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(anemoia.
nostalgia por los días que nunca se conocerán.)
Cuando Chuuya abre los ojos, ve oscuridad.
El negro profundo que se extiende a su alrededor y parece volverse cada vez más oscuro. El muchacho tantea a su alrededor, tratando de determinar dónde está; pronto descubre que aún sigue cerca de la cabaña donde habían encontrado a Q. Poco a poco, el recuerdo vuelve a su cabeza: la llamada de Fukuzawa, su encuentro con Dazai, la pelea, el inevitable uso de su habilidad y algo más. Le había hecho prometer a Dazai que lo iba a llevar a casa, sin embargo, conociéndolo como lo conocía, encontrarse allí en un solitario bosque, con la compañía de los árboles y animales, no era sorprendente. Lo que sí lo sorprendió, sin embargo, fue encontrar una bebida energizante a su lado, estaba fría y aún no había sido abierta, de manera que se animó a beber un sorbo y volver por su cuenta.
No puede hacer nada por su ropa manchada de sangre, barro y una sustancia viscosa desconocida; procura cubrirse con su abrigo de manera que no llame la atención y caminar. Caminar, caminar y caminar, sin un centavo en sus bolsillos, una bebida energizante en una mano y muy poco ánimo.
Cuando abre la puerta de la oficina, lo recibe la mirada seria de Kunikida y aunque está a punto de decirle que no está de humor para escucharlo, las palabras no salen y Chuuya solo arrastra los pies hacia el sofá, donde se deja caer sin ningún miramiento.
—Cámbiate de ropa primero —le dice Kunikida—, no vas a ir dejando manchas de sangre por ahí y… ¿qué es eso?
—Una bebida energizante —contesta Chuuya, en un susurro. Se da cuenta enseguida que Kunikida no se refiere a lo que lleva en su mano sino al líquido viscoso e incoloro que resbala de sus zapatos. Sin decir más, Kunikida lo levanta del brazo, obligándolo a ir y cambiarse.
De las pocas sorpresas que se ha llevado Chuuya ese día, la que lo afecta aún menos, es encontrar a alguien sentado en su sofá una vez abre la puerta de su apartamento.
—¡Chuuya! —comenta, apenas lo ve entrar—. Llevo horas esperándote.
—Dazai —contesta Chuuya y pasa por su lado, buscando algo nuevo que ponerse.
—No te pongas así —insiste Dazai, persiguiéndolo por la habitación, tratando de mirarlo a los ojos—. Iba a volver por ti, lo juro. No esperaba que despertaras tan rápido… —El zapato que le lanza Chuuya hace que se detenga a mitad de la frase y aunque lo evita ágilmente, deja de hablar.
—¿Qué haces acá? —pregunta Chuuya. Conoce lo suficientemente bien a Dazai como para ser capaz de predecir su respuesta, sin embargo, la quiere escuchar, porque también quiere que él escuche su respuesta, la misma de siempre.
Dazai se demora en responder, se acomoda en el sofá mientras le da vueltas a un cuchillo en su mano. Sonríe, y el gesto se ve tan vacío, que Chuuya retrocede un par de pasos, abrumado por la sorpresa.
En los pocos meses que han pasado desde que Dazai se convirtiera en líder de la Port Mafia, Chuuya se ha encontrado con él más veces de las que cree necesarias. Siempre en su habitación, con un Dazai sonriente y jugueteando con el cuchillo y con un Chuuya igualmente sorprendido por sus acciones; por lo poco que ve del Dazai que conoció en su juventud.
—Vuelve —dice Dazai, mirándolo a los ojos, Chuuya cruza los brazos—. No estás haciendo algo útil acá, ¿verdad? Es decir, solo eres el perro faldero de Fukuzawa-san…
—Dazai…
—Y ese chico, el hombre-tigre, siempre puedes traerlo contigo —. Dazai se pone de pie, y empieza a pasearse por la habitación—. Podemos ignorar tu traición, te lo prometo.
—No me interesa —interrumpe Chuuya.
Hace unos días, Dazai había estado cerca de matarlo. Aunque él era uno de los mejores luchadores durante su tiempo en la mafia, estar encadenado a una pared y sin posibilidad alguna de activar su Habilidad, era una desventaja. Dazai se había aprovechado del asunto, como era de esperar.
—Si lo que temes es Mori-san, te aseguro que él ya no está —dice Dazai—. Él liberó a Q, en contra de todas las órdenes y advertencias. Y, bueno, no necesito decirte que pasó.
Chuuya piensa en el cuerpo sin vida de Mori, completamente irreconocible, flotando a la deriva en cualquier rio de Yokohama, después de que Dazai le hiciese pagar por su desobediencia.
A Chuuya no le interesa, en verdad, volver a la Port Mafia, ha tenido suficiente de aquel problema para toda su vida y aunque desearía simplemente romper lazos con todos ellos e ignorar su existencia para siempre, no puede negar que aún hay algo que lo ata a ellos y es precisamente el joven líder, que sigue jugando con el cuchillo mientras mira por la ventana, dándole la espalda.
Se ve extraño a la luz de la luna, más delgado, más pálido, más cansado y muchísimo más joven. Nadie que lo viera en ese momento pensaría que es el jefe una poderosa organización criminal y mucho menos se le ocurriría pensar que sus manos están tan manchadas de sangre que ya casi no recuerda su color natural.
Quizá, podría admitir que le gustaría sacarlo de allí o haberlo hecho cuando fue posible, haber borrado su pasado y comenzado una vida nueva, olvidado lo que habían visto y cambiar. Sin embargo, con Dazai como el líder de la organización, es imposible y lo único que puede hacer Chuuya es ver como se hunde cada vez más en una oscura espiral sin fin.
Solo puede negarse a sus continuas invitaciones a volver, y pensar que, si él hubiese actuado antes, ambos estarían viviendo allí, en el mismo apartamento, al servicio de la Agencia Armada de Detectives. Todo sería diferente.
—No le temo a Mori-san —responde Chuuya—. Ni a Akutagawa, ni a ninguno de los otros.
—¿Y a mí?
—Tú eres al que menos tengo miedo —. No sabe si sus palabras suenan convincentes, pues él conoce qué tan cruel puede ser Dazai, cómo puede cometer los peores asesinatos con una sonrisa en sus labios y cómo, al igual que Chuuya, no le teme a nada; ni a la Agencia, ni a Fukuzawa, ni al mismo Chuuya.
—Chuuya… —empieza a decir Dazai, parece arrepentirse de lo que va a decir y, sin ningún aviso, lanza el cuchillo en su mano hacia Chuuya. El muchacho siente la ráfaga de aire a su lado, un ruido seco y luego, algo húmedo que resbala por su mejilla. Se lleva la mano a ésta lentamente, solo para ver sangre en sus dedos y vuelve a mirar a Dazai, que sonríe ampliamente.
—Ya sabía que esa sería tu respuesta —le dice—. Pero valía la pena intentar, ¿no?
Chuuya desvía la mirada hacia el cuchillo, que se ha quedado clavado en la pared y cuando vuelve sus ojos hacia la ventana, Dazai ha desaparecido, sin dejar rastro. Una suave brisa entra a la habitación y por unos segundos, Chuuya no se mueve. Luego, cae sentado en su cama.
Está seguro, no tiene miedo de nadie en la Port Mafia, los conoce a todos y a sus habilidades. Mucho menos teme a Dazai, pues lo conoce de toda la vida. A pesar de todo, no puede evitar cierta aprehensión por el futuro de su compañero y se pregunta si después de todo, podrá intentar sacarlo de allí con vida, antes de que la oscuridad se lo lleve.
