Chapter 1: 𝕴𝖓𝖙𝖗𝖔𝖉𝖚𝖈𝖈𝖎𝖔𝖓
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𝕰l matrimonio Renfield era bien conocido por muchos de los habitantes de Londres, pues era una pareja tan extravagante y singular que jamás pasaría desapercibida. Renwick Renfield era un científico, y su esposa, Eleonora Renfield era una cuentista y poeta que se destacaba en el género de terror. Ambos poseían una fijación por los aspectos lúgubres, mórbidos, oscuros e inquietantes del mundo, cosa que provocaba que las personas a su alrededor sintieran aversión y optaran por mantener distancia. Pero a pesar de no tener familia ni amigos, los Renfield gozaban de una inmensa felicidad.
El tiempo transcurrió y eventualmente Eleonora quedó embarazada y dio a luz a Naenia, cuyo nombre le fue dado en honor a la diosa romana del lamento fúnebre. Renwick y Eleonora pusieron especial esmero en la educación de la pequeña Naenia, versando a su hija de dotes tanto científicos como artísticos. Como era de esperar, la pequeña era tan excéntrica y extraña como sus padres, desarrollando a muy temprana edad una obsesión por las ciencias forenses y también por la nigromancia, tema que la fascinó luego de leer la obra de Mary Shelley "Frankenstein". La pequeña Naenia era una niña curiosa que solía llevar a cabo algunos experimentos a espaldas de sus padres, cómo pequeñas autopsias a lagartijas y roedores muertos que encontraba por ahí.
La familia Renfield era dichosa, la alegría que compartían era inmensa, pero por desgracia, la dicha no duró para siempre. Poco tiempo después del octavo cumpleaños de Naenia la familia Renfield cayó en desgracia.
Era el año 1878 cuando una inexplicable anemia dejó a Eleonora postrada en cama. Ningún doctor común habría sido capaz de descubrir el origen de aquella dolencia, pero para Renwick la respuesta era obvia, pues las circunstancias tan fantásticas eran inconfundibles y no tenían una explicación lógica, sino sobrenatural. Las dos pequeñas incisiones en el cuello, la pérdida inexplicable de sangre, el crecimiento anormal de los dientes caninos, además del gran murciélago que Eleonora afirmaba divisar al otro lado de la ventana todas las noches. Todo esto llevó a que Renwick combatiera aquel mal llenando la habitación con flores de ajo. Pero todo fue en vano, pues su amada ya no tenía salvación, y ella, estando perfectamente consciente de cuál era el origen de su enfermedad y aceptando que sus posibilidades de salvación eran nulas, pidió a su esposo que clavara una estaca en su corazón para evitar convertirse en una criatura no-muerta. Renwick, desecho de dolor sostuvo con su mano izquierda la estaca de madera sobre el pecho de su esposa, y con la derecha el martillo con el que clavó la estaca.
Sintiéndose tan desgraciado y desdichado, sólo anhelaba la muerte, y de no ser por el deber de proteger a su pequeña y adorada hija, muy seguramente hubiera recurrido al suicidio.
Tras la muerte de su esposa, Renwick consagró su vida por completo a su hija, enfocándose en su educación y en brindarle una vida feliz dentro de lo posible. Los años pasaron, años en los que Renwick y Naenia superaban poco a poco la ausencia de Eleonora, años en lo que la pequeña Naenia creció y maduró, y se convirtió en una joven hermosa y agraciada físicamente, aunque claro, su extraña personalidad espantaba a todos sus pretendientes, pero era algo que ella en absoluto lamentaba, y más bien lo encontraba cómico.
Lamentablemente, el infortunio llegó de nuevo. Todo comenzó el decimoprimer día del mes de agosto de 1888. En la madrugada ese día, Renwick despertó súbitamente de una horrenda pesadilla en la que su hija corría el mismo destino que su esposa. Sudaba profusamente y su corazón latía con fuerza en su pecho, algo dentro de sí le advertía que estaba ocurriendo algo muy malo, y guiado por un terrible y trágico presentimiento, salió de su habitación y corrió hacia la de su hija, abriendo abruptamente la puerta y descubriendo lo acertado de su presentimiento. La ventana de la habitación estaba abierta de par en par y el viento agitaba las cortinas, Naenia yacía tendida en la cama, y a su lado, una figura sombría se cernía sobre ella. Ante la repentina irrupción, la figura se levantó y Renwick pudo observar por un breve instante un semblante terriblemente pálido y unos ojos rojos centellantes. Aquel ser saltó rápidamente por la ventana y se desvaneció entre la oscuridad de la noche.
Al acercarse a su hija, Renwick la encontró profundamente dormida y con los labios entreabiertos. Naenia no respiraba de manera normal, sino que, a cada inhalación, se esforzaba por hacer penetrar la mayor cantidad de aire posible. De repente, la joven se estremeció y tembló de frío, por lo que inmediatamente Renwick cerró la ventana y arropó a su hija, después tomó asiento en la silla de escritorio que había en el cuarto. Permaneció en vela para asegurarse de que la figura sombría no reapareciera.
Renwick estaba preso de una angustia y ansiedad que estremecían sus miembros. En ningún momento se atrevió a examinar el cuello de su hija, pues le aterraba encontrar dos pequeñas punzadas allí, pero aún sin verlas, sabía perfectamente que allí estaban.
Al amanecer, Renwick se apresuró a poner flores de ajo y crucifijos en todo el cuarto. Naenia permaneció profundamente dormida hasta el mediodía, y al despertar, cuestionó a su padre sobre su extraño actuar, pero al notar la expresión de pánico que él tenía en el rostro, optó por abstenerse de interrogarlo.
Al levantarse de la cama, Naenia tambaleó y un intenso mareo la hizo caer sentada sobre el colchón. En ese instante, Renwick corrió hacia la cocina y preparó un desayuno algo grande para su hija, y ella lo devoró.
Al anochecer, Renwick pasó la noche en vela de nuevo. Afortunadamente, el ser de ojos llameantes no hizo presencia. Las flores de ajo y los crucifijos habían logrado su cometido, por lo cual, a la noche siguiente, Renwick decidió descansar. Pero en la mañana, encontró la ventana del cuarto de su hija abierta de par en par, y a la pobre joven en un estado anémico.
Renwick optó por pasar todas las noches en vela, cosa que preocupó a Naenia por la salud de su padre, pero este no hacía caso a las señales de agotamiento que su cuerpo le daba, ni a las sugerencias de su hija para que durmiera.
Naenia no era ajena a la causa de su anemia, pues durante toda su vida fue una fiel fanática de la literatura de horror, por lo que conocía mucho sobre el tema de vampirismo, y sabía que una criatura similar a la condesa Mircalla de Karnstein era la culpable de su enfermedad. Además, ya había tenido la oportunidad de ver a su visitante nocturno, y estaba segura de que era también culpable de la pérdida de su madre.
Transcurrió poco más de un mes y aquel ser no había regresado, pero Renwick aún se encontraba intranquilo, por lo que no abandonó la rutina recientemente adoptada.
Desgraciadamente, ningún esfuerzo por proteger a su hija sirvió de nada, porque la noche de veinte de septiembre su resistencia flaqueó y cayó desmayado de agotamiento en el suelo de la habitación de Naenia. Al despertar, sintió el aire frío golpeando su rostro y la ventana abierta. Inmediatamente se acercó a la cama y encontró a Naenia muerta allí.
Con el alma corroída de dolor y sufrimiento, Renwick tomó la estaca y la sostuvo sobre el pecho de su hija fallecida, y al levantar el martillo, la imagen de su esposa invadió su mente. Todas sus fuerzas abandonaron por completo su cuerpo y su voluntad se quebró.
Con lágrimas gruesas cayendo por su rostro, Renwick corrió a la calle y buscó un bar, donde bebió hasta que el sol comenzó a asomarse al horizonte. En ese momento, se dispuso a regresar a su casa, pero al cruzar la calle fue arrollado por un carruaje y perdió la vida al instante.
Un grupo de oficiales de Scotland Yard llegó a la escena del accidente e hicieron el levantamiento del cuerpo, transportándolo a la funeraria de Undertaker.
Un par de oficiales fueron a la casa del fallecido para darle la desafortunada noticia a su hija. Luego de llamar a la puerta durante varios minutos sin recibir respuesta, decidieron preguntar a los vecinos, los cuales informaron que la joven estaba enferma y por tanto, no podría haber salido de la casa. Entonces, los oficiales irrumpieron en la casa y hallaron a una joven aparentemente dormida en una de las habitaciones. Grande fue su sorpresa cuando se acercaron y encontraron que la joven no tenía pulso ni tampoco respiraba. Era el cadáver con apariencia más viva que habían visto jamás.
Naturalmente, el cuerpo de Naenia fue enviado a la misma funeraria a la que llevaron a su padre.
Y así, el linaje de la familia Renfield concluyó.
¿O no?
Chapter 2: 𝕰𝖑 𝖈𝖆𝖉𝖆𝖛𝖊𝖗 𝖒𝖆𝖘 𝖘𝖚𝖇𝖑𝖎𝖒𝖊
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𝕮asi un mes había transcurrido desde la última visita que hizo el conde Phantomhive a la funeraria. Lo único interesante que había ocurrido últimamente eran los crímenes de Jack el destripador y la reciente visita a Weston college por la solicitud de resucitar a las víctimas de un asesinato cometido en las instalaciones del colegio.
Undertaker estaba terriblemente aburrido, anhelante de presenciar un suceso que pudiera divertirlo, sin embargo, lo único potencialmente entretenido que tenía para hacer por el momento era realizar su trabajo como empresario de pompas fúnebres. En la mañana habían llegado dos nuevos invitados, de los cuales debía encargarse, y según le habían informado, eran Renwick Renfield y su hija, Naenia Renfield. Estaba al tanto de lo que se decía sobre la extravagante familia, a decir verdad, le resultaban interesantes. Alguna vez llegó a escuchar que Naenia tenía el pasatiempo de recoger animales muertos para realizar en ellos pequeñas autopsias, y en otra ocasión, oyó que Renwick y Eleonora celebraron su ceremonia de bodas en un cementerio. Ellos eran personas tan morbosas, sin duda hubiera sido agradable conocerlos mientras aún tenían pulso en las venas.
Atravesó la lúgubre estancia a penas iluminada por unas cuantas velas, cuya luz proyectaba siniestras sombras y se acercó a los dos ataúdes. Retiró la tapa del primero y, asomándose al interior con los ojos brillando de curiosidad, encontró el cuerpo inerte de Renwick, que presentaba signos de haber sido arrollado por un carruaje.
—Qué frágiles son las vidas humanas —comentó mientras soltaba una risita espeluznante.
Luego, se dirigió al segundo ataúd, en el que se encontraba la hija, y al abrirlo, quedó fascinado y cautivado ante la vista que halló frente a él. En todos sus siglos de existencia, jamás había tenido la fortuna de contemplar un cadáver de aspecto más sublime e inmaculado que ese. Era una muerta de belleza y encanto antinatural, era incluso difícil creer que se encontraba frente a un cadáver.
Observó atentamente la tez blanca y pura de la joven, el cabello negro que caía sobre sus hombros y el color rojizo de sus labios, imposible para un cuerpo carente de flujo vital. Sintiéndose sumamente desconcertado y confundido, extendió una de sus manos para comprobar que realmente no hubiera pulso, pero antes de que su mano alcanzara a tocar la piel de la muerta, esta abrió repentinamente los ojos y se abalanzó sobre él como una bestia rabiosa. Undertaker emitió un leve grito de sorpresa y aterrizó de espaldas al suelo con un ruido sordo. Al levantar la mirada, se encontró a la joven a horcajadas sobre él, observándolo con unos ojos rojos hambrientos y con la boca abierta, dejando ver unos largos y filosos colmillos. Lejos de sentirse atemorizado, Undertaker sonrió ampliamente con diversión por el siniestro giro de acontecimientos.
Guiada por su incontenible hambre, ella se inclinó y mordió el cuello de Undertaker, clavando sus colmillos profundamente en su carne, y sin demora, comenzó a beber de la sangre que brotaba profusamente de las dos pequeñas heridas, sintiendo el líquido caliente fluyendo hacia su garganta y saciando a cada sorbo su hambre voraz. Por otro lado, Undertaker comenzaba a sentirse ligeramente mareado y debilitado, pero a pesar de ello, no hizo ni el más mínimo intento de apartarse o impedir que ella bebiera de él, en lugar de eso inclinó su cabeza hacia un lado para dar un mejor acceso a su cuello.
No pasó mucho tiempo para que el flujo de sangre se detuviera, y así, habiendo saciado por completo su hambre, ella se apartó lentamente de su cuello, dejando dos diminutas pero profundas incisiones allí. Ya con su salvaje instinto apaciguado, recobró la razón. Sintiéndose horrorizada por lo que había hecho, se quitó de encima y retrocedió sin levantarse del suelo.
Undertaker, al ver el abrupto cambio de comportamiento, comenzó a reír mientras jadeaba suavemente, luego se incorporó ligeramente, llevándose una mano al cuello y tocando las heridas.
—Me has dejado un poco seco, querida —dejó salir una carcajada mientras observaba su propia sangre manchando la boca y la barbilla de la vampiresa frente a él.
Ella permaneció sentada en el piso, aturdida y en estado de shock. Undertaker se puso de pie fácilmente, como si no hubiera sido drenada toda la sangre de su cuerpo, recogió su sombrero de copa torcido que se había caído de su cabeza cuando fue arrojado al suelo y se lo puso de nuevo, dio unos cuantos pasos hasta quedar frente a ella y se inclinó. Extendiendo una de sus manos tomó la barbilla de la vampiresa y limpió las manchas de sangre allí.
—Fascinante —sus ojos brillaron con diversión—. Qué criatura tan espléndida y siniestra.
La mente de Naenia daba vueltas, y entre un abrumador torrente de pensamientos confusos, sólo pudo pronunciar inconscientemente algunas palabras.
—Si drené toda la sangre de tu cuerpo, ¿por qué no estás muerto?
—Hi, hi, hi. No te debo ninguna explicación —hizo una pausa y apartó su mano del rostro de la vampiresa—, pero ya que me has dado algo de entretenimiento, creo que es justo que te lo diga. Yo no soy un ser humano, mi existencia, al igual que la tuya ahora, trasciende a lo sobrenatural. Soy lo que comúnmente se conoce como parca o shinigami. Sin embargo, me retiré de esa labor hace ya varias décadas.
Naenia se limitó a asentir levemente con la cabeza en señal de entendimiento ante la confesión de Undertaker, y este le tendió la mano para ayudarla a levantarse del suelo, gesto que ella aceptó luego de dudar por un momento, poniéndose en pie tras el delicado jalón que dio Undertaker para ayudarla a incorporarse.
—Permíteme presentarme —se quitó el sombrero con la mano que tenía libre e hizo una pequeña reverencia—. Soy Undertaker, a tu servicio.
—Soy Naenia —dijo ella con la voz temblorosa y débil mientras apartaba su mano del agarre de Undertaker.
—Naenia —repitió él, poniéndose el sombrero—. Si no me equivoco, es el nombre de un canto fúnebre romano.
—Y es también el nombre de la diosa romana del lamento fúnebre. Lo escogieron mis padres en honor a ella —de repente, pareció caer en cuenta de algo y su actitud se volvió ansiosa—. ¿Y mi padre?
La sonrisa en el rostro de Undertaker se atenuó al oír la pregunta y, con un semblante ahora un poco más serio, levantó una de sus manos y señaló el ataúd abierto en el que se hallaba el cadáver de Renwick Renfield.
—Lamento ser yo el portador de tan penosas noticias, pero tu padre falleció hoy al ser arrollado por un carruaje.
Existe la creencia de que los vampiros son incapaces de sentir emociones, pero las lágrimas que comenzaron a brotar de los ojos de Naenia eran la prueba de que aquella creencia era errada. El haber despertado como una no-muerta era un hecho que le resultaba confuso, pues estaba segura de que su padre prevendría aquel destino tal como lo hizo con su madre, Eleonora. Al verla llorar, Undertaker no pudo evitar sentir algo de simpatía por ella.
—Es probable que no sea el momento más adecuado para preguntarte esto —Se paró junto a ella y posó una mano sobre su hombro—, pero ¿qué planeas hacer ahora que eres una vampiresa?
—No estoy segura —se secó las lágrimas y soltó un suspiro, tomándose algunos segundos para pensar—. Tal vez me esconda en un cementerio y me alimente de la sangre de ratas.
Fue imposible para Undertaker no reír ante esa respuesta.
—Hi, hi, hi. Eso no suena para nada divertido.
—Consumir sangre humana no sería viable —giró la cabeza para mirarlo, aún con los ojos ligeramente enrojecidos—, corro el riesgo de que una multitud enfurecida me persiga por haberme alimentado de sus seres queridos, y tampoco me quiero encontrar a un cazador de monstruos, si es que existe algún loco que se dedique a ello.
—Ya veo. Es muy sensato, pero no deja de ser aburrido —guardó silencio por un momento, y sus ojos, ocultos bajo su flequillo brillaron mientras un alocado pensamiento cruzaba su mente y una amplia sonrisa se plasmaba en su rostro—. ¿Y si te quedaras aquí en la funeraria?
—¿Quedarme?
—Hi, hi, hi. Sería algo mutuamente beneficioso ya que últimamente me ha hecho falta algo de compañía, incluso podrías ayudarme en mi trabajo, a cambio, yo te proveeré de mi sangre regularmente, y no sólo eso —retiró su mano del hombro de ella y se acercó para susurrar en su oído—, si lo deseas, podría hacer que tu amado padre viva de nuevo.
El cuerpo de Naenia se tensó al instante y un escalofrío recorrió su espalda, haciéndola estremecer. Retrocedió un paso para mantener una distancia más cómoda, sintiéndose ciertamente interesada en la propuesta.
—Suponiendo que aceptara, ¿cómo lograrías hacer eso?
La sonrisa de Untertaker se volvió un tanto siniestra y su risa espeluznante no se hizo esperar.
—Digamos que, secretamente, me he estado dedicando a la nigromancia. Las probabilidades de éxito aún son algo bajas, pero he conseguido algunos avances.
—Entonces, lo que quieres de mí es mi compañía y mi ayuda en tu trabajo, ¿sólo eso?
—Sólo eso. Amo mi trabajo, pero es una profesión que tiende a ser algo solitaria, por lo que me vendría bien tener a alguien con quien pasar el tiempo, y ya de paso, alguien que me sea útil, ya que recientemente me ha hecho falta algo de ayuda en la funeraria.
Naenia consideró sus alternativas durante unos breves momentos. No tenía ningún lugar al que ir ni nadie a quien acudir, y valerse por sí misma no era del todo viable. Por otro lado, un shinigami retirado que ahora se dedicaba a ser sepulturero y nigromante, le ofrecía sangre y la posibilidad de tener a su fallecido padre de nuevo junto con ella, además de eso, si se convertía en su ayudante, podría realizar autopsias en cuerpos humanos y asistir a muchos funerales y entierros. Era una oferta extremadamente tentadora, y la mejor opción que tenía.
—Está bien, acepto.
—Hi, hi, hi. Me alegra oírlo.
—Aunque me gustaría pedirte un favor.
—Pídeme lo que desees.
—Si no es molestia, me gustaría que me acompañaras a mi casa y me ayudaras a traer algunas cosas de allí.
—No es para nada una molestia. Estaré dispuesto a hacerlo.
La conversación se vio interrumpida por el repentino sonido de la campana que anunciaba la llegada de alguien a la tienda. Undertaker y Naenia giraron para observar al recién llegado, encontrando de pie en la entrada a un oficial de Scotland Yard que miraba perplejo a Naenia.
—¿Señorita Naenia Renfield? —tartamudeó confundido el oficial—. Está usted viva.
—Así es —intervino Undertaker—, resulta que se trata de un caso de catalepsia. ¿A qué debo su visita?
—Se me ordenó avisarle que debía entregar el informe de la autopsia de la señorita Naenia a Scotland Yard, pero dadas las circunstancias actuales eso no será necesario —dicho esto, se dirigió a Naenia—. Señorita, si gusta puedo llevarla de regreso a su casa.
