Actions

Work Header

Descendencia

Summary:

Basado en el VideoJuego Time Princess, nuestra Maria Antonieta tendrá que vérselas con un asunto de Estado planteado con Blaisdell, que viene a desbaratar la poca paz que había conseguido después de librarse de la guillotina.

Chapter 1: PROLOGO

Chapter Text

No me mir e s a los ojos, por temor

a que reflejen la verdad de lo que veo,

y allí te encuentres el rostro claramente

y lo ames y te pierdas como yo.

 

A. E. Housman (1859–1936)

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

 

Hace ya casi un año que se aprobaron las últimas reformas y al fin se pudieron hacer efectivas. Es cierto que al principio hubo algunas protestas, intrigas, tiras y aflojas entre los nobles y la Corona… pero finalmente se alcanzó un equilibrio que, si bien no ha devuelto aún a Francia su antiguo esplendor, sí está marcando el inicio de un nuevo periodo que nos lleva con paso firme hacia otra clase de prosperidad. Una que sea para todos y en la que nadie tenga que morirse de hambre mientras otros viven entre lujos. Todavía queda mucho camino por recorrer, muchos obstáculos que superar y cambios que sugerir o imponer, según convenga... Pero a día de hoy Francia me mira de otra forma: más como a una verdadera Reina y no ya como a la jovencita alocada que sólo vivía para las fiestas, el guardarropa y las citas furtivas hasta el amanecer. Todavía se escucha hablar entre susurros de la autre chienne, la perra austríaca, pero poco a poco me estaba ganando el respeto de los franceses.

Las reformas también alcanzaron al microcosmos que era Versalles. Además de despedir con mucho tacto a una parte de los nobles que no nos convenía tener cerca, se limitó el gasto en todos lo sentidos posibles y se redujo el número de festejos a uno más razonable, dando cese a la opulencia sin sentido y haciendo cuadrar las cuentas mes a mes. Al fin la Corona dejaba de ser una carga para sus súbditos. Más adelante, en el terreno personal, los cambios llegaron cuando Luis y yo por fin pudimos bajar la guardia y sentarnos a hablar como adultos. Nosotros también tuvimos nuestro propio acuerdo. Yo tuve que aceptar que el Rey careciera totalmente de interés por el sexo y él tuvo que comprender que, aún así, yo seguía sintiendo la necesidad de tener a alguien que fundiera su piel con la mía. Yo tenía celos de que volcara en sus estudios, maquinarias y candados la pasión que como esposa suya me pertenecía. Y él los sufría cada vez que me descubría volviendo de algún encuentro con el encantador conde Fersen, a quien mantuve a mi lado. Pero tras unas cuantas discusiones, lágrimas y abrazos, al fin ambos aceptamos que, aunque nos queríamos de forma genuina y nos éramos totalmente leales como individuos, los dos merecíamos ser felices, cada uno a su manera.

De este modo, en la intimidad, Luis siguió con sus intereses y yo con los míos. Pero ante Francia y ante el mundo nos mostrábamos como lo que éramos: una pareja fuerte y unida que se adoraba y que no dudaría en apoyarse mutuamente hasta el fin. Y así, obtuvimos una felicidad que antes sólo soñábamos poder rozar con los dedos. Ya no nos hacíamos daño. Tampoco puede decirse que todo era perfecto, porque a la estabilidad le siguió la tranquilidad. Y de la mano de ésta empezó a asomarse la monotonía. Recepciones, decisiones, acuerdos… la rutina y, después, nada. Además mi querido Fersen comenzó a ausentarse cada vez durante periodos más largos y yo, conforme pasaban los días, me sentía caer en la soledad. La vida siguió así durante un periodo más o menos extenso de tiempo... hasta que surgió el “asunto de la descendencia” y todo mi mundo volvió a ponerse patas arriba.

 

No recuerdo exactamente el día en que todo empezó, pero sí sé que era una tarde lánguida de primavera. Todavía hacía demasiado fresco como para estar en el exterior así que, sentada en el salón principal y rodeada de algunas de las damas de la corte, intentaba entretenerme abanicándome mientras Gabrielle leía para nosotras en voz alta. Hoy se había traído un nuevo librito de amor que las tenía a todas encandiladas, respirando agitadas dentro de sus corpiños. Pero yo apenas podía seguir la ridícula trama, cada vez más hundida en el tedio y el hastío… ¡qué increíblemente banal pasatiempo cuando sabía que la vida estaba ahí fuera esperándome!

En lugar de prestar atención a Gabrielle, me distraía analizando discretamente las caras de las otras damas a través de mi abanico de encaje. Todas estaban sonrojadas bajo el pesado maquillaje, escuchando el recargado amor cortés, vacío y hueco que desgranaba mi querida amiga con su voz cristalina. Ellas suspiraban por un ideal de amor y yo suspiraba de exasperación porque ese amor de los poemas se me hacía tan falso como una rosa de papel que acaba oliendo a polvo. Riéndome por dentro, repasaba mentalmente los rumores que conocía de sus vidas y que eran mucho más entretenidos y picantes.

A mi izquierda, por ejemplo, se reclinaba sobre el sillón de terciopelo verde Madame Victoire. Ofrecía un aspecto muy inocente y tenía las mejillas encendidas, con una mano en el pecho y otra apretando levemente el reposabrazos cada vez que la historia llegaba a un momento especialmente fogoso. Parecía tener una vida perfecta, pero en cambio sabía que su marido, según contaban, se inclinaba en más direcciones que una vara verde. Recientemente habían contratado de mutuo acuerdo los servicios de un cochero joven y apuesto. Pensaba, conteniendo la risa, en cuánto tardarían en consumirse ambos de celos por el cochero. Se habían metido de cabeza en una situación que acabaría destruyendo su matrimonio.

Por otra parte, sentada cerca de ella y excesivamente maquillada, se encontraba Madame Sophie. Una vieja coqueta que no dejaba de lanzar suspiros exagerados con la boca entreabierta. Me Supongo que la abriría igual para el jovencito poeta que todos murmuran que tenía como amigo y al que estaba promocionando en los círculos literarios. Uno al que entre risas los rumores tras las cortinas apodaban “el confesionario”. Porque según las malas lenguas a ella le encantaba ponerte de rodillas en cuanto lo veía. Con la boca abierta también.

Incluso Gabrielle tenía sus propios problemas. Ella era joven y bella, muy dulce y abierta. Pero era algo simple y tenía un carácter anodino que a su marido ya no estimulaba. Él, también muy apuesto, la dejaba pasar largo tiempo a mi lado para tenerla entretenida mientras se dedicaba a sus negocios, que a veces incluían explorar alguna falda que otra. Supongo que esto es lo que traían a cuestas los matrimonios de conveniencia de la nobleza. Exactamente como el mío, sólo que Luis y yo sí habíamos llegado a querernos, aunque no de una forma convencional.

Y así, mientras hacía repaso de la vida de las que me rodeaban intentando llenar el aburrimiento de la mía, de pronto se anuncia la llegada del Rey. La lectura cesa, todas nos levantamos y mi marido entra. Sólo hay que echarle un vistazo para apreciar lo guapo que es. Con una gran sonrisa, me saluda sin prestar atención a ninguno más de los presentes y extiende hacia mí un ramo de rosas blancas. Detrás, manteniendo la distancia protocolaria, le sigue Blaisdell.

 

- Para mi Reina, la más hermosa rosa de Versalles.

 

Y esta frase tierna pero poco original es la que marcó el momento exacto en el que empezó todo.

 

Chapter 2: UNA PROPUESTA DE ESTADO

Chapter Text

Y dije yo: “Ha de ser veloz y blanca,

y sutilmente cálida y en parte perversa,

y más dulce que la fruta madura cuando la muerdes,

y esbelta y tan feroz como el amor de una serpiente”.

Algunos hombres han tenido deseos peores.

 

A. C. Swinburne (1837–1909)

 

 

Recojo el ramo que me ofrece el Rey y le doy las gracias sonriendo. Hago un gesto con los dedos por encima del hombro y un sirviente se lo lleva con instrucciones de arreglarlo en algún jarrón de mi petite appartement . Luis toma mi mano y la aprieta con cariño mientras cruzamos una cálida mirada. Sin soltarme, despide a las damas disolviendo la reunión de lectura, cosa que le agradezco desde el fondo de mi corazón. Cuando la última falda pomposa desaparece por la puerta y quedamos al fin solos los tres, me relajo abandonando el protocolo y alzo la mirada al techo soltando un cómico suspiro de alivio.

- ¿Habíais visto alguna vez un grupo tan soporífero? - pregunto en voz baja, por temor a que aún puedan oírme tras las puertas-. Si no llegáis a aparecer en este momento creo que ya le habría quitado el libro a Gabrielle y lo habría tirado por la ventana. Hace tiempo que no les doy buen material para el cotilleo y ya están recurriendo a entretenerse con las historias más absurdamente románticas que han podido encontrar.

 

Luis ríe mi ocurrencia, se lleva mi mano a los labios y deposita un casto beso en la palma abierta. Me siento un poco incómoda demostrando tanta familiaridad delante de Blaisdell y le lanzo una mirada de reojo mientras mi marido me besa. El Ministro nos observa con los brazos a la espalda y su eterna sonrisa, como la de un zorro satisfecho. Aún teniendo en cuenta la diferencia de caracteres, es quizá el único amigo del Rey. En mi caso su papel se parece más al de un valioso aliado. Muchos “amigos” huyeron como ratas al encontrarnos con las primeras dificultades, pero él me había permanecido fiel hasta el final, apoyándome sobre todo en mis decisiones más cuestionables. Todavía recuerdo su evidente satisfacción al oír el castigo que yo misma había decidido para Jeanne de la Motte. Y estoy segura de que esa decisión aumentó de algún modo su respeto hacia mí, si es que antes había tenido algo. Era un hombre terrorífico que no se molestaba en ocultar su dedicación acérrima por la Corona francesa, a la que situaba por encima de todo y de todos después de su querida Francia. Su pasión por el deber no tenía límites, llegando a rozar incluso el sadismo y la obsesión.

Era terrible y apuesto, comparable al Rey o incluso a Fersen. Pero, muy al contrario que el Conde y su carisma arrollador, Blaisdell no llamaba la atención y pasaba desapercibido fácilmente. Solía vestirse con un corte impecable, pero en tonos grises o apagados, una pulcra peluca en el mismo tono y ropa con menos adorno de lo que dictaba la moda. Apenas unos bordados plateados y poco más. Siempre a la sombra del Rey, no estaba casado, ni se le conocían amantes, ni las damas hablaban de él con las mejillas sonrojadas, como sí sucedía por ejemplo con el Marques de Lafayette, aunque él ni siquiera lo pretendiera.

Mientras Luis me habla no puedo evitar fijarme en la línea de los pómulos de Blaisdell, en sus cejas expresivas, la elegancia de su nariz... Cuando llego a sus fríos ojos grises me tropiezo con una pícara mirada cargada de curiosidad y me doy cuenta de que él también me ha estado observado. La sonrisa de sus labios se acentúa ligeramente y aparto rápido la vista fijándola en un punto indefinido sobre su hombro.

-Mi Reina -comienza a decir Luis-. Creía que estas reuniones con las damas te divertían. Pero si ya no te entretienen siempre puedes pasar más tiempo en nuestra compañía... En la de cualquiera de nosotros -continúa, haciendo un gesto exagerado hacia Blaisdell-. Precisamente hoy te echábamos de menos. Estábamos enfrascados en una animada charla sobre astronomía, cuando nos distrajeron los sirvientes renovando las flores de palacio...

-¿Y pensaste en mí al ver las rosas blancas? -interrumpo fingiendo coquetería, aunque sé que con Luis estos trucos no funcionan-.

-Exacto querida, nada más verlas quise traerte un ramo porque me recuerdan a ti –asiente-. Ahora debo irme, me esperan en la biblioteca para fraguar unos cuantos candados -comenta frotándose las manos como un niño excitado-. He diseñado un nuevo mecanismo y me complacería ver que la teoría obtiene resultados satisfactorios. Mi Reina… Blaisdell… espero que tengáis una conversación de lo más agradable.

Dicho esto, Luis me besa azorado en la mejilla y se marcha con una prisa poco común en un hombre tan tranquilo como suele ser él. Me quedo perpleja mirando la puerta por la que se acaba de ir pero, a juzgar por el sonido de pasos que se alejan a toda prisa, está claro que no piensa volver.

- Su Majestad… -Oigo decir a Blaisdell mientras se aproxima. Yo aprieto las manos hasta convertirlas en puños por la tensión de sentirlo tan cerca. Intento tranquilizarme recordándome que él es en realidad mi aliado-. ¿Majestad?

-Blaisdell... -empiezo a decir al tiempo que me giro fingiendo mi mejor sonrisa. Pero la expresión se me hiela en una mueca al darme cuenta de que está más cerca de lo que pensaba, apenas a tres pasos-. No hace falta que uses ese título en privado. Aquí sólo soy María... y espero poder llamarte Victor.

-Creía que los juegos quedaban reservados para su pequeño Trianon. -Responde frunciendo el ceño-. Si os incomodo...

- No es ninguna burla, simplemente es que ya hemos pasado por tanto juntos que creo que ya tenemos confianza como para que no me hables así. Háblame como a una persona, por favor, no como a una reina.

-Bien, María -dice haciendo una breve pausa tras pronunciar ese nombre, casi paladeándolo-. En ese caso voy a ser muy directo. Me temo que el Rey no ha sido del todo... sincero. No era exactamente de astronomía de lo que estábamos hablando, sino del futuro de Francia y de vuestros hijos.

-¿De nuestros hijos?… No lo entiendo. Creo que tanto Luis como yo hemos demostrado nuestra buena disposición a asegurarle un heredero al trono -contesto confundida mientras intento poner algo de distancia entre nosotros-. Ahí tenéis a mi hijo Luis, el Delfín, y también está María Teresa, aunque sea niña...

-Su Majes… María, por favor -me interrumpe forzando una sonrisa en la que no hay el más mínimo rastro de humor-, pudiera ser que María Teresa fuese legítima, si es que no es obra de algún otro amante de cuya existencia no sepa D’eon. Pero ambos sabemos que el Rey… no siente inclinación hacía los placeres carnales y que el Delfín sin duda es de Fersen -concluye, casi escupiendo el nombre.

-El Rey... es asexual -replico inmediatamente, avergonzada y enfadada a partes iguales, sin poderme creer que tenga que dar explicaciones a nuestro Ministro de Interior sobre un asunto tan íntimo-. Para él sencillamente es una agonía tener relaciones.

-No hace falta que entremos en detalles que podrían ser humillantes para el Rey, aunque no se encuentre presente -Blaisdell descarta el tema con un movimiento de la mano-. El caso es que ahora mismo tenemos un único Delfín que de francés sólo tiene el título, ya que tú eres austriaca y el padre sueco. Y cada día que pasa, lamentablemente, se parece más a él. ¿Qué crees que sucederá en unos años, cuando se den cuenta de que lo que tienen en el trono es un Minifersen sin una pizca de sangre patria en las venas? Lo destrozarán como a un perro. Y lo harán los mismos que hoy le adulan. Nobles y plebeyos se mantendrán al acecho, esperando pacientemente. Hasta que cualquier contrariedad les dé una nueva excusa para cargar contra toda la Familia Real. Será así sólo porque la madre del futuro Luis XVII no tuvo la consideración de buscarse un amante del país que la acogió. Y eso, yo , no voy a permitirlo.

Mientras hablaba exaltándose cada vez más, Blaisdell ha ido acercándose paso a paso hacia mí, haciéndome retroceder hasta arrinconarme contra la pared. Lo tengo prácticamente encima, tanto que he notado en la cara cada palabra como una bofetada. Estoy temblando de ira y humillación, pero a la vez extrañamente excitada de sentirlo tan cerca como para notar el calor que desprende su cuerpo. De repente, el Ministro apoya una mano en la pared, a mi lado, y se inclina hacia mí. Por instinto levanto los brazos sobre el rostro y giro la cabeza.

-¿Acaso me tienes miedo? -Pregunta de pronto con un leve tono de sorpresa mientras la cordura vuelve a sus ojos. Sigue habiendo malicia en su sonrisa, pero también parece darse cuenta de que se ha sobrepasado y da un par de pasos hacia atrás. Me observa pensativo desde su nueva posición y toma aire antes de proseguir-. No me importa que me odies por hablarte de forma tan directa. Te he estado observando y sé que has madurado, que eres una mujer inteligente, y no quiero perder el tiempo con rodeos que no llevan a nada. Sólo deseo la prosperidad de Francia y haré lo posible porque así sea. También el Rey me ha confirmado el acuerdo que mantenéis sobre estos temas y sé que por esa parte hay vía libre... dentro de un margen. Simplemente encuentra un amante francés que sea adecuado y danos el regalo de un nuevo Delfín. No le pido más a mi Reina.

-¿Cómo puedes ser tan retorcido y atreverte a decirme algo así? -contesto roja de vergüenza pero apartando los brazos de la cara al comprobar que, efectivamente, no pretende hacerme daño-. ¿Qué crees que dirá Luis cuando le cuente…?

-Ya ha quedado aclarado que el Rey lo sabe -me interrumpe mientras se vuelve a poner las manos a la espalda y se retira un poco más-. ¿Entiendes por qué me estima tanto? No tiene nada que ver con mi noble origen, ni con que le adule: para eso ya tiene a todos los idiotas que pueda desear. En parte es porque le escucho y atiendo cada cosa que dice, pero sobre todo es porque yo soluciono problemas. Y esto es sólo uno más de tantos. Tú misma empezaste siéndolo, pero parece que a medio camino me eximiste del trabajo de enmendarte. Me alegra ver que has madurado -añade, mirándome ésta vez con aprobación.

- Primer Ministro Blaisdell -me dirijo a él con voz carente de emoción y volviendo a utilizar un tono formal-. Debo deciros que permanecer un segundo más los dos solos en esta habitación no sería apropiado. Y supongo que no querrá añadir un problema más a su extensa lista. Tiene mi permiso para marcharse.

-Me temo que Su Majestad tiene razón, no queremos más escándalos, aunque le ruego que considere mi propuesta -contesta sonriendo como si en realidad no fuera una orden. Después de una reverencia ejecutada a la perfección, abandona la estancia en silencio.

En cuanto la puerta se cierra ya no tengo que fingir seguridad y me dejo caer en uno de los sillones de terciopelo. Respiro hondo unas cuantas veces, con las manos apretadas, y me sirvo un poco de agua de la bandeja que hay sobre la mesita más cercana. Me martillean los latidos dentro del pecho y hago algo de tiempo esperando a recuperar el aliento. Al relajar los puños me quedo mirando las marcas en forma de media luna que mis uñas han dejado en las palmas. Por la ventana veo que empieza a oscurecer, así que espero un tiempo prudencial y salgo directa a mis aposentos considerando que el día, por mí, podía irse al Diablo y darse ya por zanjado.

Chapter 3: TIEMPO A SOLAS DE CALIDAD

Chapter Text

No hay nada seguro salvo lo incierto,

lo que es para todo evidente

es lo más oscuro;

sólo cuando quedo atrapado en las dudas

puedo estar seguro

 

Françoi Villon (1431/2– )

 

 

Ya es noche cerrada y aquí estoy, sentada en el escritorio de mi pequeño appartement. No puedo dormir después de lo que ha pasado hace apenas un par de horas, pero al menos sin el pesado vestido, el corpiño y las joyas, me siento cómoda cubierta sólo por la camisa interior. No hay luces prendidas, pero el claro de luna es suficiente como para poder ver las formas y relieves de la habitación. Estoy tan nerviosa que no puedo parar de tamborilear sobre la mesa mientras miro con el ceño fruncido el jarrón con el ramo de Luis… el traidor. En mi mente rememoro toda la escena una y otra vez y, cuando llego al momento en el que el Rey me hace la encerrona con Blaisdell, me arde la cara de rabia. Inconscientemente me deslizo los dedos de la otra mano por el puente de la nariz. Es un gesto que hago siempre que estoy nerviosa. Y cuando me cabreo también.

-Maldita sea Luis... ¡No me esperaba eso de ti, con esa cara que tienes de no haber roto nunca un plato! ¿Quién sacó el tema, tú o ese… ese zorro astuto y vil? ¿Cómo habéis podido estar hablando tan tranquilos a mis espaldas de con quién debo o no acostarme? -pregunto enfadada a la habitación vacía.

Miro hacia la puerta oculta que comunica mis estancias con las del Rey, esperando ver aparecer a Luis con su sonrisa tímida y un saco lleno de disculpas. Pero sé que esta noche no vendrá. Por la cuenta que le trae. Así que lanzo un bufido con los labios apretados, me levanto de la silla casi derribándola y me meto en la cama de golpe, agarrando una almohada con violencia. Doy muchas vueltas abrazada a ella y cuando a duras penas he conseguido cerrar los ojos, los abro como platos porque sin querer me he acordado de una frase que me ha molestado especialmente: “ No hace falta que entremos en detalles que podrían ser humillantes para el Rey ”.

-Ah claro, ten cuidado, Dios no quiera que humillemos al Rey… Pero a mí, que soy la Reina de Francia, sí se me puede humillar, por supuesto, no faltaría más. Muchas gracias, sí señor…

Por desgracia ya no puedo parar la avalancha desenfrenada de pensamientos y sigo protestando en voz alta por cada una de las frases que el Ministro me había dedicado con total crudeza. En el fondo me siento estúpida y me reprendo por no haber sabido contestar a tiempo.

-Que no he tenido “ la decencia de elegir un amante francés ”, dice -continúo exaltada-. Si no anduvierais todos en Francia con un palo metido por el culo, a lo mejor no habría tenido que recurrir a Fersen.

Por fin decido colocarme boca arriba y me cubro la cara con las manos intentando calmarme. La noto muy caliente y además siento que tengo las manos heladas. Abro un hueco entre lo dedos para mirar al techo y respiro hondo. “ Necesito tranquilizarme o va a ser una noche muy larga ”, me digo, así que procuro pensar en asuntos más productivos… como decidirme por el dichoso noble francés adecuado que sustituya al bueno de Fersen. El problema es que cada vez que hago repaso de candidatos, sobre el rostro de éstos se superpone rápidamente la cara de Blaisdell, juzgándome con su mirada gris por cada elección.

Victor Renaud Blaisdell… estúpidamente atractivo para ser sólo un Ministro que debería dedicarse al papeleo y nada más. Y sin embargo estaba al pendiente de todo, siempre en segundo plano, casi invisible, pero observando y estudiando día tras día a cada uno de nosotros, con esos fríos ojos plateados. Sonriendo con autosuficiencia ante nuestra decadencia y recolectando todos nuestros secretos.

Me pongo a pensar en que nunca le había visto tan apasionado como hasta esta tarde. Sin esfuerzo podía aún visualizar sus labios finos, moviéndose a la altura de los míos, en una mueca afilada que dejaba los caninos ligeramente al descubierto. Tenía toda la apariencia de un lobo enorme y gris sobre su presa. Era evidente, por el respeto con el que se le trataba, que todos sentían a su alrededor una especie de advertencia silenciosa que aconsejaba prudencia. No es que fuera exactamente una sorpresa, pero lo de esta tarde había servido para ver a las claras al verdadero depredador que en realidad era.

Y lo peor es que había que reconocer que tenía razón. Empezaba a ser evidente que el pequeño Luis era un copia en miniatura de su padre y era plausible que lo que hoy era sólo un rumor de taberna, algún día podría suponer una sentencia de muerte para mi hijo menor por no tener sangre francesa. Además, aunque sentía verdadero afecto por Hans, el joven conde se mantenía continuamente ocupado fuera de Francia y yo empezaba a sentir verdadera necesidad de contacto humano. En especial del que involucra tener metida dentro a otra persona. En la lógica retorcida de Blaisdell todos salíamos ganando. ¿Pero a qué noble debería escoger? Tras descartar varias opciones, por uno y otro motivo, el candidato idóneo parecía ser el apuesto y valiente Marqués de Lafayette, a quien con algo de influencia por parte de Luis podía solicitar que visitara el palacio sin levantar sospechas.

Mientras me pregunto con ironía si para Blaisdell el marqués sería lo suficientemente adecuado , he metido las manos bajo las sábanas. Quería simplemente calentarlas, pero he ido deslizando una de ellas por el interior del muslo mientras pensaba, hasta que ha llegado a mi sexo y lo ha encontrado húmedo. Me dejo llevar y flexiono las rodillas abriendo ligeramente las piernas, ayudando a que un dedo resbale con facilidad en mi interior, donde comienza a moverse dentro y fuera en un ritmo perezoso. Cuando llega el primer escalofrío de placer, echo la cabeza a un lado mordiéndome los labios y siento que tengo ganas de más. Arqueo la espalda y al levantarse la camisa de dormir, el tejido suave me acaricia los pezones duros y sensibles. Me animo a bajar la otra mano para separarme los labios y acariciarme el clítoris, pero está tan mojado y resbaladizo que necesito darme fuerte para sentir mejor la fricción. Mientras, añado un segundo y tercer dedo y me penetro a un ritmo cada vez más rápido. Llevo mucho tiempo sin tener relaciones y siento que estoy tan excitada que el orgasmo viene rápido. Por un instante me pregunto qué diría Blaisdell si me viera así, y por perturbador que parezca la idea añade algo de morbo al asunto.

Cuando los primeros calambres comienzan a subir por mis pantorrillas sé que es el momento de poner en práctica uno de los muchos secretos sobre mi cuerpo que he aprendido de Hans. Con un gemido involuntario de protesta dejo de atender al clítoris inflamado, levanto un poco más las caderas y presiono el pulgar contra mi otra entrada. Sólo necesito introducirlo apenas unos milímetros para que llegue el fogonazo de placer y comience a correrme. Es entonces cuando cojo rápido la almohada y me incorporo, frotándola con fuerza contra mi vulva que no deja de latir. No me queda más que cabalgar el orgasmo entre jadeos, moviendo rítmicamente las caderas y deseando con ansias tener a otra persona entre mi piernas en vez de a un cojín.

- Quizá sí, quizá él tenga razón -digo entre jadeos mientras siento cómo llega el fin del orgasmo-. Puede que también me venga bien un poco de compañía.

Me tumbo al fin rendida, descartando en el suelo la almohada totalmente echada a perder, y me duermo sin darme cuenta de que mi último pensamiento del día ha sido para el taimado Ministro del Interior de Francia.

Chapter 4: FERSEN TIENE LAS MANOS LARGAS

Chapter Text

Neso -- dijo Jurgen--, ¿tanto he cambiado? La Dorothy que amé en mi juventud no me ha reconocido.

- El bien y el mal llevan unas cuentas muy exactas –replicó el centauro--, y la cara de cada hombre es su libro.

 

James Branch Cabell (1879 -1958)

 

 

Esta mañana, mientras una joven criada terminaba de ayudarme con la ropa, el Rey se ha dignado al fin a llamar a mi puerta. Cuando entra le doy los buenos días con rigidez y él contesta tímidamente diciéndome atropelladamente lo guapa que estoy. Si cree que adulándome va a hacer que se me pase antes el enfado está muy equivocado. Como no podemos hablar con naturalidad delante del servicio, despido a la doncella en cuanto sé que puedo terminar de vestirme sola.

-Dichosos los ojos -digo con retintín, extendiéndole una pulsera especialmente difícil de poner-. Ya creía que no ibas a dar la cara hoy tampoco.

-Cariño lo siento muchísimo -responde muy azorado y con la cara roja de vergüenza-. Yo no sabía cómo decírtelo y estaba seguro de que si lo hacía te ibas a enfadar conmigo. Así que naturalmente pensé que si lo hacía Blaisdell…

- Naturalmente , claro -repito poniendo una voz alegre. Alargo la mano hacia Luis y le sonrío-. Bueno, como naturalmente no estoy en absoluto enfadada contigo, creo que he decidido que no te voy a hablar en lo que queda de mes.

-Ah. -Suspira por lo bajo mientras manipula el cierre de la pulsera-. Supongo que me lo merezco, pero al menos tienes que reconocer que su razonamiento no carece de lógica.

-Oh, claro que no. Y por eso hacía falta decírmelo así, por medio de otra persona… ¡Y qué persona! Una a la que precisamente no le sobra el tacto, Luis.

-María… de acuerdo, lo siento. Siento haberme equivocado, pero eso no le quita verdad al asunto. Yo sólo pensaba en el futuro de nuestro hijo.

 

Y con esa frase mi marido me deja derrotada y me recuerda por qué le quiero. Porque no ha dicho “vuestro hijo”, ni siquiera “tu hijo” o simplemente “Luis”. No, él ha dicho “nuestro hijo” con toda la sencillez y el amor de que es capaz, aún sabiendo que no es realmente suyo, sino de Fersen. Aunque debería hacerle sufrir un poco más, siento que el enfado se me escapa y me lanzo a apoyar mi cabeza en su pecho. El Rey me envuelve enseguida entre sus brazos y su cuerpo me cubre casi por completo. No puedo dejar de apreciar lo bien formado que se adivina que está debajo de la casaca. Es muy alto y no es que sea musculoso, pero sí mantiene un buen tono gracias a la esgrima y otros deportes que practica. “Qué diferente podría haber sido todo”, pienso por un momento.

A ambos nos cuesta romper el abrazo, pero al final no separamos y nos miramos sonriendo, tomados de las manos. Luis es el primero en hablar.

-¿Esto quiere decir que ya no estás enfadada?

-Más o menos. -Respondo inclinando la cabeza a un lado-. Pero no vuelvas a tentar a la suerte, ¿hay trato?

-Hay trato, palabra de rey -responde poniéndose una mano sobre el corazón-.

Aunque parece mas relajado ahora que sabe que le he perdonado, todavía se le nota que tiene que decirme algo y no termina de atreverse. Aún así acaba de prometer que será sincero y le doy algo de tiempo para que reúna el valor.

-Me sabe muy mal preguntarte esto ahora, pero…

-Sí, ya tengo a alguien en mente -replico con una cómica actitud altiva, levantando la nariz y entrecerrando los ojos para mirarle de medio lado-.

-¿A quién?

-A Gilbert, al Marques de Lafayette.

Su cara de sorpresa es tan divertida que me entra la risa. Le agarro de las solapas y, trayéndole hacia mí, me pongo de puntillas y le doy un beso en la barbilla. Él intenta volver a abrazarme, pero me escurro de entre sus brazos y me dirijo a la puerta. Antes de salir por ella para acudir a mis obligaciones diarias, le lanzo y beso y le guiño un ojo con descaro.

 

No sé bien cómo lo he conseguido, pero he podido librarme de las damas y cumplir con mis deberes diarios antes de lo que tenía previsto. Sin que me sigan, consigo escaparme a los jardines para estar un rato solas y pensar una buena excusa con la que hacer llamar a Lafayette a Versalles sin levantar sospechas, ya que realmente no había ningún motivo urgente por el que reclamar su presencia. Enfrascada en estos pensamientos, paseo por el jardín sin cruzarme con nadie. Tengo la guardia baja y no noto que me siguen. De pronto oigo crujir una rama detrás de mí y siento que algo va mal. Me quedo helada en el sitio hasta que oigo cómo alguien viene corriendo por mi espalda e intento echar a correr. El intruso es más rápido y se abalanza sobre mí sin problemas. Cuando me alcanza me sujeta tapándome la boca. Intento gritar, pero la mano presiona aún más ahogando mi voz. Forcejeo aterrada hasta que inesperadamente el agresor introduce algo entre mis senos y me suelta deslizando con confianza las manos hasta mi cintura. Me detengo atónita, miro hacia abajo y veo una rosa amarilla asomando entre mis pechos.

- Siempre he pensado que sería un lugar ideal para meter el capullo –dice una voz desde atrás con fingida gravedad.

Lentamente giro la cabeza y me encuentro con un alegre y hermoso rostro que inmediatamente me dan ganas de abofetear.

- ¡Hans Axel von Fersen!, ¡Casi me matas del susto, imbécil!

- Antes gritabas mi nombre con otro tipo de pasión –me dice haciendo pinza con los dedos y apretándome la nariz – Uhmmm… Aunque no te creas que este tono me deja del todo indiferente – Se ríe jovial y me guiña el ojo con picardía.

- ¡¿Pero cómo se te ocurre hacer algo así, sabiendo lo que sucedió aquí mismo?! ¡Si no llega a ser porque coincidió que estabas cerca…! ¡Yo…! ¡Yo es que te..! ¡Agh! -ni siquiera puedo terminar la frase de lo enfadada que estoy.

- ¿Y a ti cómo se te ocurre venir sola?

- ¡Porque estamos a pleno día y hace tiempo que hay más guardias!

- ¿Y entonces de qué se asusta tanto mi Reina?, ¿de que un gallardo caballero le ofrezca galante su capullo?

Se acerca con un sonrisa para darme un abrazo, pero le doy un empujón y lanzo un bufido de frustración con las manos en alto. Doy unos pasos para alejarme, me paro y vuelvo a mirar perpleja la flor que llevo en el escote. Debo ofrecer un aspecto muy cómico porque Hans a mi lado, el muy canalla, se deshace en carcajadas. Le chispean de felicidad los enormes ojos azules. Mientras le miro no puedo evitar reírme yo también hasta que ambos acabamos sentados en el césped, cogidos de la mano. Hace tiempo que la distancia ha hecho que no sintamos lo mismo que antaño, pero en la naturalidad de nuestra relación se nota que somos buenos amigos.

- Hans, eres un idiota encantador, pero apuesto a que ya lo sabías. - Digo suspirando, mientras me saco la flor del pecho y la acaricio.

- Sí, ya me lo habían dicho antes.

- ¿Lo de idiota o lo de encantador?

Fersen me dedica una mirada entre el orgullo y la admiración, con los ojos brillando y esa sonrisa arrebatadora en los labios que tantas veces me ha hecho soñar despierta. El noble sueco ríe con ligereza y me acaricia la mejilla.

- Mira que antes eras una picaruela sin remedio, pero juraría que ahora eres mucho más astuta y atrevida. Has cambiado, bella mía. Me atrevo a decir que me gustas más así, aunque también te veo más seria.

Le sonrío con afecto pero no sé qué contestar. Él extiende la mano y con el índice recorre el filillo bordado de mi escote, marcando un lento caminar por el borde de mis pechos. Mientras lo hace puedo sentir cómo va rozando ligeramente mi piel con la yema y me estremezco. Está claro que mi cuerpo todavía reacciona al contacto experimentado de Fersen, que sabe bien dónde tocarme. Al fin el curioso dedo se detiene sobre un pequeño lunar que tengo en el pecho.

-¿Y esto, desde cuándo? Juraría que ya los conocía todos... - pregunta en un susurro mientras acerca su boca a la mía y acaricia la pequeña peca en círculos suaves pero insistentes.

-Pues un lunar, qué va a ser, siempre ha estado ahí… -contesto con la voz enronquecida-. Hans, estamos en público…

- Pues yo no veo a nadie… qué encantadora y conveniente situación.

Con la otra mano me sostiene la cabeza por detrás y me tumba con un movimiento rápido y estudiado. En un acto reflejo me abrazo a él cruzando las manos sobre su nuca. Se inclina para besarme pero haciendo acopio de voluntad giro la cabeza para escapar de la trayectoria de sus labios, movimiento que aprovecha para atacar mi cuello. Siento la punta caliente de su lengua subir hasta mi oreja y por la mano que empieza a deslizarme por debajo de la falda, sé que en breve sus labios no van a ser lo único que voy a tener que esquivar.

- Está justo sobre el corazón… - me susurra al oído con su aliento cálido-. El lunar… no sé si ponerme celoso…

- Escucha Hans… -más que hablar suspiro las palabras.- ¿Cómo es que estás aún en Francia?, creía que habías vuelto ya a Suecia… Ah...

- Antes de irme había pensado pasarme a ver a los niños -contesta muy cerca de mi boca, mientras roza mi sexo con los dedos. Teniendo en cuenta las capas de ropa, no entiendo muy bien cómo ha llegado tan rápido ahí esa mano - . Uhmm... parece que he encontrado la fuente de este hermoso jardín. Será mejor taponarla pues parece que se derrama ¿o no es así?

Dejo escapar un grito ahogado al notar cómo introduce sus dedos en mí y empieza a moverlos justo como sabe que me gusta. Estoy temblando y totalmente abierta a él, pero aún intento distraer su atención con preguntas…

- ¿Los… los niños?

- Sí, no quería irme sin despedirme -contesta mientras se posiciona sobre mí y comienza a desabrocharse el pantalón-. ¿Cómo está el mío?, ¿Te parece bien que hagamos otro delfinito?

Abro la boca para protestar, pero la cierro de golpe al llegarnos el sonido de pasos y voces. Ambos nos quedamos paralizados, con el aliento agitado. Vaya cuadro: yo tumbada con las piernas abiertas y Hans de rodillas entre ellas, con una mano debajo de mi falda y otra en el pantalón a medio camino de sacarse la polla. Permanecemos quietos como estatuas con la esperanza de que los pasos tomen un desvío y se alejen, pero por la proximidad de las voces, vienen directamente hacia nosotros. No hay tiempo. Nos ponemos de pie a toda velocidad e intentamos arreglarnos el cabello y la ropa como podemos. Cuando al fin estamos medio decentes, ambos adquirimos una postura digna de la mejor etiqueta y fingimos estar charlando. A unos metros de distancia el Rey y Blaisdell doblan el seto, se detienen un instante al vernos y reinician la marcha hacia nosotros.

- Nos hemos librado por los pelos... -murmuro mientras nos inclinamos con deferencia para saludar al Rey.

El sueco responde también en voz baja, pero no presto atención a lo que dice porque a media reverencia me he dado cuenta del escandaloso bulto que se le marca en el pantalón.

-¡Hans! ¡Vigila la entrepierna! -Siseo-.

- ¡Jävla skit! -maldice entre dientes con una nota de histeria mientras se cubre como puede con el sombrero-.

 

Aunque Hans pronto consigue proyectar una imagen de naturalidad, como si no hubiera pasado nada, yo no estoy muy segura del cuadro que ofrecemos. Cuando finalmente Luis y Blaisdell nos alcanzan, el Rey enarca una ceja inquisitiva mientras que, el zorro gris nos saluda con corrección pero pasando la mirada desde mi pelo despeinado a las manchas de césped del pantalón del conde. Y yo noto cómo me va subiendo el calor por el cuello.

 

Chapter 5: EL FIN DE UNA ETAPA

Chapter Text

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo
terco, mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco a los
rosales del jardín…

Rubén Darío (1867-1916)

 

 

Estoy segura de que tanto Luis como Blaisdell manejan sospechas muy fuertes sobre lo que estábamos haciendo Hans y yo antes de interrumpirnos, porque el único que habla sin parar es el noble sueco. Los demás nos limitamos a responder de forma educada pero escueta hasta que empieza a haber demasiados silencios incómodos. En algún momento Luis me pone su casaca sobre los hombros con la excusa de que se ha levantado fresco, aunque ya me ha quitado disimuladamente algunas briznas de hierba del pelo y me imagino que en realidad es porque debo tener bastantes más en la espalda. Hablamos acerca del tiempo, de lo magnífico que luce el jardín en primavera y banalidades por el estilo. Finalmente decidimos volver a palacio porque se acerca la hora de comer e, inesperadamente, Blaisdell sugiere que lo hagamos en privado “ a modo de despedida para el noble Conde sueco ”. Se nota que tiene ganas de que se vaya.

Durante todo el camino de regreso puedo sentir los ojos del Ministro clavados en la nuca, así que decido mantener la cabeza bien alta, porque no quiero que dé por sentado que tengo motivos para avergonzarme. Se me hace eterno, pero en realidad no tardamos en llegar y al acercarnos ya hay varios sirvientes dispuestos en la entrada, esperando para atendernos. Luis les da instrucciones de que prepararen para nosotros el Salón de Venus, en el Grand Appartement del Rey, e indica que la comida se sirva desde las cocinas privadas que hay en los aposentos para que la velada sea lo más íntima posible. Los muchachos que nos atienden nos adelantan con premura mientras que nosotros les damos tiempo caminando más lentamente. Nos dirigimos allí dejando cruzando varias antecámaras, atravesamos la Galería de los Espejos y, cuando al fin llegamos al salón, los sirvientes están dando los últimos toques depositando vasos y bebidas en la mesa. Me siento junto a Luis y Blaisdell se apresura a colocarse a mi lado, dejando para Fersen la silla que queda libre junto al Rey. El gesto podría interpretarse como una deferencia al sueco, pero estoy casi segura de que lo ha hecho para alejar a mi amante todavía más de mí.

Se sirven en rápida sucesión sopas, asados, ensaladas, un pudding que nunca había probado y, finalmente, fruta fresca para el postre. El aroma es suculento y todo parec e apetitoso, pero no consigo llevarme apenas nada a la boca. A lo largo de la comida Fersen ha dejado de buscarme con la mirada. E n cambio, toda su atención está puesta en el Rey a quien relata alegremente mil anécdotas de la guerra o de alguno de sus viajes. Apoyo el tenedor en el plato junto a los restos de una pera que he estado picoteando, y me lleno de nostalgia al darme cuenta de que yo ya apenas formo parte de su mundo. Seguramente la próxima vez que nos veamos ambos habremos dejado atrás a los dos tontos enamorados que una vez fuimos. Me quedo en silencio, mirando con expresión pensativa cómo los dos hombres a los que más quiero conversan, intentando retener este momento en mi memoria... Hasta que la voz de Blaisdell me sobresalta.

-¿Y bien, querido conde, por qué nos abandona esta vez? Parece que vuestra marcha entristece sobremanera a nuestra bella Reina -pregunta dirigiéndose al caballero sueco.

-Nada me apena más que abandonar Francia… y a la Familia Real, que ha s ido siempre tan espléndida conmigo. -Replica mientras esconde una media sonrisa tras un sorbo de vino-. Pero me temo que mis habilidades como diplomático me llevan de vuelta a Suecia por un tiempo indeterminado.

-Siempre viajando y haciéndonos sufrir con su ausencia -continúa Blaisdell con fingida consternación-, me pregunto, con su porte, a cuántas damas dejará suspirando cada vez que marcha a uno u otro lugar.

-Créame Ministro que no existen tales damas. Aunque es cierto que el destino ha sido cruel conmigo y, ya que no puedo pertenecer a la única persona que realmente quiero, prefiero no ser de nadie -contesta sin mirarme pero sonriendo con dulzura al interior de su vaso-. Después de todo debe entenderme ya que, si no me equivoco, tampoco está casado.

-Mi caso es diferente. Y o decidí unir mi vida a la de Francia. No me importa afrontar la soledad o sacrificar el amor si el fin lo justifica. Además, no todos podemos alardear de haber nacido con unas habilidades para la seducción como las suyas. Es sabido que se le atribuyen infinidad de amantes de un lado a otro de la geografía… -observa el Ministro con una sonrisa satisfecha.

Frunzo el ceño y tenso los dedos alrededor del mango del cubierto al notar el veneno que destilan esas palabras. ¿Acaso es necesario hacer esa maldita observación? Estoy a punto de protestar cuando Luis, que ha estado mirando con cautela de uno a otro mientras hablan, decide cortar la conversación.

-¡Que me aspen, caballeros! -interrumpe quizá con demasiado ánimo-. Estamos entristeciendo a la Reina. ¿No les ha parecido que el pudding estaba especialmente delicioso? Blaisdell tiene un excelente cocinero que prepara platos increíbles. Probé sus servicios por recomendación suya y el resultado ha sido esta suculenta receta.

-Sí, un sabor interesante, sin duda…. Aunque si se me permite diré que estaba algo frío y un poco amargo por el final… un tanto soso también… -responde Fersen llevándose la mano a la barbilla en un exagerado gesto pensativo-.

 

Blaisdell aprieta los labios y Luis, viendo por dónde va la conversación, hace un gesto rápido para que nos sirvan el café, dando por concluida la comida. Acto seguido despide al servicio y se marcha llevándose consigo a Fersen con la excusa de entregarle unas cartas de cortesía para el monarca sueco. Vuelvo a quedarme a solas con el Ministro y, aunque no nos dirigimos la palabra, la tensión podría cortarse con un cuchillo. De pronto, mientras gira sin descanso la cucharilla en la taza, decide por fin hablarme sin levantar la vista del café.

-Creía que habíamos llegado a un acuerdo -dice fingiendo tranquilidad.

-Sí.

-Ha sido muy descarado, casi os sorprendemos en pleno…

-Lo sé -le corto rápido antes de que pueda terminar la frase. El sonido de la cucharilla girando se acelera.

-Si llegáis a consumar , por decirlo delicadamente, la situación actual podría haber empeorado.

-Supongo.

 

A Blaisdell, como era de esperar, no le ha sentado nada bien lo ocurrido esta tarde. Me suben los colores con sólo imaginar si llega n a aparecer unos segundos después , con Fersen ya moviéndose dentro de mí. Por raro que parezca l a idea me excita y eso me deja confundida. Por fin él detiene la mano que no paraba de dar vueltas a la cuchara y me mira por encima de la taza. A medio camino de llevarse la bebida a los labios, vuelve a hablar.

-El Rey y yo comprendemos , pero no creo que le hubiera sentado bien verte así. Él te ama, María, y se merece un respeto -dice volviendo a la familiaridad del nombre propio.

-Estoy segura de que no habría reproches por su parte -contesto suspirando-, Luis es muy cariñoso conmigo pero…

-Pero no te toca como Fersen y una mujer como tú necesita más -sigue diciendo con una sonrisa maliciosa antes de beber-.

En ese punto me niego a oír más. Me ha sentado mal el comentario porque aunque sea cierto, no me gusta que hablen así de Luis y menos tan a las claras.

-Ya es suficiente, ha quedado cristalino.

-Sólo me aseguro de que Fersen mantenga la polla fuera de mis planes.

-Cuidado Victor , demasiado directo, te estás excediendo -replico cortante pasándome los dedos por el puente de la nariz-. Si me disculpas…

El Ministro se encoge de hombros y, con un gesto elegante, inclina con sorna su taza hacia mí a modo de despedida. Mientras abandono muy derecha el salón contengo la furia para guardar las apariencias, porque presiento que esos ojos grises me han seguido con curiosa malicia hasta la puerta. Durante la tarde intento cumplir con mis obligaciones sociales sin poder centrarme realmente en lo que hago. La pobre Gabrielle, que se había citado conmigo para tomar el té y ponernos al día de nuestras vidas, me nota tan distraída que no puede evitar mirarme con preocupación y preguntar si me sucede algo malo. Intento tranquilizarla y le agradezco sus palabras, pero no puedo más que sentir alivio cuando al fin me deja sola. Al llegar la noche Luis me está esperando de camino a mis habitaciones. Tiene una expresión triste y comprensiva que hace que los remordimientos empiecen a hacer mella en mi ánimo. Nos tomamos de la mano y nos dirigimos a mi cuarto bajo la mirada de aprobación de los pocos que se cruzan en nuestro camino. Si ellos supieran…

 

Una vez en la intimidad de mi dormitorio empezamos a desvestirnos el uno al otro sin ayuda del servicio, como ya teníamos por costumbre. Luis no dice nada y sólo tararea una melodía tranquila mientras me desenlaza el corpiño. Pasados unos minutos dejo escapar el aliento y trato de sonreír para aliviar los ánimos, pero en el reflejo del gran espejo de la cómoda que tengo enfrente compruebo que sólo he conseguido hacer una mueca extraña.

-Sé que es una pregunta más bien estúpida, pero supongo que ha sido algo más que darle esas cartas… ¿Cierto? -no puedo evitar preguntar-.

Él, que estaba aún a mi espalda, me gira por la cintura con sus grandes manos y me levanta la barbilla para mirarme a los ojos.

-Claro que sí -contesta besándome levemente los labios-. Le he dado las gracias por todo de parte de ambos y le he prometido que trataremos de informarle de los avances del pequeño Luis. También le he dado un regalo en su nombre: la cruz de rubíes que le pusimos el día de su bautizo. Para que le proteja también a él.

-La cruz de rubíes… -Repito parpadeando muy rápido, intentando contener las lágrimas-. Recuerdo lo felices que estábamos los tres el día en que se la pusimos… y…. y ahora… -ya no puedo detener el llanto.

-Ea, ea… venga que me vas a hacer llorar a mí también y eso no es propio de un Rey -contesta Luis atrayéndome a sus brazos haciendo un auténtico esfuerzo por bromear-.

Al sentirme arropada por él percibo su calor y su aroma familiar y tranquilizador. A unque lloro por un buen rato, al final entre su caricias y palabras afectuosas me calmo lo suficiente como para intentar dormir. Nos tumbamos en la cama y Luis me abraza con afecto, sin dejar de acariciarme el pelo hasta que al fin me duermo.

 

Siento calor y apenas puedo respirar entre jadeos. Por instinto bajo las manos hacia mi entrepierna, donde toco una cabeza que no deja de moverse. Miro hacia abajo con curiosidad y se me escapa un gemido entre la sorpresa y el placer al reconocer a Blaisdell. Alertado por mi voz abre los ojos y mira hacia arriba, atrapándome con su mirada de plata, hipnotizándome como si fuera una serpiente mientras mueve como un maestro esa lengua magnífica que literalmente me está devorando. Al principio repasa mi vulva de arriba a abajo con total dedicación, lamiendo todos mis jugos como si fueran un manjar. Me toco lo pezones por instinto y me relajo para sentir sin tapujos. Su lengua repite una y otra vez el mismo recorrido insistente por mi sexo, para detenerse apenas un segundo en la entrada de mi vagina. Me sorprende sentirla más caliente que yo, que estoy ardiendo. Demasiado pronto se aparta un poco, dejando ver una sonrisa canina mientras se relame el fluido brillante que le resbala entre los labios. Estoy a punto de protestar por la interrupción cuando vuelve a agacharse y apenas puedo sofocar un “ o h ” de sorpresa al notar que me penetra. El Ministro me está follando con esa lengua afilada suya y lo exquisito de la sensación, unido a ese pensamiento morboso, me lleva rápido a rozar el éxtasis. Muevo las caderas desesperada con la esperanza de sentirle aún más dentro, pero él me sujeta con fuerza los muslos para mantenerme en mi lugar a la vez que aumenta el ritmo. Cuando suelta una mano y pasa los dedos por mi clítoris ansioso estoy a punto de gritar su nombre.

 

Llegan las oleadas previas al orgasmo y de pronto me despierto. Me siento de golpe en la cama, jadeando de placer. Sólo hace falta rozarme un poco con los dedos para que me corra de verdad, así que vuelvo a tumbarme y decido terminar el trabajo si n despertar a mi marido. Me tapo la boca con una mano, mientras que con la otra intento imitar los movimientos de esa lengua que me lamía en mis sueños. No cuestiono nada, no lo considero más en ese momento, simplemente me permito disfrutar hasta que el clímax llega, empujando el nombre de Victor a mi boca. Todavía temblando miro a mi lado donde Luis sigue plácidamente dormido.

En ese momento escucho un repiqueteo que viene de la ventana. Me levanto con cuidado porque aún estoy sensible y echo un vistazo a través de los cristales . De inmediato veo a un hombre a caballo, embozado, que ha debido estar lanzando piedras contra el cristal y que al verme se detiene a hacerme gestos con la mano. C uando el hombre se baja la tela que le cubre la mitad de la cara reconozco con alegría a Fersen a pesar de la oscuridad. Abro rápido la ventana y veo que a su lado hay un guardia que nos mira encogiéndose de hombros.

-¡Hans! -digo despejándome en el acto y asomando medio cuerpo al frío de la noche-. ¡Has venido a despedirte!

-¿Acaso lo dudabas? ¡Me hieres! -sonríe llevándose la mano al corazón en un gesto dramático-. He tardado un poco porque desde fuera no reconocía la ventana y he tenido que hacer unos cuantos intentos. Me temo que esta noche más de una… y de uno, va a acostarse soñando conmigo. Casi puedo sentir envidia por ellos.

Los dos sonreímos sin necesidad de decirnos nada. Y en ese momento Luis aparece a mi lado asomándose con curiosidad. Cuando Fersen lo ve casi se cae del caballo, por no hablar del guardia que inmediatamente se cuadra y saluda al Rey con lo ojos como platos. Cuando el monarca reconoce al caballero sueco le saluda con una inclinación de la cabeza. Fersen adquiere una noble postura y repite el gesto con deferencia. Tras unos momentos de duda, se lleva la mano bajo la casaca y saca algo que brilla bajo la luna. Es la cruz de rubíes del Delfín de Francia. Nos mira, la besa con fervor y la levanta unos segundos hacia nosotros. Después simplemente da la vuelta a su caballo y vemos cómo se aleja en la noche. Ambos no s quedamos mirando el punto por el que le hemos visto desaparecer, cada uno con sus propios pensamientos. Un carraspeo del soldado que estaba de guardia nos saca de nuestras cavilaciones. Le damos las buenas noches agradeciéndole sus servicios y volvemos a la cama. Ésta vez de mejor ánimo gracias a la despedida que nos había regalado el carácter amable e impulsivo de Fersen.

Chapter 6: EL VESTIDITO BLANCO

Chapter Text

¿Qué es el corazón que, a veces, tanto duele? - El corazón es eso que tenemos dentro y que la emprende a patadas, o simula paz, o llena de frío o calor nuestra naturaleza. El corazón, Aranmanoth, es el gran depredador.”

 

Ana María Matute (1925-2014)

 

 

Han pasado dos semanas desde que Fersen se fue. Al día siguiente de su partida, Luis escribió a Lafayette para que volviera al país en cuanto sus ocupaciones militares se lo permitieran. La excusa más sencilla fue pedirle al marqués que nos informara en persona sobre lo factible de establecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos. En cuanto a Blaisdell, sólo puedo decir que ante el silencio con el que recibió la noticia supuse que la elección había sido de su agrado. Al principio pasé unos días terribles esperando verle aparecer tras cualquier esquina, pero el caso es que no ocurrió nada. Muy al contrario: no ha vuelto a acercarse a mí y empiezo a sospechar que me evita. Todavía acompaña a su Rey allá donde éste vaya, pero en cuanto me ve se disculpa alegando que tiene trabajo y se marcha a su despacho para permanecer allí la mayor parte del día. Sólo coincidimos de vez en cuando en las reuniones políticas con el resto de ministros, políticos y consejeros, pero incluso ahí sólo me dirige la palabra lo que le obliga la etiqueta. Y aún en esas circunstancias me rehuye la mirada cuando no tiene más remedio que hablarme. He llegado a cuestionar a Luis sobre este cambio de comportamiento, pero él me asegura encogiéndose de hombros que no ha notado nada diferente en el Ministro. Por lo demás los días transcurren tranquilos, cada vez más lentos y calurosos conforme se adentran en la estación.

 

-Así, alzad un poco más los brazos… sí, así… un poquito más… bien. Vaya cinturita tenéis… Y ahora enderezaos para cerciorarnos de que el largo es el adecuado. Muy bien, una vueltecita con elegancia, así… ¡Perfecto! Ummm… Bien, magnífico, maravilloso. Si le echáis un poquito de picardía podréis enseñar sin querer esos tobillos de cisne a vuestro esposo. Permitidme el atrevimiento que da la confianza, pero últimamente se dice que os ha estado visitando con más asiduidad y eso hay que aprovecharlo. Un meneito con esto puesto delante de sus ilustres narices y ¡bam! Lo tendréis cada noche a vuestros pies… o entre vuestras piernas, dado el caso.

-¡Qué atrevido! Cielo santo Leonard, si el Rey te oyera no sé qué sería de ti -le digo entre risas a mi diseñador mientras mantengo el equilibro sobre un escabel-.

Él me sujeta un momento por la cintura para enderezarme y después sigue ajustando a mi figura la nueva creación que me está probando. Se trata de una variación del gaulle que puse de moda (no sin escándalo) unos años atrás : un vestido blanco y sencillo hecho de varias capas de ligera muselina. Muy alejado de las ropas recargadas que había llevado hasta ahora, el diseñador había conseguido que este reversionado gaulle resaltara aún más m is curvas , destacando la forma de mis pechos y haciendo que la suave tela resbalara por mis caderas.

-Para atrevido este vestido, querida. Y en cuanto a vuestro esposo… Sería un auténtico drama si me oyera, ¿verdad? Un hombre tan alto y tan fuerte. Y tan apuesto, si me lo permitís. Para castigarme podría cogerme con esas manazas y hacer conmigo lo que quisiera. Ainsssss -suspira poniéndose un alfiler entre los labios mientras se cruza de brazos y me contempla con aprobación-. Pues ya está. Quitáoslo para que pueda rematarlo hoy mismo y en unos días tendréis listas algunas variaciones más. Os dejo a solas con la doncella para que os ayude con la ropa. Cuando acabéis dejad el vestido sobre el diván. ¡Niña! -llama chasqueando los dedos-. ¡Ayuda a Su Majestad a cambiarse!

Ante la orden la doncella, que esperaba en una esquina con la cabeza inclinada humildemente, se acerca presurosa ofreciéndome el brazo para ayudarme a descender del escabel.

Yo intento bajarme sin que la falda se me enrede entre las piernas, cargando sin querer casi todo el peso en la muchacha, que resiste sin problemas. Cuando piso tierra firme le pregunto a Leonard a dónde va con tanta prisa.

-Voy a recoger unas telas de Damasco y unos brocados que deberían haber llegado con el correo de hoy. Y quiero hacerlo antes de que esos inútiles lo destrocen todo lanzando los paquetes al suelo como si fueran fardos de forraje para los malditos caballos.

-¿Hoy ha llegado el correo?

Pero para cuando pregunto el diseñador ya se ha ido a toda prisa cerrando la puerta tras de sí. En cambio me contesta la doncella con una voz que se me hace muy familiar.

-Vaya, así que nuestro pajarito espera impaciente la respuesta del águila. Y también parece que ha cambiado de plumaje para llamar su atención… ¡Y qué plumaje!

Parpadeo un par de veces y trato de ver mejor el rostro de mi interlocutora, medio oculto debajo de la cofia.

-¿D’Eon...? -intento adivinar entrecerrando los ojos… hasta que la supuesta doncella levanta la cabeza y me mira con una sonrisa orgullosa-. ¡D’Eon!

El espía me pide silencio mirando de refilón hacia la puerta. Inmediatamente me tapo la boca avergonzada por mi indiscreción y asiento rápido fingiendo coserme los labios con una aguja e hilo invisibles.

-Ha llegado a mis oídos accidentalmente que vais a hacerle un hueco en el nido a semejante ejemplar de estatua griega -comenta en un susurro mientras me contempla con aire pensativo-. No puedo decir que no lo comprenda, pero me temo que la tarea no va a ser fácil. Y no por falta de recursos -continúa diciendo mientras que con un gesto del brazo abarca toda mi persona.- Sino porque el ave que habéis escogido tiene la cabeza medio hueca si no es para la estrategia y la política.

-Vamos… que a Blaisdell tampoco le gusta el marqués como candidato -replico haciendo un mohín-.

-Oh, no me refería exactamente a eso, pero claro que no. ¿Cómo le va a gustar que exista competencia? -contesta el espía clavándome con intensidad sus ojos azules-.

-No lo entiendo… Ya hace que Fersen marchó -le recuerdo con una punzada de tristeza-. No hay tal competencia.

Al oír mi respuesta guarda silencio mientras me mira con expresión neutra.

-Ah. -El espía vuelve a quedarse callado durante unos segundos hasta que arranca a hablar muy despacio, llevándose una mano a la barbilla-. Puede que a fin de cuentas ésta avecilla y el águila hagan buena pareja y tengan un pájaro bobo. Desde luego es una suerte que la belleza esté de vuestra parte -concluye encogiéndose de hombros-.

-D’Eon os recuerdo que sigo siendo la reina…

-Y una muy bella, si se me permite decirlo -replica inmediatamente haciendo una estudiada reverencia-. Sólo quería deciros que quizá la paloma, por mirar al cielo, no se haya percatado de lo que tiene en tierra al alcance de la mano. Y ya he hablado demasiado porque no quiero inmiscuirme más de la cuenta. Sólo quiero añadir como recomendación, sea cual sea vuestra decisión final, que no os pongáis a contraluz con este vestido… Aunque pensándolo mejor quizá debáis hacer justamente eso.

