Chapter 1: Preludio
Notes:
Este fanfic tiene una inmensa cantidad de notas. Les pido paciencia y atención al numerito correspondiente en cada superíndice, redirigen a un solo documento en mega (diferente por capítulo) con la lista de aclaraciones.
¡Gracias por iniciar este viaje conmigo!
Chapter Text
Dies Irae ¹
«¿Qué pasaría si os dijera que toda la vida ha sido decidida por el destino? Los ricos gozarán de sus riquezas. Los necesitados morirán de hambre en las calles. Los malvados serán malvados, y los justos, justos. Los bellos, los horribles, los fuertes, los frágiles, los afortunados, los miserables... y finalmente, los vencedores y los derrotados.
Vosotros los oprimidos, los masacrados, los que alguna vez fueron hermanos. Nacísteis para ser derrotados, para ser masacrados hasta el fin de los tiempos. Aquellos que todavía pueden reír alegremente, ajenos a lo que significa estar verdaderamente vivo, no son más que esclavos, los más bajos entre los bajos, que difícilmente merecen ser llamados seres humanos.
Si es así, los pecadores no tienen nada de qué responder, ni los santos tienen ninguna virtud verdadera en su nombre. ¿Y si dijera que ni una sola acción se realiza por voluntad propia, sino que ha sido decidida hace mucho tiempo?
Decidme, ¿os sentiríais contentos con un mundo así?, ¿aceptaríais arrodillaros ante un trono construido sobre tales falsedades? Un universo donde los desposeídos de pecado sois oprimidos y pisoteados: ¿permitiríais que existiera un mundo así?
Nunca, digo yo. Nunca.»²
Chapter 2: Pacto
Chapter Text
En algún lugar de Europa, cuyo nombre no quiero recordar, había un extraño castillo rodeado de árboles y pequeños ríos que desembocaban en una villa.³ El castillo había sido abandonado desde hacía mucho, sin embargo, en los últimos tiempos alguien escuchó la voz de una criatura en el corazón del bosque. No sabíase⁴ si era de una persona, una bestia o un prodigio.⁵
Este rumor corrió de boca en boca hasta convertirse en un conocimiento popular. Otra de las noticias del momento provino de los juglares⁶ de la villa, quienes tocaron cada puerta de las posadas para correr la voz sobre las buenas nuevas de la corte del rey.⁷ Decían que desde el reino vecino habría de llegar una dama más blanca que la luna y tan pura como una virgen.
Cada uno de los villanos⁸ preguntábase cuándo sucedería tal evento y la razón de él. La esposa del rey de estas tierras estaba viva y no había tenido descendencia, pero todos sabían que, una vez consagrada la santa unión entre dos personas, sostener relaciones carnales con otra era pecado.
No podía tratarse de un consorte, pero los rumores de diversas uniones maritales que fueron rotas por una amante abundaban, así pues, ¿para qué querrían a una dama de la realeza?, ¿acaso el rey pretendía una infidelidad? Todavía más extraño: el aviso de los juglares circuló en el reino desde hacía veintiún amaneceres y anocheceres, pero ni un lugareño vio llegar a la dama.
En cambio, pronto apareció una doncella⁹ vestida con una saya¹⁰ blanca del cuello hasta los pies, un manto del mismo color cubriéndole los delgados hombros y la estrecha espalda, una toca¹¹ rectangular sobre el capiello¹² oscuro que tenía en la cabeza y un largo velo que escondía los cabellos negros y parte de la cara en forma de corazón.¹³
No podíase negar que era bella, a juzgar por la piel que alcanzábase a ver tras el velo, pero la sencillez de las ropas que vestía negaba cualquier posibilidad de que formara parte de la realeza.
La doncella acercóse a un hombre que mirábala de soslayo y preguntóle con decoro:
—Apreciable señor mío, ¿sabéis a dónde queda el palacio del caballero negro?¹⁴
—¿Del caballero negro, decís? Estáis en un error, querida doncella. Nuestra villa es tierra del rey Artur y la reina Béfinn, y su reinado no posee sucesor ni caballero.
La doncella miró a la distancia, con dirección al bosque, y ubicó algo que inquietóla.
—Aquel castillo a lo lejos, entre los árboles, ¿pertenece a otro señor?