—Agradezco su amabilidad, pero iré después, en este momento quiero estar con mi padre.
—Comprendo —el oficial se quitó el sombrero que traía puesto e hizo una pequeña reverencia—. Permítame presentarle mis más sinceras condolencias.
—Lo agradezco sinceramente.
—Con su permiso, me retiraré ahora.
El oficial salió de la funeraria, dejando a Undertaker y Naenia solos de nuevo.
—Hi, hi, hi. A pesar de ser una no-muerta, cuando Scotland Yard revierta tu registro de defunción, estarás legalmente viva.
—La catalepsia fue una excusa perfecta. Bien pensado.
—No fue nada —volvió la mirada hacia él ataúd en el que yacía el cadáver de Renwick—. Creo que lo mejor será comenzar pronto el proceso para traer de vuelta a tu padre.
—¿Qué vas a hacer?
—Para empezar, hay que restaurar el cuerpo del daño sufrido en el accidente, posteriormente, lo conectaré a unos aparatos que mantendrán algunas de las funciones básicas de su cuerpo activas y evitarán la descomposición.
—Comprendo. ¿Y qué harás para reanimarlo?
—Hi, hi, hi. Digamos que en esa parte se involucran algunos de mis dotes como shinigami. Prometo que te lo explicaré después, por ahora debo realizar un procedimiento quirúrgico en el cuerpo de tu padre. Si gustas, puedes explorar el lugar, después de todo este es tu hogar ahora.
—¿Está bien si observo cómo lo haces?
—Personalmente no tengo problema con ello, querida, pero ¿estás segura de que quieres estar allí?, él es tu padre, tal vez sea difícil de ver.
—No tienes de qué preocuparte, voy a estar bien.
Y así, de una manera grotesca, se realizó la alianza entre dos excéntricos sujetos cuya cordura era carente, cuyo amor por lo desconocido y lo oscuro era mutuo, cuya existencia inmortal sería menos solitaria en recíproca compañía.
Chapter 3: 𝕷𝖆 𝖉𝖊𝖘𝖔𝖑𝖆𝖉𝖆 𝖈𝖆𝖘𝖆
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𝕹aenia se paseaba curiosa por la funeraria, observando con entusiasmo el entorno y la atmósfera tenebrosa de la funeraria. Undertaker, con su característica sonrisa, la observaba tras el flequillo que cubría sus ojos, estando sentado sobre la tapa de uno de los ataúdes que se encontraban esparcidos en el suelo, con las piernas cruzadas mientras comía unas galletas en forma de hueso que contenía en una urna.
El comportamiento de Naenia le resultaba curioso, porque apenas hacía un rato había realizado frente a ella un profano procedimiento en el cadáver de su padre, y ahora actuaba de una manera peculiarmente despreocupada. Ella era sin duda alguien interesante, no solamente por lo que era, sino por quien era, pues jamás había conocido a una joven señorita con una personalidad tan extraña. Era una toda una rareza, una rareza que, a sus ojos, era encantadora.
—Antes no detallé demasiado en el lugar, pero debo decir que tu gusto para la decoración es espantoso y espeluznante, tan macabro y aterrador, tan siniestramente maravilloso. Es un deleite para la vista —dijo ella, girándose para mirarlo.
—Hi, hi, hi. Tus palabras me hacen sentir halagado.
-Es porque son un cumplido desde lo más hondo de mi corazón.
—Hi, hi. Es la primera vez que alguien me felicita por mi decoración.
—Pues las personas que te visitan carecen de buen gusto.
Undertaker se limitó a reír y ella continuó observando y explorando hasta que se detuvo un tiempo particularmente largo contemplando una estante en específico en el que se encontraban unos frascos que contenían en su interior órganos humanos junto con un líquido que probablemente era alcohol o formol, ya que estas sustancias preservan el tejido muerto.
—¿Qué sucede, querida? —preguntó Undertaker al notar la fijación hacia ese estante en particular.
—¿Te gusta coleccionar órganos? —volvió a mirarlo, sonriendo con entusiasmo.
—Hi, hi, hi. Es un buen pasatiempo.
—Uno muy interesante. He de admitir que tu personalidad morbosa me resulta muy agradable.
—Puedo decir lo mismo, querida, eres un encanto —terminó de comer las galletas y dejó la urna vacía a un lado sobre el ataúd.
—Ya me lo habían dicho en varias ocasiones... Encanto... Ah, no, es espanto como me llamaban.
A penas hubo terminado de hablar cuando Undertaker, divertido por el comentario, se echó a reír descontroladamente y cayó del ataúd, aterrizando de espaldas al suelo y revolcándose mientras sus carcajadas resonaban en todo el espacio.
—Por la manera en la que lo dices casi parece que estás muy orgullosa de ello —pronunció de manera entrecortada por la risa.
—Bueno, no puedo negar que siempre he encontrado cierto placer y disfrute en escandalizar y asustar a las personas, de ahí la razón por la que me llamaban espanto.
—Hi, hi, hi. Parece que tenemos mucho en común —terminó de reír y se puso de pie—. Cambiando de tema, creo que ya es momento de ir por tus cosas, no creo que vaya a ser cómodo si no tienes ropa para cambiarte.
—Supongo que tienes razón, pero ¿no sería adecuado ir luego de la hora de cierre de la funeraria?
—No te preocupes, no creo que sea un problema si por una vez cierro antes de lo acostumbrado.
—Si tú lo dices supongo que está bien.
—Entonces vamos —caminó hacia la puerta y la abrió para darle paso a Naenia—. Después de ti.
Ampos salieron de la funeraria y Undertaker cerró con llave la puerta. La noche aún no había caído, y la claridad del crepúsculo iluminaba el camino a la desolada casa. Durante el camino, los dos mantuvieron una agradable conversación, pero entre más se acercaban a la casa, una gran nostalgia inundaba a Naenia, haciéndola recordar los lugares que en tiempos pasados había recorrido junto con su padre y, en un tiempo más lejano, también con su madre, y aunque Undertaker notó como poco a poco su expresión se volvía triste, no comentó nada al respecto, queriendo evitar incomodarla al hablar de un tema sensible. La caminata duró unos minutos más hasta que, finalmente, se hallaron frente a la puerta de entrada.
El interior de la casa estaba tal y como Naenia lo había visto la noche anterior antes de fallecer, con excepción de las huellas en el suelo que habían dejado los oficiales de Scotland Yard al ingresar en la casa hacía algunas horas. Atravesaron silenciosamente la estancia, siendo recibidos por una lúgubre y fría penumbra que los acompañaba en su camino por las escaleras que daban al segundo piso. En la planta alta de la casa se hallaban los dormitorios, y entre más se acortaba la distancia entre Naenia y su cuarto, mayor se volvía la melancolía que sentía inundar todo su ser. Undertaker no hizo más que seguirla de cerca, observando atentamente todas las expresiones y reacciones provenientes de ella. Al llegar frente a la puerta del dormitorio, Naenia dio un profundo suspiro antes de girar el pomo de la misma e ingresar en la habitación.
A diferencia del resto de la casa, el cuarto de Naenia se encontraba iluminado por los últimos rayos de sol del día que se filtraban a través de las cortinas corridas de la ventana. Las sábanas de la cama estaban aún desordenadas y arrugadas, pero el resto de la habitación se hallaba en orden y todo estaba en su lugar, incluyendo la silla en la que su padre pasó noches en vela en sus vanos intentos por protegerla de un fatal destino.
En un intento por despejar los dolorosos sentimientos que la abrumaban, Naenia se dispuso a llevar a cabo la tarea por la cual se hallaba allí. Se dirigió hacia una repisa y comenzó a tomar de allí su colección de libros.
—En el armario hay un par de maletas. Tómalas, por favor.
—Por supuesto —se acercó al armario y lo abrió, sacando de allí dos maletas de color negro que dejó sobre la cama, caminó de nuevo hacia el armario para sacar la ropa de Naenia y, en un pequeño intento de mejorar su estado anímico aunque fuera un poco, decidió conversar—. Tu armario parece el de una viuda, querida, no logro encontrar ni una sola prenda que no sea de color negro.
Una leve sonrisa se plasmó en el rostro de Naenia, sintiéndose aliviada de tener cerca a alguien que la hacía sentir menos sola y que podía ayudarla a afrontar el reciente duelo.
—Es porque adoro el color negro con una inmensa pasión, incluso me es difícil recordar una sola ocasión en la que no me haya vestido de luto.
—Ya veo. ¿Cuál es tu edad? —dejó la ropa sobre la cama y comenzó a empacarla en las maletas.
—El día veintidós del próximo mes será mi cumpleaños número dieciocho -guardó los libros ordenadamente en una de las maletas.
—Las telas coloridas y los vestidos lindos son lo que comúnmente usan las jóvenes de tu edad. El rosa es tendencia entre ellas.
—No soy alguien que siga las tendencias o modas, creo que el hacerlo provoca que las personas se parezcan más entre sí y carezcan de una esencia propia, lo cual me resulta aburrido.
—Debo reconocer que admiro tu mentalidad. Pero te doy la razón, los humanos tienden a ser muy fáciles de influenciar.
—Es debido a la educación que me dieron mis padres. A pesar de que nos consideraban unos inadaptados, mi familia siempre fue excéntrica y rara, así que las cosas comunes y normales me resultan algo odiosas, ver a un gran grupo de personas en donde las personalidades no varían es para mí lo más escaso de emoción.
Pasaron algunos minutos, y cuando hubieron terminado con la tarea de realizar las maletas, Naenia se recostó sobre su cama y observó a Underaker con una mirada que reflejaba la curiosidad y el interés que tenía por él.
—Undertaker —le llamó ella.
—¿Si, querida? —respondió él, tomando asiento sobre la cama
—Me genera curiosidad, ¿por qué cubres tus ojos?
—Ya te había dicho que soy una parca y que me retiré de ese trabajo, pero para ser más preciso, deserté. Los ojos de las parcas tienen un aspecto muy peculiar, es un rasgo distintivo, por lo que los oculto para esconder lo que soy.
—Si lo que buscas es ocultar lo que eres, no entiendo por qué me revelaste la verdad cuando recién nos conocemos.
—Digamos que me siento generoso contigo, has hecho mi día muy entretenido desde el momento en el que saltaste del ataúd y me atacaste —rió al notar la expresión avergonzada que apareció en el rostro de Naenia—. Eres muy divertida.
—¿Y crees que yo soy de confianza? Podría volverme en tu contra.
—Sé que no lo harás, después de todo es conveniente para ti estar junto a mí.
—Supongo que tienes razón, de igual modo no pienso apartarme de tu lado, o no en el corto plazo —se removió en la cama y cambió su posición, quedando tumbada de costado sobre las arrugadas sábanas—. Ya que pareces tener tan plena confianza en mí, ¿podrías decirme cuál fue motivo por el que tomaste la decisión de convertirte en un desertor?
—Eres una mujer muy curiosa —soltó una ligera risilla antes de seguir hablando—. Para empezar, debo decirte que los humanos poseen algo llamado registro cinematográfico, que son los recuerdos que cada individuo tiene de su vida, recuerdos que las parcas pueden ver cuando recogen un alma. Tomé la decisión de desertar porque, luego de tantos años presenciando incontables muertes humanas, quise saber qué pasaría si manipulara los registros cinematográficos y los pusiera en un cadáver. Mi objetivo ahora es que, tras reanimar a un muerto, este sea capaz de comportarse como un humano vivo a pesar de no poseer un alma, gracias a los registros cinematográficos alterados.
—Me recuerdas a mi primer amor, Víctor Frankenstein. Pero tú pareces estar un poco más loco que él, cosa que considero buena, ya que el problema de Víctor es que no estaba lo suficientemente falto de cordura como para amar a la abominable y horrenda criatura a la que le otorgó vida -dijo ella, claramente emocionada e interesada por el tema.
—¿Te gusta la obra de "Frankenstein"?
—Decir que me gusta es quedarse corto, adoro esa novela. Además, Mary Shelley es uno de mis ídolos literarios. La admiro tanto que cavaría su tumba para poder conocerla.
Undertaker volvió a reír, soltando ruidosas carcajadas mientras se sostenía el estómago con ambas manos.
—Ay, querida, en verdad eres muy divertida, y muy extraña a demás.
—Creo que tú eres el menos apto para hablar de personas extrañas o raras —respondió ella, empleando un tono de voz un poco burlón y bromista.
—Hi, hi, hi. Tienes razón, pero tú tampoco eres la indicada para hablar sobre personas carentes de cordura.
Naenia rio también. Esta era la primera vez que lograba sentirse tan cómoda con alguien ajeno a su familia y, a pesar de que recién lo había conocido, él le transmitía una sensación de confianza que la hacía lamentar no haberlo conocido antes.
Ella se levantó de su posición y se sentó junto a Undertaker, acercando por impulso su mano al rostro de él con la intención de apartar su cabello y ver su rostro, pero se detuvo en seco.
—¿Te parece bien si miro tu rostro?
—Adelante.
Ante le respuesta positiva, Naenia movió su mano hacia el rostro de Undertaker y apartó el flequillo gris que cubría sus ojos. Fue inevitable para ella no sentir atracción hacia él, pues jamás había visto un hombre de apariencia más atractiva y hermosa. Aún a pesar de tener una enorme cicatriz cruzando su rostro, la belleza de sus rasgos no se veía afectada por ello, y tal como él dijo, sus ojos eran peculiares, con dos iris y un color amarillo verdoso muy particular.
Undertaker no pudo contener su risa divertida al ver a Naenia tan fascinada por su aspecto.
—Parece que disfrutas de la vista.
Naenia apartó la mirada en un gesto de repentina timidez y dejó que su flequillo cayera de nuevo sobre sus ojos y cubriera la parte superior de su rostro. Rápidamente se puso de pie y tomó una de las maletas.
—La noche ya ha caído. Se nos hizo tarde. Debemos irnos ahora.
Salió de la habitación y Undertaker tomó la otra maleta antes de ir tras de ella riéndose con humor por el abrupto cambio de comportamiento que presentó.
—Ya voy.
Chapter 4: 𝕷𝖆𝖘 𝖛𝖎𝖈𝖙𝖎𝖒𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝕵𝖆𝖈𝖐 𝖊𝖑 𝕯𝖊𝖘𝖙𝖗𝖎𝖕𝖆𝖉𝖔𝖗
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𝕿ras el retorno a la funeraria, Undertaker ayudó a Naenia a instalarse, brindándole un cuarto que tenía en desuso.
—Te quedarás aquí. Traeré tu ataúd para que puedas descansar —dijo Undertaker, dejando la maleta que en el suelo.
—¿Mi ataúd? —inquirió Naenia, habiendo sido tomada por sorpresa con ese comentario mientras imitaba la acción de Undertaker y dejaba en el suelo la maleta que llevaba.
—El ataúd en el que estabas esta mañana. Es de tu medida, y es tuyo —rio un poco, después llevó una de sus manos a su barbilla en gesto pensativo y su sonrisa pareció atenuarse de manera leve, casi imperceptible—. Por lo que sé, es una necesidad para los vampiros como tú dormir en ataúdes o tumbas. Pero de no ser así, me temo que no tengo ninguna cama en la que puedas dormir, puesto que yo únicamente duermo en ataúdes.
Esa pequeña confesión le causó gracia a Naenia, quien fue incapaz de contener una risa divertida.
—No representa para mí un problema el dormir en un ataúd, es más, lo haría aunque fuera humana y estuviera viva todavía. Con eso puedo tachar algo de mi lista de deseos.
—¿Lista de deseos? —Undertaker ladeó la cabeza, sonriendo con curiosidad—. ¿Cuáles son los deseos de tu lista?, si se puede saber.
—Bueno, además de dormir en un ataúd, otro de mis deseos es el realizar una autopsia en un cuerpo humano —pronunció emocionada y entusiasmada—. También tengo muchos otros deseos que podrían ser considerados algo obscenos e inmorales, por lo que prefiero no compartirlos.
—¿Obscenos e inmorales? —repitió Undertaker—. Ahora me tienes intrigado de sobremanera.
—Mucho lo siento, pero tendrás que lidiar con la intriga.
—Supongo que insistir será inútil, y tampoco creo poder obligarte a hablar —dijo él, con una fingida actitud de decepción y desilusión—, pero confiaré en que algún día te atreverás a contarme.
—¿Quién sabe? Cabe la posibilidad de que alguna vez lo haga.
—Hi, hi. Esperaré impaciente a que lo hagas, querida —dejó escapar una risilla antes de cambiar el tema —. Deberías cambiarte, mientras tanto, iré por tu ataúd.
La conversación concluyó y Undertaker se retiró momentáneamente para ir por el ataúd, mientras tanto, Naenia se cambió de vestimenta y se puso un camisón de color negro. Pocos minutos pasaron y el ataúd ya estaba en el cuarto. Aquel ataúd era completamente negro en el exterior, decorado con elegantes detalles tallados en madera. En cuanto al interior, estaba forrado de suave terciopelo color rojo carmesí, e incluía un pequeño almohadón del mismo color.
Naenia se recostó en el interior del ataúd, dejando caer su cabeza sobre el almohadón de terciopelo, y cruzando los manos sobre su pecho cerró los ojos. Undertaker se inclinó y tomó la tapa del ataúd.
—Buenas noches, querida. Me desagrada separarme de ti, pero es hora de descansar. Hasta mañana —dicho esto, contempló la cautivadora y encantadora figura de Naenia durante algunos segundos antes de cerrar el ataúd.
Undertaker se retiró del cuarto mientras su mente y sus pensamientos giraban en torno a Naenia y en lo entretenido que fue su día gracias a ella. La presencia de alguien más en la funeraria le resultaba extrañamente satisfactoria, siendo que su soledad era inmensa hasta hace un día.
Las criaturas inmortales son escasas, y por lo general son solitarias, puesto que, si llegan a forjar vínculos con mortales, están condenados a ser impotentes e incapaces de prevenir el final de las frágiles y efímeras vidas humanas, tal como sucedió con Vincent Phantomhive y Claudia Phantomhive. Pero en esta ocasión era diferente, Naenia era inmortal, tal como él lo era, además, su personalidad y forma de ser eran absolutamente únicas, por eso mismo ella le agradaba inmensamente y, a pesar de que solamente había transcurrido un día, comenzaba a sentir por ella un tierno afecto.
Esa noche, Underaker durmió con el corazón lleno de regocijo y calidez, con una sensación de dicha en su interior que no experimentaba desde hacía años.
Tal y como habían acordado, Undertaker alimentaba a Naenia diariamente con su sangre, y ella le brindaba su compañía durante gran parte del día, entreteniéndolo con los raros y peculiares temas de conversación que seguidamente tocaba. La primera semana de estancia de Naenia en la funeraria transcurrió sin ningún suceso singular o destacable, bastará con decir que, en esos pocos días, la parca y la vampiresa desarrollaron una cercana amistad.
Durante la segunda semana de estadía, más exactamente el noveno día de Naenia en la funeraria, Jack el Destripador volvió a actuar luego de más de veinte días de inactividad. En la mañana del treinta de septiembre llegaron a la funeraria los cadáveres de Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, quienes fueron asesinadas casi al mismo tiempo alrededor de la medianoche.
Una vez que los cuerpos de ambas mujeres estuvieron en la morgue, Undertaker caminó hacia la habitación de Naenia y entró allí, encontrando a la vampiresa ya despierta sentada sobre la tapa del ataúd cerrado, cepillando sus negros y ondulados cabellos.
—Hoy te tardaste en venir a despertarme —dijo ella—. ¿Ha ocurrido algo?
—Discúlpame por la tardanza, querida. En efecto, ocurrió algo, y estoy seguro de que te va a interesar —respondió él, tomando asiento junto a ella sobre el ataúd.
—¿Y qué es? —Inquirió Naenia, genuinamente interesada.
—Primero debes tomar un baño y cambiarte —hizo una pequeña pausa mientras se acercaba más y ponía su mano en la parte trasera de la cabeza de ella para acercarla a su cuello—, pero antes de eso, debes alimentarte.