Nada más oirlo busco mi imagen en uno de los numerosos espejos que forran las paredes del taller de Leonard. Efectivamente la luz que entra a mis espaldas por las ventanas atraviesa el tejido blanco dejando muy poco a la imaginación. Cuando me tropiezo en el reflejo con la sonrisa divertida de D’Eon, le doy prisa para que me ayude a cambiarme y acto seguido salgo al pasillo dejando atrás al fiel espía.

 

A paso ligero voy atravesando pasillos en dirección al despacho del Rey, donde habitualmente revisa su correo. Pero cuando entro a una nueva galería me freno en el acto al distinguir al fondo a Blaisdell quien, con su habitual postura erguida y las manos entrelazadas en la espalda, parece inmerso en la contemplación de uno de los muchos cuadros que decoran el palacio. Por no sé bien qué extraño instinto, antes de que me vea me oculto detrás del pedestal de una estatua que está alineada contra la pared interior. Nada más esconderme ya me estoy arrepintiendo porque ahora si me encuentra sí que estaré en una situación comprometida. Con lo fácil que habría sido haberle saludado pasando de largo y haber seguido mi camino. Aunque con Blaisdell las cosas nunca son tan sencillas y seguramente habríamos acabado discutiendo, así que prefiero esperar a que se vaya y aprovecho para estudiar a “mi enemigo” en este raro momento de intimidad.

Hay que reconocer que bajo la luz de los ventanales el Ministro ofrece un espectáculo totalmente disfrutable para la vista. Aprecio que lejos de abandonar su fachada habitual, ahora que cree que nadie le observa, continúa imponiendo como siempre. Con su típica postura algo más relajada, en este momento más que un zorro ladino parece un lobo en reposo. La emoción de sus ojos es inescrutable, pero sea lo que sea lo que está admirando tiene captada toda su atención y me sorprendo pensando en cuánto me gustaría que me mirara a mí así en vez de andar siempre discutiendo o ignorándonos como ahora. Me permito recorrer con la vista las expresivas cejas fruncidas sobre su nariz recta, la boca elegante desprovista ahora de su habitual sonrisa socarrona, la mandíbula poderosa que invita a repasar con la lengua, el cuerpo noble y bien formado… lo encuentro sencillamente suculento. Sabía que era atractivo pero nunca le había mirado con tanta necesidad.

 

Mientras disfruto del espectáculo desde mi improvisado escondite, el Ministro retrocede un paso sin apartar los ojos del cuadro que hay en la pared. Momentos después se gira y emprende la marcha sobre el suelo ajedrezado, desapareciendo al doblar la esquina al final del pasillo. Decido esperar unos minutos apoyada contra el mármol hasta asegurarme de que no hay peligro y, al fin, voy directa hasta el punto exacto en el que Blaisdell había estado en pie. Curiosa levanto la vista para saber qué había retenido durante tanto rato su atención y mi corazón pierde un latido al encontrarme conmigo misma devolviéndome la mirada. Aunque hay otros cuadros a cada lado, estoy segura de que se trata de ese. Soy yo, vestida de azul en el jardín, sosteniendo una rosa con una mano y una cinta con la otra.

De pronto recuerdo las palabra de D’Eon y todo encaja. Sí, Blaisdell tiene razón y su plan a fin de cuentas nos beneficia a todos. Pero al parecer lo que en un principio había hecho por servir a Francia, había acabado afectándole personalmente . De ahí la animadversión por Fersen cuando estaba claro que iba a irse o las palabras innecesariamente crudas que me había dedicado a mí , dos detalles que ahora era fácil identificar como celos . Pero sobre todo se notaba por la forma descarada de evitarme en cuanto supo de mi elección. De modo que estaba contemplando a un lobo con el orgullo herido, cuando l a ironía e stá en que en realidad era un perfecto candidato: un guapo amante francés que además suponía todo un reto mental y que podía moverse libremente por Versalles sin levantar sospechas. Su mayor problema había sido su propia personalidad morbosa, que se había puesto en su contra.

Empecé a sonreír para mis adentros saboreando esta nueva información que hacía a Blaisdell más humano y que me daba cierto poder sobre él. “ De modo que se han vuelto las tornas -me digo mientras retomo el camino el dirección al despacho de Luis-. Ahora el temible lobo es como un pajarito caído en una trampa ”. Y es que al final tampoco somos tan diferentes.

Chapter 7: TÉ DE LIMÓN

Chapter Text

¿Qué ternura puedo esperar de ella? ¿Renunciaría, acaso, a su origen? El fuego de sus miradas tan conmovedoras, tan dulces, es un cruel veneno. Esa boca tan bien formada, tan coloreada, tan fresca y en apariencia tan ingenua no se abre más que para engaños e imposturas. Ese corazón, si lo fuese, no se encendería sino para una traición.

Jacques Cazotte (1719 -1792 )

 

A la mañana siguiente asistimos temprano al desayuno protocolario que celebramos una vez cada semana con la alta nobleza; es una de las viejas tradiciones que aún mantenemos para evitar que nos tachen de inaccesibles. Odio levantarme tan temprano, pero aún soporto menos estar rodeada de hipócritas. Normalmente no es difícil aguantar cualquiera de esas dos cosas por separado, pero tener que soportarlas juntas me lleva al límite de mi paciencia. Entre sorbos de café o té todos intentan agradarnos para escalar a puestos de mayor confianza. Luis, aunque tampoco disfruta con este tipo de actos, siempre le pone voluntad y los afronta con buena cara. Me obligo a seguir su ejemplo y también les sonrío cuando toca y hago comentarios educados aquí y allá, pero debajo de la mesa retuerzo con ansiedad la servilleta esperando a que la función termine pronto.

Hoy se ha colocado a mi derecha un noble asombrosamente viejo y medio desdentado que sólo calla para tomar aire y seguir con su verborrea. Lleva desde que nos hemos sentado ensalzando las virtudes de su nieta con la esperanza de que le haga un hueco entre mis damas. De eso hace media hora. Mientras intento esquivar tanto las indirectas poco sutiles como los proyectiles de saliva que a veces se le escapan, por el rabillo del ojo miro a donde habitualmente suele sentarse Blaisdell, siempre junto al Rey. Hoy no ha venido y su ausencia se evidencia aún más al estar ocupado su lugar por otro noble que no conozco y cuyos ojos nerviosos no paran de moverse aquí y allá bajo unas cejas arqueadas por el asombro.

Llega un punto en el que me dan ganas de gritar porque siento que los minutos se me escapan cuando lo que necesito es estar a solas para poner orden en mi cabeza. La carta de Lafayette estaba entre el correo de ayer anunciando que el marqués llegaría en el plazo de tres días. Sólo tres días. Ese es el tiempo que me queda para intentar acercarme a Blaisdell y averiguar si puede haber algo entre nosotros. Necesito desesperadamente idear un plan, pero la voz cascada e incesante del viejo no me deja concentrarme. Justo cuando voy a llevarme el café a los labios algunas gotas de su saliva se cuelan dentro y detengo el brazo en el aire mientras miro fijamente el contenido de la taza. O esto acaba ya o voy a coger el cuchillo de untar y comenzar una masacre.

Como llegado del cielo el Rey da por concluido el desayuno y me ofrece su brazo para acudir a misa. Rumbo a la capilla lo noto demasiado serio y presiento que es una de esas raras ocasiones en las que está molesto conmigo. Le cuesta más de la mitad del camino dirigirme la palabra.

-María...

-¿Qué?

La réplica rápida y seca le suena tan extraña de mi parte que de inmediato gira la cabeza. En sus ojos sólo hay curiosidad.

-Has ignorado al duque de Alençon, el noble que estaba a mi lado. Antes de sentarnos ha intentado llamar tu atención y ni siquiera te has dado cuenta. Cree que lo has hecho a propósito.

-...

-Es la primera vez que pone un pie en Versalles y se ha pasado la mañana esperando a que le digas algo, pero tú ni siquiera le has saludado aunque lo tenías justo delante. Muy a mi pesar he tenido que invitarle también a la misa para minimizar las críticas y estoy seguro de que el hombre ya se ve viviendo aquí en Versalles.

Luis espera pacientemente pero lo único que obtiene por respuesta es el sonido de nuestras pisadas sobre el suelo de mármol.

-No quiero saber lo que sea que esté pasando entre Víctor y tú. Sabes que me mantengo al margen. Sólo te pido que no afecte a tus funciones, por el bien de todos -dice con la vista fija al frente-.

-¿Cómo sabes...?

-Al contrario de lo que dicen por ahí no soy un idiota. El que elija no entrometerme no significa que no me dé cuenta de lo que pasa. Especialmente si incumbe a mi esposa y al hombre al que considero mi mejor amigo -explica frunciendo ligeramente las cejas-. Entiende que nada personal puede afectar jamás a nuestro papel como monarcas. Nosotros, por suerte o por desgracia, no somos como el común de los mortales y no nos está permitido demostrar ciertos comportamientos. Van a usar contra nosotros cualquier fallo o debilidad que dejes a la vista. Por desgracia es algo que debes saber mejor que nadie...

-Lo que no podemos permitirnos es ser humanos -contesto con voz gélida-.

-No cariño, no podemos -suspira Luis mientras acaricia con suavidad la mano que tengo apoyada en su brazo-. Muchas veces pienso en cómo seria vivir sin temor a que te odien o incluso a que te amen, siendo simplemente ordinarios. Porque cuando puedes permitirte pasar los días sin llamar la atención, como alguien común y corriente, debe ser un poco más fácil estar en este mundo. Sé que tú también lo crees, de ahí el Trianon. Haz lo que debas con Victor, pero sin olvidar que eres la Reina de Francia. Recuerda que no todo es malo y que también tenemos privilegios. Ah, por cierto -dice de pronto haciendo una mueca de asco- no sabía cómo avisarte pero el anciano de tu derecha se ha pasado todo el desayuno escupiéndote en el café.

Lanzo un hondo suspiro y a Luis se le escapa una carcajada espontánea.

-Vamos, que no llegamos a misa -me dice acelerando el paso-. Él tampoco estará ahí. Pero me ha dicho un pajarito que va a pasar casi todo el día encerrado en su despacho. Pobre hombre, el trabajo le consume... ¿Quién será el espíritu bondadoso que le saque de entre esas cuatro paredes y lo traiga de vuelta al mundo de lo vivos?

-Podríamos probar a enviarle al Duque de Alençon...

-No sabía que las cosas estaban tan mal entre vosotros-contesta Luis con los ojos como platos-.

La misa es todo lo contrario al desayuno y me llena de paz. Menos bullicio, la tranquilidad, la atmósfera, la voz hipnótica del sacerdote... todo contribuye a relajarme, aunque también cuenta el haber hablado antes con Luis. Al finalizar la ceremonia abandonamos juntos la capilla con las manos entrelazadas y ya en la puerta intercambiamos unas palabras con el duque de Alençon, que no cabe en sí de gozo al haberse podido dirigir al fin a la Reina. Tras comprometerse a enseñar parte del palacio al duque, Luis se agacha para besarme la mejilla y aprovecha para desearme suerte en el oído.

Voy a paso ligero a mis habitaciones para cambiarme de ropa por algo más cómodo. Conforme me acerco a la puerta veo a un sirviente esperando de espaldas que se entretiene pasando el peso del cuerpo de un pie a otro. Lleva una bandeja con un juego de té y un fardo de tela bajo el otro brazo, al oír que alguien se aproxima se detiene en seco y se gira haciendo tintinear la taza contra la tetera. Nada más verme esboza una sonrisa de alivio y viene hacia mí dando grandes zancadas. Es muy joven y cuando está lo suficientemente cerca puedo apreciar la constelación de pecas que le salpica la nariz y que se extiende hasta sus mejillas. Tiene los ojos de color verde bosque y por sus cejas se deduce que es pelirrojo sin necesidad de mirar bajo la peluca.

-Buenos días Majestad, Mi Reina, traigo... ah, perdón... -apenas comienza a hablar cuando parece recordar algo y se detiene para hacer una reverencia tan aparatosa que pone en peligro la integridad de todo lo que lleva en las manos.- Perdonad mis modales Majestad, traigo un paquete y... Bueno, el paquete no es mío, es de parte del señor Leonard. Iba a dejarlo ahora mismo en vuestras estancias, es sólo que... bueno... es que soy nuevo, Su Majestad, y nunca había venido hasta aquí y tenía miedo de hacer algo mal -explica con sinceridad pero tan rápido que me cuesta entenderlo todo.

-Buenos días. Gracias, vamos a dejarlo dentro... -le digo apoyando la mano en la puerta para entrar.

-¡Su Majestad! ¡El protocolo no...! -en ese momento se para a mitad de frase con expresión de terror y la boca muy redonda en forma de "o"-. No... No tendría que haber gritado, acepte mis humildes disculpas Majestad, es sólo que debería abrir yo para que pasara Su Majestad ¿verdad? Pero no puedo porque... ya veis -dice haciendo un gesto expresivo con las manos ocupadas-. A lo mejor le puedo dar con el pie... -las últimas palabras salen de su boca en un hilillo de voz estrangulado-.

-Bien, bien, tranquilo, no pasa nada -me apresuro a tranquilizarle-. Dame el paquete, lo cogeré yo misma... y ¡voila! Ya puedes abrirme la puerta y dejar dentro la bandeja, aunque no recuerdo haber pedido nada.

-Ah, Su Majestad, perdóneme, no es para Su Majestad, es para el Ministro Blaisdell, Su Majestad. Iba de camino a su despacho para llevarle el té cuando otro sirviente me abordó y me dio el paquete para que se lo entregara a Su Majestad. Y bueno, Su Majestad ya sabe todo lo demás.

-¿Dices que esto es para el despacho de Blaisdell?

-Así es Su Majestad, como os decía iba de camino y me gustaría llevarlo antes de que se enfríe y me reprendan, hay que ser rápidos porque como dice mi tío Didier; "Sólo hay trabajo postrero para el que se toca los hue...", para el vago -cierra la boca de golpe y me mira con los ojos muy abiertos. El sudor le empieza a resbalar por las sienes y se ha puesto tan pálido que hasta se le ven más pecas que antes.

-¿Te importa si se lo llevo yo? -pregunto sin hacer mucho caso-. Podría darle una sorpresa al Ministro y hacerle un poco de compañía mientras trabaja. Bueno -añado con una sonrisa persuasiva- ya habrás oído hablar de lo mucho que me gustan las bromas, podría fingir que soy una sirviente. Sería divertido.

El muchacho parece pensárselo unos segundos mientras se rasca una cicatriz sobre la ceja con una punta del fardo y acto seguido asiente notablemente incómodo. Finalmente me da el paquete y abre la puerta para que pasemos.

-Bien, gracias... ¿Cómo te llamas?

-Ah, me llamo Adrien Su Majestad, lo siento. Bueno, lo que siento es no haberme presentado, no el nombre. Me lo pusieron por un tío materno y estoy muy orgulloso de llamarme como él porque...

-De acuerdo, gracias Adrien, ya puedes marcharte -le corto sin mucha ceremonia.

Yo dejo el paquete en una silla mientras él se toma más tiempo del necesario colocando la bandeja en una mesita junto a la entrada. Después se me queda mirando con cara de profundo sufrimiento.

-¿Sucede algo, Adrien?

-Su Majestad. Si Su Majestad me lo permite yo...

-Te lo permito, te lo permito -le animo a hablar haciendo gestos con la manos.

-Pueeeeessss... Hoy es mi último día de prueba en este puesto y si lo paso entonces me contratarán. Y Camile, mi prometida, estará contenta y querrá casarse conmigo. Por favor no tenga en cuenta mi torpeza. Siempre me dicen que cuando estoy nervioso hablo demasiado Su Majestad. Por favor, acepte mis disculpas por todo... Y... ya está -concluye farfullando y cerrando los ojos con fuerza como el que ve venir un golpe-.

-Tranquilo Adrien, está todo bien, ya puedes irte -le aseguro mientras apenas puedo contener la risa.

Evidentemente aliviado se deshace en reverencias mientras camina de espaldas hasta tropezarse con la puerta. Está a punto de irse cuando cambia de opinión y me habla con una vocecilla insegura.

-Es que... mi prometida dice que a veces hablo demasiado y que haría mejor dedicando mi lengua a otros trabajos más productivos. No sé bien a qué se refiere pero sospecho que quiere que me haga orador. O quizás político.

-Creo que deberías considerarlo -contesto aguantando la risa.

-Sí, tendría que pensármelo...

-Hasta pronto Adrien.

-Su Majestad... -se marcha al fin no sin antes regalarme una reverencia que casi le hace tocar el suelo con la nariz.

Ya sola meneo la cabeza divertida y examino el contenido de la tetera. Al levantar la tapa me llega un leve aroma a limón, aunque el té por supuesto hace ya mucho que está helado. Por fin dedico atención al fardo y lo abro con manos temblorosas, a pesar de que viniendo de Leonard no podría ser otra cosa que... "El gaulle" -digo con admiración sosteniéndolo ante mí- "en el momento justo".

***---***---***---***---***

"Todo va a ser perfecto", pienso mientras me deslizo con la bandeja del té por los pasillos rumbo al despacho de Blaisdell. Llevo puesto el vestido nuevo y soy totalmente consciente de lo provocativo que es. Estaba destinado a lucirlo delante del Marqués de Lafayette, pero en lugar de para el águila lo llevo puesto para el lobo. Mientras camino reviso mi reflejo al pasar por los ventanales que iluminan el camino y siento una punzada de duda porque no sé si será suficiente para conquistar un objetivo más complejo como es Victor. La excitación me recorre al pensar en él utilizando su nombre de pila.

Ya ante el despacho no quiero perder más el tiempo, así que respiro profundamente una sola vez y llamo con los nudillos. Inmediatamente su voz responde y empujo la puerta pasando al interior de la estancia. El Ministro está sentado justo enfrente tras un pesado escritorio lleno de papeles y cartas. Es cierto que está trabajando y se encuentra tan absorto que ni siquiera levanta la vista para mirarme. Está relajado, escribiendo con elegancia a la vez que a intervalos se detiene a leer unos documentos, entrecerrando los ojos cuando llega a algunos pasajes que presumo especialmente relevantes. Aprovecho el momento para observar esta nueva faceta suya que no conocía y que encuentro especialmente atractiva. Al rato levanta la vista y se queda mirándome. Si el vestido le ha afectado de alguna manera es imposible adivinarlo. Con un movimiento elegante deja la pluma en el tintero y sonríe apoyando la barbilla en los dedos.

-¿Tan mal estamos de servicio? -bromea.

-Ya que parecía que a mi ministro favorito se lo había tragado la tierra, he venido a comprobar de primera mano que todavía está de una pieza.

Mientras hablo me he ido acercando al escritorio hasta dejar la bandeja en él. Y sin pensarlo mucho cojo una silla y la acerco para sentarme a su izquierda. Blaisdell, que ha observado todos mis movimientos en silencio, estira el brazo para tocar la tetera y al hacerlo frunce el ceño al notarla fría.

-Adrien...

-El mismo que viste y calza -replico sonriendo-. Quizá debería hacerle más caso a su prometida y dedicarse a otra cosa.

-¿También te ha contado eso? -pregunta Blaisdell llevándose una mano a la frente.

-Hasta ha tenido a bien compartir conmigo una colorida muestra de la sabiduría de su tío Didie. ¿Cómo es que ha conseguido entrar en Versalles? -pregunto curiosa.

-Me temo que todo es obra mía. Es el hijo de mi cocinero: su padre es un buen hombre y me pidió que intercediera por él.

-¿El famoso cocinero del plato soso, amargo y frío? -comento fingiendo inocencia.

Blaisdell gira la cabeza en un rápido movimiento y me mira entrecerrando los ojos mientras me río despreocupada a su lado. No le ha sentado nada bien el comentario, que es una clara referencia a Fersen, por lo que doy por confirmada mi teoría de los celos. Vamos bien.

-Así que el Ministro de Interior no es tan malvado como parece y sin dudarlo un segundo le echó una mano a su empleado... Debo reconocer que estoy asombrada de que haya un corazón latiendo dentro de ese pecho.

-En realidad fue un acto egoísta del que ya me estoy arrepintiendo. Su padre estaba intentando enseñarle el oficio familiar, pero Adrien no paraba de provocar pequeños accidentes. En dos ocasiones incendió la cocina y hubo una vez en la que casi pierde un ojo. Al parecer estaba intentando cortar un hueso para la sopa y el cuchillo se partió. Se le clavó la punta justo sobre la ceja.

-Por favor, que ni se acerque a las cocinas de Versalles -digo abriendo los ojos con horror.

-Voy a intentar que lo mantengan haciendo recados y algún día... ¿Quién sabe? Hasta podría llegar a traerme el té caliente -señala con un gesto la bandeja, encogiéndose de hombros.

No parece que vaya a decir nada más y nos quedamos un rato inmersos en un silencio incómodo. Decido atacar, ya que para algo he llegado hasta aquí. No pienso volverme con las manos vacías dándole otra vez vía libre para desaparecer de mi vida. Me aprieto contra él para echar una mirada a los papeles de la mesa y me aseguro de apoyar mi pecho sobre su brazo sin siquiera esforzarme porque parezca un descuido.

-¿Y este es el culpable de que no haya sabido nada de ti en días?

-Efectivamente... -contesta con voz profunda.

-No parece que guarde relación con tu trabajo, parecen transacciones -digo estirando la mano para coger un folio, sin olvidarme de apretar mi pecho contra él aún más.

-Efectivamente... -repite tragando saliva-. Efectivamente... Son las cuentas de mis transacciones comerciales. No sólo de Versalles vive el hombre.

-Así que también eres comerciante... -la curiosidad me puede y no puedo evitar prestar más atención al papel que tengo en la mano-. Son actividades comerciales con otros países -digo con asombro-.

-Si te refieres a que tengo negocios, así es. Debo añadir que me sorprende gratamente verte tan interesada en el comercio internacional. Lo que sostienes en la mano en concreto corresponde al registro de una transacción de recursos atípicos...

Se gira para hablarme y aprovecho el momento para atrapar sus labios con los míos. Al principio los dos nos quedamos quietos, boca sobre boca, el tiempo suficiente como para que empiece a sentir una punzada de vergüenza. Pero si tenía alguna duda ésta queda disipada al notar la presión de su lengua demandante contra mis labios. Sin querer esperar más los entreabro e inmediatamente invade mi boca con un gruñido de triunfo. Al paladearle percibo el sabor del café y una pizca de whisky al final. Conocer su sabor me excita. Me aprieto aún más contra su cuerpo buscando profundizar el beso, intentando tener más de éste hombre tan peculiar y estimulante. En el silencio de la habitación sólo se escucha nuestra respiración pesada y el canto de los pájaros que llega desde la ventana.

-¿Te parece esto lo suficientemente atípico? -le pregunto con el aliento entrecortado cuando al fin nos separamos.

Pero en lugar de contestar me sujeta con ambas manos por la cintura y en un sólo movimiento me levanta de la silla y me coloca a caballo sobre su pierna. Es tan repentino que me pilla desprevenida y él aprovecha para deslizar lentamente sus manos cálidas y fuertes por mis muslos hacia las caderas, arrastrando con el mismo movimiento el vestido. Cuando al fin descubre mi sexo y lo encuentra desnudo, oigo con satisfacción cómo contiene la respiración y alza la vista para mirarme con las pupilas dilatadas. Me agacho para volver a tener esa lengua experta en mi boca y al sentir cómo se mueve contra la mía no puedo evitar suspirar dentro del beso. Sólo me detengo para lanzar un gemido involuntario en el momento en que me baja el escote dejando libres mis pechos. Me separo dejando un hilo de saliva entre nosotros que se rompe cuando me echo hacia atrás ofreciéndole lo que ha desvelado. Sin perder el tiempo Victor me empuja hacia él y de inmediato siento su lengua y el roce de sus dientes. Compruebo con un escalofrío de placer que es de los que les gusta morder y no puedo reprimir una sonrisa mientras jadeo. Cuando se separa sostiene un pecho en cada mano y los admira mientras que con los pulgares extiende su saliva por los pezones en movimientos circulares.

-Eres exquisita -dice de pronto admirando mi cuerpo-.

Tiene las pupilas tan dilatadas que el iris parece un fino aro de plata.

Me excita tanto ver lo que puedo hacer de él que quiero descubrir más. Extiendo los brazos y me sujeto entrelazando lo dedos tras su nuca. Arqueando la espalda lanzo un gemido largo y profundo sólo para que me oiga y comienzo a mover las caderas adelante y atrás, frotando mi vulva contra su muslo. La suave tela del pantalón está tan mojada a estas alturas que me es fácil deslizarme a un ritmo cada vez más rápido. Victor, con un gruñido de satisfacción, coloca una mano a cada lado de mi cintura y sigue el curso de mis movimientos ayudándome a tomar más velocidad.

La fricción pasa pronto a convertirse en embestidas cada vez mas fuertes y rápidas que me sacan un jadeo agudo cada vez que su muslo golpea contra mí. Estoy tan cerca de mi límite que ya sólo puedo suplicarle más.

-Mírate... -comenta con un murmullo ronco y pesado que parece un gruñido animal-. Mírate, estás a punto de correrte.

Ni sé cómo consigo asentir con la cabeza. Cierro lo ojos porque ya no soy capaz de ver nada y me echo rendida hacia atrás gimiendo de necesidad. Al instante siento su pulgar áspero moviéndose sobre mi clítoris. Es demasiado. Sólo hacen falta unas pocas caricias para que se me escape un grito. Llega el orgasmo y me inclino hacia él, agarrándole de las solapas y hundiendo el rostro en el hueco de su cuello. Le muerdo para ahogar otro grito, sin preocuparme demasiado por dejar marcas. Mientras las oleadas de placer suben desde los dedos de mis pies hasta mi espalda sigo frotándome contra Victor, deslizando sensualmente las caderas en movimientos circulares.

Me quedo así durante un rato, temblando como una hoja e intentando recuperar el aliento. Ambos estamos sudando y la piel de Victor está muy caliente y enrojecida donde le he mordido. Repaso la marca con la lengua y disfruto enormemente del sabor salado de su piel. Lentamente bajo una mano que va camino a su entrepierna. Allí encuentro humedad, calor y el contorno de su polla dura estirando la tela del pantalón. Empiezo a acariciarla pero de pronto él me retira la mano y me la sujeta con fuerza. Sorprendida alzo la vista y me tropiezo con unos ojos fríos que me estudian con curiosidad.

-No.

-¿No? -acierto a preguntar sorprendida.

-No -repite con voz firme mientras me levanta y vuelve a meterme los pechos en el vestido.

Todavía me tiemblan las piernas y me cuesta mantenerme en pie. No consigo comprender qué está pasando.

-¿Estáis... satisfecha? ¿Creéis que con esto podréis aguantar unos días hasta la llegada del Marqués de Lafayette? Espero que mis humildes servicios sean suficiente hasta entonces. ¿Necesita algo más Su Majestad? -continúa con voz fría.

-...

-¡Oh! ¿Quizá sólo ha sido para comprobar la eficacia del vestido? Si es así tenéis mi aprobación, aunque me temo que la prenda ha quedado un poco... dañada. Habrá que mandarlo a limpiar si queréis volver a usarlo dentro de dos días. Mi enhorabuena -me felicita con sarcasmo mientras ordena los papeles que han caído al suelo.

La mención al vestido hace que me de cuenta de lo que puede parecer. Venir aquí, tan directa, con ropa que de algún modo él sabe que en un principio estaba destinada a otro hombre... Como un relámpago me acuerdo de D'Eon en el taller de Leonard. ¡Maldita sea, D'Eon debía estar informándole de todo! ¿Cómo había podido ser tan estúpida? ¡Por supuesto que había sido ofensivo para él! Pero eso no le daba derecho a tratarme con esa brutalidad. Sus palabras me hacían daño de una forma cruel y sádica.

-Su Majestad... -dice al fin con voz cansada-. No estoy... en mi mejor estado de ánimo, por decirlo de algún modo. Digamos que necesito un momento a solas.

Con un movimiento de la mano se señala la entrepierna todavía abultada y acto seguido se gira para abrir unos palmos la ventana.

 

Cuando se da la vuelta yo ya no estoy en el despacho.

 

Chapter 8: CUENTA CONMIGO

Chapter Text

Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba. Te miraré de reojo y tú no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…

 

Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944)

 

 

Gabrielle” -pienso mientras más que caminar vuelo por los pasillos. Me duele el pecho al saber que si busco a Luis estará todavía con sus estúpidos candados. Es injusto porque no ha hecho nada malo, pero mi enfado se extiende irracional hasta él. Tampoco sé cómo reaccionaría si me viera llegar así y le contara lo que ha pasado. Pero Gabrielle es diferente. Ella es tierna, afectuosa como Luis, pero sobre todo es mi amiga y siempre tiene tiempo para mí aunque a veces no me lo merezca.

De repente todo se vuelve borroso y durante un segundo aprieto los ojos con fuerza sin detener el paso. Necesito parpadear unas cuantas veces para que los contornos del pasillo vuelvan a su sitio. Cuando noto el sabor salado en los labios me doy cuenta de que estoy llorando y me limpio la mejillas restregándomelas con el dorso de la mano. Son lágrimas gruesas que caen pesadas y que saben a frustración y a vergüenza.

“No quiero llorar” -me repito una y otra vez-. “No voy a llorar por ese hijo de puta. No voy a llorar porque soy fuerte. Ha sido todo un malentendido y se puede arreglar... aunque ni siquiera te lo mereces, pedazo de cabrón retorcido. No quiero hablar con Luis , n ecesito a Gabrielle, Gabrielle, Gabrielle...”

Los pensamientos se vuelven más y más incoherentes. Ya no puedo separar la vergüenza del enfado y el dolor. También está ahí la excitación porque todavía siento su sabor en mi boca y sus caricias en la piel. Después me acuerdo de cómo ha terminado todo y me trepa la rabia por la garganta. Cuando al fin llego ante las habitaciones de Gabrielle llamo con insistencia y mientras espero a que abra repito el nombre mi amiga como un mantra para aplastar muy hondo la amalgama de sentimientos que ahora mismo no puedo procesar.

Al fin abre la puerta ella misma y por primera vez doy gracias al cielo de que no tenga sirvientes propios.

-¡María! -sus ojos se iluminan de genuina alegría que pronto se convierte en preocupación al darse cuenta de mi estado-. ¿María?

Sonrío con alivio al ver que sigo importándole, siempre tan hermosa y buena. Con un sollozo me lanzo a abrazarla enterrando la cara en su cuello, sintiendo remordimientos por haberla dejado de lado y sólo acudir a buscarla cuando tengo problemas. Ella inmediatamente cierra la puerta como puede y me rodea con sus brazos mientras me conduce al diván. Por fin me permito llorar y dejo que salgan todas las emociones que llevo enredadas en el pecho mientras ella me acaricia la espalda. Gabrielle no me pregunta nada, me conoce bien y espera con paciencia a que me desahogue. Al fin, después de un suspiro particularmente largo, tomo aire y empiezo a hablar entre hipidos, esperando que pueda descifrar algo de lo que le digo.

 

 

-A ver si lo he entendido… -dice más tarde, mientra me pasa una taza de té que cojo con manos temblorosas-. Siempre me has puesto al día de todo lo de Fersen, del trato que tienes con el Rey, nos hemos contado con todo lujo de detalles lo que nos gustaría que nos hiciera el Marqués de Lafayette, ese prodigio de hombre… ¿Pero me has mantenido al margen de… de todo esto?

-Eh… -contesto sintiendo otra vez remordimientos-. Supongo que sí. Lo siento.

-Con Blaisdell…

-Sí -replico mientras me suben los colores y dejo la taza en la mesa.

-Sólo para salir de dudas… ¿Hablamos del Ministro de Interior Blaisdell, el sádico que da miedo y que inexplicablemente es el mejor amigo de tu marido?

-Ese mismo -digo tapándome la cara con las manos para ocultar la vergüenza.

-… ¿Y cómo la tiene?

-¡Gabrielle! -grito escandalizada mientras ella me mira con una sonrisa pícara que ya echaba de menos-. ¡No sé... no llegué a vérsela, ya te lo he dicho!

-¡Pero sí que la tocaste! -continúa con una carcajada de triunfo-. Y por lo roja que te pones el Ministro debe tener importante algo más que el cargo.

-Parecía… grande… sí -le digo mirándola entre los dedos sin poder contener una sonrisa.

-¿Más que la de Fersen?

-¡Gabrielle!

-¡Bueno, al menos ya te estás riendo! -replica antes de dar un delicado sorbo a su taza-. ¿Cómo te sientes? ¿Estás mejor?

-Me siento… mejor, sí. Creo que… creo que parte de la culpa es mía -me obligo a reconocer- pero eso no le daba derecho a vengarse de esa manera tan… tan…

-Es un cabrón -resume ella frunciendo las cejas-. Uno muy listo. Pero tú tampoco has sido sincera, María. En ningún momento le has dado pistas de que hubieras descartado como opción a Lafayette, sino que te has limitado a tener a uno más o menos asegurado antes de ir a por el otro. Si se hubiera tratado de otro hombre…

-Como Fersen -la interrumpo con un suspiro.

-Sí, como Fersen. Que Dios lo bendiga porque no tiene una pizca de maldad. Si hubiera sido como el Conde, seguramente te habría salido bien. Pero estamos hablando de Blaisdell -termina fingiendo un escalofrío-.

-Tampoco lo pensé así en ese momento, haces que suene peor de lo que es. Yo sólo creía que si me aseguraba… Porque con él nunca se sabe lo que hay… Pero si me correspondía… Yo sólo…

-Tú sólo pensabas en eso tan grande que dices que has tocado y se te nubló el juicio -termina por mí señalándome con un dedo acusador-.

-¡Si sigues así me voy! -amenazo mientras me levanto.

-Noooo, ya lo dejo, siéntate -me asegura mientras se retuerce de la risa.

Yo me quedo en pie un momento mirándola con cara de ofendida, pero al final me contagia su buen humor y me vuelvo a sentar riéndome con ella.

 

-¿Vas a decírselo al Rey?

La miro con tristeza y niego con la cabeza. Mal que me pese Luis y Blaisdell son amigos y no quiero estropearlo con un asunto que pienso solucionar por mí misma. De todos modos es seguro que al final acabará enterándose. El Ministro no es su único aliado.

-En ese caso vamos a hacer una cosa: quédate a comer conmigo. Enviaré a alguien para que avise a Su Majestad en tu nombre. Así de paso podrás asearte un poco mientras voy a buscarte ropa y pasaremos la tarde en compañía, como en los viejos tiempos.

En cuanto Gabrielle termina de hablar bajo la vista para mirarme y por primera vez desde que salí del despacho de Blaisdell me doy cuenta de mi estado. Llevo el vestido totalmente arrugado, el escote torcido y hay manchas de humedad por todas partes, tanto de lágrimas como de… en fin. Por no hablar del inconfundible olor a sexo. Me arden hasta las pestañas al recordar a Blaisdell abriendo la ventana antes de que me fuera.

-¿Y Jules no vendrá?

-Mi marido está en un viaje de negocios.

-Oh, lo siento Gabrielle -digo comprendiendo a qué se refiere-. Tú también tienes tus problemas y yo te abrumo con los míos. Perdóname -me disculpo otra vez y extiendo la mano para tomar la suya, que descansa sobre la mesa-. No entiendo por qué sigues esperándole. Sabes que no te costaría encontrar a alguien que te hiciera feliz.

-Porque todavía le quiero. Es un cerdo, pero le quiero. Hubo un tiempo en el que él también me quería. Pero supongo que en algún momento dejé de parecerle estimulante. Simplemente se cansó de la tonta de su mujer y con su atractivo no le resultó difícil encontrar otros… intereses. Todavía tengo la esperanza de que algún día vuelva a mí.

Al llegar a ese punto a Gabrielle, que había estado hablando con la mirada fija en la taza, se le quiebra la voz mientras le resbala una lágrima solitaria por la mejilla. Se apresura a limpiarla con los dedos y vuelve a dirigirse a mí con una dulce sonrisa.

-Supongo que soy una romántica. Pero sé que entre todas las personas que me rodean precisamente tú eres la única que podría comprenderme.

-Sí. Cuando venía hacia aquí estaba furiosa con Luis y no acababa de entender por qué -le confieso con tristeza-. Yo también estoy enamorada de mi marido, incluso más ahora que hemos llegado a buenos términos y ambos hemos madurado juntos. Es apuesto, inteligente y bueno, pero tampoco puedo tenerlo como yo quisiera.

-Él te quiere, María. No como un hombre quiere a una mujer pero…

-Pero yo necesito más -termino la frase sin poder evitar recordar la sonrisa retorcida de Blaisdell al dedicarme las mismas palabras.

-Te comprendo -dice lentamente Gabrielle-. Yo... me conformaría sólo con eso, pero aún así te comprendo.

-Es más que eso -replico frunciendo el ceño e intentando buscar las palabras adecuadas-. Es frustrante. A veces… a veces lo observo, sobre todo en la intimidad cuando se desnuda para ir a dormir, y pienso que lo tengo al alcance de la mano y que con sólo estirar el brazo podría tenerlo. Pero cuando estoy a punto de… cuando estoy a punto... -continúo tragando saliva- entonces recuerdo que él no es para mí, ni para nadie. En el fondo a veces le culpo de que no podamos ser una pareja normal y que eso me obligue a recurrir a otros hombres.

-Ay María, se supone que como amiga tengo que consolarte y míranos. Las dos aquí llorando como tontas.

-Sólo espero que Blaisdell esté sufriendo tanto o más que yo -replico apretando los puños al volver a acordarme del Ministro.

-Bueno, por lo que comentas que te dijo antes de irte, un poquito sí, diría yo.

 

Ambas nos reímos como niñas y dejamos nuestros problemas atrás por un día. A los pocos minutos la Duquesa sale a buscar a algún sirviente que entregue una nota a Luis y tarda un buen rato en volver con uno de mis vestidos para que pueda cambiarme. Para cuando nos traen la comida ya es tarde, pero no nos importa la hora y disfrutamos juntas de nuestra mutua compañía. Hablamos de cosas poco importantes; de hombres, vestidos, de noticias del Nuevo Mundo que van llegando a Versalles. Gabrielle disfruta poniéndome al día de los últimos cotilleos, una de sus grandes debilidades. Cuando llega la noche nos despedimos con un abrazo y nos prometemos no volver a alejarnos la una de la otra.

 

Una vez en la intimidad de mi appartement, cierro la puerta dando por finalizado el día y comienzo a desvestirme de camino al dormitorio. Voy dejando un rastro de joyas, zapatos y prendas sueltas hasta que al fin me aflojo el vestido. El fracaso vivido con Blaisdell todavía duele, pero Gabrielle ha conseguido mitigar el mal rato con cariño y buena compañía. Ahora lo que más me duele es darme cuenta de que antes de las palabras mordaces, antes incluso del sexo, había sido agradable poder conversar con él. Mientas me saco el vestido suspiro con tristeza, pero pronto se me escapa una risita al recordar las preguntas curiosas de Gabrielle sobre su…

-Parece que la palomita está de humor para una fiesta.

La voz inconfundible del espía surge desde las sombras de la habitación interrumpiendo el curso de mis pensamientos.

-¡D’Eon! -grito tapándome el pecho con las manos-. ¡Sabed que las puertas existen por algo!

-Entonces ¿cuál sería la diversión? -replica el asesino encogiéndose de hombros-. Venía a invitar a Su Majestad a una fiesta que quizá le anime a superar el mal trago de esta mañana.

-¿Una fiesta? -pregunto parpadeando sorprendida-. Esperad. ¿”El mal trago de esta mañana”? -repito con una punzada de angustia-. ¿Ya lo sabe Luis?

-Podéis quedaros o venir -replica caminando hacia la puerta e ignorando mi pregunta-. Si os quedáis, mañana os daré los buenos días y juraré no recordar nada de lo que hemos hablado. Si venís… hay ropa apropiada sobre la cama y un carruaje que no pertenece a Versalles aguardando en las caballerizas. Yo estaré esperando durante el tiempo que considere prudente. Ah, por cierto -comenta antes de cerrar la puerta-, parece que esta noche se presenta más solitaria de lo habitual. Sea cual sea vuestra decisión no habrá nadie en los pasillos de Versalles.

 

 

La claridad grisácea del cielo va quedando atrás conforme nuestro discreto carruaje recorre veloz el camino rumbo a París, cortando como un cuchillo una noche dominada por la luna llena. Mientras contemplo por la ventanilla el paso rápido de los árboles y pequeñas lomas que se adivinan entre las sombras, por el rabillo del ojo miro a D’Eon que parece totalmente relajado. Como se me había prometido, sobre la cama encontré ropa sencilla; una camisa con el cuello en pico abierto hasta el escote; un corpiño y una colorida falda con fajín. Con mi auténtico cabello suelto sobre los hombros y la ausencia de las joyas y el recargado maquillaje, tenía un aspecto muy diferente al habitual. Dudaba que alguien ajeno a los círculos de Versalles pudiera reconocerme así.

Por supuesto no vi a nadie de camino a las caballerizas donde esperaba paciente D’Eon junto a un carruaje negro, desprovisto de adornos y tan ordinario por dentro como por fuera. Al verme llegar el espía sonrió complacido indicándome que subiera, ocupando él a su vez el asiento frente a mí con total tranquilidad. Yo aún tenía dudas sobre la sospechosa fiesta pero ¿qué otra cosa podía haber hecho? D’Eon me conocía lo suficiente como para saber que la intriga no me dejaría dormir y que al final acudiría a su misteriosa cita.

-¿Por qué Blaisdell?

La pregunta totalmente inesperada me saca de mis pensamientos y después de sopesarlo decido no responder. Me limito a fingir que no he oído nada y me alejo de la ventanilla para apoyar la espalda contra el respaldo de los asientos desgastados. Pero él no se deja engañar y me observa con sus ojos azules cargados de curiosidad.

-¿Qué vais a hacer cuando llegue el Marqués de Lafayette? ¿Continuaréis según lo previsto?

Me cruzo de brazos en actitud defensiva y tampoco contesto esta vez, mant e ni é ndole la mirada con un silencio obstinado. De pronto D’Eon se echa a reír a carcajadas sujetándose el estómago con los brazos hasta que al fin, suspirando, se pasa la mano por los ojos chispeantes.

-Supongo que me lo merezco. Hagámoslo así: un secreto a cambio de otro. Intercambio de información. Me parece lo más justo.

-De acuerdo, empiezo yo -me apresuro a decir-. ¿Cómo te has enterado de lo que ha pasado, te lo ha dicho él? -el corazón me da un vuelco esperando la respuesta.

-Por la Duquesa de Polignac. Dejó una nota para Su Majestad mientras esperabais a que volviera con ropa limpia. Mi turno. ¿Por qué Blaisdell?

Vuelvo a guardar silencio y me paso nerviosa los dedos por el puente de la nariz. Por el hormigueo de mis mejillas sé que debo estar más roja que el terciopelo sobre el que me siento y sólo espero que no haya suficiente luz como para que D’Eon lo note.

-Vuestra reacción es más elocuente que las palabras -replica el espía enarcando las cejas.

-Digamos que en este momento no me encuentro en la disposición de elogiarle -aclaro frunciendo el ceño-. ¿El Rey sabe… todo lo que ha pasado?

-Sabe lo suficiente. ¿Por qué Lafayette? Y ésta vez os ruego que os ciñáis a las reglas de nuestro pequeño juego si queréis obtener algo de mi parte.

-En un principio no le presté demasiada atención. Bueno, quiero decir que no más de la que evidentemente despierta por su físico -concedo cuando al espía se le escapa una risita maliciosa-. Simplemente estaba ahí y es verdad que coqueteé con él por pura frivolidad. Pero cuando sucedió lo del collar y traté de explicarme, el Rey... dudó de mí. Lafayette fue el único que se puso de mi parte ante Su Majestad . Sólo cuando el Marqués defendió mi inocencia Luis se atrevió a creerme. Ese gesto, para bien o para mal, es algo que no se olvida.

-Me alegra que sepáis ver dónde están vuestros aliados - comenta D’Eon con aprobación-, es una cualidad que se espera de la Reina de Francia. Creía que vuestra inclinación por él era fruto de un interés puramente romántico, pero veo que os he subestimado. Respecto al asunto del collar, si me lo permitís, diré que el Rey, Lafayette y yo no fuimos los únicos que quedamos complacidos con cómo se resolvió. Algunos no esperábamos que accedierais a castigar al cuco como se merecía.

-Sí, estoy segura de que Blaisdell disfrutó enormemente. Cuando fui a verle porque sus informes se retrasaban misteriosamente, lo encontré más que feliz de tener a Jeanne de Valois en las mazmorras. Sospecho que decidió no informarme porque temía que fuera magnánima con el castigo. Creo que de haber podido la habría ejecutado él mismo.

-Me temo que soy el responsable de haberle quitado ese pequeño placer. Ah… la competencia a veces es dura.

No puedo evitar mirar con incomodidad a D’Eon y encontrar un toque siniestro en su sonrisa. A veces olvido hasta dónde son capaces de llegar algunos de mis aliados por el bien de Francia.

-Continuemos… ¿A dónde nos dirigimos?

-A París -contesta el asesino inclinando burlón la cabeza.

-Creo que me merezco una respuesta más específica…

-A una taberna, a la fiesta de alguien que hoy sí ha tenido un buen día. Uno de vuestros sirvientes ha obtenido por fin un puesto en Versalles y muchos quieren celebrarlo con él. Normalmente no participo en las actividades de l servicio , pero pensé que una distracción fuera de la rutina de palacio os sentaría bien.

-¡Dios mío, estás hablando de Adrien! -exclamo entre el terror y la alegría-. ¿Pero... cómo? No habría apostado por él ni un botón.

-Porque le quieren. Y porque es un buen chico. Desde que llegó ha sido la catástrofe personificada, pero también es trabajador y no duda en echar una mano a quien lo necesite. Tiene buena voluntad y eso, en una sociedad tan podrida como la de Versalles, es algo raro de ver. Así que nuestro cataclismo se ha ganado la simpatía de un pequeño círculo que le protege tapando sus chapuzas. Yo sólo espero el día en que pueda serme útil.

-Ahora es cuando dices que te recuerda a mí…

-Ahora es cuando seguimos jugando: ¿Qué vais a hacer cuando llegue el Marqués de Lafayette?

Otra vez esa pregunta. Comienzo tragando saliva para contestar, pero de repente nos detenemos delante de una taberna por cuyas ventanas se filtra parte de la música y la algarabía de su interior. Concentrada en la conversación ni siquiera me había dado cuenta de dónde estábamos. En ese momento se abre la puerta de la cantina y, junto al sonido estridente y la canciones desafinadas, sale un hombre tambaleándose que se la saca ahí mismo y comienza a orinar en una rueda de nuestro carruaje.

-Malditos borrachos de mierda -murmura D’Eon mirando con disgusto por la ventanilla.

Chapter 9: DESDE EL OTRO LADO

Chapter Text

Vi pálidos reyes y príncipes también

Pálidos guerreros, pálidos cual la muerte estaban todos;

Me gritaban; “¡Has caído bajo el hechizo

de la Belle Dame Sans Merci!”

 

John Keats (Escribió su nombre en el agua en 1821)

 

 

PARTE I

 

 

Los olores de la taberna me invaden incluso antes de poner un pie dentro. Huele a cerveza, vino, sudor, pan y comida recién calentada… también percibo por debajo algunos aromas indescriptibles que por el momento prefiero no identificar. La algarabía del interior me alcanza como un estallido de alegría repleto de canciones desafinadas y de risas. Hace calor pero a la gente que hay allí no parece importarle y muchos bailan con alegría al son de las palmas. El contraste con la rigidez de la etiqueta de Versalles es tan inmenso que parece imposible que dos mundos tan diferentes convivan en un mismo universo. Aturdida por los estímulos doy unos pasos vacilantes hasta que alguien pasa a mi lado y me empuja sin disculparse. Ni siquiera me importa. Para mí es la prueba de que nadie me reconoce y de que esta noche sólo soy una entre tantos. Al otro lado de la puerta ha quedado la Reina de Francia y aquí puedo ser simplemente María.

-Vamos a sentarnos allí.

A pesar de que reconocería la voz de D’Eon en cualquier parte, me cuesta unos segundos identificar a la persona que me lleva por la cintura hacia una mesa cercana. Presumo que ha debido cambiarse en el carruaje antes de bajar, porque ahora parece una mujer del pueblo llano. Lleva un vestido similar al mío pero con los colores más apagados, un chal verde sobre los hombros y el cabello gris natural recogido en un moño bajo. Desde luego, si bien no apruebo algunos de sus métodos más radicales, sí le concedo que tiene unas habilidades portentosas para camuflarse. Mientras acercamos unos taburetes para sentarnos, una muchacha rubia y menuda con una bandeja cargada de bebidas se aproxima esquivando a los clientes. Inmediatamente limpia la madera pegajosa con un trapo descolorido y va retirando los vasos vacíos.

-¡Bienvenidas! Hoy es una noche especial y a la primera ronda invita la casa -comenta mientras deja un par de cervezas sobre la mesa-. ¿Qué va a ser para la siguiente?

-Para mí que sea otra cerveza -indica D’Eon.

-¿Madame tomará lo mismo que su abuela?

-Soy su madre -replica D’Eon con voz gélida, aunque a la muchacha no parece importarle especialmente la aclaración.

Asiento reprimiendo una carcajada para no ofender a “mi madre”, quien no le quita la vista de encima a la camarera hasta que ésta se pierde de nuevo entre la multitud.

-Bueno… A partir de ahora nos hablaremos como madre e hija. Bebe, baila, diviértete, besa a alguno de esos estúpidos muchachos. Disfruta, en fin, de los hombres sencillos que no piden nada más que un poco de pasión y de cerveza.

-¡Brindemos por ellos!

Sin más ceremonia entrechocamos nuestras jarras salpicándonos los brazos de espuma y bebemos un trago largo para aliviar la sed y el calor. La bebida está helada y tiene un sabor delicioso, me sabe mucho mejor que la que se toma en palacio. Y aunque es bastante fuerte vuelvo a dar otro trago, gesto que D’Eon imita inmediatamente. El espía se relame los labios y emite un chasquido de aprobación antes de volver a beber.

-Tu marido sólo sabe que ha pasado algo lo bastante grave como para que prefieras contárselo antes a Gabrielle... Pero no lo suficiente como para que realmente le necesites a él. En la nota sólo decía que estabas muy afligida después de tu último encuentro. Tu amiga ha sido muy discreta. Pero tu marido sabía a dónde ibas y por qué. Así que blanco y en botella.

-Gracias por ser sincero. Sobre tus preguntas, la respuesta es… No lo sé.

-¿Perdón?

-Tus preguntas sobre Blaisdell y Lafayette. Es la misma respuesta para ambas -suspiro dando un nuevo trago-. Respecto a Blaisdell no puedo decirte nada en especial. Un día estaba ahí como siempre, mirándome con su típica sonrisa de bastardo, y de pronto me di cuenta del resto de detalles. Al tiempo empecé a pensar en él de otra forma más… Intensa. No deja de ser un hombre atractivo.

-Y un perturbado -añade D’Eon sonriendo tras su cerveza.

-Un perturbado muy atractivo y estamos en paz.

Ambos vaciamos al fin nuestras jarras y contemplamos relajados cómo la gente disfruta y se divierte a nuestro alrededor. Cuando D’Eon divisa a nuestra camarera le hace un gesto para que vuelva a servirnos, aunque yo no estoy segura de si debería beber más porque empiezo a sentirme mareada. Conforme ha ido avanzando la noche las canciones se han vuelto más picantes y un pequeño grupo de hombres sentados alrededor de una mesa cercana está siendo demasiado ruidoso incluso para la algarabía del local. En medio de vítores y aplausos dos de ellos comienzan a trepar sobre la mesa y arrancan a bailar zapateando al ritmo de las palmadas.

-Mira, ahí está nuestro amigo.

El espía señala a uno de los muchachos que decide subir también para unirse al baile. Destaca por su caballera roja y enseguida me doy cuenta de que se trata de Adrien. Trepa sin problemas a la madera y arranca a bailar hasta que pierde el equilibrio y cae al suelo ante el júbilo y los silbidos del resto del grupo. Al poco se acerca con la cara lívida la misma camarera que nos ha estado atendiendo y comienza a reprenderle visiblemente enfadada mientras los demás ayudan a Adrien a ponerse en pie.

-Y esa debe ser Camile -Adivino sin poder dejar de reír.

Mis carcajadas parecen llamar la atención de uno de los hombres que han ayudado a Adrien a levantarse, porque de pronto se gira para mirarme y me sonríe. Por acto reflejo le devuelvo el gesto y el corazón se me dispara cuando veo que, tras unos instantes de duda, comienza a acercarse a nuestra mesa. “ ¿Querría la dama concederme un baile? ”, me pregunta. No encuentro motivos para negarme, así que me apoyo en el brazo que me ofrece y él me lleva hasta una zona de baile improvisada en medio de la taberna.

-Me llamo Simón ¿Y tú eres...?

-Yo soy… ah… Alison -contesto con el primer nombre que se me pasa por la cabeza.

-Parece que esta noche soy un hombre afortunado, Alison.

 

Comenzamos a bailar junto a otras parejas, al ritmo de los violines y otros instrumentos caseros que los parroquianos han ido trayendo consigo. La música no es refinada, el baile es frenético y la atmósfera está cargada, pero aún así me divierto como nunca. Simón marca el paso del baile haciéndome más fácil seguir el ritmo y entre giros y vueltas todavía puedo ver a D’Eon sentado en la mesa, mirándome complacido. Cuando al fin para la música y algunas parejas se retiran, intento hacer lo mismo, pero Simón me retiene sujetando mi muñeca y me pide otro baile más. ¿Por qué no? Accedo. Me siento libre mientras me muevo sensual al ritmo de la música, totalmente desinhibida, con el pelo suelto ondeando detrás.

El calor es sofocante y noto el sudor resbalar entre mis pechos, lugar del que no se separan lo ojos de mi acompañante, que cada vez parece estar más cerca. Todo marcha sin problemas hasta que las manos de Simón comienzan a detenerse en determinadas partes de mi cuerpo más tiempo del necesario. Busco a D’Eon con la vista para asegurarme de que si en algún momento necesito ayuda el espía estará vigilando, pero cuando al fin le veo me doy cuenta de que ya no está mirando y de que toda su atención está puesta en Blaisdell, que está sentado a su lado con los ojos clavados en mí. No sé cuánto tiempo llevará aquí, pero debe haberme visto bailar con Simón durante un buen rato. Se le ve totalmente tenso y tiene los labios apretados, lo que me arranca una sonrisa de satisfacción, gesto que mi pareja de baile ha debido malinterpretar porque de pronto sus caricias se vuelven cada vez más insistentes y atrevidas.

-Deja de tocarme así -alzo la voz apartándole al fin de un manotazo.

-¿Entonces cómo quieres que te toque, zorra? ¿Así?

Simón me agarra por las nalgas atrayéndome hacia él y me besa en el hombro, arrancándome un grito. Lo siguiente que recuerdo es su cara de asombro cuando Blaisdell le aparta de mí tirándole hacia atrás del pelo y sujetándole por la garganta con la otra mano.

-Aléjate de ella, hijo de puta.

 

Esas palabras son el detonante de una pelea que estalla entre gritos de júbilo y el sonido de los taburetes derribándose al levantarse de golpe sus ocupantes. Algunos parroquianos de alrededor, incluidos los que estaban bailando, se retiran discretamente, pero otros muchos se suman al altercado con apuestas improvisadas, animando a gritos a los dos hombres a continuar. Aunque Blaisdell es fuerte, Simón es más musculoso y se lo quita de encima dándole un codazo en el estómago. El Ministro, aunque no puede reprimir una mueca de dolor, pronto toma impulso y acierta a su atacante en la cara con el puño. Pero cuando Blaisdell empieza a sonreír satisfecho alguien le golpea en la sien izquierda con un pesado taburete de madera. El golpe es brutal y se tambalea sujetándose la cabeza. La sangre empieza a fluir rápido entre los dedos, pero aún tiene tiempo de girarse y quitarse de encima a otro hombre que pretendía derribarlo subiéndose a su espalda. Simón aprovecha la distracción para propinar otro puñetazo, haciendo que retroceda y que la sangre salpique alrededor. Todo ha pasado en apenas un segundo.

-¡Victor!

Intento llegar a él, pero Blaisdell me mira con el ceño fruncido y con un rugido me grita que me vaya. Varios hombres le rodean preparando los puños. Él en vez de atacar se endereza lentamente retirándose la mano de la cabeza y sonriendo como un loco. En cuanto deja de hacer presión en la herida la sangre vuelve a fluir cubriéndole por completo el ojo, dificultándole la visión. Se me hiela la sangre al comprender que sabe que son demasiados y que se está ofreciendo a ellos para darme tiempo a escapar. A pesar de que me ha dicho que me vaya no puedo evitar intentar acercarme a él, pero cuando estoy a punto de tocarle unas manos me sujetan por la cintura. Desesperada echo la vista atrás para ver quién me retiene y me encuentro con los ojos azules de Camile, que menea la cabeza en un gesto negativo.

En el momento en el que se abalanzan sobre Blaisdell, llega otro taburete volando que impacta contra varios de los atacantes tumbando a algunos de ellos. De un salto D’Eon, como caído del cielo, aprovecha el hueco abierto en el frente enemigo para colocarse detrás de su aliado, espalda contra espalda. En la mano del espía brilla su espada mientras la mueve de un lado a otro en dirección a las gargantas de sus agresores.

-Salid por la puerta de atrás, haré un hueco para que podáis escapar y luego os cubriré. Al fondo del callejón está esperando un carruaje vigilado por “amigos” que me traje por si las cosas se ponían feas. Mándamelos.

-Gracias...

-No lo hago por ti. Ponla a salvo.

Durante un instante los dos hombres sonríen hasta que D’Eon da un rugido y embiste con la espada dejando, efectivamente, una brecha por la que poder huir.

-¡Ahora!

Al grito de aviso, Blaisdell se estira para cogerme de la muñeca y tira de mí para que corra hacia la salida. Enseguida el círculo de hombres furiosos vuelve a cerrarse sobre el viejo espía, que los mantiene a raya con su arma afilada.

-¡D’Eon! -grito antes de salir por la puerta trasera.

-¡No te detengas! ¡Su vida depende de que corramos!

El exterior nos recibe con los olores nauseabundos del callejón. Avanzamos a la máxima velocidad que nos permiten las piernas, chapoteando entre suciedad. Por suerte el recorrido no es muy largo y al fondo pronto podemos ver el carruaje que me trajo aquí hace unas horas, con el cochero preparado en el pescante. Alrededor hay varios hombres embozados y vestidos de negro que, en cuanto nos ven llegar a lo lejos, sacan unas pistolas y se dirigen a su vez en dirección contraria a la nuestra, pasando veloces entre nosotros. Cuando al fin alcanzamos el carruaje, Blaisdell se derrumba y se sujeta de la portezuela para no caer. Apenas le queda aliento y la sangre le resbala por la barbilla goteando en el barro pútrido que cubre el suelo.

-¡Victor! -grito por segunda vez y me apresuro a quitarme el fajín y presionarle la zona donde creo que está la herida.

-A Versalles -indica al cochero, que va también embozado como sus compañeros-.

En cuanto subimos a la cabina el cochero inicia la marcha y nos saca de ahí a toda velocidad.