—¡Oh, no! No pertenece a ni un hombre. No es digno de consideración alguna, el herrero dijo que cerca de él escuchó una voz horrible, como de bestia, al caer el sol. Os aconsejo alejársele.
La doncella inclinó el rostro con suavidad como muestra de gratitud.
—Seguiré vuestro sabio consejo.
Luego, despidióse del villano, caminó hacia los ríos y, siguiéndolos, internóse en el bosque hasta dar con el castillo abandonado.
Llamó a la puerta tres veces, mas no hubo respuesta. Estaba decidida a entrar de cualquier forma, así que empujó la gran puerta metálica, que se hallaba levemente abierta por causas desconocidas; entonces, oyó la risa voluptuosa del caballero negro.
—¡Ah! ¿Qué tenemos por aquí? No llevo por costumbre recibir visitas. Este castillo es tan viejo y solitario, que nuestro querido rey insistió en enviar compañía a su hijo ilegítimo. ¡Es un honor teneros aquí, mi bella dama! No creí que os vería tan pronto.
Apenas terminando de cerrar la puerta, la dama –tomada por doncella por el villano que dióle consejo–, dibujó una delicada sonrisa. Antes de mirar el rostro del caballero con el que habría de vivir hasta el próximo carnaval¹⁵, explicóle:
—El señor de las tierras vecinas solicitóme acudir lo más rápido posible. Dijo que el noble rey Artur tiene apuro de conceder la salvación al alma de su hijo para que así, habitando las carnes del caballero negro, reclame el trono que por naturaleza correspondíale, pues vienen tiempos difíciles y la decadencia amenaza el reino.
—Nuestro rey es tan benevolente, ¡qué maravilloso! No podía esperar menos de quien hízome encerrar en las cuatro paredes de este castillo, como ave enjaulada, para encauzar la naturaleza absurda de mi bizarría.
Una risa tan voluptuosa como la primera resonó en el castillo. La dama entendió que ese era el ruido espantoso que el herrero había escuchado. Con la curiosidad de ver al hombre que parecía considerar algo maravilloso el haber sido encerrado, finalmente vio la cara del caballero y sorprendióse.
Cuando el señor del reino vecino del que provenía la dama hízola acudir con el rey Artur, éste describió al caballero negro como una aberración de la naturaleza que no debía ser visto por los habitantes o, si no, llevaríalos a la ruina.
La dama pensó que el caballero poseería un rostro deforme, como cualquier bestia o prodigio, cuya oscuridad sería evidente para cualquiera que miráselo. En cambio, en lugar del yelmo¹⁶ de la armadura cubriendo una fealdad vergonzosa, encontró una piel casi tan blanca como su cabello y tan fina como la más valiosa de las prendas reales.
Los ojos del caballero también eran claros como la luz de la luna. No había rastro alguno de malicia. Entonces, la dama sonrió y los ojos del hombre abriéronse más, sorprendido; como si frente a él contemplara al mismísimo Dios.
—¿Cuál fue vuestro pecado, caballero mío?, ¿de qué forma habéis ofendido a Dios?
Tanto la boca de la dama como los ojos del hombre hicieron una mueca de complicidad. No requirieron de más palabras para entender la inmensa maldad de sus almas.
El caballero avanzó hacia la dama con una emoción desbordante, hasta que estuvo a una distancia que apenas separaba sus cuerpos. Tomóla por el cuello y comenzó a asfixiarla.
Aun cuando los pies de la dama dejaron de tocar el piso, no parecía alarmada. Al contrario: el hombre sintió un éxtasis antinatural al ver la expresión serena de ella.
—Quiero matar a Dios —expresó el caballero con una sonrisa enorme.
—¿Por haberos encerrado aquí? —cuestionó ella con la voz quebrada por la asfixia, mas no temerosa.
—No —respondió él—. Es porque ámole más que cualquier otro. Ésa es mi mayor ofensa.
—¡Ah, espléndido! —La dama juntó las manos frente a su propio pecho, imitando la sonrisa eufórica de su captor—. Vos queréis ser libre de ese amor indeseable, ¿es así? Vos no sois digno, pero Dios acepta y os devuelve ese amor, porque nuestro Señor es bondadoso y amable. Vuestra ofensa será perdonada. Dios os seguirá considerando su siervo.