Sin demora, Naenia abrió su boca e incrustó sus colmillos en el cuello de Undertaker, causando que este gimiera y se estremeciera mientras entrelazaba sus largos dedos con los oscuros mechones de cabello y posaba su otra mano sobre la cintura de ella. Naenia puso sus manos sobre los hombros de Undertaker y succionó con ansia y avidez la sangre que brotaba tan exquisitamente de las heridas, deleitándola y extasiándola con el sabor tan embriagante y adictivo, haciéndola probar un glorioso placer. Cuando estuvo satisfecha su hambre, ella apartó sus dientes de la carne de Undertaker y sacó su lengua para lamer la sangre que le manchaba la garganta.
—Parece que te estás poniendo algo atrevida —suspiró ante la sensación de lamidas sobre su piel, y retiró su mano de la cabeza de Naenia—, sin embargo, no me quejo.
—Parece que disfrutas bastante de ser mi comida —se apartó del cuello de Undertaker y quitó las manos de sus hombros.
—Oh, querida —la atrajo hacia él con la mano que tenía sobre su cintura y susurró en su oído—, lo hago como no tienes idea.
Naenia se limitó soltar una leve risilla antes de separarse de Undertaker y levantarse del ataúd.
—Sin duda estás desquiciado, pero tu locura es una cualidad que me gusta mucho de ti —caminó hacia la puerta y la abrió—. Iré a arreglarme.
Una hora más tarde, Naenia se encontraba duchada y vestida con un vestido negro de encaje con mangas largas que cubrían la piel de sus brazos y destacaba las prominentes curvas de su cuerpo. Undertaker la estaba llevando hacia la morgue, y una vez en frente de la puerta, él se detuvo por un momento antes de abrirla.
—Debo preguntar, ¿eres sensible a los asesinatos sangrientos?
—Soy alguien que no se perturba con facilidad.
—Entonces no habrá problema —abrió la puerta y cedió el paso a Naenia—. Puedes pasar.
Al ingresar en la morgue, la vista que encontró fue la de dos cadáveres pertenecientes a mujeres que yacían sobre un par de losas mortuorias adyacentes. El primer cadáver presentaba un corte limpio en el cuello y una incisión en el vientre. El segundo cadáver tenía también la garganta cortada, pero a diferencia del otro cuerpo, este estaba terriblemente desfigurado, le habían mutilado los dos párpados, parte de la nariz y la oreja derecha, su abdomen estaba abierto y sus entrañas habían sido extraídas de su cuerpo. Era una escena realmente grotesca.
—¿Qué les ocurrió?
—Jack el Destripador las asesinó esta madrugada. Ya había tenido aquí a las víctimas anteriores, pero esta —señaló el cadáver mutilado y desfigurado—, Catherine Eddowes, es la que en peor estado ha dejado hasta ahora.
Naenia no pronunció palabra, simplemente se limitó a observar el cadáver. Desde que era pequeña había visto entrañas y vísceras de animales muertos a los que diseccionaba y les realizaba autopsias, por lo que la escena no la perturbaba, sin embargo, le sorprendía el trabajo del asesino.
—El otro día mencionaste que querías realizar una autopsia en un cuerpo humano. Hoy el trabajo será largo, así que me vendría bien tu ayuda, si estás dispuesta por supuesto.
—¡Lo haré encantada! —exclamó ella, girándose hacia Undertaker y sonriendo emocionada.
—Hi, hi, hi. Supuse que responderías así.
Pocos minutos después, ambos estaban ya realizando la autopsia de Elizabeth Stride, quien no presentaba mayores mutilaciones. Naenia mantenía el bisturí sobre el tórax de la fallecida mientras Undertaker, tras ella y con el pecho pegado a su espalda, sostenía su mano y la guiaba al realizar los cortes mientras susurraba las instrucciones en su oído. Claramente, Undertaker se estaba aprovechando de la situación para acercarse a Naenia, quien de haber tenido pulso, muy seguramente lo habría sentido acelerarse.
A pesar del frío que había en la morgue, el aliento de Undertaker en su oído y el contacto de su cuerpo y sus manos hacía sentir acalorada a Naenia, cosa realmente extraña para un muerto. La atracción mutua era innegable, y sus personalidades morbosas encajaban de una manera tan perfecta que, a pesar de estar en una situación que para las personas normales podría resultar desagradable y repulsiva, ambos podían sentir unas intensas y apasionadas emociones instalarse en su interior.
Los procedimientos de autopsia junto con la restauración de los cuerpos tardaron alrededor de cinco o seis horas. Por las autopsias, se dedujo que la causa de defunción fue desangramiento por degollamiento. Al igual que las víctimas anteriores, a estas se les había extraído el útero, sin embargo, a Catherine Eddowes se le faltaba también el riñón izquierdo.
—Quien sea que haya sido el autor del crimen, tiene amplios conocimientos sobre anatomía —comentó Naenia, tratando de desviar sus pensamientos de los abrumadores sentimientos que le invadían.
—Eso mismo pienso yo, creo que una persona cualquiera no podría realizar una extracción de órganos tan hábilmente —respondió Undertaker—, es por eso mismo que el conde Phantomhive está investigando a doctores.
—¿El conde Phantomhive?
—Sí, el perro guardián de la reina. Creo que olvidé comentarte que, además de sepulturero, también sirvo como informante del conde.
—Parece que tienes una vida de lo más intrigante.
—Hi, hi. Lo es aún más desde que estás aquí, querida. Es un verdadero placer contar con tu presencia en mi humilde funeraria.
El resto del día transcurrió con normalidad. A pesar de que entre ambos había una fuerte tensión desde que lo ocurrido en la morgue, ninguno mencionó absolutamente nada sobre ello, sin embargo, era evidente que un mero sentimiento amistoso no era suficiente para describir las sensaciones que comenzaban a experimentar el uno por el otro.
Undertaker se encontraba sumamente encantado con Naenia, una semana bastó para desarrollar por ella una fuerte y enorme fascinación, siendo que era, a sus ojos, la criatura más sublime, única y perfecta. Si ella se lo ordenara, él se arrancaría el corazón del pecho sin dudarlo y se lo obsequiaría con tal de complacerla, pues le había consagrado cada fibra de su ser, se había convertido en su sustento y alimento. Al haberla hecho dueña de cada gota de la sangre que corría por sus venas, le prometió silenciosamente que sería eternamente suyo, que sería su eterno esclavo y su eterno adorador. Bajo aquel flequillo plateado, se escondían unos ojos que expresaban una inconmensurable y apasionada devoción.
Para Naenia, Undertaker era igualmente especial. Los vampiros, a pesar de ser criaturas voraces, sanguinarias, letales, oscuras y siniestras, son muy susceptibles a pasiones humanas, llegaban a sentirlas incluso con una mayor intensidad que los mortales. Esa ardiente pasión la experimentaba ahora Naenia por Undertaker, que era el primero en aceptarla tal y como era sin juzgarla, y no sólo eso, incluso la comprendía, puesto que también compartía su amor por los temas poco convencionales. A diferencia de los jóvenes que llegó a conocer, Undertaker no era para nada aburrido, era extraño y algo falto de cordura, además de atractivo y hermoso, estaba segura de que ningún hombre en la tierra era capaz de igualarlo. Estaba simplemente maravillada.
Chapter 5: 𝕰𝖑 𝖒𝖆𝖚𝖘𝖔𝖑𝖊𝖔
Chapter Text
𝕷a funeraria se hallaba rodeada de un silencio sepulcral, y el interior de la lúgubre estancia era apenas iluminado por la tenue luz de las velas que se encontraban por todo el establecimiento, resaltando aquel aspecto fantasmagórico y espeluznante tan característico de la tienda.
El cadáver de Renwick Renfield yacía en el interior de uno de los ataúdes esparcidos por el suelo, y estaba conectado a unos aparatos que mantenían activas las funciones vitales de su cuerpo. Junto al ataúd, se encontraba Naenia sentada en el piso mientras se dedicaba a observar con expresión melancólica a su fallecido padre. Era su cumpleaños número dieciocho y se hallaba sola en la funeraria. Untertaker tuvo que salir para encargarse de un entierro, pero antes de irse, prometió que tendría preparada una pequeña sorpresa al caer la noche.
Durante el último mes, Naenia había ayudado a Undertaker en su trabajo y también le había acompañado a todos los funerales y sepulturas de los que se hacía cargo como enterrador. Sin embargo, en esta ocasión su estado anímico no le permitió ir. Nunca hubo un cumpleaños en el que su padre no estuviera presente para hacerla feliz, pero ahora estaba muerto, y la única esperanza que tenía de estar con él de nuevo era reanimar su cadáver, aún sabiendo que no tendría un alma, aún sabiendo que no sería realmente su padre.
Triste y desalentada, Naenia decidió distraerse con la lectura en lo que Undertaker regresaba. Transcurrieron unas cuantas horas, y Naenia, como si quisiera llenar con su voz el vacío de soledad que inundaba la funeraria, comenzó a leer en voz alta:
Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente y por la severidad de su fisionomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír: «Aunque tu cabeza, le dije, no tenga plumero ni cimera, seguramente que no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero cual salido de las riberas de la noche. Dime ¿es tu nombre señorial de las riberas de la noche plutónica?» El cuervo exclamó: «¡Nunca más!»
Naenia detuvo su lectura y cuando oyó el sonido de la puerta abriéndose, y al girarse para ver, encontró a Undertaker que había llegado por fin.
—El cuervo, de Edgar Allan Poe —dijo él—. Una obra excelente, sin duda.
La expresión melancólica en el rostro de Naenia se disipó, y en su lugar apareció una dulce sonrisa.
—Undertaker —dijo ella, feliz de verlo—. Por fin has vuelto.
—Prometí que te daría una sorpresa —tomó con delicadeza la mano de ella y depositó un suave beso en el dorso, luego, guió a Naenia hacia la puerta de la funeraria—. Ven a ver lo que preparé para ti.
Naenia puso el libro sobre uno de los ataúdes y se dejó guiar por Undertaker.
—¿A dónde me llevas?
Undertaker cerró con llave la puerta de entrada a la funeraria una vez que estuvieron afuera. Luego, levantó su mano y puso su dedo índice frente a sus labios, indicándole que guardara silencio.
—No hagas preguntas, querida, es una sorpresa. Si quieres saber de qué se trata, sígueme.
Ella obedeció y caminó junto a él a través de las frías calles del Londres nocturno. Undertaker mantuvo la mano de Naenia envuelta entre la suya durante todo el trayecto, y no la soltó ni cuando hubieron llegado a su destino.
—Bienvenida al lugar más magnífico de todo Londres.
Frente a ellos, se extendía el vasto cementerio. Undertaker supuso, por los gustos de Naenia que el cementerio sería un buen lugar para llevarla en su cumpleaños, y al notar la enorme sonrisa y el brillo de fascinación en sus ojos, supo que su suposición hubo sido muy acertada.
—Hi, hi, hi. Parece que te gusta —abrió la puerta de la reja que rodeaba el cementerio y entró allí, llevándola a ella consigo.
—Decir que me gusta no es suficiente. Me encanta. Nadie había tenido la iniciativa de invitarme a un cementerio.
—Y aún falta que veas la mejor parte. Ven.
Caminaron a través de del solitario cementerio. Esa noche había luna llena, por lo que el lugar estaba iluminado por los rayos lunares plateados, que le daban un sublime y majestuoso aspecto fantasmagórico y espectral al lugar. Undertaker no dejó de sostener la mano de Naenia entre la suya, queriendo disfrutar de su contacto y cercanía en todo momento. Los dos siguieron el camino entre las lápidas y sepulcros que se alzaban a su alrededor.
En poco tiempo, llegaron a la parte más antigua del cementerio, donde se encontraban aquellos que, a causa del transcurso del tiempo, se quedaron por completo en el abismo del olvido. Las tumbas allí se encontraban en mal estado debido a la falta de mantenimiento, tan abandonadas que algunas lápidas estaban tapadas por la vegetación, y otras ya se habían roto o fracturado. Entre aquel paisaje de miseria y penuria, se hallaba un precioso mausoleo de mármol blanco que se alzaba del suelo imponente, sobresaliendo con la luz lunar que lo hacía relucir con una hermosura que casi parecía irreal. El mármol había sido tallado cuidadosamente para hacer que el mausoleo se asemejara a una catedral gótica. Este monumento, a diferencia del entorno que lo rodeaba, estaba extrañamente en buen estado, aún a pesar de tener algunas grietas y pequeños defectos, parecía haber sido restaurado, puesto que se podía ver a un lado una maleza que había sido arrancada desde la raíz, y era notable que, debido al aspecto de la tierra alrededor del mausoleo, había estado cubriéndolo anteriormente.
—Se me hizo tarde y no pude deshacerme de esa maleza —habló por fin Undertaker.
—¿Tú limpiaste el mausoleo? —le preguntó ella.
—Claro que sí, lo hice para ti —acercó la mano de Naenia a sus labios y dejó una serie de besos en el dorso—. ¿Quieres ver el interior?
Ella asintió y se acercaron a la entrada del mausoleo. Extrañamente, en la parte externa no había ningún tipo de inscripción o epitafio. Undertaker abrió la puerta del mausoleo y al ingresar soltó por fin la mano de Naenia, luego, encendió las velas de unos candelabros que había puesto allí previamente, iluminando el interior del sepulcro monumental. En el centro, había una gran losa destinada a contener en su interior el cuerpo de un difunto, pero al igual que la entrada, la losa carecía de una inscripción o epitafio, cosa que llamó la atención de Naenia. Undertaker se sentó sobre la losa y dio unas palmaditas a su lado para indicarle a Naenia que se sentara allí.
—¿Y la inscripción? —cuestionó Naenia mientras tomaba asiento junto a Undertaker.
—Bueno, hay una historia detrás de este mausoleo, querida, ¿te gustaría escucharla?
—Por supuesto, sabes que adoro las historias.
—Hi, hi. Sabía que dirías que sí. Esto pasó hace ya más de un siglo. Había un noble que tenía un miedo irracional a ser enterrado vivo, tan grande era su temor que acabó por dejarlo algo trastornado. Para asegurarse de no sufrir de tan fatal y horrendo destino, hizo que le construyeran un mausoleo especial que pudiera ser abierto desde adentro, con una losa que también pudiera abrirse desde el interior. Hi, hi, hi. Ni siquiera estaba enfermo y ya estaba haciendo los preparativos de su funeral. Como te decía, él quedó satisfecho con el trabajo, y su temor fue aplacado. Sin embargo, él nunca pudo usar aquel mausoleo, porque un desafortunado día, salió solo en mitad de la noche solitaria, y mientras caminaba por un callejón, fue atacado por unos bandidos que lo asesinaron y lo despojaron de todas sus pertenencias, incluyendo su ropa. A la mañana siguiente, encontraron su cadáver desfigurado, tan deformado que fue imposible reconocerlo, por lo que acabó siendo sepultado en una fosa común, y como este mausoleo terminó abandonado y olvidado, no hay inscripción. A día de hoy ninguna persona sabe cuál fue el destino que corrió ese hombre.
—Si nunca nadie supo lo que le sucedió, ¿cómo es que tú lo sabes?
—Siempre tan curiosa. En esa época yo aún trabajaba como parca. Yo mismo me encargué de tomar el alma del pobre hombre.
—Es una lástima que tan grandiosa obra de arte esté en el olvido.
—Es por eso que pensé en enseñártelo. Aquí no descansa ni descansará ningún muerto, y sé que esta clase de lugares son de tu agrado. Tal vez podrías quedártelo y venir a pasar tiempo aquí cuando quieras hacerlo, si es que lo quieres.
—Definitivamente volveré. Aprecio mucho que hayas pensado en mí —la sonrisa de Naenia era amplia, dejando a la vista los largos y afilados colmillos de su dentadura.
—Oh, querida —levantó su mano y acarició delicadamente la mejilla de Naenia—. Tú ocupas la mayor parte de mis pensamientos.
Ella puso su mano sobre la de Undertaker y la presionó ligeramente contra su piel, cerrando los ojos y enfocando su atención en la sensación producida por el contacto. Sin pensarlo, Undertaker acercó sus rostros hasta que estuvieron a una distancia muy corta, solamente bastaba un pequeño movimiento para sellar esos pocos centímetros en un beso intensamente necesitado de ambas partes. Sin embargo, Undertaker se contuvo, e hizo un inmenso esfuerzo para reprimir el impulso de simplemente dejar que sucediera. Giró su rostro y apartó su mano de la mejilla de Naenia, cosa que la desanimó.
—Te prometo —dijo él, poniéndose de pie— que en tu próximo cumpleaños tu padre estará presente.
—Haces mucho por mí —ella se levantó también de la losa y caminó hacia la puerta del mausoleo—. No tienes idea de cuán agradecida estoy por tus atenciones.
Underaker apagó las velas y salió del mausoleo. El camino de retorno a la funeraria estuvo marcado por un silencio perpetuo entre los dos. Cada uno estaba ensimismado en sus pensamientos. Por un lado, Undertaker tenía sentimientos encontrados, una parte de sí mismo le recriminaba por lo que no hizo, y la otra por lo que casi hace. Por otro lado, Naenia estaba abrumada por las fuertes sensaciones que Undertaker le provocaba, casi la hacía sentir que su muerto corazón volvía a latir con una nueva intensidad y vitalidad. Ese beso no era un deseo, ya se había convertido en una necesidad.
Ya en la funeraria, cada uno fue a descansar. Al llegar a su cuarto, Naenia hizo su rutina nocturna, se cambió y se preparó para dormir. Cuando retiró la tapa de su ataúd para recostarse, encontró en el interior un abundante ramo de rosas marchitas que ponía en una pequeña tarjeta:
Con cariño: Undertaker
Chapter 6: 𝕰𝖑 𝖋𝖎𝖓 𝖉𝖊 𝕵𝖆𝖈𝖐 𝖊𝖑 𝕯𝖊𝖘𝖙𝖗𝖎𝖕𝖆𝖉𝖔𝖗
Chapter Text
𝕷a madrugada del sábado nueve de noviembre, Mary Jane Kelly fue asesinada por Jack el Destripador, y unos minutos después, el mismo Jack, de nombre original Angelina Durless, falleció también. Ambos cadáveres fueron llevados a la funeraria en la mañana de ese día.
A Mary Jane Kelly se le había extraído toda la superficie del abdomen y los muslos, la cavidad abdominal había sido vaciada de sus vísceras. Los pechos fueron cortados, los brazos mutilados y la cara, hecha trizas. Los tejidos del cuello fueron cortados hasta el hueso.
El cuerpo de Angelina Durless había sido atravesado en el pecho por un arma poco común y difícil de identificar. Sin embargo, a demás de la herida en el pecho, no habían mayores daños. De esta manera, concluyó la historia del célebre asesino que horrorizó a toda Inglaterra.
A través de una carta, el conde Phantomhive especificó los detalles para el funeral de su tía y solicitó una tumba para Mary Jane Kelly. La fecha de los entierros se fijó para el domingo diez de noviembre. Aquel día, temprano en la mañana, Undertaker y Naenia se encaminaron en la carroza fúnebre hacia la iglesia junto al cementerio. Mientras la ceremonia comenzaba a llevarse a cabo, ambos se quedaron fuera de la iglesia, y cerca de ellos un grupo de tres niños jugaba y reía despreocupadamente, sin percatarse de la presencia del par de figuras vestidas de negro. Naenia fijó su mirada en ellos mientras se acercaban corriendo.
—Hermano —llamó uno de los niños al mayor del grupo, deteniéndose y haciendo que los otros dos también se detuvieran—, hoy ese lugar está repleto de personas, ¿Por qué será?
—No lo sé —respondió el más alto de los niños.
—Hermano mayor, ¿no lo sabes? —dijo la niña más pequeña entre los tres—. Yo creía que eras el más inteligente.
—¡Solamente tengo doce! —exclamó el mayor, irritado—. ¡No esperes que lo sepa todo!
—Correcto —la voz de Undertaker sorprendió a los niños, dándoles un susto y provocando que se abrazaran con miedo, cosa que le causó gracia a Naenia—, es natural para un niño el no entender. Hoy se celebra una particular gala para una mujer en especial.
—¿Una... gala? —inquirió el mayor de los niños, mirando asustado al enterrador.
—Si, la grandiosa ceremonia final de cada vida humana...
—Un funeral —finalizó por decir Naenia.
