio un pequeño grito de sorpresa cuando vio como Phineas sacaba de entre la ropa que cargaba en su antebrazo un delicado sobre rosa, con la inconfundible letra de la joven García-Shapiro escrita en él.

—¿Cuándo te dio es…?

—No lo hizo —Phineas interrumpió a su hermana— La encontré mientras ayudaba a Isabella a limpiar su cuarto. No le digas que la tengo.

—Claro que no, pero sabes que Amanda es una niña y no me sorprendería si en algún momento se le escapa. Creo que lo mejor sería decirle…

—¡Por favor no! Algo se me va a ocurrir… si Amanda lo dice quizá podamos fingir que supo por otro lado…

—Phineas Flynn, el de las grandes ideas, ideando una farsa. Me quedaría viendo el resultado de eso, pero Jeremy me espera. Tienes suerte que Isabella sea la única que se trague tus mentiras.

—Gracias por tus palabras de aliento…

—¡Oye! ¡Se supone que en esta familia el de los discursos motivacionales eres tú! Pero si te sirve de consuelo, si hay una persona que logra hacer cualquier cosa que se proponga, déjame decirte que eres al primero que tengo en mente.

Phineas apoyó la cabeza en el hombro de su hermana mayor, quien respondió al gesto rodeándolo con uno de sus brazos. Estuvieron unos segundos en silencio, disfrutando la compañía del otro.

—Solo hazme un favor —dijo Candace— Quítate ese poncho. Te queda horrible con ese vestido.

Phineas rio.


Mientras tanto, en casa de los García-Shapiro, la familia se había sentado en la mesa para cenar después de encender la janukiá correspondiente al día presente. Vivian no paraba de hablar de lo adorable que era la pequeña Amanda y cómo le recordaba a aquellos dulces tiempos en los cuales los chicos Flynn-Fletcher y su adorada hijita eran solo unos niños revoltosos que jugaban en los patios del uno y del otro. La mujer hablaba hasta por los codos, en parte buscando animar a su marido e hija a sumarse a la conversación.

—Juro que me conmueve ver lo unidos que son Amanda y Phineas —comentaba Vivian con entusiasmo— Ella lo adora y él es tan atento con la chiquilla…

—Bueno, con lo poco presente que está su madre con esa niña, no me sorprende que busque en ese muchacho una figura femenina —dijo Dan Simón, antes de echarse a la boca un latke.

—¿¡Disculpa?! —gritó la joven.

Mi amor, ¿qué dijimos al respecto del tema? —susurró Vivian a su esposo.

—Lo siento, cariño, pero no me voy a contener más al respecto —continuó hablando el señor García-Shapiro— Siempre toleré que esos Flynn-Fletcher fuesen amigos de ustedes. No son malas personas, nuestra gente ya ha tenido suficiente con el maltrato en cualquier parte al que vayamos y sabemos agradecer la hospitalidad y la buena voluntad cuando nos la ofrecen. Pero reconozcámoslo, esos Flynn-Fletcher son gente rara. No sienten respeto ni por sus propias tradiciones, ¿en serio esperan que ellos respeten las nuestras? Usar ese poncho con ese vestido…

—Si te refieres a lo que pasó hoy, la de la idea fui yo —explicó su mujer.

—Es distinto. Él se pudo haber negado. Además, hacer tal escena frente a una pequeña, es tan inapropiado…

—¡Basta! —gritó Isabella con hastío— Aguanté todos estos años tus comentarios malintencionados acerca de Phineas y no voy a dejar que hables así de él y su familia…

—¡Señorita! ¡Esas no son maneras de hablarle a tu padre! ¿Qué hay sobre los valores que te hemos enseñado? Honrarás a tu padre y a tu madre…

—¡Al diablo con eso!

Tanto Vivian como Dan Simón reaccionaron con escándalo ante lo dicho por su única hija.

—¿En serio pretendes arruinar esta noche especial? —dijo el señor García-Shapiro— ¿Vas a romperle el corazón así a tus padres?

—El mío ya está roto, papá. No desde que me niegas estar con mi novio en mi propia casa.

—¿Así que es eso? —el hombre se rascó la barbilla— ¿Ves Vivian? Esto es lo que pasa cuando los jóvenes van a la universidad pública.

—Carajo, papá… ¡eso no tiene nada que ver!

—Sabía que era una mala idea consentirte y darte demasiadas libertades desde tan pequeña. Te hemos dejado hacer lo que has querido, pero se acabó. Vives bajo este techo y aquí se cumplen mis reglas, ¿me entendió, señorita?

Un silencio sepulcral rodeó la mesa, hasta que se oyó el sollozo ahogado de Vivian, quien se sonó con una servilleta. Dan Simón quiso consolar a su mujer, pero temió que hacerlo frente a su hija le hiciese ver vulnerable. Con discreción tomó la mano de ella, mientras le dedicaba una mirada severa a Isabella, quien se debatía internamente entre la rabia y el remordimiento.

La muchacha apretó los dientes, bajando la cabeza para no ver la mirada acusatoria de su padre, al mismo tiempo que sentía sus propios ojos humedecerse. "Vives bajo este techo y aquí se cumplen mis reglas", aquella frase siempre funcionaba como un conjuro en ella, cada vez que sus padres sentían que estaba traspasando los límites de lo permitido, solo con decir tales palabras bastaba para frenar a la imparable Isabella García-Shapiro. Así había sido su infancia, su adolescente y ahora su temprana adultez.

"Pero…" una voz en el fondo de su mente comenzó a derretir ese conjuro como si fuese el sol de primavera en un lago congelado "Pero no tiene que ser así…"

—Entonces no tengo porqué seguir estando bajo este mismo techo —dijo la joven en un hilillo de voz.

—¿Dijiste algo? —preguntó Dan Simón.

—Que no tengo por qué seguir estando bajo este mismo techo, eso dije —repitió Isabella.

La joven morocha se levantó de la mesa lo más rápido que pudo, evitando cruzar miradas con sus padres, con el temor de que al hacerlo se arrepintiese de lo que estaba haciendo. De pronto se encontró en medio de la calle, concentrándose en el sonido del viento nevado para no oír los gritos de Dan Simón y Vivian diciéndole que vuelva, uno exigiéndole y la otra rogándole. Cuando llegó a casa de los Flynn-Fletcher, golpeó la puerta principal, olvidando que tenían timbre. Para su suerte, el que abrió fue Phineas, quien llevaba un buzo amarillo y con una mano se estaba secando el pelo con una toalla, que todavía le brillaba con restos de pegatinas y glitter.

—Isabella, ¿qué haces…? —dijo el pelirrojo, contento de ver nuevamente a su novia, alegría que se esfumó al verla tan desesperada. Por dentro, la morocha estaba agradecida que hubiese sido él quién la recibiese en la puerta, porque de haber sido cualquier otro familiar, se habría asustado al ver cómo entraba en la casa buscando a su amado como una loca. Antes que el chico triángulo terminase la pregunta, Isabella se desmoronó en sus brazos entre lágrimas. Phineas por unos segundos no supo qué hacer, totalmente descolocado, hasta que finalmente se animó a abrazarla. Estaba helada y no paraba de temblar, no sabía si de frío o de angustia. Sin dejar de sostenerla, cerró la puerta para que no entrase la correntada y al hacerlo, pudo ver cómo al otro lado de la calle Dan Simón abrazaba a su mujer, al mismo tiempo que este lo miraba a los ojos. Phineas no se atrevió a adivinar lo que quizás estaba pensando el padre del amor de su vida al verlos juntos en ese momento.


CONTINUARÁ...