El caballero apretó más el agarre alrededor del cuello de la dama y la sonrisa de ella pasó de eufórica a otra llena de elegancia y suavidad. Era lastimera y compasiva: reflejaba la misericordia de Dios.
—Si os mato aquí, Dios también morirá. Cada acto de crueldad es una ofensa para Él. Nuestro Señor no podrá perdonarme. No seré digno de su amor, ni habré de amarle más.
Con los últimos esfuerzos de la dama para hablar, dijo:
—Entiendo. Para oponeros a Dios, vos queréis hacer lo imperdonable. Buscáis sumergir vuestra alma en el más oscuro de los pecados. Vos queréis matarme para que vuestra alma no tenga salvación. La forma más horrible de perder todo rastro de divinidad, y con ello, de Dios, es perderos a vos mismo. Adelante, entonces, caballero negro: matadme si podéis, que yo no he de poner resistencia.
Pasaron unos momentos en silencio en los que el hombre no soltó a la dama, mas tampoco reforzó el agarre.
Cuando las manos de la dama cayeron a cada lado de su propio cuerpo –con los brazos colgados sin hacer fuerza–, el caballero contempló cómo el brillo sereno de aquellos ojos estaba por desaparecer, oculto tras los finos párpados que poco a poco fueron cerrándose. Entonces, soltóla.
La dama cayó al piso mientras tosía y respiraba con agitación, tratando de recuperar el aire perdido. El caballero no observóla por demasiado tiempo, sino que quedóse viendo al frente, sin mover un dedo, como una gárgola al contemplar los confines del abismo.
Nuevamente, una carcajada resonó en el castillo, pero esta vez oíase notoriamente desesperada.
—¿Qué ocurre, caballero mío? ¿Por qué no habéis quitádome la vida? —preguntó ella, una vez que recobró la serenidad.
—He recordado que vos no contásteis vuestra ofensa a Dios, querida amiga.
—¿Es así? ¿He ofendido a nuestro Señor?
—Por supuesto, vi en el brillo de vuestros ojos que habéis entendido perfectamente de lo que hablé. No he tenido jamás una amiga más maravillosa que vos.¹⁷
La risa de la dama era gratamente más sutil y débil que la del caballero.
—Es verdad, he ofendido a Dios —dijo, poniéndose de pie—. A pesar de eso, estáis equivocado al considerarme vuestra amiga.
—¿No lo sois? —cuestionó él, curioso.
—No. —La voz de la dama volvióse más profunda, menos aguda; más juguetona, menos soprana—. ¿Queréis saber la razón?
Sin decir una palabra, el caballero fijó la vista en las manos de la dama y en la forma en que ella fue retirando el largo velo que cubríale los cabellos negros y la cara blanquecina. El hombre quedóse sin aliento.
—La ofensa que he cometido es un secreto que deberéis descubrir por vuestra cuenta. Si os dígola, moriréis en la horca. Mi señor os llevará ahí, es un conocimiento prohibido.
—Aunque vuestro señor lleváseme a la horca, estoy seguro de que vos concederíais la salvación eterna a esta pobre alma en desgracia con vuestra belleza divina.
—¿Es que acaso cometí algún desacierto? Vos no queríais la salvación, sino ya no ser más un siervo. ¿Es así?
—¡Es así! Mi señor hubo de encerrarme para encauzar mi camino hacia la salvación y reclamar el trono, mas yo he rechazado ser parte de las buenas costumbres. He ido en contra de la voluntad de Dios. He desobedecido y ahora la única salvación que merezco es morir en vuestras manos. Os ruego que me ayudéis a librarme de estas cadenas, querido amigo.
El caballero tomó las manos de la persona enfrente suyo –que hasta entonces pareció ser una dama dulce y tierna– y miróla con una esperanza abrumadora.
—No os puedo ayudar a morir si vos no teméis a la muerte, mi preciado caballero. Estas manos (que no deberían pertenecer a un cuerpo tan dócil, inclusive tomado por el de una doncella) fueron creadas por Dios para llenar el mundo de pecado, pero no sirven sobre un alma tan portentosa¹⁸ como la mía.