En ese instante, se divisaron las figuras del conde y su mayordomo acercándose a la iglesia. Undertaker y Naenia se acercaron y se detuvieron junto a la carroza fúnebre que se hallaba fuera de la iglesia, justo frente a la entrada. El mayordomo se paró cerca de ellos mientras el joven conde irrumpía en el templo, llevando sobre su hombro un vestido color rojo carmesí, captando la atención de todos los que allí se encontraban, y de quienes los murmullos no se hicieron esperar.
—Un vestido rojo para un funeral. Qué inapropiado.
—Pero Madame Red adoraba el color rojo, ¿no es así?
El conde caminó a paso seguro hasta el ataúd, haciendo caso omiso a los susurros y cuchicheos a su alrededor. Una vez frente al féretro, dejó el vestido sobre el cuerpo de Angelina Durless y se sentó en la superficie sobre la que reposaba la caja de madera.
—Estas flores blancas y esta ropa corriente no te quedan para nada, lo tuyo es el rojo apasionado, el color del anís que quema la tierra, tía Ann.
Como último gesto de afecto, se inclinó sobre el cuerpo de su fallecida tía, juntando su frente con la de ella. En ese instante, Undertaker y el mayordomo del conde abrieron las puertas de la carroza fúnebre, y de esta salieron cientos de pétalos de rosas rojas que volaron hacia el interior de la iglesia.
—Descansa en paz, Madame Red.
La ceremonia fúnebre continuó con normalidad, y al finalizar la misa, el cuerpo de Angelina Durless fue llevado al cementerio y sepultado por Undertaker. Undertaker y Naenia se retiraron inmediatamente después de que la fallecida hubo estado bajo tierra, y se encargaron de la tarea de darle una sepultura adecuada a Mary Jane Kelly.
—Es irónico que la asesina acabara siendo enterrada justo el mismo día que su última víctima —dijo Naenia mientras observaba a Undertaker sentarse sobre la lápida recién colocada.
—Es cierto, pero es aún más irónico que fuera su cómplice quien pusiera fin a su vida.
—¿Cómplice? —preguntó confusa ella.
—Hi, hi, hi. A veces eres muy astuta, pero en otras ocasiones, eres algo distraída —se burló Undertaker—. ¿No te detuviste a pensar en lo extraña que era la herida de Madame Red?
—Me resultó imposible identificar el arma con la que Madame Red fue asesinada. Estaba demasiado interesada en Mary Jane Kelly como para enfocar mi atención en algo que no fuera su cuerpo tan espantosamente mutilado.
—Hi, hi. Eres excesivamente morbosa, querida —rio divertido antes de continuar hablando—. Jack El Destripador eran dos personas, o más bien, una persona y una parca.
—Prosigue —pidió ella, intrigada.
—Bueno, el arma homicida fue una guadaña de la muerte algo fuera de lo común en apariencia, por eso la herida es tan inusual.
—¿Y por qué una parca se involucraría como cómplice de un asesino?
—¿Quién sabe? —se encogió de hombros—. No tengo ni idea de cuáles pudieron haber sido sus razones.
—Undertaker —llamó el joven conde que se acercaba, interrumpiendo la conversación—, ¿hiciste lo que te pedí?
—Pero por supuesto —Undertaker se levantó de la lápida y dio unos cuantos pasos hacia el conde—. Le dimos a ella un hermoso y pequeño entierro, como lo pidió. Eche un vistazo.
Ante la vista de la lápida, el mayordomo pareció ligeramente sorprendido.
—La última víctima de Jack el destripador —habló el pequeño conde—. Resultó que ella era un extranjero inmigrante. Nadie vino para reclamar su cuerpo.
—Esa es la razón por la que nuestro amable conde de aquí le dio a una prostituta sin familia su propia tumba —comentó Undertaker y se acercó al conde por la espalda, tomándolo por los hombros.
—No soy amable —el conde se quitó las manos de Undertaker de encima y continuó—. Esa noche, pude haber salvado a esa mujer de haber hecho su vida mi prioridad, sin embargo, no lo hice. Aún sabiendo que existía la posibilidad de salvarla, hice la captura de Jack El Destripador mi prioridad. No iba a dejar escapar esa oportunidad, mantuve eso en mente y la dejé morir, incluso a mi propio pariente.
—¿Está arrepentido? —le cuestionó el sepulturero.
—No lo estoy —aseguró el conde con solemnidad—. Jack El destripador se fue. La melancolía de la reina ha sido puesta a descansar.
—¿Victoria?, no soy su admirador —dijo el enterrador—. Ella siempre se sienta por lo alto encima de los demás, y le deja todo el trabajo sucio y doloroso al conde.
—Este es el destino con el que mi familia siempre ha cargado, y ha sido pasado a mí con este anillo —levantó su mano izquierda cerca de su rostro y observó el anillo que llevaba en el pulgar.
De nuevo, Undertaker volvió a acercarse al conde desde atrás y lo tomo de los hombros, agachándose hasta quedar a su altura y habló cerca de su oído.
—El anillo parece más como un collar para mí, conectándole a la reina con esa cadena del destino.
El joven conde Phantomhive se apartó de Undertaker y se giró para quedar de frente a él.
—El único que decidió usar este "collar" alrededor de mi cuello fui yo.
Undertaker tomó la corbata del conde y lo jaló hacia sí, levantándole la barbilla con su otra mano.
—Espero que ese collar algún día le estrangule, de lo contrario será aburrido —tras decir esto, soltó su corbata y retrocedió.
El conde lo miró con molestia y luego desvió su vista a Naenia quien, al igual que el mayordomo, no había pronunciado palabra alguna y se limitaba a observar con una sonrisa el pequeño espectáculo.
—¿Y tú eres...?
—Espero que el conde y su mayordomo puedan disculpar mi falta de cortesía —ella hizo una leve reverencia—. Mi nombre es Naenia Renfield, comencé a hospedarme y trabajar en la funeraria de Undertaker hace algunas semanas.
—¿Renfield? —habló por fin el mayordomo—creo haber oído hablar sobre su excéntrica familia.
—Me alegra saber que la extravagante reputación de mi familia continúa en pie, señor... Disculpe, ¿cuál es su nombre?
—Soy Sebastian Michaelis, señorita —puso su mano derecha sobre su pecho e hizo una leve y formal reverencia—, soy el mayordomo de la casa Phantomhive.
—Es un placer —dijo Naenia.
—De igual modo lo es para mí, señorita Renfield —contestó Sebastian, poniéndose erguido.
A pesar de lo casual que era la conversación, existía una fuerte tensión en el ambiente, una tensión palpable para todos, a excepción del único humano presente, el conde Phantomhive. Como vampiro, el sentido del olfato de Naenia era supremamente agudo, y estaba segura de que la esencia de aquel mayordomo era, de algún modo, inhumana. Como demonio, Sebastian era capaz de percibir almas humanas, pero la joven frente a él extrañamente no poseía una. Una cosa era más que evidente para ambos: con quien hablaban no era un ser humano.
—Ya es hora de irnos —intervino Undertaker—. Si algo más sucede, las puertas de mi tienda siempre están abiertas para el conde y su mayordomo.
—Hasta luego — se despidió Naenia y se dio media vuelta para alejarse caminando junto a Undertaker.
—Creo que el mayordomo se percató de tu naturaleza vampírica —habló el enterrador cuando hubieron estado bastante alejados, causando que Naenia se sobresaltara.
—¿Qué clase de criatura es él? —cuestionó ella.
—Un demonio —le respondió con un semblante inusualmente serio en él—. El conde le vendió su alma a cambio de que le sirviera como mayordomo.
—Desde hace algún tiempo tengo curiosidad. ¿Cuál es tu relación con los Phantomhive?
—Prometo que te lo contaré después, querida, pero no hoy —su expresión pasó de seria a melancólica en un instante—, no quiero rememorar la tragedia en este momento.
Rato después, el conde Phantomhive y su mayordomo regresaban a la mansión en un elegante y sofisticado carruaje jalado por dos caballos.
—Undertaker nunca había contratado a nadie en la funeraria —comentó el conde.
—¿Quiere que investigue a la señorita Renfield? —preguntó el mayordomo.
—No, déjalo así. Undertaker es libre de acoger o contratar a quien quiera en su funeraria. No es mi asunto.
—Como usted diga, joven amo.
Chapter 7: 𝕱𝖊𝖘𝖙𝖎𝖛𝖎𝖉𝖆𝖉𝖊𝖘
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𝕰l invierno llegó a Londres, pintando las calles y paisajes de color blanco. Era diciembre y, a pesar del frío clima, la calidez de las festividades tenía de buen humor a la mayoría de londonienses, y por supuesto, Undertaker y Naenia no eran la excepción. En la sala de estar de la casa funeraria se desarrollaba una cómica escena.
—¡Por favor! —rogaba Naenia.
—Hi, hi. ¿Para qué quieres un árbol?
—¿Cómo que para qué? —se llevó las manos a la cabeza, frustrada- ¡Faltan quince días para navidad!
—Ajá, ¿y? —Undertaker rio, divertido de verla actuar de es manera.
—¡Quiero decorar!
—Hi, hi, hi. No pensé que disfrutaras de la navidad —se burló—, pensé que era demasiado alegre para tus gustos lúgubres y macabros.
—En mi hogar siempre festejábamos la navidad, a nuestra manera, pero lo hacíamos —juntó sus manos de forma suplicante—. ¡Vamos por un árbol! ¡Te lo ruego!
—Ya, ya, no me grites —soltó una carcajada y puso sus manos sobre los hombros de ella para calmarla—. Está bien, conseguiremos un árbol, si es que eso te hace feliz.
—No sabes cuánto te adoro —sonrió emocionada y le dio un rápido abrazo por la cintura, antes de correr escaleras arriba—. Iré a cambiarme de ropa, no me tardo.
Undertaker se quedó de pie allí, sonriente. En los casi tres meses de haber conocido a Naenia, jamás la había visto comportarse de manera tan alegre por algo que no fuera un cementerio, un cadáver, sangre, libros e historias de horror, entre otras cosas siniestras y morbosas. Se sentía contento, puesto que para él era como conocer una nueva característica de ella. Pensó en esto por unos momentos y se sentó en el sofá de la sala.
Undertaker no se molestó en cambiarse de vestimenta, dado que había salido a comprar víveres antes de que Naenia le pidiera que consiguieran un árbol, así que ya estaba bien abrigado. Cuando hubieron pasado cerca de cinco minutos, Naenia bajó corriendo las escaleras, vestida con un abrigo largo que le llegaba casi hasta los tobillos, guantes, botas y una bufanda. Como de costumbre, todo su atuendo era de color negro.
—Ya estoy lista. Vámonos —tomó la mano de Undertaker, jalándolo para levantarlo del sofá y lo arrastró consigo a la puerta que conectaba la casa con la tienda de la funeraria.
Caminaron a través de la tienda llena de ataúdes. Cuando salieron de la funeraria Naenia soltó la mano de Undertaker para permitirle cerrar el establecimiento y, luego de haberlo hecho, él guardó la llave en el bolsillo de su abrigo.
—Dime, ¿cómo eran las festividades con tu familia? —Undertaker empezó a caminar, extendiendo su brazo para que Naenia lo tomara, y ella no tardó en hacerlo.
—Teníamos algunas tradiciones, y las realizábamos sin falta todos los años, incluso tras el fallecimiento de mi madre. Ahora ninguno de mis padres está, pero me resulta inconcebible dejar que las tradiciones mueran.
—Ya veo. Así que esa es la causa de tu entusiasmo —la característica sonrisa de Undertaker permanecía intacta—. ¿Cuáles son esas tradiciones familiares?
—Prefiero mostrártelas en lugar de decírtelas.
—Seré paciente entonces.
Al girar hacia una de las calles que conectaba con la plaza, se hallaron envueltos por una multitud de gente. Habían personas que cantaban villancicos, otros compraban regalos y algunos paseaban con sus familias. El gran bullicio hacía imposible conversar sin tener que levantar la voz. Naenia sujetaba el brazo de Undertaker ejerciendo un poco de fuerza en un intento de no perderle entre la multitud. Él dejó que ella lo guiara, y en cuestión de unos cuantos minutos, ya estaban frente a la tienda que vendía artículos de temporada. Al ingresar al lugar notaron que el interior estaba lleno de gente que, al igual que ellos, buscaban árboles y otros artículos de temporada. Uno de los empleados los recibió apenas entraron.
—Bienvenidos. ¿Buscan algo en especifico? —Preguntó amablemente.
—Queremos comprar un árbol —contestó Undertaker.
—Tenemos una amplia variedad de árboles. Síganme, les enseñaré.
Ambos caminaron tras el empleado, que les mostraba árboles y adornos para los mismos. Había una gran cantidad de árboles de distintos tamaños y tipos.
—Yo les recomendaría un pino, son los más populares —sugirió el empleado.
—Naenia, ¿tú que piensas? ¿Cuál te gusta? —se giró Undertaker hacia ella.
—Quiero este árbol —dijo Naenia, señalando un árbol que no superaba el metro y medio de estatura, que casi no tenía hojas, estando casi en las ramas solamente, y que tenía un precio considerablemente más bajo que los demás árboles. Undertaker y el empleado la miraron confundidos y con evidente desconcierto en la expresión de sus rostros.
—¿Está segura, señorita? —cuestionó el empleado—. Hay muchos árboles en mejor estado.
—Querida, ¿acaso me consideras un tacaño? —Undertaker inclinó levemente la cabeza hacia un lado, extrañado— Puedes escoger un mejor árbol, no te preocupes por el costo.
—No te considero un tacaño, en absoluto —respondió ella rápidamente—. Es sólo que si llevamos otro árbol me voy a tardar demasiado en arrancar las hojas de las ramas.
—¿Cómo dice? —el empleado se notaba aún más confuso que antes.
Undertaker se vio sorprendido en un primer momento, pero cuando comprendió a qué se refería Naenia sonrió de nuevo y cubrió su boca con su mano para no estallar en carcajadas en medio de la tienda.
—Ahora comprendo, quieres un árbol seco— Undertaker soltó un resoplido y tembló ligeramente mientras contenía su risa—. Ya decía yo que era extraño que quisieras decorar para una festividad tan alegre, pero tu esencia lúgubre no tiene remedio.
—No entiendo por qué te sorprendiste, como si no me conocieras ya.
—Hi, hi, hi. Mi error —Undertaker se volvió al empleado y señaló el triste y mísero árbol—. Llevaremos este árbol.
—... Claro —contestó el trabajador, que los miraba como si fueran un par de locos y raros, cosa que no era para nada errada—. ¿Desean que les enseñe los adornos?
—No, gracias —contestó Naenia—, el árbol es lo único que compraremos.
Undertaker pagó el árbol y un domicilio a la funeraria para evitar la molestia de llevarlo por sí mismo. El domicilio llegaría al día siguiente debido a la alta demanda.
—¿Por qué no quisiste comprar adornos? —preguntó Undertaker mientras caminaban hacia la salida de la tienda—, ¿es por un motivo relacionado a tus tradiciones familiares?
—Acertaste.
Ambos salieron de la tienda y caminaron entre la personas y el bullicio. Undertaker no sabía exactamente hacia dónde se dirigían, pero simplemente se limitó a seguir a Naenia. No pasó mucho tiempo hasta que se detuvieron frente a una tienda de artes, y entraron allí. A diferencia de la tienda en la que habían estado previamente, esta no estaba tan abarrotada de gente.
—¿Qué piensas llevar de aquí, querida? —Undertaker se tocó la barbilla con el dedo índice de su mano derecha en un gesto de curiosidad.
—Sólo necesito arcilla, hilo, pinceles y pinturas —Naenia se dirigió a uno de los pasillos y Undertaker la siguió de cerca.
En aquel pasillo hallaron todo lo relacionado con pintura, como lienzos, caballetes y, obviamente, pinturas y pinceles.
—¿Cuáles colores de pintura quieres llevar? —habló Undertaker.
—Rojo, azul, amarillo, blanco y negro —dijo Naenia mientras miraba los pinceles y tomaba de la estantería un paquete que contenía varios pinceles de distintos tamaños y formas—. Tómalos, por favor.
Undertaker hizo como Naenia le dijo, y la siguió al pasillo donde tenían los artículos de escultura, y de allí ella tomó dos bolsas de una libra de arcilla. Luego pasaron por el pasillo de artículos para tejer y bordar, y tomaron hilo de color negro. Se dirigieron a la caja y una mujer de mediana edad les cobró.
El retorno a la funeraria fue tranquilo, sin embargo, Undertaker sintió que los observaban, cosa que no era extraña, pues estaban en una calle llena de gente y ambos eran un poco llamativos. Lo que realmente lo puso alerta era el sentimiento de peligro. Quien los observaba era hostil, y aunque era un ex-shinigami sumamente experimentado, se le dificultaba identificar de dónde provenía esa mirada, lo que lo llevó a pensar que estaban siendo asechados por una criatura no humana. Undertaker optó por no mencionarle a Naenia aquello que le generaba inquietud, porque la veía tan feliz y emocionada que era incapaz de romper su burbuja, pero aún así mantuvo la guardia alta hasta que llegaron a la funeraria e ingresaron en el edificio.
—Has estado muy callado y serio durante el camino —dijo Naenia—, ¿qué ocurre?
—No te preocupes, no es nada relevante —de inmediato, Undertaker desvió el tema y volvió a comportarse como habitualmente lo hacía—. ¿Y bien? ¿Me enseñarás tu tradición familiar?
—Por supuesto, estoy ansiosa por hacerlo —Naenia tomó la mano de Undertaker y lo jaló hacia el interior de la casa—. Mis padres y yo podríamos haber sido considerados unos locos anormales, pero eso no cambia el hecho de que éramos una familia muy unida, y, como cualquier otra, hacíamos actividades para pasar tiempo de calidad.
Ella se acercó a la mesa del comedor y depositó allí todo lo que compraron en la tienda de artes. Undertaker la miraba y escuchaba atento lo que decía.
—Nuestro tiempo de calidad consistía en ratos de lectura, cocina y sobre todo manualidades. Todos los años en navidad hacíamos adornos de arcilla para poner en el árbol, y cada uno le daba la forma que quería y la pintaba a su gusto.
—Comprendo —Undertaker tomó asiento en una de las sillas del comedor y Naenia se sentó frente a él-. Sospechaba que era algo por el estilo cuando te negaste a comprar adornos y me llevaste a esa tienda de artes.
—En fin, ¿te gustaría hacerlo? —Naenia le extendió una de las bolsas de arcilla.
—Claro que sí —Undertaker tomó la arcilla—. No podría negarme nunca a algo que te causa alegría.
Cada uno se dispuso a hacer sus figuras. Naenia hizo algunas con forma de lápidas, murciélagos, arañas, urnas y dientes. Undertaker le dio a sus adornos forma de huesos, ataúdes, cráneos, dedos que parecían amputados y órganos, como cerebros y corazones. Esta actividad tardó unas cuantas horas, horas en las cuales Undertaker y Naenia habían conversado y reído juntos. Estuvieron tan entretenidos en su actividad que a penas notaron que era de noche cuando la arcilla se acabó y la mesa estaba llena de grotescos y siniestros adornos, a los cuales le habían puesto una tira de hilo para poder colgarlos en las ramas del árbol.
—Qué rápido pasa el tiempo dijo Undertaker mientras se estiraba en la silla y luego se levantaba de la misma—. Deberíamos ir a descansar. Para el día de mañana la arcilla se habrá secado y podremos pintar los adornos.
—Estoy cansada. Ya quiero reposar en mi ataúd —Naenia se incorporó también de su silla.
—Entonces ve y duerme, yo haré lo mismo. Hasta mañana, querida —Undertaker le sonrió dulcemente y se giró para retirarse a su cuarto, pero se detuvo de golpe cuando Naenia jaló su abrigo para que esperara un momento.
—Gracias por todo lo que hiciste por mí hoy, me has hecho realmente feliz, y lo aprecio sinceramente.
—Querida —Undertaker acarició la mejilla de Naenia con afecto—, mi corazón se llena de regocijo por verte tan contenta.