 

PARTE II

 

 

El viejo espía admira el baile de su Reina y sonríe con satisfacción al comprobar que el señuelo está haciendo bien su trabajo. Quizá el chico disfruta de la situación un poco más de lo debido, pero quién es él para juzgar a nadie mientras cumpla con su trabajo. Tampoco deja de mirar ni su expresión cambia un milímetro cuando el hombre que está en la mesa a su espalda acerca un poco más su asiento y se dirige a él sin girarse.

-¿Es el guapito de cara que acaba de llegar?

-Sí, el de las cejas. No hace falta que le dejéis tonto o inútil. Basta con que seáis convincentes.

 

Blaisdell, quien efectivamente acaba de entrar en la taberna, pasea la vista por entre el gentío hasta que divisa a D’Eon y se acerca a su mesa. “Justo a tiempo”, piensa el espía al ver a Su Alteza moverse bajo las manos de Simón. Su acompañante la conduce a través de una danza especialmente sensual que hace que sus pechos, brillantes de sudor, se agiten a cada movimiento. Mientras el Ministro se sienta, D’Eon pide a la camarera que vuelva a llenar su jarra y que sirva otra para su amigo.

 

-¿Qué? -dice Blaisdell al cabo de un rato, cogiendo la cerveza sin molestarse en saludar-. ¿Buscando novio?

El brazo del hombre de más edad se detiene un segundo antes de terminar de llevarse la bebida a los labios. No contesta pero en su interior está empezando a arrepentirse de haber aplacado en sus servicios al esbirro que ha contratado.

-No es que no agradezca la compañía, pero... ¿Se puede saber por qué me has citado para que venga aquí en medio de la noche? Algunos tenemos que trabajar mañana a primera hora.

-Porque yo no estoy buscando nada, pero mira, puede que ella sí.

 

Cuando el viejo señala a la zona de baile, el Ministro sigue la dirección de su dedo sin comprender. Por su cara de confusión está claro que en un principio no ha podido reconocer a María, pero llega un momento en el que entrecierra los ojos dudando para después abrirlos de par en par. A estas alturas las manos de Simón ya se atreven a recorrer en pequeños descuidos el cuerpo de ella, que sigue bailando entregada con la fina camisa pegada a la piel por el sudor. Blaisdell se pone lívido y aprieta con fuerza el vaso que tiene en la mano.

 

-¿Cómo se te ocurre traerla aquí, viejo?-sisea entre dientes.

-Porque tiene derecho a divertirse.

-Divertirse… -murmura con desprecio el Ministro sin poder apartar los ojos de la pareja-. ¿Y quién es su amiguito que la divierte tanto?

D’Eon conoce a Blaisdell desde hace demasiados años como para no saber que ese hombre al que a veces llama amigo está apelando a toda su voluntad para contenerse. Igual que sabe que sólo le falta un empujón para que actúe como él quiere y haga rodar el plan. Sin ganas de esperar más, decide darse la satisfacción de ser él quien le haga estallar, aunque se toma su tiempo dando un trago de cerveza antes de responder.

-Pues ese amiguito es el que esta noche le va a dar lo que tú no.

-No sé de qué hablas -responde Blaisdell, quien sigue bebiendo.

La reacción del Ministro no es la que D’Eon esperaba y teme por un momento que el farol que se ha marcado le haya dejado en evidencia. Pero cuando el Ministro posa el vaso en la mesa tiene los nudillos blancos, detalle que no escapa a los experimentados ojos del espía.

-El papel de tonto no te pega. Sabes perfectamente que en Versalles no se tira un pedo una mosca sin que yo me entere.

Ninguno de los dos hombres habla. Blaisdell tiene la vista clavada en la bebida y esta vez es el otro quien sigue con los ojos el baile, que se ha vuelto más rígido y extraño ahora que Simón ha decidido insistir en sus avances. El momento se acerca y D’Eon quiere que cuando llegue, Blaisdell esté mirando.

-¿Y si alguien la reconoce?

-¿Quién la va a reconocer así, si incluso a ti te ha costado? Mírala -prosigue diciendo atrayendo de nuevo la atención sobre ella-, no paramos de exigirle, día, tras día, tras día... No entiendo cómo no nos odia. Le pedimos que sea perfecta en todo, que se rebaje dando explicaciones pese a ser quien es, que siga las normas más absurdas precisamente por ser quién es, que sea comprensiva con las rarezas de su marido e incluso que decida sobre la vida y la muerte de otros, cuando ni siquiera le corresponde. No acaba de perder a su amante y ya la estamos obligando a escoger a otro… Y cuando ella pide un poco de esa polla de mierda que tienes entre las piernas tú te haces el ofendido y se lo niegas.

-Ella. Ya escogió a otro. Y yo. No quiero ser la alternativa.

 

Blaisdell contesta con evidente rabia apretando los dientes mientras comienza a levantarse de la mesa poco a poco, con los ojos entrecerrados. Percibe que algo va mal en la zona de baile y que las caricias no son bien recibidas por María. Sólo está esperando una señal para actuar mientras a su lado sigue oyendo la voz constante de D’Eon.

-¡Imbécil! -le insulta el viejo con una risa que se le antoja nauseabunda-. ¡¿Cómo puedes ser tan imbécil, maldito capullo orgulloso?! ¡Ella te ha escogido a ti! ¡El otro es la alternativa!

 

Sobre la voz de D’Eon, Blaisdell escucha gritar a María y no necesita más para acudir en su ayuda. El asesino, por su parte, espera un rato contemplando cómo se desarrolla la escena hasta que al fin mete tranquilamente una mano bajo la mesa y despega su espada del lado oculto del tablero. “Y ahora: el gran final”, murmura mientras se levanta acero preparado.

 

Para cuando los hombres vestidos de negro entran a paso tranquilo en la taberna, quitándose las capas, todo ha vuelto más o menos a la normalidad y D’Eon ocupa de nuevo su asiento, bebiendo como si no hubiera pasado nada. Detrás de él sigue sentado el hombre con el que habló antes, quien tampoco parece haberse movido de su mesa en toda la noche.

-¿Ha salido como querías?

-Más o menos. Reparte tú el dinero -contesta el viejo espía sacándose un pequeño paquete del escote y pasándolo hacia atrás discretamente.

-¿Puedo preguntar quiénes eran esos dos?

A D’Eon no le gustan las preguntas si no es él quien las hace. Tampoco le gustan las personas que preguntan demasiado cayendo en un error de novatos. En silencio desliza la mano hacia el puñal que lleva atado al muslo, pero siente que ya ha tenido demasiado trabajo por hoy y decide responder con una sonrisa torcida.

-Mi amante y el retrasado de su criado. Nada más. Me estaban engañando.

-Pfff… Recuérdame que nunca me líe contigo.

 

El hombre de las preguntas por fin se levanta sin decir nada y abandona la taberna. D’Eon, por su parte, no se molesta en mirarlo, aunque de vez en cuando gira la cabeza hacia la puerta trasera de la posada. Si alguien que le conociese bien pudiera verle en ese momento podría adivinar que está preocupado.

-Espero que Su Majestad quede complacido -murmura mientras contempla su reflejo en el interior de la jarra, justo antes de dar el último trago.

 

 

PARTE III Y FINAL

 

 

En cuanto los caballos comienzan a correr, Blaisdell se deja caer con un gruñido en el asiento frente a mí. Se recuesta sin ceremonias en el respaldo y cierra los ojos echando la cabeza hacia atrás. El fajín, que todavía mantiene apretado contra la sien, ahora es de un color rojo brillante.

-¿Cómo estás? -Me apresuro a preguntar intentando tocarle.

-No -contesta abriendo los ojos y apartándome las manos-. Estoy… Es decir... Estaré bien en cuanto todo deje de dar vueltas -añade limpiándose la sangre de la cara y volviendo a echar la cabeza hacia atrás.

Pasa así unos minutos sin moverse. Está empapado en sudor y lo único que demuestra que está vivo es el movimiento de su nuez cuando traga. Al fin, se pasa la lengua por los labios antes de incorporarse levemente y hablarme con un voz tan ronca que me cuesta entender lo que dice.

-Intenta levantar tu asiento -repite después de un carraspeo.

-¿Cómo...?

-Si el carruaje lo ha dispuesto D’Eon, estoy seguro de que esa vieja arpía tiene algo escondido ahí. Debe haber alguna palanca o trampilla.

Con las manos temblando, manipulo la madera palpando en busca de algún resorte oculto. Tras insistir unas cuantas veces al fin oigo un chasquido y el asiento se levanta dejando a la vista un escondite. Sin perder tiempo enumero a Blaisdell lo que hay en su interior: las ropas que llevaba D’Eon antes de entrar a la taberna, dinero, armas, pan, agua y uno de mis vestidos. Al oírme el Ministro, aún en su estado, se permite una sonrisa de satisfacción.

-Cambiate.

-Deja que primero te vea -le pido sin comprender.

-Cámbiate. Estás… llena de sangre. No deben verte así cuando lleguemos.

Miente. Tengo algunos rastros en la muñeca por la que me sujetaba mientras corríamos, pero es fácil de limpiar. Y hay algunas salpicaduras en la camisa que dudo que alguien que no supiera lo que ha pasado pudiera llegar a notar.

-Cámbiate -insiste-. Antes de que… creo que voy a perder el conocimiento -reconoce al fin volviendo a tragar saliva.

-Quieres que me cambie ahora -le digo empezando a entender.

-Sí.

-¿Vas a ser un caballero y no vas a mirar?

-No.

 

Su sonrisa ladina, unida al tono de su voz, hace que me lata el pulso a toda velocidad. Recojo el vestido volviendo a cerrar el escondite para poder sentarme frente a frente ante él. Muy despacio y sin dejar de mirarle, desanudo los lazos del corpiño hasta que tiro de la prenda y la dejo caer al suelo. Después mis manos suben a la camisa y desabrocho los pocos botones que tiene bajo el pecho. Saco los brazos y al fin los cruzo delante de mí, donde recojo la tela y comienzo a pasarla lentamente por la cabeza. Cuando retiro la camisa y la tiro junto al corpiño, no intento cubrirme y dejo que mis pechos se mezan con el vaiven del carruaje. La semioscuridad de la cabina empieza a clarear y la luz del amanecer que se cuela por la cortinilla cae sobre los ojos grises de Blaisdell, y ahí sólo puedo ver un tipo de hambre que conozco bien. Sin dejar de mirarle alargo la mano y descorro la cortinilla. Sea lo que sea lo que va a pasar, quiero asegurarme de que me ve.

Poco a poco el resto de la ropa va cayendo al suelo ante la mirada atenta de Victor. Cuando al fin no queda nada por quitar bajo la vista a su entrepierna y aprecio satisfecha el bulto inconfundible de una erección que no se molesta en ocultar. Me pregunto si se imagina lo desesperada que estoy por volver a sentir sus caricias y lo profundo de sus besos. Poco a poco separo las piernas y le muestro mi sexo húmedo como una invitación. Su gruñido de aprobación hace que me estremezca e inmediatamente me deslizo hacia él acercándome a su boca, e inclino la cabeza. Me detengo a unos centímetros de sus labios apoyándome ligeramente en su rodilla mientras que con la otra mano acaricio su polla. Pero no voy mas allá y pongo toda mi voluntad en frenarme porque quiero que esta vez sea él quien dé el paso.

-¿Te gusta lo que ves? -le pregunto con una voz tan ronca que casi no reconozco como mía.

Y ya no hace falta hacer más. Se incorpora con un sonido gutural y me tumba en el asiento deslizando su mano hasta mi nuca para enredar mi pelo entre sus dedos. Con un movimiento tosco me lame la mandíbula y conduce su lengua hasta mi boca, que se abre de inmediato para darle la bienvenida. Es un beso lleno de necesidad y de demanda al que correspondo en los mismos términos sin parar de estremecerme. Con un escalofrío de anticipación noto unos dedos ansiosos entrar en mi sexo y todo lo que puedo hacer es contener el aliento para no explotar en ese instante. Y él de pronto simplemente se desmaya.

 

 

-----

 

 

Mientras el carruaje sigue su camino he terminado de vestirme y he conseguido tumbar a Victor en el asiento, colocando su cabeza en mi regazo. Con el agua que dejó D’Eon he humedecido los restos de mi camisa para limpiarle la cara y debajo de la sangre ha aparecido en el pómulo otra herida bastante fea. También he descubierto que el temible Ministro tiene unas pecas adorables, detalle que se me antoja extremadamente erótico viniendo de él. Mientras le acaricio la mejilla con el dorso de la mano me pregunto hasta qué punto es prudente besar a un hombre inconsciente en los labios y, sin poder contenerme, inclino la cabeza para comprobarlo.

-¿Así es como te aprovechas de un pobre desvalido?

La frase es un reproche, pero cuando abro los ojos veo que está sonriendo.

-Si no te queda sangre como para mantener ambas cabezas derechas, tendré que actuar mientras estés dormido -bromeo respondiendo a su sonrisa-. Todavía espero que hagas honor a tu título, Monsieur Blaisdell, Ministro de Interior.

-Muy graciosa -comenta con toda la pinta de no haberle sentado bien el comentario.

Por la ventanilla comienza a verse la entrada del palacio de Versalles. Estamos a punto de llegar a nuestro destino y los caballos ralentizan el paso.

 

-Cuando bajemos de este carruaje no sé ni cómo tendré que comportarme contigo. Tengo… Necesito preguntarte algo -rectifica enseguida-. Justo cuando empezó la pelea, D’Eon acababa de decirme que… Bueno, acababa de llamarme imbécil. Pero lo que necesito saber es si… María ¿sientes algo por mí?

Tan directo como siempre, no entiendo cómo todavía puede sorprenderme. Aún así me quedo sin palabras y no puedo más que asentir con la cabeza.

-Estupendo. ¿Puedo presumir que no es sólo de carácter... sexual, sino que también…? Porque yo puedo cumplir, sólo tengo que recuperarme un poco, pero preferiría...

-No, también y eso espero -le interrumpo-. No desperdicies hablando el poco aliento que te queda.

-Vaya, quizá debería emplear mi aliento en otros menesteres -responde levantando la barbilla en una clara invitación-.

Con un hormigueo persistente en el pecho me inclino de nuevo para besarle. Pero, cuando apenas nos separan un par de centímetros, el cochero abre la portezuela de golpe haciendo que me incorpore inmediatamente. Hemos llegado a Versalles con el amanecer y ambos sabemos que aquí hay que mantener las apariencias. Sin perder un instante cada uno asume su papel: la Reina debe volver a sus habitaciones y fingir que esta noche no ha abandonado el palacio. Mientras que el Ministro, extremadamente pálido y apoyándose en su cochero, toma otro camino en busca del médico. Ni siquiera podemos despedirnos.

Chapter 10: ESTOY BIEN

Chapter Text

Blaisdell:

Duro contra el muro

Lento contra el pavimento

Macizo contra el piso

Sin pena en la arena

Sin prisa en la repisa

Sin consuelo en el suelo

Pa’elante contra el estante

Fuerte bajo el puente

Violento contra el asiento

 

Andy S. (Jugadora de TP)

 

Entro en mi dormitorio y comienzo a desnudarme mecánicamente, manipulando los cordones de la ropa con unas manos tan rígidas que parecen garras. Hoy no pienso cumplir con nada, es imposible, buscaré cualquier excusa. Que estoy enferma… Que algo me ha sentado algo mal... Lo que sea. Tengo la certeza de que si salgo de esta habitación voy a empezar a gritar al primero que se cruce en mi camino.

Tumbada en la cama no paro de darle vueltas a todo lo que ha pasado hasta que los eventos del día parecen fragmentos de un sueño. Cierro los ojos y respiro hondo para intentar poner orden en este desastre de emociones. Doy una, dos, tres inspiraciones profundas para calmarme y...

 

“He debido quedarme dormida unos minutos” -me digo abriendo los ojos al oír que alguien me llama. Lo primero que veo en la semipenumbra es el rostro de Luis. Al ver que sonríe sé que todo anda bien.

-¡¿Cómo está?! -exclamo nada más incorporarme.

-Shh… Shh… Está bien. No hay de qué preocuparse.

-¿Ya está bien? -repito para asegurarme-. Pero… ¿Cómo? ¿Tan pronto?

-Ya casi es de noche María, llevas todo el día durmiendo. He preferido dejarte descansar mientras ambos os recuperabais un poco.

-Blaisdell… Su cabeza…

-Está bien. Ha sido un buen golpe, pero asombrosamente tiene el cráneo intacto. Según el médico ahora sólo necesita algunas curas y descansar. Por cierto, no creas que tú y yo no vamos a hablar -añade poniéndose serio-, pero ahora dile que esté tranquilo. Por nuestra parte ya hemos dejado caer el rumor de que ayer fue a la fiesta del hijo de su cocinero y que un borracho la tomó con él.

-¿Que le diga que…?

-¿De verdad no piensas ir a verle? -me pregunta Luis enarcando una ceja.

 

 

---------

 

Golpeo con los nudillos en su puerta un par de veces para indicar que voy a entrar. Sé que está despierto por la luz que se filtra entre la madera. Cuando abro sólo puedo sentir alivio al encontrarlo tranquilamente sentado en su escritorio, con una taza de café en la mano. Aunque más pálido de lo habitual, tiene mucho mejor aspecto que la última vez que nos vimos. Si no fuera por las huellas que le ha dejado la pelea, dolorosamente visibles, podría parecer que la noche anterior jamás sucedió. Alrededor del corte del pómulo izquierdo la piel está tumefacta y ya empieza a adquirir una tonalidad azul violácea, la misma que se extiende por su sien desde el nacimiento del pelo. Supongo que no esperaba visitas imprevistas, porque lejos de su pulcra vestimenta habitual, sólo lleva puesto un pantalón fino y un camisa abierta hasta medio pecho. Tampoco lleva peluca y luce su propio cabello castaño recogido hacia atrás con una cinta negra. Sólo atino a decir lo primero que se me pasa por la cabeza.

-Hola.

-Buenas noches -contesta mientras sus labios se curvan en su familiar sonrisa.

-No pensé que te encontraría despierto.

-Bueno, el trabajo no va a hacerse solo.

-¿No podrías haber delegado al menos por un día? Has perdido mucha sangre -le reprocho.

Cuando me acerco deja la taza en el escritorio y ordena con pulcritud los papeles que hay encima, apartándolos de la vista.

-Supongamos que este es mi “otro” trabajo y que sólo puedo hacerlo yo.

-¿Te refieres a tus negocios?¿Tus transacciones comerciales? -pregunto sentándome a su lado e intentando ver sin éxito el contenido de los informes.

-Más bien a los “negocios” de Francia. Tus “negocios”… los del Rey… A diario manejo información delicada que podría salvar o condenar una vida. Esta misma noche he encontrado dos nombres que en el futuro podrían suponer un problema… O quizá no. Esa parte del “negocio” ya no me corresponde a mí, para eso está D’Eon. No es un trabajo limpio y yo no soy un hombre honrado.

 

Para cuando termina de hablar ya ha guardado todos los informes bajo llave en un cajón del escritorio y vuelve a levantar la taza para tomar un sorbo más.

-Parece mentira que llevemos tanto tiempo juntos y que estemos empezando a conocernos ahora. Ni siquiera sabía de qué color era tu pelo -musito pensativa.

Hay tantas cosas que no sé de él… y ésta es la más pequeña de ellas. En un gesto cargado de intimidad le recojo detrás de la oreja un mechón rebelde e inmediatamente me siento culpable al ver una zona rasurada y una hilera de puntos bajo el pelo que acaricio.

-¿Cómo estás?

-Bien, bien… -afirma encogiéndose de hombros para restarle importancia.

-Creo que fue a raíz del asunto del collar cuando empezamos a hablar...

-Ah, el dichoso collar -comenta con fastidio-. Una situación complicada, aunque ahí es cuando empecé a ver más interesante a mi Reina.

-¿Por qué? ¿Porque ordené la ejecución de Jeanne? -le pregunto enarcando una ceja-. Si no recuerdo mal estabas bastante entusiasmado al respecto.

-Oh, reconozco que verte impartir justicia fue bastante estimulante. E inesperado. Pero resultó ser más que eso. Ahí fue cuando comenzaste a cambiar. Antes eras… una fuente de problemas. Como un tornado -continúa, inclinándose inconscientemente hacia mí-. No la enredabas de una forma cuando ya lo estabas haciendo de otra. Derrochabas, estabas totalmente entregada al juego y la bebida -enumera ignorando mi sonrojo-. Y el Rey tampoco es que hiciera mucho por mejorar la situación. Ni te imaginas los quebraderos de cabeza que me diste durante años.

-Vaya -replico con frialdad, retirando la mano-. Siento haberte dado tanto trabajo, Blaisdell.

-Imagínate; tendrías que haber visto la montaña de papeleo que había en este mismo escritorio -contesta extendiendo una mano elegante sobre la madera-. Y de pronto un día tú misma decidiste darnos un respiro comportándote como corresponde a una Reina digna de Francia.

-Inaudito.

-Efectivamente. Llegué a pensar que el plan del collar era la tapadera de una mente maestra y que en realidad te habían sustituido por esa prostituta idéntica a ti. Incluso me planteé que fuera una espía encubierta. Pasé varias semanas observándote de cerca para asegurarme de si eras tú o esa tal… Uhmm...

-Nicole Leguay.

Al fin nota el cambio en mi voz y se da cuenta de que le miro con el ceño fruncido.

-Pero tú eres más guapa -se apresura a añadir, inclinándose hasta besarme la frente.

-Tú tampoco es que resultaras de lo más agradable...

-Me temo que mis deberes nunca han incluido agradar a otros -bromea dejando la taza a medio beber sobre el escritorio-. Son gajes del oficio.

-¿Y qué otros “gajes” tiene su oficio, monsieur? -digo recogiendo la taza y asegurándome de poner los labios donde antes estaban los suyos. El Ministro observa cómo bebo hasta que me quita el café de las manos y vuelve a dejarlo en el escritorio, alejado de los papeles que aún quedan sin recoger.

 

-Quédate.

Todo lo que implica esa palabra está muy claro para ambos.

 

-Quédate -insiste, sujetándome la cara y acariciándome las mejillas con los pulgares.

-¿Estás seguro de que puedes?

-Estoy seguro de quién viene mañana. Considéralo mi forma de marcar el territorio.

-Blaisdell... No soy una maldita esquina en la que tengas que orinar como un perro...

 

Mis protestas quedan sofocadas por un beso. En cuanto siento la presión de su lengua entre mis labios, los separo por puro instinto dejando que me invada de nuevo el sabor a café. Pasamos un rato el uno contra el otro y mientras me pasa la lengua por los dientes y el cielo de la boca aprovecho para deslizar una mano bajo su camisa y acariciarle el pecho.

-¿Vamos a la cama? -susurra sin apenas separarse.

 

Gracias al cielo el número de habitaciones de sus estancias es más reducido que el de las mías y pronto llegamos al dormitorio, donde me lleva hasta su lecho sujetándome por la cintura. Una vez allí me desnudo lo más rápido que puedo mientras él se quita la camisa y me espera tumbado de lado, apoyado sobre un codo y observándome con interés. Consigo terminar de sacarme las enaguas de una patada y trepo a la cama tumbándome junto a él.

-¿Te gusta lo que ves? -me pregunta burlón abarcando su cuerpo con un gesto de ofrecimiento.

 

El Ministro no es un hombre de guerra, sino un burócrata, pero aunque no es puro músculo es evidente que se cuida y que el deporte le mantiene en forma. Tiene los hombros fuertes y el pecho amplio, y aquí y allá se adivinan las pecas entre el fino vello. Sigo con la vista el sendero de suave pelusa que cruza sus abdominales hasta perderse bajo la cinturilla del pantalón. Más abajo, en su entrepierna, destaca una erección que hace tiempo que despierta mi interés. No hacen falta las palabras para contestar esa pregunta, así que le cojo la mano y con un suspiro separo los muslos y le guío para que pueda sentir claramente lo mojada que ha conseguido que esté sin tan siquiera tocarme.

Después todo sucede en un segundo. Con un violento crujido del colchón, Victor se coloca bruscamente sobre mí, atrapándome entre sus rodillas. Se inclina y de repente sus manos, su boca, sus dedos… están en todas partes: me aprieta los pechos sensibles, succiona mis pezones sin piedad, estruja mis nalgas, frota mi sexo sin contemplaciones... Aunque al principio me siento halagada, es demasiado dominante y empiezo a preocuparme cuando llega un punto en el que me besa el cuerpo utilizando más los dientes que los labios.

-¡Victor más despacio! -le pido intentando frenarlo con un empujón.

Visiblemente excitado parece que ni siquiera me escucha y me sujeta por la muñeca, resoplando, mientras que con la otra mano da tirones desesperados al cierre de su pantalón.

 

-¡Blaisdell!

Mi grito le saca al fin del frenesí y me mira jadeando, con los ojos desenfocados.

-Más suave… No sé a qué estás acostumbrado, pero si va a ser así te juro que...

-No, no, no... -murmura apartándose al fin y dejándose caer junto a mí.

Todo se ha quedado en silencio y durante un rato sólo se escucha su respiración fuerte y pesada, intentando recuperar el control. No puedo verle la cara porque tiene la cabeza echada hacia atrás y los talones de las manos clavados en los ojos. Pero ahora que ha vuelto a ser él, aunque todavía no puedo dejar de temblar, quiero volver a intentarlo.

-No sé… No sé si voy a poder ir despacio -murmura sin quitarse las manos de los ojos-. Ni siquiera sé si voy a poder aguantar mucho más.

-Entonces déjame hacer a mí.

 

Está claro que el Ministro no está para preliminares, así que sin más preámbulos deslizo ambos pulgares a cada lado del pantalón y tiro de la prenda con un solo movimiento fluido. “Al fin queda liberada la bestia” -pienso impresionada mientras la tremenda erección golpea húmeda y obscena contra el estómago de su dueño.

-Sí que vamos a necesitar ir despacio… -susurro tragando saliva.

Victor, que por fin se ha destapado los ojos para mirar hacia abajo, suelta una risilla maliciosa.

 

Con el corazón queriéndose escapar de mi pecho, me subo sobre él colocando una rodilla a cada lado de sus caderas y me acomodo alineando mi sexo sobre el suyo. Sujeto su miembro y aparto con el pulgar la piel que recubre la punta, extendiendo el líquido preseminal en movimientos circulares. Sé que va a hacer falta más lubricación, así que levanto un poco más las caderas y comienzo a deslizar su erección entre mis labios para que quede cubierta de mis propios fluidos.

-Creo que me voy a morir -gruñe él echando la cabeza hacia atrás-. Me voy a morir sin… Ah… ahora mismo… Uh... Y cuando… Aah... llegue al infierno… uhm… se burlarán de mí y me querré morir otra vez.

-¿Y no es mejor… ah… esto que lo de antes? -le pregunto sin dejar de frotar su polla contra mí, procurando que de vez en cuando pase por mi entrada.

-No me hagas suplicar… ¿Ahora? ¿Ya?

Yo también estoy excitada, y aunque siento que aún falta un poco introduzco levemente la punta amoratada de su pene dentro de mí. Por acto reflejo Victor empuja con las caderas y entierra su miembro un poco más de lo que me esperaba, arrancándome un jadeo entrecortado. Siento placer, pero también una punzada de dolor.

-Víctor. No.

-Deja que te folle… -me pide con desesperación.

-Víctor Blaisdell, vas a tener que estarte quieto por una vez en tu vida. Yo soy… soy estrecha. Y tú no es que la tengas precisamente pequeña, así que de verdad necesito que te estés quieto. Sólo será ésta vez hasta que… hasta que me acostumbre -aclaro ruborizándome.

 

Poco a poco, muy despacio, moviendo las caderas en círculos para ir adaptándome al tamaño, voy enterrándome su miembro centímetro a centímetro hasta que al fin me siento completamente sobre él. Me quedo así un rato, disfrutando de la sensación de sentirme tan llena después de tanto tiempo. A Victor se le escapa un gemido suplicante que me anima a agitar tentativamente las caderas. Ahora siento la presión pulsante, pero ya no hay dolor. Continúo moviéndome, tomando más y más velocidad conforme me invade el placer y el orgullo de haber podido contenerlo entero. Y lo que siento es perfecto. Ya no necesito ni quiero esperar más.

-Ahora, Victor -ordeno jadeando su nombre-, ahora… Haz lo que quieras ahora...

Como un animal en tensión que sólo espera una señal para saltar, me agarra hundiendo los dedos en la suave piel de las caderas y arranca a embestirme ésta vez sin reprimirse. En algún momento se las apaña para girarnos y tumbarme de espaldas, subiendo mis piernas sobre sus hombros. Después de unos breves momentos para ajustar el ángulo, sigue penetrándome deliciosamente fuerte y rápido.

-¿Estás bien? -pregunta en algún momento, jadeando- Podemos parar… o podemos ir más rápido.

-Destrózame -le pido al sentir cómo suben las primeras oleadas de delicioso placer por mis piernas.

Con una carcajada entrecortada retoma el ritmo volviendo a empujar con fuerza. Ya no puedo pensar con claridad y mucho menos elaborar frases con sentido.

-Joder, sí, Blaisdell... Así… Victor… Sigue…

Se me escapa un grito y mis músculos se contraen alrededor de él en un espasmo violento. Victor se agacha, sujetándome, y sigue embistiendo unas cuantas veces más hasta que el ritmo se vuelve errático. Con un gruñido da un último golpe seco que le entierra hasta la base. Temblando, con los ojos cerrados, percibo unos ligeros espasmos y al fin siento el calor de su semen desbordándose.

Seguimos unidos unos minutos más, respirando el aliento del otro, y cuando al fin se retira lentamente me deja una sensación de vacío difícil de explicar. Noto cómo se levanta y se mueve por la habitación hasta que regresa a mi lado y me separa las piernas. Extenuada, estoy a punto de protestar por un poco de descanso, hasta que noto un paño húmedo deslizándose suavemente por mi sexo. El Ministro es meticuloso y por lo que puedo ver también sabe ser un amante delicado.

-¿Cómo estás? -me pregunta mientras me limpia, adivinando que le observo.

-Bien… Bien…

-Eso está... Bien…

-Bien…

Después de una pausa en la que observa satisfecho el resultado de su tarea, vuelve a levantarse para dejar el paño sobre una mesita y cuando regresa se sienta a mi lado y me aparta el pelo para acariciarme el hombro.

-¿No deberías elevar las caderas? -comenta pensativo.

-¿Elevar las… caderas?

-Creo que es lo que hacéis las mujeres para aseguraros de que… En fin, estamos intentando hacer un hijo.

“Supongo que a esto también tendré que acostumbrarme” -pienso antes de levantar la barbilla para que me bese.

Chapter 11: EROS Y APOLO

Chapter Text

Hay un chico que es tan maravilloso

Que las chicas que le ven ya no encuentran el camino a casa

[Todos los demás hombres se vuelven gays allá a donde vaya]

Porque él es Eros y es Apolo

 

Studio Killers

 

 

“Se va a caer todo...” -me digo estúpidamente mientras que, inclinada sobre la cómoda, recibo una tras otra sus embestidas- “se va a caer…”. Justo al terminar de elaborar ese pensamiento, su mano abandona mi cadera y se desliza delante de mí abriendo uno de los cajones del mueble, hacia donde arrastra la mayor parte de lo que está repiqueteando sobre la superficie de madera. Al sentir el roce de su pecho contra mi espalda, giro la cabeza para besarle. Y qué beso. Dentro de mi boca ahoga un pequeño gruñido contenido y noto a Blaisdell apretarse aún más contra mi espalda. “Te deseo”, susurra entre mis labios, antes de volver a enredar su lengua con la mía. “Te deseo”… Su voz diciendo precisamente esas palabras mientras que dejo que haga conmigo lo que le plazca es suficiente para que unos escalofríos me recorran la columna y se me endurezcan los pezones. Estoy a un paso del orgasmo, tan cerca que las rodillas me empiezan a fallar y tengo que apoyar todo mi peso en la cómoda. Victor inmediatamente me sostiene rodeándome la cintura y dejando la palma abierta, presionando sobre mi vientre, mientras que con la otra mano sigue agarrando mi cadera para empujar.

-Ah… Puedo sentir en mi mano cómo entro y salgo de ti -susurra apretando la parte baja de mi abdomen.

Con un gemido tembloroso y sin resistirme dejo que la electricidad me recorra, meciendo mis caderas con fuerza en un intento de que entre dentro de mí la mayor cantidad posible de su polla. Me relajo y dejo que los últimos picos del orgasmo pasen, todavía mecida por el vaivén ininterrumpido de sus movimientos, disfrutando del sonido húmedo que produce nuestra piel cada vez que nos encontramos con un golpe seco. Finalmente el brazo que tiene a mi alrededor se tensa y noto cómo Blaisdell se estremece antes de derramarse caliente en lo más profundo de mi cuerpo.

Tras unos momentos en los que ambos recuperamos la respiración, Blaisdell se incorpora y se separa, dejándome de nuevo vacía. Mientras pongo las plantas de los pies firmes contra el suelo para recuperar la estabilidad, él vuelve a tumbarse en la cama con un gruñido, estirándose satisfecho sobre el colchón. Voy a reunirme con él y sus ojos grises atrapan mi mirada, hipnóticos.

 

Cada vez que le miro a la cara y veo las señales de la pelea en la taberna, o cuando en alguna caricia o movimiento los mechones de pelo dejan entrever los puntos, le recuerdo de nuevo ahí de pie, intentando contener la sangre y listo para atacar. Luego en el carruaje, indefenso en mi regazo preguntando la naturaleza de mi interés por él… o más tarde en la cama, donde muestra una forma de amar tan brutal como complaciente. Me está costando asimilar todas las nuevas facetas ese hombre extraño y difícil de descifrar que hasta ahora había sido simplemente el temible Ministro de Interior.

 

-Victor, Victor… -murmuro alargando la mano hasta su pene.

-¿Ya hemos vuelto a los nombres de pila?

-Dame un respiro, hasta hace poco siempre te he llamado “Blaisdell”.

-Estoy seguro de que también me has llamado cosas peores. Soy consciente de que mi celo por mantener intacta la gloria de Francia no es siempre bien recibido -responde observando con interés cómo le toco-. Puede que en ocasiones me exceda...

-Lo que quiero saber es cómo estás. La verdad.

-Bien.

-Victor… -le digo en tono de reproche, moviendo más rápido la mano.

-María... Me duele la cabeza, me duele la cara, me duelen los puntos... Pero teniendo en cuenta cómo podría haber terminado la noche, puede decirse que a pesar de todo estoy bien.

-Eso es estupendo -le aseguro sintiendo cada vez más dura la zona que estoy tocando.

-Efectivamente… -contesta respirando un poco más fuerte a la par que intensifico mis caricias.

 

Todavía falta un poco más, así que sin dar más explicaciones me arrodillo y paso la lengua por todo el lateral de su miembro, desde la base hasta presionar en espiral contra la hendidura de la punta. Abro la boca decidida pero de pronto Blaisdell se incorpora con un sonido estrangulado y me sujeta la cabeza, apartándome y mirándome con una expresión indescriptible.

-Diabólica mujer. No.

-¿No? ¿Cómo que “no”? ¿“No” qué? ¿No te gusta? ¿No lo hago bien? -le pregunto empezando a irritarme.

Él se vuelve a dejar caer hacia atrás contra el colchón, cruzando un brazo sobre los ojos.

-Por supuesto que sí.

Explícate!

-Las felaciones, por seguridad, están fuera de toda discusión. No veo necesario recordarte por dónde se hacen los niños.

Lo miro fijamente y siento cómo la furia crece dentro de mí.

-Blaisdell… ¿No te preocupa que te odie? -le pregunto en tono de amenaza.

Él suelta un pequeño suspiro antes de comenzar a hablar.

-No sería sorprendente, después de todo hay muchos en Francia que me odian.

-No me imagino por qué -replico con voz gélida.

-Perdóname por ser tan franco, pero ahora mismo mi mayor propósito es que tú estés a salvo y asegurarme de que el linaje francés no se interrumpe. Ese es mi deber.

 

Está siendo tan sincero al respecto que aunque sigo enfadada mi ira se ve rápidamente sobrepasada por una profunda sensación de decepción. En el fondo sé que tiene razón: ese era el trato. Pero cuando habla lo hace con una honestidad tan brutal que siento que cada palabra me alcanza como un dardo.

-Entonces… eso es todo. El linaje… La gloria de Francia… El deber. Siempre ha sido eso y nada más -afirmo derrotada, mirándome las manos para que no vea en mis ojos lo herida que estoy.

-Oh, no te confundas. Eso podría hacerlo cualquiera -contesta retirándose el brazo de la cara y mirándome sorprendido-. Pero cuando tú me tocas es como el fuego. Es casi imposible resistirse. Y quién sabe si ahí pudiera haber algún pequeño proyecto de príncipe que de seguir con este tipo de actividades acabara donde no debe.

Miro a Blaisdell impactada. Estudio su cara buscando alguna doble intención pero mantiene su sonrisa habitual, tan despreocupado y relajado como siempre. Incapaz de reprocharle ese “cualquiera” después de haberse sincerado todo lo que aparentemente le permite su naturaleza, dejo escapar un suspiro y me recuesto sobre su pecho.

-Ahora mismo no sé si darte una patada donde guardas los proyectos o besarte.

-Que la Reina decida -comenta con despreocupación.

No me resisto a la segunda opción.

 

Muy a mi pesar no hay tiempo para nada más; está amaneciendo y somos conscientes de que fuera de estas habitaciones Versalles espera ver aparecer en sus puestos a su Reina y a su Ministro. Él tiene una excusa para retrasarse y llegar después de mí; está herido y tienen que hacerle las curas necesarias. Pero yo no puedo faltar a otro desayuno o al resto de actividades diarias. Quién sabe si acabarían sospechando al ver que ninguno de los dos se presenta. Es cierto que las malas lenguas y los rumores han disminuido en el palacio a raíz de las últimas decisiones y reajustes, pero Versalles no se mantiene sólo y aún hay muchos nobles residiendo aquí muy dados a hablar más de la cuenta. Sobre todo algunos que aún me siguen con una mirada de reproche después de saber que era yo quien estaba detrás de la decisión de imponer impuestos a la nobleza.

 

Dándole un último pequeño beso en la comisura de la boca, me levanto sin muchas ganas y me visto deprisa mientras que Blaisdell se desliza dentro de la camisa y se dirige al espejo más cercano a la cama.

-Ahora entiendo por qué me has preguntado si estaba bien. Tengo un aspecto lamentable.

-¡Ah! Pero tendrías que haberte visto durante la pelea. Tan atractivo… tan furioso… Parecías… un lobo peligroso -bromeo apoyando la mejilla en su espalda y deslizando las manos bajo su camisa.

-Parece que tendré que meterme en más peleas a partir de ahora.

Me aparto con una risita y sigo buscando por el suelo la media que me falta, hasta que se me ocurre hacerle una pregunta.

-Escucha, Victor…

-¿Uhmmm? -responde distraído estudiando en el espejo el golpe del pómulo.

-Luis ya sabe lo que estamos haciendo. ¿Eso te resulta incómodo?

-En absoluto -dice inmediatamente sin ir más allá en su respuesta.

 

Con Fersen la forma de llevar esta situación había sido totalmente diferente. Por supuesto él también sabía de mi pacto con Luis, pero era algo que de mutuo acuerdo jamás se mencionaba de forma explícita. Para Blaisdell, por el contrario, tener la bendición de su Rey parece ser motivo de orgullo. En realidad todo tiene sentido dentro de su lógica retorcida en la que servir a Francia y a su Monarca parece ser el propósito de su existencia.

-No es exactamente lo mismo pero… ¿Y si hubiera sido al contrario? -le pregunto curiosa por saber hasta dónde le llevaría el deber-. ¿Y si yo te hubiera pedido que te acostaras con el Rey por… por el bien de Francia? ¿Lo habrías hecho?

-¿Quién sabe? -contesta mirándome a través del espejo-. Vas a llegar tarde.

 

De camino a la salida, intentando alisar sin éxito las arrugas de mi falda, sigo dándole vueltas a la conversación que acabamos de tener. “¿Quién sabe?”, había dicho sin inmutarse. ¿Implicaba eso una respuesta afirmativa? En ese caso estaba claro que el Ministro establecía muy lejos los límites hasta los que llegaba su devoción por la Corona. Y si sólo lo había dicho por ofuscarme… Entonces lo había conseguido. Me detengo al pasar por el despacho para observar la estancia pulcra y ordenada, esperando encontrar una respuesta entre esas cuatro paredes. Al fin me asomo con cuidado a la puerta y me marcho igual de confundida.

 

---------

 

Tras vestirme y maquillarme llego justo a tiempo al salón donde se celebra el desayuno. Como dicta el protocolo, antes de entrar me sitúo junto a Luis, tomando la mano que me ofrece. Él la aprieta un momento con afecto haciendo que me sienta reconfortada al instante. Mi marido me sonríe enarcando una ceja y yo desvío la vista al borde de mi vestido, ruborizándome. Con él casi siempre es tan fácil que a veces ni siquiera son necesarias las palabras. Hoy también asiste Gabrielle, quien tras hacer una reverencia formal al Rey, se sitúa a mi izquierda guiñándome uno de sus bellos ojos violetas.

 

Nada más sentarnos es fácil ver que entre el resto de la nobleza que nos acompaña hay cierto alboroto. Despertando cuchicheos de asombro y suspiros mal disimulados entre las damas y algunos caballeros, el Marqués de Lafayette avanza con paso firme y semblante serio hasta ocupar el puesto que se le ha concedido, por deferencia, junto a mí. Mientras se mueve, elegante y varonil en su uniforme militar, todas las miradas están prendidas en él y en cada uno de sus movimientos.

 

-Permitidme que os presente mis saludos, Sus Majestades.

-Es una alegría volver a teneros hoy aquí, Lafayette -contesta Luis dejando a un lado las formalidades-. Pensaba que desde que os concedieron la ciudadanía estadounidense os habíais olvidado de Francia. La Reina y yo hemos tenido que idear una excusa para poder traeros de vuelta y disfrutar de vuestra compañía.

-¿Una excusa? Majestad… perdonad mi confusión, pero creía que se trataba de algo serio. En vuestra carta hablabais de estrechar lazos entre Estados Unidos y Francia…

-Marqués, el Rey sólo bromea -acudo rápida en ayuda de Luis, que se ha quedado mirándolo sin saber cómo seguir-. Por supuesto que os hemos llamado para contar con vuestra experiencia como diplomático, pero siempre alegra al corazón ver regresar a un amigo tan valioso como vos. Nunca podremos agradeceros lo suficiente vuestro papel en el camino de hacer de Francia un país más liberal y estable.

-Vuestros halagos me honran, mi Reina -responde el General sin poder reprimir una chispa de orgullo en sus ojos azules-. Pero permitid que os recuerde que no todo fue obra mía. Tanto vuestro apoyo como el de Su Majestad el Rey fueron decisivos para lograr este avance político para nuestra querida Francia. Eso sin mencionar los inestimables esfuerzos del Conde von Fersen y el Ministro Blaisdell.

 

Noto cómo Luis se relaja visiblemente y se atreve a tomar un par de sorbos de su taza de té, aliviado. Lafayette es un militar nato y, aunque conoce a la perfección la etiqueta y tiene unos modales exquisitos, se contraría fácilmente si sospecha que no se le está dando el valor que se merece. También he notado que sigue sin aprobar totalmente mi amistad con Gabrielle, a quien siempre ha considerado demasiado frívola. Aunque está sentada junto a él, el Marqués aún no le ha dirigido la palabra y se ha limitado a saludarla con una inclinación de cabeza por mantener un mínimo de corrección.

-Sé que Fersen ha acudido a la llamada de su Rey -comenta Lafayette mirándome de refilón como si dudara de continuar hablando-. Pero me sorprende encontrar vacío el asiento habitual del Ministro, siendo tan cercano a Sus Majestades.

-Oh, me temo que nuestro querido amigo está convaleciente -explica Luis-. Un accidente del que afortunadamente ha salido más o menos ileso. Esta mañana tampoco ha asistido a la cita con el resto de ministros. Esperaba que se reuniera aquí más tarde con nosotros durante el desayuno, pero supongo que aún estará guardando cama para recuperarse…

Justo cuando estoy a punto de atragantarme con un trozo de brioche , Gabrielle se apresura a cambiar el tema de conversación.

-Decidnos, Marqués. ¿En qué noble tarea está dedicando ahora su empeño un héroe como vos?

-Estoy intentando obtener la libertad para toda la humanidad… o al menos pretendo comenzar por Estados Unidos. Allí ya he defendido mi postura a favor de la emancipación de esclavos en la Cámara de Delegados de Virginia. Deseo que todos ellos pasen a ser ciudadanos libres y trabajadores remunerados, pero me temo que George Washington, pese a escucharme, no está del todo de acuerdo con mis ideales.

-Oh, cuánto lo siento Marqués ¿Y qué pensáis hacer? -exclama Gabrielle llevándose una mano al pecho y poniendo la otra sobre el brazo de Lafayette.

-No estoy dispuesto a rendirme. He comprado unas tierras en la colonia francesa de Cayena y planeo trasladar ahí a todas las familias que pueda en calidad de trabajadores inquilinos agrícolas. Quiero que esa sea la muestra de que la libertad para los esclavos no sólo es factible, sino un derecho básico y fundamental.

 

Conforme Lafayette habla los asistentes van guardando silencio hasta que sólo se oye la voz firme y clara del Marqués, que continúa con su discurso sin dirigirse a nadie en particular. Los cubiertos, las tazas, la comida, incluso la necesidad de respirar… todo queda momentáneamente olvidado para escuchar a un hombre que es capaz de mover naciones con su sola convicción. Incluso si muchos de los presentes no están de acuerdo con él o quizá ni siquiera llegan a comprender realmente que un marqués decida dedicar su vida a los más desfavorecidos de otra parte del mundo, no pueden evitar escucharle, igual que sucede con el presidente americano.

Ese empeño que pone en todo lo que para él merece la pena es algo que la distancia casi me hace olvidar. Sus ojos de un azul límpido, sus grandes y expresivas manos, el perfil noble o la gallardía de su figura es cierto que llamaban la atención allá donde fuese. Pero con el tiempo he comprendido que hay mucho más detrás del rostro perfecto y el carácter huraño. Lafayette es ciertamente noble, no sólo de estatus sino también de espíritu, y eso le hace estar por encima del común de los mortales.

Podría decirse que nuestra amistad comenzó en el banquete en honor a los héroes que habían vuelto del Nuevo Mundo, hacía ya lo que parecía una eternidad. En aquel entonces yo sólo pensaba en coquetear con el hombre más deseado de Francia, divertida por los celos de Fersen. Pero la chiquillada se volvió en mi contra cuando el recto y serio Lafayette no dudó en aprovechar toda la velada para sermonearme sin piedad. Me costó volver a acercarme a él, pero cuando al fin lo hice yo ya había madurado y ya sí fui capaz de apreciar el espíritu amable que se ocultaba debajo de las capas de rectitud. Hubo un tiempo en el que todo parecía indicar que podría haber algo entre nosotros y puede que por ese motivo lo hubiera considerado como opción para darle un nuevo príncipe a Francia. Pero ahora que vuelvo a tenerlo cerca me doy cuenta de que estoy ante un hombre que ninguna mujer será capaz de mantener a su lado durante mucho tiempo. Quién sabe si al final habríamos acabado siendo amantes… ¿Pero cuánto habría podido retenerlo junto a mí, viviendo en la jaula dorada de Versalles? Habría acabado marchándose lejos, como Fersen, pues su corazón siempre estaría allá a donde le llevasen sus ideales. Al final también me habría abandonado.

 

Cuando el Marqués termina de hablar todos continuamos mirándole en silencio, incapaces de decir nada que en comparación no suene vacío. La situación comienza a ser un poco tensa para el General hasta que de pronto Gabrielle se lleva las mano al pecho con un sollozo y acto seguido arranca a aplaudir, arrastrándonos a todos con ella.

-Marqués de Lafayette -le dice la Duquesa con los ojos brillantes y volviendo a colocar con familiaridad la mano sobre su brazo-, hace tiempo que quería confesaros que sois una inspiración para mí. Cuando los Polignac caímos en desgracia me sentí totalmente perdida. No sé qué habría sido de mí si no os hubiera tomado como ejemplo. Sólo soy una débil mujer y mis capacidades están limitadas, pero en mi momento más oscuro su ejemplo fue la luz que me guió a ofrecer mi ayuda en la Abadía. Aún hoy que ya he vuelto a Versalles por insistencia de nuestra amable Reina, sigo acudiendo cada semana a rezar y a colaborar en todo lo que está a mi alcance. Los niños en especial son mi adoración y disfruto pasando el tiempo con ellos.

-Duquesa de Polignac -contesta Lafayette mirándola con curiosa admiración-, eso es encomiable. A veces no hace falta hacer grandes gestos para mejorar la calidad de vida de los que nos rodean. Estoy seguro de que los niños agradecerán todo el tiempo que pasáis con ellos.

-Ay Marqués, aún así siento que no es suficiente -suspira mi amiga con afectación-. Aceptaría de buena gana algunos sabios consejos para mejorar. Estoy segura de que, habiendo sido siempre tan cercano al pueblo, conocéis a alguien especialmente necesitado de mi ayuda. Podríamos vernos más tarde. Y hablar.

Compruebo estupefacta cómo Gabrielle, que hace poco me había confesado que aún esperaba que Jules volviera a fijarse en ella, sujeta entre sus pequeñas manos la del General, enorme en comparación, estrechándola con fervor entre miradas de adoración. Supongo que al final todo el mundo se cansa de esperar. También puede que la tentación fuese demasiado grande. O ambas opciones.

 

-Bueno, ehmm… Lafayette -interrumpe Luis enarcando las cejas-. ¿Qué tal el viaje? Espero que no hayáis encontrado ningún contratiempo en el camino.

-Oh, no, Su Majestad, en absoluto. Conté con buena compañía. Tuve la fortuna de embarcar junto a otro oficial, el comandante John Hale. Es estadounidense de nacimiento, pero tenemos mucho en común ya que es hijo de comerciantes afincados en Francia. Lamentablemente ambos han fallecido recientemente por lo que el ejército le ha otorgado un permiso para que venga a poner sus asuntos en orden hasta nuevo aviso.

-¡Cuánto siento que haya tenido que venir a nuestro hermoso país bajo tan tristes circunstancias! -me lamento-. ¿Os ha acompañado a Versalles vuestro amigo?

-No, Majestad. Él… aunque educado y con recursos, no es de origen noble. Por ahora permanece en una de las propiedades que ha heredado y que pronto pondrá a la venta.

-Eso no importa -aclara el Rey sonriendo con sinceridad-. Si podéis localizarle hacedle saber que es nuestro invitado en Versalles. Estoy seguro de que hay habitaciones de sobra para que pueda escoger la que más le acomode. Tengo interés en conocer a ese caballero del que tan bien habéis hablado.

-Muchas gracias Su Majestad, así lo haré -contesta Lafayette con una breve inclinación de cabeza.

-Bien… -prosigue el Rey- Sigamos con la agenda del día. Después de misa podríamos ir a cazar y ya tendremos tiempo más adelante para Francia. Nos reuniremos en mi despacho más tarde.

Luis deja la servilleta sobre la mesa dando por finalizado el desayuno y mira pensativo la silla vacía que hay a su lado.

-Espero que Blaisdell pueda unirse a nosotros. Empiezo a echarle de menos.

Chapter 12: EL DIABLO ENAMORADO

Chapter Text

Quien ama, delira.

 

 

Lord Byron (1788-1824)

 

 

 

-¡Gabrielle! -exclamo divertida-. ¡Cuida el volumen, al final nos van a oír!

-María por favor, sólo una vez más… Me encanta la cara que pones cuando lo dices -suplica mi amiga divertida mientras paseamos por la Galería de los Espejos.

-De acuerdo… -concedo suspirando-. Sí, muy grande. La tiene muy grande. Espectacular. ¿Contenta? -le confieso entre risas mientras noto cómo me sube una oleada de calor hasta las orejas.

-¡Por lo roja te pones se ve que sabe usarla bien! Cuéntame lo que pasó en el carruaje. Es todo tan romántico...

-¿Otra vez? -pregunto buscando disimuladamente mi reflejo en alguno de los espejos-. Yo no lo llamaría exactamente “romántico”. Estaba malherido, muy débil, aún así él intentó… Bueno… Me pidió que me desnudara delante suya para que nadie me viera llegar manchada de sangre, pero en realidad lo que quería era… ya sabes -añado con un sonrisa de complicidad.

-Quería lo que quieren todos. Qué suerte -suspira con ojos soñadores-. Al fin y al cabo es un hombre. Debió de ser muy emocionante -añade dándome un ligero codazo.

-Te recuerdo que pasé bastante miedo. Podrían haberle matado por mi culpa...

-Bueno, pero todo terminó bien... Por lo que me has contado al final es él quien casi te mata a ti en la cama. Me recordáis a Jules y a mí cuando nos casamos. Al principio no podían despegarnos al uno del otro, estábamos todo el día enganchados como conejos...

-¡Gabrielle, por favor! Ya me estoy arrepintiendo de haberte contado nada -contesto reprimiendo un carcajada.

La Duquesa deja escapar una risa cristalina mientras me pasa la mano por la espalda, divertida. Los nobles que también están paseando a estas horas de la tarde por la Galería nos lanzan miradas curiosas al pasar. Si supieran de qué estamos hablando…

 

-Nunca me lo habría imaginado del Ministro Blaisdell. Se me hace muy extraño que ahora sea “tu Víctor”, es como en esa novela: El Diablo Enamorado.

-Él no es “mi Victor” -contesto apurada-. Y ni siquiera sé si está enamorado…

-María, por favor… Parece mentira, querida -replica poniendo los ojos en blanco.

-Bueno... ¿Y en qué ha quedado todo ese discurso de esperar a “tu Jules”, querida ?

-¡Ah! Hablando del diablo… ¡Dios mío, sí que le dieron fuerte!

 

Abro la boca para protestar por no haber contestado a mi pregunta, pero Gabrielle me llama al silencio con un gesto disimulado de la mano. Cuando sigo su mirada, veo avanzar entre inclinaciones de cabeza a Luis, acompañado de Lafayette y Blaisdell. Cuando busco en su rostro alguna señal de reconocimiento me siento un poco decepcionada al ver que se conduce con su habitual sonrisa confiada. Llevan encerrados en el despacho del Rey desde que la partida de caza regresó, haciéndose servir allí la comida cuando llegó el medio día. Tengo que reconocer que le he echado de menos, como una adolescente enamorada. Por otra parte podría haberme sentido excluida al no haber sido invitada a la reunión, pero lo cierto es que hoy me apetecía estar a solas con Gabrielle. Había mucho que contar y no quería volver a alejarme de ella como había hecho hasta hacía poco.

-Buenas tardes, señores. Espero que hoy hayáis solucionado todos los problemas de Francia y que no volváis a castigarnos sin vuestra presencia. Versalles parecía más triste a cada minuto que unos hombres tan apuestos permanecían encerrados en ese despacho -bromeo con coquetería.

Como esperaba, la expresión de Blaisdell no cambia en lo más mínimo, aunque estoy segura de que sabe que mi comentario va dirigido especialmente a él. El Rey, sin embargo, inmediatamente esboza una amplia sonrisa que también puede verse, más discreta, en el rostro de Lafayette.

-Todavía queda mucho por perfilar, pero creo que hoy se han fundado las bases para otro gran cambio. Si bien la Corte Real ya ha visto recobrada su reputación, puede que a la larga logremos también una recuperación económica total -comenta Luis visiblemente emocionado.

-¿Cómo es posible? -pregunto francamente interesada.

-Porque Estados Unidos aún mantiene una fuerte deuda económica y moral para con Francia que, de ser cubierta, nos beneficiaría enormemente -comienza a explicar Blaisdell-. Gran parte de los soldados franceses que acudieron como apoyo voluntario a la Guerra Americana, siguen esperando cobrar su salario…

-¿No fueron voluntarios? -pregunta Gabrielle sin comprender.

-“Voluntario” no quiere decir sin costo , Duquesa. La mayoría de los que ofrecieron sus servicios a Estados Unidos no lo hicieron persiguiendo la gloria, sino porque esperaban encontrarse una situación económica mejor que la que tenían en Francia. La gente todavía tiene la mala costumbre de comer.

Si Blaisdell ha percibido el malestar de Gabrielle por sus palabras mordaces no parece dar ninguna señal, ya que el Ministro se limita a sonreír suavemente.

-Exactamente, muchos de nuestros soldados volvieron sin su sueldo correspondiente -prosigue Luis-. Blaisdell y Lafayette me han puesto en alerta sobre la imprudencia de mantener el descontento entre las tropas.

-Hay que ser realistas -aclara el General-. He visto ya a demasiados soltados arruinados convertirse en mercenarios. No se debe romantizar la lealtad.

-Pero si Estados Unidos no puede saldar la deuda de guerra con Francia y nosotros no podemos pagar a los soldados... ¿Cómo podría solucionarse?

-Con un acuerdo comercial -responde el Rey con una sonrisa triunfal-. Lafayette propone terminar con las barreras y fomentar el comercio de bienes. Si Francia se abastece de la mayoría de productos en Estados Unidos y ellos nos ofrecen un impuesto ligeramente más bajo…

-Podrán ir pagando la deuda gradualmente y nosotros nos veríamos doblemente beneficiados -deduzco empezando a contagiarme por el entusiasmo de Luis.

-Celebro ver que la Reina, además de bella, también es una mujer inteligente -comenta Victor ocultando una mirada penetrante tras una ligera inclinación-. Ahora, permitid que me despida, tengo muchos asuntos de los que debo ocuparme.

 

Está claro que a pesar de lo que ahora hay entre nosotros, Blaisdell sigue siendo el mismo de siempre. Con sólo un par de comentarios aparentemente inocuos ha conseguido incomodar a Gabrielle, a quien conozco lo suficiente como para saber que se ha sentido menospreciada. Mientras el sol desciende, seguimos conversando unos minutos más con el Rey y Lafayette, hasta que también terminan excusándose cada uno con distintas obligaciones. Cuando al fin nos quedamos solas empiezo a contar los segundos, viendo venir algún comentario por parte de la Duquesa.

-No importa cómo la tenga -dice frunciendo el ceño-. Sigue siendo un cabrón.

Debo reconocer que no me decepciona.

 

----------------

 

Ya se está haciendo tarde, pero sigo leyendo en mi pequeña biblioteca. Es una estancia diminuta comparada con el resto del palacio, casi una habitación secreta, pero muy acogedora, con las paredes forradas hasta el techo de estantes decorados en verde oliva y blanco. La araña de cristal, también más pequeña que las demás, arranca destellos cálidos a las molduras doradas y la única ventana que hay permanece abierta para que entre el fresco del atardecer. Es un lugar al que hace tiempo que no recurría y que me sirvió durante años cuando, saturada de fiestas y bailes, quería simplemente cerrarme al mundo. Había venido aquí con la esperanza de estar un rato a solas, animada a leer sobre tratados comerciales, pero la gran mayoría de lo que encuentro son libros de corte romántico. Aunque algunos son regalos con encuadernaciones lujosas, más decorativos que de verdadero interés, otros se contaban hasta hace poco entre mis lecturas favoritas. Mientras repaso las letras doradas de los lomos me asalta un sentimiento extraño, mezcla de sorpresa y una profunda tristeza, porque sé que en realidad no estoy viendo libros, sino el fantasma de una niña que no hace demasiado leía esas mismas páginas absolutamente maravillada.

 

Desisto de seguir buscando algo más interesante cuando doy con un ejemplar de El Diablo Enamorado. Lo retiro del estante y me siento a leer en uno de los pocos sillones que hay allí. Conforme voy pasando páginas y sumergiéndome más y más en la trama, una ráfaga de aire trae consigo cierto olor a podredumbre y aguas estancadas. Siempre es así cuando se avecina una tormenta, siendo un recordatorio de que el hermoso Versalles en realidad está construido sobre tierras pantanosas. Por temor a que se acabe impregnando la estancia, me apresuro a cerrar la ventana y vuelvo a sentarme retomando la lectura. A los pocos minutos la puerta que está a mi espalda emite un ligero chirrido e inmediatamente sé quién ha entrado sin necesidad de levantar la vista.

