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CONOCIENDO EL CONTRATO

Summary:

Velvette encuentra un nuevo juguete que resultará muy divertido en el futuro

Chapter 1: Bola de cristal

Chapter Text

Esa mañana, Velvette recorría algunos de los negocios de la empresa, los únicos que realmente destacaban entre esos edificios grises y sin estilo que la rodeaban.

—Qué asco —torció el labio, arrugando la nariz como si el mal gusto pudiera contagiarse—. ¿Acaso nadie conoce el concepto de estética? Por Dios... ¿Qué demonio combinó esos colores? Merece la silla eléctrica.

Avanzó con su paso firme y su taconeo punzante, revisando local tras local. Desde que Vox había caído en una depresión patética —helado, películas románticas y cero intención de levantarse del sofá—, a ella y a Valentino les tocaba asumir todo. Todo.

Y lo peor es que Vox hacía más de lo que parecía. Era el único con paciencia para ordenar el caos de la empresa, y las mil instrucciones que su asistente tuvo que explicarle le habían producido el peor dolor de cabeza de la década.

Así que tomó la decisión lógica: delegarle aún más cosas al asistente. Le subieron el sueldo, claro, aunque ahora el pobre no tendría descanso. Intentó protestar, y Velvette le lanzó una bebida energizante como si fuera una solución divina, antes de marcharse.

Después de revisar varios negocios —sin entender del todo los procesos, aunque hojeaba documentos con una seriedad teatral— confirmó lo que ya imaginaba: algunas ventas estaban bajas, sí, pero no era nada que no pudiera resolverse. En el Infierno, la gente olvidaba rápido. Demasiado rápido.

Entonces una vibra extraña le rozó la espalda, como un escalofrío que no pidió.
Venía de un callejón.

Se detuvo. Giró el rostro con una ceja arqueada.

—Qué mierda... —murmuró, curiosa.

Lo que parecía ser un callejón abandonado escondía una puerta envuelta en sombra, como si absorbiera la luz. Algo en su instinto gritó que no debía entrar.

Pero, honestamente, ¿desde cuándo Velvette escuchaba advertencias?

Empujó la puerta.

Adentro había una tienda diminuta llena de antigüedades polvorientas.
—Qué decoración tan absolutamente horrible —dijo con asco. Hasta el aire olía a hierbas viejas y madera húmeda. Nada que ver con el humo afrodisiaco y sustancias de dudosa procedencia de Valentino.

Entre toda esa basura nostálgica, algo brilló.
Una esfera de cristal, viva, luminosa... intensamente fuera de lugar.
Ok, eso al menos tenía un poco de estilo. Bueno, estilo "misterioso y caro". Podría quedar perfecto junto a su caldero decorativo.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó, ya irritada.

Silencio.

—¿Mierda, nadie me va a atender? ¿Sabes quién soy? —gritó, golpeando el piso con su taco.

Se dio la vuelta con un bufido dramático, pero la puerta se cerró de golpe con un viento gélido que le levantó el cabello.

—¿Qué mierda...? —Gruñó, girando la perilla—. Si crees que esto me va a asustar, voy a arrancarte la cabeza y usarla de jarrón.

—Buenas tardes, señorita.

La voz helada hizo que Velvette girara automáticamente.
Una mujer había aparecido detrás del mostrador, como si siempre hubiera estado allí. No tenía ojos, solo dos huecos oscuros que parecían absorberlo todo. Sonreía con colmillos tan largos que parecían tocarse.

Velvette apretó la mandíbula.

—¿Quién carajos te crees?

La mujer acarició la esfera de cristal con dedos huesudos.

—Creí que le había gustado este objeto.

—¿Cuánto quieres por él? —respondió Velvette sin parpadear.

—Mmm... no creo que pueda pagar el precio —dijo la mujer con una falsa pena que le hervía la sangre.

Velvette golpeó el piso otra vez.

—Mira, querida, no tengo tiempo para juegos. ¿No sabes quién soy?

—Oh, sí —ladeó la cabeza con un movimiento inquietante—. Pero supongo que después de lo sucedido hace un mes... digamos que su empresa no está tan... estable.

Velvette apretó los brazos contra su pecho. Esa perra no estaba tan equivocada, aunque claro ya todo estaba casi resuelto, no iba a admitirlo.

—Ah, qué descortés soy —dijo la mujer de pronto, como si recordara algo encantador—. Me llamo Tariza.

Hizo una reverencia exagerada, teatral, casi burlona.

A Velvette le hervía la paciencia. Dio un paso adelante, los puños tensos, lista para arrancarle esa sonrisa de la cara.

Tariza rió como si pudiera ver directamente dentro de su temperamento.

—Jaja... cariño, te ves adorable cuando te ignoran. Ese ceño fruncido... ese puñito cerrado... Es delicioso.

Velvette abrió los ojos con rabia pura.

—¡Veamos si sigues riéndote cuando te deje tirada en el suelo! —avanzó.

Tariza retrocedió con elegancia, disfrutando.

—Ay, pequeña... ¿y si simplemente te la doy?

Velvette iba a decir algo, pero la mujer desapareció como humo.

Un olor a hierbas quemadas quedó en el aire.

—¿Qué...? —giró rápidamente.

Un toque frío en su hombro la hizo tensarse.

Se volvió: Tariza estaba detrás de ella, sosteniendo la esfera. La luz dentro parecía palpitar como un corazón.

La mujer se desvaneció otra vez, pero su voz resonó entre las sombras:

—Es un préstamo, querida. Me la devuelves en una semana. Si todo sale bien... podemos negociar. Si decides quedártela.

Las puertas del local se abrieron con una furia sobrenatural. Un torbellino levantó objetos, que flotaron antes de estrellarse. Las vitrinas crujieron. El piso tembló. Velvette se sostuvo apenas, apretando la esfera contra su pecho.

Cuando el viento cesó, estaba sola.

El callejón estaba vacío.

Sin tienda.

Sin Tariza.

Solo un eco de risa burlona que le erizó la piel.

Velvette tragó saliva. Sentía el pulso de la esfera contra sus manos como si respirara.

Carajos... ¿qué acaba de pasar?

Sacudió la cabeza, respiró hondo y retomó el camino hacia la Torre de los Vs. La esfera seguía brillando débilmente, como si la estuviera observando.

Una advertencia.

Un desafío.

O ambas cosas.

Y aunque un escalofrío le recorría la espalda, Velvette sonrió. Una sonrisa afilada, molesta... y emocionada.

De alguna manera sabía que esta semana iba a ser divertida.