Naenia cerró los ojos por un momento e inclinó levemente cabeza hacia la caricia de Undertaker, disfrutando de su contacto. Tras unos segundos, Undertaker retiró su mano y Naenia abrió los ojos de nuevo, dedicándole una suave sonrisa.
—Hasta mañana. Descansa en paz —se despidió Naenia y se retiró a su habitación.
Undertaker soltó una risilla en respuesta a la curiosa despedida y se quedó allí, mirando su mano en la que aún sentía ligeramente la sensación de haberla tocado. Apagó las luces y caminó a su cuarto, terminando así el día.
En la mañana, Undertaker realizó su rutina diaria y luego fue a la habitación de Nenia para despertarla y, como de costumbre, la alimentó con su sangre. Ambos bajaron al comedor y se sentaron para pintar los adornos que habían hecho el día anterior. Pintar les tomó menos tiempo que hacer los adornos, así que en cuestión de media hora terminaron con ello.
Undertaker sirvió algo de té en dos frascos de laboratorio, y le ofreció uno a Naenia. Hacía algún tiempo que Naenia descubrió a la mala que su cuerpo rechazaba los alimentos sólidos, ya que cuando le robó a Undertaker una de sus galletas en forma de hueso e intentó comerla, acabó por vomitar, pero afortunadamente, las bebidas no tenían ese efecto.
Esperaron a que la pintura se secara mientras tomaban el té y conversaban despreocupadamente.
—¿Dónde piensas poner el árbol? —Undertaker sacó una galleta de la urna y le dio un mordisco—. Ya no deben tardar en traerlo.
—Creo que la tienda es el lugar más apropiado —Naenia le dio un sorbo a su té—. Ya me puedo imaginar la cara que pondrán los clientes cuando vean un árbol de navidad tan espantoso. Será entretenido.
—Hi, hi, hi. Me encanta tu manera de pensar —fue imposible para Undertaker no reír ante la imagen que las palabras de Naenia formaron en su mente—. Sin duda se verá perfecto en la tienda.
—¿Tú acostumbras a celebrar navidad? —preguntó Naenia, curiosa, cambiando el tema de conversación.
—Honestamente no —el semblante de Undertaker se volvió melancólico—. Hace un par de años, por estas fechas, ocurrió un evento trágico que a día de hoy hace que mi corazón duela.
Naenia lo observaba en silencio, con una mirada compasiva. Ella era naturalmente curiosa, y quería saber qué era lo que había ocurrido. Recordó que, la última vez que le vio mostrar una expresión así de triste, fue luego del entierro de Angelina Durless, cuando dio a entender que la familia Phantomhive sufrió una gran desgracia en el pasado. ¿Habría sido tan cercano a los Phantomhive que su desgracia lo marcó significativamente? Hasta donde sabía, el único miembro de la familia era el pequeño conde, quien apenas era un niño, un huérfano, igual que ella. Todo apuntaba a que los fallecidos padres del conde tenían una cercana relación con Undertaker, y eso explicaría el por qué de su dolor al recordar el pasado. Naenia no dijo nada al respecto, no quería presionarlo. Undertaker le había prometido que se lo contaría todo algún día, y ella realmente confiaba en que lo haría.
La pequeña campanilla de la puerta de la funeraria sonó, rompiendo el lúgubre y fatal silencio. Ambos salieron para ver quién era, y hallaron en el establecimiento a uno de los empleados de la tienda en la que compraron el árbol el día anterior. El hombre los saludó y entregó una caja que contenía el árbol, para posteriormente marcharse. De inmediato, Naenia comenzó a abrir la caja, sacando el árbol con ayuda de Undertaker y lo pusieron junto al mostrador.
—De seguro la pintura ya está seca. Trae los adornos, por favor —Naenia comenzó a arrancar las pocas hojas de las ramas, desechándolas en la caja.
Undertaker volvió a sonreír y a comportarse como lo hacía de costumbre, ya que no quería que el ambiente se volviera triste ni melancólico.
—Está bien, los traeré —fue a buscar los adornos, pero ya que eran bastantes, tuvo que ir y volver varias veces.
Cuando Undertaker hubo dejado todos los adornos sobre el mostrador, Naenia ya había terminado de arrancar las hojas del árbol. No tardaron mucho en colgar todos los adornos en las ramas, y ambos se sintieron felices con el resultado.
—Hi, hi. Es el árbol de navidad más espeluznante que he visto en todos mis siglos de existencia.
—Es espantoso y grotesco —los ojos rojizos de Naenia brillaban, dejando en evidencia su incontenible alegría—. Me fascina.
—Sin embargo —habló Undertaker, sosteniendo su barbilla con su mano, pensativo—, siento que algo le falta. ¿No crees que deberíamos poner algo en la copa del árbol?
—¿Y qué sugieres que le pongamos?
—Dame un segundo, querida —Undertaker caminó hacia una de las estanterías y tomó un cráneo humano, se acercó al árbol y puso la calavera en la copa—. Ahora sí es perfecto.
Así se dio la navidad en la funeraria, donde un par de seres perversos disfrutaron de una festividad tan cálida y bella, a su manera, pero lo hicieron.
Chapter 8: 𝖁𝖆𝖒𝖕𝖎𝖗𝖎𝖘𝖒𝖔
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𝖀ndertaker estaba preocupado, preso de una inquietud que lo carcomía por dentro. Durante todo el mes de diciembre optó por abstenerse de hacerle saber a Naenia que alguien o algo con una intención hostil los siguió el día que compraron el árbol, y que logró sentir su presencia en cada una de las ocasiones en las que salieron. Lo último que quería era hacerla sentir nerviosa o estresada durante las fiestas, pero ya que era el quinto día de enero y los festejos de navidad y año nuevo habían pasado, tenía que hacer algo al respecto. Undertaker sabía que, en caso de que quien los asecha decidiera atacarlo, sería capaz de hacerle frente, pero por otro lado, si eso ocurría con Naenia, ella estaría vulnerable, ya que aún no sabía usar sus poderes vampíricos, así que podrían herirla o matarla fácilmente, y esa posibilidad hacía sentir horrorizado a Undertaker, que decidió buscar la forma de hacer que Naenia fortaleciera sus habilidades.
Generalmente, Undertaker se encargaba de despertar a Naenia, pero en esta ocasión decidió no hacerlo y ver qué pasaba si cuando despertara se viera encerrada en su ataúd. Ingresó a la habitación de Naenia y se sentó sobre la tapa del ataúd para que no pudiera abrirlo desde adentro, de no ser que despertara alguna habilidad como la de la fuerza antinatural. Realmente no estaba seguro de si algo podría pasar, pero no perdía nada haciendo el intento.
Transcurrieron los minutos, largos e interminables. Naenia parecía no haber despertado aún de su letargo, pues en el interior del ataúd no había ni un pequeño movimiento. Undertaker suspiró, esperando pacientemente, hasta que de repente, un vapor helado comenzó a filtrarse por la pequeña rendija de la tapa de aquella lúgubre caja, saliendo de ella. Undertaker observó cómo ese vapor se desplazada como si tuviera vida propia, y a medida que salía, dejaba de sentir la presencia de Naenia dentro del ataúd. Poco a poco, el vapor se transformó en un cuerpo sólido, y allí estaba Naenia. Undertaker la miraba muy sorprendido, pues no esperaba que lograra transformarse en niebla, y ella parecía tan impresionada como él.
-Buenos días -Undertaker se levantó del ataúd y sonrió como comúnmente lo hacía.
-¿Qué fue eso? -confusa, Naenia se miró las manos, comprobando que seguía siendo de carne y hueso-. ¿Estoy loca o me acabo de transformar en niebla?
-Hi, hi, hi. Ambas cosas -respondió en tono de burla.
Naenia ignoró su burla y siguió mirando sus manos, luego, llevó sus manos a su rostro y palpó su cara, comprobando nuevamente que seguía siendo de carne y hueso.
-¿Alguna vez pensaste en los poderes que el vampirismo te otorga? -preguntó Undertaker.
-Sí, lo he pensado, pero creo que he estado demasiado enfocada en el trabajo y las autopsias como para prestarle la debida atención.
-Dime, ¿cómo te transformaste? -Undertaker se acercó a ella, de manera que invadía su espacio personal-. Intencionalmente me senté sobre tu ataúd para bloquear la tapa con el propósito de ver si lograbas salir por tus propios medios. En ningún momento intentaste levantar la tapa, como si hubieras sabido que el ataúd no se podía abrir.
-En realidad, experimenté una sensación de encierro, como si estuviera atrapada. No estoy del todo segura de cómo cambié de forma, pero no lo hice por voluntad, creo que fue por instinto, un reflejo, algo espontáneo, como cuando pones la mano en algo muy caliente y por puro reflejo la apartas inmediatamente.
-Comprendo -Undertaker deshizo los primeros botones de su abrigo y expuso su garganta-. Te tienes que alimentar y asear, luego, te ayudaré a aprender a controlar tus habilidades.
Alrededor de una hora después, los muebles de la sala de estar se hallaban arrinconados en una esquina de la habitación, dejando un gran espacio libre en el que Undertaker y Naenia se ubicaron uno frente al otro con cerca de un metro de distancia entre ellos.
-Dijiste -comenzó a hablar Undertaker- que cuando te transformaste en niebla lo hiciste sin pensar, como un reflejo. Voy a poner un ejemplo: el reflejo más rápido del cuerpo son los párpados, que se cierran automáticamente en momentos tales como cuando vas a recibir un golpe en el rostro o situaciones por el estilo. Sin embargo, también podemos cerrar los ojos por voluntad. A lo que quiero llegar con esto es que debes aprender a controlar tus transformaciones así como controlas tu cuerpo.
Naenia guardó silencio, atenta a la explicación. Undertaker prosiguió:
-Intenta recordar cómo te sentiste al estar encerrada en tu ataúd, y trata de enfocar tu voluntad en la intención de ser niebla.
Naenia cerró los ojos e intentó hacer como Undertaker decía. Él la observó en silencio, expectante.
-Es inútil -dijo ella con resignación y abrió de nuevo los ojos.
Apenas había abierto los ojos cuando un brillante e intenso destello verde iluminó el lugar, y una enorme guadaña la atacó a una velocidad antinatural. Una nube de murciélagos apareció de repente y se trasladó en un instante al otro lado de la habitación, poniendo distancia con la guadaña. La oscura nube de murciélagos se unificó, formando la figura de Naenia, quien adoptó una postura defensiva, mostrando sus colmillos y garras como una bestia acorralada.
-¡¿Qué te pasa?! -gritó ella- ¡¿Quieres matarme acaso?!
Undertaker estalló en estruendosas carcajadas, agarrando su estómago con una mano mientras reía y con la otra manos sostenía la guadaña con forma de esqueleto. Tardó algunos momentos en conseguir contener su risa. El mismo destello verde de antes apareció de nuevo y la guadaña se convirtió en una sotoba que guardó bajo su gabardina.
-Hi, hi, hi. Para nada, querida, matarte no es mi intención en lo absoluto -hizo una pausa y se secó algunas lágrimas de risa de los ojos-. Además, te recuerdo que tú ya estás muerta.
Naenia no respondió, pero su mirada severa no se atenuó. Undertaker caminó hacia ella y posó su mano sobre su cabeza, acariciando sus oscuros cabellos en un intentando de calmarla.
-Ya, no te enojes. Acabas de descubrir que puedes transformarte en murciélagos. Me impresionas. Siéntete orgullosa de tu logro.
-¿Y si no hubiera conseguido cambiar de forma y esquivar la guadaña?
-Tenía plena fe en que conseguirías hacerlo, y no me equivoqué -apartó su mano de la cabeza de Naenia y se encogió de hombros-. Pero en el hipotético caso de que no lo hubieras conseguido, simplemente habrías terminado herida de gravedad, lo cual no sería nada de lo qué preocuparse porque con un poco de mi sangre obtendrías la fuerza para curarte. Todos los días dedicaré un rato para ayudarte a fortalecer y controlar tus habilidades. Esto es más que suficiente por hoy. Hay que preparar un cuerpo para un funeral mañana, ¿Quieres ayudarme?
Ella suspiró, resignada.
-No hay remedio -murmuró para sí misma-. Bien, te ayudaré. Sabes que nunca puedo resistirme a hacer una autopsia.
Naenia tenía un rápido ritmo de aprendizaje, por lo que en pocos meses ya tenía conocimiento de prácticamente todo lo referente al trabajo en la funeraria, lo que era una enorme ayuda para Undertaker. Sin embargo, lo que más complacía a Undertaker era el hecho de que pocas semanas bastaron para que Naenia dominara sus habilidades. Sus transformaciones y las capacidades como fuerza o velocidad sobre humanos eran ahora algo fácilmente controlable.
Nunca supo Naenia sobre el asechador, ya que Undertaker nunca se lo comentó, y hace algún tiempo había desaparecido. Pero de igual forma, Undertaker se negaba a dejarla salir sola. Cuando ella le dijo que visitaría la tumba de su madre y le llevaría flores, Undertaker decidió acompañarla.
El sol en el horizonte indicaba que la noche pronto caería. Los últimos rayos de luz de día proyectaban sombras alargadas en el suelo. Entre las múltiples tumbas de variados estilos y diseños, caminaban a paso lento y tranquilo un par de figuras lúgubres y oscuras. Naenia llevaba en las manos un ramo de flores blancas y puras. Undertaker siguió de cerca hasta que se detuvieron frente a una lápida cuya inscripción tallada en la piedra ponía:
Eleonora Renfield
1846-1878
Talentosa escritora.
Amada madre y esposa.
Naenia se arrodilló frente a la lápida y retiró unas flores marchitas que llevaban algún tiempo en la tumba, dejando en su lugar el ramo de flores frescas. Besó la fría piedra y apoyó su frente en ella, suspirando y cerrando los ojos.
-He estado pensando mucho, Undertaker -murmuró, un sonido tan bajo que a un humano promedio le hubiera costado entender-, en la relación que hay entre lo que ocurrió con mi madre y lo que me pasó a mí. Creo que el vampiro que me convirtió intentó hacerlo con ella antes. No entiendo cuáles podrían ser su motivaciones, pero creo que algún día volverá por mí.
-¿Temes que eso ocurra?
-No me provoca temor -Naenia se puso de pie y se giró para ver a Undertaker-, más bien, estoy a la espera de que ocurra. Destruyó a mi familia. Quiero destruirlo a él, hacerlo experimentar de la más atroz agonía y el más horrendo sufrimiento.
-Bueno, tendrás que estar muy preparada, porque él es un vampiro más antiguo que tú, por tanto, es seguro decir que su poder está muy por encima del tuyo -el rostro de Undertaker poseía un semblante particularmente serio-. Suponiendo que hubiera una pelea, él no te mataría aunque tú intentes matarlo a él.
-¿Eso crees?
-No lo creo, tengo la certeza de que será así. ¿Por qué se tomaría la molestia de convertirte en vampiro para matarte al final? Cuando te convirtió debió estar muy consciente de que tú serías hostil hacia él, después de todo es la causa de tu desgracia. Si te doy mi opinión, creo que su intención fue hacerte su compañera. Quizás buscaba una amiga, una hija... una amante.
-Se me retuercen las entrañas con sólo considerar esa última posibilidad -hizo una mueca de pura repulsión.
-No deberías preocuparte, no estás sola de todos modos -alzó su mano derecha y acarició con delicadeza la mejilla izquierda de ella-. Siempre puedes contar conmigo, querida.
-Lo agradezco sinceramente. De no ser por ti estaría perdida -inclinó su rostro hacia el toque de Undertaker-. Eres todo para mí.
-No es necesario que me agradezcas. Tu presencia en la funeraria me ha hecho tan feliz como no tienes idea. Soy yo quien está agradecido -se acercó más y juntó su frente con la de ella-. Eres, definitivamente, lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
-... Te amo -susurró Naenia.
Undertaker se quedó sin aliento y su pulso se aceleró a un ritmo desenfrenado, provocando que una sensación de calor subiera por su nuca y rostro. No supo responder de inmediato, estaba demasiado sorprendido para hacerlo. Tras unos instantes sonrió, pero no era una de sus típicas sonrisas espeluznantes y maníacas, era algo más suave, más plasmado de afecto.
-Naenia, querida, no dimensionas cuán dichoso me hace escucharte decir eso -repentinamente, abrazó a Naenia por la cintura y la estrecha contra su cuerpo-. Te venero, te adoro con desenfrenada pasión. Por ti me arrastraría sobre carbón incandescente. Solamente tengo ojos para ti, y me los sacaría de las cuencas y te los entregaría para demostrarlo. Dime que baje al infierno y lo haré. Mataría por ti, moriría de nuevo pero esta vez por ti. Profanaré el sagrado ciclo de la vida y la muerte y te haré feliz. Si fueses un abismo me arrojaría sin pensarlo. Tu apariencia me dejó fascinado a primera vista, pero conocerte bien fue mi perdición, porque ahora soy un eterno esclavo tuyo, y estoy satisfecho con ello. Cada aspecto de tu personalidad y forma de ser me cautivan de una forma inexplicable. Ninguna palabra basta para expresar mi infinita devoción por ti.
Uno de sus ojos era visible a través de un pequeño espacio que había en su flequillo, y brillaba con ardiente intensidad. Cada palabra la pronunciaba con tal regocijo y excitación que Naenia, a pesar de ser un no-muerto, logró sonrojarse y sentirse acalorada, como si estuviera viva.
No fue más que un acto impulsado por la necesidad y el anhelo cuando Naenia rodeó el cuello de Undertaker con sus brazos besó sus labios de manera suave y fugaz. Se miraron sorprendidos, como si no pudieran creer que por fin había ocurrido. La desenfrenada y enloquecedora pasión tomó posesión de ellos, que no pudieron resistirse al deseo y la profunda devoción. Sin necesidad de decir nada más, unieron sus labios en un beso más intenso y ardiente, abrazándose con fuerza mientras se dejaban llevar. Era algo liberador luego de haber ansiado tan locamente ese momento, esa declaración, esa correspondencia.
Tal escena era de lo más extraordinario. Nunca antes llegó a suceder tal cosa entre un vampiro y una parca. Qué afortunados aquellos muertos sepultados en el cementerio que lograron ser testigos de tan único romance.
Chapter 9: 𝕰𝖑 𝖍𝖔𝖘𝖕𝖎𝖙𝖆𝖑 𝕶𝖆𝖗𝖓𝖘𝖙𝖊𝖎𝖓
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𝕷as atrocidades no cesaban de ocurrir en Londres. Las personas desconocían los horrores de su ciudad. Entre las sombras se ocultaban cosas tan perversas que podrían revolver el estómago del más valiente hombre.
Ante el mundo, el hospital Karnstein no tenía nada de extraordinario. El lugar operaba normalmente, como cualquier centro de salud. Allí solían ser atendidos nobles y gente de posición económica bien acomodada. Era un hospital de renombre y buena fama. Sin embargo, sus instalaciones ocultabas un espantoso crimen.
Cuando la noche cubría la ciudad con su oscuro manto, mientras todos descansaban y las calles estaban solitarias, largas filas de esclavos extranjeros descendían de una embarcación en un muelle donde era común que llegaran productos ilegales como el opio y otras drogas. Los esclavos terminaban en el hospital, y su destino allí era de lo más lamentable y terrible.
En hospital era lugar de inmorales experimentos para resucitar a los muertos. La mente maestra de todo esto era, por supuesto, Undertaker.
—¿Por qué hasta ahora me entero de tus asuntos en el hospital? —inquirió Naenia, que sujetaba el brazo de Undertaker y caminaba con él por los pasillos del hospital.
—Pensé que lo único que te concernía con respecto a mis experimentos era el tema de tu padre —respondió y luego se inclinó para murmurar cerca de su oído—, pero dada nuestra relación actual, me pareció que no debía ocultarle esta clase de cosas a mi amante.
«Y aún así desconozco mucho sobre ti», pensó ella, pero se abstuvo de decirlo.
Bajaron a una zona subterránea del hospital, donde Naenia pudo percibir el olor de cientos de humanos vivos y muertos. Esto estaba tan bien oculto y era tan discreto que hasta a un ser sobrenatural se le complicaría la tarea de encontrarlo.
Naenia soltó en brazo de Undertaker y observó atentamente el entorno, el cual era bastante similar al hospital en apariencia, pero poseía un ambiente siniestro.