 

-Gabrielle está ofendida, piensa que Blaisdell la ha dejado como a una estúpida. Y yo también.

-Yo lo he visto como siempre -comenta Luis en tono jovial, cerrando la puerta tras de sí.

-Últimamente siempre dices eso; que está “como siempre”. Empiezo a sospechar que le disculpas demasiado.

-Pero es que él siempre se ha comportado así, María. No va a cambiar de la noche a la mañana. Es más; ni siquiera debería. ¿Qué diría la gente si de pronto decidiera conducirse de forma exquisita, precisamente con los amigos de la Reina?

-No le pido que se prodigue en halagos, sólo que se comporte de forma decente, cosa de la que claramente es incapaz -replico contrariada al ver que Luis no me da la razón.

El Rey al principio no contesta y en silencio acerca un taburete a mi sillón para sentarse junto a mí. Yo decido fingir que leo hasta que al final termino cerrando de golpe el libro.

-¿Tan mal estáis? -pregunta preocupado.

-Oh… no… no… -contesto llevándome una mano al puente de la nariz mientras siento cómo el enfado que irracionalmente estaba pagando con Luis se disipa-. Disculpa, es sólo que… Es un hombre complicado. Y admito que me está costando separar una faceta de otra. Esta tarde parecía como si no hubiera pasado nada, tiene una forma muy drástica de comportarse.

Luis asiente con una sonrisa de comprensión hasta que de pronto sus ojos se iluminan al ver el libro que tengo en el regazo. Lo recoge sin dudarlo y comienza a pasar las páginas claramente divertido.

-El Diablo Enamorado. Ciertamente muy apropiado. Aunque en este caso me pregunto quién encarnaría a Don Álvaro y quién a Biondetta.

Al ver que no reacciono ante su broma, aprieta los labios en una fina línea y en su expresión desaparece todo rastro de alegría. Me devuelve el libro y en su lugar coge una de mis manos. Juguetea unos momentos haciendo girar la alianza de mi dedo anular, hasta que al fin me busca la mirada y comienza a hablarme con infinita paciencia.

-Sabes que según nuestro pacto no puedo inmiscuirme a no ser que suceda algo grave. ¿Y no ha sido así, verdad? -pregunta para asegurarse y ante mi negativa continúa hablando.

 

-Entonces no puedo intervenir. No puedo… regañarle cada vez que no te gusta lo que hace. No lo he hecho antes con los demás... y no voy a hacerlo ahora, especialmente tratándose de él. Acabaría mal, María. Y sé que tú tampoco quieres que eso suceda. Se supone que todo esto empezó porque necesitamos tener otro hijo, pero te aseguro que por su parte…

No le dejo continuar.

-Si no me equivoco todavía está aquí Lafayette. Y, como Blaisdell me ha dejado claro esta misma mañana con su habitual tacto, eso es algo que podría hacer “cualquiera”. Pero claro, qué conveniente que sea Blaisdell quien lo haga. ¿Porque tú lo que quieres es un hijo mío, Luis? ¿O un hijo de tu mejor amigo? -le pregunto sin pensar y arrepintiéndome en el acto.

Las manos de Luis se detienen sobre el anillo al tiempo que palidece visiblemente. Ésta vez es él quien no contesta y sé que al final he conseguido hacerle daño. No sólo por mi pregunta, sino también porque sabe que detrás de ese “cualquiera” le estoy acusando directamente a él. Permanecemos sentados sin hablar durante un rato, hasta que Luis retira las manos y emite una especie de carraspeo, decidiéndose a hablar, aunque sin mirarme.

-Lo siento.

-Yo también.

 

A pesar de las disculpas, a pesar de que estamos sentados el uno junto al otro, en realidad hacía mucho que no estábamos tan lejos. Permanecemos en silencio, escuchando cómo el viento mueve las hojas de los árboles. Cada uno en su propio mundo. En sus propios pensamientos. Me pregunto en qué estará pensando él… Yo me esfuerzo en repasar todos los momentos que hemos vivido juntos, destacando los más felices o de mayor intimidad, porque son los que nos han llevado a forjar una relación sólida. Situaciones en las que ambos fuimos madurando y que nos ayudaron a conocernos realmente.

Miro hacia la ventana y contemplo cómo la noche va extendiéndose poco a poco sobre el jardín y nos recuerdo precisamente ahí, hace ya varios años, la primera vez que me invitó a dar un paseo a solas. Le acompañé animada por la novedad, apoyada en su brazo mientras admirábamos los naranjos que habían sido tan queridos por su abuelo. Luis no se atrevió a decir nada de interés durante más de una hora. Estábamos apunto de volver cuando de pronto se paró y me miró con una expresión de angustia tan sincera que por un momento miré asustada a palacio esperando verlo arder. “ En tu opinión… ” -me preguntó al fin, sudando y sonrojado- “ ¿Qué tengo que hacer para que me consideren un gobernante sabio? ”. Yo le miré sorprendida, apunto de echarme a reír pensando que se trataba de una broma, hasta que volvió a hablar: “Ayúdame. Aún no tengo ni idea”. Era la primera vez que me decía abiertamente que me necesitaba.

 

-Lo siento de verdad. Te mereces una explicación -comenta Luis derrotado, pasándose una mano por la frente-. Creo que no hace falta que te diga que estoy enamorado de ti. Pero… - continúa con evidente esfuerzo.

-Yo también te quiero -le respondo tomándole la mano para reconfortarle.

-Tienes razón en que todo ha sido demasiado conveniente para mí y, aún a sabiendas de que la decisión última dependía de ti, tengo que reconocer que quizá el entusiasmo me hizo intervenir a su favor. Aunque debo admitir que vosotros os habéis arreglado sorprendentemente bien, dadas las circunstancias. Claro que yo desde un principio le di permiso para… para acercarse a ti, pero...

-¿Disculpa? -le corto sorprendida-. ¿Podías explicarme cómo es que llegó la conversación a eso? Porque de verdad que ahora mismo no me puedo hacer una idea.

 

Luis me observa con atención y deja pasar unos momentos antes de responder.

-A los pocos días de que Fersen anunciara su marcha, tú estabas… No diré que destrozada, porque supongo que ya te has acostumbrado a las idas y venidas del Conde, pero sí que te mostrabas distante. Decidí darte espacio y Blaisdell comenzó a dejar un poco más de lado su trabajo y unirse a mí en cada vez más actividades. Se portó como un buen amigo.

-Me honra que mi distanciamiento produjera ese efecto en él -replico mordaz.

-Blaisdell es una buena influencia: sólo intentaba animarme. Además durante esos días mostró una preocupación y un respeto absolutos por ti. No dejó de elogiarte.

-Continúa, no puedo esperar a oír hacia dónde va a parar esta historia… -le pido con impaciencia.

Luís asiente con convicción y prosigue.

-Uno de esos días me invitó a hacer un recorrido por las galerías del palacio, para contemplar juntos los retratos y cuadros. Debo añadir que mostró un especial interés por los tuyos, María, me sorprendió gratamente oír cómo comentaba lo bella que te encontraba.

-Gracias a Dios. La otra opción era llamarme fea delante de mi marido.

-Podría no haber dicho nada, él no es un adulador…

-No, está claro que no -concedo.

-Bien… cuando llegamos al retrato del Delfín, al contrario de lo que había hecho con los tuyos, fue muy parco en palabras. Ante mi insistencia se limitó a ser cortés afirmando que Luis Carlos es un niño hermoso que acabará siendo tan apuesto como su padre. Evidentemente se dio cuenta de su desliz y se disculpó de inmediato, pero ya no pude dejar de ver el parecido. Supongo que imaginas cómo continuó la conversación…

En ese momento empiezo tener una ligera sospecha de lo que realmente pasó y retengo el aire después de pedirle a Luis que entre en detalles más allá de los evidentes.

-Bien… -repite empezando a ponerse nervioso-. Puede que yo, al ver el interés que despiertas en él, le indujera a albergar esperanzas… Aún sabiendo que a ti no terminaba de agradarte. Fue egoísta por mi parte, porque como has hecho notar antes, para mí resultaba muy conveniente que mi amigo y tú intimarais. Así que por mi propio interés, sabiendo que él jamás se atrevería a ofenderme y acercarse a ti sin mi permiso yo… le alenté.

-¿Te das cuenta ahora de lo que ha hecho en realidad? -le pregunto esperando que él también vea lo que para mí es obvio.

-No.

-Luis, eres demasiado bueno… Él sabía que por sí mismo no tenía ninguna oportunidad. Físicamente es muy atractivo, lo reconozco, pero no tiene ni idea de cómo cortejar a una mujer, mucho menos a la Reina, que en su mente retorcida piensa que puede tener a quien quiera. Pero... ¡Ah! Se aseguró de tener una baza con la que los demás no contaban: el favor del Rey. Y antes de que me diera tiempo a poner a otro en su lugar… decidió empezar a mover los hilos. Todo con tu total bendición, por supuesto. Y al final, a pesar de que le ha costado lo suyo, le ha salido bien -digo intentando que mi voz no revele las emociones que están empezando a desbordarse en mi interior.

 

Aunque al principio Luis no da muestras de entender a qué me refiero, poco a poco parece comprenderlo porque su rostro de pronto enrojece de forma dramática.

-Me ha manipulado .

Empiezo a sentir cómo la risa burbujea en mi interior y dejo escapar con un suspiro de alivio el aire que había estado reteniendo mientras esperaba la respuesta de mi marido.

-Ciertamente es el Diablo -dice en un tono cargado de estupor.

-Y yo ni siquiera puedo decir que esté enfadada, al contrario; me siento halagada de que se haya tomado tantas molestias -añado echándome hacia atrás en el sillón, contemplando pensativa el techo.

 

--------------------------------------

 

De nuevo estoy delante de la misma puerta, aunque ésta vez decido pasar sin llamar porque sé que seguramente está esperándome. Tal y como me imaginaba, lo encuentro concentrado escribiendo, pero levanta la vista en cuanto me oye entrar y responde a mi sonrisa con otra cargada de complicidad.

-¿Así que mi Reina ha encontrado tiempo para visitarme? Debo admitir que es todo un honor.

-¿Otra vez trabajando hasta tarde?

-No es lo que tenía planeado hacer esta noche -comenta lanzándome una mirada que me recorre de la cabeza a los pies-. Pero Su Majestad el Rey parece ser terriblemente espléndido extendiendo invitaciones a palacio. Sobre todo a soldados americanos desconocidos a los que jamás he investigado.

-¡Ah, John Hale! Debo confesar que ya me había olvidado de él.

-Por suerte o por desgracia no todos podemos hacer lo mismo -responde dejando un sobre encima de otro montón, en la esquina del escritorio-. Hasta mañana no sabré nada a ciencia cierta, pero al menos ya tengo preparado el trabajo de D’Eon.

-¡Dios mío, D’Eon! ¡No sé nada de él desde que lo dejamos en la taberna! ¿Cómo está? ¿Llegaron a tiempo los refuerzos o por el contrario...?

-Según dice, para cuando llegaron ya había poco que hacer. Está perfectamente.

 

Los dos nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro, hasta que Blaisdell al fin se levanta, rodea el escritorio y en unos pocos pasos acorta la distancia que hay entre nosotros. Inclina la cabeza y me besa con fuerza, sujetándome por las caderas y conduciéndome con firmeza hacia atrás, hasta que mi espalda queda contra la pared.

-Sabía que vendrías… -susurra besándome el cuello.

 

Comienza a desnudarme al tiempo que me llena de pequeños mordiscos que viajan desde el lóbulo de mi oreja hasta mi hombro. Pongo mis manos sobre las suyas para ayudarle a empujar el vestido, que al fin cae arremolinándose a nuestros pies. Al fin desnuda rodeo su cuello con mis brazos y vuelvo a besarle, pero pronto me separo con un jadeo cuando siento una mano entre los muslos y un dedo que se desliza dentro de mí .

-Victor, quiero tenerte ya…

-¿Estás segura?

Temblando y respirando cada vez más rápido, siguiendo de forma natural el ritmo de ese dedo que no deja de moverse, noto que Blaisdell frota su enorme erección, dura y caliente, contra mi muslo. Maldigo entre dientes porque efectivamente es demasiado pronto.

 

-Mete otro -le ordeno.

Con una sonrisa complacida obedece y añade un segundo dígito, empujando con más fuerza. Al principio noto presión, pero es rápidamente sofocada por el placer que me dan esos dedos más largos y gruesos que los míos.

-Mete otro… Así, sepáralos dentro… Uhmmm… Más… más fuerte...

-¿Está impaciente hoy la Reina? -bromea con voz ronca.

-Victor… otro más, mete otro más, por favor… -le suplico aprovechando la estabilidad que me da la pared para poder separar más las piernas.

-Se me ocurre algo mejor -murmura en mi oído, apenas rozando el lóbulo de mi oreja con sus labios.

Victor retira la mano y suspiro frustrada por la pérdida de contacto. Estoy a punto de protestar cuando se arrodilla entre mis piernas y me recompensa cubriendo mi sexo con su boca. Pronto siento su lengua navegar entre mis labios y pasear por mi clítoris, que acaricia con insistencia. De improviso se detiene y se aparta levemente, dirigiendo la vista hacia arriba, con los ojos entrecerrados.

-¿Satisface esto a mi Reina?

Mi única respuesta es un grito ahogado y una mano que trata de empujarle de nuevo hacia mi entrepierna.

 

Debe ser la reacción que esperaba porque con una pequeña risa comienza a besarme el vientre descendiendo hasta que vuelve a retomar su tarea. No puedo resistir mucho más y pronto mi cuerpo comienza a mecerse contra esa boca que me devora.

-Victor… Victor... Victor…

El climax me alcanza en cuanto me penetra varias veces con la lengua, pasando de sujetarme las caderas a apretar con fuerza mis nalgas, separándolas. Se me escapa un grito que me lleva a echar la cabeza hacia atrás, dando un golpe sordo contra la pared y lo siguiente que sale de mi boca es incomprensible. Dentro del frenesí del orgasmo aprieto su cabeza contra mi sexo y me estremezco entre escalofríos, dejándome llevar por las oleadas del orgasmo. Cuando todo termina y las piernas empiezan a fallarme, Blaisdell se levanta y deja que apoye mi peso contra él.

-Eres deliciosamente sensible -murmura sosteniéndome, con la barbilla apoyada en mi cuello-. Apenas he tenido que hacer nada y mírate...

Yo no llamaría “apenas nada” a lo que hemos hecho. Pero ni siquiera puedo contestar, perdida entre las sensaciones e incapaz de pensar con lucidez, convencida de que la felicidad, ahora mismo, consiste en sentir esos brazos fuertes que me levantan y me llevan hasta el dormitorio.

 

 

 

Chapter 13: JOHN HALE

Chapter Text

Yo soy el perro de su Alteza en Kew;

Sírvase decirme, señor, ¿el perro de quién es usted?

 

 

Alexander Pope (1688-1744)

 

 

 

-Buenos días.

Me despierto con una sensación de agradable cansancio en todo el cuerpo y sonrío feliz, sintiendo a Victor a mi lado. Reprimiendo un bostezo estiro los brazos, perezosa, hasta que le atraigo hacia mí y le abrazo enredando mis piernas entre las suyas. Volviendo a cerrar los ojos con un suspiro de satisfacción, apoyo la cabeza sobre su pecho, donde el vello de inmediato me hace cosquillas. Soplo varias veces para apartarlo, pero al final no tengo más remedio que levantar un poco la cabeza y frotarme la nariz. Más despejada, vuelvo a apoyar la mejilla sobre él y dejo que una mano juguetona vaya descendiendo con suavidad por su abdomen hasta llegar a su miembro, que felizmente noto duro como una barra de carne.

-Uhmmm... Buenos días a los dos.

Blaisdell resopla divertido y decide imitar mis caricias, trazando la areola de mis senos con la punta de los dedos hasta que mis pezones se vuelven duros y pequeños.

-¿Te apetece?

-Sí -contesto sin dudar.

 

Esta mañana todo es más suave, más lento, más tranquilo. Cuando separo las piernas y se coloca sobre mí, sujeto su erección y aparto la piel del prepucio hacia atrás, extendiendo con el pulgar la humedad transparente que se derrama por la punta. Le guio hacia mi entrada y levanto las caderas deseando recibirle. Él, dócil por primera vez, me penetra poco a poco con movimientos lentos, hasta que no encuentra resistencia y se sumerge por completo, exhalando como si hubiera estado conteniendo la respiración. En cuanto comienza a mecerse, dejo caer los brazos a ambos lados de la cabeza y cierro los ojos, concentrándome en sentir, mordiéndome los labios y gimiendo deliberadamente para hacerle saber que me gusta lo que hace. Victor esta vez no parece tener prisa y establece un ritmo lleno de sensualidad, retrocediendo lentamente para volver a llenarme con un empujón enérgico, una y otra vez. Le observo entre mis pestañas, relajado, con el cabello castaño cayéndole sobre los hombros, disfrutando de nuestra unión. Cuando la sensación se le hace especialmente placentera deja escapar algún gruñido, totalmente inconsciente de que para mí es todo un espectáculo para la vista.

 

También está muy callado. Él, que durante el sexo siempre encuentra alguna frase que decir en el momento justo para llevarme al límite. Me pregunto si yo podría...

-Victor… Ah…

-¿Uhmmmm?

-Nunca pensé que… Ah… que mi Ministro de Interior supiera follarme tan bien -le digo disimulando la risa con jadeos, abrazándole con las piernas para animarle a entrar con más fuerza.

-Ah… ¿Habías pensado en esto? ¿En nosotros así…? -pregunta mirándome con las pupilas dilatadas, el gris de sus ojos apenas visible.

-Claro... que sí… Me dabas… miedo… Pero… Ah… Cuando… ¡Oh! Cuando coincidíamos… No podía dejar de… Ah, así… sí, en ese ángulo… Sigue así, por favor… ¡Ah!

De pronto el ritmo pasa a ser un poco más rápido, un poco más brusco… Bajo las manos para tocarnos, deseosa de sentir con mis dedos el punto exacto en el que nos unimos, resbaladizo y caliente. Tanteo en busca de mi clítoris y lo aprieto con la palma para que la fricción sea más intensa, olvidando totalmente lo que estaba diciendo.

-Continúa -ordena entre dientes, dando un empujón especialmente intenso que me deja sin aliento.

 

-Ah… Pens… ¡Ah! ¡Victor! Pensaba... “cómo debe de follar este hombre”… Y me ponía húmeda sólo de imaginarte haciéndome tuya… Me he tocado pensando en ti… Uhmmm... Fantaseando que eras tú… Ah… Y cuando… Cuando... Ah… me corría... gritaba tu nombre. ¡Ah!

Blaisdell, totalmente rojo, con la mirada oscurecida y la respiración salvaje, sale de mí y me gira sobre mi estómago, aplastándome contra el colchón. Sintiéndome vencedora de mi propio juego, me incorporo apoyándome en los antebrazos y suelto una carcajada triunfal que se corta en seco cuando me alza por la caderas y vuelve a penetrarme con su habitual brusquedad. Con la nueva postura le siento aún más dentro y a cada salvaje vaivén las sábanas rozan deliciosamente mis pezones. Alzo un poco más las nalgas, ofreciéndome sin reparos a su instinto dominante, y pronto mis gemidos se ven salpicados de juramentos conforme alcanzo el orgasmo. Sin dejar de moverse, Blaisdell me acompaña durante el clímax susurrándome sinsentidos entre los que distingo algunas palabras de amor que me inflaman el corazón.

 

Al terminar estoy tan sensible que cada vez que me embiste tengo que sofocar un grito. Aún así intento mirar hacia atrás para suplicarle que vaya más rápido. Que empuje más fuerte. Muevo las caderas hasta que encuentro el ángulo perfecto en el que quiero que esa polla tremenda me golpee y el placer no tarda en regresar. En medio de mi éxtasis Blaisdell pierde el ritmo hasta que se entierra en mi cuerpo por completo, apretándome contra él. Mientras me retiene atraviesa su propio orgasmo y juraría que soy capaz de sentir en mi vientre cada uno de sus espasmos. Al fin satisfecho me libera, dejándose caer a mi lado. Agotada, me giro sobre mi espalda sintiendo el fluido caliente y espeso que se derrama entre mis muslos. Ambos tardamos unos minutos en recuperar el aliento.

 

-Estaba… estaba intentando hacerte el amor. Hemos acabado como siempre.

-¿Me estabas... haciendo el amor? ¿Por eso era diferente?

Nos miramos sin decir nada, aún respirando entrecortadamente, hasta que me acaricia la mejilla e inclina la cabeza para besarme con suavidad.

-Tienes que irte ya, eres la Reina y tienes obligaciones.

Abro la boca para protestar, pero antes de que pueda decir nada, baja la mano y pasa los dedos por mi vulva hinchada y sensible, robándome un pequeño grito de sorpresa.

-María, ambos tenemos obligaciones.

-Soy perfectamente consciente, gracias… Hoy no hay desayuno protocolario, pero me iré ahora mismo si repites lo que me has dicho mientras estábamos “haciendo el amor” -le pido parpadeando con inocencia.

-…No recuerdo haber dicho nada -comenta con voz neutra.

-Pues yo creo haber entendido que me...

-Ayer casi te cruzas con Adrien -replica inmediatamente.

Ahogando un grito corro a buscar mi ropa mientras maldigo por lo bajo el mal hábito que estamos adquiriendo de dejarla desperdigada allá por donde caiga. Encuentro los zapatos debajo de la cama y una media maltrecha en el otro extremo de la habitación. Estoy apunto de desesperarme buscando la pareja cuando Victor, que ya está vestido de cintura para abajo, me la alarga por encima del hombro.

 

Me siento al borde de la cama para empezar a vestirme y al subirme las medias sonrío al darme cuenta de que tengo varias señales de dedos a ambos lados de las caderas. También agujetas en partes del cuerpo que ya casi había olvidado que existían. Mientras acaricio las marcas, escucho detrás de mí a Blaisdell manipulando el aguamanil y mi sonrisa se ensancha a sabiendas de lo que vendrá después. En pocos segundos rodea la cama y se arrodilla separándome las piernas. Con un paño humedecido limpia mi sexo y la parte interna de mis muslos, dando pasadas suaves y meticulosas. Me sostengo en el filo del colchón y le dejo hacer, temblando a cada roce y sintiendo su respiración caliente sobre mi piel. Cuando parece satisfecho me da un casto beso en el vientre y se dirige hasta la cómoda, donde recoge la cinta de satén con la que se sujeta el cabello. Después regresa al aguamanil para refrescarse la cara. Sigo el recorrido hipnótico de algunas gotas que resbalan por su torso hasta que mi mirada se posa en la erección que se perfila bajo la fina tela del pantalón.

Estoy enamorada.

 

-¿Me oyes? -pregunta con impaciencia, terminando de afeitarse.

-Ah… Disculpa… Estaba intentando hacer algo decente con mi pelo -miento apresurándome a colocar algunos rizos rebeldes en su sitio.

-Preguntaba que dónde está tu vestido.

-Creo… creo que anoche lo dejamos en el despacho.

 

Mi vestido ya no está donde lo dejé ayer, en el suelo junto a la pared. En su lugar hay otro pulcramente preparado sobre uno de los sillones. Lo levanto extendiendo los brazos, sorprendida al ver que es perfectamente adecuado para el día de hoy. Sobre el escritorio, en la bandeja donde estaban las cartas para D’Eon, ahora hay un único sobre sellado, además de las joyas que suelo combinar con la prenda que tengo entre mis manos.

-D’Eon, viejo zorro… -comenta Victor pasando a mi lado, ya vestido por completo.

Tras estudiar el sobre, lo guarda sin abrir bajo su casaca y desliza la bandeja con las joyas hasta dejarla a mi alcance.

-¿Crees… que nos ha oído? -pregunto vistiéndome deprisa, con las orejas ardiendo por la vergüenza mientras ajusto rápido las cintas que lo sostienen a mi figura.

Él se encoge de hombros y lejos de parecer avergonzado, se le ve totalmente divertido ante la idea.

 

-Buenos días Monsieur Blaisdell ¿Hoy desayunaréis en la sala o queréis que os sirva aquí?

La cara pecosa de Adrien, que ha entrado de improviso, pasa a empalidecer en décimas de segundo en cuanto me ve. Por fortuna nos encuentra a cada uno a un lado del escritorio, como si simplemente estuviéramos manteniendo una charla cortés.

-¿Su Majestad…? ¡Buenos días, Su Majestad! -saluda al fin con una de sus exageradas reverencias.

-Buenos días Adrien.

Al oír su nombre el sirviente levanta deprisa la cabeza, con el rostro iluminado por la sorpresa de que la Reina recuerde su nombre.

-Precisamente el Ministro me comentaba lo orgulloso que está de que hayas conseguido el puesto. Lástima que durante la celebración fuese asaltado de esa manera tan atroz. Míralo, pobre hombre, está totalmente desfigurado.

Victor se limita a lanzarme una mirada penetrante.

-¡Oh, sí, sí Su Majestad! ¡Ha sido una desgracia terrible! Por lo visto sangraba como un cerdo y tenía parte de los sesos asomando -se apresura a añadir con los ojos muy abiertos y señalándose la parte contraria de la cabeza-. Es decir, yo no recuerdo nada… la celebración, ya sabe Su Majestad... Pero Camile pudo verlo todo y me describió lo que pasó con todo lujo de detalles.

-¡Ay por Dios! ¡Pobre Ministro, con los sesos fuera, podría haberse quedado tonto! ¿Y para qué nos habría servido entonces? -exclamo llevándome las manos a la boca en un intento de disimular la risa.

-No me lo habría perdonado jamás, después de todo lo que ha hecho por mí. Monsieur…

Adrien se pone la mano en el pecho con afectación y se inclina hacia Blaisdell, que aprieta los labios en una fina línea mientras dirige la vista al techo.

-Monsieur, me siento tan terriblemente culpable que desde ese día apenas he podido pegar ojo. Bueno, reconozco que la primera noche sí, estaba demasiado borracho, pero a partir de ahí ya no. Me remordía la conciencia.

-Confieso que yo tampoco he dormido mucho, el Ministro me ha tenido llena… de preocupación -digo afectando una gran tristeza, mirando a Blaisdell de reojo.

-Gracias Adrien, desayunaremos aquí. Ya puedes retirarte -le despide Victor con voz neutra.

-Su Majestad, Monsieur...

Ambos observamos en silencio cómo el joven sirviente se marcha entre reverencias cada vez más complicadas hasta que cierra la puerta tras de sí. Ya solos, no puedo dejar de reír ante la evidente expresión de fastidio de Victor, que se sienta pasándose los dedos por la herida de la sien, como para asegurarse de que todo sigue en su sitio.

-Sí, ríete, sólo espero que no te importe desayunar frío -me dice mirándome de reojo.

 

 

-------------------------------------------

 

 

John Hale resulta ser mucho más joven de lo que esperaba. Por cómo hablaba de él Lafayette antes de su llegada, creía que me encontraría con un estirado oficial americano bien entrado en la cincuentena, pero el hombre que baja del carruaje no aparenta tener más de treinta y pocos años. El uniforme de comandante, con la casaca azul marino, es de un corte impecable y le confiere cierta autoridad a su apariencia juvenil. La tez dorada por el sol y de aspecto saludable hace destacar su cabello rubio ondulado, el cual lleva recogido con una cinta negra, prescindiendo de la ceremoniosa peluca. Pero el rasgo más llamativo de su fisionomía son sus ojos azules, grandes y expresivos, rodeados de largas pestañas doradas, que se abren con admiración a cada paso que da por el palacio.

Una vez establecido en Versalles y tras las obligatorias cortesías sociales, Hale demuestra estar bien dispuesto a la conversación de cualquier tipo. Arte, política, negocios… Posee un carácter afable y lo que antes se nos hacía aburrido y tedioso, vuelve a cobrar un atractivo novedoso visto a través de sus ojos. En poco tiempo consigue que todos nos sintamos atraídos por su compañía y pronto dejamos de considerarlo un desconocido. Todos excepto Victor, siempre precavido.

La misma tarde de su llegada, Luis desea mostrarle los jardines y Blaisdell, cómo no, no se separa de su Rey durante el paseo. Hale de vez en cuando hace comentarios apreciativos sobre el diseño de alguna zona específica o elogia la elección de los árboles con su voz suave, arrastrando un ligero acento apenas perceptible. A pesar de que afirma haber pasado la mayor parte de su vida en América, se expresa correctamente en un francés sencillo que hace que nuestro estilo cortesano suene insufriblemente pomposo en comparación.

El comandante viene acompañado de un Gran Danés leonado que trota alegre delante de nosotros. De vez en cuando se detiene y alza la cabeza para olisquear el aire enrarecido, da uno o dos ladridos y viene y va correteando feliz. El día parece resultar tan extraño para los animales como para los humanos, pues tiene una atmósfera gris cargada de humedad, y el cielo está preñado de nubes que no se deciden a dejar caer la lluvia.

 

-Comandante -comenta Luis admirando el aspecto elegante del can-, ese animal vuestro es un digno representante de su raza.

-Gracias Majestad, pertenecía a mis padres y ahora no sé bien qué hacer con él: no puedo llevármelo a Estados Unidos y desgraciadamente no me queda nadie en Francia a quien poder dejárselo.

El perro, ajeno a la conversación, se divierte saltando entre un grupo de palomas, dispersándolas con sus ladridos. En cuanto logra espantarlas regresa orgulloso de su hazaña, meneando la cola en busca de caricias. Es sencillamente adorable.

-¿Creéis que pueda servir para la caza? -pregunta el Rey claramente interesado.

-Me temo que no, Majestad. Tampoco para pelear. Mis padres eran de aficiones sencillas. Es un animal dócil sin más valor que el de la compañía que da. Muy a mi pesar terminaré sacrificándolo si nadie se hace cargo de él...

-¡Oh, no por favor! -exclamo horrorizada-. ¡Luis, no lo permitas!

El corazón me da un vuelco sólo de pensar en un fin tan injusto para una criatura inocente e instintivamente me agacho y le abrazo por el cuello, ofreciéndole mi protección. El Gran Danés ladea la cabeza mirándome curioso con sus ojos almendrados, meneando la cola como si agradeciera mis atenciones.

-¿Cómo ha dicho que se llama?

-Ah… me temo que no puedo responderos, Majestad.

-¿No sabéis el nombre del perro de compañía de vuestra familia? -pregunta Blaisdell con fingido desinterés.

-A pesar de su enorme tamaño es poco más que un cachorro. Mis padres no llegaron a escribirme sobre él. No creo que les diera tiempo o quizá no lo consideraron importante. Pero si pregunto al servicio quizá pueda averiguarlo. Si es que os parece tan importante...

Blaisdell asiente en silencio, dando a entender que ha quedado satisfecho con la explicación, aunque le conozco ya lo suficiente como para ver más allá de su sonrisa y adivino que no ha quedado del todo contento con la respuesta de Hale.

-No importa cuál fuera su anterior nombre -comenta Luis restando importancia al asunto-. Aún es muy joven, estoy seguro de que se acostumbrará enseguida a uno nuevo.

Asiento sonriendo mientras acaricio al dócil animal detrás de las orejas.

-¿Cómo le llamará Su Majestad?

-¿Qué tal Escobedo?

-Curioso nombre para un perro -murmura Blaisdell-. ¿Os recuerda a alguien en especial?

-Oh, no… es lo primero que se me ha ocurrido al verlo. Creo que le sienta bien. ¿Verdad Escobedo?

Por toda respuesta el perro lanza un par de ladridos alegres y se libera de mis brazos para volver a la tarea de espantar a las palomas, que han aprovechado para regresar a picotear entre las hierbas del jardín.

 

Conforme comienza a oscurecer reemprendemos el lento trayecto de vuelta a palacio seguidos por Escobedo. Luis está totalmente enfrascado en contar algunas de sus anécdotas de caza a un Hale que muestra mucho interés por la historia, animándole a continuar. Blaisdell camina a nuestro lado, con las manos a la espalda y sin hablar, pero totalmente pendiente de la conversación. Le miro de soslayo, recordando el tacto de esas manos sobre mi cuerpo y me dejo llevar por la imaginación.

-Tendríais que habernos visto, empapados y cubiertos de barro, intentando hacer regresar a los perros que se negaban a abandonar a la presa a pesar de haber perdido el rastro por la lluvia -exclama mi marido con voz jovial-. Cuando regresamos a palacio con las manos vacías estaba tan frustrado que me fui directo a la fragua sin siquiera cambiarme… ¿Te acuerdas María?

-Eh… Sí, claro -contesto de forma automática.

-Oh, disculpad mi Reina, os estamos aburriendo…

-¡No, no! -le tranquilizo-. Estaba pensando en otra cosa… Y… Es sólo que estoy algo cansada… -añado fingiendo un pequeño bostezo, intentando reparar mi desliz.

Luis me contempla con los ojos entrecerrados y me besa la mano disimulando una sonrisa divertida, como si de pronto hubiera podido leer mis pensamientos y le parecieran terriblemente graciosos.

-¿Dónde está Lafayette? -pregunto intentando cambiar de tema al ver que Blaisdell se gira hacia mí con las cejas enarcadas y una estúpida expresión de satisfacción.

-Es… posible que el General esté con la Duquesa de Polygnac -responde el Rey-. Me pareció oírles hablar sobre hacer alguna especie de pastel o bizcocho para llevárselo a los niños que frecuentan la Abadía.

-¿Con Gabrielle?

Luis asiente pensativo mientras al fin llegamos hasta las escaleras de palacio.

-Yo también estoy sorprendido, pero parece que finalmente a ambos les ha unido la filantropía.

Al oírle se me escapa una carcajada que afortunadamente queda sofocada por uno de los alegres ladridos de Escobedo, que nos espera a lo alto de las escaleras, meneando impaciente la cola.

Chapter 14: LA REINA SOLA

Chapter Text

Antes de que Babilonia cayera,

el Mago Zoroastro, mi niño muerto,

se encontró con su imagen caminando en el jardín.

Él fue el único hombre que vio esa aparición.

Pues existen dos mundos, de la vida y la muerte:

uno que tú contemplas, pero el otro

se encuentra debajo de la tumba, donde habitan

las sombras de los seres que piensan y viven

hasta que la muerte los reúne y ya no se separan.

 

 

Percy B. Shelley (1792 -1822)

 

 

 

He decidido pasar la mañana en el Despacho Dorado, poniéndome al día con los informes de la última asamblea. Aunque trato de tomar notas me está resultando difícil concentrarme y llego a un punto en el que juraría que he leído varias veces el mismo párrafo sin darme cuenta. Al fin me doy por vencida y decido tomarme un descanso mientras agito nerviosa la página con mis anotaciones, esperando a que se seque la tinta. Un súbito rayo de sol atraviesa las nubes y se cuela por el ventanal, hasta que alcanza los paneles que cubren las paredes, arrancando cálidos destellos de la madera dorada. El reflejo atrae mi atención y me doy cuenta de que el tono es casi el mismo del cabello de Hale. Antes de que pueda caer en la cuenta las emociones me oprimen el pecho porque sin querer he vuelto a pensar en lo que sucedió ayer.

 

La noche anterior, tras regresar a palacio, cenamos en el appartement del Rey y pasamos toda la velada charlando animadamente, la atención centrándose poco a poco en nuestro invitado, que se mostraba dispuesto a la conversación, respondiendo siempre con una sonrisa amable. Estaba claro que Luis ya no le consideraba un desconocido y lo mismo le acribillaba a preguntas que no dudaba en contarle cualquier ocurrencia de palacio que le pareciera mínimamente interesante.

 

Aún puedo visualizar la sonrisa cálida de Luis y la mirada penetrante de Blaisdell: toda su atención acaparada por la figura dorada del Comandante. El oficial parecía brillar con luz propia: mundano, bello, increíblemente abierto y de modales resueltos. Riéndose en los momentos adecuados y abriendo los azules ojos con admiración ante la más trivial de las anécdotas de Luis. Me daba perfecta cuenta de que la fascinación que ejercía sobre el Rey se debía a que representaba toda una novedad en medio de la carcasa de rígidas reglas que todavía envolvía nuestra monotonía.

 

-Es fascinante la similitud por la que han pasado Francia y América -dijo Hale dirigiendo la conversación hacia terrenos políticos-, y ambas han salido ventajosas. A pesar de que Sus Majestades han sabido actuar con inteligencia ante las peticiones del pueblo, no puede decirse lo mismo de Inglaterra. Definitivamente fue un alivio poder contar con la ayuda militar de Francia. Como soldado, no puedo más que daros las gracias, Majestad.

El comentario me hizo volver a prestar atención a la conversación.

 

-¿Exactamente a qué os referís con esas similitudes, Comandante? -pregunto curiosa, haciendo un gesto a un sirviente para que vuelva a llenar mi copa.

-Bien… Si me lo permitís, imaginaos por un momento que Inglaterra es Versalles y que las colonias fueran Francia… -explicó Hale como quien habla a una niña-. Cuando la primera se vio en apuros económicos, no dudó en subir los impuestos a los colonos sin ningún tipo de consulta, supuestamente para sanear la hacienda. Sus Majestades puede que en un principio actuaran de igual modo, pero cuando el país se hundió en crisis las nuevas reformas fiscales cimentaron el camino para una alianza con su pueblo. Volvieron a ganarse la confianza de sus súbditos. Una idea portentosa Majestad, tiene buenos consejeros -concluyó mirando a Blaisdell detenidamente.

-Entiendo… -respondí pensativa.

-Quizá os sorprenda Hale, pero puede que nuestra Reina haya tenido que ver en esa decisión más de lo que imagináis -apuntó el Ministro.

-Ah, por supuesto.

Hale inclinó la cabeza hacia mí con educación, pero cierto humor en sus ojos revelaba que había considerado el comentario más una deferencia hacia mí que una realidad.

-La Reina ha aportado a la Reforma más de lo que pudiera parecer. He encontrado en ella a mi mejor consejera -se apresuró a aclarar Luis-. Siempre que estaba estresado por asuntos nacionales hacía un hueco para dar un paseo por los jardines, pero la verdadera inspiración siempre estuvo dentro de Palacio.

Al llegar a ese punto Luis extendió la mano y buscó la mía, apretándola con afecto.

-El Marqués de Lafayette, Monsieur Blaisdell y la misma Reina han sido muy importantes en la implantación de las recientes reformas. Todos y cada uno de ellos han jugado un papel crucial para alcanzar la estabilidad de la Corona Francesa.

 

Justo en ese momento Escobedo, que hasta entonces había estado mirándonos adormilado, echado plácidamente a un lado de la estancia con la cabeza apoyada entre las patas, emitió un par de ladridos secos y se levantó trotando alegre hasta acercarse a nosotros, meneando la cola y buscándonos las manos insistente con el hocico.

-Vamos, vamos, Escobedo, siéntate, estate quieto…

Pero a pesar de repetirle la orden varias veces Escobedo no parecía estar conforme y seguía intentando subir las patas sobre cualquiera de nosotros, husmeando de un lado a otro.

-Disculpad, no parece estar muy bien educado… -se excusó de inmediato el oficial.

En el momento en el que el perro se apoyó sobre la mesa desobedeciendo toda orden, el Rey se volvió hacia uno de los sirvientes, pidiéndole que lo sacara. El Comandante aún seguía disculpándose avergonzado mientras el golpeteo de las pezuñas del perro contra el suelo se perdía tras la puerta.

-Creo que mis padres debieron tenerlo muy consentido… -empezó a explicar el oficial americano.

 

-Decid, señor Hale: ¿Cuánto tiempo vivisteis en Francia antes de alistaros? -pregunté con curiosidad.

-Oh, no sabría decíroslo con exactitud, Majestad. Básicamente parte de mi infancia. Me alisté en cuanto pude y ya sólo vine de vez en cuando a visitar a mis padres cuando me era posible.

-¿De veras? -Blaisdell enarcó una ceja interesado.

-Me pregunto cuántas veces habré echado de menos el sabor de la cocina francesa… Aunque tampoco puede decirse que el rancho de un soldado sea lo mejor para comparar.

Un cambio de tema radical… e inesperado.

 

-Es una lástima que hayáis tenido que volver en tan tristes circunstancias. El reciente fallecimiento de vuestros padres, al mismo tiempo… Si me lo permitís, ¿cuál ha sido la causa? -comentó Victor dejando caer la pregunta casi por casualidad.

-Ha sido… la peste blanca… tuberculosis, Ministro.

 

Volví la cara rápidamente hacia Hale y por el rabillo del ojo vi que Blaisdell me lanzaba una mirada de soslayo. Un silencio pesado se hizo sobre la mesa. Victor asintió lentamente y pareció decidir no indagar más con sus preguntas. Sabía que se trataba de un tema extremadamente delicado tanto para mí como para el Rey.

Tuberculosis… la misma terrible enfermedad que se había llevado a dos de mis hijos y que desde entonces me impidió comportarme con normalidad con los que me quedaban, porque nunca me abandonó el miedo de amarlos y perderlos a ellos también.

 

Se podía percibir que algo había cambiado en la atmósfera y, aunque la conversación se alargó por un tiempo más, yo ya no fui capaz de decir nada durante el resto de la velada. Finalmente Luis, con una sonrisa que no se reflejó en sus ojos, anunció que había llegado la hora de retirarse.

 

Cuando Victor y Hale se despidieron, mi marido estaba junto a mí y me llevaba de la mano sin dejar de apretarla.

-Quédate -me pidió con voz ronca, tirando suavemente de mí hasta hacerme entrar en el dormitorio-. Quédate esta noche conmigo, por favor.

 

Ya en la cama me hice un hueco entre sus brazos, oyendo el latir de su corazón.

-Luis…

Me acurruqué aún más contra él y abrí la boca para intentar hablar, pero en lugar de palabras dejé escapar el aliento en un sollozo.

-Lo sé… También eran mis hijos -contestó con la voz rota.

No podía verle la cara pero tenía la convicción de que Luis estaba llorando en silencio. De repente, yo también sentí cómo las lágrimas se escapaban de mis ojos y ni tan siquiera estaba segura de si era por verlo así o por mi propio sufrimiento.

-Descansa. Mañana será otro día -me dijo en un susurro.

Asentí trabajosamente y me aferré a su abrazo hasta quedarme dormida.

A la mañana siguiente, poco a poco, conseguimos volver a ser los mismos de siempre.

 

-----------------------------------------------------------------

 

Meneo la cabeza intentando apartar unos pensamientos tan sombríos, pero con el mismo éxito de quien espanta a las moscas pegajosas del verano. Olvido por un momento los informes y me decido a coger la taza de té que me espera hace rato sobre la mesa. No acabo de llevármela a los labios cuando llaman a la puerta.

-Adelante... Vaya, pero si es el Ministro Blaisdell en persona, que ha decidido venir a alegrarme la mañana.

Victor mira con cuidado alrededor, para después llevarse la mano al pecho, obsequiándome con una leve reverencia. Inmediatamente devuelvo la vista a los informes, fingiendo estar inmersa en el día más productivo de mi vida.

-¿A qué Ministro Blaisdell se refiere Su Majestad? -pregunta con corrección, sentándose al otro lado de la mesa de sicomoro.

-¿Perdón?

Le miro parpadeando por encima de las hojas, sin entender a qué demonios se refiere.

-¿Qué Ministro Blaisdell? -repite con paciencia, sacando una carta de debajo de la casaca-. ¿El Ministro Blaisdell que da miedo o ese otro que, según Su Majestad, sabe follarla tan bien?-murmura abriendo el sobre y desdoblando con cuidado la carta que extrae de su interior.

Bastardo engreído. Pero no le falta razón.

A pesar de mis esfuerzos por mantenerme seria, consigue arrancarme una sonrisa que me apresuro a ocultar fingiendo ordenar los folios delante de mí. Respiro profundamente y hago un esfuerzo por contestar con seriedad.

-Blaisdell… ¿Has venido por algo en particular o por el mero entretenimiento de desconcentrarme con insinuaciones? Algunos tenemos trabajo, ya sabes…

Aunque sigo sin mirarle soy capaz de notar sus ojos sobre mí mientras finjo leer. Parece sopesar la situación, hasta que finalmente se levanta, rodea la mesa y se coloca de pie a mi espalda.

-Son los informes de la última asamblea.

-Humm…

-¿ Quieres que te eche una mano con ese?

-Dime, Blaisdell. ¿Tú también me consideras demasiado estúpida como para entenderlo yo sola? -pregunto con verdadero fastidio mirando hacia arriba.

Me desconcierta la sonrisa que encuentro en sus labios, a pesar de mi aspereza. Se inclina sobre mí, apoyando una mano en mi hombro y colocando su cabeza junto a la mía. Extiende el brazo y pasa las páginas del informe hasta llegar a la última, donde da un par de golpecitos con el índice.

-Si no me equivoco, esa es mi firma.

Abro la boca para replicarle pero antes de que pueda decir algo él gira la cabeza, me aparta el pelo del cuello y murmura, apenas rozándome con los labios.

-Sé que eres inteligente María, es lo que más me gusta de ti.

Tras un pequeño beso se incorpora y vuelve a sentarse tranquilamente frente a mí, como si no acabara de pronunciar esas palabras que han conseguido encenderme.

-De hecho he venido para saber tu opinión sobre Hale.

Entrelazo las manos sobre la mesa, de nuevo interesada en hablar.

-¿Qué has averiguado tú de él, Monsieur Blaisdell?

-Aquí tienes el informe de D’Eon -responde inmediatamente deslizando en mi dirección la carta que ha traído-. Pero puedo resumirlo en dos palabras: todo concuerda. John Hale es el único hijo de una pareja de comerciantes que dejaron las colonias para buscar fortuna. Negocian… mejor dicho, negociaban con tejidos, encajes y tintes. Obviamente entre la nobleza francesa encontraron un mercado mucho más amplio. Digamos que espoleado por tus tendencias desorbitadamente caras…

-E increíblemente refinadas.

-Digamos que los colonos son mucho más prácticos a la hora de vestir que la corte francesa -concluye encogiéndose de hombros.

-Si todo concuerda...

-Espera. Es cierto que Hale vivió poco tiempo en París. Y la descripción coincide. El hijo de los Hale es rubio, tiene los ojos azules y la edad corresponde con la que aparenta nuestro Comandante.

-Pero no te gusta…

-Pero no me gusta -repite con seriedad-. Evade casi cualquier tipo de pregunta personal y ayer, cuando se vio mínimamente acorralado…

Victor frunce el ceño y me mira sin saber cómo continuar, pero pasados unos momentos acaba terminando la frase.

-…habló sobre un tema que da la casualidad que para Sus Majestades es… sensible.

-No había pensado en eso -respondo con un eco de dolor en el pecho-. Y tienes razón, viéndolo así, tu razonamiento tiene consistencia. Además es extraño que murieran a la vez. No lo ha dicho expresamente y después… ya no quise preguntarle más, pero siempre ha dado a entender que murieron al mismo tiempo.

-Ciertamente… El Rey ¿Te ha dicho algo al respecto?

-Ya sabes cómo es Luis -meneo la cabeza sonriendo-. A él le agrada. Es una novedad.

-Al Rey le agrada casi todo el mundo: recuerda que soy su amigo -contesta con una media sonrisa.

-Bueno, puede que a mí también me agrades un poco -le digo extendiendo una mano hacia él sobre la mesa.

-Oh, así que sólo un poco. ¿Y qué parte de mí, si puede saberse, es la que le agrada “un poco” a Su Majestad?

Victor se apoya en ambos reposabrazos y, pasándose ligeramente la lengua por los labios, comienza a inclinarse lentamente hacia mí, con la mirada depredadora que ya conozco tan bien y que sé perfectamente lo que reclama. Noto cómo el calor me sube por el cuello y no puedo apartar la vista de su boca, deseando volver a ver otro atisbo de esa lengua que sabe usar tan bien dentro de mi cuerpo. Pero antes…

-Blaisdell… Uhmmm… Victor… -me esfuerzo por hablar mientras me besa.

-Sabes a té… -murmura mordisqueando ligeramente mi labio inferior.

Vuelvo a besarle, hasta que con un esfuerzo de voluntad me separo y le sujeto la cabeza con ambas manos, apoyando los codos sobre la mesa y juntando nuestras frentes.

-Necesito preguntarte algo antes de que nos dejemos llevar por el… fervor.

 

Al fin se separa con un suspiro y vuelve a sentarse, echándose hacia atrás en la silla, con un a mano en el reposabrazos y otra pasándose los dedos por la frente. Tiene las piernas ligeramente separadas y, aún desde aquí, puedo ver perfectamente por qué. Mordiéndome los labios, gesto que no le pasa desapercibido y al que responde con una sonrisa de satisfacción, comienzo al fin a hablar.

 

-¿Recuerdas cuando los Polignac cayeron en desgracia? Antes de que la corte pudiera siquiera marginarlos, el Duque fue lo suficientemente inteligente como para hacer una discreta retirada y marcharse a Noueilles. Gabriell e se exilió en la Abadía y después se reunió con él. Jules decidió volver sólo cuando vio que las aguas se calmaban y que no habría represalias serias si su familia se atenía a la nueva forma de Gobierno.

-Sigo pensando que fuiste demasiado amable. Siempre le consideraré un enemigo de la Corona Francesa y algún día tendrá lo que se merece -replica cambiando la sonrisa por una mueca tensa, apretando los dientes con rabia.

-¿Y qué pensabas hacer, Victor? ¿“Hacerlo desaparecer de la faz de la tierra”? -le pregunto citándole, poniendo las palmas sobre la mesa.

-Con la persuasión adecuada…

-¡Querías matarle!

-La muerte es persuasiva -contesta convencido, llevándose un puño al pecho y enarcando un ceja, como recalcando una obviedad.

 

“No es un trabajo limpio y yo no soy un hombre honrado”. Por un instante me pregunto de quién me he enamorado.

 

-María, habría sido lo mejor para todos. Polignac es un traidor y a pesar de ello tú le permites vivir en Palacio -continúa, evitando cuidadosamente mencionar a Gabrielle-. De pronto te has vuelto partidaria de las segundas oportunidades. Yo, por el contrario, considero que no nos encontramos en condiciones de correr esa clase de riesgos. Ni nosotros ni mucho menos Francia. De todos modos me limito a exponer posibles soluciones, pero en última instancia son Sus Majestades quienes deciden cómo proceder. Sólo cumplo órdenes.

Está claro que el tema le resulta muy incómodo, al igual que mi amistad con Gabrielle.

-Bien… -digo dispuesta a proseguir-. Después de la ceremonia en la que Luis anunció las condiciones de la Reforma, Lafayette pidió permiso a Luis para regresar al Nuevo Mundo. Y así fue…

-Es un obcecado del Sistema Constitucional … -me corta con voz sombría.

-El caso es que se marchó, Victor, se fue -le interrumpo exasperada-. Igual que Fersen. Sé que vas a decirme que lo hizo por el deber que le ata a su país, obedeciendo a su propio monarca -le detengo con un gesto en cuanto abre la boca-. Pero… podría haberse negado. Podría… podría haber renunciado a sus funciones diplomáticas.

-Comprendo.

-No, no comprendes -me paso con fuerza los dedos por la frente, tratando de ordenar mis emociones para intentar explicarme una vez más-. Como Reina parece que siempre tengo suficientes personas a mi alrededor, y es cierto, pero cuando…. Es sólo que… cuando soy simplemente María… Estoy sola aquí y temo que... No importa.

Concluyo sin saber qué más decir, sujetándome las sienes con las manos mientras apoyo los codos sobre el escritorio, avergonzada de demostrar mi debilidad. Intento reprimir una mueca de angustia cuando comienzo de nuevo a hablar.

-Lo que quiero decir es… Víctor… ¿Qué pasará cuando tú también te canses de mí?

 

Clavo los ojos en el informe, olvidado ya sobre la mesa, dejando que pasen unos segundos interminables en los que no sucede nada. Estoy a punto de pedirle que se marche cuando oigo cómo se mueve en la silla. El estómago me da un vuelco sólo de pensar que lo siguiente que oiré será la puerta cerrarse tras de mí, porque se marchará sin siquiera habérselo pedido. Pero sin embargo siento su mano sobre una de las mías, intentando apartarla de mi cara.

-¿Qué estabas haciendo antes de que llegara?

Levanto la vista y le miro perpleja.

-Estudiando los informes de la última asamblea, ya lo sabes.

-Efectivamente… Participas activamente en casi todas las reuniones y cuando no acudes, no le pides al Rey que te haga un resumen: pides informes. Tus comentarios y opiniones aunque a veces podría calificarlos de... audaces, en su mayoría son acertados. María, eres inteligente, te comportas como la Reina… no, como el Rey que siempre deseé para Francia. Y aunque me cuesta admitirlo, tengo el presentimiento de que nos has librado de algo que yo no he sabido ver.

Habla sin apartar la mirada de mis ojos como para demostrar que se trata de una de esas raras ocasiones en las que está siendo sincero.

-No me has atraído con títulos, ni dinero, fiestas o favores. Me he mantenido al margen de ti mientras estabas inmersa en la locura que era tu vida hasta ahora. ¿Desde cuándo te interesas por la política del país?

-Yo… No puedo recordarlo con exactitud, quizá desde lo que sucedió con ese maldito collar -contesto sorprendiéndome con mi propia respuesta-. ¿Pero qué esperabas que hiciera? ¿Qué esperabais todos de mí? ¿Nada más que tener hijos y ceñirme a unas normas arcaicas? No me parece tan extraño que llegara un punto en el que quisiera demostrar que soy algo más que eso.

-Por supuesto: eres astuta. Y eso es lo que me gusta de ti -dice acercándose de nuevo a mis labios, para después pensárselo unos momentos y corregirse-: eso es lo que me enamora de ti.

-Santo Dios… ¿Estás dispuesto a poner por escrito lo que acabas de decir?

-De ningún modo.

-Entonces al menos espero que este beso merezca la pena, monsieur.

-Ah, ven aquí pequeña pervertida insaciable… -replica divertido dándome un pequeño beso.

-¿Cómo que…?

-Basta de hablar.

 

Victor me inclina la cabeza con sus manos y desliza su lengua entre mis labios entreabiertos. Dejo que me explore, hasta que yo misma no me puedo resistir a saborearle más profundamente, enterrando mis manos en su pelo y atrayéndole hacia mí. El corazón me late a toda velocidad y estoy a punto de comentar algo sobre la mesa que se interpone entre nosotros cuando Blaisdell aparta su boca súbitamente de la mía ante el sonido de la puerta abriéndose.

 

 

 

Chapter 15: ES PERFECTO

Chapter Text

No mires a los ojos de la gente
Me dan miedo, siempre mienten

 

Golpes Bajos

 

 

-Gabrielle… ¿Cómo se te ocurre entrar así? -pregunto a mi amiga, irritada y avergonzada a partes iguales.

-Hale... estaba buscando a Blaisdell y... no creo que haya llegado a darse cuenta. Estaba detrás de mí y os separasteis tan de prisa que puede que ni siquiera viera nada. Yo misma apenas llegué a ver algo, además estabais cada uno a un lado de la mesa…

La Duquesa parlotea con voz nerviosa y sus facciones están tan pálidas como la nieve. Es evidente que ni siquiera ella misma está totalmente convencida de lo que está diciendo. Mientras hablaba había estado calculando cómo deslizar la carta de D’Eon de encima de la mesa de la forma más discreta posible, pero las siguientes palabras de Gabrielle me hacen levantar la vista y mirarla extrañada.

-Puedo ayudarte -comenta sentándose en el asiento que antes había ocupado Blaisdell-. Me refiero a... puedo llevar a Hale hasta mis habitaciones e intentar… hacerle olvidar. Si es que ha visto algo.

Miro a Gabrielle fijamente y una rara sensación de dejavu me invade. La escena, si no igual, empieza a parecerse demasiado a cuando se ofreció a prestarme dinero del que obviamente no disponía para que comprara el collar de la du Barry. Meneo la cabeza lentamente sin saber qué decir ante semejante ofrecimiento y de pronto se me ocurre que toda la animadversión que siente Victor por ella quizá no sea tan gratuita.

-No hace falta que llegues a eso -respondo sentándome también-. El que la Duquesa de Polignac le atraiga con sus favores no va a hacer que olvide que el hombre de mayor confianza del Rey tenía la lengua metida en la boca de la Reina. Esperemos de verdad que no se haya dado cuenta.

-De todos modos sólo es un oficial americano, ni siquiera es un compatriota. Se irá y ya está, no pasará nada. Además el Ministro ha actuado con normalidad. No pasará nada -vuelve a repetir, intentando convencerme.

-Esperemos. Pero vaya trago… tienes que prometerme que serás más prudente a partir de ahora. No puedo permitirme más situaciones como esta o tiraría por tierra la estabilidad que estamos consiguiendo hasta ahora.

-Seré más prudente -me asegura buscando mis manos para tomarlas entre las suyas-. Te lo prometo. Una vez me dijiste que era tu mejor amiga. No sabes lo mucho que significa eso para mí. Haré honor a nuestra amistad, María.

-Bien -le contesto dándole unos golpecitos cariñosos en el dorso de la mano-. Anda, ven aquí.

Levantándonos nos damos un abrazo y cuando nos separamos parece más tranquila.

 

-María, hace tiempo que no hacemos nada juntas… ¿Quieres que esta tarde nos veamos para tomar el té en el jardín?

 

Por un momento estoy tentada de decirle que no. Todavía quiero terminar de repasar los informes y aún queda pendiente la investigación sobre Hale, pero recuerdo que habíamos prometido reanudar nuestra relación de amistad y acabo accediendo. En otro tiempo habría aceptado sin dudarlo, pero ahora… no sé descifrar mis propios sentimientos hacia ella. Noto que hay algo diferente en entre nosotras y no acierto a dar con qué puede ser.

-Por supuesto… Así podrás contarme qué es eso tan interesante que habéis estado haciendo Lafayette y tú. Habéis estado desaparecidos -contesto forzándome en parecer jovial.

-¡Croissants, hemos hecho croissants! ¡Para los niños! He probado una receta diferente y me he traído algunos. No sé si te gustarán…

-Ya. Croisants… -replico esbozando una sonrisa.

-A veces me pregunto qué he hecho para tener la suerte de ser tu amiga -se despide lanzándome un beso con la mano antes de irse.

Quizá sea yo la que ha cambiado porque, a fin de cuentas, Gabrielle sigue siendo la misma de siempre.

 

-----------------------------------------------------------------------

 

Salimos al llegar la tarde y llevo conmigo a Escobedo, que hasta ahora había estado al cuidado de los sirvientes. Nos trasladamos junto a Gabrielle en un carruaje a la zona arbolada que bordea el límite entre los jardines y el bosque. Cuando al fin llegamos ya encontramos todo preparado con antelación. Todavía hace algo de sol y el perro inmediatamente salta del carruaje y parece feliz correteando libre y asustando a los pájaros, pero enseguida el cielo termina llenándose de nubes de tormenta y el aire se impregna de un profundo aroma a tierra húmeda. Además del característico olor de Versalles en tiempos de lluvia, por supuesto. Aún así continuamos con nuestra cita pensando que hoy tampoco lloverá.

Gabrielle lleva la mayor parte del peso de la conversación, hablando de las últimas novelas que ha leído, dejando de lado su supuesta visita a la Abadía con el apuesto General. Por mi parte tengo varias veces la sensación de que está esforzándose por hablar, intentando distraerme, pero realmente sin éxito. Su conversación se me hace de nuevo opresiva e insustancial. En realidad me muero de ganas de volver a palacio a buscar a Blaisdell para desentrañar el misterio de Hale… y para simplemente estar con él. Ansío su presencia. Pero no quiero decirle nada para no herir sus sentimientos.