—¿Pero qué decís? Vos no sois un prodigio como yo. Vos sois un ángel caído del cielo para eliminar el pecado del mundo a través de la muerte, y estimada es a los ojos de Dios la muerte de sus santos¹⁹, porque son hombres que pecan y mienten. Todo hombre es mentiroso²⁰, menos vos, querido amigo, que mostrásteis la verdad a este pobre siervo con vuestro divino rostro.
»Vos no mentísteis sobre la naturaleza de vuestra alma, fui yo quien estando sordo y ciego no vi la verdad sino hasta ahora que vuestra belleza hubo permitídomelo. Por vuestra clemencia os ofrezco mi lealtad. Pagaré mis votos delante de quien sea.²¹ Por favor, atended mi súplica: ¡matádme o dejad que os mate! Sólo así serán libres mis ojos de lágrimas y mis pies de resbalar.²² Si mato a mi amigo, ¡libraré de todo sufrimiento al alma mía! ¡Seré como un ave volando fuera de su jaula!²³
Al principio, los ojos de la persona antes tomada por dama viéronse sorprendidos: era el primer hombre –y persona en general– que no sólo no rechazóle, sino que parecía mucho más interesado ahora que si hubiérase tratado, en efecto, de una dama. El nacimiento de este ser que apenas podía ser considerado una persona, fue un error de la naturaleza.
Los reyes de las tierras vecinas querían que naciera una mujer. Grandes sabios e incluso gente envuelta en el mundo de la hechicería y la magia blanca aseguraron al rey Finn y a su esposa, la reina Fionna, que una niña habría de llenar el reino de gracia y alegría.
Celebróse una fiesta unos días antes de la llegada de la criatura, a la que desgraciadamente también asistió una bruja que no había sido invitada. La fiesta transcurrió sin una sola alteración del orden, sin embargo, cuando la reina dio a luz, no nació la niña que todos esperaban con tanto anhelo.
En su lugar, hubo un varón de apariencia inmensamente bella, pero que inspiraba la más horrible de las inquietudes con sólo mirarle los ojos. Tenía el encanto más lascivo, sólo era igualado por aquella serpiente que tentó a Eva. Los reyes descubrieron la asistencia de la bruja y a ella atribuyeron toda desgracia.
La ira del rey Finn fue tal, que hizo ejecutar a todos los adivinos del reino. Él y su esposa habían comprometido a la niña desde antes de nacer con el hijo de los reyes de las tierras vecinas para prevenir la desgracia que los consejeros habían visto aproximarse en un futuro cercano.
Quizá la decadencia no los afectaría tanto, si hubieran tomado las precauciones necesarias con antelación, pero ante la seguridad que ofrecieron los hechiceros más prestigiosos que en ocasiones previas habían acertado en sus predicciones, decidieron depositar todas las esperanzas de salvación en su futura hija. Decidieron llamarla Fionna, como su madre.
Otra causa de inquietud para los reyes, además del sexo del recién nacido, fue el color del fino cabello que poseía: en lugar del blanco inmaculado propio de la línea de sucesión familiar²⁴, el varón gozaba de una cabellera tan oscura como la noche. Los ojos del niño, además, eran horriblemente profundos, comparables sólo con el vacío del abismo.
El niño creció sin sonreír jamás con un aire de inocencia: cada vez que intentaba componer algún gesto genuino, los reyes sólo podían ver la malicia de un demonio. Ni siquiera eran capaces de definir la verdadera causa de ello, si el rostro del niño era dulce, tierno y encantador. Tan encantador que conforme fue creciendo, aparecieron varios pretendientes.
El hecho de que su hijo atrajera a otros varones en lugar de doncellas –como si en efecto el destino hubiera decretado que fuera una mujer en vez de un hombre–, generó tal horror a los reyes, que decidieron hacer lo que mayor paz dejáseles: no sacarían a los pretendientes de ese error. En aquel reino no había nacido un príncipe, sino una dama; quien dijera lo contrario, iría a la horca.
La farsa fue mantenida por años: el reino y el propio niño creyeron que en verdad tratábase de una dama, sin embargo, aun cuando sus padres llamábanlo Fionna y educáronlo como una mujer, el niño sintióse diferente. No encajaba con otras niñas de clase alta, pero tampoco hízolo con las plebeyas del reino.