—¡El fénix! —una voz masculina atrajo la atención de Naenia, que se giró para encontrar a un médico haciendo una pose extraña y algo ridícula.
—Qué gusto verte, Stoker —le saludó Undertaker, quien contenía las ganas de soltar una carcajada.
—Lo mismo digo —contestó el otro y adoptó una postura normal, luego volvió su mirada a Naenia—. ¿Es esta la joven que mencionaste? La dijiste que se unirá a la sociedad Aurora.
—Así es.
—Mi nombre es Ryan Stoker, soy el director del hospital y fundador de la Sociedad Aurora —extendió su mano en forma de saludo.
—Un placer —ella tomó la mano de Stoker, correspondiendo a su saludo—. Soy Naenia Renfield.
—Eso lo sé. Undertaker me habló sobre usted. Dijo que su ayuda en los experimentos sería valiosa —soltó la mano de Naenia cuando terminó de decir.
—¿Cuál es el número de sujetos, Stoker? —intervino Undertaker.
—Son casi mil. Este mes trajeron trecientos veinte más. Les enseñaré. Hay trabajo por hacer —Stoker hizo un gesto para que lo siguieran y comenzó a caminar por el pasillo.
—¿De verdad las personas de la Sociedad Aurora creen que la reanimación de los muertos es medicina? —murmuró Naenia en el oído de Undertaker mientras seguían a Stoker—. ¿Son todos ellos unos ingenuos o tú un gran manipulador?
—Diría que son ambiciosos. Están desesperados por vencer a la muerte y sentirse omnipotentes, y por eso se aferran fácilmente a cualquier medio que les ofrezca la posibilidad de conseguirlo, aún cuando se considera inmoral o cuando inocentes sufren a causa de ello. Y yo no los he manipulado, o al menos no directamente. Es Stoker quien cree cada mentira que sale de mí y la repite a las personas de la Sociedad Aurora.
—Quiere decir que Stoker se lleva el crédito de los experimentos.
—Hi, hi, hi. Pero también significa que se llevará la culpa.
Stoker, ajeno a la conversación a sus espaldas, ingresó a una gran habitación seguido de Undertaker y Naenia. En el lugar había cerca de cincuenta camillas con cadáveres recostados en ellas. Había veintidós humanos que vestían de doctores y enfermeras, abriendo cráneos y cosiendo carne. Stoker se acercó a un doctor que se disponía a abrir un cráneo y le pidió que le explicara a Naenia el proceso que se realizaba con los cuerpos.
—Entonces —Naenia observaba un pequeño dispositivo que sostenía entre su pulgar y su índice—, esta cosita tan pequeña genera cargas eléctricas que pueden activar de nuevo el cerebro de los cadáveres y, con ello, sus cuerpos.
—También permite controlarlos mediante un aparato, y acabar con ellos si se salen de control —añadió el doctor.
—Pero no será necesario recurrir a eso —interrumpió Stoker—. Todo está saliendo bien.
El doctor no respondió y tomó el dispositivo que sostenía Naenia para enseñar cómo se insertaba en los cerebros.
—Veo que tiene mucha confianza —comentó Naenia, con la mirada fija en el cerebro expuesto y la inserción del dispositivo—. Aunque debo hacerle recordar que los reanimados no son lo único que puede suponer problemas.
—Supongo que se refiere a Scotland Yard y a la reina, ¿correcto? —Stoker sonrió con total confianza—. Aprecio su preocupación, señorita Renfield. Puede estar tranquila. Hemos manejado el asunto con suma discreción y también hay personas importantes involucradas. Incluso a la reina le resultaría complicado intervenir.
Ante la mención de la reina, Naenia levantó su mirada hacia Undertaker, quien sonreía y observaba en silencio. Era evidente que el conde Phantomhive y su mayordomo terminarían investigando si se comenzaran a levantar sospechas. Ambos lo sabían con certeza. Todo apuntaba a que culminaron en un evento exquisitamente memorable e interesante.
—Confiaré en que lo que dice es cierto —respondió ella, concluyendo la conversación y volviendo de nuevo su atención al cerebro que tenía en frente, ya con el dispositivo insertado.
Lo siguiente a realizar en el cadáver no era gran cosa. Poner el pedazo de cráneo de nuevo en su lugar y suturar era una tarea de lo más sencilla para Naenia. Aunque claro, realizar este proceso decenas de veces era tedioso, aún cuando en ello trabajaban varias personas. Como era de esperar, esto demoró algunas horas.
Era ya de noche. Undertaker y Naenia se despidieron de Stoker y se retiraron del hospital. Aún no era demasiado tarde, hacía menos de una hora que el sol se había puesto. Las calles aún estaban concurridas.
Los días posteriores todo continuó como de costumbre en la funeraria. Aunque Naenia actuaba normalmente, era evidente que estaba ansiosa por saber algo. A veces hacía como si fuera a decir algo, pero luego dudaba y no decía nada. Undertaker se percató de esto, y ya se hacía una idea de cuál era el tema que ella quería tocar pero simplemente no se atrevía. Bien pudo sentarse a hablar con Naenia, mas prefirió esperar hasta que ella lo hiciera. Mientras tanto, él se preparaba para cuando llegara el momento. Pero no todo sale como se espera.
Siempre hubo un ataúd adyacente al de Renwick, pero Naenia nunca se interesó en ni en el féretro ni en lo que contenía, hasta ahora.
Fue una sorpresa para Undertaker encontrar a Naenia de rodillas junto el ataúd abierto, con las facciones contraídas en una expresión de perplejidad y confusión. Él sintió que se le heló la sangre y un nudo se le hizo en la garganta.
—¿Cuál es tu relación con los Phantomhive? —la pregunta de Naenia fue directa, sin tacto—. ¿Por qué el conde está en este ataúd?
—Ese no es el Ciel Phantomhive que tú conoces —la voz de Undertaker era triste, completamente desligado de su personalidad divertida.
—¿Qué se supone que significa eso? Exijo una respuesta. Sabes todo de mí, pero yo desconozco mucho de ti. No es justo, no es recíproco. Tuve paciencia, pero necesito que seas honesto conmigo. Me he convertido en tu cómplice y confidente, además de tu amante —Naenia susurró muy bajo aquella última frase—. Tus asuntos son también míos.
Rendido, Undertaker soltó un largo suspiro y se sentó en el suelo a un lado de Naenia, mirando el cuerpo del niño en el ataúd.
—Unos años años después de que deserté —comenzó Undertaker—, fue cuando conocí a la familia Phantomhive, más concretamente a la abuela del conde que tú conoces, Claudia. Fui muy amigo de ella. Por desgracia, falleció muy joven, y dejó a dos pobres niños.
Él hizo una pausa y sostuvo entre sus largos dedos uno de los medallones fúnebres que llevaba alrededor de sus caderas para mostrárselo a Naenia. En el medallón estaba inscrito «Claudia P.» junto con la fecha de defunción y cabello de la fallecida.
—En los años posteriores, el hijo mayor de Claudia heredó el condado, contrajo matrimonio con una mujer llamada Rachel y tuvo con ella un par de gemelos. Yo siempre estuve al servicio de Vincent, así se llamaba el hijo de Claudia. Al igual que el actual conde, Vincent se dedicaba a interpretar el papel del perro guardián de la reina, haciendo para ella el trabajo sucio. Yo era su informante en el bajo mundo... Le apreciaba como no tienes idea, por eso su infortunio me rompió el corazón — el tono de su voz bajó, y en sus palabras se notaba un profundo dolor—. La tragedia ocurrió hace tres inviernos, en el cumpleaños de los hijos de Vincent. Hubo un atentado contra la familia, uno en el que Vincent, su esposa y la servidumbre fueron masacrados, y los niños raptados.
Undertaker se detuvo una vez más, como si necesitaba tomar aliento luego de haberse estado asfixiando. Naenia dudó por unos instantes antes de alentarlo para que prosiguiera.
—¿Y luego?
—La mansión fue incendiada, y como Vincent quedó reducido a cenizas me fue imposible recuperar sus restos. No puedo reanimar a alguien cuyo cuerpo está hecho polvo... Los niños fueron vendidos a una secta en la que sufrieron todo tipo de abusos. El propósito de la secta era corromperlos para ofrecer sus almas a un demonio al cual pensaban pedir las típicas cosas banales como dinero y poder. Nada les salió bien, porque fue uno de los gemelos quien, sin saberlo, sacrificó el alma de su hermano al demonio. El niño sobreviviente, el menor, hizo un contrato con el demonio para que le sirviera como mayordomo y le ayudara a vengarse... Yo rescaté el cadáver del mayor, y su hermano tomó su identidad. Trato de devolverle la vida a uno y salvar el alma del otro.
Durante su relato, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Lloró silenciosa y amargamente al recordar la tragedia. Naenia quedó perpleja, pues era la primera vez que lo veía llorar de tristeza y no de risa. Sin decir nada Naenia lo abrazó y Undertaker hundió su rostro en el cuello de ella. Las lágrimas le humedecieron un poco el vestido pero ella no hizo más que acariciar los largos y plateados cabellos mientras lo sentía temblar vulnerable entre sus brazos.
Dato curioso: Karnstein, el nombre del hospital, es también el apellido de Carmilla, el personaje de Sheridan Le Fanu. El nombre de pila de Carmilla en realidad es Mircalla de Karnstein. Recomiendo muchísimo esa novela, es una de mis favoritas.
Chapter 10: 𝕰𝖑 𝖈𝖎𝖗𝖈𝖔
Chapter Text
𝕰l Arca de Noé, un popular circo ambulante que apareció para sorprender a Londres con sus impresionantes actos. La gente estaba extasiada, presa de la emoción y el entusiasmo. Algo tan alegre como un circo en una ciudad tan oscura como Londres era un gran respiro, más aún cuando los horrores de Jack el Destripador continuaba frescos en las memorias de todos.
El circo llegó a Londres con un llamativo desfile. Jaulas con animales salvajes, música alegre y animada, extravagantes personajes con diversos talentos, actos breves pero sorprendentes como un hombre escupiendo fuego y otros haciendo malabares. Era un espectáculo de lo más emocionante.
—Señoras y señores, ¡El Arca de Noé llegó a la ciudad! —un hombre joven de cabello naranja y mano esquelética exclamó—. Olvidémonos del frío invierno y de las tragedias recientes. ¡Empieza el espectáculo del siglo!
—¿Tú has ido al circo alguna vez? Esta es la primera vez que veo uno. Qué pomposo —Naenia, que sujetaba el brazo de Undertaker, observaba la escena con fascinación propia de un infante.
—Fui alguna vez hace ya varios años, aunque era mucho menos extravagante. Se nota que cuentan con un amplio presupuesto.
—¿Podemos ver una presentación? —ella se volteó para mirarlo, suplicante—. Vamos una sola vez. Ir a un circo es una de las cosas que quiero tachar de mi lista de deseos. Si no aprovecho esta oportunidad no podré morir en paz.
—Hi, hi, hi. Pero si ya has muerto, te lo recuerdo. Me temo que ya no hay más que hacer por ti. Probrecilla —Undertaker se burló. La expresión molesta de Naenia le hizo soltar una ruidosa carcajada qué llamó la atención de varias personas a su alrededor.
—Muy bien, voy a formular mi última frase de otra forma. Si no aprovecho esta oportunidad moriré de nuevo, pero esta vez de tristeza y frustración —dijo ella tan dramáticamente que él volvió a soltar una risa estruendosa.
—Eres tan dramática y exagerada que fácilmente podrías ser una actriz estrella —se inclinó un poco para susurrar en su oído, empleando un tono coqueto—. Y estoy seguro de que tu grandiosa hermosura te haría ascender a la fama en muy poco tiempo.
—Siempre te burlas. No hay remedio —soltó el brazo de Undertaker y suspiró con fingida molestia—. ¿Sabes qué? Olvídalo. Me colaré en el circo.
—Hi, hi. Pero lo último que dije era en serio. Eres sumamente bella —Undertaker metió la mano en el bolsillo de su gabardina y sacó dos boletos—. No tienes por qué colarte. Ya tenía planeado invitarte a salir, y cuando supe que vendría el circo compré las entradas de antemano para llevarte. La primera presentación es mañana en la noche.
—Pero si casi siempre estamos juntos, ¿cómo fue que tuviste tiempo para...? —se interrumpió a sí misma y dejó la pregunta a medias—. Olvídalo, eso no tiene importancia. Gracias.
Al día siguiente, a una hora temprana de la tarde, el joven conde y su mayordomo visitaron la funeraria. El tintineo de la campana en la puerta en el momento que entraron resonó en el establecimiento.
—¿Estás aquí, Undertaker?
—Hi, hi, hi. Bienvenido, conde.
La espeluznante risa anunció la presencia del sepulturero. Justo en aquel instante un cráneo pasó rodando junto al conde, quien se sobresaltó. La pieza ósea derribó cuatro pequeñas tiras de madera qué se hallaban en un extremo del salón. Era una macabra imitación del juego de bolos.
—¿Finalmente ha venido a probar uno de mis ataúdes?
El conde y su mayordomo se giraron para encontrarse a Undertaker y Naenia.
Indiferente a la expresión de disgusto del conde, Undertaker habló de nuevo:
—Bueno, tomen asiento. Acabamos de hornear un pastel.
—Rechazaremos formalmente esa invitación —el mayordomo hizo una leve reverencia formal—. Hemos venido por un asunto de suma importancia.
—¿Ustedes han recibido cadáveres de niños recientemente? —el conde se sentó en uno de los ataúdes de la funeraria, atento a lo que Undertaker y Naenia tuvieran para decir.
Undertaker tomó asiento e la silla frente al mostrador y sacó una urna con galletas en forma de hueso que empezó a comer. Naenia se sentó sobre el mostrador y pareció pensativa por unos instantes.
—Cadáveres de niños —repitió ella.
—Han desaparecido decenas de niños hace no mucho —continuó el conde—. Al parecer, aún no se han hallado cuerpos.
—Y en el bajo mundo los cadáveres de niños son todo un acontecimiento —comentó Undertaker antes de morder una galleta—. Es algo que el conde sabe muy bien, ¿no es así?
—Hemos traído documentos con la información de los niños —el mayordomo sacó varios papeles y los dejó sobre el mostrador para que Undertaker y Naenia los ojearan—. ¿Ustedes han "organizado" a alguno de ellos?
—Me pregunto, ¿dónde estarán? —Undertaker se inclinó sobre el mostrador, apoyando su barbilla sobre la superficie y echando un vistazo a los documentos—. Estoy seguro de que recordaré todo si veo algo interesante.
Con su usual actitud divertida, Undertaker rodó sobre el mostrador. Naenia tomó los documentos y comenzó a leerlos con detenimiento.
—Una risa de primera —Undertaker sonrió de manera espeluznante—, dame eso y te diré todo lo que quieras.
—Sebastian —murmuró el conde mientras miraba con disgusto al sepulturero.
El mayordomo se ajustó un guantes y permaneció atento a la orden que daría su amo. Pero antes de eso, Undertaker volvió a tomar la palabra.
—¿Vas a dejárselo a él de nuevo? Si el mayordomo no estuviese aquí, ¿sería el conde un niño incapaz de hacer nada solo? Aunque no me importa quién lo haga, siempre que sea divertido.
El conde pareció frustrado y algo exasperado. Naenia sonrió y dejó los documentos a un lado, repentinamente interesada en la conversación. Lista para entretenerse también, se cruzó de piernas y apoyó su codo izquierdo en su rodilla, sosteniendo su rostro en su palma.
—Lo haré, voy a hacerlo —el conde arrugó el entrecejo. Miró a Naenia y luego al mayordomo—. Váyanse.
—¿"Váyanse"? ¿En plural? —la sonrisa de Naenia desapareció al instante.
—Salgan, ustedes dos. No se atrevan a espiar. Es una orden.
—Sí, joven amo.
Undertaker tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reírse de la cara de Naenia. El mayordomo abrió la puerta y con gesto caballeroso dejó que la irritada Naenia saliera primero.
Naenia y el mayordomo se pararon fuera de la funeraria mientras esperaban. Ella, cruzada de brazos, golpeaba el piso con el tacón de su bota.
—Qué falta de respeto. Me sacan de mi propio lugar de trabajo. Ni siquiera un "por favor".
—Me disculpo por lo ocurrido con el joven amo, señorita Renfield —él hizo una breve reverencia.
—No te corresponde a ti pedir disculpas. Optaré por ignorar lo que pasó —suspiró resignada.
En silencio, esperaron. Ella lo miraba de reojo, algo curiosa por su naturaleza demoníaca. Él pudo notarlo y le devolvió la mirada.
—¿Le pasa algo, señorita?
—Nada en absoluto —apartó su mirada de él, incómoda.
—¿Sabe? Tengo la sensación de que usted es muy distinta a cualquier ser humano que haya conocido antes.
Naenia se paralizó por un instante. Ya tenía muy claro que él era capaz de notar su condición inhumana, pero no esperaba que mencionara algo en relación con el tema. Aunque no dijo en realidad nada sobre su vampirismo, la intención maliciosa era más que evidente. Aún así ella se rehusó a ceder ante su intento de provocación.
—No tengo nada de extraordinario más allá de mi personalidad y gustos, que a menudo los demás consideran raros. Pero tomaré sus palabras como un cumplido.
La tensión era palpable pesada. Ninguno de los dos volvió a pronunciar palabra. La incomodidad era tortuosa desde la perspectiva de Naenia, que se impacientaba con cada hora que transcurrida. A pesar de su existencia profana, casi da gracias a Dios cuando una leve y baja carcajada de Undertaker se escuchó desde el interior.
—Casi me pudro esperando —murmuró bajo para sí misma.
El mayordomo abrió la puerta apenas un poco para que los dos pudieran asomarse. Al ver que podían entrar lo hicieron. El mayordomo sostuvo la puerta para que Naenia pasara primero.
—Cielos. Hi, hi, hi. El conde pudo llegar así de lejos —Undertaker en su asiento reía por lo bajo.
El joven conde parecía derrotado, con el rostro contraído en una expresión irritada. Se había despojado de su abrigo y tenía la camisa remangada y el cabello desordenado. Parecía que aquellas horas fueron más tortuosas para él que para Naenia.
—¿Pero qué fue lo que hizo? —el mayordomo tomó el abrigo del conde y comenzó a arreglar su aspecto desaliñado.
—No preguntes —el conde se giró hacia Undertaker y Naenia—. Ahora díganme todo lo que saben acerca de los niños.
—No tenemos información de ninguno —Naenia tomó los documentos y volvió a ojearlos.
—¿Eh? —el conde y su mayordomo se vieron igual de desconcertados.
—Ninguno de estos niños han sido clientes nuestros —dijo Undertaker—. No hemos escuchado ningún rumor en el bajo mundo tampoco.
—Entonces, en otras palabras, no saben nada del caso —el conde parecía rendido.
—No es así —volvió a hablar Undertaker—, nosotros sabemos que no sabemos
—¿Me engañaron?
—Yo no lo llamaría engaño —intervino Naenia—. Usted pidió que le dijéramos todo lo que supiésemos, y como ya dijo Undertaker, nosotros sabemos que no sabemos, y eso es todo lo que sabemos... Es tan redundante. En fin, sigue siendo una gran pista, ¿o no?
—Ciertamente lo es —habló el mayordomo—. Si ustedes ni saben nada del caso, eso quiere decir que los niños no fueron asesinados en el bajo mundo.
—Sí los cadáveres no aparecen en la superficie ni en el bajo mundo, entonces es muy posible que los niños sigan con vida —concluyó el conde—. Tendremos que investigar el circo como sugirió la reina. Nos vamos, Sebastian.
—Undertaker, señorita Renfield, contácteme si obtienen alguna información —el mayordomo abrió la puerta para retirarse junto con su amo.
—Conde —le llamó Undertaker antes que se fuera—, mantén tu alma a salvo.
—Ya lo sé —respondió.
—Hasta luego. Espero gozar de su presencia otra vez pronto —se despidió Naenia antes de que la puerta se cerrara.
Una vez que estuvieron solos, Naenia se sentó el mostrador, quedando frente a Undertaker.