 

-¿Te has acostado con Lafayette? -me animo a preguntarle al fin, aprovechando una pausa en medio de una absurda comparación entre el clima de Versalles y el de su residencia en Noueilles.

En ese momento se levanta una brisa que aparta el pelo del hombro de Gabrielle, quien se queda mirándome con sus ojos violetas, parpadeando sorprendida, hasta que de pronto se echa a reír desenfadada.

-Por Dios María… No me irás a decir que estás celosa ¿verdad? Tú ya tienes a tu semental y parece que te tiene bastante contenta.

Puede que antes el comentario me hubiera hecho gracia, pero ahora no estoy segura de que esa forma tan cruda de referirse a Victor termine de resultarme cómoda. Prefiero no contestar y esperar a que responda, porque sospecho que la frase ha sido intencionada para desviar la pregunta. Ella vuelve a llenarse la taza de té, como si quisiera ganar tiempo para responder. Y mientras bebe me observa risueña, como tantas otras veces. El gesto es familiar, pero aún así sigo notando algo distinto en ella.

-Bueno… Sí -contesta al fin con expresión pensativa, llevándose un dedo a la barbilla y mirándome de lado-. Podría decirse que sí… definitivamente.

-¿Cómo que “podría”? O te acuestas con alguien o no.

-Ay María… sabes que Jules está fuera y todavía tardará en volver. ¿Qué crees que pasaría si al regresar me encontrara encinta? Hay… métodos, ya lo sabes -dice con una sonrisa de complicidad-. Cómo se nota que tú no tienes ese “problema”. Jules no aceptaría hacerse cargo de un bastardo.

Mis dedos se crispan de repente sobre la taza y levanto la vista mirando a Gabrielle con incredulidad. Eso ha sido humillante. Impropio de ella.

-Sería un auténtico drama, ¿verdad? Tener hijos bastardos… -alcanzo a decir con frialdad.

-¡Jesús, lo siento! No… quería dar a entender que… Tu caso es diferente, tus hijos realmente tienen a su padre; el Rey los ama. A Su Majestad le encantan los niños. En mi situación es más delicado, no es ningún secreto que mi marido y yo llevamos tiempo sin vernos… Y Jules no es como el Rey. Sólo me refería a eso, te lo juro. Sé que sigues enfadada y no hago más que empeorarlo, pero no me alejes de tu lado otra vez -añade nerviosa-. He pasado muchos momentos maravillosos contigo y me gustaría poder hacerte compañía siempre.

 

La observo con el ceño ligeramente fruncido, aceptando a medias su explicación mientras ella se remueve nerviosa en su asiento. Parece totalmente distinta a la Gabrielle comprensiva que hace poco me consolaba, dulce y cariñosa.

 

-¿Qué métodos?

-¿Que qué…? Venga María, por favor -dice ruborizándose con incredulidad-, lo sabes perfectamente.

-Sí, pero creo que me merezco que me lo cuentes. Y al detalle.

Mi amiga me mira durante unos segundos hasta que aprieta los labios con picardía, asiente y de pronto su actitud se relaja.

-Ah, pues ya sabes: con los dedos… -dice suavemente, introduciendo varias veces el índice por el asa de su taza de té, hasta que al fin la levanta-. Con la boca… -murmura en el mismo tono, lamiendo con la punta de la lengua la porcelana, desde la base hasta el filo dorado, para después beber un sorbo y tragar ostentosamente-. Y no pudiendo sentarte de golpe durante el resto del día -termina, enarcando una ceja significativamente.

Inmediatamente se echa a reír con las mejillas rojas, dejando la taza sobre la mesa y tomando un croissant que empieza a mordisquear con elegancia.

-¿Qué pasó con todo eso de esperar a tu marido?

-Y todavía le espero -contesta poniéndose seria y dejando el croissant en el plato-. Pero tú misma me abriste los ojos ¿recuerdas? Todavía soy joven y me gusta pensar que también bella. Pero sigo enamorada, a pesar de todo; siempre habrá una parte de mí reservada para él que le esperará pase el tiempo que pase.

-Uhmmm, ya veo.

-Me refiero al corazón -aclara torciendo el gesto.

-Sí, el corazón… en eso mismo estaba pensando. Y… ¿Qué tal el sable del general? ¿Está bien armado?

-Pues... Puedo decirte sin ninguna duda que el deseado General Lafayette la tiene…

 

De repente una luz blanca ilumina el cielo gris y pocos segundos después ambas gritamos al escuchar el retumbar de un trueno tan potente que parece que el cielo va a partirse en dos. Inmediatamente después la lluvia comienza a caer repiqueteando con fuerza sobre la mesa y el juego de té. De fondo se pueden oír los aullidos desesperados de Escobedo.

-¡Ay Dios mío! -oigo aullar también a Gabrielle por debajo del rugido de otro trueno.

-¡Volvamos al carruaje! -le grito intentando hacerme oír sobre el sonido de la tormenta-. ¡Escobedo, ven! ¡Escobedo!

 

Dejamos todo abandonado mientras salimos corriendo en dirección a donde nos espera el carruaje, caminando como podemos chapoteando entre el barro que se ha formado rápido ante la tromba de agua que cae cada vez más espesa. Gabrielle se para y grita desconsolada tapándose los oídos cada vez que truena y por un momento me siento dividida entre alcanzar a Escobedo o dar apoyo a la Duquesa. Justo entonces aparece el cochero que nos había llevado hasta allí y agarra al perro del collar, luchando para llevarlo de vuelta al camino. Eso me deja libre para asistir a Gabrielle. La sostengo de la cintura y ella inmediatamente se abraza a mí, enterrando la cara en mi cuello y haciendo que perdamos el equilibrio y que ambas caigamos de rodillas. No me queda más remedio que separarla de un empujón, agarrarla de un brazo y tirar de ella dando zancadas hasta el carruaje.

Cuando al fin llegamos, el cochero tiene la puerta agarrada de la manija y con la otra mano intenta arrastrar a Escobedo dentro sin mucho éxito. El pobre animal tiene los cuartos traseros agachados, con la fina cola escondida entre las patas, y se niega a caminar mientras lanza unos ladridos que terminan en gañidos asustados. Finalmente el sirviente agarra al perro del collar como puede y con un gruñido de esfuerzo consigue subirlo hasta la mitad, empujándole sin mucha ceremonia con la planta del pie por detrás hasta que consigue meterlo en el carruaje. Después se gira hacia nosotras instándonos a entrar con gestos desesperados. Una vez estamos dentro, cierra la portezuela dando un portazo y a los pocos segundos emprendemos el camino de regreso.

 

-Uf… al fin -suspiro aliviada, echándome hacia atrás en el asiento y llevándome las manos al cabello mojado para apartarlo de la cara-. ¡Santo Dios, Gabrielle! ¡Estamos cubiertas de barro! -y mirándonos empapadas y sucias no puedo evitar reír.

La Duquesa responde dando un grito ahogado en cuanto se oye otro trueno, esta vez más lejano. Aunque sigue respirando con fuerza y tiene los párpados apretados, parece calmarse transcurridos unos minutos de relativo silencio. Cuando abre los ojos me mira con curiosidad.

-Estás… estás horrible -dice con voz temblorosa-, yo debo estar horrible. Pero gracias Dios mío por dejarnos vivir un día más… Aunque sea con este olor -añade mirando de reojo al pobre Escobedo-. Oh… Vaya… Mira esto.

Gabrielle se alza ligeramente la falda y se mira los pies perpleja. Levanta el pie derecho y veo que ha perdido el zapato. Inmediatamente comienza a reír a carcajadas, meneando los dedos dentro de una media absolutamente echada a perder.

-¿Sí? Pues eso no es nada.

Imito a mi amiga levantando el filo sucio y empapado de mi falda y dejo al descubierto mis pies descalzos cubiertos por unas medias embarradas y llenas de agujeros. Al mover los dedos algunos acaban asomando y eso parece ser la cosa más divertida que nos haya pasado nunca, porque de pronto no podemos dejar de reír.

 

Sigue lloviendo sin cesar durante el resto de la tarde y ya ni siquiera está Gabrielle para entretenerme, puesto que ha desaparecido de nuevo con Lafayette. Por su parte Blaisdell ha vuelto a ocupar su puesto junto al Rey. Y aunque coincidimos en algunas ocasiones por las galerías, apenas nos decimos nada aparte de los saludos formales de cortesía; con la lluvia el palacio parece más lleno que nunca y hay demasiados ojos a nuestro alrededor, hambrientos de habladurías. Algunos nobles intercambian unas pocas palabras conmigo, otros simplemente se inclinan ligeramente a mi paso. Hastiada, finalmente me quedo mirando por uno de los ventanales, contemplando durante una eternidad cómo cae la lluvia en el patio exterior y en los jardines. En un momento dado Victor se para a mi lado en silencio, muy cerca y a la vez tan lejos... Sé que es imposible pero me parece percibir su calor y su seguridad emanando hacia mí y eso me reconforta. Los dos permanecemos inmóviles mirando al exterior durante unos minutos, simplemente intentando disfrutar en silencio de la compañía del otro. Bajo el sonido de las voces a mis espaldas y el repiqueteo de la lluvia al otro lado de la ventana, oigo que Blaisdell murmura algo sólo para mí.

-Ahora mismo te estoy besando.

 

Nos sonreímos a través del reflejo del cristal antes de volver a separarnos.

 

------------------------------------------------------

 

Despierto en plena noche al oír un golpeteo procedente de la puerta que separa el dormitorio del resto de mis habitaciones. Luchando contra el sueño me levanto a toda prisa de la cama para abrir, ansiosa, sabiendo perfectamente a quién voy a encontrar esperando al otro lado. El corazón casi se me escapa del pecho cuando compruebo que no me he equivocado y al sonreír noto cómo los últimos resquicios de sueño desaparecen completamente, pasando a ser sustituidos por otro tipo de sensaciones.

-¿ Buenas noches ? Me he tomado la libertad de llegar hasta aquí… por si Su Majestad necesitara de mis servicios. - Explica llevándose la mano al pecho e inclinando la cabeza con una expresión divertida .

-Buenas noches. Reconozco, Monsieur, que es una tranquilidad poder disponer de un Ministro tan entregado como vos en servir a su Reina. Y a Francia.

-Oh, no debe preocuparse, Majestad . Mi trabajo es mi pasión –contesta curvando los labios en una ligera sonrisa.

Le contesto con idéntica expresión, echándome a un lado para invitarle a entrar. Él entra en el dormitorio rozando levemente mi brazo al pasar, mirando alrededor con ojos curiosos, como un lobo orgulloso reconociendo una nueva parte de su territorio.

 

Cierro la puerta con cuidado, casi con miedo de que al girarme él ya no esté; como si todo fuera parte de un sueño. Pero antes de que pueda darme la vuelta sus manos, grandes y cálidas, ya están en mi cintura y sus labios me acarician la sien. Me giro enterrándome en su pecho para que me abrace y poder sentirle cerca antes de que llegue el día y tengamos que volver a separarnos. Blaisdell agacha la cabeza e inmediatamente alzo la barbilla y abro la boca para que pueda besarme profundamente, sorprendiéndome en algún rincón de mi cerebro de la reacción natural que ya tiene mi cuerpo para recibirle. Lo extraño es que todavía sea capaz de pensar. Nuestro beso, lejos de ser perfecto, es tosco, desordenado, y hay veces en las que nuestras narices se tropiezan al cambiar de posición. Pero también es ardiente, húmedo y lleno de pasión. Es perfecto.

 

Sus manos tampoco pierden el tiempo. Mientras me agarra con fuerza la cadera, con la otra mano envuelve uno de mis pechos, masajeándolo y acariciando el pezón por encima de la fina tela del camisón. Poco a poco la desliza hasta bajar a mi trasero y lo sujeta con fuerza para apretarme contra él, haciéndome soltar un pequeño grito de sorpresa. Su polla, dura y caliente, está justo sobre mi estómago y él la frota deliberadamente contra mí, rotando las caderas. Se me escapa un gemido estrangulado que me hace apartar la cara y morderme el labio, resbaladizo por nuestra saliva. Él aprovecha para enterrar el rostro en el hueco de mi cuello y lamerlo dejando una línea húmeda hasta la oreja, donde mordisquea el lóbulo.

-Tenemos que hablar de cierto asunto… -me susurra despacio justo antes de pasar la lengua por mi oreja.

 

Entre besos y caricias vamos trastabillando de camino a la cama mientras nos desnudamos, tropezando con algunos muebles y dejando la ropa allá donde cae. Sube al colchón detrás de mí y me presiona por los hombros para que me tumbe de espaldas. El aire se me escapa de golpe ante la visión de Víctor lamiéndose un par de dedos, envolviéndolos con su saliva, para después separarme los muslos y penetrarme con delicadeza, curvándolos deliciosamente en mi interior. Cuando comienza a moverlos, tengo que echar la cabeza hacia atrás y morderme los labios para no suplicar más.

 

-Llevo… llevo desde esta mañana deseándote… Uhmmm… Eres… Ah… dame un poco más fuerte… Ah… ¡Ah! ¡Dios mío Víctor!

-Si vieras lo hermosa que estás ahora mismo…

Él también está magnífico. A pesar del hematoma todavía visible, de los puntos en su cabeza… está magnífico.

 

El romanticismo queda súbitamente a un lado cuando Blaisdell apoya el pulgar sobre mi clítoris, frotándolo en círculos cada vez más rápidos. Con un gemido agudo comienzo a empujar las caderas y cuando se agacha para lamerme, el placer es tan repentino que el orgasmo llega casi por sorpresa. Es lento, profundo y me hace arquear la espalda aguantando la respiración, mientras Victor sigue moviendo su lengua dentro de mí. Cuando el placer del orgasmo pasa me derrumbo en el colchón, esperando a que mi cerebro le recuerde a mis pulmones cómo se respira.

 

 

Blaisdell se tumba a mi lado, limpiándose la barbilla con el dorso de la mano. Me acurruco contra él y le acaricio el pecho pasando los dedos entre el suave vello que lo cubre. Tomo aire profundamente, respirando su aroma, y suspiro con un murmullo de satisfacción.

-Te he echado de menos -le confieso, alzando la vista hacia su cara-. ¿Qué demonios quería Hale?

Él me aparta en silencio un mechón de pelo de la cara y me lo coloca tras la oreja.

-Consejos financieros.

-¿Por la herencia?

-Sí. Y jugar al ajedrez.

-Victor.

-¿Uhmm?

-¿Por qué no dejas que te complazca? -le pregunto bajando la vista a su entrepierna.

 

A pocos centímetros de mi alcance se encuentra la orgullosa “bestia”; totalmente erecta, gruesa y con la cabeza brillante por el preseminal que gotea transparente por su abertura. Tiene un aspecto apetitoso y está desatendida. Bajo la mano y empiezo a bombearla, arriba y abajo, apartando totalmente la piel del glande. Cuando alzo la cabeza otra vez, me encuentro con la mirada desconcertada de Blaisdell, que me observa con interés, respirando pesadamente. Para hacerle entender a qué me refiero exactamente, antes de que pueda negarse, me inclino y meto parte de su polla en mi boca, succionando y frotando la lengua contra el frenillo para acabar deslizándola en círculos hasta llegar a la punta.

 

-¡Por Dios! -sisea intentando incorporarse sobre los codos-. ¡Ah!... María espera al menos a confirmar el embarazo.

-¿Perdón? -pregunto arqueando las cejas.

Blaisdell me atrae por la nuca hasta él, asaltando mi boca. El sabor salado y amargo que se había quedado adherido a mi lengua se acaba disolviendo en nuestra saliva.

-¿Estás insinuando que ya estoy embarazada? -le pregunto divertida en cuanto se separa y vuelve a tumbarme de espaldas, posicionándose entre mis piernas.

No es tan alto como Luis, pero sigue siendo un hombre fuerte y me excita la facilidad con la que me maneja.

 

-Soy un Blaisdell. Y los Blaisdell siempre preñamos a la primera. Y si no, tampoco vas a tardar en estarlo -replica sonriendo sin intentar disimular el orgullo que hay en su voz.

Comienzo a reír hasta que se me escapa el aire en una bocanada de sorpresa al sentir su erección entrando en mi sexo. Con un suspiro de anticipación coloco las piernas sobre sus anchos hombros y espero a que se acomode en la nueva postura. Victor me invade despacio, penetrándome poco a poco hasta que al fin entra por completo en mí y comienza a mover las caderas, sujetándose en mis muslos. Respiro hondo un par de veces, disfrutando de la embriagadora sensación de estar tan llena, hasta que los empujones aumentan su fuerza y no tengo más remedio que contener el aliento, agarrando con fuerza las sábanas.

-Lo… Lo necesitaba tanto… ¡Ah! Te necesito tanto… -le digo en un susurro.

-Shhh… Ya estoy aquí.

-Quiero que… -trago saliva y vuelvo a intentar hablar-. Quiero que me folles con todas tus fuerzas.

-¿Así que eso es lo que quieres? Uhmmm… -pregunta con la respiración agitada.

Para mi sorpresa no añade ningún comentario burlón al respecto.

-Ah… Sí… por favor, cariño.

Cariño.

 

Blaisdell se detiene un instante al oír el epíteto afectuoso que le dedico por primera vez desde que somos… Desde que somos… ¿qué? ¿Amantes quizá?

Mi cerebro deja de pensar, convertido en una nube de algodón, cuando él vuelve a moverse y aumenta la potencia de sus embestidas. Sé que no está usando toda su fuerza, pero sí la suficiente como para darme lo que quiero. Pronto puedo sentir cómo el placer va trepando por mi cuerpo y sin pensarlo extiendo una mano para tocarme, jadeando y suplicando cada vez más fuerte.

Somos María y Víctor.

 

El orgasmo llega en forma de olas que atraviesan mi cuerpo, haciendo que contraiga los músculos de mi vagina alrededor de él. Le miro a los ojos mientras me corro y sus embestidas se vuelven erráticas y desesperadas hasta que abre la boca en un grito mudo y se queda repentinamente quieto, enterrándose profundamente dentro de mí mientras se vacía, llenándome de calidez. Tras unos segundos se derrumba envolviéndome con su cuerpo y busca mis labios besándolos y mordisqueándolos entre jadeos. Puedo sentirlo en todas partes, dentro y fuera de mí. Cuando se separa unos pocos centímetros apoyándose en los brazos, mi boca le sigue intentando atrapar la suya de nuevo. Su respiración se mezcla con la mía mientras ambos bajamos del pico más alto al que nos ha llevado el placer.

Sigo pensando que es perfecto.

 

--------------------------------------

 

-No te duermas.

-¿Uhmmm? -le respondo sin apenas prestarle atención.

 

Victor me zarandea por el hombro con suavidad, pero me niego a abrir los ojos y me abrazo aún más a su pecho, atrapándole también con las piernas. Oigo que dice algo que no llego a entender y vuelve a sacudirme, ésta vez con más insistencia. Ya más despejada gruño un poco y alzo la cabeza para besarle en la mandíbula.

-Déjame descansar un poco y te prometo que después haremos lo que quieras…

Cuando se ríe mi cabeza sube y baja sobre su pecho y al fin no me queda más remedio que incorporarme reprimiendo un bostezo.

-No me refiero a eso... Pero quién soy yo para rechazar un ofrecimiento así -replica entrecerrando los ojos con interés-. Ya te dije que había venido para hablar.

-No puedo creer que lo dijeras en serio -contesto frotándome los ojos-. Desde luego tienes una forma muy curiosa de iniciar una conversación.

-Digamos que no quería estropear el calor del momento.

-¿Tan grave es? -pregunto despejándome de golpe al ver la seriedad en su cara.

-Podría ser… ¿Hay algo que te haya dicho la Duquesa de Polignac últimamente que te haya llamado la atención o te haya resultado extraño?

Hago memoria llevándome el índice a los labios, concentrándome en recordar las conversaciones que hemos mantenido Gabrielle y yo estos días. Por supuesto no voy a decirle que mi amiga piensa que es un bastardo… pero sí es cierto que la he notado diferente.

-Se está acostando con Lafayette…

-Eso ya lo sé.

-¡Oh! Uhmm… Pero eso es precisamente lo extraño. Me dijo que Jules estaba “de negocios” y que ya no la deseaba. Aún así estaba totalmente convencida de que debía esperarle para volver a recuperar su interés. Me sorprendió que cambiara de opinión de repente. Y esta tarde estaba… Estaba… No sé cómo explicarlo pero a veces no parecía ella. También… Me cuesta decir esto, pero creo que cuando esta mañana abrió la puerta sin avisar…

Terminar la frase es superior a mis fuerzas, pero Víctor asiente comprendiendo.

 

-Esto es importante: ¿dónde ha dicho exactamente que está su marido?

-No ha especificado. Me explicó que se había marchado para atender sus “negocios”, dándome a entender que sospecha que tiene una aventura. Víctor… ¿Sucede algo malo con Gabrielle? -le pregunto con expresión dubitativa.

 

Él se pasa la mano por la barbilla, pensativo, y estoy a punto de repetirle la pregunta cuando al fin me mira unos segundos, probablemente sopesando cuánto debe contarme. Cuando se decide a contestar tiene toda mi atención puesta en sus palabras.

-Bien… ¿Recuerdas cuando te dije que había encontrado dos nombres que podrían suponer un problema?

-Sí. D’Eon iba a encargarse de ese asunto.

-Exacto. Uno de ellos, y esto es información totalmente confidencial que no debe salir de aquí… Uno de ellos es el primo del Rey, el Duque de Orleans.

-¿Luis Felipe? Ese hijo de... -replico con una mueca de evidente disgusto-. Si pudiera nos mataría. Me… me odia a muerte. Y a Luis también.

-Sí. Y parte de la culpa es tuya, María.

Blaisdell me mira con desaprobación, apretando los labios para contenerse y no decir nada más. Porque tiene mucha razón.

-Tú no lo viste… No estabas ahí cuando me insultaba a la cara.

-Oh, sí que estaba María. Prácticamente puede decirse que estoy en todas partes. Y te aseguro que pudiste haber resulto el asunto de otro modo.

Me mira fijamente volviendo a quedarse callado.

-Sí, pero… En ese momento me pareció que era la mejor forma de… no sé, de demostrarle quién mandaba quizá. Mirando atrás casi ni me reconozco -añado pasándome los dedos por el puente de la nariz con un gesto nervioso-. Fue un chiquillada.

Blaisdell asiente al fin.

- Lo fue.

 

Mi historia de odio hacia el Duque de Orleans comenzó casi en el momento de conocernos. Yo le calé desde el principio, viendo tras su falsa fachada el ser egoísta e hipócrita que en realidad era. Un traidor al que estorbábamos en su acceso al trono como Premier Prince du Sang: como primo de Luis era el siguiente en la línea sucesoria tras la Familia Real. Él, por su parte, también se hizo una clara idea de cómo era yo por aquel entonces: una reina estúpida y frívola que no se merecía llevar la corona. Reconozco que e n ese tiempo no le faltaba razón.

No sé ni siquiera cómo pude dejarme llevar tan al límite por mi animadversión hacia él , al punto de ser la culpable de que le revocaran de su mando en la Marina. Toda una humillación y la destrucción de su carrera militar . Luis Felipe se había empleado dirigiendo una escuadra en Ouessant contra los ingleses con dudoso resultado . Según él, el enfrentamiento había sido todo un éxito. Según los informes… puede que no tanto. P odría haberlo dejado así, p ero llegué a odiarle tanto por la arrogancia con la que solía conducirse conmigo en palacio, que por rencor hice extenderse el rumor de que se había comportado como un cobarde casi llevándonos a la derrota . Llegué a convencer a Luis de apartarlo de la Marin a y lo que antes eran roces mal disimulados, pasó a convertirse en puro odio. Y lo pagué con creces: Luis Felipe , en venganza, fue el principal autor de los peores y más explícitos rumores que corrían sobre mí por toda Francia, despertando el aborrecimiento del pueblo hacia la figura de la Reina.

 

-¿Qué ha hecho ahora el Duque de Orleans?

-Exiliarse a América discretamente con la excusa de querer ver el Nuevo Mundo. Algo no tan extraño si tenemos en cuenta que tu popularidad ha aumentado en los últimos tiempos y que él ha perdido gran parte del apoyo del pueblo: a pesar de que en su obstinación nunca quiso verlo, siempre lo tomaron por un noble más con ansias de probarse la Corona. Pero aún así todavía le quedaban partidarios en Francia, podría haberse quedado. Que se haya marchado no es algo tan inusual, pero sigue siendo extraño. Y todo dato y todo movimiento fuera de lo normal debe ser tenido en cuenta.

-Y la conexión con Jules…

-No sabemos dónde está Polignac. Sospechamos que ya no está en Francia. Y para que haya escapado de nuestra red de información debe estar ayudándole alguien lo suficientemente poderoso como para haberle permitido salir del país sin dejar rastro.

-Luis Felipe… - contesto asintiendo.

-Tampoco sabemos dónde están los hijos de los Polignac .

Oh Dios mío, Gabrielle! -exclamo apesadumbrada .

-Ten cuidado con ella.

..................................................................

Bueno chic@s, os invito a repasar un poco la biogragía de Luis Felipe II, Duque de Orleans. Era un Príncipe de Sangre, esto es: por línea sucesoria directa tenía derecho a la corona inmediatamente después de la familia real (incluidos los  hermanos de Luis XVI). Él, que tampoco parecía ser trigo limpio, fue quien se encargó de encender al pueblo contra María Antonietta esparciendo los peores rumores sobre ella (tanto sexuales como económicos y de comportamiento). Y lo más triste de todo es que aún siendo primo de Luis XVI, votó dos veces en su contra cando se le juzgó: Una a favor de que lo guillotinaran en lugar de dejarlo libre como ciudadano corriente y otra exigiendo que la condena se cumpliera cuanto antes mejor (Luis había pedido pasar un tiempo de gracia con su familia antes de morir). Teniendo en cuenta que el Duque, como noble de altísimo rango que era, se ponía él mismo en peligro alentando la Revolución, puede decirse que el odio le llevó muy lejos. 

Espero que este capítulo os haya entretenido un poco al menos :)

Gracias por leer

Chapter 16: SHIT

Chapter Text

NOTAS:

La novela epistolar sobre la que hablan Hale y María, "Clarisse", se encontraba realmente en la biblioteca de María Antonietta. Quise hacer referencia a ella porque fue un éxito arrollador en su tiempo y, al encontrarla en el catálogo oficial de la Reina, me pareció bonito hacerle una referencia (es la primera novela epistolar de todos los tiempos y todo un referente del Romanticismo literario). Los libros originales, aunque muchos de ellos se perdieron, no están ya en Versalles sino a buen recaudo en la Biblioteca Nacional de Francia. Lo que queda en palacio, tanto en la biblioteca de Luis XVI (sobre la que está su taller/fragua), como las dos de María Antonietta (la que se describe en este fic y la que poseía en el Trianon) son libros falsos. La Reina también dispuso de una biblioteca personal en Las Tullerías. 

 

En su cuello y pecho se veían unas manchas de sangre, y en su garganta destacaban las heridas de los dientes que habían perforado sus venas.

John William Polidori (1795 - 1821)

 

La lluvia incesante duró más de lo normal para la estación y acabaron pasando cinco días en los que no sucedió nada digno de mención. Las tardes seguían a las mañanas y las noches a éstas, arrastrándose lentamente en aburrida sucesión. La vida no parecía ser más complicada que seguir las normas y vagar sin rumbo por las galerías y la melancolía que trae consigo la tormenta comenzó a afectarnos a todos, extendiendo sus dedos pegajosos hacia cada uno de nosotros, aferrándose a nuestras ropas y a nuestra piel como la suciedad se pega a la suela del zapato. Imposible de desprender.

Debido al mal tiempo Hale se había visto forzado a alargar su estancia en palacio. Ya parecía como si el comandante hubiera formado parte desde siempre de la frenética colmena que era Versalles y nunca tuviera que llegar el día de su marcha. Además de continuar frecuentando la compañía de Luis, el oficial había tomado cierta afición a jugar al ajedrez con Blaisdell, afirmando en más de una ocasión que nunca había disfrutado de tan duro oponente sobre el tablero. Yo opinaba exactamente lo mismo sobre el Ministro cada noche sobre mi cama. Por otra parte, Lafayette y Gabrielle seguían desapareciendo de forma intermitente y mi amiga y yo, aunque seguíamos teniendo una buena relación, ya no parecíamos tan inclinadas a compartir nuestros secretos. Si la lluvia hubiese durado más tiempo todo habría continuado igual, como un eterno bucle, pero el sexto día sucedieron varios hechos que, definitivamente, contribuyeron a trastornar nuestras vidas de una forma que jamás habría llegado a imaginar, tan aletargada como estaba por la monotonía.

---------------------------------------------------

Las nubes de tormenta al fin se han dispersado moviéndose perezosas hacia el sur y el sol veraniego empieza otra vez a reclamar su terreno. El cielo, que vuelve a ser azul en lugar del gris plomizo que había imperado durante las últimas semanas, se refleja en los charcos de agua sucia que todavía no se han evaporado. Aprovechando que el tiempo ha mejorado he salido fuera a leer, escapando del aire viciado del interior, que jamás parecía renovarse a pesar de que se abrieran todas las ventanas. Al llegar jardín encuentro a Hale, con su cabeza rubia brillando bajo el sol, inmerso en la tarea de dirigir a un par de sirvientes para que carguen su equipaje en uno de nuestros carruajes. Cuando se percata de mi presencia lanza una rápida frase a los mozos y se acerca a mí con una sonrisa indecisa.

-Buenos días, Majestad. Espero no molestaros -comenta con educación mirando el libro que llevo abrazado al pecho-. ¿Me permitís que os acompañe?

-Buenos días, Comandante, será un placer. ¿Ya se marcha?

-Me temo que así es, me despediré en cuanto esté todo listo. Los asuntos que me habían traído a Francia ya están solucionados. Lo que queda por hacer no requiere mi presencia y…

-Echa de menos su ambiente, su hogar -le interrumpo, comprendiendo demasiado bien a lo que se refiere.

Hale me mira vacilando pero al fin sonríe ante mi franqueza y comienza a caminar a mi lado, visiblemente más relajado.

-Temía parecer un desagradecido, después de la hospitalidad que Sus Majestades han demostrado hacia mi persona, siendo un completo desconocido.

Observándole con disimulo, no puedo dejar de sopesar hasta qué punto puedo confiar en él. Con cierta desazón recuerdo las reticencias de Blaisdell hacia el oficial hasta que éste vuelve a hablar, rompiendo el silencio.

-El arco iris.

-¿Oh?

-Allí…

Sigo con la mirada la dirección hacia la que señala y efectivamente, en la distancia, sobre París, puede verse el arco iris.

-Eso es un buen presagio -añade.

-Eso dicen, espero que le acompañe en su viaje.

Cuando aparto la vista del cielo y vuelvo la cabeza hacia el hombre que camina junto a mí, le descubro mirándome con una sonrisa jovial.

-¿Así queLa historia de una señorita?

-Ah… No estoy muy segura de haberle entendido… -contesto confundida, pensando por un momento que se refiere a mí.

-El libro -aclara con una leve indicación de la mano-. Clarissa o La Historia de una Señorita. ¿Os interesan ese tipo de novelas?

-¡Ah, claro! Es bastante popular y en vista de que no había mucho más que hacer con el mal tiempo, había decidido darle una oportunidad.

-¿Y qué tal, Majestad? ¿Ha conseguido conmoveros la triste vida de Clarissa? -pregunta suavemente, pareciendo verdaderamente interesado en la conversación.

-No puedo negar que el estilo es exquisito, pero… no, no me ha conmovido. Al menos no como esperaba.

-¿Puedo confiar en Su Majestad?

-Yo… creo que sí -respondo dándome cuenta de que hace unos segundos me había hecho la misma pregunta sobre él.

-Me tendré que conformar con eso, supongo -contesta riéndose-. Bien; a pesar de ser una obra que ha conmocionado a medio mundo, a mí tampoco me ha parecido interesante. Prefiero leer a autores que alimenten la mente. Como Voltaire, por ejemplo.

-¿Ha leído las obras de Voltaire? -pregunto asombrada.

-Estoy instruido, Majestad -contesta con un poso de sequedad en su voz, dirigiendo la vista adelante-. A pesar de ser sólo un oficial y pertenecer a una simple familia de comerciantes, mis padres se esforzaron en darme una buena educación.

-Ah, no, no quise dar a entender… de ningún modo. Me refería a que siendo militar, quizá apreciara otro tipo de obras.

No sé quién está más incómodo de los dos.

-Volviendo a Clarissa… -continúa Hale asintiendo, dejando de lado el malentendido-. Dicen que las grandes mentes piensan de igual forma. ¿Qué es lo que no termina de convenceros de la novela?

-Bueno… Creo que se centra demasiado en conmover. Todo en la obra indica que el destino de la protagonista va a ser fatal y no hay nada que ella pueda hacer al respecto.

-Os sucede exactamente como a mí. Clarissa se asienta en una fuerte base de placer estético y de ahí le viene su éxito, pero afecta al intelecto del lector, si no que busca conmover el alma. Y habrá ciertos individuos a los que no consiga fascinar.

-¿Trata de decir que ambos racionalizamos demasiado? -pregunto súbitamente interesada, toda la tensión entre nosotros ya disipada.

-O que simplemente las experiencias que hemos vivido, nuestro carácter, el punto en el que estamos de nuestras vidas... No nos hacen receptivos, no empatizamos.

-El placer estético del padecer… El disfrute de leer sobre las desgracias ajenas. Planteado así… es morboso.

-Sí, pero las penurias de otros hacen que las propias en comparación parezcan menos importantes. Por eso triunfan las tragedias, como sucede con Shakespeare.

-Y eso no funciona con un oficial que ha estado en la batalla y ha visto el horror de primera mano .

-Tampoco con una reina que ya ha pasado por mucho -añade asintiendo.

-Supongo que eso significa que estamos solos, Hale.

-Oh, todo el mundo lo está.

-¡También es usted un filósofo!

-No, que Dios nos asista, me temo que no soy de esos -replica conteniendo una carcajada. Pero me alegro de haber hablado con Su Majestad. No habíamos tenido la oportunidad de tener una conversación tan profunda hasta ahora.

-Lamento que haya tenido que ser justo cuando ya se marcha...

Nuestra conversación se ve súbitamente interrumpida por un grito procedente de la dirección opuesta, seguido por el sonido de unos pasos a la carrera salpicados de chapoteos. Ambos giramos la cabeza, sorprendidos, hasta que se me ensancha la boca en una sonrisa al ver que detrás de nosotros viene corriendo el siempre alegre Escobedo. Adrien le sigue más lejos, resoplando y con la cara totalmente roja. Cuando ambos están ya a unos metros de distancia el perro al fin comienza a frenar su alegre trote y se acerca a mí meneando la cola, olisqueando la mano que le extiendo. Es un animal adorable y lo que más me gusta de él es que siempre parece estar feliz. Aún así reconozco que resulta difícil de manejar no sólo por su tamaño, sino por su enorme vitalidad, de modo que Adrien, por consejo de Victor, me está ayudando a cuidar de él. Desde lo más hondo de mi corazón, me alegro de que no lo hayan sacrificado.

Adrien al fin nos alcanza y se detiene doblándose sobre sí mismo, sin aliento. No sin evidente esfuerzo deja de resoplar un segundo para regalarnos una de sus elaboradísimas reverencias seguidas de un farfulleo incomprensible por la falta de aire. Tiene la respiración entrecortada y la cicatriz sobre su ceja destaca con un furioso color rojo, por lo que supongo que debe haber estado corriendo desde hace un buen rato. Por un momento me da la sensación de que tiene aún más pecas que antes, pero al fijarme compruebo que parte de ellas son sólo salpicaduras de barro. Por otra parte Escobedo, tras unos momentos aceptando mis caricias, vuelve su atención hacia Hale. Repentinamente lanza un corto ladrido y decide que necesita también una ración de caricias del oficial para dar por completa su mañana. En un segundo se lanza hacia él y salta apoyándose en su hasta entonces impoluto pantalón, dejando perfectamente impresas en la tela amarilla las marcas de barro de sus enormes patas. La cara del oficial se llena de cómico horror y no puedo contener la risa sin sentirme demasiado culpable.

-Shit! ¡Maldición! -se le escapa por lo bajo, entre dientes, dando un paso atrás y extendiendo las manos para aplacar la efusividad del animal.

Escobedo al fin se sienta tranquilamente sobre las patas traseras y se queda quieto, mirándole con sus inocentes ojos castaños mientras inclina la cabeza a un lado.

-Parece que él también quiere despedirse, Comandante.

-¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! ¡Majestad, señor Hale! ¡Oh Dios mío! ¡Cuánto lo siento!

Es lo único que acierta a decir Adrien, mortalmente pálido y llevándose ambas manos a la cabeza, casi arrancándose la peluca por la desesperación.

-Yo… no puedo partir así -comenta Hale ignorando al sirviente, evaluando los daños sufridos por su uniforme.

-No, definitivamente no podéis. Aunque ha sido entrañable, lo reconozco -comento sin poder dejar de sonreír.

-Sí, muy entrañable -replica con una sonrisa forzada-. Y toda mi ropa está ya cargada en el carruaje...

El Comandante lanza una mirada abatida hacia el perro, que continúa sentado junto a un Adrien inquietantemente silencioso que mantiene los ojos clavados firmemente en el suelo. La estampa que ambos ofrecen se me hace ridículamente divertida por lo inusual.

-Os pido que me disculpéis, Majestad… voy a intentar que vuelvan a bajar mi ropa para cambiarme y ver si se puede hacer algo con esto antes de que se adhiera a la tela -comenta Hale en tono más bien seco y serio.

El oficial americano se gira sobre sus talones y se aleja camino a palacio a paso rápido. Por mi parte, estoy demasiado distraída observando al sirviente y al perro como para prestarle atención. Lo que hace un segundo me parecía gracioso, ahora me da la impresión de que no cuadra y no sabría exactamente decir por qué. No es que sea importante, pero…

-Adrien, ya estamos solos, puedes hablar con tranquilidad, te aseguro que no habrá represalias; no ha sido culpa tuya -le animo intentado sacarle sin éxito de su mutismo.

El joven levanta la vista sorprendido y antes de responder escruta mi rostro con recelo, como si sospechara algún tipo de trampa. Entendiendo que no debe estar acostumbrado a ese tipo de peticiones, le pongo una mano sobre el brazo para alentarle a hablar.

-Nadie va a reprocharte nada, pero háblame porque estás muy extraño tan callado, no es propio de tu naturaleza.

-Bieeeeeeen… -comienza a decir con desconfianza, arrastrando la palabra hasta el límite-. Permítame decirle a Su Majestad que Su Majestad está hoy hermosísima. Una auténtica flor de verano, la más hermosa entre las hermosas. Eh… no es que me esté declarando, por supuesto, Su Majestad debe entender que yo ya estoy prometido a Camile. Pero…

Al llegar a este punto se detiene en el acto, mirando de reojo mi mano, que continúa sobre su brazo. Volviendo a ponerse rojo comienza a rascarse frenéticamente la peluca, levantándola por un lado y dejando que se escapen algunos mechones de su cabello pelirrojo.

-Discúlpeme Su Majestad pero, y disculpe otra vez mi atrevimiento, se lo ruego... ¿Acaso Su Majestad insinúa que…? ¿Piensa Su Majestad que he tenido el atrevimiento de...? Porque…

Y entonces me doy cuenta.

-¡Shhhh! ¡Mira! -le espeto a Adrien haciéndole un gesto para que calle-. No eres tú el que está extraño ¡es Escobedo! ¡Está sentado y quieto!

El joven cierra la boca de golpe apretando los labios. Por el rabillo del ojo veo que me dirige una mirada oblicua, entrecerrando los ojos, como si me reprochara el que no se me hubiera ocurrido antes de dejarle entrar en su espiral de adulaciones hasta meterse en líos.

-Supongo que ha sido una coincidencia, Su Majestad -dice con un hijo de voz átona-. En algún momento tendría que sentarse.

-No, no, ha sido por algo que ha oído, estoy segura. He tenido muchos perros y sé perfectamente cómo se comportan.

Adrien parece algo más convencido, o quizá sólo está agradecido de que la conversación se centre en otro tema que no sea él. Se vuelve a mirar a Escobedo con atención, sosteniendo la barbilla entre el índice y el pulgar.

-Uhmmm… Llevo gritándole prácticamente desde que me lo colgaron y no me ha hecho caso ni una sola vez… Es verdad, Su Majestad, que ahora está muy tieso. ¿Dame la patita? -le dice al perro extendiendo la mano, pero lo único que consigue a cambio es una mirada de interés por parte de Escobedo.

-Ha sido justo después de lanzarse sobre Hale… Creo que ha dicho algo que no he entendido, sonaba como… “zit”, “shit”, “shite”...

Le voy repitiendo esas palabras probando todas las variaciones que se me ocurren, pero no reacciona a ninguna. Aún así estoy casi segura de que ha obedecido a una palabra, e insisto varias veces hasta frustrarme por no dar con la pronunciación adecuada. Adrien, poniéndose en cuclillas delante del perro, recita la misma letanía sin sentido por si influyera el timbre de voz, pero tampoco consigue nada a parte de un bostezo cuyo aliento le alcanza en pleno rostro.

-Supongo que será una palabra inglesa -comento pensativa, retorciendo la tela de mi falda sin darme cuenta-. Debe significar “siéntate” o “para” quizá. En ese caso sólo hay una persona que pueda ayudarnos.

-¿Su Majestad se refiere al Marques de Lafayette? -pregunta Adrien mordisqueándose los nudillos con nerviosismo mientras contempla al perro.

-Me temo que no -replico torciendo el gesto-. El Marques últimamente parece estar… ocupado. A parte de él, el Rey es el único que tengo por seguro que sabe inglés -le respondo con una cálida sensación de orgullo en el pecho-. Volvamos a palacio, inmediatamente. Si no está en su despacho, busca a Su Majestad y comunícale que en cuanto esté libre de sus obligaciones puede reunirse allí conmigo.

-Sí, por supuesto, Su Majestad -comenta el joven apesadumbrado, sabiendo que tendrá que lidiar con el perro durante todo el camino de regreso.

En un sólo movimiento, me levanto ligeramente la falda y echo a andar lo más rápido que puedo. Detrás de mí Adrien comienza a seguirme y Escobedo, tras unos tirones y palabras de ánimo por parte de Adrien, se levanta y pasa a mi lado corriendo como una exhalación, seguido de las maldiciones del sufrido sirviente.

------------------------------------------------------------------

Al no encontrar a Luis en su despacho, Adrien va a buscarle según lo acordado, mientras que Escobedo y yo esperamos dentro. Cuando le veo andar libre por la habitación, por un momento empiezo a temer que pueda destruir alguna de las pertenencias de mi marido pero asombrosamente, tras unos silenciosos momentos de escrutinio, no parece muy interesado en ninguno de los objetos que olisquea y vuelve la cabeza hacia mí, como preguntándome qué demonios estamos haciendo dentro de palacio en vez de estar jugando en el jardín. Me distraigo unos minutos quitando pequeñas briznas de hojas secas de su lomo, sin parar de darle vueltas en mi cabeza a esa extraña palabra que todavía no he logrado descifrar. Transcurrido un buen rato de aburrida espera decido seguir probando suerte.

-Bien, muchacho. Vamos a intentarlo un poco más… ¡Shit! ¡Shit! ¡Zit! ¡Shiiiiiii! ¡Shiiiiiite! ¡Shhccch!

Nada, ni una reacción.

SHIT! ¡SHIT! ¡SHIT! ¡SHIIIIIIT!

En ese momento se abre la puerta bruscamente y aparece Luis, inmediatamente seguido de Blaisdell, quien pasa junto a él entrando también en la habitación. El Rey me mira con el ceño fruncido y después recorre lentamente el despacho con la vista, esperando encontrar a alguien más. Al ver que mi única compañía es Escobedo, me mira expectante, como si necesitara algún tipo de explicación inmediata.

-María -dice con la voz cargada de asombro-. ¿Por qué le gritas “mierda” al perro? Se te oía perfectamente desde fuera…

-Oh…

Tras un instante de perplejidad de pronto todo encaja y no puedo contener el impulso de reírme de mí misma mientras les explico lo mejor que puedo cómo he llegado a esta ridícula situación.

-Te aseguro que no tenía ni la más remota idea de que estaba diciendo “mierda” en inglés -comento riéndome de mi propia torpeza-. Es un idioma que no domino en absoluto.

-Qué extraño resulta oírte hablar así -comenta Luis mirándome ligeramente escandalizado-. Creo que jamás te había escuchado decir una palabra malsonante.

Se me atraganta la risa al ver que Blaisdell, inmediatamente después de que el Rey hable, enarca una ceja y eleva discretamente las comisuras de los labios, lanzándome una mirada cargada de significado. A estas alturas le conozco lo suficiente como para saber que está encantado con ese pequeño detalle que ha descubierto y no puedo evitar ruborizarme.

-¿Su Majestad está segura de que no ha sido una casualidad?

-No, no, os aseguro que sé de lo que hablo. Fue justo cuando le oyó decir “eso”.

-Entonces creo que ya sé lo que ha pasado -dice Luis dándose un golpe con el puño en la palma de la otra mano-. Voy a pedirle que se siente. Observad: “Sit”.

Escobedo se sienta obediente.

-Justo como pensaba -dice Luis complacido-. Ahora: “Run”.

El perro comienza a correr por todas partes pasando entre nosotros y derribando un par de taburetes por el camino. Varias carpetas con documentación y algunos mapas que había apoyados sobre ellos caen esparciéndose por el suelo.

-¡“STOP”! ¡“STOP”! 

Escobedo se detiene mirándonos con la lengua fuera, esperando una nueva orden como si todo formara parte de un juego.

-¿Qué quiere decir esa palabra? -pregunto caminando alrededor del perro.

-Significa “Para” -aclara el Rey contemplando el desastre que se ha organizado en un segundo-. Después de esta demostración creo que la explicación es sencilla: está adiestrado pero sólo atiende a órdenes en inglés. Seguramente como Hale lo pronunció muy rápido Escobedo interpretó eh… “shit” como “sit” y simplemente obedeció.

-O quizá, si me lo permiten Sus Majestades, el Comandante le dio la orden de sentarse por acto reflejo. Y la Reina, en su desconocimiento, entendió esa otra palabra tan peculiar que no se ha cansado de repetir hasta ahora -explica el Ministro evitando mirarme.

-Vaya, Monsieur Blaisdell -replico sintiéndome ligeramente molesta-. Por cómo lo dice parece que opina que he hecho el ridículo.

-Oh, lo que opino es que Su Majestad es muy observadora.

No sé cómo tomarme esa respuesta tan ambigua. Estoy a punto de responderle en idéntico tono cuando la amable voz de Luis me frena.

-Es una explicación algo retorcida, Blaisdell. Si Hale hubiera sabido que estaba entrenado nos lo habría dicho. Aún así es extraño que no intentara comunicarse con el perro en inglés. De todos modos veamos el lado positivo: ya sólo nos faltaría saber cómo se llama de verdad.

-Y además Hale se marcha hoy -comenta Blaisdell asintiendo.

El “al fin” que no llega a pronunciar es perfectamente audible en el tono con el que lo ha dicho.

-----------------------------------------------------------

Bueno, ya estamos encaminándonos al final, espero no haberos aburrido mucho con este capítulo. Se agradecen los comentarios, mucho, mucho, pero mucho. Muchísimas gracias por leerme, cada vez que publico un capítulo no puedo creerme que haya podido llegar hasta aquí.

Chapter 17: CASI EN EL MISMO MOMENTO

Chapter Text

Nunca he hecho nada de lo que no esté seguro, pero hay una cosa que sé bien… No existe victoria que dure para siempre, ni derrota que dure para siempre.

 

Victor R. Blaisdell

 

 

(EL RUISEÑOR CARMESÍ)

 

D’Eon tenía la impresión de que llevaba demasiado tiempo investigando el mismo caso y ese día ni tan siquiera la visión del arco iris había conseguido levantarle el ánimo. Los últimos vestigios de lluvia sobre París se presentaban en forma de agua estancada que salpicaba de charcos la sucia calle que cruzaba a paso ligero, esquivando el barro. Con un gesto de disgusto se levantó discretamente el filo de la falda mientras se dirigía al punto donde había acordado verse con el informante. Esa era su última carta bajo la manga, pero tenía la esperanza de poder dar por zanjado el trabajo pronto y ya no necesitaría volver a la zona durante una larga temporada. Blaisdell no había dejado de presionarle de forma obsesiva desde que ese oficial, John Hale, se había presentado en palacio. No había conseguido averiguar nada sobre la causa de la muerte de la pareja de comerciantes; París perdía a diario tantas almas a manos de la tuberculosis que los médicos, en cuanto encontraban cualquier síntoma compatible con esa enfermedad, no se molestaban en hacer más averiguaciones. Firmaban los documentos pertinentes y ordenaban la retirada de cadáver tan pronto como era posible.

El único motivo por el que había seguido adelante con sus indagaciones, era porque sabía que el Ministro tenía un sexto sentido para oler la traición. Y por el perro. Al principio le había despistado el que todas sus fuentes le confirmaran que, efectivamente, la pareja de comerciantes vivía con uno. Pero el día anterior había descubierto que éste había sido un viejo carlino desdentado que nadie había vuelto a ver desde el fallecimiento de sus dueños. El dato era lo suficientemente relevante como para continuar extendiendo la red de preguntas y hoy por fin parecía que había dado con algo verdaderamente importante. Jamás lo admitiría aunque le fuera la vida en ello, pero estaba tan orgulloso de Blaisdell como si fuera su propio hijo y se alegraba de haber confiado en su intuición.

 

Tomando todas las precauciones posibles para evitar ser visto, se internó discretamente en el Trou du Diable. Un callejón infame en el que ofrecía sus servicios el escalafón más bajo de la prostitución de ambos sexos de la zona. El espía se sujetó el ala del sombrero y la bajó discretamente sobre su rostro mientras iba adentrándose en la pestilente oscuridad del callejón, acelerando el paso para intentar alejarse de las parejas de “enamorados” que se aplastaban contra las paredes en bultos jadeantes. Al pasar, un muchacho de rodillas sobre el lodo, le lanzó una mirada curiosa sin dejar de mover la boca sobre el miembro de su cliente, seguramente calculando el beneficio que podría sacar de él en caso de que consiguiera venderle sus servicios.

 

Cuando encontró un lugar libre, teniendo mucho cuidado de no apoyarse en la pared, esperó pacientemente hasta que desde el otro extremo del pasadizo vio aproximarse a un joven que se encaminaba hacia él con paso indeciso. Llevaba una peluca ligeramente extravagante e iba vestido con ropa de color claro muy ajustada a su figura. Parecía totalmente fuera de lugar entre aquellas paredes salpicadas de orines y vómitos. Habría parecido un simple macaroni si no fuera por el punto en el que le había citado.

- Yo soy el ruiseñor carmesí -le dijo con voz atiplada cuando llegó a su lado, mirándole interrogante a los ojos.

Su pálida belleza tenía un toque exótico que fácilmente podía hacerle pasar por inglés. Habría resultado encantador de no ser por la extrema delgadez de sus mejillas y porque sus hermosos ojos verdes aparecían febriles y estaban ribeteados de rojo. D’Eon había visto ya demasiadas víctimas de la consunción como para no reconocer los síntomas inequívocos de las primeras fases de la enfermedad. Se trataba a todas luces de un prostituto que probablemente había perdido el favor de su mecenas debido a la tuberculosis. D’Eon se sorprendió al sentir pena por él. Quizá era cierto que se estaba ablandando con la edad.

-Yo soy el pinzón azul -respondió con voz átona, inclinando la cabeza brevemente.

-Sí, lo suponía. No tiene el aspecto de alguien que frecuente este tipo de lugares.

-Ni usted tampoco.

El muchacho pareció sorprendido por su respuesta y sonrió con tristeza antes de contestar .

-No, yo tampoco.

-¿Qué puede decirme del cuco americano?

 

Antes de que el informante pudiera contestar, la voz cascada de un hombre les distrajo con sus gritos desde el lado opuesto del callejón.

-¡Vieja! ¡Si no te lo vas a follar tú, me lo follaré yo! ¡Te lo cambio por éste inútil!

Inmediatamente después se oyó otro grito más agudo y el sonido pesado de un cuerpo cayendo sobre el fango, seguido de unos sollozos. El hombre que había gritado a D’Eon comenzó a caminar hacia ellos con paso poco firme, pero la figura que yacía en el suelo intentaba abrazarse a sus piernas, lloriqueando por su atención y frenándole en su avance.

Aprovechando la distracción D’Eon agarró a su “ruiseñor carmesí” del brazo y se internó con él aún más en la oscuridad. Lo último que quería era llamar la atención y destapar a su informante. En su estado no sabía a ciencia cierta cuánto más viviría, pero mientras tanto podría serle de utilidad. Tras unos segundos de expectación, unos gemidos suaves y acompasados le indicaron que el borracho volvía a estar ocupado y que por ahora se había olvidado de ellos, permitiendo que sus ojos escrutaran de nuevo el rostro del informante en busca de respuestas.

 

-No desvele jamás cómo he conseguido esta información.

-Tiene mi palabra.

-Bien -contestó el muchacho un poco más tranquilo-. Uno de mis… amigos trabaja en el mismo barco en el que llegó el objeto de su interés. Según él, la noche antes de llegar a puerto, mientras estaba preparándose para dormir la mona en un rincón de cubierta, lo vio arrojar por la borda una voluminosa maleta. Lo recuerda bien porque por uno de los laterales asomaba lo que él tomó por mechones de una peluca rubia de color similar al pelo de su hombre. Me confesó que en cuanto se marchó se planteó pescarla para ver si podía vender el contenido cuando llegara a París, pero al asomarse por la borda la maleta ya se había hundido por el peso.

-¿Cree que podía haberse deshecho de un cuerpo?

El hombre más joven se encogió de hombros con elegancia.

-No he llegado hasta aquí para hacer suposiciones, señor, sólo me limito a relatarle los hechos tal y como me los contaron a mí.

El espía abrió la boca para insistir, pero el muchacho le interrumpió con un gesto de la mano, silenciándole.

-Lo que sí puedo decirle es que él también pensó que podía haberse tratado de un asesinato, pero al llegar a tierra y hacer recuento de pasajeros no faltaba nadie. Así que cree que simplemente se deshizo de algún tipo de contrabando. Eso es todo.

 

El rostro de D’Eon había ido perdiendo el color gradualmente conforme las piezas de aquel puzzle encajaban en su cerebro. Aquello le daba una dimensión totalmente diferente al caso y ya estaba completamente seguro de que el desconocido que se paseaba por Versalles con total libertad no era John Hale. Sacó el dinero del escote de su vestido y se lo ofreció al muchacho, que lo cogió con premura y se lo guardó discretamente en el bolsillo de su chaqueta, sin contarlo.

 

-Me llamo Bellfleur. Espero que lo recuerde… En mi situación actual puede que algún día yo también necesite un favor.

-Bonito nombre, aunque dudo que sea con el que le bautizaron sus padres.

El joven dejó escapar una risita y cogió la mano del espía, llevándosela a los labios para besarla. D’Eon reprimió un escalofríos al sentir el roce húmedo de su lengua deslizándose sobre sus nudillos.

-Lo siento -le dijo retirando la mano-. No estoy interesado.

-Entonces creo que será mejor que se vaya.

-¿Va a quedarse aquí?

Bellfleur movió la cabeza lentamente, con la misma sonrisa triste de antes. Y D’Eon supo a qué se refería con ese gesto.

-Yo… parece que tengo un posible cliente.

Cuando estaba a punto de darse la vuelta, volvió a hablar.

-No dude en volver a buscarme si necesita ayuda.

-Así lo haré -contestó el veterano espía sintiendo una punzada de amargura en el pecho.

Cuando al fin consiguió salir de allí la luz del sol le hizo torcer el gesto y tuvo que parpadear varias veces para volver a adaptarse a la claridad. Para cuando se dio la vuelta Bellfleur ya había desaparecido, engullido por la oscuridad del Trou du Diable . Calculó cuánto dinero le quedaba y alzó el brazo llamando la atención de un cochero, esperando tener lo suficiente como para alquilar los servicios que ahora estaba seguro de necesitar. Al acordarse del rastro febril en los ojos de Bellfleur, no pudo evitar restregarse con aprensión el dorso de la mano en el vestido.

 

 

 

( POR FRANCIA )

 

Al fin se había marchado el americano. Mientras el Comandante se despedía, Blaisdell había tenido que apelar a toda su voluntad para resistir el impulso de empujarle dentro del carruaje y cerrar la portezuela de golpe para perderle de vista cuanto antes. Sólo cuando dejó de oír el golpetear de los cascos de los caballos contra el camino se permitió apartar la vista del lugar por el que había desaparecido el oficial.

-Ya iba siendo hora -dijo mientras sonreía tranquilamente en el exterior-. “ Y espero que el barco en el que subas se hunda y no volvamos a saber más de ti ”-añadió mentalmente.

-¿Te quedas más tranquilo? -le preguntó la Reina en voz baja.

-Por descontado -contestó intentando que su sonrisa pareciera despreocupada-. Era un pésimo jugador de ajedrez.

- ¿Así que ese era su plan, matarte de aburrimiento? Algo lento… pero sofisticado.

 

Blaisdell se obligó a sonreír al oírla bromear , pero no conseguía olvidar que seguía sin saber por qué Hale le había generado tanta desconfianza y eso le frustraba a pesar de que el oficial ya parecía haber abandonado sus vidas. Y eso sin contar con que todavía tengo pendiente el asunto del maldito perro ”, se reprochó tensando la mandíbula. El que estuviera entrenado no era tan extraño, pero l e irritaba profundamente que no se le hubiera ocurrido a él la idea de que el animal pudiera estar adiestrado con comandos en inglés , habiendo sido los dueños americanos. Era un fallo imperdonable que le llevaba a sospechar aún más que Hale les había mentido. El problema era que todavía no sabia en qué ni con qué propósito. Y eso le ponía de mal humor.

 

Se disculpó con los presentes poniendo por excusa el trabajo y se volvió a palacio captando retazos sueltos de la conversación que reemprendieron el Rey y Lafayette en cuanto les dio la espalda. Algo sobre unos croissants. “Tonterías”, pensó con disgusto, “algunos tenemos trabajo que hacer”. Por suerte localizó a Adrien enseguida: bajaba silbando despreocupado por una de las escaleras que conducían al segundo piso, llevando una bandeja bajo el brazo. Sin más explicaciones Blaisdell le entregó algo de dinero que el sirviente aceptó por acto reflejo. Pero cuando empezó a expresar su gratitud mientras sostenía las monedas en la palma de la mano, el Ministro le interrumpió para darle las órdenes que debía cumplir a cambio: no separarse del chucho y observar al detalle todo lo que éste hiciera. El rostro de Adrien fue poniéndose cada vez más sombrío conforme le escuchaba. Unos instantes después de contemplar el dinero con los ojos entrecerrados, el joven acabó guardándoselo bajo lo pliegues de la chaqueta, pero la alegría inicial que había mostrado al recibirlo se había esfumado por completo. Blaisdell observó con agrado que el muchacho parecía apreciar al perro tanto como él y que era más que evidente que también quería perderlo de vista. Aunque probablemente en un sentido no tan definitivo como él tenía en mente.

 

-Monsieur… Si me lo permite, no estoy del todo seguro de si yo soy el más indicado para ...

-Es preciso, Adrien.

-Muy bien –contestó el pelirrojo con una mezcla de aceptación y reproche.

Tras regalar al Ministro una de sus características reverencias al fin se alejó mascullando camino de las habitaciones de la Reina. Puede que no fuera muy eficiente en sus funciones, pero n o todos los sirvientes eran tan fáciles de leer y paradójicamente ese era el principal motivo por el que a Blaisdell le gustaba mantener al muchacho a su cargo. Adrien era como un libro abierto.