También sintió que sus padres mirábanlo con reserva, a veces con asco y a veces con rencor. Como si estuviera por debajo de ellos; como si no fuera un humano, sino un demonio que podía traer ruina y deshonra en lugar de gozo. Creían que Fionna tenía costumbres extrañas, por lo que era reprendido constantemente.
Incluso parecía realizar rituales extraños que atraían el mal augurio, como salir del palacio y pararse debajo de la lluvia en vez de cubrirse. En aquellos instantes, una expresión de complacencia y satisfacción adornaba esa misma cara pueril que en contadas ocasiones reflejaba emoción alguna. Tiempos difíciles llegarían pronto y Fionna no estaba hecho para gobernar, por tanto, los reyes decidieron seguir con el matrimonio acordado con el reino vecino.
Grande fue la sorpresa del rey Finn al recibir la noticia de que aquel príncipe llevaba años muerto. Informósele que el infortunio ocasionólo una bruja al llevarse el alma del príncipe a los pocos días de nacido y depositarla en un caballero desprovisto de toda gracia de Dios. El único modo de librarla y hacerla reencarnar era que el caballero retomase la vía del bien y ocupara el trono vacío.
Por supuesto, no llevaría la sangre de un heredero de línea directa, pero podría poseer la honra que otorgásele la dama de otro reino. El nuevo príncipe recuperaría el poder, y a cambio, la dama llevaría a su tierra natal las riquezas del rey Artur. La verdad era que el caballero referido tratábase del auténtico príncipe, oculto por sus padres debido a la vergüenza que en ellos provocaba. El heredero había nacido más cerca del diablo que de Dios.
Desde pequeño tenía una mirada enloquecida; un ojo sano que causaba más pavor que el que tenía ciego. Apenas convertido en un hombre, enviáronlo al campo de batalla para probar que la cercanía a la muerte lo haría regresar en sí, pero al volver, en vez de recapacitar y retomar el camino de la fe, lucía aún más retorcido: reíase todo el tiempo de los disparates propios y no paraba de decir que mataría a Dios.
El yelmo cubría una parte del ojo sano, mientras que en el otro resaltaba una cicatriz que presumiblemente hízole un enemigo. Los reyes desearon, en el fondo de sus almas, que el corte hubiera cegado, más bien, la locura del primer ojo. Conformáronse, al menos, con no tener que mirarlo directamente gracias a la armadura. Ocurrióseles que era más conveniente presentar a su hijo como un caballero errante que vivía a las afueras del reino.
Años después, esto permitió solicitar al rey Finn que enviase a una dama para ayudar al alma en desgracia del caballero y así pudieran nombrarlo oficialmente como el príncipe Niké, quien habría de subir al trono como legítimo gobernante para asegurar la victoria de las tierras aliadas por encima de otras.²⁵
Después de todo, los caballeros pueden alcanzar a Dios mediante el amor de una dama. Era más digna esta historia que admitir que de la reina Béfinn nació un nicolaíta²⁶: no sabríase jamás que el príncipe estaba vivo. Para salvarse de ser acusada de adulterio –dado que, y por si fuera poco, el color blanco del cabello del príncipe no coincidía con el del rey–, ella propuso ocultar a su hijo en el castillo abandonado del reino, por lo menos hasta que apareciera la dama prometida.
La dama de nombre Fionna, recordando la misión que fuéle encomendada, compuso una sonrisa casi imperceptible.
—Incluso si accedo a ser vuestro amigo auténtico, no podéis matarme. Habéis tenido mi cuello entre vuestras manos, y miradme: sigo vivo. Yo no puedo mataros, ya os expliqué: vos no tenéis miedo a la muerte. Sin embargo, puedo dar un propósito a vuestra vida que ayude a libraros de vuestras cadenas; si aceptáis, más valioso seríais vos para mí que cualquier otra criatura en el mundo.
Aún con las manos del amigo suyo entre las del caballero, éste expresó:
—Decidme, por favor, qué puedo hacer para que nuestra amistad sea más fuerte. Así, cuando corte el vínculo de un tajo, será más gratificante.
—Primero, respondedme una cosa: ¿vos creéis en la existencia de Dios?