—Según parece, el circo es más interesante de lo que aparenta —comentó ella.
—Lo es, porque de lo contrario el conde no se involucraría —Undertaker estiró su brazo hasta posar su mano en la pierna de Naenia, y la frotó con suavidad—. Deberías ir por tu abrigo. Pronto debemos irnos.
—No me tardo —se levantó del mostrador y fue a buscar su abrigo.
El circo no tenía nada inusual en apariencia. Afuera vendían globos y dulces, un entorno evidentemente dirigido al público infantil. Cuando Undertaker y Naenia entraron y se sentaron, ella alcanzó a ver al conde y su mayordomo a lo lejos.
Al pasar los minutos, una luz en el centro del lugar atrajo la atención de todos. Allí apareció uno de los integrantes del circo, el hombre joven de cabello anaranjado. Lo más llamativo en él era su brazo esquelético. Nenia se sorprendió por la calidad de la prótesis, que se movía tan perfectamente al hacer malabares.
—¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas de todas las edades! —exclamó—. Bienvenidos al circo El Arca de Noé. Mi nombre es Joker. ¡El espectáculo del siglo comienza!
Joker presentó a los integrantes principales circo con entusiasmo. Hubo actos de fuego, equilibrismo, lanzamiento de cuchillos, acrobacias, un encantador de serpientes. Era en verdad sorprendente, un espectáculo de grandiosas proezas y hazañas.
—Finalmente, la estrella de hoy, ¡Beast, nuestra domadora de animales salvajes!
Una mujer vestida con ropa corta y con un látigo en mano subió al escenario, a su lado subieron a un tigre en una jaula. Naenia se fijó en la prótesis de pierna de la mujer, que se notaba mejor que la de Joker porque tenía menos tela cubriéndola. Pudo notar por su sentido óptico vampírico que el material era muy distinto al de cualquier prótesis que hubiese visto antes. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello porque la voz de Joker interrumpió sus pensamientos y, en ese instante, el tigre fue liberado de la jaula.
—Necesitamos un voluntario del público para este acto —dijo, y luego señaló a alguien del público con su mano huesuda—. Ese señor que luce distinguido con el frac negro. Por favor, venga al escenario.
Para sorpresa de Naenia, aquel hombre de frac negro no era otro que el mayordomo del conde. Sin decir nada, él caminó hasta el escenario como se le había pedido.
—¿Qué pretende? No creo que participe porque sí y ya —comentó Naenia, intrigada.
—Ni idea, pero seguro se va a poner interesante —Undertaker se llevó a la boca una galleta en forma de hueso y la mordió.
Naenia miró con extrañeza a Undertaker y luego a la urna con galletas que sostenía. Estaba tan concentrada en el espectáculo que no se dio cuenta cuando él comenzó a comer. Ignorando las ocurrencias de Undertaker, volvió su atención al escenario.
—Ahora, señor, ¿podría recostarse por allí?
El mayordomo ignoró a Joker y caminó directo a donde estaba el tigre. La audiencia quedó perpleja cuando él se puso de rodillas para acariciar al animal.
—Esos ojos redondos, esas suaves orejas, un pelaje con vividas rayas —en un estado de fascinación comenzó a mimar al tigre—. Tan suave y esponjoso. Qué adorable.
—Tal parece que le gustan los felinos. No me lo esperaba de un demonio —Naenia murmuró para que apenas Undertaker pudiese oírla y rio por lo bajo.
El mayordomo tomó la pata del gran felino y continuó con sus elogios, pero fue interrumpido por el animal, que le mordió la cabeza. La audiencia exclamó de espanto.
—¡Betty, suéltalo! —Beast, la domadora de animales salvajes, lanzó un latigazo.
Antes de que el látigo pudiera tocar al tigre, el mayordomo lo detuvo con una mano y sacó la cabeza de la boca del gran felino con una tranquilidad desconcertante.
—Ella no hizo nada malo —habló él y soltó el látigo—. Nunca conseguirás domarla correctamente si lo único que haces es agitar ese látigo.
Sus palabras parecieron ofender a Beast, que se puso roja al instante. No alcanzó a responder de vuelta porque la multitud gimió con horror cuando la cabeza del mayordomo volvió a estar dentro de la boca del tigre.
Cuando finalmente terminó el dramático espectáculo, la gente se retiró del circo. Naenia esbozaba una sonrisa casi infantil, adorable a ojos de Undertaker.
—¿Estás contenta? ¿Cuánto más falta por tachar de tu lista de deseos?
—Gracias a ti he tachado varias cosas —Naenia levantó una mano y comenzó a enumerar con los dedos—. Pero aún falta viajar fuera del continente, conocer Salem por su historia de cacería de brujas, visitar las tumbas de mis autores favoritos, estudiar ocultismo... ¿Qué más? Ah, ¿sabías que están inventando cámaras qué capturan imágenes en movimiento? Quiero verlo. También deseo continuar el legado de mi madre publicando alguna novela.
—Tendré todo eso en cuenta —él hizo una pausa y detuvo su andar—. Ahora que me acuerdo, ¿no dijiste una vez que en tu lista había una cosita obscena e inmoral? ¿No me lo vas a contar aún?
—No me presiones. Aún no estoy lista para decirlo en voz alta —respondió avergonzada y caminó más rápido, dejándolo atrás.
—Eres muy cruel al dejarme con esta tortuosa intriga —Undertaker se adelantó para alcanzarla.
—Que te dé necrosis en la lengua si no te callas —maldijo ella y él respondió con una de sus risitas siniestras. Tras unos momentos, desvió la conversación—. Oye, ¿viste que varios de los integrantes del circo tienen prótesis? Están hechas con un material que no reconozco, casi tiene similitud con las características de las piezas óseas. ¿Lo notaste?
—Hi, hi. Querida, ¿olvidas que soy miope? A la distancia en la que nos encontrábamos del escenario no habría manera de que notara tales detalles.
Hubo un incómodo silencio.
—... Mejor regresemos a la funeraria.
Chapter 11: 𝕷𝖔𝖘 𝖍𝖔𝖗𝖗𝖔𝖗𝖊𝖘 𝖉𝖊𝖑 𝖈𝖎𝖗𝖈𝖔
Chapter Text
𝕻ara Naenia muchas cosas resultaban tediosas e insoportables. El aburrimiento, la normalidad, las días de verano y el infernal calor, cosas que, desde su perspectiva, eran nada más que tortura. Ahora estaba siendo atormentada por aquel diablillo negro que le otorgó a la humanidad el don del conocimiento y también llevó a muchos hombres imprudentes a la perdición, La Curiosidad.
Quién sabe si era por haber sido criada por un hombre amante del conocimiento, o por el espíritu juvenil y aventurero, o por el deseo de crecimiento intelectual —probablemente era todo eso—, pero el caso es que la inmensa curiosidad de Naenia dominaba por sobre su prudencia y sensatez.
Un día después de haber asistido al circo con Undertaker, Naenia regresó, sola, y no para presenciar otro espectáculo.
Tras el atardecer, las sombras de la noche le brindaron ayuda para colarse en la zona detrás del circo donde los artistas vivían. Lo único que planeaba hacer era buscar una enfermería o cualquier ligar donde pudiese ver aquellas prótesis de cerca y con más detalle.
—Tenemos cerca de diez minutos para investigar.
Naenia se ocultó bajo la espesa sombra de una tienda al oír la voz del conde. El joven noble vestía de manera sencilla y humilde, lo que hizo a Naenia suponer que se había infiltrado.
—Sí, mi lord.
Ella esperó a que se fueran para salir, pero alguien los detuvo y Naenia tuvo que permanecer oculta. Joker, con una pequeña integrante del circo subida en su espalda, se acercó al conde y a su mayordomo de una manera informal, como si no tuviese conocimiento del estatus social del niño frente a él.
—Wendy se torció el tobillo, así que no está en condición de participar en la actuación de hoy. Por favor, sal al escenario en su lugar, Black —pidió Joker—. Tendrás que estar listo pronto. Tu turno será dentro de poco tiempo.
Sin más, se fue. Naenia quiso perseguirlo para saber dónde estaba la enfermería, pero la presencia del conde y su sirviente le impedía salir sin ser vista.
—No será necesario husmear por mucho tiempo en ese lugar, además podríamos no tener otra oportunidad. La parte difícil son las serpientes, pero si te encargas de eso en cinco minutos podré hacer el resto solo —dijo el conde.
—Creo que conozco una manera de ahorrar tiempo y hacer que usted no vaya solo —repentinamente, y a una velocidad antinatural, el mayordomo sacó a Naenia de su escondite, tomándola por el brazo—. La señorita Renfield seguro será de gran ayuda.
El conde la miró con sorpresa y reticencia. Ella, avergonzada por ser descubierta metiendo las narices en algo que definitivamente no le concernía, quiso cavar una fosa y sepultarse ahí mismo.
—Disculpe, señorita, ¿qué hace oculta entre las sombras espiando a la gente y vagando como un delincuente? —el mayordomo pareció burlarse para sus adentros—. Eso no es apropiado para una jovencita.
—Puedo explicarme —ella se soltó del agarre.
—Y sería un placer escucharla, pero me temo que estamos cortos de tiempo, así que evitémonos molestias y vamos al grano. Acompáñenos —el mayordomo volvió a tomarla del brazo.
La guio junto al conde a las tiendas donde vivían los miembros principales del circo.
—Un momento. Yo no accedí a ofrecer mi ayuda —protestó ella.
—Pero le conviene colaborar. Asumo que vino aquí a espaldas de Undertaker. Tal vez se me escapen las palabras y le cuente sobre su paseo nocturno.
—Basta, Sebastian. ¿En serio crees que ella nos será de ayuda? —inquirió el conde—. No desperdicies tiempo amenazándola.
Entraron a una tienda llena de serpientes y el mayordomo soltó a Naenia para comenzar a anudar los larguiruchos reptiles entre sí.
—Joven amo, la señotita posee una impresionante habilidad para el sigilo y el escondite, cosa útil en vista de que usted debe irrumpir en una tienda sin ser descubierto —luego, el mayordomo se giró a Naenia—. Si nos brinda su apoyo no le mencionaré a Undertaker que la encontramos husmeando aquí. Si necesita una motivación entonces le ofreceré una recompensa.
—¿Qué clase de recompensa? —de repente, Naenia no parecía tan reacia.
—Usted es una intelectual, según tengo entendido. ¿Qué le parece tener acceso a la biblioteca de la mansión? Hay una inmensa cantidad de libros de todo tipo, y podrá ir cuando le plazca.
El conde aparentemente quiso diferir, pero decidió resignarse. El mayordomo terminó de atar las serpientes y las metió todas en una jaula.
—Hecho —respondió ella, sin siquiera pensarlo más.
—Bien entonces —habló el conde—. Ve directo a la función antes de que alguien sospeche, Sebastian.
—Entendido, joven amo —tras eso se retiró.
El conde y Naenia salieron mientras él la guiaba y ella se aseguraba de que nadie los viera hasta llegar a la tienda de un integrante del elenco principal. El interior ni tenía mucho de destacable. Era una habitación sencilla con una cama y varios cofres, maletas, cajas, atuendos colgados y un espejo de cuerpo completo.
—Es un lugar algo sobrio —comentó Naenia.
El conde no demoró en comenzar a buscar. Tomó un pequeño cuadro que estaba sobre una maleta en el suelo. Naenia se acercó por detrás para mirar. En la foto había un hombre de mediana edad que, por su aspecto, perecía ser un noble o alguien adinerado, y con él habían unos niños.
—¿Una foto de niños? ¿Son del circo? —se preguntó él.
—Definitivamente. Esos tienen que ser los miembros del elenco principal cuando eran más jóvenes —ella detalló la imagen durante un instante más y luego se apartó.
Naenia se dedicó a husmear las cosas que habían allí. El conde abrió un cofre y encontró más fitos similares con ese hombre en ellas.
—¿Estás aquí para ayudar o para hurgar? —él frunció el ceño al notar que Naenia caminaba de un lado a otro.
—Soy de naturaleza curiosa y me aburro con facilidad. Además, usted también está hurgando.
—Porque tengo un motivo justo para hacerlo.
Naenia no respondió. Comenzó a mirar los atuendos colgados.
—Esta es la tienda de la domadora, ¿no? —tomó uno de los trajes y lo acercó a su propio cuerpo para ver en el espejo cómo le quedaría—. Esta ropa es muy reveladora. Nunca había visto a nadie que se vistiera así. Desafía por completo los estándares y es escandaloso. Me gusta.
—Ni siquiera sé si esos trapos puedan considerarse ropa —el conde hizo una mueca de desaprobación—. Incluso las mujeres de fáciles virtudes que venden sus cuerpos en las noches tienen más pudor y recato al vestir.
Ella refunfuñó, pero antes de siquiera poder responder percibió una presencia. Corrió y levantó al conde del suelo para meterlo en el mismo cofre que revisaba.
—Mis disculpas, pero esto es necesario. Alguien viene. Quédese aquí y no salga hasta que yo lo saque. No haga ningún ruido, es más, ni respire —y antes de darle tiempo a responder cerró el cofre.
Ella se metió debajo de la cama. Beast, la domadora, entró justo después. Una de las tiras de la parte superior de su atuendo se había roto. No demoró mucho en cambiarse e irse, pues no podía retrasarse para su acto.
Tras unos momentos, Naenia salió para abrir el cofre donde ocultó al conde.
—Veo que sí fue de utilidad, señorita Renfield —el mayordomo apareció de repente en la tienda.
La abrupta llegada del sirviente casi provocó que Naenia se asustara. Él simplemente sonrió con descaro y fue con su amo.
—¿Y qué fue lo que encontraron?
El conde mostró el marco con la foto de los integrantes del circo con es3 hombre de mediana edad. El mayordomo miró de cerca.
—¿Notas algo, Sebastian?
—El sello que está en el anillo de ese señor, lo vi recientemente. Estoy seguro de que es el mismo sello que está en la prótesis de la señorita Beast.
—¿Las prótesis tienen sello? —Naenia interrumpió y miró la fotografía de cerca—. Podría ser de alguna empresa, pero no conozco ninguna con ese logo que fabrique prótesis.
—¿Usted tiene conocimiento sobre prótesis? —el conde se vio interesado en lo que ella podía saber.
—Sí, por supuesto. Ustedes bien saben que mi padre era un hombre de ciencia. Entre sus muchos estudios e investigaciones estuvieron las prótesis. De hecho, la mayoría de las que se venden hoy en día son diseños mejorados del prototipo que él propuso. Gracias a él yo misma tengo algunos conocimientos en el área.
—Espere un momento —intervino el mayordomo—. ¿Acaso el motivo de su presencia aquí tiene relación con las prótesis?
—Qué mayordomo más perspicaz. En efecto, vine por eso. Cuando vi el primer espectáculo con Undertaker las prótesis llamaron mucho mi atención. Nunca había visto una similar. Estoy sospechando que el material que se usó para fabricarlas se consiguen de una manera no muy legal.
—¿Y qué material es? —interrogó el conde.
—Quiero asegurarme de que mis suposiciones son correctas antes de contarles.
—Entonces nos tenemos que dividir para ser más rápidos. Sebastian, vuelve al circo para que nadie sospeche de tu ausencia, y apenas termines tus repeticiones corre a liberar las serpientes. Señorita Renfield, consiga una de las prótesis y haga como quería desde un inicio. Yo iré a revisar la tienda de Joker.
—Un momento —habló Naenia—, ¿no debería ir con usted para evitar que lo descubran?
—En estos momentos estamos cortos de tiempo y separarnos es lo más conveniente.
—Bueno, como usted diga —Naenia se encogió de hombros—. Los voy a buscar cuando termine con lo mío.
Los tres se fueron en direcciones distintas. Naenia se alejó y se ocultó tras una tienda para adoptar su forma de murciélago. Revoloteó por los alrededores hasta que encontró lo que buscaba, la enfermería. En su pequeño tamaño no le costó nada entrar allí, y para más conveniencia, el lugar estaba vacío. Regresó a su aspecto original y buscó hasta encontrar una mesa con prótesis rotas. Tomó una mano y salió rápido de allí.
Afuera se encontró con que el espectáculo ya había concluido y los artistas retornaban a sus tiendas. Tuvo que escabullirse con especial cuidado para no ser vista, y gracias a eso se le complicó un poco llegar con el condeby su sirviente, a quienes finalmente halló el la parte donde vivían los miembros del circo que no eran parte del elenco principal. Los escuchó hablar sobre el sello visto en la fotografía, pero guardaron silencio cuando la vieron llegar.
—¿Qué descubrió? —preguntó el mayordomo.
—Descubrí que mis sospechas eran ciertas —levantó la manos prostética rota y se las enseñó—. Por sus características me doy cuenta de que el material es hueso tallado.
—¿Hueso? —el conde se vio sorprendido, pero de inmediato volvió a adquirir su normal seriedad—. ¿Qué la llevó a esa conclusión?
—El material tiene la misma dureza y la ligereza que un hueso. Además, como esta está rota me es fácil notar que el daño se ve igual y tiene las características de una fractura ósea. Confíen en lo que digo. Trabajo a diario con cadáveres, y en la funeraria hay un esqueleto real para estudios anatómicos junto con varios cráneos que Undertaker colecciona. Por si fuera poco, de niña mi padre me daba esqueletos de animales pequeños para que los armara. Si les digo que estas prótesis son de hueso es porque así es.
—Comprendo —el mayordomo tomó la prótesis para inspeccionarla—. No esperaba menos de usted, señorita. Su intelecto y talento dejan bien parado a su padre.
—¿Y puede saber si son huesos humanos? —dijo el conde.
—Lo siento mucho, pero eso no es algo que se pueda determinar a simple vista cuando el hueso ha perdido su forma original.
—Aún así su ayuda ha sido muy valiosa —el mayordomo le devolvió la prótesis—. Sabe que las puertas de la mansión están abiertas para usted. Cuente con nuestra hospitalidad.
—Lo agradezco —ella guardó la mano bajo su corpiño—. Me entusiasma la idea de explorar la gloriosa biblioteca que posee el conde. Por ahora me despido. Tengan buena noche y descansen en paz.
Sin más, se retiró. Regresó a la funeraria casi rezando para que Undertaker no hubiese despertado y notado su ausencia.
Entró al edificio con el sigilo de un espectro. Subió a su habitación, dando gracias al infierno por haber llegado sin que Undertaker supiera nada.
Tomó la perilla de la puerta, y antes de poder girarla sintió que alguien a sus espaldas respiraba en su oído.
—¿Te divertiste en tu escapada?
Ella se giró de golpe, encontrando allí a Undertaker.
—¿Dónde estuviste? —interrogó él.
—¿Yo? En ningún lado —mintió, no queriendo ser regañada por Undertaker por salir sola.
Él no le creyó. Al notar su corpiño un poco abultado metió la mano allí sin siquiera avisar.
—¡¿Qué haces?! ¡No seas indecente! —ella retrocedió.
Undertaker alcanzó a sacar la mano prostética, y miró a Naenia con decepción.
—¿Por qué me mientes?
—Porque no quiero generarte angustia —admitió Naenia—. E igualmente ya soy prácticamente una adulta, y mis capacidades están por encima de las de un humano.
—Para los estándares vampíricos aún eres un bebé, y para los humanos eres casi una adolescente —le recordó.
—Sé que tu principal preocupación es el vampiro que me convirtió, pero no puedes esperar que renuncie a mis libertades por eso.
—¿Libertades? Saliste para robarte esto —sostuvo la prótesis frente al rostro de Naenia—. ¿Esa es tu libertad?
—No lo robé, lo tomé prestado por tiempo indefinido. Además lo hice con propósitos justificables.
—Para confirmar las sospechas que mencionaste, sobre que el material era similar al hueso, ¿no?
—¡Y tuve razón, son de hueso!
—Felicito tu intelecto y perspicacia. Reprocho tu irresponsabilidad y desconsideración.
—… Lo lamento. Puedo compensarte por esto.
Undertaker suspiró y le regresó la prótesis a Naenia. Abrió la puerta del cuarto y la tomó de la mano para ingresar allí con ella. Abrió el ataúd y, en un acto repentino, la abrazó por la cintura y la arrastró con él al interior del féretro.