 

Más o menos satisfecho, Blaisdell se dirigió de vuelta a sus habitaciones, dispuesto a escribir a D’Eon para comunicarle la buena nueva de la marcha del intruso y lo que habían descubierto sobre el perro . A medio camino se detuvo para contemplar su reflejo en uno de los espejos de la galería, y estudiando su rostro se preguntó, no por primera vez aquel día, dónde había podido fallar. Estaba frustrado pero, en cualquier caso, tampoco había pasado nada. Así que intentó tranquilizarse con la idea de que sus recelos no eran más que el fruto de una sobreprotección obsesiva hacia María. Nunca se había mostrado tan posesivo con sus mujeres, por lo que no dejaba de sorprenderle esa sensación recién descubierta que se había intensificado desde que tenía la certeza de que, en su interior, ya debía estar formándose el pequeño feto de un Blaisdell. Estaba seguro.

Eso la hacía mucho más hermosa. El corazón comenzó a latirle con más fuerza al recordar la sensación de compleción y plenitud que le inundaba cada vez que la penetraba o el cálido peso del cuerpo de ella sobre su pecho, cuando se apoyaba satisfecha sobre él y alzaba la barbilla para besarle. Sus labios se estiraron en una amplia sonrisa, giró sobre sus talones y reemprendió la marcha de mejor ánimo. Seguramente sus preocupaciones quedarían en nada y con un poco de suerte sólo tendría que pensar en cuál sería el mejor modo de deshacerse discretamente del perro, que le resultaba tan poco de fiar como su dueño.

 

Nada más entrar en su despacho pudo percibir el suave aroma del humeante té de limón que le esperaba en una bandeja sobre el escritorio. El olor consiguió calmarle un poco y felicitó mentalmente a Adrien por sus servicios. Con paso firme recorrió la distancia que le separaba del mueble y se sentó sirviéndose una taza que depositó, como siempre, lo más alejada posible el área de trabajo. Después sacó un pliego del cajón, alisándolo con pulcritud con la palma de la mano antes de comenzar a escribir.

Cuando hubo terminado repasó atentamente la carta, asegurándose de que todo estaba perfecto mientras se secaba la tinta. No había tenido que escribir mucho, porque no era mucha la nueva información que podía darle al espía, pero sabía el viejo valía lo suficiente como para que, de algún modo, le f uera relevante en su investigación. Habían salido airosos de casos más complicados que este y, d e todos modos le gustara o no, tendría que conformarse con eso. No muy satisfecho levantó la taza y tomó un sorbo que casi le quemó la lengua. Ya había empezado a tragar cuando se quedó inmóvil, asaltándole la sensación de que algo no encajaba. Entrecerró los ojos y contempló el líquido dorado con cautela.

-Está caliente… -dijo a la habitación vacía-. Y según las costumbres de Adrien, no debería.

Su sexto sentido para la traición le había salvado la vida demasiadas veces como para no hacer caso de las alarmas que se habían disparado en su cerebro, así que escupió rápidamente dentro de la taza los restos de la bebida que aún le quedaban en la boca. Y ya no estaba seguro de si era producto de la paranoia, pero le pareció percibir un sabor extraño y desagradable adherido al fondo de la garganta. Retiró un sobre de la mesa y dobló la carta con renovada prisa, decidido a enviarla lo antes posible, pero cuando intentó cerrarlo se dio cuenta de que habían empezado a temblarle las manos. Levantó una a la altura de l rostro , pero cuando quiso fijar la vista le asaltó una súbita sensación de mareo que le hizo apretar los ojos con fuerza. Al abrirlos, lejos de sentirse mejor, le pareció que los contornos de todo lo que le rodeaba habían empezado a emborronarse .

Rebuscó frenéticamente entre sus bolsillos sacando al fin una sencilla llave que le costó varios intentos insertar en la cerradura de uno de los cajones del escritorio. De ahí extrajo una pequeña caja de taracea, pero antes de que pudiera abrirla le asaltó una convulsión tan repentina que casi le hizo golpearse la cabeza contra la superficie de madera.

-Cristo… -masculló aturdido.

Se aferró con ambas manos al canto del escritorio como un naufrago a una tabla , apretando los dientes con todas sus fuerzas en un intento de sobreponerse al vértigo, pero enseguida vinieron otras sacudidas aún más violentas que le arrancaron de su asidero, arrojándole al suelo. En su caída había arrastrado consigo la caja, esparciendo a su alrededor con un tintineo cristalino la colección de frasquitos que contenía. Se esforzó en mantener el conocimiento, obligando a su mano a reptar en dirección al frasco más cercano hasta agarrarlo con unos dedos trémulos que se resistían a obedecer. De nuevo tuvo que poner todo su empeño en arrastrar el botecito en dirección a sus labios. Con su último pensamiento antes de que le tragara la oscuridad, se preguntó si llegaría a conocer a su hijo o si por el contrario esa era la forma miserable en la que le había tocado morir, aquí y ahora. Por Francia.

 

 

( LA BANDEJA )

 

 

-Ya iba siendo hora -oigo mascullar a Blaisdell mientras vigila el camino por el que ha desaparecido Hale, como si temiera que pudiera volver en cualquier momento. Mientras está de perfil contemplo por unos momentos sus ojos y la distinguida línea de su mandíbula, ahora tensa, y soy nuevamente consciente de su atractivo.

-¿Te quedas más tranquilo?

-Por descontado. Era un pésimo jugador de ajedrez - dice despreocupado, dirigiendo al fin su mirada gris hacia mí.

- ¿Así que ese era su plan desde el principio, matarte de aburrimiento? Algo lento… pero sofisticado.

Le veo sonreír y me alegra comprobar que se ha quitado una preocupación de encima ya que, en los concerniente a Hale, al final todo h a quedado en sospechas infundadas.

 

Al poco Victor se disculpa y se marcha para seguir trabajando, como es habitual en él. Por otra parte, e l Rey y Lafayette p rosiguen hablando unos minutos más hasta que deciden continuar dentro con la conversación. Y aunque el horizonte empieza a ondular por el calor, no puedo resistir la tentación de quedarme un rato m á s a solas con Escobedo, disfrutando de la luz y el aire del exterior. No sopla ni la más leve brisa y los colores del jardín bajo la calurosa y pesada atmósfera parecen pintados sobre un lienzo. Los únicos sonidos que pueden oírse son la respiración del gran danés y el crujir de los guijarros que levanta con las patas al correr. M e distraigo unos minutos observándole, protegiéndome de los rayos del sol con la mano sobre los ojos, hasta que, dando un último vistazo a l lugar donde hasta hacía poco había estado el arcoiris , decido regresar a mis habitaciones para seguir leyendo.

 

Conforme me aproximo a mi appartement encuentro a Adrien junto a la puerta, jugueteando con una bandeja que casi se le cae de las manos cuando le saludo. Se ofrece a cuidar de Escobedo mientras leo, a lo que acepto encantada; el muchacho me cae bien y agradezco la compañía. Pasamos al boudoir, e inmediatamente dejo olvidada a C larissa sobre la mesita más cercana sin ningún tipo de remordimiento. Estoy más interesada en hablar con Adrien que en el libro. El sirviente al principio parece no saber muy bien qué hacer hasta que deja la bandeja sobre un taburete y me mir a pasando el peso del cuerpo de un pie a otro. Le observo un momento, sentándome frente a él, y en vista de que no parece atreverse a hablar por propia iniciativa, decido hacerle algunas preguntas.

 

-¿Cuántos años tienes, Adrien?

-¿Yo? Eh… Hace dos meses que cumplí quince, Su Majestad, ya soy un hombre -responde con orgullo.

Sabía que era muy joven, pero no deja de sorprenderme ver que, a pesar de lo que él pueda opinar, apenas es un niño.

- ¿Y cuándo planeas casarte con Camile? Creo recordar que dijiste que lo harías en cuanto consiguieras el puesto.

-Su Majestad, habría querido hacerlo este mismo mes, pero incomprensiblemente nuestros padres quieren que esperemos al menos un año más, Majestad . Un año es una eternidad -añade con un tono de voz dramático .

- En realidad es una idea muy sensata . Créeme, te lo digo por experiencia, yo también me casé siendo muy joven.

-Si me lo permit ís, Majestad, y ruego que disculpéis mi atrevimiento , yo creo que a Su Majestad no os ha ido mal casándoos con Su Majestad el Rey. Sus Majestades hacen una bonita pareja - dice añadiendo una reverencia cortés.

-Nuestro caso es diferente, Adrien. Y a pesar de todo puede decirse que he sido más afortunada que la mayoría, pero fue muy difícil al principio. Vosotros en realidad no tenéis ninguna prisa. Un año más servirá para que maduréis.

El sirviente mira al suelo apretando los labios y sé que no he logrado convencerle. Está enamorado y tiene la obstinación propia de un muchacho de quince años. Y contra eso es difícil argumentar para que cambie de idea.

 

- En realidad es por el otro.

Rápidamente se pone en cuclillas y, agachando la cara, llama la atención de Escobedo, que h abía estado dando vueltas por el boudoir . El perro trota hacia su mano extendida, olisqueándola a todo volumen, seguramente esperando encontrar alguna chuchería.

-Por el otro… -repito sin entender.

-Por el otro imbécil, su otro pretendiente -explica volviendo a erguirse-. Él… a veces va a verla a la taberna de su padre y además le escribe poemas bastante subiditos de tono. A ella, no a su padre. Espero que algún día le pille y le dé una paliza. Me refiero a su padre, no a ella, Su Majestad.

Adrien deja de hablar por un momento y me mira, parpadeando.

-Que su padre le pegue una paliza al imbécil de los versitos, no que se la dé a ella -aclara.

Estoy empezando a lamentar haber sacado el tema.

 

-Sí, sí, descuida, te he entendido.

- Tiene mejor posición que yo, Su Majestad… El imbécil, quiero decir -confiesa hundiendo los hombros-. Pero yo también sé leer y escribir aunque no s epa componer ridículos versitos llenos de pornografía como hace él. En mi opinión, debería darle vergüenza escribir según qué temas. ¿Qué tipo de gente hace esas cosas? Eso es inmoral.

En ese punto me mira esperando alguna señal que le haga ver que estoy de su parte. Sin saber muy bien qué decirle me limito a mover la cabeza poniendo cara de desaprobación, aunque me encantaría conocer el contenido de esos “versitos”.

-Si vuelvo a verle rondándola, yo… Juro que yo… -inmediatamente toda su confianza se viene abajo como un castillo de naipes-. Supongo que tendría que olvidarme de ella porque el imbécil es el doble de grande. Y mucho más fuerte. Es un hombre ya mayor.

-¿ Pero qué edad tiene El Imbécil?

-Oh, ya tiene veintidós años -replica pasándose el puño de la chaqueta por los ojos-. Ya no es joven.

 

Recuerdo que no hace mucho tiempo escuché una frase similar de labios de Lafayette durante un baile: Ya tengo treinta y tantos años, no soy joven... ”. Teniendo en cuenta su edad, a los ojos de Adrien la mayoría de nosotros deb e mos estar ya con un pie en la tumba.

 

Me dispongo a añadir un comentario cuando llaman a la puerta. Un instante después se abre despacio revelando a Gabrielle, que al verme entra en la habitación visiblemente complacida. Parece que desde que le reprochara que casi nos dejase a Victor y a mí al descubierto se ha tomado muy enserio el ser más discreta. Me saluda con un abrazo, afectuosa como siempre, aunque cuando se separa me doy cuenta de que su vista ha ido más allá de mí y que está observando a Adrien con una mirada cautelosa que, aunque sólo dura un instante, no he podido dejar de ver. Inmediatamente vuelve a su talante dulce y con total familiaridad se deja caer en un sillón frente a mí, suspirando teatralmente mientras se abanica y sube los pies a un escabel.

 

- Me temo que traigo malas noticias.

-Ah ¿Y cómo de malas? -le pregunto sin poder contener la curiosidad.

-¡Las peores! Lafayette ha anunciado que también se marchará. Ojalá se olvidara del Nuevo Mundo y sus planes de liberar a los esclavos. Quiero que se quede aquí y que siga llamando a mi puerta, al menos hasta que vuelva Jules… Ay, imagino que debes creer que soy una persona horrible por decir esto , pero pensarías igual si tú también hubieras probado de su delicioso cro i ssant - contesta apretando su pequeña boca en un mohín encantador.

Intento contener la risa y me esfuerzo en hacer un gesto con los ojos hacia e l sirviente, pero la Duquesa sigue la dirección de mi mirada y se encoge de hombros de forma casi imperceptible.

-Yo… si Su Majestad y la Duquesa lo prefieren, me iré a otra habitación con Escobedo -se ofrece Adrien, totalmente ruborizado-. O puedo esperar en el pasillo.

-No hace falta, puedes quedarte.

Gabrielle se ríe descuidadamente tapándose la boca con el dorso de la mano, aparentemente encantada de incomodar al muchacho. Cuando se tranquiliza suspira y señala al perro con el abanico.

-¿Todavía sigues con lo de Escobedo? ¿Aún no sabes cómo se llama?

-Creo que va a tener que conformarse con ser Escobedo. Incluso está ya respondiendo por ese nombre. Yo creo que le pega bastante.

-¡Oh! ¡Ahora que me acuerdo!

Adrien comienza a rebuscar entre los bolsillos de su chaqueta, cada vez más nervioso, hasta que con expresión triunfal extrae un sobre arrugado murmurando un ligero “¡Ajá!”.

-¿Qué es? -pregunto con curiosidad.

-Su Majestad… Es una nota que me dejó el Comandante Hale para Su Majestad antes de irse. La guardé y… acabo de acordarme. ¡Pero no es importante Su Majestad, no os preocupéis! Me dijo que había conseguido averiguar el nombre del perro y que podía esperar a dároslo cuando se hubiera ido para no alargar la despedida con nimiedades.

Gabrielle y yo hablamos al mismo tiempo.

-Espera… ¿qué…?

-¡María al fin vas a saber cómo se llama! ¡Estoy deseando oírlo! - me interrumpe la Duquesa dando pequeñas palmadas de emoción- ¿Te imaginas que tenga un nombre ridículo? Lee la nota, te juro que la curiosidad me está matando.

Gabrielle tiene la cara llena de expectación mientras se mordisquea los nudillos nerviosa. La verdad es que nunca creí que pudiera interesarle tanto algo así. Extiendo la mano y Adrien se dispone a entregarme el sobre, pero se queda clavado en el sitio a medio camino, empalideciendo.

 

-Uhmmmmm… Me temo que he llevado el sobre demasiado tiempo en el bolsillo interior, Su Majestad, hace mucho calor y… está sudado.

La Duquesa contempla el sobre con expresión de disgusto.

-Para eso os proporcionamos las bandejas.

-Ah, pues claro.

El sirviente recoge la bandeja con la que había entrado en la habitación, deposita en ella el sobre y se queda mirándolo como si esperara que volviera a su estado original por arte de magia.

-Se pone antes para que no pasen estas cosas, no después. ¿Qué esperabas? -le espeta Gabrielle con una dureza tan inusual en ella que me hace mirarla extrañada.

-Claro -repite el muchacho sorprendido, y añade-: ¿Os importa, Majestad, si lo leo yo?

-Todo esto es ridículo -comenta mi amiga muy secamente.

 

Creía que la conocía bien, pero últimamente la velocidad con la que cambia de estado de ánimo me hace sentir incómoda cuando estamos juntas. Si todo esto es por su relación con Lafayette y el anuncio de su partida, el asunto le está afectando demasiado.

-Léela tú, Adrien, si así te sientes mejor. No me importa.

Gabrielle sigue sonriendo, pero sus ojos violeta parecen tan fríos que automáticamente me recuerdan las palabras de Victor advirtiéndome sobre ella. Por su parte, el afable Adrien suspira con evidente alivio, rasga el sobre con cuidado y extrae de él un pequeño papel con la apariencia de estar también blando y arrugado. Enarca las cejas al leer y sonríe complacido.

-Ah, no tiene un nombre nada ridículo, Majestad. Es curioso pero elegante. Se llama Bounce.

 

Un gruñido profundo y ronco me hace girar la cabeza como un resorte hacia Escobedo y el animal que veo está tan irreconocible que hace que se me erice el vello de la nuca. En lugar del perro adorable que ha estado conmigo los últimos días, a mi lado hay una bestia desconocida de ojos desquiciados que con los labios retraídos muestra los dientes dispuesta a atacar. Cuando veo que tensa los músculos de las patas traseras para saltar, intento levantarme y correr, pero sé que es demasiado tarde. La sangre comienza a fluir, seguida del inconfundible chasquido de los huesos al quebrarse. Y aunque mis pulmones al principio parecen haberse convertido en piedra, no sé cómo consigo gritar. Y gritar. Y gritar.

 

Chapter 18: EL REY EN LA SOMBRA

Chapter Text

Morir no es tan difícil”

 

Lord Byron (1788 -1824)

 

Cuando Blaisdell despertó se dio cuenta de dos cosas: que aún podía contarse entre los vivos y que estaba tumbado sobre hierva muerta y húmeda, algo que le hizo sentirse bastante incómodo. No sabía dónde se encontraba, así que decidió que lo mejor sería ponerse en pie y averiguarlo cuanto antes. Y eso es exactamente lo que hizo. Se irguió con cuidado de ensuciarse lo menos posible y, una vez recuperada la verticalidad, echó a andar sacudiéndose restos de tierra y hojas podridas de la casaca. Estaba en un bosque, y a pesar de que el sol se abría paso entre las hojas de los árboles revelando una atmósfera cargada de partículas en suspensión, el aire era muy frío y estaba saturado de humedad. Los rayos de luz descendían en líneas verticales que llegaban hasta el suelo, donde una alfombra de niebla flotaba enredándose en sus tobillos, dificultando la visión del terreno que pisaba. El aire, saturado de un olor pútrido pantanoso, le recordaba levemente a Versalles, lo cual le dio una vaga esperanza de no estar lejos de palacio.

 

No llegó a ver pájaros, pero sabía que los había porque constantemente le llegaban los ecos distantes de un canto áspero y desagradable que procedía de las copas de los árboles. Había veces en las que confundía la inquietante letanía con voces humanas que le reprochaban ciertos… comportamientos de su vida y de vez en cuando giraba la cabeza esperando ver a alguien hablándole a sus espaldas. En general todo el conjunto le producía escalofríos, pero indudablemente era mucho peor estar muerto y con eso se conformaba. Tras un tiempo andando bajo aquella fría humedad que le daba a la piel una desagradable sensación pegajosa, el bosque quedó en silencio y lo único que pudo escuchar a partir de ese momento fue el sonido amortiguado de sus pasos entre la vegetación esponjosa y el incesante retumbar de los latidos de su propio corazón.

 

Descendió por una empinada pendiente que le condujo al borde de una playa tan silenciosa como lo era el bosque. Contempló la extensión de arena y agua durante unos momentos y se convenció desanimado de que no debía estar ni remotamente cerca de Versalles. La neblina que le había acompañado durante todo el recorrido se propagaba ahora lentamente hacia el agua, envolviendo como un manto los fondos de una barcaza que estaba varada en la orilla. Blaisdell se aproximó al distinguir una silueta solitaria de pie en la cubierta de la embarcación, pero cuando les separaba una veintena de metros, se dio cuenta de que, aunque la figura tenía el cuerpo de un hombre, sobre el cuello se erguía grotescamente la cabeza de un perro.

El Ministro decidió que descender hasta la playa había sido una pésima idea, maldijo para sus adentros y se dio la vuelta encaminándose despacio en dirección contraria, deseando internarse otra vez en el bosque. Pero en cuanto oyó a su espalda un crujido y un golpe sordo en la arena, supo que aquella cosa que había vislumbrado sobre la cubierta se había bajado para ir tras él. Aún así se obligó a seguir caminando sin variar la velocidad porque había oído en alguna parte que ante los perros era preferible no demostrar miedo, por lo que contuvo el deseo de gritar incluso cuando el extraño ser estuvo lo suficientemente cerca como para percibir el calor de su aliento en la nuca. A esas alturas ni siquiera creía estar ya en París.

Mientras el Ministro avanzaba no dejaba de preguntarse en qué momento le atacaría la criatura, pero al ver que pasaban los minutos y no sucedía nada, harto de la situación, habló mirando al frente, teniendo cuidado de no girarse.

 

-He de decirle que usted me incomoda. Deje de seguirme.

No hubo ninguna respuesta.

Bueno, al menos lo he intentado ”, pensó. Y siguió caminando con aquel ser pisando sobre sus huellas. Después de recorrer un buen tramo, el perro decidió aumentar su agonía animándose a hablar con una voz sorprendentemente clara.

 

-Puede hablarme en inglés, si lo desea – le dijo tranquilamente.

Algo que por supuesto el Ministro decidió no hacer. Sobre todo porque apenas conocía alguna palabra de aquel idioma.

- Monsieur , no se torture -siguió diciendo la criatura en tono afable-. A veces las traiciones llegan cuando uno menos se lo espera.

-Me imagino que siempre ha sido así -replicó Blaisdell con sarcasmo mientras esquivaba las raíces retorcidas de un árbol.

-Lo que quiero decir es que… No se culpe. ¿Qué más podría haber hecho?

-Si usted lo dice… -contestó el Ministro con cierta irritación

 

Porque él sí pensaba que podría haber hecho más. Su deber era haberse asegurado de que Su Majestad era consciente de que en Versalles había unas reglas claramente establecidas por el gran Rey Sol, imprescindibles para que él pudiera cumplir con su trabajo. Por ejemplo estaba claro que a palacio no se debía invitar a desconocidos. Pero el Monarca, por un día que le había dejado desayunar solo, se había pasado las normas por el forro de sus reales pelotas. Y ahora estaba mareado, perdido en medio del bosque y era perseguido por una aberración que intentaba darle ánimos. “ Hice cuanto pude ”, pensó, “ pero… Supongo que en algún lugar está escrito que así es como debía acabar ”.

 

-¿Está culpando al Rey? -jadeó el perro.

-No.

Le costó tanto decir esa sola palabra que tuvo que poner todo su cuerpo en tensión para esforzarse en que sonara sincera. Y aún así sabía que no había convencido a la criatura porque desde atrás le llegó el sonido de una leve risa apenas contenida.

 

-Había tanta sangre, tanta sangre… -dijo el perro con un timbre de voz femenino.

-¿Qué?

Blaisdell no pudo contener el impulso de volverse rápidamente y mirar atrás. El animal, que era negro como la brea, tenía los ojos pequeños y astutos clavados en él. Entre los labios de su hocico chato asomaba la punta de la lengua. Torciendo el gesto, comprendió demasiado tarde que aquella era una visión que habría preferido ahorrarse.

 

-Dios mío, está ardiendo de fiebre -volvió a hablar el engendro, ésta vez con voz más grave.

Pero justo cuando el Ministro abría la boca para volver a preguntar, aquella criatura infernal extendió ambas manos y, sujetándole la cabeza, tiró de él hacia sus labios y le lamió la frente. Su lengua parecía estar hecha de hielo.

 

-No piense así Monsieur ; usted es muchas cosas deleznables pero jamás ha sido partidario del fatalismo -dijo al fin el hombre perro, liberándole.

Blaisdell volvió a darle la espalda lentamente sin poder reprimir una oleada de repugnancia, al tiempo que moría su última esperanza de encontrarse al menos dentro de las fronteras de Francia. Además cada vez se encontraba peor; le dolían los brazos, la cabeza le martilleaba y hacía rato que notaba en la boca el sabor amargo de la bilis. El frío y la humedad habían conseguido calarle hasta los huesos y a veces no podía evitar temblar. Echaba de menos la tranquilidad de su despacho y el papeleo burocrático al que se enfrentaba cada mañana.

 

-¿No quiere saber cómo me llamo? -preguntó el perro pasando a su lado para caminar delante de él.

-¿Marcaría eso alguna diferencia? -replicó Blaisdell secamente fijando la vista en el suelo.

La criatura lanzó unas carcajadas que a él le sonaron a una mezcla entre risa humana y el aullido de alguna bestia agonizante y deseó que su guía no volviera a reírse. Mientras caminaban uno detrás del otro, estudió el terreno con atención esperando ver emerger de entre la niebla alguna rama o roca de buen tamaño que le ayudara a poder continuar su exploración en agradable soledad. Quería… sí, “ hacerle desaparecer de la faz de la Tierra ”, o de donde quiera que estuviese ese esperpéntico lugar.

-Ni se le ocurra, Blaisdell -dijo el perro con desaprobación-. Considérelo un consejo.

El Ministro, sin sorprenderse a esas alturas de que supiera su nombre, cerró los ojos por unos segundos apretando los párpados y se las arregló para no pensar en nada importante.

 

Continuaron caminando hasta llegar a un bifurcación formada por dos senderos irregulares que ascendían hasta una cima separándose en la distancia. El perro se decidió por el de la izquierda, el cual no se diferenciaba en absoluto de su gemelo a la derecha. Subieron unos metros por ese camino y llegaron a la boca de un pozo que se abría en el suelo ante ellos. Era perfectamente redondo y el diámetro tenía el tamaño de un hombre de mediana estatura. Estaba enmarcado por ladrillos de piedra de color gris y a lo largo de ellos habían cincelado unas palabras en letras mayúsculas que no comprendió.

 

-¿Entiende lo que pone? -preguntó el guía señalando el agujero.

Los ojos de Blaisdell repasaron de nuevo las letras, pero apartó la vista negando con la cabeza.

-No. Pero creo que reconozco la última palabra, “Hope”. Es inglés.

-Exactamente -dijo el perro asintiendo-. Así es como me llamo y aquí es donde tendrá que abandonarme. Y ahora es preciso saltar, Ministro -añadió señalando hacia abajo-. Primero arroje esta moneda. Y dé gracias a que hoy estuviera calafateando mi barca, porque el escenario habría sido muy distinto. Hasta luego Blaisdell.

 

Hope alargó hacia él una mano a la que le faltaban tres dedos y en cuya palma relucía una moneda de oro. Blaisdell la tomó rápidamente intentando en la medida de lo posible no tocar la piel de la criatura, se acercó unos pasos al borde del pozo y la arrojó con tal fuerza que, antes de caer, chocó contra la pared más alejada con un chasquido metálico. Miró hacia atrás por encima del hombro y vio que el perro se lamía con desinterés la mano donde había estado la moneda. Abrió la boca para despedirse, pero pensándolo mejor, volvió a mirar hacia el agujero que se abría a sus pies.

Y saltó.

 

-¡Joder, está helada! -exclamó cuando consiguió romper la superficie del agua para respirar.

Se mantuvo a flote como pudo y alzó la cabeza, tiritando, para ver el final del túnel de piedra. Todo era oscuridad, pero al bajar la vista…

 

Blaisdell vio sus pies firmemente asentados sobre el césped. Estaba junto a un árbol en lo que parecía ser un jardín en plena primavera y tenía ganas de vomitar. Se apoyó en el árbol respirando con largas inhalaciones, esperando a que pasara el ataque de nausea que le subía por la garganta. Cuando se sintió más o menos capaz de andar sin perder el equilibrio, estudió el terreno y en la distancia vio a un hombre sentado frente a un escritorio que brillaba bajo la luz del sol. Comprobó con alivio que ésta vez la figura parecía tener en su sitio todas las partes que le correspondían y se acercó procurando hacer ruido al caminar para anunciar su llegada. Al oírle aproximarse, el desconocido levantó la vista de los papeles sobre los que estaba trabajando y el Ministro se sintió invadido por una sensación de familiaridad. Ahí estaban el porte entre digno y pretencioso, las anchas cejas, la mandíbula elegante y los fríos ojos grises que veía cada mañana en el espejo. El hombre no llegó a hacer ningún gesto, pero su mirada indicaba que estaba esperándole.

-Buenos días, Blaisdell -dijo cuando estuvo cerca, apoyando los pulgares sobre el escritorio para ponerse en pie.

-Buenos días, padre.

Ambos se dedicaron sonrisas idénticas.

 

No se sorprendió de que le llamara por su apellido. A fin de cuentas era un Blaisdell y así es como había sido siempre hasta el día de la muerte de su padre.

-No puedo decir que me alegre verte en estas circunstancias. De hecho se me hace un tanto extraño encontrarte aquí.

El Ministro pensó que aquello era lo menos extraño que le había pasado aquel día, pero le dejó hablar.

-Supongo que ya te habrás dado cuenta de que no estamos… en el plano habitual.

-Tengo que reconocer que había pensado en eso -dijo Blaisdell- sobre todo desde que he notado que el sol no ha variado de posición a pesar de todas las horas que llevo aquí. Eso es irracional.

-Efectivamente. Tan observador como siempre -contestó su padre con orgullo.

El hombre de más edad fijó la vista en su hijo durante unos momentos y Blaisdell pudo leer la aprobación en el brillo de sus ojos.

-Te has convertido en un hombre increíblemente apuesto. Eres exactamente igual que yo a tu edad, excepto por las pecas. Esas vienen de tu madre. Ojalá pudiera estar aquí para verte.

-Teniendo en cuenta que está viva, en realidad puede verme cuando lo desee -Blaisdell se lo pensó un segundo-. Al menos hasta esta mañana.

-Efectivamente… -replicó su padre con una sonrisa desagradable- Repito que ojalá estuviera aquí. Aunque quizá sea lo mejor; así estoy más tranquilo.

Sus padres nunca se habían llevado especialmente bien.

 

-Según mis informes ese pequeño Rey tuyo te ha metido en algún que otro problema. De hecho parece ser el detonante de toda la situación que te ha traído hasta aquí.

-Efectivamente… -asintió el hombre más joven.

-Y también veo que te estás follando a la Reina.

-Efectivamente… -volvió a decir.

Aunque Blaisdell trató de ocultar su desagrado bajo una capa de inexpresividad, no había podido evitar ponerse alerta al oír hablar así de María.

-No te puedes imaginar lo orgulloso que estoy de ti. ¡Un Blaisdell en la línea de sucesión al trono de Francia! Porque estoy seguro de que ya está embarazada. Ya sabes: Los Blaisdell…

-Preñamos a la primera -completó la frase por su padre.

Su progenitor le miró satisfecho y sus labios se estiraron de una forma tan exagerada que Blaisdell llegó a ver colmillos en aquella sonrisa lobuna. Se preguntó si a él le pasaba lo mismo cuando sonreía así y apuntó mentalmente el dato.

 

-Si sabes jugar bien tus cartas mi nieto llegará a ser rey. Y con tu influencia serás tú quien realmente gobierne en toda Francia. Blaisdell; serás el rey en la sombra. ¡Serás todo lo que un Blaisdell podría llegar a soñar! En cierto modo te envidio, aunque me alegro de haber formado parte de la cadena que conducirá a Francia a la gloria.

El Ministro intentó pensar con la misma frialdad que su padre. Pero por primera vez en su vida, se dio cuenta de que no podía.

-Tengo que reconocer que es un plan impecable, pero yo… no soy un asesino de niños. Sé que vas a decir que podría esperar a que el Delfín fuera adulto para actuar -añadió al ver abrir la boca a su padre-, pero no dejaría de ser el hijo de mi…

-¿De tu qué, Blaisdell? -le cortó el otro hombre parpadeando con impaciencia-. ¿De tu reina caprichosa que en cuanto se canse de tu polla irá a buscarse otra que le divierta? Acuérdate de Coigny, de Fersen, de Lafayette… Por supuesto está también el Rey...

Cada nombre era como una puñalada en su orgullo.

 

-Con Lafayette no ha llegado a pasar nada -le interrumpió.

-Bien... Si lo prefieres la muerte no tiene por qué ser la solución. Sabes que hay métodos para que un hombre se vuelva loco o inútil...

-No voy a hacer nada de eso.

- Has cambiado, Blaisdell . T e has vuelto... blando - dijo su padre pronunciando esa última palabra con un marcado desprecio.

Blaisdell apartó la mirada y la clavó en el escritorio que había entre ellos. Todas las sensaciones negativas sobre su padre que había ido olvidado con el tiempo le golpearon ahora como un saco de arena y recordó por qué no llegó a sentir nada el día en que éste murió.

 

-¿Dónde están mis hermanos? -preguntó intentando cambiar de tema.

-Oh, están aquí mismo, cuido muy bien de ellos.

El hombre de más edad se sentó de nuevo y abrió un cajón del que sacó tres patos de diferente tamaño y plumaje. Los colocó en fila sobre el escritorio, desde donde miraron a Blaisdell entrecerrando con rencor sus pequeños ojillos de palmípedo.

 

-¿Qué prefieres ser, Blaisdell? ¿Te sentirías más a gusto como lobo o como pato?

Curvó los labios en una sonrisa que parecía tener el doble de dientes de los que el Ministro recordaba, sacó un cuchillo y un tenedor de las mangas de su casaca y lentamente comenzó a comerse las aves, que ahora estaban cocinadas sobre tres fuentes con diferentes guarniciones. A pesar de que ya no tenían cabeza, Blaisdell todavía podía sentir sobre él las miradas acusadoras de los patos.

-Como lobo.

-Muy bien, a partir de ahora eres Blaisdell, el pato -contestó su padre después de escuchar la respuesta moviendo sus orejas largas y peludas.

-No quiero ser un pato.

-¿Quieres ser un pato o un lobo, Blaisdell? -preguntó de nuevo meneando la espesa cola cubierta de pelo gris.

-Un lobo, maldita sea -maldijo sintiendo que todo le daba vueltas.

El animal que estaba sentado devorando la comida hizo un gesto que recordaba vagamente a un encogimiento de hombros. Observó a su hijo con sus ojos grises y volvió a llevarse el tenedor al hocico.

-Entonces sé un pato.

-¡¡¡NO QUIERO SER UN PATO!!!

 

Y en ese momento despertó.

 

-----------------------------------------------------------------------------------------------

 

-¡¡¡NO QUIERO SER UN PATO!!!

-¡Dios mío! -grito levantándome tan rápido como puedo para arrodillarme al borde de la bañera-. ¡Ya estás con nosotros! ¡Víctor!

-María… N o quiero ser un pato...

 

Víctor está sumergido hasta el cuello en la bañera de mi cuarto de baño. Llevo cerca de una hora sentada junto a él, esperando a que el agua helada haga su efecto y le baje la fiebre después de la última alarmante subida. Creíamos que no lo lograría. Intenta incorporarse, haciendo que el paño húmedo que tiene en la frente caiga con un chapoteo, pero está tan débil que aunque apenas ha conseguido moverse unos centímetros, al fin se rinde y se deja caer resbalando dentro del agua. A pesar de que está consciente y sigue murmurando incoherencias, tiene los ojos cerrados.

 

-Por favor no hagas esfuerzos -le digo reprimiendo un sollozo-. Has estado a punto de morir.

-Espera… espera un momento y enseguida… -dice en un hilo de voz.

No consigue terminar la frase, pero entreabre los ojos y me mira regalándome una sonrisa cansada.

-Nunca sabrás cuánto me alegro de verte -susurra con voz ronca.

-Victor… -le digo alargando la mano para acariciarle el rostro-. Te quiero.

Inmediatamente gira la cabeza buscando mi contacto, exhalando un suspiro de satisfacción al encontrarlo, y siento aliviada que su piel ya no arde por la fiebre.

-Yo también. Desearía poder tocarte y hacerte el amor... Pero ahora… Estoy muy cansado.

-Entonces duerme un poco -le digo sonriendo por la ocurrencia en un momento así-. Llamaré para que te lleven a la cama.

Aunque estoy feliz de tenerlo de vuelta conmigo no puedo evitar que se me caigan unas lágrimas enormes y pesadas. Si hace apenas unas semanas me hubieran dicho que acabaría llorando de preocupación por este canalla petulante…

 

-De verdad… que no sabes cuánto me alegro de…

-Shhh… Lo sé, descansa...

-¿Estás… sola? ¿Qué van a pensar?

-No te preocupes por eso. Hemos hecho algunos ajustes para que sea discreto: aunque saben que algo ha pasado, nadie ha visto que estamos aquí. D’Eon ha sido de mucha ayuda -le contesto antes de besarle la comisura de la boca-. Pero en realidad, ya poco me importa lo que piensen.

-Manda... a Adrien.

-No… Adrien no puede venir…

Ahora no es el momento de hablar de eso.

-El... puto perro… -masculla articulando lentamente cada palabra.

 

Antes de que consiga terminar la frase ya está dormido. Estoy más tranquila porque sé que no está inconsciente, sino durmiendo plácidamente. Mientras sigo acariciándole el pelo y la cara, me convenzo de que es fuerte y se recuperará antes de lo que esperamos, pero aún así… Está tan pálido que el golpe de la sien, que ya empezaba a difuminarse, vuelve a destacar otra vez con fuerza sobre la piel. Y es que de verdad… casi no lo consigue. Ha sido duro, pero ya está aquí, conmigo. Y en cuanto a los que le han dejado así… que vayan rezando lo que sepan porque más les valdría que Dios les ayudase.

 

 

 

---------------------------------------------------------------------------------

 

 

¿Pero qué ha pasado aquí?   \0__0/

Mando besitos a todos, en especial a Gienath, la autora de El Atril y de Hilo Rojo. Mua mua mua :*

Chapter 19: LOS PATOS

Chapter Text

Pasamos buenos ratos,
echando pan a los patos.
Y cuanto más pan echamos...

Mejor lo pasamos.

Ilegales

 

 

Victor no estuvo en condiciones de levantarse hasta pasados unos días. Había estado a punto de morir, pero demostró ser tan obstinado para agarrarse a la vida como lo era para conseguir cualquier propósito que tuviera en mente. Supongo que hacía honor a su nombre: "vencedor". Para su desesperación, cada vez que preguntaba por lo que había sucedido mientras estaba inconsciente, mi respuesta y la de los que se habían turnado discretamente para cuidarle había sido siempre la misma: todavía no es el momento. Sin esforzarse mucho en ocultar su resentimiento, puso todo de su parte para que el día de su recuperación llegara cuanto antes. 

 Al entrar esta mañana a su dormitorio ya está levantado y pulcramente vestido. Inclinado ante el espejo de la cómoda, muestra una de sus sonrisas características, mirándose atentamente mientras va cambiando la cabeza de ángulo. 

 -¿Se puede saber qué estás haciendo? -le pregunto sintiendo cómo mi pecho se llena de calidez al verle en pie por primera vez desde hace días.

 -¿Crees que esta sonrisa es... demasiado? No me había dado cuenta hasta ahora de que parezco un lunático.

 Me coloco tras él y apoyo mi mejilla contra su espalda, abrazándole con familiaridad.

 -Creo que estás muy mono.

 -¿Muy mono? -dice con un tono ligeramente ofendido, intentando mirar hacia atrás por encima del hombro. 

 -¿Para los demás? ¡Terrible! Pero para mí... Estás adorable.

 No se queda muy conforme y la idea de que le moleste no parecer lo suficientemente temible me resulta bastante graciosa. Riendo, tiro de él hasta apartarle del espejo y me coloco delante suya, levantando la barbilla. Victor me estrecha entre sus brazos y me besa separándome los labios sin mucho esfuerzo, guiando con su lengua la mía hasta el interior de su boca. El corazón me martillea dentro del pecho y, cuando nos separamos, necesito unos momentos para recuperar el aliento. Es absurdo que con un solo beso ya haya conseguido dejarme en este estado y, por más vueltas que le doy, no encuentro ninguna razón de peso para que no hagamos el amor. Sin más preámbulos comienzo a sacarle la camisa y él parece estar en mi misma línea de pensamiento porque sonríe sin más y me ayuda a terminar de quitarle prenda. Estoy a punto de dejarla caer cuando sujeta mi muñeca y me mira con seriedad.

 -Ésta vez mejor la dejamos en la silla -comenta mirándome a los ojos-. Después no quiero estar buscando ropa por toda la habitación.

 Mientras me desvisto le observo colocar la camisa con cuidado en el respaldo, seguida del resto de prendas de las que se va despojando. Me sorprendo de nuevo al pensar en lo rápido que hemos llegado a este punto. No en lo referente al sexo, sino a la forma de comportarnos el uno con el otro, la intimidad... los sentimientos. Nunca fuimos exactamente desconocidos, pero ahora... 

 Nos tumbamos en la cama y presiono la palma de mi mano sobre su pecho para percibir el palpitar de su corazón: rápido, fuerte... Vivo.

 -Cuando terminemos... -murmura masajeándome la espalda-. ¿Vas a contarme al fin lo que ha pasado?

 -¿Estás... Estás intentando sacarme información a cambio de sexo? -pregunto apretando los labios para no soltar una carcajada.

 Víctor me mira fijamente.

 -Es el último recurso que me queda. Y créeme si te digo que prefiero probarlo contigo antes que con D'Eon. 

 -Hagamos un trato: yo te lo cuento si tú me explicas eso de que no quieres ser un pato.

 Su mano se congela unos segundos, pero inmediatamente vuelve a continuar con el masaje, deslizando la punta de los dedos por mi columna en movimientos lentos y suaves como la seda.

 -De modo que hablé de los patos -comenta con voz neutra.

 -Exactamente dijiste que...

 -Trato hecho -me interrumpe.

 Victor detiene sus caricias y rodea mi muñeca con los dedos, llevándola hasta sus labios para depositar un beso justo donde late el pulso. Después me sujeta de nuevo con fuerza por la nuca, atrayéndome hacia su boca.

 -Ven aquí...

 Aplasta sus labios contra los míos en un beso hambriento que respondo en idénticos términos. En algún momento mi mano desciende entre nuestros cuerpos hasta encontrar su miembro caliente y duro, tal y como me lo esperaba. Mientras muevo mi boca sobre la suya, dejando escapar algún gemido entrecortado, repaso la superficie de su erección con la yema de los dedos, memorizando cada una de sus venas, hasta que la sujeto en un puño y comienzo a bombearla, subiendo y bajando la suave piel que la cubre. Victor se separa unos centímetros de mí, exhalando bruscamente, y por fin me libera.

 -Hoy no te vas a escapar- le digo dándole una pasada con la punta de la lengua por los dientes-. Te quiero en mi boca, sin condiciones. Después de lo que ha ocurrido no pienso esperar más, digas lo que digas. Es una orden de tu Reina.

 Victor me mira unos momentos y parece sopesar su respuesta. Por un momento temo que se niegue, pero al fin asiente y se tumba, acomodándose para dejarme tomar el control. Con el corazón a punto de salírseme del pecho, cambio de postura y me inclino sobre él, apoyándome en sus fuertes hombros. Trazo un camino de besos que comienza en la punta de su barbilla, deteniéndome un instante a mordisquearle la nuez antes de llegar a los pectorales. Saboreo un pezón, duro y firme, procurando cubrirlo de saliva y soplo sobre él, provocando un escalofrío en el cuerpo que descansa bajo el mío. Satisfecha con la reacción, rodeo el pequeño pezón con los labios y aspiro sin dejar de acariciarlo con la lengua. Victor jadea y arquea las caderas, reclamando impaciente mi atención más abajo. Por un momento me planteo hacerle suplicar...

 Pero al llegar a la entrepierna y contemplar a La Bestia orgullosa que descansa erecta sobre su abdomen, la boca se me llena de saliva. Tomo una bocanada de aire y exhalo después entre dientes con admiración, dudando si seré capaz de hacerme cargo de tanta carne.

 -A veces me pregunto, Víctor, qué es lo que le das de comer.

 -¿Todavía no lo sabes? -comenta mirando hacia abajo, fingiendo sorpresa-. Pequeñas reinas traviesas como tú.

 Absolutamente deleitado por mi admiración contrae el músculo de La Bestia, que se inclina ligeramente a un lado, saludando. A pesar de que me río no puedo dejar de mirarla con cierta cautela antes de deslizar los dedos por el tronco hasta sujetarla por la base. Relamiéndome con anticipación retiro por completo la piel del glande, brillante y amoratado, y recojo con la lengua el líquido preseminal que gotea de la hendidura, introduciendo levemente la punta en ella. Ansío tener en la boca el sabor más íntimo y característico de mi amante, entre salado y amargo. Saborear la esencia que prueba que está vivo. 

 Victor dice algo que no estoy segura de si es "más" o "María", pero tampoco importa porque ahora mismo ambas palabras tienen idéntico significado. Deseando complacerle me inclino lamiendo el tronco desde la raíz, disfrutando de la sensación de su pene resbalando por mi lengua. Al llegar a la punta tomo una bocanada de polla que aprieto unos momentos entre mi lengua y el cielo de la boca. Poco a poco me retiro absorbiendo con las mejillas ahuecadas, hasta liberar la carnosa punta, mordisqueándola delicadamente antes de soltarla. 

 -¿Te gusta así? -le pregunto con curiosidad.

 -Uggghhfff.

 Es todo lo que obtengo por respuesta. Supongo que eso es un sí.

 -Debo decir que estoy sorprendida -le comento retirándome un momento, subiendo y bajando la mano por el ahora resbaladizo miembro.

 -Te... ¡Ah! ¿Te sorprende que... Uhmmm... Que me guste que me coman la polla?

 -¡No! -contesto moviendo la muñeca a más velocidad- De que hace unos días estuvieras sin apenas poder moverte y ahora... Mírate -resumo haciendo un gesto con la cabeza en dirección a La Bestia.

 Y es totalmente cierto. Cuando lo encontramos en el suelo del despacho sobre un charco de vómito, apenas respirando... ni siquiera fue lo peor. Después llegaron las convulsiones, la pérdida de control de las funciones de su cuerpo, la fiebre altísima... En una ocasión dejó de respirar. Pero ahora le veo así, con esos sonidos obscenos que salen de su boca y esa cara de placer de un erotismo tal que... ¡Oh Dios mío, debería estar prohibida en un Ministro! No estoy segura de cuál va a ser el castigo para los que casi me lo arrebatan, pero lo que sí sé es que...

 De pronto Victor flexiona una pierna y me empuja con la rodilla en el costado.

 -¡Hey!

 -No sé dónde te has ido, pero vuelve aquí. Estabas perfecta y de pronto paras, te miro y tienes toda la cara de querer arrancármela para echársela de comer a los cerdos. Vuelve. Aquí. Conmigo. 

 Parpadeo sorprendida y aflojo la presión de la mano porque también puede que esté apretando de más.

 -Estaba...

 Victor espera pacientemente a que le de una respuesta, pero cuando es evidente que no sé qué decir, decide hablar él.

 -Escúchame -ordena secamente-. Deja de preocuparte por mí.

 Le miro con una cara que no debe parecer muy convencida porque continúa hablando, aunque relajando ligeramente el tono de voz. 

 -María... Estoy bien. Tú estás bien. Y ahora estamos follando. ¿Comprendes? Lo demás... déjalo para después. Ahora no importa.

 Tiene razón.

 Me inclino y froto el esponjoso glande contra mis labios entreabiertos hasta que lo empujo de nuevo a la calidez de mi boca. Trago una mezcla de saliva y preseminal que lleva su sabor al fondo de mi garganta y parece que el movimiento ha debido gustarle porque de pronto se contrae varias veces. Complacida, curvo los labios sobre su erección y Victor emite un jadeo estrangulado, levantando ligeramente las caderas. Arrancarle esos sonidos a una persona que se muestra usualmente tan fría ante el resto del mundo me hace sentir estúpidamente feliz y ya sólo quiero ir un paso más allá... Tenerlo un poco más dentro.

 Tomo aire por la nariz, separo las mandíbulas y trato de relajar la garganta lo máximo posible. Me apoyo en sus caderas y poco a poco voy tragándole, centímetro a centímetro. El sonido que escapa de sus labios tiene un efecto directo sobre mi vulva, que palpita hinchada y caliente en respuesta a sus gemidos. Ni siquiera me he dado cuenta de lo mojada que estoy. Muevo la cabeza arriba y abajo tentativamente y retiro una mano de su cadera para envolver con ella sus testículos, apretándolos delicadamente en movimientos circulares. Me concentro en mover la cabeza cada vez más y más rápido. La mandíbula empieza a molestarme, pero por Dios que oírle merece la pena. Abro los ojos para ver el efecto que mis atenciones están teniendo sobre él y me encuentro con una visión tan arrebatadora que casi me hace detenerme. Casi. 

 Victor está apoyado en los antebrazos con la respiración acelerada y me mira atentamente mientras se muerde el labio inferior. Aprieta con tanta fuerza la colcha que tiene los nudillos blancos. El rubor se extiende en parches rosados desde su pecho hasta la punta de sus orejas y cada subida y bajada de mi cabeza tiene por respuesta un jadeo ronco de placer. Su mirada, oscurecida por unas pupilas totalmente dilatadas, se encuentra con la mía y como si respondiera a mis pensamientos, entreabre los labios y empieza a jadear más rápido, al ritmo de mis movimientos. No va a durar mucho más.

 De pronto se le escapa un "¡Ah!" que hace que me derrita y extiende el brazo, clava los dedos en la parte posterior de mi cabeza y  empuja su polla al interior de mi garganta hasta que mi nariz choca contra la piel de su vientre. Todo su cuerpo tiembla con una fuerte sacudida y me preparo para tragar, convencida de que es cuestión de segundos que se corra. Pero poco a poco, con un gemido largo y gutural, va apartándome de él tirando de mí hasta que su miembro queda otra vez al descubierto, empapado en mi saliva.

 -A cuatro patas. 

 Es, sin lugar a dudas, una orden directa. Pero el tono de voz cargado de desesperación hace que parezca una súplica que no me importa en absoluto obedecer.

 -Espera un poco... es... pera... joder... si no puedo ni mirarte...

 Apenas puede hablar y aunque la situación tiene un tinte cómico, tengo tantas ganas de él que sólo puedo mirarle con impaciencia mordiéndome los labios. Con una mano aprieta a La Bestia por la base y se clava el pulgar y el índice de la otra en los ojos con tanta fuerza que casi temo que vaya a sacárselos. Inspira profundamente varias veces hasta que, pasados unos minutos, parece que al fin reúne el suficiente autocontrol como para arrodillarse detrás de mí. Me coloca en posición, hundiendo los dedos en mis caderas y guiando mi vulva hasta su polla que, dura como el acero, presiona hasta penetrarme apenas unos centímetros. 

 -¿Estás preparada? -pregunta con un hilo de voz tan ronca que casi no puedo descifrar las palabras.

 Giro la cabeza hacia atrás y respondo con un gruñido.

 -Maldita sea, fóllame ya Ministro de Interior.

 Victor empuja hacia adelante y de un sólo envite ya está dentro por completo. Se me escapa un siseo y me agarro a la colcha clavando las uñas. Pero aunque hay algo de dolor, enseguida pasa y levanto ansiosa las nalgas en una inconfundible invitación. Él debe tomar mi reacción como una buena señal, porque en cuanto se acomoda me empuja con una mano contra el colchón buscando enterrarse a más profundidad y comienza a moverse con un ritmo brusco y rápido. Cada empujón va acompañado del sonido húmedo de nuestra piel al chocar. Por debajo de mis gritos, amortiguados por la tela de la colcha, oigo un rugido constante y gutural que procede de la garganta de mi amante y que me excita aún más. 

 En cuanto la corriente eléctrica que anuncia el orgasmo comienza a subirme por los dedos de los pies, dirijo una mano hasta mi entrepierna intentando tocarme, pero Victor empuja con tanta fuerza que necesito tener ambos brazos apoyados sobre el colchón para no perder el equilibrio. Mi intento no le pasa desapercibido, porque se tumba ligeramente sobre mi espalda, baja la mano y me toca justo donde lo necesito. Sus dedos frotan con fuerza sobre mi clítoris y pronto me corro retorciéndome y gritando. En cuanto se da cuenta de que ya he llegado procura follarme aún más duro hasta que termino, temblando y con el pecho a punto de estallar. Victor, sin dejar de estrellar su cuerpo contra el mío, vuelve a asir mi trasero, separando los cachetes. Pasa el pulgar por entre mis nalgas hasta llegar a mi ano y lo acaricia con la yema áspera de su dedo, arrancándome un pequeño grito.

 -¿Te gusta? -pregunta con genuino interés.

 Al principio asiento con la cabeza, sin sentirme con fuerzas para verbalizar mi respuesta. Pero cuando me doy cuenta de que no puede verme la cara, intento hablar entre jadeos, al ritmo de sus empujones.

 -Sí... ah... Pero sólo un dedo... ah... dos como mucho... ah... Tu polla desde luego que no... -añado rápidamente para quitar posibles ideas de su cabeza.

 Se ríe entre dientes y lo siguiente que noto es un líquido caliente que resbala por mi piel hasta mi ano. Extiende la saliva masajeando en círculos el estrecho agujero y por fin introduce lentamente el pulgar dentro de mí, recordándole a mi cuerpo la sensación tan exquisita de estar doblemente penetrada por un amante entregado.

De mi boca se escapa un suspiro tembloroso que casi parece un lamento. Entierro la cabeza entre mis brazos y vuelvo a mecer mi cuerpo contra el suyo, en busca de más placer. Cuando llega el nuevo orgasmo los músculos de mi vagina se tensan en espasmos alrededor de su polla, provocando también el clímax de Víctor. Ambos jadeamos y gruñimos empujándonos el uno contra el otro, empapados en sudor, hasta que agotamos hasta el último resquicio de placer.

 Con un murmullo de satisfacción Victor sale lentamente de mí y percibo un suave cosquilleo entre mis piernas cuando la mezcla de semen, saliva y mis propios fluidos comienza a resbalar. Suspirando, se deja caer en el colchón y me mira con una expresión de asombrado deleite. Por mi parte también me tumbo y me centro en recuperar un ritmo de respiración medianamente normal.

 -Creo que estoy mareado... -dice pasados unos momentos, llevándose una mano a la cara para retirarse el pelo sudoroso que ha quedado pegado sobre su frente.

 -No me extraña... -susurro-. Pero no te creas que me voy a olvidar del asunto del pato.

 Victor frunce el ceño, pero pasados unos momentos termina asintiendo lentamente y comienza a hablar en un tono monocorde.

 -Muy bien. Pero te advierto que no tiene el mayor interés.

 Se tumba boca arriba en la cama, cruzando los brazos por detrás de la cabeza, sin molestarse en ocultar su desnudez. Vuelve a quedarse en silencio contemplando las flores y querubines que hay pintados en el techo, como si buscara ayuda en las figuras regordetas que le observan entre nubes para encontrar las palabras adecuadas con las que expresarse. Yo me acomodo poniéndome de costado, con las manos debajo de la mejilla, como una niña que espera escuchar un cuento antes de dormir.

 -Como sabrás, el escudo de mi familia representa a un lobo...

 -Ah, creía que era un perro -le interrumpo-. Pensaba que por eso te llamaban El Perro del Rey.

 -Es un lobo -replica con una mueca de irritación-. Como Reina de Francia te corresponde saber interpretar los escudos nobiliarios de toda la nobleza que hay bajo tus dominios. La menor no es una excepción. Y yo no soy el perro de nadie -añade después de una pausa.

 Le conozco lo suficientemente bien como para no correr el riesgo de contestar y enzarzarnos en una discusión, así que le miro sin decir nada, esperando a que continúe.

 -Como iba diciendo, el escudo de mi familia representa a un lobo devorando a un pato. Los Blaisdell somos el lobo -añade enarcando una ceja en mi dirección-. Mi familia siempre ha tenido una larga tradición criando patos. Algunos lo han hecho a gran escala y otros sólo unos pocos ejemplares, pero siempre ha habido patos en nuestra residencia.

 -¿Tú también crías patos? -pregunto con curiosidad.

 -No. Yo he acabado con la tradición; aborrezco los patos -una mueca de disgusto pasa fugazmente por sus facciones-. Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, mi padre, que ya no se encuentra entre nosotros, celebraba de vez en cuando lo que él llamaba "La hora de sacar a los patos". Nunca supe las pautas en las que se basaba para decidirlo, pero sospecho que era algo dejado al azar para poder pillarnos desprevenidos.

 -¿Pero qué es lo que hacía? ¿Matar un pato? -le pregunto con cierta impaciencia.

 -No, no... Nosotros éramos los que debíamos matar a los patos. Nos preguntaba uno a uno "Blaisdell... ¿Quieres ser un lobo o un pato?" y... Sé que dicho así no parece gran cosa, pero imagina que tuvieras cuatro, cinco, seis años. Y que tu padre te diera un patito y te obligara a retorcerle el pescuezo.

 -Por Dios... ¡¿Pero por qué?!

 Victor se encoge de hombros, como si el tema de conversación no le pareciera demasiado importante.

 -Oh, para fortalecer el carácter, por supuesto. Para ser un verdadero Blaisdell. Por eso criamos patos en vez de lobos; porque nosotros somos los lobos. Lamentablemente, de niño, hubo muchas ocasiones en las que no pude matar al pato. No podía dejar de llorar en cuanto lo ponían frente a mí. Eso suponía acostarse sin cenar, porque por supuesto la cena era precisamente el animal. No lo matabas, no cenabas -aclara pasándose el filo de la mano por el cuello en un gesto elocuente-. Así sucedió muchas veces, hasta que un día simplemente no pude más y lo hice, igual que pasó con cada uno de mis hermanos. Y me di cuenta de que, si no lo miraba, era más fácil hacerlo. A veces me pregunto si era eso lo que quería enseñarnos mi padre... Si "no lo ves", si no piensas demasiado en ello, es más fácil hacer según qué cosas. Hasta que al final ya no sientes nada. Ya puedes "matar al pato" y seguir la vida tranquilamente. 

 Lo miro con los ojos muy abiertos, sorprendida de que intente encontrarle alguna lógica al comportamiento de su padre. Y pienso en un pequeño Victor de unos cuatro o cinco años, llorando de pena y hambre abrazado a un patito al que no quiere hacer daño. 

 -Tu padre estaba loco.

 -Los Blaisdell y sus malditos hijos -ríe amargamente-. Una familia de locos.

 -Tú no estás loco. Y siento lo que te hizo - "Y estoy segura de que no habrá sido lo único", añado con amargura para mi adentros. 

 Él me mira no muy seguro de mis palabras.

 -Fue hace ya mucho tiempo. Y ahora que hemos terminado con los patos... -comenta, dejando claro que no quiere hablar más del tema-. Te toca cumplir con tu parte del trato. 

 -Bien... No sé ni por dónde empezar, ya que todo ocurrió casi en el mismo momento... Hale te envenenó, seguramente te consideraba una amenaza.

 -¡Hijo de puta! -responde apretando la mandíbula.

 -Sí... tenías razón en desconfiar, como siempre. Afortunadamente D'Eon te hizo caso y siguió investigando. Lo que averiguó le pareció tan importante como para contratar a sus "guardaespaldas" y venir a palacio a toda velocidad. Tuvo la suerte de interceptar el carruaje de Hale a medio camino y lo trajo de vuelta a Versalles. Cuando llegó... primero me encontró a mí y después fuimos a buscarte. Pero tú estabas... Ya lo sabes... -digo, haciendo un esfuerzo por tragar el nudo que se me ha formado en la garganta-. Parece que habías conseguido tomar algún tipo de antídoto...

-Así es -asiente-. Tampoco llegué a tragar demasiado veneno, me di cuenta de que algo pasaba con el té y lo escupí.

-Eso te salvó la vida -le miro con admiración-. Pero el veneno era muy fuerte… Victor, no te puedes hacer una idea de cómo se siente Luis. Está profundamente avergonzado y cree que toda la culpa de lo que ha pasado es suya, igual que Lafayette.

Le miro y aunque no dice nada, percibo una fuerte oleada de desaprobación irradiando de él.

-¿Qué más? -habla al fin.

-Escobedo… El perro era una trampa. Estaba adiestrado para matar, pero por una serie de circunstancias… la víctima fue Adrien.

-¿Adrien está…? -pregunta sin apartar la vista del techo.

-No, no… Está bien. Bueno, él… El perro saltó a su cuello, pero él llevaba una bandeja en la mano e instintivamente se protegió con ella. Aún así le atrapó por el brazo y lo tiró al suelo. Se lo desgarró y se lo rompió, obligándole a bajarlo.

En ese punto recuerdo toda la sangre, los gritos, la confusión… Cierro los ojos apretándolos con fuerza y me obligo a continuar.