—¡Por supuesto! Dios fue quien condenóme a ser una bestia en las carnes de un humano por haberme negado a obedecer sus designios.
—Bien, entonces ¿reconocéis que Dios está sentado en el trono de los cielos, desde donde todo ve, todo sabe y todo puede?
—Todo no. Hubo de quitarme la libertad, pero no el afecto ni el deseo rebelde.
—¿Estaríais dispuesto a rebelaros, si Él así quisiérelo?
—Contra ni un otro que Él y sólo si os elige para proferir sus palabras.
—¿Es así?
—Es así.
—¿Por qué?
—Porque vos sois como yo. Y porque no hay ser al que odie y ame tanto como a nuestro Señor.
—Mi querido caballero negro, vos y yo hemos de traer hambre y muerte a los reinos aliados para que sean capaces de ver la luz; no la que los falsos profetas han ofrecido con mentiras y engaños, sino la verdadera salvación.²⁷ Vamos a recuperar el trono que por naturaleza es de vos y de mí; es el camino que Dios dispuso desde el inicio hasta el final de los tiempos.
—Ni un trono interesa a este pobre siervo, el único rey digno de ocuparlo sois vos. En tanto yo pueda mataros y borrar toda emoción humana de mí, os ofrezco mi servicio para que alcancéis todo propósito que tengáis. No hace falta dar explicaciones, en vos confío todo sacrificio.
»Desde ahora y hasta el término de este pacto, ¡oh, dama, amigo, Mídons!²⁸ ¡Lo que fuere que vos seáis! Cualquiera que fuere vuestro impronunciable nombre por naturaleza: ciertamente yo soy vuestro siervo, siervo vuestro soy, hijo de vuestra sierva. Vos has de romper mis prisiones.²⁹ ¡Os ofreceré alabanza e invocaré vuestro nombre!
Al concluir su discurso, el caballero bajó la vista y arrodillóse frente a su Mídons, como si, en efecto –y aún sin soltar las manos ajenas–, estuviera por recibir un nombramiento real.
—Por el poder que Dios ha otorgádome, os nombro un nicolaíta: un hombre que pervierte las buenas costumbres de nuestro Señor. Vuestro nombre, que yo y sólo yo he de pronunciar, es Níkolai.³⁰
Enseguida, Níkolai besó el dorso de la mano de Fionna y una marca intangible formósele ahí.
—¿Con qué nombre he de invocarte, Mídons?
—¿Vos veis en mí a una dama o a un varón?
—¿Qué más da?, si no sois ni uno ni otro. Ni siquiera sois humano.
Con la mano que tenía libre, Fionna retiróse el manto que cubríale los hombros y dejólo caer junto al velo –que hubo quedado del lado diestro del pie de Níkolai–, y continuó:
—Si es así, podéis llamarme Fyódor.
Como para enfatizar el significado de “regalo de Dios” presente en ese nombre³¹, Fyódor indicó a Níkolai que tomara el manto y usáralo él mismo a modo de capa. Luego, Fyódor quitóse la toca y colocóla en la cabeza de Níkolai para reemplazar el yelmo. Esta toca, sin embargo, parecía más un sombrero que una parte de la armadura.
—Os obsequio algunas prendas mías para sellar nuestra unión. Con la marca en mi mano y la que habrá de aparecer en vuestra frente, queda fijo el pacto entre vos y yo. Así como vuestro nombre ha de ser dicho sólo por mí y el mío por vos, tales marcas podémoslas ver únicamente nosotros.
Fyódor tomó a Níkolai de las mejillas e hízole alzar la cara para poder besarlo en la frente. Apareció, así, la marca prometida.³²
Fyódor sonrió con inocencia, pero Níkolai percibió un misterio seductor en ese gesto y, sintiéndose atraído por el nuevo vínculo entre ambos, correspondió a la sonrisa de Fyódor con una voz juguetona:
—Claro que sí, Fedya.~

AliPon on Chapter 1 Sat 24 Feb 2024 09:11PM UTC
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GoodbyeAliens on Chapter 2 Fri 24 Nov 2023 12:49AM UTC
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Valdemirt on Chapter 2 Tue 26 Mar 2024 10:57PM UTC
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