—Déjame descansar contigo y pasaré por alto lo que pasó —apretó a Naenia más contra su propio cuerpo.
El ataúd era estrecho, por lo que la distancia entre ambos era inexistente. Ella decidió no protestar y se dejó dormir en brazos de su amante.
Chapter 12: 𝕱𝖎𝖓 𝖉𝖊𝖑 𝖊𝖘𝖕𝖊𝖈𝖙𝖆𝖈𝖚𝖑𝖔
Chapter Text
𝖀n día después de la escapada de Naenia, Undertaker decidió interrogarla para saber exactamente qué pasó.
—Y entonces el conde y el mayordomo parecieron estar bastante interesados en el sello en el anillo del hombre de la fotografía, que también está en las prótesis. Al final no me mencionaron nada al respecto. Simplemente me dieron las gracias por ayudar y nos despedimos —Naenia concluyó su relato y le dio un sorbo al té que Undertaker sirvió en un recipiente de laboratorio.
—¿Y cómo era el hombre de la fotografía?
—Era un señor de mediana edad, robusto, de cabello castaño, bigote, nariz ancha, cejas gruesas, y llevaba anteojos de lente redondo. Creo que era un noble o alguien de buena posición económica, porque lucía distinguido y usaba topa elegante.
—Suena familiar. Creo saber quién es —Undertaker le dio una mordida a una galleta.
—¿En serio? ¿Quién?
—El barón Kelvin.
—Creo que es la primera vez que escucho ese nombre.
—Lo conozco porque, hace cinco años, él visitó a Vincent mientras yo estaba en la mansión. Él se notaba fascinado por Vincent y el gemelo mayor, que fue el único que conoció. Esa atracción que sentía por el niño no era normal, era enfermiza, depravada y repugnante en el peor de los sentidos.
—Qué horrible. Significa que posiblemente el barón es responsable de los secuestros de los niños con los miembros del circo como cómplices, y quizás su intención es atraer al conde porque sabe que él investigaría el caso. ¿Será que las prótesis son hechas de los huesos de los niños desaparecidos? Ese hombre es demasiado perverso hasta para mis estándares.
—Te apresuras mucho en tus conclusiones. Aunque tal vez no estés muy lejos de la verdad, querida.
—El conde ya tiene su sospechoso. Es probable que esta noche haga su último movimiento.
—Iremos a verlo entonces.
—¿Eh? —Naenia se vio sorprendida.
—Prefiero acompañarte en tus imprudencias a dejar que las lleves a cabo sola. Sé que no puedo frenar tu curiosidad, así que es mejor estar cerca. Además, yo también quiero ver el desenlace de esto.
—Siempre me consientes y mimas en exceso. ¿No te da miedo malcriarme?
—Resulta difícil decirte que no, querida. Y de todas formas no hay manera de corregir lo caprichosa que eres. Eres como una imparable fuerza de la naturaleza.
—Haces que recuerde a mi padre. Él me decía lo mismo y por eso solía llamarme por apodos como "mi terremoto", "mi tormenta", "mi torrente", "mi tornado".
—Hi, hi, hi. No imagino lo difícil que habrá sido para él mantenerte con vida cuando eras pequeña.
Ella rio recordando eventos de su infancia.
—Tengo varias historias de mi niñez, y en la mayoría terminé con un hueso roto o dislocado. Lo bueno es que la diversión nunca me faltó... aunque dejará de ser gracioso si mis hijos acaban siendo como yo en ese aspecto.
Esa última afirmación llamó la atención de Undertaker.
—¿Tú... quieres que tengamos hijos?
La pregunta hizo sobresaltar a Naenia.
—¡No! Digo, ¡sí! Quiero decir, contigo sí los tendría, ¡pero no todavía! Además ni siquiera estoy segura de si puedo gestar y dar a luz siendo un vampiro.
—Podríamos intentarlo —la insinuación vino acompañada de un tono seductor y casi obsceno.
Naenia sintió que podría desmayarse. Se levantó de la mesa, con el recipiente de laboratorio ya vacío en mano.
—No me presiones. Abordaremos el tema de la intimidad cuando yo inicie la conversación. Hasta entonces quédate tan callado como sepulcro en cementerio abandonado —dicho esto, se retiró a la cocina.
La risa de Undertaker no se hizo esperar, y Naenia simplemente gruñó en respuesta con fingida molestia, en un vano intento de disimular su vergüenza.
Una vez caída la noche, la anormal pareja de amantes fue a la mansión del barón Kelvin en la carroza fúnebre, jalada por dos caballos negros. Undertaker llevaba las riendas y Naenia iba sentada a su lado. Cuando la mansión estuvo a la vista, se detuvo el carruaje en una pequeña colina a unas cuantas decenas de metros de distancia.
Naenia metió la mano en el bolsillo de su falda y sacó un pequeño reloj para ver la hora.
—Son las ocho. ¿Crees que ellos ya estén ahí adentro?
—Hi, hi, hi. Para ser una criatura inmortal con la eternidad por delante estás siendo un tanto impaciente.
—Es porque este caso en particular ha captado algo de mi atención —ella recostó la cabeza en el hombro de Undertaker y cerró los ojos un instante.
—¿Estás cansada? —tomó la mano de ella, entrelazando sus dedos y la levantó para besarle el dorso.
—Solo un poco. Ayer descansé menos de lo usual porque llegué tarde a la funeraria.
—Supongo que los de tu especie son algo arraigados a la rutina —dejó caer con lentitud sus manos unidas—. No te vas a quedar dormida en mi hombro, ¿verdad?
—Podría hacerlo. Si tan solo estuviéramos metidos en un ataúd lo haría. Pero sabes que sin uno soy incapaz de descansar.
La mano de Undertaker se movió para tomar el mentón de Naenia y la hizo girar la cabeza hasta que los rostros de ambos quedaron a una distancia casi inexistente.
—Deberíamos seguir compartiendo un ataúd, justo como hicimos ayer —besó con lentitud y suavidad los labios de Naenia.
Cuando ella quiso abrazarlo y aumentar la intensidad del beso, una repentina luz interrumpió el momento de romance. Ambos se separaron para ver cómo la mansión ahora ardía en llamas. Un fuego normal no se propagaría de tal manera en tan pocos segundos, así que era fácil concluir que el demonio que el conde tenía por mayordomo se encargó de propagar el incendio. Naenia pudo constatar esto cuando, con su sentido de la vista agudizado, vio al mayordomo salir de la mansión con el conde en brazos.
El barón no salió, fue consumido por el fuego. Con esto Naenia se sintió satisfecha, y ya iba a pedirla a Undertaker que regresaran cuando, de entre unos árboles de una zona boscosa frente a la casa de Kelvin, salió una joven integrante del elenco principal del circo, Doll, la equilibrista. Naenia alcanzó a oír al conde confesando que Joker y el barón estaban muertos, y que con certeza el resto del elenco igual lo estaba en la mansión Phantomhive.
En un instante, Doll fue privada de la vida a manos del mayordomo. Cuando se fueron, Undertaker tomó de nuevo las riendas y se acercaron a lo que quedaba de la mansión. El cuerpo de Doll fue subido a la parte trasera de la carroza para ser otro de lis tantos cadáveres por reanimar.
Al día posterior, Naenia recordó que el conde y el mayordomo le prometieron acceso a la biblioteca, y evidentemente no pensaba desaprovechar la oportunidad.
—¿Entonces me dejas ir?
—Hoy no. Hay trabajo y no puedo acompañarte.
—No importa si no puedes. Lo que te preocupa es el vampiro, ¿no? Es de día, así que sus poderes están débiles —Naenia intentó convencerlo.
—Tus poderes también lo están.
—Pero no los voy a necesitar porque mi asechador probablemente está durmiendo ahora mismo. Los vampiros son noctámbulos, con raras excepciones como yo.
—Si vas, ¿tengo tu palabra de que estarás aquí antes de que caiga la noche?
—Lo juro solemnemente.
Undertaker suspiró resignado y le permitió irse. Ella, con una sonrisa radiante, lo besó y fue a buscar un sombrero negro adornado antes de salir, pues el día estaba muy soleado y esto le generaba una leve molestia.
La casa Phantomhive era una finca a las afueras de la ciudad. A Naenia le tomó cerca de cuarenta minutos llegar caminando. Para su sorpresa, halló una mansión parcialmente destruida y un sutil hedor a muerte. Una vez en la entrada, encontró a dos hombres tocando las puertas. Por su aspecto parecían pertenecer a la cultura hindú. El más joven se veía de la edad de Naenia, portaba joyas valiosas y ropas de la más alta calidad, y se quejaba de lo mucho que se estaban tardando en dejarlo pasar. Por otro lado, el mayor lucía más humilde, como un sirviente.
—Suficiente. Agni, abre las puertas a la fuerza —ordenó el menor.
—Jo aghia —contestó el tal Agni.
—¿No sería eso algo muy grosero? —intervino Naenia, haciéndose notar.
Los dos se giraron para verla, sin haber notado antes su presencia. El de vestimenta lujosa negó con la cabeza, sonriendo como si irrumpir en la casa fuese un asunto menor.
—Ciel es mi mejor amigo. No hay nada de malo en que entre a su casa sin permiso.
La mandíbula de Naenia cayó. Esa informalidad y descaro la dejó anonadada.
—¿Quién es usted, señorita? —inquirió Agni, quien sí mantenía la formalidad.
Antes de que Naenia pudiese dar respuesta fue interrumpida.
—No te había visto antes por aquí. ¿Eres amiga de Ciel?
—No tengo con el conde algo tan íntimo como una amistad, pues más bien soy una simple conocida —educadamente hizo una muy breve reverencia—. Soy Naenia Renfield, mucho gusto. ¿Y ustedes son?
—Este es el príncipe Soma Asman Kadar, vigesimosexto hijos del rey de Bengala —el sirviente presentó a su amo y le ofreció una reverencia a Naenia—. A mí puede llamarme simplemente Agni.
El príncipe tomó de nuevo la palabra y se a Naenia.
—¿Y por qué has venido, Naenia?
Ese tono informal la hizo arquear una ceja. Que personas no cercanas a ella la llamaran por su primer nombre se sentía raro, aunque no al punto de molestarle.
—El conde y el mayordomo me invitaron a leer los libros de la biblioteca. Sin embargo, no contaba con que me encontraría una mansión medio destruida. De seguro los sirvientes están muy ocupados haciendo limpieza y por eso la demora en abrir.
—Entonces hay que ahorrarles trabajo. Agni, abre las puertas.
Agni apenas asintió y, en un instante, logró abrir las puertas de par en par sin el más mínimo esfuerzo.
—¡Entremos! —el príncipe atravesó la entrada.
—Yo no quiero hacer algo tan atrevido como entrar sin permiso —protestó ella.
—Pero dijiste que ya te habían hecho una invitación, ¿no?
—Pues sí.
—¡Entonces no veo el problema! Pasa —tomó el bazo de Naenia y la arrastró al interior. Agni los siguió de cerca.
—¿El conde no se molestará con usted por esto? —interrogó ella.
—No, él siempre parece molesto de todas formas. Ciel es muy gruñón para ser tan pequeño —hizo un puchero infantil—. Y no me hables de usted, trátame como a un amigo. Cualquier amigo de Ciel lo es también para mí.
—Mis disculpas, pero me es difícil dejar las formalidades tan rápido, más aún con un príncipe. Y reitero, con el conde no llego a algo tan cercano como la amistad.
Las palabras de Naenia llegaron a oídos sordos, pues al príncipe Soma no pareció importarle lo que dijo. La siguió sosteniendo del brazo hasta llevarla a una habitación en la que irrumpió, soltándola finalmente. Adentro estaba el conde con su mayordomo, acompañados por una joven chica de unos catorce o quince años de edad, de cabello rubio atado en dos coletas altas.
—¡Ciel! ¡¿Por qué no me avisaste de tu regreso a la mansión principal?! —exclamó el príncipe.
Agni y Naenia entraron después. El conde no se veía muy contento con la interrupción.
—¿Quién es ella, Ciel? —inquirió el príncipe, señalando con un dedo a la chica rubia.
—¿Quiénes son ustedes? —ella le preguntó de vuelta.
—Esta persona es el vigesimosexto hijo del rey de Bengal, el príncipe Soma —habló Agni—. Esta es la señorita Naenia Renfield. A mí puede llamarme simplemente Agni.
—¿Nunca habías escuchado sobre mí? —le preguntó el príncipe a la rubia.
—¿Dónde está Bengal? —pidió saber la rubia.
—En India, un país del continente asiático —informó Naenia.
El ruido producido por tantas voces hablando casi al unísono hizo que el conde se irritara, lo que lo llevó a exclamar exasperado:
—¡Dejen de hablar am mismo tiempo! —exhaló con pesadez y presentó a la joven rubia—. Ella es mi prometida, Elizabeth.
Para la desgracia de Naenia, el acceso a la biblioteca se le fue negado a causa de que se hallaba en la zona destruida de la mansión. No tuvo más remedio que resignarse y aceptar quedarse a tomar el té y charlar con lady Elizabeth, el príncipe Soma y el conde para que su visita no fuese por completo en vano. El mayordomo del conde y el príncipe les sirvieron. La conversación fluyó de forma informal.
—Entonces, ¿tienes el apellido Renfield? ¿Eres miembro de esa familia que se volvió tan célebre porque todo el mundo los criticaba a pesar de ser revolucionarios? —interrogó Elizabeth.
—Sí. Mis padres eran Renwick Renfield y Eleonora Renfield.
—No estoy enterado de lo que hablan. ¿Tu familia y tú son populares? —habló Soma.
—Ya no tanto porque mis padres fallecieron y yo mantengo un perfil bajo. Hace unos años sí fuimos bastante conocidos y nuestro apellido estaba en boca de todas las personas amantes de los chismes.
—Yo llegué a escuchar algunas cosas en reuniones y bailes de la aristocracia —dijo Elizabeth—, y ninguna era agradable. Sé que Renwick era científico y Eleonora autora, pero todo el mundo ignoró sus méritos para llamarlos locos y "el epítome de la perversidad y el morbo"... Espero no te ofenda que lo mencione.
—Por el contrario, me halaga profundamente que mi familia siga siendo recordada así... ¿El conde se quedó dormido? —Naenia cambió abruptamente el tema cuando notó al conde dormido en su silla.
—No me extraña. Recientemente Ciel ha estado delicado de salud. Ayer estuvo toda la tarde postrado en cama en la mansión de la ciudad. Agni y yo estuvimos muy al pendiente de su estado.
—¡¿Estuvo postrado en cama?! —Elizabeth se vio angustiada.
—Sí. Según Agni, Ciel presentó síntomas de asma.
—¿Por qué Ciel no me lo contó —ella pasó de la angustia al pesar—. No importa lo que haga, él no quiere compartir sus asuntos conmigo. Sebastian, ¿qué debería hacer?
—Esa es una difícil pregunta para mí como mayordomo. Sin embargo, es la primera vez en un buen tiempo que veo al joven amo tan relajado, y eso probablemente sea porque está rodeado de buena compañía. Siéntase contenta de saber que usted le brinda paz.
Pocas horas pasaron hasta que Naenia decidió que era momento de irse.
—Ha sudo un día agradable, y se los agradezco de corazón. Pero me temo que ya debo retirarme. Prometí que regresaría a la funeraria antes de que se hiciera de noche.
—¿Quién te llevará a la ciudad, Naenia? —le preguntó el príncipe.
—Vine hasta aquí caminando. Regresaré del mismo modo.
—Olvídate de eso. Agni y yo te llevaremos en carruaje.
—lo agradezco, pero lo último que quiero es ser una molestia.
—Eso es ridículo. ¡Ningún amigo mío es una molestia! Agni, prepara el carruaje.
—Jo aghia.
Una vez que el carruaje estuvo listo, Elizabeth se despidió de Naenia y el príncipe, y el mayordomo los escoltó a la salida. Antes de que ella subiera al carruaje fue detenida por el mayordomo.
—Señorita Renfield, me apena que no le hubiese sido posible ver la biblioteca. Si de algo le sirve para disminuir su decepción, he rescatado un libro que de seguro será de su agrado tener en posesión —él le entregó un libro e hizo una reverencia para finalmente despedirse.
Naenia subió al carruaje con el príncipe Soma. Observó el libro en sus manos y se encontró con una edición de lujo con un título y un nombre que bien conocía: El perro de la tía abuela y otros cuentos de Eleonora Renfield.
El perro de la tía abuela
Eleonora Renfield
Nunca supe por qué mi tía abuela, a la que apenas vi en un par de ocasiones durante mi infancia, me había dejado toda su herencia al fallecer. Probablemente no quiso dejarle nada a sus ingratos hijos. Pero las circunstancias no eran de mi interés, pues lo único que importaba en aquel entonces era que esa herencia suponía una salvación para mí, que estaba muy empobrecido.
La herencia era una gran casa y un inmenso perro negro bastante viejo. Pensé en vender la casa y conservar al perro para cuidarlo en agradecimiento a mi difunta pariente. El nombre del perro era Gaitán, y lo recordaba porque en mi niñez alguna vez jugué con él. Era un animal amigable y muy bien portado.
Cuando llegué a la casa, su aspecto deteriorado y envejecido me resultó deprimente. El estado de la casa significaba una importante disminución de su valor. Si quería vender la casa debía limpiar y hacer reparaciones antes de buscar un comprador con la esperanza de obtener un mejor precio por la propiedad.
Sin embargo, nada más entrar quise salir huyendo despavorido. Nada fuera de lo normal se percibía a simple vista, pero la sensación de aprensión era abrumadora. Traté de calmarme pero me fue imposible. El horror, por alguna inexplicable razón, me poseía.
Avancé al interior, impulsado por el ridículo orgullo masculino que me obligaba a enfrentarme a lo que temía sin pensar e ignorar mi propio instinto de supervivencia, todo porque me preocupaba más parecer frágil y temeroso que enfrentarme a cualquier peligro potencialmente mortal.
Ningún horror se compara con el que experimenté al encontrar al perro sentado en un sofá. En apariencia lucía normal, pero su presencia transmitía algo siniestro, atroz. Noté que no llevaba puesto el collar que mi tía abuela le puso, pero poca importancia le di en ese momento.
Los días posteriores que pasé en esa casa fueron un infierno. Privé al perro de agua y comida, pero la inanición y deshidratación parecían serle ajenos y no afectarle. Su mirada era penetrarte, como si me escrutara el alma cada vez que me observaba. En las noches lo escuchaba rasguñar mi puerta, susurrar mi nombre y soltar unos sonidos como carcajadas que hacía mis miembros sacudirse de pánico. Cuando lo miraba de reojo, me era posible notar una grotesca y horripilante sonrisa, como si se mofara de mi incertidumbre y pánico.
La noche en la que hui de la casa fue el más espantoso evento de mi vida. Desperté a mitad de la noche cuando sentí un aire helado golpear mi rostro. Para mi horror, la puerta del cuarto estaba abierta de par en par, y en una esquina de la habitación, de pie sobre sus patas traseras estaba el perro, sonriendo y susurrando algo ininteligible con una voz tan ronca, distorsionada y antinatural que me sentí morir de miedo.
Descalzo y con la bata de dormir puesta, salí huyendo de la casa, gritando de espanto. Me adentré en un bosque que se hallaba detrás de la casa y corrí hasta que mis pulmones se quedaron sin aliento. Me detuve para tomar aire, y entonces noté un olor putrefacto que me hizo querer vomitar. Percibí algo viscoso bajo mis pies que me desconcertó.
Cuando las nubes se abrieron para dar paso a la blanca luz de la luna, fui capaz de ver a un enorme perro negro en avanzado estado de descomposición y las vísceras afuera de su cuerpo —vísceras que yo pisaba—. Pero lo que realmente provocó que se me revolvieran las entrañas fue ver el collar en el cuello del cadáver que ponía en un dije plateado “Gaitán”.
NOTA: Este cuento es de la autoría de su servidora, la Dama Fantasma. Lo escribí porque, como Eleonora era cuentista y poeta, en algún momento debía mostrar algo de la madre de la protagonista. Espero haya podido provocar miedo o mínimamente algo de perturbación en sus mentes y corazones.
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