-Iba a matarlo, pero me acordé de lo que le gritó Luis en el despacho cuando empezó a tirarlo todo, “ STOP ”, y… Se me ocurrió gritarlo también. Grité hasta que creía que me iban a explotar los pulmones, Victor. Cuando D’Eon entró y nos encontró Esco… el perro ya había parado y yo seguía gritando -le explico, y el recuerdo hace que se me revuelva el estómago-. Adrien estaba en el suelo y ni siquiera pude acercarme a ayudarle. Yo…

 

Los sollozos me impiden seguir y cuando me cubro los ojos con la mano descubro un hilo de lágrimas.

-Ven -dice Victor en voz baja.

Se vuelve hacia a mí, estira los brazos y me atrae hasta su pecho.

-Has sido muy valiente, muy lista. Estoy muy orgulloso de ti.

-Adrien está recuperándose en tu residencia. Le está cuidando su madre -sollozo apretándome contra él.

-¿Hay algo más?

-Sí... Gabrielle… La Duquesa tiene algo que ver. Ella y Hale… o quien quiera que sea ese hombre, están encerrados bajo vigilancia. Están en una habitación subterránea que nadie conoce. El único acceso es un pasaje secreto...

-Junto al Trianon -termina por mí.

-Estábamos esperando a que te recuperaras para interrogarles-. Te lo mereces después de todo.

-Efectivamente… -murmura pensativo apoyando la barbilla sobre mi coronilla-. Debo reconocer que echaba de menos un buen interrogatorio.

No puedo verle la cara, pero apuesto lo que sea a que sucaracterística sonrisa de lobo está ahí.

 

 

BONUS:

 

 

 

Chapter 20: NOS VEMOS ESTA NOCHE

Chapter Text

El Mago del Siam se abalanzó sobre la inocente bestia, mordiéndole cruelmente el codillo. Con un gañido de angustia, Denis escapó al galope. De regreso a su guarida, se sintió vencido por una fatiga fuera de lo común, y quedó sumido en un sueño muy pesado, entrecortado por turbulentas pesadillas.”

 

Boris Vian (1920-1959)

 

 

El ambiente en el despacho del Rey es tan tenso que la manida expresión de que podría cortarse con un cuchillo es perfecta para la ocasión. Hoy nuestra distribución no es la habitual; el Rey y el Ministro no se sientan juntos porque ahora soy yo la que está entre los dos. No ha sido una acción premeditada, sino que ambos, en cuanto me he sentado, se han colocado cada uno a un lado de forma natural. Victor, aunque parece tranquilo, ni que decir tiene que debe estar ansioso por que empiece la reunión. Conociéndole, cada instante que ha escapado a su control ha debido ser una tortura para él. Mi marido cubre mi mano con la suya sobre la mesa en torno a la que estamos sentados, dando suaves y nerviosas pasadas con el pulgar acariciando mis nudillos, deteniéndose de vez en cuando en mi anillo de matrimonio. Ante nosotros, Lafayette y D’Eon, después de saludarnos con una mirada grave, están tomando asiento. Paseo la vista por la habitación y casi me parece ver a Escobedo trotando por ella. El recuerdo feliz me hace cerrar los párpados con tristeza y me concentro en oír el arrastrar de las sillas y el roce de la ropa mientras los hombres que me acompañan terminan de acomodarse.

 

-Majestades, Marqués… Capitán -se oye al fin la voz de Victor, en la que percibo un tinte de extraño buen humor-. Parece que por fin tenemos la fortuna de reunirnos para hablar de algo más que de repostería. Y ahora, aunque he sido bendecido con un pequeño resumen de los últimos acontecimientos, creo que ha llegado el momento de que todos nos pongamos al día.

Tras pronunciar las últimas palabras se detiene y contempla a los dos hombres que tiene delante con una mirada cargada de intención, pero cuando ve que ninguno de ellos parece animarse a hablar, levanta las cejas y sonríe tranquilamente, como si estuviera hablando del tiempo y no de muerte y traición.

-Estoy expectante.

-Yo… Antes de empezar quisiera pedir disculpas a Sus Majestades por mi incompetencia. Me considero el causante de lo sucedido por haber traído al enemigo a palacio -dice al fin Lafayette-. Ha sido un fallo imperdonable.

 

La mano de Luis se tensa inmediatamente sobre la mía al escuchar al Marqués y casi puedo percibir la culpabilidad que emana de él. Víctor inclina la cabeza contemplando al que considera su rival, quizá esperando también una disculpa para él que no llega.

-No nos hemos reunido aquí para perder el tiempo con lamentaciones, Lafayette.

-Es mi deber cargar con la culpa. Mi exceso de confianza...

-Estoy de acuerdo en que nadie debería morir asesinado por un exceso de confianza. Y por eso mismo vuelvo a recordar que por algo están las normas -recalca-. Aunque me alegra que esta lamentable situación haya servido al menos para que, a partir de ahora, queden cristalinas.

 

Aunque el tono que emplea con el Marqués es cortés, se las arregla para imprimir un toque de reproche en cada sílaba, aún manteniendo una expresión incómodamente amable.

-Y ahora, si hemos acabado con las interrupciones, es el momento de dejar a un lado las formalidades -continúa, cambiando el tono a otro más serio-. Es necesario que haga algunas preguntas.

 

D’Eon coloca ambas manos sobre la mesa, entrelazando los dedos, y con una sonrisa se dirige a Victor.

-Entonces deja de dar rodeos y pregunta de una vez. No tenemos todo el día.

-Efectivamente… La Duquesa está “retenida”. ¿Qué grado de implicación tiene?

-Oh, el suficiente. Bastó con presionarla un poco para que comenzara a balbucear suplicando clemencia. Está claro que no es la mente maestra detrás de todo esto: ella se ha limitado a moverse por esa frontera asquerosa que separa la estupidez de la alta traición.

Victor asiente pensativo.

 

-¿Dónde están los hijos?

-Jules no llegó a sacarlos de Francia, supongo que viajar con cuatro niños habría sido demasiado llamativo. Estaban en el convento de Béthune. Y ahí siguen. Me pareció lo más conveniente por ahora.

-Uhmmm… ¿Y el padre está…?

-A estas alturas, probablemente muerto. Y si no es así, no tardará en estarlo.

-¡Dios mío! -no puedo evitar exclamar-. ¡Pobres niños…!

Victor se vuelve hacia mí mirándome con el rostro impasible y me cuesta reconocer a mi amante en ese hombre frío y temible que tengo a mi lado.

 

-Saldrán adelante -dice con voz desprovista de toda emoción-. Mejor así que tener un padre hijo de puta.

-¡Blaisdell! -ruge Lafayette desde el otro extremo de la mesa-. ¡Cuida tu lengua cuando te dirijas a Su Majestad la Reina o te juro que...!

El Ministro entrecierra lo ojos al oír al Marqués, observándole con suspicacia, y estando tan cerca puedo darme perfecta cuenta de la tensión que endurece su mandíbula.

 

-Espero que lo haya pasado bien con la Duquesa, Lafayette -dice modulando la voz de tal manera que sus palabras dejan clara toda la decepción siente-. ¿Merecía la pena a cambio de la vida de su reina?

-¿¡Cómo te atreves!?

Lafayette se pone en pie golpeando la mesa con el puño, inclinándose amenazadoramente hacia el Ministro.

 

-Si habéis dejado ya de mediros los rabos…

La voz burlona de D’Eon hace que ambos hombres dirijan su atención hacia él, lanzándole miradas sorprendidas.

-Tú -dice el espía apoyando la cara en la mano y haciendo un gesto con la afilada barbilla hacia el General-. Se supone que eres un estratega y te has pasado toda tu estancia en Versalles retozando como un idiota con esa zorra sin sospechar de ella ni un instante. ¿Tanta sequía de mujeres hay en el Nuevo Mundo? Sólo ha tenido que chasquear los dedos un par de veces y ya te tenía con los pantalones por los tobillos. Y en cuanto a ti… -continúa diciendo, mirando de soslayo al Ministro-. Tanto desconfiar de Hale, tanto presionarme para que siguiera investigándole y lo mejor que se te ocurre hacer es beberte lo primero que te encuentras sin saber quién lo ha puesto ahí. Por culpa de ese error de imbécil he tenido que ver cómo te cagabas encima durante dos días.

-No te queda mucho para que se pueda decir lo mismo de ti, viejo -replica Victor, que no parece muy afectado por las palabras del espía.

-Y tú, al paso que vas, veremos si llegas a mi edad -contesta el hombre más veterano encogiéndose hombros. Se queda callado unos instantes y añade-: ¿Te encuentras bien? Cualquier médico en su sano juicio te habría atado a la cama al menos durante una semana más.

-Estoy perfectamente.

 

Lafayette observa el peculiar tira y afloja entre los dos hombres, claro reflejo de la estrecha relación que en realidad hay entre ellos. Por la expresión de su cara, que ha empalidecido visiblemente, demuestra que aunque sabía que el Ministro también había sido atacado, no estaba informado de la extensión de su padecimiento.

 

-No estaba al tanto de que hubiera sido tan grave…

-Oh, lo he pasado magníficamente bien muriéndome, pero gracias por el interés -replica Victor con una mueca. En cuanto termina de hablar, Luis carraspea antes de intervenir.

-Blaisdell... Yo también admito mi parte de culpa. Te fallé a ti y a todos como Rey. Yo… Lo lamento. Si llegas a morir… No se qué habría hecho sin tenerte a mi lado para aconsejarme.

-Gracias, Majestad… No hacía falta que os disculpárais, pero… Gracias. Estoy seguro de que al final os las arreglaríais perfectamente sin mí.

Por un momento, Victor observa al Rey y al fin continúa con sus preguntas.

 

-¿Hale ha dicho por qué lo hizo?

-Ni una palabra. Y sabes tan bien como yo que ese no es el verdadero John Hale -replica D’Eon chascando los labios-. El pobre desgraciado que respondía a ese nombre ya está muerto. Con la última tormenta ha aparecido una maleta en la playa de El Havre con su cuerpo dentro.

-¿Lo han identificado ya? -pregunta Luis.

-No, Majestad, según el informe del funcionario de Salud que firmó el acta del levantamiento, en la maleta no había nada que pudiera arrojar pista alguna. El cuerpo estaba desnudo y no quedaba mucha carne en el rostro que pudiera llamarse cara. Pero la cabellera rubia que describe en el informe es inconfundible. Nadie reclamará el cuerpo y el presupuesto no justifica que vayan más allá en sus pesquisas. Me temo que está condenado a descansar bajo una lápida sin nombre. Eso si no deciden incinerarlo y tirar lo que quede a la basura. Lo que resulte más barato.

-Siempre hay problemas con el presupuesto -comenta Victor alzando los ojos al techo con cara de disgusto-. No es la primera vez que nos corta alguna vía de investigación. Habría que hacer algo con eso y pronto… Lo sugeriré en la próxima reunión de Ministros, a ver qué se puede hacer...

 

Aunque parece que el Ministro no le ha dado la mayor importancia, la explicación de D’Eon se me ha clavado en el alma provocándome una profunda y desbordante tristeza. Parpadeo para despejar los ojos de lágrimas al pensar en la familia que han destrozado sólo por llegar hasta nosotros. Puede que la Reina, el Ministro o el sirviente se hayan salvado, pero a cambio han muerto un padre, una madre, un hijo… Una familia entera, con sus ilusiones, sus metas... eliminada sin más, de un plumazo. Trago saliva esperando a que la sensación de angustia pase y pueda sentirme lo suficientemente segura como para hablar.

 

-Yo… Está claro que Gabrielle y ese hombre tienen algún tipo de alianza. Blaisd… -comienzo a decir, pero inmediatamente me corrijo meneando la cabeza-. Victor me pidió que observara a Gabrielle y ciertamente su comportamiento ha sido muy errático… extraño cuanto menos. En cierta ocasión irrumpió en mi despacho con Hale cuando Victor y yo estábamos besándonos. Y aunque se disculpó, estoy segura de que lo hizo porque quería que Hale nos viera.

 

Lafayette fija en mí sus ojos azules llenos de sorpresa y comienza a hablar, pero Luis se le adelanta silenciándolo con un gesto y una expresión que no deja duda alguna sobre que no va a permitir ningún tipo de comentario al respecto, intentando mantener la frágil calma que ha logrado D’Eon.

 

-También se encargó de distraer al Marqués para que no estorbara sus planes -explica el Ministro pensativo, como si yo no acabara de confesar en relativo público que es mi amante-. La Duquesa era el topo y el oficial un espía. Por eso Hale nunca respondía a preguntas demasiado personales. Intenté presionarlo un poco más durante una partida de ajedrez, pero usó métodos poco convencionales para desviar mis preguntas.

-No quiero ser indiscreta pero… ¿“Métodos poco convencionales”? -pregunto extrañada.

-Es una larga historia que ahora mismo no aporta nada -contesta sin más explicaciones, barriendo la mesa con el canto de la mano. - ¿Habéis matado ya al perro?

-No, por ahora me lo quedo. Puede que me sea útil en el futuro -dice D’Eon tranquilamente.

-Es peligroso.

-Por favor, Blaisdell. ¿Cuanta gente crees que hay en Francia que vaya a decir precisamente esa palabra delante del perro? El maldicho bicho es un Caballo de Troya viviente y no voy a desperdiciarlo porque tú le hayas tomado manía.

A Victor obviamente la idea no le hace ninguna gracia.

 

-Está entrenado para matar a la Reina. Si ella llega a pronunciar la palabra clave le habría arrancado la cabeza, por no decir que casi se lleva por delante al hijo de mi cocinero. Ni siquiera sé cuándo voy a poder volver a mi residencia y comer tranquilo lo que su padre me ponga por delante.

-Cálmate. Estaba entrenado para matar a cualquiera que dijera su nombre -corrige D’Eon-. Que atacara al chico fue sólo mala suerte. O buena, según se mire… Nuestra inteligente palomita le salvó la vida y un brazo partido puede recuperarse.

El viejo capitán mira al hombre más joven, quien le responde ofendido, acompañando sus palabras con una mirada helada.

-Un brazo destrozado no es simplemente “un brazo partido”, con tus palabras das a entender que Adrien apenas lo ha pasado mal. Haz lo que quieras pero espero no volver a encontrarme a esa bestia jamás -hace una pausa y discretamente dirige los ojos al Rey-. Y a partir de ahora no volverá a entrar un perro de fuera a Versalles. Los que se necesiten se criarán aquí.

Estas última sentencia parece tener el efecto de un jarro de agua fría cayendo sobre Luis, que inmediatamente aprieta los labios y asiente, seguramente pensando en sus jornadas de caza.

 

-Llegados a este punto, creo que ya tenemos todos una idea bastante clara de lo que ha ocurrido -dice Lafayette.

-Oh, vamos General, haga un resumen ya y satisfaga nuestra curiosidad -replica Victor con impaciente mal humor.

-Cuando Sus Majestades me escribieron requiriendo mi vuelta a Francia, la Duquesa debió avisar a Jules o a la mente maestra que hay detrás de todo este complot. Sólo tenían que poner a un cuco en mi camino con una excusa lo suficientemente plausible como para introducirse en Versalles el tiempo suficiente. Hale era… es… Maldita sea, se comportó como un hombre encantador, congeniamos desde el momento en el que nos encontramos. No me puedo creer que haya sido tan vulnerable y no haya sospechado de él en ningún momento.

-No te tortures; ese hombre ya estaba preparado para encantarte, igual que la Duquesa -concede el Ministro-. Localizaron a un soldado en América al que pudieran buscar un motivo inmediato para viajar a Francia...

-Matando a su familia para que le concedieran un permiso para viajar… -añade Luis con pesar.

-Efectivamente… Y en el último momento también le asesinaron a él. Le sustituyeron por un espía que se le pareciera lo suficiente como para no levantar sospechas si necesitaba moverse por París. El muy cabrón incluso llegó a poner en orden la herencia, yo mismo le ayudé con el papeleo.

 

-¿Y nadie se dio cuenta? -pregunto a D’Eon.

El espía menea la cabeza.

-Nadie. Aquí no tenía más familia que a sus padres. Sólo quedaban los vecinos y clientes habituales que le habían visto alguna vez por la tienda siendo un mocoso. Se marchó muy joven para alistarse y a esa edad es normal que a la vuelta se espere un cambio físico. En la casa sólo había un retrato suyo de cuando era niño y cualquiera que no fuera de su sangre habría jurado sobre la Biblia que se trataba de la misma persona.

-Y no os olvidéis del perro -añade Lafayette-. Ya lo tenían preparado, aunque desconocemos si lo enviaron desde América o lo entrenaron aquí. Me inclino por lo primero ya que obedecía a órdenes en inglés y, por lo que hemos hablado antes, Hale… el espía, se esforzó por fingir que no estaba al tanto.

-Elaboraron el plan a toda prisa -comento-, pero supieron sacar provecho a lo que tenían. Quien sea el responsable de toda esta maquinación se la jugó a cara o cruz y casi le sale bien.

-No sólo eso, sino que también confiaron en la buena voluntad de Sus Majestades y eso implica que conocían vuestro carácter -recalca D’Eon-. Y si hilamos fino sólo se me ocurre un culpable: El Duque de Orleans.

 

El Rey asiente y un débil rastro de melancolía pasa fugazmente por sus ojos.

-Parece que Luis Felipe, mi primo, no ha olvidado nuestros “desacuerdos” y sigue empeñado en aspirar al trono. Él mismo se exilió al Nuevo Mundo y ha urdido el plan desde la seguridad de la distancia. Nos conoce a todos y sabe cuáles son nuestras debilidades... Pero no podemos acusarle directamente. Tenemos a sus peones, pero contra él sólo hay suposiciones. Y aunque éstos confesaran tampoco podríamos hacer nada sin causar un conflicto mayor.

-Oh, pero sí que podemos hacer algo -comenta D’Eon echándose hacia atrás en la silla y cruzando las manos sobre el vientre-. Por lo pronto podemos ir a ver a los pajarracos que tenemos ahí abajo encerrados.

-Esta noche… -dice Victor.

-Yo también iré.

 

Todos los presentes se vuelven a mirarme. Al verle las caras siento un repentino vacío en el estómago y tengo que admitir que no les faltaría razón para negarse. Pero me recuerdo que soy la Reina y mi autoridad, exceptuando a Luis, pesa sobre la de todos ellos. Me duele pensar en imponerme como Monarca sobre Victor pero...

-Ella es… -comienzo a decir. Y mi voz suena tan falta de seguridad como la de una niña asustada. Por un instante me avergüenzo de mí misma y me recuerdo que voy a hablar para exigir, no para convencer-. Ella era mi mejor amiga.

No se me ocurren más explicaciones, pero contra todo pronóstico la respuesta que recibo me sorprende.

 

-Muy bien -asiente Victor -, siempre y cuando Su Majestad el Rey esté de acuerdo.

-Lo estoy. La Reina tiene motivos muy personales para ir, así que acudirá en representación mía. No veo necesario que vayamos los dos.

-Yo no iré -dice Lafayette-. Sea lo que sea lo que pase ahí esta noche es mejor que yo no esté presente. Además, tampoco veo la necesidad de tener que volver a verles las caras a ninguno de los dos -se obliga a decir con evidente esfuerzo-, sobre todo a ella.

-Vamos, General, ni que te hubieras enamorado de esa “Milady” -comenta D’Eon con sorna.

Es evidente que el espía no habla en serio, pero cuando Lafayette se le queda mirando con cara de poco amigos, se da cuenta de que ha puesto el dedo en la yaga y no puede evitar hacer una mueca.

-Vaya.

-Digamos que esa mujer me ha herido de una forma demasiado profunda. No quiero volver a verla.

-Bien, entonces, todo aclarado.

 

D’Eon abre la puerta del despacho y una ráfaga de aire fresco nos da la bienvenida. Mientras nuestra seria comitiva va saliendo a la galería vuelvo a pensar en lo que nos espera esta noche sin poder evitar un dolor sordo en el corazón. Una vez en el exterior, el primero en despedirse es el Rey. Luis toma mis manos y se agacha para besarme con cariño en la mejilla. Después se aleja unos cuantos metros y finge contemplar uno de los cuadros que adornan las paredes y que seguramente ya está más que harto de ver. Victor, menos inclinado a exhibir sus emociones en público, simplemente se acerca a mí más de lo que el decoro permitiría a un Ministro y me mira directamente a los ojos con una sonrisa cómplice que le devuelvo de inmediato. Tras unos segundos inclina ligeramente la cabeza, se lleva las manos a la espalda y se marcha junto el Rey. Ver cómo los dos se alejan conversando por el pasillo despierta en mí una calidez que se extiende a cada rincón de mi cuerpo.

 

-Su Majestad… -llega desde mi espalda la voz de Lafayette.

-¿Uhmmmm? -murmuro sin mirar atrás.

-¿Su Majestad… estáis segura de este hombre? Con todo lo que se cuenta de él…

-Y probablemente sea cierto -digo dándome al fin la vuelta para enfrentarme a la mirada consternada del Marqués-. Pero él es mucho más que eso. Si lo conocieras como yo, lo sabrías.

-Disculpad lo que voy a decir, pero creo que a Su Majestad le nubla el amor. Y no quiero que os pase lo que a mí co n la Duquesa de Polignac: que os rompan el corazón . Por favor, os ruego que lo tengáis en cuenta.

-Concédele el beneficio de la duda, Lafayette -interviene D’Eon, que hasta ahora había permanecido callado consiguiendo de algún modo que nos olvidáramos de su presencia-. A la muerte de su padre me hice cargo de él y te aseguro que le conozco bien. Puede que no vaya haciendo amigos allá por donde va y que sus métodos sean algo peculiares, pero no es ningún monstruo.

-¿Te hiciste cargo de él? ¿No vive aún su madre? -pregunta el General.

-Ella estaba tan ocupada celebrando el luto con el cocinero que no tenía tiempo para sus hijos. Ni siquiera se molestó en ponerle nombre a la mayor, mademoiselle , hasta que la bautizó el día antes de que la casaran a toda prisa - explica trazando sobre su estómago la curva de un barriga de embarazada-. Si Blaisdell tiene cierta deferencia por Adrien es porque hay pruebas suficientes como para considerarlo su sobrino: oficialmente su hermana dio a luz a un niño muerto y al cocinero le apareció un hijo tan pelirrojo como él. Si algún día te habla de sus padres, créete todo lo que te diga y sospecha aún más.

El Marqués mira con expresión de horror al viejo capitán pero aún no parece del todo convencido.

-Veremos lo que pasa en el futuro.

D’Eon se ríe estruendosamente sujetándose el vientre con ambas manos. Y cuando su ataque de risa pasa al fin, se seca los ojos con los dedos, suspirando teatralmente, y mira al Marques absolutamente divertido.

- ¡ No seas pájaro de mal agüero, Lafayette! Él es familia, igual que tú.

-Efectivamente… -me sorprendo utilizando la coletilla tan típica de Victor-. A estas alturas ya somos todos familia.

El Marqués relaja sus facciones y, por primera vez desde que le he visto hoy, sus ojos reflejan una chispa de alegría. Cuando sonríe, parece más joven.

-Somos familia -repite complacido.

-Así es.

 

Chapter 21: 355

Chapter Text

355 fue el nombre clave de un agente que formó parte del círculo de espionaje Anillo Culper y que actuó durante la Revolución Americana, aunque jamás llegó a conocerse su verdadera identidad. El número 355, según el sistema de cifrado que usaba el Anillo Culper, se decodificaba como “Dama”, indicando que pertenecía a cierta categoría social. En aquel tiempo los espías descubiertos eran ejecutados sin piedad.

                                                        

Parte de la carta de Abraham Woodhull, uno de los líderes del Anillo Culper, en la que menciona a 355 (1779)

https://www.loc.gov/collections/george-washington-papers/about-this-collection/

 

Con la ayuda de una dama que conozco podré burlarlos a todos”

Abraham Woodhull (1750-1826)

 

 

Durante la reunión dije totalmente convencida que iría al interrogatorio pero, cuando llega la noche, la perspectiva de verme enfrentada a la que un día fue mi mejor amiga ya no me parece tan buena idea. Aún así, algo me dice que esta será la última vez que la vea frente a frente y mi corazón me pide que haga el esfuerzo de estar ahí. Al salir de mis habitaciones veo que Victor aparece por el pasillo casi al mismo tiempo que cierro la puerta. Esta noche vuelve a lucir su habitual peluca gris, dando una impresión de mayor solemnidad a lo que estamos a punto de hacer.

Salimos de palacio y en la entrada encontramos un carruaje preparado de antemano para nosotros. Victor trepa con agilidad al pescante, desde donde me observa hasta que subo a la cabina. En cuanto cierro la portezuela oigo cómo chasquea las riendas sobre los caballos y nos ponemos en marcha rumbo al Trianon. La luna nueva está de nuestra parte y hace que la noche sea más oscura que de costumbre, pero aun así avanzamos lentamente procurando hacer el mínimo ruido posible. Durante el trayecto me doy cuenta de que se trata, si no del mismo carruaje, de uno idéntico al que nos sacó de aquella pelea en la taberna de París y casi tengo que reprimir el impulso de comprobar si hay un compartimento secreto bajo el asiento. Cuando llegamos a cierta distancia del Trianon, abandonamos el carruaje y apretamos el paso hasta encontrar a D’Eon, que nos espera unos metros por delante con una linterna cuyo tenue círculo de luz anaranjada apenas alumbra el camino.

-Ya era hora Blaisdell… -comienza a quejarse. Pero en cuanto ve la preocupación que hay en mi cara su flaco rostro se suaviza-. ¿Estás segura de que quieres hacer esto, palomita?

Asiento intentando parecer convincente, aunque en realidad me gustaría estar a mil kilómetros de aquí.

-Estupendo... Hace ya un buen rato que despedí a los camaradas que estaban ayudándome a vigilar a los pajaritos que tenemos enjaulados aquí abajo. Pero aún así parece que la fiesta va estar más concurrida de lo que pensaba. ¿Conocéis a mi amigo? -dice haciendo un gesto a sus espaldas con la lámpara.

Sobre un banco del jardín se adivina un silueta derrumbada que, conforme nos aproximamos, va tomando la forma de Lafayette.

-Buenas noches Su Majestad, buenas noches caballeros.

-Buenas noches Romeo -responde el espía guiñando un ojo.

-¿Se puede saber qué diablos haces aquí? -dice el Ministro comenzando a acercarse hasta que se detiene en el acto poniendo cara de disgusto-. Estás borracho.

-He cambiado de opinión y quisiera... despedirme. Y Monsieur Blaisdell, me temo que no estoy ni de lejos tan borracho como me habría gustado o de lo contrario no estaría aquí.

El General se levanta y parece tambalearse por unos instantes. Y aunque D’Eon se apresura a dejar la linterna sobre el banco para sostenerle del brazo, éste le detiene con un gesto e inmediatamente vuelve a sentarse frotándose la cara con la mano.

-Gracias pero… se me pasará. Sólo necesito estar un rato aquí fuera para recuperar el dominio de mí mismo. Me despediré de ella cuando acabéis de… Cuando acabéis de interrogarla.

-Bien... -responde Victor lacónico llevándose los brazos a la espalda-. Supongo que sabes lo que haces.

D’Eon echa un último vistazo al General, recoge la linterna y comienza a alejarse haciendo un gesto con el brazo para que nos apresuremos. Estoy a punto de seguirle cuando me frena la voz del Marqués, que habla en tono bajo y tenso, como si se avergonzara de lo que está diciendo.

-Majestad… Supongo que al final soy simplemente un hombre que no es inmune a la atracción. Lo siento.

-No te culpo, Gilbert.

-Gracias.

Nada más responder puedo ver que, aunque su rostro se ve muy cansado, la tensión de sus hombros parece relajarse un poco. Le dedico unos segundos hasta que me aseguro de que va a estar bien sin nosotros y al fin me giro para alcanzar a mis dos acompañantes.

-Debo reconocer que estoy sorprendido -comenta Victor en cuanto llego a su lado-; el General es más astuto de lo que me imaginaba.

-¿Astuto? Es evidente que lo está pasando mal…

-No, palomita… -interrumpe D’Eon, pero al ver mi cara inmediatamente se corrige-. Quiero decir sí, pero ¿no te has fijado en su expresión cuando te miraba? ¿Por qué crees que ha venido aquí esta noche?

Observo con curiosidad a D’Eon sin entender nada.

- La verdadera intención detrás de todo ese despliegue de melodrama es asegurarse de que la Duquesa sale viva de aquí -aclara el espía.

-¡Jesús!, ¡Espero que no estuvierais pensando en matarla!

-Supongo que ahora es bastante improbable, desde luego -comenta Victor poniendo los ojos en blanco.

-¿Estás intentando decirme que si no llega a aparecer lo habríais hecho? -pregunto estupefacta.

-Admito que ganas no me faltan, pero ella no es Hale y le protegen su posición y tus nuevas leyes. En su caso le irá bastante bien con que coopere conmigo y con mis… procedimientos. De todos modos sabes de sobra que la decisión última sobre su castigo os corresponde al Rey o a ti.

Al ver que le miro con escepticismo, sonríe de medio lado y alza las manos intentando aplacarme.

-Te estoy diciendo la verdad: por nuestra parte no hacía ninguna falta que viniera. Puede que no sea precisamente de nosotros de quien desconfíe el Marqués.

-Palomita… -interviene D’Eon- Acuérdate de la sentencia de Jeanne de la Motte. Puede que la ejecutara yo… Pero la orden vino de ti. Hace tiempo que a sus ojos dejaste de ser una cría y ahora te ve como a una soberana que puede llegar a ser vengativa.

Y antes de que pueda responder el espía ya se ha puesto en movimiento, riendo por lo bajo. De pronto recuerdo algo que el Ministro ha mencionado.

-Victor; antes has dicho que a Gabrielle le protege su posición. ¿Pero y a Hale? Ni siquiera sabemos quién es realmente.

-¿Hale? -responde D’Eon por él, volviendo la cabeza hacia atrás-. Es un espía.

-¿Y ya está?

-Palomita; las leyes por las que se rige el espionaje son un tanto especiales y no suelen conocer la piedad ni el perdón. Pero no hablemos ahora de esto; cada cosa a su tiempo. Continuemos.

Seguimos andando en silencio hacia el lado derecho del Trianon, que se recorta bajo el cielo de la noche. Al fin nos detenemos ante un seto lo suficientemente grande como para ocultar la entrada secreta que tan pocos conocemos. D’Eon aparta una brazada de ramas y revela una puerta de madera que, al abrirla, deja ver una oscuridad tan profunda como el cielo sobre nuestras cabezas. Levanta el farol y su luz permite ver el comienzo de unos peldaños de mármol que descienden por entre paredes de piedra sin pulir hasta perderse en la oscuridad.

-Será mejor que bajemos ya -dice-. Dios sabe si ya hemos llamado bastante la atención.

Doy un paso hacia delante pero antes de poner el pie en el primer escalón bajo la vista hacia la oscuridad y me quedo inmóvil durante un momento. Parece la entrada a un panteón. A pesar de lo que Lafayette pueda pensar, la reina fría y vengativa no está aquí. Por primera vez desde hace días pienso en Gabrielle y me pregunto si el vacío que ha dejado en mi corazón la pérdida de su amistad conseguirá desaparecer algún día. Las baldosas empiezan a desdibujarse ante mis ojos, pero antes de que derrame una lágrima la mano de Victor me sujeta por el codo y me aparta unos pasos de la entrada. Cuando me atrae hacia él, automáticamente entierro la cara en su pecho dejando escapar un suspiro amortiguado por la tela de su camisa.

-No tienes por qué forzarte a venir. Puedes volver con Lafayette hasta que terminemos.

Niego con la cabeza y cuando al fin levanto la vista me besa con una suavidad inusual, haciendo que, a pesar de todo, me estremezca. Cuando separa sus labios de los míos, tomo aire un par de veces y me paso los dedos por los ojos. Victor me ofrece el brazo y pronto nos encontramos bajando lentamente por los peldaños detrás de D’Eon, que sin esforzarse demasiado en ser discreto refunfuña algunas palabras sobre locos enamorados y la pérdida de tiempo que le suponen.

La habitación a la que conduce el pasadizo es pequeña y está sumida en la penumbra. Aunque es sorprendentemente fresca tiene el ambiente cargado de la prisión que realmente es e inmediatamente me cubro la nariz y la boca con la mano al respirar la primera bocanada del aire lleno de hedor que hay allí.

-Buenas noches, Duquesa, “Oficial”… -saluda D’Eon- ¿Qué tal si empezamos arrojando un poco de luz sobre todo este asunto?

El hombre al que conocemos como Hale está maniatado y amordazado en el suelo, apoyado en la pared junto a la puerta, y en cuanto ve entrar a Victor sus ojos azules y de largas pestañas se abren con asombro. Desde el otro extremo de la habitación, sobre un estrecho catre, alguien emite un jadeo ahogado y adivino que se trata de Gabrielle. Victor se acerca a una repisa de la pared, toma una caja de yescas y tras un chisporroteo enciende una vela cuyo pábilo va acercando a cada una de las lámparas que hay repartidas por la estancia, inundándola con una luz amarillenta y desgastada.

D’Eon se dirige hacia la Duquesa y le dedica una pequeña reverencia de cortesía. En cuanto ve que se acerca, Gabrielle se debate furiosamente dejando escapar gritos ahogados, pateando las sucias sábanas sobre las que está tumbada. El espía se inclina y la sujeta con fuerza por la nuca en un patético remedo del gesto de un amante. Cuando al fin se queda quieta, con los ojos llenos de terror y respirando furiosamente por la nariz, él consigue bajarle la mordaza de un brusco tirón. D’Eon menea la cabeza pasando la vista por las sábanas repletas de manchas marrones que se arremolinan a sus pies. Aunque finge no ver nada malo en ellas, en sus ojos se aprecia claramente la repugnancia, acentuada por la luz mortecina, que destaca de forma dramática las arrugas que hay alrededor de sus ojos.

-Una mujer como tú no debería acabar en su sitio así. Pero, si colaboras, aún podemos ayudarte. Nada será como antes desde luego, no volverás a poner un pie en Versalles… ni en tu propia residencia -comenta apagando la llama de esperanza que se había encendido en los ojos de la Duquesa-. Pero podrías acabar en algún sitio tranquilo en el que pasar el resto de tus días. De ti depende.

-No hablaré -contesta ella mirándome por encima del hombro de su interrogador.

-Duquesa… Gabrielle; repito que podemos ayudarte. Tu marido estaba protegido por… alguien que se encuentra en otro país, pero tú sólo te tienes a ti misma.

-¿Estaba? -pregunta ella con un graznido.

D’Eon no dice nada, pero a ella le basta con echar un vistazo a la ahora fría mirada de su interrogador para comprender. De pronto parece haber dejado de tener miedo y cuando el hombre que está ante ella se dispone a hablar, le interrumpe.

-No necesito saber más -dice con una voz que suena tan hueca como probablemente se siente por dentro.

-Sabemos que nada de lo que ha pasado ha sido idea tuya...

-Repito que no hablaré.

-Bien -contesta D’Eon pacientemente, volviendo a subir la mordaza antes de incorporarse.

Se dirige a Hale para repetir la operación y en cuanto el rubio oficial se ve libre de la tela que le cubría la boca, escupe a los pies de Victor una espesa saliva blanquecina y toma aire en varias bocanadas profundas. Finalmente sonríe con malicia dirigiéndose al Ministro.

-Así que estás vivo.

- Vaya Hale, veo que no se te escapa nada. ¿Qué tal lo estás pasando aquí abajo?

-Supongo que no me puedo quejar. ¿A qué se debe esta visita? ¿Tan cansado estás de inclinarte delante de tu Rey que vienes a por un poco más de mi atención? -pregunta mirándome directamente y lanzando una carcajada al ver mi cara de confusión. Victor por su parte le contempla con el rostro imperturbable.

-¿Qué necesidad tenías de envenenarme? ¿Todo porque te rechacé?

Hale vuelve a reír y le dedica una mirada lasciva que se detiene en su entrepierna, desviando la vista lo suficiente como para asegurarse de que no me estoy perdiendo detalle. Está claro que ésta es la verdadera cara del monstruo que se ha estado ocultando todo este tiempo bajo la amable máscara de Hale.

-No te tengas en tan alta estima Blaisdell, iba a matarte de todas formas por ser la mano derecha del Rey. ¿Pero quién puede culpar a un hombre de querer saborear los placeres que la vida pone de vez en cuando en su camino?

-Vaya, qué halagador -replica Victor-. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

El rubio espía se conduce con incomprensible soberbia y ni siquiera parece estar preocupado. Se limita a encogerse de hombros con aire aburrido y esquiva la pregunta.

-Parece que como no puedes ser el perro del Rey, te conformas con serlo de la Reina. Por lo que he podido experimentar, es muy afortunada teniendo tu polla a su servicio. Mis felicitaciones -añade dirigiéndome una inclinación de cabeza cargada de burla.

Estoy estupefacta.

-¿Os habéis…? ¿Os habéis acostado?

-Oh… No hemos llegado a joder, si Su Majestad se refiere a eso. Pero ha estado cerca. ¿No es cierto, “Victor”, querido?

El Ministro hace un movimiento brusco hacia Hale, pero D’Eon le detiene poniéndole la palma de la mano sobre el pecho.

-Hasta un excremento de perro vale más que tú -ríe el hombre maniatado, claramente complacido con la reacción de Victor.

-¡Joder Hale! -sisea el espadachín- ¿Tan intolerable se te hace la vida que tienes que provocarle con cada puta frase? Otros como tú han pasado por aquí, pero ninguno con la boca tan grande para todo menos para confesar. ¡Colabora o acabarás muerto, idiota!

-No me apetece, gracias.

-¿Es que no has captado la idea de que no estás en situación de correr riesgos? ¿Qué diablos te hace estar tan seguro?

-Precisamente porque ahora me protegen las leyes que ha instaurado el pelele de vuestro monarca. Obedecéis a un gobernante sin ambiciones que a todas luces no merece el trono en el que se sienta.

Victor permanece impávido, como si todo este tiempo hubiera estado esperando a que Hale dijera eso.

-No sé qué te habrán prometido, pero mi vida se basa en mi lealtad a la Corona, así que mientras Luis XVI siga siendo el gobernante de Francia, le serviré hasta donde alcancen mis capacidades.

-Leal hasta el fin -replica Hale con desprecio.

-Mira en qué posición te ha dejado a ti servir a Luis Felipe de Orleans.

-No sé de qué me hablas. Ni siquiera soy ciudadano francés, así que no podéis retenerme aquí. Dejad esta pantomima estúpida y enviadme ya de vuelta al Nuevo Mundo para que me juzguen como corresponde.

-Bueno, Hale… Supongamos que fuéramos tan ingenuos como para deportarte confiando en que de verdad fueran a juzgarte. ¿Cuál es el castigo para los espías en el ejército americano? Ah, espera… lo tengo en la punta de la lengua -dice D’Eon llevándose un dedo a la barbilla.

-La muerte -dice Victor con una mirada penetrante, de nuevo tan seguro como si todo fuera acorde a sus planes.

-Ah, sí, tonto de mí. Ha pasado tanto tiempo que ya ni me acordaba…

Sobre el rostro de Hale se dibuja una mezcla de inquietud y asombro, haciendo que desaparezca en el acto el aire burlón que había mantenido desde el momento en que nos vio bajar. Si no fuera por la gravedad de la situación, el cambio de expresión instantáneo habría sido incluso cómico.

-¿Quién eres, viejo?

-Y esto es lo que pasa con los mocosos que vais dándoosla de grandes espías; que luego no sabéis una mierda y lo perdéis todo con los tecnicismos. Aunque supongo que hasta un cretino como tú habrá oído hablar de 355.

El hombre que está en el suelo deja escapar una carcajada temblorosa sin apartar los ojos de su interlocutor.

-¿La Dama? ¿Tú eres 355? Eso es imposible. Dicen que murió hará más de diez años…

-Sí, bueno, eso dicen -responde D’Eon distraídamente mientras busca debajo de su falda hasta sacar una pistola que acaricia con satisfacción.

Hale, empalidece nada más ver el arma.

-Espera… Hablo en serio… Tenéis que deportarme a Estados Unidos...

-Bien, espía-sin-nombre-que-dice-ser-John-Hale… -dice D’Eon en una parodia de solemnidad-. Doy por sentado que estás trabajando para Luis Felipe II, Duque de Orleans, en contra de los intereses de Francia.

Hale lucha por erguirse, pero sólo consigue volver a caer e intenta arrastrarse hacia la esquina más alejada haciendo palanca con los talones.

-En vista de tu doble atentado contra las vidas de Su Majestad la Reina María Antonieta de Francia y el Ministro de Interior, Monsieur Victor Renaud Blaisdell... Yo, como 355 y de igual a igual, te condeno al castigo que es justo. Eres una ofensa para el mundo.

Contemplo la escena con inquietud, sin atreverme a intervenir ya que algo me dice que como reina no tengo ninguna autoridad sobre lo que está a punto de ocurrir. Intento no dejarme llevar por el pánico convenciéndome de que todo se trata de algún tipo de actuación para obligar a Hale a confesar. Mientras oigo cómo se amartilla el arma, Victor rodea mis hombros con el brazo y me atrae hacia él.

-Mírame a mí -dice en voz baja clavando sus ojos en los míos.

Y eso hago, aunque todavía puedo escuchar perfectamente a los dos espías.

-¡Espera! ¡Me llamo…!

-Ya no me interesa.

Por el rabillo del ojo puedo ver las chispas de fuego cuando la pistola detona con un estruendo ensordecedor que se magnifica dentro de la pequeña habitación.

Chapter 22: TE ODIO / TE QUIERO

Chapter Text

I pray that you'll forgive all this deception
This masquerade
Deception
It's time to put an end to this deception
But I'm afraid
When the whole thing is at an end
And you learn that it's just pretend
You'll cry: "deception"

Barry Harman ( 1952 )

 

 

Por un segundo no puedo oír ni ver nada. Sólo percibo el olor picante de la pólvora en la nariz mientras que el sonido del disparo aún resuena en mi cabeza. Cuando al fin me atrevo a abrir los ojos lo primero que veo es la cara de Victor, que me mira intensamente con las anchas cejas fruncidas mientras sigue estrechándome contra él. Sus labios forman una pregunta silenciosa y rápidamente asiento para hacerle saber que estoy bien. Miro hacia D’Eon, que en ese preciso momento baja la mano que sostiene la pistola y vuelve el rostro impasible hacia nosotros, haciéndonos un gesto interrogante con la cabeza. Casi doy un respingo al oír la voz profunda y grave de Victor al contestar.

-Está bien.

 

D’Eon asiente y se gira hacia Gabrielle, que sigue atada e indefensa al otro lado de la habitación. Cuando dirijo la vista hacia ella sólo alcanzo a ver un bulto inerte tumbado sobre el catre. La cruel carcajada que deja escapar el espía cuando también se da cuenta de que se ha desmayado me alcanza en pleno corazón provocándome un escalofrío.

 

-En cuanto la Bella Durmiente despierte va a cantar como un canario...

-¡No te burles! -le interrumpo alzando la voz, sintiéndome súbitamente enfadada-. ¿Cómo puedes reírte de ella en un momento así? ¡Por el amor de Dios, D’Eon, acabas de asesinar a un hombre a sangre fría y ya estás haciendo chistes!

El espía me mira de reojo y lanza unas rápidas palabras en voz tan baja que no logro descrifrarlas. El brazo de Victor se tensa inmediatamente sobre mis hombros y por su mirada de ira es evidente que él sí le ha entendido.

-¡Maldita sea, sólo está nerviosa!

No sé qué ha dicho D’Eon, pero el Ministro está claramente enfadado.

 

-María -dice Victor apartándome ligeramente para poder mirarme-. Te aseguro que a Hale no le remordía la conciencia cuando estaba envenenando mi té. Además -continúa con cansada paciencia-, el único modo de deportarlo de forma segura era por medio de Lafayette. Y el General puede hacerte una fiel descripción de cómo acaban los espías que atrapa el ejército americano.

-Colgados -afirma D’Eon con seriedad deslizando la pistola bajo su ropa-. Hasta podría decirse que le hemos hecho un favor. Esto ha sido más rápido.

-Tenéis razón, tenéis razón… -concedo pasándome los dedos por el puente de la nariz-. Pero era tan carismático que a pesar de lo que hizo no me inspiraba verdadero rencor…

El espadachín mira al techo y suelta el aire por la nariz ruidosamente.

-Ah, esa piedad que no conduce a nada… En fin… Echemos un último vistazo.

 

Se aproxima al cuerpo de Hale y se acuclilla a su lado recogiéndose la falda entre las piernas, dejando a la vista sus delgadas pantorrillas. El americano ni siquiera consiguió arrastrarse lo suficiente como para llegar a la pared que tenía detrás, de modo que su cuerpo yace tumbado en el suelo de piedra sobre un charco de sangre que va haciéndose cada vez más grande. A pesar de tener el uniforme cubierto de su propia suciedad de cintura para abajo, el comandante tiene una apariencia extrañamente hermosa. Alrededor de su cabeza se esparce como un halo la rubia y ondulada cabellera, que va tornándose roja por las puntas conforme se empapa en la sangre. La expresión de su cara es la de un hombre de facciones perfectas y larguísimas pestañas que descansa plácidamente. Toda la tensión de su cuerpo se ha desvanecido arrastrada por la muerte y sus manos atadas reposan blandamente unidas sobre el pecho, como si se hubiera dormido rezando.

 

-Parece un mártir… O un Cristo… -digo conmovida.

-Más bien el Ángel Caído -replica el viejo espía alargando el brazo para levantarle las manos, revelando el agujero en el pecho que éstas han tapado al caer-. Está más tieso que la picha del Rey Sol.

-No volváis a repetir esto conmigo delante -digo tragando saliva-. La próxima vez que me empeñe en participar en algo así, recordadme este día... O echadme algo para dormir en la bebida.

-Bueno, esperemos que esto no se repita -contesta D’Eon levantándose y frotándose las manos en un pañuelo que después tira junto al cuerpo.

 

Los tres guardamos silencio durante un rato contemplando el cadáver, hasta que Victor acaba volviéndose hacia mí, mirándome con seriedad.

-Voy a acompañarte hasta donde está Lafayette y después volveré para ocuparme de la Duquesa -comenta en voz baja-. Creo que ya has visto suficiente por esta noche.

-No -meneo la cabeza apartando al fin la vista del cuerpo-. No he llegado tan lejos para marcharme ahora, así que voy a quedarme aquí tanto si te gusta como si no. Y después, cuando volvamos a palacio, nos tomaremos una copa de algo bien fuerte y hablaremos sobre tu encantador encuentro con Hale.

Victor me mira apretando los labios y durante unos segundos puedo ver el terrible esfuerzo que está haciendo por contenerse y no contestar. Al fin su expresión condescendiente de siempre cubre sus rasgos como una máscara y se lleva una mano al pecho, inclinándose burlón ante mí como tanta veces ha hecho ya.

-Será un honor interrogar a la Duquesa después de Su Majestad.

-La única cuestión -añade D’Eon, que había estado observándonos inusualmente callado-, es si haréis las preguntas correctas.

 

El espía saca un pequeño taburete de madera de debajo del catre de Gabrielle y me lo ofrece para que me siente. Lo acerco junto a ella y durante varios minutos me limito a examinar su rostro demacrado; la Duquesa, aunque respira plácidamente, está muy pálida y tiene la frente perlada de sudor. Recuerdo cuando nos conocimos, lo humilde y frágil que me había parecido entonces, totalmente fuera de lugar entre el resto de nobles del palacio. Los recuerdos se agolpan unos sobre otros; ella fue mi luz en los días de mayor oscuridad y me había ayudado a superar todas mis pérdidas… De pronto la emoción es tan profunda que siento cómo un puño me atenaza el corazón. Intento mirarla de nuevo y de mala gana trato de pensar en ella como en una arpía que ha usado su cara de ángel para engañarme. Pero es tan difícil...

Me inclino para sacudirla suavemente por los hombros, pero en cuanto la toco da un respingo y sus ojos se abren aterrados. Frunzo el ceño mientras le retiro la sucia tela de la boca y me pregunto cuánto tiempo llevará fingiendo estar desmayada.

 

-Así que tú también has venido a divertirte -dice con la voz enronquecida en cuanto se ve libre de la mordaza-. No quieres perderte el espectáculo de ver morir a la infeliz de la Duquesa.

-Sólo queremos hacerte unas preguntas, Gabrielle, por favor.

-Pero no olvides lo que te supondrá una respuesta equivocada -recalca la voz de Victor a mi espalda.

 

La que un día fue mi mejor amiga vuelve su mirada hacia el Ministro, observándole con aborrecimiento mientras que las manos le tiemblan sin control sobre el regazo, ya sea por la rabia o el miedo.

-Sabes que confesar también supondrá la muerte de mis hijos ¿verdad? Sólo diré que yo no he planeado absolutamente nada. Y ahora, haced lo que queráis conmigo, pero no hablaré.

-Gabrielle, tus hijos están bien. D’Eon los ha puesto bajo vigilancia en el convento de Béthune.

Una oleada de emoción pasa por su cara.

-Júramelo… Júramelo por los hijos que te quedan con vida.

Mi rostro debe revelar el daño que me han hecho esas palabras inesperadas porque inmediatamente la mano de Victor se posa sobre mi hombro. No sé con qué cara debe haber mirado a Gabrielle, porque ella de pronto empalidece abriendo los ojos con horror y retrocede empujándose hacia atrás sobre el estrecho catre como si fuera una bestia acorralada contra la pared.

-Desatadla -ordeno-. Es una crueldad innecesaria tenerla así.

 

Noto cómo la mano de Victor se tensa antes de abandonar mi hombro para acercarse a Gabrielle. Ella, aunque visiblemente horrorizada por la súbita proximidad del que considera su enemigo, alza las manos para facilitar que la desaten y desvía la cara sobre su hombro. Cuando sus muñecas están libres de las cuerdas, las marcas rojas y en carne viva que han dejado sobre la delicada piel quedan dolorosamente visibles.

 

-Muchas gracias -contesta sin mirarme.

-Como bien has recordado, yo también soy madre -continúo controlando la voz-, así que entiendo hasta dónde se puede llegar por los hijos. ¿Te amenazaron con hacerles algo si no colaborabas?

-Sí, Jules -contesta lacónica frotándose las marcas de las muñecas.

 

Con mucha lentitud, alargo una mano y la pongo sobre las suyas y ésta vez no intenta apartarse, así que vuelvo a preguntarle intentando que mi voz suene lo más serena posible.

-¿Qué te dijo que les haría?

-No le hizo falta decir mucho - responde en voz muy baja-. Los puso en fila en el jardín y les disparó.

-¡Dios mío, Gabrielle! ¿Les hizo algo?

-No, no… Jules es… Era un buen tirador. Al principio apuntaba por encima de ellos, pero cada vez que me negaba a obedecerle iba acercándose un poco más a sus cabezas. Y… Los niños gritaban, estaban aterrados. No puedo dejar de oír el sonido de los disparos y sus gritos desesperados cada vez que cierro los ojos.

-Por eso tenías tanto miedo a los truenos… Y por eso te has desmayado ahora… -afirmo con tristeza, entendiendo al fin su exagerada reacción ante la tormenta.

La Duquesa asiente y una lágrima se desliza por su cara hasta que cae caliente sobre mi mano. La cabeza me da vueltas al empezar a comprender por todo lo que ha debido pasar mientras representaba su papel.

 

-¿Desde cuándo?

-¿Cómo? -pregunta parpadeando.

-¿Desde cuando ha sido así?

-Oh… Prácticamente desde el principio. Puede que sea la Duquesa de Polignac gracias a ti, pero ese título no me ha traído nada bueno. Te aseguro que era mucho más feliz siendo marquesa en mi residencia, bien lejos de Versalles y de la podrida nobleza que te rodea.

 

Gabrielle deja de hablar y mira nerviosa hacia el otro lado de la habitación… Bajo mi mano noto cómo empieza a temblar otra vez.

-Ese hombre está…

-Sí. Está muerto.

-Gracias a Dios -murmura apretando los párpados .

-Respóndeme Gabrielle. Necesito saberlo: ¿Ha habido algo de verdad en nuestra amistad?

-Yo… -comienza a decir, pero al fin me mira fijamente y menea la cabeza-. Supongo que te debo una respuesta sincera, ¿verdad? María, te… Te odio. Lo siento, yo... Pero a la vez te quiero. No tiene sentido ¿verdad?… Que Dios me ayude porque creo que hace mucho que me volví loca -confiesa dejando escapar una carcajada perpleja a la vez que llora, como si la confesión le hubiera pillado a ella misma por sorpresa y le pareciera de lo mas hilarante-. Lo siento, ni yo lo comprendo... Soy un desperdicio como persona.

-No -digo sin saber exactamente qué estoy negando-. Cuéntamelo todo, ayúdanos a entender por qué has hecho… lo que has hecho.

 

-Por pura curiosidad -dice Victor en un tono bastante seco-. ¿Sabéis que no tenemos toda la noche, verdad? La Duquesa debe hablar ya o tendremos que irnos y se quedará aquí abajo con Hale hasta que podamos volver. Y quién sabe cuándo será eso.

 

Sus palabras parecen afectar a Gabrielle, que aprieta los labios ante la perspectiva de quedarse a solas con un cadáver, pero aún así toma aire y le contesta con desdén.

-Si pudiera elegir preferiría estar aquí con un muerto a tener que aguantar un sólo minuto más en tu despreciable presencia.

En cuanto se da cuenta de lo que ha dicho parece encogerse sobre sí misma, atemorizada.

 

-Oh, vamos, escúchate -replica Victor-. Dios sabe todo lo que habrá hecho ese cretino, pero incomprensiblemente el despreciable soy yo. Así me pagan todo lo que hago por la gloria de Francia.

-Bueno Blaisdell, interrumpe D’Eon cruzándose de brazos-. Hay que reconocer que no le faltaba carisma… y a lo mejor tiene algo que ver que él fuera guapo y simpático y tú no.

-Eso, muchas gracias, que en un momento así no falte el humor a mi costa -sisea el Ministro volviéndose hacia D’Eon.

 

Alzo la mano poniéndome tensa en cuanto veo que Victor se gira para encararse al espadachín. Él se calla inmediatamente y me observa con el ceño fruncido , pero acaba irguiéndose y volviendo a su lugar a mi lado, exactamente como hace cuando está en compañía del Rey.

-Este maldito viejo tiene la facultad de sacarme de quicio… Pero daos prisa, porque en verdad no debe quedarnos mucho tiempo de oscuridad.

Gabrielle contorsiona los rasgos en una mueca, pero asiente y continúa con su confesión.

 

-Todo empezó cuando Diane, la hermana de Jules, nos animó asistir a Versalles para presentarnos ante ti e intentar conseguirme un puesto como dama de compañía. Por aquel entonces Jules y yo éramos simplemente los Marqueses de Polignac y no nos sobraba el dinero. Nuestra familia tenía títulos y algunas propiedades, pero también muchas deudas. Éramos…

-Nobles empobrecidos -apunta D’Eon.

-Sí, vivíamos en lo que se llama gentil pobreza, pero éramos felices. Jules era un marido amable y me amaba. Trabajaba duro en el Primer Regimiento de Dragones e intentaba llevar a cabo algunos negocios para ir cubriendo nuestras deudas. Sin mucho éxito, todo hay que decirlo pero… Éramos felices.

-Pero Gabrielle… Precisamente te elegí a ti porque eras más sencilla y auténtica en comparación con las demás…

-Sí, y entonces tuviste que invitarnos a vivir en Versalles y ahí fue cuando Jules empezó a comparar nuestra vida con la que él creía que en realidad merecíamos. No ayudó mucho concederle el título de Duque, saldar nuestras deudas, otorgarnos una renta… María, los amigos no se compran, por muy buenas intenciones que se tengan.

-Sí… Yo… Me di cuenta después.

 

Gabrielle se remueve incómoda sobre el catre y se queda mirando al suelo con las cejas fruncidas.

-Quiero pedirte algo como favor personal -dice levantando la vista para mirarme fijamente-. Prométeme que jamás volverás a hacer algo así: atraer el cariño de los que te rodean a base de regalos y favores. Es un atractivo demasiado fuerte para los interesados y un veneno para los débiles de espíritu. No sé qué le habrás prometido a él -añade con una mirada llena de resquemor dirigida a Victor-, pero retíralo. Títulos, poder, dinero… retíralo si no quieres que acabe como prácticamente todos los que se han acercado a ti.

-No, no, él… No le he prometido nada -digo sintiendo cómo me sube la sangre a las mejillas.

Mi vieja amiga deja escapar una sorprendida carcajada y nos lanza unas breves y rápidas miradas enarcando las cejas.

-Quién lo iba a decir…

Victor finge toser con nerviosismo, alentándola a que siga hablando.

 

-Cuando Jules y Diane vieron que mi amistad contigo era beneficiosa para nuestra familia, me presionaron a diario para intentar complacerte en todo lo posible: fiestas, amantes, gastos… Te apoyaba en cualquier cosa que se te antojara, por disparatada que me pareciera. Incluso aprendí a hornear.

-Sí… Con el tiempo me di cuenta de que eran consejos terribles.

-¿Consejos? Piensa en ello, María -se apresura a decir-. Todo eran ideas tuyas, yo sólo te animaba a seguirlas. Aunque cuanto más me acercaba a ti, más me distanciaba de Jules, que empezó a tratarme con mucha dureza. Diane se aprovechó de que él ha bía dejado de respetarme para denigrarme cada vez que se le antojaba -relata tragando saliva-. Estar contigo era una bendición y en las temporadas en las que ellos estaban satisfechos, me olvidaba de todo y disfrutaba de tu compañía. Pero cuando consideraban que Jules merecía más favores de tu parte, volvían a presionarme. Y llegó un momento en el que te consideré la fuente de todos mis males. Y te odié. Entonces, inexplicablemente, maduraste.

-El collar du Barry...

-Exacto. Por esa época Jules, no sé bien cómo, entabló relaciones con el Duque de Orleans y empezó a apoyar junto a él a los jacobinos. Mis instrucciones volvieron a ser animarte en todo lo que pudiera serte perjudicial, pero ésta vez para contribuir a tu mala fama.

-Para que el Duque pudiera acceder al trono sin problemas… Pero me negué a comprar el collar a pesar de que incluso te ofreciste a prestarme el dinero.

-Sí. Y donaste tus joyas, te deshiciste de los aduladores y comenzaste con las reformas políticas y económicas. Tu florecimiento fue mi ruina. Jules siguió intentando revelarse, negándose a pagar tributos, pero fue descubierto y castigado. Luis Felipe se exilió a América siguiendo el consejo de sus hijos y desde ahí planeó con Jules que me convirtiera en su informadora. Así se enteró de que Lafayette vendría a palacio y es cuando idearon todo este complot.

 

-¿Sabías que querían matar a la Reina y no dijiste nada? -pregunta Victor

-¿Cómo te atreves? -replica Gabrielle con rabia-. ¡No lo sabía! ¡De haberlo sabido...! ¡Creía que querían deponerla, no matarla!

 

Los labios de Victor se curvan apartándose de sus dientes, dejando ver un destello de sus caninos que rechinan con rabia antes de hablar.

-¿Y por qué diablos no dijiste nada, maldita mujer?

-¡Porque tenía miedo por mis hijos! -solloza la Duquesa, claramente exhausta-. ¡Porque a base de humillarme y amenazarme sólo quería que todo acabara… o morir! ¡Pero no mis hijos!

-¿Acaso tus hijos valen más que el mío? ¿O que ella? -ruge Victor apretando los puños -. ¿Cómo te atreves a poner en peligro uno sólo de sus cabellos?

 

D’Eon se adelanta unos pasos y agarra al Ministro del brazo, intentando calmarle. Gabrielle se lleva las manos a ambos lados de la cabeza y toma una honda bocanada de aire, apretando después los dientes mientras las lágrimas no dejan de caer. Después de un rato respirando con jadeos entrecortados, se calma lo suficiente para hablar.

 

-Creía… Creía que querían arrebatar el trono a la Familia Real… Por eso le enseñé a Hale que estabais juntos, para que montara un escándalo lo suficientemente grande como para deponerla… Pero nunca quise que la mataran… Nunca, nunca, nunca… -llora desconsolada.

-Y… ¿Y Lafayette? -pregunto parpadeando para intentar contener las lágrimas.

-¡Oh, Dios mío! -contesta ella desesperada, tapándose la cara con las manos y encogiéndose- Me pidieron que lo distrajera para que no estorbara… Me obligaron a acostarme con él… ¡Oh, Dios mío!

-¿Pero tú…? ¿Querías…?

-¡¡Pero no así!! -grita apartando las manos y mirándome con desesperación- ¡¡No… de esa manera atroz!! ¡¡No con miedo!! ¡¡No con engaños!!

-Te ama -le digo en un sollozo-. Está fuera esperando para verte y… que le expliques...

Gabrielle de pronto se detiene, parpadeando anonadada. Me mira fijamente y sus labios se curvan en una sonrisa extraña desprovista de todo raciocinio.

-Que Dios me ayude… -murmura con los ojos muy abiertos.

 

Y con un grito agudo se lanza hacia atrás con tanta fuerza que su cráneo se estrella contra la pared que tiene detrás dejando oír un crujido de huesos espantoso que me hiela la sangre.

Chapter 23: SOY TUYO

Chapter Text

I'm a Sex Machine

If you know what I mean

Give me that gasoline

I'm a Sex Machine

I'm a Sex Machine

Start me up, ride with me

Get you high, get you free

I'm a Sex Machine

 

Little Big

 

Me tapo la boca con las manos, tan horrorizada que ni siquiera reacciono a tiempo de sujetar a Gabrielle, que resbala hacia adelante hasta caer boca abajo sobre el catre. El corazón me late a una velocidad imposible y mis ojos, por el contrario, se mueven lentamente desde la sangre que brilla entre el cabello de la Duquesa hasta el rastro rojo que el impacto ha quedado en la sucia pared. Poco a poco acerco las manos temblorosas hacia ella y la giro con cuidado, apartándole la cara de la inmundicia que cubre las sábanas. Victor se limita a contemplar impasible la escena y es D’Eon quien se agacha junto a Gabrielle para buscarle el pulso en la muñeca. Después, sus largos y finos dedos le palpan el cráneo con movimientos tan expertos que demuestran que ha debido verse en más de una situación similar a lo largo de su vida.

 

-Todo está en su sitio -dice al fin, incorporándose-. Le ha echado ganas, pero no tiene nada roto.

-Debería verla el médico.

-Sí -asiente-. Este mes se está ganando un sobresueldo sólo por lo que le pagamos para que sea discreto. Apuesto a que se va a frotar las manos en cuanto vea llegar a la Duquesa...

-Perdonad que os interrumpa -dice Victor con fría cortesía-, pero os recuerdo que aún hay que tomar una decisión sobre su destino. De acuerdo con la ley, hay dos posibles opciones: confinarla en un convento o confiscar sus bienes en favor de la Corona y exiliarla. Se hará lo que Su Majestad considere más adecuado -concluye mirándome con interés.

Sólo necesito un segundo para responder.

-Exilio. No podrá volver a Francia ni utilizar el título de duquesa y sus rentas correspondientes. Pero seguirá beneficiándose del marquesado, sus posesiones y propiedades. Sus hijos podrán seguirla si lo desea y heredarán todo cuando ella muera.

-Excelente. Quizá algo más compasivo de lo que me habría gustado, pero redactaré los documentos mañana para que puedas firmarlos y hacerlos efectivos cuanto antes.

 

-Ya que hablas de papeleo… Queda otra cosa más -comenta el espía-. Habrá un momento en el que el permiso de John Hale termine y el ejército lo reclamará de vuelta. Y cuando no aparezca lo buscarán aquí; el último lugar en el que supuestamente estuvo. Puede que nos causen algún revuelo.

-No sería conveniente. ¿Qué tienes pensado?

-Tengo un amigo que se le parece: edad, complexión, ojos claros… también muy bello.

-¿En serio? -pregunta Victor alzando una de sus anchas cejas.

-No es lo que estás pensando… Es un contacto que necesita un poco de ayuda. Se está muriendo de tuberculosis y no de una forma muy digna. Nos harías a todos un favor si lo arreglas para que ocupe el lugar de Hale. Si tiene que morir, al menos que sea en una casa decente y no chupándosela a cualquier borracho en un callejón de mala muerte. En cuanto corra la voz de que sufre la misma enfermedad que “sus padres” lo dejarán en paz.

-Bien. Mañana estará resuelto -dice Victor asintiendo-. Y ahora, vámonos; ya hemos respirado suficiente de esta asquerosa atmósfera. Por no hablar de que no va a haber quien saque el olor de la ropa.

-Sí, vayámonos ya, aquí no queda nada que hacer -comenta D’Eon golpeándose suavemente la parte baja de la espalda con el puño-. Me hago viejo; antes podía estar horas y horas haciendo esto y esta noche sin embargo parece que no se vaya a acabar nunca…

-Ya no debe quedar mucho para el amanecer, un par de horas a lo sumo. Maldita sea… Y yo que quería levantarme temprano para ir adelantando trabajo.

 

D’Eon deja escapar una ligera risa mientras se detiene a recoger el farol con el que llegó. Ambos siguen conversando de camino a la salida, sin dirigir una segunda mirada a Gabrielle o a Hale, en absoluto conmovidos. A pesar de que soy terriblemente consciente de la suerte que tengo de que ambos estén de mi parte y no en mi contra, no puedo evitar que los labios se me curven en una sonrisa al ver la extraña amistad que comparten. Ese pensamiento me lleva a mirar una última vez a la Duquesa y agradezco que siga inconsciente, porque no se me ocurre ninguna despedida adecuada para el momento.

 

-Me habría gustado haber llegado a conocerte de verdad -murmuro antes de apresurarme a alcanzar a los dos hombres que me esperan.

-¿Qué? -pregunta D’Eon confundido mientras sujeta la puerta de madera que conduce a la salida.

-Nada… Pero cuando hables con Lafayette no le digas que ella ha intentado… Dile que ha tenido un ataque.

D’Eon asiente acariciándose la barbilla, pensativo.

-Sabes que seguramente se la lleve consigo a América ¿verdad?

“Oh, no me digas”, pienso. Pero en vez de eso lo que contesto es un simple :

-Puede ser.

-El Marques es un hombre adulto y como quiera complicarse la vida no nos incumbe -replica Victor por encima del hombro, desde lo alto de los escalones-. Bastante tenemos con ocuparnos de nosotros mismos.

 

Una vez fuera comprobamos que, aunque las primeras luces del amanecer empiezan a despuntar en el horizonte, todavía hay suficiente oscuridad como para volver discretamente. Los tres nos dirigimos al camino en el que dejamos el carruaje y una vez que lo alcanzamos el espía trepa al pescante del cochero con un suspiro de cansancio, cuelga la linterna en un soporte metálico a su lado y azuza a los caballos en cuanto subimos a la cabina. Unos minutos después nos deja a la entrada del palacio y se despide impaciente por marcharse a recoger al General y a la Duquesa, deseando llevarlos hasta la residencia del médico para poder dar por concluido su trabajo.

 

Victor y yo marchamos a paso ligero hasta la puerta de mis habitaciones, y al llegar me doy cuenta de que la idea de dormir sola lo que queda de noche no me resulta demasiado atractiva. Cuanto mi amante me besa para despedirse, aprieto sus antebrazos y le retengo junto a mí. Nos quedamos inmóviles, nuestras caras apenas separadas unos centímetros, y me mira de tal manera que sé que ha comprendido mi silenciosa petición. Después de un último y ligero beso, empuja la puerta y entra detrás de mí, acompañándome inmediatamente hasta el dormitorio.

 

-Quítate la ropa -ordena deshaciéndose de la peluca nada más entrar.

-¡Victor!

-¿Qué? -replica-. En primer lugar, ahora mismo no lo notamos, pero estoy seguro de que apesta.

-¿Y en segundo lugar?

-En segundo lugar ambos hemos tocado a esos dos allá abajo. Y te recuerdo que estaban llenos de mierda. Literalmente -recalca quitándose la ropa-. Agradecería que mirásemos un poco por la higiene antes de meternos en la cama.

No le falta razón

 

El Ministro se pasea desnudo por la habitación para dejar la ropa sobre una silla, aparentemente ajeno al suave balanceo de su pene a cada paso que da. Trago saliva y no sin esfuerzo me concentro en desnudarme, dejando caer el vestido hasta mis pies. Después, m e siento en el borde de la cama y apoyo el talón en el filo para quitarme la media. Cuando alzo la vista, Victor me está mirando. A pesar de su rostro impasible, el miembro erecto y duro como un roca que sobresale de su entrepierna delata lo que le está pasando por la mente. Sin hacer ningún comentario, consciente de que sus ojos no se apartan de mi cuerpo, separo un poco más las piernas y bajo la prenda de seda por la pantorrilla de la forma más provocativa que se me ocurre.

Victor parece clavado en el sitio y me mira intensamente. Sé que tengo toda su atención centrada en mí, de modo que repito el mismo procedimiento con la otra media, bajándola con suavidad... De pronto su miembro se contrae y una gruesa gota de líquido transparente nace de la punta dejando un hilo brillante en su recorrido por el tronco. Con un “¡ooooh!” por mi parte y un “¡ugh!” por la suya, va hacia el aguamanil, donde comienza a lavarse las manos y los brazos con movimientos bruscos y rápidos.

 

-Bien… -digo después de aclararme la garganta-. Odio sacar el tema, pero sobre lo que Hale dijo...

 

En cuanto me oye , los músculos de su espalda se tensan, pero continúa lavándose mientras habla.

-Sí, cómo olvidarlo -replica con sarcasmo-. Actué conforme a lo que percibí como una amenaza para Francia, el Rey, para ti misma y nuestro hijo. Ese cabrón estaba interesado en mí y en ese momento me pareció que podía aprovecharlo para intentar sacarle algo… L o que fuer a: u na incongruencia, un desliz…

-¿Fue durante una partida de ajedrez? -me obligo a preguntar-. ¿Qué pasó exactamente?

Antes de contestar coge uno de los paños que hay junto al aguamanil, vierte agua de la jarra en él y procede a pasarlo por su erección, limpiándola meticulosamente.

-No hay mucho que contar: dejé que me besara y se divirtiera un rato tocándome. Eso es todo.

-Que se div… ¿Pero tú te oyes?

 

Victor deja el paño a un lado con un golpe seco, se da la vuelta irritado y me mira impaciente.

-No podía permitirme el lujo de despreciar una oportunidad así. Pero en cuanto vi que aquello no llevaba a nada le frené - aclara .

Se encamina hacia la ventana para abrirla y arroja por ella el agua de la pileta. Después vuelve a ponerla en su lugar y conforme la llena otra vez inclinando la jarra añade-: Y en vista de cómo ha ido todo no me arrepiento de haberlo intentado.

 

Resoplo exasperada y paso a su lado para lavarme yo también. En realidad no es un tema del que tenga ganas de hablar, pero sí que me gustaría zanjarlo cuanto antes.

 

-No voy a cuestionar tus métodos hasta ahora, pero será mejor que no vuelva a enterarme de algo así de una forma tan humillante. Creo que la relación que tenemos Luis y yo demuestra que soy una mujer bastante comprensiva. Por eso te agradecería que para la próxima ocasión te busques un modo menos original de conseguir lo que te propones. ¿Qué voy a tener que pensar cuando otro ministro te lleve la contraria en una reunión? ¿Que vas a ir a divertirlo hasta que lo convenzas? ¡Victor, por el amor de Dios! -exclamo alterada, salpicando agua por todas partes.

Él me mira fijamente sin decir nada y después de hacer un esfuerzo considerable al fin contesta.

-Lo siento.

-Oh… Eso ya es mucho. Qué digo mucho… -suspiro mientras empapo una tela limpia para asearme yo también-. Viniendo de ti es una enormidad.

 

Intento darle la espalda para limpiarme con un poco de intimidad, pero él debe interpretarlo como una muestra de enfado, porque en cuanto ve que me giro adelanta un paso y pone la mano sobre mi hombro. Me giro para replicarle, pero inconscientemente bajo la vista a su entrepierna y alzo las cejas, sorprendida de que pueda mantenerse erecto en medio de una discusión. Al ver a dónde se dirige mi mirada, a pesar de que sigue frunciendo el ceño, su expresión cambia y las comisuras de sus labios comienzan a curvarse.

 

Sin dejar de sonreír, me quita el paño de la mano y me rodea hasta presionar su torso contra mi espalda. Desde atrás cruza un brazo por delante de mí y sujeta uno de mis pechos. La otra mano baja sobre mi vientre hasta mi sexo y empieza a frotarlo lentamente con la tela.

-De modo que quieres atarme corto. ¿Uhmmm? -dice con un tono profundo y grave junto a mi oído-. ¿Quieres ponerme un collar con tu nombre y que todos sepan que soy sólo para la Reina? Tuyo y de nadie más… La única con autoridad para tocarme.

Oh, Dios mío, le encanta hablar durante el sexo. Hace tiempo que me di cuenta de que e s todo un maestro componiendo sinfonías de obscenidades.

 

Se agacha para besarme en el cuello y el movimiento hace que su pene se deslice ardiente y duro por mi piel. Con un suspiro giro la cabeza y alzo la barbilla. Sus labios, aunque finos, son acogedores y calientes sobre los míos y pronto su suave lengua está en mi boca, moviéndose perezosamente al ritmo que marca su mano en mi entrepierna. Deja caer el paño y acaricia mi sexo directamente con los dedos, extendiendo la pegajosa humedad antes de introducir un par de ellos para masturbarme. Con un respingo me aprieto hacia atrás y al sentir de nuevo la presión de su erección sobre mis nalgas tengo que apelar a toda mi voluntad para no apoyar mi peso en él y dejarme llevar. Como puedo, extiendo un brazo tembloroso y señalo la cama.

 

Me acomodo boca arriba sobre el colchón, donde continuamos besándonos y acariciándonos. Toco sus hombros, sus pectorales y su estómago, admirando cada centímetro de piel resbaladiza por el sudor . S osten go su pene y cada vez que paso el pulgar por la húmeda cabeza soy capaz de sentir en mi mano sus pulsaciones de placer. Victor se estremece bajo mis caricias y al cabo de unos momentos libera mi boca y se sitúa entre mis muslos, separándolos casi con reverencia. Después baja la cabeza hasta mi vulva e inmediatamente la cubre con la calidez de su boca. Pasea la lengua repasando todos mis pliegues, haciéndome jadear y mover las caderas cada vez que roza mi clítoris inflamado. Al fin lo toma entre los labios, absorbiéndolo y jugueteando con él con rápidas lamidas. Cuando estoy apunto de suplicarle más, parece leerme el pensamiento y me penetra con la lengua , retorciéndo la contra las paredes de mi vagina mientras que sus manos no dejan de acariciar mis caderas en suaves círculos.

Los espasmos de placer que suben desde lo más profundo de mi pelvis son tan repentinos que grito temblando sin control. Victor baja las manos hacia mis glúteos, los aprieta un par de veces y los separa para introducir el pulgar dentro de mí. Sigue devorando mi sexo y presionando con el dedo en círculos hasta que el placer se hace abrumador y aprieto la cabeza hacia atrás sobre el colchón, lanzando un grito. El placer que llega tras el clímax me recorre entera, sacudiéndose como una hoja entre ligeros espasmos y contracciones. Victor se tumba a mi lado y me acaricia, apartándome el pelo sudoroso de la cara. Le miro con los ojos muy abiertos, jadeando: nunca me había parecido tan guapo y tan deseable como a hora .

-Te quiero.

-Y yo haría cualquier cosa por ti - contesta con inesperada sinceridad.

 

Me quedo un rato mirándole sin pensar en nada por primera vez en mucho tiempo, limitándome a disfrutar de sus caricias, hasta que noto que presiona su miembro desatendido contra mi muslo.

-Uhmmm… ¿Crees que podrías…?

 

Mi beso entusiasmado no le deja terminar la frase. Me deslizo poco a poco por su torso, plantando pequeños besos y suaves mordiscos aquí y allá, hasta que mi cara queda a la altura de su entrepierna. Acaricio los pequeños rizos oscuros que nacen sobre su polla y le doy un suave y lento beso en la punta al que Victor responde aspirando una gran bocanada de aire. La tomo en mi mano y p resiono mi lengua bajo sus testículos, dando una larga lamida en zigzag por todo el ardiente tronco hasta llegar al glande, del que succiono en pequeñas chupadas cada gota que derrama , degustando su sabor . Él deja escapar una hilera de sonidos que abarcan todo tipo de gruñidos y gemidos, animándome a continuar. Dejo caer mi saliva sobre la cabeza y después la rodeo con mis labios y empujo, llenándome la boca con su polla dura como el acero .

M e agacho sobre mi amante hasta que la punta de su erección rebasa mi campanilla. Sin atreverme a más, e xperimento haciendo pequeños y rápidos movimientos arriba y abajo, hasta que me retiro aspirando lentamente, dejando que el glande vuelv a a aparecer entre mis labios.

-Es… demasiado grande. Guíame tú… -le pido con un susurro ronco lleno de deseo .

-¿Estás…. segura?

 

En lugar de responder, tomo sus manos y las coloco a ambos lados de mi cabeza. Vuelvo a tomarlo con la boca y espero paciente a que decida moverse. Mi labios se curvan alrededor de su miembro en cuanto sus dedos se tensan sobre mí.

-Cógela por... Ah... Por abajo con el puño… Ah… A...si… Eso hace...de tope.

En cuanto lo hago mueve la pelvis y empuja hasta la entrada de mi garganta. Se toma un momento para disfrutar de la sensación y c ontinúa moviéndose, follándome la boca cada vez a más velocidad hasta que me retira la cabeza y se desliza fuera de mí.

-Joder… Necesito… YA. Demasiado… ¡YA!

 

Me agarra por los costados y me arroja boca arriba sobre el colchón. Doy un chillido de sorpresa que acaba en una carcajada al ver su cara de desesperación. Inmediatamente se sitúa entre mis piernas y me separa los muslos, dispuesto a entrar.

-¡Eh, no, espera! ¡Blaisdell, NO!

Él se detiene y me mira con los ojos muy abiertos, jadeando entre los dientes apretados.

-Ya lo sé; despacio. Iba a ir despacio.

-Ah…

-Creo... que… me va a explotar.

-¡Adelante, adelante!

Al fin presiona la jugosa cabeza contra mi sexo y los dos gemimos en cuanto los primeros centímetros desaparecen dentro de mí. Poco a poco me penetra y el deseo de que se hunda sin más hasta la raíz es tan abrumador que yo también creo que estoy a punto de explotar.

 

-Ahora… E… Empieza despacio -le pido antes de agarrarme de sus hombros.

Él mueve las caderas lentamente, adelante y atrás. En cuanto su polla se desliza sin esfuerzo, dilatando deliciosamente mi vagina, le rodeo con las piernas y alzo las caderas para que pueda follarme hasta el fondo,

-Ya… Ah… Dame fuerte… A.. Ahora… Rápido...

 

Victor obedece y entra de golpe con un brusco empujón, clavándome hasta el último centímetro de su deliciosa longitud.

-¡Victor! ¡Victor!

-Eres tan... ¡Ah! Estrecha… Me haces… Uhmmm… S entir tan bien…-. Dice cumpliendo a la perfección.

-¿Te gusta cómo obedece tu Ministro? ¡Ah! ¿Te gusta manejarme y darme órdenes? ¡Ah! ¿Te gusta cómo te follo?

- Sí, Dios mío, Victor … ¡SÍ!

-Bien… Yo… Sólo tuyo… ¡Ah! ¡Di que soy tuyo! ¡Tuyo!

-Eres mío… Ah… Sólo mío… Ah…¡MÍO!

Con cada palabra las embestidas se hacen más salvajes y profundas, abriéndome cada vez más. Empiezo a preguntarme si esa ansia de pertenecer a alguien, de sentirse reclamado, es el fruto de una infancia de absoluto desapego… Mi cerebro archiva ese dato para retomarlo más adelante y dejo que mi mente se vaya lejos, consumida por el placer.

 

Sin detenerse un segundo se inclina y toma mi boca con la suya, apretando, lamiendo y mordiendo con un instinto puramente primario, a la vez que sigue empujando su sexo contra el mío. El golpeteo rítmico de sus testículos, los sonidos húmedos que llenan la habitación, su lengua lamiéndome la cara… Todo es de un erotismo tan salvaje que me lleva gritando a un nuevo orgasmo. Y respirar deja de ser importante.

 

Aprieto los músculos alrededor de su erección para darle todo el placer posible y dejo que siga gozando de mi cuerpo agotado, buscando su propio clímax con toda la fiereza de la que pueda ser capaz. Al cabo de un rato sus dedos se anclan en mi piel y cierra los ojos, empujando con sacudidas cada vez más descompasadas y frenéticas hasta que agacha la cabeza y baja el ritmo. Se estremece entre húmedos y pesados jadeos hasta que suspira satisfecho y entierra la cara en mi hombro, intentando recuperar el aliento.

-Voy… Voy a… limpiarnos…

 

Pero antes de que pueda apartarse le retengo por la nuca y le guío otra vez hacia un beso ansioso y lleno de pasión. Necesito tenerlo dentro un rato más, así que lo rodeo con mis brazos y piernas con la idea absurda de intentar fundirlo contra mí. Ah, si pudiéramos unirnos para siempre hasta crear un nuevo ser, éste sería perfecto y completo. Puede que él sea un hombre extraño, con un sentido de la lealtad enfermizo, pero su cuerpo contra el mío es puro fuego y el aroma a té y sudor que desprende su piel me embriaga. Estoy estúpida, irremediable, absurdamente enamorada... Y aunque no haya una brizna de romanticismo en su cuerpo, sé que él también me ama.

-Quédate un rato más así... -susurro.

Victor besa mi frente, la comisura de mi boca, la línea de mi mandíbula… y me abraza.

 

Nos mantenemos en esa postura hasta que su miembro fláccido sale de mi cuerpo. No s deslizamos hasta quedarnos tumbados uno junto al otro, con las piernas entrelazadas . Una sonrisa sorprendida se dibuja en mi boca al sentir unos dedos que me buscan hasta resbalar dentro de mi sexo, hinchado y sensible después las ardorosas atenciones de mi amante . Aún así a rqueo la espalda con un suspiro, permitiendo que presione un poco más dentro.

 

-Ah… Eres una persona muy sexual…

-En otra ocasión habría podido seguir contigo, pero ahora… -contesta reprimiendo un bostezo-. Déjame dormir un poco antes de que tenga que ir a trabajar. Además de lo de todos los días tengo que hacer un informe con lo que ha pasado, preparar los papeles con el asunto de la Duquesa y arreglar lo que me ha pedido D’Eon. Y por Dios, espero que el Rey no me busque temprano porque te juro que hoy no tengo ánimos para hablar de candados.

-Ahora no tienes… Uhmmm… No tienes por qué trabajar si no quieres, yo... -me muerdo la lengua cuando me doy cuenta de lo que estoy a punto de prometer. Viejas costumbres… Malas costumbres...

-Me gusta mi trabajo.

 

Él cierra los ojos y sigue masturbándome, frotando con el pulgar mi punto de placer. Yo me aprieto los pechos y pellizco los pezones hasta que apoyo los codos en el colchón y comienzo a jadear de nuevo, levantando el trasero para empujar contra su mano. Ésta vez es rápido, pero estoy tan cansada que me tiemblan las piernas cuando llego y no puedo hacer otra cosa que retorcerme sobre la cama, apretando su mano entre mis ingles.

 

- ¿Cuándo vas a hacerlo oficial?

-Uhmmmmmmm... ¿Qué?

Las puntas de sus dedos suben hasta mi vientre y trazan círculos alrededor de mi ombligo, dejando un rastro brillante.

-Nuestro hijo. ¿Cuándo vas a hacerlo oficial? Llevo la cuenta y ya es seguro que está ahí.

-Espera… ¿Me estás diciendo que sabes cuándo estoy en mis días?

-Efectivamente…

-¿Cómo?

-Tengo mis métodos.

-¿Pero cómo? Y ésta vez quiero una respuesta clara.

-Leonard… Hace ya tiempo… En un fiesta… Dijo que no tomaba medidas ni hacía pruebas cuando estáis sangrando, porque no eran exactas… -explica con la voz cada vez más apagada-Entonces… Eras... Derrochadora. Y me fijé en cuándo no ibas verle. Hice mis cálculos….

Es cierto… Es cierto… Con todo lo que ha pasado últimamente ni siquiera me había dado cuenta, pero es cierto… Poso mis manos sobre la suya, que queda fláccida y cansada. Casi se ha dormido.

-Estoy embarazada.

- Los Blaisdell… -suspira profundamente, dejándose arropar por el sueño-. Viva Francia...

Chapter 24: VIGIL ET AUDAX

Chapter Text

A tres versos del final

David Sánchez Usanos

 

-No es propio de ti haberte quedado dormido -observo desde el tocador intentando abrocharme un collar-. Normalmente te levantas mucho antes que yo... Anoche no te oí llegar, por cierto. ¿Hubo mucho trabajo?

-Acabé rendido -replica él a mis espaldas mientras termina de cerrarse la camisa-. Me quedé en el despacho hasta tarde arreglando unos asuntos que me pidió Hale y cuando me acosté ya no quise despertarte.

-¿Puedes ayudarme con esto...?

Sus dedos elegantes retiran el pelo de mi cuello y mientras manipula el cierre me contemplo en silencio en el espejo. No sé si será por el triste día que vamos a conmemorar hoy, o porque estoy habituada a verme a través de los ojos de Luis o Victor, pero hoy cuanto más me miro más me cuesta reconocerme. Los grandes ojos azules están ahí, los labios carnosos, la delicada piel pálida... Pero también pueden apreciarse las finísimas arrugas en las comisuras de la boca y los ojos, pequeñas huellas de la edad aquí y allá, vetas de plata que surcan mi pelo... Cuando Victor termina se inclina, coloca la barbilla sobre mi hombro y echa también una mirada a nuestro reflejo. La vida también ha dejado huella en él, pero su estómago sigue siendo plano, sus brazos fuertes y las arrugas que ha dejado en su cara un uso excesivo del sarcasmo realzan su maduro atractivo. Aún le sigo con la vista cuando pasea por Versalles junto al Rey.

-Eres una belleza -dice antes de girar la cara y presionar sus labios en mi cuello.

Nunca se le escapan las pocas veces en las que estoy triste o melancólica.

-Me veo tan mayor...

-¿Y acaso ves que yo haya perdido interés?

Su mano se desliza con un suave cosquilleo por el nacimiento de mis pechos e intento apartarla con unos manotazos impacientes.

-Y violenta... Eso está bien...

De pronto en mi cuello además de labios hay una lengua y unas manos ansiosas bajan por mi cuerpo hasta mi cintura.

-Viiiiiictor...

-Y sorprendentemente esbelta. Nadie diría que me has dado cuatro hijos.

-¡Mejor que nadie lo diga! -contesto aguantando la risa hasta que me mordisquea el lóbulo de la oreja y me hace dar un gritito-. Augusto se va a impacientar si llegamos tarde y todavía tenemos que desayunar.

Protesto por pura diversión, porque aunque me quejo ya me he levantado para entregarme a sus caricias.

-Su Alteza tendrá que prender a ser paciente. Esa es una gran virtud.

-Ah... ¿Y a esto llamas ser paciente? -digo bajando una mano hasta su entrepierna para acariciar la magnífica erección que ya hay allí.

-No, María. A eso lo llamo tener ganas de follar.

-¡Victor, te repito que hoy tenemos prisa! -exclamo con las mejillas arreboladas como una jovencita al ver que todavía mi amante arde así al tenerme entre sus brazos.

-Entonces me daré prisa.

-Ah... Me rindo; eres peor que cuando éramos jóvenes...

-No somos una pareja de ancianos ¿Sabes?

-Uhmmm... Muy bien... -accedo dejándome besar-. Pero la ropa se queda donde está.

En cuanto tiene mi aprobación me sujeta por la cintura y me gira con confianza. Recuerdo que ante nosotros hay un espejo y cuando me agacho sobre el tocador y separo las piernas, observo cómo manipula el frontal del pantalón con una mano mientras que con la otra levanta mi vestido hasta la cintura. No tengo más remedio que cerrar los ojos y suspirar en cuanto deja resbalar sus dedos por mi sexo antes de presionar y hacerlos desaparecer dentro de mí.

-¿Estando tan húmeda aún te negabas? ¿Cómo pensabas pasearte así por ahí? ¿Uh?

-Yo... Necesito que... -balbuceo en cuanto empieza a mover la muñeca.

-¿Ahá?

-Uhhh... Que no pares.

-Lo veo poco probable.

En cuanto le aviso de que he llegado a un punto en el que necesito mucho más que dedos, retira lentamente la mano y un segundo después entra en mí dejando escapar el aire con un suspiro de satisfacción. Se sujeta a ambos lados de mi cintura y empieza a empujar con movimientos suaves.

-Uhmmm... -murmuro apoyada en el mueble, con la frente sobre el hueco del codo-. Me encanta... hacerlo... contra el tocador...

-Sí. La altura es... conveniente... -gruñe-. Esto es lo que haces de mí... ¡Ah! Y todavía te atreves a decir que no eres hermosa.

-He visto... Ah... He visto cómo te miran... Ah... Las jovencitas... Ah... Algunos hombres... Ah... No estás casado... Se creen con derecho a... Maldita sea... eres un zorro plateado...

Tengo que morderme los labios cuando su mano se agarra de mi hombro y empuja con más fuerza.

-Recuérdame de quién es esta polla.

-Mía... Ah... Ah... Tu polla es mía, tú eres mío. Y todos esos... Esos...

La mano que había en mi hombro baja hasta mi sexo y presiona hacia atrás la pequeña capucha del clítoris para que frote libremente contra su polla al entrar y salir.

-¡Ah, Victor! ¡Más fuerte! Ya estoy... casi estoy... Ya... ¡Oh, por Dios!

-Dilo... Dilo como sabes que me gusta oírte.

-Me... voy a correr... ¡Dame más fuerte!

Las palmas de mis manos resbalan hacia delante por la superficie del mueble conforme los empujones se hacen más desbocados y salvajes, y al fin me rindo a un orgasmo que me hace poner los ojos en blanco. El loco frenesí de Victor continúa un rato más hasta que se inclina sobre mi espalda y me abraza, presionando su cuerpo contra mí en lentas oleadas hasta quedarse él vacío y yo llena. Y la vida es bella así.

-Estoy tentada de no salir de aquí si el resto del día va a ser igual.

La sonrisa de medio lado que veo en el espejo cuando levanta la cabeza es puramente Victor.

No tenemos remedio.

Augusto nos recibe junto al carruaje sin molestarse un ápice en ocultar su impaciencia. Nada más llegar, el Ministro inclina la cabeza ante Su Alteza y se coloca junto a la portezuela dando tiempo a mi hijo de besarme en la mejilla. Adrien baja del pescante de un aparatoso salto y me entrega un enorme ramo de flores, después vuelve a su lugar, toma las riendas y, en cuanto nos acomodamos, azuza a los caballos. Ya en marcha admiro la belleza de las flores sin resistirme a acariciar con los dedos la hermosa cinta de seda azul que mantiene el ramo unido. Lleva bordadas en plata las palabras "Vigil et Audax".

-¿A dónde vamos exactamente, madre? -pregunta Augusto al ver que ninguno de sus acompañantes parece inclinado a hablar.

-A la taberna de la familia de Adrien. Hoy estará cerrada para que podamos honrar en privado a un querido amigo que nos dejó hace ya un año.

-¿En una taberna? ¿De quién se trata? ¿Quién murió el año pasado? -lanza una pegunta tras otra alzando una ceja.

-D'Eon de Beaumont. ¿Te acuerdas de él?

-Oh... -parpadea mirándome-. Vagamente...

-Pasó los primeros años de tu infancia en palacio. Tan pronto como empezaste a hablar te apodó su pequeño lorito. Te adoraba.

Augusto niega meneando la cabeza.

-Me temo que no le di la misma importancia que tú, madre.

-Fue el mentor de tu hombre de confianza, Hale. Antes de marcharse a Londres pasó años enseñándole todo lo que sabe y... -me interrumpo en cuanto siento caer las lágrimas-. Era un buen amigo –consigo terminar antes de cubrirme la cara con las manos.

Noto que alguien presiona ligeramente un pañuelo en mi mano y agradecida me tapo los ojos con él ahogando pequeños sollozos entre su pliegues. Es de Victor, lo sé porque tiene su olor. Cuando me calmo paso el resto del trayecto ausente, mirando por la ventanilla acompañada por las voces de fondo de Su Alteza y el Ministro, que discuten entretenidos los pormenores de la próxima Asamblea. Se entienden a la perfección, algo que en absoluto esperaba dado el carácter tan similar que comparten.

Cuando el carruaje se detiene frente a la taberna y bajamos, Camile sale a recibirnos con una sonrisa, toma el ramo de mis manos y nos deja pasar enseguida para que no llamemos la atención más de lo necesario. Sigue tan rubia y afable como siempre, con la figura redondeada que da una maternidad que ya está próxima. En cuanto nos sentamos Camile se acerca a nosotros con una bandeja y deja a nuestro lado tres sencillos vasos. Victor mantiene la vista fija en las manos de la tabernera mientras ésta descorcha una botella de vino, nos sirve y la deja también sobre la mesa.

-Gracias -digo-. ¿Podrías dejar las flores en la mesa que te pedí?

-Bueno -dice Augusto en cuanto Camile se marcha-. He aplazado varios asuntos para poder estar aquí ahora y me parece que todo esto no ha sido sólo para ir a una taberna a recordar a un viejo espía. Algunos tenemos trab...

-Blaisdell es tu padre -le interrumpo antes de que siga hablando y acabe estropeando el momento.

Por supuesto sabía que no se enfadaría, pero tampoco esperaba ver esa cara de sorpresa y alivio.

-De acuerdo. No voy a decir que me pille desprevenido. Siempre sospeché que vosotros... Pero no pensé que fuera algo que llegarais a contarme. ¿Mis hermanos también son tuyos? -pregunta directamente a Victor.

-Sólo a partir de vos. Su Majestad y yo llevamos juntos veinte años.

-Veinte años... ¿Mi padre lo aprueba?

-Sí Augusto; lo sabe, lo aprueba y lo fomenta -contesto-. Él es feliz así. Y yo también.

Mi hijo toma un sorbo de su vaso y nos mira pensativo. Estoy orgullosa de su reacción a pesar de todo lo que debe estar pasándole por la cabeza.

-Bien... ¿Alguna sorpresa más?

- Sí, Alteza -dice Victor-. Debéis estar informado de que a mi muerte Victoria será nombrada mi heredera y por tanto dueña de la casa de Blaisdell junto a todo lo que el título conlleva. Adrien está bien donde está y me gustaría dejarle a su hija como herencia algo más que cenizas.

-Victoria... ¿No vas a decirme que también es mi hermana, verdad? -pregunta Augusto poniéndose súbitamente pálido.

El Ministro frunce el ceño de inmediato e intenta escrutar la cara que tiene delante y que es casi un reflejo de la suya con treinta años menos.

-No -replica con voz hueca-. Sois su tío segundo. Adrien es hijo de mi difunta hermana, así que su hija Victoria es una Blaisdell. Tan Blaisdell como vos. Velad por ella porque es de vuestra misma sangre.

-Y tendrá un título... -comenta Augusto curvando los labios.

-Pido que miréis por ella cuando yo no esté. Y nada más -recalca el Ministro sin apartar los ojos de su hijo.

Sonrío y dejo pasear la vista más allá de la silenciosa batalla de miradas que mantienen padre e hijo. La taberna ha cambiado tan poco que me es fácil volver a vernos ahí con treinta y tantos años; Victor sentado junto a D'Eon justo un par de mesas más allá de donde estamos, sin poder quitarme los ojos de encima mientras bailo. Estiro el brazo para tomar su mano y tengo el loco impulso de tirar de él y salir corriendo por la puerta de atrás, esperando encontrar un carruaje al fondo del callejón en el que marcharnos muy lejos, jóvenes de nuevo y completamente enamorados. Ahora que le conozco bien sé que lo que me dijo cuando recuperó la consciencia camino a Versalles fue su muy extraña y particular forma de declararme su amor.

-Augusto -digo volviendo a la realidad-. Queremos contarte cómo floreció nuestra relación y lo deseado que fuiste. Tu padre se moría por que existieras.

-Efectivamente... Nuestra historia juntos comenzó aquí.

-Bien... -comenta nuestro hijo aliviado por la interrupción-. Tenéis toda mi atención.

Para cuando terminamos de hablar apenas entra ya algo de luz por el filo de las persianillas que cubren las ventanas de la taberna. He llorado, he reído y Victor ha tenido que frenarme dándome golpecitos por debajo de la mesa cuando me he emocionado abundando en detalles pasionales. Por ahora ya no hay más que contar y las preguntas de Augusto han quedado satisfechas. Nos despedimos de Camile, que se apresura a recoger la mesa, y salimos de la taberna camino a nuestro carruaje como un matrimonio cualquiera que vuelve a casa junto a su querido hijo.

 

FIN

 

 Extracto del registro de entierros del cementerio de San Pancracio (Londres) con la entrada del Caballero d'Eon

Extracto del registro de entierros del cementerio de San Pancracio (Londres) con la entrada del Caballero d'Eon. Puede leerse su nombre completo: Charles Genevieve Louis Auguste Andre Timothe d'Eon de Beaumont. Su tumba se destruyó y quedó perdida para siempre cuando la ciudad acometió obras que cruzaban el cementerio encaminadas a la mejora del transporte y las comunicaciones en la zona.

Chapter 25: GRANDE FINALE

Chapter Text

¡DENTRO MÚSICA!

¡DENTRO MÚSICA!

 

I've been a dirty bastard
But I will clean my act up
I wanna stop doing bad
I wanna meet your mum and dad

It's not an unpretending
Little happy ending
This is a Grande Finale


Ohohohoho
Rolling snare drums echo
Ohohohoho
The rain sounds like applause

I've finally found you
The one that I've been waiting for
I've finally found what
I'd already stopped looking for

I've been a dirty bastard
But I will clean my act up
I wanna stop doing bad
I wanna meet your mum and dad


Ohohohoho
Rolling snare drums echo
Ohohohoho
The rain sounds like applause


I've finally found you
The one that I've been waiting for
I've finally found what
I'd already stopped looking for

Ohohohoho
Rolling snare drums echo
Ohohohoho
The rain sounds like applause

I've finally found you
The one that I've been waiting for
I've finally found what
I'd already stopped looking for


I've finally found what
I'd already stopped looking for

¡¡¡GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUÍ!!!

¡¡POR SEGUIRME EN ESTA AVENTURA!!

(¿PODRÍAMOS EMPEZAR OTRA?)

¡¡GRACIAS POR ACOMPAÑARME HASTA ESTE GRAN FINAL!!

 ¡¡GRACIAS POR  ACOMPAÑARME HASTA ESTE GRAN FINAL!!

¡¡MI PRIMER FIC!! ¡¡Y YA SE TERMINA!!

(T__T)

¡¡MUCHAS GRACIAS POR ESTAR AHÍ!!

¡¡POR LOS COMENTARIOS!!

¡LOS FAVORITEOS!

¡LOS ÁNIMOS!

----

..

.

¡¡¡VIVA FRANCIA!!!

P.D.: Dejaré abierto un capítulo más para añadir un epílogo que iré completando con todos los Easter Eggs que hay en el fic. Aquí nada es casualidad. Ese epílogo va a ser por mi puro regocijo y placer supremo así que iré haciéndolo poco a poco.

---- 0 ---- 0 ---- 0 ----

DEDICADO a Gienath por animarme a seguir cada vez que quería dejarlo y por aguantar mis inseguridades y porculerías.

Sierpe

Chapter 26: Epilogo

Chapter Text

Bueno, creo que quien haya llegado hasta el final se merece un aplauso ¡oleeee! Gracias por leerme, seas quien seas, sólo quiero que sepas que eso me hace muy feliz y que espero que Descendencia te haya gustando aunque sea un poquito. Voy a aprovechar este epílogo para cerrar el fic, aunque puede que conforme me vaya acordando de detalles lo siga editando un tiempo para añadirlos. También quiero aprovechar para charlar un poco con vosotros :)

Me gustaría decir que prácticamente cada cosa que aparece está documentada en la medida de lo posible. Hay pocos detalles al azar o que haya decidido obviar o inventar. Digamos que me he basado en el juego y he completado con información real. Con esto quiero decir que tengáis en cuenta que los comentarios sobre las habitaciones, rutinas o incluso algunas frases de los personajes, están puestos a conciencia. Sí, por increíble que parezca Luis XVI mandó construir una fragua en su biblioteca (bueno, sobre ésta más bien). Como lo oís.

 

LOS APARTAMENTOS REALES Y ALGUNAS DISPOSICIONES DE PALACIO

Un detalle importante en el fic es la mención de los apartamentos . En Versalles el Rey y la Reina disfrutaban de unas estancias donde podían llevar una vida más íntima, si puede llamarse a eso realmente intimidad. Por una parte estaba el Gran Apartamento del Rey, que consistía en una sucesión de salones y estancias dedicados cada uno a una función más o menos pública. Del estilo de “aquí es donde vamos a comer mientras 40 cortesanos nos miran”, “aquí es donde vamos a firmar los tratados y nos tienen que caber por lo menos 85 nobles”, “aquí me van a ver sentado los miércoles a las cinco de la tarde en mi trono de plata”, etc. En el Gran Apartamento del Rey había además instalada una cocina. Eso se debía a que por un error de diseño, la cocina principal del palacio estaba tan lejos del comedor que cuando los platos llegaban a la mesa ya estaba todo frío. El abuelete de Luisito, cansado de tomarse la sopa helada, mandó construir otras cocinas más pequeñas dentro del Gran Apartamento.

Por eso al principio del fic, cuando la “alegre comitiva” de María, Luis, Blaisdell y Fersen regresa de los jardines, Luis les pide a los criados que dispongan una comida íntima en el Salón de Venus (que de verdad está en el Gran Apartamento) y que para calentarla o prepararla usen esas cocinas. No es que les hagan la comida en cinco minutos mientras ellos llegan, sino que al acercarse la hora de comer ya estaría todo medio listo en la principal y sólo habría que trasladar lo que necesitasen a la del Apartamento. También se estilaban las sobras, como hacemos ahora.

Por otra parte estaban el Pequeño Apartamento del Rey y el Pequeño Apartamento de la Reina. Eran exactamente eso: apartamentos con varias habitaciones sólo para ellos y para quienes quisieran invitar de sus círculos más cercanos (la privacidad sigue siendo cuestionable porque había una verdadera obligación de que los Reyes se exhibieran para parecer más cercanos, les gustase o no). Ambas secciones estaban comunicadas por el dormitorio de cada uno por una puerta más o menos secreta. Supongo que era lo bastante discreta como para que María Antonieta la llegara a usar durante el asalto al palacio.

Y por último seguro que lo habéis adivinado ya: en Versalles hay pasillos con el suelo ajedrezado y estatuas enormes contra la pared, cuadros colgados aquí y allá… Y un montón de pasadizos secretos dentro de las paredes por los que bien podría colarse un espía como D’Eon para llegar aquí y allá sin ser visto :)

 

El despacho dorado de María. Sobre esa mesa se están besando cuando Gabrielle entra con Hale para que los descubra.

La biblioteca de María con la ventana junto a la que lee. La parte marrón de la estantería al fondo es una puerta oculta, por la que entra Luis para hablar con ella.

 

LOS HIJOS DEL MATRIMONIO REAL

María y Luis (qué confianzas me tomo) tuvieron cuatro churumbeles: María Teresa (1778), Luis José (1781), Luis (1785) y Maria Sofía Elena Beatriz (1786). En cuanto a la primera, a quien llamaban Madame Royale (título que se le daba a la primera hija de los reyes hasta que se casaba y pasaba a la siguiente hija soltera), cabe decir que por las fechas de concepción el fervoroso Fersen no se encontraba en Francia. Aunque supongo que la pareja real algo haría ante el coñazo sin fin que les dieron para ofrecer herederos al trono, dudo mucho que fuera hija de Luis.

Por esas fechas hay otro personaje en Versalles del que se habla poco y de quien he tenido que buscar información en foros franceses dedicados a la historia de Francia. Se trata del Duque de Coigny. En 1776 este singular individuo asiste a Versalles y conoce a la Reina, convirtiéndose desde ese momento en uno de sus cortesanos favoritos… El alma de sus fiestas desenfrenadas. Los cotilleos no se hicieron esperar y según algunas cartas se pudo ver cómo la Reina lo introducía… en sus habitaciones para estar con él a solas. ¿Estaban hblando del tiempo? Podría ser… Pero en una de las cartas del Conde Mercy a la reina María Teresa, éste le dice literalmente que “el Duque de Coigny, primer escudero del Rey, de quien se dice que está demasiado vinculado con la princesa de Guemenee, es ahora uno de los cortesanos que tiene más influencia sobre la reina. El hijo del duque estaba muy enfermo de viruela, para su alivio lo llevó al cuidado de un médico llamado Richard. El hombre le preguntó al duque si había un lugar en la guardia real para su hijo y la reina lo estableció a pesar de que no había vacantes, dándole un puesto al hijo del doctor”. María y sus regalos para ganarse el aprecio de todos…

Tal era el favor que tenía el Duque por parte de la Reina, que se dio a una vida fiestera y despreocupada: apuestas, bebida, flirteos con montones de amantes… Era un salidorro sexual que tenía a todas locas en palacio. Y lo que es peor: María le dio vía libre para nombrar a los Ministros reales. Al final se vio tan pagado de su chulería que el resto de nobles no podían soportar su comportamiento altanero y desvergonzado. Llegó incluso a tomarse la confianza de tratar de forma grosera a María en público, contrariándola y haciéndola sufrir por pura satisfacción. Se ganó a pulso un discreto exilio a Portugal.

En cuanto a Luis José, fallecido en la infancia, ya había rumores de que no era hijo de Luis, así que pasaremos por él de puntillas. El hijo siguiente, Luis XVII, tiene toda la pinta de ser del Conde Fersen. No sólo ya por el parecido físico, sino por las fechas. El pequeño nació en marzo de 1785. Exactamente 9 meses atrás, el 7 de junio, Fersen ya se paseaba por Versalles escribiendo a sus conocidos sobre lo bella que encontraba a Maria Antonieta y lo maja que era. A finales de mes, el 27 de junio, Maria le invitaba personalmente al Trianon, donde permaneció en unas estancias pegaditas a las de ella. Lo demás lo dejo a la imaginación.

También había rumores sobre la legitimidad de María Sofía, pero su nacimiento tampoco encaja con las visitas de Fersen. Aunque como el austriaco tomó la costumbre de viajar con un nombre falso… ¿Quién sabe? Sólo cabe decir que la reina María también había sufrido varios abortos, entre ellos uno bastante importante en noviembre de 1783 que sí podría coincidir con un encuentro con Fersen en junio del mismo año.

Respecto a la relación de María Antonieta con sus hijos… pues no se puede decir que no los quisiera, pero tampoco era una madre abnegada. Ella misma era la menor de 14 hermanos y por lo visto no es que le prestaran mucha atención hasta que su madre la usó como moneda de cambio con Francia. Si a eso le sumamos la presión por tener hijos, los abortos y que además no es que le entusiasmara ser madre, pues qué quieres. María simplemente no criaba ni cuidaba de sus hijos. Lo hacían por ella otras nobles amigas o familiares en su lugar (como seguramente harían muchas otras mujeres de alta cuna). Sin embargo Luis XVI sí quería mucho a sus peques y era bastante afectuoso con ellos.

 

EL CRUDO TEMA DE LA FIMOSIS

El famoso tema de la fimosis que se dice que padeció el monarca y que supuestamente era lo que le impedía consumar es otro punto a tener en cuenta. La sospecha de fimosis parece generalizada pero no está nada clara. Al leer las cartas de Maria Teresa (la mamá de María Antonieta) y demás protagonistas de esta historia, se ve enseguida que la fimosis más que real parecía haber sido una sugerencia hecha en la distancia por parte de los médicos de la Reina austriaca cuando les llegaron las noticias de lo que NO pasaba en el lecho real. Todos los que examinaron al Rey estuvieron de acuerdo en que no hacía falta operar y que el frenillo se le rompería con las primeras relaciones. Además de los propios médicos, su abuelo se molestó en comprobar de primera mano (PRIVACIDAD CERO) qué tal le funcionaba la cosa al muchacho. Incluso tenemos alguna apreciación de parte de su cuñado (la privacidad murió aquí, me repito). Por lo que cuentan los que tuvieron el honor de contemplar el pene real, éste tenía un buen tamaño y mantenía una erección estupenda. Y la famosa operación de fimosis de la que tanto se habla ni siquiera está documentada; cosa rara tratándose el paciente de un monarca y otro dato más que lleva a pensar que lo de la fimosis nunca sucedió.

Según está documentado vía correspondencias varias, cuando Luis se acostaba con María, le introducía el pene y poco más (el hermano de María lo detalla así). Simplemente lo metía, le daba un poquillo y lo sacaba diciendo que aquello no le daba placer. Debieron hacerlo en público (quizá por retorcido protocolo) porque hay bastantes detalles sobre la actitud del monarca en la cama. Pasó así repetidas veces hasta que de pronto un día el rey amaneció anunciando a bombo y platillo que había visto la luz y que de pronto ya sí le gustaba el sexo y que tenía pensado practicarlo mucho con su señora esposa. Bullshit Luis, bullshit.

Yo sospecho que en realidad ambos buscaron una situación alternativa para darle hijos a Francia, porque uno no se despierta así por las buenas con ganas de marcha después de años de mostrar interés cero por los placeres sexuales. Lo que más curioso me parece es que sí que debía excitarse porque las erecciones las tenía sin problemas, pero nada más…

 

ALGO MÁS SOBRE FERSEN

En los diálogos habréis notado que hay guiños al juego aquí y allá. También hay frases reales como esa tan bonita que dice Fersen durante la comida de que si no puede ser de quien ama, entonces prefiere no ser de nadie. Eso lo escribió en una de sus cartas a su hermana refiriéndose a Maria Antonieta. Después de leer sus correspondencias (lo que he podido claro está) no cabe duda de que ambos se querían. Eso sí; eran bastante inquietos y les picaba mucho el gusanillo. Ninguno era de piedra y cada cual tenía sus propios amantes. María incluso sedujo a uno de los encargados de vigilarla mientras estaba presa, provocando su muerte cuando lo descubrieron… y un disgusto enorme en Fersen en cuanto se enteró .

Luis también quería a María a su manera y seguro que sabía lo que tenía con Fersen. Eso lo deduzco porque en una de sus últimas cartas, cuando María está presa y se intercambiaba correspondencia con el conde, ésta le pide que sea menos fogoso en sus misivas porque el Rey estaba empezando a ponerse celoso. Pobre Luisito, está chiquito y hay que cuidarlo.

Otro detalle sobre Luis y Fersen que sucedió realmente es que el Rey, cuando ya no había duda de su triste final, le regaló al sueco un anillo decorado con detalles inspirados en Diana cazadora. He querido reflejarlo aquí en la escena de la cruz de rubíes que le entregan al conde a su marcha (también guiño al juego, ya que es su regalo de acompañante).

Las cartas entre Maria Antonieta y Fersen estaban censuradas por ellos mismos, pero gracias a la tecnología se ha podido ver lo que ponía debajo de muchos de lo tachones y el tema estaba al rojo vivo. He aquí una muestra de dicha correspondencia.

 

EL VESTIDITO BLANCO

Este vestido sí que existió. Era una moda que surgió de la colonias americanas y que empezaron a adoptar las mujeres que se trasladaron allí para soportar el calor. El diseño era conocido como gaulle y consistía en un cuerpo blanco hecho con muselina que se sujetaba a la cintura por medio de un fajín de raso o seda. Cuando Maria Antonieta decidió llevar uno ella también fue todo un bombazo en Francia, donde el pueblo aún no había visto nada parecido. Ella, muy contenta por no tener que llevar encima los pesados ropajes de siempre, se sintió tan liberada que se lo puso para que la retrataran… y fue un escándalo.

La prenda era tan sencilla que se parecía mucho a la ropa interior de cualquier francesa de a pie, ya que era básicamente una camisa interior con volantes. Por lo tanto las burlas no tardaron en aparecer porque todos pensaron que la reina se había retratado en ropa interior, lo que obligó a rehacer el cuadro llevando un vestido azul. Desde entonces esa prenda se conoció como la “camisa de la reina”. En mi fic, por las fechas, el vestido no es el mismo, sino que hablan de un rediseño. Desde el momento en que María se lo puso realmente hasta el momento en el que transcurre el juego han pasado ya muchos años y la moda ha avanzado. La “camisa de la reina” ya era una prenda de uso común, había evolucionada para parecer más un vestido y ya a nadie escandalizaba. En Descendencia simplemente están utilizando un diseño más moderno y llevándolo un paso más allá (sexinesssssss) para realzar la belleza de la reina, como comenta Leonard. Sería una cosa más así:

Normal que Blaisdell se pusiera a tope

Al final del fic, 20 años después, la moda recargada y las pelucas ya no se llevaban, de modo que lo tenían más fácil para practicar el sexo sin quitarse la ropa XD

 

ESCOBEDO

Creo que ya os habréis dado cuenta de que Escobedo, el dogo alemán, es una referencia a Scooby Doo… Pero lo que no sé es si lo habréis relacionado con la cita literaria al inicio de uno de sus capítulos (casi todas, por no decir todas, tienen relación con el texto). Alexander Pope fue un famoso poeta del siglo XVIII que

adoraba esta raza. Su perro se llamaba Bounce y aquí los tenéis a los dos retratados:

Según cuentan, en la vida real Bounce y Pope estaban muy unidos, hasta el pnto en el que el perro salvó la vida del poeta de un intento de asesinato. Al parecer un sirviente intentó atacar al poeta con un cuchillo, pero Bounce saltó sobre él para defender a su amo, salvándole la vida.

 

JOHN HALE Y EL ESPIONAJE

John Hale está inspirado en el capitán Nathan Hale. Él fue uno de los primeros espías norteamericanos contra los británicos, pero la cosa del espionaje todavía estaba muy verde y él poco adiestrado (tenía más valor que conocimientos), de modo que le pillaron enseguida. Según la ley de la época, los espías eran considerados combatientes ilegales, así que su destino en cuanto eran capturados era morir ahorcados. Sin más. Hale conoció ese triste destino a los 21 años de edad.

El ahorcamiento de Nathan Hale

GABRIELLE Y SUS HIJOS

Sobre Gabrielle no tengo mucho que decir… Sólo que me ha sorprendido haber conseguido que le toméis tanta tirria XD Su carácter lo forjé según sus actuaciones en Reina María (muy raritas si se mira bien) y su libro verde, donde poco a poco se va viendo la decadencia en la que cae su relación con Jules a pesar del final bonito de amistad con María. Jules comienza siendo un marido cariñoso y termina faltándole al respeto. Aunque la Gabrielle real era una mala pécora, me he inclinado algo más en el carácter débil y dependiente que muestra en el juego, aunque la he hecho capaz de llegar a ciertos extremos basándome en el personaje real, que por cierto acabó también en el exilio, aunque por otros motivos (revolucionarios).

Ah, el convento en el que están escondidos sus hijos es el mismo que se menciona en una escena importante que transcurre en la novela de Los Tres Mosqueteros.

 

BLAISDELL COMO PERSONA HISTÓRICO Y DE FICCIÓN

Reina María es un libro magnífico dentro del universo Time Princess y que no deja nada sin atar. El personaje de Blaisdell está fuertemente inspirado en Joseph Fouché, Ministro de Interior de Francia en la época en la que transcurre la historia. Era… muy Blaisdell. Como el resto de personajes del libro, no cuadra 100% con el personaje real, pero no cabe duda de que Blaisdell está ahí. Os dejo su entrada en la wikipedia para que podáis comprobarlo:

https://es.wikipedia.org/wiki/Joseph_Fouch%C3%A9

EL DESAPEGO EN ALGUNAS LAS FAMILIAS NOBLES

En Descendencia se dice que la hermana de Blaisdell ni siquiera fue bautizada ni tenía nombre hasta que papá Blaisdell la casó. Está inspirada en Luisa Isabel de Orleans. Era hija de Felipe de Orleans y de la señora de Blois y como no tenía nombre la llamaban simplemente Mademoiselle de Montpensier. No la educaron ni le prestaron atención y fue bautizada a toda prisa poco antes de casarse con Luis I de España. Según cuenta su abuela era una persona bastante desagradable. Sus padres simplemente la ignoraron y se limitaba a vivir la vida por Versalles hasta que se acordaron de ella y le encontraron una utilidad.

 

AUGUSTO Y VICTORIA

Como ya sabréis, Augusto es el hijo de Blaisdell y María, mientras que Victoria es la hija de Adrien y Camile. Adrien ya dijo que sus padres habían retrasado su matrimonio con Camile hasta un año después, por lo que siguiendo la línea de Descendencia, Augusto tiene 20 años y Victoria 18. Me he supuesto que ella habrá ayudado y acompañado a su padre en su trabajo en palacio muchas veces… Las suficientes como para que Augusto se halla fijado en ella y haya surgido el amor.

Ambos son vírgenes y no han ido más allá de besos y tocamientos… cosa que Blaisdell no aprueba ya que los considera “sus niños”. Pero en realidad están emparentado en quinto grado, por lo que según la ley de Dios y de los hombres (y la genética) tienen un parentesco lo suficientemente alejado como para poder casarse. Augusto, a pesar de formar parte de la Familia Real, no es el Delfín de Francia, por lo que podría casarse sin problemas con ella, sobre todo en cuanto tenga el título de Mademoiselle heredado de Blaisdell, que aunque es nobleza menor, nobleza es nobleza. Me pregunto cómo les irá ahora que Augusto sabe eso…

 

EL DIABLO ENAMORADO

No hay mucho que decir sobre esta magnífica obra… Su autor, Jacques Cazotte, murió guillotinado.

 

SOBRE DESCENDENCIA

No quiero aburriros más, así que voy cerrando ya este fic que tanto tiempo ha hecho volar mi imaginación. Descendencia es mi primer fic; nunca antes había escrito ni publicado uno. Nació para ser un one shot, un fic de un sólo capítulo en el que Blaisdell se acostaba con María y nada más. Pero se me hizo corto en cuanto vi que ahí había química y motivos para continuar. Pensé en hacer unos pocos capítulos más… Pero los personajes y la historia acabaron haciéndose cada vez más grandes y me pidieron más y más. No podía dejarlos así. De modo que comenzaron a evolucionar… Y terminé escribiendo lo que habéis leído.

Pasaron muchas cosas en mi vida mientras escribía y a veces fue realmente duro y quise tirar la toalla, pero Gienath me animó una y otra vez a no dejar el fic colgado. Y menos mal. Sin ella esta habría sido una de tantas historias abandonadas.

Me ha costado publicar el final. Luego me he sentido contenta y triste a la vez y creo que pasará un tiempo hasta que deje de notar un pequeño dolorcillo en el corazón cada vez que piense en ellos. Los voy a echar de menos, pero si he contribuido a que alguien se haya divertido con esta historia… ME ALEGRO MUCHÍSIMO. Estoy muy emocionada. Muchas gracias y viva Francia.

Sierpe

 

P.D: Todas las imágenes han sido tomadas de la red y pertenecen a sus respectivos autores